POSIBLEMENTE
NO FUESE CONSIDERADA ESTA ISLA COMO CAMPO DE MISIÓN, POR LAS DURAS CONDICIONES
DE SUBSISTENCIA Y LA EXTREMA DUREZA QUE SUFRÍAN LOS SOLDADOS, YA QUE DEBÍAN SER
ABASTECIDOS DE ALIMENTOS DESDE LAS ISLAS DE TERNATE Y TIDORE.
La
isla de Halmahera fue el primer
territorio de las Molucas que estableció vínculos con los españoles, antes que
lo hiciesen los sultanatos de Ternate y Tidore. El primer contacto de los
españoles con esta isla se remontaba a la primera mitad del siglo XVI, cuando
las primeras expediciones españolas procedentes
de América, recalaron en diversos lugares de esta isla, para desde esta
isla abordar la llegada a las islas de Ternate y Tidore. En este tiempo había
en las Molucas cuatro reinos históricos que eran
Gilolo, Baquián, Tidore y Ternate, regidos por sultanes desde el siglo XV.
En
esta época destacaba en la isla de Halmahera la población de Zamafo o Samafo,
al convertirse en la escala previa de las primeras expediciones españolas en su
camino a los grandes reinos de las islas Molucas. Este hecho creó unos vínculos
importantes entre los españoles y las diferentes poblaciones de Halmahera, que
se tradujo en la firma de alianzas mutuas, con el objetivo principal de oponerse
al dominio portugués del archipiélago moluqueño.
El
pueblo de Gilolo tiene gran importancia en las islas Molucas por ser uno de los
monarcas que junto a Ternate, Tidore y Baquián constituían los cuatro grandes
poderes de la cultura moluqueña. El vínculo español con Gilolo se remonta al
año 1525, con la llegada de García Jofre de Loaysa, expedición en la que
también iba Andrés de Urdaneta, y que llegó a Gilolo tras atravesar el Océano
Pacífico; los españoles llegaron primero a esta isla, donde fueron muy bien
recibidos antes de proseguir hasta su destino en Tidore (1).
Dos
años después de su llegada, en el año 1528, está documentada la presencia de
una veintena de soldados españoles en
Gilolo. Los españoles fueron invitados por el rey de Gilolo a residir en su
reino y en agradecimiento por su hospitalidad nuestros compatriotas ayudaron a
los nativos a mejorar la construcción defensiva de la población. Durante la
estancia de los estos españoles en este lugar, la presencia española aumentó
con la llegada de nuevos expedicionarios españoles procedentes de la expedición de Álvaro de Saavedra, que
en el año 1527 había zarpado de Nueva España y tras llegar a las Molucas en
1528, fracasaron en su intento de regresar a América por el Pacífico, en los
tiempos que no se había descubierto la ruta marítima del “Tornaviaje” (2).
Durante
estos primeros años de presencia en las Molucas la estancia española no fue
fácil, debida a nuestros vecinos portugueses, que estaban en las Molucas desde
1511 y eran contrarios al establecimiento de los españoles en esta territorio
al que habían llegado primero; por esta razón los ataques portugueses fueron
continuos con el objetivo único de expulsar a los españoles de las Molucas. Los
españoles tras ser forzados a dejar Tidore, encontraron refugio en Gilolo.
Mapa topográfico de la isla de Halmahera, Gilolo o Jailolo, la mayor isla del archipiélago de las Molucas. En el mapa antiguo de abajo aparece el nombre de Gilolo para referirse a la isla de Halmahera. |
Así en el año 1629 todos los españoles llegados a las Molucas, alrededor de unos sesenta, encontraron en Gilolo la protección de su rey, mientras esperaban la posible llegada de refuerzos españoles (3); pero las malas condiciones de vida y la escasez de recursos fueron progresivamente diezmando los efectivos y debilitando su resistencia ante los portugueses, que finalmente en el año 1533 lograron expulsar de Gilolo a los diecinueve españoles supervivientes, trasladándolos a su fortaleza de Ternate, su aliado, para después llevarlos a España a través de la India. De esta manera Gilolo pasó a estar bajo control portugués (4).
En
el año 1535 los pocos españoles que aún permanecían en las Molucas, entre ellos
Andrés de Urdaneta, aceptaron las propuestas portuguesas y abandonaron las
islas de las especias, tras haber permanecido en ellas por espacio de ocho años
(5).
Otra
nueva expedición a las Molucas de produjo en el año 1538, la que comandada por
Hernando de Grijalva terminó con mal resultado, porque los pocos españoles que
lograron llegar a Tidore en 1538 se vieron obligados a entregarse a los
portugueses. Pocos años después los supervivientes de la expedición de Rui
López de Villalobos, hizo la cuarta y última expedición española a las Molucas,
que salió de México en 1542, y fueron muy bien recibidos por el rey de Gilolo
en enero del año 1544. Por el Tratado de Zaragoza de 1529 los españoles no
estaban autorizados a llegar a Maluco, porque en este tratado se había aceptado
por España la soberanía de Portugal sobre las islas Molucas, pero el hambre y
la necesidad forzó a la expedición de Villalobos a recalar en Halmahera; era
una ocasión por parte del soberano de Gilolo para contrarrestar el dominio que
los portugueses tenían sobre la isla, por lo que el monarca viendo en esta
llegada la oportunidad que se le presentaba le ofreció a los españoles la
posibilidad de construir una fortaleza. Los españoles aceptaron la invitación
real y retomando la antigua alianza construyeron casas y ocuparon la fortaleza
local (6).
Al fondo la isla de Halmahera, vista desde la isla de Tidore. |
Volcán Dukono en erupción el 5 de enero de 2018 en Halmahera. |
Localización del terremoto del 5 de enero de 2019 con intensidad 5,2 en la isla de Halmahera. Cortesía de Volcano Discovery. |
Emanaciones del volcán Dukono vistas desde satélite. |
La nueva alianza de Gilolo y los españoles no fue tolerada por Portugal, y desde la isla de Ternate, donde eran aliados del sultán, organizaron una expedición para expulsar a los españoles y someter al rey de Gilolo a su obediencia. El 23 de noviembre de 1645 los portugueses iniciaron un cerco sobre Gilolo, y tras trece días de riguroso, pero infructuoso asedio se tuvieron que retirar (7).
