PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

domingo, 21 de febrero de 2021

EL BEATO MARCOS CRIADO, (HIJO DEL HIGUEREÑO JUAN CRIADO NOTARIO), MARTIRIZADO POR MORISCOS EN EL PUEBLO GRANADINO DE LA PEZA EL 25 DE SEPTIEMBRE DE 1569.

EL BEATO MARCOS CRIADO GUELAMO FUE BEATIFICADO POR EL PAPA LEÓN XIII EL 24 DE JULIO DE 1899. 

Hoy traigo a estas páginas la historia de un santo de Andújar, llamado Marcos Criado Guelamo, que fue martirizado en La Alpujarra cuando se produjeron los levantamientos de moriscos, en el pueblo granadino de La Peza en fecha 25 de septiembre de 1569.

Hijo del higuereño Juan Criado Notario, fue beatificado por el papa León XIII el 24 de julio de 1899, destacando en él las virtudes cristianas y trinitarias que le llevaron a dar su vida por la liberación de sus hermanos. 

Posiblemente ninguno de los higuereños, que tan frecuentemente visitan el Santuario de la Virgen de la Cabeza en el cerro del Cabezo, se habrá fijado de un modo especial en esta imagen, que representa a un hijo de un higuereño. Esta imagen está situada, desde la posición de salida del altar, en el lateral de la izquierda, según se sale del pequeño espacio que ocupa el Sagrario a la izquierda y abajo del Camarín de la Virgen de la Cabeza. En ese primer altar hay una imagen de un fraile trinitario, atado a un tronco de encina, es la imagen del beato Marcos Criado Guelamo.

Beato Fray Marcos Criado Guelamo, martir trinitario en La Peza (Granada) en el año 1569. Imagen del Santuario de la Virgen de la Cabeza. Foto propia.
Buscando los antecesores del beato Marcos Criado en Lahiguera, nos encontramos a un bautizado en el registro de los inscritos como bautizados, se trata de Juan (Criado Gutiérrez), bautizado en fecha 19 de noviembre de 1577, hijo de Juan Criado y de Ana Gutiérrez su mujer, vecinos de esta Villa de la Higuera, fueron sus compadres Bartolomé Berdejo, Clérigo, y Elvira de Soto mujer de Cristóbal Fernández, fueron testigos Juan Criado, y Antón Berdejo. Suponemos que el Clérigo Bartolomé Berdejo y Antón Berdejo serían hermanos y ambos a la vez hermanos de María Berdejo, madre del beato Fray Blas Palomino. Suponemos que la relación familiar de Juan Criado Gutiérrez y Marcos Criado Guelamo es más que evidente, lo que desconocemos a la vista de la caótica forma de seguir los apellidos los hijos en relación con sus padres naturales, es la mayor o menor proximidad en este caso.
Sagrario del Santuario de la Virgen de la Cabeza en Sierra Morena, Andújar (Jaén). Foto propia.
Por las fechas que manejamos podemos realizar una aproximación a su parentesco entendiendo que Juan Criado Notario, natural de la Higuera (zerca de Arjona), que casó con María (o Marina) Guelamo Pasillas, natural de Andújar, contraería matrimonio en fechas bastante anteriores al 25 de abril de 1522, dado que Marcos Criado fue el menor de varios hijos, que ya estaban casados cuando murió la madre de Marcos, llamada María o Marina. Como familia originaria de la Higuera Zerca de Arjona es fácil pensar que alguno de sus hijos, tal vez Juan Criado (hijo) casó con Ana Gutiérrez, también vecina de La Higuera y tuvieron como hijo a Juan Criado Gutiérrez. Por lo que el beato Marcos Criado Guelamo, mártir en fecha 25 de septiembre de 1569 en la población granadina de La Peza, posiblemente fuese tío carnal de Juan Criado Gutiérrez bautizado el 19 de noviembre de 1577. No debemos olvidar aquí que Marcos Criado Guelamo, hijo de Juan Criado natural de la Higuera, fue reconocido como santo natural de Andújar con origen familiar en la Higuera por ser lugar de nacimiento de su padre.
Altar del Beato Marcos Criado (arriba a la izquierda) en la Basílica menor del Santuario de la Virgen de la Cabeza.

Beato Marcos Criado Guelamo, nacido en Andújar e hijo de un higuereño llamado Juan Criado Notario. Foto propia tomada en la basilica de Ntra. Señora de la Cabeza, patrona de la provincia de Jaén.
Marcos Criado Guelamo, nacido en Andújar en fecha 25 de abril de 1522, y muerto mártir en fecha 25 de septiembre de 1569 en la población granadina de La Peza, fue un religioso de la Orden de la Santísima Trinidad que sufrió el martirio en el pueblo granadino de La Peza durante la rebelión de los moriscos. Fue beatificado por el papa León XIII el 24 de julio de 1899, destacando en él las virtudes cristianas y trinitarias que le llevaron a dar su vida por la liberación de sus hermanos. Marcos Criado nació en Andújar, el 25 de abril de 1522, del matrimonio formado por Juan Criado Notario, natural de la Higuera (de Arjona), y María (o Marina) Guelamo Pasillas, natural de Andújar. Marcos era el menor de los hijos, habidos en el matrimonio, y este dato, unido al hecho de nacer en una familia acomodada, hicieron que la infancia de Marcos estuviera llena de caprichos y gustos. Desde muy pequeño comenzó a frecuentar el convento de los trinitarios calzados de Andújar, ejerciendo de monaguillo.
Imagen lateral del Beato Fray Marcos Criado donde se muestra la herida producida al sacarle el corazón en su martirio. Imagen del Santuario. Foto propia.
Con nueve años muere su madre en 1531, y quedan en la casa su padre y él solos, ya que sus hermanos estaban todos casados. Padre e hijo hacen desde entonces una vida casi de religiosos. (Así lo refiere Cruz Rodríguez, Teodoro: “Beato Marcos Criado, biografía breve” Andújar, 1966). El joven Marcos pide permiso a su padre para visitar la ermita de la Virgen de la Cabeza, en la sierra de Andújar. El corto tiempo que estuvo en aquel cerro, los ermitaños que allí vivían quedaron asombrados de su vida de sacrificio y de oración ante la Virgen. A ella se entrega y la toma por madre, prometiéndole entregarse por siempre al servicio de Dios, siguiendo a Cristo llevando su cruz. Cuando regresa a Andújar y cuenta a su padre todo lo sucedido, este decide entregarse también a Dios como religioso y reparte sus bienes entre sus hijos. Marcos, con lo que le corresponde decide hacer tres partes: una para el convento de la Trinidad de Andújar, otra para la redención de cautivos y una tercera para hacer caridad con los pobres. Liquidadas sus cuentas personales pide ser admitido como religioso trinitario. Su padre Juan Criado Notario había ingresado al mismo tiempo en el convento franciscano de la Arruzafa en Córdoba.
Portada de entrada al antiguo convento de San Francisco en la Arruzafa (Córdoba), donde entró Juan Criado Notario, cuando su hijo Juan Criado Guelamo decidió profesar como religioso trinitario. Este convento fue fundado en el año 1417.
Bendita imagen del Beato Fray Marcos Criado Guelamo del Santuario de la Virgen de la Cabeza. Foto propia.
Marcos comienza su noviciado en 1536, siendo su maestro fray Fernando Ramírez. Desde el primer momento hizo gala de su espíritu de servicio, solía decir que había nacido criado y como tal debía obrar durante toda su vida, ofreciéndose siempre para los trabajos más humildes. Un año más tarde en el año 1537 realizó su profesión y comenzó en el mismo convento de Andújar los estudios de Filosofía y Teología. Pero fray Marcos no estaba contento, pensaba que esos dones podían ser motivo de orgullo y por eso pedía que Dios le enviara humillaciones. Entre otras, él mismo no quiso presentarse a los exámenes que le conferirían el grado de bachiller. Tuvo que intervenir el Ministro Provincial de la orden trinitaria para que, bajo voto de obediencia al que estaba obligado, se presentara a dichos exámenes. Cuentan que así lo hizo pero respondió tan mal que fue descalificado. No había faltado contra la obediencia, ni contra la humildad que prometiera ante la Virgen de la Cabeza.
Beato Marcos Criado. Foto propia.
Nada más recibir la ordenación sacerdotal fue nombrado Predicador Mayor del convento de Andújar. Su fama de orador y de maestro de almas se extendió por toda Andalucía, hasta el punto de que tenía cada vez menos tiempo para él mismo. Pidió entonces traslado a otro convento, siendo destinado con el cargo de Predicador Mayor al convento trinitario de Jaén. Pero su fama había llegado hasta Jaén y nada más llegar tenía ya largas colas en el confesionario y en la puerta del convento. Nuevamente pidió ser trasladado, esta vez a un lugar más tranquilo, y el Provincial de la orden trinitaria lo trasladó al convento de Úbeda. En él tuvo oportunidad de dar nuevas muestras de su humildad, tomando para sí el oficio de sacristán y todas las limosnas que recibía por las predicaciones y donativos particulares las empleó en renovar los ornamentos y vestiduras litúrgicas de la iglesia del convento. En el Protocolo de la Casa de Úbeda se conserva una escritura otorgada en aquellos días, firmada por todos los religiosos de la Casa, con la firma de fray Marcos Criado, sacristán, y no Predicador Mayor que era título de mayor categoría.
Azulejo del martir Beato Marcos Criado en la fachada de la antigua iglesia de los Trinitarios Calzados de Sevilla. En su mano derecha porta el corazón con las letras JHS, que según la tradición apareció en el corazón extraído del martir.
A causa de la revuelta de los moriscos, y bajo petición del papa Pío IV, los obispos de Guadix y de Almería, solicitaron en 1560 a las Órdenes Religiosas el envío de misioneros a las Alpujarras para contrarrestar el alcance de la insurrección morisca, y ayudar a las pequeñas poblaciones de cristianos que se veían amenazados por la revuelta. El Ministro de la Casa de la Santísima Trinidad de Almería tramitó esta petición al Ministro Provincial, que visitaba en esos días el convento de Úbeda, y así lo comunicó a los hermanos. De los cinco religiosos que pedían los obispos, solo respondieron dos, fray Marcos Criado y fray Pedro de San Martín, ambos del convento de Úbeda. Camino de Almería ambos religiosos pararon a visitar al obispo de Guadix, D. Melchor Álvarez de Vozmediano.
El Papa Pío IV pidió a los obispos de Guadix y Almería el envío de misioneros a las Alpujarras para contrarrestar el alcance de la insurrección morisca y ayudar a las pequeñas poblaciones de cristianos que se veían amenazados por la revuelta.
Los contratiempos comenzaron pronto, nada más llegar a Almería, antes de comenzar la misión propiamente dicha, fallecía inesperadamente fray Pedro de San Martín, por ello Fray Marcos Criado quedaba solo, pero eso no impidió que ganara en ánimo y renaciera su antiguo espíritu de entrega, partiendo hacia el pueblo de La Peza, cercano a Guadix. Pronto conocieron en aquel pueblo las artes oratorias de Fray Marcos Criado, aunque también lo conocieron pronto los que se iban a convertir en sus perseguidores. Marcos Criado pidió permiso al obispo de Guadix para adentrarse en las Alpujarras granadinas y ayudar a los cristianos que en aquellas aldeas habían quedado aislados. El obispo le dio cartas de recomendación y presentación para los párrocos y autoridades de aquellos pueblos, que acogían con gran alegría la llegada del fraile trinitario. 
Paisajes de la Alpujarra granadina.

Las orillas del río Almanzora, los pueblos de Vera, Cádiar, Poqueiza, Juviles, Trevelez, Laroles, y Ugijar, entre otros, fueron testigos del paso de Marcos Criado, oyeron sus predicaciones, sintieron su apoyo en tan duros momentos para su fe, incluso fueron testigos de no pocas palizas que recibió de grupos de moriscos que esperaban su paso por los caminos abruptos de las Alpujarras. Los moriscos se tomaron la revancha contra los cristianos viejos cebándose con los sacerdotes y sacristanes, y es que las humillaciones que estos ejercieron sobre los moriscos fueron por cosas como la falta a misa, llevar el velo, utilizar plantas para las enfermedades, etc., sirva como ejemplo el castigo infligido sobre algunos de ellos cuando los montaban en una escalera junto a la iglesia desnudos en los días más fríos.

Restos de la fortaleza o castillo de La Peza.

El año 1569 se presentó con gran conflictividad entre el grupo de rebeldes moriscos y la infantería del ejército que sofocaba la revuelta de las Alpujarras. En febrero el Capitán Bernardino de Villalta, vecino de Guadix, con una compañía de infantería, pidió licencia y gente al conde de Tendilla para ir a la fortaleza de La Peza con la intención de prender Aben Humeya, diciéndole que unas espías le habían prometido dárselo en las manos. El Conde de Tendilla le concedió para ello tres compañías de infantería. Sin embargo, Bernardino de Villalta lo que hizo fue entrar en Laroles por el puerto de La Ragua haciendo promesas de paz, aunque por el contrario, saqueó y capturó a las indefensas mujeres moriscas que después vendió como esclavas en el mercado de Guadix. Esta acción hizo que los moriscos de la zona que aún no se habían rebelado se unieran con mayor fuerza a Aben Humeya. El capitán fue castigado por ello por el Conde de Tendilla.
Aben Humeya.
El 23 de Junio Aben Humeya entra a La Peza por el puerto de Espique, acompañado de cinco mil hombres. Persuadió a los vecinos para que se alzasen, unos voluntariamente, otros a la fuerza, porque no querían rebelarse.”Siempre fue La Peza comunidad de diferente sentir, nunca se ajustan todos al voto de uno por justo que sea.” (Hurtado de Mendoza) A su entrada en la villa, los moriscos incendiaron la iglesia, quedando reducida a escombros, aunque la torre se salvó quedando hasta nuestros días, La Carraca. También apuñalaron al beneficiado de la parroquia, Pedro de Palencia en la puerta de esta, que salió a defender a Marcos Criado. Estos días tuvo lugar la captura de los hijos de D. Cristóbal de Arce, alcaide de la fortaleza, y que se encontraban fuera de ella en el momento de la entrada de Aben Humeya. Así lo cuenta Francisco Bermúdez de Pedraza: “El alcaide Cristóbal de Arce, que se encontraba en este tiempo dentro de la fortaleza, no quiso desampararla y se hizo fuerte en ella, y los moros tampoco se quisieron detener a combatirla, pero llevaron dos prendas del corazón, dos hijos suyos y de doña Isabel Muñoz, su mujer, Cristóbal y Andrés de Arce. Habían bajado estos niños de la fortaleza al lugar quedando Aben Humeya entró en él asediándolos, y los maniataron los moros con deseo de que el padre entregase la fortaleza por la libertad de los hijos, y aunque el alcaide no dio su puñal para matarlos como Don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, pero dejó llevar los niños, y parte de su corazón por no entregar la fortaleza, y lleváronlos a Oxixar el Jueves Santo de este año donde el moro les persuadió para que renegasen de la Fe de Cristo nuestro Señor con ofertas de vida, hacienda y estado, pero los muchachos como cristianos viejos y nobles resistieron a las promesas y amenazas y ofrecieron sus vidas voluntariamente al martirio, efectos de buena sangre, y aquella noche condenó el rey al inocente Cristóbal, era el mayor de los dos hermanos aunque no tenía más de trece años, pero su muerte fue maravillosa por las circunstancias de ella: el nombre de Cristóbal, el día en que se ejecutó, Viernes Santo la muerte de Cruz, con que me persuado que tuvo el rey moro algún ludio por al feffor El Viernes Santo por la mañana fue Cristóbal crucificado y su hermano Andrés atado a los pies de la cruz para que renegase atemorizado con la horrible muerte de sus hermano y le guardo nuestro señor para testigo y cronista de ella, dos días estuvo vivo en la Cruz el ilustre mártir, y ambos hecho un apóstol y predicador de la fe de Cristo a su hermano. Le persuadió para que mirase por su alma y no se dejase vencer de halagos ni amenazas de los moros, que estuviese como buen soldado de Cristo, fuerte en la fe católica, y no renegase de ella: y ponderaba mucho Andrés que siendo su hermano tartamudo le hablaba muy claro. Era Andrés de nueve años, y con valor de noventa le prometió morir por Cristo: y muy condolido de ver derramar sangre de su hermano, le preguntaba si le dolía mucho las heridas de pies y manos, y Cristóbal le respondió que no le dolían, antes le parecía que estaba como en una cama de flores olorosas; ¡oh celestial auxilio de los mártires!. Para mayor gloria del martirio, estando los dos hermanos divertidos en estos coloquios, al segundo día pasó por Oxixar una tropa de moros, y viendo en la Cruz a Cristóbal, le dijo uno: ¿todavía vive este perro? Y le dio una herida en el costado, con lo que Cristóbal, alabando a sus creados puso el alma en sus manos. Los moros llevaron consigo a su hermano Andrés y después de reducidos al servicio del Rey nuestro seño, le restituyeron a sus padres para historiador del glorioso martirio de su hermano. En la obra de D. Diego Escolano de Ledesma, arzobispo de Granada, menciona que los sarracenos sitiaron la fortaleza en la que se habían refugiado todos los vecinos que habían escapado. Cristóbal de Arce escribió a Granada y a Guadix pero no recibió ayuda, y después de llevar varios días sin agua, Andrés y Cristóbal “como los más alentados soldados”, y porque su posición alentaría a sus vecinos, decidieron salir del castillo con algunos hombres para conseguir llevar agua. Cuándo estaban apunto de regresar, los moros les asaltaron y apresaron a Andrés, Cristóbal regresó al castillo llevando el agua, pero más tarde corrió la misma suerte. Añade Escolano de Ledesma, que Cristóbal no murió por la herida en el costado, y que por ello le arrojaron a un zarzal para alargar su tormento. Justino Antolinez de Burgos, en su “Historia Eclesiástica de Granada”, escribió esta historia cuando aún estaba viva una hermana de Cristóbal y Andrés, María de Arce. En esta dice que cuándo Cristóbal volvió al castillo con el agua, los moros enfurecieron y apretaron el cerco al castillo, llegando a destruir parte de la torre. Los cristianos que quedaron dentro, asediados y presionados por la sed y los pactos que ofrecían los sarracenos, acabaron por entregarse, entre ellos Cristóbal. Como tanto Guadix, cómo Granada están cerca al pueblo, los moros arrasaron con las pertenencias que encontraron en las casas y en el castillo y se retiraron a La Alpujarra.
Imagen actual de la villa de La Peza.
Durante tres meses, fray Marcos Criado continuó pastoreando a los cristianos que quedaban en la villa, hasta que en septiembre los moriscos le capturaron. Los moriscos le echaron manos arrojándole en la plaza pública a merced de mujeres y niños que le maltrataron. Trás la vuelta a La Peza la situación se había hecho insostenible. Los rebeldes moriscos prácticamente habían tomado el pueblo. Las palizas, empujones, injurias, incluso puñaladas y pedradas, eran continuos, alguna vez le dieron por muerto. Marcos Criado se mantuvo siempre dispuesto a dar su vida por Cristo, y por aquellos cristianos por los que había dejado todo. Estaban llegando las humillaciones que con tanto tesón pidió desde joven a Dios. La última paliza le sobrevino el 21 de septiembre de 1569. Un grupo de moriscos lo encerró primero en la iglesia del pueblo, junto a un gran número de fieles que le defendían a ultranza, entre los que se encontraba el párroco de La Peza, que al salir en defensa del trinitario fue apuñalado y murió allí mismo. 

