EL 20 DE FEBRERO DE 1254 ALFONSO X LE DIO A ANDÚJAR LAS DOS ALDEAS: FUENTE DE LA HIGUERA Y VILLANUEVA HASTA ENTONCES DEL CONCEJO DE JAÉN.
En este artículo analizamos las consecuencias que para el territorio andaluz trajo la reconquista de Andalucía por el rey Fernando III desde el siglo XIII, con la pérdida de la población autóctona andalusí de sus tierras y la complicada situación del reino de Castilla y León de repoblar un territorio más amplio en dimensiones que los propios dominios de su reino hasta comenzar la expansión por todo el sur de la península. De entre los textos manejados encontramos esta referencia a nuestra villa que, sacados del texto general, situamos en el comienzo de esta artículo en negrilla, por ser parte viva de nuestra historia de ese tiempo a partir del verano de 1225, fecha en que fue entregada Andújar, con las aldeas de La Fuente de la Figuera y Villanueva, a Fernando III, según el Pacto de Las Navas que había establecido anteriormente con Al-Bayyasi (El Baezano).
Cuadro que representa la Negociación de Fernando III El Santo con el rey de la taifa baezana Al-Bayyasi en el año 1224. |
Más expresivos son algunos diplomas de 1225 en los que se afirma que el documento en cuestión se emitió en el año “en que Abén Muhammad, rey de Baeza, se hizo mi vasallo y besó mis manos” (quo Auen Mafomad, rex de Baeça, deuenit uassallus meus et osculatus est manus meas”).
Como resultado del acuerdo o pacto feudal de vasallaje, el rey castellano participó al lado del Baezano en una larga campaña contra Jaén, Priego de Córdoba, Loja, Alhama, la Vega de Granada y la comarca de Huelma.
Finalizada la campaña de Fernando III las poblaciones de Granada y su Vega, y en cumplimiento de lo pactado en el Pacto de Las Navas, el rey de Baeza entregó a Fernando III los alcázares de Andújar y Martos y algunas fortalezas menores (La Fuente de la Figuera y Villanueva), cuya tenencia encomendó Fernando III a Álvar Pérez de Castro. La campaña se había prolongado desde San Juan hasta bien entrado el verano de 1225.
El resultado de la misma no podía haber sido más positivo, a pesar del fracaso del Rey Fernando ante los muros de Jaén. También el Baezano obtuvo un importante rédito político, ya que, gracias al apoyo del monarca castellano y a los éxitos militares que de esta alianza se dedujeron, pudo hacerse por fin con el control de Córdoba.
Todavía, en el otoño de 1225, Al-Bayyasi volvió a verse con Fernando III en Andújar. En esta ocasión, el rey castellano le exigió, en cumplimiento del Pacto de Las Navas, la entrega de una nueva serie de fortalezas en tierras cordobesas: Salvatierra, Capilla y Borjalimar, entre otras, cediendo como prenda el Alcázar de Baeza, cuya custodia confió el rey al maestre de Calatrava. De esta forma, Castilla había iniciado la conquista de Andalucía, convertidos estos enclaves, en verdaderas cabezas de puente desde donde se organizarían las primeras campañas sistemáticas de ocupación del territorio.
La alianza del Baezano con Fernando III tenía como finalidad no sólo reforzar su posición en el Alto Guadalquivir, sino, principalmente, recuperar el control de Sevilla, de cuya gobernación había sido desplazado por orden de Al-Adil al comienzo de la crisis sucesoria. Y, así, a fines del verano de 1225, con el apoyo de las tropas castellanas dejadas por Fernando III en Andalucía a las órdenes de Álvar Pérez de Castro, Muhammad Al-Bayyasi avanzó contra Sevilla ocupando la villa de Tejada o Taliata, situada al oeste de Sevilla en una zona que había sido castigada meses antes por los leoneses. La reacción del gobernador almohade de Sevilla, Abu-l-Ula, no se hizo esperar. El encuentro entre ambos contendientes tuvo lugar en al-Kasr (seguramente, Aznalcázar, al sur de Tejada), donde los castellanos y los seguidores del Baezano obtuvieron una resonante victoria.
Como consecuencia de ella, la autoridad del rey de Baeza fue aceptada por la mayor parte de los castillos del Aljarafe y del territorio situado entre Sevilla y Córdoba, ciudad que también acabó reconociéndole como su príncipe. A partir de este momento, la estrella del Baezano comenzó a declinar. En ello debió influir notablemente su estrecha alianza con el rey de Castilla quien, como hemos visto, le había obligado a entregarle una serie de plazas fuertes, situadas todas ellas al norte de Córdoba: Salvatierra, el antiguo enclave de la Orden de Calatrava, que se perdió en septiembre de 1211, un año antes de la batalla de Las Navas; Borjalimar y Capilla. Las dos primeras fortalezas se entregaron sin mayores dificultades. No sucedió lo mismo con Capilla, que se negó a cumplir las órdenes de Al-Bayyasi. Esta negativa obligó a Fernando III a poner sitio a plaza, a comienzos de junio de 1226. Durante el asedio, le llegó la noticia de que los cordobeses, sublevados contra el Baezano, a quien acusaban que estar ayudando con víveres al ejército castellano que cercaba Capilla, le habían obligado a huir de la ciudad y le habían dado muerte en Almodóvar del Río.
Castillo de Almodóvar del Rio.
El castillo de Almodóvar del Río es una fortaleza de origen musulmán situada en la localidad de Almodóvar del Río, provincia de Córdoba. Anteriormente fue castro romano y la edificación actual tiene definitivamente origen bereber, del año 760. Durante la Edad Media fue sometido a diferentes reformas y reconstrucciones. Entre los años 1901 y 1936 fue restaurado por su propietario, Rafael Desmaissieres y Farina, XII Conde de Torralva, bajo la dirección técnica del arquitecto Adolfo Fernández Casanova. Las torres más importantes son la Cuadrada, la Redonda y del Homenaje. En el lugar que hoy ocupa Almodóvar debió existir un emplazamiento íbero-turdetano que se identifica con la “Cárbula” mencionada por el geógrafo romano Plinio en uno de sus textos, que fue un oppidum, o poblado fortificado, que gozó de cierta notoriedad. Pudo servir como lugar de embarque de los productos de la campiña (aceite, cereales, etc.), lo que desarrolló una importante industria alfarera y posiblemente en sus cercanías se explotaban minas de plata, de forma que incluso emitió moneda propia en el siglo II a. C. La época musulmana supuso un gran desarrollo y en el 740 los omeyas edificaron una fortaleza llamada Al-Mudawar (redondo o seguro, nombre que evolucionó a Almodóvar), a la que se debe el nombre del pueblo. Durante los siglos VIII, IX y X la fortaleza y su término formaron parte de la provincia de Córdoba, mientras que en el S. XI quedó adscrito primero a la taifa de Carmona y luego a la de Sevilla. Ya con los almorávides se reintegró a la jurisdicción cordobesa y, por último, en el S. XII y parte del S. XIII pasó a depender de la corte almohade de Sevilla. En 1240 fue incorporada mediante pacto a la corona de Castilla por Fernando III, quien la entregó tres años después al consejo de Córdoba. Con Alfonso X, en 1267, se establecieron los límites entre Almodóvar y Posadas. En 1360, Pedro I se aposentó en su castillo, como también lo haría en repetidas ocasiones Enrique II. La tenencia del castillo de Almodóvar se vincula durante el S. XV a la Casa de Baena y Cabra.
A pesar del asesinato de su aliado y vasallo, Fernando III prosiguió el cerco de Capilla hasta lograr su rendición. Los habitantes de la villa fueron expulsados en masa, como sucedería en adelante en cuantas ocasiones la conquista hubiese estado precedida de una resistencia más o menos prolongada. Fue la primera conquista propiamente dicha realizada por Fernando III, ya que las plazas ocupadas en el año anterior lo habían sido en virtud de pactos.
El asesinato de Al-Bayyasi permitió a Fernando III ampliar el territorio que controlaba. En efecto, haciendo uso de una práctica feudal, el monarca castellano se hizo cargo de la tutela del hijo de su antiguo vasallo y retuvo las fortalezas y territorios que habían constituido el núcleo de las posesiones patrimoniales de su padre. Baeza se resistió a incorporarse al dominio cristiano y solicitó la ayuda de Jaén. A pesar de ello, el 1º de diciembre de 1226 la ciudad caía en poder de Fernando III, quien encomendaría su defensa al alférez real, don Lope Díaz de Haro.
A
las nuevas villas o aldeas conquistadas se les concedía básicamente el estatuto
de realengo o de señorío. Los señoríos como entidad jurídica disfrutaban de más
privilegios y derechos, mientras que las tierras de realengo se otorgaban a los
concejos en zonas no fronterizas y por lo tanto no tan necesitadas de defensa.
Esta fue la razón por la que La Fuente de la Figuera tras la conquista de Jaén
por Fernando III pasó a depender de Jaén como tierra de realengo.
Rey Alfonso X el Sabio. Ayuntamiento de Sevilla. |
“...Do e otorgó al concejo de Andújar por mucho servicio que fizieron al muy noble, muy alto y mucho honrado el rey don Fernando , mío padre , e fizieron a mí e faran de aquí adelante , que ayan por aldeas la Fuente de la Figuera e Villanueva , las que tomé al concejo de Jaén quando di por aldeas de Jaén , Arjona e a Porcuna. Y mano que estas aldeas sobredichas que las aya el concejo de Andújar para siempre jamás , con sus entradas e con sus salidas , con montes, con fuentes , con ríos , con pastos e con sus pertenencias , así como la deuen auer. E dógelas en tal manera que las tengan bien pobladas...”.
Por este privilegio de Alfonso X “El Sabio”, dado en Toledo el 20 de febrero de 1254, la concedía a la ciudad de Andúxar, pasando a denominarse La Higuera de Andúxar. Se deduce que una vez conseguida la conquista de Jaén en 1246, Fernando, tras ser tierras de realengo veintiún años, desde 1225 al 1246, incorporó las aldeas de La Fuente de la Figuera y Villanueva al Concejo de Jaén, y su hijo Alfonso X, nueve años después, en la antedicha fecha de 1254 las adjunto al Concejo de Andújar, sacándolas del Concejo de Jaén, momento en que tomaron la denominación “de Anduxar”, como se ve a cambio de otras dos aldeas mayores que tomó dicho Concejo de Jaén, con Arjona y Porcuna; este trueque se realizó con la idea de compensar la inclusión de las aldeas de Arjona y Porcuna en el Concejo de Jaén.
“De hecho, en algunas circunscripciones había escasos núcleos de población en el territorio perteneciente a una villa por lo que en lugar de crear nuevas aldeas dentro del alfoz se ampliaron sus términos para que pudiera controlar otros núcleos de población. Es el caso de Andújar, para la que en 1241 Fernando III asignó los mismos términos “como los auíe Andújar en tiempo de moros”, en fecha 12 de marzo de 1241, que tan sólo contaba con una aldea que dependiera de ella, Marmolejo, pese a que el alfoz tenía una notable superficie, entre Sierra Morena y Guadalquivir, debido principalmente a la generalizada despoblación de todo el sector serrano que separa la Meseta Central de la Depresión Bética. Por ello, en 1254 Alfonso X le dio dos aldeas más, Fuente de la Higuera y Villanueva, tomadas del vecino concejo de Jaén al que entregó como compensación las villas de Arjona y Porcuna. (Diplomario andaluz de Alfonso X, firmado en Toledo en fecha 20 de febrero de 1254).
Rey Alfonso X el Sabio. |
Fue la Campiña la especialmente beneficiada de este crecimiento debido a la gran potencialidad agrícola de sus tierras, con una dispersión del hábitat gracias al nacimiento o recuperación de aldeas y cortijos. Las consecuentes roturaciones de parte de los terrenos baldíos que este crecimiento ocasionó, perjudicaron notablemente a la boyante ganadería andaluza, debido a la notable reducción de las tierras de monte de las que antes ésta se aprovechaba. Ello provocó importantes desequilibrios en el desarrollo de ambas actividades económicas, y bastantes perjuicios a la ganadera, que vio como muchas zonas de pastos desaparecieron en beneficio de la agricultura. De hecho, buena parte de los nuevos cultivos se hicieron en las tierras más fértiles y más cercanas a los núcleos de población, dejando para el ganado las de menor calidad, consideradas así desde el punto de vista de la composición y la naturaleza del suelo en relación con las plantas que en ellas se criaban y el entorno que las rodeaba, y las tierras más alejadas de las villas, así como la proliferación de dehesas tanto públicas como privadas, destinadas principalmente al ganado de labor, imprescindible para el correcto desarrollo de las actividades agrícolas. Todo esto sin contar con las numerosas dehesas privadas, creadas especialmente por los señores con ánimo de lucro, y que por lo tanto estaban destinadas a cualquier tipo de ganado, entre el que se encontraba lógicamente los grandes rebaños de ovejas trashumantes integradas en la Mesta Real y que empezaron a llegar con cierta fluidez a Andalucía tras la conquista de Granada y la desaparición de la frontera nazarí.
La conquista de Andalucía y su incorporación al dominio político y cultural castellano-leonés tuvieron gran trascendencia. La conquista no se limitó a la simple transferencia del poder político de musulmanes a cristianos. Tuvo implicaciones mucho más trascendentes. Para empezar, abrió una etapa de profundos cambios demográficos que transformaron completamente el mapa humano y lingüístico de la región. Estos cambios fueron consecuencia de la expulsión y emigración masiva de la población autóctona andalusí y de su sustitución por colonos procedentes de todo el norte y centro peninsular. La población de lengua árabe fue reemplazada, a lo largo de varias décadas, por los hablantes de la lengua romance de un muy variado origen geográfico. El cambio fue pausado y la colonización lenta, pero sus consecuencias resultaron irreversibles (1).
Hay que ser conscientes por tanto no solo de la magnitud del espacio sometido por los cristianos en tan solo veinticinco años, entre 1225 y 1250, sino también del importante número de personas que se vieron afectadas por los cambios (2).
En todo este escenario de conquista se vivieron múltiples situaciones, desde el encuentro pacífico entre cristianos y musulmanes hasta la conquista violenta. En Andalucía se practicaron diversas modalidades de ocupación y reparto del territorio, condicionadas por la forma en que se había producido la conquista. Las fórmulas practicadas por Fernando III fueron básicamente dos: la entrega voluntaria en virtud de acuerdos entre los dirigentes musulmanes y el rey, y la capitulación, tras un asedio más o menos prolongado, cuando los musulmanes oponían resistencia (3).
Retrato imaginario de Fernando III el Santo, rey de Castilla y León. Pintura de Carlos Mújica Pérez, año 1850. Museo del Prado ( Madrid). |
Las principales plazas fuertes de la región (Baeza, Úbeda, Córdoba, Arjona, Jaén y Sevilla) intentaron resistir a la presión de los castellanos, pero al final capitularon. Las autoridades de muchas localidades pequeñas, por el contrario, establecieron acuerdos con los cristianos y evitaron de este modo una conquista violenta. Así sucedió en casi todos los pueblos de la sierra cordobesa y de la campiña bética ocupados por Fernando III entre 1240 y 1243.
Dependiendo de la modalidad de la conquista, variaba mucho la suerte de la población andalusí autóctona. En los casos en los que se firmó una capitulación, después de un asedio, los musulmanes conservaban su libertad personal y sus bienes muebles, pero perdían sus casas y sus tierras, que se repartían entre los colonos cristianos que venían a ocupar su lugar. Entre la firma de la capitulación y la entrega efectiva de la plaza, los vencidos disponían de un tiempo para vender sus propiedades y salir de la medina o ciudad andalusí.
Con los términos de “La gran emigración” describen los autores árabes contemporáneos el éxodo de los andalusíes de los territorios incorporados a la cristiandad. La emigración de la población árabe había empezado en las primeras décadas del siglo XIII. A medida que se estrechaba el cerco, que las tropas castellanas avanzaban hacia el sur y llegaban noticias ciertas de la caída en manos de los infieles de importantes plazas musulmanas, muchos andalusíes decidían adelantarse a los acontecimientos, poniendo tierra por medio. Miembros de destacadas familias árabes abandonaron sus ciudades antes del asedio definitivo. Las familias más pudientes se dirigieron hacia el Magreb. Las ciudades de Marrakech y Túnez fueron los destinos preferidos por los emigrados andalusíes (4).
Murallas de Marrakech. |
Mezquita en Tunez.
La emigración de los musulmanes se produjo de forma escalonada a lo largo de varias décadas, pero fue masiva (5).
No
emigraron solo los grupos de poder. Muchos campesinos, artesanos y comerciantes
dejaron sus casas y tiendas y se fueron. Antes de llegar a los muros de la
ciudad o castillo que se quería tomar, los conquistadores llevaban una política
sistemática de acoso, destrucción y desgaste de la población que vivía en las
inmediaciones. Los campesinos estaban sometidos a continuos ataques, año tras
año, que sembraban el pánico y destruían o se llevaban las cosechas (6).
La Campiña fue sistemáticamente castigada por las cabalgadas castellanas y, aunque es difícil evaluar sus efectos económicos y demográficos, no cabe duda de que forzaron el desplazamiento y la emigración de muchos campesinos de las zonas afectadas y su repliegue hacia tierras y ciudades más al sur. El asedio de las capitales estuvo precedido por un intenso periodo de incursiones. La resistencia y la negativa a entregarse decidieron la suerte de su población. Los que no perdieron la vida y no fueron esclavizados tuvieron que abandonar la medina.
Después de la conquista se pasaba a la fase de colonización. Lo más urgente era el asentamiento de una sociedad cristiana capaz de defender el territorio, de repoblarlo y de garantizar el funcionamiento de la economía urbana y rural. Se trataba de una empresa que Castilla no podía acometer por sí sola, y que suponía la movilización de considerables recursos demográficos. No hay que perder de vista que, casi al mismo tiempo, la Corona tenía que afrontar la colonización de Extremadura, de buena parte de Castilla la Nueva y de Murcia.
No es fácil explicar este gran trasvase de población. De hecho, el problema de la sustitución de la población islámica por colonos cristianos llegados del norte de la Península sigue siendo uno de los grandes temas de la historiografía medieval que no están resueltos de manera completamente satisfactoria y que suscitan muchas dudas e incógnitas (7).
Para empezar, es imposible cuantificar los contingentes demográficos cristianos y musulmanes implicados en este proceso. Cuesta creer, por ejemplo, que un territorio tan amplio y densamente poblado, como fue el valle del Guadalquivir en época islámica, quedara vacío de musulmanes en el transcurso de una generación. Por otra parte, es imposible determinar la importancia de los primeros contingentes cristianos que llegaron a Andalucía a raíz de su conquista y estimar la proporción que guardaban con respecto a la población andalusí que permaneció (8).
La frontera nazarí. |
No sabemos cuántos fueron los colonos que llegaron al sur, pero está fuera de dudas el protagonismo asumido por los castellano-leoneses en la colonización de Andalucía. Desde el siglo XI y durante los siglos XII y XIII en los reinos de Castilla y León tuvo lugar un crecimiento demográfico difícil de evaluar, pero suficiente para llevar a cabo la colonización parcial de las tierras recién incorporadas a la Corona (9).
Sin embargo, no hay que exagerar la importancia de los contingentes demográficos que se desplazan hacia el sur. “Hay que desechar la idea de que sobre Andalucía se abatiese una tromba de repobladores” (10).
Por su parte Ladero Quesada, M. A, advierte de que ni Andalucía, ni menos aún Murcia, pueden ser imaginadas como una especie de “américas” o “indias” del siglo XIII. En realidad, se produjo una repoblación condicionada por la falta de hombres, lo que explica la precariedad de sus resultados (11).
No se dispone de cifras ni siquiera para las ciudades más importantes como Sevilla, Jaén o Córdoba. Ciudades de tipo medio, como Carmona, Sanlúcar la Mayor o Écija, no superaron los 200 vecinos inicialmente, colonos cristianos, castellanohablantes, que se superponen a comunidades autóctonas mucho más densas, que se expresaban en lengua árabe en su totalidad. Cádiz superó los 400 vecinos y Jerez, algo insólito, recibió a algo más de 1.800 colonos. Según las estimaciones de González Jiménez, al reino de Jaén llegaron alrededor de 10.000 vecinos, al de Córdoba, 8.000 y al reino de Sevilla en torno a 15.000. Aun así, a fines del siglo XIII Andalucía no estaba suficientemente poblada y la falta de hombres se percibía tanto en las ciudades como en el campo (12).
Los colonos que vinieron a Andalucía en el siglo XIII procedían de todas las regiones de la Corona de Castilla y León, lo que no constituía, en absoluto, un ámbito lingüísticamente homogéneo. Entre Galicia, León, Asturias, Vizcaya, Burgos y Toledo había más diferencias que similitudes en lo lingüístico. Como centro mercantil y marítimo, Sevilla atrajo también a reducidas colonias de genoveses, catalanes y de más allá de los Pirineos. Aunque su número no fuera grande, ellos también formaban parte de este “paraíso políglota” que fue la capital de Andalucía en los siglos bajomedievales. Su presencia debió ser perceptible desde los primeros tiempos por la gran variedad de lenguas y acentos que resonaban en las calles, plazas y zocos de las ciudades y el resto de las villas andaluzas. Desde su integración a la Corona de Castilla y León, Sevilla estaba destinada a ser lo que llamó “un macrocosmos lingüístico” (13).
Probablemente esta confluencia de modalidades lingüísticas diferentes sea la causa de que no exista ningún rasgo lingüístico que sea exclusivo del andaluz y que no se encuentre en ninguna de las variedades lingüísticas del norte, y de que no haya tampoco ningún rasgo que sea compartido por la totalidad de los andaluces. Aunque estas últimas consideraciones son aplicables al andaluz de hoy, tienen, sin duda, hondas raíces medievales (15).
Muy pronto, el habla de Andalucía adquirió una personalidad propia que la distinguía de los otros modos de hablar romance. Se diferenciaba perfectamente al que hablaba “sevillano”, del cordobés, y éste no se confundía nunca con el jiennense. Los historiadores de la lengua han constatado el relativo predominio de colonos toledanos y manchegos en el reino de Jaén y el importante peso de los leoneses y gallegos en la repoblación de las zonas más occidentales de Sevilla, Huelva y Jerez.
De hecho, en la Andalucía occidental existen leonesismos que no se registran en la oriental. Pero la verdad es que en cualquier rincón de Andalucía había gente de todas partes.
El castellano llega a Andalucía como antes había llegado a Toledo, Ávila, Segovia y Cuenca, por los métodos de conquista y colonización. La lengua trasplantada a Andalucía en el siglo XIII no tiene nada que ver con las realidades lingüísticas previas. No debe nada ni al inexistente sustrato romance andalusí, ni al árabe. El romance andalusí ya se había extinguido en el valle del Guadalquivir cuando empezó la Reconquista, y el árabe andalusí, la lengua que hablaban los mudéjares, tuvo tan corta vida y tan escaso prestigio que apenas pudo influir en la naciente modalidad andaluza (16).
El andaluz es una proyección meridional del castellano, sin negar la amplia y heterogénea base lingüística sobre la que se formó, y que se explica por el diverso origen de los repobladores. El andaluz nace junto con Andalucía, en el siglo XIII. Si admitimos que los primeros “andaluces” eran en su mayoría castellanos, hay que admitir consecuentemente que el habla andaluza está genéticamente emparentada con el castellano del centro y del norte peninsular. Históricamente, el andaluz es un dialecto del castellano que fue trasplantado en el valle del Guadalquivir a través del proceso de conquista y colonización (17).
Hay que tener en cuenta que la colonización fue un proceso de larga duración y que a Andalucía no dejó de afluir gente de toda la Península a lo largo de toda la Edad Media y Moderna. La repoblación no fue un hecho puntual y cerrado que empieza con la conquista y termina con el consiguiente repartimiento. Fue un lento proceso de siglos, que conoció momentos de gran efervescencia, pero también pausas, reflujos, nuevos intentos de colonización. En este sentido, desvelar la procedencia de los primeros colonizadores de Andalucía tiene una importancia relativa para la historia de la lengua. No es menos importante determinar el origen, el estatus socio-económico o la edad de las personas que llegaron a Sevilla con posterioridad, en los siglos XIV y XV o en el siglo XVI, con las nuevas oportunidades que ofrecía la expansión atlántica de Castilla. Ellos también contribuyeron a la formación de la modalidad lingüística andaluza (18).
La población mudéjar eran los musulmanes que se habían quedado en las tierras que habían sido conquistadas por los cristianos en la Península Ibérica en la Edad Media. |
Hasta 1264 en el reino permanecían aún densas comunidades mudéjares, “no como un elemento residual de la conquista sino como parte esencial de la estructura económica y poblacional de Andalucía” (20).
Sin embargo, no se produjo una continuidad absoluta. El poblamiento andalusí había sufrido cambios muy importantes a raíz de la conquista, y el mapa de las aljamas mudéjares de mediados del siglo XIII no es un reflejo directo de la geografía humana de época andalusí, ni mucho menos. Algunas comunidades habían emigrado, otras fueron desplazadas a zonas del interior, más alejadas de la frontera. La población urbana fue expulsada prácticamente en su totalidad y se replegó hacia el campo. Aun así, en Andalucía quedaban todavía muchos mudéjares. De hecho, González Jiménez define el período que va desde la conquista a la sublevación como “la época dorada del mudejarismo andaluz” (21).
Quedaban ocho aljamas en el reino de Jaén y al menos quince en el reino de Córdoba (22).
La repoblación del siglo XIII tuvo un carácter selectivo. Se repoblaron las ciudades, su entorno rural más inmediato y los enclaves de valor estratégico. El campo fue una zona casi exclusivamente mudéjar.
La distribución de la población árabe y castellano hablante después de la conquista había dado lugar a tres contextos diferentes: zonas de exclusivo poblamiento mudéjar, zonas de predominio cristiano y zonas de contacto cristiano-mudéjar.
Hasta 1264 la mayoría de los mudéjares andaluces vivían en el campo o en villas de tamaño medio. El primer mudejarismo andaluz es de carácter rural (24).
En la mayoría de los casos se trataba de núcleos concentrados de población musulmana donde la presencia de cristianos fue excepcional. Esta debió de ser una de las condiciones que imponía la población andalusí a la hora de pactar con los castellanos. Cuando el alcalde del rey en Sevilla, Gonzalo Vicente, negociaba en 1254 con el alcalde de la aljama mudéjar de Morón su traslado a la aldea de Silibar, una cláusula del acuerdo dictaba expresamente: “E que non more christiano con ellos, sinon el amoxerif e sos omes, e non más” (25).
Esta situación favorecía el mantenimiento de la lengua árabe y reducía al mínimo la posibilidad de cualquier tipo de contacto lingüístico con los castellanohablantes. Tal vez solo el alcalde de la comunidad mudéjar habría adquirido cierta competencia en castellano debido a sus frecuentes contactos con las autoridades cristianas.
Sin embargo, hubo zonas de contacto. En las villas medianas que se habían sometido por pacto, los colonos castellano-leoneses se superpusieron a densas comunidades arabófonas (26).
En estos núcleos, donde los colonos cristianos convivían con parte de la población autóctona, existieron durante un tiempo concejos mixtos de “moros y cristianos”, como en Osuna, en Écija o en Carmona. Allí hubo contacto humano e intercambios lingüísticos entre arabófonos y romanceparlantes. Es cierto que el contacto se limitó a un par de generaciones, pero esta etapa debió ser decisiva en la transmisión tanto de la toponimia precastellana como de los arabismos que a partir de entonces iban a caracterizar el léxico del español de Andalucía (27).
Celebración de danzas guerreras árabes. |
La Revuelta Mudéjar de 1264 a 1266. |
“En definitiva la fuerza de los hechos y las nuevas condiciones de la frontera, más que la voluntad política del rey Sabio, pusieron fin al experimento fernandino de una Andalucía cristiano-mudéjar y, como consecuencia, se pudo proceder a la radical castellanización del territorio” (30).
La consecuencia de la revuelta fue la expulsión directa o el exilio “voluntario” de la casi totalidad de la población musulmana del valle del Guadalquivir. Entre la segunda mitad del siglo XIII e inicio del XIV desaparecen todas las aljamas del reino de Jaén. En el reino de Córdoba sobrevivió solo la aljama de la capital. En el reino de Sevilla, la aljama de la capital, de La Algaba, Écija, Niebla y Moguer (31).
Es imposible medir el impacto de la revuelta en números, pero, sin duda, fue un golpe durísimo para la comunidad musulmana y para el árabe en Andalucía. La población mudéjar quedó reducida a unas pocas aljamas urbanas y rurales, dispersas por toda la región y muy débiles, demográficamente hablando (32).
Podemos por ello afirmar que la historia del mudejarismo andaluz a partir de esta fecha es la historia de una larga decadencia.
La casi totalidad de las antiguas aldeas mudéjares se convirtieron en despoblados. Ello es fácil de constatar en la zona sevillana, al comparar los núcleos rurales existentes en el momento de la conquista, con los que habían sobrevivido a la repoblación cristiana y al exilio mudéjar veinte años después. El olvido y la desaparición de buena parte de la toponimia menor musulmana en la zona evidencian esta ruptura demográfica (33).
Casa Consistorial de Utrera, antiguo Palacio de Vistahermosa. |
Salón Árabe del Ayuntamiento de Utrera. |
Tras la revuelta, la distribución de las comunidades mudéjares en Andalucía cambió. Para sobrevivir, los pocos musulmanes libres que permanecieron en el reino tuvieron que refugiarse en las morerías urbanas, donde vivirían inmersos entre una mayoría cristiana y la minoría romanceparlante. Esta sería la suerte de los mudéjares de Córdoba, Écija, Sevilla o Niebla. A partir del siglo XIV ya casi no quedaban comunidades íntegramente mudéjares en Andalucía. Hasta en las localidades más pequeñas, los musulmanes tuvieron que compartir su espacio y su vida con los colonos castellanos. Es a partir de entonces cuando se acelera el proceso de cambio de lengua y el castellano desplaza al árabe como lengua de comunicación (35).
A diferencia de Murcia y Aragón, el mudejarismo andaluz de los siglos XIV y XV tiene un carácter urbano.
La distribución de los arabismos del andaluz por campos léxicos podría reflejar, hasta cierto punto, las zonas de contacto más intenso entre las dos comunidades lingüísticas, si damos por cierto que fueron los mudéjares quienes transmitieron estas voces a la población andaluza, algo con lo que no están de acuerdo todos los autores (36).
Ciertamente, la cuestión de los arabismos es compleja, porque no se trata solo de identificarlos y de cuantificarlos, habría también que determinar las vías a través de las cuales estas palabras entraron en el español de Andalucía. Sin duda, fueron arabófonos o personas bilingües quienes transmitieron esas voces a los romanceparlantes. Pero además de los mudéjares, los moros cautivos y los nazaríes granadinos al otro lado de la frontera, también podrían haber desempeñado este papel. Según Maíllo Salgado, no hay que exagerar la importancia de los mudéjares en el proceso de introducción de arabismos. El contacto de los romances peninsulares con el árabe andalusí venía desde antes y hay que admitir que muchos de los arabismos que caracterizan al andaluz ya formaban parte del vocabulario de los toledanos, burgaleses, palentinos y leoneses que llegaron al sur con la Reconquista. Un estudio sobre los arabismos en el léxico andaluz (37), recoge más de 400 términos, aunque muchos de ellos son compartidos por casi todas las lenguas peninsulares. Después de distribuirlos por campos conceptuales, se ha observado con sorpresa que hay muy pocos arabismos relacionados con la vida campesina. En el vocabulario agrícola andaluz no abundan las voces de origen árabe. Son, por el contrario, relativamente numerosos los préstamos del árabe relacionados con la vida urbana, con la construcción, la artesanía, la casa, el ajuar doméstico, la alimentación. ¿Cómo interpretar entonces estos datos? ¿Fue más intenso el contacto entre árabe y romanceparlantes en el medio urbano? Sabemos que tras la conquista la mayor parte de los musulmanes se refugiaron en el campo donde constituyeron densas comunidades que vivían aisladas casi por completo de los colonos cristianos. Estas comunidades fueron expulsadas después de la revuelta. Cuando empieza la colonización del campo andaluz, en los siglos XIV y XV, ya no quedaba ni rastro de los moros, tan solo las ruinas de sus casas. En la Andalucía del Guadalquivir el contacto entre campesinos cristianos y musulmanes no fue muy frecuente, a diferencia de Murcia, donde una de las zonas de contacto más intenso y duradero fue precisamente la Huerta (38).
La Huerta de Murcia. |
A fines del siglo XV los mudéjares de Sevilla habían alcanzado un nivel de integración socio-laboral muy alto. Ejercían actividades profesionales al servicio del concejo, trabajaban en el Alcázar y en las atarazanas del rey. Algunos maestros moros tenían bajo su tutela a aprendices cristianos. No existía, pese a las ordenanzas reales, ningún tipo de discriminación laboral y económica. Según González Jiménez, “nada habla más en favor de la integración de la comunidad mudéjar en la vida de la ciudad que sus estrechas relaciones profesionales con otros artesanos cristianos” (41).
En los protocolos notariales de Sevilla muchos mudéjares aparecen asociados a oficiales cristianos en actos como la adquisición de materia prima, la solicitud de préstamos o las obligaciones de cumplir con determinados encargos. La única nota distintiva que contienen los registros es la mención de que los moros juraban por su ley (42).
Es posible que los mudéjares de Andalucía mantuvieran un uso activo de la lengua árabe coloquial. Los contactos de los mudéjares sevillanos con otros hablantes de lengua árabe fueron frecuentes. No hay que perder de vista la proximidad del reino de Granada, y que el flujo de personas a través de la frontera fue una constante en las dos direcciones. Muchos mudéjares andaluces viajaban a Granada y muchos granadinos se establecían en el reino de Sevilla. Además, la presencia de moros cautivos en Sevilla fue un hecho habitual durante toda la Baja Edad Media.
Alcázar de Sevilla. Palacio Mudéjar o del Rey Don Pedro. |
La adquisición por entrega, conquista o cerco de nuestras poblaciones con la conquista castellana, que en nuestro caso fue entrega en 1225, pactada con Al-Bayyasi, contribuyeron al cambio de manos de los hasta entonces propietarios árabes de nuestra tierras, un fenómeno que se dio en todo el territorio andaluz a pesar de la gran heterogeneidad y gran variedad morfológica y geográfica del territorio andaluz, que estuvo muy condicionada por las circunstancias históricas que se vivieron en el siglo XIII. Con la conquista castellana se produjo en nuestra región una importante transformación de las estructuras políticas, económicas y sociales, que afectó también profundamente al paisaje de nuestras aldeas, villas y ciudades, un cambio que se produjo en toda la región después de su entrada en la órbita cristiana.
La conquista cristiana se produjo en muy corto espacio de tiempo, apenas unos treinta años, lo que permitió la incorporación a la Corona de Castilla de un extensísimo espacio geográfico que casi dobló su territorio como reino, un espacio que estaba bien organizado, con un poblamiento árabe estable y con zonas especialmente fértiles como representa toda la amplia depresión del Guadalquivir. Esta ocupación se realizó en circunstancias muy variadas, por lo que nos encontramos con lugares en los que desapareció la totalidad de la población musulmana, mientras que en otros los cristianos eran una minoría que se limitó a controlar las defensas. Esa diversidad de situaciones marcó igualmente el signo del poblamiento cristiano en las distintas localidades, y por lo tanto supuso distintos grados de transformación del medio natural, sobre todo rural, y la conformación de diferentes tipos de paisajes con un mayor o menor grado de presencia humana, que en algunos casos supusieron el abandono de las explotaciones. Del mismo modo, el nacimiento de una frontera, creó un espacio de contacto entre dos sociedades enfrentadas, la castellana y la nazarí, que se creó en el siglo XIII y permaneció sin apenas modificaciones hasta finales del siglo XV, todo lo cual alteró notablemente el proceso lógico de implantación de las nuevas estructuras agrarias y el grado de poblamiento de ese espacio geográfico de nuestras poblaciones. Así pues, la ocupación del territorio hispanomusulmán por los cristianos trajo consigo la implantación de nuevos sistemas de poblamiento, cambios en los cultivos, alteración de las explotaciones ganaderas y forestales y hasta de caza, que en definitiva se convertían en una nueva realidad en el espacio de los alrededores de nuestras villas con un cambio significativo de los nuevos paisajes rurales.
La repoblación durante la Reconquista.
La repoblación de Andalucía supuso un impresionante esfuerzo para la sociedad castellana-leonesa del siglo XIII, obligada también a intentar repoblar, simultáneamente, buena parte de Extremadura, la Mancha y Murcia. Ello justifica la impresión que se deduce de los testimonios de la época de una impresionante falta de recursos humanos. Y se explica así que los cristianos del Norte que acudieron a Andalucía no lograsen rellenar todos los huecos producidos por la expulsión y éxodo de la población musulmana. En estas circunstancias, sólo se repoblaron las ciudades y los núcleos de valor estratégico, y su entorno rural inmediato. Las aldeas y los numerosísimos enclaves rurales de la época islámica quedaron en su mayor parte sin repoblar, convirtiéndose así en despoblados sobre los que se concentrarían en los siglos siguientes los esfuerzos repobladores.
Ese ambicioso intento por nuestra parte de conocer cómo se quedaron perfilados los asentamientos árabes en nuestra villa después de la entrega de Al-Bayyasi en 1225, resulta bastante complicada porque desconocemos las condiciones existentes antes del proceso de ocupación cristiana, ya que las fuentes escritas se centraron principalmente en la descripción del ámbito urbano, mientras que el rural apenas merecía la atención. A consecuencia de esto, son pocos los estudios que se han realizado relacionados con el paisaje rural andalusí, limitándose la mayoría a hacer descripciones físicas de las distintas coras o provincias (kūra, pl. kuwar) y sus distritos (iqlīm, pl. aqālīm), y al análisis de la toponimia árabe conservada, carencias en parte achacables a la falta de documentación escrita que permita elaborar estudios en que se analicen aspectos más complejos en torno al poblamiento rural. Esto sería subsanable a través de la arqueología, muchos tenemos referencia de que en nuestra villa hubo asentamientos árabes en La Atalaya, las Losas, los alrededores de la parte más antigua del pueblo, el Chorrillo, los Morales, las riberas de los Salados, Silvente, Cajeros, la Alcantarilla, Pozo Nuevo y Santa Clara y otras zonas ricas en agua, donde han aparecido monedas y otros restos arqueológicos en determinadas zonas de los lejíos de nuestra villa.
