PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

martes, 31 de enero de 2023

EN EL ARCHIVO MUNICIPAL DE JAÉN, EN LAS ACTAS DEL AÑO 1700, SE DA BREVE EXPLICACIÓN DE LA SITUACIÓN POR LA QUE PASABA NUESTRO PUENTE ROMANO SOBRE EL SALADO.

“LA PUENTE DEL SALADO QUE BA AL LUGAR DE FUENTE EL REY ESTABA DETERIORADA Y DE FORMA QUE SI AVÍA ALGUNAS LLUVIAS EN ESTE YBIERNO LE SERÍAN DE TANTO PERJUICIO QUE ESTAVA A PIQUE DE QUE LA LLEVASEN” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1700. Cab. 25-1.)

Hoy nuestro propósito es dar a conocer la cita del Archivo Municipal de Jaén en la que se da a conocer el estado calamitoso en que debía encontrarse nuestro puente romano sobre el Salaillo. Hoy podíamos escribirlo para su mejor comprensión de la siguiente forma: “El Puente del Salado que va al lugar de Fuente del Rey estaba deteriorado y de forma que, si había algunas lluvias en este invierno (del año 1700) le serían de tanto perjuicio que estaba a pique de que se lo llevasen”.

Inscripción en piedra de la remodelación del Puente Romano del Saladillo en tiempos del Rey de España Carlos III, realizada en el año 1778.

Transcripción del texto de la inscripción en piedra colocada en el Puente Romano del Saladillo tras la remodelación del puente en el reinado del rey Carlos III en 1778.

Inscripción en piedra de la remodelación del Puente Romano llamado "del Gato" en el reinado del Rey de España Carlos III en el año 1778. También expuesta en el Ayuntamiento de la villa. En la foto de abajo se pueden contemplar ambas inscripciones en la sala de exposición de los restos del Patrimonio Histórico de Lahiguera. Fotos facilitadas por la alcaldesa Francisca Paula Calero Mena.
 


Esta sería la situación que tendría hace 323 años, y todavía persiste en su intento de sobrevivir a los peores tiempos y a las grandes riadas, está claro que sus dovelas al aire y al paso de los siglos dan muestra inequívoca de su construcción romana, si no hubiese procedido de esa factura romana, seguramente este puente habría dejado de existir. Los siglos y los años pasan y las autoridades locales, provinciales y ahora autonómicas siguen sin dar solución a su restauración y mantenimiento.

La tan transitada Vía Pecuaria tenía paso obligado por nuestro puente romano para ir a Fuerte del Rey (antiguo Fuente del Rey) o para Jaén, por lo que se llamaba el Camino de Jaén

El antiguo Camino a Jaén, que no era otra cosa que la antigua vía pecuaria, que se utilizaba para la movilidad del ganado y de los que transitaban desde nuestra villa u otras próximas para caminar hasta la capital de la provincia del antiguo Reino de Jaén, bien a pie o  con medios de transporte disponibles, como jinetes a caballo, mulos o burros, usuarios de coches de mulas, traslados de animales o carretas para mercancías.

La cita del archivo viene con ocasión de los temporales y sequías que durante siglos sufrieron o padecido en este clima, ciertamente irregular, que se produjo entre los siglos XVII y XX con la Pequeña Edad del Hielo, como después veremos con importantes referencias a las muchas calamidades que los agentes meteorológicos producían, sus causas en las enfermedades y epidemias que asolaban nuestra tierras, y el nacimiento de la meteorología como ciencia en Europa y en España, asociada a los médicos (físicos) en sus inicios como ciencia, debido a que consideraban que todos los agentes meteorológicos eran los causantes de las plagas y enfermedades que sufrían nuestras poblaciones durante estos siglos.

Así que nos disponemos a hablar del clima de nuestra tierra, que como será fácil reconocer era motivo de preocupación por sus efectos adversos y las consiguientes dificultades que proporcionaban a nuestros antepasados en su vida ordinaria.

Supongo que todos hemos experimentado en nuestra vida, que hablar del tiempo atmosférico constituye un elemento más para la apertura a una relación más o menos amistosa entre personas; la conversación sobre el tiempo atmosférico ha sido la llave para abrir la sociabilidad humana, y también uno de los recursos más socorridos para iniciar una conversación. Observar su comportamiento, anotar sus variaciones y escribir sobre la influencia, que pudiera ejercer sobre la salud de las gentes, o los rendimientos agrarios, fueron acciones de notable trascendencia científica, pero también política y económica. Con frecuencia, a la hora de reconstruir las oscilaciones del clima en siglos pasados, el historiador recurre a fuentes de muy diferente índole, custodiadas en los archivos municipales, ya que las consecuencias (a menudo calamitosas) que pudieran deparar los  hechos que producían los fenómenos meteorológicos, eran considerados como caprichos de la Naturaleza y del tiempo en concreto, que siempre fueron motivo de preocupación, cuando no de alarma, y una vez padecidos generaban una documentación abundantísima, variada y muy rica en información. Manuscritos, impresos o imágenes se convierten, para el historiador, en instrumentos de gran valor cualitativo, pues le permiten penetrar en un universo en el que, la percepción que los protagonistas tuvieron de la realidad inmediata, desempeña un papel fundamental. Tanto para valorar el hecho en sí y sus efectos, como para reflexionar acerca de la causa que produjo un desastre concreto, que a veces registraban los priores de la parroquia en los libros de defunciones o enterramientos.

Foto antigua del Puente Romano del arroyo Salaillo de Lahiguera (Jaén). Tomada de Castillo Armenteros, Juan Carlos: "Las vías de comunicación terrestres en al-Andalus y Castilla. Algunas propuestas de su estudio". En Sánchez Terán, S;Balestracci, D; Amalric, JP; Comín, F, y otros: La fundación de espacio histórico: Transportes y comunicaciones. Universidad de Salamanca, 2001, páginas 49 a 103.

Nuestro objetivo en este artículo no va más allá de repasar los documentos que se produjeron a lo largo de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX en la provincia de Jaén, y en España, para así comprender la variabilidad del nuestro clima, y contribuir al mejor conocimiento de los tiempos y los climas en épocas pasadas, a partir de los registros de los archivos locales de nuestra provincia y quizá también de la prensa de los siglos anteriores. Nosotros realizaremos un recorrido de hechos relacionados con los daños sufridos en nuestros pueblos a lo largo de estos siglos.

Aunque el predominio del tiempo seco y despejado ha sido evidente a lo largo de nuestra existencia, también los años de tiempo seco fueron abundantes en siglos pasados; todos hemos podido tener la evidencia de la periodicidad de ciclos lluviosos y de una gran inestabilidad atmosférica, como la que ahora felizmente estamos atravesando, que en parte nos hará olvidar la sequía pasada. Ciclos de lluvia y sequía que no han faltado a lo largo de nuestros años de vida, como fueron también habituales para nuestros antecesores en los siglos pasados.

Con frecuencia a las sequías más o menos largas, le suceden bruscos cambios de temperatura y ciclos de precipitaciones más o menos calmadas, con apaciguada “agua calaera” o de carácter torrencial, que en este último caso producían una enorme impresión en los vecinos y los paisanos giennenses de antaño, y que suponían una evidente alteración para la vida de los vecinos en todas sus dimensiones de vida y en las variadas faenas de los laboriosos y continuos quehaceres del campo. Refranes como “Marzo o seca las fuentes o se lleva los puentes”, nos evidencian las alternativas de tiempo atmosférico que sufrimos, y reflejan estos contrastes, que no son otra cosa que la constatación por la experiencia de la vida de las generaciones anteriores, que comprobaron cómo los ciclos climáticos se renuevan cada cierto tiempo, y que todavía hoy son parte de nuestra vivencia del tiempo atmosférico, que unas veces disfrutamos y otras sufrimos.

Vista ampliada de la inscripción de la remodelación del Puente Romano del Saladillo en el reinado de Carlos III, año 1778. Piedra que desde hace poco tiempo está expuesta en el Ayuntamiento de la villa para su conservación.

El estudio de las oscilaciones del clima en épocas pasadas, pese a las reticencias con que fue contemplado en un primer momento, resulta imprescindible para comprender en toda su dimensión determinados acontecimientos históricos, sobre todo los relacionados con crisis agrarias y demográficas en nuestra comunidad y en el resto de España (1).

No menor interés encierra el análisis de los fenómenos extraordinarios de signo geológico (terremotos, erupciones volcánicas) así como los relacionados con plagas agrícolas y enfermedades, que trataremos en otros artículos en el futuro.

Ubicación del Puente Romano sobre el arroyo Salaillo de Lahiguera cerca de la carretera que une Andújar con Jaén. Foto del 17 de junio de 2012 de J. J. Mercado.

En el primer caso, las cada vez más numerosas investigaciones demuestran que los vaivenes climáticos contribuyeron, entre otras cosas, al desencadenamiento de las crisis agrícolas durante las edades Media y Moderna, afectando seriamente a las sociedades que los padecieron; no en balde, la agricultura fue, durante el período preindustrial, la actividad económica más importante y sensible; pues proporcionaba ocupación a un porcentaje muy elevado de la población, y debía garantizar el sustento a la totalidad de la misma. Si consideramos la modestia de los avances tecnológicos, tanto en utillaje como en sistemas de cultivo o en el empleo generalizado de abonos, su vulnerabilidad era casi total ante los agentes atmosféricos y el alternativo azote de las plagas.

Con el monocultivo del olivar hoy en Lahiguera, hemos podido comprobar como un mal año agrícola, constituía un desastre en ciernes que podía llegar a adquirir proporciones dramáticas, difícilmente asumibles por la sociedad del momento en siglos pasados. Pero las calamidades derivadas de la acción de acontecimientos naturales de rango extraordinario, también provocaban la destrucción de núcleos urbanos e infraestructuras básicas, tanto de comunicación como de transformación de productos básicos (caso de molinos harineros, por ejemplo), que sumían a las economías de la época en la ruina y el caos.

Como la historia pasada es enseñanza para nuestra vida, aportaremos unos datos: en la primera mitad del siglo XVII, siglo en el que hubo 17 años que fueron considerados lluviosos en la primera mitad del siglo, y 24 en la segunda parte de esta misma centuria, es decir de cien años 41 fueron lluviosos y 59 normales o secos (2).

 

Ubicación del Puente romano sobre el Salaillo, con indicación del trayecto de la Vía pecuaria, después llamada Camino de Jaén. En primer plano la carretera actual a Jaén que recientemente se ha publicado su desdoblamiento por parte de la Junta de Andalucía, y al fondo la confluencia del Salaillo con el Salado. Foto de J. J. Mercado de fecha 17 de junio de 2012.
Las riadas podían ser la consecuencia de las precipitaciones continuas que se presentaban en una serie de años, si las precipitaciones eran muy abundantes y copiosas.

