PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

jueves, 30 de diciembre de 2021

RECORDANDO EL TIEMPO EN EL QUE FIGUERUELA ESTABA LLENA DE HIGUERALES EN SUS LINDES.

LAS TRANSFORMACIONES DE LAS ESTRUCTURAS AGRARIAS EN LA ANDALUCÍA RECONQUISTADA A LOS ÁRABES A PARTIR DEL SIGLO XIII.

En nuestro término municipal tenemos suficientes indicios de numerosos asentamientos islámicos, así lo muestran sobre todo el hallazgo de monedas en espacios cercanos a lugares en los que cualquier brote de agua  suponía el asentamiento rural de la población árabe durante centenares de años. Desde los primeros tiempos de la invasión árabe los clanes familiares o tribus árabes que llegaron a nuestro término quedarían admirados de la riqueza de nuestra campiña, y casi de inmediato quedarían asentados esos grupos o clanes familiares en nuestro término. Desde niños hemos escuchado que tal o cual encontró algunas monedas en lugares de nuestro terminó como: La Atalaya, Las Losas, El Pocillo, Los Morales, El Chorrillo, La Huerta Caniles (con la noria), El huerto del "Remolino", El Huerto del "Monjo" debajo del Pozo de Las Pistolas, Los Salaos, Cortijos como Silvente y Cajeros, Cortijo de Parras, La Alcantarilla, Pozo Nuevo, Santa Clara y algunos más.

Podríamos decir que son bastante numerosos los lugares en los que a  lo largo de muchos años se han encontrado monedas árabes, quizá lo más perdurable de esa cultura en nuestro término, ya que las construcciones habituales de adobe no resistían más allá de una escasa generación, aunque pocos restos quedarían de las alquerías diseminadas por los lugares más ricos en agua de nuestro término, con las labranzas profundas de las grandes rejas de los brabanes durante decenas y decenas de años.

El mismo nombre de Los Morales demuestra que en toda esa zona debió de haber grandes plantaciones de moreras para la cría de los gusanos de seda, del que los vecinos de las alquerías obtenían importantes ingresos con la venta y exportación de la seda incluso a los moradores del norte de África.

Campesinos y labradores en una agricultura casi feudal castellana. 

A falta de otros datos y documentos en este artículo vamos a recordar cómo llegó la transformación de un tipo de agricultura en esos lugares en los que se establecieron los clanes familiares árabes, y el cambio que supuso para nuestro territorio la llegada de unos nuevos propietarios, con la conquista castellana y el establecimiento de una cultura agrícola casi feudal a través de los años.

Al igual que produjo un cambio en el poblamiento de Andalucía, la conquista cristiana supuso también la transformación de las estructuras agrarias. En primer lugar, y lógicamente, la desaparición de muchas unidades de poblamiento repercutió en los espacios cultivados, a lo que contribuyeron igualmente los hechos de armas. El Repartimiento de Sevilla recoge algunos datos relacionados con los destrozos de la guerra, destacando especialmente los que se produjeron en el olivar, cultivo que tuvo su mayor extensión en ese tiempo en las tierras sevillanas, de tal manera que en el momento de los repartos más de la mitad del olivar del Aljarafe estaba quemado o abandonado (1).

Unos estragos que afectaron también a otros cultivos, parcelas de cereal y viñas, cultivos arbóreos, como los higuerales y especialmente a las estructuras de regadío, muy delicadas en su mantenimiento y que se encontraban próximas a los núcleos de población y en zonas con abundancia de agua. Con lo que tenemos que considerar al efecto de las repoblaciones que parte de la tierra agrícola que recibieron los nuevos pobladores estaba destrozada, por lo que tuvieron que invertir bastante tiempo y trabajo para recuperar su productividad.

Apenas conocemos la estructura de la propiedad de la tierra en al-Andalus y, aunque sabemos que existía tanto la gran propiedad como la mediana o la pequeña, sería bastante difícil de cuantificar y dilucidar su proporción a la vista de la información que disponemos. Lo que sí está claro es la presencia de grandes propiedades por todo el valle del Guadalquivir vinculadas a miembros de la nobleza andalusí. En cualquier caso, los repartimientos castellanos alteraron la fisonomía del parcelario, como se puede ver en el caso de Sevilla. Así, y aunque algunas grandes propiedades pasaron íntegramente a manos de los conquistadores en forma de donadíos mayores, la mayoría se dividieron entre los numerosos beneficiarios de donadíos menores y entre los repobladores, encontrándonos también en el caso de tierras de cereal de la Campiña la concentración de parcelas para formar pequeñas y medianas propiedades (2), por lo que se alteró no sólo el mismo sistema parcelario establecido, sino también la red viaria menor y la propia distribución tradicional de los cultivos (3), consecuencia del asentamiento de un importante número de pequeños y medianos propietarios, frente a una minoría de grandes propiedades.

Campesinos medievales en sus diferentes tareas agricolas.
Según el Libro de Repartimiento de Sevilla, el 51% de los pobladores fueron pequeños y medianos propietarios que acapararon el 20% del territorio repartido; los 46% medianos propietarios que acumularon el 68% de las tierras repartidas, mientras que tan sólo el 2% de los beneficiarios eran grandes propietarios que obtuvieron el 12% de lo distribuido (4).

La evolución de estos repartos es bien conocida y el esquema de distribución de la tierra se transformó en poco tiempo, pues debido a las dificultades que se vivieron en Andalucía, los años posteriores a la conquista, donde la vida era muy cara y el territorio era inseguro, muchos campesinos decidieron vender sus bienes o simplemente abandonaron sus tierras para volver a sus lugares de origen, o para intentar instalarse en otro lugar. En otros casos, la posterior fragmentación por el juego de las herencias y la falta de rentabilidad obligaron a los campesinos a vender (5).

