PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

martes, 21 de mayo de 2024

NÚCLEOS TURDETANOS DE POBLACIÓN FORTIFICADOS FORMABAN UNA LÍNEA QUE SE LOCALIZABA ENTRE LA VEGA DEL GUADALQUIVIR Y LAS TIERRAS DE SECANO DE LA CAMPIÑA NORTE GIENNENSE, PASANDO POR ARJONILLA, ARJONA, HIGUERA DE ARJONA Y CAZALILLA.

POSIBLEMENTE ESTOS ASENTAMIENTOS SE PRODUJERON POR EL INTERÉS DE TARTESSOS DE ACCEDER A LA ZONA MINERA DE CASTULO, ESTA PUDO SER LA RAZÓN DEL OPPIDUM IBÉRICO DE LA ATALAYA EN MANOS DE TÚRDULOS, O TURDETANOS A PRINCIPIOS DEL SIGLO VI ANTES DE CRISTO.

En este artículo intentamos indagar en un tema harto desconocido, buscando fuentes históricas indirectas que nos expliquen la población ibérica del núcleo territorial de la Atalaya de Lahiguera. Nos basamos en la existencia de núcleos de población ibérica que pudieron pertenecer a la etnia de los Túrdulos o Turdetanos o de los Mastienos o Mastetanos.

Los íberos, una civilización que floreció en la Península Ibérica desde el siglo VI a.C. hasta la conquista romana, se destacaron por su notable desarrollo cultural, social y económico. Habitaban principalmente las regiones costeras del este y sur de la península, en áreas que corresponden a las actuales comunidades autónomas de Cataluña, Valencia, Murcia y Andalucía. Eran conocidos por su habilidad en la metalurgia, la agricultura y el comercio, siendo este último facilitado por su contacto con fenicios y griegos.

La estructura social íbera era compleja, con una jerarquía que incluía nobles, guerreros y campesinos, y su organización política estaba basada en pequeños reinos o tribus gobernadas por reyes locales. La religión jugaba un papel central en su sociedad, con un panteón de deidades y prácticas rituales que incluían sacrificios y ofrendas. Los íberos dejaron un legado arqueológico impresionante, incluyendo esculturas como la Dama de Elche, cerámicas decoradas y restos de fortificaciones. Su resistencia a la invasión romana, aunque finalmente infructuosa, es testimonio de su valor y determinación.

Íberos pobladores de nuestras tierras.

Hacia el 1200 a.C., en la parte meridional de la península ibérica, se formaron los reinos de los tartesios, según la mitología.

En el 1600 antes de Cristo, colonizadores de Anatolia llegaron a los centros mineros de Almería buscando plata y estaño. Mantuvieron relaciones con los aborígenes hasta la llegada de los Pueblos del Mar hacia el 1200 antes de Cristo. No hay evidencia de que trajeran caballos, aunque conocían su uso. Los objetos encontrados incluyen armas y adornos de plata y oro en los ajuares funerarios.

Alrededor del 1200 antes de Cristo, los teresh o tartesios, provenientes de Lidia, se asentaron en las actuales provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz, junto al río Tartessos (luego Betis, ahora Guadalquivir). Éforo de Cime menciona que Tartessos estaba a dos días de viaje del estrecho de Gibraltar. Marco Veleyo Patérculo sitúa la fundación en 1104 antes de Cristo.

La cultura tartésica se destacó por la minería, especialmente de bronce, plata y oro, y por su comercio activo. Practicaban una agricultura avanzada, eran buenos navegantes y pescadores, trabajaban los metales y conocían la escritura.

Su organización política era avanzada, con una capital gobernada por un monarca. La sociedad estaba dividida en clases: una clase alta mercantil y terrateniente, comerciantes y trabajadores en las clases intermedias, y esclavos en la parte baja.

En el siglo X antes de Cristo, los fenicios de Tiro fundaron Gadir para comerciar con los tartesios, atrayendo a otros asentamientos en la costa de Málaga y el bajo Guadalquivir. El esplendor de Tartessos se vio influenciado por los fenicios desde el 800 antes de Cristo.

En el siglo VII antes de Cristo, el rey Argantonio ayudó a los griegos de Focea contra los persas. Tras la derrota griega en Alalia (535 antes de Cristo), los cartagineses monopolizaron el comercio con Tartessos. Hacia el 500 antes de Cristo, Tartessos y su capital fueron aniquilados por Cartago.

Después de esta destrucción, Gadir se convirtió en el principal centro comercial y de poder en la región, confundido posteriormente con Tartessos. A partir del siglo V antes de Cristo, Tartessos desapareció de los registros históricos, fragmentándose en estados menores regidos por los turdetanos o túrdulos.

Tartessos fue la región prerromana situada en el suroeste de la península Ibérica, en las actuales provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla y habitada por los tartesios. El texto más antiguo que habla de Tartessos es un pasaje de Heródoto incluido en su narración de la fundación de la colonia de Cirene, entre los años 630-620 antes de Cristo. En este relato cuenta como un tal Coleo de Samos, que se dirigía navegando de Egipto a Creta, sufrió una terrible tormenta y se desvió más allá de las Columnas de Heracles, llegando a un lugar llamado Tartessos que era rico en oro y plata y un emporio, en el sentido de un lugar de comercio. Con las ganancias que efectuó en el viaje, Coleo se convirtió en el más rico de los comerciantes griegos. Según estas referencias, Heródoto presenta a Tartessos como una entidad política en las costas sudoccidentales de Iberia, con una existencia, al menos, desde los siglos VII-VI antes de Cristo, y gobernada por una dinastía histórica. Otras referencias a Tartessos tienen connotaciones más míticas, como el relato del robo de los bueyes de Gerión por Hércules (Estesícoro de Hímera); la alusión a la longevidad de los reyes tartésicos o la improbable relación de la “Tarsish” bíblica con Tartessos. El proceso formativo de Tartessos se inicia en el Bronce Final (siglo IX antes de Cristo), aunque será a partir de la colonización fenicia cuando se acelere el crecimiento económico de la región gracias al control sobre la producción minera y su comercio. La crisis del mundo Tartésico acontece en el siglo VI antes de Cristo, generalmente atribuido a la intervención de los cartagineses en el panorama económico y político de la Península y al declive comercial. Los turdetanos serán los herederos de los tartésicos.

Turdetania fue la región prerromana del suroeste de la península Ibérica poblada por turdetanos o “turdetani”, pueblo considerado casi unánimemente por los investigadores como los descendientes históricos de los tartésicos. Según algunos autores pudieron tener una raíz semejante en sus nombres: “tart-“ y “turt-“. Según la descripción de Estrabón (“Geografía”, III, 1, 6) y de Ptolomeo (“Geografía”, II, 3), los turdetanos ocuparían el valle de Guadalquivir (campiña cordobesa y sevillana), zonas de la Baja Andalucía (actuales provincias de Cádiz y Huelva) y el sur de Badajoz. Al norte lindaban con los túrdulos, al este con los bastetanos y al oeste con los conios. Sobre esta región hay más datos que sobre cualquier otra, debido a su cultura más avanzada a la llegada de los romanos. Serán los escritores latinos los que informen sobre la uniformidad de su lengua y su cultura y de la existencia de leyes (Estrabón, “Geografía”, III, 1, 6). La lengua de los turdetanos parece ser de raíz no indoeuropea y se poseen numerosas inscripciones de los siglos VII-VI antes de Cristo, en alfabeto no ibérico, que no han podido ser descifradas hasta el momento. Ptolomeo (“Geografía”, II, 3) incluye 46 ciudades en la Turdetania, no todas ellas identificadas. Entre los asentamientos más representativos en la provincia de Huelva se encuentran Onoba (actual ciudad de Huelva), Tucci (Tejada la Vieja, Escacena del Campo) e Ilipla (Niebla). En Sevilla, Astigi (Écija), Carmo (Carmona), Caura (Coria del Río), Ilipa (Alcalá del Río), Italica (Santiponce), Laelia (en el Cerro de la Cabeza, Olivares), Nabrissa (Lebrija), Urso (Osuna), Spal (Sevilla). En la provincia de Córdoba, Ucubi (Espejo) y la propia ciudad prerromana de Córdoba, sobre la “Colina de los Quemados”, cuyo nombre indígena se desconoce, pero probablemente fuera Corduba (posterior Colonia Patricia). En la provincia de Cádiz, las ciudades de Asta y la posterior de Hasta Regina (Mesas de Asta, Jerez de la Frontera), Iptuci (Cabezo Hortales, en Prado del Rey) y Castillo de Doña Blanca (Puerto de Santa María), de la que no se ha conservado el nombre. Todos estos lugares tienen ocupación desde el Bronce Final y fueron prósperos enclaves en época fenicio-tartésica, alcanzando la época íbero romana con ligeras variaciones. Tanto la Turdetania como el territorio de los túrdulos pasarán bajo la dominación romana a formar parte de la provincia de Hispania Ulterior y después de la provincia de la Baetica. En época de Heródoto la uniformidad cultural entre ambos pueblos era tal que era difícil distinguirles.


Vestimentas y adornos de los Turdetanos.  
Los turdetanos, pueblo prerromano, habitaban la Turdetania, región que se extendía por el valle del Guadalquivir desde el Algarve en Portugal hasta Sierra Morena, coincidiendo con los territorios de la civilización de Tartessos. Al norte limitaban con los Túrdulos, al oeste con los Conios y al este con los Bastetanos. Tartessos, influenciada notablemente por fenicios y griegos, perdió su monarquía, presuntamente por represalias fenicio-púnicas debido a su apoyo a los focenses tras la batalla de Alalia en el siglo VI antes de Cristo. De esta caída emergió la nueva civilización turdetana, heredera de Tartessos, adaptándose a las realidades geopolíticas de su tiempo.

Tras perder el vínculo comercial y cultural con los griegos, la Turdetania fue influenciada por Cartago, aunque preservó y desarrolló aspectos de su herencia cultural tartesia. Los turdetanos, conscientes de su linaje tartesio, conservaban sus características culturales distintivas incluso con la llegada de los romanos. Estrabón resaltó en sus crónicas que los turdetanos eran considerados los más cultos entre los iberos, poseedores de un sistema de escritura, y mantenedores de tradiciones ancestrales, incluyendo crónicas históricas, poemas y leyes en verso, que afirmaban tener una antigüedad de más de seis mil años.