A fray Marcos Criado lo llevaron arrastras hasta las afueras del pueblo, lo ataron a un árbol y a base de golpes pretendían que renunciara a su fe. Marcos respondía: ¿Renegar de Cristo?, jamás. Lo colgaron del árbol de modo que los pies no tocaban el suelo. Pasó toda la noche en esta posición, y por la mañana, viendo que seguía vivo y estaba cantando salmos, lo apedrearon hasta dejarlo inconsciente.

La fuente de Belchite se encuentra a las afueras de La Peza, al final de la calle Santo Marcos, una vez pasado el puente sobre el arroyo de Espique en dirección a la cercana Ermita del Santo Marcos.
El día 25 de septiembre de 2019 se celebro en La Peza el 450 aniversario del martirio del Beato Marcos Criado, en las inmediaciones de la Ermita del Santo Marcos. El obispo de Guadix, D. Francisco Jesús Orozco presidió la celebración, concelebrada por sacerdotes de la diócesis y un religioso trinitario de la Comunidad del Santuario de la Virgen de la Cabeza de Andújar (Jaén).
Celebración del aniversario del martirio del Beato Marcos Criado en la pequeña explanada de la Ermita del Santo Marcos en La Peza.
Lo colgaron en el árbol en un lugar próximo a la población que se conoce todavía como fuente de Belchite, le ataron a una encina por debajo de los brazos y por la cintura de manera que no tocase con los pies el suelo. Sin hueso sano por las pedradas, desangrado, esperaban que muriese de sed y de hambre. Así lo cuenta Francisco A. Hitos en “Mártires de la Alpujarra en la rebelión de los moriscos”: “padeció martirio por aquellos enemigos acérrimos del nombre cristiano, de mandato de su jefe Abencota, fue cogido el Siervo de Dios, e incitado vanamente a que abandonase la fe verdadera, después de otros tormentos, sufrió el martirio a pedradas, atado a una encina, junto al pueblo de la Peza. Durante los tres días que permaneció allí colgado, rogó a Dios por sus perseguidores, y predicó la fe católica; hasta que le abrieron el corazón, que inmediatamente comenzó a brillar con esplendor admirable, teniendo esculpido el santísimo Nombre de Jesús, que también se dice haberse ostentado en las bellotas de la misma encina”.

Martirio del Beato Marcos Criado.
El 24 de septiembre, el Beato Marcos Criado padeció martirio. Pasó todo el día así. El 25 de septiembre, viendo que no moría, un morisco le abrió el pecho y la extrajo el corazón. Según cuenta la tradición, de su corazón salió un resplandor y en él se veía escrito el anagrama del nombre de Jesús (JHS). Ante este prodigio los moriscos retrocedieron. Era el año 1569, fray Marcos Criado tenía 47 años de edad y 33 de profesión religiosa, pronto se hicieron eco de su martirio los mejores predicadores de la época, se escribieron relatos que alentaran a otros en sus virtudes y se extendió su fama de santidad. Después de la guerra, volvieron a la villa los “moriscos de paz”. Fueron los moriscos convertidos sinceramente los que iniciaron el culto al mártir a la fe cristiana, después de presenciar la milagrosa muerte de fray Marcos Criado.
El Papa León XIII beatificó al Beato Marcos Criado en fecha 24 de julio de 1899, y su fiesta se celebra en la Orden Trinitaria el 24 de septiembre.
El papa León XIII lo beatificó el 24 de julio de 1899. Su fiesta se celebra en la Orden el 24 de septiembre. Damos a conocer el texto extractado del decreto que se dio por la Sede Apostólica aprobando su culto, copiando algunos párrafos que nos den en compendio lo que nos conviene saber de este mártir, el primero de los que padecieron martirio, elevado al honor de los altares. En Andújar el año 1522, nació de padres conspicuos por su nobleza y virtud Marcos, de apellido Criado. Vistió en el año 1536 el hábito religioso de la Orden de la Santísima Trinidad. Elevado al sacerdocio, recorrió, con licencia de los superiores, en varias expediciones sagradas, muchas regiones de España, principalmente aquellas que aún eran oprimidas cruelmente bajo el yugo de los moros. Todavía recuerda y celebra con alegría y gratitud a este varón apostólico toda la región de las Alpujarras, juntamente con la ciudad de Almería, cuyo suburbio en aquellos tiempos, fuera del Convento de Trinitarios, era ocupado por los moros. Por aquellos enemigos acérrimos del nombre cristiano, de mandato de su jefe Abencota, fue cogido el Siervo de Dios, e incitado vanamente a que abandonase la fe verdadera, después de otros tormentos, sufrió el martirio a pedradas, atado a una encina, junto al pueblo de la Peza. Durante los tres días que permaneció allí colgado, rogó a Dios por sus perseguidores, y predicó la fe católica; hasta que le abrieron el pecho y le arrancaron el corazón, que inmediatamente comenzó a brillar con esplendor admirable, teniendo esculpido el santísimo Nombre de Jesús, que también se dice haberse ostentado en las bellotas de la misma encina.
Dos perspectivas distintas de la imagen del Beato Marcos Criado en la basílica de la Virgen de la Cabeza de Andújar. Fotos propias.

Desde aquel tiempo, el año 1569, poco más o menos, en que Marcos Criado recibió la corona en glorioso martirio, se dio culto público y eclesiástico al mismo Siervo de Dios, especialmente por los pezanos y en la Diócesis de Guadix; y, perseverando dicho culto, decretó Benedicto XIV, Pontífice Máximo, el día 15 de septiembre de 1757, que podía y debía tolerarse, sin que se juzgara como aprobación Apostólica de dicho culto para deducir beatificación equivalente o formal; para la que mandó el mismo Pontífice que se debía proceder al tenor de los decretos del Papa Urbano VIII. Nuestro Santísimo Señor el Papa León XIII, teniendo en cuenta el decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, expedido el día 24 de abril de 1899, por especial gracia, considerando sobre todo la claridad del martirio del Siervo de Dios, aprobó definitivamente su culto el 10 de julio de este mismo año. En la iglesia de la Peza hay más de un cuadro de este mártir.
Imagen del Beato Marcos Criado, que recibe culto en el Santuario de la Virgen de la Cabeza de Andújar. Foto propia.
Para enmarcar la vida de este santo personaje haremos una introducción relacionada con las características físicas la extensa comarca andaluza de La Alpujarra, la rebelión morisca, y la anotación de los hechos referidos a las matanzas de religiosos y cristianos viejos que habitaban estos territorios en este tiempo. La Alpujarra es una región histórica de Andalucía que se encuentra dividida entre la provincia de Granada y la provincia de Almería, en las faldas de la ladera sur de Sierra Nevada. De Sierra Nevada parten varios contrafuertes en distintas direcciones; hacia el Sur arrancan las sierras de Contraviesa y de Gádor, llamadas por los árabes Montes del Sol y del Aire, que son el armazón de las Alpujarras. Se distinguen las Alpujarras altas u occidentales, entre la cadena principal y las dos secundarias, y las Alpujarras orientales que abarcan la estribación Sur de la parte Este que desciende a las anchas cuencas del río Ujíjar o río Grande, y el Canjáyar o río Almería.
Valle de la Alpujarra granadina.
Los valles de esta comarca se distinguen por ser su parte alta la más ancha, y se estrechan y se hacen inaccesibles a medida que se alejan de la cadena principal. Todos terminan por la parte superior en prados alpinos en parte planos, en parte rodeados de pétreas murallas. Las circunstancias locales hacen cambiar la vegetación por todas las formas alpinas de las más variadas graduaciones, hasta llegar a los productos tropicales, incluso los dátiles y la caña de azúcar. Gran parte del territorio de esta comarca es estéril y áspero, pero en todas las zonas hay fértiles valles, bosques de frondosos árboles y riquísimos pastos, y en ellos se mantiene mucho ganado lanar y de cerda; un cultivo esmerado enriquece esta comarca, en ella se ven árboles frutales de un gran desarrollo; las faldas y laderas de las montañas están plantadas en algunas partes de viñedos, de los cuales se sacan las excelentes uvas que, puestas a secar al sol o pasadas por una lejía de sarmiento, dan el exquisito fruto de que tanto consumo se ha hecho hasta ahora, bajo el nombre de pasa de Málaga. La región consiste principalmente en una serie de valles y barrancos que descienden desde las cumbres de Sierra Nevada, en el norte, al eje vertebrador de la comarca, que es el gran valle, dispuesto en dirección este-oeste, formado por las cuencas del río Guadalfeo, en la parte granadina, y del río Andarax, en la parte almeriense. Al sur, la Sierra de Lújar, la Sierra de la Contraviesa y la Sierra de Gádor con sus barrancos, que descienden desde estas sierras al mar Mediterráneo.
Sierra de Lujar.
Sierra de la Contraviesa.
Sierra de Gádor.
Se trata de un espacio de una enorme belleza natural y grandes contrastes. A causa de su clima suave, combinado con una fuente estable de agua para la irrigación de los ríos que descienden de Sierra Nevada, los valles de La Alpujarra disfrutan de un importante grado de fertilidad, si bien a causa de la naturaleza del terreno sólo pueden ser cultivados en pequeñas parcelas, por lo cual la técnicas modernas de agricultura no suelen ser viables. Abundan los árboles frutales, como naranjos, limoneros, caquis, manzanos, higueras, castaños, almendros, y los viñedos. La zona este de La Alpujarra, la almeriense, así como la cara sur de las sierras costeras, son más áridas. 

Colonizada por íberos y celtas, por la antigua Roma, y por visigodos, antes de la conquista musulmana de Hispania durante el siglo VIII. El historiador árabe Ibn Ragid declara que la región no fue conquistada por los árabes debido a la aspereza de su territorio. Su colonización, por tanto, hubo de ser posterior y realizarse de modo muy paulatino. La región fue el último refugio de los moriscos, a quienes se les permitió permanecer allí hasta mucho después de la caída del Reino Nazarí de Granada en 1492. Tras la revuelta morisca de 1568 (durante la que Abén Humeya, de nombre cristiano Fernando de Córdoba y Válor, se proclamó rey de la Alpujarra), la población morisca fue expulsada de la región tras que ésta fuese usada como su base militar de la rebelión.

Por orden de la corona española, se requirió que dos familias moriscas permaneciesen en cada villa para ayudar a los nuevos habitantes, introducidos desde Castilla (fundamentalmente procedentes de otros lugares de Andalucía, así como castellanos, gallegos y leoneses), y enseñarles la forma de trabajar las terrazas y los sistemas de irrigación de los que depende la agricultura de la región. Sin embargo, la repoblación fracasó y los sistemas agrícolas se perdieron, sustituidos por especies y métodos de origen castellano. La influencia de la población árabe se puede observar, lógicamente, en el paisaje agrario, la arquitectura cúbica, interaccionada con la arquitectura bereber de las montañas marroquíes del Atlas. El primitivo nombre con que se menciona esta comarca es el de Ilipula. En la época árabe se sublevaron varias ocasiones los habitantes de las Alpujarras, llegando por dos veces a declararse independientes del emirato de Córdoba, nombrando rey propio. En el último período de la reconquista hicieron los árabes de este territorio su último baluarte, favorecidos por lo quebrado del suelo, promoviendo repetidas protestas, pacíficas o belicosas, contra la desconsideración con que, a su juicio, eran tratados después de la rendición de Granada. Estas protestas dieron ocasión a la guerra de las Alpujarras, una serie de sublevaciones que duraron desde 1500 a 1570.
D. Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán.
En la primera insurrección se apoderaron de casi todas las plazas fuertes de la comarca, e hicieron incursiones contra los cristianos, por lo que Fernando V mandó contra los moros al Gran Capitán y al conde de Tendilla, poniéndose después el propio monarca al frente de las tropas hasta dominar a los rebeldes. Entonces se les impuso la condición de entregar fortalezas y armas, y pagar un tributo de 50.000 ducados; pero la insurrección quedó latente, siguiendo el levantamiento de partidas, al modo de guerra de guerrillas. Para contener a los sediciosos, Carlos V promulgó una rigurosa pragmática en 1526, que dio un resultado contraproducente, hasta aparecer en 1560 numerosas partidas armadas por aquella sierra. Felipe II, queriendo ser más enérgico, reprodujo la pragmática de Carlos V, adicionando otras cláusulas. Los muslimes, creyendo llegada la ocasión de sacudirse del yugo cristiano, se alzaron en armas dirigidos por Faraz-Abenfaraz, y proclamaron rey a D. Fernando de Córdoba y Válor, descendiente de los Omeyas u Omniadas, quien al renegar del cristianismo tomó el nombre de Aben-Humeya.
Faraz-Abenfaraz
Faraz-Abenfaraz se creía con mejor derecho a ser rey por descender de los Abencerrajes, pero transigió por no provocar escisiones, siendo nombrado por Aben-Humeya alguacil mayor con numerosas tropas de alpujarreños y mercenarios turcos y africanos. Feraz, contra la opinión de Humeya, llevó la guerra a sangre y fuego. 

D. Íñigo López de Mendoza, primer Marqués de Mondejar.
Felipe II mandó contra los insurrectos al Marqués de Mondéjar con un ejército que partió de Granada en 1569, y después al ver que no terminaba la guerra, otro ejército dirigido por el Marqués de los Vélez. Surgieron rivalidades entre estos caudillos, dando lugar a que la guerra se propagara a otras comarcas. Felipe II envió entonces a D. Juan de Austria, como generalísimo, y a D. Luis de Requeséns con una escuadra para impedir a los moriscos los auxilios por mar. El éxito empezó a decidirse por los cristianos; el Marqués de los Vélez conquistó las alturas de Ugir, derrotando a Aben-Humeya, que con el resto de sus fuerzas tuvo que retirarse a Sierra Nevada, donde trató de reorganizarse, pero una conjuración le hizo caer en poder de los cristianos y fue ahorcado.
D. Juan de Austria reunido con su hermano Felipe II.
D. Luís de Requesens y Zúñiga (Museo del Prado).
Los moros prosiguieron la guerra proclamando a Aben-Abó, que dio comienzo a una activa campaña tomando algunas plazas, y llegando hasta las calles de Granada. La insurrección amenazaba propagarse a Murcia y Valencia. Para impedirlo tomó D. Juan de Austria personalmente la dirección de las operaciones, hasta obligar a los rebeldes a refugiarse en lo más intrincado de las Alpujarras. Entonces publicó un bando prometiendo perdón a los que se sometieran, sin que ninguno lo efectuara, aunque lo había prometido hasta el mismo Aben-Abó. Ante la resistencia pasiva reanudó D. Juan de Austria la campaña con tal ímpetu, que a fines de 1570 sólo restaban unos 400 moriscos con armas, escondidos en las fragosidades de la sierra. Cansados de tal vida se vendieron a los cristianos dos de los más íntimos de Aben-Abó, y éste fue asesinado por los suyos en marzo de 1571, entregando su cadáver en Granada.
Aben-Abó
De este modo terminó la guerra, viéndose después los moriscos obligados a abandonar las Alpujarras por imposición de los vencedores. Esta última rebelión es la época de los Mártires que ahora historiamos. 
Por parte de la Corona Castellana, en enero de 1492 había llegado el momento feliz de terminar gloriosamente la reconquista con la toma a los moros del último baluarte de su poderío, la ciudad de Granada. Determinada la entrega, los moros pretendieron sacar todo el partido posible de su situación, y así arreglaron los capítulos de su rendición en conformidad con sus aspiraciones. Y aunque ellos, como dice Mármol, trataban estas cosas “con demasiada importunidad”, “los vencedores, (añade el mismo autor), que ninguna cosa querían más que acabar de vencer, se lo concedieron todo”. Y entre otras cosas que dejarán vivir a todos en su ley, y nos les consintieran quitar sus Mezquitas, ni sus torres, ni almuedones, ni les perturbarán en sus usos y costumbres.
Fray Hernando de Talavera, primer Arzobispo de Granada.

