PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

jueves, 22 de septiembre de 2022

LOS OLIVARES DEL ALJARAFE SEVILLANO, LA CAMPIÑA BÉTICA Y DEL ALTO GUADALQUIVIR SURTÍAN DE ACEITE A ROMA A PARTIR DEL PERIODO DE AUGUSTO EN EL SIGLO I DE NUESTRA ERA.

NUEVAS INVESTIGACIONES SOBRE LA ANTIGÜEDAD DE LA PRESENCIA DEL OLIVO EN NUESTRA PENÍNSULA.

¡Viejos olivos sedientos

bajo el claro sol del día,

olivares polvorientos

del campo de Andalucía!

¡El campo andaluz, peinado

por el sol canicular,

de loma en loma rayado

de olivar y de olivar!

[…]

Son las tierras

soleadas,

anchas lomas,

lueñes sierras

de olivares recamadas.

Mil senderos. Con sus machos,

abrumados de capachos,

van gañanes y arrieros.

[…]

¡Olivares y olivares

de loma en loma prendidos

cual bordados alamares!

¡Olivares coloridos

de una tarde anaranjada;

olivares rebruñidos

bajo la luna argentada!

¡Olivares centellados

en las tardes cenicientas,

bajo los cielos preñados

de tormentas!…

Olivares, Dios os dé

los eneros de aguaceros,

los agostos de agua al pie,

los vientos primaverales,

vuestras flores racimadas;

y las lluvias otoñales

vuestras olivas moradas.

Olivar, por cien caminos,

tus olivitas irán

caminando a cien molinos.

Ya darán

trabajo en las alquerías

a gañanes y braceros,

¡oh buenas frentes sombrías

bajo los anchos sombreros!…

¡Olivar y olivareros,

bosque y raza,

campo y plaza

de los fieles al terruño

y al arado y al molino,

de los que muestran el puño

al destino,

los benditos labradores,

los bandidos caballeros,

los señores

devotos y matuteros!

¡Ciudades y caseríos

en la margen de los ríos,

en los pliegues de la sierra…

¡Venga Dios a los hogares

y a las almas de esta tierra

de olivares y olivares!

Los olivos. Antonio Machado, Campos de Castilla, 1912

"Todo el Mediterráneo –las esculturas, las palmeras, las cuentas doradas, los héroes barbudos, el vino, las ideas, los arcos…, los hombres, el bronce, los filósofos–, todo parece surgir del sabor agrio intenso de estas olivas negras cuando se parten entre los dientes. Un sabor más antiguo que la carne, más antiguo que el vino. Un sabor tan antiguo como el agua fría “. 

Lawrence Durrell.  “Trilogía mediterránea”, 1945

En la lectura mañanera de la prensa digital de nuestro país, me he encontrado con una noticia que de nuevo confirma la antigüedad de la existencia de los olivos y sus frutos entre nosotros en la fortaleza ibérica de los Vilars de Arbeca (Lérida). En Andalucía, anteriores investigaciones como las de la cueva de los Murciélagos (Zuheros) o en la Cueva del Ángel (Baena), ambas situadas en la subbética Cordobesa fueron buena muestra de ello. En las dos cuevas se datan la presencia de restos de huesos de acebuche, frutos utilizados por nuestros antepasados desde hace miles de años.

Parte superior del hueso de aceituna del siglo IV antes de Cristo hallado en la fortaleza ibérica de los Vilars de Arbeca (Lérida). Según los investigadores la parte superior de este hueso de unos 2.400 años se ha conservado gracias a la carbonización.  
Sala de los Órganos de la Cueva de los Murcielagos de Zuheros (Córdoba). Foto de Juanjo Ferres.







Cueva del Ángel de Lucena (Córdoba). En las dos cuevas se datan la presencia de restos de huesos de acebuche, frutos utilizados por nuestros antepasados desde hace miles de años.

El diario ABC el día 29 de este caluroso julio pasado daba la siguiente noticia, que os trascribo:

“Hallan un hueso de aceituna del siglo IV antes de Cristo en Lérida que demuestra que el olivo fue introducido por los iberos en la zona y no por los romanos (Por Guillermo Caso de los Cobos).

El grupo de Investigación Prehistórica (GIP) de la Universidad de Lérida ha encontrado los restos del hueso de aceituna más antiguo hallado en la provincia, en la fortaleza ibérica de los Vilars de Arbeca (Lérida). Según explican, el descubrimiento Se trata de un pequeño fragmento arqueológico datado en el siglo IV antes de Cristo.

El equipo de arqueología lo ha localizado en la cisterna del yacimiento, y correspondería a una aceituna con semilla de unos 8-9 milímetros. Según los investigadores la parte superior de este hueso de unos 2.400 años se ha conservado gracias a la carbonización, como la mayor parte de los restos de las semillas y frutos que el Grupo de Investigación Prehistórica (Gip) ha recuperado en la fortaleza a lo largo de los últimos 35 años.

Este descubrimiento, además de ser un hecho curioso, tiene su interés arqueológico ya que, según la catedrática de Prehistoria de la Universidad de Lérida, Natalia Alonso Martínez, demuestra que el olivo no fue un cultivo introducido en la zona por los romanos, sino que ya se cultivaba en época ibérica. De ahí su importancia.

Asimismo, Alonso ha subrayado que hasta el momento los restos de aceituna más antiguos hallados en Lérida databan de la época romana en referencia a los hallados en las excavaciones arqueológicas en la calle Democracia de Lérida, los encontrados en unos silos en torno al yacimiento de Minferri, en Juneda (Lérida) y en la ciudad de Iesso, en Guissona (Lérida), datados entre los siglos II y I antes de Cristo.

 Fuente: abc.es

29 de julio de 2022.”

Algunas fuentes indican que en el siglo VII antes de Cristo fue introducido el cultivo del olivo en Italia, llegando a ser el comercio marítimo del aceite, junto con el vino, y el trigo la principal fuente de prosperidad del Imperio Romano.

 "Testaccio, el monte de las Ánforas". Documental de Agustín Remesal


https://www.youtube.com/watch?v=jqCZu1FN9-k

Las rutas comerciales del aceite de oliva en Roma y los restos arqueológicos que han quedado dispersos por todo el mediterráneo son buena prueba de ello. El monte Testaccio, formado por ánforas de barro que llegaban desde la Bética, ha sido objeto de numerosos trabajos de investigación, como después veremos. La cantidad de aceite exportado puede darnos orientación del aceite que era consumido en Roma, pero hay otras fuentes, menos románticas, que asocian este aceite al consumo de las lámparas que iluminaban la ciudad de Roma. Plinio, sin embargo, destacó el aceite bético como el mejor entre todos los que llegaban a Roma (1).

Sobre la utilización del aceite en la ciudad de Roma existe numerosa documentación. El aceite de segunda categoría se utilizaba para iluminar, y a veces también para la alimentación por la clase más pobre; se recoge por Juvenal que este aceite olerá a lámpara (hoy lampante), seguramente por el mal olor que le daba a la comida.

Desde la Bética se importaba aceite, probablemente para pagar tributos, y tenemos buena representación en los restos arqueológicos encontrados por todo el territorio. Los centros de producción de las ánforas han sido los utilizados por los investigadores para ubicar la localización e implantación del olivar en las zonas próximas en las que el Guadalquivir era navegable.

Estos estudios limitaban la zona de producción del aceite al norte de Córdoba, por el Guadalquivir medio. Sin embargo, las pruebas arqueológicas encontradas por el alto Guadalquivir demuestran que el olivo se introdujo allí al mismo tiempo que en el resto de la Bética, y que posiblemente el aceite era transportado por la Vía Augusta, que recorre la actual provincia de Jaén de este a oeste, hasta la zona de Mengíbar (Iliturgi), donde podía enlazar con la vía fluvial del Guadalquivir e incluso a través del río Guadalimar hasta el puerto de Cástulo, la principal ciudad de la Oretania.

El Mosaico de los Amores. Presentación Aula Magna de la Universidad de Jaén (UJA)


https://www.youtube.com/watch?v=r_vcei0vD8c

Ciudad Ibero-romana de Cástulo (Jaén)


https://www.youtube.com/watch?v=6kbm4-t12Ew 

Reconstrucción 3D Castulo


https://www.youtube.com/watch?v=iXGKfXQIvh0 

En la ciudad de Jaén los yacimientos arqueológicos de Marroquíes Bajos y Los Robles son buena prueba de la importancia del cultivo del olivo en esta zona; son dos instalaciones industriales cada una de ellas con seis prensas de viga y distantes entre sí apenas un kilómetro de distancia. Esta enorme producción estaría destinada, casi con toda seguridad a la exportación, para abastecer el mercado imperial (2).


Captura del video promocional del documental de Marroquíes Bajos de Jaén.

Uno de los tornos de la almazara de la Villa Romana de Los Robles en Jaén.

Ilustración que representa los trabajos realizados en un molino aceitero romano. Museo de Florencia.

