FRAY JUAN DE LA HIGUERA HABÍA SIDO EXPULSADO DE SU CONVENTO POR EL PROVINCIAL DE LA ORDEN FRANCISCANA DE SEVILLA POR CONSIDERARLO INCORREGIBLE.
Este
artículo comienza a plantearse, cuando aparece la muerte en Valdepeñas de Jaén
de un higuereño llamado Fray Juan de la Higuera en fecha 4 de junio de 1638, según consta
en el Libro de sepelios de su parroquia (4 junio- 1638-12). El motivo del
hallazgo de la noticia fue una lectura interesante en el blog de Historia de
Valdepeñas de Jaén del CAPÍTULO III: La
Vida y La
Muerte en una Aldea, cuyo autor es D. Félix Martínez Cabrera,
al que agradezco su publicación: (http://historia-valdepenas.blogspot.com.es/2008/captulo-iii-la-vida-y-la-muerte-en-una.html),
si bien en ese mismo artículo aparece también la muerte de Juan de Andujar, de
Higuera de Arjona el 2 de mayo de 1684, sin llegar a saber si se refiere a la
misma persona con cambio de fecha o a dos personas que se llamasen igual y
muriesen en fechas distintas. El cambio de fechas nos puede hacer pensar que
pudo ser la misma persona con poca
precisión de fechas. De una forma
u otra, ya se refiera a una misma persona con variación de los datos de su
fallecimiento o a otra distinta (4-junio- 1638-12) el texto dice así:
“Muerte
de un fraile incorregible. En el año 1638 pasó por el pueblo un fraile
franciscano, Fray Juan de la
Higuera. Iba de casa en casa pidiendo limosna. Aquella noche
hizo mucho frío y debió pasarlo muy mal. A la mañana siguiente lo encontraron
muerto y se armó el revuelo en el pueblo. Nadie sabía su nombre, ni de que
convento procedía. Debió intervenir la justicia; registraron sus pertenencias,
y encontraron unos papeles en los que aparecía una sentencia del Provincial de
Sevilla, por la que lo expulsaban de la orden por incorregible.
Todos
tuvieron lástima del pobre Juan y decidieron las piadosas mujeres aplicarle
unas misas a aquel pobre fraile, que había sido un poco revoltoso. Bastante
penitencia había tenido yendo de la ceca a la meca pidiendo un poco de pan.
Dios habría perdonado sus insumisiones. (4-junio- 1638-12). El pobre Fray Juan
debió ser más obediente. [45]. [45] Libro de sepelios, 4 junio- 1638-12”.
Juan
de Andujar, de Higuera de Arjona, muere el 2 de mayo de 1684.
Los
postulantes a la orden mendicante pasaban obligatoriamente por un periodo de
preparación como novicios durante un año, para profundizar en la espiritualidad
de la orden a la que deseaban pertenecer, tras este tiempo solicitaban
pertenecer y podían ser admitidos o rechazados. Si el aspirante era admitido realizaba la Profesión de Votos de
castidad, pobreza y obediencia al Superior religioso de la Orden. Tras un periodo de
prueba y de haber renovado los votos simples, de nuevo debería solicitar la Profesión de los Votos,
siendo ya permanente su consagración a Dios.
Fraile anciano en Oración de Rembrandt, Museum of Fine Arts Boston. |
Conocemos
por franciscanos a los miembros de la orden religiosa que sigue la regla de San
Francisco de Asís. Los primeros franciscanos fueron llamados por su fundador la Orden de los Frailes Menores
con el ideal de ejercer la pobreza total, no poseían nada en común ni
individualmente. Tenían prohibido aceptar dinero, vivían día a día de su trabajo
y la mendicidad. Ejercían una vida de predicación itinerante y pobreza
voluntaria. En 1517 el Papa León X divide la orden en dos cuerpos,
los Conventuales, a los que se permitió la propiedad corporativa, al
igual que otras órdenes monásticas, y los observantes, que trataron
de seguir los preceptos de Francisco lo más fielmente posible.
Los observantes han sido desde entonces la rama más grande, y en el siglo XVI
un tercer cuerpo, los capuchinos, se organizó fuera de él y se hizo
independiente.
Curioso
personaje nuestro fraile franciscano giróvago, típica figura del andariego
vagabundo bastante frecuente en aquel tiempo. Era un fraile sólo, cuando lo
habitual es que tuviera compañero acompañante cuando salían en pareja a pedir,
vestido con deterioradas ropas del hábito franciscano, moreno del sol de los
caminos y posiblemente ya mayor, suponemos como de cincuenta años para arriba,
con una dentadura incompleta y dientes rotos y otros casi molidos y comidos y
gastados de si mismos y los ojos muy brillantes. La gran cantidad de frailes
franciscano que hubiese en Sevilla en los diferentes conventos, posiblemente le
plantearon problemas serios de convivencia, según se refiere en estudios sobre
los franciscanos en Sevilla. Una estadística de 1756 recogida por Aguilar Piñal
arroja la existencia de 7.235 religiosos en Sevilla capital y provincia, repartidos
en 213 conventos y 3.511 monjas en la provincia, sobresaliendo por su número
los franciscanos, seguidos por mercedarios, dominicos, carmelitas, mínimos,
agustinos y jesuitas. Los 2.476 religiosos de la capital sevillana estaban
repartidos en 47 comunidades, sobresaliendo los franciscanos por un total de 664
religiosos repartidos en 7 conventos, seguidos por los dominicos (343
religiosos y 6 conventos), carmelitas (273 religiosos), jesuitas (199),
agustinos (185), trinitarios (176), mercedarios (172) y mínimos (77).
Con
una media de 95 frailes franciscanos por convento, era fácil pensar que se
producirían serios problemas de convivencia, para los miembros de cada
comunidad. Por esa realidad de cifras tan altas por convento, que dificultaban
su vida ordinaria, se provocaron las críticas de los pensadores ilustrados como
el Asistente Olavide, y se fueron generando proyectos de reforma del clero
regular de los conventos, tendentes a reducir su número y regularizar su vida
interna, pero fueron unos proyectos que nunca llegaron a ejecutarse. Puede ser
que esa fuese, entre otras, la causa que acarreara a nuestro Fray Juan de la Higuera la consideración
de incorregible.
La
sociedad y cultura barroca era, a la mirada de nuestros ojos modernos,
sumamente paradójica, y polarizada en sus manifestaciones de la vida y muerte
del hombre; el hombre barroco podía celebrar la vida hasta sus últimas consecuencias
y, casi a la vez, recordar la muerte con un realismo estremecedor. Hemos de
entender que, al contrario de lo que nos sucede a nosotros, que tenemos
definidos los campos de lo profano y lo sagrado, los barrocos no distinguían
entre profano y sagrado, todo se entremezclaba en su vida y se potenciaban en
valorar ambos extremos. Por eso, a la vez que se hacen los retratos más
fastuosos y se dilapida grandes sumas de dinero en trajes, carruajes o
fiestas…, se celebran también los entierros reales, se glorifican los más
terribles martirios o se sacan a la calles la imágenes más espeluznantes de la Pasión de Cristo, en el
comienzo de las cofradías de Semana Santa.
Cabeza degollada de San Juan Bautista de Juan de Mena, siglo XVII. |
En
este ambiente reaparece el tema de la muerte en su más crudo realismo, tal como
podemos valorar tanto en la literatura como en el arte, digo reaparece pues
éste tema de la muerte había sido una de las iconografías más habituales a
finales de la Edad Media.
En el siglo XIV y XV, y bajo la amenaza de la Peste Negra, se habían
puesto de moda las famosas “Danzas de la muerte” en donde reyes, obispos y
pueblo llano quedaban igualados ante la presencia de este esqueleto con guadaña
que a todos alcanzaba. En muchas ocasiones el tema reaparecerá sin cambio
alguno, en otras será reelaborado con nuevos símbolos. Ya sea de una manera u
otra, en la Historia
del Arte se conoce a este modelo iconográfico como Vanitas. Su origen barroco
se puede encontrar en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola
(creador de los Jesuitas), que le dedicaban algunas jornadas a la puesta en
escena (imaginar por parte del fiel, con todo tipo de detalles, la muerte, los
horrores de la sepultura, la putrefacción, los gusanos…. ) de la propia muerte.
A partir de entonces será habitual la presencia de la calavera como símbolo de
la muerte y de los santos tomándola para meditar sobre ella.
La calavera estaba presente en la oración de los frailes del Barroco, era necesario meditar sobre la vida y la muerte. |
San Francisco de Asís de Zurbarán. |
Con
todo ello se pretendía hacer conscientes a las personas de un tema sumamente
barroco: la fugacidad de las cosas materiales, la vida como un tiempo corto en
el que constantemente hay que estar preparado para morir. Era, una vez más, la
propaganda de la
Iglesia Católica potenciada desde el Concilio de Trento. La
muerte nos llegará a todos y de nada valdrán las riquezas materiales, sólo las
buenas obras. Por eso, y como mensaje final, hay que intentar no depender de lo
temporal y estar en gracia de Dios, sin pecados, para la llegada de la muerte
en cualquier momento de la vida.
Sin
embargo, el barroco, una cultura especialmente visual, muy pronto tradujo estas
ideas a imágenes. Alguna de las más conocidas son las creadas para el Hospital
de la Misericordia
por Valdés Leal. Se trata de dos grandes y magníficos cuadros en el que ya
aparecen todos los símbolos del lujo y la muerte, muchos de ellos directamente
extraídos del Discurso de la verdad de Miguel Mañara, fundador del Hospital
que, tras una vida alocada, fue testigo de su propio entierro, se arrepintió
profundamente y meditó una y otra vez sobre la muerte.
Los placeres de la vida: juego, dinero, joyas, honores militares... todo presidido por el tiempo que corre sin cesar. |
La España de entonces estaba en plena vitalidad religiosa,
por precedentes reformas que la preservaron de la crisis protestante y le
permitieron ser la impulsora de la reforma católica. Era un país dinámico y
complejo, y el conjunto de la sociedad hispánica se reflejaba en los distintos
niveles eclesiásticos, desde prelados aristocráticos a canónicos guerreros,
humanistas letrados, teólogos y místicos, y convivían en su seno la gran
propiedad con el pulular de clérigos ignorantes y órdenes remozadas. Hasta
fines del siglo XVI serán los franciscanos y dominicos los que realizarán el mayor
esfuerzo evangélico y ellos abrirán rumbos.
La corona, la mitra, las flores, y la calavera para meditar sobre la muerte y fugacidad de la vida. |
Quizá
nos quedemos algo sorprendidos cuando, tras la lectura del titular de este
artículo, pensemos que en una fecha como la del 4 del mes de junio, no debió
hacer tanto frío como para producirse por esta causa la muerte de un hombre,
aunque hubiera dormido sin cobijo de techo alguno y fuese persona de mediana
edad aquejada de una vida dura tras la expulsión de su convento franciscano.
Vista de la población de Valdepeñas de Jaén donde está enterrado nuestro paisano Juan de la Higuera. |
Eran
años de pestes y de la
Pequeña Edad del Hielo, por lo que se daban razones
suficientes para pudiese darse tal circunstancia de muerte. Cuenta la Historia que hace unos 370
años, entre 1645 y 1715, el Sol atravesó uno de los periodos de actividad más
bajos de los que se tiene constancia en la historia. Conocido ese período como
el Mínimo de Maunder, esta época coincidió con la llamada “Pequeña Edad de
Hielo” en la que la Tierra
fue azotada por un clima bastante frío. Hubo incluso ríos que acabaron
congelados, como el Támesis, en Londres. Aunque no hay gran consenso al respecto,
algunos científicos relacionan directamente el adormecimiento solar con las
bajas temperaturas que los terrestres sufrieron por aquel entonces.