Además, muchos de los miembros de la alta nobleza no siempre estuvieron interesados en conservar las tierras que habían recibido como repobladores, considerando además de la lejanía de su ámbito de vida, las dificultades que tenían para ponerlas en explotación. Por todo ello, el cúmulo de ofertas debió de ser considerable, provocando un descenso del precio de la tierra que animó a comprar a aquellos que, afincados en Andalucía, contaban con medios de fortuna suficientes para invertirlos en bienes inmuebles. En algunos casos, estas nuevas adquisiciones engrosaban los bienes obtenidos en los repartos realizados tras la conquista, lo que, junto a un proceso de usurpaciones de tierras abandonadas, consecuencia de la despoblación a la que se vio sometida Andalucía, provocó un notable aumento de la gran propiedad, frente al retroceso de la pequeña y mediana propiedad. Muchas de las compras fueron ilegales, al no cumplirse los plazos establecidos para poder vender, beneficiándose de este proceso algunos miembros de la nobleza territorial y las autoridades municipales (6).

En líneas generales los paisajes agrícolas de cada población se distribuían siguiendo una disposición de carácter concéntrico en el que en las proximidades de los núcleos de población se encontraban los ruedos, espacios cultivados, con zonas de cultivos intensivo entre los que destacaban los huertos, zonas de cultivo forrajero y las tierras dedicadas a otros cultivos, como el cereal y la vid, además de los ejidos y dehesas para el ganado. Más alejados estaban los espacios incultos, con diferentes niveles de degradación en función a su aprovechamiento (7).
El trigo y demás cereales eran la base de los cultivos siguiendo los mismos tipos de cultivos en secano que en la época islámica.

Respecto a los cultivos, y a la vista de lo expresado en los diferentes repartimientos, básicamente siguieron siendo los mismos que en la época islámica, destacando especialmente el cereal, frente a la escasa difusión del olivar y el viñedo. Estas propiedades se modificaron en los años posteriores con dos tendencias bastante contrapuestas, pues  mientras que en el caso del cultivo del olivar y el cereal, la tónica general adoptada sería la de la concentración de la propiedad a partir de la acumulación de estas propiedades en menos manos, en el caso de la vid el proceso sería totalmente contrario con una tendencia a la parcelación  de las fincas de cultivo (8).

Campos de cebada, trigo y algunas amapolas.
Si nos detenemos a hablar de cada uno de estos cultivos debemos destacar el predominio absoluto del cereal. Se producía principalmente trigo y cebada, mediante el sistema de pan terciado, es decir, dos tercios de trigo y uno de cebada, explotando amplias extensiones de tierras de secano de rotación bienal. Así, se combinaban zonas de cultivo con barbecho aprovechado para pasto por la ganadería, imprescindible como fuerza de tracción para las labores de arada, que completaban su alimentación tanto en las dehesas comunales como las privadas destinadas a tal fin.

Poco sabemos en qué medida se produjo una transformación de las estructuras de explotación cerealista tras la conquista, y aunque aparece en toda Andalucía, debemos destacar su presencia especialmente en las Campiñas, donde abundaron grandes propietarios absentistas, titulares de fincas de gran extensión. Sin embargo, la proximidad a la frontera con Granada alteró notablemente la potencialidad económica de esta comarca debido a la falta de mano de obra ante la escasa densidad de la población, por lo que no siempre se cultivaron esas tierras por falta de mano de obra para cultivarlas, y se produjo, especialmente en los espacios más cercanos a esa frontera, una reconstrucción de los antiguos paisajes naturales, situándose las explotaciones cerealistas en la retaguardia de la frontera.

Respecto al olivar, a excepción del Aljarafe sevillano, donde era especialmente abundante, las alusiones a los cultivos de olivar en otros lugares eran muy limitadas, en este tiempo las explotaciones de los olivares eran de pequeñas dimensiones mezclándose con otros cultivos (9).

Según el Libro de Repartimiento de Sevilla el cultivo del olivar estaba muy dañado tras la conquista, por lo que, debido a la lentitud en su desarrollo es posible que parte se perdiera, aunque pronto se debió recuperar con vigor, quitándole incluso protagonismo a otro cultivo arbóreo muy difundido en la zona como era la higuera (10).

La higuera cultivada que debió ser muy abundante en las alquerías islámicas de nuestra villa, hasta el punto de llegar a darle su nombre.
Fue principalmente la oligarquía urbana sevillana la que progresivamente se hizo con su control, propietaria además de toda la infraestructura necesaria para su explotación. Debemos destacar especialmente la gran expansión que experimentó el cultivo de la vid, que en época musulmana estaba restringido al consumo como fruta fresca o pasa. Localizado su cultivo principalmente en los alrededores de las ciudades y aldeas, experimentó un notable crecimiento en los años inmediatamente posteriores a la conquista cristiana (11).

De hecho, es bastante elocuente la escasez de este tipo de tierras en los repartimientos, lo que provocó que las previsiones que se hicieron fueran muy superiores a la realidad, de tal manera que se tuvieron que reducir las cantidades a entregar con relación a lo que se tenía previsto repartir. De hecho, en el caso de Sevilla los caballeros hidalgos debían recibir en teoría seis aranzadas de viña, pero en la práctica recibieron tan sólo cuatro (12).

En cualquier caso, en todos los procesos de repoblación que se realizaron en el valle del Guadalquivir, tanto en la segunda mitad del siglo XIII como a lo largo del siglo XIV, se utilizó la entrega de pequeñas parcelas para viñas como una forma de atraer campesinos, cuyo resultado fue la aparición de un numerosísimo grupo de campesinos propietarios o usufructuarios de parcelas de viñas, algunas muy pequeñas, que habitualmente se localizaban cerca de los núcleos de población. En el reino de Sevilla, sabemos que en el Aljarafe estaba muy distribuida y, de hecho, en el siglo XV entre el 70% y 80% de la población poseía alguna parcela, y cifras muy similares se daban en las comarcas serranas, mientras que en la Campiña la proporción bajaba a un 40% (13).

Así pues, la presencia de la viña es una realidad en toda Andalucía, aunque las comarcas expresamente vitivinícolas no empezarían a perfilarse hasta el siglo XV  (14).

