LA POBLACIÓN FEMENINA ALCANZA SU REGISTRO MÁS ALTO CON UNAS EXPECTATIVAS DE VIDA DE 85,1 AÑOS, MIENTRAS QUE LOS HOMBRES LLEGAN A LOS 79,9 AÑOS.
La esperanza de vida al nacer en Andalucía se situó en el año 2023 en 82,5 años, la cifra más alta desde el año 1975 que es cuando arranca la publicación de la serie histórica con datos específicos de Andalucía. El dato certifica la recuperación de la esperanza de vida en ambos sexos, ya que los efectos de la pandemia por Covid provocaron un descenso de este registro en Andalucía, al pasar de 82,1 años en 2019 a 81,4 años, tanto en 2020 como en 2021, el periodo de mayor incidencia de la enfermedad.
Estos datos, publicados en fecha 27 de diciembre de 2024, aparecen recogidos en los datos definitivos de los indicadores del Sistema de Información Demográfica de Andalucía (SIDEMA), herramienta creada por el Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía para analizar la evolución demográfica en la región. En el capítulo de la esperanza de vida al nacer, las mujeres alcanzan los 85,1 años, lo que supone 9,4 años más que en 1975. En el caso de los hombres, se sitúa en 79,9 años. Son 5,2 años menos que las mujeres, pero el aumento respecto a 1975 es mayor, con 10,2 años.
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Evolución de la esperanza de vida al nacer. 1975 – 2023. |
Por provincias, Granada y Málaga con 83,0 años son las que tienen la mayor esperanza de vida al considerar los datos conjuntos de hombres y mujeres. Le siguen Córdoba y Jaén con 82,7, Sevilla con 82,6, Cádiz con 82,0, y Almería y Huelva con 81,8 años.
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Esperanza de vida al nacer por provincias. Año 2023. |
Si se tiene en cuenta la esperanza de vida a los 65 años, también se constata en 2023 este registro más alto de la serie histórica, al alcanzarse en Andalucía los 20,6 años. Son 18,7 años, en el caso de los hombres; y 22,4 años en el caso de las mujeres. En este apartado también se percibe haber superado la incidencia de la pandemia, ya que en 2020 la esperanza de vida a los 65 años bajó a 19,7 años y en 2021 a 19,8 años.
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Evolución de la esperanza de vida a los 65 años. 1975 – 2023. |
Edad media de la población
El Sistema de Información Demográfica de Andalucía (SIDEMA) también constata el incremento de la edad media de la población en Andalucía. En 2023 se alcanzó una edad media en ambos sexos de 43,0 años, cifra que los datos definitivos de 2024 sitúa ya en los 43,2 años. En el caso de las mujeres la edad media en 2024 fue de 44,4 años y en los hombres de 42,0 años. En la serie histórica es donde se comprueba claramente cómo aumenta la edad media de la población andaluza. En el año 2000 era 37,0 años, 6,2 años menos que en 2024. Y en 1971 fue 30,8 años.
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Evolución de la edad media de la población. 1971 – 2024. |
Por provincias, si se tienen en cuenta los datos de ambos sexos, la edad media más baja se registró en Almería con 41,2 años y la mayor en Jaén con 44,8 años.
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Evolución de la tasa bruta de mortalidad (x1.000). 1975 - 2023 |
La tasa de mortalidad determina el número de muertes por cada 1.000 habitantes durante un año determinado. En 2023 esta tasa se situó en Andalucía en 8,68 personas fallecidas, regresando a valores más habituales tras el aumento registrado en 2020 (9,27) y 2021 (9,34), cuando se produjeron las tasas más altas de la serie histórica desde 1975. Según los datos de 2023, la tasa fue más alta en la población masculina, con 9,01 hombres fallecidos por cada 1.000, mientras que en la población femenina fue de 8,28 mujeres.
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Evolución de la tasa bruta de natalidad (x1.000). 1975 – 2023.
Tasa de natalidad
En cuanto a la tasa de natalidad, 2023 ha sido el año con menos nacimientos en Andalucía con una tasa de 7,13 por cada 1.000 habitantes. En el año 2000 esta tasa era de 11,04 nacimientos y en 1975 alcanzó 20,05 nacimientos.
Por provincias, la mayor tasa bruta de natalidad se presenta en Almería con 8,72 nacimientos por cada 1.000 habitantes, mientras que la menor corresponde a Málaga con 6,67.
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Tasa bruta de natalidad (x1.000) por provincias. Año 2023. |
El Sistema de Información Demográfica de Andalucía (SIDEMA) presenta una visión de conjunto de la evolución demográfica de Andalucía proporcionando, de una manera ordenada y sistemática, un gran conjunto de información con objeto de facilitar su utilización a los interesados en esta materia.
El conocimiento demográfico de la población, su estructura y su evolución, es de vital importancia a la hora de llevar a cabo planificaciones de toda índole, ya sean económicas, sociales, etc. Una de las principales razones para ese conocimiento radica en que los cambios demográficos están asociados a una amplia variedad de problemas sociales, económicos y políticos. En España existe una larga tradición de recogida y difusión de información demográfica, no hay más que considerar la larga serie de los censos de población, el origen de las estadísticas sobre el movimiento natural de la población o los antecedentes históricos de los padrones municipales de habitantes. Hoy en día, se hace un uso generalizado de la información demográfica que es producida oficialmente en todo el territorio nacional, tanto por los organismos públicos en numerosas áreas de actuación (escuelas, hospitales, carreteras, lugares de ocio y diversión, salud, etc.), como por los privados y particulares (universidades, organismos de estudios y análisis, empresas, etc.).
La evolución demográfica de muchos países y regiones en los últimos siglos ha seguido un mismo esquema argumental, al que muchos denominan "transición demográfica". Esta teoría describe el proceso de transición desde un régimen demográfico antiguo, cuya población crece a ritmo muy lento o nulo, conseguido a expensas de una alta mortalidad y natalidad, a un régimen demográfico moderno, también con moderado o bajo crecimiento, pero conseguido ahora a expensas de una baja mortalidad y natalidad.
La historia demográfica andaluza puede ser, por supuesto, contada bajo este esquema argumental. A grandes rasgos, con diferentes ritmos y con frecuentes altibajos, la evolución demográfica andaluza, se adapta bien a la teoría de la transición demográfica, aunque sin la sencillez y la claridad del modelo teórico de la transición.
Si se admite que las estimaciones de población extraídas de los recuentos de población históricos son relativamente fiables, el crecimiento moderno de la población comenzó en Andalucía a mediados del siglo XVIII. Durante los siglos XVIII y XIX la población creció a un ritmo no despreciable, incluso superior al 5‰ anual. Sin embargo, los crecimientos que nos suministran los recuentos en el último cuarto del siglo XIX son mucho más moderados que los del primer cuarto, en general inferior al 5‰, llegando a un mínimo en la última década del siglo XIX del 3‰ anual.