Fueron los romanos los que propagaron el cultivo por tierras mediterráneas europeas, como los tirios, de origen fenicio y fundadores de Cartago, lo hicieron por el norte de África. En Andalucía, el eje del Guadalquivir ha sido, y continúa siendo, un corredor estratégico, lugar de encuentro de culturas y escenario de la extensión del cultivo y del comercio del aceite.  Eje que surca la Bética, principal proveedor de aceite del imperio romano, dada la importancia que llegó a tener el olivo durante la romanización, como prueban los numerosos alfares donde se fabricaban las ánforas para su transporte, presentes a lo largo del Guadalquivir, que se muestran en la zona Astigi-Bajo Genil. 

Alfares olearios jalonaban la ribera del Río Genil para el comercio del aceite de la Bética. Almazara Las Delicias a 4 km. de Écija en la zona de Astigi-Bajo Genil.

La presencia romana impulsa en el sur de la Península un desarrollo económico, que implica una muy importante transformación del territorio, que va a perdurar durante siglos. Una primera gran extensión olivarera estaría vinculada a la producción para surtir de aceite a la capital del Imperio Romano.  La especialización olivarera tuvo lugar en el Aljarafe y en la campiña bética a partir del período de Augusto en el siglo I de nuestra era, y se consolidó con el suministro del aceite bético para cubrir la provisión de víveres del ejército romano y las necesidades de la plebe en el siglo II después de Cristo. De los estudios arqueológicos se deduce que el olivar podría extenderse por gran parte de la región, de acuerdo a la existencia de un importante patrimonio arqueológico en nuestra región, que muestra la especialización y estructuración del territorio de la Bética en “villae” olivareras. Las “villae”, como modelos de explotación agrícola de época romana, eran muy numerosas con más de 200 localizadas en Andalucía, aunque podrían ser muchas más, ya que todas las villas rurales de las que se tiene constancia, ascienden a más de 2.000, almazaras, puertos, alfares (hay 147 identificados), así como las pruebas materiales de este tráfico de aceite acumuladas en el Monte Testaccio, al que antes hemos aludido. 

Almedinilla: La Villa Romana que Ovidio soñó:


https://www.youtube.com/watch?v=YXXaCtmBPRU

En el Imperio Romano, el olivo gozó de tal importancia que los ganadores de juegos y batallas eran coronados con sus ramas y con su aceite se ungían los cuerpos con el fin de fortalecerlos y de animar su espíritu. Era un alimento indispensable y también era utilizado en ritos funerarios; su plantación era tan considerada que eximía en algunos casos de prestar el servicio militar…

Tal era el culto de los romanos hacia el aceite de oliva que dividían el mundo entre civilizado y bárbaro dependiendo del uso que se hiciera del aceite de oliva.  Mientras más consumido fuera, más civilizado se consideraba era esa civilización, mientras que, por el contrario, el mundo bárbaro era el que consumía grasa animal.

A partir del siglo I después de Cristo la exportación de aceite de oliva de Hispania hacia Roma y otros lugares de Europa está muy bien documentada, tal como hemos referido con anterioridad. Así, el monte Testaccio, a orillas de Tíber, en Roma, tiene una altura de 54 metros, una circunferencia de más de 1 kilómetro de diámetro y está formado por unos 40 millones de ánforas de aceite, en su mayoría procedentes de la Bética. Es el lugar donde se arrojaban las ánforas en las que se transportaban a la Roma Imperial los tributos de las diferentes provincias. Sólo se arrojaron ánforas contenedoras de aceite, de las que las procedentes de la Bética representan más del 80%; el resto constituyen fragmentos de ánforas africanas.  Durante el Imperio Romano se intensificaron los transportes y la circulación de hombres y productos entre los diferentes territorios. Buena parte de este transporte se realizaba por vía marítima. El nombre de las excavaciones efectuadas en el Monte Testaccio va unido al del historiador sevillano José Remesal Rodríguez, catedrático del Departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología de la Universidad de Barcelona, quién ha dirigido diferentes campañas de excavación españolas en este monte entre 1989 y 2002 junto al profesor José María Blázquez, de la Real Academia de la Historia, primer director de estos trabajos (3).

 Siglos de Aceite Andaluz en Roma. RTVE Monte Testaccio


https://www.youtube.com/watch?v=rg6sFgEN4sE

La campiña de Jaén ha sido un ámbito intensamente poblado desde la Antigüedad, con asentamientos desde época íbera mantenidos y ampliados en época romana y numerosas “villae” concentradas en la zona de contacto con la campiña cordobesa y la vega del Guadalquivir, en el entorno de Andújar. La ocupación de vegas y campiñas, en un proceso lento pero continuo, parece constituir una dinámica clara de ocupación del territorio. Durante la Edad Media, la Cora de Yayyan (Jaén) alcanza su plenitud durante los reinos de Taifas (en los siglos XI al XIII) y entre las medinas más importantes se encontraba la de nuestra relativamente cercana Bulkuna (Porcuna). El esquema de asentamientos de población andalusíes pervivirá básicamente hasta la actualidad junto con otras incorporaciones posteriores. 

La posterior temprana conquista cristiana, y una repoblación muy dependiente de los señoríos otorgados a las Órdenes Militares de Calatrava y Santiago, conformaron el límite sur como frontera con el reino nazarí de Granada. Las numerosas  localizaciones  de  recintos defensivos traducen los  procesos  de encastillamiento  en  la  zona:  desde  asentamientos  fortificados,  oppida,  de  etapa  ibérica  junto  a elementos del periodo medieval islámico y durante la repoblación cristiana hasta el siglo XVI, con antiguas fortalezas islámicas de los siglos XI y XII, como la de Arjona, o construcciones defensivas vinculadas a la arquitectura militar  renancentista,  como  el  castilloresidencia  de  Arjonilla,  o  el  castillopalacio  de Lopera.

El olivar mantiene su importancia en todas las civilizaciones que fueron, poco a poco, extendiendo el cultivo por la Cuenca Mediterránea, implantándose de forma más consolidada y permanente en Al Ándalus. De hecho, aunque la Bética deja de ser provincia romana en el año 422 después de Cristo, la cultura del olivar y del aceite siguen manteniéndose en nuestra tierra de forma ininterrumpida. 

Tras la llegada de los árabes a la Península Ibérica en el año 711, y una vez consolidada la dominación musulmana de Hispania, en AlÁndalus se impone la ciencia y la práctica de la agricultura con grandes conocedores del olivo.  A partir del siglo VIII y por más de siete centurias, los árabes introducen importantes mejoras tanto en la agricultura como en las técnicas de obtención de aceite como muestra la palabra almazara, de origen árabe, o el encuentro de la cultura del agua y el manejo del suelo con la construcción de bancales, en donde el olivo tenía una presencia de importancia al emplearse para apuntalar las paratas o bancales (unos rellanos pequeños y estrechos, formados en un terreno en pendiente que se allana para plantar o sembrar en él), como así se evidencia en Valle de Lecrín granadino.

Al Ándalus es el nombre con el que se conoció el nuevo Estado Islámico que fundaron los musulmanes en la Península Ibérica.  Los Omeyas de alÁndalus, impulsaron todo lo relacionado con el desarrollo agrícola del territorio.  Se perfeccionaron y aumentaron los sistemas de regadío de origen romano y se introdujeron nuevas especies vegetales.

Averroes reconocido filósofo y médico hispanoárabe nacido en Córdoba (1126, 1198), alabó las virtudes del consumo del aceite de oliva virgen, convirtiéndose así, en uno de los más importantes prescriptores de la época, y un gran gastrónomo que ha dejado en sus escritos, incluso maneras de armonizar los platos o cómo cocinar con aceite de oliva.

Frente a la clásica trilogía cristiana de cereal, vino y olivo, se produjo lo que se ha dado en llamar la “revolución verde”.  Texto tomado de: “El cultivo de la tierra”, en la obra de alÄthär albäqiyah de alBirünï.

Abū 'r-Raihān Muhammad ibn Ahmad al-Bīrūnī. Uno de los intelectuales más destacados de entre los científicos musulmanes. Sus aportaciones científicas cambiaron el mundo.

“La tierra sobremanera buena para olivos es la delgada, y que así se crían excelentes en el territorio de Écija, por ser aquella tierra de semejante calidad.  […] También la tierra blanquiza es buena, según Junio, para plantar olivos, especialmente si es blanda y húmeda.  Y en efecto los que se hallan en semejante tierra llevan la aceituna gorda, tierna, substanciosa y de mucho aceite. La tierra negra, especialmente la pedregal o de mucho guijo, y cuyos terrones fueren blanquecinos, y la arenisca no salitrosa son también buenas para ellos. La tierra profunda se debe desechar para estos árboles […]

Asimismo, la tierra sobremanera viscosa no es buena para olivos por razón de su frialdad, y porque también se calienta demasiado en el estío más que las otras, y porque por las grandes grietas que suelen abrírsele, se enfría en el invierno”. (Ibn alAwwam).

Durante la época andalusí se crean nuevas técnicas de cultivo, de irrigación de los campos, de elaboración de aceite y de su   almacenamiento.  Durante la época andalusí hay constancia de la exportación del aceite de alÁndalus hacia otras regiones tanto del Magreb africano como de Oriente. Durante el califato de Córdoba el valle del Guadalquivir contenía algunas de las explotaciones oleícolas más conocidas. La agricultura mejoró su producción gracias al regadío, los andalusíes retomaron en su mayoría las técnicas de regadío romanas, implantaron y construyeron norias, acequias y canales. Todo esto permitió obtener un gran rendimiento de la tierra, abastecer la amplia población urbana e introducir nuevos productos y prácticas hortícolas, que hasta entonces eran desconocidas. Adquirieron especial importancia aquellos productos cuya comercialización era rentable, como era el caso del aceite, vino, naranjas y hortalizas.

El Valle de Lecrín, al pie de Sierra Nevada, ha conservado un sistema de regadío agrícola que muestra un paisaje de olivar en asociación con otros cultivos, entre ellos los cítricos, utilizando sistemas de abancalamiento y una red hidráulica de origen nazarí, con posible reaprovechamiento de acequias mineras romanas. 

Tras el descubrimiento de América e inicio de la colonización se desencadena la actividad mercantil andaluza, la más dinámica y pujante hasta bien entrado el siglo XVII, y especialmente el establecimiento en Sevilla, y después en Cádiz, del monopolio del tráfico con las Indias. La demanda auspiciada por el Descubrimiento de América, alentó la expansión del cultivo y supuso la proliferación de las haciendas olivareras en el Bajo Guadalquivir, con nuevas implantaciones o especialización y la pujanza de otras ya existentes, junto a otras zonas ya olivareras en las campiñas altas del Guadalquivir.  Prueba de la importancia alcanzada por el cultivo para el comercio colonial es que el precio del aceite de oliva se triplica en 48 años, entre 1511 y 1559, por lo que debe incrementarse notablemente la superficie de olivar. La factoría olivarera andaluza se extiende por territorios cercanos a los dos puertos estratégicos del comercio americano, primero Sevilla y luego Cádiz. Las haciendas de Sevilla y Cádiz, ejemplificadas en la zona del mismo nombre constituyen un conjunto patrimonial único por su monumentalidad, calidad arquitectónica y notables influencias en la arquitectura americana. Muchas de ellas, asentadas sobre antiguas villas romanas y alquerías árabes. 

Hacienda Guzmán en la Rinconada (Sevilla). Cada una de las tres torres de la Hacienda Guzmán albergó un molino con prensa de viga entre los siglos XVI y XIX, lo que convirtió a la Hacienda hace 500 años en la mayor fábrica de aceite de oliva . Incluso consta de nombres ilustres en su historia, ya que el hijo de Cristóbal Colón fue uno de los exportadores del aceite de la Hacienda Guzmán a América.

También en esta época tiene lugar la propagación del olivo al continente americano desde Andalucía. A principios del siglo XVI, en plena era de los descubrimientos geográficos y la expansión colonial europea, el cultivo del olivo, junto con el de la vid, fue uno de los primeros que introdujeron los colonos españoles en América.  El Archivo de Indias de Sevilla contiene información detallada acerca de estas plantaciones en el “Nuevo Mundo”, que avalan su procedencia andaluza, desde huertos de localidades cercanas a Sevilla (Aljarafe). Se tiene noticia de que los primeros olivos fueron llevados por los españoles a bordo de la nao La Española, de Martín de Aguirre, que partió de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) el 15 de abril de 1520, con plantones que procedían del Aljarafe sevillano.  De hecho, en Argentina, aún se conserva uno de los ejemplares pioneros en el Nuevo Mundo, es el olivo histórico de Arauco.

El olivo historico de Arauco, cuatricentenario, situado en la provincia argentina de Rioja.

Al parecer, el olivo llegó primero a México y Perú, y fue desde estos países desde donde se expandió por California y el resto de Sudamérica. La primera plantación se realizó en 1531 junto al lago Xochimilco, aunque antes se había intentado aclimatar sin éxito en Las Antillas; a Perú llegó sobre 1560. Otro ejemplo destacado de la llegada del olivo al continente americano es el Parque del Olivar de Lima, cuyos ejemplares se suponen emparentados con estos primeros plantones aclimatados. En la actualidad está considerado “Monumento Nacional”, “Zona Monumental” y “Área de Conservación Ambiental”. Finalmente, en los últimos siglos, el cultivo del olivo se ha propagado hasta la zona sur de África, Australia, Nueva Zelanda, Japón o China, de manera que hoy abarca en los cinco continentes lugares remotos, para los que el olivar andaluz continúa siendo un referente de proyección mundial.

 Parque El Olivar, San Isidro, Lima.


 https://www.youtube.com/watch?v=4NaEWKfpuys

Durante el siglo XVII y buena parte del XVIII, las necesidades hacendísticas de la Corona, conllevaron una progresiva reducción de las tierras comunales que fueron vendidas sobre todo a la nobleza y aristocracias urbanas. Esta situación, junto con el incremento de la presión productiva, provocó una concentración de la propiedad rural con reflejo en los parcelarios de la campiña, y una visión extensiva de los cultivos de cereal y olivo que iría aclarando montes e incluso la desaparición de éstos y algunas dehesas. Los procesos de desamortización representaron los inicios del olivar extensivo y de la industria del aceite.  En el marco de una bonanza general desde finales del XVIII, la posterior crisis bélica con Francia, y las iniciativas desamortizadoras presentaron un panorama desde mediados del siglo XIX, en el que destaca el incremento y consolidación de la explotación del aceite y, por tanto, del incremento del olivar en la campiña. Por una parte, habían desaparecido los privilegios señoriales que restringían la proliferación libre de moliendas en las villas y que se acompañaron de notables mejoras técnicas propias de la revolución industrial decimonónica y, por otro, se abría la competencia entre los nuevos propietarios de las tierras desamortizadas, animados por un incremento de la demanda y las mejoras del transporte vía ferrocarril recientemente establecido.

Se conoce con bastante detalle el impulso olivarero del siglo XVIII gracias a la encuesta del Marqués de la Ensenada de 1750, que reflejaba la aparición de nuevos olivares en gran número de municipios. El germen del olivar de Jaén se estaba desarrollando de forma notable en el tercio noroccidental y en las lomas y laderas que bordean la campiña de la ciudad de Jaén, respetando todavía las tierras serranas béticas, destacando el hecho de que hasta finales del siglo XIX el olivar fue básicamente cultivo de Campiña. 

Implantados sobre todo por pequeños y medianos propietarios rurales y algún que otro burgués, que invertían sus capitales en un cultivo que requería poca mano de obra y les aseguraba cierta renta.  

Así es de destacar la masiva presencia del olivar ya en el siglo XIX en el entorno de Arjona y Lopera, y su total especialización, un auténtico mar de olivos en la actualidad.

Arjona de rasa- Oleorasa Tour


 https://www.youtube.com/watch?v=bsDnpPXDfA4&t=273s

La expansión agraria de la Edad Moderna se produce mediante la ampliación del espacio productivo, ante la ausencia de otras vías para incrementar la producción.  En el siglo XVIII, las reformas de los ilustrados españoles, como el reparto de las tierras comunales, intensificaron el afán roturador de tierras del pie de monte, y comenzaron a incorporar nuevas tierras de cultivo con plantaciones regulares de olivos, para abastecer de aceite a mercados locales y comarcales, localizados sobre todo en las campiñas altas del Guadalquivir.  Además, el repoblamiento en las nuevas poblaciones creadas por Carlos III, y la expansión en Sierra Morena relacionados con el impulso repoblador de los ilustrados, y la necesidad de ocupar el espacio serrano por campesinos para reducir al bandolerismo, fue el germen de una estrategia productiva campesina, que impulsó la expansión del mar de olivos por nuestro territorio. Para que se produjera este avance del olivar fue preciso romper primero con la fuerte dependencia de las cosechas de los cereales y cortar la espiral de la subsistencia. Y ello pudo hacerse porque estas poblaciones comenzaron a especializarse en el comercio exterior del aceite, vendiéndolo a las poblaciones del interior o de la costa que no se autoabastecían de este producto tan básico para la alimentación.

El catastro de Ensenada de 1750 es el primer documento histórico que ofrece una visión territorial sistemática de la expansión del olivar. En esa época se observa cómo se ha configurado ya un corredor continuo de olivar desde la campiña sevillana que recorre el resto del valle del Guadalquivir y continúa hasta el norte de la provincia de Jaén, cerca de los caminos que conectaban el sur y el norte del país.  La provincia  de  Sevilla  aparece  como el  principal  centro  oleícola  del  país,  y  la Campiña de Córdoba, en los pueblos situados a medio camino entre los puertos de Cádiz y Sevilla y el paso en Jaén hacia la meseta, con los pasos de Sierra Morena hacia el interior próximos a  las principales vías comerciales necesarias para su exportación; una concentración de olivar que en muchas ocasiones superaba el 50%  de  las  superficies  cultivadas  de  algunos pueblos como Montoro o Aguilar en la provincia de Córdoba. Durante esta época casi todo el olivar era de campiña y en régimen de secano, pero pronto empezaría a extenderse hacia los arranques montañosos circundantes y también a beneficiarse del regadío, aunque esto último necesitó de más tiempo para convertirse en una realidad significativa. Durante el siglo XIX se produce un gran impulso del olivar debido a diversos factores, como la desaparición de los derechos señoriales y el ascenso de la burguesía, unido a los sucesivos procesos desamortizadores y de roturación de tierras, y una coyuntura favorable para la exportación del aceite.

Foto aérea de Lahiguera del año 1962, en la que podemos observar como se mantenían extensiones de terrenos dedicados al cultivo del cereal. Foto del Instituto Geográfico     Nacional.
Foto aérea de Lahiguera del año 2007, tomada también desde su vista este, en la que podemos apreciar el incremento del cultivo del olivar en su termino más cercano a la población. Foto de J. J. Mercado.
Vista aérea parcial de Lahiguera, año 1962. En ella podemos apreciar las fincas rústicas dedicadas al cultivo de los cereales, especialmente el trigo, cuyo Silo almacenaba las cosechas de cereal producidas en su termino municipal, dependiente del Servicio Nacional del Trigo.

Foto aérea de Lahiguera de fecha 23 de junio de 2007, hecha desde la orientación sureste, donde contemplamos como todas las fincas rústicas dedicadas al cereal pasaron al monocultivo del olivo, tomando como referencia el Silo del trigo de la foto anterior.
Foto aérea de Lahiguera del año 1962, en ella podemos contemplar el desarrollo urbano comenzado a partir del siglo XIX, y la gran superficie de terrenos rústicos dedicados al cultivo del trigo y otros cereales.

En Lahiguera, como en toda la Campiña de Jaén en las últimas décadas del siglo XVIII, sus campos eran una sucesión de campos de cereal cultivados al tercio, por tanto, muchos de ellos en barbecho. Estos, junto a las dehesas que todavía poblaban las colinas del Valle del Guadalquivir, permitían mantener a la cabaña ganadera que se necesitaba para alimentar a la población y realizar las tareas agrícolas de sus terrenos. Los terrenos más altos y de pendiente, aquellos con suelos especialmente pobres y donde era muy difícil el trabajo, estaban ocupados por pastos o terreno forestal, de los cuales se obtenía principalmente leña para la calefacción o se arrendaban para cultivar plantas aromáticas (4).

Esa distribución, consecuencia de la situación económica y de aislamiento propia de su posición periférica de los centros de decisión y comercio, dejaba a los olivos de la Campiña de Jaén los peores suelos que todavía tenían capacidad agrícola, los de cuarta calidad, que quedaban reservados para los olivos y las viñas (5).

Eran aquellos terrenos pobres y de pendiente intensa, que no permitían obtener pan u hortalizas, pero que eran necesarios roturar para alimentar a la creciente población comarcal.

La situación continuó siendo muy similar durante la primera mitad del XIX. Las diferentes razones que habían traído extensos y productivos olivares a algunas zonas concretas de Andalucía, ya desde hacía siglos, pasaban de largo por la comarca. Al estar inserta en una economía de subsistencia obligada, se hacía necesario producir todos los alimentos y, como consecuencia, siguió siendo indispensable plantar cereal, para una población cuya alimentación se basaba en el cereal y no en el aceite de oliva, que sólo servía para mojar pan (6).

Sin embargo, ya en estas décadas, comienza a producirse un aumento del terreno donde se presenta el árbol del olivo, para aprovechar las condiciones climáticas y la composición y naturaleza del suelo en su relación con las plantas de olivo, de unos suelos con aptitud limitada para el cereal, debido a su alta concentración de yesos. Esto es lo que se muestra en el Diccionario de Madoz, elaborado en los años centrales de esta centuria y en los que se comienza a ver un cierto avance en la sierra, así como en otros municipios a caballo entre la sierra y la campiña, como Martos, donde se llega a decir que las plantaciones constituirán olivares que llamaban “de mérito”.

Es a finales de este siglo XIX, cuando se puede observar de manera más nítida la diferenciación entre un área, que tiende a la especialización en olivar, y otra donde los cereales todavía se mantendrán imbatidos durante bastante tiempo. A esto habrá que sumar que, mientras que en los términos llanos los olivares se hallaban en los suelos más pobres, de pendiente elevada y, en todo caso, cercanos a las localidades, en los de sierra se alejaban de los núcleos urbanos, y ocupaban toda su extensión incluso, de manera preferente, los de mejor aptitud, dejando a algunas herbáceas que subieran a las zonas más elevadas, como ocurría en Los Villares.

Los Villares (Jaén)


https://www.youtube.com/watch?v=DNKmIdYPzjo

Así, los municipios más serranos como Fuensanta de Martos, Los Villares y, sobre todo, Jamilena, llegaron a tener en esta fecha un porcentaje de olivar mucho más elevado que en el resto de su comarca, principalmente los de la parte más septentrional. Aunque más de la mitad de la superficie total de la Campiña de Jaén estaba puesta de cereal (54%) y de olivar apenas un 18%, sumando los cultivados en secano y regadío, en los pueblos anteriormente citados el porcentaje se incrementaba muy intensamente, suponiendo en Los Villares más del 52% del conjunto del término o en Jamilena el 41%, unos términos municipales con gran superficie impracticable para la agricultura. Mientras, en las tierras del Valle del Guadalquivir, en Fuerte del Rey apenas se llegaba el 4,4% y en Jaén no se alcazaba el 4%. También existían cultivos promiscuos de extensión importante, sobre todo en los municipios de transición entre ambas morfologías de los terrenos, donde el olivo se plantaba junto a cereal en la campiña, o con viñedo en las sierras, principalmente, aunque también se podía llegar a encontrar en Mengíbar, a las orillas del río Guadalquivir.

Embalse o presa del Río Gaudalquivir en Mengíbar.
Olivares de Mengíbar en el Valle del Guadalquivir.

La revolución de los transportes marítimos y las técnicas de conservación de los alimentos hundieron los mercados agrícolas europeos a finales del XIX, aplastando los precios del cereal. En el caso de los países mediterráneos, sin embargo, se abrieron nuevas oportunidades para sus productos más específicos, como son el vino y el aceite de oliva, pues hasta pasadas unas décadas no aparecerían competidores de cierta entidad, mucho más en el caso del vino que en el del aceite, cuyo mundo productivo encaja más cabalmente con la zona de clima característico de los territorios, que se dan en torno a este mar. El caso es que las leñosas fueron tomando ventaja y buena prueba de ello son las dimensiones de los viñedos manchegos o los olivares béticos (7).

De este modo, aparecieron los monocultivos, que junto a la intensificación productiva y la concentración empresarial son los elementos que mejor describen el modelo agrícola productivista (8).

En Andalucía, los primeros tiempos del cultivo y su posterior expansión tienen que ver con el valor comercial del aceite y su posterior especialización territorial en monocultivo. Sin olvidar el permanente aprovechamiento para el consumo local, el comercio del aceite andaluz tuvo un gran protagonismo histórico en época romana, colonial y desde finales del siglo XIX. Un protagonismo que alcanza en la actualidad una dimensión mundial.

Solo en el primer tercio del siglo XIX la producción de aceite se multiplica por 100 hasta alcanzar los 150.000 Hectólitros, en su mayor parte destinada a fines industriales y de alumbrado. Una etapa que coincide con el impulso del comercio internacional y la mejora de la calidad. Hasta mediados del siglo XIX, el olivar mantuvo una senda expansiva relativamente análoga en Sevilla, Córdoba y Jaén, que copaban casi el 90% del olivar en la región, y el corredor olivarero existente en 1750 mantenía una trayectoria análoga.

Estos olivares del nuevo régimen y la primera industrialización representan el paso de una sociedad estamental a otra moderna, marcada por las desamortizaciones y los conatos de la primera revolución industrial, con la llegada del ferrocarril, las nuevas técnicas de molturación de la aceituna, etc. La especialización olivarera en este momento histórico responde a la elevada demanda de aceites como grasa industrial y para alumbrado público, pues los aceites españoles de finales del siglo XIX, que no podían competir en calidad con los aceites franceses o italianos, tenían su cuota de mercado en los usos no alimentarios. En Londres, los aceites andaluces alimentaban las farolas para alumbrar sus calles y tuvieron cierto protagonismo en los inicios de la Revolución Industrial como lubricantes para motores. A finales del XIX, al disminuir el uso del aceite en la iluminación, se tiene que iniciar el proceso de mejora integral de la producción, incorporando las técnicas más novedosas. Ya en 1834, D. Diego de Alvear  y Ward, en Montilla, Subbética cordobesa, introduce por primera vez en España la prensa hidráulica, la primera máquina  de  vapor  dedicada  a  la  producción de aceite que se implanta en Andalucía, lo que, coincidiendo  con  una  mejora  de  las  comunicaciones  con  la  construcción  del  ferrocarril  Córdoba–Málaga, convertirá a este  territorio en el epicentro de la modernización olivarera, con la  subsiguiente renovación de molinos de los conjuntos  agropecuarios  existentes.  Toda una revolución iniciada entonces e impulsada en los dos últimos siglos.

El tren del aceite en la línea Linares-Puente Genil, pasando por un paso a nivel en las proximidades de la Estación de Martos (Jaén), que daría acceso al aceite de las campiñas jiennense y cordobesa al puerto de Málaga.
Fotografía del Tren del Aceite de los años 20 del siglo pasado con ocasión de la visita del Rey Alfonso XIII.
El Tren del aceite, que durante decenios llevo los aceites andaluces al puerto de Málaga.
Horarios de trenes y precios de billetes en las estaciones del Tren del Aceite desde el 22 de enero de 1893.

Años más tarde, se produjo un hito histórico como fue el paso del ferrocarril, que unió a los principales municipios giennenses con Cabra (Córdoba), poniendo a disposición de los agricultores giennenses los puertos andaluces y permitiéndoles la exportación. Este “tren del aceite” fue efecto y causa de la expansión del olivar (9), consecuencia de las plantaciones hechas durante las últimas décadas y que, al mismo tiempo, promocionó su desarrollo. De esta manera, durante las primeras décadas del siglo XX, el olivar descendió de las montañas y empezó a adentrarse en las campiñas, preferentemente en la occidental debido a su menor capacidad agronómica y aprovechando la nueva distribución de tierra que se habían hecho a través de repartimientos y desamortizaciones. Así, tanto en los términos de sierra, como en gran parte de los que estaban a caballo entre ésta y la llanura, se llegó a rozar o superar el 75% del terreno cultivado con olivos. Sin embargo, en los terrenos más llanos, apenas se alcanzaba el 30%. Por ejemplo, en Cazalilla el porcentaje era inferior al 18% y, por su parte, en Fuerte del Rey no se llegaba al 12%. Aunque se le iba quitando al olivo el estigma de cultivo secundario o de invierno (10), lo cierto es que, para gran parte de los agricultores comarcales, todavía era un cultivo secundario.

Los periodos de plantación que se habían dado durante los últimos siglos y que habían ido creando extensos olivares a lo largo de Andalucía y la provincia, podían, ahora sí, llegar a la comarca, al eliminar aquel corsé que la falta de infraestructuras de comunicación había creado. Hasta este momento, las puestas se habían hecho sólo pensando en la población local, algo que cambió tras estos años y que supuso un cambio progresivo en los modelos de desarrollo por los que se movía la Campiña de Jaén. No obstante, todavía durante la primera mitad del siglo XX se vivieron momentos en los que se volvió a una economía de subsistencia, como ocurrió tras la Guerra Civil. Fue, muy probablemente, en este periodo de postguerra, cuando la población de vuelta a una situación autárquica, arrancó olivares de los ruedos de algunos de estos municipios, como Torredonjimeno y Los Villares, para volver a sembrar cereal.

Tras el periodo bélico y de escasez, de nuevo se aupó al olivar, en un momento que estuvo marcado por la asociación de los agricultores en cooperativas (11).

La Cooperativa se mantiene como una organización que se ha seguido manteniendo hasta la actualidad, frente a un sistema basado en la venta de aceituna a almazaras privadas que existía anteriormente. De esta manera, hasta la última parte de la década de los 70, se observa un incremento muy notable de su superficie, plantándose en estos años más de 1.000 hectáreas anuales, principalmente en las campiñas de Torredelcampo, Torredonjimeno o Jaén y, al mismo tiempo, eliminándose el cultivo mixto, tendiéndose a la funcionalidad única de las explotaciones. Unas nuevas plantaciones que se dan sobre parcelas que cada vez aumentan más su tamaño, alejando el minifundismo de etapas anteriores, para acercarse a un mediofundismo o, incluso, viéndose ya algunos latifundios de cientos de hectáreas plantadas de él, sobre todo en términos donde la distribución de tierras era más desigual, como Torredonjimeno.

Martos, Torredonjimeno y Torredelcampo, atalayas sobre olivares. Jaén.


https://www.youtube.com/watch?v=dxlhiHwTgMY

Esta etapa termina a finales de los 70, cuando el crecimiento se frena en seco y las cifras de ocupación del olivar apenas varían. Algo significativo porque, aunque se reduce muy notablemente la velocidad de siembra, no se arranca, tal y como estaba ocurriendo en otras zonas de España o Andalucía. Tan sólo algunas pequeñas parcelas son eliminadas para ubicar en ellas cereal o huertas, no obstante, sí que llega a ser más importante el abandono. Todo esto consecuencia de la bajada de rendimiento por el aumento de los costes de producción (12), principalmente el de mano de obra, que se intentó compensar con la ampliación de su superficie puesta. Así, se creó un círculo vicioso con el que se perseguía mejorar la competitividad de las explotaciones y del que se intentó salir a través de los Planes de Reconversión que pusieron en marcha las administraciones a finales de esa década y el comienzo de la siguiente (13).

Si se hubiesen mantenido las condiciones que habían llevado al olivar a esta situación, es muy probable que los arranques hubiesen sido más importantes, apostándose por otros más rentables. Sin embargo, en 1986, España se adhiere a la Comunidad Económica Europea, comenzando a recibir subvenciones procedentes de la PAC y haciendo que el olivo deje de ser un cultivo problema o “con problemas” (14), para convertirse después en una suerte de milagro (15).

Firma del Acta de Adhesión de España a las Comunidades Europeas en el Palacio Real de Madrid el 12 de junio de 1985. El 1 de enero de 1986 España era miembro de pleno derecho de la Union Europea.

A través de las ayudas se premia la producción, por lo que, en consecuencia, se aumenta aún más su superficie, era la manera que, hasta entonces, los agricultores habían tenido para generar más producción. Sin embargo, y al mismo tiempo que se plantan estos nuevos olivares, también se mejoran las técnicas agrícolas, en gran medida como consecuencia de las ayudas procedentes de Bruselas, desde el aporte de fertilizantes y abonos a, sobre todo, la expansión del regadío, con la construcción de balsas que se extienden sobre los terrenos más llanos y la parte de la zona oriental de la comarca. Es decir, en los mismos lugares donde se ubicaron los primeros regadíos del XIX, si bien estos se limitaban a las orillas de los ríos.

El incremento del terreno plantado durante estos años se produjo, principalmente, sobre las tierras cerealistas y llanas que todavía se podían encontrar en la campiña nororiental, siendo muy importante en algunos municipios como Fuerte del Rey, donde se triplicó la superficie puesta con este cultivo entre 1984 y comienzos del siglo XXI, o en Cazalilla, donde se duplicó. Sin embargo, también se pusieron estacas en algunas pequeñas parcelas sobre terrenos de montaña que no tenían características idóneas para ello o, incluso, se llegan a recuperar algunos terrenos que habían sido abandonados. No obstante, conforme fueron pasando los años, ya entrado el nuevo milenio, en gran medida, volvieron a dejarse al no contar el terreno con las condiciones necesarias para su cultivo.

Desde el comienzo de este nuevo siglo, se puede llegar a diferenciar las tierras de la Campiña entre aquellos lugares ya colmatados de olivar, donde incluso se produce una reducción en su superficie, a causa de urbanizaciones, abandono, sustitución de cultivos, etc…, y otras donde, al haber persistido el cereal, sigue plantándose, pero ya con las técnicas más modernas, olvidándose del cultivo tradicional y llevando las densidades a intensiva o superintensiva (16).

De esta manera, se ocupan parcelas de tamaño superior al que había sido el habitual hasta entonces, sobre todo en Mengíbar, Cazalilla y Jaén que habían aguantado su embate. Así como otras de tamaño muy inferior, por debajo de la hectárea, rondando el minifundio, ubicadas en Torredelcampo o Martos y que, hasta entonces, habían estado puestas de frutales mayoritariamente, siendo los últimos elementos que deban cierto frescor al paisaje de estos municipios y que están abocados, también, a la homogeneización.

Los nuevos olivares que han ido apareciendo desde finales del siglo XIX se emplazaron atendiendo a una serie de condiciones de los terrenos (edáficas) y climatológicas. Las primeras extensiones, de escaso desarrollo superficial y localizadas en los municipios de campiña, se dieron en un momento en el que la economía local y comarcal estaba inserta en un marco de autoconsumo. Si bien es cierto que existían algunas zonas donde ya había una tibia exportación de aceite o aceitunas (en La Guardia de Jaén o Villargordo, como indica Madoz), era imprescindible seguir plantando cereal para alimentar a la población, no pudiendo dedicar mucho más que un exiguo porcentaje para otros cultivos.

Aun así, en la segunda mitad del XIX se atisba un crecimiento en las sierras, sobre pequeñas propiedades de nuevos propietarios que extienden la frontera agrícola a través de un cultivo que no necesitaba grandes desvelos (17).

De esa manera, las campiñas pudieron seguir ocupadas mayoritariamente de cereales. En esta etapa de falta de maquinaria y tecnología apropiada, no se tenía en cuenta la calidad del zumo generado, sino sólo la cantidad (18).

Y es que, el aceite, hasta el siglo XX, siguió siendo también utilizado para cubrir muchas funciones, se hizo de nuevo multifuncional.

La llegada del tren produjo que los mercados a los que podía alcanzar el aceite se abrieran, y también que pudiera llegar cereal barato de fuera para cubrir parte de las necesidades de los habitantes comarcales. Desde entonces, los usos del suelo cambian atendiendo a la rentabilidad y no a la necesidad, siendo el olivar el gran beneficiado. El cultivo entró en otra etapa caracterizada por la exportación de los excedentes del mercado local. Con estas condiciones se produjeron los crecimientos de las campiñas occidentales, la de los municipios que estaban a caballo entre la Subbética y el Valle del Guadalquivir. No obstante, seguían existiendo limitaciones para un desarrollo estable, tanto desde un punto de vista técnico (dificultad de acarreo a las almazaras, falta de formación, escaso acceso a abonos inorgánicos, …), como económico o de mercantilización. Sin embargo, también es cierto que se van tomando medidas con el fin de aumentar la producción (entre otras la eliminación progresiva del cultivo mixto) y la calidad. Una calidad que, aun así, siguió sin ser interesante para gran parte de los agricultores y cooperativistas, volcados totalmente en la búsqueda de alimento barato.

En el primer tercio del siglo XX las innovaciones tecnológicas lograron mejorar la calidad del aceite para el uso alimenticio, comenzando la denominada “edad de oro del olivar” con la entrada en producción de la superficie plantada anteriormente, la mejora sustancial de las técnicas y un nuevo incremento de la superficie plantada, llevándose a cabo un proceso de modernización de las almazaras, además de que se incorporaran mejoras en el cultivo.  El periodo de producción de autarquía franquista, según las necesidades de consumo del país, y la interrupción de las relaciones comerciales internacionales, supuso la vuelta a una agricultura tradicional, sobre todo en Andalucía, que había empezado a superarse en las primeras décadas del siglo. 

Atardecer otoñal en los olivares sedientos de Lahiguera. Foto de J. J. Mercado.
 
A partir de los años sesenta del pasado siglo comienzan  a  tomarse  las  primeras  medidas  que  propiciaban  la  apertura económica  del  país,  cambiando  también  la  política  proteccionista  que  había  apoyado  al  olivar,  y  que abocaba al cultivo a una nueva etapa de crisis, diseñándose incluso desde la Administración un Plan de Reestructuración y Reconversión para  su  modernización, con la   compra  de  maquinaria,  un  cultivo  más racional, el abonado, el empleo de  fitosanitarios, la mejora del proceso de elaboración del aceite, o el arranque de los olivos en zonas donde fuera posible su aprovechamiento por otros cultivos. El impulso que se dio durante estos años setenta y ochenta no permitió salir de la crisis, pero sentó las bases del crecimiento  posterior,  unido  ya  a  la  entrada  de  España  en  la  Comunidad  Económica  Europea,  y  las nuevas  perspectivas  de  mercado  con  la  reglamentación  de  las  ayudas  al  aceite  de  oliva,  que  han supuesto  un  aliciente  para  que  la  superficie  olivarera  en  Andalucía  haya  mostrado  una  evolución indudablemente ascendente, cambiado el patrón espacial de crecimiento, pues se colonizan también los mejores  suelos  agrícolas  y  se  incorpora  el regadío. 

Los cambios más recientes han significado el incremento de la densidad, la difusión hacia las campiñas bajas, y extensión de 1.6 Millones de hectáreas con aparición de olivares de alta densidad, de naturaleza completamente diferente a los olivares tradicionales, por más que estos también se han modernizado.

En el contexto actual, el auge del olivar andaluz obedece a una fase expansiva que responde al aumento de la demanda internacional y a la modernización de la producción e industrialización, lo que ha permitido mejorar la productividad, incentivada aún más por el acceso a la Unión Europea. 

Con el paso del tiempo, el aceite pasó de alimentar el alumbrado público hasta llegar a convertirse en producto estrella en los mejores restaurantes del mundo; pasó de la tecnología de la viga y los capachos a las almazaras de doble presión y depósitos de acero inoxidable; a drones y plantaciones de mayor intensidad, al marketing digital y la bandera de la ecología y la salud…

A nivel internacional, en la primera década del siglo XX, cuando se tienen las primeras estimaciones de producción mundial sólo tres países: España, Italia y Grecia, copaban más del 80% de la producción mundial. Ya desde principios del XX España superó a Italia ampliamente. Aún hoy en día, la cuenca mediterránea concentra el 95% de la producción de aceite de oliva, pues, aunque algunos países del sur de América, así como regiones de California, Suráfrica o Australia, los llamados “otros mediterráneos”, han desarrollado desde la época colonial el cultivo del olivo, su dimensión en términos globales sigue resultando insignificante. 

Más allá de su continuidad y aparente uniformidad, el paisaje del olivar presenta diferentes morfologías internas en función del terreno en el que se asienta (colinas margosas, llanuras aluviales, etc.), de las situaciones agronómicas en las que el olivo está presente, desde olivares dispersos y multifuncionales hasta olivares que se fueron transformando en extensos campos monoproductivos.

Las diversas manifestaciones paisajísticas que, en definitiva, son representaciones de los distintos manejos, momentos históricos y una realidad socioeconómica determinada. Un paisaje único que se organiza en paisajes específicos, pues todo su más que milenario proceso ha ido dejando fisonomías muy diversas. En la fértil campiña bajoandaluza predominaron las grandes propiedades sustentadas en las haciendas de olivar, como las haciendas de Córdoba y Sevilla, levantadas con el auge olivarero de los siglos XVII y XVIII, que convirtieron las explotaciones agrícolas tradicionales en importantes centros especializados en producción de aceite. Olivar, campiña, gran propiedad, latifundio y jornalerismo, ejemplifican la expansión olivarera de ciertas zonas alentadas por el avance de la burguesía agraria. Del mismo modo, en áreas de orografía menos amable, como las campiñas altas y los piedemontes montañosos, se desarrollaron otro tipo de olivares levantados por un grupo social diferente, el campesinado, que aún satisfacía sus necesidades mediante la subsistencia, a veces trabajando por cuenta ajena y, en gran medida, dependiente de la naturaleza y no del mercado para garantizar su sustento. 

Campiñas de piedemonte de las serranías subbéticas.
Campiñas de piedemonte de la cuenca del Río Guadalimar (Jaén).
Piedemonte de Cazorla.
Piedemonte de la Sierra de Cazorla, Segura y Las Villas.

De hecho, a finales del siglo XIX y principios del XX, predominaron esas pequeñas explotaciones de olivar gestionadas por campesinos, de las que deriva una estructura de la propiedad dominada por el minifundio, un olivar que seguía cumpliendo un papel con varias funciones, capaz de proveer alimento para el ganado, combustible y productos para la venta. En las explotaciones de tamaño medio, el campesinado bascula también entre el empleo por cuenta ajena, el alquiler de fincas y la explotación directa de sus propiedades de olivos, que no sólo seguían manteniendo su vocación de realizar varias funciones a la vez, sino que cada día cobraban más valor comercial.  Buenos ejemplos  de  esta  categoría  son  algunas  comarcas  de  las campiñas  de  Córdoba  y  Jaén,  donde  convergen  depresiones  intrabéticas  con  sierras  subbéticas, tal como aparecen ejemplificadas en la zona de Montoro y su entorno, la subbética cordobesa y la Sierra de Segura, y tienen  protagonismo  las  clases  sociales  que  levantaron  los  olivos  y  realizaron  los  trabajos  colectivos durante generaciones y que, pese a las particularidades históricas y socioeconómicas locales, pueden ser ilustrativos de la estructura de pequeña propiedad común a este cultivo en la cuenca del Mediterráneo. Asimismo, la morfología de los olivares representados en las zonas propuestas, como también en la mayoría de países mediterráneos, muestran la modalidad de cultivos extensivos con densidades de plantación en torno al centenar de olivos por hectárea. En todos estos países también se están introduciendo olivares de alta densidad, con nuevos estilos de olivicultura que suponen un cambio drástico en las formas de explotación y en las condiciones socioeconómicas de producción. 

En definitiva, los diferentes paisajes del olivar en Andalucía también permiten ilustrar momentos y procesos visibles de la completa genealogía del paisaje del olivar, que se inicia con la frutalización del bosque mediterráneo. Las primeras variedades de olivo proceden de la selección de acebuches singulares por su tamaño, oleosidad de sus frutos y productividad del árbol.  Estos se propagan vegetativamente y las primeras variedades se cruzan con otros acebuches o variedades dando lugar a nuevas variedades.

Paisajes olivareros relacionados con sus orígenes históricos (medieval nazarí, colonial, de la Desamortización, etc.) que dan lugar a situaciones muy diversas: desde olivares dispersos y ubicados en lugares donde realizaban varias funciones a la vez, como en Periana y Álora o el Valle de Lecrín, hasta los que se  fueron transformando  en  extensos  y  lineales  campos  monoproductivos,  algunos  visibles  en  Campiñas de Jaén, la Subbética Cordobesa, Montoro y su entorno o Sierra Magina , que se han ido configurando como los actuales paisajes olivareros mediterráneos, desde el ancestral y  testimonial acebuche, padre de todo el sistema. Un paisaje en el que todo aquel milenario proceso de cultivo ha ido dejando huellas y fisonomías muy diversas hasta conformar los genuinos paisajes olivareros con diferentes versiones y morfologías.   

La historia de Andalucía ha ido marcándose en sus olivares, y la evolución y expansión del cultivo por toda la región ha convertido al árbol del olivo en el gran protagonista del paisaje agrario andaluz. Determinados momentos son especialmente significativos, pero la culminación del proceso de acumulación de saberes y experiencias es la gran explosión iniciada en el siglo XIX, una tendencia que se ha ido reforzando con el paso del tiempo y se mantiene en las primeras décadas del siglo XXI. Desde la colonización romana hasta la actualidad, dos milenios de evolución se han amasado para conformar la realidad del mar de olivos contemporáneo.

Junto a la importancia del comercio del aceite andaluz, desde la conquista romana de la península ibérica, serán las variaciones demográficas las que también determinan el avance o retroceso del cultivo.  Los drásticos cambios poblacionales durante la Baja Edad Media y el comienzo de la Edad Moderna, el repoblamiento en las nuevas colonias carolinas durante la Ilustración, o el continuo desarrollo poblacional desde el siglo XIX, han sido factores determinantes de la reducción o expansión del paisaje olivarero.  Por último, también influyen en su conformación razones políticas y culturales.  Así, la expansión en Sierra Morena tiene mucho que ver con el impulso repoblador de los ilustrados, con la necesidad de ocupar el espacio de la sierra por campesinos para reducir de este modo el abrigo que el bosque mediterráneo proporcionaba al bandolerismo y, por supuesto, con los sucesivos procesos desamortizadores.

Olivares en la Sierra Morena cordobesa.
Olivares en Sierra Morena.
También comprobamos como la permanencia del olivar en policultivo al sur de Granada refleja el modo de cultivar de los nazaríes que se ha conservado en las comarcas de tradición morisca. 

Las diferentes zonas propuestas representan una determinada etapa o ciclo histórico, y sus orígenes y vestigios permiten reconstruir la evolución del olivar andaluz; etapas que se enuncian en su titular, (nazarí, colonial, de la desamortización, etc.). Prácticamente todas ellas se consolidaron en el siglo XIX, llegando a nuestros días como zonas históricas olivareras con plena vigencia y vitalidad.

En la primera mitad del siglo XX, si bien no se puede decir que existiese un sistema productivista pleno (19), sí que es más que evidente la especialización, independientemente del tamaño de las explotaciones y el grado de intensificación que cada una pudiera tener. Y es que, aunque llegaron innovaciones propias de este proceso capitalista, la forma de aumentar las producciones siguió siendo fundamentalmente la introducción de nuevas plantaciones. Se asiste ya a la conquista de la campiña por parte del olivar, pero primero ocupará los suelos menos fértiles, dejando para el final, en pleno productivismo auspiciado por la PAC, las mejores parcelas de las zonas llanas. Un hecho al que hay que sumar en tres de estos municipios (Cazalilla, Mengíbar y Villatorres) los trabajos de concentración parcelaria y puesta en regadío por parte del Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrícola (IRYDA) durante los años 50 (20), que no permitieron su adjudicación hasta varías décadas más tarde. Probablemente, por ello, el cereal u otros cultivos herbáceos aguantaron durante más tiempo el embate olivarero en estos términos municipales.

Los planes de mejora del olivar de los años 70 del siglo XX pueden ser considerados como el fin de esta etapa pre-productivista o de apertura al comercio nacional e internacional. Estos comenzaron en una época en la que en España se estaba arrancando de manera muy intensa, por lo que se intentó mejorar el rendimiento a través de la modernización técnica. Así, se pretendió un incremento productivo basado en los insumos externos, la alteración de las condiciones ecológicas (propia de la Revolución Verde) y, probablemente y como hecho accesorio o consecuencia, el comienzo de un proceso lento de concentración de tierras en el tramo inferior de las explotaciones, a través de la compra y la realización de nuevas plantaciones (21).

No obstante, y poco a poco, se constituye o afianza el “núcleo duro” de 5 a 50 hectáreas (22), que será en el que se acumularán las explotaciones con tamaño suficiente para que los propietarios decidan si siguen con un cultivo tradicional o se internan en modelos más profesionalizados.

La distribución de la tierra hasta ahora ha favorecido poco la segunda opción, perpetuando un sistema basado en agricultores de fin de semana (23), que usan el olivar para completar sus rentas de fuera del mundo agrícola. Un sistema propio desde su origen del olivar giennense, cultivado tradicionalmente por pequeños propietarios (24), y que, por otra parte, lo ha constituido en cultivo fuertemente social (25).

Estos cambios fueron simultáneos a la mejora de las condiciones para la transformación en las almazaras para conseguir un mejor producto (26), ya en un sistema en el que el aceite era el único fin que se pretendía y éste se destinaba ya al uso alimentario casi exclusivamente. El olivar multifuncional y el aceite que se sacaba de él, también multifuncional (grasa para alumbrar, usos industriales o fabricación de jabón, además de alimento) habían ido quedando relegados hasta casi desaparecer, configurando todo este proceso un terreno monocolor y sin diversidad, en la mayor parte del suelo comarcal, ya que todo el proceso estuvo monopolizado desde el origen por una sola variedad de olivo: picual (27).

Sin embargo, el productivismo más febril se inicia tras la entrada de España en la CEE. En este momento, las subvenciones a la producción animaron a los agricultores a obtener más aceituna, ingresando enormes cantidades de abonos o fitosanitarios (28), y convirtiendo el ecosistema en algo artificial. El premio que tenía el obtener más cantidad trajo como consecuencia incrementos superficiales, pero también hubo cambios agronómicos tanto en las nuevas plantaciones como en los viejos olivares.

Las reformas de la PAC que se han llevado a cabo desde finales del siglo XX, han aumentado la presión sobre los agricultores para que tornen a un cultivo más respetuoso con el medio ambiente. Sin embargo, siguen primando las visiones productivistas, tan sólo adaptándolas para seguir cobrando subvenciones e, incluso, azuzando el sistema que se traía hacia una especie de hiper productivismo, aun cuando las plantaciones de tipo superproductivo sean difíciles de introducir en la comarca, tanto por la dificultad del riego como por las pendientes (29), con el cual conseguir todavía mayor cantidad de aceite. Así, prograsivamente algunas explotaciones están interesándose en la agricultura ecológica. De hecho, aun con todos los debates que existen sobre la terminología usada, quizás podríamos llamar a éstas estrategias más como unas estrategias  “neoproductivistas” (30).

No obstante, lo cierto es que estos campos cumplen una serie de los principios del post-productivismo, por ejemplo, el que la mayor parte de los trabajadores agrícolas tengan empleos fuera del sector primario, o que las explotaciones sean de tamaño limitado. Sin embargo, estas características son consecuencia de los avatares históricos y de una estabilidad acusada de los modos de manejo, más que como algo buscado y, además, pueden ser también descritos como frenos al desarrollo de iniciativas que avancen en esta dirección (a través de la diferenciación, la búsqueda de mejor calidad o la de nuevos ingresos procedentes de otras actividades dentro de las propias explotaciones), ya que el trabajo en ellas es ocasional y su tamaño no las favorece. Por todo, parece necesaria la coordinación de los agricultores del sector oleícola, sobre todo mediante las cooperativas, que junto a almazaras privadas, comunidades de regantes, asociaciones agrarias… tanto de primero como de segundo grado, así como con otras sociedades creadas en los últimos años para realizar la venta conjunta de nuestros aceites (31).

Sin embargo, esta coordinación no debería limitarse sólo a la obtención y comercialización del aceite, sino que también debe adentrarse en la innovación, la generación de productos respetuosos con el medioambiente y el liderazgo hacia este nuevo ruralismo emergente.

De cultivo de subsistencia y uso multifuncional, el olivar se convirtió, con el paso del tiempo, en un especialista en la producción de aceite exportable a todo el mundo.

La dinámica seguida hasta alcanzar la situación actual ha sido distinta a lo largo de la Campiña de Jaén, atendiendo a factores tales como la pendiente de los terrenos o el tamaño parcelario. Fue sobre los suelos más pobres en los que se llevó a cabo una temprana especialización. Mientras, en los llanos y profundos, la producción de cereal siguió siendo durante algo más de tiempo todavía rentable y, sobre todo, necesario para el mantenimiento de la población local.

La facultad de la venta al exterior fue la verdadera responsable de la explosión del olivo, de la misma manera que había estado ocurriendo durante siglos anteriores en otras zonas de Andalucía (32).

La conexión se convirtió en el elemento clave para su evolución y para el paso de diferentes procesos de cambio que se fueron superponiendo sobre el terreno. Procesos que han llevado a estos campos a la situación actual, de una manera asimilable, aunque ciertamente diferenciada, a lo que ha ocurrido en otras regiones europeas (33).

De esta manera, es posible observar el paso de la subsistencia al productivismo, con la entrada de dinámicas de mercado en él, y la consiguiente pérdida de control del sector por parte del agricultor, así como la aparición de crisis recurrentes.

Sin embargo, como la ocupación olivarera, de momento, no es completa, habrá que estar atentos en el futuro inmediato para ver si se consigue o, por el contrario, permanecen o se incrementa la diversidad de cultivos. Todo ello dependerá de la dinámica propia del sector oleícola, que va a marcar el camino que seguirán los labradores de las comarcas. Hoy por hoy, aunque por parte de las administraciones, principalmente, se señalan las ideas post-productivistas y la multifuncionalidad (trufadas, todavía, de elementos productivistas), lo cierto es que para gran parte de los agricultores estas ideas siguen siendo un reto muy difícil de afrontar y continúan anclados en antiguos estadios (34).

Granada 22 de septiembre de 2022.

Pedro Galán Galán.

Bibliografía:

(1) Plinio el Viejo, Historia Natural, XV, 2

(2) Serrano Peña, J.L.: Producción, excedente y mercado del aceite en el Alto Guadalquivir. En De vino et oleo Hispaniae. AnMurcia, nº 27-28, 2011-2012, páginas 401 a 419.

(3) Remesal Rodríguez, J.: Aceite Bético, alimento para Roma. En Izquierdo Toscano, J.M. (coord.): Andalucía. El olivar. Sevilla: Fundación Juan Ramón Guillén – Grupo Textura, 2013, páginas 37 a 56.

(4) López Cordero, J.A. (1994). Los baldíos en la comarca de Jaén (siglos XVI-XVIII). Boletín de Estudios Giennenses. Nº 153, Vol. 2, páginas 781 a 810.

Recuperado de:

 https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1200609

(5) Esponera, P. (1854): Del olivo y su cultivo. Memoria presentada a la Junta de Agricultura de la provincia de Jaén. Madrid.

(6) Guzmán Álvarez, J.R. (2004): El palimpsesto cultivado. Historia de los paisajes del olivar andaluz. Consejería de Agricultura y Pesca de la Junta de Andalucía.

(7). Delgado Cabeza, M. (2014). La globalización de la agricultura andaluza. Evolución y vigencia de “la cuestión agraria” en Andalucía. En M. L. González de Molina Navarro (coord.): Cuadernos de Andalucía en la historia contemporánea. La cuestión agraria en la historia de Andalucía. Nuevas perspectivas. Páginas 97 a 132. Fundación Pública Andaluza. Centro de Estudios Andaluces. Consejería de la Presidencia de la Junta de Andalucía.

(8) Moreno-Pérez, O. M. (2013). Reproducing productivism in Spanish agricultural systems. Agriculture in Mediterranean Europe: Between Old and New Paradigms. En T. Marsden, Research in Rural Sociology and Development.19, 121-147.

doi: http://dx.doi.org/10.1108/S1057-1922(2013)0000019008

(9) Mata Olmo, R. (1982). Propiedad agraria y evolución de cultivos en la campiña de Jaén. Miscelánea Conmemorativa Volumen Decenario de la Universidad Autónoma de Madrid, páginas 201 y 222.

(10) Bernal Rodríguez, A.M. (1979). Cambios, modernización y problemas en la agricultura andaluza (siglos XIX-XX). Revista de estudios regionales, 4 (número extra), páginas 113 a 131.

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(11) Rodríguez-Cohard, J.C. y Parras, M. (2011). The olive growing agri-industrial district of Jaén an dthe international olive oils cluster. The Open Geography Journal, 4, pages 55 a 72.

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(34) Galiano Parras, Samuel: La formación del monocultivo olivarero en la comarca Campiña de Jaén. Investigaciones Geográficas (Esp), núm. 67, páginas 123 a 141, 2017. Universidad de Alicante.


3 comentarios:

jesus.nuevodoncel dijo...

Otro artículo maestro, Pedro.Ni el cultivo del olivo ni la extensión del mismo han sido siempre iguales como tú nos vas enseñando. El paso siguiente está en la comercialización y el valor añadido que supone. Causa verdadero placer ver los lineales de las grandes superficies con una variedad de aceites inimaginable hace pocos años; no son aún como los lineales de los vinos, pero se les van acercando; y es que se está convirtiendo en objeto de degustación, y lo merece.
Ojalá llueva este otoño y se remedie algo la cosecha; unos precios altos pueden beneficiar a algunos olivareros, pero echan a los consumidores en manos de otras grasas vegetales más baratas y cuesta recuperar el mercado perdido.
Gracias.

PEDRO GALÁN GALÁN dijo...

El sector agroalimentario se encuentra inmerso en un momento de cambios que, como no puede ser de otra manera, también afectan al sector del olivar y del aceite de oliva. La adaptación a la nueva situación económica mundial, la actual estructura de costes de producción, la futura Política Agraria Común y otras cuestiones operativas hacen necesario analizar todas las fases productivas para intentar ser cada vez más eficientes y hacerlo, además, de forma sostenible. De igual manera, la complejidad y los cambios en los mercados generan trabas en la comercialización de nuestras producciones con precios rentables, que hemos de solucionar para conseguir mantener posiciones y ampliarlas siempre que sea posible.
Los envasadores de aceite de oliva vieron buenas salidas de aceite en el mes de agosto pasado, al menos esta es la prospectiva.
Durante el mes de agosto, penúltimo de campaña, los envasadores de Anierac pusieron en el mercado los 25,80 millones de litros de aceite de oliva, 3 millones de litros más que en agosto del 2021. En el detalle de las diferentes categorías de aceite de oliva, la mayor cifra de ventas la presenta el AOVE, con 11,83 millones de litros, seguido por el “Suave” con 8,41 millones de litros. Las categorías “Virgen” e “Intenso” alcanzan cifras mucho menores, con 2,19 y 3,36 millones de litros respectivamente, cantidades muy similares a las del mismo mes del año pasado.
A falta de un mes para los datos finales de la campaña 2021/22, se han puesto en el mercado 283,18 millones de litros, cifra un 3,87% inferior a la del mismo periodo de la campaña pasada. El mayor volumen corresponde al AOVE, que con 117,78 millones de litros acumulados presenta un descenso del 1,42%.
Las ventas acumuladas en la categoría de aceite de oliva “Suave” son de 101,52 millones de litros, mientras que las del aceite de oliva “Intenso” son de 39,30 millones de litros. Ambas representan una disminución de un 3,72% y un 14,68%, respectivamente.
Por otro lado, la categoría “Virgen”, con un incremento del 4,10%, presenta un comportamiento positivo, con unas salidas de 24,58 millones de litros.
En el pasado mes de agosto se pusieron en el mercado 1,31 millones de litros de aceite de orujo, con un acumulado de 16,53 millones de litros de aceite de orujo en toda la campaña hasta agosto, cifra superior en un 28,11% a la del mismo periodo de la campaña 20/21.
Jesús muchas gracias por tu comentario, breve pero jugoso y por tanto dos veces bueno. No se pueden concretar mejor los caminos a seguir en esta producción. Como complemento he pensado aclarar las situaciones de puesta en venta de las diferentes calidades de aceite puestas en el mercado en esta última campaña oleícola.
Un cordial saludo.

PEDRO GALÁN GALÁN dijo...

Jesús, me permito aclarar las cualidades de cada uno de los aceites de oliva que se pueden encontrar en el supermecado, para información del consumidor:
En 1986 el Convenio Internacional del Aceite de Oliva definió como “aceite de oliva” únicamente al aceite procedente del fruto del olivo, con exclusión de los obtenidos por disolventes, por procedimientos de reesterificación y de mezcla con aceites de otra naturaleza.
El aceite de oliva se diferencia de otros aceites vegetales en dos características esenciales que lo hacen también más apreciado: procede de un fruto y es comestible (no necesita ser refinado) en el momento de la producción cuando la materia prima es de buena calidad; de esta manera la denominación de aceites de oliva virgen se reserva a “los aceites obtenidos a partir del fruto del olivo únicamente por procedimientos físicos, en condiciones, sobre todo térmicas, que no ocasionen la alteración del aceite y que no hayan sufrido tratamiento alguno distinto del lavado, la decantación, el centrifugado y la filtración, con exclusión de los aceites obtenidos mediante disolventes o por procedimiento de reesterificación y de cualquier mezcla con aceites de otra naturaleza”. (Reglamento Nº 356/92/CEE. Diario Oficial del 15 de febrero de 1992. Que modifica el Reglamento Nº 136/66/CEE).
La clasificación actualmente vigente de los aceites de oliva es la siguiente:
-Aceite de oliva virgen, ya definido anteriormente y que a su vez se clasifica en: Extra: de gusto absolutamente irreprochable y con acidez (expresada en ácido oleico) no superior a 1º. Fino: de gusto irreprochable y acidez no superior a 2º. Corriente: de buen gusto y acidez no superior a 3,3º. Lampante: de gusto defectuoso o cuya acidez sea superior a 3,3º.
-Aceite de oliva refinado: obtenido por refinación de aceites de oliva vírgenes y con acidez no superior a 0,5º.
-Aceite de oliva: mezclas de aceites de oliva virgen distintos al lampante y de oliva refinado. Con acidez no superior a 1,5º (el más consumido en España).
-Aceite de orujo crudo: obtenido a partir de orujo (subproducto de la aceituna) por medio de disolventes.
-Aceite de orujo refinado: obtenido por refinación del aceite de orujo crudo y con acidez no superior a 0,5º.
-Aceite de orujo de oliva: mezcla de aceite de orujo refinado y aceites de oliva virgen distintos al lampante. Con acidez no superior a 1,5º.
La cualidad más importante del aceite de oliva virgen es que conserva inalterables todos los componentes y propiedades de las aceitunas como auténtico zumo del fruto del olivo, destacando su valor nutritivo y su alto poder vitamínico; en la fracción insaponificable se pueden encontrar determinadas cualidades nutritivas, en primer lugar los aportes vitamínicos A y E, en segundo lugar su gran contenido en b-sitosterol que puede interferir competitivamente con la absorción intestinal del colesterol. Es auténtico zumo de aceitunas sanas, completamente natural, sin aditivos ni conservantes, no ha sufrido proceso alguno de refinado, sus propiedades beneficiosas para la salud y para la alimentación justifica ampliamente el precio de este producto regalo de la naturaleza. Es el más natural de todos los aceites; se trata de un producto protector y regulador del equilibrio de nuestra salud.
Saludos.