Aunque algunos prelados y otras personas religiosas pidieron a los Reyes con mucha insistencia que como celosos de la honra de Dios, diesen orden para que se prosiguieran con mucho empeño el desterrar de España el nombre y secta de Mahoma, mandando que los rendidos, que no se quisieran bautizar, se fueran a Berbería en el norte de África, no estando en ello de acuerdo los reyes, y poniendo tan importante asunto en las manos de Fray Hernando de Talavera, primer Arzobispo de Granada, muy estimado de los Reyes por su mucha virtud, hombre de maravilloso ingenio, gran predicador y muy docto en sagradas letras. Fue tan bueno su tratamiento con los moriscos, que como muy bien dice Mármol ninguna cosa era más estimada, más venerada y más amada, que el nombre del Arzobispo, a quien ellos llamaban el Alfaquí Mayor de los cristianos y el Santo Alfaquí. Y de tal manera recibían sus enseñanzas que se venían a oírle los mismos alfaquíes, y se convirtieron muchos de unos y de otros. En vista de estas numerosas conversiones, los Reyes mandaron venir al Arzobispo de Toledo, Francisco Jiménez de Cisneros, para que le ayudase en tan gran obra. Puestos de acuerdo, sobre el medio que tuvieron para proceder mansamente fue mandar llamar a los alfaquíes y morabitos de más posición entre los moros, y con ellos solos, en buena conversación, disputaban y les daban a entender las cosas tocantes a su religión, según el mandato de los Reyes, que estuvieron en Granada por esta fecha (año 1499). Con esta forma de proceder creció de nuevo el número de los moriscos convertidos, hasta el punto que a los pocos días vinieron muchos hombres y mujeres a pedir el Bautismo, autorizados por sus propios alfaquíes, de tal forma que en un solo día se bautizaron más de tres mil personas, que por cierto fue necesario, por la muchedumbre, que el Arzobispo de Toledo los bautizara con hisopo en un bautismo masivo y general. Se consagró la mezquita del Albaicín y quedó como iglesia colegial con la advocación de la parroquia del Salvador. Aunque no faltaron contradictores de esta conversión, pues no todos los moros vieron bien el correr de sus compatriotas a las aguas saludables del Bautismo, y empezaron a buscar ocasión de manifestar su disgusto. Entre éstos hubo moros principales que se dolían de que desapareciese la ley de Mahoma de todo punto en España.
El cardenal Francisco Jiménez de Cisneros.

Juzgó conveniente Cisneros, el Cardenal de Toledo, intimidarles con algún castigo, a fin de poner freno a sus propagandas contra el nombre de cristiano. Fue uno de éstos el moro Zegrí, que hubo de ingresar en prisión, en la que, convenientemente instruido, vino a cambiar de forma que pidió ver al Cardenal Cisneros, y arrodillado y besando la tierra le pidió el Bautismo, diciendo que había tenido revelación de Dios que se lo mandaba. De aquí nació que otros hiciesen lo mismo, sin que los alfaquíes se lo impidieran. Mandó así mismo el Cardenal quemar los libros árabes que tocaban a la secta, y los demás ordenó encuadernar y enviar al colegio de Alcalá de Henares. El disgusto de los que llevaban a mal la conversión de los moros estalló al fin, con ocasión de ciertas medidas que tomó el Cardenal Cisneros, para castigar a los renegados o cristianos que habían abrazado la religión mahometana, apostatando de la fe, y que los moros llamaban elches. Las quejas y protestas de una de estas mujeres, a quien llevaba presa un alguacil, que se había hecho muy odioso al pueblo, fue causa de la muerte violenta de éste, de que corriese igual peligro el criado y de que se pusieran en arma los moriscos. Comenzaron a implorar a Mahoma, pidiendo libertad, diciendo que rompían los acuerdos de paz, tomaron las calles, las puertas y las entradas del Albaicín, se fortalecieron contra los cristianos, y comenzaron a pelear contra ellos, y como ofendidos por la sobrada diligencia que ponía el Cardenal Cisneros en su conversión, corrieron a la Alcazaba, y le cercaron dentro, sin que les valiese para contener el movimiento el haber tendido a su defensa el Conde de Tendilla, que bajó de la Alhambra al día siguiente. Diez días duró aún la rebelión, durante los cuales trabajaron inútilmente los Prelados y el Conde de Tendilla con los alfaquíes y principales ciudadanos de ellos para hacerlos entrar en razón, poniéndoles delante de los ojos el error que habían cometido levantándose contra los reyes; cosa que ellos desmentían, diciendo, que más bien ellos volvían por la autoridad de las firmas de los reyes, quebrantadas con la violación de los capítulos de las paces, no respetando lo estipulado en materia de religión. 

Encendidas las pasiones entró en la solución del problema planteado el arzobispo de Granada que no habiendo querido oír al Conde de Tendilla, ni recibir su adarga, que les enviaba en señal de paz, tratando mal al criado que la llevaba, el Arzobispo tomó consigo un solo capellán, con cruz alzada delante de sí, y algunos criados, y a pie y desarmado se fue a meter entre los moros en la plaza de Bib el Bonut en donde se habían recogido, con tan buen semblante y rostro tan sereno, como cuando iba a predicarles las cosas de la fe. Cuando los moriscos le vieron en aquella actitud, depusieron su postura hostil, y fueron sumisos al Arzobispo Fray Hernando de Talavera, olvidando toda la saña, y le besaron el alda de la ropa, como solían cuando estaban pacíficos. El Conde de Tendilla aprovechó esta buena coyuntura, llegó con un alabardero, y quitándose un bonete de grana que llevaba en la cabeza, lo arrojó en medio de los moros, para que entendiesen que iba en hábito de paz. Los cuales lo alzaron, y besaron, y se lo volvieron a dar. Tras largos razonamientos del Arzobispo y del Conde, de prometerles el perdón de sus Altezas, en vista de que aquello, como ellos querían hacer valer, no era sino volver a lo acordado por las firmas de ellos en las capitulaciones, se quedaron en paz; y para que se aseguraran más, el Conde hizo una cosa digna de su nombre: tomó consigo a la Condesa su mujer, y a sus hijos niños, y los metió en una casa del Albaicín en calidad de rehenes. No llegaron las noticias sobre la rebelión a Sevilla, donde estaban los reyes Isabel y Fernando, pero informados más tarde por el mismo Cardenal Cisneros, no sólo se aplacaron sino que, oído su descargo, le animaron a proseguir la conversión de los moros. Y no se tuvieron en cuenta las alteraciones que por este motivo de las conversiones hubo por el reino de Granada aquel año y el siguiente de 1500, y en algunos lugares como Güéjar, Andarax y Lanjarón, y que por medio de sus capitanes, o él mismo rey en persona, allanaron y, pacificaron la situación, viniendo Fernando para esto de Sevilla, en donde, después de pacificada la tierra granadina, se volvió, para de nuevo acompañar a la reina por el mes de julio. En los meses de agosto, septiembre y octubre se convirtieron todos los moros de la Alpujarra, y de las ciudades de Almería, Baza y, Guadix, y de otros muchos lugares del mismo reino de Granada. A pesar estos progresos, se alzaron los moros de Belefique, los de Níjar, y Güevéjar, que al final fueron vencidos. Y el mismo año de 1501 se alzaron en otros lugares de la Serranía de Ronda, Sierra Bermeja, y Villaluenga, y después de los grandes reveses sufridos por los capitanes, muerte de mucha gente y de algunos caballeros principales, fue necesario que el mismo Rey Católico saliese, y dejando ir a Berbería a los que no quisieron ser cristianos, se convirtieron los demás allí y en todo el antiguo reino nazarí. También hicieron lo mismo al poco tiempo los mudéjares que vivían en Toro y Zamora y en otras partes de Castilla, que hasta entonces no se habían convertido. No obstante el buen trato y muchas mercedes con que los Reyes fueron regalando a los moros, los favores y buen tratamiento que, por encargo de los mismos, les hacían los ministros de justicia, bien pronto se vio, que aprovechaban todas estas cosas concedidas para que ellos dejaran de ser moros, y no tuvieran más cuenta con sus ritos y ceremonias, una vez bautizados en la Iglesia Católica, cerrando de este modo los oídos a cuanto los prelados, curas y religiosos les predicaban; sin que tuviesen en cuenta que en la nueva situación eran más ricos y más señores de sus haciendas, que lo fueron en tiempo de los Reyes moros del antiguo Reino Nazarí. Ayudaba no poco a este estado de cosas la confianza en que vivían entre ellos, de que un día volverían a ser moros como en su anterior estado. 

Y alimentaban esta esperanza los jofores o pronósticos que así lo decían, y con los cuales los principales mantenían a los demás en esta creencia de su futura victoria y próspero reinado. El historiador Mármol condensa en el siguiente párrafo la falsía y fingimiento con que en materia de religión procedían los moriscos, después de convertirse: “Si iban a oír misa los domingos y días de fiesta, era por cumplimiento, y porque los curas y beneficiados no los penasen por ello. Jamás hallaban pecado mortal, ni decían verdad en las confesiones. Los viernes guardaban y se lavaban, y hacían la zalá en sus casas a puerta cerrada, y los domingos y días de fiesta se encerraban a trabajar. Cuando habían bautizado algunas criaturas, las lavaban secretamente con agua caliente para quitarles la crisma y el óleo santo, y hacían sus ceremonias de retajarlas, y les ponían nombre de moros: las novias, que los Curas les hacían llevar con vestidos de cristianas para recibir las bendiciones de la iglesia, las desnudaban yendo a sus casas, y vistiéndolas como moras, hacían sus bodas a la morisca con instrumentos y manjares de moros”. No eran menos de temer sus trazas y engaños en el orden político; porque acogían a turcos y moros en sus alquerías y casas, les daban aviso para que matasen, robasen y cautivasen cristianos, y ellos mismos los hacían cautivos en ocasiones y se los vendían como esclavos a los turcos. Proveyeron los Reyes de Castilla algunas cosas de justicia y buen gobierno para remedio de estos males; entre otras la Reina doña Juana, hija y heredera de los Reyes Católicos, entendió sería de mucho bien quitarles el hábito morisco, para que con él fuesen perdiendo la memoria de sus costumbres de moros. No era gran pena quitarles el traje, y porque fuera menos, se les dieron seis años de plazo para romper los que tenían hechos, y se disimuló más años, hasta que fue mandado cumplir por el emperador D. Carlos el año 1518, y suspendido el mismo año a instancia de los moriscos. 

Retrato de D. Gaspar de Avalos, obispo de Guadix.

El Abad, Canónigos y Beneficiados del Salvador en el Albaicín, que por estar en continuo contacto con los moriscos sabían cómo vivían éstos, informaron de nuevo que guardaban los ritos y ceremonias de los moros, y el año 1526 se proveyó de visitadores eclesiásticos por toda la tierra del antiguo reino, siendo nombrados el obispo de Guadix, D. Gaspar de Avalos; el Licenciado Utiel, el Doctor Quintana y el canónigo Pedro López. Después de haber estado en los lugares de los moriscos, informaron los visitadores al Emperador, afirmando la conveniencia de que dejaran el trato y costumbres que tenían de tiempo de los moros para ser buenos cristianos. En consecuencia de esta información, mandó el Emperador Carlos I hacer junta de los más estimados teólogos que a la sazón se hallaban en el Reino, para que tratasen del remedio que se podría tener para hacerles dejar tales costumbres. Se juntaron para esto en la Capilla Real de Granada los siguientes señores: D. Alfonso Manrique, Arzobispo de Sevilla e Inquisidor general de España; don Juan de Tavera, Arzobispo de Santiago, Presidente del Real Consejo de Castilla y Capellán Mayor de su Majestad; D. Pedro de Álava, electo arzobispo de Granada; D. Fray García de Loaysa, Obispo de Osma; don Gaspar de Avalos, Obispo de Guadix; D. Diego de Villalar, Obispo de Almería; el doctor Lorenzo, Galíndez de Carvajal y el licenciado Luis Polanco, Oidores del Real Consejo; D. García de Padilla, Comendador Mayor de la Orden de Calatrava; D. Hernando de Guevara y el licenciado Valdés, del Consejo de la general Inquisición, y el Comendador Francisco de los Cobos, secretario de su Majestad y de su Consejo. En esta junta se vieron las informaciones de los visitadores, los capítulos y condiciones de las paces que se concedieron a los moros, cuando se rindieron, el asiento que tomó de nuevo con ellos el Arzobispo de Toledo, cuando se convirtieron, y las cédulas y provisiones de los Reyes, junto con las relaciones y pareceres de todos los hombres reunidos.

D. Alfonso Manrique de Lara, Arzobispo de Sevilla e Inquisidor general de España.

Y visto todo decidieron que, mientras se vistiesen y hablasen como moros, conservarían la memoria de su secta y no serían buenos cristianos. A consecuencia de ello les prohibieron usar su lengua, y el hábito morisco, y los baños árabes, que tuviesen la puerta de su casa abierta los días de fiesta, y los días de viernes y sábado, y que no usasen las leylas y zambras a la morisca; que no se pusiesen alheñas en los pies, ni en las manos, ni en la cabeza las mujeres; que en los desposorios y casamientos no usasen de ceremonias de moros, como lo hacían, sino se hiciese todo conforme a los que nuestra santa Iglesia lo tiene ordenado; que el día de la boda tuviesen las casas abiertas, y fuesen a oír misa; que no tuviesen niños expósitos; que no usasen de sobrenombres de moros, y que no tuviesen entre ellos Gacis de los Berberiscos, libres ni captivos. Todas estas cosas se pusieron por capítulos, con las causas y razones que los habían movido a ello; y consultado su Majestad, los mandó cumplir, pero los moriscos acudieron ante el rey a contradecirlos, informando con sus razones morales, como gente que ninguna cosa temían tanto como tener que dejar su traje y lengua natural, que era lo que más sentían; y dieron sus memoriales, e hicieron sus ofrecimientos, y al fin alcanzaron con su Majestad, (antes que saliese de Granada), que mandase suspender los capítulos ordenados por el tiempo anterior por su propia voluntad; y con esto cesó la ejecución por entonces de lo anteriormente establecido por las autoridades referidas más arriba.

El Emperador Carlos I y la emperatriz Isabel de Portugal.

Todavía en el año 1530, estando ausente el Emperador, mandó la emperatriz despachar reales cédulas al Arzobispo, Presidente, Oidores y moriscos de Granada sobre el traje, ordenando se vistiesen las moriscas como las cristianas. Y otra vez acuden al emperador con nuevas súplicas, representando ante el Emperador los grandes inconvenientes que de esto se seguirían; y otra vez se produce la nueva disposición de Emperador mandando suspender las órdenes hasta su vuelta a España. Después de lo dicho tienen lugar tres acontecimientos que, aunque no son de índole religiosa, están muy relacionados con el asunto de su integración como pueblo morisco, e influyen en gran manera en el desenlace de todo; motivo por el cual no podemos prescindir de ellos, como son: el haber quitado a los moros el servirse de esclavos negros; el mandato de llevar a sellar sus armas ante el Capitán General, los que tenían licencia de usar de ellas; y otra orden asimismo de que los delincuentes no se acogieran a lugares de señorío, ni gozasen de la inmunidad de las iglesias más de tres días. Se fundaba la primera disposición en que aquellos esclavos negros de Guinea los compraban bozales para servirse de ellos, con lo cual ellos les enseñaban las creencias de su religión, y los hacían a sus costumbres; con todo lo cual crecía la nación morisca dentro del reino. Lo de las armas era un peligro constante, porque los que tenían licencia compraban más de lo que necesitaban, y las vendían o daban a los monfíes y hombres de la revolución. Sucedió por último que las justicias y consejos de los lugares, que eran cabeza de partido, informaron a los Oidores y Alcaldes de la Audiencia Real, cómo en los lugares de señorío se acogían y estaban avecindados muchos moriscos que andaban huidos de la justicia por delitos, y teniendo allí seguridad, salían a saltear y robar por los caminos, y los señores de estos lugares, a cambio de tenerlos poblados, los favorecían. Basta a nuestro parecer que con saber que la persecución contra los malhechores, que se acogían a lugares de señorío, dio por resultado, viendo que tampoco se podían acoger a las iglesias, ni estar retraídos más de tres días a ellas, que empezaran a esconderse en los montes, y juntándose con otros monfíes y salteadores, cometían cada día mayores delitos, matando y robando a las gentes, y andando en cuadrillas tan armados, que las justicias ordinarias eran insuficientes para prenderlos, por no traer gente de guerra para tal fin. Así de esta manera se iba preparando aquel ejército de monfíes, que más tarde tanto habían de dar que hacer en los años de las revoluciones moriscas. Con estos precedentes se entiende cómo los moriscos anduvieran desasosegados, y cada día lloviesen quejas en Granada de los daños que hacían viviendo como moros, y comunicándose con los moros de Berbería.

Retrato del arzobispo de Granada D. Pedro Guerrero.
Era a la sazón arzobispo de Granada D. Pedro Guerrero, y yendo al Concilio de Trento, llevó consigo el encargo de tratar de este asunto con el Pontífice Paulo III. El cual, enterado de todo, dio encargo al arzobispo para el rey, a fin de que este pusiese remedio en que aquellas almas no se perdieran. Como consecuencia de esto el Rey don Felipe II mandó celebrar un sínodo, al que concurrieron los obispos sufragáneos del arzobispado de Granada, los cuales declararon la conveniencia de poner en ejecución los capítulos aprobados en la junta de la Capilla Real, que hemos referido antes. Mandó el Rey el informe al Consejo Real, presidido entonces por el licenciado Diego de Espinosa, obispo de Sigüenza, más tarde Cardenal, y teniendo en cuenta que las tolerancias anteriores no habían servido para otra cosa, sino para dar ocasión de nuevos delitos, ahora se acordó no admitir demandas ni respuestas en la ejecución de lo mandado. Y para proveer en ello mandó el rey Felipe II, el año de mil quinientos sesenta y seis, hacer una junta en la villa de Madrid, en la que intervinieron el Presidente D. Diego de Espinosa, el Duque de Alba, don Antonio de Toledo, Prior de San Juan; D. Bernardo de Borea, Vicecanciller de Aragón; el maestro Gallo, obispo de Orihuela; el licenciado D. Pedro de Deza, del Consejo de la general Inquisición; el licenciado Menchaca y el doctor Velasco, Oidores del Consejo Real y de la Cámara. En esta reunión acordaron que puesto que los moriscos habían sido bautizados y tenían nombre de cristianos y lo habían de ser y parecer, dejasen el hábito y la lengua, y las costumbres que usaban como moros, y que se cumpliesen y ejecutasen los capítulos de la junta que el Emperador D. Carlos I había mandado hacer el año veinte y seis.