Además de estos cultivos tradicionales, también se constata el mantenimiento de cultivos de árboles frutales, la existencia de huertas, así como plantas exóticas como el algodón, documentado en Écija a las orillas del Genil (15).

Campos de algodón en el siglo XIII en las orillas del río Genil.
En relación con esto, debemos destacar la escasez de tierras destinadas al cultivo de regadío que recogen los repartimientos andaluces, y en general, la documentación del siglo XIII que se nos ha conservado, si se compara con otras regiones, como la levantina.

Ello nos lleva a concluir que el regadío, incluso antes de la conquista cristiana, estuvo restringido principalmente a zonas de dimensiones reducidas, a huertas, donde además de frutales y hortalizas se cultivaban plantas textiles, como el lino o el algodón (16).

Estas huertas, que ya eran admiradas en las descripciones agrarias de época musulmana, se encontraban principalmente junto al viñedo, rodeando los núcleos de población, introduciéndose en el interior de algunas ciudades, formando huertos y jardines a intramuros (17), pero también se utilizaban en lugares con abundancia de agua, cursos de ríos y arroyos, y manantiales. Las referencias a los regadíos se incrementan progresivamente en las centurias posteriores lo que nos permite comprobar que los cristianos practicaron la agricultura irrigada ampliándola progresivamente con nuevas estructuras (18).

Cultivo del lino.
Cultivo agrícola del lino. 

Tras la conquista cristiana y el reparto de tierras entre los nuevos pobladores se produjo la renovación completa de la titularidad de la tierra de la región, recibiendo los nuevos pobladores principalmente casas y tierras de cultivo, generalmente las más fértiles y las más próximas al núcleo de población, quedándose sin repartir otras amplias extensiones de tierras de aprovechamiento comunal que se vieron notablemente incrementadas entre los siglos XIII y XIV.

El descenso demográfico que se produjo en Andalucía tras la conquista castellana, junto con su condición de frontera, supuso, entre otras consecuencias, una reorganización del poblamiento con la concentración de los efectivos humanos en determinados núcleos y un retroceso de los cultivos, un retroceso especialmente manifiesto en las tierras de menor fertilidad, pero que también afectó a aquellas que pese a tener una buena calidad estaban cerca de la frontera. La consecuencia más evidente de ello fue la reconstrucción de los ecosistemas naturales con el consiguiente avance del monte y el bosque, más notable en los amplios espacios serranos que bordeaban la Depresión Bética. Sus recursos sirvieron para un notable desarrollo de actividades como la caza, pesca, apicultura, aprovechamiento forestal y ganadería. De todas ellas, debemos destacar la importancia de la actividad ganadera que tuvo un notable avance, no sólo por la existencia de unos abundantes recursos naturales, sino también por el impulso y protección que le proporcionaron las autoridades.

Dehesa del bosque mediterráneo.
A la hora de analizar la documentación de la época, se puede comprobar fácilmente que la vegetación espontánea ganó terreno en todo el territorio, siendo especialmente patente esta realidad en los espacios de las sierras. Así, en primer lugar, encontramos Sierra Morena, que marca el límite de la Meseta con Andalucía, y que básicamente es una cadena montañosa muy erosionada y compuesta por suelos muy pobres y pedregosos, por lo que era un medio poco apto para la agricultura, lo que explica su fuerte despoblamiento habitual, y particularmente durante este periodo, dedicándose estos terrenos principalmente a la explotación de los recursos naturales, que eran sobre todo: caza, pesca, apicultura, aprovechamiento forestal y pastizales para el ganado. La vegetación espontánea estaba formada principalmente por encinas, coscojas, alcornoques y castaños, además de diferentes tipos de matorrales como jaras, labiérnago, arrayán, madroños o lentiscos (19).

En el reborde montañoso del sur se encuentran las cordilleras Béticas, zona de contacto con el reino de Granada, con una topografía escabrosa que determinaba un manto vegetal bastante pobre y con escasa potencialidad para el uso agrícola de estas tierras. Estas cordilleras la conforman numerosas sierras, que separaban los reinos cristianos de los territorios nazaríes, lo que condicionó igualmente su aprovechamiento. En ella la vegetación predominante era el encinar, mezclado con el monte bajo mediterráneo, con plantas eriáceas, acebuches, adelfas, lentiscos, etc. Por ello, independientemente de la existencia o no de una frontera, es lógico que ese territorio tuviera un poblamiento muy débil y fuera predominantemente de aprovechamiento pastoril. En todo este espacio podemos destacar la presencia de bosques, particularmente frondosos en las Sierras de Segura y Cazorla, con abundante presencia de encinas, robles y especialmente coníferas, lo que explica que su explotación haya sido durante siglos fundamentalmente maderera. 

Pinares de la Sierra de Segura.

Paisaje de Coto Ríos en la Sierra de Cazorla.
La documentación que hace referencia a las sierras de Segura y Cazorla siempre destaca su abundante masa forestal, resaltando la profusión de pinos y la existencia de numerosos encinares, así como la gran cantidad tanto de caza mayor como menor, así como la existencia de numerosos ríos y arroyos con abundante pesca. Pero su auténtica riqueza fue la madera que se obtenía de estas sierras, especialmente la de pino, que se transportaba a través del Guadalimar y Guadalquivir a toda Andalucía (20), y aunque eran Segura y Cazorla las principales abastecedoras de madera, también era muy importante el volumen procedente la Sierra de Constantina que llegaba a Sevilla. De hecho, este territorio era uno de los principales proveedores de madera para las atarazanas de Sevilla, preservándose para esta institución los robles, encinas, alisos, fresnos y alcornoques de los citados montes (21).

La profusión de fauna salvaje revela también que otra de las riquezas económicas de estos bosques fuera la cinegética, como se puede comprobar al analizar el Libro de la Montería, compuesto ya en el siglo XIV , y en el que se describen los cazaderos de oso y jabalí, aunque se debieron cazar otras especies, como el venado y abundante caza menor. Así, a excepción de algunos cazaderos localizados en la Depresión del Guadalquivir, la mayor parte de los que describe se encuentran en las Sierras. Destacaban en este sentido en primer lugar Sierra Morena, especialmente la Sierra de Constantina, agrupando también un gran conjunto de cazaderos las cordilleras subbéticas cordobesas, en torno a Lucena, Cabra y Priego, así como los de la Sierra de Segura. Sin embargo, el espacio más importante para la caza fue el compuesto por las Sierras gaditanas y la zona del Estrecho (22).

