PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

jueves, 6 de enero de 2022

LA AGRICULTURA MUDEJAR EN NUESTRA VILLA Y EN TODA ANDALUCÍA TRAS LA RECONQUISTA.

DE LOS CULTIVOS DE LA TRÍADA ROMANA A LA INTRODUCCIÓN DE PLANTAS ORIENTALES POR PARTE DE LOS ÁRABES.

La agricultura en la península ibérica sufrió un cambio importantísimo a consecuencia de la llegada de los árabes a nuestras tierras. Hasta entonces formaba parte de la agricultura que los romanos habían desarrollado siglos antes en nuestra península, era una agricultura basada fundamentalmente en el cultivo de secano, muy basada en la conocida como la tríada mediterránea: Trigo, olivo y vid. Eran unos cultivos que se encontraban perfectamente adaptados al clima de la Europa del Sur, y en ese sentido podíamos considerarla como una agricultura ecológica, en la que la producción era adaptada al medio físico en el que se producía. Pero con los árabes entramos en una nueva fase productiva, con la incorporación de la producción de otras nuevas especies vegetales, que procedían de climas monzónicos y que necesitaban para su desarrollo y crecimiento de la irrigación artificial del agua. No solamente los árabes introdujeron plantas desconocidas, sino que el desarrollo de la agricultura árabe afectó también a los cultivos antiguos, con lo que se produjo un incremento importante de la producción, hasta el punto de que en todas las ocasiones en que disponían de agua  suficiente sólo se cultivaba con el regadío.  El agua se convertía de este modo en el eje principal de la nueva agricultura en al-Andalus, y por tanto, se convertía en un elemento esencial para las comunidades rurales de todas las poblaciones que habían sido ocupadas. Esta nueva situación ocurría en Al-Andalus desde los años finales del siglo X, mientras en los reinos cristianos comenzaba la llamada “gran expansión” agrícola de todo el Occidente medieval, una expansión basada en la intensificación de los cultivos de secano.

Con la invasión árabe se produjo un cambio sustancial en la agricultura de la península ibérica.

La agricultura romana ya se encontraba plenamente adaptada al ecosistema mediterráneo, por lo que los cultivos que se llevaban a cabo en la zona que nos ocupa, procederían de la domesticación de especies autóctonas y de otras aclimatadas al territorio desde hacía mucho tiempo. La necesidad de aprovechar las estaciones más húmedas marcaba tanto el tipo de plantación como las fechas en las que habría de llevarse a cabo. Seria ese el motivo de aparición en la Bética de la característica trilogía mediterránea (cereal, olivo y vid) que desde la antigüedad tuvieron los grandes centros productores agrícolas. La agricultura romana se basaba fundamentalmente en la explotación de especies vegetales que procedían del ecosistema mediterráneo, es decir que se basaba en cultivar plantas que ya se encontraban integradas en ese ecosistema desde hacía miles de años (1).
Campos de viñedos.
Campos de cereal en el atardecer.
Campos de olivos de Jaén.
La tríada de la agricultura romana era la vid, el cereal y el olivo. Estos tres cultivos tenían en común que seguían en su desarrollo los ritmos de lluvias y temperaturas que marcaba nuestro clima mediterráneo, que se caracteriza por la coincidencia entre la estación más cálida y la más seca, estableciendo por ello un periodo de tiempo poco apropiado para la agricultura de secano como desde siempre representó el caluroso verano. En compensación a la sequedad de las tierras en verano se presentaba el invierno con unas temperaturas suaves y los máximos niveles de lluvias, que tendrían lugar principalmente en otoño, aunque también se producían lluvias abundantes en los meses más fríos, y sobre todo en primavera. Debido a los rasgos climáticos que acabamos de señalar los cultivos del mundo antiguo debían evitar esas condiciones extremas del verano o al menos intentar soportarlas con la irrigación de las aguas disponibles.

Sabemos que el olivo y la vid se adecúan perfectamente a la sequedad y el calor de la estación veraniega, de ello tenemos buena muestra en este año tan escaso de lluvias en el que el olivo de secano ha sufrido tan gran estrés hídrico, algo que ya ocurrió en ciclos repetitivos a lo largo de las centurias pasadas. Por el contrario el cereal llegaba a su ciclo de vida en el inicio del estío y era recolectado desde esas fechas, teniendo solo la influencia de mayores o menores rendimientos según la generosidad y periodicidad de las agua pluviales.

En general estos tres tipos de plantas ya se encontraban como  perfectamente adaptadas al clima mediterráneo y tenían suficiente con las lluvias estacionales del año, dependiendo de mayor o menor cosecha según la medida de las aguas pluviales recibidas. 

La vid (vitis vitifera).

La vid (vitis vitifera) era uno de los cultivos más antiguos practicados en toda la cuenca del Mediterráneo. Las huellas de su domesticación, como especie vegetal, son conocidas desde el lejano 3.200 antes de Cristo en Jericó y en el 2.400 antes de Cristo en Egipto. El cultivo de la vid fue difundido por los romanos por todo el imperio romano hasta Bretaña. Este cultivo es el ejemplo de especie vegetal mejor aclimatada al mundo mediterráneo, ya que no solo se beneficia de la fuerte insolación veraniega, sino que al contrario normalmente se ve afectada por la humedad del terreno en sobreabundancia de agua, que con frecuencia perjudica a la planta. Aunque su riego no sólo es innecesario sino incluso dañino para el mosto, es mencionado por los autores romanos, pues parece que en la fase final de la crianza de la uva se aplicaba el riego al viñedo con idea de engordar la uva, por lo que se realizaba un riego poco antes de recogerla, con idea de que ganara peso y así obtener más por su venta (2).

Olivo de Fuentebuena en Arroyo del Ojanco (Jaén).
Como bien sabemos, el caso más característico de planta adaptada al ecosistema del clima mediterráneo, que se convirtió en cultivo nos la ofrece el olivo. Una planta que en su medio natural llamamos acebuche (olea europea) y aparece naturalmente en determinados suelos donde no pueden darse otros árboles con raíces muy largas, como la encina y el alcornoque. 

El acebuche (olivo silvestre).
Retrato de Gabriel Alonso de Herrera ( autor de Agricultura General), pintado por El Greco en 1600. 
Gabriel Alonso de Herrera, un agrónomo del siglo XVI menciona que el acebuche es “reversible” es decir, que un acebuche cultivado se convierte en olivo y que cuando el olivo es abandonado puede transformarse en acebuche. Quizá la mejor prueba de que el olivo era para los romanos el árbol más familiar es su escasa presencia en los tratados de agricultura en los que se describen el conjunto de técnicas, procedimientos y de conocimientos relacionado con el trabajo en el campo, la labranza, del cultivo del suelo, y en la producción de tipo agrícola. Esta circunstancia la explica el hecho de su perfecta adaptación al clima mediterráneo, al proceder la planta del mismo ámbito geográfico, en realidad no precisaba de muchos cuidados específicos para su cultivo. Al cultivo del olivo se le realizaba el arado dos veces al año, una en el solsticio de verano para impedir el agrietamiento de la tierra y que el sol llegara a sus raíces y la otra en otoño para hacer surcos que le permitieran un mejor aprovechamiento del agua, con la retención del agua de lluvia estacional. También en tiempo de los romanos se le aplicaba el cavado de los pies de las plantas, como también se hacía con las vides, y el abonado con estiércol o alpechín.

Marco Porcio Catón.
Según relata Catón entre los años 234 al 149 antes de Cristo y Plinio el Viejo entre el 23 y 79 después de Cristo la poda del olivo debía hacerse anualmente, si bien se especifica que esa poda consistía esencialmente en arrancar las ramas secas y desgajadas, mientras que, de acuerdo con lo que decía Columela muerto en el año 54 la corta se debía realizar cada ocho años (3).

Podemos afirmar que la atención dedicada al cultivo del olivo es menor en las fuentes romanas o latinas que en  las greco-bizantinas y árabes. Es significativo que en las fuentes romanas el cultivo del olivo aparece siempre asociado a la ganadería, particularmente a los rebaños de ovejas, que solían pastar entre los árboles, una condición que no se daba en relación con el cultivo andalusí del olivo, ya que el regadío dificultaba el acceso de los animales a los campos. Asimismo se presta mucho interés a las dependencias y recipientes que debían contener tanto la aceituna como el aceite, una buena muestra del alto grado de comercialización que se mantuvo en el Mediterráneo con estos productos.

Mientras que los agrónomos andalusíes solamente hablan en sus tratados de solo una clase de aceite, dedicada al consumo, lo que podría indicar que se trataba de un cultivo fundamentalmente destinado al autoabastecimiento (4); los romanos y  greco-bizantinos distinguían varias clases de aceites, que dedicarían a fines variados.

En las obras hispanomusulmanas se establecía cierta variedad en las forma de plantío del olivo al aumentar su cultivo, que debió deberse a la acumulación de una mayor experiencia en el cultivo de la planta. Además se cita también la necesidad que el olivo puede tener de un riego no excesivo, pero sí preciso en casos de ciertas circunstancias de falta de lluvia estacional. Con lo que podemos afirmar que en la agricultura andalusí el olivo era a veces una plantación de regadío, y estaba con frecuencia muy asociado su cultivo a otros cultivos que también lo eran de regadío.

En el cultivo de los cereales, y concretamente por lo que respecta al trigo y a la cebada, se iniciaba la siembra en otoño, antes de que cayesen las primeras lluvias, con objeto de aprovecharlas cuando cayeran para iniciar la germinación y se recogía al inicio del verano, no teniendo que sufrir en su crecimiento la sequedad del estío. Los calores secaban las plantas de cereal que ya había llegado con mayores o menores proporciones a cuajar sus frutos en las espigas, dependiendo de las aguas de lluvia recibidas en invierno y primavera.

La caída del mundo romano se traduciría en un decrecimiento en importancia de la ciudad como centro de control administrativo y en una mayor ruralización social, (como muestra en nuestro término la abundancia de villae) que llevó añadida, en la mayoría de los casos, una economía de subsistencia en la que el comercio reduciría, de manera sensible, su radio de acción y el cultivo del huerto familiar se iría extendiendo paulatinamente, anticipo de los cortijos de nuestra campiña. En este momento tuvo lugar una expansión agrícola creciente cuya principal característica sería la de introducir un sistema de explotación más intensivo, que lo había sido en el periodo histórico anterior, aunque continuasen siendo predominantes los cultivos de secano. El sistema de explotación era muy extensivo, utilizándose con mayor frecuencia el del año y vez, y en ocasiones incluso en las tierras de poca calidad, con un periodo de barbecho que podía llegar hasta a cinco o diez años, con lo que los rendimientos, por lo general eran bastante bajos.

Igualmente se registra que a veces en algunas zonas también se sembraba en primavera para aprovechar las lluvias de primavera cuando eran abundantes. En estos casos los cereales se sembraban hacia el mes de marzo y se recogían entre junio y julio, sin tener que padecer la aridez del verano.

El cultivo de la tríada: olivo, vid y cereales, no precisaba irrigación artificial para que las plantas completaran su crecimiento y ciclo vegetativo, pues las tres especies habían salido del propio ecosistema mediterráneo, o estaban perfectamente adaptadas al mismo ecosistema desde hacía mucho tiempo. Resulta significativo que Catón no mencionase que entre las condiciones necesarias para adquirir un terreno, la de la existencia de un curso de agua permanente en la finca, aunque si refería la preferencia de que dispusiese de un depósito para guardar el agua de lluvia. Eran para Catón otros los requisitos imprescindibles como que la explotación tuviese buena comunicación para la salida de los productos, ya fuese por vía terrestre, por río o por mar, y que estuviese próxima a una ciudad (5).

Estatua de Lucio Junio Moderato Columella, en la Plaza de Las Flores de Cádiz.
Por su parte el gaditano Columela insiste en la importancia de que hubiese una fuente dentro de la casería o fuera de ella, conduciéndose en ese caso el agua por los atanores o cañerías de barro cocido, y en caso de no poder contar con esa necesidad aconsejaba hacer un pozo, y como último recurso construir cisternas para recoger el agua de lluvia.

Según Columela: “Debe haber una fuente que siempre tenga agua, ora nazca dentro de la casería, ora se introduzca desde fuera; y cerca de ella un paraje donde poderse proveer de leña y que tenga pastos. Si no hubiera agua corriente, búsquese en las inmediaciones agua de pozo que no sea hondo, ni ella sea amarga o salobre. Si ésta también faltase, y la poca esperanza de encontrar esperanza alguno obligase a ello, se construirán como último recurso, cisternas muy capaces para los hombres, y charcas para los ganados, a fin de recoger el agua de lluvia, que es la más a propósito para la salubridad del cuerpo; pero el mejor modo de tenerla excelente es conducirla por atanores de barro a una cisterna cubierta o aljibe” (6).

Vemos en el texto de Columela cuál es el destino del líquido almacenado, su objetivo en un caso es el consumo humano en el caso del almacenaje en cisternas y para el uso de los animales en el almacenaje de las charcas. Varrón en el siglo III antes de Cristo también indica la necesidad de que existan dos estanques, uno en el interior para los animales y otro en el exterior para la maceración de ciertos productos agrícolas como el lupino (7).

Plantas de lupino.
Así, podemos afirmar que de acuerdo con los agrónomos latinos, el agua jugaba un papel menos esencial en la agricultura romana que en la agricultura andalusí. Para los romanos la ubicación de la villae no dependía fundamentalmente de la existencia de un curso de agua permanente, aunque ésta sea recomendable, pues siempre se puede construir un aljibe y llenarlo con agua de lluvia, de forma que así la explotación agrícola rural no estaba necesariamente vinculada a la presencia de un río o de una fuente o manantial. En segundo lugar, el agua parece tener como finalidad principal el uso humano y animal, mientras que las referencias al riego son escasas, quedando restringidas sobre todo al huerto y al prado. El resto del espacio agrario de la villae dependería de la pluviosidad que viniese de la pluviosidad estacional, razón por la cual no hay en la villa romana cultivos de verano que indudablemente hubieran necesitado de agua por irrigación (8).

La irrigación artificial de los campos se llevaba a cabo de forma muy ocasional y a menudo se circunscribía tan sólo al ámbito de los huertos, cuya ubicación, ya desde época romana, habría de situarse próxima a las viviendas tal y como aparece indicado en los escritos de Columela: “Los huertos de frutales y hortalizas que estén cerrados con un seto, cerca del  caserío, en un lugar donde pueda desembocar toda la porquería del corral y de los baños, como también el alpechín que resulta de exprimir las aceitunas, pues con semejantes residuos se fertiliza también la hortaliza y el árbol”. Este sistema agrario no implicaba, por tanto, una modificación notable del entorno, ya que al depender directamente de la pluviosidad, las zonas de cultivo no se veían condicionadas por la existencia de recursos hídricos permanentes.

Parte externa de La Noria de la Huerta Caniles de Lahiguera.

Foto del pozo rectangular de la Noria de La Huerta Caniles, que más abajo se ensancha en círculo.
Recordemos en este punto como quedaría toda la parte circundante de la Huerta Caniles, con su noria romana, que daría riego a todo el entorno de terrenos circundantes, tal como de nuevo ocurre en la actualidad con los huertos familiares existentes. (En un destierre que se hizo a una veintena de metros de la noria se descubrió una urna cineraria ibérica, además de otros restos del Neolítico con más antigüedad) 

Resulta sintomático que Catón mencione la necesidad de hacer acequias o fossae para evitar que se anegue el terreno después de las lluvias otoñales y no las refiera para regar, adjudicándole a las fossae la función escueta de drenar, que dice así: “ El invierno es la época oportuna de avenar el campo. Es conveniente que haya en zonas altas acequias limpias. Al comienzo del otoño, cuando hay polvo, es máximo el riesgo de las lluvias. Cuando comience a llover, los esclavos deben salir al campo provistos de azadas y escardillos, abrir acequias, desviar el agua sobre todos los caminos y ocuparse de que corra fuera de la siembra (9).

Parece ser que en el mundo romano el regadío existía pero en los casos de climatología extremadamente seca y hostil como en Mauritania y Numidia. En estos dos casos había un tipo de agricultura intensiva aprovechando el agua de los wadils o ríos, en cuya desembocadura se colocaban presas de derivación y se conducía el agua a través de canales (10).

Acequia o canal de distribución de las aguas.
La ubicación de las villas romanas indican que para la elección de su ubicación se tenía en cuenta la presencia de agua, pero igualmente su situación podía ser también independiente de esta circunstancia, al estar el agua dedicada sobre todo al consumo humano y animal, y parece que habitualmente disponían de cantidad suficiente para su abastecimiento de agua con el almacenamiento del agua de lluvia en las cisternas. Los romanos consideraban como prioritarios otros factores como la facilitación de la comunicación por vía terrestre desde la villae, su comunicación fluvial o marítima, o bien la proximidad a una ciudad, mucho más importante para ellos que la existencia de recursos hídricos para decidir la instalación de la villa en un lugar determinado.

Recuerdo que en el hoy desaparecido Huerto de “Remolino” había una gran alberca que siempre se dijo que era romana, era alberca muy bien construida que podía albergar agua suficiente para desarrollar unos cultivos de huerta para el autoabastecimiento familiar en cualquier villae romana.

Los restos arqueológicos en nuestra villa corroboran esta presencia de las villae por las lomas suaves de nuestro término y los lugares accesibles y bien comunicados. La búsqueda de zonas elevadas, resguardadas y alejadas de las principales vías de comunicación, caracterizaron el inicio de este periodo, aunque todas estas circunstancias significaron un cierto retroceso a nivel de la producción agrícola. Por la topografía de algunos de estos yacimientos se indica una mayor presencia de saltus o espacios no cultivados ocupados por el bosque, generalmente montañoso lo que repercutía en el desarrollo de actividades ganaderas y silvícolas, así como en el uso también de determinadas especies de cereales más adaptadas a las condiciones físicas del terreno con la siembra de mijo, panizo y centeno. Por una parte las excavaciones de las villae no muestran una pervivencia más allá de los siglos IV y V  y por otra se encuentran poblados de altura cuya adscripción cronológica es posterior a esta crisis, aunque la diversidad de tipos de yacimientos romanos es grande.

Planta de mijo (Panicum Miliaceum).
Espigas de panizo.
Espigas, semillas y pan de centeno (Secale cereale)
El clima mediterráneo marcaría en buena medida el tipo de plantaciones que habrían de darse en los medios rurales propiciando, gracias a una intensa actividad comercial, el contacto entre las zonas de producción de las grandes villae y la ciudad o civitas. Organizado en varios sectores, el espacio agrario aparecía diferenciado según el grado de aprovechamiento humano del que fuera objeto. De este modo encontraríamos el huerto (hortus) o el monte (silva) y entre ambos la tierra cultivada (ager) y la inculta próxima a ella (saltus).

Como provincia occidental del Imperio romano que era Hispania, ésta se vio afectada por una fuerte crisis, al menos desde finales del siglo III. Este declive se manifestó sobre todo en los medios urbanos. El análisis de las fuentes históricas árabes, y en algunos casos por las evidencias arqueológicas también, se muestra que los sistemas urbanos de abastecimiento hídrico romanos estaban destruidos cuando los árabes se asentaron aquí. Así ocurre en la ciudad romana de Sexi, en la costa de Granada, convertida después en puerto, donde desembarcó Ben Mu’awiyya en el año 755, y después convertida en madina, con el nombre de Almunnakab (Almuñecar), en el siglo XI, donde su acueducto romano quedó destruido y es descrito por al-Udri como un resto antiguo e inoperante, por lo que el suministro de agua a las ciudades en muchos casos tuvo que ser creado de nuevo en el periodo andalusí (11).

Acueducto romano de Almuñecar.

La llegada de los árabes a la Península Ibérica supondrá una aportación innovadora a la agricultura existente hasta ese momento. Las diferentes conquistas que a lo largo de la historia habían protagonizado los árabes hicieron que, pese a haber tenido un origen como pastores nómadas durante siglos, terminaran asimilando las costumbres y economía de los pueblos sedentarios de tradición agrícola con los que habían entrado en contacto. También de distintas zonas del continente africano acabarían domesticándose cultivos como el mijo, el panizo y la judía de vara, que llegarían a la India durante el segundo y el primer milenio antes de Cristo, y desde allí hacia el imperio sasánida entre los siglos V y VII de nuestra era. El periplo de estas especies supuso que algunas zonas conquistadas por los árabes conociesen ya una amplia gama de determinados cultivos que, más tarde serían también experimentados en las tierras andalusíes. Así, la agricultura de secano imperante hasta el momento acabaría modificándose para acoger árboles y plantas procedentes de climas tropicales y semitropicales caracterizados, entre otros tipos de razonamientos, por la abundancia de unas lluvias estivales, que eran inexistentes en el clima mediterráneo. La irrigación se va a hacer imprescindible para desarrollar determinados nuevos cultivos, y a partir de ese momento, comenzarán a aparecer con profusión referencias como las de los inventarios de recursos hídricos o kurals en las que se describen los distintos sistemas hidráulicos de Córdoba, entre los que destacaban sus aceñas sobre el río Guadalquivir, algo que al igual ocurrió en Andújar.

El molino de las Aceñas (Andújar).


https://www.youtube.com/watch?v=r5cECGwt8qc 

Las distintas obras escritas por los geógrafos árabes nos dan una visión más o menos exacta de las transformaciones que desde su llegada se llevaron a cabo en la agricultura peninsular. Mientras Ibn al-Faqih afirmaba en el siglo IX que el territorio hispánico era pobre en palmeras de dátiles, pero muy abundante en “aceite, algodón y lino”, las descripciones que algún tiempo después se hagan de la Kora de Ilbira ya incluirán los cítricos y la caña de azúcar. El desarrollo del regadío habría de permitir una agricultura intensiva con abundancia de cosechas, cuyas referencias aparecerán de continuo en tratados como los de al-Razi, reflejando fielmente el paisaje agrario de la zona que nos ocupa:

“E la su tierra es abondosa de muy buenas aguas e ríos e de arboles muy espesos, e los mas son naranjales, avellanares e granados dulces, e maduran mas ayna que las que son agras. E ay munchas cañas de que fazen el açucar.

Castillo de Baena (Córdoba).
Otros geógrafos testimoniaban igualmente los distintos cultivos que se daban en la Ruta del Califato durante la etapa andalusí. Sería el caso de la descripción que Ibn Galib hace sobre el castillo de Baena, del que indica está “situado sobre una colina cuya tierra es de buena calidad, plantada con árboles, viñedos y toda clase de árboles frutales”.La situación cambió con la llegada de los árabes, con la conquista islámica, algunas fuentes mencionan instalaciones de grupos de alquerías o núcleos poblados en espacios abiertos y llanos en los primeros tiempos de la invasión, aunque algunas de ellas continúan siendo citadas con nombres latinos, por lo que cabe la posibilidad de que se produjese una reocupación del poblamiento romano anterior, mientras que en otros casos, con nombres árabes debieron ser nuevas fundaciones de poblamientos de los clanes árabes. Con lo que parece ser que con los árabes en España estamos ante una nueva forma de aprovechamiento de los espacios y de los recursos de la tierra ocupada, con la utilización de la irrigación de los suelos secos en los campos, y una utilización distinta de los recursos disponibles, en lo que tuvieron mucho que ver la difusión de toda una completa serie de plantas que procedían de los climas tropicales y subtropicales por las diferentes regiones mediterráneas hasta llegar a al-Andalus.

Esta nueva agricultura aparece ligada a la expansión islámica, pues con la peregrinación a los lugares santos del islam, prescrita por el Corán, se incrementaba la comunicación con Oriente, una comunicación muy posibilitada además por la solidaridad y hospitalidad de los clanes familiares árabes a lo largo de todo Dar al-Islam. En aquellos siglos el Mediterráneo era prácticamente un mar musulmán, por el que la circulación de los artículos del comercio era bastante fluida. Viajar con semillas, plantas o frutos no sólo era posible, sino que estos productos constituían una buena parte de los bienes con los que se comerciaba. Los casos mejor documentados provenían de las cortes palaciegas a las que llegaban productos desde oriente a través de las embajadas. Así fue como parece que se introdujo en al-Andalus el cultivo de un tipo de  granada, conocida como safari, popular en la época de Abd al-Rahman I entre los años 756 a 788, según conocemos por dos textos: uno de Hisam al-Lajmi , tal vez basado en Ibn Hayyan en el siglo XI, y otro de Ibn Said (1213-1286). El emir había construido una almunia con espacio para cultivo en el noroeste de la ciudad de Córdoba que recibió el nombre de Ruzafa, haciendo honor a la de su abuelo Hisam en el lugar de Siria del que procedía. En ella había jardines con especies exóticas, entre las que se contaba una clase de granada conocida como imlisi o imlis, que quiere decir piel lisa, y también llamada safari, por el nombre de quien la difundió. La manera como esto se produjo se debió a que el príncipe Abd al-Rahman I entregó uno de esos frutos a un hombre de su confianza, quien experimentó con el fruto en una alquería de la Kura de Rayya (Málaga) hasta que surgió un árbol que fructificó. Entonces las gentes de las zonas próximas arrancaron las granadas y las plantaron a su vez. Es necesario destacar que la adaptación de esta nueva especie se produjo en el sur de al-Andalus, donde las temperaturas más suaves de las kuras más meridionales fueron sin duda uno de los condicionantes favorables para facilitar la aclimatación de la nueva especie arbórea. El texto que lo describe dice así:” el monarca le entregó una parte de estas granadas y él quedó maravillado ante su hermosura y quiso hacer una experiencia con ellas. Las llevó entonces a una alquería situada en la Cora de Reyo. Allí manipuló sus semillas y se las arregló para plantarlas, alimentarlas (con agua y abono) y trasplantarlas hasta que surgió un árbol que dio fruto y éste a su vez maduró. Entonces arrancó los frutos de cuajo, quedando asombrado ante su belleza, y se dirigió con ellos inmediatamente a presencia de Abd al-Rahman I, quien pudo comprobar que eran semejantes en todo a las granadas de la Ruzafa en Siria. El emir le preguntó como lo había conseguido y le informó del procedimiento que había utilizado para llegar a obtenerlas. El monarca entonces admiro su descubrimiento, apreció sus esfuerzos, le dio las gracias por la tarea que había llevado a cabo, y recompensó con generosidad su regalo. Acto seguido se plantó aquella granada en la almunia de la Ruzafa cordobesa y en otros jardines de su propiedad. Aquella especie de granada se difundió, el pueblo diseminó las plantaciones y atribuyo su origen a Safr, ya que desde entonces y hasta ahora, es conocida como granada safari” (12). 

Granadas en el árbol.

Según Watson (13), los árabes, en su expansión al este y al oeste, difundieron una serie de plantas que procedían del Lejano Oriente y de África  y entre el II y I milenio antes de Cristo (tiempo en que se data el gran centro de logística en nuestro cerro de la Atalaya) habían viajado a la India, donde habían sufrido adaptaciones y mejoras, y entre los siglos V y VII después de Cristo esas especies vegetales ya se encontraron en el Imperio sasánida, Valle del Jordán, Yemen, Abisinia y Nubia. En estos lugares, estas especies vegetales crecían bajo el calor y la humedad, pero traspasadas al mundo mediterráneo, en el que la estación más cálida coincide con la más seca, debieron de ser adaptadas a través de la irrigación artificial de los campos. Las especies vegetales que viajaron de Oriente a Occidente fueron el sorgo o trigo de Guinea, el arroz Asiático, el trigo duro, la caña de azúcar, el algodón, la naranja agria, el limón, el pomelo, la banana, el plátano, el cocotero, la sandía, la espinaca, la alcachofa, la coloeasia, la berenjena y el mango.

Sorgo, planta y semillas.
Arroz asiático sin pelar.
Espigas de trigo duro.
La aclimatación de las nuevas planta se produjo en Mesopotamia, poco antes de la llegada del islam, mientras que en Egipto se desarrolló después de la conquista musulmana. En los lugares más próximos a nosotros o más occidentales, por ejemplo en el oeste del Magreb, la agricultura parece que fue una agricultura básicamente de secano hasta mediados del siglo IX  (14).

Es a partir de la segunda mitad del siglo IX cuando las fuentes árabes informan de la construcción de canales y acequias para regar, como debió ocurrir en Fez, que a partir de esas fecha experimenta un florecimiento urbano y comercial, con productos que exportan a al-Andalus, que sin duda se debieron a los mejores rendimientos de la tierra con la agricultura donde se realizaba la irrigación de los terrenos de cultivo (15).

Para la adaptación de las plantas era preciso asegurar su irrigación, lo que significaba contar con la tecnología que permitiera captar aguas, desviarlas y elevar el agua para distribuirla, aunque en todos los casos sus construcciones carecían de la monumentalidad de las conducciones romanas. En la primera mitad del siglo X al-Razi señala algunos de los mecanismos utilizados en diferentes lugares de al-Andalus para la expansión de la agricultura irrigada. En Córdoba habla de aceñas sobre el río Guadalquivir y en Jérez de la existencia de molinos. Señala que hay regadíos en los términos de Jaén, Tarragona y Lérida con soluciones prácticas realizadas en los campos cultivados por una o varias comunidades campesinas en su propio beneficio (16).

La caña de azúcar.
El algodón.
Árbol de pomelo cargado de frutos.
En al-Andalus las primeras noticia en las fuentes escritas son del siglo IX. Así Ibn al-Faqih hace mención a una de estas plantas antes citadas, el algodón, que se expandió después de la invasión árabe-beréber. Otro de los autores que nos ofrece muchos más datos de la riqueza natural y agrícola de nuestra península es al-Razi, a través de su obra. El citado autor presenta una imagen de al-Andalus en la que hay un fuerte contraste entre el medio rural natural, dominado por especies típicas del monte mediterráneo, como las encinas, y el ámbito cultivado, en el que el área irrigada es especialmente destacada por él porque permitía una producción abundante, temprana y continuada en las cosechas. El autor también refiere que en la mayoría de los Kuras o distritos árabes son mencionados los terrenos irrigados, no realizando una información detallada de los productos, sino que refiere de forma genérica a los productos como cereales y frutales. Si es relevante, que las nuevas plantas introducidas por las árabes se documenten en las Kuras más meridionales, como la de Ilbira (Granada) y Sevilla, pues el calor, junto a la irrigación, era una de las condiciones que se requerían para la adaptación de las plantas. Así se detallan en la Kora de Ilbira los naranjos, granados dulces, y en lugares costeros como Salobreña, plátanos, cominos y caña de azúcar, y el Almuñécar la caña de azúcar junto a las uvas pasas. En Sevilla se habla de la producción de abundante algodón, hasta el punto que se produce en excedencia y se exporta (17).

Limones en el limonero.  

Plataneras canarias.

Árbol de mango con sus frutos.
Una de las fuentes más interesantes de la primera época andalusí para conocer la agricultura en este tiempo fue el Calendario de Córdoba. Una obra atribuida a Ibn Saíd, escrita durante el gobierno de al-Hakam II, entre el año 961 y 976. En esta obra se recogen las actividades y la producción agrícola a lo largo de un año dividido en meses solares. Posiblemente uno de los objetivos del citado calendario fuese el fiscal, pues se citan las requisiciones de determinados artículos por parte de los agentes fiscales estatales, como, por ejemplo eran los cuernos de ciervo para la fabricación de los arcos en el mes de junio, en mayo y agosto la seda y el tinte azul para el tiraz y la rubia en septiembre.

También se aprecia cómo los tiempos de siembra y cosecha se han variado respecto a la antigüedad, en la que los tiempos de siembra eran en otoño y primavera, mientras que en el periodo califal también podían ser en verano a consecuencia de los riegos, como era la siembra de la simiente del arroz en el mes de abril para cosecharlo en septiembre. También, el panizo y la alcandía podían sembrarse al inicio del verano, por San Juan, y se recogían en septiembre, al menos en los lugares húmedos. Esto significa que a finales del siglo X existían en al-Andalus una serie de cultivos que crecían durante el verano y que esta estación había pasado de ser un periodo de reposo en la agricultura antigua, para convertirse en un nuevo periodo agrícola en época islámica en España. Las plantas introducidas por los árabes crecían generalmente durante el estío, como la caña de azúcar que sembrada en marzo y se cosechaba en enero, y el algodón que sembrado en marzo se recolectaba en septiembre.

Con la difusión de la irrigación se garantizaban los cultivos ya conocidos, que quedaban mejorados por el agua, como eran el panizo y la alcandía que podían cosecharse al final del verano. También el olivo a veces era regado. Por su parte, el moral que necesitaba una humedad constante, se desarrolló especialmente a partir del emirato de Abd al-Rahman II, con el impulso de la manufactura del tiraz, y en general de la explotación de la producción de la seda, que se exportaba al Norte de África (18).

Fragmento de tiraz fatimi del siglo XII bordado en seda y lino. Museo de Ontario.
El tiraz, bordadura o vestido bordado, es un vocablo que en la actualidad se encuentra desusado, se define y refiere a una variedad de tela o tejido elaborado y confeccionado a base de seda,  al cual se refiere Ibn-Khaldoun y cuya denominación se encuentra en cada paso de los documentos redactados en el latín de la edad medieval. Las fábricas en las que se tejía esta tela estaban encerradas en los palacios de los califas. El Tiraz era también llamado el taller musulmán dedicado a la confección de tejidos de lujo, adornados con hilatura de oro, que eran empleados en ceremonias reales. Aunque esta industria tiene su origen en Bagdad, fue introducida en España en el siglo IX. En Córdoba tuvo un gran desarrollo en una alcaicería construida por Abderraman II junto a la Gran Mezquita. Debido a que este tipo de prendas eran consideradas posesiones del más alto valor, razón por la que los talleres eran controlados por los califas o gobernantes.
Busto de Ibn Khaldoun en Bejaia (Argelia)
El tejido elaborado, también designado tiraz, llevaba a menudo impresa la firma del taller donde se había elaborado, la fecha y el nombre del gobernante. La mayoría de los tiraz eran de lino y en época de los fatimíes se entretejían bordados de seda con hilos de oro. Los mejores tejidos de sedas proceden de la región de Bujará (siglos IX y X) y de Irán, Bagdad, Egipto y España (siglos X y XI). Estas sedas llegaron a Europa a través de las embajadas enviadas por los gobernantes islámicos.

La cría del gusano de seda.

La cría del gusano de seda se introduce en al-Andalus en el siglo VIII, cuando un grupo de emigrados sirios, los kaisíes, se establecieron en las vegas de al-Andalus, que aprovecharon para la explotación agrícola. Con la morera blanca se obtenía una seda de alta calidad, mientras que de la morera negra resultaba una calidad muy inferior. En las alquerías de estos feraces territorios se daba todo tipo de cultivo, teniendo el de la morera una gran rentabilidad, habida cuenta de que sirios, y kaisíes recién llegados desde Oriente Medio conocían el arte de la sericultura. Los conocimientos necesarios para la obtención de la seda a partir del gusano los habían adquirido a su vez de las poblaciones del Extremo Oriente, fundamentalmente de China. Para la producción del tejido, los musulmanes de al-Andalus introdujeron los telares horizontales, e implantaron una sofisticada infraestructura, que englobaba todas las fases del proceso, lo que permitió el entramado productivo necesario para impulsar el desarrollo de una industria textil que fue pionera en toda Europa.

Un soberano con su brazalete con inscripción árabe en el tiraz.

Con la llegada de los Omeyas a la Península Ibérica (siglos  IX y X), las cortes de Persia y Siria eran tomadas como referente estético en cuanto al buen gusto. Los Omeyas cordobeses introducen en al-Andalus la industria del tiraz. Eran unos talleres donde se elaboraban tejidos suntuosos. Se trataba de una especie de institución protegida por el poder, dado el alto valor de sus creaciones. Abderrahman II fundó uno de estos talleres reales en la alcaicería de Córdoba, situada junto a la mezquita, y sus producciones fueron muy aclamadas por su laboriosidad, la belleza de sus diseños y la excelencia de los materiales utilizados, todo ello en manos de artesanos altamente cualificados. Estas creaciones atendían la demanda de un género destinado a la confección de prendas y complementos de lujo que engalanaban a los más altos rangos de al-Andalus, como califas y emires, sobretodo en ocasiones ceremoniales. Otro uso que se le daba a este tejido regio era su donación como obsequio a los dignatarios o representantes de las delegaciones que visitaban a los monarcas andalusíes, y como trofeo en distintos tipos de competiciones, o regalos durante las conmemoraciones.

Los morales eran los nombres que se daban a los terrenos donde se cultivaban las moreas para la cría y alimentación del gusano de seda. Como los nombres o topónimos de los lugares de cultivo no surgen por invención o capricho, sino que son denominaciones que surgen naturalmente del pueblo como grupo humano, es fácil pensar que el nombre de Los Morales de nuestra villa fuese uno de los múltiples lugares que hubo en tiempos árabes en nuestro término municipal dedicados a las moreas. Estos lugares abundantes en agua para las moreas serían el lugar donde la producción de seda se desarrollaría en abundancia durante todo el tiempo de dominación árabe en al-Andalus. Curiosamente la mayoría de las moreas que vi desde niño en Lahiguera fueron moreas blancas, que eran las más apreciadas por la calidad de la seda que producían los gusanos alimentados con sus frondosas hojas.

Fragmento de tiraz conocido como Tiraz de Coll, que formaba parte de la indumentaria de un califa del siglo XI. Museo de Huesca.

Uno de los más excelsos ejemplares de las producciones realizadas en el real tiraz de Córdoba entre los siglos X y XI que se conserva, es el del califa omeya Hisham II, que se encuentra en la Real Academia de la Historia de Madrid. Era utilizado como un turbante que tras cubrir la cabeza, dejaba caer dos bandas a lo largo de los brazos. Elaborado con finísimas telas de seda, principalmente, y lino, estaba profusamente bordado con hilos de oro y seda, y decorado con tres bandas que recorrían la total longitud de la pieza. En la decoración, donde en general aparecían epigrafías ricamente bordadas, con loas y alusiones al califa,   aparecen unos medallones octogonales que enmarcan figuras animales y humanas en la parte central, mientras que en los laterales una inscripción reza así:

“En nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. Que la bendición divina, la prosperidad y la larga vida sean los atributos del imán, el siervo de Dios, Hisham, él que es el objeto de Su benevolencia, el Emir de los creyentes”. (Real Academia de la Historia. Madrid. Nº de Inventario: 749).

Tiraz Califal de HishamII (siglo X). Academia de la Historia. Madrid.
Aunque fue en época Omeya cuando se implantaron los más importantes centros de producción en Córdoba y Almería, más adelante, en época nazarí, la seda de Granada gana en calidad hasta no tener parangón, como atestiguan fuentes árabes clásicas como Ibn al Jatib (siglo XIV) o el viajero alemán Jerónimo Münzer que viajó a Granada en el siglo XVI.

Uno de los principales mercados que encontraba la seda granadina y andalusí era el mercado italiano, pues los mercaderes italianos y los genoveses, mayoritariamente, la adquirían al considerarla de altísima calidad. Tanto es así que ellos dieron nombre a una de las alhóndigas de la Granada nazarí: la “alhóndiga de los genoveses”. En el resto de alcaicerías del reino (como las de Almería o Málaga)  también se compraban para venderse luego en los puertos europeos del Mediterráneo, en Flandes o Inglaterra.

La industria de la seda estuvo fuertemente arraigada en al-Andalus y ello fue posible  gracias al conocimiento de los andalusíes en materia agrícola. Además del cultivo de la morera,  las tinturas (aunque algunas eran de origen animal) se obtenían tanto de plantas silvestres como cultivadas. Entre las más utilizadas está la planta pastel (Isatis tinctoria), también conocida como “aspid de Jerusalén” que crecía en todo el entorno mediterráneo, y de la que se obtenía un colorante azul. El rojo se obtenía de la raíz de la planta rubia roja, (Rubia tinctorum) que viajó hasta las tierras de cultivo de al-Andalus procedente de Oriente. Para el amarillo la planta que se usaba era la gualda, en su versión silvestre o cultivada.

Planta de Isatis Tinctoria o planta pastel.
Raices de Rubia Tinctorum.
La Gualda o Reseda Luteola usada para el tinte amarillo.
Con el establecimiento del regadío se permitía una diversificación de los tiempos de las actividades agrícolas. Junto a una promiscuidad de cultivos que también dificultarían el control fiscal y por tanto facilitarían la autonomía campesina. Ya desde finales del siglo X, diversas fuentes testimonian la existencia de una agricultura irrigada en el territorio de al-Andalus como una práctica ya generalizada donde las condiciones ecológicas la permitían. Su desarrollo permitía asegurar las cosechas en un medio geográfico no siempre favorable y con una cierta dependencia de las poblaciones rurales en la gestión de los espacios, en una estructura de la propiedad regida por el clan familiar propio de las poblaciones musulmanas.

La irrigación afectó no sólo a las especies nuevas traídas por los árabes desde oriente, sino que también afecto a los cultivos tradicionales, produciéndose así una autentica transformación de la agricultura que tuvo también benéficas consecuencias para la sociedad en otras áreas de la economía.

En las cercanías de casi todos los núcleos de población de al-Andalus, el paisaje aparecía moteado con fincas de cultivo o recreo, de mayor o menor dimensión, donde las cosechas eran utilizadas en el consumo doméstico, tradición que perdura hasta nuestros días en muchos lugares de nuestra geografía. 

Gracias a la irrigación de las tierras consideradas hasta entonces marginales, estas fueron incorporadas como suelo agrícola. La intensificación y el policultivo son las características de esta nueva agricultura árabe. Debido a ello, para evitar el agotamiento del suelo, se realizaba la rotación de los cultivos. De esta forma, la extensividad propia del mundo romano y altomedieval, con el sistema de año y vez, le sucede la posibilidad de obtener dos e incluso tres cosechas anuales de cereal, en diferentes siembras de otoño, primavera y verano. El terreno cultivado estaba además normalmente, con olivos y frutales variados, pues la orientación primera de estos cultivos arbóreos era conseguir una producción para el autoconsumo, aunque el excedente de la producción se dedicara también al comercio como complemento a una economía familiar autosuficiente.

Aprovechamiento de los restos vegetales para abonar los cultivos.

Existieron importantes diferencias entre el tipo de agricultura antigua con origen romano y visigodo en la península y el occidente europeo, pues en el mundo feudal están asociados el desarrollo de la agricultura y la ganadería a espacios comunes con beneficios para ambas partes, al aprovechar los animales el barbecho de los sembrados de cereales, con suministro de abono animal al barbecho con los excrementos para la próxima cosecha. Mientras que en la agricultura islámica tal connivencia no era posible al estar la parte cultivada dotada de toda una serie de acequias, normalmente de tierra, que con el paso del ganado se vería afectada en su infraestructura. Por otra parte en la agricultura islámica las parcelas se encontraban prácticamente en una situación de  producción continua, siendo el barbecho raro, por lo que no había un periodo convenido para que pudiera entrar el ganado en los campos sin ocasionar daños a los cultivos presentes.  La estructura de la alquería árabe ofrecía una solución razonable al problema de la alimentación de la ganadería, fue la existencia otras áreas exclusivas para la alimentación del ganado en el espacio comunal o harim, al que podían acceder todos los ganados de la alquería.

El agua era esencial en la aclimatación de los nuevos cultivos, pero además se aplicó a los cultivos existentes con anterioridad, asegurando así las cosechas e incrementando la producción. Los árabes, para la obtención, conducción y almacenamiento del agua necesaria para irrigar las tierras, precisaron de una tecnología  que tomaron de otras civilizaciones, que adaptaron a sus necesidades con combinaciones entre los distintos elementos que eran ya conocidos (19).

En general las obras árabes relacionadas con el agua, y sus sistemas hidráulicos no eran obras monumentales como las romanas, sino que eran soluciones aplicables por cualquier comunidad campesina para solucionar el problema de la sequedad de la tierra, en la que ellos eran expertos en África, en busca de su autoabastecimiento. La diversidad de la producción indica por otra parte, que estas poblaciones eran autónomas y no dependían de señores feudales, que con sus demandas de renta determinasen un tipo de cultivo concreto (20).

Parece ser que el diseño del área irrigada era fruto de una valoración previa realizada por los miembros del clan o tribu ante la expectativa de las  necesidades de su comunidad (21).

La sociedad árabe estaba organizada en tribus en las que prevalecían los clanes familiares con vinculación directa del primer grado de consanguinidad del varón.
Para comprender la importancia del regadío en esta cultura islámica, y en qué medida este espacio puede reflejar la sociedad que lo gestiona, es preciso conocer como esta sociedad estaba organizada. Esta sociedad estaba organizada en tribus, y dentro de las tribus prevalecían los clanes familiares de tipo agnático por parentesco o vinculación de sus miembros, es decir que tiene como parentesco, vinculación o del primer grado de consanguinidad o descendencia directa de varón en varón. Sus miembros se identificaban por ser descendientes de un antepasado masculino común y por mantener una corresponsabilidad en la defensa de sus bienes y componentes. Lo cual se reforzada con la práctica de la endogamia, siendo el tipo de matrimonio preferente el de casarse con la prima hermana, hija del tío paterno, pues los hijos pasan siempre a formar parte del clan del padre en la cultura árabe. Con estas circunstancias las comunidades se quedaban integradas por familias extensas que disfrutaban de un alto grado de autonomía, ya que se relacionaban directamente con el Estado islámico a través de sus agentes, con lo que estos miembros parecen ejercer una función pública y para nada privatizada, como se daba en el mundo feudal castellano y europeo. Las diferencias con la sociedad prefeudal y feudal coetánea en los reinos cristianos son más que evidentes, donde el carácter de un parentesco bilateral del padre y de la madre de cada hijo, se contrapone al carácter patrilineal de las estructuras familiares islámicas, donde sólo se considera el parentesco paterno.

Durante la conquista arabo-musulmana de la península Ibérica y en sucesivos momentos siguientes, varios de estos grupos migratorios llegaron y se instalaron en nuestro territorio. En realidad, eran grupos unidos por lazos de parentesco que obedecían pautas de conducta tribales, los que se hacían dueños del territorio y se establecían en él.

El término de una alquería aunque también se daba probablemente en el caso de las ciudades, estaba dividido en dos tipos de tierras: las apropiadas para los cultivos o mamluka y las no apropiadas o mubaha. Las tierras no apropiadas podían ser de dos clases, unas eran las comunales o harim y las tierras muertas o mawat. Las tierras comunales o harim eran las que no tenían propietario, y estaban formadas en su mayoría por terrenos incultos. Los terrenos harim eran unos espacios dedicados a aprovechamientos comunes, como la recogida de frutos silvestres, leña, madera, obtención de carbón, pastos, caza, etc. que por tanto ningún miembro de la comunidad podía enajenar y convertir en propiedad individual. Estos terrenos, como estaban situados en las parte perimetral de la alquería, eran los territorios que limitaban con los harim de otra comunidad o alquería vecina y tenían la función de separar el territorio de una comunidad con otra. A pesar del significado de la palabra harim, lugar vedado al extranjero, las aljamas rara vez hacían uso de restricciones, siendo así una zona abierta, libre de paso, especialmente para hombres y ganados de los núcleos poblacionales de la comarca, que solamente llegaban a cerrarse en épocas de necesidad marcadas por catástrofes, como sequías, y otros factores que redujesen los pastos , en estos casos la alquería propietaria de los terrenos comunes reclamaba el uso exclusivo, sin que ningún alcaide o representante del poder central en el castillo, pudiese contradecir tal decisión (22).

El territorio denominado harim parece quedar definido como el espacio alejado un día de camino del núcleo rural al que pertenecía, y más allá de él se extendían las tierras mawat de las que era propietaria teóricamente la comunidad musulmana, pues en la práctica el Estado siempre jugaba cierto papel en su administración, actuando como gestor de las mismas. Los territorios mawat tenían como característica principal el hecho de que eran apropiables por vivificación, es decir que quién las rozara o condujese agua hasta el terreno mawat lo convertían en propiedad de quien realizaba esas tareas, lo que significa que este tipo de tierras incultas eran de libre acceso para la población que trabajase el mawat hasta llegar a cultivarlo, así queda confirmado en la documentación de finales del siglo XV y principios del XVI. Para la escuela hanifi era necesario que la nueva adquisición fuera ratificada por el Estado, mientras que para la maliki no era preciso este extremo. La nueva propiedad tenía algunas limitaciones, como era el hecho de que estas propiedades adquiridas no podían venderse (23).

Siendo las tierras mawat las tierras más alejadas de la alquería solían ser de secano, aunque es posible que a veces fueran también vivificadas a partir de una fuente, como parece ser fuera el caso de los michares que eran un tipo de explotación y hábitat disperso. Las tierras mawat no podían adquirirse por compra, pues se supone que pertenecían al conjunto de los creyentes, de hecho la propiedad conseguida sobre ellas al vivificarlas podía perderse cuando se dejaban de cultivar un tiempo, que solía ser de tres años. En cambio, en ocasiones se heredaban, lo que se interpreta no como un traspaso de bienes sino como una apropiación que se mantenía, por ejemplo de padres a hijos, porque las tareas agrícolas continuaban.

Las tierras mamluka eran aquellas sobre las que se tenía un auténtico derecho de propiedad. Eran normalmente las tierras más próximas a la alquería por lo que parece posible identificarlas con las de regadío, las tierras más cercanas eran generalmente las irrigadas, aunque no se excluye que hubiese tierras de secano dentro de la categoría de las tierras mamluka.

Normalmente el núcleo rural se encontraba inmediatamente encima del espacio de regadío, con objeto de no obstaculizar la red de acequias que lo mantenía. El secano por el contrario se situaba más arriba de la alquería y en su ausencia solía haber un espacio de monte mediterráneo, que solía estar aclarado para permitir el pastoreo del ganado.

El terreno que era considerado apropiado o mamluka podía transmitirse en herencia, y teóricamente ser objeto de venta, lo que no significa que las ventas fuesen frecuentes ni fáciles de llevarse a la práctica. El término de una alquería árabe, era el lugar de asentamiento en muchos casos de un grupo tribal, era un territorio que de alguna manera estaba protegido frente a incursiones de otras comunidades, que formaban parte de otros clanes familiares, o tribus. Una forma de conservar el territorio mamluka era no venderlo, en particular a forasteros, pudiendo contar con algún freno o dificultad. Al estar formado el grupo familiar del clan, con amplio número de familiares y una alta cohesión entre ellos, era difícil que el patrimonio de uno de los miembros pudiese salir fuera del grupo del clan, pues siempre habría herederos. En todo caso los demás miembros del clan familiar se sentían con el derecho preferente de quedarse con la supuesta tierra en venta, frente a aquellos que no pertenecían a su parentela, aunque pudieran comprarla.

No podemos asegurar que estas medidas de protección de la propiedad de los clanes o clánica se aplicaran en al-Andalus, ni podemos afirmar que las ventas de tierras fueran escasas, aunque posiblemente éste pudiera ser uno de los argumentos que pudiera explicar la falta de documentación que pudiesen reflejar estas transacciones. Por otro lado, sabemos que existía el derecho de Sufa’a o de preferencia en la compra de tierra por parte del vecino colindante de la tierra que se deseaba vender. De esta forma, varios de los juristas de Córdoba, entre los siglos X y XI, apelaron en sus dictámenes a esta prioridad del propietario limítrofe, eso es posible, porque en su origen quizá esté relacionado con el hecho de que normalmente el dueño de la parcela colindante fuera un pariente, especialmente si pensamos que el patrimonio del clan tendería a estar junto, al menos en una primera época.

Tampoco parece que pudieran enajenarse las tierras que constituían el harim o área comunal a particulares, pues al estar dedicada a aprovechamientos comunes no era posible su división y apropiación en manos de grupos o individuos.

Granada 6 de enero de 2022.

Pedro Galán Galán.

Bibliografía y referencia de las citas:

(1) Malpica Cuello, Antonio: El agua en al-Andalus. Un debate historiográfico y una propuesta de análisis. V Semana de Estudios Medievales. Logroño, 1995, páginas 65 a 85.

(2) Sáez Fernández, Pedro: Agricultura romana de la Bética. I Écija (Sevilla), 1987, página 33.

(3) Sáez Fernández, Pedro: Agricultura romana en la Bética. I. Écija (Sevilla), 1987, páginas 161 a 163.

(4) Carabaza Bravo, Julia: El olivo en los tratados agronómicos clásicos y andalusíes. En García Sánchez, Expiración: Ciencias de la Naturaleza en al-Andalus, IV. Granada, 1996, páginas 11 a 39, especialmente página 37.

(5) Catón: De Agri cvltura. Traducción de Perales Alcalá, Ana María. Granada, 1976, página 49.

(6) Moderato Columela, L. J.: Los doce libros de agricultura. En Castro, J. (editor y traductor). Barcelona, 1959, 2 volúmenes. Volumen I, páginas 19 y 20.

(7) Varron: Économie rurale. Traducción de Jacques Heurgon. París, 1978, página 36.

(8) Watson, Andrew M.: Innovaciones agrícolas en el mundo islámico. La caña de azúcar en el Mediterráneo. Actas del Segundo Seminario Internacional. Granada, 1991, páginas 7 a 20, especialmente páginas 10 y 11.

(9) Catón: De agri cultura. Traducción de Perales Alcalá, Ana María. Granada, 1976, página 266.

(10) Glick, Thomas F.: Regadío y sociedad en la Valencia medieval. Valencia, 1988, página 266.

(11) Sánchez Martínez, Manuel: La Cora de Ilbira (Granada y Almería) en los siglos X y XI, según al-Udri (1003-1085. Cuadernos de Historia del Islam, VII (1975-1976), páginas 5 a 82.

(12) Samsó, Julio: Ibn Hisam al-Lajmi y el primer jardín botánico en al-Andalus. Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos en Madrid, XXI. 1982, páginas 135 a 141.

(13) Watson, Andrew M.: Innovaciones en la agricultura en los primeros tiempos del mundo islámico. Granada, páginas 166 y 167. 1998.

(14) Gonzálbes Busto, Guillermo,y Gonzalbes Cravioto, Enrique: El problema del agua y del regadío en el extremo occidental del Magreb en la Alta Edad Media, En. Agricultura y regadío en al- Andalus. Síntesis y problemas. Granada, 1995, páginas 165 a 175.

(15) Gonzálbes Busto, Guillermo,y Gonzalbes Cravioto, Enrique: El problema del agua y del regadío en el extremo occidental del Magreb en la Alta Edad Media, En. Agricultura y regadío en al- Andalus. Síntesis y problemas. Granada, 1995, páginas 170 a 173.

(16) Al-Razi: Crónica del Moro Rasis. Editado por Diego Catalán y Mª Soledad de Andrés. Madrid, 1974, páginas 50 a 62.

(17) Al-Razi: Crónica del Moro Rasis. Edit. Diego Catalán y Mª Soledad de Andrés. Madrid páginas 23 a 28 y 93.

(18) Ibn Hyyan: Crónica de los emires Alhakan I y Abderrahman II entre los años 796 y 847 (Almuqtabis II-I). Traducido por Mahmud Ali Makki y Federico Corriente. Zaragoza, 2001, página 180.

(19) Watson, Andrew. M.: Innovaciones agrícolas en el mundo islámico. La caña de azúcar en el Mediterráneo. Actas del segundo seminario internacional. Granada, 1991, página 11.

(20) Barceló, Miquel: Vísperas de feudales. La sociedad de Shqarq al-Andalus justo antes de la conquista castellana, En Maillo Salgado, Felipe: España. Al-Andalus. Sefarad: Síntesis y nuevas perspectivas. Salamanca, 1988, páginas 99 a 112.

(21) Barceló, Miquel: El diseño de espacios irrigados en al-Andalus: un enunciado de principios generales. En Actas del I Coloquio de Historia y medio físico. El agua en las zonas áridas: Arqueología e Historia. Almería, 1989, tomo I, páginas 15 a 51.

(22) González Palencia, Ángel: Documentos árabes del Cenete (siglos XII-XV), Al-Andalus V, página 351.

(23) Trillo San José, C.: Regadío y estructura social en al-Andalus: la propiedad de la tierra y el derecho al agua en el reino nazarí. En Actas de las I Jornadas de Historia Rural y Medio Ambiente. Huelva, 2003, páginas 67 a 94.

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