PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

domingo, 21 de abril de 2019

LA ISLA DE HALMAHERA, UNA ISLA DE TRANSITO PARA TIDORE Y TERNATE, QUE FRAY BLAS PALOMINO PUDO CONOCER A TRAVÉS DE UNA CASA DE RELIGIOSOS HECHA POR LOS HERMANOS FRANCISCANOS: GABRIEL DE SAN GREGORIO Y JUAN MONTERO, EN GILOLO EN 1616.


POSIBLEMENTE NO FUESE CONSIDERADA ESTA ISLA COMO CAMPO DE MISIÓN, POR LAS DURAS CONDICIONES DE SUBSISTENCIA Y LA EXTREMA DUREZA QUE SUFRÍAN LOS SOLDADOS, YA QUE DEBÍAN SER ABASTECIDOS DE ALIMENTOS DESDE LAS ISLAS DE TERNATE Y TIDORE.
La isla de Halmahera  fue el primer territorio de las Molucas que estableció vínculos con los españoles, antes que lo hiciesen los sultanatos de Ternate y Tidore. El primer contacto de los españoles con esta isla se remontaba a la primera mitad del siglo XVI, cuando las primeras expediciones españolas procedentes  de América, recalaron en diversos lugares de esta isla, para desde esta isla abordar la llegada a las islas de Ternate y Tidore. En este tiempo había en las Molucas cuatro reinos históricos que eran Gilolo, Baquián, Tidore y Ternate, regidos por sultanes desde el siglo XV.
Arriba a la derecha ubicación de las islas Molucas. Abajo archipiélago de las Molucas y a la izquierda las islas de Ternate, Tidore, Mare, Moti y Makián.
Mapa antiguo de las Islas Molucas donde aparece a la derecha Gilolo, también conocida como Halmahera o Jailolo.
En esta época destacaba en la isla de Halmahera la población de Zamafo o Samafo, al convertirse en la escala previa de las primeras expediciones españolas en su camino a los grandes reinos de las islas Molucas. Este hecho creó unos vínculos importantes entre los españoles y las diferentes poblaciones de Halmahera, que se tradujo en la firma de alianzas mutuas, con el objetivo principal de oponerse al dominio portugués del archipiélago moluqueño.

El pueblo de Gilolo tiene gran importancia en las islas Molucas por ser uno de los monarcas que junto a Ternate, Tidore y Baquián constituían los cuatro grandes poderes de la cultura moluqueña. El vínculo español con Gilolo se remonta al año 1525, con la llegada de García Jofre de Loaysa, expedición en la que también iba Andrés de Urdaneta, y que llegó a Gilolo tras atravesar el Océano Pacífico; los españoles llegaron primero a esta isla, donde fueron muy bien recibidos antes de proseguir hasta su destino en Tidore (1).

Dos años después de su llegada, en el año 1528, está documentada la presencia de una veintena de soldados  españoles en Gilolo. Los españoles fueron invitados por el rey de Gilolo a residir en su reino y en agradecimiento por su hospitalidad nuestros compatriotas ayudaron a los nativos a mejorar la construcción defensiva de la población. Durante la estancia de los estos españoles en este lugar, la presencia española aumentó con la llegada de nuevos expedicionarios españoles procedentes  de la expedición de Álvaro de Saavedra, que en el año 1527 había zarpado de Nueva España y tras llegar a las Molucas en 1528, fracasaron en su intento de regresar a América por el Pacífico, en los tiempos que no se había descubierto la ruta marítima del “Tornaviaje” (2).

Durante estos primeros años de presencia en las Molucas la estancia española no fue fácil, debida a nuestros vecinos portugueses, que estaban en las Molucas desde 1511 y eran contrarios al establecimiento de los españoles en esta territorio al que habían llegado primero; por esta razón los ataques portugueses fueron continuos con el objetivo único de expulsar a los españoles de las Molucas. Los españoles tras ser forzados a dejar Tidore, encontraron refugio en Gilolo.
Mapa topográfico de la isla de Halmahera, Gilolo o Jailolo, la mayor isla del archipiélago de las Molucas. En el mapa antiguo de abajo aparece el nombre de Gilolo para referirse a la isla de Halmahera.



Así en el año 1629 todos los españoles llegados a las Molucas, alrededor de unos sesenta, encontraron en Gilolo la protección de su rey, mientras esperaban la posible llegada de refuerzos españoles (3); pero las malas condiciones de vida y la escasez de recursos fueron progresivamente diezmando los efectivos y debilitando su resistencia ante los portugueses, que finalmente en el año 1533 lograron expulsar de Gilolo a los diecinueve españoles supervivientes, trasladándolos a su fortaleza de Ternate, su aliado, para después llevarlos a España a través de la India. De esta manera Gilolo pasó a estar bajo control portugués (4).

En el año 1535 los pocos españoles que aún permanecían en las Molucas, entre ellos Andrés de Urdaneta, aceptaron las propuestas portuguesas y abandonaron las islas de las especias, tras haber permanecido en ellas por espacio de ocho años (5).

Otra nueva expedición a las Molucas de produjo en el año 1538, la que comandada por Hernando de Grijalva terminó con mal resultado, porque los pocos españoles que lograron llegar a Tidore en 1538 se vieron obligados a entregarse a los portugueses. Pocos años después los supervivientes de la expedición de Rui López de Villalobos, hizo la cuarta y última expedición española a las Molucas, que salió de México en 1542, y fueron muy bien recibidos por el rey de Gilolo en enero del año 1544. Por el Tratado de Zaragoza de 1529 los españoles no estaban autorizados a llegar a Maluco, porque en este tratado se había aceptado por España la soberanía de Portugal sobre las islas Molucas, pero el hambre y la necesidad forzó a la expedición de Villalobos a recalar en Halmahera; era una ocasión por parte del soberano de Gilolo para contrarrestar el dominio que los portugueses tenían sobre la isla, por lo que el monarca viendo en esta llegada la oportunidad que se le presentaba le ofreció a los españoles la posibilidad de construir una fortaleza. Los españoles aceptaron la invitación real y retomando la antigua alianza construyeron casas y ocuparon la fortaleza local (6).
Al fondo la isla de Halmahera, vista desde la isla de Tidore.