El estrecho de Gibraltar, con Marruecos al fondo, visto desde Cádiz.

Paisaje de la sierra gaditana.
Otro importante recurso del bosque fue la apicultura que se aprovechaba de su rica flora. Su gran valor económico puede explicar que pronto surgieran normas para su correcta explotación, como las que se recogen en los fueros de Baeza, Úbeda o Andújar, o las en 1254, poco después de la conquista de Sevilla, estableció el cabildo de esta ciudad, siendo de hecho éste el primer ordenamiento elaborado por el concejo hispalense del que tenemos noticias (23).

A través de esta normativa sabemos que las colmenas se concentraban para su explotación en espacios concretos y bien delimitados denominados majadas, asientos, posadas, o cotos. Allí no sólo encontramos las colmenas sino que también solía haber una casa para el colmenero y un losar para la caza, así como un área para el enjambradero y en ocasiones también un huerto. Las colmenas podían ser diversos tipos, aunque la colmena más simple era un tronco hueco de un árbol, la mayoría eran generalmente más complejas pudiéndose realizar de barro, mimbre o corcho, siendo estas últimas las más frecuentes en territorio andaluz, ya que frente a las anteriores presentaban la ventaja de ser más ligeras que las de madera o mimbre y no se recalentaban tanto en verano como las de barro (24).

Al necesitar los colmenares un espacio alrededor lo suficientemente amplio para poder abastecer de polen a las abejas, las ordenanzas establecían unas distancias mínimas entre majadas, que variaba según la zona, aunque en los extremos de los términos de las villas no había ningún límite (25).

Aunque había colmenares en todas las zonas incultas, entre las áreas de especial dedicación colmenera destacaba especialmente Sierra Morena (26), realizando en ocasiones movimientos estacionales en busca de determinadas floraciones, como los que realizaban los colmeneros sevillanos en busca de la flor del cardo, o los jienenses en verano (27).

Colmenar antiguo en la sierra.

Pero entre todas las actividades económicas que se realizaron en los espacios incultos, debemos destacar especialmente la ganadería, favorecida por la gran cantidad de espacios incultos y la escasez demográfica de la Andalucía cristiana. Sin embargo, la falta de estudios sobre la ganadería andalusí nos hace prácticamente imposible ver las transformaciones que esta actividad sufrió tras la conquista. Esto se debe en buena parte a la escasa información que sobre el paisaje ganadero tenemos para el periodo islámico, dado que, salvando algunas excepciones, las crónicas y los tratados de agricultura nos informan casi exclusivamente de las actividades agrícolas. En cualquier caso, no podemos olvidar que el desarrollo agrario está siempre ligado a la existencia de al menos una cabaña ganadera encargada de realizar las labores agrícolas, principalmente ganadería boyal y equina. A estas especies particularmente había que garantizarles el pasto, cuestión especialmente problemática en las zonas densamente cultivadas. Este asunto se intentaba subsanar en las tierras de cereal mediante el aprovechamiento por parte del ganado de las hierbas que crecían en la hoja de barbecho (28).

Pero el aprovechamiento del barbecho no era suficiente, por lo que además era necesaria la existencia de pastos acotados destinados al ganado de labor en unos terrenos llamados  dehesas, de las que tenemos alguna alusión ambigua en las fuentes. Además, es evidente que hubo un desarrollo del ganado menor de carácter extensivo empleando los espacios incultos existentes, y posiblemente con traslados estacionales entre el llano y la montaña.

Aprovechamiento de los restos vegetales del rastrojo.
En todo el valle del Guadalquivir tenemos referencias de aprovechamiento comunal en  la existencia de espacios comunes en las alquerías de una economía complementaria entre los espacios de cultivo y los incultos. Así los espacios comunales, denominados arīm, eran controlados por la comunidad del lugar, servían principalmente para pasto del ganado y que, según la doctrina malikí, se definían por el territorio que el ganado podía recorrer desde el núcleo habitado desde el amanecer a la puesta del sol, en ida y vuelta, que eran gestionadas por la comunidad, siendo el resto colectivas y cuidadas por el estado como representante de la umma  (29), lo que facilitaba enormemente los movimientos pecuarios. Con la llegada de los cristianos se produjo un importante cambio en la organización del territorio, y aunque cada entidad poblacional contaba con términos propios, la implantación del sistema de “comunidad de villa y tierra”, suponía la existencia de la unión de derechos de contenido comunal entre todas las poblaciones existentes en el alfoz, facilitando, de este modo también la movilidad de los hatos en busca de buenos pastos por un territorio más extenso que el del propio municipio al que pertenecían (30).

Fuera de este régimen de “comunidad de villa y tierra” quedaban las tierras acotadas de aprovechamiento comunal, principalmente dehesas concejiles, ejidos y prados, que estaban reservadas al ganado de los vecinos de la localidad, principalmente boyal y equino, o que preservaban pastos de excepcional calidad, evitando de esta manera que fueran aprovechados por ganaderos de otras localidades sujetos al régimen de comunidad de “villa y tierra” o a otro tipo de acuerdo, como las hermandades de pasto (31).

Ganadería vacuna en los terrenos comunales.
De todas las zonas acotadas preservadas para los ganados destacaban especialmente las dehesas concejiles, que estaban presentes en todos los núcleos de población desde el mismo momento de la conquista, garantizando de esta forma los pastos a su ganado, especialmente el de labor, de ahí que en muchas ocasiones se denominaran “dehesas boyales” en la que se mantenían los bueyes de arada en los meses que estaba inactivos, por lo que su existencia fue utilizada como un factor de atracción de los nuevos pobladores. También debemos destacar los ejidos, espacios incultos localizados a la salida de los núcleos de población, destinadas al desarrollo de algunas actividades colectivas, como la trilla, pero también para algunas ganaderas, como alimento de ganado, principalmente el de silla y albarda (32).

