Metido estaba yo en una
profunda metamorfosis, cuando Mara (iba a decir cuando Mara llegó a mi vida,
pero me parece exagerado) ocupó su asiento. Me paso
la vida yendo y viniendo, saludando y despidiéndome, diciendo adiós o hasta
pronto. Cuando marcho de mi pueblo me veo obligado a ser otro, a ser alguien
que va a otro sitio, con otras personas, con otro entorno, con otras
circunstancias. Cuando digo adiós a mi pueblo me veo obligado a decir adiós a
personas que quiero, a conocidos que forman parte de mi historia, a personas
que he conocido y a otras que no pude conocer. Sin embargo decir adiós es
necesario, la distancia es necesaria. Sólo sabes si alguien o algo te importan
si los pierdes, aunque sea momentáneamente. Decir adiós es necesario para
conocerse a uno mismo y a quien dejas. Para ver cómo esas cosas o personas
crecen en ti.
Puse en funcionamiento el lenguaje conectivo. Es necesario para entrar en el mundo de alguien. ¿De dónde eres? ¿A dónde vas? ¿Vaya tiempo que hace! ¡Cuánto retraso lleva el tren!
Decidí tutearla. Su carta de presentación me abrió esa puerta. Directamente le hablé de tú. Creo que le gustó. Su cara denotaba una mujer entera, con carácter, directa.
Llevaba una tobillera que le llevaba hasta
media pierna. La tenía algo hinchada. Me dijo que no era de Alcázar de San
Juan, sino de un pueblo cercano. Había venido a pasar unos días con sus amigas
de la juventud. Los pueblos son los almacenes de lo que fue y de lo que pudo
ser, de tus fracasos y de tus ilusiones, persiguiendo un ideal o tal vez la
felicidad, como si la felicidad fuera una liebre, como si la felicidad no
anidara dentro de nosotros. Me habló de sus amigas, tan amigas de antes , tan
desconocidas de hoy.
Cuando ves a un amigo que hace mucho tiempo que no ves, te ves abocado al disimulo, para que no se note que ya no hay nada entre nosotros. Fueron caminos divergentes, siempre, los que nos separaron. La distancia puede con todo. Lo mata todo. A veces tenemos la capacidad de empezar de cero, en aras de lo que fue, tan grande, quizás. Sólo así puede ser otra vez.
Cuando ves a un amigo que hace mucho tiempo que no ves, te ves abocado al disimulo, para que no se note que ya no hay nada entre nosotros. Fueron caminos divergentes, siempre, los que nos separaron. La distancia puede con todo. Lo mata todo. A veces tenemos la capacidad de empezar de cero, en aras de lo que fue, tan grande, quizás. Sólo así puede ser otra vez.
Me
hablaba continuamente de su marido. Sentía adoración por él, tanto, que me
llegué a sentir algo incómodo. Lo hacía en pretérito perfecto, como si sus
vidas estuvieran aún incluidas la una dentro de la otra.
¿Dónde
está tu marido? ¿Por qué te ha dejado venir sola? Mi marido está muerto, me
dijo, sin denotar molestia alguna. . Hace siete años que murió. Retorcí mis
labios hacia un lado, sin saber exactamente lo que quería expresar.
Decidí
no poner cara de pena, para qué hacer teatro, si Mara lo expresaba con la mayor
naturalidad.
Los
humanos tenemos dos maneras de olvidarnos de los muertos: o te vas alejando de
ellos hasta perderlos de tu vida o los llevas encima y les hablas y les das de
comer, como si de un hijo tuyo se tratase. Mara decidió la segunda. Llevaba la
sombra de su marido en la luz de su boca.
Y nunca te equivocaste,
más que una vez, una noche
que te encaprichó una sombra
- la única que te ha gustado-
una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
Y era yo.
(Pedro Salinas).
más que una vez, una noche
que te encaprichó una sombra
- la única que te ha gustado-
una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
Y era yo.
(Pedro Salinas).
Juan José García Berdonces.