Pueblos prerromanos en la Península Ibérica.

Vestimentas y adornos de los Túrdulos.
 
Turdulia fue la región prerromana del sur de la península Ibérica poblada por los túrdulos o “turduli”. Según Estrabón (“Geografía”, III, 1, 6), que toma los datos de Polibio (“Historia”, XXXIV, 9), se sitúan al norte de la Turdetania, ocupando áreas de la Alta Andalucía, concretamente las actuales provincias de Granada, Córdoba y Jaén y zonas costeras de Cádiz, Huelva, Málaga y Almería. Plinio (“Nat. Hist.”, IV, 116 y 118) menciona a los túrdulos en la Baetica y Ptolomeo (“Geografía”, II, 3) da el nombre de 28 ciudades pertenecientes a este pueblo, no todas ellas identificadas en la actualidad. Algunas de estas ciudades serían: Calpurniana (de localización incierta dentro de la provincia de Córdoba), Corduba, Ulia (Montemayor, Córdoba), Obulco (Porcuna, Jaén), Murgis (El Ejido, Almería), Tucci (Martos, Jaén), Onuba (Huelva, citada por Estrabón como turdetana), Vesci y Oscua (de ubicación incierta y discutida), Lacibis (Grazalema, Cádiz), Sacili (Sacili Martialium, según Plinio, Pedro Abad, Córdoba), Lacipo (Cortijo de Alechipe, Casares, Málaga) e Iliberri (Granada). Tanto la Turdetania como la región de los túrdulos pasará bajo la dominación romana a formar parte, primero, de la Ulterior y, después, de la provincia de la Baetica. En época de Heródoto la uniformidad cultural era tal que era difícil distinguir ambos pueblos. 

Los Túrdulos en Iberia.

Las fuentes escritas no aportan la denominación del territorio, sino la del pueblo. Se valida el descriptor Turdulia con el mismo criterio empleado por los escritores clásicos para denominar las regiones prerromanas, donde, por ejemplo, de “carpetani” deriva Carpetania o de “sedetani” Sedetania.

Oretania es la región prerromana del centro sur peninsular que abarcaba la zona oriental de Sierra Morena y la parte suroriental de la Meseta, cuya capital meridional fue Cástulo. La mención más antigua sobre los oretanos se produce en relación con la expansión cartaginesa, cuando Polibio narra cómo Amílcar venció al rey Orison. Referencias posteriores, a partir del siglo I antes de Cristo, contribuirán a crear cierta confusión con respecto a su situación geográfica y definición cultural. Según Estrabón (“Geografía”, III, 3, 2), los oretanos llegarían hasta las mismas costas del Mediterráneo. Este dato no es citado por ningún otro autor posterior, por lo que es posible que se trate de un dato erróneo tomado de Artemidoro de Éfeso. Polibio, Plinio y Ptolomeo coinciden en situar la región a ambos lados de Sierra Morena, en las actuales provincias de Jaén y Ciudad Real. El territorio de los “oretani”, según los escritores latinos, u “orissios”, según los escritores griegos, se situaría entre los valles de los ríos Guadiana y Guadalquivir, con Sierra Morena, que actúa como verdadero eje vertebrador de la región. La zona tiene indudable valor estratégico en la comunicación de Andalucía con la Meseta y el Levante. Al norte limitarían con la Carpetania, al oeste con Vettonia, al sureste y sur con la Turdetania, al este con la Bastetania y al noreste con la Celtiberia. La región poseía una gran riqueza minera, circunstancia que favoreció el contacto con fenicios y cartagineses, así como la formación de élites aristocráticas que controlaban el territorio y consumían productos de lujo. Comparada con otras regiones estuvo poco romanizada, aunque la red viaria se potenció como en ninguna otra zona para dar salida a las materias primas. Alguna de las principales ciudades de la zona septentrional citadas por Ptolomeo (“Geografía”, II, 5) fueron Oreto u Oretum, la capital del norte, Sisapo, Mentesa o Libisosa. También cita Laminium, presente tanto en el “Itinerario de Antonino” como en el “Ravennate”. Se ha especulado mucho sobre la ubicación geográfica de esta ciudad, que llegó a ser municipio romano, y que actualmente se reduce por unanimidad en Alhambra (Ciudad Real). En cuanto a las ciudades principales de la zona sur (actual provincia de Jaén) se encuentran Castulo, Baecula (Bailén), Tucci (Martos) que, según Ptolomeo, sería una ciudad túrdula, Tugia (Toya, Peal de Becerro, Jaén) e Iliturgi (Mengíbar). Además, hay otras poblaciones citadas por las fuentes clásicas que no han sido identificadas hasta el momento: “Cervaria”, “Lacouris”, “Loupparia”, “Salica”, “Aemiliana”, “Egelasta”, así como una serie de “oppida” y localidades de los que no se conoce su nombre antiguo: El Amarejo, El Salobral y la Quéjola, en Albacete; el Cerro de Alarcos y el Cerro de las Cabezas en Ciudad Real; Úbeda la Vieja, Castellones de Ceal y Puente de Armas, en Jaén.


La Oretania no acuñó moneda en la misma medida que otras ciudades prerromanas. La única ciudad que emitió moneda de forma continua fue Castulo, ya desde época Bárquida. Posteriormente, en época romana continuará la emisión de bronces, y se constituyó como la ceca abastecedora más importante de la Baetica, con numerosas falsificaciones de sus monedas. En el caso de Sisapo acuñó una pequeña emisión de plata y divisor, pero la no continuidad de la misma indica que no fue imprescindible para el desarrollo minero de la región.

Vestimentas y adornos de los Bastetanos.

Bastetania fue la región prerromana que se extiende por las altiplanicies granadinas, el sur de la provincia de Jaén, zonas de Córdoba y Málaga, el sudoeste de Albacete y el interior murciano. La investigación acepta la tesis de Üntermann (Üntermann, Jurgen: The Origin of the Family Private Property and the State) referente a que la zona toma el nombre de una de las principales ciudades, Basti, la actual Baza, y estaba habitada por los “bastetani”, pueblo citado por Polibio (III, 33, 9) y Tito Livio (XXXVII, 46, 7) durante el periodo de la conquista y expansión. Estrabón (“Geografía” III, 4, 1) dice que entre Calpe y Cartagena viven la mayoría de los bastetanos, a los que les suele llamar también bástulos o libiofenicios. Plinio (“Nat. Hist.” III, 4, 19) sitúa la Bastetania inmediatamente al sur de Contestania y Carthago Nova. Este autor es el primero que cita la “regio Bastitania”, aunque en otros pasajes utilizará el topónimo más habitual de Bastetania. Siguiendo a este autor, la “regio” es un territorio interior perteneciente a la Citerior o Tarraconensis y dentro del Conventus Carthaginensis, que tendría una salida directa o próxima al mar a través de Urci. Ptolomeo (“Geografía”, II, 5) encuadra a sus habitantes entre la Contestania, la Oretania, la Edetania y la Lobetania. Nos proporciona además el nombre de 16 ciudades, de las cuales la única que se puede identificar con seguridad es Acci (Guadix) y, con ciertas reservas, Asso (Caravaca de la Cruz, Murcia), Ilunum (quizá el Tolmo de Minateda, Hellín, Albacete) y Saltigi (Chinchilla de Monte-Aragón, Albacete). Entre los principales enclaves identificados con este pueblo en la provincia de Granada están Tutugi (Galera), Basti (Baza), Iliberri (bajo el barrio granadino del Albaicín), Acci (Guadix) e Ilurco, en el Cerro de los Infantes (Pinos Puente). Estos lugares suelen estar situados en posición estratégica, con una amplia visión sobre el territorio para el control de las rutas comerciales, y una importante actividad agropecuaria. Al parecer, los bastetanos no formarían una unidad geopolítica muy compacta, aunque sí parece probable que mantuvieran un sustrato cultural fuerte y homogéneo enraizado en las culturas argáricas de la Edad del Bronce. Según la tesis reciente de J.A. Salvador Oyonate, la dualidad entre Bastetania y la “regio Bastitania” se debería a la creación artificial de la segunda por parte de Augusto, una vez finalizadas las guerras en el norte de Hispania (1).

Cesar Augusto.

Tendría una función estratégica, de control y explotación sobre los territorios recién conquistados, por lo que no sería un territorio definido por un componente étnico y sus límites fueron variando según los intereses colectivos o individuales del Imperio Romano en cada momento. Esta “regio” incluirá territorios que anteriormente no fueron de etnia bastetana, como sería la salida al mar a través de Urci, los territorios del norte y oeste de la comunidad murciana y el sureste de Albacete. Con esta unión, Augusto se aseguraba el dominio administrativo directo de territorios geográficamente homogéneos pero rurales y proclives al bandolerismo, de especial riqueza minera.

La información que aportan las fuentes clásicas originan mucha confusión entre los límites de esta región y el territorio de los bástulos, al igual que ocurre en otras áreas peninsulares como son la Turdetania y el territorio de los túrdulos. Durante un tiempo se pensó que los bastetanos y mastienos eran el mismo pueblo, aunque actualmente la opinión más aceptada es que los bastetanos son herederos de los mastienos.

Bastulia fue región prerromana del sur de la península ibérica habitada por los bástulos. Sobre este pueblo existe una gran confusión debido a los datos contradictorios que aportan los escritores clásicos. De forma general, se situarían al sur de la Bastetania, y habitualmente se les confunde con ellos, debido a que quizá ambos convivieron en las áreas costeras del Estrecho de Gibraltar, Málaga y Granada. En ocasiones, son confundidos también con los mastienos, con quienes compartieron el territorio costero de Málaga. Los bástulos son un grupo formado por población de origen fenicio mezclados con población autóctona; llamados libiofenicios por Estrabón y blastofenicios por otros autores. Su economía está basada en la producción y comercialización de productos pesqueros y salazones.