Presidente de la Real Audiencia de Granada, Don Diego de Espinosa.
Y así lo aconsejaron al emperador, cargándole la conciencia sobre el asunto. Y para evitar las reclamaciones de los moriscos, que no se publicaran hasta que lo enviasen al Presidente de la Real Audiencia de Granada, para que ejecutase tales acuerdos. Primeramente se ordenó que dentro de tres años venideros los moriscos aprendiesen a hablar la lengua castellana, y de allí en adelante ninguno pudiese hablar, leer, ni escribir en público ni en secreto en lengua arábiga. Que todos los contratos y escrituras, que desde ese momento en adelante se hiciesen en lengua árabe, fuesen inválidos, sin que tuvieran ningún valor y efecto legal, y no hiciesen testimonio de fe en juicio ni fuera de él, ni en virtud de ellos se pudiesen pedir, ni demandar, ni tuviesen fuerza ni vigor ninguno. Que todos los libros que estuviesen escritos en lengua arábiga, de cualquier materia y calidad que fuesen, los llevasen dentro de treinta días ante el Presidente de la Audiencia Real de Granada, para que los mandase ver y examinar; y en los que no tuviesen inconveniente, se los devolviesen para que los tuviesen por el tiempo de los tres años, y no más. En cuanto a la orden que había de dar para que aprendiesen la lengua castellana, se sometía al Presidente y al Arzobispo de Granada, los cuales, con parecer de personas prácticas y de experiencia, proveyesen lo que les pareciese más conveniente al servicio de Dios y al bien de aquellas gentes. En cuanto a los hábitos o ropa de vestir se mandó que no se hiciesen de nuevo marlotas, almalafas, calzas, ni otra suerte de vestidos de los que usaban en tiempo de moros; y que todo lo que se cortase e hiciese, fuese al modo y uso de los cristianos. Y porque no se perdiesen de todo punto los vestidos moriscos que estaban hechos, se les dio licencia para que pudiesen traer los que fuesen de seda, o tuviesen sedas en guarniciones, por tiempo de un año, y todos los que fuesen de sólo paño, dos años; y que pasado este tiempo de ninguna manera trajesen los unos ni los otros vestidos. Y durante los dos años, todas las mujeres que anduviesen vestidas a la morisca, llevasen la cara descubierta por donde fuesen, porque se entendió que por no perder la costumbre que tenían de andar con los rostros tapados por las calles, dejarían las almalafas y sábanas, y se pondrían mantos y sombreros, como se había hecho en el Reino de Aragón, cuando se quitó el traje a los moriscos de aquel reino. En cuanto a las bodas se ordenó que los desposorios, velaciones y fiestas que hiciesen, no usasen de los ritos, ceremonias, fiestas y demás regocijos de los que usaban en tiempo de moros, sino que todo se hiciese conformándose en el uso y costumbre de la Santa Madre Iglesia Católica, y de la manera que los fieles cristianos lo hacían; y que en los días de la boda y velaciones tuviesen las puertas de la casa abiertas, y lo mismo hiciesen los viernes en la tarde y todos los días de fiestas, y que no hiciesen zambras, ni leylas con instrumentos ni cantares moriscos de ninguna manera, aunque en ellos no cantasen ni dijesen cosa alguna contra la religión cristiana, ni que pudiese ser sospechosa de ella. Cuanto a los nombres ordenaron que no tomasen, tuviesen, ni usasen nombres ni sobrenombres de moros, y los que tenían los dejasen; y que las mujeres no se pintaran con alheña o se alheñasen. En cuanto a los baños mandaron que en ningún tiempo usasen de los que se hacían en baños públicos o artificiales, y que los que habían se derribasen; y que ninguna persona, de ningún estado y condición que fuese, no pudiese usar de los tales baños, ni se bañasen en ellos en sus casas, ni fuera de ellas. Y cuanto a los Gacis se proveyó que los que fuesen libres, y los que se hubiesen rescatado, o se rescatasen, no morasen en todo el reino de Granada, y dentro de seis meses de haberse rescatado saliesen del reino, y que los moriscos no tuviesen esclavos gacís, aunque tuviesen licencia para poderlos tener. Se conocía por gacís a los moros de África llegados después de 1492, era el nombre dado literalmente a los hombres de guerra de los berberiscos. En cuanto a los esclavos negros se ordenó que todos los ricos que tenían licencia para tenerlos, las presentasen ante el Presidente de la Real Audiencia de Granada, el cual viese si los que los tenían eran personas que se consideraban sin impedimento de tenerlos , ni otro peligro que podían usar de ellos, y enviase relación a su Majestad de ello, para que lo mandase ver y proveer que hacer sobre el asunto, y en este periodo de tiempo o ínterin la persona, en cuyo poder se exhibiesen las licencias, las detuviesen, proveyendo de todo ello el Presidente de la Real Audiencia de Granada lo que más viese que convenía. Esta fue la resolución que se tomó en aquella Junta, aunque algunos fueron de parecer de que los capítulos no se ejecutasen todos juntos, por estar los moriscos tan casados con sus costumbres, y porque no lo sentirían tanto si se las iban quitando poco a poco; pero el Presidente de la Real Audiencia de Granada, Don Diego de Espinosa, cansado de los avisos que venían cada día de Granada, y tomando en consideración la fuerza de la Religión y poder de un Príncipe tan católico, quiso y aconsejó a su Majestad que se ejecutasen juntos todos los capítulos ordenados. Teniendo en consideración la mentalidad de la época en todas las medidas precedentes que se tomaron, en orden a poner coto a los desmanes y corrupciones de los moriscos, campea entre todos los estamentos implicados un gran celo por la salvación de sus almas, y no menor por la conservación de la fe católica en toda su pureza, eran años del Concilio de Trento. 
El Concilio de Trento fue un concilio ecuménico de la Iglesia Católica Romana celebrado en periodos discontínuos, abierto el 13 de diciembre de 1545 hasta 1563.
Hay que vivir la historia de aquel siglo de fe y entusiasmo religioso, y tener en cuenta los siglos que habían precedido de lucha sin tregua por la causa católica, para darse cuenta de lo que valen y significan todas estas pragmáticas, y el sacrificio que supone dar una y otra y muchas veces largas y dilaciones a su cumplimiento. El amor de la fe, y la obligación que los prelados y los reyes creían tener de hacer cuanto pudieran para su conservación, junto a la necesidad de reprimir todo conato en los moriscos que tendiera a volver a sus antiguos errores, con daño no solo de sí mismos, más aún de cristianos viejos; explican y justifican estas medidas que, si algo tuvieron de malo, fueron las dilaciones y dispensas, y tan largos años de espera, que hubiesen de producir el natural fruto de que los moriscos se arraigaran más y más en sus errores, y se creyesen al mismo tiempo suficientemente poderosos para resistir y no cumplir lo mandado, interpretando como miedo la tolerancia usada con ellos.
Los Reyes Católicos, Isabel y Fernando.
Los mismos Reyes Católicos, que tan adelante habían ido en sus concesiones en las capitulaciones de la paz, comprendieron que se habían excedido en las libertades concedidas, y muy pronto se les alcanzó la necesidad de rectificar su conducta. La rebeldía y levantamiento de los moriscos dieron sobrado pretexto para algunas actuaciones más graves, que justificaron las primeras medidas que en orden a esto se tomaron, y la falsedad, doblez y engaño con que procedían los moriscos después, y las muestras evidentes de que su conversión no era sincera, y de que en oculto perseveraban en ser tan sectarios de Mahoma como antes, estaban pidiendo a todo trance el remedio. En la mentalidad de la época si los moriscos se habían bautizado, debían vivir como cristianos, y había derecho a exigírselo de cualquier manera que fuese, si optaban por permanecer en los dominios del Rey de España. Que en los reyes y prelados hubo siempre buen deseo de ayudarles, de dar tiempo y de esperarles pacientemente, de ser complacientes con ellos, de atender a sus súplicas de nuevas dispensas y dilaciones, bien se deja ver por las muchas veces que se atendieron sus súplicas, y se suspendieron las órdenes, por los largos plazos que se les dieron para la lengua y los vestidos, y aun las mismas ayudas pecuniarias que se les prometía a los pobres, para poder cumplir con lo relativo a los trajes. Todo lo que suponga de pérdida en los moriscos por la ejecución de la pragmática, es de poca consideración con el daño que suponía para la unidad religiosa, para el bien de las almas, para la paz del reino y para el afianzamiento de la reconquista; y la rebelión que se siguió, por no querer cumplir lo mandado, no se justifica en manera alguna, y mucho menos los excesos que llevaron a cabo. 
¿Tanto importaba en la vida de un pueblo el cambio de traje? ¿De tanta trascendencia era el dejar una lengua, aunque fuese la suya, que les llevaría a arriesgar su vida por ella? ¿Y tanto era el vivir sin el uso de los baños, sin los cuales pasaban muy bien sus enemigos? La facilidad con que de todas esas cosas se prescinde hoy en la vida moderna, y en la fusión de pueblos y de razas, tomando por traje, por lengua, por usos y costumbres las que usa y están en boga en la nación en que vivimos, muestran bien a las claras lo que el tiempo vino a descubrir, dando la razón a los que tanto hincapié hicieron, y tanta importancia dieron al prohibir a los moros todas estas cosas, que de suyo no puede negarse son indiferentes en la vida política de un pueblo. Detrás de todo esto se ocultaba otra cosa de más importancia para ellos, y que sirvió de pretexto para la rebelión; como sirvió de causa justificante en los que, por el bien común de la nación y de la Iglesia, una y otra vez tomaron la determinación de hacerla cumplir. Detrás de los zambras y las reuniones a puerta cerrada se ocultaban sacrilegios y abominaciones paganas, que la Iglesia no podía tolerar; los baños eran foco de inmoralidad, con la que no se podía transigir; la lengua y los libros, llenos de supersticiones, alimentaban todo esto; y de la misma manera que los trajes servían de cobertera para mantener siempre vivos, no sólo el culto idolátrico de Mahoma, sino las conjuraciones, la inteligencia con los berberiscos, turcos y piratas, manteniendo siempre latente, pero no menos viva por esto, la posibilidad de una insurrección, y la destrucción por consiguiente de la obra gigantesca llevada a cabo a costa de tanto sacrificio. Y aunque el aspecto político no aparecía tan claro, mejor diremos que se confundía con el religioso, ambos se juntaban para pedir de consuno las medidas que se tomaron. Y es la verdad, que lo que a un pueblo y al otro movía, lo que en todo esto se arriesgaba, y por lo mismo lo que en uno y otro bando se pretendía, era la defensa del principio religioso.
El Emperador Carlos I.

Por la defensa de la fe se interesaban teólogos y prelados; al servicio de la misma ponían sus espadas los Reyes Católicos, el Emperador Carlos V y Felipe II, y por la ley musulmana conjuraban y se insurreccionaban los moriscos. Por eso la rebelión fue despiadada, cruel, y en toda ella no campeaba otro respeto, ni se oyó otra voz que la de la religión, renegando los moriscos de la fe, y predicando y exigiendo a los cristianos viejos, bajo pena de la más cruel de las muertes, la apostasía de su fe secular.

Rey Felipe II de España. Pintura de Sofonisba Anguissola.
Quizá resulte para muchos un misterio la ceguedad y rebeldía de los moriscos, teniendo en frente todo el poder de Felipe II. Pero ténganse en cuenta varios motivos, bastante poderosos por sí para justificar la temeraria conducta de estos rebeldes. Por una parte, según queda indicado, las dilaciones y largas esperas, consecuencia de múltiples causas que habían engendrado en ellos la creencia de que eran un poder temible a los reyes de España; por otra, la rabiosa desesperación del vencido, que intenta probar fortuna aún a riesgo de perderlo todo, les prestaba el esfuerzo titánico de esta misma desesperación; y no era el menor incentivo para la lucha el motivo religioso que los impulsaba, motivo que, si en todos los pueblos es el más poderoso, en los mahometanos es verdaderamente formidable, por la esperanza de que los que en guerra religiosa sucumban, han de recibir bien mejorado en el otro mundo lo que aquí pierden. Como además contaban con la esperanza, a su juicio segura, de que habían de recibir refuerzos de turcos y berberiscos, sólo les faltaba que hubiese quien les asegurase del triunfo definitivo en nombre de Dios y de su profeta Mahoma, y esta voz del cielo para ellos no faltó. En efecto; la plebe de todos los tiempos es siempre la misma, y siempre, por desgracia, para esa engañada plebe, hay cabecillas y caudillos que la extravía y la convierte en ciego instrumento de sus ambiciones. La codicia y la soberbia son el arma con que sus instrumentos siempre seducen a las turbas, haciendo brillar ante sus ofuscados ojos la aurora resplandeciente de una felicidad soñada; una victoria segura, una vuelta no menos segura a su antiguo poderío, la humillación y esclavitud del vencedor, la posesión de la tierra perdida, el reinado indiscutible y pacífico para siempre en la misma tierra en que ahora eran servidores y esclavos. He aquí las dulces esperanzas y sueños deliciosos con que sus alfaquíes y cabecillas iban despertando los instintos de aquel pueblo para lanzarlo a la pelea, como el tigre sobre la presa indefensa. Son notables por cierto los jofores o pronósticos, llovidos del cielo o comunicados a sus alfaquíes, en los que todas estas cosas les prometían, y con los cuales persuadían al pueblo para que se dejase manejar y fraguase la conjuración. Los cuales escritos son los más a propósito para herir la imaginación siempre exaltada de los moriscos. En ellos se empleó un lenguaje simbólico, a veces apocalíptico. “Los sectarios alcoranistas, dice Mármol, que por ventura los habían compuesto, los glosaban trayéndolos por los cabellos al propósito de su pretensión, que era levantar el reino. Feraz Abenferaz y Danel y otros, fueron los que comenzaron a mover al ignorante vulgo diciendo que ya era llegada la hora de su libertad que los jofores decían”. Como si estos incentivos fuesen poco todavía, había otros que “so color de astrología judiciaria, añade el mismo Mármol, les decían mil desatinos, fingiendo haber visto de noche señales en el aire, mar y tierra, estrellas nunca vistas, arder el cielo con llamas y muchas lumbres haciendo bultos por el aire, y rayos temerosos de estrellas y cometas, que siempre se atribuyen a mudanza de estado”. Para que nada faltase hasta la fecha del socorro estaba anunciada que había de ser “cuando el año, dice uno de los jofores, entrase en día de sábado”. Excusado es decir el efecto que todo esto, hábilmente manejado, había de producir en un pueblo fanático, supersticioso, oprimido, con el recuerdo de la libertad y predominio perdido, y ansioso de sacudir el yugo. Con tales apremios y acicates el dudar del éxito de la empresa casi era un delito, un pecado de religión, una ofensa a Alá y a Mahoma su profeta; y la mejor preparación era el estar determinado a proceder a sangre y fuego, con ánimo de exterminarlo todo. Se explica aquel instinto destructor, y aquella inhumanidad, característica sobre todo de los monfíes del ejército de Veraz Abenferaz. Alentado, pues, con tantas esperanzas de éxito, y confiando también en el gran número de moriscos que había en el Reino de Granada, empezó a tramar la conjuración para un levantamiento general. Se puso a la cabeza Feraz Abenferaz, del linaje de los Abencerrages, tintorero de arrebol del Albaicín, quien comunicó sus planes con otros moriscos de diversos puntos de la Alpujarra, echando a volar la especie de que tenían a su favor armas, gente y socorro de genoveses, y de turcos y moros de Berbería, y como día más a propósito, por estar en él ocupados los cristianos en la iglesia, eligieron el día de Jueves Santo del año 1568, aunque después se cambió. 

No dejaron de ser verdad los tratos con los moros de Berbería y otros enemigos, a quienes llamaban en su ayuda. Se dio orden de empadronar ocho mil hombres en los lugares de la Vega, en las alquerías, Valle de Lecrín y partido de Órgiva, a quienes se les pudiera fiar el secreto, y que estuviesen preparados para acudir a la ciudad con bonetes y tocas turcas en las cabezas. Se fabricaron en los lugares de Güéjar y Güéntar 17 escalas de esparto para subir a la muralla, y se combinó detalladamente el plan de ataque a la vez por diversos lugares de la ciudad, con la ayuda de los moriscos del Albaicín, y los que debían concurrir de fuera de la ciudad. Sucesos imprevistos hicieron que en algunos puntos se adelantaran, y esto fue causa para evitar una hecatombe en la ciudad de Granada; pero no para que el movimiento no corriera como chispa de fuego por toda la Alpujarra, en donde lo embreñado, áspero y montañoso de la parte de la sierra principalmente sirvió de maravilla a los intentos de los rebelados. Fracasada la rebelión del Albaicín, salió Feraz para la Alpujarra.

Azulejo que refleja el lugar de nombramiento de D. Fernando de Valor y Córdoba como Emir con el nombre de Aben Humeya.