El Prat, 30 de mayo de 2016·
EL MUNDO DE MARA (2º)
El viaje a
Barcelona siempre es algo pesado, menos cuando encuentras a alguien con quien
conversar. Conversar no es hablar. Si tú me das y yo te doy, estamos
conversando. Yo necesito decirte lo que yo pienso, porque necesito un eco a mis
palabras. Siempre necesitamos un eco y ese eco no puede ser el de una pared. Si
te acaricio, miro tu cara para ver tu reacción a mis caricias. Si te hablo,
también espero la reacción en tus ojos, en tu expresión, pues, de alguna manera, estoy excitando tu alma. Otras veces
necesitamos ayuda y expresas lo que te pasa para ver si el compañero tiene
alguna receta para tus problemas. Raramente, te encuentras con alguien de voz
engolada que canta canciones vacías y que espera sólo el aplauso para darle de
comer a su ego.
Mara me pregunta si llevo muchos años en Cataluña. Le digo que estoy en Barcelona desde el 67. Ella me dice que se vino con dieciocho años. ¿Te viniste con tus padres? le pregunto. No que va, me vine con mi novio. Me quedé embarazada y preferí huir antes que pasar la vergüenza ante todo el pueblo. Mi novio se había ido a hacer la mili y en una de las veces que vino de permiso ocurrió. Pasé unos días malísimos, yo sola, sin poder decírselo a nadie. Ni siquiera me fiaba de mis mejores amigas. Mi familia era muy tradicional y esto era una bomba. La verdad es que se me pasó por la cabeza preguntarle pelos y señales de aquella historia, pero en seguida me recriminé llamándome cerdo. Cómo se te ocurre, Juanjo.
Mara casi me lo contó sin yo preguntárselo. Fue un día que hicimos una excursión a unos olivos que tenía mi padre cerca del pueblo. Se me ocurrió decirle que uno de sus amigos se me había declarado aprovechando su ausencia y aunque yo le juré y le perjuré que a mí el único hombre que me gustaba era él, se abalanzó sobre mi como un energúmeno y de nada sirvió oponer resistencia a tanto ardor y descontrol. A los dos meses saltó la alarma y a los cuatro cogíamos el tren en dirección a Barcelona, donde vivían unos tíos míos, que hacía mucho tiempo que no veía y que, al parecer, no se llevaba muy bien con mi padre por problemas de tierras.
Mara miraba por la ventana. Tal vez lo que mirara era su alma
arrastrándose por encima de los campos de naranjos. Hay viajes que tienen un adiós
y un hola. El viaje que hizo Mara con su novio, quizás, sólo tuvo un leve olor
a azahar.
Se le vio partir y
atardecía por el camino blanco y solitario que
conduce al silencio de los planetas. (Juan José Vélez)
Juan José García Berdonces.
El Prat, 1 de junio de 2016.
EL MUNDO DE MARA (3º)
La pérdida de
su marido fue un mazazo difícil de encajar. El mundo no tenía sentido. Su vida,
su ser, su persona entera estaba encajada en la de él. Se le partió el corazón
de tal manera que no encontraba consuelo en nada. Como un perrillo fiel,
emprendía cada día el camino del cementerio y se sentaba en su silla plegable
delante de la tumba de su marido. Hablaba. Hablaba continuamente a su marido,
como si estuviera delante de ella. Hablaba en voz alta. Le contaba todo el
desconsuelo en el que se encontraba. La incapacidad que sufría para tirar la vida
adelante ella sola. Hasta le echaba la culpa por haberla abandonado.
Mara
encontraba cierto consuelo en estas horas que pasaba junto a él, pero
necesitaba algo más. Necesitaba oír su voz, esa que nunca más acariciaría sus
oídos.
Hablar con lo
sobrenatural es un monólogo. Un monólogo que se desea convertir en un diálogo.
No vale que tú tengas que hacer la pregunta y la respuesta. Es como si tú te
besaras a ti mismo, te acariciaras a ti mismo, te abrazaras a ti mismo. Al
abrazar a otra persona estás intercambiando algo que no te puedes procurar tú
mismo. Por sí solos somos incompletos. Los seres humanos estamos hechos para el
intercambio. Cuando quieres ser autónomo de tu existencia, tal vez estés
creando un monstruo.
Mara
experimentaba día tras otro que esa caricia, ese abrazo, ese beso ya no
llegaría. Un día decidió no volver más al cementerio.
Pasaba las mañanas montando y desmontando del armario las ropas de su marido. Colgaba sus trajes en el perchero y se lo imaginaba. Los extendía sobre la cama, justo donde él se acostaba y se lo imaginaba. Ella misma se acostaba encima del traje y se lo imaginaba. Se estaba volviendo loca.
Pasaba las mañanas montando y desmontando del armario las ropas de su marido. Colgaba sus trajes en el perchero y se lo imaginaba. Los extendía sobre la cama, justo donde él se acostaba y se lo imaginaba. Ella misma se acostaba encima del traje y se lo imaginaba. Se estaba volviendo loca.
Un día decidió regalar
sus trajes, pues no se atrevía a quemarlos.
Encontró bien darlos a un hombre que rebuscaba entre la basura. Ella lo observaba cada día a la misma hora escarbando en los contenedores. Tenía aproximadamente la misma complexión que su marido. El hombre aceptó encantado, el día en que ella lo llamó a su casa. Sólo le puso una condición, que se los pusiera cada día.
Cada día, a la misma hora, con el traje que ella le había regalado, el pobre indigente seguía escarbando en la basura. Ella lo observaba desde la ventana. Sus sentimientos eran contradictorios. Le agradaba ver el traje de su marido, pero el que iba dentro no era su marido, lo que hacía no era lo que hacía su marido, se movía de otra manera. No podía soportarlo. Se veía cerca de la locura, sin saber exactamente qué podía ser eso.
Encontró bien darlos a un hombre que rebuscaba entre la basura. Ella lo observaba cada día a la misma hora escarbando en los contenedores. Tenía aproximadamente la misma complexión que su marido. El hombre aceptó encantado, el día en que ella lo llamó a su casa. Sólo le puso una condición, que se los pusiera cada día.
Cada día, a la misma hora, con el traje que ella le había regalado, el pobre indigente seguía escarbando en la basura. Ella lo observaba desde la ventana. Sus sentimientos eran contradictorios. Le agradaba ver el traje de su marido, pero el que iba dentro no era su marido, lo que hacía no era lo que hacía su marido, se movía de otra manera. No podía soportarlo. Se veía cerca de la locura, sin saber exactamente qué podía ser eso.
Mara decidió
romper con todo, con su pasado y con su futuro. Tiró todo lo que le recordara a
él. Se abandonó a la inercia de vivir. El río de la vida le llevaría.
Mara me
contaba todo esto y yo le escuchaba con toda la atención de que era capaz. Me
dolía el cuello de mirarla y decidí tomar mi posición natural en el asiento.
Cerré los ojos y ella calló. Los dos entendimos que los silencios son
necesarios para digerir. El tren volaba sobre los raíles a su próxima cita.
Muchas veces
he hecho este viaje de Lahiguera a Barcelona. Cada viaje tiene su historia,
incluso que vaya sólo. He llegado a la conclusión que un viaje de estas
características y duración tiene vida propia. Puede ser un ciclo completo en la
relación de dos personas. Nace en la estación de Andújar, se desarrolla en las
tierras de La Mancha
y de Valencia y muere en Barcelona. Y muere de verdad, como murió el marido de
Mara. No tiene por qué tener más vida. Un viaje nace para esto, para morir
cuando llegas al destino.
Mara me estaba contando su vida. Yo la miraba como un descubrimiento. Ninguno de los dos teníamos historia, acabábamos de conocernos. Tampoco teníamos futuro, los dos sabíamos que llegando al destino se acabaría todo.
Todo era presente. El pasado es, a veces una carga muy fuerte, tan fuerte que hipoteca el futuro. Una relación sin pasado es un experimento excepcional. Puedes volver a escribir y reescribir tu vida. Esto sólo se da en un viaje. Construir una relación para verla morir tan pronto tiene la sensación de estar construyendo algo que nada más terminado tienes que destruir. Así es la vida, siempre. Sólo el tiempo que se tarda en destruirlo es lo que marca la diferencia entre unos hechos y otros.
Mara seguía con los ojos cerrados. Yo no la quise molestar. Me levanté para estirar las piernas y tomarme una cerveza.
Mara me estaba contando su vida. Yo la miraba como un descubrimiento. Ninguno de los dos teníamos historia, acabábamos de conocernos. Tampoco teníamos futuro, los dos sabíamos que llegando al destino se acabaría todo.
Todo era presente. El pasado es, a veces una carga muy fuerte, tan fuerte que hipoteca el futuro. Una relación sin pasado es un experimento excepcional. Puedes volver a escribir y reescribir tu vida. Esto sólo se da en un viaje. Construir una relación para verla morir tan pronto tiene la sensación de estar construyendo algo que nada más terminado tienes que destruir. Así es la vida, siempre. Sólo el tiempo que se tarda en destruirlo es lo que marca la diferencia entre unos hechos y otros.
Mara seguía con los ojos cerrados. Yo no la quise molestar. Me levanté para estirar las piernas y tomarme una cerveza.
Cuando haya muerto llórame tan solo mientras escuches la campana
triste (Rubén Darío).
Juan José García Berdonces.
El
Prat, 5 de junio de 2016.
Cuando vuelvo del bar me encuentro el asiento de Mara vacío. El
revisor, en mitad del pasillo, la está buscando. "Pasa Algo?" le
pregunto. "Nada señor, sólo tengo que hablar con ella".
"Seguramente habrá ido al servicio" le contesto.
Efectivamente, al poco rato veo que se abre la puerta del water
y sale ella con alguna dificultad. Cuando llega a nuestra altura, el revisor le
notifica que cuando llegue a Barcelona, la estará esperando una asistenta para
ayudarle a bajar el equipaje y a subir las escaleras mecánicas que dan al piso
de arriba de la estación. "Es mi hija la que ha arreglado todo esto"
me dice con cierto aire de satisfacción.
-¿Has ligado en el bar?, me dice de sopetón.
-¿Has ligado en el bar?, me dice de sopetón.
- Eso ya pasó a la historia, Mara. Con setenta y dos años que
tengo mi vida discurre tranquila en ese sentido. Además, estoy casado.
- Sólo lo decía porque has tardado mucho.
- Sólo lo decía porque has tardado mucho.
- Había mucha cola y sólo una señorita para servir.
- La verdad es que echo mucho de menos a mi marido. Me acuerdo
de él todos los días, cambiando de tema.
- Mara, eso ya me lo habías contado.
-No, Juanjo, no. Me refiero a la cuestión sexual.
Me quedé de piedra. No esperaba que me saliera por ahí. No obstante, puse cara de circunstancias, como si me hubiera dicho que tenía hambre.
Me quedé de piedra. No esperaba que me saliera por ahí. No obstante, puse cara de circunstancias, como si me hubiera dicho que tenía hambre.
- Yo reconozco que he sido una mujer ardiente, pero todo me lo
ha dado mi marido, nada he hecho por mi cuenta.
Todo esto me lo decía como si fuera una confesión que tenía que
hacer necesariamente a alguien que sabía que no iba a ver más. Entonces, abrí
mis oídos, callé mi boca y la dejé que echara.
- Todo empezó el día que decidí enterrar de verdad a mi marido. Fue idea de mi amiga Amelia. Ella también perdió a su marido mucho más joven que yo. Me dijo: "Mara, los muertos en su sitio y nosotras en el nuestro. Fuimos buenas con ellos y tenemos que poner una ralla entre ellos y nosotras”. "Tú vas a venir conmigo a un sitio, que te van a poner nueva". No rechisté, Juanjo, me dejé llevar. Un náufrago no se pone a discutir si el palo que le va a salvar de ahogarse es de olivo o alcornoque, se agarra y basta. Quedamos para el día siguiente a las diez de la mañana en la Plaza de la Universidad. Allí estaba yo, puntual. Tuve la evidencia que algo empezaba a cambiar dentro de mí. La curiosidad me lo decía. Amelia llegó enseguida. Bajamos por Ronda San Antonio hasta el Mercado de San Antonio. Entramos en un edificio sin ascensor.
Subimos hasta el segundo y llamamos a una puerta sin ningún distintivo. No me
atreví a dudar de mi amiga. La conozco hace tiempo y sé que no hará nada que me
haga daño. Apareció un chico de uno cuarenta años, con el pelo largo y una
ligera barba. Amelia lo saludó con un largo abrazo y me lo presentó. Su cara
desprendía paz. Su voz aterciopelada me infundía confianza y sus ropas amplias
no me dejaban adivinar las formas de su cuerpo.
Era un piso normal, más bien viejo, que tenía un comedor adaptado a las clases que Rafa (su verdadero nombre era muy difícil de pronunciar) impartía. "Ya te habrá dicho Amelia que soy profesor de Tantra. Me ha explicado todo lo que te ha pasado últimamente con la muerte de tu marido y la forma tan traumática como tú lo has vivido. Yo no te aseguro nada, Mara, pero otras personas que han pasado por aquí con problemas parecidos a los tuyos, han obtenido resultados alentadores o muy buenos. También dependerá del entusiasmo que le pongas. El tantra, según quien te lo cuente, parecerá algo relacionado únicamente con el sexo. No es verdad. Verdaderamente el sexo tiene mucha importancia, pero siempre metido dentro de una filosofía que te llevará a sentirte dentro del universo y de las fuerzas que lo constituyen, una de las cuales es el sexo. Tendremos clases teóricas y prácticas, pero eso no quiere decir que tengas que hacer nada que te incomode. Tú tendrás siempre la última palabra. ".
- Todo empezó el día que decidí enterrar de verdad a mi marido. Fue idea de mi amiga Amelia. Ella también perdió a su marido mucho más joven que yo. Me dijo: "Mara, los muertos en su sitio y nosotras en el nuestro. Fuimos buenas con ellos y tenemos que poner una ralla entre ellos y nosotras”. "Tú vas a venir conmigo a un sitio, que te van a poner nueva". No rechisté, Juanjo, me dejé llevar. Un náufrago no se pone a discutir si el palo que le va a salvar de ahogarse es de olivo o alcornoque, se agarra y basta. Quedamos para el día siguiente a las diez de la mañana en la Plaza de la Universidad. Allí estaba yo, puntual. Tuve la evidencia que algo empezaba a cambiar dentro de mí. La curiosidad me lo decía. Amelia llegó enseguida. Bajamos por Ronda San Antonio hasta el Mercado de San Antonio. Entramos en un edificio sin ascensor.
Era un piso normal, más bien viejo, que tenía un comedor adaptado a las clases que Rafa (su verdadero nombre era muy difícil de pronunciar) impartía. "Ya te habrá dicho Amelia que soy profesor de Tantra. Me ha explicado todo lo que te ha pasado últimamente con la muerte de tu marido y la forma tan traumática como tú lo has vivido. Yo no te aseguro nada, Mara, pero otras personas que han pasado por aquí con problemas parecidos a los tuyos, han obtenido resultados alentadores o muy buenos. También dependerá del entusiasmo que le pongas. El tantra, según quien te lo cuente, parecerá algo relacionado únicamente con el sexo. No es verdad. Verdaderamente el sexo tiene mucha importancia, pero siempre metido dentro de una filosofía que te llevará a sentirte dentro del universo y de las fuerzas que lo constituyen, una de las cuales es el sexo. Tendremos clases teóricas y prácticas, pero eso no quiere decir que tengas que hacer nada que te incomode. Tú tendrás siempre la última palabra. ".
Cuando terminó de hablar nos quedamos mirándonos en silencio. No
noté en su cara ninguna señal que me indicara que estaba incómoda por lo que acababa
de contarme. Me sentí alagado por ello. ¡Tanta confianza conseguida en tan poco
tiempo!. Al respirar me llené los pulmones de orgullo. Pensé que estábamos
construyendo un muñeco, el más bello muñeco, para quemarlo nada más llegar a la
estación de Barcelona.
Juan José García Berdonces.
El Prat, 7 de junio de 2016.
EL MUNDO DE MARA (5º)
Mara había vuelto a su pueblo después de muchos, muchísimos
años. No sabía exactamente a qué iba. No sabía cómo iban a reaccionar sus
amigas, las que entonces lo eran y que hoy no sabía si lo seguirían siendo. Se
acordaba de aquel chico, que la pretendió cuando su novio estaba haciendo la
mili y que indirectamente fue el causante de la deriva de su vida. ¡La vida
puede tener tantos caminos! Ese mundo, que un día dejó atrás de una forma tan
precipitada, hoy ha tenido que volver a descubrirlo, porque ya no se parece en
nada a lo que dejó. Tendrá que volver a interpretar todo lo que sucedió para
ver si su decisión fue correcta. Sólo así su alma se quedaría tranquila.
Las clases de tantra eran los martes y los jueves por la tarde.
El horario era bastante flexible, sobre todo a la salida.
-Viví muy nerviosa las horas que me faltaban para empezar las
clases. Llamaba continuamente a mi amiga para que me tranquilizara.
- Qué era lo que te ponía nerviosa.
- Qué era lo que te ponía nerviosa.
- Ya sabes, un cambio tan drástico y a mi edad no sabía como lo
encajaría mi cuerpo. Sin embargo y por otro lado, sabes que soy muy vital, a
pesar de los años que tengo y eso me daba confianza. Yo lo enfocaba como si
fuera joven.
La miraba continuamente a los ojos, porque sus ojos desprendían
ilusión y fuerza.