A
pesar de esta primera victoria parcial, los españoles eran conscientes de la
imposibilidad de poder resistir mucho más, planteándose si debían mantenerse
fieles a la alianza establecida con Gilolo permaneciendo en las Molucas hasta
el final, o aceptar la oferta portuguesa de una rendición con condiciones por
parte española. Finalmente, la falta de refuerzos y las duras condiciones de
vida a las que estaban sometidos, les hicieron aceptar la oferta portuguesa de
regresar a España por la vía de la India. Tal como habían supuesto los
españoles, a Gilolo la alianza con España le acarreo unas consecuencias fatales;
porque en el año 1651 la represalia portuguesa por su ayuda a los españoles les
supuso la destrucción de su fortaleza y de su pueblo, y la incorporación de su
territorio al reino del sultán de Ternate y la pérdida del título de rey, que
fue degradado a ser considerado sangihe, un cargo local que lo igualaba al de
muchas otras islas de las Molucas.
Para
Andaya este hecho fue clave en la historia de las Molucas, marcando el inicio
de un declive de la cultura local, y responsable de su inferioridad ante los
colonizadores europeos en los siglos posteriores. La caída y degradación del
reino de Gilolo conllevó la quiebra del equilibrio de la zona al romperse una
de las cuatro patas o pilares sobre los que se asentaba cierta estabilidad con
los cuatro grandes reinos de las Molucas, a saber: Gilolo, Tidore, Ternate y
Baquián (8).
Ya
desde el siglo XVII, gracias a la conquista de Ternate del gobernador de Filipinas
Pedro de Acuña en 1606, Gilolo pasó a ser española. En las capitulaciones
firmadas tras la conquista el sultán de Ternate cedió su soberanía a los
españoles, con lo que el 14 de abril de 1606, Juan Juárez de Gallinato,
acompañado del capitán Cristóbal de Villagra, y el intérprete Pablo de Lima
tomaban posesión de la población de Gilolo (9).
La isla de Halmahera vista desde el mar. |
Volcán de la isla de Halmahera también conocida como Gilolo o Jailolo. |
Pese a todo lo pactado el control sobre Gilolo duró poco, estaba muy vinculada a Ternate, por lo que estos se unieron a los rebeldes ternateños que se oponían a reconocimiento de la nueva soberanía española, y con la ayuda de un barco holandés fondeado en las cercanías de su costa, se rebelaron al control español; pero la respuesta española no tardó en llegar y en el mes de noviembre de 1606 una flota de dos galeras españolas con ciento veinte soldados a bordo, acompañada de doce caracoas o embarcaciones tidoreñas a remos, fue enviada a Gilolo. Hay constancia de los detalles de esta operación bélica gracias a las órdenes que el capitán Pascual de Alarcón firmó en la galera capitana de la flota poco antes del ataque, el siete de diciembre de 1606 (10).
Con
el apoyo de la artillería de las galeras españolas los españoles lograron tomar
la población, pero la falta de recursos personales y materiales les impidió
consolidar su posesión, que volvieron a intentarlo los españoles en 1608,
cuando Pedro de Heredia tomó y quemó la población provocando la huida de la
población local, pero de nuevo tampoco se logró consolidar la plaza, que se
acabó abandonando poco después de haberse realizado su toma (11).
Pintura del Principe Giolo, hijo del Rey de Moangis de Gilolo. |
Hubo
que esperar hasta 1610 con la llegada del gobernador de Filipinas Juan de Silva
a las Molucas para que cambiase la situación. El nuevo gobernador, tras haber
derrotado a una gran escuadra holandesa en la bahía de Manila, en la batalla de
Playa Honda en 1610, creyó que había llegado el momento de intentar la
expulsión de los holandeses de las islas Molucas, y para conseguir estos
propósitos organizó una gran expedición desde Manila que tras llegar a la isla
de Ternate se dirigió a la conquista de Gilolo. En esta ocasión los refuerzos
fueron suficientes y la toma de la plaza conllevó la fortificación y
consolidación del lugar, acción que fue llevada a cabo por el gobernador de las
Molucas Cristóbal de Azcueta, dejando al mando de la plaza al sargento mayor
Fernando Centeno Maldonado (12).
Los
españoles, en esta ocasión además de consolidar la fortificación ya existente
construyeron una segunda fortaleza situada en una posición al norte de la fortaleza principal, en un lugar
estratégico situado junto a la entrada del río que comunicaba el mar con la
ciudad y que por lo tanto controlaba el puerto de Gilolo (13).
Los
españoles bautizaron esta segunda fortaleza
como fuerte San Cristóbal, (quizá por el nombre del gobernador de las
Molucas Cristóbal de Azcueta). Esta fortaleza cumplía una importante función
estratégica al controlar el acceso marítimo a
Gilolo, y había sido construida en piedra, haciendo cal y cargando
piedras para su construcción (14).
Ubicación de los fuertes españoles en la isla de Halmahera. |
Según
fuentes históricas holandesas se cifraban en un número de soldados españoles
residentes entre cincuenta y sesenta, junto a medio centenar de familias
locales, pues el resto de la población local había huido tras la conquista
(15).
Las
condiciones de vida de los residentes españoles fueron de extremada dureza,
pues al año de la toma, gran parte de los españoles habían enfermado de
beriberi y cuarenta de ellos tuvieron que ser trasladados al hospital de
Ternate (16).
Sin
embargo, los españoles se esforzaron en su control y desde Ternate se envió al
cabo de escuadra Alonso García Romero, quien junto a otros doce soldados
levantaron una muralla sobre un espacio sobresaliente de la fortaleza de Gilolo
(17).