Nombraron en Béznar rey a Hernando de Córdoba y de Válor, con el nombre de Muley Mohamete Aben Humeya, por ser de linaje real, con gran disgusto y no menos grandes protestas de Ferax Aben Ferax, que llegó en esta ocasión a Béznar en son de triunfo. Aunque estuvieron para venir a las manos los dos aspirantes al reinado, pudo componerse todo con que Ferax fuese su alguacil mayor, oficio el más preeminente. Con autorización del Rey, que deseaba quitárselo de delante, entró por la Alpujarra “llevando consigo, (dice Mármol), trescientos monfíes, salteadores de los más perversos del Albaicín y lugares comarcanos a Granada”. Lo primero que se hizo en esta guerra, para que a nadie cupiese duda que era guerra de religión, guerra sagrada, fue el apellidar nombre y secta de Mahoma, y mandar predicarla; y en todas las ocasiones imponían el renegar de la fe, so pena de sufrir la muerte. De tal forma que apenas hay muerte de cristianos, que en ocasiones eran verdaderas hecatombes y matanzas de muchos, en las cuales no se empezase por exigir el renegar de la fe cristiana con amenazas, con promesas y cuantos medios emplearon los paganos en los siglos de las persecuciones más fieras y sangrientas. He aquí lo que dice Mármol al respecto: “Y a un mismo tiempo, sin respetar la cosa divina ni humana, como enemigos de toda religión y caridad, llenos de rabia cruel y diabólica ira, robaron, quemaron y destruyeron las iglesias, despedazaron las venerables imágenes, deshicieron los altares, y poniendo manos violentas en los sacerdotes de Jesucristo, que les enseñaban las cosas de la fe, y administraban los sacramentos, los llevaron por las calles y plazas desnudos y descalzos, con público escarnio y afrenta. A unos asaetearon, a otros quemaron vivos, y a muchos hicieron padecer diversos géneros de martirios. La misma crueldad usaron con los cristianos legos que moraban en aquellos lugares, sin respetar vecino a vecino, compadre a compadre, ni amigo a amigo; y aunque algunos lo quisieron hacer, no fueron parte para ello, porque era tanta la ira de los malos, que matando cuantos les venían a las manos, tampoco daban vida a quien se lo impedía. Les robaron las casas, y a los que se refugiaron en las torres y lugares fuertes, los cercaron y rodearon con llamas de fuego, y quemando muchos de ellos, a todos los que se les rindieron les dieron igualmente la muerte, no queriendo que quedase hombre cristiano vivo en toda la tierra que pasase de diez años arriba”. Y vaya por delante este testimonio de Mármol para que el lector se vaya acostumbrando a las terribles escenas de crueldad y canibalismo que vendrán más tarde. Para los moriscos rebeldes el sacerdote de cada población condensaba en sí tantas cosas odiosas para los rebeldes moriscos, que muy bien pudiera decirse que era la personificación de todo cuanto ellos aborrecían, y el objeto principal de su saña en las crueldades que ejercitaban en los creyentes; y su muerte y exterminio, la obra a su juicio más grata a Dios y a su profeta.

Violencia de los monfíes en la rebelión de la Alpujarra.

El sacerdote por una parte era la representación más genuina de la raza enemiga, pues los motivos que los dividían de los españoles, y los separaban eternamente de ellos con una sima tan honda, que no había podido cegarse con ocho siglos de lucha, era la religión cristiana, que llevaban los españoles tan adentrada en su alma, como ellos la musulmana. Además, el sacerdote era para ellos el encargado de predicarles y enseñarles las verdades de la fe, que ellos debían creer y profesar en virtud del Santo Bautismo que habían recibido. Por añadidura no sólo les había de enseñar, sino recordarles con su predicación y ejemplo sus obligaciones y reprender con amor paternal cuando faltaban a ellas. Y finalmente, si no eran ellos, los sacerdotes, los que debían forzarles a pagar una especie de diezmo, o de multa pequeña, de cera o de dinero, como pena por faltar a la Misa en los días de fiesta, por cuenta de los párrocos y sacristanes corría al menos el cuidado de pasar lista y anotar los que faltaban. Más aún, llegaban en su fanatismo a considerar los sacramentos y ceremonias sagradas como cosa nociva, o de mal agüero, era como que el sacerdote pasara ante sus ojos como un hechicero o cosa parecida. No tiene otra explicación lo que hacían con el niño después que había recibido el Bautismo en la iglesia. Con agua caliente y fricciones, en cuanto lo permitía su delicadeza, intentaban quitar al recién bautizado lo que el agua, las palabras del sacerdote y unción sagrada habían hecho. Sacrílega invención, en la que no se sabe qué admirar más que la ignorancia o la mala fe. No tenían más estima de la santa Misa, a la que iban a veces las mujeres con las almohadillas de la costura para aprovechar el tiempo durante ella, y el despectivo nombre de torta como llamaban a la hostia consagrada, y el hechizo que sin duda consideraban en la campanilla, a la que llamaban la de morir. Con lo dicho basta para comprender mejor lo que sucedería en tiempo de cumplimiento pascual. A la confesión llegaban, se hincaban de rodillas y no había poder humano que les sacase una sola palabra; quedaban como estatuas, según lo certifica el P. Francisco Vílchez, de la Compañía de Jesús, en su libro Santos y Santuarios del Obispado de Jaén y Baza. Y si hablaban, sería como vimos en el testimonio de Mármol para no decir verdad; fuera de que jamás hallaban pecado mortal como certifica este mismo autor. De esta misma odiosidad participaban las cosas sagradas, los ornamentos y las imágenes. Con todo lo dicho y con no olvidar que el fin inmediato y principal del morisco y su rebelión no era otro que abatir y matar la religión cristiana y hacer prevalecer la del Profeta, se comprende fácilmente que las principales maquinaciones fueran contra el sacerdote. Los pocos ejemplares de prisiones que se cuentan en esta historia de la rebelión, en que todo se llevaba a sangre y fuego, y a toda prisa, por temor sin duda a las fuerzas que tras ellos habían de subir a hacerles frente, demuestran bien a las claras que hubieran dejado atrás a los sufrimientos de los primeros cristianos en aquellas cárceles sepulturas. 

Vista de Mairena.
Para referir la historia del sacerdote vizcaíno Juan Martínez Jáuregui, Beneficiado de Mairena, dejemos la palabra al Doctor Antolínez, ya que compendia quizá mejor y no difiere de lo que sobre él mismo dice Mármol en su historia y Diego de Escolano en su Memorial. Dice así: “No hay fiera tan cruel como un tirano señoreado de su pasión, y poderoso para ejecutar lo que quiere sin resistencia; porque es como un incendio que todo lo abrasa y consume. Ninguno lo fue más en sus principios que el reyezuelo Abenfaraz. Ninguno en más breve tiempo hizo tanta ruina ni pasó tantos cristianos a cuchillo. Puede ser epílogo de sus crueldades el atroz martirio que dieron al bachiller Juan Martínez Jáuregui, vizcaíno de nación y beneficiado del lugar de Mairena, en cuyo cuerpo no quedó arma ninguna que no probase sus filos, ni verdugo que no ejecutase su saña; pero cuando las fuerzas del enemigo más se embravecían cobraba más valor y esfuerzo la constancia del mártir, aunque es verdad que este nombre le merecen todos los que en esta persecución padecieron (pues en general y a muchos en particular se les propuso siguiesen la secta de Mahoma, ofreciéndoles vida, libertad, hacienda y lugares honrados en la república que pensaban fundar). Pero este santo sacerdote vio mil particularidades que sin duda llegan a llenar todo lo que pide el nombre de mártir. Le hicieron preso el primer día de Navidad. Le robaron su hacienda y atado le llevaron a casa de Andrés de Carvajal, morisco. Allí le tuvieron quince días padeciendo hambre, sed y muchos malos tratamientos, haciéndole dormir en el suelo. Le daban solamente para comer un poco de pan de alcandía, arrojándoselo como a un perro. No se puede creer la batería de malos tratos que le dieron, los medios que intentaron para ablandarle, persuadirle y apartarle de la fe católica. Resistía el valeroso sacerdote con ánimo constante y fuerte. Les hablaba de las verdades de nuestra sagrada religión, la antigüedad de la fe en sus pasados, la naturaleza de su tierra, que en ella se había conservado en la general destrucción de España, y que no había venido a las Alpujarras a perderla, antes para que ellos guardasen la que habían prometido a Cristo en el Bautismo, que ya la dejaban faltando a lo que debían, de que estaba con doloroso sentimiento, viendo cuán mal se habían aprovechado de su doctrina y consejos, y que no se cansasen en persuadirle, porque estaba muy contento y daba infinitas gracias a Dios por haberle puesto en ocasión de padecer por la confesión de su santísimo Nombre, merced que excedía a cualesquier merecimientos por grandes que fuesen, e inflamado con el deseo que tenía de padecer, les reprendía sus vicios, mostraba con razones el mal fin que debían de tener sus intentos y cuán errado camino llevaban. Endurecidos más con tales razones, y viendo el poco fruto que sacaban, determinaron quitarle la vida y lo hicieron con extraordinarios martirios. Sacándole desnudo al campo y eras del lugar, le dieron muchas patadas, bofetadas y escupiéndole en el rostro y con otras mil injurias le decían: “Ya, perro, no nos llamarás a misa. Lo amarraron a una higuera y con una lanza le abrieron el costado derecho al sacerdote, que con gran devoción llamaba a Dios en su ayuda y a su Santísima Madre y repetía que moría por su amor. Embravecidos los moriscos con estas palabras, le atravesaron con dos jaras el vientre y pecho izquierdo, y viendo que no habían sido poderosas para acabar de matarle, le desjarretaron ambas piernas. Uno de aquellos moriscos le sembró todo el rostro y cuerpo de pólvora y pegó fuego; y aunque abrasado, quedó con vida, y para acabar de quitársela, cansados ya de tanta resistencia, le atravesaron con dos balas, y así triunfando de sus enemigos y de las miserias de esta vida, fue a gozar de la eterna”.
Nechite, pueblo de la Alpujarra granadina.
Se rebelaron los vecinos de Nechite, el día miércoles dos de diciembre, y habiendo llegado el B. Juan Díez de decir Misa de uno de sus lugares, un morisco le quitó por fuerza la mula en que venía, y algunos del pueblo le persuadieron con apariencia de amistad, para que se fiase de ellos y se recogiese en cierta casa, que ellos le guardarían. Lo hizo así nuestro beneficiado y llevó consigo a Pedro Valera, su cuñado; a Juan y Luis de Almenara, hermanos y sacristanes de este pueblo. Los tuvieron cuatro días en aquella casa, que les sirvió más de cárcel oscura y hedionda. 
Población de Ugijar.
Ellos habían tenido noticia de las muertes que habían dado los moros de Ugíjar a los cristianos viejos, saquearon el pueblo, quemaron el retablo y fueron a la parte y lugar donde estaba el beneficiado y sus compañeros, y con el mismo doblez y engaño les dijeron que para más seguridad querían llevar al beneficiado y su cuñado a Ugíjar. Puestos en camino los empezaron a persuadir que renegasen, y aunque eran grandes las promesas que por esto les hacían, era mayor su constancia, con la cual el beneficiado les empezó a decir: “¿Hemos nosotros de volver la espalda a Dios que sin venirle provecho nos crió con tanto amor y nos redimió con la pasión y muerte de su Hijo? Y vuelto a su cuñado le dijo: No permita Dios que por nuestra culpa triunfe de nosotros el demonio y sus secuaces. No demos lugar a que una causa tan ilustre y santa como es la de la fe católica quede por nosotros afrentada, ni demos ocasión a que todos los católicos del mundo nos lloren y se lastimen de nuestra miserable caída; y pues la experiencia nos enseña que la mano de Dios es la misma que fue, no hay si no ponernos en ella, que Él nos fortalecerá con los dones sobrenaturales de su gracia”. Por estas razones y el encomendarse con gran confianza a Dios y a su Sacratísima Madre, fueron la causa para que los moros le ultrajasen y tratasen mal, y por burla y menosprecio le dijesen: “Perro, di «loado sea Jesucristo» (salutación que le fue muy familiar por todo el tiempo de su vida). Pero no por eso dejaba de decirla, con que cobraba esfuerzo, animaba a su cuñado e indignaba a los moros, los cuales a dos tiros de ballesta del pueblo los desnudaron en carnes, ataron las manos, y diciéndoles mil injurias que sufrían con mucha paciencia, les hendieron la cabeza con un hacha de partir leña. Cargaron luego sobre ellos con gran multitud de lanzas y espadas, y entre ellas remataron la vida temporal y comenzaron a gozar de la eterna. Poco después sacaron al mismo lugar a Juan y a Luis de Almenara, desnudándolos en carnes, y hallándoles unas cruces, fue tan grande su ira y enojo, que con fieros golpes les partieron las cabezas y echaron sus cuerpos por un barranco abajo. El mismo género de muerte padecieron este día Lorenzo Rodríguez y un niño de once años que no se sabe su nombre. Sobre el mismo tormento de encerrarlos en una cárcel hedionda tienen que sufrir vejaciones y malos tratos el beneficiado Salvador Gutiérrez y el cura Martín Romero: pero desengañados sus verdugos de poderlos inducir a renegar, juntamente con sus compañeros de prisión, les sacaron el día 30 de diciembre, y después de haberlos desnudado, como tenían de costumbre estos lúbricos verdugos, les ataron fuertemente las manos y les pusieron a la vista de mucha gente para que con sus vejaciones, burlas e injurias abatiesen aquellos ánimos invictos, que ellos no habían podido doblegar.Oh Padre de las misericordias (decían ellos, entre tanto, con ternura y devoción) que nos creaste. Oh Hijo dulcísimo que nos redimiste, defiéndenos en la unidad de la Iglesia Católica, para que merezcamos hoy morir por ella. No necesitaban oír otra cosa los sarracenos, era como si estas palabras fuesen la señal de acometer, furiosos como energúmenos, a golpes y heridas, hasta quitarles la vida. Pero no saciándose aún su rabia, muertos como estaban, les sacaron las entrañas y arrojaron a los perros. El Licenciado Arcos fue entregado a la gente de guerra. Hinca las rodillas en tierra y hace con muchas lágrimas a Jesucristo una tierna oración, que no le dejaron acabar por apoderarse de él y desnudarle, sin dejarle más que la última túnica, según frase del Arzobispo Diego de Escolano. Llevado al pie de una cruz comenzó como otro San Andrés a requebrarse con ella, entre lágrimas y suspiros. No pudiendo los verdugos soportar las exclamaciones y lágrimas del sacerdote, y el caso que hacía de ellas su compañero de martirio Diego Pérez de Lugo, atacaron de repente contra los dos con las espadas y alfanjes con tal furia, que no quedó ninguno que no ejercitara en ellos su crueldad. Corrió pareja con ello la intrepidez y valor de los mártires, pues los moros hubieron de decir: “Aquellos perros cristianos dentro de los cuerpos tenían las espadas y las puntas y no cesaban de invocar a Jesucristo”. Con el mismo intento de hacerles renegar, tuvieron presos en Paterna, desde el día 26 de diciembre al 2 de enero, al Licenciado N. Arcos con otros cristianos, diciéndoles muchas injurias contra la cruz y el Sacramento de la Penitencia, y apelando a toda clase de armas para vencerlos.
Trinitarios presos ante el martírio.
Por ser Ujíjar población tan importante, había una colegiata con seis canónigos y su abad. En esta ciudad, en la que con tanta crueldad se realizó la persecución, no podían perdonar a los sacerdotes. Al contrario, por lo mismo de su importancia religiosa, se ensañaron aquí quizá más que en otras partes contra todo lo que significase cristiandad. Era don Diego Pérez de Guzmán, natural de Illescas, de la provincia de Toledo, el abad, al estallar la rebelión; su dignidad, su calidad de maestro de Teología y sus muchas virtudes le daban gran prestigio entre los cristianos que con él se encontraban prisioneros. El Abad don Diego Pérez de Guzmán ponía ante sus ojos la gloria del martirio, su mérito ante Dios y el valor con que debían abrazarlo. No pudieron los moriscos sufrir estas cosas, y para impedir que las dijera le pusieron en la boca armas de fuego, le desnudan sin piedad y atadas las manos se invitaban los unos a los otros diciendo “hagámosle la corona”. Una navaja que le rayó la piel de la cabeza hasta el cráneo, y cera ardiendo que dejaron caer en aquella inmensa llaga, completaron el primer ensayo que hicieron con el Abad. Juntamente con los otros canónigos, fueron atados por los pies y arrastrados hasta la puerta de la iglesia, y como si fuese un entretenimiento para ellos por el camino le sacan un ojo al abad. Querían los moriscos sacar todo el provecho posible de los martirios de estos sacerdotes, y así llamaron a su presencia a las madres y hermanas de los sacerdotes para obligarlas a presenciar su muerte, esperando que de aquel certamen de dolores de los Mártires, y de lágrimas de las mujeres, había de salir la apostasía de los unos o de los otros. Un inútil empeño, pues todos salieron más animados de la prueba, y superada de una y otra parte la vergüenza de la desnudez, entregaron sus cuerpos a la muerte, con el mismo valor intrépido, dejándose degollar los siete. Sus cadáveres fueron después atravesados con espadas. No se libraron por esto de ser arrojados a aquel informe montón de cadáveres que a manera de gavillas de las mieses en el estío, en la era, fueron pisoteados y materialmente trillados por los caballos. La multitud de Mártires que hubo en esta ciudad, impidió mayores profanaciones con los cuerpos de los eclesiásticos; pero no se libró el Abad de ser seleccionado entretantos, y de ser entregado a las moriscas, y más tarde a los muchachos, para que después de ser tratado con gran ignominia fuese arrojado al campo a la voracidad de las fieras. Ni tampoco perdonaron el cadáver de otro sacerdote, al que partieron por medio, y sacándole las entrañas, las emplearon en manchar y escarnecer con ellas las imágenes del templo.
Actual población de Válor.