- Me temblaban las piernas cuando subíamos la escalera. El
profesor nos recibió con un cálido abrazo que me bajó a los pies todos los
nervios que traía.
Mientras me explicaba esto, me acordaba, del abrazo que me dio
una chica en La Puerta
del Ángel en Barcelona y que ya conté en el relato "Abrazos
anónimos".
- Nos hizo pasar a una habitación, a media luz, con ropajes
rojos atenuados, con olor a incienso y con música que me pareció hindú.
- ¿Había más gente en la habitación?
-Al principio no, pero a los pocos minutos entraron varias
personas de distintas edades, mujeres y hombres que vestían túnicas largas, con
rajas laterales que subían bastante por encima de las rodillas. El profesor no
me las presentó. Cada una de ellas se sentó en una especie de cojín, grande y
duro. Nadie hablaba.
- Rafa estaba de pie, en un punto de la circunferencia que
formábamos todos. Encendió otra ramita de incienso, que colocó en un artilugio
que había sobre una mesita.
Yo estaba que no pestañeaba. No salía de mi asombro, de cómo esa
mujer me contaba todo eso, pero sobre todo con la fe que me lo contaba. Parecía
que fuera un mandamiento divino.
- De pronto, Rafa viene hacia
Amelia, la coge de la mano suavemente, la abraza, colocan sus manos en las
espaldas del otro y permanecen así largo rato. Todo el mundo calla y permanece
en una actitud piadosa, diría yo. No observo nada anormal en ese abrazo. A mi
estas cosas me dan un poco de risa. Pensé para mis adentros: "Bueno, si
sólo es eso, también lo hago yo”.
-
Yo seguía anclado en aquel abrazo
que un día me regalaron y la verdad es que ese abrazo me dejó tocado, me dejó
sensible. Desde entonces abrazo hasta a los árboles.
-
Cuando el profe termina
con Amelia, mi amiga se va hacia su asiento, como si se levantara de una
hipnosis. "Jolín, pues sí que le ha hecho efecto", pensé para mí.
- Después se dirige
hacia mí, con la misma ceremonia que hizo con mi amiga. Me coge suavemente,
pero con una fuerza incontestable y me estrecha contra él. Apoyo mi barbilla en
su hombro izquierdo y quedo atrapada entre sus enormes brazos. Mi mente estaba
dispersa. Me acordé de mi marido. Recuerdo que le dije, como cuando le hablaba
cada noche, " No, ahora no, déjame". Pensé: " Madre mía, si mi
hija me viera". Total que no lograba centrarme en el abrazo. El profe que
lo notó, me susurró algo al oído que no entendí, sólo las cosquillas que me
hizo al acercarse, me produjeron un escalofrío que me recorrió el cuerpo como
un rayo.
Se ve que el abrazo no conseguía los efectos que el maestro quería, cuando pensó cambiar de postura. Me coge por detrás, me pasa las manos por el estómago y me atrae hacia él con fuerza. Él no se movía y yo eras una estatua, pero yo, ahora, estaba tomando conciencia de su joven anatomía. Me sentía en una nube, me sentía trasportada y entonces, tal vez, empecé a comprender aquello de que el sexo es la energía que el universo personaliza en cada individuo.
Juan José García Berdonces.
El Prat, 9 de junio de 2016.
EL MUNDO DE MARA (6º)
A lo largo de nuestra vida hemos recibido en varias ocasiones la
visita de Cupido. A veces ha sido una flecha con entrada y salida y otras veces
sólo con orificio de entrada. Todas las cosas en esta vida, como las obras de
teatro tienen su principio, su desarrollo y su desenlace. A veces el amor, por
diversas circunstancias, solo tiene una de las dos primeras partes. Fue un amor
interrumpido (Amor interruptus). Cuando esto ocurre, al igual que la flecha que
no tiene salida, tiende a hacer más mal que la otra y puede producir
infecciones. Pero, por otro lado, el amor que no se desarrolló completamente
vive en nosotros con toda su potencia. Es como el arquero que tensa el arco y
se queda ahí. Nunca sabremos la trayectoria que hubiera llevado esa flecha,
pero está ahí creando expectativas, sólo posibles, que nos atormentan toda la
vida y que en otras ocasiones nos sirven de asidero cuando el camino se pone
difícil.