Como tradicionalmente se ha dicho, la estructura del poblamiento rural en al-Andalus se vertebra en torno a un tipo de asentamiento que las fuentes árabes denominan qarya (traducido habitualmente como alquería o aldea). Con el término alquería se alude a una comunidad rural, de dimensiones muy distintas y una configuración diversa, que se dedicaba a la explotación agrícola y ganadera de su entorno. Su territorio se organizaba en varias partes con una entidad jurídica diferenciada cada una de ellas y complementaria entre sí por el tipo de explotación a que se destinaba. Así, se podía distinguir entre tierras de propiedad privada de carácter primordialmente agrícola y el espacio comunal, utilizado principalmente para pastos, caza, recogida de leña y frutos silvestres (43).
Estas alquerías dependían de un núcleo urbano, normalmente una ciudad (madīna), aunque en otras ocasiones, otras entidades de población, como fortalezas (hisn, en plural husun) eran la cabeza de la demarcación a la que podían pertenecer varias aldeas. A la vista de la documentación conservada se puede comprobar que en general podemos constatar la existencia de un tipo de hábitat disperso en las fases previas a la conquista cristiana a lo largo y ancho de toda nuestra campiña.
Salón Mudéjar del Palacio del Condestable Lucas de Iranzo de Jaén. |
Todos los indicios nos llevan a pensar en la tendencia generalizada a un tipo de hábitat disperso en nuestras poblaciones, ya que la población en circunstancias normales prefería la dispersión debido a que las dificultades en el transporte exigían que se residiera más o menos cerca de donde se trabajaba. Por ello, los labradores árabes vivían en el campo, agrupados en aldeas cercanas a las tierras que cultivaban. Así, considerando que una jornada de viaje suponía recorrer aproximadamente unas 20 millas, sabemos que en el caso de la Campiña giennense durante la época andalusí la distancia entre dos localidades amuralladas vecinas oscilaba entre 6 y 8 millas (1 milla equivale a 1609'344 metros), es decir, menos de media jornada, por lo que un labrador perfectamente podía trabajar en el campo y regresar a su domicilio diariamente, aunque su campo de cultivo estuviera en el confín del límite con otra aldea vecina (45).
Debemos de tener en cuenta también que en un tiempo en el que no existía una excesiva presión demográfica, los núcleos de población tendieron a localizarse esencialmente en las zonas de mayor fertilidad de las tierras de labor, con abundancia de agua, quedando como espacios de ocupación más marginal las zonas serranas y más áridas de nuestro territorio. Si a esto se le añade el hecho de que las sierras siempre se consideran zonas fronterizas, la situación se agravaría aún más, con lo que se comprende mejor el despoblamiento de esas zonas de sierra de nuestra geografía provincial de la Campiña Baja , como es el caso de Andújar y Marmolejo.
En el sector más oriental de Sierra Morena, donde las incursiones cristianas que se estaban produciendo desde el siglo XII obligaron a la población a emigrar a lugares más protegidos como eran las ciudades de Baeza, Úbeda, Andújar o Jaén (46).
Sabemos que cuando los castellanos conquistaron Córdoba, amplias zonas al norte de esta ciudad, situadas en Sierra Morena, estaban prácticamente despobladas debido a que la frontera entre los cristianos y musulmanes estaba situada desde 1155 al sur del Guadiana, afectando especialmente a Los Pedroches y a la Sierra de Córdoba (47).
Algo similar ocurriría con las sierras onubenses, donde había una total ausencia de núcleos urbanos y una fuerte impronta rural de tradición indígena local (48).
Alfonso X trás la toma de Cádiz. Oleo de Matías Moreno. |
Respecto al heredamiento que recibió la ciudad de Sevilla para repartirlo entre los pobladores además de 41 alquerías en estado de explotación, se le entregaron 21 lugares que “eran yermos” (50).
Con las campañas militares iniciadas por Fernando III y completadas por Alfonso X se incorporó a la Corona de Castilla un extenso territorio que hasta 1264 fue compartido entre los repobladores cristianos y los musulmanes sometidos, que permanecieron en sus tierras en virtud a los diferentes pactos establecidos por los monarcas castellanos. Sin embargo, frente a la rapidez con que se produjo la conquista de Andalucía, su reorganización administrativa según los esquemas cristianos fue un largo y complejo proceso de varias centurias que culminó finalmente tras la conquista del reino de Granada. De hecho, el proceso repoblador fue bastante complicado desde el principio, algo que se manifiesta en el espacio de tiempo existente desde que se produjo la conquista, se asignaron términos y se empezaron a organizar los concejos, con una media aproximada de seis años de demora tras la entrega o conquista de las poblaciones.
Así, Córdoba se empezó a organizar en 1241, cinco años después de la conquista, algo similar a Baeza, que fijaba sus términos en 1231. Sabemos que, en Andújar, que había sido ocupada en 1225, se estaban llevando a cabo repartos de tierra en 1232. Posiblemente a partir de los años 1231 o 1232 se iniciaría la repoblación de La Fuente de la Figuera y Villanueva, con repobladores procedentes a su vez de Baeza y de Andújar.
Abd Allah ibn Muhammad Al-Bayyasi. Imagen recogida en una publicación norteamericana. |
No se ha conservado el libro del repartimiento de Baeza, si es que, como parece más que probable, llegó a redactarse a juzgar por las múltiples referencias antiguas existentes. Tomándolo del texto citado, el analista del XVII Martín de Jimena Jurado reproduce una nómina de los 300 caballeros que plantea muchos problemas. Por un lado, resulta extraño que en ella se incluyan pobladores asentados, sin llegar a diferenciar su lugar de instalación, a los repobladores tanto de Baeza como de Úbeda, siendo así que se trata de lugares conquistados en fechas no muy alejadas entre sí, pero sí distintas: Baeza, en 1226, y Úbeda, en 1233. Pero hay más. Resulta que muchos de los nombres incluidos en esta lista figuran también en la nómina de los repobladores de Arjona, conquistada en 1244. Pero, por otro lado, en la lista de Baeza consta una serie de nombres que muy bien pudieron y debieron recibir donadíos y que, en clara consecuencia, no fueron pobladores en sentido estricto, empezando por don Diego López de Haro, hijo del primer tenente de la ciudad, y otros personajes perfectamente identificados como los ricos hombres don Nuño Pérez de Guzmán, don Pedro Núñez de Guzmán y don Nuño González (de Lara). Pero quitados éstos y algunos más, los restantes personajes son difíciles de identificar. En un par de documentos, fechados en 1230 y 1236, figuran como confirmantes varios personajes baezanos de la primera hora, cuyos nombres debieron registrarse en el repartimiento original. Pues bien, con la excepción de Don Bartolomé y Gil de Olid, ninguno de los repobladores arriba reseñados, ni siquiera los que ostentaron cargos públicos, excepto el citado Don Bartolomé, constan en la relación que recoge Jimena Jurado. ¿Qué quiere esto decir? A nuestro juicio, quienquiera que confeccionara esta lista debió manejar una doble información. Por un lado, un libro de los donadíos de Baeza, de factura similar al de la Colegiata de San Salvador de Úbeda. Ello explicaría la inclusión de vasallos del rey o hidalgos de su entorno en la nómina de los 300. Algunos de los restantes nombres corresponden a repobladores de la primera hora, como sería el caso de los ya citados don Bartolomé y Gil de Olid, y otros como don Rubio, Pedro Ruiz de Gorgogí, Martín Sánchez de Jódar y su hijo Sancho Martínez de Jódar, Arnalt Gallegos, Domingo Muñoz, “el adalid”, uno de los conquistadores de Córdoba, y, tal vez, García Pérez de Vélez o García Vélez de Guevara. En cambio, muchos otros, seguramente la mayoría, debieron añadirse a la lista de beneficiarios de donadíos en un momento muy posterior, tal vez a finales del siglo XIV o comienzos del XV. Entre los que fueron incorporados a la nómina “definitiva” que la tradición escrita nos ha transmitido figura un personaje muy notable de los inicios de la dinastía trastámara, don Payo de Ribera, un hidalgo gallego del que toma origen la serie de Adelantados de Andalucía de fines de la Edad Media. En conclusión: ni fueron 300 ni, menos aún, los que supuestamente fueron repobladores de la primera hora consta que se asentaron en Baeza tras su conquista. Por ello, nada tiene de extraño que don Julio González sentenciara que el texto que comentamos “no ofrece garantías y necesita un estudio especial”, y al referirse a la lista de pobladores de Baeza, afirma que “el espíritu nobiliario a fines del siglo XV dio lugar a la formación de una lista de supuestos pobladores, sin garantía”.
Vista septentrional de la ciudad de Baeza. |
Tras conquista de Baeza, Andújar debió también ser repoblada. Por desgracia, la información que ha llegado a nosotros es muy escasa. Hemos de suponer que su repoblación debió coincidir con la de Baeza, lo mismo que la concesión de su fuero al parecer ya vigente en 1235, fecha en la que el concejo de Andújar efectúa una donación de una heredad situada en el Villar de la Caleras. El diploma tiene un especial interés ya que en el mismo constan los nombres de las autoridades del concejo. Las autoridades que confirmaron el documento fueron Martín Gómez de Miyancas, alcayad de Andújar por don Álvaro; Lope Pérez el Navarro, juez; alcaldes: Sancho López de Velasco, Pedro de Vallemar y Pedro González Ribilla; jurados del rey y del concejo: Pedro Gutiérrez de Frómista, Pedro Gil y don (ilegible), adalid; escribano del concejo: Salvador el Asturiano; andador del concejo: Bartolomé de Coria. Confirman además: Ruy Pérez, comendador de la casa de la orden de Uclés en Baeza, Pedro Gómez, comendador de la Orden de San Juan en Andújar, Lope Vivancos, comendador de la Casa de Dei o de los Cautivos en Andújar y Sancho Ortiz comendador del hospital de los enfermos pobres y el arcipreste Fernán Estébanez el Leonés.
Conocemos otros documentos dados por el propio monarca. Este el caso de la concesión hecha en 1233 a don Juan, obispo de Osma y canciller real, de ocho yugadas de tierra, doce aranzadas de viña, dos de huerta, la tercera parte de la fuente de los Baños, un tejar con su azuda y dos casas en la villa. En 1236, la Orden de Santiago recibiría un importante donadío consistente en un par de casas en la villa y diez yugadas de heredad en Cabeza Gorda, junto al río Jándula, ocho aranzadas de viña, una de huerta y un molino. Todo esto se otorgó a los freires en sustitución de cuanto habían recibido anteriormente, lo cual pasaría a poder del concejo para que los entregase a los pobladores que quisiesen asentarse en Andújar.
Escena de la vida de los mudejares andaluces. |
Menos tiempo se tardó en Úbeda, conquistada en 1233 y que se repobló en torno a 1235, o Arjona, que inició su repoblación en 1247, tres años después de su conquista. La conquista de Úbeda tuvo lugar en julio de 1233. Tres años más tarde se había culminado la repoblación como se deduce de la delimitación del término llevada a cabo por don Gil, capellán del obispo de Osma, canciller del rey, el comendador de Canena, de la Orden de Uclés, Pedro Martínez, comendador de la casa del Hospital de Úbeda, Fernán Pérez, de la Orden de Santiago y encargado de la fábrica de los muros de Úbeda, Pedro Ibáñez, de la Orden de Calatrava, y el alcaide de Úbeda García Fernández.
De esta primera repoblación se han conservado algunas donaciones regias, fechadas en 1235, como la concesión de la aldea de Olvera a 60 pobladores a cada uno de los cuales se entregó como heredad una yugada de tierra. Otros diplomas registran la concesión de donadíos a la Orden de Calatrava, al monasterio de Silos y al obispo de Baeza. En los años siguientes se efectuaron otras concesiones, como las otorgadas al abad de Santander. Constan otras donaciones como la hecha a Pedro López de Harana y al arzobispo de Toledo.
Pero el testimonio más importante sobre el repartimiento de Úbeda es el llamado “libro del diezmo los donadíos”, redactado a fines del siglo XIII o comienzos del XIV, donde se recogen los donadíos efectuados por Fernando III en Úbeda. Se trata de un texto interesantísimo que, si bien no suple la pérdida del libro del repartimiento, ofrece una importante información sobre los repartos de las tierras de Úbeda y una lista completa de los donadíos otorgados a aquéllos que recibieron casas en el alcázar de la villa.
A la hora del reparto, el rey se reservó la cuarta parte de la tierra con la peculiaridad de que no se trataba de un bloque compacto del término sino de la cuarta parte de cada uno de los cuartos en que se dividió la totalidad del territorio.
La madraza foco de la cultura árabe en las ciudades islamófonas. |
Fueron los repartidores: Roy Fernández de Piédrola e Lope Quirós e Alfonso García Serrano
Pelayo Olid Domingo de Campos
Pero Estevan Roy Meléndez
Roy García Gil Pérez de Benzalá
Fernant Martínez Don Martín
Martín Ybáñes Don Peydro de Aguilera
Estevan Gil Alfonso Fernández
Arnalte Ferrer Pedro de Fornos
Roy López de Eredia Don Ponce
Don Guillén Don Pedro Díaz de Foces
Roy Ferrnández de Pédrula Ramón Ferrer
Yeñego Serrano Alvar Ramírez de Arellano
Ortun Ortiz Pero Sánchez de Biedma
Pero Sánchez el Adalid Don Bartolomé de Calmaestra
Don Nicholás de Luna Pascual Bela
Sancho Barrera Martín Navarro
Bernal de Calmaestra Yvañes Ocaña
Álvaro Soto Pablo Alanís
Gil Pérez del Caño García Trapera
Rodrigo Cardera Julián Garrido
Pero Sánchez del Adarbe Leonardo Corrales
Melendo Sepúlveda Ordoño Álbarez
Pero González Roy Vélez
Pedro Almíldez Roy Pérez Saldaña
Melendo Clavijo Ramón Solaz
Lázaro Din Garci Sánchez el Adalid
Alfonso Zurillo Pablo Sánchez de Córdova
Roy Gutiérrez Palomino Pedro Núñez Chirino
Johan de Mieres Pedro Rubio
Don Aparicio Máquiz Ortuño Sepúlveda
Antolín Sánchez Sebastián de Carmona
Adán Pérez de la Barrera Pero López de Martos
Pedro de Cañas Iohan Ferruz
Domingo Pastor Albar Pérez Valdivia
Pedro Chanciller Sueron Méndez de Esquivel
Alfonso Asalido Don Eximén de Raya
Ordoño de Santa Cruz Garci Vélez de Guevara
Gerrán Peñuela Pelayo de Luna
Alvar Núñez Jvrado Dalmán del Pino
Galván Clavijo Ramiro Sánchez de St. Estevan
Lope Pérez Lechuga Fernán García de Salazar
Ferrnant de Aguayo Guiral Baldivia
Sancho Gómez de Padiella Ramiro de Témez
Roy Porcel Iohan de Pozohondo
Roy Nievo Christóval de Vbeda
Gil de Vbeda Sancho Palomeque
Melen Zatico Álbaro Barba
Pedro Chamizo Gil Cervantes
Pedro Alfonso Caravajal Bernal Corvera
Pedro Barba Pedro Aznar
Don Pelayo de Evia Alfonso de Gámiz
Don Roy Gil Cabrera Ramir de Cos
Roy Ferrnandes de Biedma García Aznar
Don Martín de Aevar Don Pedro López de Ayala
Ramón Iordán Andrés de Morales
Miguel de Escabias Gil Lorite
Iohan Salcedo Gonzalo Ribiella
Ordoño de Rus Roy Díaz de Pedraza
Alfonso de Arjona Roy García de Raya
Ferrnat Morales Alfonso de Párraga
Gonzalo Sánchez Lechuga Roy Ferrnández de Haro
Gil de Temez Roy Pérez de Vargas
Iohan de Torres Toribio Gallego
Alvar Gómez de Santa Marina Pedro Royz de Vera
Roy Pérez de Villalobos Ferrnant Coronel
Roy Zambrana Ramón Cañet
Estevan de los Díez Guillén Corvera
Tello de Meneses Martín de Otiella
Pedro Vélez de Guevara Iohan de Biedma
Roy González Orbaneja Ferrnant de Luna
Pedro de Liçana Cerverón de Orcau
Guillén de Olms Pedro Vernet
Pedro Mexía Iohan Ortiz
Roy González el Adalid Ramiro Centellas
Roy Gonzales Clavijo Ferrnant García de Meneses
Estevan Godiel Pedro Royz Girón
Alfonso de Arévalo Gómez de Varea
Gonzalo de Córdova Alfonso de Vera
Rodrigo de Cervantes Pedro Porcel
Antonio de la Maestra Iohan de Olid
Roy López de Quesada Álvaro Vadillo
Gómez de Xódar Iohan Ruyz de Belverd
García de Vico Pedro de Mena
Gonzalo Maza Yeñego de Piédrola
Roy Ferrnández Trapera Iohan Morante
Estevan Galiano Ferrnant Ferrnández de Ribiella
Alonso de Siles Ferrnando Alférez
Alfonso de Arce Lorenzo Suárez
Iohan de Berlanga Garci Brabo
Ferrnant Medrano Martín Gallego
Iohan de Mendoza Ferrnant Pérez Cervatos
Roy Harana Martín Sánchez de la Peña
Bartolomé de Alarcón Gil Rengifo
Roy Díaz de Cáceres Iohan de Pareja
Iohan Gonzales Talero Ramiro de Moya
Antonio de Herrera García de Lamas
Iohan Tahuste Pero López Duque
Ferrnant Díaz Biloria Andrés de Ribiella
Roy García Calvente Antón María
Gonzalo Rodríguez Álvaro de Torreblanca
Ferrnant López de Finojosa Ferrnant Gonzalez de Medina
Roy Camacho Iohan Rodríguez de Piédrula
Rodrigo de Perea Ferrnant Carrillo
García Alvar Ferrnant García Soriano
Roy Moreno Adán Trapera
Garcí Pérez Camacho Iohan Sánchez de Bédmar
Gonzalo Marí Roy López de Cózar
Pedro de Valenzuela Diego de Padiella
Alfonso Zapata Iohan de Trillo
Lope de Solazar Iohan Royz de Salas
Sancho de Ormaza Ferrnant Peralta
Miguel de Loriguillo Benito Turel
Roy Díaz de la Peñuela Alfonso Gallego
Pedro Hidalgo Roberto de Ayllón
Roy Díaz de Zambrana Ferrnando del Pino
Gonzalo Piñeda Roy Mayuelas
Yéñego Romano Gómez García de Medrano
Garci Sánchez de Rojas Roy Manrique
Martín de Ortega Nuño Quirós
Suero de Escabias Pelayo Chamizo
Ortún Calderón Ferrnando Palomeque
Perálvarez de Raya Iohan Rodríguez de Salazar
Ferrnan Fernández Ribera Ferrant de Estremera
Álvaro Montaños Pedro Cano
Domingo Nicuesa Iohan de Mescua
Álvaro Carrillo Miguel Royz de Godán
Roy González de Peñalosa García de Alarcón
Illán Gotor Ordoño Reolid
García de Calatañazor Martín Ferrnández de Sant Martín
Iohan de Caso Antón Poyato
Domingo Carrillo Aparicio Maroto
Ramón Navarro Pero Iuhan de la Maestra
Don Domingo Almíldez Pedro Yñiguez de Villacanes
Día Sanchez de Medinilla Roy Sánchez de Aguilera
Sancho de Ágreda Garci Pérez de Pédrula
Ferrnant García de Meneses Don Iuhan Frólez
Roy González Marrano Roger Arnaldo de Orcau
Álvaro Barrientos. (51)
De la repoblación de Arjona sólo nos resta el más que sospechoso elenco de sus 76 repobladores que nos transmitiera Jimena Jurado en sus inéditos Anales de la Villa de Arjona, publicado por Molares Talero. El propio Jimena Jurado señala que el repartimiento se efectuó en 1247, actuando como partidores Ruy Fernández de Piédrola. Lope Quirós y Alfonso García Serrano. De esta lista podría decirse lo mismo que lo de la de Baeza: que carece de fiabilidad dado que el cotejo entre ambas relaciones nominales pone de relieve que muchos nombres de la primera se repiten también en la de Arjona.
Algunos documentos fernandinos informan sobre la repoblación de Arjona. El primero de ellos, de 1251, alude a la concesión de Zambra a la Orden de Calatrava a cambio de las aldeas de Susana y Zafra y 20 yugadas que la orden poseía en Arjona y el “quinto de la renda que auedes en Ariona”, alusivo probablemente al quinto de las cabalgadas contra tierra de moros. Del mismo año es la delimitación de los términos de Martos, Porcuna y Arjona.
Castillo fortaleza árabe de Andújar. |
Posiblemente esto se debiera a una falta de decisión por parte de Fernando III, que se manifiesta en las correcciones que se realizaron en años posteriores a las delimitaciones de términos, pero también es muy posible que la presencia cristiana en los territorios conquistados no se hubiera consolidado en los momentos posteriores a la conquista (53).
En líneas generales, debemos de destacar que, mientras que los nuevos pobladores se establecieron en las principales villas y ciudades de la región, donde generalmente la población autóctona fue expulsada, los mudéjares se concentraron principalmente en los pueblos y alquerías de la Loma de Úbeda y en las campiñas cordobesa y sevillana, aunque también los había en la ribera del Guadalquivir y en las sierras, permaneciendo en sus propiedades a cambio del pago de impuestos como mudéjares, por lo que en todos estos casos el tipo de hábitat preexistente se debió mantener en los primeros años posteriores a la conquista (54).
Sin embargo, en algunas zonas sensibles, especialmente en la frontera con el reino de Granada se produjeron algunos traslados de población mudéjar a fin de tenerla controlada. Así, conocemos el caso de la aldea de Silibar, lugar en el que en 1254 fue reubicada la población mudéjar que había en Morón, y a donde también acudieron musulmanes procedentes de otras poblaciones cercanas, como la de Cote cuando la ciudad de Sevilla estableció en esta última localidad una guarnición permanente para vigilar a los habitantes de Silibar (55).
Estos traslados forzosos, unido a las incitaciones de los ulemas y alfaquíes para que emigrasen a tierras musulmanas y a la presión cristiana, provocaron que ya antes de 1264 (año de la expulsión) la población mudéjar en Andalucía hubiera descendido notablemente (56).
En cualquier caso, se supone que las tierras vacías fueron repartidas entre los nuevos pobladores cristianos, lo que nos plantea la pregunta de cuál fue el volumen de tierras que recibieron los repobladores y el porcentaje en proporción con las que mantuvieron los mudéjares, algo bastante complicado de resolver a la vista de la documentación conservada, bastante escasa y muy fragmentaria. De hecho, son los Libros de Repartimiento los que nos permiten dilucidar algo más sobre este tema, aunque desgraciadamente tan sólo se han conservado unos cuantos, para el reino de Sevilla, y de ellos, anteriores a la expulsión de los mudéjares tan sólo contamos con los de Carmona y Sevilla. En concreto a través del de Carmona, que se realizó en torno a 1253, sabemos que la superficie distribuida entre los repobladores cristianos no llegó a la quinta parte de la superficie total del término de Carmona, entregándose pequeñas y medianas empresas agrarias que sumarían el 97% de todas las fincas registradas y el 84,6% de toda la tierra repartida, permaneciendo en sus casas buena parte de los mudéjares, que conservaron sus leyes y costumbres (57).
Población mudéjar que permaneció en su vida rutinaria del campo. |
Algo parecido ocurriría en Sevilla, o en Córdoba, donde los heredamientos típicos estaban conformados por fincas de pequeña y mediana superficie. Es decir, que los repartimientos van a dar lugar a la aparición de un importante número de pequeños y medianos propietarios, sin olvidar la existencia de grandes propiedades entregadas principalmente a nobles e instituciones eclesiásticas (59).
Por otro lado, si la tónica dominante durante la época musulmana fue la dispersión de los asentamientos, en un principio tras la conquista cristiana los nuevos pobladores intentaron mantener ese tipo de poblamiento. Con ello, además de continuar con la situación anterior, intentaban reproducir el tipo de hábitat que ya conocían los repobladores en el norte en sus diferentes zonas de origen, por lo que tuvieron que asumir y compaginar una doble tradición de asentamientos, la castellana de origen y la andalusí como repobladores, no con una intención de continuidad, sino más bien, entendiendo que en el lugar previamente había funcionado un núcleo de población (60).
Esto se pone de manifiesto, por ejemplo, en el Repartimiento de Écija, donde se intentaron repoblar, sin mucho éxito, 32 aldeas, perfectamente localizables actualmente gracias a las precisiones topográficas que el texto presenta, dotándolas de dehesas, posiblemente con la intención de mantener algunas alquerías abandonadas (61).
No debemos olvidar en este sentido, que la forma de organización de la alquería difería muy poco del sistema castellano. En la alquería el territorio se dividía entre tierras no apropiadas o mubāḥa y apropiadas o mamlūka. Las primeras a su vez se subdividían en ḥarīm o espacio comunal para toda la población del lugar y mawāt o tierras muertas susceptibles de apropiación (62).
Este sistema era fácilmente equiparable a la tradición castellana, donde además de tierras de propiedad privada se contemplaba la existencia de espacios de aprovechamiento comunal (63).
Además, constatamos la permanencia de algunas instalaciones industriales, como era el caso de los molinos, a los que los repartimientos se refieren, así como la presencia de cortijos y haciendas que sin duda tendrían su origen en algunos machares y torres de época de la permanencia islámica (64).
Artesano mudéjar trabajando la taracea en los muebles granadinos. |
Otro problema que se nos plantea a la hora de analizar el asentamiento de los cristianos tras la conquista, es el grado de conocimiento que estos tenían de las tierras que conquistaron. Lógicamente, tendría que ser bastante desigual, contando con mayor información de las ciudades y sus territorios con los que habían tenido más contacto en fechas anteriores a la conquista, mientras que de los lugares más alejados de los centros de poder y de las grandes vías de comunicación, los recién llegados apenas tendrían conocimiento.
En relación con todo ello, y a fin también de simplificar el proceso de ocupación y castellanización del territorio, tras la conquista la tendencia más habitual fue la de intentar mantener los términos que tenían los núcleos de población andalusíes. De hecho, tanto en los repartimientos como en las donaciones reales, se solía hacer hincapié en recalcar que el territorio se dejaba “como lo tuvieron en tiempos de moros”. Por ello, en los amojonamientos que se realizaron, siempre que se podía, se contaba con “moros sabidores”, “omes buenos e fieles que fuesen sabidores de los términos por o eran” (66).
A través de una extensa familia de fueros se procedió desde el primer momento de la conquista a la reorganización de los territorios conquistados. El Fuero de Cuenca (1189 o 1190) fue otorgado a las ciudades de Baeza, Andújar y Úbeda con una serie de libertades para atraer a la población. El Fuero de Toledo fue dado a Arjona con mayor control de la corona y Jodar recibió el de Lorca, parecido al de Toledo, pero que delimitaba claramente los estratos sociales y favorecía el gobierno municipal de la nobleza.
Comercio de cereales entre los mudejares andaluces. |
“En el primer mojón, que era un pozo “en medio del arroyo del Salado”, el Condestable a caballo echó una lanza, en un símbolo de fuerza que emanaba de su autoridad de juez en este acto, pues era alcaide mayor de la ciudad de Jaén; luego mandó a un mozo que se lanzase vestido al pozo y se sumergiese en el agua, el cual fue sacado posteriormente del mismo en un acto de purificación y renacimiento que emana del agua del pozo, simbolismo que le había dado la autoridad del Condestable. Ello fue inicio para que el resto de los mozos se lanzaran agua unos a otros, incorporando así el elemento del juego y la fiesta al evento.
El acto festivo del amojonamiento continuó en otros mojones, como el situado entre los donadíos de Santa María en Jaén y la orden de San Juan de Acre en Andújar. Allí los jóvenes que acompañaban la comitiva jugaron con camaradería al juego “do las yeguas en el prado” para a continuación pasar a una batalla campal a puñetazos hasta que la intervención del Condestable puso paz, un acto también lleno de simbolismo donde la autoridad del Condestable como juez y pacificador puso fin a las rivalidades entre ambas ciudades. En otro lugar, situado en la cumbre de un cerro junto a un camino que iba de Mengíbar a La Figuera de Andújar, como allí no había piedras, se hizo un mojón grande de tierra. En el lugar los muchachos mataron un carnero a cañaverazos y le cortaron la cabeza, que fue enterrada en el mojón. Se cumple con este acto un nuevo simbolismo medieval del sacrificio y la comida de hermandad entre ambas ciudades, que culmina posteriormente en otro mojón donde se corre un toro que es matado a lanzadas y repartida la carne entre las personas pobres de los lugares cercanos de Cazalilla y Villanueva” (67).
Bella representación del trabajo del afilador. |
Y es lógico también que se intentaran conservar los antiguos distritos andalusíes pues de esta manera se podía mantener la unidad económica existente con anterioridad, ya que ésta generalmente buscaba su autosuficiencia, con base en el autoabastecimiento.
Pero, paralelamente a esto, desde el mismo momento de la conquista hay importantes transformaciones en la toponimia, algo especialmente patente en los lugares donde hubo debilidad de poblamiento cristiano y desaparición brusca de la población mudéjar (70).
De hecho, buena parte de los amojonamientos se realizaron utilizando topónimos castellanos o castellanizados, marcándose los hitos principales de las diferentes jurisdicciones más que por unos límites establecidos con rigor sobre campos y bosques. Por otro lado, la llegada de los conquistadores supuso también notables cambios en la organización del territorio y, de hecho, la red de poblamiento sufrió transformaciones significativas, aunque la herencia musulmana estaba presente. Así, los repartimientos manifiestan el abandono de muchas alquerías que nunca volvieron a poblarse. Además, aunque se entregaron algunas alquerías como unidades de población que se mantuvieron, caso de las dieciocho que recibió la catedral de Sevilla analizadas por I. Montes-Romero Camacho (71), la mayoría fueron simplemente la base topográfica para organizar pequeños repartos de heredamientos a pobladores, perdiendo su sentido de unidad de explotación y de lugar de habitación (72).
Asimismo, la implantación del sistema de “comunidad de Villa y Tierra”, puesto en marcha en las Extremaduras desde el siglo XI e instrumento fundamental de la política repobladora y reorganizadora de la monarquía castellana, supuso un cambio drástico en la organización administrativa de la región. Con él, el territorio se distribuyó de la siguiente manera: un núcleo de población principal (la “villa”) del que dependía un alfoz, constituido en muchas ocasiones por unidades poblacionales menores y sometidas a su jurisdicción (la “tierra”). De este modo, además de la dependencia de los concejos menores del núcleo principal se unieron los derechos de contenido comunal y todos los vecinos de la ciudad o villa principal y su alfoz podían aprovecharse de los bienes comunales de todo el territorio y circular dentro de la “tierra” sin tener que pagar los tributos que pagaban los no vecinos. (73).
Preparando el alumbrado de la casa con el aceite de oliva. |
La preexistencia en Andalucía de ciudades y fortalezas rectoras de amplios distritos en los que había unidades poblacionales menores, principalmente alquerías, facilitó notablemente la implantación de este sistema de la comunidad de villa y tierra. Sin embargo, y aunque existía la tendencia de mantener las demarcaciones andalusíes, caso de Baeza o de Úbeda (74), no siempre fue así.
De hecho, en algunas circunscripciones había escasos núcleos de población en el territorio perteneciente a una villa por lo que en lugar de crear nuevas aldeas dentro del alfoz se ampliaron sus términos para que pudiera controlar otros núcleos de población. Es el caso de Andújar, para la que en 1241 Fernando III asignó los mismos términos “como los auíe Andújar en tiempo de moros”, (75) pero que tan sólo contaba con una aldea que dependiera de ella, Marmolejo, pese a que el alfoz tenía una notable superficie, entre Sierra Morena y Guadalquivir, debido principalmente a la generalizada despoblación de todo el sector serrano que separa la Meseta Central de la Depresión Bética. Por ello, en 1254 Alfonso X le dio dos aldeas más, Fuente de la Higuera y Villanueva, tomadas del vecino concejo de Jaén al que entregó como compensación las villas de Arjona y Porcuna (76).
Carta de Fernando III otorgando al Concejo de Andújar el mismo término que tuvo durante la anterior época musulmana. Dado en Úbeda en fecha 12 de marzo de 1241. |
Vendedor de objetos de bronce en la calle. |
El vendedor de alfombras ofrece su mercancia. |
Un ejemplo de ello es el caso de la Campiña de Jaén donde muchas aldeas que existían a principios del siglo XIV a mediados de esa centuria eran tan sólo cortijos con algunas unidades de carácter defensivo, u otras habían quedado despobladas (80).
Esto se puede ejemplificar con el caso de la aldea de Garcíez, despoblada a finales del siglo XIII, o el cortijo del Brujuelo, un pequeño asentamiento de época islámica que tras la conquista cristiana se desplazó a un cerro donde se construyó una torre defensiva (81).
La expulsión de los mudéjares supuso nuevos intentos de poblamiento en zonas donde eran mayoría, por lo se realizaron nuevos repartos de tierras, aunque la tónica que estos nos muestran es que tampoco afectaron a la totalidad de los términos ya que muchos de los que acudieron a repoblar procedían de la propia Andalucía, por lo que en los alfoces se incrementó notablemente la cantidad de espacios baldíos.
Nuevos intentos de repoblación, sin mucho éxito, se realizarían esta vez por señores en la primera mitad del siglo XIV, respondiendo más que a una presión demográfica a un deseo de estos de poner en explotación tierras abandonadas y crear un señorío, así como a la búsqueda de muchos campesinos de rehacer sus patrimonios en zonas cercanas. Es también sintomática la dificultad que hubo para encontrar a nuevos pobladores en estos repartos, lo que explica que fueran necesarias sucesivas particiones. Muchos lotes fueron nuevamente distribuidos en el segundo repartimiento, y posteriormente, entre 1298 y 1318, se realizaron nuevos ajustes en las tierras previamente repartidas. La designación de ejidos a estas aldeas pone de manifiesto que, en esta repoblación, la intención era de revitalizar las antiguas alquerías del término. Otro fenómeno que alteró el poblamiento andaluz, que en buena parte es consecuencia de la revuelta mudéjar y los ataques benimerines, fue el proceso de señorialización de la frontera (82).
Como otras muchas cosas en la vida de los pueblos todas las esperanzas de una vida tranquila se van viniendo al suelo. El propósito de Fernando III el Santo de integrar a los mudejares no pudo realizarse. |
Esto se debió en buena parte a las necesidades defensivas, pero también fue un intento de buscar nuevos actores que revitalizaran unas áreas especialmente sensibles como eran las fronteras. Sin embargo, el resultado fue muy distinto ya que no se consiguió en absoluto que en los espacios limítrofes con Granada se consolidara un poblamiento sólido y además, la diversidad de jurisdicciones existente supuso la fractura de los espacios económicos tradicionales.
Granada 17 de diciembre de 2021.
Pedro Galán Galán.
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(50) González, J.: Repartimiento de Sevilla. Estudio y edición, Madrid, 1951, CSIC, 2 volúmenes, volumen 2, página 116.
(51) S. de Morales Talero, Anales de la Ciudad de Arjona, Madrid, 1965, páginas 207 a 228. Jimena tomó la relación nominal de un traslado “del original que está en el archivo de esta ciudad”, refrendado por Mendo Cabrera, escribano público de Baeza, a 30 de mayo de 1552.
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2 comentarios:
Curiosa la ceremonia litúrgica de amojonamiento que lleva a cabo el condestable Lucas de Iranzo. Se inicia con un bautismo de inmersión como el que se hacía tradicionalmente en la Iglesia en el que el neófito se despojaba del hombre viejo y se vestía con nueva vestidura. (Algunas sectas cristianas siguen haciendo lo mismo hoy día). Después el Mesías-condestable pone paz entre contendientes y termina el proceso en un monte del que no sabría decir si es el Sinaí o el de las Bienaventuranzas, pero es el que falta para que la simbología sea completa. El sacrificio de un cordero, carnero o ternero cuya carne se comparte ritualmente también formaba parte de las ceremonias de pactos del Antiguo Testamento, incluso entre Yahvé y Abraham...
Un mundo nuevo, una nueva aalianza, se ha instaurado y no ha lugar a volver atrás.
Detrás de cualquier ceremonia hay símbolos de los que muchas veces no somos conscientes. Creo sinceramente que Lucas de Iranzo sí lo era, aunque no sé si los cronistas que lo acompañaron o transmitieron.
Cuando hice ampliación de estudios en esta universidad, me encontré con una ciencia humana bastante curiosa, intrigante e interesante, que atrajo poderosamente mi atención, fue la Antropología. Los humanos en nuestra evolución como criaturas precisamos pasar por una serie de ritos, que nos facilitan el paso a cubrir para comenzar una nueva etapa de nuestra vida, eran los ritos de paso que todavía observamos en los documentales televisivos. Todo ese completo grupo de actos, naturalmente, se vieron muy influenciados por las creencias religiosas de una u otra manera. Unos actos que era natural seguir porque así lo establecían las tradiciones y costumbres de cada época. Recuerda los espadazos en los hombros para nombrar a los “caballeros”, una palabra que en singular todavía nos satisface cuando alguien se dirige a nosotros con ese vocablo.
Cordiales saludos.
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