En
el año 1613 el sargento mayor Fernando Centeno Maldonado que continuaba al
mando de la fuerza veía como las dificultades iban en aumento, ya que el
abandono del cercano puesto de Sabugo, había que sumar la presión ejercida por
los ternateños y holandeses que estaban establecidos en el puesto de
Gamocanora.
En
esta ocasión, como en otras se mostró la firme alianza de españoles y tidoreños,
pues la clave para la resistencia a la presión de los enemigos fue el apoyo del
rey de Tidore, razón de la confianza en ellos sería que el gobernador de las
Molucas consciente de ello, siempre exigió que Gilolo estuviese también
guarnecido por fuerzas del reino amigo de Tidore. Así en 1614, treinta
tidoreños se encontraban apoyando al casi centenar de españoles y pampangos que
defendían la plaza de Gilolo (18).
El
problema crucial para los españoles allí ubicados era el carecer de medios de
subsistencia, dependiendo para ello de la llegada de embarcaciones de
suministros de Ternate y Tidore para su alimentación, y por otra parte las
amenazas y control al que estaban sometidos por parte de los ternateños y
holandeses. Era una ayuda que temporalmente debía romper el bloqueo marítimo de
los citados enemigos que se establecieron en la costa de Gilolo. En el año 1614,
Fernando de Ayala con la galera Santa Isabel consiguió introducir ayuda,
rompiendo el cerco compuesto de una nao holandesa y diez caracoas de los
ternateños (19).
Vista de la isla de Halmahera con una vegetación exuberante. |
Vista del norte de Halmahera. |
Durante
su mandato por un tiempo de diecisiete meses se consolidó la defensa, con gran
trabajo en fortificar con piedra aquel puesto (21).
Pedro
de Ermua se encargó de la fuerza principal de Gilolo, dejando al mando de la
segunda fuerza, ahora denominada San Cristóbal de Dofasa, a Bartolomé Díaz
Barrera (22),
y aunque no logró repeler un nuevo asalto enemigo y evitar que los pocos
nativos locales, que aún permanecían en Gilolo se aliaran con los holandeses, la
situación siguió siendo crítica. La guerra despobló aún más si cabe los
alrededores del fuerte y el aislamiento de los españoles se fue agravando. El
doce de abril de 1615, Pedro de Ermua y su compañía de soldados fue sustituido
por el capitán Francisco de Vera y Aragón (23),
y a pesar de que el nuevo jefe de la guarnición evitó el desembarco de los
ternateños y holandeses, la situación seguía siendo bastante complicada para
los españoles; pues el enemigo sitiador capturó la galera que les traía
suministro a esta fuerza sitiada, y la fuerza tuvo que adentrarse en el
interior de Halmahera para poder obtener víveres en el territorio enemigo (24).
Playa de la isla de Halmahera. |
En
el año 1616 se produce un nuevo cambio de mando responsable de Gilolo con el
alférez Matías de la Cruz, quien sigue señalando el peligro de una inminente
rebelión local ante las continuas ofertas de apoyo que recibían de parte de los
holandeses y ternateños, pero a pesar de todo la guarnición aguantaba e incluso
está documentada la presencia de una casa de religiosos hecha por los hermanos
franciscanos Gabriel de San Gregorio y Juan Montero (26).
Dos
años después en 1618, según un informe del jesuita Manuel Ribeiro hace de la
situación en las islas Molucas, se dice que los españoles continuaban en Gilolo
en ese año (27).
Sin
embargo en treinta de junio de 1618 el gobernador Lucas de Vergara desde
Ternate le propone al rey que se abandonasen las dos fortalezas españolas en
Gilolo con el siguiente texto:
“Las
dos fortalezas que S.M. tiene en Gilolo como V sabe no sirven sino de tener
allí ocupados 80 soldados, los sesenta de españoles y cada día traen muertos y
enfermos que para la falta que en estas importan tenemos hicieran mucho al caso
y allí no son de provecho y siempre que el enemigo vaya sobre ello con poder
quedan sin poderse socorrer ni por mar ni por tierra y así me parece por estas
y por otras razones fuera acertado dejarlas antes que nos obligue a ello por la
fuerza. VS tomase considerar y ordenar los que más convenga”.
Pese
a todo, un año después, los españoles seguían resistiendo en Gilolo, pues el
nueve de marzo de 1619, el propio gobernador que escribía esto al rey, ordenó
al responsable de los fuertes de Santa Lucía de Calamata y San Pedro y San
Pablo de Ternate que acudiesen con veinte soldados a llevar municiones y
abastecimientos a las guarniciones de Gilolo y a relevar a parte de la tropa de
allí (28).
Vista de la isla de Halmahera. |
Toma aérea de un cabo de la isla de Halmahera. |
En el año 1620, año del martirio de nuestro fraile sacerdote franciscano Fray Blas Palomino al oeste de las islas de Tidore y Ternate, se produjo el desmantelamiento de Gilolo, según nos lo confirma y describe el franciscano Gregorio de San Esteban, como una fortaleza principal, como una fuerza de tres baluartes con una punta de diamante, y seis piezas de artillería, que estaba comandada por un capitán al mando de sesenta soldados, pese a tener una capacidad de hasta para doscientos soldados (29).
La
evacuación de Gilolo obedeció a una orden del nuevo gobernador Luis de
Bracamonte, quien llegado a Ternate en 1620, decidió cederlas a Tidore. El gran
gasto que reportaba a la corona y el poco rendimiento que se obtenía fueron las
causas de fondo de esta decisión. Sin embargo el franciscano Antonio De La
Llave nos aporta una causa más precisa cual fue la relación del príncipe de
Tidore, Cachil Naro, con los españoles, que a diferencia de su padre el rey de
Tidore, se mostró desde siempre muy escéptico ante la tradicional alianza de su
padre con los españoles. Un recelo que parecía mutuo, dado que los españoles a
su vez recelaban bastante de él, ya que a pesar de tener medios y ofrécele
colaboración militar, siempre rehusó atacar a los holandeses, hasta el punto de
que una embajada española encabezada por el sargento Mayor Alonso Martín
Quirante fue a pedirle explicaciones, y con ello la tensión fue en aumento
cuando el sargento mayor dio una palmada sobre la silla del rey, lo cual fue
interpretado como un gesto de agresión por el cuñado del príncipe, quien
respondió amenazando al sargento mayor con un kris, una especie de daga local.