Río Támesis congelado cuadro de Abraham Hondus, 1677. |
En
España se constató que el río Ebro se heló siete veces entre 1505 y 1789. En
1788 y de nuevo en 1789 el río permaneció helado durante quince días. En esas
épocas era habitual la presencia de una extensa red de neveros, o pozos de
nieve, ventisqueros y glaciares que se construyeron y mantuvieron entre los
siglos XVI y XIX a lo largo del Mediterráneo oriental, neveros que en algunos casos
llegaron a estar ubicados en áreas donde no nieva en la actualidad ni un solo
día al año. El almacenamiento y distribución de hielo eran un negocio vivo que
involucraba sectores enteros de la población rural de aquellas poblaciones que
disponían en sus proximidades de hielo o nieve, muy apreciados como
conservantes de alimentos.
La
Pequeña Edad de
Hielo (PEH) fue un período frío, que abarcó desde comienzos del siglo XIV hasta
mediados del XIX, y puso fin a una era que fue extraordinariamente calurosa,
llamada “Óptimo climático medieval”. Hubo tres máximos: sobre 1650, alrededor
de 1770 y hacia 1850.
Los
científicos han identificado dos causas esenciales de la Pequeña Edad de Hielo,
fuera de los sistemas de interacción océano-atmósfera, que se pueden considerar
los habituales: una actividad solar disminuida por la ausencia o debilidad de
las manchas solares y un notable incremento de la actividad volcánica,
aumentada considerablemente en nuestro planeta en este periodo de tiempo. Otras
personas investigaron influencias más antiguas como: la variabilidad natural
del clima, y la influencia humana. Algunos también han especulado que la
despoblación de Europa durante la
Peste negra, y por tanto, que la disminución resultante en el
rendimiento agrícola, pudiera haber prolongado la Pequeña Edad de
Hielo.
Gráfica de exposiciones solares desde el año 1600 hasta el año 2000. en ella podemos apreciar que desde 1645 a 1715 la actividad solar de las manchas fue sumamente baja. |
Durante
el periodo entre 1645-1715, en mitad de la Pequeña Edad de
Hielo, la actividad solar reflejada en las manchas solares era sumamente baja,
con algunos años que no había ninguna mancha solar. Este período de baja
actividad de la mancha solar es conocido como el Mínimo de Maunder. El eslabón
preciso entre la baja actividad de las manchas solares y las frías temperaturas
no se ha establecido, pero la coincidencia del Mínimo de Maunder con el periodo
más profundo de la
Pequeña Edad de Hielo sugiere que debió haber una conexión
incuestionable.
La
Pequeña Edad de Hielo trajo inviernos muy fríos a muchas partes del mundo, pero
la documentación más completa está en Europa y América del Norte. A mediados
del siglo XVII, el avance de los glaciares de los Alpes suizos, afectó a
pueblos enteros. El Río Támesis, los canales y los ríos de los Países Bajos se
helaron a menudo durante el invierno, y las personas aprovecharon para patinar.
El Sol se quedó dormido en todos estos años sin manchas solares. |
Durante
el invierno de 1709 desde Escandinavia en el norte a Italia en el sur, y desde
Rusia en el este a la costa oeste de Francia, todo se convirtió en hielo. El
mar se congeló. Lagos y ríos se helaron, y el suelo se congeló hasta una
profundidad de un metro o más. El ganado murió de frío en sus establos y los
viajeros se helaban hasta la muerte en los caminos. Fue el invierno más frío en
500 años.
En
Inglaterra se conoce al invierno de 1709 como la Gran Helada. En
Francia entró en la leyenda como Le Grand Hiver, tres meses de frío letal que
llevó a un año de hambruna y disturbios por la comida. En Suiza los lobos
hambrientos entraron en los pueblos en busca de comida. Los venecianos se
deslizaron sobre el lago helado, mientras que fuera de la costa oeste de Italia
marineros a bordo de barcos de guerra ingleses morían por el frío. “Creo que la Helada fue mayor (si no
también más universal) que ninguna otra en la Memoria del Hombre”,
escribió William Derham, uno de los observadores meteorológicos más meticulosos
de Inglaterra. Estaba en lo cierto.
Retrato de William Derham 1657-1735, de la Royal Society. Autor desconocido. |
Trescientos años más tarde, las bajas
temperaturas de ese tiempo, siguen ostentando el récord del invierno más frío de
Europa durante el último medio milenio. Derham era el Rector de Upminster, a
poco camino al noreste de Londres. Había estado comprobando su termómetro y
barómetro tres veces al día desde 1697. De forma similar, cuidadosos
observadores de dispersos lugares por toda Europa hicieron lo mismo y sus
registros coinciden notablemente. En la noche del 5 de enero, la temperatura
bajó drásticamente y se mantuvo en caída. El 10 de enero, Derham registró -12 °C, la temperatura más
baja jamás medida. En Francia, la temperatura bajó aún más. En París llegó a -15 °C el 14 de enero y se
mantuvo así durante 11 días. Tras una breve recuperación a finales de mes el
frío retornó con furia y se mantuvo hasta mediados de marzo.
Más
tarde durante ese año, Derham escribió una detallada crónica de la congelación
y destrucción causada, para las Transacciones de la Sociedad Real. Los
peces se congelaron en los ríos, las piezas de caza cayeron en los campos y
murieron, y los pequeños pájaros perecieron por millones. La pérdida de hierbas
tiernas y árboles frutales exóticos no fue una sorpresa, pero incluso los duros
robles y fresnos nativos sucumbieron. La pérdida del cereal de trigo fue una
“calamidad general”. Los problemas de Inglaterra fueron nimios, no obstante, en
comparación con los que se sufría al otro lado del Canal de la Mancha.
Placa recordando a William Derham en la iglesia de San Lorenzo de Upminster. |
Fuerza
solar - Ciencia al desnudo - NATIONAL GEOGRAPHIC HD
En
Francia, la helada se extendió por todo el país hasta el Mediterráneo. Incluso
el rey y su corte en el suntuoso Palacio de Versalles sufrieron para mantenerse
calientes. El Duque de Orleáns escribió a su tía en Alemania:
“Estoy sentado con un rugiente fuego, tengo una
pantalla por delante de la puerta, la cual está cerrada, de forma que pueda
sentarme aquí con una piel de marta alrededor de mi cuello y mis pies en una
bolsa de piel de oso, y aún así estoy tan aterido de frío que apenas puedo
sostener el lápiz. Nunca en mi vida había visto un invierno como este”.
En
los hogares más humildes, la gente se iba a la cama y despertaba encontrando
sus gorros de dormir congelados en el cabecero de la cama. De todo el país
llegaban informes de gente que se congelaba hasta morir. Y con los caminos y
ríos bloqueados por la nieve y el hielo, era imposible transportar comida a las
ciudades. París tuvo que esperar aislado tres meses hasta que recibió
suministros frescos para la alimentación. Antes de final de año habían muerto
más de un millón de personas de frío o hambre.
EL
SOL - [Discovery Max]
La
causa por la qué hizo tanto frío es difícil de explicar. La Pequeña Edad del
Hielo estaba en su máximo apogeo y Europa experimentaba momentos bastante turbulentos:
la década de 1690 vio una cadena de veranos fríos y cosechas fallidas, mientras
que el verano de 1707 fue tan cálido que la gente moría de golpes de calor.
Globalmente, el clima fue más frío, con la emisión del calor del Sol en su
punto mínimo en milenios.
Gente
de toda Europa se despertó el 6 de enero de 1709 encontrándose que la
temperatura se había desplomado. Una congelación de tres semanas fue seguida
por una breve fusión, y entonces el mercurio bajó de nuevo para mantenerse ahí.
De norte a sur de Europa y de este a oeste todo se convirtió en hielo. El mar
de congeló. Lagos y ríos se helaron, y el suelo se congeló hasta una
profundidad de más de un metro. El ganado murió de frío en sus establos, las
crestas de los gallos se congelaron y cayeron, los árboles estallaron helados, y
los viajeros se helaban hasta la muerte en los caminos. Fue el invierno más
frío en 500 años.
Documental:
Los misterios del Sol
Durante
muchos años, la nieve cubría la tierra durante muchos meses. Muchas primaveras
y veranos eran fríos y lluviosos, aunque había una gran variabilidad entre unos
años y otros, lo cual afectaba a la producción de las plantas. Las cosechas en
toda Europa tuvieron que adaptarse a la corta estación de cultivo que se
presentaba, con lo cual había muchos años de carestía y hambre para todos.
Hubo
una interrupción del ciclo de frío entre 1627 y 1640, por lo que podemos
suponer que las temperaturas de Valdepeñas de Jaén fuesen más altas y estables
entre estos años y concretamente en el año 1638, en que nuestro paisano Juan de
la Higuera
mendigaba por sus calles. Aunque también se produjo un retorno súbito al frío después
de estos años referidos; esto indica un intermedio más apacible en temperaturas
en los años de la década de 1630, década en la que, como sabemos, murió nuestro
paisano Juan de la Higuera
en 1638.
GLACIACIONES, CAMBIOS
CLIMÁTICOS Y EVIDENCIAS DE LOS MISMOS EN LA HISTORIA DE LA TIERRA
Lo
peor estaba por llegar. En todos sitios, los árboles frutales, castaños y
olivos murieron. No sabemos que parte de nuestro olivar sobrevivió a tan bajas
temperaturas, pero el conocimiento que nos proporciona la historia de La Pequeña edad del Hielo,
nos puede hacer pensar que los olivares más viejos de la Higuera sólo pueden tener
los años que van desde que termino este ciclo de bajas temperaturas en 1715
hasta nuestros días, algo más de trescientos años. El frió llegó hasta la costa
mediterránea. En el interior de la provincia de Valencia, multitud de olivos
milenarios plantados por los romanos en la época imperial perecieron por causa
del frió. Muy pocos ejemplares debieron sobrevivir a la Gran Helada en nuestro
término.
El
cultivo de trigo del invierno fue destruido. Cuando por fin llegó la primavera,
el frío fue reemplazado por la aún peor escasez de alimentos. En París, muchos
sobrevivieron sólo gracias a las autoridades, que temiendo una revuelta del
pueblo hambriento, forzaron a los más ricos a proporcionar comedores de
beneficencia para los necesitados. Sin grano para hacer pan, alguna gente del
país hizo “harina” moliendo helechos, añadiendo ortigas y cardos. Para el
verano, hubo informes de gente hambrienta en los campos “comiendo hierba como
las ovejas”. Antes de final de año había muerto más de un millón de personas de
frío o hambre.
El
misterio de las nubes Documental, Rayos cósmicos influyen en el clima COMPLETO
Globalmente,
el clima fue más frío, con la emisión de calor del Sol en su punto mínimo en
milenios. Hubo algunas espectaculares erupciones volcánicas en 1707 y 1708,
incluyendo la del Monte Fuji en Japón y el Santorini y el Vesubio en Europa.