Las fuentes escritas no aportan la denominación del territorio en el que se asentaron los bástulos, ya que siempre utilizan el gentilicio para referirse a ellos. Se valida el descriptor Bastulia con el mismo criterio utilizado por estas fuentes para denominar las regiones prerromanas, donde por ejemplo de “carpetani” deriva Carpetania o de “sedetani” deriva Sedetania.

La Beturia fue una extensa región de época prerromana situada entre Andalucía y la Meseta que cobró gran interés durante el proceso de romanización.

En la zona más occidental, la Beturia Céltica, contó con núcleos urbanos como Contributa Iulia (Medina de las Torres-Badajoz).

Delta del Guadalquivir con Tartessos según Schulten.

Por su parte, la parte más oriental de este territorio denominada Beturia Túrdula se corresponde hoy día en parte con las provincias de Ciudad Real, Córdoba y Badajoz.

Dependiente en época romana de la administración de Corduba, contó con centros notables como Mellaria (Fuente Obejuna-Córdoba) Sisapo (La Bienvenida-Ciudad Real) o Iulipa en la comarca de La Serena (Badajoz).

Riquísima en recursos mineros fundamentales para Roma, como el cobre y los derivados del mercurio, su paisaje se caracterizaba por un poblamiento disperso y vastas superficies de bosque mediterráneo y cultivos de cereal, que también la definen en la actualidad.

Un tema ciertamente complejo, y aún no resuelto de forma totalmente satisfactoria, es la estructura política, social o étnica que tuvieron los íberos. Se nos habla de tribus, etnias o pueblos: turdetanos, bastetanos..., para individualizar un tipo de estructura social, o bien, de Oretania, Bastetania o Turdetania, para delimitar un territorio con una estructura política, y sin embargo, no parece ser que los íberos tuviesen un centro nuclear que controlase un macroterritorio, con una denominación determinada, al menos no de una forma generalizada para cada uno de los pueblos que conocemos y que en algunos casos pudieron ser creación romana para una delimitación administrativa o política del territorio de Hispania. Expresivo de lo anterior es la siguiente cita de A. Adroher: “... pensamos que la Bastetania, si bien pudiera presentar algunos aspectos socio-culturales comunes, como hemos visto en parte de los componentes religiosos, así como un comportamiento económico común, al menos en determinadas ocasiones, no responden de igual manera a la presencia romana, lo que permite pensar que no se trata en ningún caso de una unidad política compleja, sino más bien, de una asociación de poblados que dependiendo de las circunstancias se amoldan a situaciones distintas con respuestas distintas; la Bastetania, es, así pues, desde nuestro punto de vista, un término acuñado en la república romana para describir o nombrar una zona que no debieron controlar desde un punto de vista cultural...” (2).

Celtíberos frente a los romanos.

Es razonable pensar que, en algunos casos, existiese un centro territorial que ante determinados eventos comunes, ejerciese de catalizador en la toma de decisiones, aunque finalmente fuese cada poblado de forma individualizada el que actuase según sus propios intereses sociales, políticos o económicos, ya que la estructura básica o principal entre los pueblos íberos no era la pertenencia a una determinada etnia sino a una ciudad o poblado representado por el oppidum como centro neurálgico de poder, y las torres satélites, junto a los asentamientos en llano como centros económicos. Consideramos que no es fácil delimitar zonas territoriales partiendo de los componentes étnicos o culturales, según se nos ha transmitido por los autores clásicos. De hecho si analizamos dos pueblos cercanos en la actualidad, podremos observar costumbres que difieren de forma notable entre ellos.

No está de más recordar que según recogen Blázquez y Castillo de los escritos de escritores latinos (3), la mitad occidental de la provincia de Jaén, en tiempos de los íberos sería una amalgama de pueblos: al norte los oretanos, al este los montesanos, al sur los bastetanos y al oeste los turdetanos. La ciudad de Tucci (Martos) para unos sería turdetana, para otros sería bastetana o incluso algunos autores, como es el caso de José María Blázquez y Arcadio del Castillo, indican que sería montesana. ¿Hasta dónde se extendían los límites entre cada uno de ellos si es que realmente tenían conciencia de pertenecer a distintos pueblos? La cuestión no es baladí (4).

Ya en tiempos sin fecha, parece que antes de la llegada de los iberos y de los túrdulos y turdetanos, fundadores de la ciudad de Turdeto, entre Jerez y Arcos, existieron otros pueblos, venidos la mayoría de África.

Algunos historiadores dan una relación, más o menos verídica, de pueblos venidos a nuestras tierras: Tubolitas, Geriones, Heráclidos, Atlantes, Africanos, que vinieran en el Periodo Paleolítico (Auriñaciense, Solutrense, Magdaleniense). También en el Neolítico, con influencia egipcia, vinieron Ligures, Celtas, Iberos del África, Tartesios (Túrdulos y Turdetanos), Fenicios, etc.

Las primeras huellas del hombre en las tierras de Jaén, localizadas en las proximidades de los cauces de los ríos, se adscriben de modo genérico a un periodo comprendido entre los 100.000 y los 35.000 años, y pertenecen a poblaciones del Hombre de Neandertal.

Hombres del Neandertal.

Hemos de considerar que todo el periodo comprendido entre esa fecha y el ahora tercer milenio de nuestra era, que corresponde a la época en que el hombre vivió exclusivamente de la caza y la recolección de frutos y semillas, presenta problemas de tanta importancia como fue la sustitución del Hombre de Neandertal por nuestra propia especie, los inicios de la organización social compleja, la aparición y difusión de la agricultura y la ganadería y su conversión en la principal fuente de recursos, etc. Nos es casi desconocido, de momento y a falta de las investigaciones arqueológicas necesarias, ya que somos conscientes de que no disponemos hasta el momento de investigaciones de altura, las actuales son escasas y antiguas, faltas de una rigurosa documentación que nos permita caminar más allá de los variopintos restos arqueológicos encontrados, dado que los lugares excavados no presentan estructuras que puedan visitarse, contando solamente con unas muestras en las piezas recuperadas que fueron depositadas en el Museo Íbero de Jaén.

Museo Íbero de Jaén.

A  partir del año 3.000 antes de nuestra era se consolidaron en nuestro territorio dos grupos humanos claramente diferenciados. El primero orientado a la ganadería, con ganado de cabras y ovejas principalmente, aunque sin dejar de lado los alimentos que les proporcionaba la agricultura. Estos grupos humanos habitaban en las zonas montañosas, en cuevas naturales y abrigos en la montaña, aunque con campamentos estacionales, seguramente habitados y abandonados en función de la abundancia y el agotamiento de los nutrientes vegetales del ganado. En esos asentamientos siempre se encontraron los restos de cerámicas decoradas, que habían fabricado como utensilios, junto a los adornos, brazaletes de piedra, cuentas de collar, etc.

El segundo grupo humano estaba asentado en las vegas de los ríos, aprovechando las mejores tierras para el cultivo, disponiendo en este caso de una ganadería complementaria de cerdo, cabra y oveja, como alimentos que complementaban la dieta cerealista. En estos casos establecieron campamentos algo más permanentes, que iban moviendo a medida que se agotaban la cubierta de los terrenos con su sistema de cultivo por roza. De estos últimos grupos sociales podemos ver sus materiales en el Museo Provincial abundantes cerámicas sin decorar, entre las que destacan las fuentes, con su forma característica, en función también de la dieta alimenticia basada en cereales y leguminosas. Además de objetos de sílex, hachas y azuelas de piedra pulimentada.

A lo largo del milenio, el agotamiento de los suelos y el crecimiento demográfico del grupo, forzaba la expansión “colonizadora” de nuevas tierras por los pobladores, primero extendiéndose por las riberas de los ríos, que les posibilitaban en mantenimiento del mismo sistema económico anterior, que estaban desarrollando, y luego se fueron extendiendo por la campiña.

Francisco Nocete señala que este complejo proceso condujo al dominio de una agricultura cerealista, mejor adaptada en las tierras de secano, para lo que pasan muy pronto a la utilización del buey para las faenas agrícolas, por lo que se convirtió  en un animal simbólico, como sugieren las figurillas de Porcuna (5).

La transformación de las bases económicas, condujo a la sedentarización de los grupos humanos, y por tanto surgió la necesidad de delimitar claramente el territorio para que fuese respetado como propio, y por tanto la necesidad de protegerse ellos y lo suyo. Así, se puede observar como los poblados se establecieron en lugares de fácil defensa como en nuestro caso se dio en La Atalaya, al tiempo que se hacían las primeras fortificaciones, como en los Alcores y Albalate en Porcuna. 

Audiovisual "Viaje al Tiempo de los Iberos" 2016.


https://www.youtube.com/watch?v=DTf8Ultioe8

El Cerro del Albalate se localiza a unos 3 km. en línea recta al Oeste de Porcuna, y a 1.500 metros al Sur del km. 58,5 de la carretera nacional 324 de Córdoba a Almería por Jaén. A unos 750 metros desde el cerro se encuentra el arroyo del Guindo, al Norte, y a 850 metros al Este y Sureste se encuentra el Salado que se encaja entre el cerro Albalate y el de los Alcores.

Se trata de un característico cerro testigo, con una cota de unos 400 metros, con pronunciadas pendientes hacia el Sur y el Este, mientras que por el Oeste y Norte, desciende progresiva y suavemente hasta el arroyo del Guindo, que nace de los manantiales de la Huerta de Albalate. Coordenadas U.T.M.: X = 392.650, Y = 4.191.750.

Casi toda la superficie del cerro se encuentra cultivada de  olivares que alternan con tierras calmas, lo que ha provocado el esparcimiento de los materiales por las laderas. El asentamiento ocupa una superficie amplia, en la que encontramos abundantes restos pertenecientes a la Edad del Cobre, tales como, fragmentos de platos, vasos, cuencos, pesas de telar, objetos de adorno, placas de arquero, hachas pulimentadas, molinos de mano, martillos de minería, puntas de flecha en sílex, pulidores, un idolillo de cerámica, así como varios objetos de metal. Algunas cerámicas llevan decoración campaniforme. Extraordinariamente abundantes resultan las láminas y dientes de hoz. 