Quizá sobresalgan estos hechos a los precedentes en la prisión en Válor a que fue sometido el B. Alonso Delgado con otros cristianos. Para que nada faltara, hasta hubo la fingida amistad de un morisco, llamado Abenazaba, que entre otros medios utilizados por los moriscos verdaderamente notables fueron los que discurrieron para engañarlos y hacerles renegar, fue uno el tenerlos dos días desnudos. Bien se deja entender cómo se ponen aquí de acuerdo la vergüenza, el pudor en todos, pero especialmente entre las mujeres, y el frío intenso para derrocar aquellas fortalezas de ánimo. ¡Horrible tormento!: las pobres mujeres se irían a un rincón a cubrirse las unas con las otras, derramando constantes lágrimas; los hombres, esposos, padres y hermanos de las cautivas, harían otro tanto, encendido el rostro por la indignación ante los hechos. El digno remate de aquellas batallas diarias, ora con halagos, ora con amenazas, y a veces con engaños y mentiras, para que en Válor el Beneficiado Alonso Delgado y sus compañeros de cautiverio renegasen, tuvo el término que podemos suponer. Con pretexto de trasladarlos a otro lugar, a la media legua de camino salen al encuentro muchos sarracenos, los cuales, juntos con los que les llevaban, cerraron contra ellos y a estocadas y cuchilladas los acabaron, esparciendo por el camino sus cadáveres, era el día de los Santos Inocentes. La prisión del licenciado Navarrete fue una dura porfía para hacerle renegar, pero de rodillas con su sacristán ante el altar de Jorairátar, en donde había estado el Sacramento, suplicaron ambos a sus verdugos les diesen la muerte en aquel mismo lugar. Hicieron mofa de su petición diciendo: “La iglesia la queremos para corral de nuestras ovejas y no querrían entrar si huelen estar enterrados en ella cuerpos de malditos lobos; aunque quedéis en el campo, aun los perros no os querrán comer”. Arrastrados hasta la puerta de la iglesia, deseosos todos de ser los verdugos de los mártires, después de haberlos destrozado a estocadas y cuchilladas, les cortaron las cabezas y los entregaron a los muchachos para que vengasen en ellos el odio de la enseñanza del catecismo.
Poqueira y su gran barranco.
No fue menos dura la cárcel de Poqueira, en una cueva horrenda, profunda y sin más cama que el duro suelo, y sin más comida que un poco pan de panizo. A ella fue traído desde Cónchar, con su hermano, el Beneficiado Juan Félix de Quirós, después de haber estado otros cuatro días en Cónchar, en casa de un morisco. En la terrible cárcel de Poqueira se encontraban ya presos el Vicario Baltasar Bravo y el Beneficiado Bernabé Montanos, con otros treinta cristianos. Con ser duro el trato de la cárcel, aún fueron más las amenazas, promesas, instancias y toda clase de medios para inducirlos a renegar de la fe cristiana. Así vivieron y se prepararon para el martirio, con confesión de todos, que hicieron con el Beneficiado Juan Félix de Quirós. Parece que el gobernador de este punto, Miguel Xava, había concebido esperanza de hacer renegar a los cristianos cuando no tomaba la determinación de matarlos; si no es que, como sucedió más tarde con Baltasar Bravo, pensaba explotar a los cristianos, haciéndoles dar dinero por su rescate. Ello fue que llegó a Poqueira Aben Humeya e impaciente por tanta dilación, reprendió ásperamente al gobernador. Llevó éste muy a mal la reprensión, y sacó de pronto a todos los presos a una plazuela cercana a la cárcel, en donde les esperaba mucha gente dispuesta a ejercitar en los mártires toda su crueldad. Aquello debió ser lo que hoy llamamos linchamiento. Apenas aparecieron los mártires capitaneados por Bernabé Montanos y Juan Félix Quirós, hechas de sus manos unas cruces, y animando a los suyos al martirio, cargó sobre los religiosos tan gran multitud de musulmanes o agarenos que con espadas y alfanjes, y en breve tiempo, dieron cuenta de todos, menos del Vicario Baltasar Bravo, a quien reservaron para sacar dinero de él; motivo por el cual quedó privado de la gloria del martirio, pues dio tiempo a la llegada del marqués de Mondéjar en socorro de los cristianos. Por el cual motivo se dice quedaron libres las mujeres que estaban presas. No debemos omitir que Bernabé Montanos, hombre docto, tuvo noticia antes de la rebelión de lo que se trataba, y se partió a Granada a ponerlo en conocimiento del Arzobispo. Desestimó el Prelado la advertencia, ordenándole volviese luego a su lugar; y por el camino dijo a un amigo suyo: “la rebelión de los moriscos es cierta, aunque mi Prelado y los ministros de su Majestad no lo crean; voy de muy buena gana a morir por Cristo, porque así lo quiere y lo manda mi Prelado, y no volveré a entrar en Granada”. Sin duda llama la atención, por lo nuevo, el género de tormentos ensayados en esta persecución, de precipitar desde una gran altura a los Mártires. En más de una ocasión se aplicó con éxito regocijado por parte de los verdugos, que gozaban sin duda alguna en aplicar esos tormentos. 

Uno de estos casos ocurrió en la villa de Ujíjar, teatro de otros hechos no menos heroicos. A un sacerdote a quien, por su celo en reprenderles sus vicios, tenían especial ojeriza los moriscos, le suspendieron con una cuerda de una viga de la iglesia. Desde esta altura le dejaron caer de golpe, y fue tal el efecto de la caída que, quebradas las piernas y horriblemente mutilado, hubo de expirar en seguida.

Población actual de Pitres.
Las piadosas amonestaciones que el Beneficiado Jerónimo de Mesa hizo en Pitres a los cristianos, encaminadas a sostener su ánimo en la dura prueba del martirio fueron causa de que los moriscos se dieran por ofendidos, y entre una lluvia de palos le atan las manos a las espaldas, y con un cordel le levantan a lo más alto de la torre, desde donde le dejan caer, rompiéndose brazos y piernas. Terrible caso, en que si hay mucho que admirar en el sacerdote, quizá no hay menos materia de admiración en la conducta de su madre, que por una y otra vez que se repitió la crueldad, estuvo ella confortándole, cuando llegaba al suelo, con tales palabras que contrastaban vivamente con las que los verdugos acompañaban al tormento. “Perro, le decían; predícanos ahora; di «Ave María»; llama a tu Dios, veamos si te libra”. Bien se deja entender en qué estado quedaría el cuerpo del mártir arrojado por tres veces desde la altura de la torre; reventando sangre por la boca, ojos, oídos y narices, magullado horriblemente y quebrados los huesos por diversas partes, principalmente en los brazos, piernas y cabeza, más parecía masa informe, montón de carne, que hombre. Y sin embargo no pareció a sus verdugos todavía que habían hecho lo suficiente, y convocadas las moriscas a voz de pregonero, estando ya casi muerto, le atan al cuello un cordel y lo entregan a la crueldad de las mujeres, más refinada que la de los hombres; porque con agudos punzones, cuchillos pequeños y punzantes agujas le llenaron de heridas por todo el cuerpo, dando de esta manera Jerónimo de Mesa su espíritu al Señor.
Mecina Fondales.
Parecido fin tuvo en Mecina Fondales el Beneficiado Luis Jorquera, a quien después de escarnecer su ministerio diciéndole: “¿Creías apartarnos de nuestra ley de Mahoma con tus prolijos sermones y prácticas y mintiéndonos, engañarnos? Ahora experimentarás el fruto de tus oraciones”, y uniendo la acción a las palabras, le arrojaron desde una ventana alta de su casa con tan grande golpe en la cabeza que enseguida quedó cadáver; y viéndolo muerto, todavía por irrisión le decían: “Ves ahí el premio y honra de tus trabajos”. En Mecina Fondales, además del Beneficiado Jorquera, dieron la muerte los moriscos, a cuchilladas y estocadas, a otro beneficiado, N. Arcos, mientras él llamaba con voces altas a María Santísima. Lo más notable de su martirio fue la ingenuidad con que pidió a sus verdugos, un plazo de tiempo para disponerse mejor al martirio, en pago de lo que había trabajado con ellos enseñándoles la doctrina, que no le fue concedido.
Población de Berja (Almería)
Compañero de los anteriores en este género de martirio lo fue también en Berja el Beneficiado Francisco Juez, anciano de setenta años, que fue arrojado de la torre de Villalobos, y con el golpe de tan gran caída se hizo pedazos.
Láujar de Andarax en la Alpujarra almeriense.
Los hermanos Juan Lorenzo y Martín Lorenzo beneficiados de Andarax, fueron sentenciados por el mismo Abenfarax, el 9 de enero de 1569, con todas las muestras de crueldad que eran características en este temido tirano. A Juan Lorenzo mandó desnudar, atar de pies y manos, y poner las piernas sobre un brasero muy encendido para que se le quemasen los pies y las rodillas. Las invocaciones de «Buen Jesús» o «María Santísima», que era la única queja que se le oía, sacaron de quicio a los monfíes; quisieron taparle la boca y se la mancharon con alpargatas llenas de inmundicia y a puntapiés le arrojaron del brasero, y entre burlas y blasfemias, lo entregaron al furor de las moriscas, que con punzones y cuchillos pequeños le sacaron los ojos, golpearon e hirieron terriblemente la cabeza hasta que perdió la vida. En el valor con que sufrió el martirio no desdijo de él su hermano Martín; promesas, amenazas, seguidas de golpes de cimitarra, sólo arrancaron de él pronunciar con mucha devoción y ternura el nombre dulce de María. Ella, su amada Patrona, recogió su espíritu, mientras en fuerza de tirarle cuchilladas le quitaron la vida, y despedazaron su cuerpo horriblemente. El historiador Mármol hace mención de un importante detalle del martirio de Juan Lorenzo: mientras se quemaba en el brasero trajeron dos hermanas suyas, doncellas, para que le viesen morir, y en su presencia las vituperaron y maltrataron. Parece natural complemento de esta historia la muerte del sacristán Francisco Medina, compañero en el ministerio espiritual de ambos beneficiados. Desnudo y puesto en medio de la plaza, por orden de Abenfarax, prefecto de los musulmanes o agarenos, convocó éste a todos los muchachos y les dijo: Veis ahí a Medina, os lo entrego para que en adelante no os pueda castigar; tomad venganza por los azotes que os dio por no saber la Doctrina cristiana. Con dagas, cuchillos y otros instrumentos, aquellos muchachos vengaron a su gusto los azotes, quitando la vida al sacristán, que durante el tormento no cesó de invocar a Jesús y María.
Mecina Bombarón.
El mismo día de Nochebuena del año de la rebelión se levantaron los moriscos de Mecina Bombarón y, a parte de otras víctimas, sufrieron martirio por nuestro Señor tres sacerdotes. Desmandados por el pueblo los moriscos y entregados a la tarea de saquear las casas, encuentran en la suya al Licenciado N. Cervilla. Le desnudan, mientras le injurian de palabras, y le arrojaron al fin al suelo entre una lluvia de golpes. Atadas las manos a la espalda, fue obligado a seguir por todas las habitaciones a sus expoliadores. Guardó silencio Cervilla hasta que, descubriendo entre sus bienes una imagen de la Madre de Dios, se ensañan contra ella y le dan cuchilladas. Cervilla no pudo sufrir su tierna devoción a María tan atroz injuria y les reprendió con brío su pecado. No fueron estas afrentas suficientes para contenerlos, y así prosiguieron en su impiedad con él y con la imagen, hasta que atravesado con una espada cayó en tierra invocando el nombre de Jesús. Un morisco con un hacha le partió la cabeza, y otro, como pesaroso de haber llegado tarde, satisfizo su ira y su encono despedazándole el cuerpo a fuerza de palos. Al otro día de mañana le sacaron arrastrando y arrojaron a un barranco, en donde dos perros suyos, más sensibles que los verdugos, le defendieron por espacio de cuatro días, sin apartarse de él. Más doloroso fue el martirio del cura del mismo pueblo Juan Palomo. Sacado al campo y desnudo, con una navaja le raen la cabeza toda, con otra hacen lo mismo con la barba, y a cuchilladas y estocadas le dan muerte. Después echan el cadáver en una hoguera, y a medio abrasar le sacan para arrojarle a un gran despeñadero. Por último a Juan González, Beneficiado, desnudo, atado a una higuera, le quitaron la vida con asadores, chuzos y lanzas. Bajaron después el cadáver, y atado a la garganta un cordel, le arrastran por todo el lugar, que, dado lo empinado de sus calles, su cuerpo quedó horriblemente destrozado. En esta disposición fue, finalmente arrojado en un albañal.
Portugos.
El Beneficiado de Pitres, Juan Díaz Gallego, se encontraba en Pórtugos el mismo día de Nochebuena, día en que estalló el movimiento morisco. Encerrado Juan Díaz Gallego con los demás cristianos en la iglesia, se asomó a una ventana de la torre, cuando ya ardía la iglesia, a fin de enterarse de los medios de paz propuestos por los moriscos, y éstos le hirieron de muerte de un flechazo, y de ahí a pocas horas falleció. Pero el tiempo que le restó de vida, lo gastó en doctrinar y animar a los cristianos. La rabia de los verdugos no quedó por esto satisfecha y cuando lograron entrar hicieron menudos pedazos su cadáver. En este pueblo de Pórtugos se libró una de las más terribles batallas contra los cristianos, y fueron muchos en número los que murieron por la fe, después de gran lucha a fin de que renegasen de ella. Fue objeto muy principal de estos ataques, por su condición de Beneficiado de este pueblo, Baltasar de Torres, esperando los moriscos que si le hacían renegar a él, se seguiría la apostasía de todos los cristianos. Con este propósito se extremaron con él los ofrecimientos, y no sólo la libertad, honores, más aún, moras hermosas con quien se desposara. No desaprovechó el Beneficiado Baltasar estos plazos que daban a su muerte, y pasó el tiempo en exhortar a los cristianos y animarles de tal forma, que éstos salían muy fortalecidos y deseosos de dar la vida por Cristo. Viendo los sarracenos lo mucho que perdían, se deciden furiosos a ejecutarle. Desnudo, atado con fuertes ligaduras, tratado mal de palabra y obra, le sacan de la cárcel para darle muerte. Mientras él se encomendaba al Señor repitiendo el nombre de Jesús, salen a su encuentro su madre y sus hermanas, con grandes llantos y manifestaciones de dolor. Resistió la tentación, recordando a su madre que como la madre de los Macabeos debía alegrarse de su martirio. Llegados a la plaza, con espadas y lanzas le hicieron tan crueles heridas, que a poco murió. 
Dalías en el poniente almeriense.
Pocos martirios tan crueles como el que sufrió el maestro Garavito, Beneficiado de Dalías, se encuentran en la interminable serie de ellos, con ser muchos y terribles. Puesto en prisión con otros muchos cristianos, cuando llegó su turno le rompen el pecho, y con un cuchillo le abren el vientre, del cual poco a poco le fueron sacando las tripas y asaduras. Le arrancaron el corazón y a estocadas hicieron añicos el cuerpo. No quedaron satisfechos los verdugos, y un cuerpo que ya no tenía forma de tal, lo llenan de pólvora y pegan fuego. Lo que quedó libre del fuego lo hicieron pedazos. Hay en este martirio una nota de barbarie que por desgracia no fue única en la rebelión; uno de los sarracenos, que se le dio siempre por muy amigo, asó el corazón del mártir, y dándole rabiosas dentelladas se lo comió todo. Después quitaron la vida a otro sacerdote, N. Guzmán. Le enviaron desnudo, sólo con la camisa, a los cristianos presos en la torre, para que les persuadiera y se entregasen. El buen sacerdote aprovechó esta visita para animar al martirio a los cristianos, desentendiéndose de la embajada de los moriscos. Como no se les ocultó a los verdugos el oficio de buen pastor que había hecho, a mosquetazos y balazos le acabaron la vida. Dícese que en esta ocasión fue degollado también otro beneficiado, llamado Antonio de la Cueva.
Picena.
En el lugar de Picena al Doctor N. Bravo, sacerdote, le sacaron desnudo de su casa y, atadas las manos, le llevan al campo. El camino fue toda una porfiada lucha de los enemigos, solicitando de él con vehementes empeños el que renegase de la fe; promesas y amenazas, magníficas aquéllas y terribles éstas, se pusieron en juego tocando todos los resortes posibles de su ánimo. No quiero, fue su primera respuesta. Pero como las instancias se repitieran, añadió: “Soy cristiano, no quiero apostatar de esta fe; debo morir por Jesucristo”. Irritados con esta respuesta, le atan con rigor a un moral, y cual otro San Sebastián, murió con el cuerpo lleno de saetas. La misma porfía enconada tuvieron en este pueblo con el Beneficiado Pedro Ocaña. Permanecieron durante buen rato persistieron en sus ataques, cambiando de táctica para tratar de conseguir la apostasía; en esto llega su madre Catalina de Arroyo; largo razonamiento tuvo Catalina, en el cual tocó todas las razones que había para sufrir valientemente el martirio, principalmente la de ser sacerdote, ministro de la Iglesia, la obligación de dar la vida por ella, la brevedad del sufrimiento y lo eterno del premio. No quisieron oír más los verdugos; empezaron a escupirle en el rostro, y con gran ímpetu disparan sobre él muchas saetas. Cayó al suelo a las primeras saetas, y dio tan gran golpe en unos peñascos, que perdió la vida. 
Murtas.
De la iglesia de Murtas, en donde quedaban presos y amenazados los demás cristianos, sacan al Beneficiado Jiménez de Perespeda, con su sacristán, de muy descompuesta manera, y con señales de cólera, los desnudan y ponen a vista de todo el pueblo en el cementerio, junto a una gran hoguera, con la que amenazan incendiar la iglesia. Mofando de su oficio decían: “Apunta las faltas que hemos hecho no habiendo confesado, oído sermón, la explicación de la Doctrina Cristiana y asistir a los Divinos oficios. Si por estas culpas queréis alcanzar perdón, apartad la fe de Cristo, y seguid la secta de Mahoma, con que os concederemos la libertad, y os enriqueceremos con honras y dones”. El sacerdote Jiménez de Perespeda les respondió con valor el, diciéndoles que…”no había razón para temer a las llamas, porque con la ayuda del Señor el más flaco y débil, saldría más fuerte”. Muy contrariados por su respuesta entregaron el sacerdote y sacristán a un musulmán llamado Misca, hombre impío, cruel y audaz, que tenía las veces de ministro de justicia, para que los degollase. Con abundancia de lágrimas, empiezan el Credo, hacen protestas de su fe, invocan muchas veces el nombre de Jesús, y con gran ánimo entregan la garganta al cuchillo, y a pocos golpes de segur entregaron también las vidas. No depusieron por esto su fiereza sus enemigos, y aunque estaban muertos tiraron jaras a sus cadáveres, mientras las mujeres les arrojan a una hoguera. Antes que se abrasaran del todo, arrastrados por el lugar, los hicieron muchos pedazos.
Panorámica de Canjáyar.
Para comprender mejor toda la trama del martirio del sacerdote Beneficiado de Canjáyar Marcos de Soto, conviene recordar que a fin de poner un estímulo en la asistencia a los actos del culto y de la Doctrina cristiana, se pasaba lista en la parroquia por el sacristán, el cual ponía falta al que no acudía, y habla de pagar la multa que por este concepto se le imponía, de una libra de cera, o de cuatro reales, destinados a obras pías. El Beneficiado Marcos Hernández de Soto, Vicario de Taha, había sido secretario del Santo Oficio. Con esto se añadía una nueva razón de odio de muerte de parte de los moriscos; y se explica, con todos estos antecedentes, las circunstancias de su martirio, en el cual, por otra parte, debió además influir mucho la presencia, aquel día, en Canjáyar, del más cruel de los monfíes, Ferax Abenfarax. Obligaron al sacristán Francisco Núñez a que llame por lista a todos desde el lugar que solía hacerlo en la iglesia. Y sentado también en el lugar donde solía predicarles, el Vicario Marcos, arrastrado hasta allí desde su casa, adonde le buscaron para que dijera Misa, Misa bien singular por cierto. Conforme iban siendo nombrados en la lista, subían al presbiterio en donde estaban ambos, sacerdote y sacristán, atadas las manos del sacerdote a la espalda. Todos tenían licencia para abofetear a su gusto al Beneficiado, y bien se puede conjeturar lo que aquello fue. Hubo quien no se contentaba con abofetearle una sola vez, quien le daba hasta cansarse; moriscas más refinadas, como mujeres, que le daban de palmadas en la tonsura, complaciéndose en significar de esta manera su odio al sacerdocio. No iban en zaga los muchachos. Dos horas hubo de sufrir este tormento, al cabo del cual su rostro apareció monstruoso, horriblemente hinchado, y reventando sangre por orejas, ojos y narices, sin contar la que le salía de todo el rostro por haberle arrancado la barba. No se crea por esto que el resto del cuerpo había quedado libre; los puñetazos, los puntapiés y rudos golpes que en todo él había sufrido, le habían completamente magullado. Con todo se estaba todavía en los preámbulos de la Misa, tan singular, que iba a celebrarse. Empezó en efecto con hacerle al sacerdote las cruces en la frente y en el pecho con agudísimas navajas, que al paso que señalaban con gran herida las cruces, dejaban abiertos grandes surcos en el rostro y pecho, por donde salía a torrentes la sangre. Sufría sin quejarse el heroico sacerdote todos estos tormentos, pero no podía por menos de levantar los ojos angustiadísimos al cielo en demanda de fortaleza para no flaquear en la prueba. Ofendió esto a los verdugos, y resuelven no sólo sacarle los ojos, sino hacérselos comer bárbaramente y cortarle la lengua. ¡Qué más quedaba que inventar para hacer sufrir a un hombre! El refinamiento no tuvo límites en esta ocasión, y procedieron a cortarle brazos y piernas, conyuntura por conyuntura. Desde la conyuntura de los dedos de las manos hasta terminar por los brazos y de los dedos de los pies hasta los muslos. ¡Qué corazón tan de fiera suponen todas estas refinadas crueldades! Así quedó sólo la cabeza y el tronco. Era tiempo de terminar; ya no tenía vida; le abren, sacan las entrañas y el corazón y lo arrojan a los perros. Con una soga a la garganta del sacerdote, y otra a la del sacristán, se les arrastró fuera de la iglesia, y atados a un olivo les llenaron de saetas, y no quedando otra cosa que hacer, fueron echados a una hoguera, en donde fueron quemados hasta convertirse en cenizas. Sólo entonces cesó la rabia de aquellos verdugos, en quienes parecía habían encarnado espíritus infernales.
Padules (Almería)

El lugar de Padules y el de Veires los moriscos se rebelaron el tercer día de Pascua. Aquí fue tan cruel la persecución, que al llegar los soldados del Marqués de los Vélez casi no encontró otra cosa que un montón de cenizas con cabezas, brazos y pies, Por esta causa son muy escasas las noticias. No obstante, en las actas de Ujíjar se dice que el Licenciado Andrés Muñoz, de Padules, había convidado este día al Licenciado Juan Morales, Beneficiado de Veires, y así estaban juntos en Padules. Muy de mañana fueron presos ambos en su casa del Beneficiado Muñoz, y habiéndolos desnudado, les intimaron se volviesen moros o se aprestaran a la muerte, pues ya todo el reino de Granada era de moros. Respondieron que eran sacerdotes de Cristo: que no podían hacer tal cosa, que los matasen. Llenos de furia, arremetieron contra ellos y los cosieron a puñaladas. Al estallar el movimiento en Ibiza, 24 de diciembre, creyendo los moriscos estaba ausente el Beneficiado N. Biezma, dieron un pregón ordenando buscarle, y prometiendo como premio al delator los vestidos de la víctima, un mísero premio que no obstante fue poderoso para mover a dos sarracenos, Benito y Diego de Alme, hermanos, a buscarle en la iglesia, en donde le encontraron, y desnudo lo entregaron a Miguel de Molina, morisco y gobernador de los rebelados. No obstante ser entregado desnudo y atado como reo, el beneficiado Biezma, lo mismo a Molina que a los demás vecinos del pueblo, les reprendió con mucha libertad el espíritu diciendo: No así ciegos y a rienda suelta os dejéis llevar de vuestra ansia y furor; mirad cuán apartado sea el camino que seguís, en el cual perdéis el cuerpo y el alma, cuando faltáis a la fe de Cristo y a la fidelidad a vuestro príncipe. A todo esto ellos respondieron que se dejase de predicar, y dijese en qué ley debía morir. No se intimó por esto el sacerdote, y con la misma autoridad que antes respondió ahora: En la fe de Cristo viví; y de ella no me apartarán los trabajos y tormentos, ni la potestad de todo el infierno, ni la misma muerte. No tuvo límites el furor del gobernador, y por su orden dispararon sobre él muchas balas y saetas los sarracenos, con las que despedazado el cuerpo fue entregado después a los muchachos, que lo arrastraron hasta un barranco.
Lanjarón, la entrada de la Alpujarra.

Es Lanjarón el primer pueblo que se encuentra camino de la Alpujarra, fue también de los primeros en que los moriscos se rebelaron. Juan Bautista y N. Espinosa, Beneficiados, se encerraron en la iglesia con los demás cristianos. Fortalecidos con el sacramento todos, hubieron de perecer al día siguiente abrasados en el incendio que promovieron los enemigos. Entre sollozos era su aclamación constante: “Señor Jesús, ayúdanos”. Juan Bautista, que se atrevió a echarse por una ventana de dicha iglesia, vino a dar en los alfanjes y espadas de los sarracenos, que le acabaron a cuchilladas, e hicieron muchos pedazos.
Panorámica de Bayárcal (Almería).

Por ser muy fuerte la iglesia de Bayárcal, se acogieron a ella no sólo los vecinos de este pueblo, sino de otros dos, Laroles y Joprón. Con ellos entraron también sus sacerdotes, y así llegaron a juntarse allí cinco beneficiados: Bernabé de Herrera y Diego de Almenara, beneficiados de Laroles; Beltrán de las Aves y García Navarrete, beneficiados del lugar de Joprón, y Diego de Molina, beneficiado de Bayárcal. No confiaron tanto en la fortaleza de la iglesia, que conscientes de la situación de prepararon unos y otros en disponerse a morir como buenos cristianos, y así se confesaron todos y recibieron la Eucaristía. Pareciendo a Diego de Molina que, como beneficiado de Bayárcal, a él tocaba tomar la mano en la exhortación al martirio, con la ayuda de los otros sacerdotes empezaron a animar a todos a morir por Cristo. En efecto, fueron cercados por quince escuadras de sarracenos, que decían a voces: “Derriba la torre y quema la iglesia”. Sintieron los cristianos presos estas amenazas, más bien por el templo de Dios, que por sus vidas, y a fin de evitar ser ellos la causa de este daño, pactaron entregar la torre a condición de la libertad y la vida, pero los moriscos no cumplieron su palabra, y después de causar muchos daños en la iglesia, empezaron la obligada lucha por la apostasía de los sacerdotes y vecinos. El resultado por lo que respecta a los sacerdotes, fue el ligarles manos y pies, y untados éstos con aceite, pusieron a cada uno de los beneficiados sobre un brasero bien encendido, para que poco a poco se fueran abrasando por los pies. A medio asar los ataron uno a otro, y así, a puntapiés, les hacían caminar a toda prisa. Razón por la que con el impedimento de las ligaduras cayeran a suelo a cada paso, recibiendo muchas heridas y oyendo al mismo tiempo muchas blasfemias, que sentían más que las heridas. Uno de los moriscos, en señal de antigua amistad con Beltrán de las Aves, quiso usar con él un género de piedad, que fue el acelerarle la muerte, como lo hizo en efecto atravesándole el pecho con una jara. Cayó muerto en efecto; pero todavía le hubo de asegurar más rematándole a puñaladas con su cuchillo. Dícese que este mismo género de muerte sufrieron los beneficiados Bernabé de Herrera, Diego de Molina y García Navarrete. Nada se dice del fin del beneficiado Almenara, el cual seguramente moriría con sus feligreses. En un escrito del hijo de Francisco de Almenara, y que él dice hizo con mucho cuidado después de la rebelión, se habla además de un Bachiller Maestro o Maestra, Beneficiado de Joprón, muerto también en esta matanza de Bayárcal.
Júbar.

Diego de Almazán, beneficiado también de Laroles, se encontraba en Júbar cuando estalló la rebelión en este pueblo. Se daba por amigo suyo un morisco llamado Gaspar, el cual, después de tenerlo dos días en su casa, como fementido y cruel lo entregó. Asaltaron la casa del morisco en el momento que el beneficiado rezaba tranquilamente el oficio divino. Le acometen furiosos y a puntapiés le hacen rodar por las escaleras; muy maltrecho de esta primera embestida, hubo de sufrir otra de palos y golpes tales, que le dejaron casi muerto. Le sacaron después al campo, y encendieron una gran hoguera, con la que le amenazan si no seguía la secta de Mahoma. Respondió con acento varonil: “Yo por Cristo muero, y confesando su católica Fe”. Oyendo esto le arrojan a la hoguera; pero como no fuese el efecto tan rápido como fuera su deseo, lo sacan y a estocadas y cuchilladas le acaban de quitar la vida. No quedó aquí la crueldad de sus enemigos; convocado el pueblo a voz de pregonero, se dio licencia a todos para vengar en su cadáver los resentimientos que con el beneficiado tuvieran. Acudió toda la clase de personas, y haciéndole objeto de infinitas injurias, sólo quedaron de su cuerpo menudos pedazos, que esparcieron después por el campo. No puedo menos de añadir, para concluir este párrafo, que el testigo Lucas Velázquez, vecino de Bayárcal, aseguran con juramento en las Actas de Ujíjar haber oído a su abuelo que a los sacerdotes a unos les ponían las coronas dentro de un caldero de aceite hirviendo, y a otros les colgaban de las campanas, con cordeles de sus partes pudendas, sacándoles con el peso las tripas, subiéndolos y bajándolos.
Narila (Granada).

Los muchos y variados incidentes que tuvo esta rebelión hicieron que se encontraran en Bérchul el 24 de diciembre, día en que estalló el movimiento, tres sacerdotes, que los tres llevaban el apellido de Montoya, a los cuales se juntó al día siguiente otro, llamado Cebrián Sánchez. A todos ellos trajo el Señor a este pueblo de Bérchul para que los cuatro, aunque no de la misma manera, ofrecieran a Dios el sacrificio de su vida, después de vencer denodadamente los ofrecimientos y promesas que a todos se hicieron, como era ya costumbre entre estos musulmanes fanáticos, y cuyas repulsas solían encender más y más el odio sectario con que les daban muerte. Estaba en su casa el licenciado Diego de Montoya, cuando llamaron a su puerta los enemigos. No dio tiempo la cólera y rabia, con que llegaron, a esperar a que se les abriese la puerta; a golpes de hacha cayó ésta destrozada en pocos momentos, y luego a cuchilladas allí mismo le quitaron la vida. Presos con otros muchos cristianos Juan de Montoya, cura de Alcujerio, y N. Montoya, presbítero, y el presbítero Cebrián Sánchez, se entabla por los moriscos lucha formidable para hacerles renegar y pasarse a la religión musulmana y a su profeta Mahoma, poniendo en juego cuanto en otras ocasiones habían hecho, aunque siempre sin fruto. Viendo la inutilidad de sus esfuerzos, separan de entre los presos a las mujeres, a las cuales a su vez quisieron tomar como instrumento para vencer a los hombres. Al presbítero Cebrián Sánchez, que, sin duda, iba al frente de otros seglares de Narila, que se habían unido en la prisión a los de Berchul, mientras consolaba a sus compañeros, a quienes con él sacaron a una plazuela, le atravesaron con una lanza con tal acierto, que no necesitó otro golpe para perder la vida. A la vista de los cadáveres de los de Narila, se entabla nueva lucha para hacerles renegar, como si confiasen hicieran mayor fuerza las promesas puestas en contraste con el amargo fin que habían tenido sus compañeros de prisión. Pero la vista de tan gloriosa muerte produjo efectos enteramente contrarios; se encontraban mucho más animados. Era el día del ínclito protomártir San Esteban. Hincadas las rodillas en el suelo y fijos los ojos en el cielo, los dos Montoyas, a los que se agrega en el martirio otro del mismo apellido, sin que sepamos si era también sacerdote, o pariente tan solo, y juntas las manos ante el pecho con mucha devoción, oyeron llenos de consuelo la sentencia de muerte, y Juan de Montoya, sin poderse contener, usó oportunamente de aquellas palabras del Profeta David: “Heme alegrado en estas cosas que me han dicho; iremos a la casa del Señor” (salmo 121). Llevados al lugar del martirio, a Juan de Montoya le sacan con un puñal un ojo. Con gran resolución el mártir hizo con los dedos la señal de la cruz, diciendo: “Por la ley evangélica muero”. Pérdida del todo la serenidad y la paz por parte de los verdugos con estas últimas palabras, se dirigen contra los tres, y a cuchilladas les acabaron la vida.
El mismo procedimiento de intimar a renegar de la fe, tuvieron en el lugar de Alcujerio los moriscos con el Beneficiado N. Crespo. Cruelmente le quitan la vida. Acaso algún morisco piadoso le dio, sepultura, pero sirvió de poco; al siguiente día lo desenterraron, y como si estuviera vivo le injurian de palabra, dicen muchas blasfemias, le arrastran por el lugar y le arrojan a un profundo barranco.
Terque (Almería).
Los moriscos de Terque usaron de un ardid para que la rebelión tomase desprevenidos a los cristianos; organizaron bailes, juegos y otros entretenimientos, y tuvieron embebidos en continuas diversiones a sus vecinos, Cuando más descuidados estaban se presenta una escuadra de monfíes que alborotó a todos los cristianos viejos. Estos con sus sacerdotes se retiran a la iglesia, y en ella confiesan sus culpas y reciben el Santísimo Sacramento. Entonces los monfíes cercaron la iglesia con la amenaza de incendiarla, si no se entregaban todos. No accedieron a ello los cristianos viejos, y los monfíes, juntando los hechos a las palabras, pegan fuego a la iglesia, sin que por esto se rindieran los cristianos, y el humo empiezó a ocasionar la muerte por asfixia hasta a siete de ellos. Daban voces los moriscos, y llamaban por sus propios nombres a los cercados, prometiéndoles la libertad y la vida, si se rendían. Con estas instancias, nueve que quedaron se echaron con cuerdas por las ventanas de la torre, fuera de uno que por haberse roto la cuerda, cayó al suelo, y luego le mataron a golpes y heridas; y a los demás llevaron presos a Huécija. Aunque no se sabe el número de sacerdotes que, con ocasión de la rebelión de Terque, hubieron de padecer, el hecho de la confesión y comunión nos demuestra que los hubo, y el número plural de sacerdotes de que usa el Arzobispo Escolano en su Memorial demuestra que no fue uno sólo, fue de sentir que no hubiesen pasado a la posteridad sus nombres.
Huécija (Almería).

La rebelión del pueblo de Huécija y las cosas que con motivo de esto allí sucedieron es de lo que más trágico que ocurrió en toda la rebelión morisca. Dejando para otro lugar otros detalles, nos cuidaremos ahora, y brevemente, de lo que a los sacerdotes y religiosos concierne. Uno de los lugares de refugio fue el convento de San Agustín, y en él fueron muertos hasta trece religiosos de esta orden con su prior Fray Pedro de Villegas, y el gobernador de este lugar Luis de Gibaja. Cuando no habían acabado de morir entraron triunfantes los moriscos de Terque, trayendo consigo, a pie y descalzos, a los beneficiados Almazán y Cazorla, diciéndoles muchas injurias. Les echaban en cara la doctrinas que les habían enseñado, las Misas y multas, amenizando todo esto con escupirles al rostro, y con darles bofetadas y puñadas, que ellos con toda humildad y paciencia ofrecían a Dios, dulcificando aquellos malos tratos con saborear el dulce nombre de Jesús y el de su Madre. Llegados al lugar del martirio, e hincadas las rodillas, esperaban resignados y contentos el momento de su muerte. Unos con cuchillos los degüellan, otros con saetas les atraviesan los cuerpos, y otros finalmente con los alfanjes los despedazan. Sancho Martínez, clérigo, salió de la cárcel de la Audiencia cargado de prisiones, camino de la muerte que le tenían preparada ya sus enemigos. La nota característica del odio de los enemigos a las personas eclesiásticas se dejó ver en su muerte. Porque no tuvieron paciencia para llevarlo a algún lugar despejado en donde ejecutar las crueldades premeditadas. Al contrario, pareció tenían todos vivísimo empeño de llevarse las primicias de la matanza, y así, como quitándose los unos a los otros la vez, apenas echó el pie fuera del umbral de la puerta, a cuchilladas le quitaron la vida. De todo esto resulta que, en Huécija, donde hubo tantos Mártires, hubo el mayor contingente quizá de personas eclesiásticas; los trece religiosos de San Agustín, los dos de Terque, el clérigo Sancho Martínez, y el Beneficiado de Rágol, y este último; que hacen un total de dieciocho. Los restos de los religiosos de San Agustín fueron arrojados al alpechín de una almazara, y después fueron trasladados con honra al convento de San Francisco de la ciudad de Guadix, en la capilla de don Fernando Barradas, adonde les puso D. Lope de Figueroa, su hermano, para enriquecer con este tesoro su propia sepultura y capilla.
Rágol (Almería).