Aunque existieran amplios espacios comunales dentro de los diferentes concejos en las comarcas, sin embargo, con la implantación de nuevos términos y fronteras tras la conquista cristiana en muchos casos se fracturaron los espacios económicos tradicionales, lo que debió provocar conflictos al limitar el desplazamiento de los ganados en su búsqueda de alimento. Esto puede explicar que desde muy pronto se establecieran acuerdos interconcejiles, que permitieron el aprovechamiento de los espacios comunales entre los concejos vinculados en los acuerdos, y que a lo largo de toda la Baja Edad Media se fueran creando nuevos acuerdos interconcejiles a fin de evitar conflictos. Los conciertos más antiguos conocidos son la hermandad de pastos que en 1235 instituyó Fernando III entre Úbeda, Santisteban e Iznatoraf (33).

Fernando III el Santo.
Algunos autores, equivocadamente consideran que en 1231 Fernando III instauró una hermandad entre Baeza, Vilches, Baños, Tolosa y Ferrat, cuando lo que realmente estaba estableciendo era una “comunidad de Villa y Tierra”, y la que ese mismo año estableció el monarca entre Segura y Torres de Albanchez (34).

Las comunidades de villa y tierra constituyeron una forma de organización política de las tierras conquistadas por el Reino de Castilla a Al-Ándalus a partir de los siglos XI y XII.

La comunidad de villa y tierra consistía en tierras comunadas que incluían a distintas aldeas alrededor de una villa mayor y que se subdividían, a su vez, en seis sexmos u ocho ochavos. Estas tierras podían ser, según su dueño, de realengo si eran del Rey, de abadengo si eran de un abad o de un obispo, de solariego si eran de un noble u orden militar o de behetría si eran los propios habitantes quienes elegían al señor.

En este nuevo sistema, el centro y eje del esquema administrativo será la Villa. Los vecinos o villanos, organizados en concejo, reciben del Rey un amplio territorio de centenares y aún millares de kilómetros cuadrados, sobre el que van a ejercer los derechos de propiedad y organización que anteriormente correspondían al Rey, magnates y abades.

Las competencias del concejo serían:

Poblamiento. Dirige el nacimiento e instalación de las aldeas en su territorio, reparte las heredades entre los vecinos y reserva otras tierras para aprovechamiento concejil y comunal.

Normas jurídicas. La Villa establece las normas que regulan las relaciones entre la propia aldea y otras, así como entre los vecinos de unas y otras. Las normas venían reguladas por los Fueros, sancionados por el monarca.

Autonomía. La Villa dependía únicamente del Rey. Elegían anualmente, vecinalmente o por parroquias (barrios), a sus propias autoridades, con una duración de los cargos de un año, y estos ejercían todas las competencias gubernativas, judiciales, económicas y aún militares.

Las competencias de la Comunidad y su autonomía no estaban reñidas con la presencia en la misma de un representante del Rey, para velar por sus intereses, especialmente fiscales. Todas las Comunidades eran iguales y solo se relacionan directamente con el rey, pues este es el único lazo de unión con la Corona.

Las comunidades de villa y tierra  de realengo, donde el rey era el señor feudal inicial, no se mantuvo durante mucho tiempo, pues muy pronto el rey comienza a ceder algunas porciones a favor de magnates e infanzones que dirigen o colaboran en las tareas de repoblación y también de entidades eclesiásticas, como monasterios, iglesias y catedrales. Estos dominios serán de importancia relativamente escasa, por dos razones principalmente:

De una manera cuantitativa, porque ninguno de estos señoríos llega a competir, ni de lejos, con la extensión del realengo.

Por el carácter disperso de estos señoríos, pues no formaban un todo continuo y compacto, sino que estaban diseminados en docenas de pueblos separados por varias decenas de kilómetros.

Conviviendo con esta estructura político-administrativa, en manos eminentemente del rey, los magnates y la Iglesia, existía otra propiedad inferior, que recaía sobre las mismas tierras, en manos de los cultivadores, hombres libres en su inmensa mayoría, que disfrutaban del derecho de transmisión en vida, en muerte, de venta, de donación, etc. La única obligación, respecto del primer propietario, era abonarle el censo y cumplir las obligaciones establecidas por la costumbre o por la carta de poblamiento, que no solía referirse a las tierras cultivadas sino, a un tanto por fuego (hogar).

De esta forma, conviven las siguientes soberanías territoriales:

El rey, que reúne todos los poderes políticos, judiciales y militares del reino.

Los condes, que eran delegados regios removibles, que gobernaban diversas comarcas del reino.

 Los Jueces o sayones., que desde un castillo regían pequeños territorios, llamados alfoces o suburbios.

Las Aldeas o centros de población local, de entre cinco a veinte familias, cada aldea con su concejo. Estos centros de población no estaban jerarquizados, ya que la organización no rebasaba los límites del concejo.

Después la Corona también creó unas hermandades generales a través de los cuales se permitía el aprovechamiento de pastos y leñas en todo el Bajo Guadalquivir. Éstas se crearon en 1268 y 1269, englobando la primera a los concejos de Niebla, Huelva, Gibraleón y Ayamonte, (35), y la de 1269 a los concejos de Sevilla, Carmona, Jerez, Arcos, Medina Sidonia, Alcalá de los Gazules, Vejer, Huelva y Gibraleón (36).

Es interesante destacar que estas últimas se crearon poco después de la revuelta mudéjar, por lo que es muy posible que se utilizaran como una forma más de atracción de pobladores. Sin embargo, la excesiva amplitud de estas organizaciones, unido a las dificultades que la región sufrió en los años siguientes, las hicieron inviables, restringiéndose a los usos comunales entre concejos vecinos, como es el caso de Niebla y Huelva; Sevilla y Niebla; Niebla y Gibraleón; Gibraleón y Huelva; y Sevilla y Carmona, modificándose con el tiempo a fin de adaptarlas los diferentes concejos a sus necesidades particulares (37).