Los españoles conocedores de la importancia de la alianza mantenida con Tidore,
no respondieron a las amenazas, y volvieron a Ternate para reportar lo
sucedido, y en una junta con el gobernador Bracamonte se decidió tener un gesto
de amistad con Tidore que ayudara a calmar al príncipe y sus seguidores,
cediendo en este caso los fuertes de Halmahera que hemos comentado antes. Con
la evacuación de estos puestos para su cesión a Tidore, los españoles buscaron
reforzar sus plazas en la isla de Tidore. Sospechando una posible rebelión
local encabezada por el príncipe Cachil Naro, se buscaban garantías de poder
sofocarla (30).
Vista de la isla de Halmahera. |
Foto aérea del crater de un volcán de Halmahera. Foto de Eustaquio Santimano. |
En
el mismo año de su cesión a Tidore, doscientos ternateños acompañados de veinte
holandeses le arrebataron Gilolo a rey de Tidore (32).
Otras
suertes parecidas sufrieron otros enclaves en la isla de Halmahera, como el de Sabugo al
norte de Gilolo entre 1611 y 1613, y el de Gamoconora a cuatro leguas al norte
de Sabugo.
Imagen de 1890 de un grupo de la étnia de los Alfuros de Gilolo o Halmahera. |
Nativo del grupo de los tugutiles de la isla de Halmahera. |
Nativo de Halmahera mostrando la pesca. |
Podemos
afirmar que pese a que los españoles por la conquista de Ternate eran los
legítimos soberanos de la región nunca llegaron a establecer un fuerte control
en Halmahera. El norte de la isla de Halmahera presentaba una férrea oposición
de la población nativa por la vinculación a Ternate, tras la pérdida de su
autonomía y su vasallaje a Ternate, y el interés del control holandés de la
zona, con la posición cercana del fuerte Malayo holandés, que servía como base
de sus operaciones de castigo para con los españoles, esta situación impidió el
establecimiento español en Halmahera salvo el corto espacio de tiempo que hemos
descrito entre 1608 y 1620. El gran gasto humano y económico que suponía su
control no compensaba el mantenimiento de estos tres fuertes, e hizo que ante
la amenaza holandesa sobre Tidore, se decidiese levantar las guarniciones de
Halmahera para concentrarlas en Tidore. No obstante, el breve paso español por
estos lugares durante la segunda década del siglo XVII, sirvió para reconstruir
las dos fortalezas locales de Gilolo y de Sabugo, así como fundar dos nuevas,
las de Dofasa y Tabuga, construidas para el control del acceso al puerto de
ambas poblaciones.
Mapa de los fuertes españoles en la isla de Halmahera. |
No
se llegarían a comprender por nuestros lectores las dificultades de abastecimiento y mantenimiento de
las fuerzas militares en estas islas, que desarrollaron tan gran gesta en Filipinas y las islas
del sur en los diversos archipiélagos de las islas Célebes, Molucas y otras
muchas de Insulindia, si antes no diésemos, aunque sólo fuesen unas pinceladas
sobre el desarrollo de la armada naval española a lo largo de los siglos XVI y
XVII, y algo de la problemática relación con el nuevo estado emergente holandes y el reino de España en el propio continente europeo.
Durante
la mayor parte del siglo XVI no existió en el Reino de España una marina de
guerra al uso, tal y como la concebimos actualmente, sino que en función de las
necesidades que iban surgiendo, la Corona embargaba embarcaciones particulares
para una jornada naval concreta, y una vez finalizaba ésta, la armada que se
hubiera movilizado para solventar el problema, se volvía a disolver.
Naves holandesas embisten galeras españolas en la costa de flamenca en octubre de 1602 en el lienzo del año 1617, representado en este óleo sobre lienzo de Cornelisz Hendrick Vroom (Haarlem 1591-1661), Rijksmuseum, Ámsterdam. |
Esta
situación se debía a que la industria, la administración y la economía
estatales del Reino de España, no estaban preparadas en su totalidad para poder
soportar el enorme costo de crear y mantener de forma continuada una marina de
guerra de esas características. Sin embargo, con la expansión por el Atlántico
y el Pacífico se vio necesaria la creación de una fuerza, que pudiera garantizar
la defensa de las extensas posesiones españolas en el mundo, y de las rutas
comerciales que las mantenían unidas, pues si bien existían escuadras de
protección cerca de las costas para las naves procedentes de las Indias, éstas
no eran suficientes.
Fue
durante el reinado de Felipe II cuando surgió una mayor preocupación por
defender el Atlántico, por lo que la idea de poder contar con una marina
oceánica permanente tomó la suficiente fuerza, como para poder ponerla en
práctica. Los principales catalizadores de la importancia del escenario
Atlántico para la Corona fueron la rebelión de los Países Bajos en 1568, que
sin lugar a dudas hizo peligrar seriamente las comunicaciones marítimas con
estos territorios, así como el aumento de la actividad corsaria por parte de
los rebeldes y, posteriormente, de los ingleses. Las necesidades estratégicas de la Guerra de los
Ochenta Años despertaron en España la necesidad de una Armada para disputar la
hegemonía naval a los holandeses en el mar del Norte y defender el Atlántico. Además, a ésto se unió la
anexión de Portugal en 1580 con todas sus posesiones ultramarinas, por lo que a
la Monarquía le convenía hacer sentir su poderío naval en las aguas del mar del
Norte, lugar de donde surgía el peligro que los propios rebeldes holandeses
representaban para sus intereses.