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Evolución de la población en España. |
El primer tercio del siglo XX es, sin duda, el periodo demográficamente más dinámico de los dos últimos siglos para Andalucía. De 1910 a 1940, Andalucía crece a ritmos cercanos o superiores al 10‰. La guerra civil producirá una profunda inflexión de esta tendencia de crecimiento, desde los años 40 hasta los años 60, Andalucía va paulatinamente reduciendo su crecimiento, llegando a un mínimo en los años 60, en los que fue de un 1,4‰ anual. Desde los años 70 se produce una recuperación del crecimiento que se pondrá plenamente de manifiesto en las décadas siguientes.
Las tasas de crecimiento del primer tercio del siglo actual son moderadas, en comparación con las alcanzadas por los países que han iniciado su transición demográfica en época reciente, a menudo superiores al 20‰. Los crecimientos obtenidos por Andalucía en los dos últimos siglos están dentro del rango de los crecimientos moderados obtenidos por los países europeos, en sus respectivas transiciones demográficas, que sólo excepcionalmente llegaron a crecimientos superiores a un 10‰. El bajo crecimiento medio de los 100 años anteriores a 1975, es el resultado de periodos de crecimiento muy distintos: un periodo de muy fuerte crecimiento demográfico en los primeros 40 años del siglo y dos periodos de estancamiento a finales del XIX y durante el tercer cuarto del siglo XX.
En conjunto, la evolución de los crecimientos ha sido bastante irregular, con frecuentes altibajos, acorde con las particulares circunstancias históricas de nuestra región y sus alternantes intentos de entrada en la modernidad. El primer tercio del siglo XX fue un periodo de modernización socioeconómica y crecimiento económico, recuperándose parte del atraso acumulado en la segunda mitad del siglo XIX. En el periodo correspondiente al segundo tercio del siglo se afianzaron los aspectos más negativos de región periférica económicamente dependiente, ya existentes en la economía andaluza, con lo cual la regresión económica fue mucho más fuerte en Andalucía.
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Distribución de la población española de más de 65 años en España en el año 2005. |
En la etapa del desarrollismo de los años 60, Andalucía fue una fuente de mano de obra para el sector industrial, que se estaba desarrollando fuera de Andalucía, lo cual produjo una fuerte sangría migratoria y una relativa regresión demográfica durante estos años. La interrupción del flujo migratorio a mediados de los setenta constituye el preludio de la recuperación demográfica posterior. La historia del crecimiento de la población andaluza está fuertemente conectada con la que se ha producido en el resto de España. El crecimiento de Andalucía fue hasta 1940 similar o ligeramente superior al conjunto del resto de España, por lo que durante los 150 años que van de 1790 a 1940 su peso demográfico en España, creció en más de 2,5 puntos porcentuales (de 17,6% a 20,2%), sin embargo el fuerte frenazo del crecimiento que se produjo durante los años 50 y 60 de este siglo, redujo el peso demográfico de Andalucía en más de 3 puntos porcentuales (de un 20% en 1940 a un 17% en 1975).
Si nos fijamos en los efectivos de población andaluza y su peso sobre el total de la población española, se aprecia fácilmente, como es la depresión finisecular y el desarrollismo de 1950-75, los dos periodos en los que desciende la importancia demográfica de Andalucía en el conjunto de España. A lo largo de los últimos dos siglos, su peso demográfico ha fluctuado cercano al 20%, siendo el padrón de 1975 el punto histórico más bajo con un 17%.
La estructura de población por sexo y edad tiene en demografía una especial relevancia, dado que ésta es tanto causa como efecto de los principales fenómenos demográficos. La estructura por sexo y edad es por un lado el resultado de los comportamientos históricos de la población: natalidad, mortalidad y migraciones, pero por otro condiciona fuertemente los comportamientos demográficos futuros de la población. La estructura de la población es a la vez acumulación de la historia pasada y condicionante de la futura. Dadas las profundas interrelaciones que existen entre dinámica y estructura poblacional, los cambios en los comportamientos demográficos de la población tienen un claro reflejo sobre la composición de la población por sexo y edad.
Con objeto de visualizar estos cambios de estructura se han representado conjuntamente las pirámides de población correspondientes al 1 de enero de los años 1916, 1946 y 1976, separadas por saltos de 30 años. Los cambios ocurridos en la estructura de la población en los tres primeros cuartos del siglo que aquí estamos considerando son notorios aunque no espectaculares. La estructura de población de 1916 es la de más amplia base y de contornos más regulares, no se aprecian irregularidades manifiestas en forma de significativas simas o picos en los perfiles de la pirámide, como ocurre en las pirámides posteriores. Esta regularidad se puede explicar por la inexistencia de crisis en el conjunto de Andalucía durante la segunda mitad del XIX y primeros años del siglo XX de la envergadura de las que ocurrieron en el siglo XX. Por otro lado la baja esperanza de vida de las generaciones que componen esta pirámide determina periodos de renovación poblacional mucho más rápidos que los actuales, por lo que las irregularidades producidas por los altibajos en los efectivos generacionales, se difuminan mucho más rápidamente que en las pirámides actuales.
Evolución de las pirámides de población en España (1950-2100)
https://www.youtube.com/watch?v=QwqiFQORbtg
La pirámide de 1946 muestra claramente los signos de la guerra civil, en forma de fuerte déficit de nacimientos en los años de la guerra, la llamativa recuperación de 1940 y el posterior nuevo hundimiento en 1941 producido por las crisis de producción agrícola de estos años. En comparación con la anterior, muestra un claro estrechamiento de la base, producido por el fuerte déficit de nacimientos. Por contra los efectivos de jóvenes de 10 a 25 años, relativamente numerosos, corresponden a los nacidos en 1925-35, lo que refleja algunos hechos: por un lado el mayor volumen de las generaciones nacidas durante los años 20, fruto del aumento de la fecundidad en esta década y por otro lado refleja también una mayor supervivencia de los niños nacidos a partir de estas fechas gracias a las mejoras de salud pública durante estos años. Además estas generaciones no participaron directamente en la guerra civil, por lo que tampoco sufrieron pérdidas significativas debido al conflicto. Otro factor que explica la mayor importancia relativa de los jóvenes en el año 46, es la congelación de los movimientos migratorios durante el periodo de autarquía, que mantuvo en Andalucía a muchos jóvenes que, en otras circunstancias, habrían usado la válvula de escape de la migración para escapar de la pobreza.
La forma de la pirámide de 1976 presenta ya claras deformaciones, producidas por las grandes crisis del siglo y por los cambios en los comportamientos reproductivos y migratorios de la población andaluza en el tercer cuarto del siglo.
En la pirámide de 1976 se aprecian bien las marcas del hundimiento de nacimientos de 1936-39, junto con el caótico comportamiento de los años cuarenta, salpicado de frecuentes crisis económicas. Igualmente se observa una profunda mella, correspondiente a las generaciones masculinas nacidas durante los años diez, esta sima está producida por la combinación de un déficit relativo de nacidos, producido en los años 1915-19, años de la guerra europea y la gripe del 1918, y por la sobremortalidad masculina de estas generaciones, que fueron las que más directamente participaron en la guerra civil. También aparece un amplio déficit de jóvenes de ambos sexos, correspondientes a las generaciones nacidas en los años cuarenta y de los primeros cincuenta sin duda provocado por la fuerte emigración andaluza de los años 60. No menos significativa es la aparición de generaciones menguantes a partir de la generación de 1964, la generación más numerosa del siglo nacida en Andalucía. La aparición temprana de generaciones menguantes en esta época no se debe a un descenso de la fecundidad, aún no producido en los años 70, sino a la reducción de los efectivos de mujeres en edad fértil, debido a la fuerte emigración en las décadas anteriores de las generaciones femeninas nacidas alrededor de los años cuarenta.
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Comparación de la base de la pirámide de 1900 y la de 2007. |
Mucho menos llamativos son los cambios en la estructura de la población hasta 1975 si los estudiamos en grandes grupos de edad. En los 100 años anteriores a 1975 no se ha producido un cambio radical en el peso de los grandes grupos de edad de la población andaluza. El porcentaje de población con 15 años o menos se reduce muy lentamente, de un 33% a principio de siglo a un 32%, 70 años más tarde; la población de 35 a 64 años prácticamente se mantiene en torno al 30% de la población durante los 100 años anteriores a 1975. Más importante es sin embargo el cambio del peso relativo de los jóvenes de 15 a 34 años, que reducen rápidamente su importancia porcentual a partir de los años 60, fenómeno evidentemente relacionado con la fuerte emigración juvenil de la época. También es significativo el progresivo aumento de la proporción de personas mayores, que duplican su peso porcentual en los cien años que preceden a 1975. El incremento máximo se produce sobre todo a partir de 1950, siendo en esta época fruto principalmente del aumento de la supervivencia de nuestros mayores.
Los complejos cambios en los ritmos de crecimiento que ocurren desde finales del siglo XIX hasta 1975, modifican de manera apreciable la distribución de la población andaluza, desde un poblamiento relativamente más homogéneo y equilibrado en el siglo XIX, hasta la aparición de un claro núcleo de concentración espacial de la población en las provincias de Cádiz, Sevilla y Málaga en 1975. A finales del siglo XIX, Huelva es la provincia más despoblada, con apenas el 5% de la población andaluza; las otras siete provincias tenían un peso demográfico similar, en el rango del 10% al 15% de la población de Andalucía. Este equilibrio comienza claramente a romperse a principio de siglo. Por un lado Almería estaba descolgándose ya desde finales del XIX, perdiendo peso demográfico hasta alcanzar en 1930 el nivel de Huelva con solo un 7% de la población andaluza. Por otro lado Sevilla, va ganando peso de manera constante desde 1910 y distanciándose del resto de las provincias pasando del 15% de la población andaluza en 1910 al 22% en 1975. El resto de las provincias, con pequeños altibajos, mantiene su representación demográfica de manera más estable en un rango del 11 al 15% hasta el censo de 1960.
A partir de este recuento y como consecuencia de las diferencias en los flujos migratorios, aparecen dos comportamientos diferenciados: uno el de las provincias de Cádiz y Málaga que ganan peso en el conjunto regional y otro el de las provincias más interiores, Córdoba, Granada y Jaén, que lo pierden rápidamente. En el recuento de 1975 aparecen dos conjuntos provinciales claramente diferenciados, en lo que respecta a las densidades poblacionales. Por un lado tres provincias (Cádiz, Málaga y Sevilla) tienen densidades superiores a 100 habitantes por kilómetro cuadrado. Por el otro, Granada, Córdoba, Jaén, Almería y Huelva fluctúan entre los 40 y 60 habitantes por kilómetro cuadrado. Esta evolución de los pesos y densidades refleja los crecimientos diferenciales de las diferentes provincias durante este periodo.
Hasta
la primera mitad del siglo sólo Almería, durante las décadas de los años 20 y
30 y Cádiz durante los años 30, habían tenido crecimientos negativos
significativos. En los años 50 y 60 los crecimientos negativos se hacen
habituales, primero en la provincia de Granada y Jaén en 1950 y en la década
siguiente también en la provincia de Córdoba. Almería y Huelva en esta misma
época crecen poco. Estas cinco provincias son las que más fuertemente
soportaron la sangría migratoria durante esta época. Por el contrario Cádiz,
Málaga y Sevilla mantienen crecimientos positivos y en algunos casos
significativamente importantes, como es el caso de Cádiz y Sevilla en los años
50 o Cádiz y Málaga a principio de los 70.
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El crecimiento natural de la población andaluza, como el de cualquier otra población, es el resultado de un saldo entre una serie de flujos de entradas (nacimientos e inmigrantes) y de salidas (defunciones y emigrantes). El saldo neto entre nacimientos y defunciones se conoce como crecimiento natural o vegetativo y el balance entre inmigraciones y emigraciones es el saldo o crecimiento migratorio. Así pues el crecimiento total es la suma de dos tipos de crecimientos, el natural y el migratorio. El análisis del primero se desarrolla a continuación. El estudio del crecimiento natural para el último siglo, es una tarea relativamente sencilla debido a la existencia de detalladas series estadísticas, con un adecuado nivel de calidad y cobertura, contenidas, a partir de 1900, en una publicación estadística anual denominada “Estadísticas del Movimiento Natural de Población”.
Las cifras absolutas del crecimiento natural que nos suministran para Andalucía estas estadísticas, se han representado. Según las estadísticas oficiales, el número absoluto de nacimientos en Andalucía ha sido relativamente estable, en torno a los 130.000 nacimientos/año hasta 1920, año en que se inicia una subida que se prolonga hasta mediados de los años 30. Después de las crisis en dientes de sierra, producidas por la guerra y la década de postguerra, a finales de los cincuenta, comienza otra fase ascendente que eleva los nacimientos por encima de los 150.000 anuales en 1964, en sintonía con lo que estaba pasando en el resto de España y con casi una década de retraso con el comienzo del baby-boom en el resto de Europa, desde este año el número de nacimientos en cifras absolutas desciende de nuevo por debajo de los 130.000 a mediados de los 70.
Las defunciones tienen un comportamiento más errático, con pronunciadas crisis como las de 1883, 1887, 1918, 1937, 1941 o 1946. Salvo en años de crisis, las defunciones rondaban las 100 mil anuales a principio de siglo, lo cual producía un crecimiento natural en torno a 40 mil nuevos andaluces por año durante este periodo. Inmediatamente después de la gran crisis de mortalidad de 1918, producida por la llamada gripe española, el número absoluto de defunciones desciende de manera considerable hasta las aproximadamente 80 mil defunciones anuales antes de la guerra civil. Una mayor reducción de la mortalidad en los años 20, coincidiendo con un aumento del número de nacimientos provocará un crecimiento vegetativo importante durante el decenio de 1920 y primera mitad de los años 30 (en el año 1931 el crecimiento vegetativo supera incluso los 70 mil andaluces por año).
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La larga crisis de la guerra y autarquía provoca un incremento considerable del número de defunciones. Este incremento es errático durante todos los años 40, con muy frecuentes crisis de mortalidad intercaladas entre años de mortalidad más razonable. El comportamiento similarmente errático de la natalidad durante este mismo periodo, responde sin duda a la misma causa de inestabilidad económica y social que producen las frecuentes crisis de mortalidad de la época. Esta combinación de comportamientos demográficos hunde el crecimiento vegetativo en los años en torno al cambio de década. En 1941, coincidiendo con una grave crisis de abastecimiento por la mala cosecha del año anterior, el crecimiento natural es incluso negativo, como el del año de la gripe de 1918, situación que no se había producido ni durante los años de la Guerra.
Desde finales de los años 40 el número de defunciones recupera su anterior tónica descendente, de manera que a finales de los años 50 es inferior a las 50 mil defunciones anuales, justo la mitad de las que existían a principio de siglo con una población que sin embargo ha crecido más de un 50 por ciento en dicho periodo. Desde este momento el número absoluto de defunciones se estabiliza, o incluso se incrementa muy ligeramente, en valores levemente inferiores a las 50 mil defunciones año. Esta relativa estabilización de las defunciones desde finales de los 50, determina que desde esta fecha la evolución del crecimiento natural se deba sobre todo a los cambios en el número de nacimientos. En el fuerte incremento del crecimiento natural que comienza en Andalucía a principio de los años cincuenta, la reducción de la mortalidad sólo interviene de manera significativa en los primeros años de esa década y desde finales de los años 60 es el aumento del número de nacimientos prácticamente el único responsable.
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El crecimiento natural en valores absolutos es máximo en el año 1964, con más de 105 mil personas. Desde este año evoluciona de manera descendente tal y como lo hace el número de nacimientos. Así en el año 1975, el último del periodo que estamos analizando, muestra aún un muy alto crecimiento natural de cerca de 80.000 nuevas personas netas por año. La evolución de las tasas brutas, si bien es similar a la que hemos visto previamente con el número absoluto de eventos, muestra significativas diferencias, siendo las principales de ellas los cambios de tendencia entre una y otra representación. La estabilidad del número absoluto de defunciones y nacimientos a principios de siglo se convierte en una clara tendencia descendente de las tasas brutas de mortalidad y natalidad. Incluso el incremento del número absoluto de nacimientos en los años veinte y cincuenta, debe interpretarse como una estabilización de la tendencia previa descendente, cuando se estudia utilizando tasas brutas. El aumento del número absoluto de los nacimientos en torno a 1930 y 1965 se produce por la combinación de una estabilización de la tendencia descendente de las tasas brutas y un aumento de la población femenina.
La mortalidad muestra igualmente su tendencia descendente, más claramente con las tasas brutas que con los valores absolutos, sin embargo hay que señalar que el descenso de las tasas brutas de mortalidad, igual que ocurre con el número de defunciones, se estabiliza en los años 60 en un valor en torno al 8‰, por lo que a partir de esta fecha será la natalidad la que determine principalmente el crecimiento natural de la población. El incremento del crecimiento natural en valores relativos es más moderado que el crecimiento vegetativo en cifras absolutas, encontrándose a principio de siglo en valores próximos al 10‰, alcanzando sus puntos máximos en 1932 por encima del 15‰ y en 1964 con un 18‰.
En 1975 el crecimiento natural en valores relativos era aun significativamente importante con un 12‰. En resumen esta evolución zigzagueante del crecimiento natural de la población andaluza hasta 1975, provocada por dramáticas crisis económicas y sociales, indica que se ha producido una transición cortada por interrupciones, con temporales pérdidas de la trayectoria, pero rápidamente retomada en cuanto la situación socioeconómica se estabilizaba. En el año 1975, la evolución del crecimiento natural indica que la transición demográfica parece claramente encauzada hacia una pronta conclusión.
Los comportamientos demográficos además de determinar directamente el crecimiento de la población, tienen una profunda relación de retroalimentación con los sistemas culturales y sociales, por los cuales están en último extremo determinados y sobre los cuales, a su vez, ejercen una poderosa influencia. A lo largo del siglo XX, en Andalucía, estos comportamientos se han modificado radicalmente; en ningún otro siglo de la historia se ha producido un cambio de igual magnitud. Este cambio, excepcional por su intensidad y por su rapidez, ha tenido lugar pese a la existencia de graves y prolongadas crisis sociales y económicas, que si bien han retrasado no han impedido lo que puede calificarse de verdadera revolución demográfica, aunque sea habitual denominarla transición. De todos los procesos ocurridos durante la transición demográfica, sin duda, el descenso de la mortalidad es uno de los más trascendentales y el que más ha influido sobre el complejo entramado ideológico, cultural y económico de nuestra sociedad. Durante los primeros tres cuartos del siglo XX, Andalucía sufrió una profunda transformación de su patrón epidemiológico de mortalidad, desde una situación de predominio de las enfermedades infecto-contagiosas, con altísima mortalidad en la infancia y en la juventud, a otro con claro predominio de las enfermedades crónico-degenerativas, con mortalidad fuertemente desplazada hacia edades avanzadas. El recorrido de Andalucía en este trayecto, aunque con características propias, no ha sido muy diferente al que han seguido otros países y regiones de su entorno: un aumento continuo de la esperanza de vida, sólo interrumpida por ocasionales crisis militares o socioeconómicas. Durante este periodo la esperanza de vida creció más de 30 años, a un ritmo cercano al medio año por año calendario (41,6 años en 1.911 y 72,8 año en 1.975). Este cambio radical en la mortalidad de la población andaluza, ha tenido grandes repercusiones económicas, sociológicas y culturales. La evolución de la mortalidad en Andalucía ha sido muy parecida a la de España, y similar a la de otros muchos países europeos. Sin embargo, a principios de siglo la esperanza de vida al nacer era en nuestra región inferior, con la excepción de Portugal, a la de todos los países europeos que hoy constituyen la Unión Europea. Era más baja que la que tenían otros países mediterráneos muy próximos culturalmente y económicamente como Italia o Grecia, y se situaba en el nivel que tenían países europeos más avanzados como Suecia, Inglaterra o Francia hacia la mitad del siglo XIX.
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En Andalucía, las mujeres superaron los 50 años de esperanza de vida al nacer (lo cual supone una pérdida de entre 20 a 25% de los efectivos iniciales de la generación antes de los 20 años) alrededor de 1930, mientras que el promedio para el conjunto de Europa fue el año 1903, más de 25 años antes. La esperanza de vida en Andalucía a principios de siglo era casi tres años inferior a la del resto de España. La diferencia, si bien posteriormente se acortó, se ha mantenido a lo largo de todo este siglo. A pesar de esta mala situación de partida, durante este siglo se han producido grandes ganancias de esperanza vida, que han servido para recuperar el atraso histórico con relación al resto de Europa, e incluso en años recientes se ha superado a la gran mayoría de estos países. Esta recuperación, si bien acelerada no ha sido temporalmente uniforme, sino que ha seguido una trayectoria relativamente caótica, alternando periodos de vigorosa mejora con otros de hundimiento y con periodos de relativa estabilidad. El aumento de la esperanza de vida a lo largo del siglo ha estado dominado por un número relativamente reducido de claves: en la primera mitad del siglo, reflejan principalmente la reducción de la mortalidad en los menores de 10 años. En los años cincuenta, a la vez que sigue descendiendo la mortalidad de los más jóvenes, se producen importantes mejoras en la mortalidad de los adultos jóvenes entre 20 y 54 años, lo que redunda en un crecimiento elevado de la esperanza de vida. En los años 60 disminuye el ritmo al que crece este indicador, al reducirse los progresos de la mortalidad infantil y juvenil. En la década siguiente, la de los años 70, las ganancias vuelven a aparecer, al mejorar significativamente la mortalidad de los mayores de 60 años, especialmente entre las mujeres. La evolución de la esperanza de vida a los 50 y a los 65 años tiene menores y más constantes pendientes de incremento que la de 0 y 15 años. Sin embargo, la existencia de crisis de mortalidad, se aprecia mejor estudiando la evolución de la expectativa a estas edades, que en la de al nacer.
En base a las improntas que estas crisis dejan sobre las curvas de expectativa de vida, es posible distinguir claramente además de la crisis de la gripe de 1918 y la guerra civil, la gravísima crisis de 1941, provocada por las pésimas condiciones económicas de estos años, combinada con la mala cosecha de cereal del año 1940 y otras dos de menor impacto en 1946 y 1957. A lo largo del siglo se ha ido produciendo un creciente distanciamiento entre la esperanza de vida de las mujeres y la de los hombres. A principios de siglo esta diferencia rondaba los dos años y era ligeramente mayor en Andalucía, mientras que al final del mismo es cercana a los 7 años y ligeramente más elevada en España. Por último hay que remarcar la diferencia en esperanza de vida entre España y Andalucía, si bien Andalucía mantiene durante la mayor parte del periodo valores más bajos de esperanza de vida que los del conjunto de España, en la primera mitad de los años 60 se produce un periodo de fuerte convergencia entre los valores de este indicador.
Esta convergencia es evidente tanto en los varones, como en las mujeres y desaparece pronto, ya que en la segunda mitad de la década de los años 60, se separan de nuevo las esperanzas de vida de España y Andalucía. La diferencia se incrementa durante la década de los años setenta y se estabiliza durante los años 80. Si bien el fenómeno resulta paradójico, la convergencia de los años 60 está determinada por un patrón de mortalidad totalmente distinto del que determina la divergencia que comienza en los años 70. La evolución de las tasas de mortalidad por edad muestra que hasta las 10-14 años éstas siguen un orden inverso a la edad, es decir las tasas de mortalidad de los más jóvenes son más altas que las de los más mayores. El descenso relativo máximo no se ha producido en la mortalidad infantil, sino en el grupo de 1 a 9 años.
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La mortalidad infantil era en 1975 el 8% del valor que tenía en 1911, pero la mortalidad en los grupos de edad 1-4 y 5-9 había descendido aún más ,al 2% de su nivel de principios de siglo, aunque en valores absolutos las mayores ganancias seguían correspondiendo a la reducción de la mortalidad de menores de un año. En la evolución de la mortalidad de los párvulos (de 1-4) es fácil reconocer un primer periodo de fuerte descenso, en los años 1920-35, a continuación un fuerte y prolongado bache que comenzó en la guerra civil y se prolongó, con descensos moderados hasta la segunda mitad de los años 40. Desde entonces hasta finales de los años 60 existe otra fase de descenso importante prolongado, que se estabiliza a partir de 1970.
La mortalidad infantil por el contrario tiene una tendencia más estable, de manera que si exceptuamos los periodos de crisis, sólo podemos distinguir cuatro etapas en su evolución. Una inicial de estabilidad, que dura hasta la crisis de la gripe de 1918, una segunda en la que se produce un descenso que se mantiene hasta el inicio de la guerra civil, una tercera que corresponde a la salida de la crisis de mortalidad de la guerra y postguerra, más rápida en este grupo de edad que en el resto, de modo que, desde mediados de los años 40 se observa una disminución, que se prolonga hasta los años setenta, durante los cuales se intensifica nuevamente el ritmo de descenso.
La mortalidad en los jóvenes es relativamente baja en comparación con la mortalidad infantil o de la vejez, lo que conlleva que sus cambios y variaciones tengan un impacto sobre la esperanza de vida menor que los que afectan a otros grupos que sufren una mortalidad más intensa. Sin embargo, la menor repercusión sobre la esperanza de vida, no resta interés a este segmento de la población, muy al contrario, la mortalidad a estas edades es especialmente significativa, por la importante repercusión social, afectiva y económica que una muerte a estas edades provoca. Si bien las fases de su descenso son similares a las descritas anteriormente en los niños, hay comportamientos diferentes: el descenso de los años cincuenta es mucho más intenso en los jóvenes que en los niños, lo cual ocurre en parte porque el descenso de los jóvenes en los años cincuenta es reactivo al estancamiento de la década anterior.
El fuerte descenso de la mortalidad por tuberculosis, la principal causa de muerte en jóvenes en esta época, fue el motivo que más contribuyó a esta mejora. La evolución a partir de los años sesenta es cualitativamente distinta en estos grupos de edad, desde finales de los años cincuenta se observa una reducción importante del ritmo de mejora, llegando en algunos grupos quinquenales (varones de 20-25) incluso a la paralización del descenso, desde comienzos de los años sesenta.
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Una de las características más significativas de la evolución de la mortalidad en los jóvenes, es la marcada divergencia en la evolución de los dos sexos, que se hace evidente desde principios de los años sesenta. Si bien hasta los años treinta existía una sobremortalidad de las mujeres de 15 a 30 años, a partir de los años sesenta se invierte claramente la situación, divergiendo la mortalidad entre los sexos. La razón de esta divergencia es que el estancamiento de la mejora de la mortalidad de los varones, que aparece en los años sesenta, no se produce en las mujeres.
La evolución del grupo de tasas quinquenales de 40 a 64 años, muestra un descenso constante a lo largo del siglo, con la excepción de los periodos de crisis de mortalidad, mucho más intensas y manifiestas en estos grupos. La disminución de la mortalidad en los mayores de 60 años es constante desde principios de siglo, únicamente interrumpida por ocasionales crisis. Este descenso es más acusado entre los más jóvenes de este grupo y tiende, en los de más edad, a transformarse en estabilidad.
La evolución secular de los modelos provinciales de mortalidad en Andalucía es un tema complejo, en parte por las dificultades metodológicas del estudio de la mortalidad en áreas pequeñas. En las provincias, el error aleatorio es mucho más importante y además distinto en cada unidad de análisis, dadas las diferencias en el tamaño de sus poblaciones, en el periodo considerado, con provincias de cerca de 1,5 millones como Sevilla y otras que no llegan al medio millón. Con objeto de minimizar este problema, se debe recurrir a los indicadores más estables, de baja varianza. Las esperanzas de vida al nacer y a los 50 años cumplen relativamente bien estas condiciones, si se calculan con datos plurianuales. En nuestro caso hemos optado por calcular periodos trianuales, con objeto de asegurar que la estimación de las tasas específicas por edad se base en un número suficiente de defunciones.
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En el caso de la esperanzas de vida al nacer, se aprecia una fuerte convergencia entre las provincias, que culmina prácticamente en la década de los cincuenta y es mucho más evidente en el caso de las mujeres. Desde los años sesenta, las diferencias entre las esperanzas de vida provinciales fluctúan en una banda de 1,5 años como máximo en los hombres, mientras que a principios de siglo esta banda era cercana a los 6 años. En el caso de la esperanza de vida al nacer en el primer tercio del siglo aparecían con nitidez dos modelos espaciales: Jaén, Cádiz y Sevilla formaban una zona de alta mortalidad, claramente diferenciada del resto de Andalucía, sobre todo en el caso de los hombres. En los años setenta este modelo se transforma y se torna más difuso. Ya no existen diferencias provinciales en la mortalidad femenina y, en el caso de los hombres, se agrupan Huelva, Sevilla, Cádiz y Málaga, con menor esperanza de vida al nacer, frente a las provincias del noreste (Córdoba, Jaén, Granada y Almería) de esperanzas de vida más alta. Con relación a la esperanzas de vida a los 50 años, la evolución ha sido casi inversa. A principios de siglo no se aprecian diferencias, pues la evolución de este indicador es irregular y caótica. Sólo a partir de los años setenta, los desfases en las trayectorias provinciales en la nueva fase de la transición epidemiológica, provocan divergencias en la mortalidad de las edades avanzadas, los grupos más favorecidos en esta etapa.
1.3La evolución de la nupcialidad Malthus (1766-1834) fue el primero en plantear la importancia de la nupcialidad como sistema de control del crecimiento de la población. Junto a esto, el reciente interés de la demografía en la problemática de formación de hogares y familias, ha subrayado el tema del matrimonio como un momento clave del ciclo familiar, ya que este evento se suele asociar generalmente con la formación de un nuevo núcleo familiar y con la disolución parcial de otros dos.
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El modelo de nupcialidad de España en conjunto se integra más en el modelo de nupcialidad temprana, que en el de matrimonio tardío anglosajón, sin embargo la variedad regional dentro de España de los modelos matrimoniales es muy notable.
En concreto, Andalucía tiene además unos comportamientos nupciales bastante diferenciados entre sus provincias, por lo que, si bien, con respecto al conjunto de España su comportamiento medio no parece excesivamente diferente, esta media esconde como veremos importantes diferencias intrarregionales.
La nupcialidad de los solteros, evaluable mediante el indicador coyuntural de primonupcialidad (ICN), se mantiene relativamente constante hasta 1930, con fluctuaciones locales bastante pronunciadas. A partir de ese año, desciende bruscamente durante los primeros años de la república y, a mediados de los años 30, Andalucía registra los valores más bajos del siglo, en torno a 0,6 tanto para hombres, como para mujeres. Después de la guerra civil, aumenta la nupcialidad hasta alcanzar un máximo a principios de los años setenta, próximo a 1,2 en los hombres y a 1,1 en las mujeres. Desde mediados de los años cincuenta aparecen valores del ICN superiores a 1, situación que se prolonga prácticamente durante 20 años. Dado que no es factible que un soltero se pueda casar más de una vez, sólo podemos considerar este largo periodo en el que el indicador coyuntural de primonupcialidad se mantiene por encima de 1, como un periodo demográficamente excepcional, en el que confluyeron dos fenómenos de signo contrario: por un lado la recuperación del retraso de la nupcialidad de las generaciones mayores, que no pudieron casarse en los años 40, y por otro lado el adelanto de los matrimonios de las generaciones más jóvenes, que aprovecharon una coyuntura socioeconómica excepcionalmente favorable a la temprana formación de nuevos hogares. Prueba de lo anterior es la evolución de la edad media al primer matrimonio durante estos años de fuerte nupcialidad. Los ICN superiores a 1, que ya existían a mediados de los cincuenta, van asociados a edades medias al matrimonio muy altas: más de 29 años para los hombres y cerca de 27 para las mujeres, superiores a las que existían antes de la guerra civil (28 y 25 años respectivamente).
Si bien desde 1960 la edad media está claramente descendiendo, sólo a finales de los sesenta se llega a edades medias al matrimonio similares a las de antes de la guerra. La alta nupcialidad anterior agota la reserva de casaderos, acentuando la reducción de la nupcialidad que comienza ya a detectarse en los primeros años setenta, comienzo de la crisis de modelo económico de los años del desarrollismo. No se aprecian, a lo largo del periodo, diferencias importantes en la evolución de la intensidad de la nupcialidad en Andalucía en relación al conjunto de España. Tal y como se aprecia la evolución de la intensidad sigue tanto en España como en Andalucía las grandes tendencias que hemos marcado.
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Hasta principios de la década de los cincuenta los niveles de nupcialidad de Andalucía son claramente inferiores a los del conjunto de España, mientras que el periodo posterior, que se prolonga hasta los tiempos actuales, la nupcialidad es en Andalucía claramente superior a la de España. Hay que señalar que el comienzo de la fuerte emigración andaluza a principios de los cincuenta coincide con la inversión de las diferencias en la intensidad de la nupcialidad. La emigración provoca una escasez relativa de personas jóvenes, en edad de casarse, altera el equilibrio del mercado matrimonial y afecto por esa vía a los indicadores coyunturales.
La edad al matrimonio de las parejas no está estrictamente relacionada con la intensidad de la nupcialidad, ya que es posible, al menos en teoría, una gran cantidad de combinaciones de regímenes nupciales. Pero lo cierto es que históricamente ha existido una clara asociación entre edad media tardía al matrimonio y alto porcentaje de celibato definitivo y a la inversa, edad media temprana al matrimonio y soltería definitiva casi inexistente. Esto se debe, razonablemente, a que la regulación social de la edad para el matrimonio ha desempeñado, al menos en la sociedad occidental, un papel clave en los mecanismos de regulación de la población en el pasado. Al fin y al cabo este método de “contención moral” era la alternativa propuesta por Malthus de control de la población para evitar el “freno preventivo” ejercido por la propia naturaleza, por medio de epidemias, guerras u otras catástrofes.
En una sociedad donde no se practique ninguna forma de anticoncepción y donde los nacimientos fuera del matrimonio no existan, la edad al matrimonio de la mujer es el principal predictor de los niveles de fecundidad de la población, dado que determina directamente el periodo efectivo de fertilidad de las mujeres. Aun en el caso de sociedades que no cumplan estrictamente estos dos criterios, la edad media al matrimonio sigue teniendo un gran interés para comprender los niveles y los modelos de fecundidad. Una manera de resumir la compleja serie de información que está relacionada con el calendario es la utilización del indicador transversal “edad media al primer matrimonio”. Este indicador, que resume en gran medida la información de las tasas por edad de la primonupcialidad en un año dado, se ha representado junto al indicador coyuntural de primonupcialidad (ICN) . La característica más llamativa de su evolución es su gran estabilidad, sobre todo si lo comparamos con la evolución de ICN, sometido a continuas y frecuentes inflexiones relacionadas con crisis o fluctuaciones económicas coyunturales. Este hecho refleja la estabilidad estructural de los comportamientos nupciales. A pesar de su estabilidad la evolución a largo plazo de la edad media sigue una lenta pero constante trayectoria, fruto sin duda de los cambios estructurales de los comportamientos nupciales.
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Hasta los primeros años treinta, la edad media al matrimonio es estable y alta, incluso para un patrón europeo (28 años en los hombres y 25 años en las mujeres). La Guerra Civil supuso sin duda una profunda alteración de los planes nupciales de los andaluces, afectados por la movilización y el largo conflicto, sin contar con que las pérdidas de vidas y el exilio impidieron para siempre la realización de muchos de ellos. El fuerte pico de matrimonios de 1940 fue sin duda producido por la desmovilización tras tres años de guerra, que permitió que se realizaran muchos de los matrimonios aplazados por el conflicto. Sin embargo, los cambios en los comportamientos nupciales fueron más importantes que un simple reajuste para compensar el tiempo perdido. La edad media al matrimonio creció bruscamente cerca del año y medio en los varones y un poco más de un año en el caso de las mujeres.
En los años cuarenta, la nupcialidad se ve muy afectada por las alteraciones del mercado matrimonial, provocadas por los desequilibrios entre los efectivos de hombres y mujeres en edad de casarse. A mediados de los años cincuenta comienza el paulatino descenso de la edad media al matrimonio, por una parte como consecuencia de la disminución de la nupcialidad de los varones mayores de 30 años y de las mujeres mayores de 25, resultado sin duda del agotamiento de la reserva de solteros que han producido los años anteriores de alta nupcialidad, y por otra parte, coincidiendo con el fenómeno anterior, la nupcialidad de los grupos más jóvenes comienza a aumentar. La edad media sigue disminuyendo a lo largo de los años sesenta.
En la modificación de los patrones de nupcialidad de los años cincuenta y sesenta confluyeron sin duda dos circunstancias: una demográfica relacionada con las variaciones de los efectivos respectivos de hombres y mujeres en edad de matrimonio, que propiciaba un aumento de la nupcialidad y otra socioeconómica muy favorable, tras la salida del largo túnel de la autarquía, con una etapa de pleno empleo y fuerte desarrollo industrial en los años sesenta. El cambio producido a mediados de los setenta, con disminución de la nupcialidad primero y retraso de la edad media al matrimonio, un poco después, es el resultado de la confluencia de un doble agotamiento, el demográfico y el económico (la crisis económica de los 70).
El análisis de la nupcialidad en las provincias lleva a plantearnos si existe realmente un modelo de nupcialidad andaluz, ya que las diferencias entre provincias son muy marcadas, superiores a las que separan a Andalucía del resto de España. En realidad, la nupcialidad en Andalucía es un promedio de dos modelos muy diferenciados. Donde más claramente se vislumbran estas diferencias es en la evolución de la edad media a la nupcialidad. La evolución global de la edad media sigue en todas las provincias andaluzas la trayectoria general que hemos descrito en el apartado anterior: estabilidad antes de la guerra, bruscos crecimientos en la posguerra, inflexión del crecimiento a finales de los cincuenta seguido de un rápido descenso hasta 1980.
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Sin embargo, y sobre todo en el caso de las mujeres, Huelva, Sevilla y Cádiz forman un grupo de provincias en las que la edad media al matrimonio es tardía y Almería, Granada y Jaén, forman otro grupo caracterizado por edades medias al matrimonio muy jóvenes. En Málaga y Córdoba existe un patrón intermedio que al final del siglo se escora más claramente al modelo occidental. Almería es la provincia con un modelo nupcial más claramente diferenciado.
En Andalucía a principios de siglo el indicador coyuntural de fecundidad (ICF) alcanzaba valores claramente superiores a 4 hijos por mujer y en el año 1975 aún mantenía valores muy altos de 3,2 hijos por mujer. Sin embargo, como veremos a continuación, la evolución de la fecundidad en Andalucía ofrecía ya en estas fechas gran parte de las claves de lo que sería uno de los fenómenos más llamativos de la evolución demográfica andaluza en este siglo: el rápido hundimiento de la fecundidad en la segunda parte de los años setenta. Desde una perspectiva del largo plazo, el descenso de la fecundidad está fuertemente conectado con la disminución de la mortalidad que le ha precedido en épocas anteriores.
En Andalucía, aun en 1910, la probabilidad de que un recién nacido llegara a celebrar su décimo cumpleaños, no llegaba al 60%, es decir, dos de cada cinco nacidos morían antes de cumplir dicha edad. Una familia andaluza de principios de siglo que quisiera asegurar con un 99% de confianza que al menos uno de sus hijos llegara a cumplir los 10 años, precisaba engendrar unos 5 hijos, mientras que con los niveles de mortalidad de la actualidad tal nivel de confianza se obtiene con solo 1,02 nacidos.
La estrategia reproductiva de tipo extensivo, producir muchos niños para asegurar que al menos unos pocos lleguen a adultos, era racional, aunque esta estrategia limitara las posibilidades de inversión en atención y educación en cada uno de los hijos. La fuerte bajada en la mortalidad que ha ocurrido en este siglo en Andalucía ha jugado un papel clave en la aparición de un nuevo modelo reproductivo, además, paralelamente y en mutua interrelación se han producido substanciales cambios culturales y socioeconómicos. En un apartado anterior se ha mostrado con detalle la evolución secular de la natalidad, la cual es función tanto de los cambios en los comportamientos reproductivos (intensidad y calendario) como del tamaño y la estructura de la población. En el análisis de los cambios en los comportamientos reproductivos usaremos dos indicadores transversales que eliminan los efectos de tamaño y estructura: el ICF y la edad media a la maternidad.
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En la evolución secular hasta 1975 de estos dos indicadores para Andalucía y España se aprecian claramente las diferentes e irregulares fases del descenso de la fecundidad en este periodo. La evolución del ICF muestra que prácticamente durante todo este periodo ha existido una tendencia estructural descendente, aunque con periodos de grandes y dramáticas oscilaciones reactivas. Sólo el decenio que va de 1954 a 1964 constituye un periodo de crecimiento continuado de la fecundidad en Andalucía. Si bien existen otros periodos cortos de crecimiento del ICF, como en los años cuarenta, éstos son irregulares, de corta duración y reactivos a un hundimiento de la fecundidad en los años anteriores, como consecuencia de las alteraciones del calendario reproductivo de las familias. Un periodo de crecimiento de la fecundidad, corto pero no tan irregular como el de los años 40 se produjo en Andalucía, durante los primeros años de la década de 1920. Si bien originalmente el crecimiento del ICF, en este periodo, parece reactivo a la crisis ocasionada por la guerra europea y por la gripe de 1918, los altos niveles de fecundidad se prolongan desde los primeros años veinte hasta 1926. El ICF retoma su descenso a partir de la pequeña crisis demográfica de 1927.
Durante la república, en 1934, comienza un periodo de muy fuerte descenso de la fecundidad, asociado con la fuerte bajada de la nupcialidad que se produjo a partir de 1931. Tras el esperable desplome de la fecundidad en los años de guerra, tanto por la separación física de las parejas como por la incertidumbre y malas condiciones de vida, los años 40 fueron años de extraño comportamiento de la fecundidad.
La extraordinaria recuperación del año 1940 ha dejado una imborrable huella sobre todas las pirámides posteriores de la población andaluza. Durante prácticamente toda la década de los 40 la fecundidad tuvo un comportamiento fuertemente oscilante con años de crisis y otros de fuertes recuperación en coincidencia con las inestables condiciones socioeconómicas que se vivieron en estos años en Andalucía. Otra importante caída de la fecundidad se produjo en 1946 asociada a otro mal año agrícola en 1945 y al régimen autárquico, internacionalmente aún más aislado. Las fuertes oscilaciones de la fecundidad de estos años reflejan un potencial de fecundidad alto, producido por las abundantes generaciones de mujeres en edad de tener hijos, pero con planes familiares retrasados por la inestable situación socioeconómica de la época. La recuperación de la fecundidad que potencialmente estaba presente en los años cuarenta comienza claramente a expresarse en los primeros años cincuenta, coincidiendo con la desaparición del aislamiento internacional y con unas tímidas reformas en el régimen económico anterior. En el año 1950 el ICF de Andalucía es de 2,73, el valor más bajo de este periodo, si exceptuamos los años excepcionales de la guerra. En 1964, el ICF había subido hasta un valor de 3,55.
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Este prolongado periodo de crecimiento de la fecundidad se produce en Andalucía con la misma cronología que en el conjunto de España, con un comienzo ligeramente retrasado con relación a la mayoría de los países de nuestro entorno europeo, cuya fecundidad crece ya a finales de los cuarenta, muy rápidamente tras la salida de la segunda guerra mundial. Al contrario que en el anterior caso, su punto más alto del ciclo se alcanza en 1964 y lo hace en sincronía con todos los países europeos de nuestro entorno.
A partir de 1964, en Andalucía comienza un periodo de lento descenso de la fecundidad de manera que en 1975 el ICF se encontraba aún alto, 3,19. Este descenso en Andalucía se produce en sincronía con la mayoría de los países Europeos, sin embargo en la mayoría de éstos, el descenso es mucho más rápido e intenso. Las razones de la existencia de este largo periodo de alta fecundidad, que se prolongará durante más de 20 años, hay que buscarlas en la coincidencia de varios procesos. Por un lado la existencia de un potencial de fecundidad no realizado compuesto por las cohortes que debido a las circunstancias excepcionales de la guerra civil y la posguerra, en algunos casos más dura, tuvieron que retrasar sus planes nupciales y familiares a la espera de una coyuntura más favorable. Tal coyuntura más favorable se inicia en los años cincuenta, cuando tímidamente se abandona la política económica autárquica y muchos de los presupuestos ideológicos que la sustentaban.
El largo periodo de crecimiento y relativa estabilidad que durante esta época se producen posibilitarán que por un lado las cohortes más antiguas completen en esta época sus planes familiares y por otro que las cohortes más jóvenes, dada las mayores oportunidades de obtener empleo y conseguir vivienda, comiencen antes su ciclo familiar con un matrimonio y una maternidad más precoces. En 1975 a pesar de que la fecundidad lleva más de 10 años de lento descenso, sus valores son aún muy altos, los más altos de España y también entre los más elevados de Europa. Sin embargo, en estas fechas hay señales que presagiaban el hundimiento de la fecundidad que ocurriría en la segunda mitad de los años setenta.
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Gráfico con la tasa de mortalidad infantil y la tasa bruta de mortalidad en España entre 1975 y el año 2017. |
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Desde el comienzo del ciclo de crecimiento de la fecundidad a principios de los cincuenta, la edad media a la maternidad está descendiendo de manera muy importante, incluso se acelera en el decenio 1965-75. Si en 1955 la edad media a la maternidad era de 30,6 años, diez años más tarde ha descendido en 0,3 años, pero cuando más intensamente descenderá será en los siguientes diez años, alcanzando los 29,3 años, casi un año menos que diez años atrás. Este fuerte descenso se produce tanto por el descenso de la fecundidad de las mujeres mayores y por una reducción de los nacimientos de orden superior, como por el adelanto del nacimiento del primer hijo. Aunque no tengamos información sobre el orden de los nacimientos para el periodo anterior a 1975, podemos inferir que durante esta época la edad media al nacimiento del primer hijo estaba descendiendo considerablemente dada la rápida disminución de la edad media al matrimonio de las mujeres. Así pues la alta fecundidad de los años cincuenta y sesenta se debe a la vez al retraso anterior, que ahora se recupera, de los planes familiares de las cohortes más antiguas y al adelanto de las más jóvenes, propiciado por una situación económica de crecimiento excepcional que favorecía la rápida realización de estos planes. Esta fuerte concentración temporal de los planes familiares lleva en sí la semilla de un próximo descenso de los indicadores coyunturales de fecundidad: dado que el adelanto de estos planes, principal responsable del mantenimiento de los altos niveles de fecundidad en la primera parte de los setenta, no puede continuar durante mucho tiempo.
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Igual que no se puede hablar de un único modelo andaluz de nupcialidad, tampoco existe un modelo único de fecundidad, hay diferencias intrarregionales según evolución por provincias. No es posible identificar un modelo único de evolución, que las provincias hubieran seguido con desfases temporales. Sí existen, sin embargo, algunas similitudes en las evoluciones y bastantes características históricas muy particulares. Sevilla y Málaga son las provincias que registran una evolución más parecida, con valores del ICF sistemáticamente por debajo de la media regional y con cierta sincronía en los ritmos y tiempo de cambio de tendencias de este indicador. La baja fecundidad de estas provincias podría estar en relación con un mayor grado de urbanización y desarrollo económico. Sin embargo, Huelva es la que mantiene durante toda la época los niveles de ICF más bajos de Andalucía. Por el contrario, en el otro extremo de Andalucía, Almería, una provincia que se está despoblando por una fuerte emigración durante casi todo el siglo, mantiene niveles muy altos de fecundidad y tiene, con diferencia, las edades medias a la maternidad más bajas, cerca de un año menos que la media andaluza. Córdoba es la provincia en la que se observan las edades medias más altas y diferenciadas del resto de las provincias, sin embargo el ICF evoluciona con cronología y niveles similares a los de Granada y Jaén. Por último Cádiz tiene una alta fecundidad pero con frecuentes y extrañas oscilaciones a lo largo del siglo. Un hecho notable en la evolución de las provincias es que el suave descenso de la fecundidad que se produjo en el conjunto de Andalucía después de 1964, no se produjo ni en Málaga ni en Sevilla, las dos provincias que han tenido históricamente fecundidad más baja que el resto de las provincias, esta evolución dispar de estas dos provincias hace que tengan los ICF más altos en torno a 1975.
Granada 10 de febrero de 2025.
Pedro Galán Galán.
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