La Cisterna romana de La Calderona en Porcuna (Jaén) fue uno de los principales depósitos para almacenar agua de la ciudad de Obulco que se ha conservado gracias a su situación bajo casas en la actual Porcuna. Dos mil años después de su construcción sigue llenándose de agua de forma natural. Se ubica en uno de los barrios occidentales de la extensa e importante Obulco, antigua Ibolca fenicia, y fue utilizada como refugio antiaéreo durante la Guerra Civil.

La cisterna romana de La Calderona, en Porcuna (Jaén) datada en el siglo I A.C se ubica en el borde del núcleo urbano actual de Porcuna y se emplazaba en uno de los barrios occidentales de la extensa Obulco, una de las grandes urbes de la Bética romana, antigua Ibolca, capital de los Túrdulos.

Su función original de abastecimiento público de agua a este sector del Municipium Pontificiense de Obulco “se ve superada por su soberbia monumentalidad constructiva a base de bloques y losas megalíticas” de piedra autóctona y “el estado intacto” en que ha llegado a la actualidad.

Esto la hace unos de los mejores monumentos arqueológicos romanos conservados de Hispania y del Mediterráneo Occidental.

La Calderona depósito de almacenamiento de agua en el Ibulco túrdulo.



Estrechamente unidos a esas fortificaciones se inicia un proceso de jerarquización social en el grupo, rompiendo así el igualitarismo básico existente hasta el momento, lo que se advierte en la aparición  de objetos importados de lujo, como marfil y metal, que estaban distribuidos solamente entre determinados miembros de la comunidad, eran los que destacaron del grupo en algún sentido de su economía. Sin embargo, la unidad de esta comunidad se garantizaba ideológicamente por el ritual de los enterramientos colectivos, que permitían a las élites presentarse como encarnación de la comunidad, lo cual indicaba la existencia de unas estructuras familiares amplias. Un proceso que parece consolidado hacia el 2000 antes de nuestra era.

Por su parte el grupo de las poblaciones de las sierra cambian poco, pese a que la difusión de las cerámicas sin decorar y la presencia de rituales de enterramientos colectivos, aunque realizados en dólmenes sugirieran la existencia de importantes contactos con las poblaciones de las vegas de los ríos.

En los siglos siguientes parece que se articula en la campiña norte  un centro político y económico, ubicado en Albalate (Porcuna). Donde  se refuerzan y amplían las fortificaciones, y donde se concentran la gran mayoría de objetos de lujo que llegan en esa época a estas tierras.

Paralelamente, el resto de la población de la campiña se reestructura, apareciendo pequeñas aldeas, plenamente orientadas a la agricultura, y en el límite del territorio, otras, con potentes fortificaciones y numerosos instrumentos bélicos como cuchillos, puntas de flecha, etc. Como son los aparecidos en el Cerro de la Coronilla en Cazalilla. Todos estos elementos demuestran, según parecer de Francisco Nocete, la existencia de un Estado, con sus poblados de frontera, con la doble función de controlar a la población propia, y defender el territorio frente a las poblaciones de las sierras, que en esa época parecen haber iniciado su expansión por el llano (6).

Hacia los años entre 1.600 y 1.500 antes de nuestra era este incipiente Estado parece entrar en crisis aparentemente por una oposición entre las élites periféricas de poblaciones fortificadas exteriores , y el centro político y económico de Albalate, que luchan por el control de los excedentes agrícolas, a lo que se añade, la cada vez mayor presión que van progresivamente ejerciendo las poblaciones de las sierras, y la penetración de nuevos conceptos materiales y sociales procedentes del Sureste peninsular que son una buena muestra de la pujanza de la cultura del Argar que por tierras almerienses se desarrolla.

El yacimiento arqueológico de los Millares (Santa Fe de Mondújar, Almería) estuvo en actividad durante la edad del Cobre, concretamente entre el 3200 y el 2200 antes de nuestra era.

Mapa de territorio argárico del sureste de la península ibérica.

Surgen así centros independientes que controlan sus propios territorios, lo que se advierte por la desaparición de las aldeas agrícolas especializadas, la concentración de la población en determinados asentamientos urbanos, con lo cual otros quedan abandonados, la destrucción de algunos poblados de frontera, la nueva articulación espacial de los asentamientos que siguen habitados, y el comienzo de la explotación sistemática de las minas de Sierra Morena (Peñalosa, Baños de la Encina).

La amplitud del cambio político puede ser la expresión de una profunda transformación social, que se caracterizó por la ruptura de la familia amplia, sustituida por una agrupación familiar más reducida y restringida. Ese cambio o ruptura social se materializó a nivel arqueológico en la sustitución del enterramiento colectivo en la necrópolis, por una inhumación individual bajo la propia vivienda, lo que indica que los ancestros ya no son comunes a toda la población del enclave humano. Esto es al mismo tiempo expresión de la emergencia de una clase aristocrática, que será la que acumule los excedentes de la producción agrícola, y, a través de ellos, se adquieran los elementos nuevos de procedencia exterior  o de lujo, como el marfil, metales, armas, determinados tipos de cerámica, etc. que se depositaran en las tumbas.

Hacia el 1.200 o el 1.100 parece producirse una fuerte crisis que puede afectar a todas las culturas de la Edad del Bronce, y que conlleva el abandono de la gran mayoría de los poblados, produciéndose  aparentemente un brusco descenso de población, cuyas causas siguen siendo desconocidas. El incipiente urbanismo anterior desaparece, y ahora sólo hay grandes cabañas ovaladas, agrupadas en poblados de pequeño tamaño, al tiempo que se reduce el número de formas de cerámicas realizadas.

A partir del siglo IX antes de Cristo, la campiña de Jaén parece recuperarse de la crisis sufrida a fines del II Milenio antes de Cristo. Cuando finaliza el siglo IX antes de Cristo, y también a lo largo de  todo el siglo VIII se observan algunas concentraciones de población, de la que son buenos ejemplos el Cerro de la Plaza de Armas de Puente Tablas en Jaén, y el Cerro de las Atarayuelas en Fuerte del Rey, Torrebenzala en Torredonjimeno o La Guardia.

Herma hallada en Torrebenzalá, en Torredonjimeno.

En algún caso parece que la población nunca abandonó el lugar de sus ancestros familiares, como parece que pudo ocurrir en Porcuna. En estos casos se trata de auténticas concentraciones de aldeas, caracterizadas por un modelo de casa de tipo de cabaña de forma circular y construida con materiales perecederos. Estas poblaciones se fundamentaron en una economía agrícola, y por lo que conocemos hasta ahora, estaba centrada en la producción de cereal y con una ganadería mixta de ovejas, cabras y vacas.

Esta fue una población adscrita culturalmente al Bronce Final, la que experimentó conforme se va adentrando en el siglo VII antes de nuestra era unos grandes cambios que en esos momentos sufre Andalucía.

A finales del siglo VIII antes de Cristo el Bajo Guadalquivir disfruta de sustanciales cambios culturales, económicos y políticos que conducen a la aparición de la aristocrática civilización tartésica, en relación directa con el auge de las colonias fenicias asentadas en el sur andaluz, entre las que destaca, también en esta zona la ciudad de Cádiz. Así comenzará a observarse como las concentraciones de las aldeas fortifican los perímetros de su centenaria ubicación y replantean interiormente los poblados, transformando las viejas cabañas redondeadas en casas cuadradas y rectangulares con zócalos de piedra y compartimentación de los espacios interiores de las viviendas.

Desde el punto de vista cultural y económico las viejas aldeas asumen la tecnología del hierro, que muy pronto pasará a ser clave en el instrumental del trabajo en el campo. Al mismo tiempo sustituyen la producción de cerámica a mano por el uso del torno del alfarero, y tras algunas experiencias con las técnicas decorativas y coloración y motivos de los dibujos sobre las nuevas producciones finas de vajillas hechas a mano, asumen la pintura roja y negra, y los motivos geométricos como elementos decorativos de su nueva forma de cerámica.

En el plano económico también inician un proceso, que si bien continúa desarrollando el sector agrícola con la potenciación del cereal, en el plano ganadero se inclinan por aumentar el ganado vacuno en detrimento de la oveja y la cabra. De este modo se conforman en la Campiña de Jaén los mismos modelos culturales y económicos que algunos años antes habían desarrollado en el Bajo Guadalquivir o en la costa mediterránea más oriental.

Monedas de Tartessos.


En el plano social el proceso parece algo más complejo, por cuanto no se conocen grandes concentraciones de riqueza como los tesoros tartésicos de la Baja Andalucía, ni los grandes enterramientos tumulares del tipo Setefilla en Sevilla o La Joya en Huelva, sin embargo los grandes cambios producidos hacen pensar en que así se inicie de forma irreversible un proceso de transformación social que acabe con los modelos igualitarios de la sociedad del Bronce Final, en sus fases más antiguas, y comience a producirse una cierta concentración de riqueza en pocas manos, que dará lugar a finales de ese siglo VII o a principios del siglo VI antes de nuestra era, a una aristocracia orientalizante, que le gustaba dar signos de su poder, en el marco de los poblados , con la posesión de productos exóticos e incluso en la construcción de los modelos de las nuevas necrópolis, como quedó demostrado ya en algunas tumbas como la de la Bobadilla en la Campiña, o fuera de la Campiña en la ciudad de Cástulo.

Cástulo, Mosaico de los Amores.