 A un beneficiado del lugar de Rágol, cuyo nombre se ignora, estando diciendo Misa el día de Navidad, le prendieron los moriscos, le echaron un cordel a la garganta, le arrastraron, y después pusieron fin a su vida con un género de tormento nuevo, y quizá único en esta rebelión, en la que se habían de ejecutar todas las crueldades de todos los tribunales y de todas las persecuciones de los tiranos. Estando vivo, le despellejaron como a San Bartolomé, y la piel como trofeo la clavaron en la pared de la iglesia. Hasta este punto fue ingeniosamente cruel la inventiva de los moriscos en sus tormentos. Todavía hay que añadir otro religioso de San Agustín, que salió libre del incendio de la torre con otros dos criados suyos. Tanto a él como a los otros dos les obligaron, con los pies medio abrasados y enfermos como estaban del incendio de la torre, a pasar en sus hombros a los moriscos de Canjáyar. El premio por esta buena obra fue degollar al religioso, y a uno de los criados desollarle como al beneficiado de Rágol, y es probable tuviera igual fin el otro.
Soportújar.
En Soportújar los moriscos habían hecho preso al Bachiller N. Ojeda, Beneficiado, en casa de un morisco, parece que con otros cristianos, mientras mantenían encerradas en la iglesia a las mujeres. Llegó un cabo de los moriscos rebelados y ordenó sacar a los unos y a las otras, temiendo la llegada del Marqués de Mondéjar, y a toda prisa los llevaron por caminos muy montañosos para que no diesen con ellos. Caminaba en medio de la turba y como capitán de ella el Bachiller N. Ojeda. No podía faltar aquí la consabida intimación de renegar de Cristo y confesar a Mahoma, so pena de morir sin remedio. Tuvo esta vez la lucha y forcejeo por la fe una nota pintoresca; pues el buen moro Zacarías de Aguilar, capitán de la gente de guerra, trató de persuadir al sacerdote fingiese la apostasía, si de hecho no la quería, que siguiese el ejemplo de los moriscos, que no siendo cristianos de corazón, disimularon tanto tiempo el ser cristianos. No hay que decir cómo rechazó la propuesta sacerdote de Cristo, confesando, para que lo entendiera bien, que mediante el auxilio divino, que no le había de faltar, entregaría mil vidas que tuviera. De camino les afeó su conducta, reprobó la secta de Mahoma, y predicó las excelencias de la fe católica. En estas pláticas, y después de media legua de camino, descubrieron a Aben Humeya, que venía con refuerzo de gente de guerra para ayudar a los moriscos levantados, el cual ordenó matar al sacerdote y llevar cautivas a las mujeres y niños. Un golpe de ballesta, que cayó como terrible maza sobre la cabeza del Bachiller Ojeda, le derribó sin vida en tierra. Como si esta fuera la orden de acometer todos, no quedó uno que no contribuyera con sus golpes a destrozar el cuerpo del ilustre mártir. El Maestro N. Sánchez, Beneficiado del lugar de Boloduy, y Juan Rodríguez, Beneficiado de Santa Cruz, prestaron un gran servicio a los cristianos varones de Santa Cruz y del Jergal, cuando el gobernador Gorri ordenó quedarse en Jergal las mujeres, y que fueran trasladados los hombres a Canjáyar. Obligados los cristianos a ir en esta marcha con paso acelerado, se les hacía más amargo y duro el camino; porque sobre las fatigas de la caminata, cayeron sobre ellos las instancias porfiadas de los moriscos para que dejasen la fe y la cambiaran por la religión de Mahoma. Los dos sacerdotes dulcificaron mucho su camino con santas pláticas y predicaciones. Reconociendo los moriscos el perjuicio que a sus intentos causaba la compañía de ambos beneficiados, para ver si conseguían amedrentar a los cautivos, colgaron de un olivo a los dos y a un cristiano principal, Alguacil Mayor de Boloduy, y una lluvia de flechas y jaras dejó en breve sin vida a los tres. Presos estaban también en Jergal N. Simón, Beneficiado, natural de Loja, que tuvo un martirio parecido al del Beneficiado Marcos de Soto, que vimos más arriba. Le obligaron a que por la matrícula llamase a todos a oír Misa, y así como eran nombrados llegasen y le injuriasen de palabra y de obra. Muy quebrantado de los golpes y malos tratamientos, le echaron un cordel a la garganta, le sacaron arrastrando al campo, y lo entierran hasta la cintura, cortándole las narices, las orejas y la lengua, y haciendo blanco en el medio cuerpo, le tiran saetas, y con un mosquete a balazos le acaban la vida. Y de esta suerte le hallaron los soldados del Marqués de los Vélez, cuando vino en auxilio de los cristianos. Así mismo fueron degollados dos sacerdotes más por orden de Portocarrero, capitán de los rebelados; el Vicario de este lugar, Diego de Acevedo, con su madre, y el Beneficiado N. de Paz, con una hermana suya. Los cuerpos de todos fueron arrojados al campo como de costumbre. En Cobda o Presidio, después de haberse refugiado los cristianos en la torre de la iglesia, se fugaron a los montes no creyéndose seguros. Allí les alcanzaron los moriscos, después de haber profanado la iglesia. Vino a caer en sus manos N. Buenaventura, Beneficiado, en quien se vio muy claramente el espíritu de caridad que animaba a estos sacerdotes. Empezó luego con blandura de palabras, tan caritativas como cariñosas, a ponderarles con razones, y a enseñarles con mucho celo cuán apartados andaban del camino de la salud; que aún tenían tiempo de convertirse; que Dios era misericordioso y perdonaría sus culpas. Pero la predicación aprovechó poco; le echaron airados un lazo al cuello, ligaron sus manos, y les dijeron muchas palabras injuriosas. De esta forma le hacen traer al lugar; en la entrada le dieron una mortal herida en la cabeza, y a pocos pasos un morisco, de oficio alpargatero, le entró un punzón por un ojo y cayó al suelo sin sentido. Vuelto en sí, después de algún tiempo, levantó las manos al cielo, glorificando al nombre de Jesús, y pidiendo perdón por sus pecados, y ofreciendo la vida por ellos, y los tormentos que por la defensa de su nombre padecía. Y todo esto con palabras altas; que no sufría menos su fervor en aquel trance supremo. Le daban mucha prisa para que caminase, y porque levantaba las manos suplicantes al cielo, se las cortó un morisco. Como esto vieron los demás llegaron otros muchos, y a golpes le hicieron caer en el suelo, y arrastrando le llevaron a un sitio llamado Rambla, en donde juntando gran cantidad de leña, y pegándole fuego, arrojaron a la hoguera al Beneficiado Buenaventura. Estando casi abrasado le sacaron fuera de la hoguera, y le arrojaron en un pozo cubriéndole de piedras.
Panorámica de Serón y Tíjona abajo.

Sobre Serón y Tíjola quiero dejar la palabra a Antolínez: “Halláronse presentes los beneficiados Sebastián de Cueto, vizcaíno de nación, y Ginés Espín, natural de Almería. Los cuales, como verdaderos pastores y buenos padres, posponiendo el temor de la vida, les estuvieron animando a morir en la fe de Jesucristo a los cristianos y fue cosa misteriosa que en todo el tiempo que duró esta carnicería, no los estorbaron los moros de hacer esta santa y piadosa diligencia. Echaron luego mano de ellos, e imputándoles a grave delito los sermones que les habían predicado, las misas que les habían dicho, los vicios que les habían reprendido, la doctrina cristiana que les habían enseñado, los desnudaron, y atando a uno de estos sacerdotes por los pies, le colgaron de una almena del castillo, y echándole un lazo al cuello, ahorcaron de él a su compañero, gustando de ver que las diligencias, que naturaleza les enseñaba (aunque en balde) para librarse, se convertían en daño de entrambos. Vean ahora los tiranos que en la primitiva Iglesia martirizaron tantos fieles, y juntaron muertos con vivos para darles mayor tormento, si acertaron sacar a luz tan nuevo género de martirio. Estuvo presente a él todo el ejército, haciendo aplauso con voces y gritos, viendo tan nueva invención de tormento, con el cual remataron nuestros Mártires el felicísimo curso de sus vidas. Llegando el Marqués de los Vélez algunos días después a este pueblo, los halló así, y les dio sepultura juntamente con los demás cristianos; y tengo por cierto que fue en la iglesia”. Acerca del Beneficiado N, Salinas he aquí cómo Mármol describe su martirio, en gran parte semejante a otros dos que ya quedan referidos.
Vícar (Almería).
“Los lugares de Inix, Filix y Vícar caen a poniente de la ciudad de Almería, en una rinconada que hace la sierra de Gádor, cuando va a despuntar sobre el mar Mediterráneo, y los moradores de ellos se alzaron cuando los de Guécija. Y cuando hubieron robado y destruido las iglesias, y muertos algunos cristianos, y prendido otros, fueron muchos de ellos en favor de los que combatían la torre de Guécija. La cual ganada, volvieron a sus lugares, y ordenaron de dar cruel muerte al Bachiller Salinas, su beneficiado, y a dos sacristanes que tenían presos. Hiciéronlo vestir como cuando decía Misa, y asentándole en una silla debajo de la peana del altar mayor, pusieron los sacristanes a los lados con las matrículas de los vecinos en las mano, y mandándoles que llamasen por su orden, como cuando querían saber si había faltado alguno para penarle; y cómo iban llamándolos, llegaban hombres y mujeres, chicos y grandes al beneficiado, y le daban de bofetones o puñadas, y le escupían en la cara, llamándole perro. Y cuando hubieron llamado a todos llegó un hereje a él con una navaja, y le persignó con ella, hendiéndole el rostro de alto a bajo, y por través; y luego le despedazó coyuntura por coyuntura, y miembro a miembro, de la misma manera que habían hecho a su beneficiado los de Canjáyar; y porque el sacerdote de Cristo glorificaba su santísimo nombre, le cortaron la lengua. Después lo llevaron arrastrando fuera del lugar, y los asaetearon juntos2. Berja, como cuidad populosa, vio dentro del recinto de su iglesia, y en sus calles, cosas terribles en las profanaciones, y no menos en los Mártires.. No están muy de acuerdo los historiadores que de esto escriben acerca del número de sacerdotes martirizados. Mientras Mármol refiere los cuatro siguientes beneficiados: Pedro Banegas, Martín Caballero, Francisco Juez y Luis Carvajal, el historiador Antolínez añade el cura Alonso Juez. Y lo mismo trae en su Memorial el Arzobispo Escolano. En cambio las Actas de Ujíjar parecen hablar, no de cinco como los dos autores dichos, sino de siete, llamados estos dos últimos el uno Juan Suárez y el otro el Licenciado Juárez. En cuanto a la forma de martirio convienen también los tres primeros para todos los que cada uno enumera. Fueron reservados para el fin los sacerdotes, cuando por las calles de Berja corrían arroyos de sangre de los Mártires que, en gran número, y con gran valor, habían dado su vida por Jesucristo. Tocóles la suerte al fin a los cuatro beneficiados y al cura Alonso. Como siempre usaron con ellos el indecible tormento de desnudarlos hasta ponerlos en carnes, y atadas las manos atrás, les azotan cruelmente delante de las mujeres cautivas. Estaban éstas ya sobradamente quebrantadas de las terribles tragedias ocurridas con sus maridos y sus hijos, y todavía las reservaba el Señor este nuevo trabajo: el pudor, el dolor, el horror, la confusión y la vergüenza de una y otra parte, de ellas y de los sacerdotes, jugaron aquí un papel más importante de lo que a primera vista puede parecer. Los verdugos no perdían detalle, y sabían muy bien lo que significaba todo este tormento, y siempre que podían no dejaban de aplicarlo. Muerto ya antes, precipitado de la torre de Villalobos, el beneficiado Francisco Juez, los cuatro, después de sufrir el bárbaro tormento de los azotes, y la vergüenza de la desnudez delante de las cautivas, hubieron de apurar el cáliz, con ser atados en aquella misma forma, en la plaza, a cuatro palos; desde los cuales, levantando los ojos al cielo, pidiendo ayuda para vencer, poniendo por intercesores a los Santos Mártires, decían de esta forma: “Invencibles Mártires, ya peleasteis fuertemente, y con la confianza vencisteis grandes guerras: ahora, favoreced y ayudad a estos que peleamos, para que salgamos vencedores. Estáis en el puerto, no menospreciéis a los que al presente, puestos en conflicto, nos tiene maltratados la tempestad. Se cuenta de dos de estos beneficiados que, como hubieran mediado entre ellos algunas diferencias, y por este motivo estuvieran disgustados entre sí, llegado el momento del martirio, se buscaron y abrazaron, perdonándose mutuamente sus ofensas. Y del presbítero Juan Suárez, que había venido con mucha alegría a Berja, en donde al día siguiente de su martirio había de decir su primera Misa. Designios de Dios, haber permitido que este joven llegase hasta la ordenación de presbítero, y con el cáliz ya en las manos, se ve privado de esta gracia, para trocarla por el cáliz de la pasión y del martirio.
Imagen del Beato Marcos Criado de La Peza, tal como se honra y procesiona anualmente en esta villa granadina.
El Beato Marcos Criado padeció martirio, según los historiadores de su vida, el 24 de septiembre de 1569, es decir, nueve meses más tarde que los demás que quedan referidos; pero por la misma causa y los mismos verdugos los moriscos. No cabe duda que estos sacerdotes subieron a la Alpujarra puesta la mira principalmente en la conversión y educación moral de los moriscos. Su sueño dorado era verse rodeado de aquellos moriscos, convertidos en fervorosos cristianos. Cuando tras largos años de lucha, que lo son también de tristes desengaños, se encuentra con que el final de toda aquella vida de sacrificios era morir a manos de sus hijos, tanto más queridos cuanto más ingratos, era para perder toda la serenidad y caer desmayados ante tamaña ruina y morir clamando ¡traición!, en el colmo de la mayor de las amarguras. No terminaremos sin hacer notar dos cosas; el ejemplo que nos dan los religiosos Trinitarios en haber emprendido con tanto empeño la beatificación de este insigne hermano suyo, ejemplo que acusa nuestro descuido con la esperada proclamación de la Iglesia como santo a nuestro querido Beato Fray Blas Palomino; y en segundo lugar, es este hecho muy digno de tenerse en cuenta por los que acaso temerosos, que crean ha de haber dificultades en la beatificación de los demás mártires, compañeros suyos, que también fueron perseguidos y muertos por Cristo. 

Granada 21 de febrero de 2021. 

Pedro Galán Galán. 

Bibliografía: Al-Bakrî: Geografía de España. (Kitab al-Masalik wa-l-Mamalik). Ed. y trad. E. Vidal Beltrán. Zaragoza. (1982) 

Al-Idrîsî: Los caminos de al-Andalus en el siglo XII. Estudio, edición, traducción y notas de J. Abid Mizal. Madrid. (1989) 

Al-Râzî, A.: Ajbar muluk al-Andalus. Crónica del moro Rasís. Descripción geográfica de al-Andalus. Ed. D. Catalán y M. S. De Andrés. Madrid. (1975) 

Al-Zuhrî: El mundo en el siglo XII. Estudio de la versión castellana y del “Original” árabe de una geografía universal: “El tratado de al-Zuhri”. Ed. D. Bramón. Barcelona. (1991) 

Angulo, A., y otros: Las rutas de Al-Andalus. 1, La Alpujarra. El Legado Andalusí, Granada. (1995).

Barrios Aguilera, M.: Mártires de la Alpujarra en la rebelión de los moriscos (1568). De Francisco A. Hitos. Granada. (1993). 

Barrios Aguilera, M.: Historia, leyenda y mito en la Alpujarra. En Pensar La Alpujarra. Diputación Provincial de Granada. Granada. (1996). 

Baumann, R.: Moros y Cristianos. Valor. Boletín de la Asociación Cultural Abuxarra. Órgiva. Granada). (1985). 

Bosque Maurel, J.: La Alpujarra. Granada. (1970). Caro Baroja, J.: España desconocida. La Alpujarra: rincón misterioso. Madrid. (1967). 

Caro Baroja, J.: Los moriscos del reino de Granada. Istmo. Madrid. (1985). Escolano y Ledesma, D. y otros.: Memorial de los mártires de la Alpujarra, 1568. Almería. (1999). 

García Luján, J. A.: Las Alpujarras a principios del siglo XVII: el manuscrito Domecq-Zurita de 1605. Córdoba. (2002). 

Gómez-Moreno, M.: De la Alpujarra. Al-Andalus, páginas 17-36. Granada. (1951). 

Hitos, F.A.: Mártires de La Alpujarra en la rebelión de los moriscos (1568). Apostolado de la Prensa. Madrid, 1935. Edición facsímil. Universidad de Granada. Granada. (1993). 

Luna, P.: Demografía de la Alpujarra: Estructura y Biodinámica. Granada. (1984). 

Mármol Carvajal, L. de.: Rebelión y castigo de los moriscos. Ed. Arguval. Málaga. (1991). 

Martínez Ruíz, J.: Inventario de Bienes moriscos del Reino de Granada. Lingüística y civilización. Madrid. (1972). 

Martínez Ruíz, J.: Arabismos y mozarabismos en el Libro de los Habices de las Tahas de Ferreira, Poqueyra y Xubiles (año 1527). Revista de Filología Española, LIX, páginas 298-300. Granada. (1977). 

Mármol y Carvajal L. del.: Historia del rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada. BAE, XXI. (1985). 

Navarro, J.: El país perdido: la Alpujarra en la guerra morisca. Sevilla. (2013). 

Tapia Garrido, J.A.: Historia de la Baja Alpujarra. 2ª edición. Ayuntamientos de Berja, Dalías, El Ejido, Vícar e Instituto de Estudios Almerienses. Almería. (1998). 

Trillo San José, C.: La Alpujarra antes y después de la Conquista Castellana. Universidad de Granada. Diputación Provincial de Granada. Granada. (1994).