EL BANCO DE LA
VIDA
Lucía o la soledad.
A veces pienso que la soledad no es más que otra forma de
estar acompañado. Acompañado del fantasma del que se fue o acompañado del
ensordecedor ruido del vacío.
No todos los bancos son iguales. Como las personas, cada
banco tiene su historia y no hace falta que
hablen para que sepamos que eso es así. Cada día procuro sentarme en uno
diferente, diferente en el lugar, diferente en la perspectiva y diferente en el
entorno.
La primera sensación que tengo al mirar un banco es su
soledad. Es un espacio vacío que está pensado para ser llenado. Hoy me he ido a
un parque de mi ciudad. Me he sentado en un lugar discreto, algo alejado del
griterío de los niños con la pelota y de las madres que hablan mientras los
vigilan. Otros bancos están ocupados por personas mayores que hablan poco entre
ellas, quizás porque a estas edades sea más importante sentirte acompañado que
hablar. He elegido este rato de soledad, necesario, y siento cierta paz al ver
cómo discurre la vida y cómo progresa la tarde.
-Hola, joven. ¿Me puedo sentar aquí un ratito con usted?
Es una señora mayor. Ya se ha sentado antes de que yo pueda
abrir la boca. Viene con bata de casa, algo descuidada en el peinado y con un
bastón que aporrea ruidosamente en el suelo de arena. Desde el principio me ha
caído bien. Me ha llamado joven y eso es suficiente. Hace mucho tiempo un grupo
de niños que jugaba a las canicas en la acera me vieron de otra manera. “Eh,
deja pasar al abuelo”, le decía el uno al otro. Me dolió. Somos diferentes en
ojos diferentes.
-
Todas las tardes salgo un poquito. Vivo sola
¿sabe? La casa se me cae encima. A estas
horas de la tarde, cuando el sol se está yendo, cojo mi bastón y me vengo siempre
a este banco, no sé por qué le tengo cariño. Si hay alguien, hablo y si no me
distraigo mirando a la gente que pasa. Oiga, no le importará a usted que hable,
¿no?.
Por supuesto que no, pensé para mí. Si precisamente me he
sentado aquí para eso, para que alguien me hable. Yo también necesito llenar mi
vida con historias de los demás, no por caridad, sino por necesidad. Tú me
vendes tu soledad, tóxica, y yo lo recibo como un regalo. Me dijo que se
llamaba Lucía, por su abuela y que debido a eso y a pesar de su edad aún no se
había puesto nunca gafas. Me sonreí. Me gusta la gente que tiene firmes
creencias en estas cosas. Nuestras vidas no solamente las tenemos que llenar de
pensamientos razonados, la irracionalidad es algo que llena, aunque no
alimente. Nuestra historia está llena de irracionalidades.
-
Cuando se fue mi marido, me quedé con mis dos niños
chicos. Trabajé como una burra para sacarlos adelante. Cuando se casaron, fue
entonces que me di cuenta lo sola que me quedé. Mi vida se convirtió en un
infierno. Oiga, hábleme de usted.
-
Yo no tengo nada que contarle, mi vida no tiene
interés. A mí me interesa más su vida, su soledad.
-
Mire, cuando me quedé sola, tenía unas ansias enormes
de hablar. Al que me encontraba lo cansaba contándole mis miserias. Pero con el
tiempo me di cuenta que este no era el camino, que lo que tenía que hacer era
todo lo contrario, escuchar. Cuando yo hablaba me producía un desahogo
momentáneo, para después encontrarme más vacía aún. Veía que lo que conseguía
de los demás era una enorme pena hacia mí y esto me desagrada enormemente. ¿A
usted le gusta escuchar?
-
Pues no, la verdad es que me canso enseguida. Me cuesta
mucho mantener la atención. ¿Tiene muchas ventajas escuchar?
-
Se sorprendería si viera lo bueno que es, por lo menos
en mi caso. Lo primero que conseguí fue olvidarme de mí. No sabe usted lo
importante que eso es. Cuando piensas en ti nada más es como si tuvieras dentro
una fiera que va devorándote. Luego, la gente me cuenta sus historias y mi vida
la lleno de esas historias y no es que me resuelvan el problema, pero me paso
el día pensando en ellas y mientras tanto no pienso en mí. ¿Usted ha estado
solo alguna vez?
-
Pues la verdad es que sí. Ya casi no me acordaba. Fue
hace mucho tiempo. Ahora que lo pienso es verdad que sentía muchas ganas de
hablar, hasta que encontré una mujer que hablaba por los cuatro costados y eso
me obligaba a escuchar. Fue tremendo el esfuerzo que hice, pero es verdad, me
ayudó. No lo había pensado nunca. ¿No ha vuelto a querer a otra persona?
-
Ay, amigo, no he tenido ni tiempo. Mis hijos ocuparon
todas mis horas y a mi marido lo llevo siempre en el bolso. Con eso se lo digo
todo. ¿Tiene usted muchos amigos?
-
Los amigos de hoy no son como los de antes. Hoy hay dos
clases de amigos, los de siempre, de los que tengo solo dos o tres y los de
Facebook. De esos tengo un montón. Se les llama amigos virtuales.
-
¿Cómo son los amigos del Facebook?
-
Cómo le diría yo. Son unos amigos, que sabes que están
ahí, que hablas con ellos, que te mandan fotos, que te escriben, pero que no
los puedes ver, ni tocar ni irte de copas con ellos y que cuando se ponen
pesados los despides.
-
Pues eso es interesante.
-
¿El qué?
-
Que los puedas despedir. Mire, yo cada vez estoy más
decepcionada de la gente, porque no sabes si estar sola o acompañada. Si estás
sola te consumes tú misma con tus pensamientos y si estás acompañada te
consumen los demás. Así es que, ¿sabe lo que hago? Lo que estoy haciendo ahora,
me vengo a mi banco, hablo con el que se siente aquí conmigo y luego si te he
visto no me acuerdo. Oiga, perdone por la sinceridad, no me refería a usted,
que parece muy simpático y muy buena persona.
-
No se preocupe, estoy rodeado de gente sincera. Bueno,
amiga, yo ya me tengo que ir, se me hace tarde.
-
Yo también, amigo. Ahora me preparo la cena, veo mis
noticias y después mi peliculilla. Historias y más historias. No quiero
recordar nada. Los recuerdos no hacen más que hundirme en mi miseria. ¡A tomar
por saco los recuerdos! ¿Vendrá otro día por aquí?
-
No lo sé. Me gusta sentarme en bancos diferentes.
-
Quisiera que me explicara bien qué son es eso de los
amigos virtuales. Me da en el cogote que me va a ir bien.
Lleno estaba el cielo de amigos
Cuando aún mi cielo era hermoso.
Al caer ahora la niebla
Los ha borrado todos.
Hermann Hesse.
JUAN JOSÉ GARCÍA BERDONCES
ELPRAT DE LLOBREGAT 26-09-2016
1 comentario:
Buena es la prosa que utilizas, Juanjo. Pero me gustaría más si esos bancos fueran los de la Plaza de Lahiguera: el de la puerta de «Vicentillo», el de la «Peña». No sé si me entiendes.
Saludos.
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