La derrota de la Armada Invencible. |
La
amarga experiencia obtenida tras la Empresa de Inglaterra de 1588 sirvió como
revulsivo, para que Madrid se tomase en serio el fortalecimiento del poder
marítimo en el Atlántico. Si bien, ya desde la época de las expediciones a las Azores
en 1582 y 1583 existía una flota oceánica, con la presencia de algunos buques de
la Corona, aunque en su mayor parte de esa flota oceánica estaba compuesta por
buques de propiedad privada, a raíz del conflicto anglo-español la Armada del
Mar Océano, así denominada a partir de 1594, no hizo sino aumentar en número de
unidades y en tonelaje durante toda la década de 1590, llegando a alcanzar el poderío
naval hispano en el Atlántico en 1597 máximos históricos, pues duplicaba el poderío que
pudieran poseer en aquel momento Inglaterra y Holanda (33).
Con
el cambio de reinado a la llegada el trono de Felipe III, y la progresiva firma
de las paces con Francia (1598) e Inglaterra (1604), así como de la Tregua de
los Doce Años con los rebeldes holandeses (1609), y con el desvío subsiguiente de
los intereses geoestratégicos hispanos del Atlántico al Mediterráneo, con el objetivo de hacer frente a la amenaza turca y a la
piratería berberisca, una vez “pacificado” aquel teatro de operaciones, tuvo
como consecuencia que la Armada del Mar Océano, y por ende la hegemonía naval
española en el escenario oceánico, se vieran seriamente mermadas.
A la postre esto se revelaría fatal para la resolución del enfrentamiento contra Holanda, pues, mientras la presencia naval hispana en el Atlántico se debilitaba en favor del escenario Mediterráneo, los holandeses no hicieron sino aumentar de forma considerable su marina de guerra, pues su flota mercante era tan numerosa que, por ejemplo, en 1618 su poder naval relativo triplicaba al español, el cual no había hecho otra cosa que disminuir paulatinamente durante las dos primeras décadas del siglo XVII.
A la postre esto se revelaría fatal para la resolución del enfrentamiento contra Holanda, pues, mientras la presencia naval hispana en el Atlántico se debilitaba en favor del escenario Mediterráneo, los holandeses no hicieron sino aumentar de forma considerable su marina de guerra, pues su flota mercante era tan numerosa que, por ejemplo, en 1618 su poder naval relativo triplicaba al español, el cual no había hecho otra cosa que disminuir paulatinamente durante las dos primeras décadas del siglo XVII.
Durante
la década de 1610, la Armada del Mar Océano, que ya se había visto reducida en
número de naves y en presupuesto durante los años precedentes, siguió
lamentando falta de atención. Si el presupuesto para los años 1609-1610 ya era
reducido, con 350.000 ducados anuales, en 1614 este presupuesto se vio rebajado
a 300.000 ducados, siendo botados pocos buques nuevos. Para 1616, el número
total de naves de la Armada era inferior a la veintena, de las que solamente
ocho eran galeones, pero esta situación comenzaría a cambiar a medida que el
fin de la tregua con los holandeses se acercaba (34).
Combate naval según óleo del pintor flamenco Cornelis de Weel de mediados del siglo XVII. |
Con
el rey Felipe IV se produjo un nuevo impulso, así entre 1617 y 1623 se llevó a
cabo una progresiva reconstitución de la Armada del Mar Océano, atendiendo al
viejo axioma de la importancia del poderío marítimo, que nunca dejó de estar
presente en memoriales y cartas que se escribieron a lo largo de todo el
reinado de Felipe III, así como durante las primeras décadas del reinado de
Felipe IV. Fundamentalmente, lo que se recomendaba, además de volver a aumentar
el número de buques en servicio, era emplear la fuerza marítima de la Monarquía
para hostigar al enemigo holandés en la misma fuente de su poder, es decir,
“hacer la guerra defensiva por tierra y ofensiva y defensiva por mar”, atacar a
su flota mercante y a sus pesquerías, pues la pesca del arenque suponía una
fuente importante de ingresos para Holanda. Sin embargo, por mucho que se
aumentasen las dotaciones económicas para la Armada del Mar Océano y las
escuadras que la conformaban, tras la reactivación de la guerra con Holanda en
el marco de la Guerra de los Treinta Años, el presupuesto rara vez superó el
millón de ducados. Para la Monarquía, aún a sabiendas de que la baza marítima
era vital para poder doblegar a Holanda, el principal escenario a tener en
cuenta era el terrestre, dada la situación que se vivía en tierras del Imperio,
con la lucha contra los príncipes protestantes y el progresivo cariz
continental que la contienda fue tomando con las sucesivas intervenciones
danesa, sueca y francesa.
A
pesar de lo expuesto no se debe caer en el error de pensar que durante el
reinado de Felipe IV no hubo una preocupación por reforzar la marina de guerra,
pues el mismo Conde Duque de Olivares plasmó en sus escritos la necesidad de
contar con una marina poderosa. Para España era vital mantener seguras las
comunicaciones y rutas con sus posesiones, especialmente la conexión marítima
con Flandes, pues esta ruta era mucho más rápida y, en no pocas ocasiones, más
segura que la terrestre, era el famoso “Camino Español”, amén de menos
embarazosa en cuanto a intendencia, alojamientos y demás aspectos. Por esta
razón, en la segunda mitad de la década de 1630 se llevó a cabo un
ambiciosísimo programa de construcción naval y reforzamiento de la Armada del
Mar Océano. La necesidad de este refrozamiento se vería espoleada con la entrada de Francia
en la contienda en 1635 y la amenaza que esto suponía para las distintas plazas
fuertes que formaban el “Camino Español”, la cual se materializaría con la toma
en 1638 por parte de las fuerzas protestantes de la estratégica ciudad de
Breisach, eslabón vital de dicha ruta, cortando de facto la posibilidad de
enviar debidamente refuerzos por tierra a Flandes desde Italia. De esta forma
la vía marítima pasaba a ser la mejor herramienta para sostener el esfuerzo
bélico en Flandes, así como para acosar a los holandeses en sus propias costas,
como llevaba haciendo durante años la temida escuadra de Dunquerque al servicio
de la Monarquía. Vistas así las cosas, quedaba clara la reiterada desatención que las posesiones españolas en las islas Filipinas, Molucas y Célebes sufrieron en estos siglos, al punto que en muchas ocasiones quedaban estos nuevos territorios desatandidos en sus necesidades más perentorias, que a veces se aconsejaba abandonar.
La derrota sufrida por la armada de don Antonio de Oquendo en la batalla de Las Dunas (1639) supondría la pérdida definitiva para España de su hegemonía naval. |
Sin
embargo, todos los esfuerzos llevados a cabo para reafirmar la presencia naval
española en aguas del mar del Norte acabaron fracasando. La derrota sufrida por
la armada de don Antonio de Oquendo en la batalla de Las Dunas (1639) supondría
la pérdida definitiva para España de su hegemonía naval, confirmándose de facto
la nueva y formidable potencia naval europea que era Holanda. Para reforzar aún
más si cabe la importancia de esta realidad, se puede afirmar que en esta
jornada naval, España hizo uso de sus últimas energías (35).
A
la larga, acabó siendo evidente que no haber conseguido mantener una fuerte
presencia naval en el Atlántico, especialmente en el mar del Norte, fue
decisivo para el fracaso de los intentos españoles de dominar a los rebeldes holandeses.
La importancia que se le dio al aspecto terrestre del conflicto, aunque
justificada, no podía obviar que con los cambios en los aspectos organizativos,
técnicos y metodológicos del ámbito militar, era casi imposible alcanzar una
rápida victoria terrestre contra un dominio del mar, debido al gran potencial
de la flota holandesa, pies si se descuidaba por parte de España lo relacionado
con el mantenimiento de un poder naval eficaz, que pudiera terminar de dar
contundencia, validez y sentido práctico a los éxitos cosechados en el
continente.
Para completar el fiel reflejo de la situación naval del reino de España, facilitamos la siguiente relación de los naufragios, que tuvieron lugar en estos años cruciales para mantener el dominio marítimo español, contra el poderío naval de los holandeses.
Para completar el fiel reflejo de la situación naval del reino de España, facilitamos la siguiente relación de los naufragios, que tuvieron lugar en estos años cruciales para mantener el dominio marítimo español, contra el poderío naval de los holandeses.
Relación extractada de naufragios notables de la armada española entre 1599 y 1620, año del martirio del Beato Fray Blas Palomino.
1599.- La nao San Agustín, en viaje de
Filipinas á Nueva España, naufragó en la costa de California.
1600.- Naufragio de la nao Santa Margarita
en viaje de Filipinas; general Juan Martínez de Guillistegui. Murió éste con la
mayor parte de la tripulación. Idem de un galeón de Indias sobre cabo San
Vicente; se salvó la carga. La capitana de la mar del Sur zozobró sobre la
costa de California, pereciendo el general D. Juan de Velasco con todos los que
le acompañaban. El galeón San Jerónimo naufragó en las islas Catanduanes;
mandábalo D. Fernando de Castro. Un barco longo en la isla de Santa María
(Chile), pereciendo Juan Martínez de Leyva y los que le acompañaban. El navío
San Juan Bautista en Valparaíso con temporal del Norte.
1601.- Un galeón de Indias sobre el cabo de
San Vicente y dos galeras que intentaron socorrerle. Una nao de la flota de
Tierra Firme al salir de la barra de Sanlúcar. Catorce naos de la flota de
Nueva España al entrar en Veracruz con temporal del Norte. Mandábalas D. Pedro
Escobar Melgarejo. Perecieron mil personas y mercancías por valor de dos
millones. El galeón Santo Tomás, en viaje desde Acapulco, embarrancó sobre
Luzón con tiempo cerrado. Lo mandaba D. Antonio de Rivera Maldonado. Se salvó
la tripulación. La nao nombrada Buen barco en la costa de Chile.
1602.- Un navío de la flota de Nueva España
en viaje de ida; se salvó la gente.
Una galizabra en la isla del Guafo (Chile),
ahogándose 36 hombres.. Tres galeras de la escuadra de Federico de Spínola en
la costa de Francia. Se ahogó el veedor Diego Ruiz de Recondo.
1603.- La capitana y otras dos naos de la
flota de Nueva España, general D. Fulgencio de Meneses, en la isla de
Guadalupe; perdióse por valor de un millón, pero no gente. La nao San Antonio,
almiranta de la flota que salió de Manila para Nueva España al mando de D.
Diego de Mendoza, zozobró cerca del Japón, pereciendo cuantos la tripulaban. La
nao Santa Margarita en las islas de los Ladrones. Una nao de la flota de Nueva
España sobre la costa de Santo Domingo, en viaje de venida. La fragata San
Anión, de la armada que llevó Juárez Gallinato á las Molucas.
1604.- Cuatro galeones de la flota de D.
Luis de Córdoba en el bajo de la Serranilla. Una nao de Nueva España en viaje
de venida. Once naos preparadas para viaje á Cádiz se incendiaron en el puerto
de Pasajes. La almiranta de la carrera de Filipinas zozobró á la altura del
Japón sin escapar persona.
1605.- Un navío de aviso de la flota de
Juan Gutiérrez de Garibay sobre la isla de Santo Domingo. Otro en el canal
viejo de Bahama. La nao almiranta de Honduras, de resultas de un rayo que cayó
cerca del puerto de Trujillo, navegando desde Sanlúcar, se fue á fondo de
noche; de 101 persona que llevaba se salvaron 11. La nao Trinidad, de la flota
de D. Francisco del Corral, en las inmediaciones de la Habana; escapó alguna
gente. Una nao al salir de Sanlúcar. La nao capitana, de la expedición á las
Molucas, de D. Pedro de Acuña, en Mindanao. Cuatro galeones de la armada de D.