Esto podría haber enviado polvo a gran altura en la atmósfera, formando un velo
sobre Europa, que impedía que los rayos del sol llegasen a calentar la
superficie de la tierra. Tal velo de polvo normalmente llevaba a producir veranos más fríos y, a veces, a
inviernos más cálidos, pero los climatólogos creen que durante esta persistente
fase fría del clima, el polvo podría haber hecho caer las temperaturas tanto de
invierno como de verano.
El
Misterio de las nubes El origen del cambio climático según la teoría de Henrik
Svensmark
Ninguna
de estas cosas, no obstante, da cuenta de la gran extremidad de este invierno en
concreto. “Parece haber sucedido algo inusual”, dice Dennis Wheeler,
climatólogo de la
Universidad de Sunderland en el Reino Unido. Como parte del
Proyecto Millenium de la
Unión Europea, proyecto que trata de reconstruir el clima de Europa de
los últimos 1000 años. Wheeler está extrayendo datos de los libros de bitácora
de la Armada Real,
que proporcionan observaciones diarias del viento y el clima. “Con datos
diarios se puede crear una media mensual muy fiable pero también puede verse lo
que sucedió de un día al siguiente”, dice Wheeler. Él y sus colegas han
compilado una base de datos de observaciones diarias que se extienden hasta
1685 del área del Canal de la
Mancha. “Esta es una zona climática clave. El clima refleja
una condiciones más amplias en todo el Atlántico, que es en circunstancias
normales donde se origina en gran parte el clima europeo”.
Algo
más tarde en el invierno de 1780, el Puerto de Nueva York se heló, y debido a
esto la gente pudo caminar de Manhattan a la Isla de Staten. El hielo del mar que rodea
Islandia se extendió varios kilómetros en todas direcciones, lo cual provocó el
cierre de los puertos de la isla. Los inviernos severos afectaron a la
supervivencia de los habitantes de la isla y en general a la vida humana. La
población de Islandia descendió a la mitad, y las colonias vikingas en
Groenlandia desaparecieron.
Alrededor
de 1850, el clima del mundo empezó a calentarse de nuevo y puede decirse que la Pequeña Edad de Hielo
se acabó en ese momento. Algunos científicos creen que el clima de la Tierra todavía se está
recuperando de la Pequeña
Edad de Hielo y que esta situación se suma a las
preocupaciones del cambio del clima causado por el hombre.
Libro de navegación del siglo XVII con estudios del clima de James Cook. |
Puede
que no haya una explicación simple para la Gran Helada de 1709,
pero los patrones climáticos inesperados revelados por los datos de Wheeler,
subrayan por qué las reconstrucciones climáticas son tan importantes. “Tenemos
que explicar la variación natural del clima a lo largo de los siglos pasados,
de tal forma que podamos aislar los factores que contribuyen al cambio
climático. Pero antes podemos hacer lo necesario para señalar esos cambios en
detalle”, dice Wheeler. “El clima no se comporta de forma consistente y los
periodos más cálidos y fríos, secos y húmedos, no siempre pueden explicarse
mediante los mismos mecanismos”. En las dos décadas tras ese terrible invierno,
el clima se calentó muy rápidamente. “Alguna gente apunta a eso y dicen que el
calentamiento actual no es nuevo. Pero no son comparables. Los factores que
causaron el calentamiento de entonces eran bastante distintos de los que
funcionan ahora”.
En
2004, Jürg Luterbacher, climatólogo de la Universidad de Berna
en Suiza, realizó una reconstrucción mes a mes del clima de Europa desde 1500,
usando una combinación de medidas directas, a base de indicadores representativos de la
temperatura, tales como anillos de los árboles y núcleos de hielo, y datos
recopilados en documentos históricos (Science, vol 303, p 1499). El invierno de
1708-1709 fue el más frío. En gran parte de Europa la temperatura fue mucho más
de 7º C, menor que la media para la
Europa del siglo XX.
Pasillo de aire gélido directo de Siberia Central. |
La
causa más inmediata para los inviernos fríos en Europa es normalmente un viento
gélido de Siberia. “Lo que se esperaría que tuviese grandes rachas de viento
del este con un anticiclón bien desarrollado sobre Escandinavia aspirando aire
frío de Siberia”, dice Wheeler.
En lugar de esto, sus datos muestran una
predominancia de vientos del sur y el oeste, los cuales normalmente traen aire
caliente a Europa. “Sólo hubo vientos del norte y el este ocasionalmente y nunca
durante más de unos pocos días”, dice Wheeler. Otro extraño hallazgo es que
enero fue inusualmente tormentoso. Las tormentas invernales tienden a traer un
clima más templado, aunque inestable, a Europa. “Esta combinación de frío,
tormentas y vientos del oeste sugieren que el responsable de tal invierno fue
otro mecanismo”.
Ventisca de viento gélido de Siberia. |
Viento gélido arrasa el paisaje. |
Ventiscas sucesivas de viento de Siberia. |
¿NOS
DIRIGIMOS HACIA UNA NUEVA GLACIACIÓN? ¿QUÉ HAY DE CIERTO EN EL CALENTAMIENTO
GLOBAL?
Hay
quien ahora predice que el Sol reducirá su actividad solar durante la
década de 2030, de manera que el planeta Tierra sufrirá una “mini edad del
hielo” similar a la que ya se produjo hace 370 años. Esta predicción se hace a
tenor de la investigación de Valentina Zharkova, profesora de Matemáticas
en la Universidad
de Northumbria, que ha presentado sus resultados en la reunión de la Royal Astronomical
Society. Un nuevo modelo del ciclo solar está haciendo predicciones del periodo
de actividad del Sol de cara a las próximas décadas. El resultado establece que
a partir de 2030, el Sol descenderá su emisión solar en un 60% y causará una
edad del hielo con unas condiciones bastante complicadas sobre la Tierra. La actividad
del Sol varía en un ciclo de 10
a 12 años, aunque cada uno es un poco diferente. Durante
la duración de estos ciclos, las ondas que predominan por el Sol fluctúan entre
los hemisferios norte y sur de la súper estrella del Sistema Solar. De acuerdo
con este sistema, el modelo preveé que para el ciclo 26 (que cubre la década
2030-2040) las dos ondas quedarán completamente fuera de sincronización y se
reflejará en una disminución muy importante de la emisión de rayos solares.
Mini
Glaciación probada. 2025 ALERTA GLACIACION Aviso Cientificos del Pentagono
Por
esta razón, todo apunta a que dentro de 15 años comenzará una edad del hielo,
por lo que habrá que prepararse para poder combatir este largo temporal de frío
y extremas condiciones climáticas, que se avecinan sobre el planeta terrícola. No
es la primera vez que pueda ocurrir esta situación, como hemos visto antes, ya
que en 1645 la tierra sufrió una etapa con inviernos muy crudos, cuando casi
todas las manchas solares desaparecieron de la superficie del Sol.
Por
otra parte, en aquellos años difíciles para los pobres, eran frecuentes las
muertes de mendigos, que pasaban pidiendo caridad de un pueblo a otro para
poder comer, y era normal que con esa vida, cayesen enfermos en su largo recorrido
por caminos y calles de las poblaciones mas diversas, no tenía nada de extraño
que el pobre Fray Juan encontrase la muerte en Valdepeñas, como muchos otros la
encontraron junto a nosotros. La masa de mendigos ambulantes era bastante numerosa,
y en muchas poblaciones se mantenía cierta aversión a los llegados por lo que
suponían en la transmisión de enfermedades y males. Circular por una población
tenía su control también, en algunos momentos se necesitaba la autorización de
las autoridades civiles, era impresionante el número de pordioseros que llegaba
a los pueblos. Como norma no se podía mendigar a partir de las diez de la noche, y el que la incumpliese se exponía a que lo
metieran en la cárcel del pueblo. De muchos de los mendigos muertos no se
conocía ni el nombre, pero los habitantes de los pueblo les pagaban el entierro
y hasta le aplican algunas misas.
Las
causas que determinaban la muerte eran en su mayoría la extrema necesidad y
pobreza en la que vivían las gentes. En función de las temperaturas
estacionales las muertes eran debidas al frío, el calor se soportaba mejor,
estábamos aclimatados al calor. A muchos de estos los encontraban muertos y a
otros, encontrados enfermos, los internaban en el Hospital de la villa, que
estaba casi siempre lleno con estos mendigos. Ello va a dar lugar a la creación
de los hospitales y asilos, que van a cobijar a estos pobres peregrinantes. En
el Catastro del Marqués de la
Ensenada, nuestra villa figura con un hospital, desconocemos
donde estaría ubicado y su función sanitaria y asistencial que podía
desarrollar a este respecto.
También desconocemos las causas por las que nuestro
paisano franciscano fue considerado incorregible y expulsado de la orden por
parte del Provincial de Sevilla en fecha
anterior a este año de 1638. El caso de la expulsión de Fray Juan de la Higuera, estaba claro que
según documento encontrado en el bolsillo, había sido realizada por el Superior
de la comunidad franciscana, aunque debería haber sido refrendada por el obispo
diocesano al que perteneciese el convento en que vivía el religioso, que
suponemos sería algunos de los numerosos conventos franciscanos existentes en
Sevilla. Suponemos que los efectos de la expulsión se resumirían en la cesación
ipso facto de los votos, así como también de los derechos y obligaciones
provenientes de la profesión religiosa que ejerciese. El religioso que también
era clérigo no podría ejercer las Órdenes sagradas hasta que encuentrase un
Obispo benévolo que lo acogiera.
Los frailes el auxilio de los pobres. |
Es
cosa natural pensar que a través de los tiempos, las múltiples comunidades religiosas
deseasen y procurasen evidentemente, que aquellos que habían manifestado una
vocación para ingresar en ella y luchaban con decisión por realizarla,
perseverasen en su propósito de caminar de acuerdo con las normas establecidas
por la comunidad. Pero desgraciadamente en algunas ocasiones la adaptación a la
vida conventual tenía grandes altibajos en las conductas de los hermanos de la
comunidad, por lo que alguna vez se veían obligados a decretar la expulsión de
alguno de sus miembros. Además de los grandes ejemplos de entrega a la vocación
de la mayoría de ellos, a veces se hizo necesario proceder a poner en marcha
los mecanismos que concluían con alguna expulsión de los miembros, que no siguiesen
las normas establecidas, para la normal convivencia y la marcha deseada de la comunidad. Los hermanos
provinciales son los que presidían y presiden todos los hermanos en una
provincia, estando a la cabeza de la comunidad o convento. Estos eran elegidos
por un período de varios años. El Provincial tenía que visitar a su
propia provincia y velar por la observancia de la regla establecida.
Quizá
pudiese parecer una falta de caridad, y a veces hasta una torpeza, proceder a
expulsar a un religioso, que quizá lo que necesitase en ese momento difícil, era el apoyo
y la ayuda de sus hermanos en un momento tan complicado de su vida personal.
Sin embargo, el sentido de las normas suponemos estaba también impregnado de
caridad, puesto que se debía velar, antes que nada, por la salud espiritual de
todos los miembros de la comunidad franciscana. También era necesario, por otro
lado, en muchos casos, combinar la rapidez en la ejecución de la expulsión,
entre otros motivos porque se debía evitar que se produjesen mayores males, o
escándalo entre los fieles, y velar por la necesidad de evitar posibles arbitrariedades e
injusticias en los procedimientos de expulsión, teniendo siempre en cuenta la
necesidad del escuchar al incorregible interesado.
Francisco predica al grupo de franciscanos que se incorporan a su Regla de pobreza. Detrás Domingo y otro dominico. |
El
Superior franciscano suponemos realizaría una expulsión discrecional de Fray
Juan de la Higuera,
y entendemos que debió ser por causas graves, externas, imputables y
jurídicamente comprobadas, como pudieran ser: el descuido habitual de las
obligaciones de la vida consagrada; las reiteradas violaciones de los vínculos
sagrados; la desobediencia pertinaz a los mandatos legítimos de los Superiores
en materia grave; el escándalo grave causado por su conducta culpable; la
defensa o difusión pertinaz de doctrinas condenadas por el magisterio de la Iglesia; la adhesión
pública a ideologías contaminadas de materialismo o ateísmo; la ausencia
ilegítima por más de un semestre; y otras causas de gravedad semejante.
Habría
que pensar que en caso de que Fray Juan de la Higuera sólo fuese un
miembro de la comunidad con votos temporales al comienzo de su ingreso, podían
bastarle otras causas de menor gravedad, pero suponemos no era el caso.
En
el siglo trece, fue cuando se produjo el nacimiento y el extraordinario
desarrollo de las Órdenes Mendicantes, un modelo de renovación para la Iglesia en una nueva época
histórica. Los mendicantes fueron llamados así por su característica de
“mendigar”, es decir, de recurrir humildemente al apoyo económico de la gente
para vivir el voto de pobreza y llevar a cabo su propia misión de vivir el
Evangelio.
De las Órdenes Mendicantes que surgieron en ese periodo, los más conocidos y más importantes son los Frailes Menores y los Frailes Predicadores, conocidos como Franciscanos y Dominicos. Se les llama así por el nombre de sus fundadores, Francisco de Asís y Domingo de Guzmán respectivamente. Estos dos grandes santos tuvieron la capacidad de leer con inteligencia “los signos de los tiempos”, intuyendo los desafíos que debía afrontar la Iglesia de su tiempo.
De las Órdenes Mendicantes que surgieron en ese periodo, los más conocidos y más importantes son los Frailes Menores y los Frailes Predicadores, conocidos como Franciscanos y Dominicos. Se les llama así por el nombre de sus fundadores, Francisco de Asís y Domingo de Guzmán respectivamente. Estos dos grandes santos tuvieron la capacidad de leer con inteligencia “los signos de los tiempos”, intuyendo los desafíos que debía afrontar la Iglesia de su tiempo.
Encuentro de Francisco de Asís y Domingo de Guzmán. |
Un
primer desafío estaba representado por la expansión de varios grupos y
movimientos de fieles que, aun inspirados por un legítimo deseo de una
auténtica vida cristiana, se ponían a menudo fuera de la comunión eclesial.
Estaban en profunda oposición a la
Iglesia rica y hermosa que se había desarrollado precisamente
con el florecimiento del monaquismo. Se había desarrollado en un primer
momento, una Iglesia rica en propiedades y también inmóvil. Contra esta Iglesia
se contrapuso la idea de que Cristo vino a la tierra pobre y que la verdadera
Iglesia debería ser precisamente la
Iglesia de los pobres. Éstos frailes rechazaban ásperamente
el modo de vivir de los sacerdotes y de los monjes de aquel tiempo, acusados de
haber traicionado el Evangelio y de no practicar la pobreza como los primeros
cristianos.
La
oposición contra la riqueza se convierte velozmente en oposición contra la
realidad material. Estos movimientos tuvieron éxito, especialmente en Francia y
en Italia, no solo por su sólida organización, sino también porque denunciaban
un desorden real existente en la Iglesia,
causado por el comportamiento poco ejemplar de varios representantes del clero.
Los
Franciscanos y los Dominicos, en la estela de sus fundadores, mostraron, en
cambio, que era posible vivir la pobreza evangélica, la verdad del Evangelio
como tal, sin separarse de la
Iglesia; mostraron que la Iglesia sigue siendo el verdadero, auténtico
lugar del Evangelio y de la
Escritura. Es más, Domingo y Francisco sacaron precisamente
de su íntima comunión con la
Iglesia y con el Papado la fuerza de su testimonio. Con una
elección completamente original en la historia de la vida consagrada, los
miembros de estas órdenes no sólo renunciaban a la posesión de bienes
personales, como hacían los monjes desde la antigüedad, sino que ni siquiera
querían que se pusieran a nombre de la comunidad terrenos y bienes inmuebles.
Pretendían así dar testimonio de una vida extremadamente sobria, para ser
solidarios con los pobres y confiar sólo en la Providencia, vivir
cada día de la Providencia,
de la confianza de ponerse en las manos de Dios. Este estilo personal y
comunitario de las Órdenes Mendicantes, unido a la total adhesión a las
enseñanzas de la Iglesia
y a su autoridad, fue muy apreciado por los Pontífices de la época, como
Inocencio III y Honorio III, que ofrecieron su completo apoyo a estas nuevas
experiencias eclesiales, reconociendo en ellas la voz del Espíritu. Y los
frutos no faltaron: los movimientos de defensa de los pobres, que se habían
separado de la Iglesia
volvieron a entrar en la comunión eclesial o, lentamente, se redimensionaron
hasta desaparecer. También hoy, a pesar de vivir en una sociedad en la que a
menudo prevalece el “tener” sobre el “ser”, se es muy sensible a los ejemplos
de pobreza y solidaridad, que los creyentes ofrecen con elecciones valientes.
También hoy abundan iniciativas similares: los movimientos, que parten
realmente de la novedad del Evangelio y lo viven con radicalidad en la
actualidad, poniéndose en las manos de Dios, para servir al prójimo.
Franciscanos
y Dominicos fueron testigos, pero también maestros. De hecho, otra exigencia
difundida en su época era la de la instrucción religiosa. No pocos fieles
laicos, que vivían en las ciudades en vías de gran expansión, deseaban
practicar una vida cristiana espiritualmente intensa. Intentaban por tanto
profundizar en el conocimiento de la fe, y ser guiados en el arduo pero
entusiasmante camino de la santidad. Las Órdenes Mendicantes supieron felizmente
salir al encuentro también de esta necesidad: el anuncio del Evangelio en la
sencillez y en su profundidad y grandeza era un objetivo, quizás el objetivo
principal, de este movimiento. Con gran celo, de hecho, se dedicaron a la
predicación. Eran muy numerosos los fieles, y a menudo se congregaban en verdaderas y auténticas
multitudes, que se reunían para escuchar a los predicadores en las iglesias y
en los lugares abiertos.
Los
Franciscanos difundieron mucho la devoción hacia la humanidad de Cristo, con el
compromiso de imitar al Señor. No sorprende entonces que fuesen numerosos los fieles,
hombres y mujeres, que elegían hacerse acompañar en el camino cristiano por
frailes Franciscanos y Dominicos, directores espirituales y confesores buscados
y apreciados. Nacieron así asociaciones de fieles laicos que se inspiraban en
la espiritualidad de san Francisco y Santo Domingo, adaptada a su estado de
vida. Se trata de la
Orden Terciaria, tanto franciscana como dominica.
La
importancia de las Órdenes Mendicantes creció tanto en la Edad Media que
Instituciones laicas como eran las propias organizaciones de trabajo, las
antiguas corporaciones y las propias autoridades civiles, recurrían a menudo a
la consulta espiritual de los Miembros de estas Órdenes para la redacción de
sus regulaciones y, a veces, para solucionar sus conflictos externos e internos.
Los Franciscanos y los Dominicos se convirtieron en los animadores espirituales
de la ciudad medieval. Con gran intuición, pusieron en marcha una estrategia
pastoral adaptada a las transformaciones de la sociedad.
Dado que muchas personas se trasladaban de los campos a las ciudades, éstos ya no colocaron sus conventos en las zonas rurales, sino en las urbanas. Además, para llevar a cabo su actividad en beneficio de las almas, era necesario trasladarse según las exigencias pastorales. Con otra elección totalmente innovadora, las Órdenes Mendicantes abandonaron el principio de estabilidad, clásico del monaquismo antiguo, para elegir otra forma. Menores y Predicadores viajaban de un lugar a otro, con fervor misionero. En consecuencia, se dieron una organización distinta respecto a la de la mayor parte de las Órdenes Monásticas. En lugar de la tradicional autonomía de que gozaba cada monasterio, éstos reservaron mayor importancia a la Orden en cuanto tal y al Superior General, como también a la estructura de las provincias. Así los Mendicantes estaban más disponibles a las exigencias de la Iglesia universal. Esta flexibilidad hizo posible el envío de los frailes más adecuados para el desarrollo de misiones específicas, y las Órdenes Mendicantes llegaron a África septentrional, a Oriente Medio, al Norte de Europa. Con esta flexibilidad el dinamismo misionero se renovó.
Dado que muchas personas se trasladaban de los campos a las ciudades, éstos ya no colocaron sus conventos en las zonas rurales, sino en las urbanas. Además, para llevar a cabo su actividad en beneficio de las almas, era necesario trasladarse según las exigencias pastorales. Con otra elección totalmente innovadora, las Órdenes Mendicantes abandonaron el principio de estabilidad, clásico del monaquismo antiguo, para elegir otra forma. Menores y Predicadores viajaban de un lugar a otro, con fervor misionero. En consecuencia, se dieron una organización distinta respecto a la de la mayor parte de las Órdenes Monásticas. En lugar de la tradicional autonomía de que gozaba cada monasterio, éstos reservaron mayor importancia a la Orden en cuanto tal y al Superior General, como también a la estructura de las provincias. Así los Mendicantes estaban más disponibles a las exigencias de la Iglesia universal. Esta flexibilidad hizo posible el envío de los frailes más adecuados para el desarrollo de misiones específicas, y las Órdenes Mendicantes llegaron a África septentrional, a Oriente Medio, al Norte de Europa. Con esta flexibilidad el dinamismo misionero se renovó.
Otro
gran desafío lo representaban las transformaciones culturales que estaban
teniendo lugar en ese periodo. Nuevas cuestiones hacían más necesaria la
discusión en las universidades, que nacieron a finales del siglo XII. Menores y
Predicadores no dudaron en asumir también esta tarea y, como estudiantes y
profesores, entraron en las universidades más famosas de su tiempo, erigieron
centros de estudio, produjeron textos de gran valor, dieron vida a verdaderas y
auténticas escuelas de pensamiento, fueron protagonistas de la teología
escolástica en su mejor periodo, incidieron significativamente en el desarrollo
del pensamiento. Los más grandes pensadores, santo Tomás de Aquino y san
Buenaventura, eran mendicantes, trabajando precisamente con este dinamismo de
la nueva evangelización, que renovó también el coraje del pensamiento, del
diálogo entre razón y fe. El empeño llevado a cabo por los Franciscanos y los
Dominicos en las universidades medievales es una invitación a hacerse presentes
en los lugares de elaboración del saber, para proponer, con respeto y
convicción, la luz del Evangelio sobre las cuestiones fundamentales que
interesan al hombre, su dignidad, su destino eterno. Pensando en el papel de
los Franciscanos y de los Dominicos en la Edad Media, en la renovación espiritual que
suscitaron, al soplo de vida nueva que comunicaron en el mundo, un monje dijo:
“En aquel tiempo el mundo envejecía. Surgieron dos Órdenes en la Iglesia, de la que
renovaron su juventud, como la de un águila” (Burchard d’Ursperg, Chronicon).
Las Ordenes mendicantes surgieron providencialmente en la historia de la Iglesia en el siglo XIII,
fecha capital en un periodo de cambio en los siglos XI al XIV en que la
sociedad medieval, eminentemente agrícola y con estructuras feudales, que en
parte eran imitadas por la organización piramidal de los monasterios, sufría
cambios de tanta importancia que algunos historiadores los asemejan, aunque a
mucha distancia, a los cambios operados en la revolución industrial moderna. En
efecto:
1)
Es el momento en el que la mentalidad socioeconómica del mercado por trueque o
intercambio de piezas y artículos queda trasnochada y es sustituida por el
sistema de transacciones, principalmente de compraventa, con cálculo del valor dinerario
de mercancías y bienes: un sistema en el que, por así decirlo, todo se hace
dinero y suscita pasiones por el dios oro.
2) Es el tiempo en que las ciudades crecen y se convierten en nudos o centros
donde se teje la revolución económica, mercantil y laboral. La ciudad es
dinero, comercio, cultura, flujo religioso o antirreligioso.
3) Es el amanecer de un nuevo contexto, urbano, que despierta al pueblo
golpeando a su inveterada rusticidad cultural, y le hace sentir el atractivo y
la necesidad de cambio, para participar en una calidad de vida más compleja y
creativa, previo adiestramiento o formación en aulas o centros culturales de
estudios municipales, monásticos o generales.
Cuadro de Gerard Seghers que representa a Francisco de Asís dictando la Regla de la Orden Franciscana. |
Detalle muy significativo de ese contexto (precursor del espíritu que animará a las Órdenes Mendicantes) es el hecho de que en el seno de esa Sociedad ciertos grupos de creyentes católicos, principalmente laicos piadosos, se sienten agitados por el Espíritu y suscitan movimientos testimoniales de pobreza, caridad, pureza, solidaridad, retorno al evangelismo, y predicación apostólica, como antídoto frente a la ambición de riqueza y poder, al apetito de bienestar material, al adormecimiento eclesial, y al olvido de la Providencia divina. En esos movimientos que buscan o recrean caminos de salvación con retorno a las fuentes bíblicas, es de notar que ocupan lugar muy importante la austeridad y pobreza como valores evangélicos que se enarbolan como signos de auténtica liberación humana.
Fraile franciscano en sus lecturas y oraciones. |
En
el cauce religioso, cultural y social de ese naciente río caudaloso es donde
surgen las Órdenes Mendicantes con signos externos de pobreza personal y
comunitaria y con voz profética de mensajeros o apóstoles que se hacen
presentes en ciudades y aldeas, en mercados y plazas, en aulas y en púlpitos. Y
lo hacen a título de ‘mendicantes’, es decir, contraponiendo social y
visiblemente a la relajación moral, la austeridad; a la riqueza, poder y dinero,
la pobreza; a la soberbia, ostentación y lujo, la humildad; a autosuficiencia, la
dependencia y la mendicidad.
En
una primera aproximación se advierte un desigual reparto del mapa de las
fundaciones entre las dos Andalucías.
La Andalucía occidental, repartida en lo eclesiástico entre la extensa jurisdicción territorial de que entonces gozaba el Arzobispado de Sevilla (comprendiendo las actuales provincias de Sevilla, Huelva, aproximadamente la mitad de Cádiz y algunos enclaves occidentales malagueños), el reducido obispado de Cádiz y el obispado de Córdoba, se revela como la zona más densa en establecimientos conventuales.
Granada vista desde el Albaicín. |
Por su parte, la oriental, fraccionada como se sabe entre los obispados de Córdoba, Baeza, Guadix, Jaén, Málaga, Almería y el Arzobispado de Granada, muestra una menor densidad conventual.
Comenzando por las tierras occidentales, la demarcación de la Mitra sevillana acumula en la Edad Moderna el mayor número de fundaciones, al unir los monasterios y conventos heredados de la Edad Media con las nuevas fundaciones de los siglos XVI y XVII, tanto de las órdenes antiguas como de las surgidas de la religiosidad contrarreformista. Sevilla se fue conformando desde los días de la Reconquista como una auténtica ciudad conventual (1), en virtud del establecimiento de gran parte de las órdenes religiosas, con especial predominio numérico de las mendicantes.
La
primera oleada fundacional durante los reinados de Fernando III y Alfonso X
significó la llegada de franciscanos, trinitarios, benedictinos, mercedarios,
dominicos y agustinos (2). El siglo XIV supuso un parón en la expansión del
clero regular, sólo roto por la llegada de cistercienses, carmelitas y
hospitalarios de San Antón (3). A comienzos del siglo XV la puesta en práctica
de las reformas monásticas y conventuales impulsadas desde la Corona por Juan I, que trae a cartujos y jerónimos (4).
Habrá
que esperar la llegada del siglo XVI, para que se produzca una nueva explosión
fundacional, favorecida por la alianza entre los abundantes recursos económicos
que arriban a la ciudad por la
Carrera de Indias, y la expansión del clero regular, en virtud
del proceso de reforma de las órdenes que conocemos como “descalcez”, impulsado
por el espíritu de la
Contrarreforma. Se sucede una verdadera cadena de fundaciones
a cargo de mínimos de San Francisco de Paula, dominicos, jesuitas, carmelitas
descalzos, franciscanos en sus diferentes ramas, agustinos calzados y basilios
(5).
Vista de Sevilla, lienzo anónimo del siglo XVII. |
Los
franciscanos inician un ciclo de fundaciones en la segunda mitad del siglo XVI
del que también participan las nuevas órdenes surgidas de la espiritualidad de la Edad Moderna, como
jesuitas, mínimos, clérigos regulares y otros. Esta expansión del clero regular
por las tierras andaluzas durante los siglos XVI y XVII, y en mucha menor medida
en el XVIII, viene impulsada especialmente no sólo por la fuerte religiosidad
del pueblo, sino también por el potencial económico de la región, donde a pesar
de las crisis coyunturales de la Edad Moderna la riqueza agrícola y comercial de
las grandes ciudades y las poblaciones medianas brindan generosos recursos
para el mantenimiento del estamento eclesiástico. La posibilidad de conseguir
abundantes limosnas, y la presencia de una oligarquía nobiliaria que
instrumentaliza la religión como manifestación de los valores estamentales,
especialmente a través de la promoción y patronato sobre fundaciones
eclesiásticas y su reflejo material en capillas funerarias y manifestaciones
artísticas, convierten a la región en el escenario ideal para la expansión de
las órdenes, deseosas de completar su red conventual con nuevas fundaciones.
Sin embargo dentro de esta expansión general del clero regular por Andalucía se
advierte un desigual reparto de la red conventual de unas provincias a otras.
Esta
curva ascendente llegará a su culminación en el siglo XVII: si hacia 1580 la
ciudad contaba con 24 conventos de religiosos y 19 de religiosas, en 1671,
según la estadística recogida por el analista Ortiz de Zúñiga, había 45
conventos de religiosos y 28 de religiosas. De 1580 a 1630 se desarrolla
una etapa de auge fundacional (jesuitas; franciscanos en sus ramas de
observantes, angelinos y terceros; carmelitas calzados; agustinos descalzos;
colegio de mercedarios calzados; mercedarios descalzos; trinitarios descalzos;
dominicos; clérigos menores; capuchinos), para descender fuertemente a partir
de 1630, con sólo dos fundaciones masculinas (franciscanos alcantarinos en 1649
y oratorio de San Felipe Neri en 1698) (6).
La
fuerte concentración en la urbe hispalense de conventos de la mayoría de las
órdenes existentes en la época imprimió un particular sello a la ciudad, no
sólo a través de la huella visible en el urbanismo y el patrimonio monumental,
sino también obviamente en el impacto sobre la religiosidad, mediante las
múltiples y variadas manifestaciones de las que nos ocupamos más adelante. Esta
paradigmática ciudad conventual llevaba necesariamente aparejada la presencia
de una considerable población eclesiástica, que siempre llamó la atención de
cronistas y viajeros, asombrados ante el desproporcionado número de clérigos y
religiosos, el cual llegó a su cúspide en la segunda mitad del siglo XVIII (7).
Así una estadística de 1756 recogida por
Aguilar Piñal arroja la existencia de 7.235 religiosos repartidos en 213
conventos y 3.511 monjas en la provincia (8) sobresaliendo por su número los
franciscanos, seguidos por mercedarios, dominicos, carmelitas, mínimos, agustinos
y jesuitas. Los 2.476 religiosos de la capital sevillana estaban repartidos en
47 comunidades, sobresaliendo los franciscanos (664 religiosos y 7 conventos),
seguidos por los dominicos (343 religiosos y 6 conventos), carmelitas (273
religiosos), jesuitas (199), agustinos (185), trinitarios (176), mercedarios
(172) y mínimos (77) (9).
Tales
cifras provocaron las críticas de los pensadores ilustrados como el Asistente
Olavide, generando proyectos de reforma del clero regular tendentes a reducir
su número y regularizar su vida interna, que nunca llegaron a ejecutarse. En un
proceso similar, las poblaciones medianas reproducen miméticamente y a menor
escala la densidad conventual de la urbe, fenómeno que genera un característico
modelo de “agro – villa conventual” en el que el urbanismo, el patrimonio
artístico, la vida social y económica y la religiosidad, aparecen fuertemente
marcados por la presencia de las órdenes religiosas. Esta conformación
clerical, superpuesta a una larga herencia histórica de otros periodos como la Antigüedad y la Edad Media, ha dado
como herencia unos extensos cascos urbanos marcados por una fuerte impronta
monumental y un denso patrimonio cultural en el que las manifestaciones
artísticas y las expresiones religioso-festivas definen las más perceptibles
huellas de la presencia del clero regular, tanto masculino como femenino.
A
través de este largo ciclo de fundaciones repartidas por las distintas diócesis
andaluzas se inicia y desarrolla una verdadera lucha y competencia entre las
órdenes por acaparar el mayor porcentaje posible de lo que en términos
económicos pudiéramos llamar “cuota de mercado”, aplicado al ámbito de la
religiosidad, había saturación de conventos. La presencia de los conventos en
nuestros pueblos y ciudades se deja sentir no sólo en el enriquecimiento del
patrimonio artístico con sus templos, sino también se manifiesta en la
participación de las comunidades en la vida social y cultural (10).
Los
frailes participan de la vida del siglo, se relacionan con el poder civil y las
clases populares, se implican en la vida económica a través de la explotación
de sus propiedades y diversos negocios (alquileres, censos, tributos) (11) y ejercen una fuerte influencia en la vida cultural
a través del control de la enseñanza, la producción bibliográfica (12) y el
mecenazgo artístico. En una cultura de masas como la del Barroco, manipulada y
dirigida, el clero regular opera con instrumentos tan valiosos como la
predicación, la imagen artística y el ritual, con lo que consiguen, aunque
siempre en pugna con el clero secular, el control de la religiosidad tanto
al nivel de la oficial como de la popular.
En
la recta final del siglo XVI, coincidiendo con la terminación del Concilio de
Trento, se suceden las fundaciones reformadas o de descalcez, como los
carmelitas descalzos, y una de las más populares y universales órdenes
religiosas, la hospitalaria de San Juan de Dios, que aunque originada en la
primera mitad de la centuria se erige canónicamente en pleno periodo de
aplicación de las normas tridentinas, siendo aprobada en 1572. Este ritmo
fundacional determinó que en el siglo XVII la ciudad de Granada se encontrase a
la cabeza en número de regulares, ya que casi todas las órdenes tenían aquí
casa, así las monásticas como las mendicantes, además de las congregaciones de
sacerdotes, como el Oratorio de San Felipe Neri o los clérigos menores, hasta
el punto de que en 1685 existían 22 conventos masculinos y 17 femeninos (13).
Como
señala Cortés Peña, “el clero regular, sin comparación el más numeroso,
saturaba las ciudades en multitud de establecimientos tanto masculinos como
femeninos, que, extendidos por todos sus barrios, pues había
comunidades que poseían más de un convento en una misma localidad, y en
posesión de amplias propiedades urbanas y rústicas, albergaban, no obstante, a
tal cantidad de religiosos que resultaba un número excesivo y perjudicial para
la misma disciplina monástica o conventual” (14).
Rey Felipe IV de joven. |
Mientras
tanto en el Reino de España, tras un breve reinado marcado para las treguas y
las maniobras diplomáticas, la repentina muerte de Felipe III dio paso al
periodo de Felipe IV, señalado por la alta nobleza como el retorno a los éxitos
de los primeros Austrias españoles. Su padre Felipe III fallece, el 31 de marzo
de 1621. Es proclamado rey Felipe IV cuando tenía la edad de dieciséis años
recién cumplidos. Tuvo un reinado muy largo, con más de cuarenta y cuatro años
de gobierno. Teniendo solamente tres años, en 1608, fue nombrado príncipe de
Asturias y futuro rey de España. Recibió una educación muy esmerada y propia de
un rey, mostrándose muy inteligente en el aprendizaje. Destacará a lo largo de
su vida por su alto nivel cultural. Por interés de Estado, su padre Felipe III
concierta su matrimonio en 1615, cuando tenía solamente diez años. La elegida
es la princesa francesa Isabel de Borbón que tenía entonces doce años.
Felipe
IV fue un Rey despreocupado, pasmado por los placeres de la carne, que delegó
en validos el gobierno del entonces mesiánico Imperio Español. Según describe
José Deleito y Piñuelo, autor de «El Rey se divierte», el príncipe desarrolló
su obsesión por el sexo «con los primeros hervores de la adolescencia, cuando
cabalgó sin freno por todos los campos del deleite, al impulso de pasiones
desbordadas». Y lo hizo asistido e impulsado por un gentilhombre, el Conde
Duque de Olivares, que con el cambio de reinado pasó a ejercer el máximo poder
hasta 1643.
Mientras tanto, el joven pese a su activa vida sexual fuera del
matrimonio, Felipe IV no escatimó vigor sexual en dar herederos legítimos a la Monarquía hispánica. En
1615 se casó con Isabel de Borbón, la hija del Rey de Francia, con quien había
sido prometido a la edad de 6 años. Fruto de este matrimonio nacieron siete
hijos, de los cuales solo dos llegaron a adultos.
Uno de estos fue Baltasar
Carlos, que incluso juró antes las Cortes castellanas como heredero antes de
fallecer repentinamente a los diecisiete años a causa de la viruela. La otra
hija superviviente, María Teresa de Austria, vivió 47 años y fue Reina
consorte del Rey Luís XIV de Francia.
Felipe IV pintado por Velázquez en 1623. Museo del Prado. |
Priíncipe Baltaar Carlos, pintado por Velázquez. Museo del Prado. |
Principe Baltasar Carlos heredero de la Corona que juro ante las Cortes castellanas y murio a los 17 años. |
María Teresa de Austria por Diego Velázquez. Museo del Prado. |
A
propósito de este casamiento contar que efectivamente María Teresa de Austria
se casó con el todopoderoso rey de Francia, Luís XIV, el nueve de junio de
1660. Su entrega como prometida del rey francés se realizó en la isla de
los Faisanes en el río Bidasoa.
María Teresa se enamoró de Luís XIV, pero
éste pasó rápidamente de su esposa y se consolaba con sus amantes, entre las
que cabe destacar la duquesa de Valliere.
Boda de Luís XIV de Francia y María Teresa de Austria. |
María
Teresa llevaba una vida triste y lánguida en la corte de Versalles. El
duque de Beaufort, que era almirante de la flota francesa le obsequió con un
esclavo negro pigmeo, que fue bautizado con el nombre de Nabo. Enseguida
María Teresa y Nabo desarrollaron una relación intensa. María Teresa quedó
embarazada por tercera vez. En el transcurso de este embarazo murió Nabo.
Parece ser que en circunstancias no habituales.
María
Teresa tuvo un parto muy complicado, dando a luz una niña de rasgos negruzcos,
que se llamaría Ana Isabel de Francia. La duquesa Ana María Luisa de Orleáns
nos resalta lo siguiente del parto: “El hermano del Rey me contó lo difícil de
la enfermedad (parto) de la reina, de cómo su primer capellán se había
desmayado de aflicción, y el príncipe y toda la gente junto con él se habían
reído de la cara que puso la reina cuando vio que la hija que había dado a luz,
se parecía al pequeño mono, que el Sr. Beaufort le había traído, que era muy
bonito y que siempre estaba con la
Reina” y continua “ cuando se dieron cuenta de que la hija de
la Reina se
podía parecer a su esclavo, se la llevaron, pero ya era demasiado tarde, y le
dijeron que la niñita era horrible, que no viviría y que se lo llevaron o la Reina se moriría“. Mes y
medio después de su nacimiento, Ana Isabel de Francia fallecía. Más allá de la
rumorología, la ciencia plantea varias respuestas al color de piel de la hija
de Luís XIV y María Teresa. Los médicos de la época apuntan a un
problema en la alimentación de la
Reina y a su mala aclimatación a París, un año antes había
dado a luz a otra hija que murió a los pocos meses. Hoy, además, se considera
factible que la coloración oscura de la piel de la recién nacida fuera
provocada por una cianosis, presencia de pigmentos hemoglobínicos
anómalos. Otra posibilidad es que los genes de la casa italiana de los
Médici, fuertemente arraigados en la familia real francesa y con
varios miembros con la piel morena en su sangre, hicieran aparición en aquella
niña.
Louise Marie Therese. La Monja Negra que se rumoreaba era la hija oculta de los Reyes de Francia. Se consideraba fue hija de María Teresa de Austria, hija de Felipe IV y del esclavo negro pigmeo Nabo. |
Mientras
tanto aquí en España, la muerte del Príncipe de Asturias Baltasar Carlos llegó en el peor
momento de la vida de Felipe IV. Además de perder Portugal, la guerra contra
Francia, la de Flandes y por poco los Condados catalanes, Felipe IV perdió a su
bizarro heredero, cuando su mujer también había fallecido en ese mismo lustro y
su hermano el Cardenal Infante Fernando, otro posible candidato a la sucesión.
A partir de entonces, el Monarca, que había evitado incurrir en consanguinidad
cansándose con una princesa francesa, tuvo que improvisar una solución de
urgencia y recurrió a la opción más a mano. La elegida para contraer matrimonio
fue la prometida de su fallecido hijo Baltasar Carlos y sobrina del Rey, la Archiduquesa Mariana
de Austria.
Felipe IV y Mariana de Austria, su segunda esposa, sobrina y prometida de su hijo Baltasar Carlos fallecido por viruela a los 17 años. |
El
matrimonio de Felipe IV con su sobrina de 12 años dio como fruto cinco hijos,
pero solo dos llegaron a adultos. Margarita, esposa del emperador alemán
Leopoldo I, que murió con 21 años, y Carlos II «El Hechizado», cuya muerte sin
herederos desencadenó la Guerra
de Sucesión española. El funesto Carlos II es el miembro de la familia
Habsburgo con el mayor coeficiente de consanguinidad de la dinastía, un 0,254, el
que se puede encontrar en una relación entre padre e hija, y el portador de
numerosas malformaciones que le invalidaban para reinar.
El
Monarca FelipeIV empeñó su tiempo al libertinaje, a la caza y a las correrías nocturnas
por las calles madrileñas. En palabras del psiquiatra Francisco
Alonso-Fernández, que dedicó un estudio a la vida personal de los Habsburgo
españoles, Felipe IV muestra el comportamiento de “un sexoadicto anónimo y
promiscuo”. El denominador común de todas las mujeres elegidas es la escasa
duración en el tiempo de las relaciones, donde no hacía distinción social,
Entre la larga lista de amoríos de este licencioso Monarca se encontraban
mujeres de toda clase y condición: casadas o viudas, doncellas, damas de alta
alcurnia, monjas y, por su puesto, también actrices.
El
Rey acostumbraba a frecuentar de incógnito los palcos de los teatros populares
de Madrid, como El Corral de la
Cruz o El Corral del Príncipe, en busca de aventuras
amorosas. En una de estas incursiones, Felipe IV conoció a una joven actriz
llamada María Inés Calderón, a quien apodaban “la Calderota”, y la cual
había mantenido también relaciones con el duque de Medina de la Torres. El Monarca
quedó admirado por la belleza de la joven y, con la excusa de felicitarla por
su actuación, pidió reunirse en privado con ella y ahí comenzó una
relación fruto de la cual fue el nacimiento de Juan José de Austria. Este fue
reconocido como hijo de Felipe IV, pues cuando lo conoció el Rey, como dice
Albert Rix “quedó electrizado por sus dotes físicas y morales” e incluso pensó
en incluirlo en la sucesión real, pero no se atrevió a tanto.
Aunque
en algunas etapas de su vida intervino directamente en las cuestiones de
gobierno, por lo general (y al igual que su padre), Felipe IV cedió los asuntos
de Estado a validos, entre los que destacó Gaspar de Guzmán, conde-duque de
Olivares, quien realizó una enérgica política exterior que buscaba mantener la
hegemonía española en Europa. La política de Olivares, a quien Felipe IV
mantuvo en el poder hasta 1643, renovaba la tradición del imperialismo de
Felipe II y reaccionaba contra el pacifismo, considerado claudicante y lesivo,
de la etapa anterior. La idea de Olivares era fortalecer la monarquía católica
mediante la unificación de los recursos humanos, económicos y militares de sus
diferentes reinos, bajo el sistema de gobierno castellano, más absolutista.
Para ello puso en marcha todos los recursos de Castilla y solicitó la
contribución de los demás reinos de la monarquía (Unión de Armas, 1624), a
pesar de vulnerar así sus privilegios.
Finalizada
la tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas (1621), se reanudó la
guerra que, tras el sitio y rendición de Breda por Antonio de Spínola
(1624-1625), se alargó sin éxitos contundentes de ningún bando. Paralelamente,
los tercios españoles luchaban en Alemania en apoyo de los Habsburgo austriacos
(guerra de los Treinta Años) y en Italia (guerra de Sucesión de Mantua,
1629-1631), donde se hizo evidente la rivalidad entre España y Francia. Por
otro lado, la ascensión al trono inglés de Carlos I provocó la reanudación de
hostilidades entre España e Inglaterra (ataque inglés a Cádiz, 1625).
La
victoria española frente a los suecos en Nördlingen (1634) pareció anunciar un
triunfo definitivo de los Habsburgo en Alemania, lo que motivó la inmediata
intervención de Francia, que declaró la guerra a España (1635). El
cardenal-infante don Fernando, hermano de Felipe IV, estuvo a las puertas de
París (1636), pero se retiró por escasez de recursos. Francia tomó entonces la
iniciativa y, en 1638-1639, los ejércitos franceses ocuparon el Rosellón,
mientras que la escuadra holandesa del almirante Tromp derrotaba a la española
en las Dunas (1639).
Olivares,
en un agónico intento de ganar la guerra, obligó a Portugal y a los reinos de la Corona de Aragón a
contribuir a los gastos de la contienda, sin respetar los privilegios de dichas
provincias de la monarquía. Por este motivo, en 1640, el principado de Cataluña
se rebeló contra Felipe IV, al igual que Portugal. El fracaso de las tropas que
debían sofocar las rebeliones en 1643, motivó la caída de Olivares y su
sustitución por Luís de Haro. Por el Tratado de Westfalia, España reconocía la
independencia de las Provincias Unidas. No obstante, la guerra contra Francia continuó.
En 1653 Francia, aliada a la república inglesa de Cronwell, retomó la
iniciativa en la contienda (conquista inglesa de Jamaica en 1655, victorias
sobre los españoles en Las Dunas y Dunkerque 1658) y obligó a España a firmar
la paz de los Pirineos (1659), por la que se cedía el Rosellón, parte de la Cerdaña y de los Países
Bajos a Francia, lo que acabó con la hegemonía española en Europa. En los
últimos años del reinado de Felipe IV se intentó en vano la recuperación de
Portugal, cuya independencia se reconoció en 1668, muerto ya el monarca.
En
el orden interno, a pesar de seguir una política reformista, la monarquía
española de Felipe IV se vio envuelta en una recesión económica que afectó toda
Europa, y que en España se notó más por la necesidad de mantener una costosa
política exterior. Esto llevó a la subida de los impuestos, al secuestro de
remesas de metales preciosos procedentes de las Indias, a la venta de juros y
cargos públicos, a la manipulación monetaria, etc.; todo con tal de generar nuevos
recursos que pudiesen paliar la crisis económica.
Discutible
como gobernante, Felipe IV presenta un perfil más favorable como esteta y
mecenas inteligente y refinado. Su mecenazgo sobre Velázquez y otros pintores y
escritores contribuyó al brillo del Siglo de Oro. Incrementó notablemente la
pinacoteca real, de la que se nutriría el Museo del Prado (Madrid), adquiriendo
unos ochocientos cuadros para el Palacio del Buen Retiro, un palacio de recreo
en la afueras de Madrid cuya construcción impulsó Olivares para resaltar la
grandeza del “rey planeta” como un ambicioso proyecto artístico. En cuanto al
teatro, la representación de comedias con gran aparato escenográfico, tan del
gusto barroco, fue habitual en la
Corte en la década de 1630. Toda una gran generación de
autores dramáticos, encabezada por Calderón de la Barca, fue coetánea de
Felipe IV, quien fue también gran aficionado a la música y autor de algunas
composiciones.
Durante
el largo y crucial reinado de Felipe IV la monarquía hispánica, en la pendiente
de la decadencia económica y política, vivió los últimos esplendores del Siglo
de Oro y hubo de aceptar la pérdida de la hegemonía en Europa, después de
guerras agotadoras y una grave crisis interna.
Felipe
IV, sensible e inteligente por naturaleza, escudaba su timidez, como su abuelo
Felipe II, tras la compostura ceremonial. Fue muy buen deportista, gran jinete
y apasionado por la caza. Su evolución física y anímica puede seguirse en los
numerosos retratos de Diego Velázquez, su pintor de cámara, que lo
inmortalizaría en diversas actitudes. Amante de los placeres y de voluntad un
tanto débil, pero dotado de una notable cultura y aficionado a la música y al
teatro, si bien su profunda religiosidad estuvo siempre en conflicto con su
temperamento sensual. Las derrotas y desgracias de la monarquía agudizaron su
sentimiento de culpabilidad. Según se constata en su correspondencia con sor
María Jesús de Ágreda, estaba convencido de que aquéllas eran, en buena parte,
un castigo divino por sus pecados.
Nadie
sabe el número exacto de hijos que tuvo Felipe IV de Habsburgo fuera de sus dos
matrimonios. Entre 20 y 40 se mueven las cifras más exageradas, pero ninguno de
sus contemporáneos tuvo el atrevimiento de contar los resultados de su
promiscuidad sexual. Paradójicamente, el Rey que más hijos ha tenido en la
historia de España, 13 legítimos, murió sin ser capaz de dar más heredero varón
que el enfermizo Carlos II. Un castigo casi bíblico para un Monarca culto,
inteligente, amigo de Velázquez y gran mecenas del arte, que desatendió los
asuntos de su reino hasta que éste comenzó a desmoronarse. Para entonces era
demasiado tarde.
Es
difícil saber el número exacto de hijos que tuvo Felipe IV más allá de sus 12
vástagos dentro del matrimonio, puesto que de sus hijos bastardos solo Don Juan
José de Austria fue reconocido oficialmente en vida. Josefina Castilla Soto,
profesora de historia moderna de la
UNED, habla de al menos una treintena de hijos bastardos, y
González Cremona lo eleva a más de 30 hijos. Para el historiador Alberto Risco,
sin embargo, la cifra de bastardos sería de 23 hijos naturales, de los cuales
tan solo reconoció a Juan José porque el Rey quedó “electrizado por sus dotes
físicas y morales” y porque quizás pensó en la posibilidad de incluirle en la
sucesión real.
Frente
a la dificultad de dar una cifra definitiva, las investigaciones históricas se
han contentado con indagar en las biografías de los hijos ilegítimos más
famosos. Entre ellos destacan Alonso Henríquez de Santo Tomás, resultado de una
relación con Constanza de Ribera y Orozco, dama de honor de la Reina Isabel de
Borbón, y Alonso Antonio de San Martín, que llegó a ser obispo de Málaga y
obispo de Oviedo y Cuenca, respectivamente. A su vez, Carlos Fernando de
Austria, hijo del Rey y de la noble vizcaína Casilda Manrique de Luyando y
Mendoza, fue guarda mayor de las damas de la archiduquesa Mariana de Austria,
la segunda esposa de Felipe IV.
Debo
destacar, que casi todas las amantes de Felipe IV, acabaron como monjas, lo
cual denota la relación y permisividad de la Iglesia y su relación con la monarquía.
Esto no solo lo veremos en los Habsburgo sino también en los Borbones.
En
los inicios de septiembre del año 1665, Felipe IV se empezó a sentir mal,
parece ser que enfermó de disentería, por lo que falleció el 17 de septiembre
de 1665, tras un corto periodo de dolorosa enfermedad. Fue enterrado en la Cripta Real Del
Monasterio de El Escorial, tal como constaba en su testamento.
Lejos
de lo que cabría pensar, la adicción al sexo de Felipe IV no fue una rara avis
en la piadosa familia Habsburgo. Si bien Felipe III y su padre Felipe II, que
encargó a Tiziano una colección de pinturas eróticas y mantuvo varias relaciones
ilícitas en su juventud, no engendraron ningún hijo ilegítimo, otros miembros
de la familia tuvieron numerosos vástagos fuera de sus matrimonios. De esta
forma, Carlos I de España tuvo como mínimo cuatro hijos y su abuelo Maximiliano
unos 12. A
su vez, Don Juan de Austria, el más famoso de los hijos bastardos de la
dinastía, tuvo al menos dos hijos sin estar casado.
¡No
tiene enmienda!...
Granada 3 de junio de 2016.
Pedro Galán Galán.
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(8) Aguilar Piñal, F.,
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(9) Martín Riego, M.:
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(11)
López Martínez, A. L.: La economía de las órdenes religiosas en el Antiguo
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(12)
Aguilar Piñal, F., “Imprentas conventuales en España durante el siglo XVIII”,
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(13)
López – Guadalupe Muñoz, M. L., “Iglesia, religiosidad y
mentalidades”, en Historia del Reino de Granada, vol. III, Granada, 2000, p.
195.
(14) Cortés Peña, A. L., “La Iglesia y la
religiosidad”, en Historia del Reino de Granada, vol. III, p. 496.
8 comentarios:
Enhorabuena, Pedro, por este nuevo artículo.
Lo primero que pienso es que nunca voy a ir a ese pueblo donde se mueren los higuereños; ni en el mes de julio; por si acaso.
No conocía la historia de la reina con el negrito, a veces nos quedamos con «Los tres mosqueteros» y poco más indagamos. No entiendo que si la hija, Ana Isabel de Francia, se muere; luego ¿tienen otra? Louise Marie Therese. Parece que todo tiene algo de guasa, hasta el nombre del presunto padre negro.
Con los dos frailes paisanos tengo dudas:
El protagonista pensamos que es higuereño solo por el topónimo o hay algo más. Con el otro, «de Higuera de Arjona» supondría que este nombre «Higuera de Arjona» ya se decía en el XVII. Siempre pensé que fue a finales del XIX, y como derivación de Higuera cerca de Arjona.
Manolo, ¡Gracias por tu comentario!
La explicación del caso de la presunta nieta mestiza de Felipe IV necesita de un preámbulo que voy a tratar de hacer:
Madame de Motteville cuenta que, al salir de su primera entrevista con la infanta española, el rey Luís XIV declaró al Príncipe de Conti y al Vizconde de Turenne que, en un principio, la fealdad del peinado y del aparatoso vestido de Maria-Teresa le habían sorprendido, pero que al mirarla con más atención había notado su belleza y entendió que sería fácil amarla. Dicho de otra manera, Luís XIV se resignaba a desposar a esa niña rolliza y con los dientes estropeados.
Durante los primeros meses de matrimonio, Luís XIV demostró ser un esposo solícito pero, rápidamente, su ardiente temperamento le llevó a mirar hacia otro lado: la corte francesa era un auténtico vivero de bellezas femeninas que competían en ingeniosidad y gracia. Y si la reina Maria-Teresa está dotada intelectualmente y en posesión de un bagaje cultural notable, su carácter apagado y sus peculiares gustos de castellana no consiguieron mantener la llama de la pasión del rey francés. Comparándola cruelmente con el antiguo amor de Luís, María Mancini, extraordinaria belleza morena y con la que pretendió casarse, la insípida rubia española perdía puntos por muy infanta y Habsburgo que fuera. El monarca francés no era hombre de pasiones clandestinas; toda la corte estaba al tanto de sus devaneos amorosos: a la duquesa de Orléans, su propia cuñada, le sucede la hermosa, rubia y coja duquesa de La Vallière. Pero Maria-Teresa quería sinceramente al rey y sufría, estoicamente, las afrentas de Luís XIV.
"A veces parecía que su corazón iba a estallar de tanta agitación, demostrando con esta emoción que su corazón estaba contento sólo cuando estaba junto al del hombre del que se quejaba", cuenta Madame de Motteville. Los llantos de la reina María Teresa eran, de hecho, frecuentes porque, sencillamente, se sentía abandonada, arrinconada y humillada. Pese a tener en su propio séquito de damas de honor para acompañarla, permanecía la mayoría de las veces malhumorada y despreciaba ese el ambiente intrigante de la corte francesa.
Un día, el duque de Beaufort, almirante de Francia (y primo del rey), trae consigo de uno de sus viajes a un joven esclavo negro y lo presenta en la corte. Complaciente, el duque regala el negrito a la reina para su distracción. El niño africano sería cristianamente bautizado con el nombre de Nabo, revelándose al paso de los años como un joven impetuoso y de mente despierta, seduciendo y divirtiendo al círculo de la reina. Se impone entonces la moda, entre la alta sociedad, de poseer un esclavo negro y esta moda se plasma casi de inmediato en los talleres de los maestros pintores, que ejecutan retratos en pie de su noble clientela acompañada por negritos disfrazados de paje. Un día de 1664, durante uno de los embarazos de la soberana, llega la noticia de que Nabo ha fallecido súbitamente...
Como el tema es largo, lo voy a hacer en varias entregas tal como corresponde al asunto.
La reina tuvo un embarazo difícil, lleno de inquietudes y a menudo enfermiza. La mañana del 16 de noviembre de 1664, se hacen sentir los primeros dolores. El parto es largo y delicado, temiéndose por la vida de la parturienta y del fruto de su vientre. Tras interminables horas, Maria-Teresa da a luz a una pequeña niña negra y, ante tamaña visión, se cree morir del tremendo disgusto. Los galenos y cortesanos asistentes están estupefactos. El cuerpo médico intenta, enseguida, encontrar explicaciones atribuyendo el color de la piel de la recién nacida al régimen alimenticio de la reina durante su gestación. También atribuyen las influencias del clima demasiado frío o caluroso, y de que a la niña le faltó aire durante el parto... Pero, aparte de las estrambóticas teorías exculpatorias, nadie se olvida del paje negro Nabo.
Se dice que la niña era frágil de salud y que falleció a los 48 días, un 26 de diciembre. El doctor Patin, médico y decano de la facultad, señala en su correspondencia: "la pequeña tuvo convulsiones y murió esta mañana; era débil y delicada, jamás tuvo salud." Este hecho es recogido por varios cronistas de la época; sin embargo, no se han encontrado relatos de testigos directos de la muerte de la princesa negra.
En sus memorias, la Grande Mademoiselle, Ana-Maria-Luisa de Orléans, duquesa de Montpensier (prima-hermana de Luís XIV), relata el difícil parto de la reina y describe a la recién nacida niña negra:
"Monsieur (Felipe de Francia, duque de Orléans y hermano menor de Luís XIV) me contó lo difícil de la enfermedad de la reina, de toda la gente que había cuando se trajo a Nuestro Señor, de cómo su primer capellán se había desmayado de aflicción y el príncipe y toda la gente junto con él se habían reído de la cara que puso la reina cuando vio que la hija que había dado a luz, se parecía a un pequeño moro que el señor de Beaufort había traído, que era muy bonito y que siempre estaba con la reina; cuando se dieron cuenta de que su hija se le podía parecer, se lo llevaron, pero ya era demasiado tarde, y le dijeron que la niñita era horrible, que no viviría y que no se lo dijera a la reina porque se moriría."
Sospechando que la niña no había muerto realmente, se dio por supuesto en ciertos círculos que la hija de los Reyes era un misterioso miembro del clero, Louise-Marie-Thérése (Luisa Maria Teresa), conocida como la «Monja Negra de Moret». Tres evidencias apuntaban a esta teoría: su nombre es la suma del de los Reyes: Luís y María Teresa; María Teresa visitó con cierta frecuencia hasta su muerte en 1683 la abadía de Moret-sur-Loing, donde residía la monja; y se conserva una carta donde el Rey concede una pensión vitalicia de 300 libras a la joven. La propia «Monja Negra» afirmaba proceder de alta cuna, insinuando en ocasiones que era hermana del Delfín de Francia y del resto de hijos de María Teresa.
Sin embargo, según las investigaciones de la Sociedad de Historia de París y Francia a principios del siglo XX, Louise-Marie-Thérése no era la hija secreta de los Reyes, aunque ella misma se lo hubiera llegado a creer, sino una huérfana entregada por Madame de Maintenon, amante del Rey e importante figura política, al convento, nacida de una pareja de moros que trabajaban en la Ménagerie del Rey. «Varias fuentes informan que Luís XIV tenía un cochero morisco casado con una hermosa mujer. Tuvieron una hija de la que el Rey y la Reina fueron padrinos. Cuando los padres murieron, fue ingresada en un convento. Como ahijada del Rey, esta niña podía referirse al Delfín como su hermano», explica Gary McCollim, historiador especializado en la corte de Luís XIV.
En el otoño de 1695, toda la corte gala asiste a una extraña ceremonia: una joven negra pronuncia sus votos e ingresa en el convento de las Hermanas Benedictinas de Moret. El mismísimo rey Luís XIV le hace entrega de una generosa pensión... ¿a qué se debe tanta consideración? ¿Será de sangre real?
Hija del rey Felipe IV de España, la Infanta María-Teresa de Austria se casa con el rey Luís XIV de Francia en 1660. Si la infanta española se sabía predestinada a un matrimonio real, el monarca galo parecía no tener la intención de casarse con ella. En su primer encuentro, la princesa se enamora profundamente de su futuro marido. Luís XIV, por su parte, se doblega a las exigencias políticas y del Estado, siguiendo las directrices marcadas por su madre la reina Ana de Austria y el cardenal Jules Mazarin: el matrimonio franco-español culmina una paz (la de los Pirineos) tan deseada después de tantas décadas de guerra, y un plan bien orquestado que incumbe la anexión de los enclaves españoles al Norte de Francia (Países-Bajos Españoles).
Voltaire, que fue a ver a la mora al convento de Moret, avanza la teoría de una hija bastarda del rey. Escribe en su "Siglo de Luís XIV":
"Ella era muy morena y, por lo demás, se parecía a él. El rey le regaló 20.000 escudos de dote al ponerla en un convento. La opinión que tenía de su nacimiento era motivo de orgullo para ella, lo cual molestaba a sus superioras. En un viaje al Real Sitio de Fontainebleau, Madame de Maintenon fue al convento de Moret y quiso inspirar más modestia a la religiosa. Ella hizo lo que pudo para sacarle esa idea que alimentaba su orgullo. "Señora -le dijo la religiosa-, la molestia que se toma una dama de su rango en venir a decirme que no soy la hija del rey, sólo me lo confirma".
Treinta años más tarde, en 1695, habiendo fallecido en 1683 la reina Maria-Teresa, la Marquesa de Maintenon presenta al convento de la Benedictinas de Moret a una joven negra -una mora, como se decía entonces- para que pronuncie sus votos solemnes y tome el hábito. Toda la corte está invitada a la ceremonia, y el 15 de octubre, el rey concede una pensión a la joven: 300 libras. Estas disposiciones parecen, de por sí, excepcionales, pero la atención que la Familia Real presta a esta religiosa no hace más que acrecentar la sorpresa y la sospecha.
La Marquesa de Maintenon, antigua aya de los bastardos reales nacidos de los amores entre el rey y la Marquesa de Montespan, y desde 1683 esposa morganática del monarca, va frecuentemente al convento de Moret para visitar a la mora.
El Gran Delfín Luís, hijo y presunto heredero del rey Luís XIV, y sus hijos los príncipes Luís, duque de Borgoña, y Felipe, duque de Anjou, también acuden a visitarla. ¿Quién es esta joven que suscita tanta atención y deferencia? No parece tener ninguna duda sobre su auténtica identidad. El duque de Saint-Simon cuenta que "le oyó decir descuidadamente una vez, al oír que Monseñor (el Gran Delfín) cazaba en el bosque, que era su hermano quien estaba cazando."
Sería entonces la hermana o hermanastra del Gran Delfín. Manifiestamente, ella no puede ser hija del rey Luís XIV y de la reina Maria-Teresa, pues ¿por qué milagro habría de ser negra? Pero podría ser la hija de Luís XIV y de una negra. La hipótesis seducía a Voltaire, el mismo que también ideó la teoría de que la Máscara de Hierro era un hermano gemelo de Luís XIV. Sin embargo, la hipótesis cuesta asimilar. Todas las amantes del rey eran conocidas, sus bastardos registrados y en aquella Francia del siglo XVII, las mujeres negras escaseaban... su número fue más frecuente en el siglo XVIII, habiéndose consolidado la moda entre la nobleza el tener un esclavo o esclava de color a su servicio.
No queda más que la teoría, más plausible y lógica, de que la monja negra fuera, en realidad, la hija que tuvo entonces la reina Maria-Teresa el 16 de noviembre de 1664 y presuntamente fallecida 48 días más tarde. Cabe imaginar que, abandonada y arrinconada, condenada al ostracismo por los cortesanos y el rey, Maria-Teresa se abandonase un "ratillo" entre los brazos reconfortantes de su esclavo negro, graciosamente bautizado con el nombre de Nabo, y que la princesita negra fuera el fruto de su desliz (o de varios)...
Este último argumento daría con la explicación de tantas atenciones por parte del rey y de su hijo el Gran Delfín, y de las repetidas visitas de Madame de Maintenon, ella que siempre estuvo en buenos términos con la reina y que encubrió, inicialmente, la existencia y educación secreta de los muchos bastardos del rey antes de que fueran debidamente presentados y oficialmente reconocidos. Si las faltas del rey eran públicas y asumibles, fruto de una larga tradición entre los soberanos galos que oficializaban -desde el reinado de Carlos VII, en el siglo XV- a sus queridas y a sus hijos ilegítimos, cosa que no afectaba en nada la continuidad e indiscutible legitimidad dinástica, no así se contemplaba en el caso de las reales consortes, estrechamente vigiladas para que no se dejasen seducir por otro hombre que no fuese el rey.
Sinceramente Manolo, nadie puede saber a ciencia cierta lo ocurrido en el pasado de esta historia. Hay que tener en cuenta que los escritos que tenemos sobre este caso, pudieron ser redactados para encubrir el adulterio por parte de María Teresa, si llegó a existir tal. Es más, si el rey tenía diferentes relaciones aún estando casado, ¿por qué no iba ella a tener una, con la persona que habitualmente estaba con ella, aunque sólo fuera por despecho?
Recuerda la normalidad con que se aceptaba hasta hace poco tiempo que cualquier cabeza de familia “echase el ganso a espigar” y lo mal considerado que estaba hasta hace poco la infidelidad femenina en el matrimonio.
Es verdad que la reina María Teresa recibió una educación en la que le enseñaban que no podía hacer tal cosa, pero las circunstancias pueden cambiar a las personas, no crees, cualquiera puede tener un desliz.
¡ Ahora sólo cabe que realicen exámenes de ADN a los restos de ambos y listo¡
Respecto a lo de anotar que ser el fraile Juan de la Higuera como de “Higuera de Arjona”, entiendo que tal vez sea una forma de precisarlo el articulista de origen, me refiero a D. Félix Martínez Cabrera, habría que consultar la fuente in situ.
Como sabes he manejado las actas del Ayuntamiento de Lahiguera desde el año 1833 al 1876 y tan sólo en las correspondientes al tercer cuarto de siglo se aprecian en algunos casos el nombre de Higuera de Arjona ya sin el cerca.
Recuerdo que en algún momento encontré la pequeña cita de un texto de refería que un fraile de la Higuera, que había aportado una dote considerable al Convento había sido expulsado del Monasterio que hoy conocemos como de la Cartuja en Sevilla; pero no te puedo precisar más.
Un saludo muy cordial.
Todo aclarado. Muchas gracias, Pedro.
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