-Mira, Juanjo. Te diré un secreto. Yo en realidad, a lo que he ido al pueblo ha sido a acabar una faena que empecé cuando tenía apenas quince años. A esa edad me enamoré de un chico con tal fuerza que hasta me dolía el corazón cuando no estaba con él. Fue una relación breve, pero muy intensa. Al año de empezar la tuve que dejar, porque las familias se metieron por medio. El pecado era que el chico era de familia de derechas y mis padres de izquierdas. Ya sabes los pueblos.
-Mira, Juanjo. Te diré un secreto. Yo en realidad, a lo que he ido al pueblo ha sido a acabar una faena que empecé cuando tenía apenas quince años. A esa edad me enamoré de un chico con tal fuerza que hasta me dolía el corazón cuando no estaba con él. Fue una relación breve, pero muy intensa. Al año de empezar la tuve que dejar, porque las familias se metieron por medio. El pecado era que el chico era de familia de derechas y mis padres de izquierdas. Ya sabes los pueblos.
-Y te has acordado ahora de él, porque estás sola?
-No, que va. Me he acordado siempre, a intervalos. Especialmente
cuando había tormenta entre mi marido y yo. Incluso muchas de las peleas que
tuve en mi matrimonio fue por culpa de ese primer amor. Me he acordado de él
porque era una herida abierta que ya estaba harta de verla sangrar.
- Y qué has averiguado?
- Pues mucho. Lo he averiguado todo.
- Cuenta, Mara, que estoy en ascuas.
- Pues mira, la cosa fue rápida. Paseaba yo por la plaza del
pueblo y lo veo venir con otros compadres. Pasa por mi lado y casi me gira la
cara. Me quedé de piedra. Cuando vuelve a pasar le digo: " Oye, Andrés, es
que no me conoces?" "Claro que te conozco. ¿No te voy a conocer? ¿A
qué has venido, a lamerte las heridas conmigo? Que sepas que yo no sirvo para
ser segundo plato.
Así es que ya te puedes ir por donde has venido". Mira, me quedé de piedra. Me maldije cien veces el día que me dio por venir al pueblo.
Así es que ya te puedes ir por donde has venido". Mira, me quedé de piedra. Me maldije cien veces el día que me dio por venir al pueblo.
- Pero, al menos, te has quedado tranquila, no?
- Sí, eso sí, capítulo cerrado. Fíjate que solución tan fácil.
- Entonces, ahora ya no soñarás más con él.
- No, desde luego que no. Ahora con quien sueño es conmigo. En
ese sitio de Barcelona que te he contado, lo del tantra, sabes, me están
enseñando muchas cosas. Lo que pasa es que le están poniendo mucha teoría y yo
ya no tengo futuro para tanta predicación. También llevo bastante mal lo que
ellos llaman "los caminos del placer". Para mí son demasiado largos y
casi siempre me pierdo en algún recodo, con lo que la libido se me va al garete
y me da la risa. Fíjate lo que pasó un día. Nos mandó el maestro que nos
quedásemos en ropa interior. A mí no me dio vergüenza, porque había muy poca
luz y en la oscuridad nunca entró la moral. Me tiendo en un catre, o mejor
dicho, en una camilla. Empiezan a abrir botes de esencias, cada cual me echaba
un chorreoncito por donde le apetecía. Unos eran fríos y otros calientes.
Entonces, como repartiéndose mi cuerpo, empezaron a darme masajes sin hacer
distinciones entre unas partes y otras. A mí me pareció eso una ingerencia
impresentable. El problema es que a uno se le ocurrió masajearme la planta de
los pies. Nada más tocármelos pequé un salto que me quedé sentada en la camilla
y las esencias esparcidas por la sala, con lo que la libido volvió a quedar por
los suelos al igual que el los aceites.
- Y qué pasó.- Le digo.
Ya te contaré, amigo, pero yo ya mi cabeza la tenía en otra
historia, pues una chica que conocí allí me habló del pompoarismo.
- Qué es eso?
- Se ve que es como el tantra, pero del siglo XXI. Déjame ahora
cerrar un poco los ojos, que estoy cansada de tanto hablar.
Juan José García Berdonces.
El Prat, 13 de junio de 2016·
EL MUNDO DE MARA (7º, y
último).
Los dos nos quedamos
dormidos. No sé cuanto rato. Me desperté cuando llegamos a la estación de
Tarragona. Ella seguía durmiendo y no quise despertarla, pero sentí que algo poco
agradable me esperaba.
No me gustan las despedidas, las relaciono con la muerte. Cuando sabes que no vas a ver nunca más a una persona, algo muere entre los dos. Hemos construido algo que sabemos va a morir. Aún así lo construyes, lo vas desarrollando, le das vida, te ilusionas, le das perspectivas de futuro y sabes que su fin está cerca. Mara dormía con la cara girada ligeramente hacia mí. Yo la miraba, la miraba descaradamente, como se mira a un ciego. Repasé sus ojos entornados, sus labios finos, su piel curtida, su pelo cuidado, las pequeñas arrugas que desembocaban en sus labios. . "Me estoy quedando con tu cara", me decía. Mirar a una persona cuando está dormida, es mirar de verdad, es mirar la verdad. La diferencia entre el sueño y la vigilia es, precisamente eso, la careta.
No me gustan las despedidas, las relaciono con la muerte. Cuando sabes que no vas a ver nunca más a una persona, algo muere entre los dos. Hemos construido algo que sabemos va a morir. Aún así lo construyes, lo vas desarrollando, le das vida, te ilusionas, le das perspectivas de futuro y sabes que su fin está cerca. Mara dormía con la cara girada ligeramente hacia mí. Yo la miraba, la miraba descaradamente, como se mira a un ciego. Repasé sus ojos entornados, sus labios finos, su piel curtida, su pelo cuidado, las pequeñas arrugas que desembocaban en sus labios. . "Me estoy quedando con tu cara", me decía. Mirar a una persona cuando está dormida, es mirar de verdad, es mirar la verdad. La diferencia entre el sueño y la vigilia es, precisamente eso, la careta.
Quise buscar excusas para consolarme, como se
consuela una viuda, como se consoló ella cuando perdió a su marido. "Me
quedaré con lo bueno", pensé. Pero qué es lo bueno, sin alguien que lo
sea. Me gusta una pared blanca, pero con la pared. Me gustan tus ojos negros,
pero con tus ojos. Qué hago yo con la bondad si tú no estás, qué hago yo con la
mirada si sólo es un recuerdo. No me acostumbro a perder algo que me he ganado
a pulso. Cuando Mara se subió al tren en Alcázar de San Juan, yo estaba
leyendo. Podía haber seguido leyendo. Cuando intentó conectar conmigo, podía
haber sido escueto. Ella lo hubiera entendido. Pero pasó. No estoy arrepentido,
pero esto es la vida. Ejercitarse en estas dos caras de la vida te ayudará para
cuando llegue la hora? No sé. El dolor siempre es un síntoma del amor, como la
muerte de la vida.
Seguía
a su lado, mientras el tren corría paralelo a la playa. Sentía el fresco de su
brazo en el mío. Todo era normal.
Salíamos de Vilanova, cuando el revisor se acerca a Mara y la despierta. "Señora, cuando llegue a Sants, espérese en su asiento que vendrá una asistente y le ayudará con el equipaje". Mara ni siquiera asintió. Estaba perpleja por lo poco que quedaba de viaje y por el rato que había estado durmiendo. Me miró como pidiéndome perdón. "No hay nada que perdonar", pensé para mí. El silencio es necesario. En el silencio colocas todos los elementos en su lugar, para que todo tenga sentido, para que el dolor sea más suave, para que cuando la mire por última vez no me quede convertido en una estatua de sal.
Salíamos de Vilanova, cuando el revisor se acerca a Mara y la despierta. "Señora, cuando llegue a Sants, espérese en su asiento que vendrá una asistente y le ayudará con el equipaje". Mara ni siquiera asintió. Estaba perpleja por lo poco que quedaba de viaje y por el rato que había estado durmiendo. Me miró como pidiéndome perdón. "No hay nada que perdonar", pensé para mí. El silencio es necesario. En el silencio colocas todos los elementos en su lugar, para que todo tenga sentido, para que el dolor sea más suave, para que cuando la mire por última vez no me quede convertido en una estatua de sal.
En
los últimos kilómetros no hablamos nada. Cualquier cosa no hubiera encajado
bien en la obra. Todo estaba hablado, todo estará escrito. Para eso lo he
hecho, para tener algo donde agarrarme, porque aún no he aprendido a mirar el
color de tus ojos sin tus ojos.
1 comentario:
Que bueno, me ha introducido de tal forma en la "acción" que me parecía ir sentado junto a Mara en el vagón. Enhorabuena.
Publicar un comentario