Volcán Dukono en erupción el 5 de enero de 2018 en Halmahera.

Localización del terremoto del 5 de enero de 2019 con intensidad 5,2 en la isla de Halmahera. Cortesía de Volcano Discovery.

Emanaciones del volcán Dukono vistas desde satélite.

La nueva alianza de Gilolo y los españoles no fue tolerada por Portugal, y desde la isla de Ternate, donde eran aliados del sultán, organizaron una expedición para expulsar a los españoles y someter al rey de Gilolo a su obediencia. El 23 de noviembre de 1645 los portugueses iniciaron un cerco sobre Gilolo, y tras trece días de riguroso, pero infructuoso asedio se tuvieron que retirar (7).

A pesar de esta primera victoria parcial, los españoles eran conscientes de la imposibilidad de poder resistir mucho más, planteándose si debían mantenerse fieles a la alianza establecida con Gilolo permaneciendo en las Molucas hasta el final, o aceptar la oferta portuguesa de una rendición con condiciones por parte española. Finalmente, la falta de refuerzos y las duras condiciones de vida a las que estaban sometidos, les hicieron aceptar la oferta portuguesa de regresar a España por la vía de la India. Tal como habían supuesto los españoles, a Gilolo la alianza con España le acarreo unas consecuencias fatales; porque en el año 1651 la represalia portuguesa por su ayuda a los españoles les supuso la destrucción de su fortaleza y de su pueblo, y la incorporación de su territorio al reino del sultán de Ternate y la pérdida del título de rey, que fue degradado a ser considerado sangihe, un cargo local que lo igualaba al de muchas otras islas de las Molucas.

Para Andaya este hecho fue clave en la historia de las Molucas, marcando el inicio de un declive de la cultura local, y responsable de su inferioridad ante los colonizadores europeos en los siglos posteriores. La caída y degradación del reino de Gilolo conllevó la quiebra del equilibrio de la zona al romperse una de las cuatro patas o pilares sobre los que se asentaba cierta estabilidad con los cuatro grandes reinos de las Molucas, a saber: Gilolo, Tidore, Ternate y Baquián (8).

Ya desde el siglo XVII, gracias a la conquista de Ternate del gobernador de Filipinas Pedro de Acuña en 1606, Gilolo pasó a ser española. En las capitulaciones firmadas tras la conquista el sultán de Ternate cedió su soberanía a los españoles, con lo que el 14 de abril de 1606, Juan Juárez de Gallinato, acompañado del capitán Cristóbal de Villagra, y el intérprete Pablo de Lima tomaban posesión de la población de Gilolo (9).
La isla de Halmahera vista desde el mar.

Volcán de la isla de Halmahera también conocida como Gilolo o Jailolo.

Pese a todo lo pactado el control sobre Gilolo duró poco, estaba muy vinculada a Ternate, por lo que estos se unieron a los rebeldes ternateños que se oponían a reconocimiento de la nueva soberanía española, y con la ayuda de un barco holandés fondeado en las cercanías de su costa, se rebelaron al control español; pero la respuesta española no tardó en llegar y en el mes de noviembre de 1606 una flota de dos galeras españolas con ciento veinte soldados a bordo, acompañada de doce caracoas o embarcaciones tidoreñas a remos, fue enviada a Gilolo. Hay constancia de los detalles de esta operación bélica  gracias a las órdenes que el capitán Pascual de Alarcón firmó en la galera capitana de la flota poco antes del ataque, el siete de diciembre de 1606 (10).

Con el apoyo de la artillería de las galeras españolas los españoles lograron tomar la población, pero la falta de recursos personales y materiales les impidió consolidar su posesión, que volvieron a intentarlo los españoles en 1608, cuando Pedro de Heredia tomó y quemó la población provocando la huida de la población local, pero de nuevo tampoco se logró consolidar la plaza, que se acabó abandonando poco después de haberse realizado su toma (11). 
Pintura del Principe Giolo, hijo del Rey de Moangis de Gilolo.

Hubo que esperar hasta 1610 con la llegada del gobernador de Filipinas Juan de Silva a las Molucas para que cambiase la situación. El nuevo gobernador, tras haber derrotado a una gran escuadra holandesa en la bahía de Manila, en la batalla de Playa Honda en 1610, creyó que había llegado el momento de intentar la expulsión de los holandeses de las islas Molucas, y para conseguir estos propósitos organizó una gran expedición desde Manila que tras llegar a la isla de Ternate se dirigió a la conquista de Gilolo. En esta ocasión los refuerzos fueron suficientes y la toma de la plaza conllevó la fortificación y consolidación del lugar, acción que fue llevada a cabo por el gobernador de las Molucas Cristóbal de Azcueta, dejando al mando de la plaza al sargento mayor Fernando Centeno Maldonado (12).

Los españoles, en esta ocasión además de consolidar la fortificación ya existente construyeron una segunda fortaleza situada en una posición al norte  de la fortaleza principal, en un lugar estratégico situado junto a la entrada del río que comunicaba el mar con la ciudad y que por lo tanto controlaba el puerto de Gilolo (13).
Los españoles bautizaron esta segunda fortaleza  como fuerte San Cristóbal, (quizá por el nombre del gobernador de las Molucas Cristóbal de Azcueta). Esta fortaleza cumplía una importante función estratégica al controlar el acceso marítimo a  Gilolo, y había sido construida en piedra, haciendo cal y cargando piedras para su construcción (14).
Ubicación de los fuertes españoles en la isla de Halmahera.

Según fuentes históricas holandesas se cifraban en un número de soldados españoles residentes entre cincuenta y sesenta, junto a medio centenar de familias locales, pues el resto de la población local había huido tras la conquista (15).

Las condiciones de vida de los residentes españoles fueron de extremada dureza, pues al año de la toma, gran parte de los españoles habían enfermado de beriberi y cuarenta de ellos tuvieron que ser trasladados al hospital de Ternate (16).

Sin embargo, los españoles se esforzaron en su control y desde Ternate se envió al cabo de escuadra Alonso García Romero, quien junto a otros doce soldados levantaron una muralla sobre un espacio sobresaliente de la fortaleza de Gilolo (17).

En el año 1613 el sargento mayor Fernando Centeno Maldonado que continuaba al mando de la fuerza veía como las dificultades iban en aumento, ya que el abandono del cercano puesto de Sabugo, había que sumar la presión ejercida por los ternateños y holandeses que estaban establecidos en el puesto de Gamocanora.

En esta ocasión, como en otras se mostró la firme alianza de españoles y tidoreños, pues la clave para la resistencia a la presión de los enemigos fue el apoyo del rey de Tidore, razón de la confianza en ellos sería que el gobernador de las Molucas consciente de ello, siempre exigió que Gilolo estuviese también guarnecido por fuerzas del reino amigo de Tidore. Así en 1614, treinta tidoreños se encontraban apoyando al casi centenar de españoles y pampangos que defendían la plaza de Gilolo (18).
El problema crucial para los españoles allí ubicados era el carecer de medios de subsistencia, dependiendo para ello de la llegada de embarcaciones de suministros de Ternate y Tidore para su alimentación, y por otra parte las amenazas y control al que estaban sometidos por parte de los ternateños y holandeses. Era una ayuda que temporalmente debía romper el bloqueo marítimo de los citados enemigos que se establecieron en la costa de Gilolo. En el año 1614, Fernando de Ayala con la galera Santa Isabel consiguió introducir ayuda, rompiendo el cerco compuesto de una nao holandesa y diez caracoas de los ternateños (19).
Vista de la isla de Halmahera  con una vegetación exuberante.
Vista del norte de Halmahera.
En fecha 5 de febrero de 1614, Gerónimo de Silva relevó a Fernando Centeno como sargento mayor de Gilolo, y Silva nombró a Pedro de Urmia como nuevo responsable de la fuerza en el lugar (20).
Durante su mandato por un tiempo de diecisiete meses se consolidó la defensa, con gran trabajo en fortificar con piedra aquel puesto (21).
Pedro de Ermua se encargó de la fuerza principal de Gilolo, dejando al mando de la segunda fuerza, ahora denominada San Cristóbal de Dofasa, a Bartolomé Díaz Barrera (22), y aunque no logró repeler un nuevo asalto enemigo y evitar que los pocos nativos locales, que aún permanecían en Gilolo se aliaran con los holandeses, la situación siguió siendo crítica. La guerra despobló aún más si cabe los alrededores del fuerte y el aislamiento de los españoles se fue agravando. El doce de abril de 1615, Pedro de Ermua y su compañía de soldados fue sustituido por el capitán Francisco de Vera y Aragón (23), y a pesar de que el nuevo jefe de la guarnición evitó el desembarco de los ternateños y holandeses, la situación seguía siendo bastante complicada para los españoles; pues el enemigo sitiador capturó la galera que les traía suministro a esta fuerza sitiada, y la fuerza tuvo que adentrarse en el interior de Halmahera para poder obtener víveres en el territorio enemigo (24).

Paisaje natural de la isla de Halmahera.
Playa de la isla de Halmahera.
El capitán Francisco de Vera informaba que la única razón por la que los nativos locales no se rebelaban, no era otra causa que el temor que sentían ante la inminente llegada de una gran escuadra desde Filipinas al mando de Juan de Silva (25).

En el año 1616 se produce un nuevo cambio de mando responsable de Gilolo con el alférez Matías de la Cruz, quien sigue señalando el peligro de una inminente rebelión local ante las continuas ofertas de apoyo que recibían de parte de los holandeses y ternateños, pero a pesar de todo la guarnición aguantaba e incluso está documentada la presencia de una casa de religiosos hecha por los hermanos franciscanos Gabriel de San Gregorio y Juan Montero (26).

Dos años después en 1618, según un informe del jesuita Manuel Ribeiro hace de la situación en las islas Molucas, se dice que los españoles continuaban en Gilolo en ese año (27).

Sin embargo en treinta de junio de 1618 el gobernador Lucas de Vergara desde Ternate le propone al rey que se abandonasen las dos fortalezas españolas en Gilolo con el siguiente texto:

“Las dos fortalezas que S.M. tiene en Gilolo como V sabe no sirven sino de tener allí ocupados 80 soldados, los sesenta de españoles y cada día traen muertos y enfermos que para la falta que en estas importan tenemos hicieran mucho al caso y allí no son de provecho y siempre que el enemigo vaya sobre ello con poder quedan sin poderse socorrer ni por mar ni por tierra y así me parece por estas y por otras razones fuera acertado dejarlas antes que nos obligue a ello por la fuerza. VS tomase considerar y ordenar los que más convenga”.

Pese a todo, un año después, los españoles seguían resistiendo en Gilolo, pues el nueve de marzo de 1619, el propio gobernador que escribía esto al rey, ordenó al responsable de los fuertes de Santa Lucía de Calamata y San Pedro y San Pablo de Ternate que acudiesen con veinte soldados a llevar municiones y abastecimientos a las guarniciones de Gilolo y a relevar a parte de la tropa de allí (28). 
Vista de la isla de Halmahera.

Toma aérea de un cabo de la isla de Halmahera.

En el año 1620, año del martirio de nuestro fraile sacerdote franciscano Fray Blas Palomino al oeste de las islas de Tidore y Ternate, se produjo el desmantelamiento de Gilolo, según nos lo confirma y describe el franciscano Gregorio de San Esteban, como una fortaleza principal, como una fuerza de tres baluartes con una punta de diamante,  y seis piezas de artillería, que estaba comandada por un capitán al mando de sesenta soldados, pese a tener una capacidad de hasta para doscientos soldados (29).
La evacuación de Gilolo obedeció a una orden del nuevo gobernador Luis de Bracamonte, quien llegado a Ternate en 1620, decidió cederlas a Tidore. El gran gasto que reportaba a la corona y el poco rendimiento que se obtenía fueron las causas de fondo de esta decisión. Sin embargo el franciscano Antonio De La Llave nos aporta una causa más precisa cual fue la relación del príncipe de Tidore, Cachil Naro, con los españoles, que a diferencia de su padre el rey de Tidore, se mostró desde siempre muy escéptico ante la tradicional alianza de su padre con los españoles. Un recelo que parecía mutuo, dado que los españoles a su vez recelaban bastante de él, ya que a pesar de tener medios y ofrécele colaboración militar, siempre rehusó atacar a los holandeses, hasta el punto de que una embajada española encabezada por el sargento Mayor Alonso Martín Quirante fue a pedirle explicaciones, y con ello la tensión fue en aumento cuando el sargento mayor dio una palmada sobre la silla del rey, lo cual fue interpretado como un gesto de agresión por el cuñado del príncipe, quien respondió amenazando al sargento mayor con un kris, una especie de daga local. Los españoles conocedores de la importancia de la alianza mantenida con Tidore, no respondieron a las amenazas, y volvieron a Ternate para reportar lo sucedido, y en una junta con el gobernador Bracamonte se decidió tener un gesto de amistad con Tidore que ayudara a calmar al príncipe y sus seguidores, cediendo en este caso los fuertes de Halmahera que hemos comentado antes. Con la evacuación de estos puestos para su cesión a Tidore, los españoles buscaron reforzar sus plazas en la isla de Tidore. Sospechando una posible rebelión local encabezada por el príncipe Cachil Naro, se buscaban garantías de poder sofocarla (30). 
Vista de la isla de Halmahera.

Foto aérea del crater de un volcán de Halmahera. Foto de Eustaquio Santimano.
El rey de la isla de Tidore, que venía reclamando el control de los fuertes de Gilolo desde algunos años atrás, tardó muy poco en perderlos frente a los ataques de los de la isla de Ternate. Decía Fernández Navarrete: “con los tidores que siempre han sido nuestros amigos y enemigos de los holandeses, tuvimos este año disensiones, envenenaron unos un pozo de donde bebía la gente vio luego la maldad y así no hubo daño ninguno, ya se ha compuesto la cosa y estamos amigos como antes …La fuerza de Gilolo que dicen nos era de muy poco provecho y de gasto la desamparamos dejándola en poder de los Tidores que nos la pidieron, más los ternates que son nuestros enemigos se la ganaron” (31).

En el mismo año de su cesión a Tidore, doscientos ternateños acompañados de veinte holandeses le arrebataron Gilolo a rey de Tidore (32).

Otras suertes parecidas sufrieron otros enclaves en la isla de Halmahera, como el de Sabugo al norte de Gilolo entre 1611 y 1613, y el de Gamoconora a cuatro leguas al norte de Sabugo.
Imagen de 1890 de un grupo de la étnia de los Alfuros de Gilolo o Halmahera.
Nativo del grupo de los tugutiles de la isla de Halmahera.
Nativo de Halmahera mostrando la pesca.

Podemos afirmar que pese a que los españoles por la conquista de Ternate eran los legítimos soberanos de la región nunca llegaron a establecer un fuerte control en Halmahera. El norte de la isla de Halmahera presentaba una férrea oposición de la población nativa por la vinculación a Ternate, tras la pérdida de su autonomía y su vasallaje a Ternate, y el interés del control holandés de la zona, con la posición cercana del fuerte Malayo holandés, que servía como base de sus operaciones de castigo para con los españoles, esta situación impidió el establecimiento español en Halmahera salvo el corto espacio de tiempo que hemos descrito entre 1608 y 1620. El gran gasto humano y económico que suponía su control no compensaba el mantenimiento de estos tres fuertes, e hizo que ante la amenaza holandesa sobre Tidore, se decidiese levantar las guarniciones de Halmahera para concentrarlas en Tidore. No obstante, el breve paso español por estos lugares durante la segunda década del siglo XVII, sirvió para reconstruir las dos fortalezas locales de Gilolo y de Sabugo, así como fundar dos nuevas, las de Dofasa y Tabuga, construidas para el control del acceso al puerto de ambas poblaciones.
Mapa de los fuertes españoles en la isla de Halmahera.

No se llegarían a comprender por nuestros lectores las dificultades de abastecimiento y mantenimiento de las fuerzas militares en estas islas, que desarrollaron tan gran gesta en Filipinas y las islas del sur en los diversos archipiélagos de las islas Célebes, Molucas y otras muchas de Insulindia, si antes no diésemos, aunque sólo fuesen unas pinceladas sobre el desarrollo de la armada naval española a lo largo de los siglos XVI y XVII, y algo de la problemática relación con el nuevo estado emergente holandes y el reino de España en el propio continente europeo.

Durante la mayor parte del siglo XVI no existió en el Reino de España una marina de guerra al uso, tal y como la concebimos actualmente, sino que en función de las necesidades que iban surgiendo, la Corona embargaba embarcaciones particulares para una jornada naval concreta, y una vez finalizaba ésta, la armada que se hubiera movilizado para solventar el problema, se volvía a disolver.
Naves holandesas embisten galeras españolas en la costa de flamenca en octubre de 1602 en el lienzo del año 1617, representado en este óleo sobre lienzo de Cornelisz Hendrick Vroom (Haarlem 1591-1661), Rijksmuseum, Ámsterdam.

Esta situación se debía a que la industria, la administración y la economía estatales del Reino de España, no estaban preparadas en su totalidad para poder soportar el enorme costo de crear y mantener de forma continuada una marina de guerra de esas características. Sin embargo, con la expansión por el Atlántico y el Pacífico se vio necesaria la creación de una fuerza, que pudiera garantizar la defensa de las extensas posesiones españolas en el mundo, y de las rutas comerciales que las mantenían unidas, pues si bien existían escuadras de protección cerca de las costas para las naves procedentes de las Indias, éstas no eran suficientes.
Fue durante el reinado de Felipe II cuando surgió una mayor preocupación por defender el Atlántico, por lo que la idea de poder contar con una marina oceánica permanente tomó la suficiente fuerza, como para poder ponerla en práctica. Los principales catalizadores de la importancia del escenario Atlántico para la Corona fueron la rebelión de los Países Bajos en 1568, que sin lugar a dudas hizo peligrar seriamente las comunicaciones marítimas con estos territorios, así como el aumento de la actividad corsaria por parte de los rebeldes y, posteriormente, de los ingleses. Las necesidades estratégicas de la Guerra de los Ochenta Años despertaron en España la necesidad de una Armada para disputar la hegemonía naval a los holandeses en el mar del Norte y defender el Atlántico. Además, a ésto se unió la anexión de Portugal en 1580 con todas sus posesiones ultramarinas, por lo que a la Monarquía le convenía hacer sentir su poderío naval en las aguas del mar del Norte, lugar de donde surgía el peligro que los propios rebeldes holandeses representaban para sus intereses.
La derrota de la Armada Invencible.


La amarga experiencia obtenida tras la Empresa de Inglaterra de 1588 sirvió como revulsivo, para que Madrid se tomase en serio el fortalecimiento del poder marítimo en el Atlántico. Si bien, ya desde la época de las expediciones a las Azores en 1582 y 1583 existía una flota oceánica, con la presencia de algunos buques de la Corona, aunque en su mayor parte de esa flota oceánica estaba compuesta por buques de propiedad privada, a raíz del conflicto anglo-español la Armada del Mar Océano, así denominada a partir de 1594, no hizo sino aumentar en número de unidades y en tonelaje durante toda la década de 1590, llegando a alcanzar el poderío naval hispano en el Atlántico en 1597 máximos históricos, pues duplicaba el poderío que pudieran poseer en aquel momento Inglaterra y Holanda (33).

Con el cambio de reinado a la llegada el trono de Felipe III, y la progresiva firma de las paces con Francia (1598) e Inglaterra (1604), así como de la Tregua de los Doce Años con los rebeldes holandeses (1609), y con el desvío subsiguiente de los intereses geoestratégicos hispanos del Atlántico al Mediterráneo,  con el objetivo de hacer frente a la amenaza turca y a la piratería berberisca, una vez “pacificado” aquel teatro de operaciones, tuvo como consecuencia que la Armada del Mar Océano, y por ende la hegemonía naval española en el escenario oceánico, se vieran seriamente mermadas.
A la postre esto se revelaría fatal para la resolución del enfrentamiento contra Holanda, pues, mientras la presencia naval hispana en el Atlántico se debilitaba en favor del escenario Mediterráneo, los holandeses no hicieron sino aumentar de forma considerable su marina de guerra, pues su flota mercante era tan numerosa que, por ejemplo, en 1618 su poder naval relativo triplicaba al español, el cual no había hecho otra cosa que disminuir paulatinamente durante las dos primeras décadas del siglo XVII.

Durante la década de 1610, la Armada del Mar Océano, que ya se había visto reducida en número de naves y en presupuesto durante los años precedentes, siguió lamentando falta de atención. Si el presupuesto para los años 1609-1610 ya era reducido, con 350.000 ducados anuales, en 1614 este presupuesto se vio rebajado a 300.000 ducados, siendo botados pocos buques nuevos. Para 1616, el número total de naves de la Armada era inferior a la veintena, de las que solamente ocho eran galeones, pero esta situación comenzaría a cambiar a medida que el fin de la tregua con los holandeses se acercaba (34).
Combate naval según óleo del pintor flamenco Cornelis de Weel de mediados del siglo XVII.

Con el rey Felipe IV se produjo un nuevo impulso, así entre 1617 y 1623 se llevó a cabo una progresiva reconstitución de la Armada del Mar Océano, atendiendo al viejo axioma de la importancia del poderío marítimo, que nunca dejó de estar presente en memoriales y cartas que se escribieron a lo largo de todo el reinado de Felipe III, así como durante las primeras décadas del reinado de Felipe IV. Fundamentalmente, lo que se recomendaba, además de volver a aumentar el número de buques en servicio, era emplear la fuerza marítima de la Monarquía para hostigar al enemigo holandés en la misma fuente de su poder, es decir, “hacer la guerra defensiva por tierra y ofensiva y defensiva por mar”, atacar a su flota mercante y a sus pesquerías, pues la pesca del arenque suponía una fuente importante de ingresos para Holanda. Sin embargo, por mucho que se aumentasen las dotaciones económicas para la Armada del Mar Océano y las escuadras que la conformaban, tras la reactivación de la guerra con Holanda en el marco de la Guerra de los Treinta Años, el presupuesto rara vez superó el millón de ducados. Para la Monarquía, aún a sabiendas de que la baza marítima era vital para poder doblegar a Holanda, el principal escenario a tener en cuenta era el terrestre, dada la situación que se vivía en tierras del Imperio, con la lucha contra los príncipes protestantes y el progresivo cariz continental que la contienda fue tomando con las sucesivas intervenciones danesa, sueca y francesa.

A pesar de lo expuesto no se debe caer en el error de pensar que durante el reinado de Felipe IV no hubo una preocupación por reforzar la marina de guerra, pues el mismo Conde Duque de Olivares plasmó en sus escritos la necesidad de contar con una marina poderosa. Para España era vital mantener seguras las comunicaciones y rutas con sus posesiones, especialmente la conexión marítima con Flandes, pues esta ruta era mucho más rápida y, en no pocas ocasiones, más segura que la terrestre, era el famoso “Camino Español”, amén de menos embarazosa en cuanto a intendencia, alojamientos y demás aspectos. Por esta razón, en la segunda mitad de la década de 1630 se llevó a cabo un ambiciosísimo programa de construcción naval y reforzamiento de la Armada del Mar Océano. La necesidad de este refrozamiento se vería espoleada con la entrada de Francia en la contienda en 1635 y la amenaza que esto suponía para las distintas plazas fuertes que formaban el “Camino Español”, la cual se materializaría con la toma en 1638 por parte de las fuerzas protestantes de la estratégica ciudad de Breisach, eslabón vital de dicha ruta, cortando de facto la posibilidad de enviar debidamente refuerzos por tierra a Flandes desde Italia. De esta forma la vía marítima pasaba a ser la mejor herramienta para sostener el esfuerzo bélico en Flandes, así como para acosar a los holandeses en sus propias costas, como llevaba haciendo durante años la temida escuadra de Dunquerque al servicio de la Monarquía. Vistas así las cosas, quedaba clara la reiterada desatención que las posesiones españolas en las islas Filipinas, Molucas y Célebes sufrieron en estos siglos, al punto que en muchas ocasiones quedaban estos nuevos territorios desatandidos en sus necesidades más perentorias, que a veces se aconsejaba abandonar.
La derrota sufrida por la armada de don Antonio de Oquendo en la batalla de Las Dunas (1639) supondría la pérdida definitiva para España de su hegemonía naval.

Sin embargo, todos los esfuerzos llevados a cabo para reafirmar la presencia naval española en aguas del mar del Norte acabaron fracasando. La derrota sufrida por la armada de don Antonio de Oquendo en la batalla de Las Dunas (1639) supondría la pérdida definitiva para España de su hegemonía naval, confirmándose de facto la nueva y formidable potencia naval europea que era Holanda. Para reforzar aún más si cabe la importancia de esta realidad, se puede afirmar que en esta jornada naval, España hizo uso de sus últimas energías (35).

A la larga, acabó siendo evidente que no haber conseguido mantener una fuerte presencia naval en el Atlántico, especialmente en el mar del Norte, fue decisivo para el fracaso de los intentos españoles de dominar a los rebeldes holandeses. La importancia que se le dio al aspecto terrestre del conflicto, aunque justificada, no podía obviar que con los cambios en los aspectos organizativos, técnicos y metodológicos del ámbito militar, era casi imposible alcanzar una rápida victoria terrestre contra un dominio del mar, debido al gran potencial de la flota holandesa, pies si se descuidaba por parte de España lo relacionado con el mantenimiento de un poder naval eficaz, que pudiera terminar de dar contundencia, validez y sentido práctico a los éxitos cosechados en el continente.
Para completar el fiel reflejo de la situación naval del reino de España, facilitamos la siguiente relación de los naufragios, que tuvieron lugar en estos años cruciales para mantener el dominio marítimo español, contra el poderío naval de los holandeses.

Relación extractada de naufragios notables de la armada española entre 1599 y 1620, año del martirio del Beato Fray Blas Palomino.

1599.- La nao San Agustín, en viaje de Filipinas á Nueva España, naufragó en la costa de California.

1600.- Naufragio de la nao Santa Margarita en viaje de Filipinas; general Juan Martínez de Guillistegui. Murió éste con la mayor parte de la tripulación. Idem de un galeón de Indias sobre cabo San Vicente; se salvó la carga. La capitana de la mar del Sur zozobró sobre la costa de California, pereciendo el general D. Juan de Velasco con todos los que le acompañaban. El galeón San Jerónimo naufragó en las islas Catanduanes; mandábalo D. Fernando de Castro. Un barco longo en la isla de Santa María (Chile), pereciendo Juan Martínez de Leyva y los que le acompañaban. El navío San Juan Bautista en Valparaíso con temporal del Norte.

1601.- Un galeón de Indias sobre el cabo de San Vicente y dos galeras que intentaron socorrerle. Una nao de la flota de Tierra Firme al salir de la barra de Sanlúcar. Catorce naos de la flota de Nueva España al entrar en Veracruz con temporal del Norte. Mandábalas D. Pedro Escobar Melgarejo. Perecieron mil personas y mercancías por valor de dos millones. El galeón Santo Tomás, en viaje desde Acapulco, embarrancó sobre Luzón con tiempo cerrado. Lo mandaba D. Antonio de Rivera Maldonado. Se salvó la tripulación. La nao nombrada Buen barco en la costa de Chile.

1602.- Un navío de la flota de Nueva España en viaje de ida; se salvó la gente.

Una galizabra en la isla del Guafo (Chile), ahogándose 36 hombres.. Tres galeras de la escuadra de Federico de Spínola en la costa de Francia. Se ahogó el veedor Diego Ruiz de Recondo.
1603.- La capitana y otras dos naos de la flota de Nueva España, general D. Fulgencio de Meneses, en la isla de Guadalupe; perdióse por valor de un millón, pero no gente. La nao San Antonio, almiranta de la flota que salió de Manila para Nueva España al mando de D. Diego de Mendoza, zozobró cerca del Japón, pereciendo cuantos la tripulaban. La nao Santa Margarita en las islas de los Ladrones. Una nao de la flota de Nueva España sobre la costa de Santo Domingo, en viaje de venida. La fragata San Anión, de la armada que llevó Juárez Gallinato á las Molucas.
1604.- Cuatro galeones de la flota de D. Luis de Córdoba en el bajo de la Serranilla. Una nao de Nueva España en viaje de venida. Once naos preparadas para viaje á Cádiz se incendiaron en el puerto de Pasajes. La almiranta de la carrera de Filipinas zozobró á la altura del Japón sin escapar persona.
1605.- Un navío de aviso de la flota de Juan Gutiérrez de Garibay sobre la isla de Santo Domingo. Otro en el canal viejo de Bahama. La nao almiranta de Honduras, de resultas de un rayo que cayó cerca del puerto de Trujillo, navegando desde Sanlúcar, se fue á fondo de noche; de 101 persona que llevaba se salvaron 11. La nao Trinidad, de la flota de D. Francisco del Corral, en las inmediaciones de la Habana; escapó alguna gente. Una nao al salir de Sanlúcar. La nao capitana, de la expedición á las Molucas, de D. Pedro de Acuña, en Mindanao. Cuatro galeones de la armada de D. Luis de Córdoba en la costa de Cumaná, cerca de la isla de Santa Margarita.
1606.- Dos naos de la India á la entrada de Lisboa, con pérdida de 300 personas. Cuatro naos de las flotas unidas de Nueva España y Tierra Firme, con otros tantos millones y el general D. Luis de Córdoba. La nao capitana Jesús María, arrastrada por la corriente en la isla de Mindanao. Se salvó gente y efectos.
1607.- Cuatro galeones de la escuadra de D. Antonio de Oquendo en la costa de Francia, de que sólo escaparon 20 hombres. Dos galeones de Nueva España, en que pereció el general Sancho Pardo Osorio con 600 hombres.
1608.- La capitana de la flota de D. Juan de Salas Valdés en las Terceras. Se salvó la gente. Una carabela de Huelva que volvía del Brasil, cerca del puerto de Sagres. El galeón San Francisco en las islas del Japón, conduciendo al gobernador de Filipinas D. Rodrigo de Vivero.
1609.- La capitana de la flota que iba de Sanlúcar á Nueva España.
1610.- La capitana y un patache de la flota de D. Jerónimo de Portugal en la isla de Buen aire.
1611. - Un navío que iba de Filipinas á Goa, llevando socorro a cargo de Cristóbal de Azcueta, Pereció casi toda la gente.
1612.- Un navío de aviso con pliegos de España, en la isla de Pinos (Cuba).
1613.- El galeón Los Peligros, estando para salir de la Habana, se incendió. Una escuadrilla que conducía socorro a las Molucas fue destruida por un baguio en el canal de Mindoro, pero sin pérdida de gente, que se salvó en la isla.
1614.- Un galeón de la flota de D. Lope Díaz de Armendáriz zozobró en viaje a España. Siete naos de la flota de Nueva España mandada por D. Juan de la Cueva, sobre cabo Catoche. El galeón San Luis, de la escuadra de Vidazábal, al entrar en Dunquerque.
1615.- Un patache de la armada de D. Lope de Armendáriz zozobró cerca de Canarias por ir muy cargado; se ahogaron 30 personas.
1616.- Una nao de la flota de D. Martín de Vallecilla en viaje a España. Otra de la flota de Tierra Firme por culpa del maestre, contra el que se procedió.
1617.- Seis galeones de la armada de Filipinas que iban á carenar en Marinduque se hicieron pedazos con huracán en la costa de Mindoro. Se ahogaron 400 personas. La nao del almirante Heredia, acabada de botar al agua, se perdió con temporal también en Filipinas.
1620.- El 2 de Enero, con temporal, pereció con su escuadra D. Lorenzo de Zuazola sobre Veger y La capitana y almiranta de Acapulco en el estrecho de San Bernardino (Filipinas), perseguidas por los holandeses. 

Granada 21 de abril de 2019.

Pedro Galán Galán.

Bibliografía:

