PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

martes, 25 de abril de 2023

EL FRÍO Y LA NIEVE EN JAÉN Y PROVINCIA ENTRE 1550 Y 1850 EN LA PEQUEÑA EDAD DEL HIELO.

 ALGUNAS REFERENCIAS DE LOS HECHOS OCURRIDOS EN ESTOS SIGLOS EN NUESTRA PROVINCIA.

En fechas recientes publicamos en estas páginas ciertas puntualizaciones que confirmaban la relativa estabilidad del clima en la ciudad de Jaén. Lo atribuíamos a la influencia que los vientos catabáticos, que venían de las laderas de las montañas de los alrededores de la ciudad, y producían las bajadas de temperatura al bajar hacia la ciudad en verano. El viento que, al contrario que el catabático, asciende, se denomina viento anabático.

 Tal como estamos comprobando este invierno, las características del clima giennense no excluyen la posibilidad de que vengan algunos inviernos más fríos. A este hecho se une la consideración que afirma la existencia de un periodo de enfriamiento entre 1550 y 1850 aproximadamente. Así lo expresaba mi profesor de historia, hace ya muchos años, D. Luis Coronas Tejada, tomando como referencia la publicación en inglés de Lamb, H. H. (1972). Climate: Present, Past and Future. London, UK: Methuen and Co. Ltd. (1).  

La Pequeña Edad de Hielo (LIA en inglés) fue en realidad un período de enfriamiento regional, particularmente pronunciado en la región del Atlántico Norte. No fue una verdadera edad de hielo de alcance global. El término fue introducido en la literatura científica por François E. Matthes en 1939. El período se ha definido convencionalmente como extendiéndose desde los siglos XVI hasta el siglo XIX, pero algunos expertos prefieren un período de tiempo alternativo de aproximadamente de siete siglos, los que van entre el año 1300 a aproximadamente el año 1850.

Durante una serie de años ya hubo antes años muy fríos como 1487 y 1498 (2) y los años de 1535 y 1536 cuando se heló el Tajo en Toledo (3). También 1587 fue un año de bajas temperaturas (4).

Nevada en Jaén capital 20 de enero de 2020.


https://www.youtube.com/watch?v=XGHHozD0eMU

En Jaén se comentaban los tardíos fríos de abril de este año de 1587 en el Cabildo municipal:

Durante dicho mes se produjeron numerosas tormentas.

 “Este día la çibdad dixo por quanto a sobrevenido munchas nieves y yelos de tal manera que totalmente se a quemado toda la fruta que avía” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1587. Cab. 2-4.)

En la segunda mitad del siglo XVII hubo 12 años en los que se dieron temperaturas muy frías, en algunos casos con nevadas. Las bajas temperaturas ocuparon además los periodos equinocciales (5).

Una fotografía da testimonio de la gran nevada de 1915 en Jaén.


https://www.youtube.com/watch?v=UEgiLIRdJPo

Así ocurrió en Jaén durante las primaveras de 1622 y 1624 respectivamente, y en el otoño de 1641 (6).

Otro invierno frío fue el del año 1658. En enero, y en palabras de Jerónimo de Barrionuevo

“Hace unos fríos tremendos, que no es posible el salir nadie de casa y hielos tan grandes, que han perecido muchos en el puerto de Guadarrama, arrieros y caminantes, y en particular dos frailes descalzos franciscos se quedaron helados y abarazados, hincadas las rodillas, mirando al cielo, donde espero que están. Y las calles tan vidriosas, que en Sigüenza no pueden haber hecho hielos mayores” (7).

Según el mismo autor (Barrionuevo), en febrero, se refiere que:

“En Málaga se ha helado mucha parte de la marina y casi en toda Andalucía los naranjos sin perdonar a Sevilla ni Córdoba, y en Granada nevado y llovido tanto que ocho días cesó el comercio, y en Sevilla cayó una nieve muy buena. En Málaga entró una mañana un hombre a caballo chocando con todo, y deteniéndolo le hallaron muerto helado. En Alcaraz se partió una tinaja de más de 300 arrobas de vino, hallándose helado, sin perderse gota al mudarse a otro vaso... Junto a Talavera llegó un pastor con tres pollinos y cuatro perros pidiendo a un convento limosna para llegar a Madrid, por habérsele muerto helados 500 carneros que traía...” (8).

En referencia a un día de inicios de enero, dice el ya citado Barrionuevo:

“El tiempo es ceñudo y de suerte encapotado, que nadie sale de su rincón ni trata en más que pasarle al brasero con la mayor comodidad que puede, que las aguas son nieve, las calles un lago, con que el retiro es forzoso, esperando en Dios que mejore las horas...” (9).

En 1716 se produjeron nevadas en Úbeda, dentro de un invierno muy frío (10).

A mediados de la década de 1780 se produjeron unos inviernos muy inclementes. En 1786 el marqués del Puente hablaba de tres inbiernos furiosos de aguas (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1786. Cab. 24-5.)

En 1791 el Ayuntamiento pide a los vecinos que saquen faroles a las calles “para evitar desgracias en las noches de ybierno tan lóbregas” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1791. Cab. 24-12.9)

Nevada en Úbeda 2006.


https://www.youtube.com/watch?v=m06c_uXZOG4

Las fuentes citan la formación de “hielos” en la Úbeda de 1802, donde también hubo un gélido invierno en 1844, en 1875 se produjeron heladas en la Semana Santa y hubo fríos intensos en 1887, que provocaron que se helara el Guadalquivir (11). 

Nevadas en Úbeda , películas de S8 década de los 80.


https://www.youtube.com/watch?v=eT45RTtEAuY

Fueron asimismo muy fríos los inviernos de los siguientes años: 1889, 1890, 1891, 1907 y 1909.

Los años posteriores a la Guerra Civil española fueron testigos de fríos inviernos. En 1945 cayeron grandes nevadas en la provincia de Jaén, Santiago de la Espada y Pontones quedaron bloqueados por la nieve, y se llegaron a alcanzar -25° Centígrados, produciéndose grandes problemas con el abastecimiento de dichas poblaciones (12). 

Noticia del NODO sobre la gran nevada del año 1951 en la Sierra de Segura.


https://www.youtube.com/watch?v=ZZ9jRLTRVnY

El de 1951 fue un año particularmente duro. En enero de ese año Jaén sufrió temperaturas inferiores a 0° (13). 

Nieve en Santiago de la Espada 1951 Nodo.


https://www.youtube.com/watch?v=rikL5HXwgQg

En febrero, una vez más, Santiago y Pontones quedaron aislados, y debieron ser abastecidos por un contingente formado por 15 camiones (14).

La gran nevada de Santiago de la Espada, de actualidad internacional en los tiempos del NO-DO


https://www.youtube.com/watch?v=tXg9tCSXNsA

Cuando ya avanzada la primavera se esperaba una mejora del tiempo, pero en el mes de mayo y de forma evidentemente insólita, nevó en Jaén (15).

En febrero de 1953 se produjeron nevadas una vez más en Jaén. El año siguiente se inicia con bajas temperaturas, se hielan las aguas del Guadalén, todo anuncia la llamada “nevada del siglo”, que se produce, según la prensa local, a inicios de febrero (16). 

Ola de frío de 1956, cuando Siberia invadió Europa... y se quedó.


 https://www.youtube.com/watch?v=pCBxieKgw4g

En 1956 se llega a -10° C en Jaén (17).

En 1958 una fuerte nevada derriba doce viviendas en Bélmez de la Moraleda (18).

Es evidente, y se puede constatar en las citas anteriores, la atemorizada impresión que predominaba en la época respecto al invierno y al mal tiempo en general. La llegada del invierno se concibe como una amenaza. Se hablaba de “recios temporales que se experimentan en ayres y aguas” (Archivo Municipal de  Jaén Act. 1708. Cab. 13-2.), también de “recios ayres y fríos” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1635. Cab. 9-2.)  y otras expresiones que coinciden en presentar el invierno como una etapa de penalidades para toda la población. Es sobradamente conocida la pintura de Goya en la que aparecen unos personajes precariamente cubiertos ante el rigor de la nevada.

La nevada de Francisco de Goya y Lucientes.

Las nevadas se producían sobre todo en las sierras cercanas a la ciudad. La nieve de sierra Mágina y la de la sierra de la Pandera era aprovechada para el consumo de la población y su explotación era arrendada por el Concejo a particulares. Los años de sequía y, por lo tanto, con ausencia de nevadas originaban la carestía o la inexistencia de este producto considerado casi de primera necesidad.

Sierra Mágina.

Pico de la Pandera, 1872 metros. Foto de Ángel Torres.

Es notorio que los rigores invernales se padecían con mayor virulencia en las sociedades preindustriales. Los inmuebles estaban en muchas ocasiones distribuidos alrededor de un patio, a través del que se introducirían frías corrientes de aire, conducidas por corredores y logias hasta las habitaciones, caldeadas con braseros, como los que aparecen con harta frecuencia en los inventarios de los más diversos medios sociales. Así en la dote de Doña Francisca de Vera, (era esposa del veinticuatro D. Fernando Cerón y Girón.) en 1654, se menciona “Un brasero de cobre” valorado en 300 reales (Archivo Histórico Provincial de Jaén. Micro, 646. Folio 154. 1654.)

Los cierres de puertas y ventanas debían de ser poco eficaces. Había también calentadores para camas y para las manos. Los vidrios de estas últimas eran caros y de difícil reposición. A veces se cubrían con lienzos encerados, como los utilizados en la Iglesia parroquial de Vilches a inicios del siglo XVIII. La ausencia de agua corriente, o su ubicación en los patios convertía la higiene en un penoso y gélido hábito. Las órdenes del Concejo para la reparación o acondicionamiento de edificios de Jaén tienen en no pocas ocasiones las inclemencias del tiempo como trasfondo, así en 1707 “se encarga a un carpintero un cancel de madera para la iglesia de San Ildefonso de Jaén, como el de la Catedral para el adorno, onestidad y resistencia de los temporales” (Archivo Histórico Provincial de Jaén. Legajo 1871. Folio  390. 1707.)

Foto antigua de la Iglesia de San Ildefonso, hoy basílica.


Procesión de la Virgen de la Capilla, saliendo de la basílica de San Ildefonso.

Era lógica, por tanto, la gran demanda de carbón vegetal, que hacía de su abastecimiento un verdadero problema ecológico, sobre todo con la privatización de importantes masas forestales, lo que condujo a la deforestación y a la erosión masiva, frente a la explotación tradicional, que dejaba las raíces y los tocones intactos, con la esperanza del posterior rebrote de las distintas especies vegetales  (19).

Los gobiernos municipales trataron de reglamentar y de restringir el carboneo para evitar la destrucción o la merma de los bosques (20).

Un ejemplo más sobre la visión de los inviernos en siglos pasados: en tiempos de Felipe V un personaje de la época, Curiel, fue desterrado de la Corte, como consecuencia de complicadas intrigas. El lugar elegido fue Segura de la Sierra donde estará el invierno enterrado en nieve y por lo delicado que es en pocos días morirá con los fríos y hielos en su destierro (21).

Segura de la Sierra nevada.

Era frecuente que determinadas ermitas y templos situados en zonas de difícil trasiego tañesen las campanas para evitar que los viajeros se extraviasen en la noche, también se colocaban estacas para que los caminantes no perdiesen los senderos y veredas en el tiempo de las nieves (22). Los viajes eran especialmente peligrosos en tiempos de heladas y nieves.

Para hacer un estudio medianamente orientado, tenemos que hacer referencia especial a un periodo de siglos que fue denominado el “Periodo Cálido Medieval”, un periodo que aunque hemos referido debemos reiterar que se inició en el año 800 y culminó en el año 1200 d. C., es decir, en la etapa conocida como Alta Edad Media.

Durante el  siglo  XVIII  tuvo  lugar  en  Europa  y  América  la  transición  hacia  una  fase  más  cálida en  las  temperaturas  ambientales, especialmente  al  superarse  los  momentos  más  severos  de la Pequeña Edad del Hielo (PEH).

En el invierno de 1620 una persona podía pasar de Asia a Europa por el Bósforo caminando y no precisamente sobre un puente.

Hasta donde puede observarse, este cambio climático agudo se extendió desde mediados del siglo XV hasta el último tercio del siglo XIX y se caracterizó por su gran variabilidad y el rigor de los inviernos. Más que un cambio climático homogéneo lo que ocurrió  fue  una  gran  irregularidad  y  variabilidad  en  las  temperaturas,  de  acusadas  oscilaciones  climáticas y de no menores diferencias regionales. La Pequeña Edad del Hielo (PEH) no tuvo un desarrollo lineal, estuvo marcada  por  fases  en  las  que  el  empeoramiento  en  las  temperaturas  fue  notable  y,  vista  en  conjunto,  fue  una  época  de  cambios  imprevisibles  y  de  temporales  cada  vez  más  frecuentes  cuyo  alcance  adquirió  una  dimensión  “global”  puesto  que  afectó  a  buena  parte  del  planeta,  fundamentalmente Europa, América del Norte y China. Y aunque el frío que se padeció no fue equiparable  al  de  la  última  glaciación,  lo  cierto  es  que  abundaron  los  prolongados  y  muy  severos inviernos  que  -a  su  vez- fueron  seguidos  de  primaveras  cortas  y  húmedas.  Además, estos  inviernos  extremos  también convivieron  con  veranos  habitualmente  frescos  e  incluso extremadamente  calurosos.  Por  tanto,  frío  sí,  pero  no  durante  todos  los  meses  y  tampoco  en  todos  los  años;  y  aunque  las  temperaturas  medias  para  la  Pequeña Edad del Hielo (PEH)  arrojen  valores  que  podrían  considerarse  moderados  -el  termómetro  en  general  descendió  por  término  medio  entre  1ºC  o 2ºC-  lo cierto es que hubo picos de temperaturas sensiblemente bajas (23).

En  la  península  Ibérica los  efectos  generales  de  la  Pequeña Edad del Hielo (PEH)  se  padecieron  con  todo  rigor  y, lógicamente,  durante  el  siglo  XVIII  también  se  experimentaron  los vaivenes térmicos  y  se acentuó  la  variabilidad  climática,  sobre  todo  en  las  décadas  finales  de  la  centuria (24).

 En los primeros años se vivieron las últimas sacudidas del “Mínimo de Maunder”, con inviernos muy fríos y húmedos que dieron paso a veranos secos y calurosos en los que se desarrolló una plaga de langosta  durante  1708-1709 (25).

Las   cuatro   últimas   décadas   conocieron   la denominada “oscilación  o  anomalía  Maldá”,  caracterizada  por  la  simultaneidad  con  que  se  dieron  en  el  Mediterráneo    occidental    episodios    atmosféricos    de    rango    extremo    de    consecuencias catastróficas (26).

Paisaje nevado en Castellón.

Entre  el  período  final  del  “mínimo  de  Maunder”  y  la  “oscilación  Maldá”  se sucedieron alternativas térmicas e hídricas igualmente extraordinarias que afectaron seriamente a  las  cosechas  y  provocaron  crisis  agudas (27).

Dado  esto,  no  es  casualidad  que  durante  el  último  tercio del XVIII las condiciones climáticas de Europa, en general, y de la península Ibérica, en particular,  se  distinguieran  por  cambios  abruptos,  repentinos  y  anómalos.  Lo  anterior  ha  quedado  plasmado  en la  abundante  y  variada  documentación  de  carácter  oficial y  privada; también  los  periódicos  de  la  época,  como  el  Memorial  Literario,  incorporan  en sus  páginas  algunos diarios meteorológicos y numerosas noticias sobre estos sucesos (28).

En última instancia, contemporáneos  curiosos  y  perspicaces,  algunos  con  formación  científica,  llevaron  a  cabo observaciones  con  barómetro  y  termómetro,  y  dejaron  constancia  del  inusual  comportamiento  térmico  de  las  estaciones, de la mayor  frecuencia  e  intensidad  de  las  precipitaciones y  de la irrupción   de   riadas   e   inundaciones,   además   de   reflexionar   acerca   de   la   sorprendente   coincidencia de estos episodios con persistentes sequías (29).

La  reiteración  de  estos  episodios  extremos  fue  lo  que  acentuó  la  sensación  de  desorden  atmosférico, episodios a los que en ocasiones se sumaron otros no menos excepcionales como, por  ejemplo,  la  erupción  del  volcán  Laki  (en  realidad  una  grieta  dentro  del  sistema  de  Grimsvötn)   a  comienzos  de  junio  de  1783,  que  ocasionó  una  catástrofe  medioambiental  y  humana  en  Islandia,  alteró  sobremanera  la  circulación  atmosférica  de buena  parte  de  Europa y América  del  Norte, perturbó las  temperaturas  y,  por  supuesto,  los  rendimientos  agrícolas (30).

La erupción del Laki en Islandia en 1783 hizo bajar la temperatura del planeta y causó hambruna y crisis social en Europa y otras partes del mundo.

Conviene insistir en que el extremismo hidrometeorológico padecido entre 1770 y 1800 afectó a la práctica totalidad de la península Ibérica y, especialmente y de manera constante, a la fachada mediterránea (31).

Una visión panorámica de las condiciones climáticas que persistieron en la Península durante las últimas décadas del siglo XVIII pone al descubierto que el período 1780-1789 se inició con una  prolongada  sequía  que  venía  de  años  atrás,  con  fuertes  calores  durante  el  verano  de  1781  seguido de un otoño frío y húmedo y un invierno cargado de nubes y nieblas (32).

La situación se mantuvo,  e  incluso  se  agravó  en  ocasiones  por  razones  exógenas  como  en  1783  por  la aludida erupción  del  Laki.  El  año  1788 fue  especialmente  aciago  para  la  agricultura  y  deparó  un invierno tan gélido que el río Ebro estuvo congelado quince días en Tortosa durante el mes de diciembre.  La  década fue  difícil  pues  hubo  reiteradas  cosechas  fallidas por  lo  que  el  grano  escaseó  sobremanera,  propiciando  la  carestía  y  el  hambre  seguidas  de  crisis  y  desórdenes  populares  junto  con  un  incremento  significativo  de  la  llegada  de  memoriales  de  muchas  poblaciones al Consejo de Castilla solicitando ayuda (Archivo Histórico Nacional (AHN), Consejos, legajos 37168, 37185 y 37195.)

A partir de enero de 1789, problemas de desabastecimiento  y  un  alza  excesiva  en  los  precios  del  pan  provocaron  grandes  alborotos  en  Barcelona y  otras  poblaciones  catalanas desde  febrero  a  marzo.  En  julio  de  ese  año  de  “crisis universal” estalló la Revolución Francesa. Debemos  advertir  que  la  coincidencia  de  estos episodios  hidrometeorológicos  extremos  y extraordinarios  se  mantuvo  durante  la  década postrera  de  la  centuria,  de  ahí  que  la  dura  e  intermitente  sequía  que  se  arrastraba  desde  mediados  de  siglo  conviviera con  violentas  y  reiteradas  precipitaciones  que  provocaron  riadas  e  inundaciones.  Incluso  siguieron  siendo habituales  los  inviernos  rigurosos,  las heladas  y  los  veranos  cortos  y  húmedos salpicados  de  tormentas  y  granizadas (33).

Estas  circunstancias  de  carácter  climático  pudieron  influir  en  el  desarrollo  y  proliferación  de  las  plagas  de  langosta  aunque,  como ya  adelantamos,  un  factor  determinante fue  la  persistencia  de  la  sequía  durante  cinco  años  o  más,  combinada  con  lluvias  primaverales abundantes y un último año extremadamente seco (34).

El avance de los pueblos nórdicos a diversas partes de Europa, con abundantes incursiones hacia el sur, no sólo fue consecuencia de la búsqueda de nuevos mercados, de la superpoblación que sufrían y de sus avances tecnológicos, sino que también fue incentivado por el clima templado y estable, que les propiciaba tomar tales iniciativas de expansión por otros territorios. El aumento en la temperatura del aire y de la superficie terrestre ayudaría a disminuir la masa de hielo, al grado de que los estudios modernos han mostrado que su grosor fue menor que en cualquier época anterior y posterior. De hecho, la masa helada no alcanzaba la costa norte en los meses fríos y la temperatura en verano e invierno era más elevada que la actual. La buena condición climática permitió que los nórdicos exploraran Groenlandia, transitaran por la tierra del Baffin y Labrador, y descubrieran América del Norte, situación que sería posible gracias a las corrientes oceánicas del sur y los vientos del sudoeste.

Situación de Groenlandia, la segunda isla mayor de la Tierra después de Australia.

Los noruegos se establecieron en la inhóspita Groenlandia durante casi 500 años, hasta que la abandonaron por razones que aún intrigan a los historiadores.


Si no hubiera existido el Periodo Cálido Medieval, es probable que hubieran pasado cientos de años antes de que se colonizara Groenlandia, pues el clima cálido contribuyó a que el mar se elevara en temperaturas. El Periodo Cálido Medieval también propició que en Europa se alcanzara una gran bonanza económica, pues las cosechas eran abundantes, lo que ayudó a que la población rural y urbana creciera de manera notable. Y es que en cualquier sociedad agrícola, el más ligero cambio en el clima podía poner en riesgo a la mayor parte de la población. Las buenas condiciones climáticas permitieron que la agricultura se desplazara a suelos marginales y que se cultivara en alturas insospechadas hasta ese momento. Los excedentes generados por las buenas cosechas ayudaron a que se construyeran grandes obras. El buen clima del Periodo Cálido Medieval se explicaba por la interacción entre la atmósfera y el mar. El índice de Oscilación del Atlántico Norte (OAN) expresa los cambios en la localización e intensidad de la circulación de las tormentas y de las precipitaciones en Europa. Este índice ha influido en el clima de Europa durante miles de años, sin que muestre una regularidad. Así, por ejemplo, en el siglo XIII se manifestó un aumento en el frío, mientras que en el XIV el clima se volvió imprevisible. Una muestra de la fragilidad de las sociedades agrícolas lo constituiría el año de 1315, el cual se caracterizó por lluvias torrenciales que provocaron la pérdida de las cosechas y, por consiguiente, el desabasto y el hambre de la población, escenario que era habitual entre los campesinos, que tenían una dieta inadecuada y una mala nutrición. La crisis de 1315 evidenció lo endeble que eran las condiciones de las comunidades rurales. La situación se normalizó en 1322, pero comenzó la Pequeña Edad de Hielo que fue fruto de una inversión en el índice de Oscilación del Atlántico Norte (OAN).

La Pequeña Edad del Hielo duró varios siglos en los que las condiciones climáticas eran más frías, tormentosas y sujetas a condiciones extremas y esporádicas, fue un periodo de grandes cambios climáticos, que duró cinco siglos y medio.

En la Pequeña Edad de Hielo, en la que las condiciones climáticas eran más frías, tormentosas y sujetas a condiciones extremas y  esporádicas, fue  un periodo de grandes cambios climáticos, que duró cinco siglos y medio, formaba parte de una secuencia más amplia de cambios en los que se intercalaban periodos fríos y cálidos de corta duración. Aunque las bajas temperaturas no eran permanentes, sí había fluctuaciones climáticas constantes e imprevisibles. Aun hoy es difícil conocer las razones por las que se generó la Pequeña Edad de Hielo, debido a que no se había alcanzado una exacta comprensión del sistema climático del planeta, así como tampoco se conocía de qué manera la interacción entre la atmósfera y los océanos tiene incidencia en los cambios climáticos. Una posible explicación es que los cambios lentos y cíclicos en la excentricidad de la órbita y en la orientación e inclinación del eje terrestre han propiciado la modificación de los patrones de evaporación y precipitación, así como en las modificaciones de las estaciones a lo largo de los últimos 730.000 años. Como consecuencia, el mundo pasó de un periodo cálido a uno de frío extremo. Los cambios bruscos son producto de las alteraciones repentinas que se han producido en el sistema oceánico-atmosférico. Para entender el modelo climático actual, se tiene que tomar en cuenta el comportamiento de la “gran cinta transportadora oceánica”, pues los cambios en la circulación oceánica tienen incidencia en el clima del planeta. Ejemplo de lo anterior lo constituye la corriente del Niño. 

¿Qué es el fenómeno de El Niño y La Niña?


https://www.youtube.com/watch?v=c1H8ulqOO3A

La caótica interacción entre los fenómenos oceánico-atmosféricos ha influido en los remolinos de aire atmosférico, en el hundimiento de las aguas superficiales y en los cambios detectados en las corrientes del Atlántico Norte. Existen muchas interrogantes sobre la Pequeña Edad de Hielo, pues no se tiene certeza de si forma parte de las diversas “edades de hielo” menores que existieron en el Holoceno Temprano. El perfil climatológico de las fluctuaciones de la Pequeña Edad de Hielo muestra que existió un cambio constante e imprevisible causado por interacciones complejas entre la atmósfera y el océano. Este periodo muestra la lucha que las poblaciones europeas emprendieron contra el frío excesivo, mismo que se puede apreciar como una de las más importantes vulnerabilidades que afectan a la Humanidad.

Los ciclos de frío excesivo y precipitaciones extraordinarias influyeron en los hechos políticos, económicos y sociales. Sin embargo, se debe tener en cuenta que el cambio climático no se podía considerar la causa, pero sí el catalizador de las transformaciones ocurridas. Así, los cinco siglos y medio que duró la Pequeña Edad de Hielo estuvieron marcados por variaciones que iban desde periodos breves con temperaturas relativamente estables hasta condiciones extremadamente frías o húmedas, con tormentas, heladas y ciclos de malas cosechas. En el siglo XVI se alcanzaría el pico máximo de la Pequeña Edad de Hielo. Durante 200 años se produjeron condiciones extremas en las que se alternaban periodos de calor y fríos inusuales.

En este periodo también se observó un cambio en los patrones atmosféricos, pues el casquete polar se expandió, los anticiclones no abandonaron el norte y las franjas de depresión con sus vientos suaves del oeste se trasladaron más allá del sur. A consecuencia del frío, se notó que se produjeron cambios en la localización de las plantas, animales y árboles. Es probable que el descenso máximo del frío haya sido consecuencia de la falta de actividad solar. 

Eyección solar masiva (NASA).

No debemos de olvidar que el Sol no ha tenido un comportamiento constante y en el último milenio ha mostrado periodos de mayor o menor actividad con niveles más extremos que los de nuestros días. El carácter cíclico natural de los cambios climáticos supondría que se produciría otra edad de hielo, pero es probable que no se produzca debido a la alteración del modelo climático provocado por la intervención del hombre. Y es que la Pequeña Edad de Hielo fue sucedida por dos etapas de calentamiento: la primera se produjo desde mediados del siglo XIX hasta 1945 y la segunda desde 1975 hasta nuestros días. Los cambios en el medio ambiente, producto de la tala indiscriminada y de la conversión de los suelos, han generado un aumento del dióxido de carbono.

A lo anterior se debe sumar que la combustión de carbón, aceite y gasolina, el crecimiento poblacional, los monocultivos y el incremento de la producción ganadera han contribuido a aumentar la concentración de los gases responsables del efecto invernadero, lo que ha generado un aumento gradual y constante de la temperatura en los últimos 150 años. Este calentamiento global es producto de la acción del hombre.

Atravesamos una nueva era en el clima global, por lo que un estudio científico de la Pequeña Edad de Hielo se hace imprescindible, pues la historia muestra que los cambios climáticos son bruscos y caprichosos, por lo que es necesario hacer pronósticos del tiempo y elaborar modelos para el cambio climático. Pese a los avances tecnológicos con los que contamos, la humanidad muestra una gran vulnerabilidad a causa de la superpoblación y de los vínculos estrechos que existen entre los factores políticos, económicos, sociales y medioambientales. Ante tal panorama, debemos de pensar que es imprescindible aprender las lecciones climáticas que nos enseña la Pequeña Edad de Hielo para entender de mejor manera el fenómeno del calentamiento global de nuestros tiempos.

La disminución de las temperaturas en todo el mundo entre los siglos XV y XIX, comúnmente y poéticamente conocida como “la Pequeña Edad de Hielo” es un evento bien documentado, respaldado por abundante y extremadamente diversa evidencia científica e histórica, que va desde estudios de muestras de núcleos de hielo y estudio de los anillos de árboles, hasta la desaparición de la incipiente colonia agrícola vikinga bajo las capas de hielo de Groenlandia y la prevalencia de paisajes nevados en el arte de la época representados en cuadros de pintura. El consenso científico estima una temperatura de 1º a 2º C más baja que hoy en el norte de Europa, pero nos preguntamos ¿Si hay evidencia de un enfriamiento en el Mediterráneo y España?

La historia climática, siempre es un juego complejo, es doblemente difícil en un país como el nuestro, con un clima tan inherentemente variable, sujeto a cambios violentos de un año a otro. Como en otros lugares, los registros climáticos confiables no se remontan tan lejos, pero otras pruebas de la Península parecen apoyar la tendencia mundial.

El río Ebro helado en Tortosa en el año 1891. Fotografía de Bonaventura Masdeu.

Helada del Ebro en Tortosa en el año 1891. Abajo en la Iglesia de Alforque se recuerda que en 10 de enero de 1694 se heló el Ebro.

En la Iglesia de Alforque se recuerda la helada del 27 de enero de 1658 en la que se heló el Ebro.

Salas y otros (Nuestro Porvenir Climático, 2001) mencionan la congelación del Ebro en siete ocasiones entre 1505 y 1789. En 1788 y nuevamente en 1789 el río permaneció congelado durante quince días, aunque no menciona dónde, aunque suponemos que ocurrió cerca del Mediterráneo. El libro también señala uno de los estudios mejor documentados de la Pequeña Edad de Hielo en España, como  la presencia de una extensa red de almacenes de hielo conocidos como neveras, pozos de nieve, ventisqueros y glaceres, que se construyeron y mantuvieron entre los siglos XVI y XIX a lo largo del Mediterráneo oriental, algunos en áreas donde ya no nieva ni un día. El almacenamiento y distribución de hielo era un negocio animado que involucraba a sectores enteros de la población rural.

Los Pozos de Nieve de Sierra Espuña.

También hay amplia evidencia de glaciares que se expandieron en los Pirineos durante el período y se han estado derritiendo desde entonces. Además, los restos glaciares de Sierra Nevada que finalmente sucumbieron a finales del siglo XX, se originaron en este momento, y no eran, como a veces se afirma, restos de la última verdadera Edad de Hielo. Los últimos glaciares verdaderos de Sierra Nevada y Los Picos de Europa se derritieron a finales del siglo XIX. Se cree que las temperaturas en Europa han sido 1º-1,5ºCentígrados más altas que hoy durante el llamado Óptimo Medieval de los siglos IX al XIII, por lo que estos glaciares, e incluso los de los Pirineos, seguramente se habrían derretido. Los glaciares pirenaicos actuales también se formaron principalmente durante este período frío y se han ido derritiendo lentamente hasta su final. La superficie total de los glaciares en el lado español de los Pirineos ha disminuido de 1779 hectáreas en 1894 a 290 hectáreas en 2000.

Greenpeace publicó el 04 de octubre de 2004, un informe sobre el estado de los glaciares de España. Los glaciares en el lado español de los Pirineos se están derritiendo rápidamente. La superficie total ha disminuido de las 1779 hectáreas en 1894, hasta las 290 hectáreas en el 2000, lo que representa una disminución del 85% en la superficie. El 52% de esto ha ocurrido en los últimos 20 años, y el 30% entre 1991 y 2001. 

MONTE PERDIDO: Agonía de un glaciar | Informe Semanal


 https://www.youtube.com/watch?v=idclVwJ-70M

El informe, escrito por un grupo de científicos entre los que se encuentran Enrique Serrano de la Universidad de Valladolid y Eduardo Martínez de Pisón de la Comunidad Autónoma de Madrid, ambos profesores de geografía, recopila el estado actual del conocimiento sobre cada glaciar (de ahí las diferentes fechas anteriores) y analiza en detalle el estado del glaciar Monte Perdido. Las tendencias actuales predicen que para 2005 la superficie podría ser tan baja como sesenta y cinco hectáreas y sólo nueve hectáreas para 2050, con el hielo finalmente sucumbiendo en algún lugar entre 2050 y 2070. Los últimos glaciares verdaderos de Sierra Nevada y los Picos de Europa desaparecieron a finales del siglo XIX cuando las temperaturas aumentaron después de la llamada Pequeña Edad de Hielo (a menudo tomada como ocurrida entre los años 1540 a 1880 d.C.).

Los glaciares pirenaicos también se formaron principalmente durante este período frío y se han ido derritiendo lentamente desde su final. En 1980 todavía había veintisiete glaciares y nueve bancos de hielo (llamados heleros). En el año 2000 había sólo diez glaciares y nueve bancos de hielo. Las formas y procesos periglaciares están reemplazando a los glaciares en los altos Pirineos. Como era de esperar, el cambio climático inducido por el hombre se atribuye firmemente a la disminución de los hielos pirenaicos. 

Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Un siglo como Parque Nacional (Parte 1/4)


https://www.youtube.com/watch?v=9kwNe6jDRsY

En nuestros días resulta difícil sustraerse al debate del denominado cambio climático. La inquietud ante lo que puede deparar este proceso que parece nos encamina hacia un calentamiento global provocado por la acción del hombre o antrópica, invita a echar una mirada a las variaciones experimentadas por el clima de la Tierra a lo largo de la historia. Entre ellas, ofrece gran interés la fase conocida como Pequeña Edad del Hielo (PEH), vigente en el hemisferio norte entre mediados de los siglos XIV y XIX. Es importante considerar el impacto que dejaron en España las oscilaciones climáticas propias de la Pequeña Edad del Hielo, un período de tiempo pródigo en episodios extremos de origen atmosférico o geológico de consecuencias catastróficas. La historia demuestra la persistencia secular de estos episodios y sus efectos, por lo que un conocimiento del pasado climático ayudaría a entender el porqué de los mismos y debería contribuir a diseñar las imprescindibles medidas de prevención y protección por parte de quienes tienen la responsabilidad de velar por la seguridad y las vidas de todos.

Tomar 1890 como punto de referencia ayuda a los autores. Europa estaba saliendo de los siglos más fríos de la Pequeña Edad de Hielo, pero realmente no estoy seguro de su afirmación de que el final de este período fue causado por el comienzo de la Revolución Industrial. Su posición parece ser que todo el cambio climático durante los últimos 10.000 años es en parte inducido por el hombre. Como suele ser el caso, Greenpeace exagera innecesariamente su caso. Culpar de casi todo a los humanos no hace ningún favor a los investigadores, y solo ayuda al caso de los intereses contra el cambio climático. El lento derretimiento de hasta un 50% durante gran parte del siglo 20 podría ser fácilmente natural como parte del pulso climático. Quizás la característica definitoria del período cuaternario en el que vivimos es su clima inherentemente cambiante, en comparación con los períodos climáticos más estables del pasado. Claramente, sin embargo, la fusión actual y acelerada es ciertamente inducida por el hombre.

Ascenso al ANETO desde su glaciar.


https://www.youtube.com/watch?v=gx1h1kf2A_Q

Rocas, hielo y sol: ascensión al aneto en verano.


 https://www.youtube.com/watch?v=wHr_UhZ-rYg

Nota. Como se puede ver en la tabla, el glaciar más grande que sobrevive está en el Aneto con 163 ha.

Declive de los glaciares pirenaicos (1994-2001)

Año-              1894      1982     1991     1994       1998       1999        2001

Balaitus             55          18         15          13              5             2              0

Infierno             88          62?     66          55            43           41             41

Viñemal             40          20       18          17               8            6               2

Taillón                  -           10         2            2               1          <1               0

M.Perdido       556        107        90        74             52          48            44

La Munia           40         12         10          8               3             0              0

Posets                216         55        48        48             35           34            34

Perdiguero        92          10?       17           9            <1              0             0

Aneto- Malª.   692        314     302       249          169          163         162

Besiberri               -             -          6            6              6              6             6

TOTAL             1779       608     574        481          322         300        290

(Cifras en hectáreas) Número de glaciares y bancos de hielo

Año                                 1980           1991          1994          1999        2000

Glaciares                           27               17                13               10             10

Bancos de hielo                  9               19                19               16               9

TOTAL                               36              36                32               26             19

Martín y Olcina en “Clima y Tiempos de España” señalan cuatro períodos de eventos catastróficos (mediados del siglo XV, 1500-1570, 1610-1769 y 1800-1820) marcados por fuertes lluvias, nevadas y tormentas marinas. Estos fueron intercalados con interludios de sequías mucho más severas y persistentes que las de hoy (hasta ahora). Esto está respaldado por seguramente uno de los intentos más extraños de deducir un clima histórico: extrapolar las oraciones pro pluvium para producir un gráfico anual de lluvia.

 Norte Clásica del Mulhacen 1ª parte. 4K


https://www.youtube.com/watch?v=YrFNPboUNPU

Norte Clásica del Mulhacen 2ª parte. 4K


https://www.youtube.com/watch?v=rguVi7QfDr0

Esquí de travesía en Sierra Nevada, subiendo al pico Veleta y al Mulhacen (3482 m) en el día.


https://www.youtube.com/watch?v=wzTDLINL4KU

Otro estudio de Sousa, A. y P. García-Murillo  de 2003 analizó los cambios en los humedales de Andalucía (específicamente, Doñana) al final de la Pequeña Edad de Hielo (35)

Los autores encontraron que la Pequeña Edad de Hielo no era de ninguna manera uniforme en la región de estudio, e incluía períodos más húmedos y secos. Citando a otros autores, señalan que “el LIA se caracterizó en el sur de la Península Ibérica por un aumento de las precipitaciones” y que “las condiciones climáticas que inducen los avances glaciares LIA del norte de Europa, también fueron responsables de un aumento en la frecuencia de inundaciones y sedimentación en la Europa mediterránea”.

El trabajo de los autores complementa estos hallazgos al indicar “una aridez de las condiciones climáticas después del último pico de la LIA (1830-1870)”. Aunque hubo un aumento de la temperatura de alrededor de 0,7 ° C desde el final de la Pequeña Edad de Hielo en varias partes de España (Lampre, 1994; García Barrón, 2000), los autores concluyen que las diferencias de precipitación fueron más significativas para delinear la Pequeña Edad de Hielo en esta parte del mundo que las diferencias de temperatura.

En la misma línea, otro estudio sobre la dinámica fluvial en Almería y Cataluña durante la época histórica, L. Schulte ha demostrado que la acumulación de terrazas fluviales ha sido sensible al cambio climático, y no solo al uso humano del suelo (respuesta fluvial y agradación de terrazas en la Península Ibérica mediterránea durante tiempos históricos).

El estudio analizó la cuenca del Vera, en el margen oriental de las cordilleras béticas, la región más seca de Europa y la cuenca del Penedés en la Cataluña Central. Específicamente, durante la Pequeña Edad de Hielo, las terrazas antiguas fueron barridas y las nuevas terrazas se depositaron a lo largo de casi todos los sistemas fluviales en ambas cuencas, particularmente debido a un aumento en la magnitud y frecuencia de las inundaciones “relacionadas con el desplazamiento hacia el sur de los vientos del oeste del hemisferio norte durante la Pequeña Edad de Hielo”. El estudio también encontró una actividad similar de construcción de terrazas durante el llamado Avance de Hielo Medieval Temprano.

Así que, al menos a lo largo del lado mediterráneo de Iberia, llovió más.

Para combatir tan bajas temperaturas, existían pocos medios para atenuar los efectos de la climatología más inclemente, más allá de las lumbres, braseros y los pardos capotes. La ausencia de predicciones meteorológicas, limitadas a las acostumbradas y poco fiables cabañuelas, contribuía a que fríos, temporales y sequías sorprendiesen a los giennenses del pasado, sin más defensa que la acogida a la plegaria religiosa ante su indefensión. La llegada del invierno se  temía y contemplaba con una enorme inseguridad, aunque las posibilidades de sufrir una sequía eran evidentemente mucho más preocupantes, porque la sequía significaba hambres y muertes.

La explicación de las adversidades de tipo natural tenía, para los giennenses de siglos pasados, una clave religiosa, inscrita en una concepción sacralizada del mundo. Cada temporal, sequía o terremoto se debía a un castigo divino, destinado a una sociedad inevitablemente pecadora. Actitud muy arraigada, de orígenes muy antiguos, pero que contó con cierta difusión en España en los siglos estudiados.

Es evidente que para combatir los devastadores efectos de estos desastres no existía remedio más eficaz que la oración y la penitencia. La plegaria que impetraba y la expiación de los males de una comunidad pecadora. Cada persona, comunidad o ciudad contaba con unos mediadores, con una auténtica relación de patronazgo, formalizada frecuentemente a través de un voto (36).

En cierto modo los usos y formas de vida derivadas de una sociedad basada, en gran medida, en los vínculos personales se trasladaban al plano religioso.

Nuestro Padre Jesús Nazareno, el Abuelo. 


Foto antigua de Nuestro Padre Jesús Nazareno, el Abuelo, del año 1852 en el Convento de la Merced. Foto de H. Montalvo.
Nuestro Padre Jesús Nazareno, el Abuelo, de regreso al Convento de la Merced en el año 1961.

En Jaén las rogativas eran dirigidas fundamentalmente a Nuestro Padre Jesús o a la Virgen de la Capilla, una tradición que se mantiene hasta fechas muy recientes. También se realizan rogativas a san Blas contra temporales y lluvia, en 1785 (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1785. Cab. 9-7.)

En 1708 se decide la celebración de rogativas “públicas y secretas” para suplicar a Dios “que usando de su ynfinita misericordia aplaque su yra suspendiendo la gran continuación de llubias, uracanes y desolación que causas” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1708. Cab. 10-3.)

En ocasiones la acción de fuerzas demoniacas se consideraba era la inspiradora de tales sucesos climatológicos. Así, con motivo de los temporales de 1626, en Sevilla se conjuró el aire en distintas ocasiones (37).

A veces el remedio era el recurso a las prácticas mágicas. En Siles y otros pueblos cercanos, todos ellos de la Sierra de Segura, ante las tormentas se procedía a colocar un hacha con el filo hacía arriba, o a lanzar puñados de sal, también en determinados lugares del hogar, se ponían las tenazas abiertas en forma de cruz (38).

También tenemos noticia, aunque procedente de tierras de Córdoba, de la práctica de conjurar el fuego, como nos narra D. Jerónimo de Barrionuevo:

“Levantóse en el Albaida, distrito de Córdoba, que es de un tal Ozes, un gran fuego, oyéndose aullidos infernales, que lo abrasó todo. Conjuráronle y cesó luego” (39).

Por último, el paso de los ríos, en determinados tramos o en épocas de lluvia, era fuente de innumerables riesgos, poco atenuados por la ya citada fragilidad de los puentes y la precaria estabilidad de las barcas destinadas a cruzar las corrientes fluviales. Además parece claro que nadar era una habilidad poco usual en siglos pasados. Aunque se pueden encontrar ejemplos en todos los pueblos giennenses que han contado en sus términos con ríos de cierta importancia o tramos especialmente peligrosos, por ello reproducimos también aquí algunos casos de ahogados en los ríos Guadalén, Guadalimar y Guarrizas, en los actuales términos de Arquillos, Linares y Vilches, en el entorno de Sierra Morena. Un paraje por el que pasaban viajeros procedentes de más allá de Despeñaperros, además de pastores trashumantes.

Así según un libro de testamentos de la Iglesia Parroquial de Vilches, en enero de 1684 murió José Martínez López.

“El qual se abía ahogado en el río de Guadarrizas, camino de Linares y abiéndose buscado el cuerpo en el dicho río muchas veces, no lo abían podido hallar para enterrarlo en esta parrochia”.

Es interesante saber que el cadáver apareció veintitrés días más tarde, cuando ya se le habían dicho las misas correspondientes (40).

En el año 1688, Francisco Garrido, vecino de Baeza y pobre, fue encontrado muerto “el qual parece se abía aogado en el río de Guadarrizas, término desta villa adonde fue traido su cuerpo por la Justicia Real della” (41).

En marzo de 1761 murió en tales circunstancias un pastor, natural de Calomarde, del Obispado de Santa María de Albarracín (Teruel) (42).

En el año 1823, “Antonio Fernández González, procedente de tierras malagueñas fue el que murió ahogado en el río de Guadalén de este término después de haber recibido un balazo en la población de Arquillos” (43).

En el año 1859, “Antonio Pérez, del Campo de Caravaca, se ahogó en el río Guadalén” (Archivo Parroquial de Vilches. Libro de Enterramientos 9, 7-7-1850.)

En el año 1858 se produjeron dos casos de ahogamientos, “uno en febrero, en el Guadalimar y el otro en agosto de ese mismo año en el río Guadalén, siendo víctima del accidente un vecino de Arquillos, de 18 años, río en el que murió en 1893, en similares circunstancias un oriundo de la Puerta de Segura” (Archivo Parroquial de Vilches. Libro de Enterramientos 14, 22-8-1893.). No es aventurado pensar que, los ahogados en plena juventud y en fechas estivales, estuviesen bañándose.

Granada 25 de abril de 2023.

Pedro Galán Galán.

Bibliografía:

 (1) Según Lamb, H. H. (1972). Climate: Present, Past and Future. London, UK: Methuen and Co. Ltd. Citado por Coronas Tejada, Luís: Jaén, Siglo XVII. Jaén, 1994, página 449.

(2) Gilman, S.: La España de Fernando de Rojas, Madrid, 1978, página 276.

(3) Domínguez Ortiz, A.: El Antiguo Régimen: Los Reyes Católicos y los Austrias, Madrid, 1981, página 155.

(4) Kamen, H.: Felipe de España, página 284.

(5) Coronas Tejada, Luís: Jaén, Siglo XVII. Jaén, 1994, página 449 a 451.

(6) Coronas Tejada, Luís: Jaén, Siglo XVII. Jaén, 1994, página 450.

(7) Barrionuevo, J. de.: Avisos, Madrid, 1968. Tomo II, página 155.

(8) Barrionuevo, J. de.: Avisos, Madrid, 1968. Tomo II, páginas 164 y 165.

(9) Barrionuevo, J. de.: Avisos, Madrid, 1968. Tomo II, página 44.

(10) Torres Navarrete, G.: Historia de Úbeda en sus documentos, Tomo III, páginas 229 y 230.

(11) Torres Navarrete, G.: Historia de Úbeda en sus documentos, Tomo III, páginas 153, 215 y 230.

(12) Chamorro Lozano, J.: Los años 40, en Diario Jaén, suplemento especial del 50 aniversario, página 74.

(13) Morales Gómez-Caminero, P.: Los años 50, en Diario Jaén, del 50 aniversario, página 88.

(14) Morales Gómez-Caminero, P.: Los años 50, en Diario Jaén, del 50 aniversario, pág. 88.

(15) Morales Gómez-Caminero, P.: Los años 50, en Diario Jaén, del 50 aniversario, página 89.

(16) Morales Gómez-Caminero, P.: Los años 50, en Diario Jaén, del 50 aniversario, página 94.

(17) Morales Gómez-Caminero, P.: Los años 50, en Diario Jaén, del 50 aniversario, página 98.

(18) Morales Gómez-Caminero, P.: Los años 50, en Diario Jaén, del 50 aniversario, página 98.

(19) Ringrose, D. R.: España, 1700-1900: el mito del fracaso. Madrid, 1996, páginas 364 y 365.

(20) Amezcua Martínez. M.: Actividades y oficios tradicionales: El carboneo, en Senda de los Huertos, número 21, páginas 59 a 64.

(21) Martín Gaite, C.: Macanaz, otro paciente de la Inquisición. Barcelona, 1982, página 283.

(22)  Las peregrinaciones... Tomo II páginas 12,  283 y 462.

(23) Bradley, R. S. y Jones, P. D. (1992). Climate since A. D. 1500. New York-London, USA-UK: Routledge.

(24) Alberola  Romá,  A.: Los  cambios  climáticos.  La  Pequeña  Edad  del  Hielo  en España. (2014) Madrid, España: Ed. Cátedra.

(25) Pérez Moreda, V.: Las crisis de mortalidad en la España interior (siglos XVI-XIX). (1980). Madrid, España: Siglo XXI editores. Página 361.

(26) Alberola  Romá,  A.: Los  cambios  climáticos.  La  Pequeña  Edad  del  Hielo  en España. (2014). Madrid, España: Ed. Cátedra. Páginas 116 a 130  y  199 a 248.

(27) Alberola  Romá,  A.: Los  cambios  climáticos.  La  Pequeña  Edad  del  Hielo  en España. (2014). Madrid, España: Ed. Cátedra. Páginas 186 a 199.

(28) Mas Galván, C.: Clima y meteorología en la prensa madrileña del reinado de Carlos  IV  (1792-1808).  En  Alberola  Romá,  A.: (Ed.),  Riesgo,  desastre  y  miedo  en  la  península  Ibérica  y  México  durante  la  Edad  Moderna. (2017). Alicante,  España: Publicacions  de  la  Universitat d’Alacant-El Colegio de Michoacán, páginas 209 a 227.

(29) Alberola  Romá,  A.: Malos tiempos, vísperas de guerra. Mayo de 1808 desde otra perspectiva. (2008). Trienio, número 52, páginas 5 a 30.

(30) Alberola  Romá,  A.:  Un  “mal  año”  en  la  España  del  siglo  XVIII:  clima,  desastre  y  crisis  en  1783.  En Huetz de  Lemps,  X.  et  Luis,  Ph.  (eds.), Sortir  du  labyrinthe.   Études   d’Histoire   Contemporaine   de   l’Espagne   en   Hommage   á   Gérard   Chastagnaret. (2012b). Madrid, España: Collection Casa de Velázquez (131), páginas 325 a 346.

(31) Alberola  Romá,  A.: Los  cambios  climáticos.  La  Pequeña  Edad  del  Hielo  en España. (2014). Madrid, España: Ed. Cátedra.

(32) Villalba, J. (1802-1803). Epidemiología española o historia cronológica de las pestes, contagios,  epidemias  y  epizootias  que  han  acaecido  en  España  (...).  Madrid,  España: Imprenta de Mateo Repullés, 2 volúmenes. Volumen II, página 248.

(33) Alberola  Romá,  A.: Quan la pluja no sap ploure. Sequeres i riudaes al País Valencià en l’Edat Moderna. (2010b). Valencia, España: Publicacions de la Universitat de València. Páginas 180 y siguientes.

(34) Del Cañizo Gómez, J: La langosta y el clima. (1942). Boletín de Patología Vegetal y Entomología Agrícola, núm. XI, páginas 190 a 195.

(35) Sousa, A. y García-Murillo, P.: Cambios en los humedales de Andalucía (Parque Natural de Doñana, SW España) al final de la Pequeña Edad de Hielo. (2003). Cambio climático 58: páginas 193 a 217.

(36) Christian, Jr. W.: Religiosidad local en la España de Felipe II, Madrid, 1991, sobre todo el capítulo 2.

(37) Morales Padrón, F.: Memorias de Sevilla. Córdoba, 1981, páginas 52 y 53.

(38) López Fernández, M.: El Guadalquivir: Un río de leyendas y Garrido, J. L.: Apuntes para la etnografía de la Sierra de Segura, en El Toro de Caña. Revista de Cultura Tradicional de la Provincia de Jaén, Número 2, páginas 525 y 553 a 554.

(39) Barrionuevo, J. de.: Avisos, Madrid, 1968, página 236.

(40) Aponte Marín, Ángel: Entre Sierra Morena y el Guadalquivir: caminantes y peripecias, en Senda de los Huertos, número 49, página 122.

(41) Aponte Marín, Ángel: Entre Sierra Morena y el Guadalquivir: caminantes y peripecias, en Senda de los Huertos, número 49, página 122.

(42) Aponte Marín, Ángel: Entre Sierra Morena y el Guadalquivir: caminantes y peripecias», en Senda de los Huertos, número 49, página 122.

(43) Aponte Marín, Ángel: Entre Sierra Morena y el Guadalquivir: caminantes y peripecias, en Senda de los Huertos, núm. 49, página 122.

2 comentarios:

jesus.nuevodoncel dijo...

Será casualidad que este buen artículo de Pedro se haya publicado el 25 de abril, día de San Marcos, y me ha hecho recordar aquella cancioncilla
Gloria a San Marcos,
rey de los charcos,
para mi triguito
que está chiquitito,
para mi cebada
que ya está granada,
para mi aceituna
que ya tiene una,
para mi melón
que ya tiene flor...
Y este año, ni lluvia, ni charcos, ni trigo, ni ná. Lo que no ha cambiado es la causa de los desarreglos del clima: el pecado de los humanos. Antes, contra Dios y su Madre y se sacaban las imágenes y se hacían penitencias y procesiones y ahora el pecado es contra la naturaleza y la madre tierra: ecologistas. El caso es culpabilizarnos. Claro, ahora los agricultores piden ayuda a Bruselas y las nuevas procesiones se llaman manifestaciones reivindicativas. En fin,la vida.

PEDRO GALÁN GALÁN dijo...

Jesús supongo que habrás dejado a los lectores con ganas de comprobar lo que venía tras tus puntos suspensivos:
Agua, San Marcos,
rey de los charcos,
para mi triguito
que está muy bonito;
para mi cebada
que está muy granada;
para mi melón
que ya tiene flor;
para mi sandía
que ya está florida;
para mi aceituna
que ya tiene una.
La ovejita y el pastor
lloviendo y con sol.
Pero aquí con días veraniegos y si haber soltado el de "Agua Mil" ni una gota, entonaríamos con más necesidad otra canción infantil que también hemos escuchado todos:
Que llueva, que llueva
La Virgen de la Cueva
Que llueva, que llueva
La Virgen de la Cueva
Los pajaritos cantan,
Las luna se levanta.

Que llueva, que llueva
La Virgen de la Cueva
Que llueva, que llueva
La Virgen de la Cueva
Los pajaritos cantan,
Las luna se levanta.
¡Que sí, que no,
que caiga un chaparrón!
¡Que sí, que no,
le canta el labrador!

Que llueva, que llueva
La Virgen de la Cueva
Que llueva, que llueva
La Virgen de la Cueva
Los pajaritos cantan,
La luna se levanta.

Que llueva, que llueva
La Virgen de la Cueva
Que llueva, que llueva
La Virgen de la Cueva
Los pajaritos cantan,
La luna se levanta.
¡Que sí, que no,
que caiga un chaparrón!
¡Que sí, que no,
le canta el labrador!
¡Que sí, que no,
que caiga un chaparrón!
¡Que sí, que no,
le canta el labrador!

Que siga lloviendo,
Los pájaros corriendo
Florezca la pradera
Al sol de la primavera.
¡Que sí, que no,
que llueva a chaparrón,
que no me moje yo!

Una abrazo, amigo.
¡¡¡ Gracias por tus comentarios !!!