Cástulo contaba con un emplazamiento con perfecto dominio estratégico, abundancia de agua, fértiles tierras, veneros de almagra, vetas de arcilla, proximidad de los yacimientos mineros y fáciles comunicaciones terrestres y fluviales. Estos hechos propiciaron su configuración como uno de los principales núcleos de distribución y aprovisionamiento de productos materiales de la Alta Andalucía, lo que sería, a su vez, motivo de constantes e importantes procesos de transculturación. Una secuencia tan prolongada como la que se encuentra en Cástulo, se puede seguir el poblamiento a partir de la etapa del Bronce Final, concretamente desde la primera mitad del siglo VIII antes de Cristo plantea transformaciones culturales, sociopolíticas y económicas múltiples: cambio de una sociedad igualitaria, banda o tribu, de agricultores y ganaderos autosuficientes, a una sociedad estratificada de productores de excedentes, dedicados éstos al mantenimiento del elemento humano ocupado en menesteres diferentes, alfareros, metalúrgicos, albañiles, tejedores, etc., especialistas desligados de la producción directa de alimentos y cuyo papel estaría relacionado con la centralización y redistribución de excedentes comunales. No se puede dudar que el principal factor económico que aceleró el proceso de enriquecimiento de la sociedad castulonense fue la explotación de las minas y el comercio del mineral, que se puede remontar a épocas alejadas en el tiempo. A partir de fines del siglo VIII antes de Cristo, se halla que la zona de Cástulo comienza a diversificar las bases de su economía, iniciando el camino hacia formas de vida más lucrativas, basadas en recursos del subsuelo. Ello no creemos que ocurriera como consecuencia de un largo proceso de desarrollo local, al menos en esta etapa primera protohistórica, sino como resultado principalmente de la intrusión en el área de grupos humanos portadores de la técnica metalúrgica, procedente de la zona onubense. Este ritmo de cambio, cuyo embrión radica en la última época del Bronce Final, cristaliza en la cultura y pueblo oretanos, que en el período de tiempo existente entre fines del siglo V y mediados del siglo IV antes de Cristo alcanza su máximo esplendor potenciado por la explotación minera.

Diodoro (V, 36- 38), cuando trata de las minas de Hispania, documenta su explotación por los iberos: “...los iberos comprendieron las ventajas de la plata y pusieron en explotación minas de importancia. Por lo cual obtuvieron plata estupenda y, por decirlo así, abundantísima, que les produjo ganancias espléndidas”. 

 Ciudad íbero-romana de Cástulo (Jaén)

Cástulo, situado en el centro de una región tradicionalmente minera, productora de hierro, cobre, plomo, anglesita y plata, extremo al que hacen referencia las fuentes clásicas (Estrabón 3, 2, 8-11, 14; Mela II, 86; Plinio NH III, 30; Diodoro, V, 36-38, entre otros), se llegó a convertir en uno de los centros productores de plata más importantes de la Hispania antigua. Este hecho dio lugar a un ritmo de vida de activos intercambios comerciales con los mercaderes fenicio-púnicos y griegos, en determinados casos al control militar de las zonas claves de paso y de las minas, a interrelaciones culturales, trasvases de ideas, creencias y arte, que se reflejan, aunque si bien de forma parcial, lo suficientemente ilustrativa, en el poblado y en las necrópolis.

Oretania fue un lugar de cruce entre la Meseta, la Alta Andalucía y el Levante español. Presenta una estrecha relación con los puntos de mayor importancia comercial de las costas de Levante y Andalucía (7)

 Conjunto Arqueológico de Cástulo a vista de dron


 
https://www.youtube.com/watch?v=aJQt8o7vunc

Cástulo se encuentra en la depresión periférica que se extiende desde Linares hasta Alcaraz. Es, pues, una vía de paso para ir desde la depresión del Guadalquivir al Levante. Constituye este corredor natural una vía de comunicaciones perfecta, usada como camino hasta el siglo XVIII para relacionar la Mancha y Andalucía (corredor de Levante o puertos de Montizón). Asimismo, las serranías subbéticas, aunque muy abruptas, presentan grandes facilidades para la comunicación con la costa a través de Granada (8).

En las serranías subbéticas se abren profundos entrantes: el surco por el que se abre paso el Guadiana Menor, las extensas depresiones de la Hoya de Baza, la Hoya de Guadix y las tierras llanas de Granada. Los valles de las serranías subbéticas, orientados de Norte a Sur, enlazarían Cástulo con el Sur (Granada, Almería, por Baza), formando unos corredores muy transitados desde la época final de la Edad del Bronce. Las serranías subbéticas presentan en su extremo oriental un gran conjunto orográfico, constituido por las sierras de la Sagra, Cazorla y Segura, uno de los principales núcleos hidrográficos españoles, nacimiento de los ríos Guadalquivir, Guadiana Menor, Segura y Guadalentín. El curso de estos ríos ha ido conformando una serie de rutas conocidas desde la Edad del Bronce. El contacto, pues, entre las diversas zonas que componen la Alta Andalucía y el paso de las comarcas limítrofes, a pesar de lo accidentado del terreno, es fácil, ya que todas las zonas tienen una salida natural hacia el Guadalquivir, contando, por otra parte, con pasos trazados por los numerosos cursos de la red fluvial existente. A este respecto, es importante conocer la descripción de al menos, parte de las vías de comunicación, que a propósito del establecimiento de patrones de asentamiento en las campiñas del Alto Guadalquivir han realizado A. Ruiz y M. Molinos, 1984 (9).

Exvotos Iberos: Paisajes sagrados, peregrinaciones y ritos - Universidad de Jaén


https://www.youtube.com/watch?v=XM4SKYnAVrI

En este trabajo tratan la vía romana que unía Córdoba con Cástulo, así como de la que cita Estrabón (Estrabón 3, 4, 9), que pasa por Cástulo y Obulco, vía muy antigua. Indican, asimismo, que hacia el Sur el piedemonte fue otra antigua ruta que conectaba la zona costera de Andalucía y las altiplanicies granadinas con el valle. Esta ruta, en razón de estar muy entroncada a la sierra, según los mismos autores, se halla en relación directa con las de ganado que bajaban hasta el valle en las épocas frías y fue utilizada desde la Edad del Cobre, durante el Bronce pleno y en época romana (10).

Son también analizadas las vías verticales que conectan el Prebético de Jaén y la Alta Andalucía con el valle; de ellas destacan A. Ruiz y M. Molinos dos (11): de un lado, la del Salado de los Villares, que conecta con la baja campiña algo más al Este de Arjona, el piedemonte de Martos y la ruta que desde el Sureste de la provincia conecta con el mundo de la Hoya de Granada; y en la parte más oriental, las del grupo del río Torres, que en un tramo muy corto sale al vado del Guadalquivir en Puente del Obispo y tiene muy fácil el acceso a la zona minera de Cástulo por la depresión Linares-Baza.

Cástulo contaba, pues, con dos factores importantes para acelerar su desarrollo: producción minera con excelente materia prima, la  plata, intercambiable, y situación favorable para controlar el tránsito de mercancías por los caminos. Además, el medio ambiente en el que se halla siempre fue propicio para el incremento, conforme las técnicas se hacían más elaboradas, de la agricultura y la ganadería, pilares básicos de ulteriores logros económicos. El patrón de poblamiento que rodea la ciudad parece haberse caracterizado por la existencia de aldeas nucleadas dependientes de aquélla y labranzas dispersas. La presencia de un alto índice de concentración en los asentamientos en torno a Cástulo, muchos de los cuales se hallan detectados, más no excavados.

El sistema económico de los pueblos antiguos se desarrolla a partir del sistema de intercambio (12).

El control del mercado y de las vías de comunicación beneficia el desarrollo económico, cultural y político del pueblo que ejercía el mismo. Y el desarrollo de los mercados implicará un aumento de la infraestructura viaria y el reforzamiento de los entes políticos a cuyo cargo probablemente se encontraría la dirección del sistema mercantil. Además, en el aspecto político, la organización y gestión del mercado necesariamente llevan aparejada la figura de un jefe de claro prestigio social que controlara los excedentes, consistentes en materias primas en la zona, minerales esencialmente, además de productos vegetales y animales para el abastecimiento de los mercaderes llegados del exterior (que adquirirían para su manutención, conjuntamente con los metales para su lucro), y para aquellos miembros del poblado dedicados a la producción de los bienes comerciables. Esta jerarquía se refleja justamente en los objetos materiales, signos externos de poder y status, depositados, sobre todo, en las tumbas erigidas en memoria de los grandes personajes. Los vasos áticos, objetos exóticos, como marfiles, vidrios, telas, maderas, etc., llegados de Oriente, fueron tanto más apreciados cuanto que los iberos no tenían acceso directo a ellos. No fue el ibero un pueblo que se distinguiera por sus marinos, antes bien, según parece, el pueblo ibero vivía de espaldas al mar. De similar opinión es J. Alvar (13), quien, además de afirmar que las poblaciones del mediodía peninsular vivieron de espaldas al mar, indica que las relaciones comerciales marítimas eran competencia exclusiva de los mercaderes orientales. Es importante el testimonio que aporta Tito Livio (34, 9) sobre este extremo: “los españoles, ignorantes de la navegación, se alegraban con el comercio de aquéllos (griegos de Ampurias) y deseaban comprar las mercancías extranjeras que las naves llevaban y vendían productos de sus campos”. Por lo que respecta al carácter del comercio en sí mismo, para que pudiera funcionar a través de grandes extensiones de terreno, a veces de pueblos enemigos, otras veces abocados a ser atacados por las bandas celtíberas y lusitanas impelidas fuera de sus territorios por el hambre que llevaba consigo la carencia de tierras de cultivo, debía regirse por unas normas muy determinadas y concretas, las cuales investirían a los comerciantes de un cierto carácter invulnerable. Leyes tácitas o tratadas, puesto que de otra manera el comercio hubiera resultado impracticable. Así, aunque tales leyes no siempre llegarían a cumplirse, sí lo serían en un número de ocasiones muy considerable, puesto que en caso contrario no se hubiesen encontrado, al menos en tierras del interior, productos exóticos.