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Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, J.: España, Flandes y el Mar del Norte (1618-1639), Barcelona, Ed. Planeta, 1975.
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Elliott, J. H.: La España Imperial, 1469-1716, Barcelona, Vicens Vives, 1996.
Herrero Sánchez, M.: Las Provincias Unidas y la Monarquía Hispánica (1588- 1702), Madrid, Arco Libros S. L., 1999.
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Informe dado en Madrid sobre aumento de la marina de guerra, medios para ello y su distribución en los mares, Madrid, 18 de septiembre de 1622, Archivo del Museo Naval de Madrid (A. M. N. M.), Colección Fernández de Navarrete, vol. 8, nº 45.
Proyecto para fomento del comercio y Armada marítima, 1617, Archivo del Museo Naval de Madrid (A. M. N. M.), Colección Fernández de Navarrete, vol. 8, nº 41.
Referencia de citas:
(1) Colección de documentos inéditos, relativos al descubrimiento… de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del reino, y muy especialmente del Archivo de Indias. Tomo V. Luis de Torres de Mendoza, 1882, página 20.
(2) Colección de documentos inéditos, relativos al descubrimiento… de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del reino, y muy especialmente del Archivo de Indias. Tomo V. Luis de Torres de Mendoza, 1882, página 31.
(3) Colección de documentos inéditos, relativos al descubrimiento… de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del reino, y muy especialmente del Archivo de Indias. Tomo V. Luis de Torres de Mendoza, 1882, página 38.
(4) Colección de documentos inéditos, relativos al descubrimiento… de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del reino, y muy especialmente del Archivo de Indias. Tomo V. Luis de Torres de Mendoza, 1882, página 49.
(5) Andaya, Leonard: Los primeros contactos de los españoles con el mundo, de las Molucas en las Islas de las Especias, Revista Española del Pacífico, Número 2, 1992.
(6) Colección de documentos inéditos, relativos al descubrimiento… de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del reino, y muy especialmente del Archivo de Indias. Tomo V. Luis de Torres de Mendoza, 1882, página 133. Relación del viaje q hizo desde Nueva España a las islas del Poniente Ruy Gómez de Villalobos por orden del virrey Antonio de Mendoza (Lisboa, 1 de agosto 1548, García de Escalante
(7) Colección de documentos inéditos, relativos al descubrimiento… de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del reino, y muy especialmente del Archivo de Indias. Tomo V. Luis de Torres de Mendoza, 1882, página 195. Relación del viaje q hizo desde Nueva España a las islas del Poniente Ruy Gómez de Villalobos por orden del virrey Antonio de Mendoza (Lisboa, 1 de agosto 1548, García de Escalante).
(8) Andaya, Leonard: Los primeros contactos de los españoles con el mundo, de las Molucas en las Islas de las Especias, Revista Española del Pacífico, Número 2, 1992.
(9) Archivo General de Indias, Patronato, 47. Relación 7, folio 3.   
(10) Archivo General de Indias, Filipinas, 47, número 47. Confirmación de encomienda de Cuyo.
(11) Archivo General de Indias, Filipinas, 40, número 43. Dejación de plaza de Pedro de Heredia.
(11) Archivo General de Indias, Filipinas, 40, número 43. Dejación de plaza de Pedro de Heredia.
(12) Archivo General de Indias, Filipinas, 60, número 18. Informaciones: Fernando Centeno Maldonado.
(13) Archivo General de Indias, Filipinas, 48, número 39. Confirmación de encomienda de Agoo.
(14) Archivo General de Indias, Filipinas, 50, número 19. Confirmación de encomienda de Buguey.
(15) Spilbergen, Joris Van: The East and West Indian mirror: being an account of Joris van Spilbergen´s voyage round the wold (1614-1617), and the Australian navigations of Jacob Le Marie Page, London Hakluyt Sciety, 1906, page 144.
(16) Sancho Rayón, José León: Documentos inéditos para la historia de España, Tomo LII, Madrid, 1868, página 22.
(17) Archivo General de Indias, Filipinas, 48, número 26. Confirmación de encomienda de Filipinas.
(18) Sancho León, José León: Documentos inéditos para la historia de España, Tomo LII, Madrid, 1868, página 226.
(19) Archivo General de Indias, Filipinas, 49, número 18. Confirmación de encomienda de Filipinas. Detalle de mapa publicado por Ivo de Wall en el que se aprecia la ubicación del fuerte de Dofasa (Dofasse). Wall, Ivo de: De Nederlansche oudheden in de MOolukken. M. Nijhoff, S- Gravenhage, 1928.
(20) Archivo General de Indias, Filipinas, 47, número 28. Confirmación de encomienda de Laglag.
(21) Archivo General de Indias, Filipinas, 47, número 28. Confirmación de encomienda de Laglag.
(22) Archivo General de Indias, Filipinas, 48, número 13. Confirmación de encomienda de Burauen.
(23) Archivo General de Indias, Filipinas, 47, número 28. Confirmación de encomienda de Laglag.
(24) Archivo General de Indias, Filipinas, 48, número 44. Confirmación de encomienda de Candaba.
(25) Sancho Rayón, José León: Documentos inéditos para la historia de España, Tomo LII, Madrid, 1868, página 319.
(26) Archivo Franciscano Íbero Oriental (AFIO) Crónica, Primera parte de la santa Provincia de San Gregorio de Filipinas. Fray Antonio de la Llave, cronista de la misma Provincia, Año 1625, página 1328.
(27) Archivo General de Indias, Filipinas, 7, Relación 5, número 54.Carta de Manuel Ribeiro a Fajardo de Tenza sobre Terrenate.
(28) Archivo General de Indias, Filipinas, 47, número 65. Confirmación de encomienda de Masbate.
(29) Archivo Franciscano Íbero-Oriental (AFIO) 21, Legajo 3, Folios 10 al 12.
(30) Archivo Franciscano Íbero Oriental (AFIO) Crónica, Primera parte de la santa Provincia de San Gregorio de Filipinas. Fray Antonio de la Llave, cronista de la misma Provincia, Año 1625, página 1234.
(31) Fernández de Navarrete, Martín, Colección Navarrete, Archivo Museo Naval, Relación de las islas Filipinas 1620-1621, Nav. VI, Folio 112, documento 8.
(32) Archivo Franciscano Íbero Oriental (AFIO), 21, Legajo 3, folios 10 al 12.
(33) Quindós Cabo, Adrián: “Guerra ofensiva y defensiva por mar”. La hegemonía naval atlántica en la Guerra de los Ochenta Años.
(34) Quindós Cabo, Adrián: “Guerra ofensiva y defensiva por mar”. La hegemonía naval atlántica en la Guerra de los Ochenta Años.
(35) Quindós Cabo, Adrián: “Guerra ofensiva y defensiva por mar”. La hegemonía naval atlántica en la Guerra de los Ochenta Años.
 


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