Luis de Córdoba en la costa de Cumaná, cerca de la isla de Santa Margarita.
1606.- Dos naos de la India á la entrada de
Lisboa, con pérdida de 300 personas. Cuatro naos de las flotas unidas de Nueva
España y Tierra Firme, con otros tantos millones y el general D. Luis de
Córdoba. La nao capitana Jesús María, arrastrada por la corriente en la isla de
Mindanao. Se salvó gente y efectos.
1607.- Cuatro galeones de la escuadra de D.
Antonio de Oquendo en la costa de Francia, de que sólo escaparon 20 hombres.
Dos galeones de Nueva España, en que pereció el general Sancho Pardo Osorio con
600 hombres.
1608.- La capitana de la flota de D. Juan
de Salas Valdés en las Terceras. Se salvó la gente. Una carabela de Huelva que
volvía del Brasil, cerca del puerto de Sagres. El galeón San Francisco en las
islas del Japón, conduciendo al gobernador de Filipinas D. Rodrigo de Vivero.
1609.- La capitana de la flota que iba de
Sanlúcar á Nueva España.
1610.- La capitana y un patache de la flota
de D. Jerónimo de Portugal en la isla de Buen aire.
1611. - Un navío que iba de Filipinas á Goa,
llevando socorro a cargo de Cristóbal de Azcueta, Pereció casi toda la gente.
1612.- Un navío de aviso con pliegos
de España, en la isla de Pinos (Cuba).
1613.- El galeón Los Peligros, estando para
salir de la Habana, se incendió. Una escuadrilla que conducía socorro a las
Molucas fue destruida por un baguio en el canal de Mindoro, pero sin pérdida de
gente, que se salvó en la isla.
1614.- Un galeón de la flota de D. Lope
Díaz de Armendáriz zozobró en viaje a España. Siete naos de la flota de Nueva
España mandada por D. Juan de la Cueva, sobre cabo Catoche. El galeón San Luis,
de la escuadra de Vidazábal, al entrar en Dunquerque.
1615.- Un patache de la armada de D. Lope
de Armendáriz zozobró cerca de Canarias por ir muy cargado; se ahogaron 30
personas.
1616.- Una nao de la flota de D. Martín de
Vallecilla en viaje a España. Otra de la flota de Tierra Firme por culpa del
maestre, contra el que se procedió.
1617.- Seis galeones de la armada de
Filipinas que iban á carenar en Marinduque se hicieron pedazos con huracán en la
costa de Mindoro. Se ahogaron 400 personas. La nao del almirante Heredia,
acabada de botar al agua, se perdió con temporal también en Filipinas.
1620.- El 2 de Enero, con temporal, pereció
con su escuadra D. Lorenzo de Zuazola sobre Veger y La capitana y almiranta de Acapulco en el
estrecho de San Bernardino (Filipinas), perseguidas por los holandeses.
Granada 21
de abril de 2019.
Pedro
Galán Galán.
Bibliografía:
Campo López, Antonio:
Los fuertes españoles en la isla de Halmahera: los fuertes de la banda del
norte. Madrid, 2017.
Alcalá-Zamora y Queipo
de Llano, J.: España, Flandes y el Mar del Norte (1618-1639), Barcelona, Ed.
Planeta, 1975.
Alcalá-Zamora y Queipo
de Llano, J.: La política exterior del reinado”, en Alcalá-Zamora y Queipo de
Llano, J. (coord.), Felipe IV. El hombre y el reinado, Madrid, Real Academia de
la Historia, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2005, páginas 177 a 197.
De Mesa Gallego, A.:
¿Revolución o evolución militar? Los ejércitos de la Monarquía Hispánica en la
Guerra de los Treinta Años”, en Desperta Ferro, número especial I (2017),
páginas 20 a 27.
Elliott, J. H.: La
España Imperial, 1469-1716, Barcelona, Vicens Vives, 1996.
Herrero Sánchez, M.: Las
Provincias Unidas y la Monarquía Hispánica (1588- 1702), Madrid, Arco Libros S.
L., 1999.
Parker, G.: El ejército
de Flandes y el Camino Español, 1567-1659, Madrid, Alianza Editorial, 2014.
Quindós Cabo, Adrián:
Guerra ofensiva y defensiva por mar. La hegemonía naval atlántica en la Guerra
de los Ochenta Años.
Rodríguez González, A.
R.: El león contra la jauría. Batallas y campañas navales españolas
(1621-1640), Málaga, Ediciones Salamina, 2018.
Thompson, I. I. A.:
Guerra y decadencia, Barcelona, Crítica, 1981.
Thompson, I. I. A.:
Aspectos de la organización naval y militar durante el ministerio de Olivares”,
en Elliot, J. y García Sanz, A. (coordinadores), La España del Conde Duque de
Olivares, Valladolid, Secretariado de Publicaciones, Universidad de Valladolid,
1990, páginas 249 a 274.
Informe dado en Madrid
sobre aumento de la marina de guerra, medios para ello y su distribución en los
mares, Madrid, 18 de septiembre de 1622, Archivo del Museo Naval de Madrid (A.
M. N. M.), Colección Fernández de Navarrete, vol. 8, nº 45.
Proyecto para fomento
del comercio y Armada marítima, 1617, Archivo del Museo Naval de Madrid (A. M.
N. M.), Colección Fernández de Navarrete, vol. 8, nº 41.
Referencia de citas:
(1) Colección de
documentos inéditos, relativos al descubrimiento… de las antiguas posesiones
españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del reino, y muy
especialmente del Archivo de Indias. Tomo V. Luis de Torres de Mendoza, 1882,
página 20.
(2) Colección de
documentos inéditos, relativos al descubrimiento… de las antiguas posesiones
españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del reino, y muy
especialmente del Archivo de Indias. Tomo V. Luis de Torres de Mendoza, 1882,
página 31.