Los mercaderes transitarían por las tierras hispanas protegidos por esa especie de tratados (al hablar de mercaderes nos referimos a los que traficaban con productos procedentes del comercio exterior, para las mercancías locales, de pueblo a pueblo, las normas serían más simples), no creo que por escolta militar facilitada por los grupos con los que tenían concertados sus trueques, aunque existe la posibilidad, no descartable, de que los mercaderes contratasen en su tierra de origen una tropa de protección, por la que serían acompañados. Si los acuerdos referentes al comercio existieron, como parece probable, están indicando que el mismo era una actividad que se desarrollaba entre los pueblos iberos o los de la Meseta, con respecto a los mercaderes orientales, desde las clases dirigentes, las únicas con autoridad, autonomía de acción y elementos de juicio suficientes como para concertar esos tratados. Sería, pues, una actividad canalizada por la oligarquía y principalmente para su beneficio, aunque cierta parte de los mismos revirtiera al bien común, no individual, sino comunal. Esta argumentación coincide con la opinión de López Domech (14), que cita a Finley (15), acerca de que la actividad comercial realizada en el Mediterráneo occidental tiene un sentido administrativo y político, al menos antes de la expansión bárquida en el siglo III antes de Cristo, lo que haría necesarios acuerdos o tratados entre las partes interesadas para que la actividad comercial se llevara a buen término. En estos pactos se debieron concertar una serie de puntos o zonas francas, donde las transacciones, probablemente al amparo de un templo, se harían con garantía total. El papel de los templos como garantes de las transacciones había sido ya establecido por D. Van Berchen (16).

Para Bunnen, G. (17), los templos debieron actuar como lugares neutrales situados bajo la protección de un dios, que garantizaba la honestidad de las transacciones comerciales. En estos lugares se llevaban los registros y se dirimían los litigios. En otro aspecto, más relacionado con el tema que se trata y que apoya la hipótesis de una clase dirigente para los grandes poblados de la Alta Andalucía, y más concretamente para Cástulo, se ha de hacer mención a las grandes tumbas halladas en las necrópolis, monumentos funerarios unos de mayor envergadura que otros, que están probando que existía una jerarquía capaz de dominar una mano de obra, de contratar artesanos especializados en la labra de la piedra y en el alzado de las superestructuras. Estos monumentos suelen tener un cierto carácter propagandístico, además del sacro o funerario inherente, que redundaría en la gloria de la estirpe dirigente. Si se atribuye, pues, a una gran mayoría de los restos arquitectónicos de Cástulo la función de elementos funerarios o sacros, se podría determinar que, efectivamente, en la época que tratamos había en Cástulo espléndidas tumbas principescas o templos. Tales tumbas contribuirían a ayudar a la mitificación o heroización del personaje enterrado, que enaltecería a los descendientes, al hallarse éstos ligados por lazos de sangre a un antepasado, y a su vez ligado a la divinidad, lo cual, en última instancia, vendría a potenciar la función política del personaje.

La relación económica entre las factorías de la costa (Almuñecar, Tramayar y Villaricos) y los pueblos ibéricos del interior indígena, que en sus comienzos debió poseer únicamente este carácter económico, con el transcurso del tiempo y los más estrechos contactos, incluso personales y de ideas, debió convertirse en una relación económico cultural, con el consiguiente trasvase y asimilación por parte del elemento autóctono y, por qué no, en sentido inverso, de ideas sociales y rituales. Este reflejo podría encontrarse en la adopción por parte de las clases altas de la sociedad ibera de la sepultura de cámara, afín con el desarrollo de la misma, aunque quizá hay que tener en cuenta que esta adopción sólo implicase la superestructura, muy adecuada a la paralela manifestación externa de riqueza de una alta jerarquía dirigente, monopolizadora de los recursos económicos, que fabricaba para su última morada un receptáculo digno de su posición social y que, en cambio, se conservase en esencia, aunque con no significativas variantes materiales, el ritual generalizado desde generaciones pasadas y consagrado por el uso, conforme a los preceptos de su religión.

Los acuerdos comerciales parecían tener un carácter marcadamente político, que únicamente los poderosos podían asegurar el cumplimiento de su contenido. De ahí que la organización comercial, desarrollada mediante cauces político-administrativos, estuviera respaldada por la fuerza militar. Estaba engrosada por tropas mercenarias si la sociedad que la requería no disponía de los efectivos necesarios. Se llevaban a cabo levas entre los pueblos celtíberos y lusitanos principalmente, los cuales, acuciados por la falta de tierras, se ofrecían a ser reclutados como mercenarios disponibles al mejor postor. La adopción o presencia de mercenarios es señal del alto nivel económico alcanzado por la sociedad que los recluta, e indicio de que se trata de una sociedad con un patrón socioeconómico complejo, muy alejado de los estadios políticos que corresponden a pueblos jerárquicamente poco diferenciados. Tito Livio (Tito Livio 34, 17) cita como mercenarios de los Turdetanos a los Celtíberos y como tal figuran en número de diez mil (año 195 antes de Cristo) en la gran rebelión de los Turdetanos, encabezada por Budar y Besadiñes, contra los romanos.

Mercenarios turdetanos durante el desarrollo de la Segunda Guerra Púnica.

Celtíberos e iberos fueron mercenarios de cartagineses y romanos, basculando de un campo a otro según el estipendio ofrecido al mejor postor. Mercenarios celtíberos fueron los primeros que admitieron los romanos en su ejército (Tito Livio, 24, 49, 7). Son mencionados asimismo como mercenarios Istolacio e Indortes (Tito Livio, 34, 19). Sobre ellos incide Diodoro (Diodoro 25, 10) cuando alude a las luchas de Aníbal contra los iberos y tartesios y contra Istolacio. Otros nombres de caudillos que militan a las órdenes de cartagineses contra los romanos en el Sur, entre los años 214-212 antes de Cristo (Tito Livio, 24, 41) son, como Istolacio e Indortes, de origen indoeuropeo: Moenicoeptus y Vismarus, a los que Tito Livio llama reguli gallorum (Tito Livio 24, 41). La columna vertebral del ejército cartaginés estaba compuesta de Lusitanos y Celtíberos  (18).

El historiador Diodoro Sículo relata como los mercenarios celtíberos al servicio de los cartagineses se dedicaron a seccionar cabezas y manos de sus enemigos tras la conquista.

Nuevamente Tito Livio hace mención a los mercenarios celtíberos al indicar que éstos por el mismo dinero que en el ejército cartaginés sirven en el romano (Tito Livio 24, 29, 7). A uno de los jefes celtíberos, Bellígenes, le regalaron tierras los romanos para recompensar su traición a los púnicos (Tito Livio, 26, 21, 13). Estos mercenarios del centro peninsular, por su belicosidad y extraordinaria movilidad, eran sumamente apreciados por los ejércitos púnico y romano, así como por los pueblos del Mediodía peninsular. Generalmente eran reclutados entre aquéllos cuyas condiciones sociales y económicas en sus propias tribus eran penosas. Por otra parte, y como indica A. García y Bellido (19), el estado de rivalidad y fraccionamiento de los pueblos peninsulares, hecho remarcado por Estrabón (3, 4, 5), hacía que estas tropas indígenas fueran relativamente seguras. Se ocuparon también de los mercenarios ibéricos, entre otros, Polibio (1, 17; 1, 67; 14, 7; 14, 8; 114, 2-3; 114, 4); Plutarco (Fab. Max, 7; Catón, 10); Tucídides (6, 90) y Diodoro (15, 70; 16, 73, 3). Como ejemplo gráfico de la presencia del elemento humano del centro de la Península en el Sur, se ha observado en el análisis de la escultura de Obulco (20) que gran parte del armamento que portan los guerreros representados se corresponde con las armas usadas por las tribus de la Meseta.

Estrabón nos habla en su Geografía que se alimentaban principalmente de carne de cabrón y sacrificaban a Ares un chivo, prisioneros de guerra y caballos.

También en los exvotos de los santuarios ibéricos hay figurillas portando armas de procedencia meseteña (21). Y en los relieves de Osuna (22)

Hasta finales del siglo VIII, antes de nuestra era, la población de la Campiña no parece ser especialmente beligerante, sin embargo hacia la mitad del siglo se observa en su zona occidental una pujante presencia de pequeños asentamientos agrarios carentes de grandes defensas, pero apoyados en grandes centros fortificados como Torreparedones en Córdoba o Porcuna en Jaén, estos asentamientos avanzan desde este último asentamiento en Porcuna hacia la Vega del Río Guadalquivir hasta alcanzar Andújar. Los referidos asentamientos parecen ser la punta de lanza de una política colonizadora proyectada desde el Bajo Guadalquivir y y explicada por el interés de Tartessos de acceder a la zona minera de Cástulo, motivo por el que seguramente se desarrollaría la ocupación del Cerro de la Atalaya en Lahiguera, en ese situación del conflicto de intereses económicos influidos por el contacto comercial con los fenicios de la costa mediterránea. El caso es que de inmediato se observa en la pacífica Campiña un alza en el nivel de tensión bélica, que se expresa en la aparición de pequeños núcleos fortificados, tal como se han documentado en la vecina Cazalilla o en el Cerro de Santa Catalina en Jaén (23).

En su conjunto estos referidos núcleos de población fortificados forman  una línea que se localiza preferentemente entre la Vega del Guadalquivir de Andújar y las tierras de secano de la Campiña Norte giennense, pasando por Arjonilla, Arjona, Higuera de Arjona (Lahiguera) y Cazalilla, siguiendo después el curso del río del río Guadalbullón de norte a sur.

Muchos de los primitivos hábitats de Lahiguera fueron ocupados posteriormente durante la Edad del Hierro hasta la época romana.

A estos tipos responderían asentamientos como Granaos, donde se pueden apreciar en superficie algunas manchas cenizosas que podrían asociarse a fondos de cabañas.

De entre otros yacimientos como Carzones, el Tejar, Colorines, Las Canteras, Santa Clara o la Atalaya responden a lo anteriormente descrito, que presentan una ocupación humana en la Edad del Cobre y que tras su abandono veremos cómo se vuelven a ocupar en otras etapas posteriores. En todos ellos, son numerosos los fragmentos de cerámica hecha a mano con las formas características del momento histórico, como son las fuentes de labio engrosado y las escudillas, y se han localizado restos de manchas cenicientas, posiblemente restos de los fondos de las cabañas. En estos yacimientos se han documentado también el utillaje como hachas y azuelas de gran tamaño, hojas denticuladas de sílex vinculadas a hoces de siega, que nos indican una clara orientación hacia el cultivo de secano en estos momentos.

En el yacimiento del cerro de Corbún, encontramos un pequeño poblado que por los materiales de superficie, podría adscribirse a un momento de transición  entre la Edad del Cobre y del Bronce.

Esta última fase está poco documentada en nuestro término municipal, por lo que no podemos decir mucho sobre este momento, en el que se desarrolla el mundo argárico, constatado en otras zonas de la Campiña. Una sociedad que alcanza un alto grado de complejidad en su articulación interna, en la que se pone de manifiesto una clara jerarquización, definida en términos de “estatal” de tipo aristocrático.

La etapa ibérica, también tiene representación en asentamientos como el mismo Corbún, que vuelve a ocuparse en estos momentos, y en el que se aprecian  algunas alineaciones de piedras que podrían conformar estructuras poco definidas, junto con las típicas cerámicas ibéricas pintadas.

Ocupado Corbún desde la Edad del Cobre y Bronce se han localizado una serie de alineaciones de piedras que pueden corresponder con algún tipo de muro de época ibérica, datados por la característica cerámica ibérica hechas a torno y decorada con bandas de pintura roja.

También al mundo ibérico correspondería el oppidum de La Atalaya, asentamiento que tras ser abandonado en la Edad del Bronce, de nuevo será ocupado durante la Edad del Hierro hasta el siglo II, con una fase de ocupación romana desapareciendo, según los materiales que aparecen en superficie en torno al siglo II después de Cristo.

Durante la época romana, la zona fue densamente poblada y esto queda atestiguado por la gran cantidad de yacimientos, documentándose un gran número de asentamientos de carácter rural, las llamadas “villas”, con esta cronología, entre los que podemos citar: Pozo Nuevo, El Arbolico, Los Morales, La Alcantarilla, Las Ventillas, La Velasca, Haza Calderas, La Alcantarilla I, El Techadillo, Los Pollos, etc.

En algunas de esas como en Las Losas se localizaron por las tareas agrícolas restos de tumbas de esta época romana, en otras como la Cuesta de la Dehesa, aunque no hay restos de estructuras en superficie, aparecen grandes sillares de piedra que pudieron formar parte de construcciones hoy desaparecidas.

Junto a este tipo de asentamientos, aparecen también sitios de mayor tamaño por la extensión que alcanzan los materiales de superficie, que bien podrían corresponder con aldeas, como Los Artesones.

Estos asentamientos humanos son de diversos tamaños, encontrándonos con alguno como el de Los Artesones que puede corresponder con un yacimiento de gran envergadura por la amplia dispersión de los materiales arqueológicos  encontrados.

De los Artesones se conoce por noticias, la aparición de tumbas de época romana aparecidas en labores agrícolas, aunque no se ven en superficie.

Nacido de un momento pleno de romanización en la zona, se conservaba aún en uso hasta hace unas decenas de años, el Puente Romano junto a Corbún, un puente a dos aguas, muy colmatado hoy día, del que se aprecia solo un ojo, aunque por la forma del camino y de algunos sillares de los extremos es posible que tenga tres ojos. Este puente, junto con la vía a la que pertenece, que hoy no se reconoce sobre el terreno, formaría parte de la tupida red de comunicaciones que por medio de calzadas discurrían por la Campiña de Jaén entre las principales ciudades romanas, en medio de las cuales se sitúa Lahiguera con el establecimiento en la Atalaya de un centro de distribución de mercancías a modo de logística antigua, al estar situada entre Aurgi (Jaén), Tucci (Martos), Obulco (Porcuna) e Istugi (Andújar).

Otro Puente romano, el Puente del Gato, servía de conexión con la Vía Hercúlea en Villanueva y la ciudad de Cástulo en las proximidades de Linares.

En el ámbito de nuestra localidad se han encontrado restos de época islámica en dos puntos, en Las Cuevas y Los Pozos. Su situación y proximidad nos hace pensar que ambos núcleos urbanos formaban parte de una misma población, como antecedente de la actual Lahiguera, que tendría seguramente mayor extensión que la población actual.

Como ya hemos dicho la ocupación de ambos núcleos comenzó en tiempos prehistóricos, y en ambos casos vino determinada por la relativa elevación del lugar con respecto a su entorno, lo que les proporcionaba una amplia visibilidad sobre los terrenos circundantes, junto al optimo aprovisionamiento de agua que en ambos casos se le brindaba. La configuración caliza del terreno permitió desde antiguo abrir con facilidad silos, que se emplearon para guardar granos.

Tanto en Las Cuevas como en Los Pozos, se han localizado silos para almacenar granos y cerámica vidriada. La presencia de los silos es uno de los rasgos más característicos de estos lugares desde la época prehistórica hasta la época medieval. La cerámica encontrada en los diversos puntos es abundante, pero desgraciadamente no está asociada a edificaciones.

La consecuencia fue que a principios del siglo VI antes de Cristo, se llega a configurar una unidad política en la Campiña Norte, que en función de la información que aportan las fuentes escritas hemos de atribuirá la etnia de los mastienos en tanto la Vega del Guadalquivir formaría por tanto parte del ámbito Tartésico desde Porcuna, todavía en la Campiña hacia los Villares de Andújar y siguiendo el río Guadalquivir hasta el Cerro Maquiz en Mengíbar, donde tradicionalmente se ha ubicado el oppidum de Iliturgis. Todos estos asentamientos se citan en las fuentes históricas como Túrdulos.

Jinete desmontado lanceando a su enemigo, escultura íbera del siglo V antes de Cristo en Porcuna, Jaén.

Entre finales del siglo VI antes de Cristo y mediados del siglo V antes de Cristo se produce y destruye el extraordinario conjunto escultórico de Porcuna (Ipolca), que hoy podemos contemplar en el Museo Provincial de Jaén. Su destrucción pudo deberse quizás a un conflicto entre Túrdulos y Mastienos, o simplemente pudo tratarse de un problema interno entre familias aristocráticas y poderosas de Ipolca (Porcuna). El caso fue que el panorama general de los habitantes se transformó de forma sensible durante el resto del siglo V y el siglo IV antes de nuestra era, ya que desaparecen primero los pequeños asentamientos Túrdulos de la Vega del río y después las Torres Mastienas de la Campiña, de modo que los oppida quedan como el único modelo de asentamiento característico de la zona.

Los íberos no construyeron calzadas o vías, pero sí utilizaron caminos de tierra o veredas para sus desplazamientos. Cuando los romanos llegaron a la Península Ibérica tuvieron que construir una red de calzadas, tanto con fines militares como económicos. En la mayor parte de los casos, se trazaron sobre antiguos caminos, por ello, aun no conservándose restos arqueológicos que señalen la presencia de estos, es lógico pensar que existiesen.

Se trató de un pueblo guerrero o al menos así se desprende de lo que conocemos de ellos, tanto cartagineses como romanos se sirvieron de los servicios de los íberos como mercenarios, se encontraban tan unidos a sus armas que eran enterradas con ellas (24).

Dispusieron de cierta variedad de armamento. Los elementos básicos de que se sirvieron como material ofensivo se reducen a falcata, puñal afalcatado, soliferrum, honda, escudo y casco.

La falcata era una especie de espada curvada que los iberos solían utilizar para la guerra, era tan efectiva que los romanos después la adoptaron en sus batallas.

La falcata era una espada de hoja curva que, dada su versatilidad para el combate fue adoptada posteriormente por las tropas romanas. Su tamaño era de unos 60 o 70 centímetros. Disponían de puñales de iguales características a las falcatas excepto el tamaño que solía tener unos 20 centímetros.

Los escudos, generalmente de madera recubierta de piel, podían ser circulares o rectangulares y disponían de una manilla de hierro para asirla.

La honda, utilizada como arma arrojadiza, fue de una gran efectividad. Se usaban como proyectiles los denominados glandes, que consistían en pequeñas balas de bronce con dos puntas en sus extremos.

En el Museo Arqueológico del Colegio San Antonio de Padua de Martos hay una amplia variedad de glandes que eran utilizados como proyectiles para las hondas. Se fabricaban con moldes en los que se vertía plomo fundido.

El soliferrum, a diferencia de la lanza típica (compuesta por una punta de hierro y el regatón o parte posterior de la misma también de hierro, que iban unidas por un asta de madera), estaba totalmente realizado en hierro con un pequeño abultamiento en su parte media para asirla.

En la necrópolis de Las Palomas, en las Casillas de Martos, en el año 1997, apareció el armamento de la tumba de un guerrero. Un tractor había estado realizando labores de desbroce en este lugar destrozando una tumba, de la que se encontraban restos esparcidos. Apareció la boca fragmentada de la urna funeraria, restos de tres platos de cerámica y restos del armamento, muy deteriorados y corroídos por la herrumbre, pero suficientemente reconocibles: Una falcata de la que se había perdido el mango y la punta, un cuchillo afalcatado, en regular estado de conservación, pero del que se conservaba el arranque del mango en madera, y los restos del asa del escudo (única parte metálica del mismo), ya que el escudo en sí estaría realizado con madera y probablemente recubierto con pieles. En Las Casillas ha sido frecuente el hallazgo de facaltas y otro objetos pertenecientes a guerreros, como lo atestiguan los que hay expuestos en el Museo del Colegio San Antonio (25).

En el plano cultural en las necrópolis se perciben mayores enriquecimientos de los ajuares funerarios en las tumbas, destacando la presencia de objetos de cerámica griega y armas que ahora aparecen distribuidas por todo tipo de tumbas ya fueran de pobres o de ricos.

En general interpretamos que esta crisis de la primera mitad del siglo V supone el hundimiento del viejo modelo económico u político de la fase Orientalizante de nuestra Campiña, ello implica la desaparición efectiva de Tartessos en el mapa del Valle del Guadalquivir. La caída de la potencia política por excelencia de este periodo histórico, había venido precedida durante la primera mitad del siglo VI antes de Cristo, del abandono de algunas colonias fenicias en la costa malagueña, que habían sido claramente el incentivo económico y cultural de la población mastiena que ocupaba parte del territorio de la Campiña de Jaén.