Sánchez Albornoz habla de una de ellas en tierras de Jaén durante la Edad Media, fue durante una campaña de Alfonso VII el Emperador en campaña de conquista por tierras de Jaén, algunas huestes de la frontera pasaron el río Guadalquivir para continuar sus depredaciones en los territorios que entonces ocupaban los árabes; pero sobrevino una crecida de nuestro gran río,  y no pudieron atravesarlo de nuevo en retirada cuando se acercaban las fuerzas almorávides, y como el ejército cristiano no pudiese socorrer a sus huestes de frontera, sus caudillos les gritaron: “confesad vuestros pecados unos a otros, orad, comulgad del pan bendito que tenéis con vosotros y Dios se compadecerá de vuestras almas” (3).

Alfonso VII el Emperador, rey de Castilla y León.

Los temporales, y en general el tiempo de invierno, eran considerados como un hecho enojoso en el mejor de los casos, y como origen de peligros y penalidades para las gentes de estos siglos. Por ello en estos siglos medievales las campañas de la Reconquista se planificaban siempre para realizarlas en verano, y así estar de vuelta a casa para cuando comenzase el otoño-invierno. Tiempo en el que los castellanos hacían las labores de labranza y siembra de sus tierras.

Unas de las consecuencias más graves de los temporales eran la ruptura y el grave deterioro de las comunicaciones, y tenían una relación directa con la fragilidad de los puentes y pontones, la mayoría de ellos estaban realizados con madera (recordemos el Puente Tablas en Jaén), y tenían por ello como característica general que siempre presentasen una débil estructura, que ponían en peligro la seguridad de sus usuarios.

El Puente de Obispo de inicios del siglo XVI en las cercanías de Baeza, que en el año 2018 cumplió los 500 años de su construcción sufragada por el Obispo gallego D. Alonso Suárez de la Fuente del Sauce.

Salvo los puentes romanos, y alguna obras de cierto empaque como el Puente del obispo, de inicios del siglo XVI, en las cercanías de Baeza, o el puente de Marmolejo, de finales de dicho siglo, poco se hizo hasta el siglo XVIII, así el Puente Nuevo se construyó en 1742, de modo que sustituyó la fábrica de madera del Puente Tablas, por otra de piedra en 1778. También en el siglo XVIII se inició la construcción de un puente en la Alcantarilla, en Jaén, muy necesario para seguir el camino a Granada, a la Sierra de Jaén y a los pagos de su entorno para labrar tierras y haciendas (4).
Puente renacentista de San Bartolomé en Marmolejo.
El Puente Nuevo se construyó en el año 1742 para sustituir la fábrica de madera del Puente de Tablas, que parece ser se finalizó en 1778, puente que hubo que reconstruirlo en diciembre de 1885 por su hundimiento, por lo que se volvió a reutilizar el Puente de Tablas. Desde su reconstrucción fue llamado Puente Nuevo, nombre que persiste.

Puente de la Alcantarilla de Jaén.

En relación con el ciclo de lluvias en el siglo XVI, Domínguez Ortiz cita como muy lluviosos, los años 1543, 1544, 1554, 1557, y 1589.

Hubo algunos años en los que la lluvia y los temporales fueron de una gran virulencia. Así ocurrió en una serie de años como los de 1586, 1587, 1626, 1680, 1684, 1708 y también en los primeros años de la década de 1780 a 1790 (5).

También se describe que en el siglo XIX Jaén sufrió temporales en el año 1821 (6).

Y Torres Navarrete cita también los  fuertes temporales padecidos en Úbeda en los años 1822, 1864, 1866 y 1888 (7).

La ausencia de puentes en lugares adecuados, como ocurría en Mengíbar obligaba a la utilización de barcas para vadear los ríos. Estas embarcaciones eran frecuentemente inestables y su uso implicaba serios riesgos para sus usuarios, como demuestra la peligrosa experiencia de Santa Teresa en el paso del Guadalquivir por Espeluy, en una barcaza del conde de Santisteban, o la del obispo de Troya D. Melchor de Soria Vera que cayó desde la barca de Mengíbar, al río Guadalquivir en diciembre de 1632 (8).

D. Melchor de Soria y Vera, un giennense que marchó a la Archidiócesis de Toledo, donde ejerció de Obispo Auxiliar y Obispo de Troya. Al cruzar el Río Guadalquivir en una barcaza cayo al río en Diciembre de 1632.

Pondremos a continuación algunos ejemplos que nos demostrarán cómo una oleada de lluvias intensas podía colapsar las comunicaciones del Reino de Jaén.

En enero de 1587 el Concejo de Jaén “libró 50 ducados para hacer la puente de Almenara atento que se la llevó el río y es de mucha ymportancia para el bien y el beneficio público de los vecinos desta cibdad... por ser como es... camino que más se tragina con bastimento en esta cibdad y para... cultivar las tierras y haciendas” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1587. Cab. 30-1.)

En febrero de ese año 1587 se hacen reparaciones en el camino del Llano (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1587. Cab. 4-2.)

En abril de 1587 el corregidor de Jaén describió el mal estado de los caminos reales del término de la Ciudad, hecho relacionado con los temporales sufridos:

“Ay muchos pasos muy malos y peligrosos de tal manera que no se puede pasar por ellos, si no es con mucho peligro y riesgo, ansí a pie como a caballo” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1587. Cab. 13-4.)

Continúan las noticias de reparaciones de puentes a lo largo del primer tercio del siglo XVII, como lo muestran las actas de los años 1620 y 1621  (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1620. Cab. 5-3. y Actas de 1621. Cab. 29-3.)

En 1626 se produjeron intensas precipitaciones. En Sevilla las lluvias de ese invierno provocaron la crecida del Guadalquivir, el 25 de enero, causando grandes daños:

Los ejemplos se podrían repetir en otras muchas referencias de las inundaciones provocadas por las intensas precipitaciones.

“Todos los más conventos fueron anegados... y todo lo que estaba en baxa, alimentos y ornamentos se perdió y caieron muchos apoisentos y paredes. Las bóbedas y sepulturas se hundieron, y muchos cuerpos anduuieron nadando” (9).

En junio de dicho año 1626, en el Ayuntamiento de Jaén “se habló de la necesidad de reparar cierto puente, objetivo de difícil consecución dada la sempiterna indigencia de las arcas concejiles” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1626. Cab. 10-6.)

En 1632 se recibió una Real Cédula de la Corona que autorizaba un repartimiento para paliar la mala situación de los puentes de Almenara y de Baeza, donde se decía que:

“En el término della (Jaén) havía tres ríos caudalosos que se llamavan Guadaualla, Riofrío, Guadalbullón que todos se benían a juntar en la Puente Baeça que era passo para el reino de Granada y la Mancha y con las avenidas y crecientes de los dichos ríos se avía llenado parte della y lo demás estaba agolvado de manera que el agua passava por encima della o por los lados”.

Respecto al Puente de Almenara se afirma que en ella se unían los mismos ríos.

Vista parcial del Puente del Obispo (D. Alonso Suárez de la Fuente del Sauce) en Baeza, costeado a sus expensas en su totalidad.

“Y la dicha puente era paso para la nuestra corte y todas Castilla y las crecientes se la avían llevado y hundido de manera que no se podía pasar por ella y en tiempo de ynvierno avían subcedido muchas desgracias porque se avían aogado muchas personas y cabalgaduras y no se podía traxinar... y los campos no se podían labrar por no se poder passar los rrios” (Archivo Municipal de  Jaén. Legajo 143.)

En el año 1700, el Cabildo municipal de Jaén declaraba, en referencia al puente de Regordillo, “la conveniencia de la mucha nezesidad de reparos los quales si se ejecutaban servían de menis costa que si se dejaban para adelante y entrava lo rigoroso del ybierno” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1700. Cab. 17-12.)

En ese mismo año de 1700, se decía que en este caso los daños sufridos por el puente no sólo se atribuían al mal tiempo, sino también a “un fulano habero”.


Puente romano del Salaillo de Lahiguera con las aguas estancadas después de grandes correntias de agua. Foto de Juan José Mercado Gavilán.

Por nuestra parte o por lo que a nosotros corresponde en las Actas del año 1700, se dice que “La Puente del Salao que ba al lugar de fuente el Rey estava deteriorada y de forma que si avía algunas llubias en este ybierno le serían de tanto perjuicio que estava a pique de que la llevasen” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1700. Cab. 25-1.)

 

Puente romano sobre el arroyo Salaillo de Lahiguera en mayo de 2008. Foto de Francisco Miguel Merino Laguna.

Sobre el puente romano del Salado hemos publicado dos artículos en este espacio, cuyos enlaces son:

https://lahiguerajaen.blogspot.com/2012/06/el-puente-romano-del-arroyo-salaillo-de.html

https://lahiguerajaen.blogspot.com/2021/01/el-puente-romano-del-arroyo-salaillo-de.html

La construcción de puentes ha sido siempre un acontecimiento singular para los pueblos por las servicios de transito que prestaba a pesar de un coste económico y técnico bastante elevado incluso en la época romana. Para su construcción los romanos requerían la presencia de personal especializado que generalmente estaba encuadrado en el ejército, siendo su personal valorado por su mucho oficio, que estaba sometido a una precisa normativa oficial; por ello sus puentes y demás construcciones son ejemplos o paradigmas de buenas construcciones, al ejecutarlas de manera sólida y estable , sin que se dieran concesiones a la ligereza en la construcción, realizadas con la general clara intención de que sus obras durasen toda la vida, toda una eternidad. El arquitecto del Puente de Alcántara, Caius Julius Lacer, así lo dejo escrito en latín en el puente “por siempre en los siglos del mundo”, indicando que levanto ese puente para que durase inamovible por todos los siglos venideros.

Puente de Alcántara sobre el río Tajo (Cáceres).

En el caso de los puentes romanos se aprecia como el carácter práctico de sus constructores, su gusto por las cosas sencillas y bien ejecutadas, la rapidez y la economía de sus proyectos estaban siempre presentes en los puentes.

Suponemos que a pesar del registro de su estado de deterioro en el año 1700, nuestro puente romano sobre el Salaillo pervive porque está situado en un espacio casi llano y la luz de su arco para las aguas hace que como mucho se inunde su entorno y se remanse plácidamente, sin que el agua de aguas arriba produzca ningún salto entre el nivel de la parte de entrada y el nivel de salida del puente, con lo que no se llega a producir el socavamiento de los cimientos. El problema esencial que comprobamos es que por el tipo de piedra caliza del que está construido, la abundante en sus entornos, nos encontramos con la corrosión de la piedra debido a la humedad permanente del agua allí sedimentada.

Con carácter general Vitrubio aconsejaba que las edificaciones romanas cumpliesen tres exigencias: Firmitas, utilitas, venustas, es decir: solidez, utilidad y belleza, tres características que nuestro maltratado puente Romano sobre el Salaillo mantiene a pesar del paso de los siglos.

Gusta mucho hablar de la ingeniería romana, sobre todo cuando se trata de ponerla como ejemplo de eficiencia y durabilidad de los puentes que tienen la completa autoría romana, las  construcciones romanas como los acueductos y puentes, son dos tipos de construcciones en las cuales esta civilización se destaca grandemente, construyendo obras que eran indispensables para el funcionamiento del imperio romano, muchas de las cuales aún perduran hasta nuestros días, como es el de nuestro Puente Romano del Salaillo. Los puentes que los romanos construyeron son los más largos y resistentes de su época, basados en el uso del arco como estructura básica. La mentalidad de la propia civilización romana fomentó que sus obras de ingeniería civil y militar fuesen tan bien construidas. Los romanos dominaron Europa durante un amplio período de la historia, lo que los hacía creer que gobernarían por siempre, de modo que sus construcciones estaban hechas para durar por siempre.

Antiguo Ayuntamiento de Jaén en la Plaza de Santa María.

Los temporales fueron devastadores en el año 1708. En febrero de ese año el corregidor de Jaén daba cuenta a la Ciudad “de como el río se avía llevado la Puente Vaega y que respecto de las continuadas lluvias faltará el comercio, no aderezándose con la precisión que pedía semejante urgencia” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1708. Cab. 28-2.)

Los daños originados por las aguas caídas ese año, arruinaron el puente de los Judíos. El prior de la parroquia de San Ildefonso, D. Cristóbal de Salazar y Cueva, pidió al Cabildo municipal de Jaén las piedras del puente para reparar la ermita de San Roque. Petición no concedida por el Cabildo puesto que “abía muchas quejas de los que tenían haziendas de la Puente de Abajo por la cercanía de su paraje, y que de quitar dicha puente se podían ocasionar muchos daños a los que fueren a pasar por el arroyo” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1708. Cabs. 12-10 y 15-10.)

Vista parcial de Jaén tomada desde el Cerro de Montemar.

En 1708 se cita, en las Actas Capitulares de la mencionada institución, la necesidad de arreglos del Puente de Baeza “porque las crecientes del río y su flaqueza le arruynarían y perdería el paso tan preciso” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1708. Cab. 15-10.)

De hecho debió de quedar el puente en muy mal estado ya que, años después en el año 1715, fue reparada pues “estaba hundida y sin poderse pasar por ella” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1715. Cab. 16-9.)

Conocemos algunos datos más de este puente a inicios del siglo XVIII. Así en noviembre de 1715 se menciona que “antes había existido un puente de piedra que abía en el río desta dicha ziudad que distava dos leguas con poca diferenzia de ella, camino de la ziudad de Baeza y de otras muchas poblaciones deste reino”.

Y en “el año de las aguas” este puente se hundió, “y se avía formado una de madera con gran trabajo para los pasajeros y comerziantes la qual era muy estrecha y con grandes riesgos al comercio público”.

El puente era fundamental por el hecho de que no había ningún paso importante por el que el vecindario pudiese transitar.

Puente romano de Andújar.

“Si no hera la de Andújar que distava seis leguas de la menzionada undida a que se arriesgaban los traxinantes que benían de la Corte para Granada” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1715. Cab. 8-11)

En 1720 un alcalde de alarifes presentó un memorial al Cabildo municipal de Jaén en el que advertía de la fragilidad del citado puente ante las posibles lluvias, con el consiguiente aislamiento “Y sin poderse trajinar” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1720. Cab. 8-1.)

Como ya hemos visto, el siglo XVIII supuso sin embargo un gran avance en la construcción de puentes, debido a la política ilustrada consciente de la necesidad de mejorar las comunicaciones para facilitar el despegue económico, que con tanto afán propagaban los Ilustrados.

Así la construcción del Puente Nuevo acabó con el viejo problema del Puente de Baeza.

Llegada de viajeros a la Plaza de la Constitución.
Plaza de la Constitución.
Plaza de la Constitución.

Plaza de la Constitución. 
Iglesia de San Ildefonso.

Imagen antigua de una procesión por el Puente de Santa Ana. Archivo del Instituto de Estudios Giennenses.

Paseo de Alfonso XIII, después conocido como Paseo de la Estación. Abajo Estación de Renfe en 1910.

Cuesta de la Alcantarilla.
 

Sin embargo el siglo XIX siguió conociendo los problemas del aislamiento por la destrucción de puentes en las crecidas. El 27 de agosto de 1837 una tormenta destruyó el puente de la Alcantarilla en Jaén (10), y en noviembre de 1858 “se produjeron grandes riadas que rompieron el Puente de la Sierra, con grandes trastornos para la población de dicho pago” (Archivo Municipal de  Jaén. Legajo 373).

Los Cañones del Puente de la Sierra.

https://www.youtube.com/watch?v=QBBZOhe9Zg4 

Los Cañones del Puente de la Sierra.

En abril del año 1885 hubo grandes avenidas, ocasionadas por las lluvias torrenciales que azotaron nuestras tierras, con pérdida de bienes y cosechas en la comarca de Alcalá la Real (11). 

Las lluvias continuas y torrenciales no sólo afectaban a los puentes, sino también a los caminos.

En 1707 se comentaba en el Ayuntamiento de Jaén “como los caminos de los ruedos desta ciudad se hallavan tan maltratados que no se podían trajinar en perjuicio del común y pasajeros” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1707. Cab. 27-6.)

En ese mismo año de 1797 estaba en muy mal estado el camino de Los Villares, que se debía reparar para “que pudieren traxinar carretas” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1707. Cab. 15-7.)

En 1708 se informaba al Cabildo municipal del “deteriorado camino de Puerto Alto y de la necesidad de reparaciones que luego que entre el inbierno estará yntrajinable por los pantanos que en el se hazen de que resultan muchos daños porque las personas que los trajinan por escusarse de sus cavallerías esperimentan undimiento en dichos pantanos, se entran tierra adentro de muchas de las hazas y heredades del distante del, rimpiendo las zercas que los dueños les ponen, buscando terreno mejor para su paso” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1708. Cab. 8-10.)

Las dificultades en las comunicaciones repercutían en el deficiente abastecimiento de las ciudades, era una consecuencia natural ante la obligada inactividad de arrieros y carreteros, que suministraban los alimentos y demás provisiones domésticas y para los oficios.

Catedral de Jaén.

La calle Bernabé Soriano de Jaén.
Calle Bernabé Soriano de Jaén.
Remodelación de la calle Bernabé Soriano para rebajar la acera de la izquierda en dirección a la Catedral.

Calle Bernabé Soriano de Jaén.

Así en el invierno de 1658 Granada estuvo relativamente aislada durante ocho días (12).

En Jaén, durante el otoño de 1708 la falta de trigo originó una difícil situación en Jaén y el Cabildo municipal decidió comprar maíz en el reino de Granada. Se produjo también el consabido ocultamiento de cereal en espera de una obligada subida de precios, llegando el Concejo a ofrecer recompensas a los que denunciasen los alijos de cereales ocultados con esa secreta intención de hacer subir los precios.

Las calles, muchas de ellas sin empedrar, se convertían en barrizales tan intransitables como los caminos, situación mantenida hasta fechas relativamente recientes en nuestra provincia (13).

En 1601 había inundaciones en la Puerta Noguera y desde la esquina de la calle Hurtado (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1601. Cab. 2-3.)

En el ya citado año de 1707, con motivo de las fuertes lluvias, se mencionó en el Cabildo municipal de Jaén, “la necesidad de empedrar la plaza de San Francisco por el mucho varro que se junta en ella al tiempo de las aguas” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1707. Cab. 27-6.)

En tales situaciones de copiosos aguaceros, los edificios amenazaban con derrumbarse; razón por la que el Cabildo municipal giennense trataba de inspeccionar con celo los sectores más afectados por las lluvias, auxiliados por expertos alarifes, revisión de edificios que se hizo en febrero de 1708 (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1708. Cab. 27-2.)

Arco de San Lorenzo.
Barrio de La Magdalena.
Calle Ancha.

Calle Millán de Priego. Abajo Plaza de Deán Maza.

Los siglos que comprende la Edad Moderna vienen a coincidir con la fase climática conocida como Pequeña Edad del Hielo (PEH), caracterizada por un descenso de las temperaturas medias de entre 1º-2º C, un incremento de las precipitaciones y una gran variabilidad (14).         

En la península Ibérica se padecieron igualmente largos períodos de extrema escasez hídrica interrumpidos, en otoño y primavera, por episodios de fuertes aguaceros de alta intensidad horaria seguidos de riadas e inundaciones de consecuencias catastróficas. En la fachada mediterránea, la persistencia de la sequía junto con el notable incremento de la actividad tormentosa produjo un deterioro de las condiciones medioambientales, perfectamente reflejado en las fuentes documentales, en el que se distinguen tres oscilaciones: 1570-1630, 1760-1800 y 1830-1870. La primera y la última fueron similares en intensidad, destacando el aumento en la frecuencia de las precipitaciones con efectos catastróficos y un ostensible descenso de las sequías; nos interesa referir la segunda, conocida como oscilación u anomalía Maldà (15).

En 1626 la muralla de Jaén sufrió importantes daños por las permanentes precipitaciones. En 1708 los alarifes aconsejaron demoler o reparar una torre de la muralla situada en frente del horno de pan cocer de la Fuente de Don Diego “que amenazava total ruina (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1708. Cab. 23-2.) y peligros” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1635. Cab. 9-2.)

Y es que en ese año de 1798 “con las continuas lluvias y grandes bientos que de presente se esperimentavan, avían adolezido los edificios en mucha parte” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1708. Cab. 23-1.)

En febrero de 1708 se insistía en que “por los recios temporales que se experimentan en ayres y aguas de que se podían orijinar la ruyna de muchos edificios con peligro de bidas de sus moradores” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de  1708. Cab. 13-2.)

En marzo del año 1708 se habló de la necesidad de demoler o apuntalar muchos inmuebles “para evitar las desgracias que pueden subceder” y de prohibir que “rueden los coches por las calles de lo maltratada que se hallan de los temporales” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1708. Cab. 1-3.)

Medida que debía de constituir un inconveniente para el transporte de mercancías y de personas de cierto rango, acostumbradas a circular en coche. A finales de abril D. Alonso de Gámez solicitó a la Ciudad que “pidiese al corregidor lizencia para que pudieren los coches rodar respecto de haverse sosegado los temporales y ejecutarse en las de Granada y Córdoba” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1708. Cab. 23-4.)

Por una comunicación destinada al gobernador del Obispado de Jaén sabemos que en 1856 se produjeron en Vilches temporales fuertes que provocaron “un undimiento de una bóveda de las quatro que forman la nave de esta yglesia parroquial” (Archivo Provincial, Vilches. Hoja suelta en carpeta sin numerar, que más parece el borrador de una carta.)

Calle Carrera de Jesús.

Calle Arroyo de San Pedro con calle San Agustín.
Convento de las Bernardas.
Diputación de Jaén.

El Pósito de Jaén.

Durante las cuatro últimas décadas de la centuria del siglo XVIII, pero en particular en los quince años comprendidos entre 1780 y 1795, se apreció este llamativo incremento de la frecuencia y simultaneidad de episodios de sequía e inundación generada por precipitaciones de gran intensidad por hora. Es bien conocido que en el clima mediterráneo resulta habitual la irregularidad, tanto anual como interanual, de las precipitaciones; sin embargo, el rasgo característico de estos años fue la insólita frecuencia con que se produjeron esa irregularidad pluviométrica y la sequía, provocando grandes pérdidas en la agricultura y cuantiosos daños en las infraestructuras de comunicaciones. Esta anómala circunstancia climática, especialmente perceptible en los veranos y sin parangón en los siglos anteriores ni posteriores, debe su nombre a Rafael d’Amat i de Cortada i de Santjust, Barón de Maldà (Barcelona, 1746-1819), noble catalán autor de un meticuloso y monumental dietario, una auténtica crónica de su tiempo, titulado genéricamente Calaix de sastre.

 

Rafael de Amat y de Cortada, Barón de Maldá.

Fotografía de los 61 volúmenes de Calaix de Sastre. Fuente: Ámbit de Recerques del Berguedá.

El título, Calaix de sastre, es el que le puso el propio autor, refiriéndose al lugar donde se guardan las cosas más diversas, que traducimos como Cajón de sastre. Calaix de sastre (Cajón de sastre) es un diario personal escrito por Rafael de Amat y de Cortada, Barón de Maldá, a lo largo de su vida, desde los veintitrés años de edad (tres años después de casarse) hasta su muerte, es decir de 1769 a 1819. Se considera uno de los textos más importantes de la narrativa catalana entre los siglos XV y XIX, además de un precedente del costumbrismo y del periodismo local (16), en el que, a lo largo de más de sesenta volúmenes manuscritos, dejó sus impresiones sobre la época que le tocó vivir. Por sus páginas desfilan, entre 1769 y 1816, la vida cotidiana y los acontecimientos más singulares de Barcelona y su entorno junto con innumerables referencias de contenido meteorológico que una vez recopiladas, analizadas y seriadas, han permitido a los expertos caracterizar la secuencia atmosférica correspondiente a ese último cuarto del siglo XVIII. Fueron unos tiempos muy complicados, tanto desde el punto de vista político y social como desde el meteorológico y agrícola, afectando sobremanera sus vaivenes al comportamiento de las cosechas de cereal del país, reiteradamente exiguas cuando no inexistentes, que depararon hambre, carestía, enfermedad, muerte y alborotos (17). 

Fuente de la Plaza de la Mercé.
Fuente de los Caños.
La Fontanilla en la calle Mesones.

Pilar del Arrabalejo. Abajo Pilar de la Magdalena.

Pilar de la Plaza de Santiago.

Hasta que en el siglo XVIII se fueron generalizando en Europa, también en España, las observaciones científicas de carácter instrumental con utilización del termómetro y el barómetro, las referencias y comentarios de carácter climático ya fueran “oficiales”, es decir, a cargo de instituciones que amparaban estas tareas con fines científicos y utilitaristas, o de carácter más privado llevadas a cabo por interesados en la cuestión, habitualmente médicos, tenían mucho que ver con las percepciones personales de cada observador, del empleo o no de instrumental adecuado (no todo el mundo disponía de él) y de su sensibilidad a la hora de interpretar los acontecimientos atmosféricos o naturales.

Con una tradición recopiladora de este tipo de acontecimientos que se remonta al medievo, fue ya en el siglo ilustrado, sobre todo a partir de su último tercio, cuando la observación del tiempo adquirió su auténtica carta de naturaleza como consecuencia directa, entre otras razones, de la necesidad de conocer el comportamiento de la atmósfera y su posible influencia tanto sobre el ser humano como sobre los rendimientos agrícolas. En ello jugó un papel determinante la corriente, llegada de Europa y auspiciada por las Academias de Medicina de diferentes estados, que vinculaban estrechamente salud y clima recomendando, en consecuencia, una indagación minuciosa del comportamiento de la atmósfera y de sus posibles efectos sobre las personas. El estudio de las oscilaciones del clima sobre la base de observaciones meteorológicas sistemáticas daría lugar en algunos casos a la puesta en marcha de auténticos planes a medio y largo plazo para conocer el temple del tiempo en todo momento, propiciando la aparición de las Topografías médicas (18).

En el siglo XVIII la meteorología irrumpió en tertulias y reuniones de sociedades científicas, convirtiéndose en uno más de los temas objeto de debate y, con el avance de la centuria, alcanzaría una gran dimensión pública cuando los periódicos comenzaron a dar cabida en sus páginas a los resultados de las observaciones que se llevaban a cabo, adobadas con reflexiones relativas al talante o temple del tiempo y a sus hipotéticos efectos (benéficos o no) sobre la salud de las personas (19).         

Castillo de Santa Catalina.

España no fue ajena a los planteamientos circulantes por Europa. Según dejó anotado el físico y médico Manuel Rico Sinobas a mediados del siglo XIX, correspondió al granadino Francisco Fernández Navarrete, catedrático de Prima de Medicina en la Universidad de Granada y médico de Felipe V en la década de los treinta de la centuria, el diseño de un ambicioso programa de investigación en Historia Natural e Historia Médica en el que las denominadas “observaciones climáticas” debían de procurar conclusiones de tipo médico-práctico (20).

Manuel Rico Sinobas (Valladolid, 26 de diciembre de 1819 - Madrid, 21 de diciembre de 1898) fue un físico y médico español, uno de los pioneros en el estudio de la meteorología en España. Fue académico de número de la Real Academia Nacional de Medicina​ con el sillón número 21 desde el 21 de mayo de 1861 hasta su muerte.

Durante sus años de residencia en Granada escribió “Cielo y suelo granadino”, obra considerada como la primera topografía médica española concluida en 1732 e inédita hasta 1997 (21), en la que refiere las características físicas, botánicas y médicas de las tierras del arzobispado granadino, con especial atención a Sierra Nevada y a la propia ciudad de Granada, acompañadas de dos láminas de relevante valor cartográfico.

Trasladado a Madrid para ejercer como médico de cámara de Felipe V, Fernández Navarrete planteó ante la Academia Médica Matritense en enero de 1737 el aludido programa de investigación en el que los académicos proporcionarían noticias de carácter médico (enfermedades aparecidas en cada mes) para que él pudiera formar “las efemérides barométricas que había tomado a su cargo”. Asumidos sus directrices y objetivos por la citada Academia, comenzaron a publicarse a partir del mes de marzo de 1737 las conocidas como Ephemérides barométrico-médicas matritenses, tablas que organizadas en ocho columnas sucesivas recogían las incidencias para cada día del mes. Fernández Navarrete llevaría a cabo sus observaciones, “con el común barómetro de Inglaterra y con el termómetro florentino”, hasta el mes de octubre de ese año 1737, en que las continuaría José Hortega, secretario perpetuo de la institución hasta 1746.

Portada de dos de las obras Francisco Fernández Navarrete. Fuente: Biblioteca Digital de la Universidad de Granada (Digibug) y Biblioteca Digital de la Universidad de Sevilla (Idus.us)
Portada de las Ephemerides barométrico-médicas y tabla correspondiente al mes de marzo de 1737.

A partir de la mitad del siglo XVII se generalizaron las observaciones instrumentales de forma cada vez más metódica y precisa, empleando diferentes instrumentos científicos, junto con la recogida y ordenación de datos en ciudades como Barcelona, Cádiz, Isla de León (San Fernando) o Madrid para su posterior divulgación en diferentes publicaciones. En ello tuvieron mucho que ver los trabajos desarrollados, a partir de 1786, desde el Observatorio de la Academia de Guardias Marinas de San Fernando en Cádiz, que tendrían continuidad, desde 1802, de una manera sistemática pese a sufrir una interrupción durante los años del conflicto contra la Francia napoleónica (22). 

Grabado del Observatorio de San Fernando (Cádiz). Finales del siglo XVIII.
Real Observatorio de la Armada en San Fernando (Cádiz).

También influyó el interés de diferentes personalidades como Pedro Antonio Salanova quien, entre 1786 y 1795, acopió y publicó datos relativos al clima de Madrid en el volumen III del Diario de los nuevos descubrimientos de todas las ciencias físicas (23).  

Destacable es asimismo la figura de Juan López de Peñalver, quien proseguiría estos trabajos entre 1800 y 1804, efectuando en Madrid observaciones sistemáticas desde el palacio del Buen Retiro con barómetro y termómetros construidos por él mismo, publicando los resultados en los Anales de Historia Natural. Su tarea sería continuada por González Crespo entre los años 1817-1820 (24). 

Anales de Historia Natural de Juan López de Peñalver que continuaría González Crespo.
Retrato de Manuel Godoy (1801) pintado por Goya.

La construcción del Real Observatorio de Madrid, iniciada en 1790, y la posterior creación por Manuel Godoy en agosto de 1796 del Cuerpo de Ingenieros Cosmógrafos (25) incentivaría, tal y como expresaba su Ordenanza, el “estudio y cultivo de la astronomía teórica y práctica en todos sus ramos y en la plenitud de las ciencias matemáticas, con aplicación conveniente a la navegación, a la geografía, a la agricultura, […] y los usos todos de la vida social” (26).

A partir de 1803, aprovechando la experiencia y práctica acumuladas desde la década de los ochenta del siglo anterior, comenzaron las cuidadosas observaciones llevadas a cabo por el marqués de Ureña en la isla de León (San Fernando) utilizando barómetro, electrómetro e higrómetro (27).

D. Gaspar de Molina y Zaldivar, Marqués de Ureña.

Al margen de los registros anotados en los correspondientes libros del propio Observatorio, se publicaron varias series de estas observaciones en diferentes números de los Anales de Ciencias Naturales.

Todo ello pone de manifiesto que, asumido el relativo retraso que España tenía en la generalización de los conocimientos y empleo de la meteorología, existió durante el siglo XVIII un decidido afán por ponerse al día en este campo científico, significándose en este empeño sobre todo las instituciones aunque también hubiera alguna que otra iniciativa particular como la del teniente artillero Vicente Alcalá Galiano, secretario de la Sociedad Económica de Amigos del País de Segovia y profesor de Matemáticas del Real Colegio de Artillería de la misma. Además de elaborar en 1782 una Memoria sobre la construcción y uso de los Ynstrumentos meteorológicos (28), que se traduciría e ilustraría “con varias notas” cuatro años después el Saggio Meteorologico que el abate Giuseppe Toaldo había editado en Padua en 1770 (29).

A mediados de la última década del siglo XVIII vio la luz el primer tomo del Curso elemental de meteorología de Joseph Garriga, profesor de esta disciplina en el Real Observatorio de Madrid (30).

Uranografía o Descripción del cielo por D. Joseph Garriga. Abajo el Numero I de Memorial Literario, nacido en 1784, pionero en las publicaciones sobre meteorología en la época.


En el Memorial Literario Nacido, nacido en 1784 sus páginas acogieron, junto a artículos de variada temática científico-técnica, un Diario Meteorológico mensual que, en líneas generales, respondía al modelo auspiciado por los académicos de la Médica Matritense años atrás. Precisamente, en las páginas iniciales de su primer número, correspondiente a enero de 1784, los editores justifican la decisión de incorporar las Observaciones meteorológicas sobre el temple de Madrid con un doble objetivo. Por un lado, para desterrar la “falsa ciencia de las astrólogos judiciarios” que engañaban y asustaban a los hombres con sus pronósticos basados en el “influxo caprichoso e ignorado de los astros y sus varias constelaciones”. Por otro, para fomentar el retorno al estudio “de la naturaleza en sí misma, [de] la tierra que pisamos, el aire que respiramos, los vapores que en esta región se condensan en nubes, las exhalaciones que […] transpira la tierra y mezcladas en el aire y resto de la Atmosphera constituyen un temperamento vario en sus tiempos varios, y que contribuye no solo a nuestra vida, indisposiciones, enfermedades, sino a la fertilidad o esterilidad de la misma tierra, a la escasez o abundancia de las cosechas, pastos, ganados, miel, cera, seda, etc; materias primeras para el comercio, tráfico y comodidad del género humano”(31).

Para ello señalaban la necesidad de emplear instrumental científico, como barómetro y termómetro, para “medir la gravedad del aire y pronosticar infaliblemente su inmediata variación y […] para computar el calor y el frío natural constitución del tiempo” (32)

Comentaban los gestores del Memorial Literario que competía a los médicos desarrollar estas observaciones; no en balde entre las causas naturales que ocasionan las enfermedades “se cuenta por principal el aire” y en su mutación podían incidir un buen número de factores tales como “la atmósfera, la estación del año, la calidad del terreno donde se habita, el mar, los montes, las lagunas, los ríos, los vapores, las exhalaciones, los meteoros”. Consideraban, en sintonía con las teorías circulantes por Europa, que un buen conocimiento de las características medioambientales del territorio acompañado del relativo a las variaciones del tiempo en cada estación del año proporcionaba a los galenos información relevante para el diagnóstico y remedio de enfermedades. En consecuencia, el periódico lanzaba un llamamiento a “Físicos, Médicos y demás curiosos observadores de la naturaleza” (33) para que estuvieran atentos tanto a las oscilaciones meteorológicas (aunque no empleara este término) como a la incidencia de determinadas enfermedades con el fin de poder establecer su hipotética relación con aquéllas. Todo ello con el objetivo de hacer avanzar la ciencia médica, el espíritu crítico y tener bien informados a sus lectores.

De esta manera, y desde el primer momento, las páginas del Memorial Literario ofrecieron información mensual convenientemente tabulada de las oscilaciones meteorológicas correspondientes a la ciudad de Madrid, acompañadas de comentarios sobre el comportamiento de la atmósfera y de los resultados de las “observaciones médicas” llevadas a cabo por los médicos de los diferentes hospitales madrileños a quienes los editores del periódico agradecían nominalmente esta tarea. Los datos meteorológicos se ordenaban en ocho columnas, respondiendo al mismo esquema de investigación desarrollado años atrás por la Academia Médica Matritense a instancias de Fernández Navarrete. Así, aparecían el día del mes, los valores barométricos y termométricos, la dirección de los vientos, las fases de la Luna y las variaciones del tiempo (sereno, templado, fresco, nublado, niebla, lluvia, hielo, escarcha, etc.). Su interpretación respondía también a un patrón preciso en el que, por un lado, se resumían y comentaban las observaciones y, por otro, se establecía la correlación que ello pudiera tener con el desarrollo de enfermedades, sus remedios y algún que otro suceso curioso (34).

Portada del primer número del Memorial Literario y primera hoja del Diario Meteorológico de Madrid correspondiente a enero de 1784.

A partir del número correspondiente al mes de abril de 1786, el Memorial Literario amplió la información meteorológica con la inclusión de las observaciones que se llevaban a cabo en Cádiz (35)

Antes ya había dedicado en la entrega correspondiente a enero de ese mismo año espacio a las variaciones de las mareas (fluxo y refluxo) observadas en la bahía de Cádiz (36) y, desde agosto de ese mismo año, iniciaría una fértil colaboración con el periódico el ilustre médico catalán Francisco Salvá y Campillo, secretario segundo de la Academia Práctica de Medicina de Barcelona y relevante personalidad de la España ilustrada, aportando para su publicación numerosos artículos de contenido científico y un Diario meteorológico de Barcelona producto de sus sistemáticas observaciones.

Afortunadamente, desde las instancias del poder, se plantearon iniciativas pragmáticas y utilitaristas que iban en la línea de lo que postulaba el Memorial Literario y que consideraban que el correcto conocimiento de la mecánica atmosférica podía resultar enormemente beneficioso para aplicarlo en la mejora de la agricultura. 


Así, en 1784, Pedro Rodríguez Campomanes, como gobernador interino del Consejo de Castilla, ordenó a todos los corregidores y alcaldes mayores del país que remitieran información quincenal precisa de cuanto acontecimiento atmosférico se produjera en sus circunscripciones. Este proyecto “estadístico, meteorológico y agrícola”, según lo calificó Rico Sinobas, seguía los pasos de las iniciativas adoptadas en 1741 por Duhamel de Monceau para mejorar los rendimientos agrícolas franceses, y pretendía elaborar algo parecido a una base de datos que recogiera el “temple del aire y de las lluvias, nieblas, vientos, nubes, rocíos, tempestades y demás meteoros que observasen”. En última instancia, y al margen del mero afán acumulativo de información, se pretendía averiguar aquello que beneficiaba o perjudicaba a la agricultura con el fin de poder prever “la riqueza consiguiente, o desmejoramientos y pérdidas de las cosechas (37).

Las disposiciones legales adoptadas para que el proyecto llegara a buen fin estuvieron vigentes hasta que la guerra de Independencia las hizo inoperantes. Concluido el conflicto se restablecieron en los años 1815 y 1824, hasta que a mediados de la década de los treinta fueron eliminadas.

Un colaborador de excepción en Barcelona fue el doctor Francisco Salvá y el Diario Meteorológico de Barcelona, era un decidido partidario de las ideas ilustradas, de la experimentación, de la nueva ciencia, siempre dispuesto a conocer y divulgar los inventos más novedosos (por ejemplo, participó en el lanzamiento de globos aerostáticos en Barcelona en enero de 1784), el médico catalán se reveló, en lo meteorológico, como un observador constante y meticuloso de lo que cada día le ofrecía el tiempo. De ahí que, en la línea característica de los miembros de las Sociedades Médicas del XVIII, Salvá y Campillo enviara desde el año 1786 y hasta 1790 sus observaciones diarias al Memorial Literario madrileño, haciendo lo propio con el Diario de Barcelona desde su fundación en 1792 hasta 1827 (uno antes de su muerte). Sus trabajos de observación, no obstante, habían comenzado en 1780 y constituyen un documento excepcional para la historia de la meteorología, pues registran el comportamiento del tiempo en la ciudad de Barcelona tres veces al día (a las 7 de la mañana (en verano a las 6:00), a las 14:00 y a las 23:00 horas), tal y como establecían los cánones de la época, indicando la temperatura, la presión atmosférica, estado del cielo y régimen de vientos; datos a los que, ocasionalmente, también añadía referencias a evaporación y precipitaciones, amén del relativo al grado de humedad proporcionado por el higrómetro (38).

Todo ello lo complementaba con valiosas noticias de carácter médico sobre las enfermedades y epidemias de diferente etiología padecidas durante el año en curso y reflexiones amparadas en la bibliografía médica circulante por la Europa del momento; intentando establecer la relación entre clima y enfermedad. La recopilación de toda esta relevante información conocida como Tablas meteorológicas quedó ordenada en cuatro volúmenes, de los que se conservan tres en la actualidad. El gran interés de Salvá por la meteorología lo demuestran, asimismo, las memorias que redactó sobre la construcción de aparatos para llevar a cabo las observaciones, especialmente el barómetro.

Su incorporación a las páginas del Memorial Literario fue saludada con alborozo por sus responsables. “Tenemos el gusto”, decían en agosto de 1786, “de ver que se van cumpliendo nuestros deseos, de que se establezca la afición a las observaciones meteorológicas cuya utilidad hemos insinuado algunas veces”, y agradecían a Salvá, “a cuyo cuidado está el Diario meteorológico de aquella ciudad [Barcelona]” su voluntad de “contribuir con sus luces a nuestro Memorial Literario y particularmente a este género de observaciones [pues] nos franquea generosamente sus tareas, tanto más apreciables para nosotros, quanto las vemos más exactas que las que hasta aquí tenemos”(39).

Página del Memorial Literario correspondiente al mes de agosto de 1786 que da cuenta de la incorporación de Francisco Salvá y Campillo (1751-1828) como corresponsal.       

Sin duda suponía una incorporación de gran relevancia, y así lo destacan los biógrafos de Salvá que consideran la actividad desplegada por el “corresponsal literato” (40) como trascendental y los años de su colaboración con el periódico madrileño como los más fértiles y productivos de sus tres etapas, por la atención prestada a la divulgación de las ciencias naturales y a las artes aplicadas y porque, además, gracias a sus artículos, a las noticias que suministraba y a las colaboraciones que conseguía de otros científicos catalanes el Memorial Literario tuvo difusión y una cierta influencia en los círculos ilustrados barceloneses (41).

Se especula acerca de las razones de esta colaboración, achacándolas a la estancia de tres años que el médico catalán pasó en Madrid y a la posibilidad de que en ese tiempo conociera a los responsables del Memorial Literario y entablara amistad con ellos. En cualquier caso, su actividad científica encajaba a la perfección en los planteamientos del periódico y permitía ampliar a Cataluña su radio de influencia; además, Salvá no se limitó a remitir puntualmente el ya mencionado diario meteorológico de Barcelona pues, como ya se ha indicado, enriqueció con diferentes colaboraciones científicas los contenidos del periódico (42).

Conviene recordar que, en España, las dos décadas finales de la centuria ilustrada estuvieron presididas por el extremismo climático acompañado de otras amenazas en forma de enfermedades y plagas agrícolas de graves consecuencias para las gentes de la época, muy debilitadas por las carencias alimentarias. De entre las primeras, fue el paludismo o fiebres tercianas la que mayores problemas acarreó. Endémicas de la cuenca mediterránea (“enfermedad del medio” la denominó Braudel) (43), donde estaban sólidamente asentadas en albuferas, lagunas interiores, almarjales y arrozales, las fiebres irrumpían de manera sistemática todos los veranos haciendo enfermar a gran número de personas; fundamentalmente jornaleros y gentes desvalidas. Su alta morbilidad, sin embargo, no se correspondía con idéntica mortalidad; aunque resultaba ser una enfermedad invalidante que postraba en el lecho a quienes la contraían. En los años ochenta las tercianas desbordaron su marco geográfico habitual en las costas mediterráneas y se desplazaron también al interior del país invadiendo Aragón, las dos Castillas, Extremadura y Andalucía convirtiéndose en una auténtica epidemia (44).

En esta gran expansión alcanzada por las fiebres tercianas tuvo mucho que ver, aparte de su coincidencia con otros brotes epidémicos como el de tifus a partir de 1783, la sucesión de largos períodos alternativos de sequía y de precipitaciones excesivas, constituyendo estas circunstancias motivo de reflexión entre los médicos del siglo XVIII. De la gran inquietud que ello generó dan prueba la actitud vigilante de las autoridades, solicitando informes y desplazando médicos a las zonas afectadas, así como los numerosos tratados y memorias publicados referidos las características de la enfermedad y de sus remedios.     

En el apartado correspondiente a Reflexiones sobre la constitución del año médico del mes de octubre de 1785, el Memorial Literario informaba del azote de las tercianas en buena parte del país y reproducía el Informe elaborado por el doctor Manuel Troncoso, a instancias del capitán general de Andalucía, relativo a la epidemia de fiebres padecida en la ciudad de Córdoba en junio de ese mismo año (45).

Troncoso proporciona numerosos datos relativos al comportamiento del tiempo en los dos años precedentes y destaca las copiosas lluvias, inundaciones considerables y vientos impetuosos que padeció Córdoba, vinculando esta inestabilidad atmosférica con la génesis de las tercianas

Textualmente afirma: “de esta irregularidad de tiempo extraordinaria para Cordova, sobrevino la epidemia de tercianas tan firmes y renitentes en el día como al principio” (46), al margen de otros factores de tipo económico-social como a la deficiente alimentación y la extrema pobreza de buena parte de la población. Pese a este razonamiento, su sorprendente conclusión era que la epidemia la había ocasionado “la pérdida de equilibrio de la materia eléctrica que nos circunda, con la que en nuestra máquina existe” (47).

Todo ello tras describir con minuciosidad la historia de la epidemia, los síntomas de la enfermedad y su desarrollo, el número de afectados y fallecidos así como los remedios empleados para combatirla. Informes de este tenor se generalizaron y tuvieron gran circulación durante la centuria ilustrada.

Portada de Memoria Instructiva por D. Antonio Ased y Latorre.

En esta línea se inscribe igualmente la Memoria instructiva de los medios de precaver las malas resultas de un temporal excesivamente húmedo elaborada por el médico zaragozano Antonio Ased y Latorre y defendida ante la junta general de la Sociedad Económica de Amigos del País de Zaragoza, de la que era miembro, el 7 de mayo de 1784 (48).

Detrás de ella estaban los fuertes temporales que descargaron en la práctica totalidad del territorio peninsular, desde el verano de 1783 hasta finales de abril del año siguiente, causando importantes daños. Rico Sinobas sostiene la generalización a todo el territorio peninsular, durante estos años, de precipitaciones de violencia insólita, en Memoria sobre las causas meteorológico-físicas que producen las constantes sequías de Murcia y Almería, señalando los medios para atenuar sus efectos. (49).

Desde tierras aragonesas reflexionaba Ased, fiel seguidor de las prácticas hipocráticas, que tras el verano “demasiadamente caliente y seco” de 1783 las lluvias otoñales, abundantes y muy intensas, cedieron paso a un invierno húmedo y gélido pródigo en nevadas que mantuvieron blancas y heladas más tiempo del habitual las cimas del Moncayo y de la sierra de Guara. El galeno aragonés no abrigaba duda alguna de que ese prolongado y “excesivamente húmedo” temporal podía ser causante de numerosos trastornos de la salud, y por ello se apresuraba a advertir de ello a las autoridades de Zaragoza para que tomaran las medidas oportunas. El comportamiento extremo de la atmósfera provocó fenómenos inhabituales que dieron “que discurrir a los físicos, y que admirar a la gente poco instruida en las obras de la naturaleza”, tales como una “expulsión de peñascos” en las proximidades de Daroca y el hundimiento de un promontorio próximo al cabo de La Nao, conocido como Mojón, Fuente del Baladre o Muntanya Assolada; en este caso como consecuencia de las intensísimas precipitaciones que cayeron sobre la Ribera del Júcar a finales de noviembre de ese año 1783 (50).

Un año después de la defensa de su Memoria instructiva ante los Amigos del País de Zaragoza, el Memorial Literario daba noticia en su número de marzo de 1785 de la publicación del impreso y la acompañaba de un breve resumen de su contenido (51).

Fiel a sus principios ambientalistas, el Memorial Literario siguió informando en sus páginas de la publicación de todos aquellos escritos en los que la relación entre enfermedad y clima tuvieran protagonismo. De ahí que no cabe sorprenderse de que en junio de 1786 apareciera en la sección denominada Argumento de los libros y papeles publicados este mes, entre otras novedades editoriales, una recensión de la famosa Relación de las epidemias de calenturas pútridas y malignas padecidas en Cataluña en 1783 escrita por el médico José de Masdevall y editada por aquellas fechas (52).

D. José Masdevall y Terrados, grabado de Manuel Navarro.

La Relación daba noticia de la epidemia iniciada en tierras de Lleida como consecuencia de la asociación de un brote de fiebres tifoideas a las habituales tercianas. En ello tuvieron mucho que ver el tránsito de tropas por el país, las incesantes lluvias de ese año y las deficientes condiciones higiénico-sanitarias. El contagio se extendió por buena parte de Cataluña, Aragón y, siguiendo la costa hacia el sur, alcanzó las tierras valencianas y alicantinas. En los años inmediatos, la epidemia llegaría hasta el interior del país y, ante las proporciones que adquiría, el conde de Floridablanca a la sazón primer secretario de Estado, comisionó al médico catalán José Masdevall y Terrados, inventor de la opiata contra las fiebres, con el mandato de contener esta grave amenaza sanitaria que, a la larga, provocaría gran número de víctimas. Como testigo de excepción de todos los acontecimientos que se sucedieron en Cataluña, Masdevall redactó esta amplia Relación en la que describió el origen y alcance de las que denominaba epidemias de calenturas pútridas y malignas así como sus propuestas preventivas y curativas (53).

 

En el número correspondiente al mes de octubre del mismo año 1786, el periódico daba cuenta del éxito obtenido en la aplicación del método curativo de Masdevall (la opiata) para hacer frente a la epidemia de tercianas desencadenada en Cartagena (54).

Hasta que el siglo concluyera, las fiebres, junto con otras enfermedades, siguieron bien presentes en diferentes regiones del territorio peninsular hispano; de ahí la abundancia de memorias e impresos que, al respecto, circularon. Un informe del Real Protomedicato recogido en el Memorial Literario en el número de agosto de 1786 mostraba su preocupación por las fiebres tercianas, al considerarlas “la enfermedad dominante [siempre] en España”. Por ello sostenía que las reflexiones e informes de los médicos españoles eran preferibles a los de los foráneos pues siempre proporcionaban “idea clara para discernir entre las muchas especies de tercianas […], y supuesta la grande extensión de lugares en las que abundan, con justa razón se pueden llamar epidémico-malignas” (55).

En el interior peninsular los embates de las tercianas dejaron terribles consecuencias demográficas de las que tenemos cumplida noticia gracias a diferentes informes elaborados por los médicos de los lugares afectados. En su Topografía hipocrática referida a La Alcarria, Félix Ibáñez, médico titular de la villa de Pastrana y testigo directo del impacto de las fiebres en este territorio entre 1784 y 1791, calificó estos años de “míseros e infelices con mucha mortalidad, carestía de mantenimiento, cúmulos de pobreza y hambre, que precisaba a que comiesen las gentes quanto encontraban, por no perecer” (56).


El Memorial Literario daría cuenta en noviembre de 1802 de la aparición del impreso del doctor Ibáñez, al que otorgó la consideración de libro. De similares características es la Descripción histórico epidémica relativa a Puertollano elaborada por su médico Juan Tovares a cuenta de las calenturas intermitentes del año 1786 y que, como otros escritos de este tenor, recogería en sus Memorias la Academia Médico-Práctica de Barcelona en 1798 (57).

En agosto de 1785 el facultativo de Almodóvar estimaba en más de 1.000 los enfermos por tercianas; cifra que, un año más tarde, se duplicaba con creces. Por las mismas fechas las fiebres irrumpían con su carga de dolor y muerte en Almagro y Ciudad Real, cuyos ayuntamientos instaban la celebración de rogativas a las vírgenes del Carmen y del Prado para lograr el cese de la epidemia (58).

Los últimos treinta años del siglo XVIII conocieron una fuerte inestabilidad atmosférica caracterizada por la coincidencia de episodios hidrometeorológicos extremos de carácter extraordinario. La dura e intermitente sequía que se arrastraba desde mediados de siglo, culpable del encadenamiento de malas cosechas, falta de grano y una gran carestía, se agudizó y, además, comenzó a convivir con violentas y reiteradas precipitaciones que provocaron riadas e inundaciones; pero también con inviernos rigurosos, pedriscos y heladas y veranos cortos y húmedos que, además de incrementar los males que padecía la agricultura española, ocasionaron graves daños materiales y pérdidas humanas. Esta seria perturbación atmosférica, perceptible sobre todo en la fachada mediterránea y bien estudiada en la actualidad

Nos referimos a la ya aludida Oscilación u Anomalía Maldà caracterizada por un descenso de las temperaturas medias de entre 1º-2º C, un incremento de las precipitaciones y una gran variabilidad (citada en la nota 14), que estaría presente hasta comienzos del siglo XIX y provocó en muchos contemporáneos curiosos y perspicaces el convencimiento de que el clima andaba alterado. Así nos lo muestran en sus diarios e intercambios epistolares y, en el caso de los campesinos, en los cuadernos en los que anotaban las peripecias del año agrícola y el modo de hacerles frente con el fin de que sirvieran de advertencia y guía a quienes les sucedieran en la explotación de las tierras. Durante el  siglo  XVIII  tuvo  lugar  en  Europa  y  América  la  transición  hacia  una  fase  más  cálida en  las  temperaturas  ambientales, especialmente  al  superarse  los  momentos  más  severos  de la Pequeña Edad del Hielo (PEH). Hasta donde puede observarse, este cambio climático agudo se extendió desde mediados del siglo XV hasta el último tercio del siglo XIX y se caracterizó por su gran variabilidad y el rigor de los inviernos.

Para unos, los vaivenes atmosféricos habían influido en la conducta de las gentes, llevándolas al “trastorno” y la “aflicción”; a otros, como el barón de Maldà, le parecían “cosa extraordinaria” las fuertes tormentas primaverales que descargaban sobre Barcelona, circunstancia tan inusual que consideraba como prueba irrefutable de que el clima estaba “mutando” con la consiguiente alteración de las estaciones algunos años; y el fraile castellonense José Rocafort, de opinión similar a la de Maldà, llegó a anotar en su diario que el año 1787 fue terrible como consecuencia de “las más horrorosas tempestades de truenos, relámpagos, centellas, piedra y agua”(59).

Los excesos hídricos de los períodos tardo-estivales y otoñales, tan característicos de las dos décadas finales del siglo ilustrado, venían de atrás. En los años setenta ya supusieron el contrapunto infausto a la dura sequía que se arrastraba pues, al incrementar los fuertes aguaceros el caudal de los cursos fluviales las consecuencias fueron casi siempre desastrosas. Campos arrasados, poblaciones inundadas, infraestructuras básicas gravemente deterioradas y vías de comunicación cortadas, cuando no destruidas, se convertirían en motivo de preocupación para los responsables políticos locales y territoriales que no dudaron en reclamar ayudas a las más altas instancias del Estado.

El año 1787 fue muy inestable y comenzó con importantes e inhabituales inundaciones en Cataluña a mediados de enero, aunque lo peor llegó finalizando el verano. En la noche del 24 al 25 de septiembre de 1787, y en medio de una gran tormenta, se produjo una imponente crecida del río Aragón que rompió las murallas de la población navarra de Sangüesa y la inundó por completo sin tiempo a que sus habitantes reaccionaran. Hubo 2.000 víctimas, destrozos irreparables en el núcleo urbano y los campos, la desaparición de más de 700 cabezas de ganado y la sensación de que Sangüesa no estaba ubicada en el mejor de los lugares. El Memorial Literario del mes de octubre publicó una larga crónica de urgencia del acontecimiento en la que dejaba constancia de la magnitud de la tragedia y la rápida movilización de los responsables políticos y religiosos navarros. El informe del arquitecto comisionado para evaluar los daños indicaba que sólo quedaban siete casas habitables, y un párrafo entresacado de la crónica del periódico resulta harto elocuente para hacerse una idea de la situación: «mirada la ciudad horizontalmente apenas se advierte daño en sus edificios, pero registrada por dentro, se ve una sombría y espantable alternativa de casas y vacíos, oyéndose a cada paso caer y desplomarse los edificios» (60).

En su número de enero de 1788 el Memorial completaba la información del temporal que azotó las tierras de Navarra en septiembre de 1787, e indicaba que las secuelas de la riada del Aragón, tras inundar Sangüesa, alcanzaron a la población de Caparroso, donde arrasó campos y ganados, y destruyó el puente y una ermita. También daba noticia de que el río Arga se desbordó antes de llegar a Pamplona, arruinando campos y molinos, inundando el casco urbano y destrozando dos puentes y los barrios de la Magdalena y Chopea. En su discurrir causó grandes estragos en numerosas localidades. La riada del Cidacos se llevó por delante los puentes y molinos de Tafalla, aunque no causó víctimas, y el Ega hizo lo propio con todos los puentes de Amescoa (61).

El río Ebro fue protagonista de numerosas avenidas a lo largo de la centuria que causaron graves daños en las poblaciones ribereñas y, sobre todo, en Tortosa ya en la desembocadura. La de primeros de octubre de 1787 fue especialmente virulenta tal y como reflejan numerosas fuentes documentales e impresas, entre ellas el Memorial Literario (62).

La ciudad quedó prácticamente inundada y sus campos arrasados, aunque los auxilios llegaron con rapidez desde las poblaciones cercanas. Cuando a mediados de octubre las aguas del Ebro recobraron su nivel habitual descubrieron un territorio devastado en el que yacía gran número de cadáveres. Al año siguiente una gran perturbación atmosférica que afectó a todo el Campo de Tarragona entre los días 5 y 7 de septiembre incrementaría considerablemente el caudal del Ebro que anegaría de nuevo Tortosa, a duras penas recuperada de la anterior catástrofe (63).

El año 1788 fue especialmente frío y lluvioso, con grandes inundaciones en diferentes partes del país, aunque con la sequía instalada en muchas regiones (64).

El Memorial Literario se hizo eco de los rigores invernales en sus observaciones meteorológicas que, al referirse a las del mes de enero de 1789 aludían a una “cruel estación de hielos y alteración de la atmósfera con el mismo rigor hasta la mitad del mes en que comenzó a templarse”, de ahí la proliferación de enfermedades y una notoria mortandad (65).

Desde Barcelona, el doctor Salvá proporcionaba noticias similares referidas a las postrimerías de 1788, aludiendo al azote de un “frío extraordinario” y al congelamiento de los cursos fluviales del Ebro y del Llobregat (66).

En febrero de ese año hubo importantes inundaciones en Valladolid, Zamora, Salamanca, Tordesillas y Tudela consecuencia del desbordamiento de los ríos Pisuerga y Duero. El Memorial Literario cubrió con especial atención y amplitud la de Valladolid, donde el gran incremento experimentado por el Pisuerga y el Esgueva a su paso por la ciudad el día 25 de febrero deparó importantes destrozos y grandes pérdidas materiales tal y como recoge un Manifiesto o memoria de las desgracias ocurridas, elaborado de urgencia y remitido al conde de Floridablanca.

La inundación dio lugar, asimismo, a la aparición de varios impresos en los que diferentes autores polemizaron y alertaron sobre los peligros, fundamentalmente sanitarios, que acarreaba un desastre de estas características (67).

Por su parte, el Duero se desbordaría entre los días 25 y 26 de febrero a su paso por Tordesillas y Tudela, ocasionando serios estragos en los cascos urbanos, campos de labor, huertas e infraestructuras viarias, de todo lo cual dio puntual noticia el Memorial Literario en su número de marzo (68).

A partir de la segunda mitad del siglo ilustrado, los gobernantes mostraron un creciente interés y decidida voluntad política para encontrar soluciones técnicas con las que remediar y prevenir los desastres ocasionados por comportamientos de la naturaleza cuyo carácter recurrente, caso de las sequías y riadas, era más que conocido. La información proporcionada, entre otras muchas fuentes, por los periódicos de la época se convierte, como es el caso del Memorial Literario, en eficaz complemento para documentar este tipo de acontecimientos. Es evidente que hasta que el siglo concluyó, los comportamientos extremos de la atmósfera se dejaron sentir de manera constante en forma de inviernos excesivamente largos, primaveras cortas y húmedas, veranos en los que el fuerte calor convivía con tormentas y granizadas, intensas precipitaciones tardo-estivales y otoñales, sequía, heladas, etc.

Granada 31 de enero de 2023.

Pedro Galán Galán.

 Bibliografía:

(1) Alberola Romá, A.: Los cambios climáticos. La Pequeña Edad del Hielo en España, Madrid, Cátedra, 2014, páginas 36 a 41.

(2) Coronas Tejada, L.: Jaén, Siglo XVII. Jaén, 1994, página 451.

(3) Sánchez Albornoz, C. España, un enigma histórico. Barcelona, 1991. T. II, página 304.

(4) García Delgado, A., Lara Martín-Portugués, I.: 1880-1955. Imágenes de Tres Cuartos de Siglo de Vías Urbanas y Obras Públicas en la Provincia de Jaén, Torredonjimeno, 1998.

(5) Domínguez Ortiz, A.: El Antiguo Régimen: Los Reyes Católicos y los Austrias. Madrid, 1981, página 155.

(6) Lara Martín-Portugués, I.: Jaén (1820-1823) La lucha por la libertad en el Trienio Liberal. Jaén, 1996, página 308.

(7) Torres Navarrete, G.: Historia de Úbeda en sus documentos, T. III, páginas 214 y 230.

(8) López Arandía, M.A.: Un clérigo velazqueño: D. Melchor de Soria y Vera (1558-1643) capellán mayor de Nª Sª de la Capilla, en revista El Descenso, n°4, página 15.

(9) Memorias de Sevilla. Editorial Morales Padrón, F. Córdoba, 1981, página 51.

(10) López Arandía, M.A.: Un clérigo velazqueño: D. Melchor de Soria y Vera (1558-1643) capellán mayor de Nª Sª de la Capilla, en revista El Descenso, n°4, página 25.

(11) Amezcua, M.: Crónicas de Cordel, Jaén 1997, página 212.

(12) Barrionuevo, J. de.: Avisos, Madrid, 1968. Tomo II, página 164.

(13) García Delgado, A.; Lara Martín-Portugués, I. 1880-1955. Imágenes de tres Cuartos de Siglo de Vías Urbanas y Obras Públicas en la Provincia de Jaén, Torredonjimeno, 1998.

(14) Alberola Romá, A.: Los cambios climáticos. La Pequeña Edad del Hielo en España, Madrid, Cátedra, 2014, páginas 43 y siguientes.

(15) Alberola, A. y Olcina, J.: El caso de la anomalía “Maldà” en la cuenca mediterránea occidental (1760-1800). Un ejemplo de fuerte variabilidad climática, en, Desastre natural, vida cotidiana y religiosidad popular en la España moderna y contemporánea, Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2009, páginas 253 a 286.

(16) Amat i de Cortada i de Santjust, Rafel D', Baró de Maldá: Calaix de Sastre (1769-1816), selección y  edición de R. Boixareu, Barcelona, Editorial Curial, 1988-2003, 11 volúmenes.

(17) Alberola Romá, A.: Malos tiempos, vísperas de guerra. Mayo de 1808 desde otra perspectiva, in Trienio, nº52 (2008), páginas 5 a 30.

(18) Capel, H.: Medicina y clima en la España del siglo XVIII, en Revista de Geografía, vol. XXXII-XXXIII (1998-1999), páginas 79 a 105.

(19) Orlove, B. y Strauss, S.: Weather, culture, climate, London, Berg, 2003.

(20) Rico Sinobas, M.: Estudios meteorológicos y topográfico-médicos en España en el siglo XVIII, Madrid, 1858, 17 páginas, en Biblioteca Nacional, VC 734-738.

(21) La dio a conocer Antonio Gil Albarracín, junto con un apunte biográfico de su autor; citado en Fernández Navarrete, F.: Cielo y suelo granadino. Idea de la Historia Natural de Granada en varias observaciones Físicas, Médicas y Botánicas […] (1732), Trascripción, edición, estudio e índices de Antonio Gil Albarracín, Almería-Barcelona, Griselda Bonet Girabet Ed., 1997.

(22) Barriendos, M.; Martín Vide, J.; Peña, J. C. y Roberto Rodríguez, R.: Daily meteorogical in Cádiz-San Fernando. Analysis of the documentary sources and the instrumental data content (1786-1996), in Climatic change, nº 53 (2002), páginas 151 a 170.

(23) Fernández de Navarrete, M.: Biblioteca marítima española, Madrid, Imprenta de la viuda de Calero, 1851, tomo II, páginas 614 y 615.

(24) López de Peñalver, J. J.: Observaciones del Barómetro y Termómetro hechas en el Palacio del Buen-Retiro de Madrid, en Anales de Historia Natural, Madrid, 1800, volumen II, nº5, páginas 237 a 247.

(25) Ruíz Morales, M.: Los Ingenieros Geógrafos. Origen y creación del Cuerpo. Madrid, Instituto Geográfico Nacional-Centro Nacional de Información Geográfica, 2003.

(26) Godoy, M.: Memorias, Estudio Introductorio y edición de E. La Parra y E. Larriba, Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2008, páginas 519 a  521 y 861.

(27) Marqués de Ureña: Observaciones meteorológicas hechas en la isla de León en 1803 por el Señor marqués de Ureña, en Anales de Ciencias Naturales, Madrid, en la Imprenta Real, Tomo VI, nº 17, junio de 1803, páginas 224 a 244; nº 18, octubre de 1803, páginas 245 a 353; nº 19, febrero de 1804, páginas 81 a 96.

(28) García Hourcade, J. L.: La meteorología en la España ilustrada y la obra de Vicente Alcalá Galiano, Segovia, Asociación Cultural Biblioteca de Ciencia y Artillería, 2002, páginas 171 a 245.

(29) Vallés Garrido, J. M.: Un científico amigo del país en la España de la Ilustración: Vicente Alcalá Galiano (1757-1810), Novelda, Fundación Jorge Juan, 2004.

(30) Guijarro, V.: El barómetro y los proyectos meteorológicos de la Ilustración: el caso español, en Éndoxa. Series Filosóficas, nº1 (2005), páginas 159 a 190.

(31)  Memorial Literario, enero de 1784, páginas 5 y 6.

(32)  Memorial Literario, enero de 1784, página 6.

(33)  Memorial Literario, enero de 1784, páginas 6 a 9.

(34)  Memorial Literario, enero de 1784, páginas 14 a 18.

(35)  Memorial Literario, XXVIII, abril de 1786, páginas 457 a 460.

(36)  Memorial Literario, XXVIII, abril de 1786, páginas 18 a 25.

(37)  Rico Sinobas, M.: Estudios meteorológicos y topográfico-médicos en España en el siglo XVIII, Madrid, 1858, 17 páginas, en Biblioteca Nacional, VC 734-738. Página 5.

(38) Riera i Tuébols, S.: Ciència y técnica a la Il.lustraciò: Francisco Salvà i Campillo (1751-1828), Barcelona, Edicions La Magrana, 1985, páginas 189 y siguientes.

(39)  Memorial Literario, XXXII, agosto de 1786, página 476.

(40) Memorial Literario en la 2ª parte del número LVIII correspondiente a marzo de 1788, página 493.

(41) Sánchez Miñana, J.: La colaboración del Dr. Salvà i Campillo con el Memorial Literario de Madrid (1786-1790): una ventana abierta sobre el pasisaje científico y sus figuras en la Cataluña de finales del siglo XVIII, en Quaderns d’Història de l’Enginyeria, vol. IV (2004), páginas 184 a 230.

(42) Sánchez Miñana, J.: La colaboración del Dr. Salvà i Campillo con el Memorial Literario de Madrid (1786-1790): una ventana abierta sobre el pasisaje científico y sus figuras en la Cataluña de finales del siglo XVIII», in Quaderns d’Història de l’Enginyeria, vol. IV (2004), páginas 190 y 191.

(43)  Braudel, F.: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, Madrid, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1976, 2 volúmenes.

(44) Peset, M. y J. L.: Muerte en España. Política y sociedad entre la peste y el cólera, Madrid, Seminarios y Ediciones, 1972, páginas 73 a 100.

(45) Memorial Literario nº XXII, octubre de 1785, páginas 186 a 195; la Memoria Físico-Médica sobre la epidemia de tercianas que este presente año se ha padecido en la ciudad de Cordova en páginas 189 a 195.

(46) Memorial Literario nº XXII, octubre de 1785, páginas 186 a 195; la Memoria Físico-Médica sobre la epidemia de tercianas que este presente año se ha padecido en la ciudad de Cordova, en páginas 191 y 192.

(47) Textualmente afirma: “de esta irregularidad de tiempo extraordinaria para Cordova, sobrevino la epidemia de tercianas tan firmes y renitentes en el día como al principio”, página 194.

(48) Ased y Latorre, A.: Memoria instructiva de los medios de precaver las malas resultas de un temporal excesivamente húmedo, como el que se ha observado desde principios de setiembre de 1783 hasta últimos de abril de 1784. Leída en Junta General de la Real Sociedad Aragonesa de Amigos del País el día 7 de mayo por D.----; en Zaragoza, en la Imprenta de Blas Medel.

(49) Rico Sinobas, M.: Estudios meteorológicos y topográfico-médicos en España en el siglo XVIII, Madrid, 1858, 17 páginas, en Biblioteca Nacional, VC 734-738. Página 5.

(50) Alberola Romá, A. y Pradells Nadal, J.: Sequía, inundaciones, fiebres y plagas en tierras aragonesas y catalanas (1780-1790), en Bernabé, D. y Alberola, A. (eds.), Magistro et amico. Diez estudios en Homenaje al profesor Enrique Giménez López, Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2012, páginas 65 a 93.

(51)  Memorial Literario, marzo de 1785, páginas 277 y 278.

(52)  Memorial Literario, nº XXX, junio de 1786, páginas 222 y 223.

(53) Masdevall, J. de: Relación de las epidemias de calenturas pútridas y malignas que (…) se han padecido en Cataluña (…), Imprenta Real, Madrid, 1786.

(54)  Memorial Literario, nº XXXIV, octubre de 1786, páginas 253 a 256.

(55)  Memorial Literario, nº XXXII, agosto de 1786, páginas 517 y siguientes.

(56) Ibáñez, F.: Topografía hipocrática o descripción de la epidemia de calenturas tercianas intermitentes malignas, continuoremitentes, perniciosas, complicadas que se han padecido en la provincia de La Alcarria desde el año 1784 hasta el de 1790 y 1791 (…). Por el Dr. D. ---, Médico de Profesión y Titular que ha sido de la M. N. y L. Ciudad de Huete y ahora lo es de la M. N. A. e Ilustre villa de Pastrana. Madrid, año de MDCCXCV, en la imprenta de Ramón Ruiz.

(57) Tovares, J.: Descripción histórico epidémica o Memoria sobre la epidemia de calenturas intermitentes observada en España en el año de 1786 por el Dr. D. Juan Tovares, médico de Puerto-Llano (…), in Memorias de la Academia…, Tomo Primero, páginas 466 a 482.

(58) Alberola Romá, A.: Los cambios climáticos. La Pequeña Edad del Hielo en España, Madrid, Cátedra, 2014, página 224.

(59) Alberola Romá, A.: Los cambios climáticos. La Pequeña Edad del Hielo en España, Madrid, Cátedra, 2014, páginas 208 y siguientes.

(60) Memorial Literario, nº XLVIII, octubre de 1787 (2ª), páginas 354 a 359.

(61)  Memorial Literario, nº LIII, enero de 1788 (1ª), páginas 155 a 157.

(62)  Memorial Literario, nº XLVII, octubre de 1787 (2ª), páginas 269 a 273.

(63) Alberola Romá, A.: Quan la pluja no sap ploure. Sequeres i riuades al País Valencià en l’edat moderna, Valencia, Publicaciones de la Universidad de Valencia, 2010, páginas 198 a 200.

(64) Rico Sinobas, M.: Memoria sobre las causas meteorológico-físicas que producen las constantes sequías de Murcia y Almería, señalando los medios para atenuar sus efectos (…), Madrid, Imprenta a cargo de D. S. Compagni, 1851, páginas 80 y 81.

(65)  Memorial Literario, nº LXXVIII, enero de 1789 (2ª), páginas 175 y 176.

(66) Memorial Literario, nº LXXX, febrero de 1789 (2ª), páginas 328 y siguientes.

(67)  Memorial Literario, nº LVI, febrero de 1788 (2ª), páginas 334 y 345.

(68)  Memorial Literario, nº LVII, marzo de 1788 (1ª), páginas 434 a 437.