(3) Colección de
documentos inéditos, relativos al descubrimiento… de las antiguas posesiones
españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del reino, y muy
especialmente del Archivo de Indias. Tomo V. Luis de Torres de Mendoza, 1882,
página 38.
(4) Colección de
documentos inéditos, relativos al descubrimiento… de las antiguas posesiones
españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del reino, y muy
especialmente del Archivo de Indias. Tomo V. Luis de Torres de Mendoza, 1882,
página 49.
(5) Andaya, Leonard: Los
primeros contactos de los españoles con el mundo, de las Molucas en las Islas
de las Especias, Revista Española del Pacífico, Número 2, 1992.
(6) Colección de
documentos inéditos, relativos al descubrimiento… de las antiguas posesiones
españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del reino, y muy
especialmente del Archivo de Indias. Tomo V. Luis de Torres de Mendoza, 1882,
página 133. Relación del viaje q hizo desde Nueva España a las islas del
Poniente Ruy Gómez de Villalobos por orden del virrey Antonio de Mendoza
(Lisboa, 1 de agosto 1548, García de Escalante
(7) Colección de
documentos inéditos, relativos al descubrimiento… de las antiguas posesiones
españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del reino, y muy
especialmente del Archivo de Indias. Tomo V. Luis de Torres de Mendoza, 1882,
página 195. Relación del viaje q hizo desde Nueva España a las islas del
Poniente Ruy Gómez de Villalobos por orden del virrey Antonio de Mendoza
(Lisboa, 1 de agosto 1548, García de Escalante).
(8) Andaya, Leonard: Los
primeros contactos de los españoles con el mundo, de las Molucas en las Islas
de las Especias, Revista Española del Pacífico, Número 2, 1992.
(9) Archivo General de
Indias, Patronato, 47. Relación 7, folio 3.
(10) Archivo General de
Indias, Filipinas, 47, número 47. Confirmación de encomienda de Cuyo.
(11) Archivo General de
Indias, Filipinas, 40, número 43. Dejación de plaza de Pedro de Heredia.
(11) Archivo General de
Indias, Filipinas, 40, número 43. Dejación de plaza de Pedro de Heredia.
(12) Archivo General de
Indias, Filipinas, 60, número 18. Informaciones: Fernando Centeno Maldonado.
(13) Archivo General de
Indias, Filipinas, 48, número 39. Confirmación de encomienda de Agoo.
(14) Archivo General de
Indias, Filipinas, 50, número 19. Confirmación de encomienda de Buguey.
(15) Spilbergen, Joris
Van: The East and West Indian mirror: being an account of Joris van
Spilbergen´s voyage round the wold (1614-1617), and the Australian navigations
of Jacob Le Marie Page, London Hakluyt Sciety, 1906, page 144.
(16) Sancho Rayón, José
León: Documentos inéditos para la historia de España, Tomo LII, Madrid, 1868,
página 22.
(17) Archivo General de
Indias, Filipinas, 48, número 26. Confirmación de encomienda de Filipinas.
(18) Sancho León, José
León: Documentos inéditos para la historia de España, Tomo LII, Madrid, 1868,
página 226.
(19) Archivo General de
Indias, Filipinas, 49, número 18. Confirmación de encomienda de Filipinas.
Detalle de mapa publicado por Ivo de Wall en el que se aprecia la ubicación del
fuerte de Dofasa (Dofasse). Wall, Ivo de: De Nederlansche oudheden in de
MOolukken. M. Nijhoff, S- Gravenhage, 1928.
(20) Archivo General de
Indias, Filipinas, 47, número 28. Confirmación de encomienda de Laglag.
(21) Archivo General de
Indias, Filipinas, 47, número 28. Confirmación de encomienda de Laglag.
(22) Archivo General de
Indias, Filipinas, 48, número 13. Confirmación de encomienda de Burauen.
(23) Archivo General de
Indias, Filipinas, 47, número 28. Confirmación de encomienda de Laglag.
(24) Archivo General de
Indias, Filipinas, 48, número 44. Confirmación de encomienda de Candaba.
(25) Sancho Rayón, José
León: Documentos inéditos para la historia de España, Tomo LII, Madrid, 1868,
página 319.
(26) Archivo Franciscano
Íbero Oriental (AFIO) Crónica, Primera parte de la santa Provincia de San
Gregorio de Filipinas. Fray Antonio de la Llave, cronista de la misma
Provincia, Año 1625, página 1328.
(27) Archivo General de
Indias, Filipinas, 7, Relación 5, número 54.Carta de Manuel Ribeiro a Fajardo
de Tenza sobre Terrenate.
(28) Archivo General de
Indias, Filipinas, 47, número 65. Confirmación de encomienda de Masbate.
(29) Archivo Franciscano
Íbero-Oriental (AFIO) 21, Legajo 3, Folios 10 al 12.
(30) Archivo Franciscano
Íbero Oriental (AFIO) Crónica, Primera parte de la santa Provincia de San
Gregorio de Filipinas. Fray Antonio de la Llave, cronista de la misma
Provincia, Año 1625, página 1234.
(31) Fernández de
Navarrete, Martín, Colección Navarrete, Archivo Museo Naval, Relación de las
islas Filipinas 1620-1621, Nav. VI, Folio 112, documento 8.
(32) Archivo Franciscano
Íbero Oriental (AFIO), 21, Legajo 3, folios 10 al 12.
(33) Quindós Cabo,
Adrián: “Guerra ofensiva y defensiva por mar”. La hegemonía naval atlántica en
la Guerra de los Ochenta Años.
(34) Quindós Cabo,
Adrián: “Guerra ofensiva y defensiva por mar”. La hegemonía naval atlántica en
la Guerra de los Ochenta Años.
(35) Quindós Cabo,
Adrián: “Guerra ofensiva y defensiva por mar”. La hegemonía naval atlántica en
la Guerra de los Ochenta Años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario