PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

martes, 30 de noviembre de 2021

¿POR QUÉ SE VISLUMBRA UN CIERTO DESPRESTIGIO DEL ANDALUZ COMO VARIANTE DEL IDIOMA ESPAÑOL?

DURANTE SIGLOS SE HA TRATADO NUESTRA FORMA DE HABLAR DE MANERA DISCRIMINATORIA. 

Para comenzar este interesante tema, que tanto puede hacernos cambiar el pensamiento sobre nuestra identidad como comunidad de hablantes, reproduzco unas líneas del siguiente texto tomado de “La Dignidad del habla andaluza” publicado hace tres años por el prestigioso estudioso López González, M. N. (2018), un autor al que haremos continuas referencias en este artículo para clarificar ciertos conceptos. Dice el autor, refiriéndose a nuestra comunidad:

“No creo que exista un lugar donde la lengua tenga tanta riqueza léxica; donde la semántica encuentre un vocablo para cada pensamiento, para cada sentimiento; donde cada oración encuentre la estructura y la entonación perfecta para plasmar lo que el alma quiere sacar.” (1)

Podemos decir, sin temor a equivocarnos que el andaluz como medio de expresión está desprestigiado y estereotipado. A lo largo nuestro periplo de vida personal  hemos observado que, en efecto, se trata a los andaluces de forma discriminatoria por su forma  de hablar, existen estereotipos con respecto a los andaluces y su manera de comunicarse, y los  medios de comunicación difunden falsos tópicos sobre el andaluz, que afectan de manera  negativa a la población andaluza.

Todavía existen tendencias que ridiculizan algunas variedades del español. Como recogía el periódico El País (Limón, 2017), en esa fecha, el habla se convierte en arma para desprestigiar, en objeto de burla para con los andaluces (2).

Desde nuestra niñez hemos observado cómo se ha infravalorado el andaluz; y, en segundo lugar, sabemos que las críticas que ha recibido el andaluz no son justas, ni correctas.

Desde hace mucho tiempo, el andaluz ha sido criticado y estereotipado en España. De manera injusta e injustificada, el andaluz se ha equiparado a inculto, analfabeto, gracioso, incomprensible, fiestero, pobre y vago. Asimismo, se ha considerado un dialecto lingüísticamente incorrecto e inferior al resto de dialectos de España por encontrarse muy alejado del supuesto dialecto superior, de referencia desde hace siglos, que es el llamado “el español neutro”. El español neutro no incorpora rasgos de todos los dialectos, sino únicamente de los que se utilizan en el centro y norte de España y los medios de comunicación favorecen esta discriminación convirtiéndose en los responsables de muchos de los estereotipos creados sobre el andaluz.

Edificio de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) en Madrid.
Interior del edificio de la Real Academia Española en Madrid.

Los programas, películas, series, entre otros, difunden tópicos sobre el andaluz que, en la mayoría de los casos, son falsos. Estos mitos han conseguido que la población española y los propios andaluces crean que el andaluz es incorrecto, inculto e informal; lo que ha llevado a muchos andaluces a intentar esconder su acento tanto en el trabajo, como en las ocasiones más formales o cuando se comunican con hablantes de otras comunidades autónomas. Todos estos estereotipos denigran a los andaluces y tienen consecuencias negativas para sus vidas.

Aquí ahora abordaremos la controversia que existe a la hora de determinar si el andaluz es un idioma, un dialecto, una variedad o un habla. También analizaremos el origen del andaluz, sus características y la identidad andaluza.

El español, el segundo idioma más importante del mundo- El Editorial de Rafa Núñez


https://www.youtube.com/watch?v=Xsn-B8r5Vh0

El idioma español es el cuarto idioma más hablado en todo el mundo y cuenta con más de 492 millones de personas que hablan español de forma nativa, siendo en esta modalidad la segunda lengua más hablada del mundo tras el chino mandarín.

Según el Instituto Cervantes, un 6,3% de la población mundial habla español como lengua nativa (492.990.519 personas).

El español en el mundo 2021.  Datos del estado de la lengua española en el mundo proporcionados por el Instituto Cervantes. La lengua española en el año 2020: estadísticas, personas que lo hablan, personas que lo estudian, su uso en internet y futuro del castellano en el mundo.-

https://www.youtube.com/watch?v=vVDnJdNl_vs

Detrás del español actual se esconde una larga e interesante historia que es fundamental conocer para darle el valor que merece a nuestra lengua. España es un país plurilingüe, dada la gran cantidad de lenguas cooficiales que se hablan en su territorio. La mayoría de estas lenguas son románicas y provienen del latín (castellano, catalán y gallego), a excepción del vasco que antecede a la romanización. En sus respectivos territorios, todas estas lenguas conviven de manera cooficial con el castellano, considerada como la lengua oficial de España. De acuerdo con lo recogido en la plataforma educativa Magnaplus (2020) (3), también perduran peculiares dialectos (andaluz, murciano, extremeño y canario) y variedades lingüísticas (bable asturiano y fablas aragonesas) en otras comunidades autónomas. Asimismo, cabe destacar que el español (y no castellano) es la lengua oficial de gran parte de América Latina y también se habla en otros lugares como Filipinas y Estados Unidos. Además, cuenta con más de 21 millones de alumnos que la estudian como segundo idioma y más de 567 millones de persona que digamos que la “chapurrean” (4).

Desde que somos pequeños, hemos podido escuchar que el andaluz es una forma de hablar inferior y que debemos intentar hablar castellano, considerado como la lengua “estándar” superior, la lengua de referencia, el modelo que debemos seguir. Crecemos pensando que el castellano “estándar” es un habla superior, culta, correcta y un modelo a seguir; y que la nuestra es inculta, incorrecta e inferior.

Sin embargo, ambos deberían de tener la misma validez lingüística, dado que los dos provienen de la misma lengua histórica, el latín (5).

Una gran parte de los rasgos peculiares de los usos lingüísticos en Andalucía son la consecuencia de fenómenos de evolución producidos sobre la base del castellano, que aportaron los hablantes de las distintas regiones de España, que participaron en las dos fases de la colonización de Andalucía en el período entre los  siglos XIII al XVI, es decir desde la conquista de la Andalucía occidental por Fernando III hasta la expulsión de los moriscos en el siglo XVI. El conjunto de las variedades lingüísticas más relevantes que se testimonian en Andalucía tiene su origen en los fenómenos evolutivos que se habían iniciado en castellano desde principios del siglo XIV.

La repoblación de Andalucía se hizo con gentes venidas no solo de Castilla, sino de muchas otras regiones de España. Muchos gallegos y leoneses estuvieron presentes en la repoblación de la zona occidental; y muchos otros catalanes, aragoneses, manchegos y murcianos lo estuvieron en la repoblación de la zona oriental. Por eso se habla de la formación de una “koiné”, a partir del siglo XIV en el occidente andaluz, cuya base sería la incipiente evolución de los fenómenos de cambio potencialmente insertos en el castellano de los siglos XIV y XV, a la que se añadirían algunos elementos propios de las hablas de procedencia de los repobladores.

También en la zona oriental se constituyó una “koiné” fuertemente influida por el desarrollo de los cambios que se hallaban en fase de consumación y generalización en la zona occidental. Aunque se trata de dos movimientos dialectales diferentes y separados en su origen por más de doscientos años, la fuerte base de repoblación procedente de la zona occidental proporcionó elementos de unidad suficientes para que hoy se considere a toda la variedad andaluza como una región dialectal autónoma.


Si se acepta esta somera descripción del proceso histórico de iniciación de las peculiaridades lingüísticas andaluzas (6), se entenderá bien por qué Andalucía ofrecía desde el siglo XVI una notable diversidad de variantes lingüísticas. Si a ello se añaden los fenómenos endógenos de evolución, se entenderá bien que Andalucía aparezca hoy como un mosaico de variantes, cuya vitalidad depende de factores de naturaleza heterogénea.  

La primera repoblación de la Andalucía occidental, sobre todo en el reino de Sevilla, fue un fracaso. Disconformes con las condiciones que se establecieron para su asentamiento en las tierras recién conquistadas, los colonos las abandonaron y volvieron a su lugar de origen, por lo que los reyes de Castilla, ya en época de Alfonso X y de su hijo Sancho, hubieron de promover una nueva repoblación, a la que acudieron gentes castellanas y de las regiones occidentales de España. Por tanto, hasta esta centuria no puede hablarse de la formación de la “koiné” lingüística, que es la base de la diferenciación regional que se consolidaría en los siglos siguientes.

Desde el siglo XIII, se ha discriminado al andaluz a través de la difusión de falsas creencias y estereotipos. Se podría citar a Juan de Valdés, que criticó que un andaluz (Nebrija) fuese contratado por la corte toledana para escribir la primera gramática castellana (1492). Él sostenía que el andaluz era una lengua diferente a la que se hablaba en la corte y, por tanto, no era la correcta. (7).

Juan de Valdés, humanista muy crítico con Elio Antonio de Nebrija.
Portada del Diálogo de la Lengua de Juan de Valdes.
Valdés  fue un primitivo e interesante observador de la lengua castellana. Este interés lingüístico y sobre todo la observación del idioma popular era propio de los humanistas y, además, por entonces las "questione della lingua" estaban en pleno apogeo en Italia. Por supuesto que Juan de Valdés está más en la línea de los lingüistas actuales que básicamente observan y procuran explicar un fenómeno y muy lejos de su compatriota Antonio de Nebrija (autor de la primera gramática europea en lengua vulgar) y el inquebrantable espíritu conservador de la Real Academia.
Elio Antonio de Nebrija, andaluz autor de la primera Gramática de la Lengua Española. 



Por ello, podría decirse que, desde la Edad Media, Andalucía lleva sufriendo burlas y desprecio por parte del resto de España, principalmente por aquellos que consideran al castellano como una manera de comunicarse superior al andaluz.

Durante años, se ha tachado al andaluz de vulgar y ordinario. Hemos presenciado un constante y desagradable hablismo, y con hablismo nos referimos a los prejuicios y discriminaciones que se tienen hacia aquellos hablantes de variedades diferentes a las que consideran inferiores (8).

El andaluz, por su habla se ha equiparado injustamente a conceptos como vago, analfabeto, inculto, gracioso y con acento incomprensible. Algunos de los tantos tópicos que existen sobre los andaluces, son expresiones que más de una vez habremos escuchado en nuestro entorno, y que recogen entre otras tres autores: Heredia Jiménez, M., López González, M. N., y Ramos López, C. Son expresiones como: “¿Eres andaluz?, ¡Cuéntame un chiste!”, “hazme reír”, “tócame las palmas”, “pongo flamenco para que te sientas como en casa” (9).

O aquellas otras como “los andaluces solo entienden de fiestas”, “los andaluces se comen las letras”, “a los andaluces no se les entiende”, “los andaluces hablan con la z” (10)

 Y otras que se centran el modelo estándar del tipo de : “el español de Valladolid es el más correcto”. De hecho, en la mayoría de los chistes siempre aparece un personaje andaluz que hace o dice algo “gracioso” (11).

Cuando se intenta imitar a un drogadicto, alguien de pueblo, analfabeto o sin valores, siempre tiene que ser alguien con acento andaluz (12). 

¿Por qué los andaluces hablan así?


https://www.youtube.com/watch?v=haLoIzAojdM

El andaluz siempre ha sido el gracioso, el chistoso, el torpe, el soltero. Siempre ha sido la persona de la que se burlaban o despreciaban. Siempre ha sido el que agrega el toque de humor a la televisión o a la radio. Esta es la triste imagen general que se tiene de nuestra habla tan rica y diversa.

Sin embargo, todos estos estereotipos carecen de objetividad y fundamentos científicos y académicos. La ignorancia de una gran parte de la población hispanohablante ha sido la que ha suscitado estas falsas convicciones que han afectado de manera muy negativa al pueblo andaluz (13).

Muchos andaluces, para evitar ser objeto de burlas, críticas y rechazo, han optado por adaptar su manera de hablar al castellano considerado como “estándar”, creando una especie de mezcla andaluza y castellana que carece de toda naturalidad y resulta ridícula. Para los andaluces es muy complicado comunicarse con el dialecto castellano, ya que hemos crecido con las peculiaridades y vocabulario tan característicos de nuestro dialecto (14).

Los medios de comunicación han sido la principal fuente de divulgación de estos injustos e infundados tópicos andaluces. Los medios de comunicación son la herramienta, por excelencia, capaz de llegar a todos los públicos y de persuadirlos; del mismo modo que también son la manera más peligrosa para la divulgación de esta imagen del andaluz (15). 

Hemos presenciado una agresión constante a nuestra habla en las redes sociales y los programas televisivos. En ellos, siempre se utiliza a un castellanohablante para representar al personaje culto, erudito, civilizado, héroe, adinerado, el presentador de las noticias, los comentaristas, etcétera; mientras que se emplea al andaluz para representar todo lo contrario (16)

A pesar de ello, el andaluz es un dialecto fuerte e influyente en el resto de España. Una gran cantidad de términos andaluces se han incorporado al dialecto castellano a lo largo de los tiempos y ahora la Real Academia está incluyendo una gran cantidad de vocablos andaluces (como chiquilla, chiquillo, cascar, quisqui y dobláo) en sus diccionarios (17).

Por ello, no se llega a entender que el 10 % de los hispanohablantes (los castellanohablantes) pretendan controlar a la mayoría, cuando solo una pequeña parte de la población hispana distingue entre “cocer” y “coser” (18)

Estudiosos como De Bustos Tovar (2012) (19), consideran que todas las lenguas son dialectos, pues todas provienen de otra lengua histórica. Todos los dialectos pueden convertirse en lenguas autónomas si evolucionan de tal manera que lleguen a diferenciarse sustancialmente de la lengua de la que provienen. El hecho de que se intente unificar la lengua conlleva la eliminación de los dialectos existentes para configurarse en un solo dialecto, el dialecto elegido como superior (en este caso, el castellano). Esto es a lo que se considera como supremacía lingüística; imposición de una variedad o dialecto sobre el resto (20).

Por desgracia, en una época en la que se fomenta la alfabetización a través del castellano “estándar” y en la que la tecnología, la globalización y la migración están aportando nuevos términos y expresiones a nuestro vocabulario, en andaluz está en peligro de extinción; evitarlo, dependerá de nosotros.

En múltiples ocasiones encontramos el uso de los términos lengua, idioma, dialecto, modalidad o variedad regional, habla regional y habla local como sinónimos, posiblemente porque los mismos lingüistas no se ponen de acuerdo a la hora de definir estos conceptos. Sin embargo, para determinar el significado del andaluz, es importante ordenar y aclarar todos estos términos, así como desarrollar una jerarquización con ellos (21).

En primer lugar, el Diccionario de la Real Academia Española (RAE, 2020), define el término "lengua" como: "sistema de comunicación verbal propio de una comunidad humana y que cuenta generalmente con escritura", "sistema lingüístico considerado en su estructura" y "vocabulario y gramática propios y característicos de una época, de un escritor o de un grupo social". Otros autores, definen la lengua como un sistema lingüístico de una comunidad de hablantes que está muy diferenciado de otras lenguas, que tienen una estructura coherente, que dispone de una gran cantidad de obras literarias, y que se ha impuesto a su población, que lo utiliza en su vida cotidiana (22). 

El andaluz - acento, tópicos y estereotipos. El andaluz es una forma de hablar rica y variada. Tan variada que los expertos no se refieren al habla andaluza, sino a las hablas andaluzas, por su gran diversidad, según las zonas. Sin embargo, nuestro acento es a menudo objeto de comentarios despectivos o que buscan ridiculizar nuestra forma de emplear el español. La reivindicación sobre nuestra autonomía y nuestra identidad tienen en el reverso de la moneda una lucha contra los tópicos y los estereotipos que lastran el avance y la imagen que se tiene de Andalucía. Ya no sólo es nuestra habla, sino la forma de ser que se traslada como la de andaluces vagos, fiesteros, que duermen siesta, cuentan chistes y cantan flamenco. Tópicos que llevan conviviendo con nosotros desde hace muchos años y que ofrecen un dibujo de nuestra sociedad falso y manido. Repasamos la historia y el presente de estos clichés. Se trata de un debate recurrente. En este reportaje analizamos los tópicos y las burlas sobre la forma de hablar de los andaluces


https://www.youtube.com/watch?v=SpPSr5tOg6E

Asimismo, de acuerdo con José Jesús De Bustos Tovar (2012) (23), la lengua es un sistema formado por subsistemas que coexisten. Según él, la lengua es dinámica y está en constante modificación para adaptarse a los cambios de la sociedad. De estas definiciones, observamos que una lengua debe obedecer a las siguientes condiciones: tener tanto un lenguaje hablado como escrito; contar con unas normas y una gramática consolidadas; estar lo suficientemente diferenciado de otras lenguas; contar con obras literarias en su idioma; poseer dialectos y variedades lingüísticas subordinadas; y que una comunidad de hablantes la reconozca y la utilice para comunicarse.

En cuanto al término dialecto, la Real Academia Española (RAE) (2020) determina que un dialecto es una “variedad de un idioma que no alcanza la categoría social de la lengua” o un “sistema lingüístico considerado con relación al grupo de los varios derivados de un tronco común” y aporta como ejemplo que el español es dialecto del latín. De esto deducimos que todas las lenguas son dialectos de aquellas lenguas de las que descienden. El latín proviene del indoeuropeo, el castellano (así como el francés, italiano, portugués, rumano, gallego, catalán, etc.) del latín, y así sucesivamente. Como bien defiende Coseriu (24), todos los dialectos son lenguas, pero no todas las lenguas son dialectos, pues el castellano (lengua) tiene dialectos (que no son lenguas). Los dialectos dependen de otra lengua, la lengua mayor o histórica, ya que, si no dependiese de esa otra lengua o tuviese se diferenciase en gran medida de otros dialectos de la misma lengua, podría considerarse como un idioma independiente; tal y como ocurrió con el francés, el italiano y el portugués (25).

Según este estudioso, un dialecto es “un sistema de signos desgajado de una lengua común, viva o desaparecida; normalmente con una concreta limitación geográfica, pero sin una fuerte diferenciación frente a otras de origen común”. Otros lingüistas, definen dialecto como una lengua regional que tiene características comunes a otros dialectos. Asimismo, sus hablantes sienten que tienen una lingüística común, que están subordinados a una lengua superior y que existe un Estado nacional al que se subordinan sus territorios (26).

 

Todos los dialectos que nacen, evolucionan de una manera distinta: unos se convierten en lenguas (como el castellano, el italiano o el francés), otros se mantienen como dialectos y otros se fragmentan, pasando a ser hablas locales. De ello, que la principal característica del dialecto sea la “diferenciación”, pero una diferenciación pequeña, dado que, si fuese una gran diferenciación, se convertiría en lengua (27).

Seguidamente, intentaremos aclarar el significado de “variedad lingüística”. Para ello, debemos entender que, a la hora de hablar y escribir, la lengua y la comunicación pueden verse afectadas por diversas causas geográficas, históricas, socioculturales o situacionales. La variedad lingüística es el término que se refiere a la gran cantidad de usos que tiene una lengua según el contexto histórico, la situación comunicativa y el lugar en el que se encuentre un hablante (28).

Podemos distinguir cuatro tipos de variedades del habla: diatópicas, diacrónicas, diafásicas y diastráticas. En primer lugar, la variedad diatópica hace referencia a los límites geográficos en los que se habla un determinado dialecto, así puede ser habla regional o habla local. En España encontramos dos tipos de variedades diatópicas: las septentrionales, de las regiones del norte, cuya habla se asemeja más al castellano; y las meridionales, del sur de España, cuya fonética ha experimentado una mayor evolución. En segundo lugar, la variedad diacrónica alude a las características que presenta una lengua en diferentes etapas del tiempo histórico.

No es lo mismo el castellano del siglo XIX que el del siglo XXI. En tercer lugar, la variedad diafásica se refiere al nivel formal e informal (coloquial) de cada acto comunicativo, que está presente en todas las lenguas y dialectos. Por último, encontramos la variedad diastrática, que, corresponde al nivel cultural de la persona que la habla, así puede ser un habla: culta, coloquial o vulgar (29).

Debemos evitar la confusión de estas variedades lingüísticas, presentes en todas las lenguas y dialectos. No se puede atribuir, por ejemplo, el uso de la variedad diafásica informal al conjunto de una lengua o dialecto, como ha ocurrido con el andaluz, ya que todas las lenguas y dialectos son capaces de utilizar un nivel formal e informal para comunicarse.

Por lo que respecta a las hablas regionales, la Real Academia Española (2020) las define como un “sistema lingüístico de una comarca, localidad o colectividad, con rasgos propios dentro de otro sistema más extenso”, pero sin llegar a tener demasiadas diferencias generalizadas como para considerarse dialecto. De ello deducimos que un habla regional tiene características particulares de un territorio concreto, en disconformidad con el dialecto al que pertenece. Por último, cabe señalar que la gran mayoría de hablas regiones son de carácter oral; de ello que muchas hayan evolucionado o desaparecido. Pongamos por caso el leonés y aragonés.

Antiguamente, se podían considerar dialectos al castellano, leonés y aragonés. Ahora, el leonés y aragonés se han convertido en hablas regionales de España (30).

Dentro de las hablas regionales, encontramos dos subsistemas más: el habla local y el idiolecto. En primer lugar, el habla local se refiere a los matices representativos de pequeñas zonas geográficas (municipios, barrios, etcétera) dentro de un territorio concreto que también tiene su propia habla regional. (31).

En segundo lugar, según la Real Academia Española (RAE) (2020), un idiolecto es el “conjunto de rasgos propios de la forma de expresarse de un individuo”. Este término es la categoría última de la lengua; es decir, el sistema lingüístico propio de un individuo en concreto.

Existen grandes obstáculos para conocer el origen real del andaluz por varios motivos: la documentación que se ha perdido a lo largo de los tiempos sobre el romance andalusí que, por el hecho de estar elaborados con abecedario árabe, fueron destruidos tras la reconquista; la dificultad de la comprensión de los manuscritos aljamiados, que no reproducen las vocales; el peso que la ideología ha tenido a la hora de estudiar la historia lingüística; las discrepancias entre los historiadores, que con frecuencia plantean opiniones diferentes; la política española a lo largo de la historia, que siempre ha intentado unificar la lengua en toda España con el castellano como lengua “estándar” y “culta”; el pobre valor que el resto de España siempre ha dado al andaluz y sus prejuicios de “español incorrecto”; por último, el error de equiparar el término “castellano” y “español”. El mismo Diccionario Panhispánico de Dudas (2005), se refiere al castellano como dialecto del español hablado en el Reino de Castilla (Edad Media), por lo que no se debería utilizar para referirse a la lengua española en general (32).

Alí Manzano escribe sobre el “habla” andaluza: Creemos hablar la lengua española y cuando oímos a un andaluz o a un extremeño pensamos que ellos hablan un dialecto del español. Nada hay más falso. Tanto ellos como nosotros hablamos dialectos. Nadie habla la lengua española. Si un andaluz disimula su acento para adecuarse a nuestro acento, no ha pasado del dialecto a la lengua, sino que solo ha pasado de un dialecto a otro, ha pasado a otro  considerado de menos prestigio que el de mayor prestigio que parece entenderse como referencia. Las variedades sobre las que se considera la lengua común, estándar o culta, llegan a adquirir un prestigio que no proviene de consideraciones estrictamente gramaticales, sino de otras de claro cariz político y social. El basar una norma culta en un dialecto es un hecho puramente convencional desde el punto de vista gramatical y se explica por cuestiones de supremacía social, económica, militar, demográfica o política o de acuerdo dentro de una determinada comunidad lingüística. 

Defensa del Andaluz -Discurso de Jose Maria Perez Orozco sobre la defensa del andaluz y su forma de hablar. Realizado en la Universidad de Sevilla

 

https://www.youtube.com/watch?v=6-Hy2jwkSAo

La lengua estándar considerada correcta y ejemplar en una comunidad, nunca debería identificarse con el concepto de lengua abstracta que utilizan los lingüistas y gramáticos para darle una respetabilidad y objetividad científicas que no tiene en modo alguno. Los lingüistas deben ser los primeros en rebelarse contra este uso ideológico o político de los conceptos que utilizan en su quehacer científico (33).

Según Alí Manzano (2017), el prestigio y notoriedad de una lengua no tiene su origen en sus aspectos gramaticales, sino en circunstancias políticas y sociales de la historia: supremacía, superioridad militar, economía, política, sociedad o demografía.

Cuando se idealiza en una descripción lingüística y se habla, por ejemplo, de un hablante-oyente ideal localizado en una comunidad lingüística homogénea y a continuación se estudia únicamente una determinada variedad lingüística, que suele ser la lengua que se reconoce como estándar, se está privilegiando una variedad entre otras muchas y la descripción en su totalidad, por muy objetiva que sea, tiene un fundamento ideológico subyacente, que en modo alguno puede hacerla neutral, inatacable e inobjetable ideológicamente. La actividad de los gramáticos pasa así a estar al servicio del mantenimiento y valoración de una variedad concreta que se privilegia sobre las demás. Contra esta impresión, absolutamente falsa, tendrían que luchar denodadamente los lingüistas y gramáticos. Si no hay tantos estudios sobre variantes no estándar de una lengua se debe a ese mayor interés de los lingüistas y gramáticos por hacer respetable su objeto de estudio mediante el acercamiento casi exclusivo a la variedad lingüística que se considera más respetable y social y académicamente rentable. A partir de todo lo dicho, es palmario que la idea de que las variedades lingüísticas que no se adecuan a la lengua estándar son peores, se ha utilizado en muchas ocasiones para justificar el racismo.


Este empeño por el mantenimiento de la unidad de una lengua dominante con una amplia extensión geográfica no puede consistir en impedir y enmendar las variedades o dialectos de una lengua pues tal tarea es manifiestamente imposible: sería ir contra la naturaleza misma de la lengua. La idea de impedir que las variedades lleguen a constituirse como lenguas autónomas y distintas de la variedad estándar vale lo mismo, en las situaciones de dominio y sometimiento, que negar a las comunidades que las hablan su derecho a ver reconocida su variedad como un instrumento de comunicación y de cultura situado a estos efectos al mismo nivel que la variedad estándar. Esta nivelación, en las situaciones de desequilibrio, supondría arrebatar a esa variedad estándar una de sus parcelas de poder idiomático y cultural. Por ello, defender la unidad de una lengua dominante equivale de hecho, en muchas ocasiones (no necesariamente en todas), a defender la imposición de una variedad lingüística sobre las demás. Esto es de hecho así, porque hemos intentado demostrar que la lengua estándar no es más que una variedad lingüística entre otras; una variedad que ha visto privilegiada su situación por determinados factores de carácter extralingüístico (que nunca lingüísticos).

Las personas que han tenido acceso a la educación pueden conocer mejor la variedad lingüística estándar que las que no han podido acceder a ella. Que éstas hablen variedades lingüísticas no estándar no quiere decir que hablen peor o incorrectamente. Simplemente, hablan de distinta forma.

 Los dialectos andaluces se ven a veces como variedades corruptas, imperfectas y empobrecidas del español estándar, que deben estar ligados a éste y no deberían constituirse en lengua:

“Es perfectamente planteable considerar al andaluz como una variedad más “blanda, suave” que la castellana. Lo mismo que también es planteable que el andaluz deba seguir subordinado al español. Es decir, que la lengua andaluza, frente a lo que algunos exaltados predican, no deben romper amarras con el castellano e independizarse como lengua porque esto llevaría al andaluz a la situación absurda de fragmentarse en multitud de hablas (34).

Se piensa que el andaluz no debe acceder al estatus de lengua de cultura, porque se fragmentaría en multitud de hablas. Es la maldición que se suele pronunciar cuando se considera la posibilidad de que el estatus de una variedad como la lengua estándar de cultura pierda en todo o en parte su dominio sobre las demás.

El dilema se expone en toda su crudeza: o la subordinación incontestable e incuestionable de esa variedad a la estándar o la barbarie.

 Primero, hay que decir que, desde el punto de vista estrictamente lingüístico, los dialectos andaluces (cualquiera de ellos) son tan dignos y tan capaces de constituir la base de una lengua estándar como lo pudo ser en su día el dialecto castellano. Otra cosa muy distinta es la conveniencia o no de llevar a cabo esto. Pero no hay ningún criterio estrictamente lingüístico que hace imposible o impensable la creación de un estándar andaluz diferente del estándar basado en el dialecto castellano (35).


Pero es que aquí hay un hecho de historia de la lengua española que se obvia y que se resume perfectamente en el siguiente párrafo:

 “A pesar de que la corte se asentara en Valladolid y sobre todo en Madrid, la pronunciación del sur, principalmente la sevillana, no sólo se mantuvo, sino que se llevó a América, puesto que Sevilla era el centro de organización y gobierno de la colonización. Más que influencia entre andaluz y americano, se trata de que hoy día, si no se detalla más, hay dos pronunciaciones básicas, y una de ellas es la de España meridional y América. (…) Hay, pues, dos dialectos, en el siglo XV pero también hoy. (…) Sin embargo, el otro dialecto, el sevillano y americano, no sólo sigue siendo hablado (por un número nueve veces mayor de personas que el otro), sino que, si hay que aplicar el criterio de la literatura, ha producido verdaderas obras de arte verbales. En lugar de tener la lengua española el dialecto andaluz y el americano, ocurre que lo que se suele considerar como lengua resulta ser un dialecto, el castellano. Lo interesante, lo que hay detrás de considerar como lengua lo que es un dialecto, es la función social que cumple ese dialecto y cómo ha llegado a ella (36).

No hay, pues, ninguna justificación histórica para pensar que la variedad andaluza-americana deba seguir subordinada a la castellana, sino más bien para todo lo contrario. Pensar que el andaluz debe seguir subordinado a la norma estándar castellana si no quiere convertirse en un conglomerado de hablas es una postura claramente ideológica y no se puede entender más que desde una posición de hegemonía cultural, política y económica, nunca desde una postura estrictamente lingüística y gramatical.

La pregunta sobre si se va a fragmentar el inglés (o el español o el francés) en realidad oculta otra cuestión que pone de manifiesto mucho más a las claras su innegable trasfondo ideológico: ¿Conseguirán las otras variedades del inglés (del español o del francés) desbancar de su predominio cultural a la variedad que lo ha venido ejerciendo hasta ahora?

Para evitar esto es absolutamente necesario que esas variedades queden sistemáticamente fuera del estándar literario. La diferencia entre la variedad estándar literaria y las variedades habladas radica precisamente en esta exclusión.

Hay dos maneras en las que una lengua puede desaparecer. Una de ellas se puede conceptuar como lingüísticamente natural y se produce cuando las diversas variedades de una lengua se van diversificando paulatinamente y acaban convirtiéndose en lenguas diferenciadas. La lengua madre se disuelve en sus descendientes. Esto es lo que ha ocurrido con el latín y las lenguas románicas. Las lenguas, como todo en la vida, tienen un comienzo y un fin y el español, si no desaparece por alguna catástrofe, se irá diversificando y acabará convirtiéndose en lenguas diferentes, como ocurrió con el latín. Nada hay eterno en este mundo y las lenguas son de este mundo. Hay otras maneras en las que puede morir una lengua, dialecto o variedad: por una catástrofe natural o provocada por el hombre, pueden desaparecer de golpe los hablantes que la usaban, o por cuestiones de dominio cultural y de menosprecio, inducido de la lengua propia, los mismos hablantes pueden dejar de transmitírsela a sus hijos y, como ya hemos observado anteriormente, las lenguas que no se transmiten de generación en generación se mueren irremediablemente. Estos modos de muerte de las lenguas no son lingüísticamente naturales y, desde luego, pueden evitarse en mayor o menor medida. Lo importante es tener en cuenta que, de no ser por estos factores sustancialmente extralingüísticos, las lenguas sólo morirían del modo natural”. (37)

Según Miguel Heredia Jiménez (38), el andaluz no es una lengua nueva, ni procede del árabe, sino que lleva existiendo desde antes de la invasión musulmana de Al-Ándalus. Antes, el castellano, leonés y aragonés tenían la misma validez e importancia como dialectos del latín. Sin embargo, con el paso del tiempo y por circunstancias históricas, el castellano se impuso al resto (aragonés y leonés) y eliminó otras (mozárabe y riojano). Poco a poco, el castellano se consideró lengua y se empezó a utilizar como método de comunicación en todo el territorio español (39).

El andaluz es una lengua romance que procede del latín vulgar de los colonizadores romanos. El Imperio Romano conquistó gran parte de los territorios del Mediterráneo e implantó su idioma (el latín) como lengua de comunicación en el Imperio. Tras la fragmentación del Imperio Romano (de Occidente y Oriente), el latín dio lugar a numerosos dialectos que más tarde se convirtieron en lenguas. Podemos destacar principalmente dos grandes territorios en los que se dividió este imperio: occidente y oriente. En ese momento, en España se hablaba una especie de latín clásico con influencias prerromanas. Justo después, distintas tribus germánicas invadieron España. Los visigodos fueron la tribu que consiguieron el poder de la Península Ibérica. Este pueblo se adaptó a la cultura existente y decidieron no imponer su lengua al territorio; por lo que no dejaron una importante huella en nuestro idioma.

Los más influyentes, sin embargo, fueron los árabes, que invadieron España y crearon su propio territorio, Al-Ándalus. El árabe era una lengua muy prestigiosa y se impuso en toda la península, aunque en algunos lugares se mezcló con la anterior lengua romance y dio lugar al dialecto mozárabe. Durante la época musulmana en España, se creó una lengua criolla en Andalucía (Al-Ándalus); solo una pequeña franja en el norte (no conquistada) mantuvo su lengua romance, que también evolucionó a partir del latín medieval (40)

Asimismo, el árabe vulgar que se hablaba se transformó en la lengua aljamiada. Muchos de sus rasgos pueden observarse en el habla andaluza actual (41).

Las Glosas Emilianenses
Los primeros vestigios de la existencia de una lengua parecida al castellano lo encontramos en las Glosas Emilianenses y Glosas Silenses del siglo X. Las primeras obras literarias en castellano se escribieron en el siglo XI y XII: El cantar de mío Cid (anónimo) y Los milagros de nuestra señora (Gonzalo de Berceo). Posteriormente (siglo X), el norte cristiano (con la lengua gallega, leonesa, castellana, aragonesa y catalana) comenzó la reconquista de la península. Sin embargo, el reino más poderoso y que lideró la reconquista fue Castilla. En la Edad Media (XV), la situación lingüística de “España” era la siguiente: el gallego, portugués (procedente del gallego), castellano aragonés, leonés, catalán (que llega a Valencia y las Islas Baleares), árabe y vasco (lengua prerromana). El reino de Castilla impuso su lengua, religión y cultura a los ciudadanos de los territorios reconquistados para conseguir un reino poderoso y homogéneo. En consecuencia, el castellano (considerada como la lengua culta de la Corte) y el catolicismo se extendieron hacia el sur (incluida Canarias, conquistada en el siglo XIV por tropas provenientes del puerto de Sevilla). Como consecuencia, el vasco y el catalán resistieron la imposición del castellano; el árabe desapareció; y el leonés y aragonés disminuyeron su presencia hasta convertirse en meros dialectos (42).

En el próximo siglo (Renacimiento), la situación lingüística y territorial cambió, el hoy territorio lusohablante se independizó, dando lugar a la fragmentación de la península entre Portugal y España. En el territorio español, el catalán, vasco, gallego y castellano continuaron existiendo; y dentro de estas lenguas, se empezaron a crear diversos dialectos y variedades lingüísticas.

La reconquista suscitó que el castellano y andaluz se uniesen, de tal forma que una gran cantidad de palabras de origen árabe se incluyeron el alfabeto castellano (43).

El andaluz, lengua criolla procedente del latín vulgar, con diversas influencias (aljamiada, mozárabe, latina y castellana) comenzó a evolucionar hasta convertirse en lo que actualmente conocemos como andaluz. En esta época, también destaca la colonización española que provocó la expansión del español más allá de Europa. Cabe destacar que Sevilla fue la sede del gobierno colonizador y la pronunciación sevillana fue la que se llevó a América (44)

A partir de ese momento, el castellano se “hace poderoso” y comienza a “barajarse la idea” de convertirse en lengua oficial de España. Este proceso de asimilación se ultimará con la implantación de la ortografía, diccionarios y gramáticas del castellano en el siglo XVIII.

Por lo tanto la variedad andaluza como la conocemos hoy en día apareció a finales del medievo. Esta transformación se generó principalmente por la salida de los musulmanes de Al-Ándalus y la llegada de nuevos habitantes a sus tierras (siglo XIII-XIV). La repoblación de Andalucía fue muy heterogénea, principalmente con castellanoparlantes, leoneses, extremeños (esencialmente) y gallegos. Las primeras señales de la creación de una variedad lingüística en Andalucía se percibieron a comienzos del siglo XVI, cuyos rasgos principales eran el ceceo y el seseo. Sin embargo, hasta mediados del XV no se empezó a hablar de la identidad lingüística andaluza (45).

El dialecto andaluz ha cambiado a lo largo de las últimas décadas debido a la mezcla con el castellano y a influencias extranjeras. Algunos autores sostienen que, si no se realiza un  esfuerzo por mantener los rasgos característicos del andaluz, puede que desaparezca en un  futuro (46).

Existen muchas dudas, confusiones y flaquezas acerca de la definición del “andaluz”. Los propios lingüistas no se ponen de acuerdo. ¿Se considera una lengua, un dialecto, una variedad lingüística, un habla regional o un habla local? Intentaremos responder a esta pregunta en los siguientes párrafos según el estudio de diferentes visiones al respecto.

En primer lugar, algunos autores, como Heredia Jiménez (2018) afirman que el andaluz es un idioma. Se basan en que el andaluz se diferencia en gran medida del castellano en el ámbito léxico, morfológico y gramatical; y defienden que el único aspecto que tienen en común es la lengua histórica de la que provienen, el latín. Asimismo, sostienen que el andaluz tiene una gran cantidad de palabras propias, que son muy diferentes a sus equivalencias castellanas o que simplemente no existen en castellano; que tiene sonidos propios y un alfabeto único con unas veinticinco vocales y siete consonantes; que no utiliza las mismas normas ortográficas que el castellano; que los verbos y palabras se conjugan y declinan de manera diferente; y que los andaluces no pueden escribir con los signos gráficos castellanos que nos han impuesto, de manera que, por ahora, el andaluz solo existe en la comunicación oral.

Otros autores, como Manuel Alvar, consideran al andaluz como un dialecto, ya que proviene de una lengua histórica común a otros dialectos, el castellano histórico, y, por tanto, se considera su variante (47).

Alvar define el término dialecto como “un sistema de signos desgajado de una lengua común, viva o desaparecida; normalmente con una concreta limitación geográfica, pero sin una fuerte diferenciación frente a otras de origen común”. Según él, el español es “la lengua abstracta que todos aceptan y que ninguno habla”.

Aunque con frecuencia escuchemos referirse al español y al castellano como sinónimos, la realidad es que son diferentes (48).

La anterior afirmación de Manuel Alvar implica que ni el andaluz, ni el castellano son lenguas, sino dialectos del español. La RAE también los define de manera distinta. El español es la “lengua romance que se habla en España, gran parte de América, Filipinas, Guinea Ecuatorial y otros lugares del mundo”, mientras que el castellano es un “dialecto romance originario de Castilla, del que fundamentalmente proviene el español” o una “variedad del español que se habla en la parte norte de los territorios del antiguo reino de Castilla”. Por otra parte, define andaluz como una “variedad del español que se habla en Andalucía” (RAE, 2020). Por ello, el castellano podría considerarse tan dialecto como el andaluz. Asimismo, el canario, extremeño, murciano, judeo-español y español de América también podrían considerarse dialectos (49)

Por último, otros escritores, como José Mondéjar, consideran que el andaluz es un habla y no un dialecto. Defienden que el andaluz no tiene estructuras sintácticas propias, alteraciones verbales o nominales (sustantivos, pronombres y adjetivos), ni un vocabulario propio que obstaculice la comprensión del resto de hispanohablantes (50).

Estas son las tres principales visiones acerca del andaluz. En cierto sentido, estamos de acuerdo con Miguel Heredia Jiménez (2018) en que el andaluz solo existe en el lenguaje oral.

Está científicamente probado que primero se inventó la lengua y luego la escritura. Asimismo, la lengua oral es dinámica y la lengua escrita no es estática, que evoluciona gracias a los cambios de la lengua oral, con la que nos comunicamos diariamente. De lo contrario, seguiríamos hablando latín u otras lenguas. Por ello, el andaluz solo existe, por ahora, de manera oral. Sin embargo, no estamos de acuerdo con Miguel Heredia en que el andaluz es una lengua. El hecho de no tener nivelación en sus territorios impide su condición de idioma (51).

Otro de los motivos por el que el andaluz no debe considerarse como una lengua es porque no tiene su propia ortografía, gramática y literatura. Aunque han existido varios intentos para conseguir una ortografía y gramática oficiales, nunca llegaron a aprobarse. El último intento comenzó a prepararse a lo largo de la II República, pero el comienzo de la Guerra Civil Española impidió su logro. En cuanto a la literatura, sí que se han publicado obras literarias en andaluz, como El esquilaor y Los entremeses de los Hermanos Álvarez Quintero, pero no han llegado a tener un gran reconocimiento en mundo literario español (52).

Asimismo, su diferencia no es tan importante como para considerarse lengua. De la misma manera, tampoco estamos de acuerdo con Cenamme en que el andaluz debe considerarse como un habla, porque sí que existen ciertas diferencias con el resto de los dialectos y hablas de la comunidad hispanohablante. En concreto, los andalucismos; es decir, el vocabulario propio de Andalucía, que puede dificultar su comprensión por parte de otros hispanohablantes.

En definitiva, consideramos al andaluz como un dialecto debido a su ligera diferenciación de la lengua común (en sus estructuras fonético-fonemáticas y modosintácticas); la existencia de una limitación geográfica (aunque este no es rasgo indispensable y también existen rasgos fuera de Andalucía, como en Murcia, Extremadura y Canarias); y la heterogeneidad lingüística de su territorio, propio de los dialectos. Aunque muchos rasgos sean comunes a todo el territorio andaluz, muchas zonas presentan variedades y rasgos propios. El ceceo, seseo y la distinción de la s no tienen lugar en todo el territorio. De ello que sea fácil distinguir a un sevillano, de un malagueño o un almeriense, por ejemplo (53). Por ello, nos referiremos al andaluz como dialecto andaluz.

Características del andaluz, en sus diferentes rasgos no son comunes a todas las regiones de Andalucía. Cada lugar tiene sus propias peculiaridades que los hace diferentes.

Habla andaluza: la identidad lingüística de Andalucía. El programa "Habla andaluza" (2009) trata a fondo el habla en Andalucía, y analiza a partir de la publicación de "La identidad lingüística de Andalucía", las características de la forma de hablar del andaluz, ofreciendo algunas conclusiones que determinan la forma de expresión andaluza. Se incluyen declaraciones de los catedráticos de Lengua Española de la Universidad de Sevilla, D. Rafael Cano y D. Antonio Narbona, también coordinador de la publicación.


https://www.youtube.com/watch?v=wcSZ8AX0lPs
  

Uno de los mayores errores del resto de hispanohablantes es el hecho de generalizar todos los rasgos siguientes al conjunto de Andalucía. A continuación, nombraremos aquellas características que distinguen principalmente al dialecto andaluz (54):

1.-El ceceo y el seseo: el primero se produce principalmente en las zonas del sur de Andalucía, como Cádiz (salvo Cádiz capital) y el sur de Sevilla, Huelva, Granada y Almería (zonas que podrían considerarse más meridionales). Sin embargo, el seseo tiene lugar principalmente en el norte de Almería, Granada, Huelva, Sevilla, así como la provincia de Córdoba y Jaén. La pronunciación de la s en estas zonas es predorsodental o coronal plana, mientras que la s castellana es apicoalveolar. Pongamos por ejemplo la palabra “cansancio”: en las zonas ceceantes se pronunciaría como “canzanzio”, mientras que las zonas seseantes dirían “cansansio”. Cabe señalar que los barcos que partían hacia América en la época colonizadora eran sevillanos; de ahí que en América Latina y Canarias predomine el seseo. 

2.- La aspiración de la s final de las sílabas: se refiere a la expulsión de aire detrás de las consonantes finales para expresar el plural de las palabras (55)

Este rasgo tiene lugar principalmente en la zona occidental, mientras que la zona oriental de Andalucía suele diferenciar el plural del singular a través de la apertura o alargamiento de la última vocal de la palabra. Pongamos por caso “los zapatos”, que en Andalucía se pronuncia como “loh sapatoh” o “loh zapatoh”. 

3.-La pérdida de la d intervocálica: se manifiesta sobre todo en el participio de los verbos. Por ejemplo, los términos castellanos “comido” o “aprendido” se pronunciarían como “comío” o “aprendío”. Este rasgo suele darse en toda la región andaluza.

4.- Omisión de las consonantes finales: suele ocurrir en casi toda Andalucía. Entre otros, podemos citar las palabras “cantar”, “cristal” o “humildad”, que se pronunciarían como “cantá”, “cristá” o “humildá”. 

 

5.- Omisión de la preposición “de”: en muchos casos se elimina. Por ejemplo, cuando una persona que quiere decir “casa de Pablo” dice “casa Pablo”.

6.- La neutralización de l y r implosivas: suele ser muy representativa en el canto flamenco. Esta música perdería todo su encanto y sentimiento si no se pronunciase así (56).

A modo de ejemplo: la palabra castellana “alto” se convertiría en “arto”, “albóndiga” en “arbóndiga”, “alcalde” en “arcarde” o “alma” en arma. Asimismo, esta peculiaridad también suele producirse en la pronunciación de los artículos. Por ejemplo: “el mes de agosto” se diría como “er mé de agohto”; “el hermano” como “l’ermano”; y “en el horno” como “nel’orno”, donde podemos observar el fenómeno de la ligación de las palabras, que también ocurre en otras lenguas (57) .

7.- La aspiración de la j (sonido velar fricativo sordo): que suena como h aspirada. Suele ser muy frecuente en Andalucía Occidental, Canarias y América Latina (58).

Por ejemplo, “jarra” se pronunciaría como “harra”; y “gente” como “hente” (también ocurre con la g).

 

8.- La ch aflojada: consiste en la pronunciación de ch como sh. Suele ocurrir en la zona occidental de Andalucía. A modo de ejemplo, encontramos la palabra “noche” que se pronunciaría como “noshe”. Sin embargo, no es un rasgo mayoritario y se produce en muy pocos casos.

 9.- Adición de artículos a nombres propios: tales como “la Rosa”, “el Antonio” o “la Carmen”, suele ocurrir en el conjunto de Andalucía.

10.- La correcta utilización de los pronombres le, la, lo, les, las y los: En Andalucía, no tienen lugar los fenómenos del leísmo, laísmo y loísmo, tan característicos del centro de España. No confundimos el complemento directo femenino, masculino y neutro del complemento indirecto. Esta peculiaridad andaluza es una de las razones por las que el andaluz tiene una buena aplicación de la gramática.

11.- Andalucismos: Consideramos que el rasgo más llamativo de Andalucía es su vocabulario. El léxico andaluz tiene importantes influencias de las civilizaciones que han pasado por sus territorios. Todos esos pueblos han dejado su legado en las palabras que actualmente se utilizan en Andalucía. Estos términos se denominan “andalucismos”. Una gran cantidad de estos vocablos han sido incluidos en los diccionarios de la Real Academia Española, indicando su tipo (fonético, morfológico o semántico) y procedencia exacta de tal manera que no se generalice la procedencia de  estos términos.

A lo largo de los años, se ha desprestigiado el andaluz en todos los medios de comunicación posible. Algunos autores sostienen que la libertad lingüística está aumentando y que muchas personas están reivindicando su dialecto en público, como lo han hecho María Teresa Campos y Paz Padilla, ambas presentadoras de televisión. Sin embargo, no es suficiente, aún queda un largo camino por recorrer. Todavía nos seguimos sorprendiendo al escuchar presentadores o personajes que tienen rasgos marcados de algún dialecto español (59).

Asimismo, los medios de comunicación actuales siguen utilizando el dialecto andaluz para representar a personajes cómicos en los programas televisivos, en las redes sociales, en internet, en la radio y en los libros. Se ha divulgado la falsa creencia de que el dialecto andaluz es inferior al dialecto castellano. Se ha utilizado al andaluz como sinónimo de inculto, analfabeto, vándalo, pobre, etc. (60).

Asimismo, hemos encontrado más casos de políticos que deshonran el dialecto andaluz. En 1976, Jordi Pujol (expresidente de la Generalitat) publicó el libro La inmigración, problema y esperanza de Cataluña. En él, Pujol definía a los andaluces como incoherentes, anárquicos, destruidos, poco hechos, ignorantes e incultos. Más tarde, en 2011, Ana Mato manifestó: «los niños andaluces son prácticamente analfabetos», pero las críticas que recibió consiguieron que se disculpara. También, Duran i Lleida insinuó que los andaluces reciben el dinero que los catalanes le dan al Estado y que lo utilizan para estar todo el día bebiendo en el bar. Artur Mas también manifestó que a algunos niños no se les entiende, refiriéndose a los andaluces. Montserrat Nebrera también ofendió a los andaluces cuando comentó que el acento de Magdalena Álvares (de Málaga) le parecía «un chiste». Como consecuencia, Nebrera tuvo que dejar su puesto. Juan Soler (del PP) también comentó que la candidata Trinidad Jiménez (del PSOE) no era apta porque le falta acento madrileño y que estaría mejor en Andalucía. Hemos observado que en política siempre se difunde el mismo mensaje: que los andaluces son vagos, incultos e irresponsables (61).

 

También se han criticado a una gran cantidad de políticos que utilizan su dialecto andaluz para comunicarse. Del mismo modo, los propios periodistas e informadores andaluces reniegan de su dialecto. Muchos tienden a reducir sus rasgos andaluces en televisión, utilizando una mezcla andaluza-norteña, que carece de toda naturalidad y coherencia (62).

Por consiguiente, analizaremos más adelante diferentes casos del andaluz en los medios de comunicación.

Aunque hayan existido numerosas propuestas e intentos de reivindicar el dialecto andaluz, nunca han tenido el éxito deseado. Desde el origen del andaluz tal y como lo conocemos hoy en día (Edad Media), diversos escritores andaluces escribieron con palabras y ortografía propias del andaluz hasta que la gramática castellana se impuso al conjunto español.

Del siglo pasado destacamos el intento republicano de conseguir una ortografía y gramática oficial andaluza, que fue descartada tras el comienzo de la Guerra Civil Española. De la misma manera, destacamos algunas publicaciones literarias recientes realizadas en un supuesto alfabeto andaluz, según el parecer de cada autor.

Algunos ejemplos de obras literarias los encontramos en El esquilaor (1889) de Federico Montañés, El amor brujo de Gregorio Martínez Sierra (1915), La vida breve (1913) de Carlos Fernández-Shaw, Poesías andaluzas (1853) de Tomás Rodríguez Rubí, El leñaor de Álvarez de Sotomayor, Los entremeses (1889-1900) de los Hermanos Álvarez Quintero, y más recientemente, La puñalá (2001) de Antonio Onetti y Er prinzipito de Juan Porras (2017) publicado por el dirigente del Sindicato Andaluz de Trabajadores. Todas estas obras han resultado muy polémicas en el mundo literario por el hecho de fomentar un dialecto considerado, por muchos, inferior (63).

Asimismo, el Diccionario de la Real Academia (DRAE) ha incluido una gran cantidad de andalucismos entre sus términos, lo que ha aumentado el valor general del andaluz. Gracias a diversos académicos, como Ramón Menéndez Pidal, que promovieron la inclusión de términos dialectales en los diccionarios de tal manera que sean lo más completos y reales posibles. Según el mayor o menor uso de estas palabras o expresiones, se han incluido o retirado vocablos en las continuas ediciones del DRAE. La mayoría de los términos que se han incluido son léxicos, pero también se han agregado andalucismos fonéticos, morfológicos y semánticos (64).

Por otra parte, destacamos las propuestas de la colectividad EPA (Er Prinçipito Andalûh) que promueven la educación y la cultura andaluzas. Uno de sus proyectos más ambiciosos ha sido la creación de un traductor en línea gratuito de castellano a andaluz.

Asimismo, han formulado una propuesta de ortografía andaluza con 10 vocales y 17 consonantes (La Vanguardia, 2019). La Asociación Andaluza de la Lengua también se creó para promover la dignidad del andaluz y terminar con las burlas que se tienen hacia nuestro dialecto. También se han creado diversos organismos, como el Centro de Estudios Andaluces de la Consejería de la Presidencia, Administración Pública e Interior de la Junta de Andalucía, que trata de fomentar la investigación sobre la sociedad, economía y cultura andaluzas (65).

Sin embargo, a pesar de todos estos esfuerzos, no se ha conseguido dignificar el dialecto andaluz. Consideramos que, si el resto de España no decide aceptar que todos los dialectos y hablas tienen la misma validez, nunca se conseguirá acabar con la discriminación, los estereotipos y tópicos del andaluz. El resto de España, incluido el gobierno español, deberían fomentar la diversidad y dignidad de todos los dialectos españoles en sus actos. De esta forma, el dialecto andaluz conseguiría el lugar que se merece en la sociedad española. 

 
Según las encuestas realizadas por Xavier Coller (2014) (66), los eruditos piensan que la identidad andaluza se basa en su territorio, clima, influencias históricas, dialecto, costumbres, cultura, celebraciones y personalidad extrovertida. Sin embargo, consideramos que la identidad andaluza se encuentra principalmente en su dialecto y su vocabulario. De acuerdo con Miguel Heredia Jiménez (2018) (67), el vocabulario y la lengua utilizados en la vida diaria es lo que aporta identidad a un pueblo. Andalucía tiene una riqueza léxica hablada impresionante, determinante para su identidad dialectal. Los andaluces tienen una gran capacidad para la creación de neologismos y, a lo largo de los años, han creado una gran cantidad de palabras para comunicarse; incluso podríamos decir que, en la actualidad, si no encuentran un término adecuado en el acto comunicativo, se inventan palabras al instante (68).

De estos resultados, observamos que la mayoría de la población española (tanto andaluces, como no andaluces) está de acuerdo en que existe una identidad andaluza, en que los andaluces se sienten orgullos de su manera de comunicarse y de formar parte del conjunto andaluz. Por ello, concluimos que los andaluces están orgullosos de su tierra, historia, cultura y forma de comunicarse. Son patriotas y adoran su bandera, que siempre alzan muy alto cada 28 de febrero (69).

Uno de los problemas por los que el andaluz se ha considerado inferior es la consideración de la existencia de un “español estándar”. Esta creencia existe desde mediados del siglo XV cuando Nebrija fue criticado por desarrollar la gramática de una lengua superior y culta, el castellano, que no era la que él utilizaba, el andaluz. Dado que los reyes, tras la reconquista española, utilizaban el castellano, intentaron imponer esta lengua a todo el territorio español. Más tarde, cuando se decidió sobre la existencia de un “español estándar”, no se admitieron todas las variedades y dialectos, sino que se utilizó la variedad del centronorte de España como “español estándar”, mientras que las características meridionales (incluida Andalucía) quedaron apartadas. Por ello, se ha considerado que el mejor español procede de la zona de Valladolid. Sin embargo, el hecho de que el “castellano” se haya considerado como lengua superior, como observamos, procede de motivos “extralingüísticos” y nunca relacionados con la lengua. Por ello, el andaluz debería considerarse lingüísticamente correcto (70). 


Por otra parte, en cuanto a la definición de “español estándar”, no existe ninguna regla oficial que especifique el significado de este término, pero muchos autores han intentado definirlo. Lewandowski (71) define “lengua estándar” como: “lengua que una comunidad de hablantes legitima y regulariza por encima de otros dialectos y hablas para ser enseñada y utilizada como medio de comunicación principal”. Otros autores defienden que se trata de una variedad de la lengua más extensa y abstracta, empleada fundamentalmente en la escritura, en la enseñanza del idioma a extranjeros, en situaciones formales y en conversaciones con hablantes de otros dialectos (72)

Esto nos muestra que el “español estándar” es un dialecto como otro cualquiera, pero que, por razones extralingüísticas se ha impuesto sobre los demás. El castellano de Castilla, andaluz, murciano, extremeño, canario, aragonés, leonés, etcétera son todos dialectos o variedades del español y todos han legitimado su variedad específica para comunicarse entre ellos (73).

Asimismo, ¿qué entendemos por “hablar correctamente”? Según la mayoría de lingüistas, “hablar bien” significa “saber adaptarse al acto comunicativo, de manera que los receptores entiendan el mensaje emitido” (74).

En ese sentido, los andaluces saben adaptarse a cada contexto y saben hacerse entender; por ello, el andaluz es tan correcto como cualquier otro dialecto. Además, la definición de “español estándar” es tan ambigua que resulta complicado la enseñanza de un dialecto que ni siquiera existe (75).

Como conclusión, no existe un acento neutro. Todos los españoles tienen un acento y unos rasgos lingüísticos específicos. El castellano “neutro” también es un dialecto que, por casualidades de la historia, se ha considerado como dialecto superior. Sin embargo, los hablantes de Castilla no hablan mejor que el resto de los hispanohablantes. Ellos también cometen errores gramaticales, al igual que el resto de hablantes. A modo de ejemplo, en Castilla muchas veces confunden los verbos “caer”, “tirar”, “dejar” y “quedar”; aspiran las s; e incurren en laísmos y leísmos. Es decir, también infringen las normas establecidas, pero no deberían considerarse “errores”, pues son rasgos propios de su dialecto. Asimismo, las normas del castellano no han sido siempre estáticas, sino que han ido cambiando a lo largo del tiempo según el uso de sus hablantes en la lengua oral. La lingüística de los andaluces, por su lado, ha evolucionado de manera diferente, pero nunca ha sido trasladada a la lengua escrita. No se ha creado una gramática sobre la lengua andaluza, ni un diccionario oficial. Asimismo, la imposición de un dialecto ocasiona la pérdida de otros. Por ello, España no debería permitir la desaparición de la gran riqueza de lenguas, dialectos, variedades lingüísticas y hablas que tiene, sino fomentarlas (76).

 

El andaluz, al igual que el castellano y otros idiomas que han conseguido la calidad de lengua, proceden del latín. El andaluz, en concreto, también ha tenido influencias léxicas del árabe, persa, inglés, francés, alemán y neerlandés. Hemos observado que Andalucía tiene un carácter conservador en su vocabulario y continúan utilizando significados que en otros lugares ya no se utilizan o han evolucionado. Una lengua evoluciona lentamente de acuerdo con los cambios políticos, geográficos y culturales de su comunidad de hablantes. En ese sentido, el andaluz sigue utilizando formas arcaicas cultas procedentes del latín, lo que quiere decir que el andaluz ha experimentado una evolución diferente y no tan acelerada del idioma (77).

A modo de ejemplo, el diminutivo en andaluz se forma con los sufijos “-illo” e “-illa”. Ambas partículas provienen de los artículos latinos ille e illa que dieron lugar a los artículos castellanos “él” y “ella”. Sin embargo, el andaluz continuó usando esos artículos dentro de sus términos para crear los diminutivos de las palabras; así como para referirnos a las personas.

Ejemplos: diminutivo de “chico” es “chiquillo”; diminutivo de “chica” es “chiquilla” (78). 

Asimismo, el término andaluz “parí”, considerado como una palabra vulgar por el castellano, proviene del latín parere, y el término preñá (embarazada) procede del latín pegnare; mientras que el término “embarazar” procede del francés embarrasé, que quiere decir “avergonzado” (79)

En cuanto al ceceo y seseo, tan característicos de Andalucía, ambos proceden de la evolución del latín al castellano medieval y, más tarde, al castellano actual. En la Edad Media, el castellano utilizaba un sonido dental sordo (caçar y cenar) y un sonido dental sonoro (dezir y enzía); así como un sonido alveolar sonoro (casa y rosa) y un sonido alveolar sordo (ser y passar). Con el transcurso del tiempo, estos sonidos desaparecieron o se suavizaron. Entre el siglo XII y XVI aproximadamente, la s y z se empezaron a confundir en todo el territorio. Pero a partir del siglo XVI, estos sonidos se empezaron a diferenciar en algunas zonas de España. De la zona centro hacia arriba, se mantuvieron y diferenciaron los dos sonidos; pero, en Andalucía no ocurrió lo mismo. Los andaluces no distinguieron las dentales y alveolares, y el ceceo y seseo ha llegado hasta nuestros días (80). 

Como prueba de esta evolución diferente, destacamos la semejanza que tiene el andaluz con otras lenguas (italiano, francés y portugués) procedentes de la misma lengua histórica, el latín. Algunos ejemplos son los siguientes (81)

• “En el horno”: en Italia se pronuncia nel’orno, al igual que en Andalucía.

• “Himno”: en Italia se pronuncia como înno, al igual que en andaluz.

• “Madre”: proviene de la palabra mater, del latín oral e informal. Con la evolución al castellano, la t se debilitó y se convirtió en d; de ahí que la palabra utilizada en castellano sea madre. Sin embargo, el andaluz utiliza la palabra máe o máre para referirse al mismo concepto. Este término desciende del latín culto, en la que tanto la r como la t se debilitan. Otros idiomas, utilizan palabras muy parecidas. El portugués, se utiliza mãe con a nasal. El francés tiene la palabra mère; y el catalán, mare, muy parecido al andaluz máre.

• “Padre”: ocurre lo mismo que con la palabra “madre”. “Padre” proviene del latín pater o patre. En castellano, dio lugar a padre; mientras que el francés originó el término père; el portugués y el gallego, pai; el catalán, pare; y el andaluz, páe o páre.

• Bolsa: tiene su origen en la palabra latina bursa. Mientras que en castellano derivó en bolsa; en italiano y andaluz conservaron la r y cambiaron la u por una o, de bursa a borsa. Sin embargo, el significado no es el mismo en ambos lugares. En Italia, borsa significa bolso; mientras que en andaluz significa bolsa (de supermercado).

Otras palabras, muy parecidas a otros idiomas son: la palabra castellana “isla”, que en portugués es ilha y en andaluz es îlha; la palabra castellana “desplazar”, que en francés se pronuncia como deplacé y en andaluz deplazá; la palabra castellana “sentir”, que en francés se pronuncia como sentí y en andaluz se pronuncia también sentí; o el término castellano “yo”, que en italiano es io, en rumano y portugués es eu y en andaluz se pronuncia muchas veces como ió.

Andalucía no es una tierra de analfabetos. En esta comunidad existen las mismas oportunidades que en el resto de comunidades. Es cierto que en el siglo XX Andalucía era una región muy pobre, con una tasa de alfabetización muy baja, pero esa situación ha cambiado.

Ahora, los jóvenes andaluces reciben la misma educación que en el resto de España y deciden formarse en lo que más les gusta, como todos. En cuanto al tópico de que en Andalucía somos unos analfabetos, queremos mencionar que en Andalucía no existen errores gramaticales como el leísmo, laísmo y loísmo, propios de la zona central de España, incluida Castilla. En Andalucía se identifica correctamente el complemento directo e indirecto. De hecho, importantes figuras, como Manuel Machado y Gonzalo Torrente Ballester han señalado que el mejor castellano es el que se habla en Andalucía, al menos atendiendo a la gramática (82).

Asimismo, hemos notado que, cuando los castellanoparlantes intentan imitar a un andaluz, siempre tienden a omitir la s final de una manera exagerada y poco realista. Estas personas no comprenden que el dialecto andaluz no suprime, ni olvida nada, sino que sustituye; en este caso, lo que hacen los andaluces es aspirar la s final (83)

Por otra parte, queremos mencionar que los andaluces no hablan como escriben. La comunicación oral y escrita no tienen por qué ser exactas, entre ellas existen grandes diferencias. Este fenómeno también ocurre con una gran cantidad de lenguas, como el francés, el inglés o el alemán que tampoco pronuncian todas las letras de sus palabras escritas (84).

El andaluz tiene una gran riqueza léxica, con palabras propias y términos arcaicos que ya no se utilizan en el resto de España. Es decir, tenemos palabras para significados que en el resto de dialectos del español no existen y creamos nuevas palabras para poder expresar todo lo que queremos decir (85).

Hemos recogido algunos ejemplos de estos “andalucismos” de diferentes regiones de Andalucía, así como sus posibles significados en “castellano”. Destacamos los siguientes: cabetes (cordones de los zapatos), malafondinga (persona desagradable), trepar (tirar), grailla (escalón a la entrada de una casa), flama (muy guay), pexá (mucho), sebaura (rozadura), leja (balda/estante), tranco (escalón de la entrada de una casa), azafate (barreño), parella (trapo), sierso (sin gracia), “¡qué coraje!” (¡qué rabia!), apollardao (atontado), bulla (prisa), encartar (viene bien), malafollá (alguien que está de mal humor), pizco (mota), patochá (tontería), lacio (sin gracia o tonto), apalancao (sin ganas de moverse), chominá (tontería), abarrotado (lleno), pillapelos (horquilla), burrá (montón), revenío (alimento pasado), pitijuela (persona pequeña que no cuenta como participante en el juego), fullero (tramposo), fiso (cinta adhesiva), jarana (fiesta), lache (vergüenza ajena), apalpadica (lenta), manifecera (torpe), visperda (malintencionada), damasco (albaricoque), sarcillo (pendiente), citrato (regaliz rojo), zangalitron (muchacho joven), arresío (que tiene mucho frío), cochambroso (sucio), escamondar (hacer las cosas de casa), remear (imitar para burlarse), miaja (trozo de pan), acarajotao (empanao), jarmaso (porrazo), chominoso (persona que dice tonterías), insorrible (tacaño), adrede (a cosa hecha), pajo (pringado), aljofifa (fregona), empercharse o emperchao (acoplarse a un grupo con el que no se tiene relación aparente), pelúa (frío), malaje (persona mala), enagüillas (falda de la mesa) y cancarrulla (dirigir mediante un espejo los rayos de sol hacia una persona o cosa).

Los andaluces crecen pensando que su manera de comunicarse es inferior al resto de españoles. Desde pequeños, nos enseñan que debemos intentar comunicarnos con un habla superior, el “español neutro” o “español estándar”, basado en las características del habla del centro-norte de España. Desde la Edad Media se ha desprestigiado al andaluz por el hecho de que no tratarse de la lengua hablada en la Corte de Castilla (86).

Desde entonces, se han difundido falsos estereotipos sobre el andaluz que describen a los habitantes de este territorio como incultos, vagos, graciosos, analfabetos, pobres e incomprensibles (87).

Los medios de comunicación en general (foros, redes sociales, noticias, películas, series, programas de televisión, radio, libros y personajes influyentes) son los principales responsables de la divulgación de estas falsas creencias sobre el andaluz. Algunos ejemplos los encontramos en las series Médico de familia, Aquí no hay quien viva, La vuelta al mundo de Willy Fog, El ministerio del tiempo y Fruitis; el programa de televisión Todo va bien de Cuatro; o la película de Ocho apellidos vascos. Estos tópicos perjudican a los andaluces en diferentes aspectos de su vida, como su dignidad y su acceso al trabajo. Asimismo, muchos andaluces han optado por adaptar su acento a uno más neutro para evitar ser rechazados. Sin embargo, hemos descubierto que todos estos estereotipos carecen de objetividad y fundamentos científicos y académicos (88).

Según la historia lingüística del andaluz, su gramática, las variedades de la lengua, los escritores y artistas andaluces relevantes, la riqueza léxica del andaluz y lo expuesto en la Constitución española, el andaluz es un dialecto tan digno y válido como el resto de dialectos de España (89).

En efecto, el andaluz es diferente al castellano. No podemos negar esta realidad. Pero hemos observado que esta disimilitud procede de una diferente evolución lingüística del latín vulgar, del que también procede el castellano. El hecho de que el castellano se impusiese como lengua oficial del país se produjo por casualidades de la historia. En el momento de la reconquista, la Corte reconquistadora hablaba castellano y, para unificar el territorio, intentaron imponer su dialecto al resto de regiones de la península. Algunos dialectos y hablas desaparecieron, pero muchos territorios se resistieron y, por ello, siguen manteniendo sus dialectos y lenguas en la actualidad (90).

En conclusión, los prejuicios lingüísticos no tienen un sustento real, sino que se producen por intereses políticos o económicos. Algunos autores supremacistas, como Manuel Alvar y Gregorio Salvador, apoyan la idea de una lengua superior a otra. Sin embargo, estas ideas no valoran el hecho de que las lenguas (y con ello, nos referimos también a dialectos y hablas) están muy arraigadas a la cultura y, el hecho de permitir y fomentar la desaparición de una lengua por la supremacía de otra, está permitiendo la desaparición de una cultura y una visión del mundo. La implantación de un español estándar es una creación imaginaria, ya que no es más que la imposición de la variedad dialectal del castellano, que se considera como tal por razones extralingüísticas y nunca puramente lingüísticas. Las burlas, los prejuicios y el hecho de que se establezca un español común o estándar perjudica al resto de dialectos y hablas, que se desprestigian y consideran inferiores. España siempre ha sido una tierra de diversidad de lenguas, dialectos y hablas; por lo que, en lugar de la unidad del sistema lingüístico, se debería fomentar la continuidad de su tan característica diversidad (91).

Por último, esperamos que con esta lectura se comprendan mejor las particularidades de nuestras hablas y puedan así los andaluces defender su dialecto allá a donde vayan, así como recordar a las instituciones educativas que tienen que fomentar la diversidad lingüística y enseñar la historia del andaluz en las aulas. Asimismo, nos gustaría que aquellas personas que sigan defendiendo que el andaluz es una malformación del castellano, comenzasen a pensar que, en realidad, están equivocadas. Finalmente, este artículo  puede ser como una llamada de atención a los medios de comunicación para que dejen de estereotipar el dialecto andaluz y desarrollen programas, series y películas lingüísticamente inclusivos. Por otra parte, en posibles estudios futuros, consideramos que se podría ampliar lo aquí enunciado con un análisis de la fonética andaluza que, desde luego, es diferente a la castellana, así como un análisis de la evolución natural del lenguaje y del proceso cognitivo del ser humano. De esta forma, podríamos entender mejor por qué el andaluz tiene las características que tiene en la actualidad y por qué, según el proceso cognitivo, no deberían imponernos hablar un dialecto con el que no hemos crecido (92).

Podemos concluir diciendo que a los andaluces se les trata de forma discriminatoria por su forma de hablar, existen estereotipos sobre los andaluces y su forma de hablar y los medios de comunicación difunden falsos tópicos sobre el andaluz.

Granada 30 de noviembre de 2021.

Pedro Galán Galán.

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3 comentarios:

jesus.nuevodoncel dijo...

Estamos ante otro artículo-río de Pedro donde hay muchos aportes sedimentarios que requerirían de un cedazo para dis-cernir el valor muy diferente de los mismos. No lo haré ahora.
Sí quiero reivindicar la norma común que vienen señalanado las Academias de la Lengua Española que hace que el lenguaje escrito sea el mismo en Granada que en Buenos Aires y no tengamos que traducir a Lorca al argentino y a Borges al granadino y que pretende, en última instancia, que no suceda con el español lo mismo que pasó con el latín y que dentro de varios siglos siga siendo una sola lengua en ambos continentes.
Las personas tienen derecho a usar su lengua como deseen y nadie les debe juzgar por ello. Pero la lengua es para hacerse entender lo mejor posible con el mayor número de personas posible y creo que ese es el camino. Hacerse entender es lo primero para influir en los demás.
Constatar diferencias no puede ser una excusa para sostener: tú eres diferente, luego eres inferior; yo soy diferente, luego soy superior.
A veces nos gloriamos de cosas que deberían avergonzarnos, pero así somos. Y nuestro hablar nos lo hace patente.
Gracias, Pedro, una vez más

PEDRO GALÁN GALÁN dijo...

Jesús, como filólogo comprendo tu ortodoxia respecto a las funciones, y bien hacer de la Academia de la Lengua Española, de la cual Juan Ramón Jiménez Mantecón tenía una opinión muy particular. Cuando en 1953 le preguntan sobre ella nos dice: La Academia Española, como todas las academias, puede considerarse desde diferentes puntos de vista. Veamos algunos:
Como premio al mérito. Como ganancia material por lo que pueda reputar a uno e influir en la venta de nuestros libros. Como asiento cómodo, un gran sillón numerado. Como instituto de trabajo.
No me interesa como premio; prefiero mi ramilla de perejil espartana. Tampoco la quiero como ganancia material, porque creo que el público tiene buen instinto siempre. Como asiento cómodo, estoy mucho más a gusto en mi casa, donde me siento donde se me antoja. El fin de la Academia debiera ser reunir los mejores filólogos, historiadores y gramáticos para dar unidad a sus trabajos lingüísticos. En cuanto a mí, que no soy gramático, historiador ni filólogo de oficio, prefiero hacer a solas y a mi modo creador el trabajo instintivo o intelijente de conservación o renovación idiomática de que yo sea capaz.
Me parece que los verdaderos creadores lingüísticos, un Miguel de Unamuno, por ejemplo, no se entenderán nunca bien con los críticos especializados en la gramática, porque la sola discusión de lo que uno está creando sería una traba innecesaria. Nuestra propia conciencia debe decidir por gusto y con sorpresa. A mí, y usted perdone que me cite, me han invitado tres veces a ocupar un sillón de la Academia Española: en la época de la monarquía, de la república y del franquismo. Las tres veces decliné afectuosamente el honor. La segunda vez, mi querido amigo Gregorio Marañón, que tiene la coquetería de pertenecer a todas las Academias (un capricho propio de su volubilidad), vino una noche a mi casa, durante la República, para decirme que la Academia había decidido votarme por unanimidad para un sillón, si yo estaba dispuesto a aceptarlo. Según me dijo Marañón, la Academia había decidido establecer un turno de académicos de derechas y de izquierdas, y a mí me tocaba ser poeta académico izquierdista. Yo le contesté que en política yo era tan libre como en poesía y que yo escribía con la mano izquierda y la derecha al mismo tiempo. Entonces me dijo que él también era libre, y yo le repliqué que, fuese él lo que fuese, yo comprendía su utilidad adjunta en la Academia de la Lengua, mirar la lengua de los académicos y, si la tenían sucia, purgados, ya que el mote de la institución es limpiar, fijar y dar esplendor a nuestro complicado idioma más o menos dijestivo: pero que yo tampoco era médico, por desgracia para mí.
Terminé diciéndole seriamente que invitara a quienes debieran y desearan ser académicos como trabajadores críticos, y que mis candidatos eran Enrique Díez-Canedo y Dámaso Alonso, verdaderos conocedores de nuestro idioma y de otros relacionados con el nuestro. Me puse muy contento cuando supe que Enrique Díez-Canedo había aceptado.
Unos quince años más tarde, José María Pemán, buen amigo mío también y que, igual que Marañón, se ha portado siempre muy cariñosamente conmigo, me escribió desde Madrid, siendo él presidente de la Academia, invitándome la tercera vez. Yo le contesté que si no aceptaba el sillón famoso, no era por miramiento político de ninguna clase. Se lo demostré cuando en 1948 nos encontramos en Buenos Aires, donde tuve el gusto de hablar largamente con él de muchas cosas.
En último caso y, a lo que parece, según la abundancia de académicos que en estos últimos años han aceptado un sillón en la Academia, ésta puede considerarse también como un casino de viejos o envejecidos o envejecientes; pero yo nunca he sido socio de ningún casino.
Un cordial saludo.

PEDRO GALÁN GALÁN dijo...

Jesús, para nosotros también cuenta un pensamiento de Juan Ramón Jiménez Mantecón, nuestro andaluz universal, y nuestro Premio Nobel en 1956, cuando yo tenía apenas ocho años. Juan Ramón era en extremo reticente a la oleada de castellanismo literario que se desprendía de los escritores del 98, desde Unamuno a Azorín y Antonio Machado, e incluso del primer Ortega; él se resistía, por razones estrictamente culturales y vitales, a aceptar lo que él consideraba una falsa sinécdoque: es decir, a identificar España con Castilla como representación mental de lo español.
Recordemos hasta qué punto la palabra "Castilla", tan recurrente en los versos de Machado en sus diferentes formulaciones fraseológicas ("Castilla la gentil", "Castilla del desdén", "Castilla mística y guerrera"..., etc.) se había convertido de hecho en un ritornelo definitorio de lo más sustancial de la personalidad histórica de toda la nación. Juan Ramón, que venía, como dice, de la Andalucía del mar y los jardines, nunca compartió ese entusiasmo por "lo pardo de la meseta central", y esa pudo ser una de las claves que le impulsaron a firmar con el título de "El andaluz universal", expresión que a primera vista puede parecer una paradoja pero que en la conciencia del poeta no tenía nada de contradictorio: la sustancia de Andalucía no procedía de ninguna suerte de aislamiento diferenciador sino precisamente de la fuerza de su mestizaje, de su secular cosmopolitismo de vida y de costumbres y por lo tanto de su sintonía con un conjunto de valores universales que neutralizaban cualquier tentación reduccionista. La fórmula de "El andaluz universal" fue el resultado de un proceso de depuración de lo local que se fue fraguando en la mente de Juan Ramón a partir de sus propias experiencias vitales, comenzando por el modo de trabajar de los artesanos moguereños, exponentes del ideal de la "obra bien hecha" que conectaba con el pensamiento de Ortega y los escritores de la llamada "Generación de 1914" en lo que éstos tenían de matizada rectificación al castellanismo del 98 y de defensa de un ideal de estilo más pulcro y cuidado pero menos retórico, más moderno y cercano al concepto de "pureza" por el que Juan Ramón venía entonces afanándose.
Yo tenía conciencia, dice el propio Juan Ramón, de que era andaluz, no castellano, y ya consideraba un diletantismo inconcebible la exaltación de Castilla (y sobre todo de la Castilla de los hidalgos lampones, tan de la picaresca) por los escritores del litoral, Unamuno, Azorín, Antonio Machado, Ortega mismo. Prefería yo, y sigo prefiriendo, a los escritores que escriben de lo suyo, Baroja, Miró, Valle-Inclán en su segunda época; y nunca pude, aun cuando haya contado muchas veces en prosa lo que veía en Madrid, donde yo vivía, o en mis viajes por los nortes de España, considerarme castellano. Declaro francamente que soy enemigo de ese "eternismo casticista" de mesón del segoviano, cofradía de la capa y otras necedades tan cercanas al patio de Monipodio; y creo que el mejor hijodealgo es el hijo de su tiempo, de su lugar en el espacio, y de su conciencia.
En un recorrido por su obra se observa con claridad que su idea de Andalucía se encontraba intrínsecamente unida a la lengua, no desde lo local exento de fondo sino desde una concepción de lo universal.
A lo largo de la misma se ve claramente cómo Juan Ramón Jiménez reconocía en el pueblo andaluz la esencia antigua de pueblo culto que, con su sentido creativo, se acercaba a lo que el poeta identifica como trabajo gustoso. Mucho sufriría en estos tiempos el moguereño con la denigración que sigue sufriendo nuestra lengua andaluza, aún ridiculizada en el resto del territorio nacional, siempre cargada de tópicos dada nuestra peculiar forma de hablar.
¡¡¡ Gracias !!!