ALGUNAS REFERENCIAS DE LOS HECHOS OCURRIDOS EN ESTOS SIGLOS EN NUESTRA PROVINCIA.
En fechas recientes publicamos en estas páginas ciertas puntualizaciones que confirmaban la relativa estabilidad del clima en la ciudad de Jaén. Lo atribuíamos a la influencia que los vientos catabáticos, que venían de las laderas de las montañas de los alrededores de la ciudad, y producían las bajadas de temperatura al bajar hacia la ciudad en verano. El viento que, al contrario que el catabático, asciende, se denomina viento anabático.
Tal como estamos comprobando este invierno, las características del clima giennense no excluyen la posibilidad de que vengan algunos inviernos más fríos. A este hecho se une la consideración que afirma la existencia de un periodo de enfriamiento entre 1550 y 1850 aproximadamente. Así lo expresaba mi profesor de historia, hace ya muchos años, D. Luis Coronas Tejada, tomando como referencia la publicación en inglés de Lamb, H. H. (1972). Climate: Present, Past and Future. London, UK: Methuen and Co. Ltd. (1).
La Pequeña Edad de Hielo (LIA en inglés) fue en realidad un período de enfriamiento regional, particularmente pronunciado en la región del Atlántico Norte. No fue una verdadera edad de hielo de alcance global. El término fue introducido en la literatura científica por François E. Matthes en 1939. El período se ha definido convencionalmente como extendiéndose desde los siglos XVI hasta el siglo XIX, pero algunos expertos prefieren un período de tiempo alternativo de aproximadamente de siete siglos, los que van entre el año 1300 a aproximadamente el año 1850.
Durante una serie de años ya hubo antes años muy fríos como 1487 y 1498 (2) y los años de 1535 y 1536 cuando se heló el Tajo en Toledo (3). También 1587 fue un año de bajas temperaturas (4).
Nevada en Jaén capital 20 de enero de 2020.
https://www.youtube.com/watch?v=XGHHozD0eMU
En Jaén se comentaban los tardíos fríos de abril de este año de 1587 en el Cabildo municipal:
Durante dicho mes se produjeron numerosas tormentas.
“Este día la çibdad dixo por quanto a sobrevenido munchas nieves y yelos de tal manera que totalmente se a quemado toda la fruta que avía” (Archivo Municipal de Jaén. Actas de 1587. Cab. 2-4.)
En la segunda mitad del siglo XVII hubo 12 años en los que se dieron temperaturas muy frías, en algunos casos con nevadas. Las bajas temperaturas ocuparon además los periodos equinocciales (5).
Una fotografía da testimonio de la gran nevada de 1915 en Jaén.
https://www.youtube.com/watch?v=UEgiLIRdJPo
Así ocurrió en Jaén durante las primaveras de 1622 y 1624 respectivamente, y en el otoño de 1641 (6).
Otro invierno frío fue el del año 1658. En enero, y en palabras de Jerónimo de Barrionuevo
“Hace unos fríos tremendos, que no es posible el salir nadie de casa y hielos tan grandes, que han perecido muchos en el puerto de Guadarrama, arrieros y caminantes, y en particular dos frailes descalzos franciscos se quedaron helados y abarazados, hincadas las rodillas, mirando al cielo, donde espero que están. Y las calles tan vidriosas, que en Sigüenza no pueden haber hecho hielos mayores” (7).
Según el mismo autor (Barrionuevo), en febrero, se refiere que:
“En Málaga se ha helado mucha parte de la marina y casi en toda Andalucía los naranjos sin perdonar a Sevilla ni Córdoba, y en Granada nevado y llovido tanto que ocho días cesó el comercio, y en Sevilla cayó una nieve muy buena. En Málaga entró una mañana un hombre a caballo chocando con todo, y deteniéndolo le hallaron muerto helado. En Alcaraz se partió una tinaja de más de 300 arrobas de vino, hallándose helado, sin perderse gota al mudarse a otro vaso... Junto a Talavera llegó un pastor con tres pollinos y cuatro perros pidiendo a un convento limosna para llegar a Madrid, por habérsele muerto helados 500 carneros que traía...” (8).
En referencia a un día de inicios de enero, dice el ya citado Barrionuevo:
“El tiempo es ceñudo y de suerte encapotado, que nadie sale de su rincón ni trata en más que pasarle al brasero con la mayor comodidad que puede, que las aguas son nieve, las calles un lago, con que el retiro es forzoso, esperando en Dios que mejore las horas...” (9).
En 1716 se produjeron nevadas en Úbeda, dentro de un invierno muy frío (10).
A mediados de la década de 1780 se produjeron unos inviernos muy inclementes. En 1786 el marqués del Puente hablaba de “tres inbiernos furiosos de aguas” (Archivo Municipal de Jaén. Actas de 1786. Cab. 24-5.)
En 1791 el Ayuntamiento pide a los vecinos que saquen faroles a las calles “para evitar desgracias en las noches de ybierno tan lóbregas” (Archivo Municipal de Jaén. Actas de 1791. Cab. 24-12.9)
Nevada en Úbeda 2006.
https://www.youtube.com/watch?v=m06c_uXZOG4
Las fuentes citan la formación de “hielos” en la Úbeda de 1802, donde también hubo un gélido invierno en 1844, en 1875 se produjeron heladas en la Semana Santa y hubo fríos intensos en 1887, que provocaron que se helara el Guadalquivir (11).
Nevadas en Úbeda , películas de S8 década de los 80.
https://www.youtube.com/watch?v=eT45RTtEAuY
Fueron asimismo muy fríos los inviernos de los siguientes años: 1889, 1890, 1891, 1907 y 1909.
Los años posteriores a la Guerra Civil española fueron testigos de fríos inviernos. En 1945 cayeron grandes nevadas en la provincia de Jaén, Santiago de la Espada y Pontones quedaron bloqueados por la nieve, y se llegaron a alcanzar -25° Centígrados, produciéndose grandes problemas con el abastecimiento de dichas poblaciones (12).
Noticia del NODO sobre la gran nevada del año 1951 en la Sierra de Segura.
https://www.youtube.com/watch?v=ZZ9jRLTRVnY
El de 1951 fue un año particularmente duro. En enero de ese año Jaén sufrió temperaturas inferiores a 0° (13).
Nieve en Santiago de la Espada 1951 Nodo.
https://www.youtube.com/watch?v=rikL5HXwgQg
En febrero, una vez más, Santiago y Pontones quedaron aislados, y debieron ser abastecidos por un contingente formado por 15 camiones (14).
La gran nevada de Santiago de la Espada, de actualidad internacional en los tiempos del NO-DO
https://www.youtube.com/watch?v=tXg9tCSXNsA
Cuando ya avanzada la primavera se esperaba una mejora del tiempo, pero en el mes de mayo y de forma evidentemente insólita, nevó en Jaén (15).
En febrero de 1953 se produjeron nevadas una vez más en Jaén. El año siguiente se inicia con bajas temperaturas, se hielan las aguas del Guadalén, todo anuncia la llamada “nevada del siglo”, que se produce, según la prensa local, a inicios de febrero (16).
Ola de frío de 1956, cuando Siberia invadió Europa... y se quedó.
https://www.youtube.com/watch?v=pCBxieKgw4g
En 1956 se llega a -10° C en Jaén (17).
En 1958 una fuerte nevada derriba doce viviendas en Bélmez de la Moraleda (18).
Es evidente, y se puede constatar en las citas anteriores, la atemorizada impresión que predominaba en la época respecto al invierno y al mal tiempo en general. La llegada del invierno se concibe como una amenaza. Se hablaba de “recios temporales que se experimentan en ayres y aguas” (Archivo Municipal de Jaén Act. 1708. Cab. 13-2.), también de “recios ayres y fríos” (Archivo Municipal de Jaén. Actas de 1635. Cab. 9-2.) y otras expresiones que coinciden en presentar el invierno como una etapa de penalidades para toda la población. Es sobradamente conocida la pintura de Goya en la que aparecen unos personajes precariamente cubiertos ante el rigor de la nevada.
La nevada de Francisco de Goya y Lucientes. |
Las nevadas se producían sobre todo en las sierras cercanas a la ciudad. La nieve de sierra Mágina y la de la sierra de la Pandera era aprovechada para el consumo de la población y su explotación era arrendada por el Concejo a particulares. Los años de sequía y, por lo tanto, con ausencia de nevadas originaban la carestía o la inexistencia de este producto considerado casi de primera necesidad.
Sierra Mágina. |
Pico de la Pandera, 1872 metros. Foto de Ángel Torres. |
Es notorio que los rigores invernales se padecían con mayor virulencia en las sociedades preindustriales. Los inmuebles estaban en muchas ocasiones distribuidos alrededor de un patio, a través del que se introducirían frías corrientes de aire, conducidas por corredores y logias hasta las habitaciones, caldeadas con braseros, como los que aparecen con harta frecuencia en los inventarios de los más diversos medios sociales. Así en la dote de Doña Francisca de Vera, (era esposa del veinticuatro D. Fernando Cerón y Girón.) en 1654, se menciona “Un brasero de cobre” valorado en 300 reales (Archivo Histórico Provincial de Jaén. Micro, 646. Folio 154. 1654.)
Los cierres de puertas y ventanas debían de ser poco eficaces. Había también calentadores para camas y para las manos. Los vidrios de estas últimas eran caros y de difícil reposición. A veces se cubrían con lienzos encerados, como los utilizados en la Iglesia parroquial de Vilches a inicios del siglo XVIII. La ausencia de agua corriente, o su ubicación en los patios convertía la higiene en un penoso y gélido hábito. Las órdenes del Concejo para la reparación o acondicionamiento de edificios de Jaén tienen en no pocas ocasiones las inclemencias del tiempo como trasfondo, así en 1707 “se encarga a un carpintero un cancel de madera para la iglesia de San Ildefonso de Jaén, como el de la Catedral para el adorno, onestidad y resistencia de los temporales” (Archivo Histórico Provincial de Jaén. Legajo 1871. Folio 390. 1707.)
Foto antigua de la Iglesia de San Ildefonso, hoy basílica. |
Procesión de la Virgen de la Capilla, saliendo de la basílica de San Ildefonso. |
Era lógica, por tanto, la gran demanda de carbón vegetal, que hacía de su abastecimiento un verdadero problema ecológico, sobre todo con la privatización de importantes masas forestales, lo que condujo a la deforestación y a la erosión masiva, frente a la explotación tradicional, que dejaba las raíces y los tocones intactos, con la esperanza del posterior rebrote de las distintas especies vegetales (19).
Los gobiernos municipales trataron de reglamentar y de restringir el carboneo para evitar la destrucción o la merma de los bosques (20).
Un ejemplo más sobre la visión de los inviernos en siglos pasados: en tiempos de Felipe V un personaje de la época, Curiel, fue desterrado de la Corte, como consecuencia de complicadas intrigas. El lugar elegido fue Segura de la Sierra donde estará el invierno enterrado en nieve y por lo delicado que es en pocos días morirá con los fríos y hielos en su destierro (21).
Segura de la Sierra nevada. |
Era frecuente que determinadas ermitas y templos situados en zonas de difícil trasiego tañesen las campanas para evitar que los viajeros se extraviasen en la noche, también se colocaban estacas para que los caminantes no perdiesen los senderos y veredas en el tiempo de las nieves (22). Los viajes eran especialmente peligrosos en tiempos de heladas y nieves.
Para hacer un estudio medianamente orientado, tenemos que hacer referencia especial a un periodo de siglos que fue denominado el “Periodo Cálido Medieval”, un periodo que aunque hemos referido debemos reiterar que se inició en el año 800 y culminó en el año 1200 d. C., es decir, en la etapa conocida como Alta Edad Media.
Durante el siglo XVIII tuvo lugar en Europa y América la transición hacia una fase más cálida en las temperaturas ambientales, especialmente al superarse los momentos más severos de la Pequeña Edad del Hielo (PEH).
En el invierno de 1620 una persona podía pasar de Asia a Europa por el Bósforo caminando y no precisamente sobre un puente. |
En la península Ibérica los efectos generales de la Pequeña Edad del Hielo (PEH) se padecieron con todo rigor y, lógicamente, durante el siglo XVIII también se experimentaron los vaivenes térmicos y se acentuó la variabilidad climática, sobre todo en las décadas finales de la centuria (24).
En los primeros años se vivieron las últimas sacudidas del “Mínimo de Maunder”, con inviernos muy fríos y húmedos que dieron paso a veranos secos y calurosos en los que se desarrolló una plaga de langosta durante 1708-1709 (25).
Las cuatro últimas décadas conocieron la denominada “oscilación o anomalía Maldá”, caracterizada por la simultaneidad con que se dieron en el Mediterráneo occidental episodios atmosféricos de rango extremo de consecuencias catastróficas (26).
Paisaje nevado en Castellón. |
Entre el período final del “mínimo de Maunder” y la “oscilación Maldá” se sucedieron alternativas térmicas e hídricas igualmente extraordinarias que afectaron seriamente a las cosechas y provocaron crisis agudas (27).
Dado esto, no es casualidad que durante el último tercio del XVIII las condiciones climáticas de Europa, en general, y de la península Ibérica, en particular, se distinguieran por cambios abruptos, repentinos y anómalos. Lo anterior ha quedado plasmado en la abundante y variada documentación de carácter oficial y privada; también los periódicos de la época, como el Memorial Literario, incorporan en sus páginas algunos diarios meteorológicos y numerosas noticias sobre estos sucesos (28).
En última instancia, contemporáneos curiosos y perspicaces, algunos con formación científica, llevaron a cabo observaciones con barómetro y termómetro, y dejaron constancia del inusual comportamiento térmico de las estaciones, de la mayor frecuencia e intensidad de las precipitaciones y de la irrupción de riadas e inundaciones, además de reflexionar acerca de la sorprendente coincidencia de estos episodios con persistentes sequías (29).
La reiteración de estos episodios extremos fue lo que acentuó la sensación de desorden atmosférico, episodios a los que en ocasiones se sumaron otros no menos excepcionales como, por ejemplo, la erupción del volcán Laki (en realidad una grieta dentro del sistema de Grimsvötn) a comienzos de junio de 1783, que ocasionó una catástrofe medioambiental y humana en Islandia, alteró sobremanera la circulación atmosférica de buena parte de Europa y América del Norte, perturbó las temperaturas y, por supuesto, los rendimientos agrícolas (30).
La erupción del Laki en Islandia en 1783 hizo bajar la temperatura del planeta y causó hambruna y crisis social en Europa y otras partes del mundo. |
Conviene insistir en que el extremismo hidrometeorológico padecido entre 1770 y 1800 afectó a la práctica totalidad de la península Ibérica y, especialmente y de manera constante, a la fachada mediterránea (31).
Una visión panorámica de las condiciones climáticas que persistieron en la Península durante las últimas décadas del siglo XVIII pone al descubierto que el período 1780-1789 se inició con una prolongada sequía que venía de años atrás, con fuertes calores durante el verano de 1781 seguido de un otoño frío y húmedo y un invierno cargado de nubes y nieblas (32).
La situación se mantuvo, e incluso se agravó en ocasiones por razones exógenas como en 1783 por la aludida erupción del Laki. El año 1788 fue especialmente aciago para la agricultura y deparó un invierno tan gélido que el río Ebro estuvo congelado quince días en Tortosa durante el mes de diciembre. La década fue difícil pues hubo reiteradas cosechas fallidas por lo que el grano escaseó sobremanera, propiciando la carestía y el hambre seguidas de crisis y desórdenes populares junto con un incremento significativo de la llegada de memoriales de muchas poblaciones al Consejo de Castilla solicitando ayuda (Archivo Histórico Nacional (AHN), Consejos, legajos 37168, 37185 y 37195.)
A partir de enero de 1789, problemas de desabastecimiento y un alza excesiva en los precios del pan provocaron grandes alborotos en Barcelona y otras poblaciones catalanas desde febrero a marzo. En julio de ese año de “crisis universal” estalló la Revolución Francesa. Debemos advertir que la coincidencia de estos episodios hidrometeorológicos extremos y extraordinarios se mantuvo durante la década postrera de la centuria, de ahí que la dura e intermitente sequía que se arrastraba desde mediados de siglo conviviera con violentas y reiteradas precipitaciones que provocaron riadas e inundaciones. Incluso siguieron siendo habituales los inviernos rigurosos, las heladas y los veranos cortos y húmedos salpicados de tormentas y granizadas (33).
Estas circunstancias de carácter climático pudieron influir en el desarrollo y proliferación de las plagas de langosta aunque, como ya adelantamos, un factor determinante fue la persistencia de la sequía durante cinco años o más, combinada con lluvias primaverales abundantes y un último año extremadamente seco (34).
El avance de los pueblos nórdicos a diversas partes de Europa, con abundantes incursiones hacia el sur, no sólo fue consecuencia de la búsqueda de nuevos mercados, de la superpoblación que sufrían y de sus avances tecnológicos, sino que también fue incentivado por el clima templado y estable, que les propiciaba tomar tales iniciativas de expansión por otros territorios. El aumento en la temperatura del aire y de la superficie terrestre ayudaría a disminuir la masa de hielo, al grado de que los estudios modernos han mostrado que su grosor fue menor que en cualquier época anterior y posterior. De hecho, la masa helada no alcanzaba la costa norte en los meses fríos y la temperatura en verano e invierno era más elevada que la actual. La buena condición climática permitió que los nórdicos exploraran Groenlandia, transitaran por la tierra del Baffin y Labrador, y descubrieran América del Norte, situación que sería posible gracias a las corrientes oceánicas del sur y los vientos del sudoeste.
Situación de Groenlandia, la segunda isla mayor de la Tierra después de Australia. |
Los noruegos se establecieron en la inhóspita Groenlandia durante casi 500 años, hasta que la abandonaron por razones que aún intrigan a los historiadores. |
En la Pequeña Edad de Hielo, en la que las condiciones climáticas eran más frías, tormentosas y sujetas a condiciones extremas y esporádicas, fue un periodo de grandes cambios climáticos, que duró cinco siglos y medio, formaba parte de una secuencia más amplia de cambios en los que se intercalaban periodos fríos y cálidos de corta duración. Aunque las bajas temperaturas no eran permanentes, sí había fluctuaciones climáticas constantes e imprevisibles. Aun hoy es difícil conocer las razones por las que se generó la Pequeña Edad de Hielo, debido a que no se había alcanzado una exacta comprensión del sistema climático del planeta, así como tampoco se conocía de qué manera la interacción entre la atmósfera y los océanos tiene incidencia en los cambios climáticos. Una posible explicación es que los cambios lentos y cíclicos en la excentricidad de la órbita y en la orientación e inclinación del eje terrestre han propiciado la modificación de los patrones de evaporación y precipitación, así como en las modificaciones de las estaciones a lo largo de los últimos 730.000 años. Como consecuencia, el mundo pasó de un periodo cálido a uno de frío extremo. Los cambios bruscos son producto de las alteraciones repentinas que se han producido en el sistema oceánico-atmosférico. Para entender el modelo climático actual, se tiene que tomar en cuenta el comportamiento de la “gran cinta transportadora oceánica”, pues los cambios en la circulación oceánica tienen incidencia en el clima del planeta. Ejemplo de lo anterior lo constituye la corriente del Niño.
¿Qué es el fenómeno de El Niño y La Niña?
https://www.youtube.com/watch?v=c1H8ulqOO3A
La caótica interacción entre los fenómenos oceánico-atmosféricos ha influido en los remolinos de aire atmosférico, en el hundimiento de las aguas superficiales y en los cambios detectados en las corrientes del Atlántico Norte. Existen muchas interrogantes sobre la Pequeña Edad de Hielo, pues no se tiene certeza de si forma parte de las diversas “edades de hielo” menores que existieron en el Holoceno Temprano. El perfil climatológico de las fluctuaciones de la Pequeña Edad de Hielo muestra que existió un cambio constante e imprevisible causado por interacciones complejas entre la atmósfera y el océano. Este periodo muestra la lucha que las poblaciones europeas emprendieron contra el frío excesivo, mismo que se puede apreciar como una de las más importantes vulnerabilidades que afectan a la Humanidad.
Los ciclos de frío excesivo y precipitaciones extraordinarias influyeron en los hechos políticos, económicos y sociales. Sin embargo, se debe tener en cuenta que el cambio climático no se podía considerar la causa, pero sí el catalizador de las transformaciones ocurridas. Así, los cinco siglos y medio que duró la Pequeña Edad de Hielo estuvieron marcados por variaciones que iban desde periodos breves con temperaturas relativamente estables hasta condiciones extremadamente frías o húmedas, con tormentas, heladas y ciclos de malas cosechas. En el siglo XVI se alcanzaría el pico máximo de la Pequeña Edad de Hielo. Durante 200 años se produjeron condiciones extremas en las que se alternaban periodos de calor y fríos inusuales.
En este periodo también se observó un cambio en los patrones atmosféricos, pues el casquete polar se expandió, los anticiclones no abandonaron el norte y las franjas de depresión con sus vientos suaves del oeste se trasladaron más allá del sur. A consecuencia del frío, se notó que se produjeron cambios en la localización de las plantas, animales y árboles. Es probable que el descenso máximo del frío haya sido consecuencia de la falta de actividad solar.
Eyección solar masiva (NASA). |
No debemos de olvidar que el Sol no ha tenido un comportamiento constante y en el último milenio ha mostrado periodos de mayor o menor actividad con niveles más extremos que los de nuestros días. El carácter cíclico natural de los cambios climáticos supondría que se produciría otra edad de hielo, pero es probable que no se produzca debido a la alteración del modelo climático provocado por la intervención del hombre. Y es que la Pequeña Edad de Hielo fue sucedida por dos etapas de calentamiento: la primera se produjo desde mediados del siglo XIX hasta 1945 y la segunda desde 1975 hasta nuestros días. Los cambios en el medio ambiente, producto de la tala indiscriminada y de la conversión de los suelos, han generado un aumento del dióxido de carbono.
A lo anterior se debe sumar que la combustión de carbón, aceite y gasolina, el crecimiento poblacional, los monocultivos y el incremento de la producción ganadera han contribuido a aumentar la concentración de los gases responsables del efecto invernadero, lo que ha generado un aumento gradual y constante de la temperatura en los últimos 150 años. Este calentamiento global es producto de la acción del hombre.
Atravesamos una nueva era en el clima global, por lo que un estudio científico de la Pequeña Edad de Hielo se hace imprescindible, pues la historia muestra que los cambios climáticos son bruscos y caprichosos, por lo que es necesario hacer pronósticos del tiempo y elaborar modelos para el cambio climático. Pese a los avances tecnológicos con los que contamos, la humanidad muestra una gran vulnerabilidad a causa de la superpoblación y de los vínculos estrechos que existen entre los factores políticos, económicos, sociales y medioambientales. Ante tal panorama, debemos de pensar que es imprescindible aprender las lecciones climáticas que nos enseña la Pequeña Edad de Hielo para entender de mejor manera el fenómeno del calentamiento global de nuestros tiempos.
La disminución de las temperaturas en todo el mundo entre los siglos XV y XIX, comúnmente y poéticamente conocida como “la Pequeña Edad de Hielo” es un evento bien documentado, respaldado por abundante y extremadamente diversa evidencia científica e histórica, que va desde estudios de muestras de núcleos de hielo y estudio de los anillos de árboles, hasta la desaparición de la incipiente colonia agrícola vikinga bajo las capas de hielo de Groenlandia y la prevalencia de paisajes nevados en el arte de la época representados en cuadros de pintura. El consenso científico estima una temperatura de 1º a 2º C más baja que hoy en el norte de Europa, pero nos preguntamos ¿Si hay evidencia de un enfriamiento en el Mediterráneo y España?
La historia climática, siempre es un juego complejo, es doblemente difícil en un país como el nuestro, con un clima tan inherentemente variable, sujeto a cambios violentos de un año a otro. Como en otros lugares, los registros climáticos confiables no se remontan tan lejos, pero otras pruebas de la Península parecen apoyar la tendencia mundial.
El río Ebro helado en Tortosa en el año 1891. Fotografía de Bonaventura Masdeu. |
Helada del Ebro en Tortosa en el año 1891. Abajo en la Iglesia de Alforque se recuerda que en 10 de enero de 1694 se heló el Ebro. |
En la Iglesia de Alforque se recuerda la helada del 27 de enero de 1658 en la que se heló el Ebro. |
Los Pozos de Nieve de Sierra Espuña. |
También hay amplia evidencia de glaciares que se expandieron en los Pirineos durante el período y se han estado derritiendo desde entonces. Además, los restos glaciares de Sierra Nevada que finalmente sucumbieron a finales del siglo XX, se originaron en este momento, y no eran, como a veces se afirma, restos de la última verdadera Edad de Hielo. Los últimos glaciares verdaderos de Sierra Nevada y Los Picos de Europa se derritieron a finales del siglo XIX. Se cree que las temperaturas en Europa han sido 1º-1,5ºCentígrados más altas que hoy durante el llamado Óptimo Medieval de los siglos IX al XIII, por lo que estos glaciares, e incluso los de los Pirineos, seguramente se habrían derretido. Los glaciares pirenaicos actuales también se formaron principalmente durante este período frío y se han ido derritiendo lentamente hasta su final. La superficie total de los glaciares en el lado español de los Pirineos ha disminuido de 1779 hectáreas en 1894 a 290 hectáreas en 2000.
2 comentarios:
Será casualidad que este buen artículo de Pedro se haya publicado el 25 de abril, día de San Marcos, y me ha hecho recordar aquella cancioncilla
Gloria a San Marcos,
rey de los charcos,
para mi triguito
que está chiquitito,
para mi cebada
que ya está granada,
para mi aceituna
que ya tiene una,
para mi melón
que ya tiene flor...
Y este año, ni lluvia, ni charcos, ni trigo, ni ná. Lo que no ha cambiado es la causa de los desarreglos del clima: el pecado de los humanos. Antes, contra Dios y su Madre y se sacaban las imágenes y se hacían penitencias y procesiones y ahora el pecado es contra la naturaleza y la madre tierra: ecologistas. El caso es culpabilizarnos. Claro, ahora los agricultores piden ayuda a Bruselas y las nuevas procesiones se llaman manifestaciones reivindicativas. En fin,la vida.
Jesús supongo que habrás dejado a los lectores con ganas de comprobar lo que venía tras tus puntos suspensivos:
Agua, San Marcos,
rey de los charcos,
para mi triguito
que está muy bonito;
para mi cebada
que está muy granada;
para mi melón
que ya tiene flor;
para mi sandía
que ya está florida;
para mi aceituna
que ya tiene una.
La ovejita y el pastor
lloviendo y con sol.
Pero aquí con días veraniegos y si haber soltado el de "Agua Mil" ni una gota, entonaríamos con más necesidad otra canción infantil que también hemos escuchado todos:
Que llueva, que llueva
La Virgen de la Cueva
Que llueva, que llueva
La Virgen de la Cueva
Los pajaritos cantan,
Las luna se levanta.
Que llueva, que llueva
La Virgen de la Cueva
Que llueva, que llueva
La Virgen de la Cueva
Los pajaritos cantan,
Las luna se levanta.
¡Que sí, que no,
que caiga un chaparrón!
¡Que sí, que no,
le canta el labrador!
Que llueva, que llueva
La Virgen de la Cueva
Que llueva, que llueva
La Virgen de la Cueva
Los pajaritos cantan,
La luna se levanta.
Que llueva, que llueva
La Virgen de la Cueva
Que llueva, que llueva
La Virgen de la Cueva
Los pajaritos cantan,
La luna se levanta.
¡Que sí, que no,
que caiga un chaparrón!
¡Que sí, que no,
le canta el labrador!
¡Que sí, que no,
que caiga un chaparrón!
¡Que sí, que no,
le canta el labrador!
Que siga lloviendo,
Los pájaros corriendo
Florezca la pradera
Al sol de la primavera.
¡Que sí, que no,
que llueva a chaparrón,
que no me moje yo!
Una abrazo, amigo.
¡¡¡ Gracias por tus comentarios !!!
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