Más comunes fueron las hermandades instituidas entre los propios concejos. La más antigua conocida es la establecida entre Baeza y Úbeda en 1244 (38), y, en el caso del reino de Sevilla muchas de las que existieron hundían sus raíces en las grandes hermandades que creó Alfonso X en la Baja Andalucía en 1268 y 1269. También debe responder a algún tipo de acuerdo firmado entre Baeza y Jaén, la explotación de un amplio espacio entre Torres y el río Guadalbullón que había estado poblada hasta finales del siglo XIII, fecha en que se había convertido en una extensa zona de montes y pastos aprovechada hasta mediados del siglo XIV en régimen comunitario por Baeza y Jaén (39).

Fuente de los Leones de Baeza.
Úbeda, ciudad del renacimiento, al igual que Baeza.
Frente a la abundancia de acuerdos que desde muy pronto se crearon tanto en el reino de Jaén como en el de Sevilla, en el de Córdoba no existieron hasta época muy  tardía, a partir del siglo XV, posiblemente debido al hecho de coincidir el alfoz cordobés prácticamente con el territorio del reino de Córdoba, por lo que el espacio de aprovechamiento pastoril de los ganados de Córdoba y sus villas era muy amplio (40).

Así pues, la abrumadora presencia de tierras vírgenes y las facilidades que las autoridades dieron para que los ganados tuvieran buenos pastos explican el gran desarrollo que esta actividad tuvo tras la conquista cristiana. Este hecho va a estar especialmente patente en la frontera con Granada, donde la combinación de varios factores, como son los geográficos (existencia de un medio natural adecuado para el desarrollo pastoril), históricos (persistencia durante un largo espacio de tiempo de ese espacio con poca población) y militares (presencia de actividad bélica más o menos constante en la frontera), explican que la ganadería tuviera una notable relevancia (41).

Desde el punto de vista geográfico la frontera con Granada se dividía en dos zonas: una, la de contacto directo con el reino nazarita, que coincidía básicamente con las cordilleras Béticas y que era un espacio predominantemente pastoril, como hemos visto. Más al interior encontramos La Campiña, parte de la gran Depresión Bética, con un relieve mucho más suave y con tierras de gran fertilidad, pero que debido a su condición de tierras fronterizas, con poca población y el peligro constante de las razzias granadinas, su potencial agrícola no se desarrolló totalmente, y esto permitió que la ganadería se aprovechara de la rica vegetación espontánea existente.

 Aunque podemos constatar la presencia de otros tipos de ganado, como el ovino, el caprino o incluso el vacuno, era un espacio especialmente apetecido por las grandes piaras de cerdos que se desarrollaron en la zona. Y es lógico que fuera la principal especie ganadera en este espacio, ya que los bosques de la zona estaban compuestos principalmente por encinares, existían abundantes rastrojeras en las tierras de cereal de la Campiña y, además, este tipo de ganado no era precisamente muy preciado por los musulmanes por los cuestionamientos religiosos de prohibición de comer su carne. Hay constancia, por ejemplo, de que no era habitual el robo de ganado porcino por parte de los musulmanes a partir de la información de los ganados capturados por los benimerines en sus diferentes invasiones. Así, a través de la crónica de Ibn Abi Zar, Rawd al-Qirtas podemos ver cómo en los botines de las diferentes campañas se robaba todo tipo de ganado excepto porcino.

Piara de cerdos en las tierras comunales andaluzas.
Independientemente de que fuera época de paz o de guerra, las actividades pecuarias no estaban exentas de peligro. Así, con la ruptura de las treguas uno de los botines más apetecidos era el conseguido con el robo del ganado, y por otro lado, en cualquier momento podía ser objeto de deseo de parte de los ladrones. Debido a ello, y desde muy pronto, los monarcas castellanos permitieron en tiempos de guerra, el libre desplazamiento a zonas más seguras eximiéndoles del pago de cánones de paso. La facilidad de movimiento de los hatos explica también que desde épocas muy tempranas y con bastante frecuencia, tanto los ganados nazaríes granadinos, como los andaluces de territorios reconquistados, atravesaban la frontera granadina para aprovecharse de los pastizales de los contrarios.

Buena parte de estos traslados se realizaban de forma clandestina, aprovechándose de los amplios baldíos que existían a ambos lados de la frontera (42).

Las circunstancias que se vivieron tras la conquista cristiana del Sur peninsular supusieron una importante transformación del paisaje rural, debido en buena parte al radical descenso demográfico, que fue especialmente patente a partir de 1264, lo que provocó el abandono de poblados y tierras cultivadas, así como una concentración de la población en los centros estratégicos y lugares más fértiles. La consecuencia principal de ello fue la reconstrucción de los ecosistemas naturales y la abundancia en la mayor parte del territorio andaluz de espacios incultos, lo que benefició particularmente a la ganadería que experimentó una importante expansión en esas fechas. Esta situación se prolongaría al siglo XIV debido a diversos factores que impidieron el desarrollo demográfico de Andalucía, como son la guerra de frontera, los varios ciclos de epidemias y las malas cosechas que afectaron a la región a lo largo de toda la centuria (43).

Sin embargo, el escenario empezó a cambiar a principios del siglo XV, cuando se detecta un progresivo crecimiento demográfico, con el consiguiente aumento de las superficies cultivadas y la aparición de nuevas poblaciones, una tendencia que se agudizó entre la segunda mitad del siglo XV  y comienzos del siglo XVI.

Fue la Campiña la especialmente beneficiada del crecimiento demográfico, debido a su gran potencialidad agrícola, con una dispersión del hábitat gracias al nacimiento o recuperación de aldeas y cortijos. Las consecuentes roturaciones de parte de los baldíos que este crecimiento ocasionó, perjudicaron notablemente a la boyante ganadería andaluza, debido a la notable reducción de las tierras de monte de las que esta se aprovechaba. Ello provocó importantes desequilibrios en el desarrollo de ambas actividades económicas, y bastantes perjuicios a la ganadera, que vio como muchas zonas de pastos desaparecieron en beneficio de la agricultura. De hecho, buena parte de los nuevos cultivos se hicieron en las tierras más fértiles y más cercanas a los núcleos de población, dejando para el ganado las de menor calidad desde el punto de vista edafológico, y las más alejadas de las villas, así como la proliferación de dehesas tanto públicas como privadas, destinadas principalmente al ganado de labor, imprescindible para el correcto desarrollo de las actividades agrícolas. Esto sin contar con las numerosas dehesas privadas creadas especialmente por los señores con ánimo de lucro, y por lo tanto destinadas a cualquier tipo de ganado, entre el que se encontraba lógicamente los grandes rebaños de ovejas trashumantes integradas en la Mesta Real y que empezaron a llegar con cierta fluidez a Andalucía tras la conquista de Granada y la desaparición de la frontera nazarí.

Los Reyes Católicos de Ferrer y Dalmau.

Los Reyes Católicos artífices de la Conquista de Granada.

Esta evolución explica la proliferación de ordenanzas y normas entre los siglos XV y XVI, destinadas a intentar buscar el equilibrio entre las distintas actividades agrarias, por lo que se dedicaron a reglamentar los lugares de pasto y su uso, a preservar la riqueza forestal y a establecer penas muy duras a los ganados que dañaban los cultivos.

Granada 30 de diciembre de 2021.

Pedro Galán Galán.

Bibliografía y referencia de citas:

(1) González Jiménez, M.: Colonización agraria en los reinos de Córdoba y Sevilla, 1236-1350», en La Andalucía Medieval. Actas I Jornadas de Historia Rural y Medio Ambiente, Huelva, 2003, Universidad de Huelva, página  241.

(2) González Jiménez, M.: Colonización agraria en los reinos de Córdoba y Sevilla, 1236-1350», en La Andalucía Medieval. Actas I Jornadas de Historia Rural y Medio Ambiente, Huelva, 2003, Universidad de Huelva, página 234.

(3)  González Jiménez, M.: Andalucía Bética, en J. A. García de Cortázar et alii, Organización social del espacio en la España medieval. La Corona de Castilla en los siglos VIII a XV, Barcelona, 1985, Ariel, página 176.

(4)   Cabrera Muñoz, E.: Evolución de las estructuras agrarias en Andalucía a raíz de su reconquista y repoblación, en Andalucía entre Oriente y Occidente (1236-1492). Actas del V Coloquio Internacional de Historia Medieval de Andalucía, Córdoba, 1988, Diputación de Córdoba, página  48.

(5)  Cabrera Muñoz, E.: Evolución de las estructuras agrarias en Andalucía a raíz de su reconquista y repoblación, en Andalucía entre Oriente y Occidente (1236-1492). Actas del V Coloquio Internacional de Historia Medieval de Andalucía, Córdoba, 1988, Diputación de Córdoba, página 182.

(6) Cabrera Muñoz, E.: Repoblación y señoríos en Andalucía (siglos XIII y XIV), en B. Arizaga et alii (eds.): Mundos Medievales. Espacios, sociedades y poder. Homenaje al profesor José Ángel García de Cortázar y Ruiz de Aguirre, Santander, 2012, Universidad de Cantabria, página 1115.

(7) Carmona Ruíz, Mª A.: La ganadería en el reino de Sevilla durante la Baja Edad Media, Sevilla, 1998 a, Diputación de Sevilla. Páginas 90 y 91.

(8)  Borrero Fernández, M.: La viña en Andalucía durante la Baja Edad Media, en M. Borrero Fernández, Mundo rural y vida campesina en la Andalucía Medieval, Granada, 2003b, Universidad de Granada, páginas 253 y 254.

(9) Rodríguez Molina, J.: Montes y cultivos en el Alto y Medio Guadalquivir, 1230-1350», en La Andalucía Medieval. Actas I Jornadas de Historia Rural y Medio Ambiente, Huelva, 2003 Universidad de Huelva, páginas  204-205.

(10) Borrero Fernández, M.: La viña en Andalucía durante la Baja Edad Media, en M. Borrero Fernández, Mundo rural y vida campesina en la Andalucía Medieval, Granada, 2003b, Universidad de Granada, página 89.

(11) Rodríguez Molina, J.: Montes y cultivos en el Alto y Medio Guadalquivir, 1230-1350», en La Andalucía Medieval. Actas I Jornadas de Historia Rural y Medio Ambiente, Huelva, 2003. Universidad de Huelva, páginas 205 y 206.

(12) Borrero Fernández, M.: Cambios políticos y paisaje agrario en la Edad media. El ejemplo del campo andaluz (s. XIII-XV), 1999, Cuadernos del CEMYR, 7, página 86).

(13) Borrero Fernández, M.: Cambios políticos y paisaje agrario en la Edad media. El ejemplo del campo andaluz (s. XIII-XV), 1999, Cuadernos del CEMYR, 7, página 87).

(14) Borrero Fernández, M.: La viña en Andalucía durante la Baja Edad Media, en M. Borrero Fernández, Mundo rural y vida campesina en la Andalucía Medieval, Granada, 2003b, Universidad de Granada, páginas 239 a 284.

(15) González Jiménez, M.: Población y repartimiento de Écija, en Homenaje al profesor Juan Torres Fontes, Murcia, 1987, Universidad de Murcia, página 699.

(16) González Jiménez, M.: Andalucía Bética, en J. A. García de Cortázar et alii, Organización social del espacio en la España medieval. La Corona de Castilla en los siglos VIII a XV, Barcelona, 1985, Ariel, página 174.

(17) Rodríguez Molina, J.: El regadío medieval Andaluz, Jaén, 1991, Diputación de Jaén, página 15.

(18) Rodríguez Molina, J.: El regadío medieval Andaluz, Jaén, 1991, Diputación de Jaén, página 57.

(19) Argente Del Castillo Ocaña, C.: La utilización pecuaria de los baldíos andaluces. Siglos XIII-XIV, 1990, Anuario de Estudios Medievales, 20, páginas 438 y 439.

(20)  Rodríguez Molina, J.: Montes y cultivos en el Alto y Medio Guadalquivir, 1230-1350», en La Andalucía Medieval. Actas I Jornadas de Historia Rural y Medio Ambiente, Huelva, 2003 Universidad de Huelva, páginas 159 a 208.

(21) Carmona Ruíz, Mª A.: El aprovechamiento de los espacios incultos en la Andalucía Medieval: el caso de la Sierra Norte de Sevilla, en El paisaje rural en Andalucía Occidental durante los siglos bajomedievales, Cádiz, Universidad de Cádiz, 2011, página 194 y 195.

(22) López Ontiveros, A; Valle Buenestado, B y García Verdugo, R.: Caza y paisaje geográfico en tierras béticas según el Libro de la Montería», en Andalucía entre Oriente y Occidente (1236-1492). Actas del V Coloquio Internacional de Historia Medieval de Andalucía, Córdoba, 1988, Diputación de Córdoba, páginas 287 a 289.

(23) Carmona Ruíz, Mª A.: La apicultura sevillana a fines de la Edad Media, Anuario de Estudios Medievales, 30/1, 2000, páginas 387 a 421.

(24) Argente Del Castillo Ocaña, C.: Las colmenas. Un tipo de aprovechamiento de la Sierra Morena, en Actas del II Congreso de Historia de Andalucía. Historia Medieval II, Córdoba, 1994. Junta de Andalucía, Caja Sur, página 249.

(25) Carmona Ruíz, Mª A.: La apicultura sevillana a fines de la Edad Media, Anuario de Estudios Medievales, 30/1, 2000, páginas 394 y 395.     

(26)  Cabrera Muñoz, E.: El bosque, el monte y su aprovechamiento en la España del Sur durante la Baja Edad Media, en La Andalucía Medieval. Actas I Jornadas de Historia Rural y Medio Ambiente, Huelva, 2003, Universidad de Huelva, página 261)

(27) Argente Del Castillo Ocaña, C.: Las colmenas. Un tipo de aprovechamiento de la Sierra Morena, en Actas del II Congreso de Historia de Andalucía. Historia Medieval II, Córdoba, 1994, Junta de Andalucía, Caja Sur, página 252.

(28) Levi-Provençal, E.: España musulmana. Hasta la caída del califato de Córdoba (711-1031). Instituciones y vida social e intelectual, en Historia de España Menéndez Pidal, Tomo. V, Madrid, 1957, Espasa-Calpe, páginas 152 a 168.

(29) Malpica Cuello, A.: La vida agrícola y la ganadería en Al-Andalus y en el reino nazarí de Granada, en R. Marín López (coord.) Homenaje al Profesor Dr. D. José Ignacio Fernández de Viana y Vieites, Granada, 2012, Universidad de Granada, página 228.

(30) Carmona Ruíz, Mª A.: La ganadería en el reino de Sevilla durante la Baja Edad Media, Sevilla, 1998 a, Diputación de Sevilla, páginas 70 y 71.

(31) Argente Del Castillo Ocaña, C.: La utilización pecuaria de los baldíos andaluces. Siglos XIII-XIV, 1990, Anuario de Estudios Medievales, 20, páginas 446 a 455.

(32) Carmona Ruíz, Mª A.: La ganadería en el reino de Sevilla durante la Baja Edad Media, Sevilla, 1998 a, Diputación de Sevilla, páginas 114 a 118.

(33) 1235, Agosto, 20. Burgos. En González, J.: Reinado y diplomas de Fernando III, Córdoba, 1986, Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, 3 volúmenes .Volumen  III, documento 558.

(34). 1235, mayo, 1. Malagón. En González, J.: Reinado y diplomas de Fernando III, Córdoba, 1986, Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, 3 volúmenes .Volumen  III, documento 554.

(35) 1268, noviembre, 19. Córdoba. En González, J.: Reinado y diplomas de Fernando III, Córdoba, 1986, Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, 3 volúmenes .Volumen  III, documento 355.

(36) 1269, abril, 16. Jaén. En González, J.: Reinado y diplomas de Fernando III, Córdoba, 1986, Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, 3 volúmenes .Volumen  III, documento 362.

(37) Carmona Ruíz, Mª A.: La ganadería en el reino de Sevilla durante la Baja Edad Media, Sevilla, 1998 a, Diputación de Sevilla, páginas 238 a 250.

(38) Argente Del Castillo Ocaña, C.: La ganadería medieval andaluza. Siglos XIII-XVI (reinos de Jaén y Córdoba), 1991, Jaén, Diputación de Jaén, 2 volúmenes, páginas 446 a 449.

(39) Rodríguez Molina, J.: Montes y cultivos en el Alto y Medio Guadalquivir, 1230-1350. En La Andalucía Medieval. Actas I Jornadas de Historia Rural y Medio Ambiente, Huelva, 2003. Universidad de Huelva, páginas 170 a  172.

(40) Argente Del Castillo Ocaña, C.: La ganadería medieval andaluza. Siglos XIII-XVI (reinos de Jaén y Córdoba), 1991, Jaén, Diputación de Jaén, 2 volúmenes, páginas 462 a 471.

(41) Rodríguez-Picavea Matilla, E.: La ganadería en la economía de frontera. Una aproximación al caso de la meseta meridional castellana en los siglos XI-XIV, en Identidad y representación de la frontera en la España medieval (siglos XI -XIV), Madrid, 2001, Casa de Velázquez, página 182.

(42) Carmona Ruíz, Mª A.: Ganadería y Frontera: los Aprovechamientos Pastoriles en la Frontera entre los Reinos de Sevilla y Granada. Siglos XIII al XV, En la España Medieval, 32, 2009, páginas 249 a 272.

(43) Collantes de Terán Sánchez, A.: Evolución demográfica de la Andalucía Bética (siglos XIV-XV), en Actas I Coloquio Historia de Andalucía. Andalucía Medieval, Córdoba, 1982, páginas 21 a 33.