En consecuencia el siglo V antes de Cristo se presentó para la población de la Campiña de Jaén como un momento histórico en el que los indígenas de la zona pasaron de ser poblaciones de la periferia política y económica de Tartessos, y las colonias fenicias pasaron a ser uno de los focos más pujantes en el ámbito económico por situarse nuestras tribus iberas a la salida de las rutas del mineral de Sierra Morena, y por otra parte, porque el desarrollo agrario que las ricas tierras de nuestra Campiña, propiciaban con los excedentes de producción agrícola que podían comercializarse.

Desde otro punto de vista , la confirmación del oppidum como el elemento característico del hábitat, define un modelo político que tiene como núcleo en entorno a cada asentamiento, es decir, que existían grupos aristocráticos independientes unos de otros que se fortalecieron en sus centros fortificados, apoyados en la institución de la clientela de sus ventas de los excedentes agrícolas, lo cual les permitía controlar a la población a costa de hacerlos partícipes de parte de la riqueza económica que se generaba en esta fase y del armarlos para su defensa.

A finales del siglo IV antes de Cristo el modelo económico y político no parece resistir el paso del tiempo, posiblemente por el efecto del crecimiento demográfico, en esos tiempo de bonanza económica, como se advierte en el aumento de la zona urbanizada de los poblados, y por la ausencia de una tecnología capaz de poner en producción tierras roturadas más duras que las de la campiña, que hasta entonces no habían sido utilizadas, pero el crecimiento demográfico de la población precisaba.

A todo ello se sumó la situación de los primeros efectos del enfrentamiento romano con los cartagineses, que en menos de un siglo después haría estallar la guerra en el Mediterráneo Occidental, conflictos en los que la Campiña sería uno de los escenarios bélicos más importantes, y que supusieron a mediados del siglo IV antes de Cristo un reparto de las áreas de influencia del Mediterráneo, lo que cortó radicalmente la entrada de los productos griegos en el Valle del Guadalquivir.

Sin duda el efecto fue de una tensión desmedida en el territorio, expresión de un nuevo conflicto entre las aristocracias locales, que llevó al abandono de algunos oppida o a la sumisión de otros.

Cerro de la Plaza de Armas de Puente Tablas, yacimiento arqueológico íbero, oppidum ibérico (Jaén)

A lo largo del siglo III antes de Cristo la situación pareció recuperarse como lo demuestra la recuperación del Cerro de la Plaza de Armas de Puente Tablas, con nuevas estrategias económicas, como la reducción del ganado vacuno y el aumento del ganado ovino y caprino, pero en realidad, a nivel tecnológico, no se advierten grandes cambios. Sin embargo, en el último tercio del siglo III el conflicto romano se traslada directamente al entorno de Cástulo, que sólo terminará cuando Roma conquiste la zona y la someta a su poder.

La ocupación más antigua documentada de las tierras de Lahiguera, se remonta a la época prehistórica, de hecho los restos datados más antiguos datan del Neolítico Final, periodo en el que se inicia la consolidación de la economía agrícola, de ello es buena muestra el yacimiento localizado en el interior del casco urbano, llamado Los Pozos-Extramuros, donde en 1986, se realizó una excavación de urgencia. En este yacimiento ocupado desde el Neolítico final aparecieron estructuras de habitación, fondos de cabaña de forma circular y un sistema defensivo basado en un foso excavado en la roca con restos de muros de adobe. En el asentamiento de Los Pozos apareció una de las primeras fortificaciones conocidas para esta fase histórica, con un sistema defensivo basado en un profundo foso excavado en la roca, con muros de adobe. Junto a él aparecieron las estructuras de habitación, fondos de cabañas, de forma más o menos circular, donde aparecieron gran cantidad de materiales cerámicos, sobre todo fuentes y platos.

Este proceso desembocará con el desarrollo de la Edad del Cobre en la sedentarización definitiva de la población aldeana. A partir de los momentos finales del IV milenio antes de Cristo y de los inicios del III milenio antes de Cristo, se aprecia un aumento importante de la presencia humana en la zona, vinculado con la existencia de los mejores suelos para el aprovechamiento agrícola. Se trata de un tipo de hábitat vinculado a una economía campesina de base hortícola y cerealista.

Esa sedentarización junto con la necesidad de ir aumentando el espacio productivo, llevó a estas poblaciones a una competencia por el uso de los suelos. Así se explica la elección de los lugares para los emplazamientos de las aldeas, sobre todo en cerros con buenas posibilidades defensivas, que serán jalonados por complejos sistemas de fortificación

Entre mediados y finales del tercer milenio, se culminará el proceso de sedentarización y se consolidará el modelo de agricultura cerealista.

La tipología de estos asentamientos humanos primitivos responde a tres clases diferentes, según Ocete:

1º Grandes centros fortificados, situados en posiciones estratégicas.

2º Asentamientos de reducido tamaño que ocupan cerros con un gran control visual sobre el territorio.

3º Pequeños centros agrícolas, de pequeñas dimensiones y estructuras débiles, especializados en el cultivo de secano, con débiles estructuras de hábitat.

Granada 21 de mayo de 2024.

Pedro Galán Galán.

Bibliografía:

(1) Salvador Oyonate, Juan Antonio: La Bastitania romana y visigoda: Arqueología e historia de un territorio. Universidad de Granada. Departamento de Prehistoria y Arqueología, 2011.

(2) Adroher Auroux, A. Mª. : Galera y el mundo ibérico bastetano. Nuevas perspectivas en su estudio, en Blázquez J. y L. Roldán (Eds.), La cultura ibérica a través de la fotografía de principios de siglo. Un homenaje a la memoria, Madrid, 1999, páginas: 375 a 384).

(3) Blázquez, J. M. y Castillo, A. (del). (1991): Pueblos de la España Ibérica. Manual de Historia de España, Prehistoria y Edad Antigua, Tomo 1, Madrid, 1991, páginas: 131-132, y 140.

(4) Bonilla Martos, Antonio Luís: Poblamiento y territorio en el suroeste de la provincia de Jaén en época islámica. En: Arqueología y Territorio, 1698-5664, Nº. 1, 2004, páginas: 119 a 133.

(5) Nocete Calvo, Francisco, 1984: Elementos para un estudio del patrón de asentamiento en las Campiñas occidentales del Alto Guadalquivir durante la Edad del Cobre. Arqueología Espacial, tomo III, Teruel, 1984, páginas: 91 a 103.

(6) Nocete Calvo, Francisco: La formación del Estado en las campiñas del Alto Guadalquivir (3000-1500 A.N.E.)

(7) López Domech, R. 1984: Los vasos áticos del siglo IV a. C; elemento de interacción comercial en la región de Albacete, Congreso de Historia de Albacete I, página 139).

(8) Higueras, A. 1961: El Alto Guadalquivir. Estudio Geográfico. IEG. Zaragoza, página, 20).

(9) Ruiz, A., y Molinos, M. 1984: Elementos para un estudio del patrón de asentamiento en las campiñas del Alto Guadalquivir durante el horizonte ibérico pleno (un caso de sociedad agrícola con Estado), Coloquio sobre distribución y relaciones entre asentamientos 4, Teruel, páginas 189-190).

(10) Ruiz, A.; Nocete, F., y Sánchez, M. 1986: La Edad del Cobre y la argarización en tierras giennenses, Homenaje a Luis Siret (1984), Cuevas de Almanzora, páginas 271-286.).

(11) Ruiz, A., y Molinos, M. 1984: Elementos para un estudio del patrón de asentamiento en las campiñas del Alto Guadalquivir durante el horizonte ibérico pleno (un caso de sociedad agrícola con Estado), Coloquio sobre distribución y relaciones entre asentamientos 4, Teruel, página 190)

(12) Polanyi, K. 1976: La economía como actividad institucionalizada, en Comercio y mercado en los imperios antiguos (Polanyi, Arensberg-Pearson eds.), Barcelona, páginas 289-316).

(13) Alvar, J. 1981: La navegación prerromana en la Península Ibérica: colonizadores e indígenas, Madrid).

(14) López Domech, R. 1984: Los vasos áticos del siglo IV a. C; elemento de interacción comercial en la región de Albacete, Congreso de Historia de Albacete I, página 141.

(15) Finley, M. I. 1974: La economía en la Antigüedad, México. 1974)

(16) Van Berchen, D.: Santuaires d'Hercules Melkart. Contribution a l'étude de l'expansion phenicienne en Méditerranée, Siria XLIV. 1967, page 76).  

(17) Bunnen, G. 1979: L'expansion phenicienne en Méditerranée, Bruxelles. Page 283).

(18) García y Bellido, A. 1975: Los mercenarios españoles en Cerdeña, Sicilia, Grecia, Italia y Norte de África, en Historia de España. España Protohistórica I, 2. Madrid, página 647.

(19) García y Bellido, A. 1975: Los mercenarios españoles en Cerdeña, Sicilia, Grecia, Italia y Norte de África, en Historia de España. España Protohistórica I, 2. Madrid, páginas 649-670.

(20) Blázquez, J. M., y González Navarrete, J. 1985: The phokaian sculpture of Obulco in Southern Spain, AJA 89, pages 61-69.

(21) García y Bellido, A. 1954: Arte ibérico, en Historia de España. España Prerromana I, 3. Madrid.; figuras: 326, 333, 335, 338 y 342).

(22) García y Bellido, A. 1954: Arte ibérico, en Historia de España. España Prerromana I, 3. Madrid. Figuras: 481, 482 y 487).

(23) Nocete, F.; Ruiz, A.; Molinos, M. y Castro, M.: Productos, lugares de actividad y estructuras en el asentamiento del Cobre Final del Cerro de la Coronilla (Cazalilla. Jaén). Arqueología Espacial, tomo VIH, páginas: 203 a 218. Teruel, 1986.

(24) Adroher Aroux, A. Mª. et alii (2002): La cultura ibérica, Granada, 2002, páginas 65 a 67.

(25) Bonilla Martos, Antonio Luis: Poblamiento y territorio en el suroeste de la provincia de Jaén en la época ibérica. Arqueología y Territorio, 1698-5664, Nº. 1, 2004, páginas: 119 a 133.

No hay comentarios: