PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

lunes, 7 de febrero de 2022

LA POBREZA DE NUESTROS PAISANOS EN EL TIEMPO EN QUE SE CONSTRUYÓ EL TEMPLO CALATRAVO.

LOS PANES, LAS LEGUMBRES, LA CARNE Y EL PESCADO QUE CONSUMIERON NUESTROS ANTEPASADOS EN LAHIGUERA.

En este artículo vamos a considerar cómo era la vida cotidiana en nuestra villa en los siglos XV y XVI. No disponemos de datos de fuentes escritas sobre el devenir de la vida de nuestros paisanos es estos siglos en los que dependíamos de la Orden de Calatrava, tiempo en el que se construyó el templo medieval, hoy denominado de Nuestro Padre Jesús de la Capilla.

Lo haremos conociendo toda la serie de los productos alimenticios consumidos por las gentes de nuestra villa, y por los pueblos de nuestro entorno y en general de la provincia de Jaén en la Edad Media, que en realidad, (variando a partir de las condiciones climáticas y ambientales del medio físico donde estuviera ubicada la población), eran muy parecidas en las demás poblaciones de nuestra provincia, y también eran muy parecidos a los productos alimenticios que se continuaron consumiendo hasta los años de la década de 1950, de la primera mitad del siglo XX en la amplia mayoría de los poblaciones provinciales, diferenciándose tan sólo en el modo de preparar los alimentos para la mesa y en la forma dada a muchos de ellos en su preparación culinaria.

Torre del templo calatravo de Lahiguera del año 1959. Foto de José Cordones Cobo.
Panorámica parcial de Lahiguera. Foto de José Cordones Cobo tomada desde el entorno de las piscina municipal.
Dice Le Goff, que “la sociedad medieval puede ser definida como un universo donde reina el hambre” (1).

Los textos que hablan de situaciones de pobreza hacen referencias inmediatas a la comida. Pan negro, comida de pobres, frente a pan blanco, comida de ricos. Panizo, alimento de los pobres en épocas de escasez, frente al trigo candeal de las mesas acomodadas. Sardinas para los pobres, frente a pescado blanco para los ricos. Vino aguado para pobres, exquisitos vinos torronteses (de Martos) para mesas de poderosos. Carnes de ternera, cordero y cabrito para personas notables, vísceras y carnes de peor calidad para pobres. Pero estos parámetros no eran únicamente para aquellos pobres que no son mendigos o aún no han caído en la más absoluta precariedad. Estos últimos viven absolutamente de la caridad de los vecinos y en épocas extremas, alimentándose con raíces del campo, mientras sus vidas se iban apagando.

Panoramica nocturna de Lahiguera. Foto de José Cordones Cobo.

Se calcula que mucho más del 50% de los habitantes de nuestras villas estaba marcado por una vida de pobreza en estos siglos. Veamos por ejemplo la diferencia entre comida de ricos y comida de pobres (2) :

El Condestable Iranzo y las clases poderosas necesitaban, al igual que los canónigos de Jaén, que un barbero les practicara sangrías, cada cierto tiempo, porque sus comidas abundantes y nutritivas aumentaban la presión arterial, ya que respondían a un patrón similar a éste:

"Todos los quales fueron abastados de muchas gallinas e pollos e palominos e cabritos e corderos e carneros e terneros e caçuelas e pasteles de diversas maneras e de muchos huevos cocidos e quesos frescos e muy finos vinos torronteses e tintos".

Los miembros de las capas populares comían pan, cuando lo había, en abundancia, 1'500 kilogramos por persona y día, con los “torreznos”, tocino, carne de vaca, (en reducidísima cantidad), y vino barato.

Carne de cerdo, de la que debían estar cansados, pues al decir de la Lozana: “... diría peor de ellas que de carne de puerco”, y hortalizas en forma de menestra, algunas de ellas tratadas despectivamente: “más dejativa que menestra de calabaza”.

Condestable Miguel Lucas de Iranzo, canciller mayor de la Corona de Castilla, Alcaide de Alcalá la Real, Andújar y Jaén. Corregidor de Úbeda y Baeza. Estuvo al servicio del rey castellano Enrique IV.
En momentos de escasez, muy frecuentes y prolongados, aparecía el fantasma del hambre. Tras el cerco de Jaén por el maestre de Calatrava, en 1465, dice en su carta el Condestable Iranzo al papa Sixto IV:

“Siguió después desto un año, de tanta fambre que pensé que se acabara quasi de despoblar la cibdad...”. Al cerco siguió un año de duras hambres (3).

Gran parte de la población se debía contentar con sólo pan; como decía la Lozana: haces muchos servicios y no tomas “sino pan para comer”, en el mejor de los casos, o como las nodrizas de niños expósitos de Jaén, a finales del siglo XVIII: “son pobrísimas que nunca se satisfacen de pan”.

Una alimentación escasa, en definitiva, entre las amplias capas populares que constituían un volumen mayoritario de la población, especialmente en épocas difíciles de sequía, como la de 1474, durante la cual, según Escavias, alcaide de Andújar, en su Repertorio de Príncipes, “muchas personas miserables se mantenían y pasavan con cardos y otras raíces del campo”.

El tópico, por tanto, de las pantagruélicas comidas y cenas del medievo, no cuadra, sino con las habituales comidas de los poderosos nobles y canónigos. Los pequeños y medianos labradores y artesanos y otras capas inferiores, de forma más notable, se tenían que conformar con una frugal comida, donde las sopas estaban siempre presentes y, en muchos momentos, la carestía de comida, y ropa  eran la tónica dominante.

Escena de banquete en una miniatura de La verdadera historia de Alejandro Magno. Principio del siglo XV.
Las legumbres debieron ser, sin duda, aparte del pan cuando los hubo, el plato fuerte de las mesas de los pobres. Garbanzos, lentejas, habas, yeros y otras semillas, en general, fueron los manjares más frecuentes en el puchero de los pobres.

Respecto a los vestidos, eran tejidos vastos, harapientos, a la desnudez acompañaba el hambre: “El hombre empobrecido, trae capa muy cativa, cuando habe la camisa non puede haber la saya; desfayéscele la calça, trae rotas las çapatas, por pecados non ha bragas que pueda cobrir la nazga” (4).

(El “Libro de miseria de omne” es un texto de autor desconocido, escrito probablemente en los  primeros años del siglo XIV o quizá muy a finales del siglo XIII. El anónimo autor predica para las  gentes de la época, y en su obra se hacen permeables los conflictos y preocupaciones que con más  fuerza laten en su momento: la crítica del amor desmedido por el dinero y la denuncia de las  condiciones de vida de los más desfavorecidos y de los abusos de los señores contra los  campesinos. Sin embargo, los contenidos políticos o sociales, así como los “exempla” que  intercala, han de entenderse como mero marco narrativo y en un contexto exclusivamente literario.

Estamos ante un predicador que busca atraer a su auditorio al fondo de su mensaje, haciéndole ver su condición mísera y degradada para llevarlo hasta su verdadero objetivo: la búsqueda de la  penitencia y la huida de la soberbia y de la avaricia. El códice se guarda en la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander.

Este era el aspecto de la mujer pobre: “la mujer empobrecida trae mesquino tocado, haber rota la camisa e paréscele el costado, muchas son tan malastrugas e tan mesquino fado que no tienen con que cubran el vergonçoso forado”.

Comenzaremos por decir que el alimento fundamental, básico para la alimentación del hombre del medievo era el pan, es decir, los cereales, “los panes”, como los denominaban los hombres del siglo XV, en sus diferentes versiones de “pan por mitad trigo y cebada”, de centeno, escaña, panizo y, a veces, de avena. En general, eran panes hechos con harina de un solo cereal; pero a menudo, dadas las necesidades y carencias de la época, mezcladas las harinas de otros cereales…, otros cereales que en tiempo de buena cosecha sólo eran consumidos por los animales domésticos. El pan de trigo, casi siempre, salvo en mesas ricas y exquisitas o con motivo de una fiesta importante, se confeccionaba con harina integral. El pan era el manjar imprescindible de todos y de cada una de las comidas que se hacían al cabo del día.

Pan medieval negro.
Las carnes eran otro alimento básico de las tierras jiennenses. Las carnes de ganado vacuno, ovino, cabrío, cerda (especialmente, tocinos y cecina) , eran consumidos en cantidades no despreciables, sin que faltara junto a ellos, y no en pequeñas proporciones, la carne proporcionada por la caza mayor (ciervos, jabalíes, cabra montés) o la caza menor (conejos, liebres, perdices, tórtolas, zorzales y otras aves).

En Cuaresma, durante todos los viernes del año y en otras fiestas reglamentadas por la Iglesia (un total de unos 150 días al año), la gente estaba obligada a consumir pescado, que además y sin que estuviese preceptuado se consumía, asimismo, en otras épocas del año, tanto invernales como veraniegas. Se trataba de pescados de mar, procedente de Sevilla, especialmente en los tiempos de guerra con el reino Nazarí de Granada, o pescados de las costas granadinas, durante los prolongados períodos de paz entre castellanos y nazaríes, sobre los que se cobraba (por los nazaríes del reino de Granada) a los castellanos el derecho del Tigual (una tasa de origen nazarí impuesta a la venta del pescado conocida como tigual) (Archivo Municipal de Alcalá la Real: Libro Primero de las Ejecutorias y Privilegios de Alcalá, folios. 626 y 629v.)

Del mar procedían numerosas clases de pescados frescos: atún, corvinas, anguilas, sábalos, tollos, pescada, cazón, pulpo y, sobre todo, sardinas. También se consumían pescados secos, que era el llamado “pescado cecial”, especialmente el pulpo, que remojado se consumía igualmente en las mejores mesas.

También fueron muy consumidos los pescados de río, entre los que se establecían distinciones cualitativas según se tratase del Guadalquivir, del río Guadalbullón o de algún otro río de la zona como el Salado y Salaillo.

Alimentos de las despensas de los poderosos en la Edad Media.
Recuerdo como hace años un amigo me comentaba que había encontrado un anzuelo bastante bien conservado en las inmediaciones del Salado y Salaillo en nuestro término municipal, algo que hoy parece impensable…, eran unas las condiciones pluviométricas y ambientales, radicalmente diferentes.

Después de publicado este artículo me comenta mi amigo Manolito Agudo Gavilán, fiel lector de todo lo publicado, ... que peces como carpas y bogas se mantuvieron en el rio Salado hasta tiempos bastante recientes, dice que él en su adolescencia había pescado en el Salado, y que la gente del pueblo cuando había riadas fuertes, y el río se salía de caja acudía a coger los peces que habían quedado varados en tierra sin poder volver al cauce. Me afirmó que él había comido pescado del Salado, y que era algo habitual, que muchos vecinos de Lahiguera estaban pendientes en las primeras riadas del otoño para ir a recoger los peces que quedaron aislados sin poder volver al curso del rio, dándose el caso de ver a veces carpas de más de un kilo de peso. Porque me parece una aportación interesante lo incluyo ahora.

En estos siglos los pescados más demandados y comercializados fueron las truchas y los albures.

Albur o lisa.
También eran muy consumidos la leche y sus derivados, tanto el queso, como la mantequilla, aunque en moderadas cantidades.

Las legumbres secas o frescas constituyeron el más importante aporte proteínico para las capas más populares del antiguo reino de Jaén, que en forma de potajes o sopas consumían con relativa frecuencia, garbanzos, habas, lentejas, yeros y otros tipos de semillas.

Contrariamente a lo que la mayoría de nuestros paisanos podían pensar, aunque suponemos que alguna vez faltó la producción de aceite en nuestra villa para el consumo local, ya que ésta fue bastante más modesta de lo que puedan hacernos pensar hoy las grandes extensiones de olivar, que ocupan la mayor parte del suelo de nuestro término y el de la provincia, a excepción de las zonas muy montañosas de sierras muy rocosas. Lo que hoy podemos considerar como el olivar de Europa, contó en la Edad Media con un policultivo propio de una economía de subsistencia y nada más que eso; en la que el olivar no era más que otro producto a consumir, llegándose a situaciones en que determinadas ciudades y pueblos grandes de la zona fueron deficitarios en la producción de aceite, debiendo importarlo sus arrieros de la rica comarca aceitera sevillana, del Aljarafe y Ribera, zonas que por aquellos tiempos eran los máximos productores del hoy nuestro “oro líquido”.

También puede sorprendernos, hoy por su escasez de viñedos que los vinos jiennenses eran abundantes y de variadas clases, y tan buenos o mejores que los de Montilla y Moriles que hoy conocemos.

Las hortalizas del Alto Guadalquivir, sobre todo las de Jaén y Bedmar, fueron célebres no sólo en las respectivas comarcas circundantes, sino en otras tierras como La Mancha, lo que no obstaculizó el buen abastecimiento de las poblaciones de origen por parte de los hortelanos, que llevaban a ellas los excedentes de producción de sus huertas, con cantidades apreciables de cebollas, ajos, coles y lechugas, a las que muy a menudo acompañaban una gran variedad de hortalizas silvestres: alcachofas, alcaciles, cardos, espárragos, alcaparras, berenjenas, espinacas, acelgas, escarolas, etc.

Productos de la despensa del rico en la Edad Media.
Las frutas tanto las frescas como las secas, propias de la tierra, no faltaron nunca en las mejores mesas y recepciones, donde se pudieron ofrecer desde el dulce melón y la jugosa sandía, pasando por las uvas, higos, guindas, cerezas, duraznos, melocotones, ciruelas, peras, manzanas, albaricoques, albérchigos, granadas, limones, naranjas, etc., y frutos secos, entre los que no faltaron las almendras, bellotas, castañas, higos y avellanas.

La miel de abeja se produjo en grandes cantidades, tanto en los abundantes matorrales de Sierra Morena y Sierra Magina, como en los abundantes cortijos de la Campiña, dotados de numerosas colmenas.

Las especias eran unos productos muy demandados y consumidos por los vecinos de nuestros pueblos de estos siglos, que los utilizaban tanto para aderezar y condimentar los alimentos en fresco, como para simular el sabor de algunas carnes ya casi pasadas por las dificultades de mantenimiento en muchas ocasiones. Las especias siempre estuvieron disponibles en los pequeños establecimientos de cada una de nuestras poblaciones.

La sal, muy abundante en las numerosas salinas jiennenses también era muy utilizada para mantener las carnes de la matanza. También se utilizaban abundantemente los ajos, el azafrán, ajonjolí, cominos, matalahúva, alcaravea, culantro y plantas aromáticas del monte como la alhucema.

El aguador con su asno o acémila cargado con sus cántaros y pregonando el agua por las calles de las poblaciones de cierta entidad poblacional, fue una figura familiar en las calles y plazas de la ciudad de Jaén, y en otras ciudades más pequeñas de nuestra provincia, pese a la riqueza de manantiales que nacían dentro mismo de algunas de estas poblaciones, como consecuencia de su primera ubicación como pueblo cerca de la fuente o manantial de agua bebible.

El leñador y el carbonero, eran dos imágenes familiares en las calles de nuestras villas en el medievo, por la importancia de esas profesiones se encuentran reglamentadas en ordenanzas y actas capitulares de la ciudad de Jaén y de otras poblaciones de la provincia, no sólo por lo que respecta al cuidado del monte y señalización de espacios donde se podía cortar leña y hacer carbón y picón, sino en los precios a que podían vender las cargas o partes de su mercancía, de ineludible necesidad no sólo para la calefacción, sino para la preparación de los alimentos.

A parte de los productos autóctonos de la tierra, los vecinos de las poblaciones jiennenses consumieron otros numerosos artículos proporcionados por el comercio, tal como nos muestran y transmiten diferentes aranceles y aduanas de pago de impuestos en los diferentes caminos de paso o puertos de montaña del antiguo reino de Jaén.

Por ejemplo, el arancel de Bailén, punto de control de una concurrida y obligada encrucijada nos habla, entre otros, de mercancías con probable destino a la iluminación, como las periódicas cargas de sebo o unto.

Unto que todavía se utiliza en Galicia para la caldeirada.
Los moros de Cambil regalaron a Enrique IV, pan, miel, quesos, pasas, almendras, los mismos productos que semanalmente, en épocas de paz, llevaban a vender a Pegalajar, a los que, aparte del el intercambio de productos entre las gentes llanas, añadían el pescado, especialmente sardinas, (muy demandadas en estos siglos por el pueblo llano); como también lo fueron el azúcar, alfeñique y ganado. Idénticas transacciones a las realizadas, sin duda, con mayor volumen, se daban en el Puerto de Alcalá la Real, paso de todo tipo de productos entre nazaríes y castellanos.
Alfeñiques, especie de caramelos hechos con azucar de caña.
Los intercambios de productos alimenticios entre unas y otras poblaciones del Alto Guadalquivir fueron frecuentes y los productos muy variados. Desde la ciudad de Jaén se exportaban a Baeza tocinos, vino, hortalizas, quesos, pescado (especialmente sardina), vacas, bueyes, carneros, ovejas, ganado cabrío, porcino y cargas de fruta verde y seca, así como aceite.

Estos mismos productos eran también exportados desde Baeza a Jaén (Archivo Municipal de Jaén: Actas Capitulares de 1480, folios 65,  66 y 86).

Son, en definitiva, los productos que habitualmente se vendían en las tiendas o casas de particulares en la ciudad de Jaén y en nuestros pueblos, que según la relación que de ellos nos ofrecen las cuentas de alcabalas de 1478 (5), estaban compuestos por los siguientes productos: pan, vino, carne, pescado, fruta, hortaliza, aceite, leña, leche y queso, miel y especiería. La manufactura o comercialización de los productos dieron lugar a numerosos oficios empleados en dichas funciones, tales como molineros de aceite, molineros de pan, horneras y horneros, naranjeros, pescaderas, carniceros, menuderos, taberneros, mesoneros, bodegoneros, especieros, confiteros, etc. (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folios 144r. y v).

Por el análisis de la difusión de estos productos e intensidad del uso de cada uno de los productos alimenticios nos permite vislumbrar la importancia dada a cada uno de ellos en el sistema alimenticio jiennense a lo largo del siglo XV:

El pan (de trigo, cebada, centeno, escaña y panizo) fue el alimento básico de la población medieval, de tal modo que su necesidad le convierte en barómetro fundamental de la situación económica general en cada una de las poblaciones de nuestra provincia.

Pan de centeno, hoy tan habitual en panaderías y supermercados.
Pan de panizo, hecho con maiz.
La producción cerealista mostró una clara tendencia alcista en los últimos años del siglo XV y durante todo el siglo XVI. El Reino de Jaén producía trigo suficiente, tanto para el consumo interior, como para desarrollar una cierta exportación con el excedente de los consumos locales (6).

Para ilustrar nuestro intento nos basta con cotejar la producción de “pan, trigo y cebada” de tres parroquias de Jaén, en el año 1495 (7), que pueden ser prototipo de las restantes parroquias en muchas de otras ciudades grandes y pequeñas de nuestra provincia, cuyas cantidades contrastadas o repartidas entre el número de habitantes que tienen estas parroquias en el año 1500 (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1500), nos puede ofrecer posibilidades de análisis y producción, que nos permitirán una estimación del consumo aproximado de estos cereales por habitante y año:

Parroquia    Producción en Kilogramos                   Habitantes

San Juan.................................... 454.432                             2.060

La Magdalena............................654.720                             2.044

San Bartolomé...........................190.300                                540

La distribución de la producción de cada una de las parroquias entre los habitantes que tienen nos dan las siguientes cantidades de consumo de pan (de trigo y cebada) compuesto por harina integral, no refinada, por habitante y año:

San Juan:                   220 kilogramos por habitante y año.

La Magdalena:         320 kilogramos por habitante y año.

San Bartolomé:        333 kilogramos por habitante y año.

Como vemos son unas cantidades susceptibles de proveer con bastante desahogo a la población, aunque con harina de mediocre calidad. La falta de coordinación, no obstante, entre consumo interior y exportación, debido al uso inmoderado de las exportaciones de los excedentes de consumo, dio lugar, con frecuencia, a que las tierras jiennenses fuesen granero para otras tierras de provincias limítrofes con carencias, a costa de la estrechez alimenticia de su propia población, con limitaciones importantes en el consumo especialmente en años de carestía producida fundamentalmente por las frecuentes alteraciones climáticas (por sequias o exceso de humedad), que durante ciclos de años alternos reducían notablemente las cosechas, dado el caprichoso clima andaluz. Si además de todo lo dicho, le añadimos que la parte de cereal destinada al comercio era siempre equivalente a un tercio de la producción, nos haremos conscientes de las relativas cantidades de cereales que quedaban para abastecer a las diferentes poblaciones (8).

Templo de la parroquia de San Juan de Jaén.
Templo de la parroquia de La Magdalena de Jaén.
Templo de la parroquia de San Bartolomé de Jaén.
Pero el comercio era necesario para los labradores productores de cereales, a fin de que los labradores pudiesen conseguir dinero con que hacer frente a sus labores y haciendas, más el pago del diezmo eclesiástico y otras rentas e impuestos, con lo que se concluía que la cantidad de trigo disponible para el autoconsumo quedaba reducida a un tercio de la cosecha conseguida, aproximadamente, lo que nos quiere indicar, que las carencias de alimentos básicos entre los sectores de las poblaciones menos favorecidas, eran prácticamente endémicas, o sea, que eran situaciones que se presentaban en una población o en un grupo de poblaciones dentro del área geográfica de nuestra provincia casi habitualmente.

El pan, el más común de los alimentos, no era igual para todos, ni en cantidad ni en calidad. El pan blanco era propio de la mesa de los ricos o de fiestas de especial relieve. No en vano se empeña el autor de los Hechos del Condestable en resaltar en la descripción de sus banquetes y festines la presencia de grandes canastas de pan blanco, puestas en los aparadores.

El pan que consumían las capas populares de la población era el pan de harina integral de trigo, pero que en la mayor parte de las veces y a la menor carestía productiva se convertía en pan elaborado con harina de trigo y cebada, en proporciones similares de mitad por mitad. Durante los años de notable escasez, que solían ser bastante frecuentes y numerosos, por desgracia, el pan de cebada se convertía en uno de los alimentos fundamentales, al que necesariamente debían recurrir las personas pobres como base de su alimentación, que dicho sea de paso componían casi la mitad de la población de los diferentes núcleos de población provinciales. Las características de este pan básico eran tan poco agradables, que su uso ordinario en los monasterios era utilizado a modo de disciplina como castigo para los monjes que habían cometido alguna falta. En muchos lugares constituía el recurso habitual de las gentes del campo, aunque al decir de algunos, tenía la cualidad de mantener a “las mujeres más bellas y más frescas”, siguiendo el viejo dicho de que el que no se convence es porque no quiere (9).

Plantación de panizo.
Un tipo de cereal poco apreciado en la época, pero de elevados rendimientos, debido a su carácter de cultivo de regadío, fue el panizo. Era éste el cereal al que debían recurrir los pobres en épocas apretadas. Así nos lo transmite uno de los testigos de un pleito celebrado en el año 1426 en Jaén (Archivo Catedral de Jaén, Gaveta 22 y 23, núm. 32).

“...dijo que de treinta y cinco o quarenta años, que se acuerda y save, el dicho lugar Albendín y sus términos vido senbrar en las tierras y término del dicho lugar Albendín y cojer a muchos labradores, en cada un año de los sobredichos, mucho trigo y zevada y zenteno y garbanzos y fabas y otras semillas, y los panizos en los tienpos apretados, y que los ha visto y be cojer a los labradores que ende las sienbran y otras personas, y que es buena canpiña y buenas tierras de pan levar”.

El panizo, era cultivado en los distintos rincones del Alto Guadalquivir (10), y fue, sin duda, el pan de los tiempos difíciles o de los necesitados, en circunstancias normales de sus vidas. La opinión que considera a este cereal como el último recurso en tiempos de necesidad debió ser constante durante toda la Baja Edad Media en el antiguo Reino de Jaén, pues un siglo después inciden en dicho sentido las declaraciones del concejo de Jaén cuando la amenaza del hambre se estaba cerniendo sobre la población, tras la completa ausencia de cosecha, en 1520, cuando las previsiones estimadas, en torno a 1521, eran de que en este año se mantendría la pertinaz sequía con sus ineludibles secuelas de carestía y hambre, ya que el precio de la fanega de trigo rondaba los 375 maravedíes, cuando en períodos de ciclos cerealistas normales su precio ordinario oscilaba entre los 40 y 50 maravedíes  (11).

Lanzado el concejo por la amenaza de un año agrícola sin precipitaciones, a la búsqueda de tierras con posibilidad de irrigación y tras haber conseguido reunir, después de duros esfuerzos, 155 fanegas de tierra de regadío con las que intentar paliar la necesidad de los vecinos más indigentes, se llegó al inevitable sorteo de una fanega de tierra por vecino, donde se pudiese sembrar un celemín de panizo. Las súplicas angustiadas de quienes presentían que la exigua superficie de tierra, a distribuir entre tantos vecinos necesitados, no les iba a permitir participar en el sorteo, arrancó de las autoridades, agobiadas por el peso de la impotencia, la desesperada frase que en dicho contexto evidencia, por sí misma, la gran importancia y valor que las tierras cerealistas irrigadas tenían para aquella población, siempre al borde de la incertidumbre productiva y con una personalidad histórica fraguada en una sociedad injusta, con unas tierras mal distribuidas, que obligaba a los desheredados a estar armados de una interminable paciencia: “y los otros que ayan paçiençia, pues no ay tierra para todos” (Archivo Municipal de Jaén: Actas Capitulares de 1521).

Campos de trigo al atardecer.

El trigo, del que Jaén era gran productor y del que los campesinos acomodados tenían acopio más que suficiente para sus necesidades alimentarias (12), era vendido a las panaderas y o tras gentes privadas en el Mesón o en la Alhóndiga de la ciudad de Jaén (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folios 118v. y 119r).

Sus precios experimentaron notables oscilaciones según las fluctuaciones del clima y las licencias de exportación otorgadas por los monarcas o por los mismos cabildos municipales, dándose situaciones en que algunos años como en 1488 podía bajar hasta 30 maravedíes la fanega, mientras que en los años de intensa carestía de 1502, 1504 y 1506, que pueden ser considerados como trágicos, subió a 800 y 1.000 maravedíes la fanega de trigo en algunas poblaciones (13).

En Santisteban del Puerto se compraba el trigo, en 1504 y 1505, a 600 maravedíes la fanega (Archivo Parroquial de Santisteban del Puerto: Cuentas de Fábrica. Libro 1. °, fol. 17v.)

Sin embargo, en años de normal producción, tales como 1508, 1509 y 1510, la fanega de trigo llegó a mantener los precios estables de 40 maravedíes y la de cebada osciló en torno a los 30 maravedíes (Archivo Parroquial de Santisteban del Puerto: Cuentas de Fábrica. Libro 1. °,  folio  23v.)

El alcance real de estos precios sólo podremos vislumbrarlo si tenemos presente que el salario de un peón solía oscilar, en dichos años, entre 20 y 25 maravedíes (14), es decir, el dinero suficiente para poder adquirir 1’400 kilogramos de trigo, al precio de 600 maravedíes la fanega.

Don Pedro Girón, Maestre de la Orden de Calatrava.

A estas circunstancias deben añadirse las épocas de guerras entre castellanos y nazaríes, muy frecuentes, de otra parte, que abocaban a situaciones extremas, análogas a las que produjo el cerco de la ciudad de Jaén y del condestable Miguel Lucas por el maestre de Calatrava don Pedro Girón, situación en la que cercada la ciudad y talados sus panes, en 1465, junto con los años de escasez productiva que siguieron, crearon las condiciones idóneas para que la fanega de trigo valiese a enrique, es decir, 350 maravedíes, y la de cebada a 150 maravedíes. (15).

La moneda llamada  “el enrique” de Enrique IV de Castilla labrado en Toledo, de menos ley que el primitivo llamado Viejo, equivalió a 350 maravedíes (16)

La indigencia producida no permitió que las quejas de ambos bandos quedasen silenciadas. Mientras, el maestre de Calatrava don Pedro Girón, se lamentaba del control de los molinos harineros y aceñas por parte del condestable Miguel Lucas de Iranzo: “En tal manera que llegó a valer una fanega de fariña en los lugares de la dicha orden (Calatrava) siento e veinte maravedíes e más, valiendo la fanega de trigo a veynte maravedíes (17).

Con esta afirmación de la cita anterior, podemos confirmar que en nuestra villa cerca de Arjona o de Andújar la fanega de harina en los lugares de la orden de Calatrava era de 20 o más de veinte maravedíes, valiendo para los agricultores la fanega de trigo a veinte maravedíes, toda una muestra de la pobre situación de los labradores de nuestra villa, obligados a vender a los precios establecidos desde la Orden de Calatrava, otro de los variados perjuicios sufridos por nuestra villa en estos tiempos, bajo la batuta poderosa de la orden de Calatrava desde 1434.

El condestable, por su parte, se quejaba de las perniciosas consecuencias del cerco de la ciudad de Jaén por el maestre de Calatrava don Pedro Girón, circunstancia que le obligó a recurrir a realizar registros de trigo en casas de clérigos, mercaderes y labradores ricos en busca de reservas de trigo, y pese al lenguaje ampuloso y triunfalista de la crónica que dice, “fallóse tanto, que nunca faltó ni subió de quarenta maravedíes la fanega”, una situación en la que sólo se pudieron moler diariamente en Jaén, para toda la población de unos 15.000 habitantes, unas 68 fanegas de trigo (18), lo que equivale a 190 gramos de harina integral por habitante y día; desde luego no para nadar en la abundancia como parece querer indicar el autor de los Hechos del Condestable don Miguel Lucas de Iranzo.

Ello explica que en épocas de cierta normalidad sociopolítica las gentes acostumbrasen a hacer en el campo “moragas de trigo, cebada, garbanzos o yeros” (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén), que de alguna manera vendría a paliar aunque no a completar las necesidades alimenticias de los habitantes. Las moragas eran reuniones de vecinos con asado de alimentos al fuego hechos al aire libre, generalmente de frutas secas o pescado. Aunque en realidad lo harían con los alimentos disponibles como en este caso eran de trigo, cebada, garbanzos o yeros.

Sin embargo, la vida cotidiana no era así, pese a la nefasta frecuencia de tales situaciones. La producción de cereal era más que suficiente para mantener a la población y la reglamentación del sector se hacía en función de esas circunstancias habituales.

Quedaba determinado el número de hornos de pan en la ciudad que, en 1480, era un horno por cada 60 vecinos (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1480, folio 31.)

En ellos, una panadera, ordinariamente, se encargaba de comprar el cereal en la alhóndiga, molerlo en el molino y elaborar los distintos tipos de piezas de panes: pan integral y de cebada, pan blanco de los días extraordinarios y de lujo, cerniendo previamente la harina, y el bizcocho que era cocido dos veces para las campañas de guerra o como soporte para las viandas acompañadas de salsas; aunque este último solía ser sin levadura, al que se le daba el nombre de pan cenceño (19).

Pan ceceño o pan ácimo sin levadura.
El pan cenceño o ácimo, es el pan que se hace sin levadura. Su masa es una mezcla de harina de algún cereal con agua, a la que se le puede añadir sal. A esta masa se le da la forma deseada antes de someterla a temperatura alta para cocinarla. La harina utilizada generalmente era de trigo, cebada, maíz u otro cereal. Por mucho tiempo el pan cenceño o ácimo fue el único que conocía la humanidad; se preparaba con harina integral y se cocinaba poniendo la masa sobre piedras calentadas al sol o cenizas calientes. Hoy se le da el nombre de pan árabe.

Se ordenaba a las panaderas que hiciesen cada día el pan para la venta (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, fol. 132r.), lo que indica que se podía comer pan tierno, a diario, en el siglo XV, el cual debía venderse por las plazas (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folio 131v.), a fin de que tuviese acceso a él todo el que pudiese y lo desease.

En los hornos y plazas de la ciudad se vendía el pan cocido hecho con harina tostada, llamado “pan cocho”, en piezas de distintos pesos:

En 1505:

— La Pieza de dos libretas de pan cocho a 3,5 maravedíes (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1505, 15 de enero, folio 14.)

— La Pieza de una libreta de pan cocho a 2 maravedíes (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1505, 17 febrero, folio 13; I de abril, folio 57.)

En 1514, 12 de mayo:

— La Pieza de dos libretas y media de pan cocho, a 2 maravedíes (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1514, folio 18r.)

— La Pieza de veinte onzas, a 1 maravedí (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1514, folio 18r.)

— La Pieza de diez onzas, a 1 blanca (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1514, folio 18r.)

Pero el pan consumido no dependía exclusivamente de la venta en hornos o plazas. Muchos particulares acudían a los hornos en los que amasaban y cocían su propio pan, a cambio del pago de los servicios recibidos, conocido vulgarmente por “cochura” o “poya”. En este contexto se insertan las quejas presentadas por los vecinos de Jaén, en 25 de agosto de 1505 (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1505, folios 125v. y 131.), alegando que “les fasen agravio en les levar demás de la “poya”, “panezillo para la fornera”, que era el precio de la cochura estipulada, suplicando, en consecuencia, la adecuada solución a este problema, que las autoridades municipales tratan de resolver con la siguiente ordenanza:

“Otrosí, que en los dichos hornos de pan cozer desta çibdad e su término poyen de esta manera: de los panes que cozieren de a maravedí, de treinta panes, uno, e de los de a blanca, de veinte panes uno, e de los pequeños, de quinze panes uno, e de las hogazas de a dos maravedíes e dende arriba, de treinta e finco hogazas una, e qualquier que menos pan poyare, que por cada vez pague en pena doze maravedíes” y “que las horneras ni horneros nin alguno dellos non pidan ni tomen panezillo, demás de la poya”.

Consecuencia de esta reglamentación fue que los dueños de los hornos elevaron también su correspondiente reivindicación, ya que las horneras, privadas de su “panezillo” acostumbrado, solicitan, por su parte, subida de salario. El funcionamiento de estos hornos en Jaén, donde había uno por cada sesenta casas (Archivo Municipal de Jaén: Actas Capitulares de 1480.), debió ser semejante al de los restantes hornos de Andalucía, de los que encontramos una detallada y clara descripción de su funcionamiento con motivo de los hornos de Morón de la Frontera (20):

Se reglamenta por parte de las autoridades municipales que los hornos del concejo de la villa estén calentados para cuando amanezca, de modo que al ser de día los que fuesen a cocer su pan encuentren los hornos calientes y aderezados, y dispuestas al trabajo las horneras a quienes corresponda hornear. Éstas deberán cocer el pan de los vecinos, moradores o cualesquier otras personas que así lo demandaren con todo cuidado, llevando por su derecho de “poya” o cochura, de 30 hogazas, una, de 25 panes “castros”, uno, de rollos y tortas, de diez, una y de 20 rosquillas una.

El panadero y la panadera medieval.
Si cualquier persona no hubiese podido amasar temprano y necesitase cocer el pan antes de anochecer, si lo hace saber a la hornera, ésta deberá mantener el horno abierto para cocer dicho pan, aunque sea anochecido.

La necesidad de amasar se impone incluso al descanso preceptuado para las fiestas de guardar, de manera que si el mayordomo del concejo así lo juzga y requiere a horneras y horneros que enciendan sus hornos, ellos están obligados a hacerlo, teniéndolos debidamente calientes para cocer el pan.

Cuando los horneros u horneras actúan “por malquerencia o por malicia o por mala voluntad” no accediendo a cocer el pan de algunas personas, o haciendo daño en sus panes, sin razones suficientes, o expulsándoles del horno, de forma pertinaz, el concejo o mayordomo, queda en la potestad de poner un nuevo hornero u hornera a costa del arrendador o arrendadores de los hornos, prohibiendo a tales horneros para siempre la vuelta a dicho horno.

El horno que se supone arrendado por un año, debe ser reparado al final del mismo por su arrendador, a excepción de la pared, capilla, tixera o viga quebrada, que corren de cuenta del concejo.

Aparte de las tortas de pan que fueron habituales en las ofertas realizadas en la iglesia con motivo de los bautismos (21)

En Segura de la Sierra, población no integrada en el obispado de Jaén, el clérigo percibía con motivo de una boda “dos candelas grandes, dos tortas y una espalda de cordero”, y  forman parte del salario del sacristán “las tortas que traen con los niños que bautizan e traen en la Missa del Alva e fiestas e los oficios de defunctos que fazen los capellanes...” (22).
Segura de la Sierra con su bello castillo en la cumbre del monte.
La documentación al alcance, referida al Alto Guadalquivir, no habla de otros tipos de panes, aunque puede que también, como en otros lugares de Andalucía, se hiciesen las rosquillas. Por tanto, nos encontramos con piezas de pan de tres tamaños diferentes:

Pieza de dos libretas y media de peso, es decir, 1.180 gramos, que teniendo en cuenta que la libra equivale a 460 gramos en Castilla, dos libras son 920 gramos, más 230 gramos de media libra, equivalen a 1.150 gramos.

La Pieza de 20 onzas de peso, equivalente a 560 gramos, ya que la onza son 28 gramos aproximadamente.

La Pieza de 10 onzas de peso, equivalente a 280 gramos.

Respecto al consumo de la carne decir que en el siglo XV y comienzos del siglo XVI se consumía por parte de los jiennenses todo tipo de carnes.

A parte de la matanza del cerdo llevada a cabo por los labradores con cierto desahogo económico (23), que proporcionaba carne fresca, por unos días, y salada y condimentada para todo el invierno, en forma de tocinos, cecinas y embutidos, aunque también se consumían carnes procedentes tanto de ganado doméstico, como de la caza. Ovejas, carneros, cabras, machos cabríos, cabrones, vacas, bueyes, becerros, corderos, puercos, lechones, eran animales sacrificados habitualmente y en número apreciable, para abastecimiento de la población del Alto Guadalquivir (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Baeza, folios 71v., 73v., 74v., 89v., 91 v., 100v. y 115r.)

El sacrificio de las reses estaba sometido, al menos en las ordenanzas, a una estricta organización y reglamentación: el rastro o matadero era lugar obligado donde había de sacrificarse cualquier tipo de res, cuyas carnes eran distribuidas desde este matadero municipal en las cinco tablas de carnicerías que contaba en el siglo XV la ciudad de Jaén, para la venta pormenorizada entre los diferentes vecinos que allí acudían a proveerse de ella (Archivo Municipal de Jaén: Actas Capitulares de 1514, folios 4r. y 160v.)

Matanza de ganado vacuno.

La alcabala vieja de la carne o renta de Lope Ruiz (24), así como las Actas Municipales de 1511 (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1511.), nos hablan de res vacuna, ternera de leche, carnero, oveja, cabrón, cabra, cordero o cordera, ciervo o cierva, cabrón y cabra montesa. La carne aportada por los cazadores a las carnicerías era, en efecto, muy importante, ya que en el siglo XV existía una notable actividad centrada en la caza mayor por parte de los “ballesteros del monte” (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folio 100v.), pues los extensos montes del Alto Guadalquivir hacían posible una abundante montería, de la que dan cuenta diferentes noticias, así sabemos que a primeros de junio de 1458, Enrique IV permaneció durante 15 días en Jaén, “corriendo toros e jugando cañas e andando a monte de puercos e osos” (25).

La abundancia de animales salvajes permitía a los señores una actividad de caza casi ininterrumpida. Es el caso de Miguel Lucas, quien pasadas las fiestas de navidad de 1460, “estovo en la villa de Baylén diez o onze meses corriendo montes e matando muchos puercos e osos e otros vestiglos...” (26).

La copiosa presencia de animales salvajes de todo tipo a lo largo y ancho de nuestra geografía provincial permitía practicar la actividad de la caza a todos los vecinos, de acuerdo con sus posibilidades. Juan II concedía, el 30 de junio de 1420, a los ballesteros y demás vecinos de la ciudad de Jaén “matar en la sierra puercos y osos, sin pena” (27).

La caza de venados en las montañas prebéticas y subbéticas debió ser práctica generalizada entre la población, según parece desprenderse del documento fechado en 1486, que nos muestra a los vecinos de la villa de Torres alcanzando sus reivindicaciones de seguir practicando la caza de jabalíes y osos, antes habitual entre ellos, pero que de cierto tiempo a esa parte, se la había reservado el comendador de la Orden de Calatrava (28).

Pelea de machos en la sierra.
La arraigada costumbre de la caza mayor por parte de los jiennenses fue esquilmando las montañas subbéticas salpicadas de numerosos núcleos de población, de manera que a finales del siglo XVIII escribía el deán Mazas: “la caza mayor de benados y jabalíes es abundante en toda la Sierra Morena, pero no se halla sino rara vez en estos montes de hacia Granada...” (29).

A caso destacara más por la abundancia de piezas y su menor apetencia por parte de los señores, la caza menor: conejos, liebres y perdices (30).

Sus numerosas piezas alimentaron una importante venta en carnicerías, plazas y calles de las poblaciones jiennenses, e incluso se animó un activo comercio entre las distintas comarcas del que son testimonio los aranceles de aduanas y puertos (31).

En general, la importante actividad ganadera del Alto Guadalquivir que superaba incluso a la producción cordobesa (32), permitía un satisfactorio abastecimiento de carne. Sirva como ilustración, al respecto, la ciudad de Jaén que, a finales del siglo XV, contaba con unas 60.000 cabezas de ganado mayor y menor (33).

Un número de cabezas deducido, de forma aproximada, a partir de la noticia que nos proporcionan las Actas Capitulares de 1480, el 16 de octubre de dicho año (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1480, folio 105.): “Montaron los mrs. del repartimiento de los ganados de Jahén a razón de tres blancas el par de las cabegas de ovejas e carneros e cabras e puercos, e de las vacas e yeguas, a mr. la cabera, quarenta mil e dosientos e sesenta e çinco mrs.

Trajo el jurado Pedro de Berrio de las aldeas seis mil mrs.”.

Si hacemos una estimación sobre la base de la tributación a un mr. por cabeza de vacas y yeguas (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1514, fol. 18 r.), obtendríamos la cifra de 40.265 de la ciudad, más 6.000 de las aldeas, es decir, un total de 46.265 cabezas de ganado mayor; pero si la estimación la hacemos sobre la base del ganado menor, el resultado oscilaría en torno a 61.686 cabezas.

Topetazos a mansalva en la pelea de los carneros.
Lógicamente, una cabaña ganadera de semejante tamaño permitía el sacrificio de gran número de carneros diarios, y así parecen darlo a entender las autoridades municipales jiennenses que el 11 de abril de 1514, ordenaban que se repartiesen cada día 20 carneros para pesar en las carnicerías nuevas, sólo en dos tablas (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1514, folio 4r.)

Si tenemos presente que las carnicerías de Jaén contaban con 5 tablas, con 3 tablas en las carnicerías de la plaza de San Juan y 2 tablas en las Carnicerías Nuevas (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1514, folio 160v.), nos encontramos que serían 50 carneros los sacrificados diariamente en Jaén, aparte del número de cabras, vacas y cerdos. Una cifra muy superior, desde luego, a la de 14.000 ovejas anuales sacrificadas a finales del siglo XVIII en la ciudad de Jaén y su tierra, según notificación del deán Mazas en su Retrato al natural de Jaén.

A pesar de ello, las actas de 1511, nos dicen el día 1 de mayo, que el arrelde de carne 1.840 gramos en Jaén, resultaba 5 maravedíes, estaba más caro que en Córdoba y Sevilla, a causa de diferentes imposiciones que pesaban sobre ella, tales como la alcabala del 10% del valor, un derecho para los propios de por cada 16 uno , el derecho llamado de Lope Ruiz o Alcabala Vieja de 3 arreldes de cada res mayor y medio arrelde de la menor, traducidos en dinero (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1511, folio 188.)

El arrelde era una unidad de medida equivalente a diez libras, reducida a cuatro en 1268, utilizada principalmente para el peso de la carne y también para el sebo y por tanto para establecer los precios. La Real Academia Española considera el arrelde como el peso correspondiente a cuatro libras.

Los precios de las carnes vendidas en Jaén cambian con relativa frecuencia, según la correlación de oferta y demanda, encargados los munícipes de variar sus precios cuando las circunstancias lo requerían. Ello podemos observarlo en la lectura de los diferentes precios fijados por el cabildo en varias actas capitulares:

Según Juan de Arquellada (34), “En sábado, veinte y seis días del mes de junio del dicho año (1462) se pregonó el coto en las carnes y pescados...”.

Los precios de las carnes quedaron como siguen (35):

Precio de la carne en maravedíes:

El carnero castrado bueno......... 80 maravedíes

El cojudo bueno………………………60

El arrelde de carnero....................8

El arrelde de vaca.........................6

Una oveja buena.........................50

Una cabra buena........................60

Un cabrón bueno castrado........80

Un cabrito bueno......................20

Un cuartillo de cabrito...............5

Un cordero de leche bueno…....30

Un cordero temprano................50

La carne de monte, el arrelde…..4

En el año 1476:

Durante la Cuaresma, se pone el arrelde de carnero a 16 maravedíes (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1476, folio 93.)

 En tiempo no cuaresmal:

• El arrelde de carnero a 17 maravedíes (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1476, folio 148v.)

• El arrelde de vaca a 14 maravedíes (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1476, folio 148v.)  

En el año 1479:

• El arrelde de carnero merino a 17 maravedíes (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1479, folios 10v, y 11r.)

• El arrelde de carnero castellano a 16 maravedíes (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1476, folios 10v, y 11r.)

• El arrelde de oveja, cabra o cabrón (el 11 de septiembre) a 13 maravedíes. (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1479, folio 116r.)

En el año 1500:

• El arrelde de cabrito (el 11 de noviembre) a 22 maravedíes (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1500, folio 124.)

En el año 1505:

Desde el 17 de febrero a Carnestolendas del año venidero (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1505, folio 13.)

• El arrelde de vaca, buey, ternero, puerco y cabrón (con matizaciones) a 14 maravedíes.

• El arrelde de carnero merino de verano a 18 maravedíes.

• El arrelde de ternera, de cuarenta arreldes abajo de peso, a 17 maravedíes.

Castillo de Mengíbar.
— Los Precios en Mengíbar, aldea de la tierra de Jaén, el 18 de agosto de 1505 eran de los siguientes precios: (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1505, folio 122.)

• El arrelde de vaca a 17 maravedíes.

• El arrelde de carnero a 21 maravedíes.

• El arrelde de puerco y macho (cabrío) a 17 maravedíes.

• El arrelde de oveja y cabra a 16 maravedíes.

Con pocas variaciones proporcionales en las distintas fechas se observa la siguiente gradación en el aprecio de las carnes:

El cabrito, (animal de poco tiempo) 20 maravedíes en 1462, el animal entero, y 22 maravedíes el arrelde, el 11 de noviembre de 1500.

El carnero castrado bueno y el cabrón castrado bueno, el animal entero, tienen el precio más elevado de la escala, en 1462, con 80 maravedíes. El arrelde de carnero, en 1479, se vende a 17 maravedíes, con ciertas matizaciones:

• El arrelde de carnero merino a 17 maravedíes.

• El arrelde de carnero castellano a 16 maravedíes.

La ternera a 17 maravedíes el arrelde, en 1505.

El puerco y el macho cabrío a 17 maravedíes el arrelde, en 1505.

La oveja buena y la cabra buena estaban a 50 y 60 maravedíes, respectivamente, el animal entero, en 1462. El arrelde de oveja y cabra, en 1505, estaba a 16 maravedíes.

La oveja, el puerco, la cabra y el cabrón, estaban a 13 maravedíes el arrelde, en 1479.

La vaca, el buey, el ternero, puerco y cabrón, estaban a 14 maravedíes el arrelde, en 1505.

Cabritos con sus madres en manada.
Podríamos decir que las carnes más apreciadas en las distintas listas de precios son las de los animales tiernos, tales como el cabrito, la ternera, el cordero de leche, el cordero temprano. Y en cuanto a preferencias, éstas se inclinan por el carnero y la cabra, siendo los más caros el carnero y el cabrón castrados.

En las carnicerías se venden habitualmente carne de caza mayor o montería: carne de ciervo, cierva, cabrón o cabra montés (36) y jabalíes (37). 

Especial mención merecen algunos de los productos del cerdo:

Se vende tocino en pedazos (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folio 136v.), y el arrelde de este producto alcanza el precio de 30 maravedíes el 3 de mayo de 1514 (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1514, folio 11v.)

La longaniza, “el palmo de longaniza, que es quarta de vara”, a 1 maravedí. (38).

El cabildo hace ordenanzas para el correcto funcionamiento e higiene de las carnicerías: Se prohíbe vender determinadas partes del animal (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folios 130r., 134r., 135r. y 144r.)

Sólo se permite vender carne en pie con destino a bodas, cofradías, caballeros y escuderos (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folio 130v.)

Se establece, por otra parte, que las carnicerías permanezcan abastecidas de carne, de sol a sol, con carnes de ovejas, puercos, cabras y cabrones (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén: Actas de 1479, folio 116r.)

Aunque el carácter proteccionista de la economía medieval parece estar presente en todo tipo de documentos, mediante tajantes prohibiciones y sanciones a quienes osen sacar fuera o vender sebo, caza, carnes muertas, frescas, saladas o tocinos (39) , lo que alguna vez se plasma en la realidad, como el registro de tocinos hecho el 27 de noviembre de 1505 en casa de los regatones, obligándoles a venderlos en la ciudad y no fuera de ella (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1505, folio 183.), debido, con probabilidad, a la escasez de alimentos vigente en esas fechas; sin embargo, el arancel de Bailén de 1491 (40) , recoge noticias del paso de esos productos con destino a otros lugares de fuera, tales como cargas de tocinos y cecinas, bueyes, vacas, novillos, puercos, puercas, ganado ovino y cabrío, con especial mención a cabritos. Cargas de gallinas, pollos, perdices, conejos y otras aves y productos de la caza. Otra fuente de proteínas cárnicas la proporcionaron los animales de corral y la caza menor. De esta última tenemos noticias de tipo general que nos hablan de carga o collera de conejos para vender (41), de liebres (42) y perdices (43).

Foto antigua de Jaén.
Los precios de estos animales, generalmente vendidos por piezas enteras, en diferentes momentos del siglo XV y comienzos del siglo XVI fueron los que siguen:

— 1432 y Ordenanzas de Baeza:

• El par de perdices del monte: 6 maravedíes.

• El par de perdices de la cuesta o lo labrado: 7 maravedíes.

— Perdices, según las Ordenanzas de Baeza (44):

• El par de perdices en la ciudad: 25 maravedíes

• El par de perdices en las aldeas: 20 maravedíes

— Los Conejos de Baeza:

• Conejo de Baeza en 1432 (45)

• Conejo según ordenanzas de Baeza (46):

En la ciudad: 7 maravedíes

En las aldeas: 6 maravedíes

Santisteban del Puerto antiguo.
La venta de la caza de conejos debió ser muy importante en ciertos lugares de Jaén, como Santisteban del Puerto, a juzgar por las constituciones del Sínodo de Jaén de 1492, que dedican una expresamente al diezmo de los conejos:

“Iten, nos fue pedido que la caga de los conejos que fue sienpre Piede Altar, e lo parten sienpre los clérigos servidores e fueles revocado por el obispo don Ferrando, e que reformemos en ello a los dichos clérigos de Sant Estevan que lo ayan. A esto ordenamos que lo partan segund que los otros diesmos» (47).

La caza en el antiguo reino de Jaén, durante la Edad Media, no era una actividad arbitraria y voluntarista, sino que estaba perfectamente reglamentada por los propios concejos. Las ordenanzas de Jaén se expresan al respecto de la forma que sigue:

“...y que ninguno no pueda cagar perdiz ni conejo, ni matar ciervo ni puerco...” (en tiempo prohibido) (Archivo Municipal de  Jaén: Ordenanzas de Jaén, folio 155 r.)

Año 1462 (48):

Precios en maravedíes de las aves: 

El par de gallinas buenas………………. 20 maravedíes.

El par de pollos buenos........................10

El par de anadones buenos……………...16

El par de palominos.............................. 3

El par de tórtolas.................................. 3

El par de palomas torcaces……………….5

El par de perdices............................... 10

El par de perdigones............................ 6

La docena de zorzales.......................... 4

Un conejo............................................. 0,25

Un gazapón grandullón..................... 2

Los caracoles debieron tener bastante importancia en el Alto Guadalquivir, tanto por su consumo como por la exportación que de ellos se hacían. El arancel de Bailén de 1491 (49), recoge, entre los diferentes productos que debían tributar en dicha aduana, las cargas de caracoles.

Para averiguar el consumo de carne por habitante y año, hemos de tener en cuenta que aunque no cabe duda del interés que representa la descripción de cada una de las especies de animales sacrificadas para el mantenimiento de la población, lo que realmente nos interesa es adquirir un conocimiento lo más aproximado posible de la cantidad de carne consumida por habitante y año, a partir de los datos del propio mercado, pues, sin duda, que muchos vecinos consumirían su propia caza o animales criados por ellos mismos, sin tener que conseguirlos en el mercado. La media de consumo no deja de ser un simple indicador que en manera alguna nos refleja la realidad, puesto que frente al gran consumo de proteína animal que consumían poderosos laicos y eclesiásticos, amplias capas de la población ni siquiera probarían la cazada o criada por ellos mismos, ya que tendrían que venderla para conseguir productos alimenticios más baratos y, con seguridad, de peor calidad. Sin embargo, es un indicador más fiable que los dietarios de hospitales, cofradías o comidas de poderosos, que hablan de cantidades abundantes, de las que, sin duda, carecían amplias capas de la población.

Los cálculos y estimaciones realizados sobre la base de la carne vendida en las carnicerías, a partir de los datos aportados por la renta de la alcabala de la carne en Jaén, el año 1511 (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1511, folio 26.), que ascendía a la cantidad de 500.000 maravedíes nos permiten obtener estimaciones bastante aproximadas al consumo medio por habitante y año.

Teniendo en cuenta que la alcabala representa el 10% del total de carne vendida, ésta arrojaría una cantidad del orden de los 5.500.000 maravedíes, los cuales, divididos entre 17 maravedíes. que viene a ser el precio medio de un arrelde de carne en dichas fechas, nos darían un total de 329.411 arreldes, que multiplicados por 1.840 gramos que es la equivalencia del peso del arrelde, nos proporcionan la cifra nada insignificante de 604.276 kilogramos de carne consumida durante dicho año, sólo en Jaén, cantidad que, distribuida entre los aproximadamente 19.000 habitantes que la ciudad contaba en esas fechas, obtenemos la cifra de 31 300 kilogramos de carne por habitante y año, que distribuida entre los 365 días del año, indica que a cada habitante de Jaén correspondía la cantidad media de 8 gramos de carne diaria, no excesiva como es patente, pero si tenemos presente que los grupos privilegiados formados por nobles, mercaderes ricos, alto clero y labradores acomodados consumían diariamente apreciables cantidades, es obvio que una gran multitud de vecinos quedarían prácticamente privados de sus correspondientes 8 gramos por cabeza de media durante casi todo el año.

Visto el deficiente acceso a la alimentación de proteínas animales de la población de nuestros núcleos urbanos, cabe preguntarse: ¿Hasta qué punto suplirían los pobres la falta de proteína animal con el consumo de pescado, como tan tas veces se ha escrito y aventurado?

Un análisis similar al realizado con la carne puede que nos convenza de que tampoco este producto fue la solución proteínica del pueblo llano.

El pescado fresco, salado y seco era vendido en Jaén habitualmente, con mayor intensidad en tiempo de Cuaresma y días de ayuno y abstinencia. Las pescaderías y plazas de la ciudad contaban con pescado de varias especies, que las pescaderas debían ofrecer al público, de sol a sol (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1480, folios 4r. y v.)

Alcalá la Real (Jaén)
De los pescados de mar, el Alto Guadalquivir fue siempre abastecido de pescados frescos traídos del mar, de Sevilla en épocas de guerra y de las costas granadinas en época de paz. En Alcalá la Real se pagaba el derecho del Tigual por el pescado traído de Vélez Málaga (Archivo Municipal de Alcalá la Real: Libro Primero de las Ejecutorias y Privilegios de Alcalá, folios 626 y 629v.)

Del pescado de mar fresco fueron diferentes las especies de pescado de mar fresco vendidas en el alto Guadalquivir, tanto de una como de otra procedencia: atún (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folios 134v. y 144r.), cazón (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1480, folios. 4r. y v.), corvinas, “peces o angulas”, albures, sábalos (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folio 127v.), “pescada o tollo” (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folio 135v), pulpo (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1480, folios 4r. y v.), sardina morisca (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1505, folios. 154 y 185), sardina castellana (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1480, folios 4r y v.), sardina sevillana (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1505, folio 154.), sardina blanca (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1505, folio 180.), sardina prieta (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1511, folio 28.), sardina “arancada” (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1505, folios. 7r., 22v., 154, 180, 185, 190 y Actas de 1511, folio 28.)

Del pescado de mar seco, pescado cecial o seco (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1476, folio 162v.) y otros (Archivo Municipal de Jaén: Actas de Jaén, folio 143v.)

Del pescado de río, la documentación registra los peces del Guadalquivir y los peces del Guadalbullón (50).

Precios de las distintas especies de pescado en diferentes momentos del siglo XV:

En 1440, en Baeza (51):

Albures a 5 maravedíes la libra.

Anguilas a 3,5 maravedíes la libra.

Los peces a 3 maravedíes la libra.

Pescado cecial a 4 maravedíes la libra.

Pulpo a 2,5 maravedíes la libra.

Tollo a 3 maravedíes la libra.

En Jaén en el año 1462 (52)

Cazón bueno a 2 maravedíes la libra.

Pescado cecial a 3,5 maravedíes la libra.

Peces del Guadalquivir a 3,5 maravedíes la libra.

Peces del Guadalbullón a 4 maravedíes la libra.

Tollo bueno a 2 maravedíes la libra.

Par de truchas a 6 maravedíes la libra.

En 1476, en Jaén durante la Cuaresma (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1476, folio  62v.)

— Pescado cecial: 9 maravedíes.

— Pescado de sardina y tollo: Precio habitual.

En 1480, en Jaén, el 28 de junio (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1480, folios 4r. y v.)

Atún a 4 maravedíes la libra.

Pescado cecial remojado a 6 maravedíes la libra.

Pulpo a 4 maravedíes la libra.

Sardina morisca a 4 maravedíes la libra.

Sardina Castellana a 4 maravedíes la libra.

Tollo o caçon a 4 maravedíes la libra.

En 1505, en Jaén, el 27 de enero (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1505, folios 7r., 22v.), el 24 de septiembre (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1505, folio 154.) y el 21 de noviembre (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1505, folio 180.), el 1 de diciembre (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1505, folio 190.)

Pescado cecial remojado, hasta finales de abril 7 maravedíes la libra.

Sardina morisca muy buena y fresca 5 maravedíes la libra.

Sardina morisca a 4,5 maravedíes la libra.

Sardina sevillana a 5 maravedíes la libra.

Sardina blanca a 4,5 maravedíes la libra.

Sardina prieta a 7 maravedíes la libra

Sardinas “arancadas” a 7 maravedíes la libra.

Las sardinas mejores se pusieron el 1 de diciembre a 5 maravedíes la libra para que los vendedores no se llevasen la mercancía, con el riesgo de dejar a la ciudad de Jaén sin pescado.

De las diferentes listas de precios se deduce que el pescado más apreciado era el pescado cecial y la sardina “prieta” y la “arancada”.

El pescado era llevado desde Sevilla a las poblaciones del Alto Guadalquivir: Así queda testificado en los Hechos del Condestable, quien la víspera de la fiesta de Navidad «mandó repartir por los cavalleros e dueñas e monasterios de la dicha çibdad muchos pescados frescos que le troxieron de la çibdad de Sevilla enpanados y en pipotes” (53) Empanados: dícese del aposento de una cosa que no tiene luz ni ventilación directa. Pipote: Pipa pequeña que sirve para encerrar y transportar licores, pescados y otras cosas.

En las prolongadas épocas de paz con los moros de Granada, el pescado llegaba también a Jaén desde las costas granadinas, así lo dejan patente las Actas Capitulares que fijan con gran frecuencia el precio de la sardina morisca (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1476, fol. 62v.; Actas de 1505, folio 154.)

Su transporte se hacía de forma ordinaria con acémilas, pues la documentación nos habla de cargas de pescado fresco o salado (54).

La venta de pescado se realizaba en las pescaderías, como la situada en la Fuente de los Caños de Jaén (Archivo Municipal de Jaén: Actas de 1476, folios 15 y 16.), o en las plazas de la ciudad donde las pescaderas debían ofrecer los pescados que tuviesen, transportados en costales (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folio 143v), cargas o banastas (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folio 127v.) cada día de Cuaresma, los viernes de todo el año y otros días de ayuno (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folio 132v.)

El peso es la medida ordinaria de venta al por menor (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folio 128v.), pero no faltan datos que nos ilustran acerca de la venta de sardinas no a peso, sino contándolas (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folio 143v.)

Las autoridades municipales suelen reglamentar con frecuencia la higiene en la venta del pescado, en unos tiempos carentes de to d o medio moderno de conservación, exigiendo a las pescaderas que el pescado no se remoje más de una vez (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folio 136r.), así como queda terminantemente prohibida la venta de las cabezas, colas, alas de los tollos y las de los otros pescados, procurando, acaso también, el que los consumidores no fuesen defraudados (Archivo Municipal de Jaén: Ordenanzas de Jaén, folio 135v.

Fuero de Baeza otorgado por el rey Fernando III tras la conquista de la ciudad.
Los peces de río son poco mencionados en las Actas Capitulares. Las escuetas noticias registradas en 1462, quedan ampliadas y completadas con cierto detalle en el Fuero de Baeza (55):

“Los peces del río véndanse la libra de la carne: la libra es de XL e  VIII onças” (Una onza equivale a unos 28 gramos de peso) :

— La libra de truchas, desde una cuarta a un codo: 1 sueldo.

— La libra de truchas, de una cuarta abajo: 10 dineros.

— La libra de barbeiones, desde cuarta a codo: 8 dineros.

— La libra de peces menudos, hasta la cuarta: 8 dineros.

— Trucha y barbiellos de codo, véndalos al pescador a cuanto más pueda.

— El pescado de mar y anguilas, como el concejo mandare.

Consumo de pescado

En el año 1487 se consumen en la ciudad de Jaén, según la alcabala, 156.340 maravedíes de gastos de pescado (56), hechas las correspondientes reconversiones a semejanza de lo que hicimos con el consumo de carne, encontramos un consumo de pescado del orden de 143.832 kilogramos anuales, repartidos entre unos 15.000 habitantes en que se puede estimar la población (57), supondría un consumo de 9,5 kilogramos de pescado por habitante y año, en la ciudad de Jaén. Podemos calcular que el consumo medio de pescado en España, actualmente, oscila en torno a 30 kilogramos por habitante y año.

A ello habría que añadir la pesca de los ríos, cuyo volumen desconocemos, pero que no sería muy notable. En cualquier caso, el consumo de pescado debió ser mínimo, pues distribuidos los 9,5 kilogramos entre los 150 días estimados que comprendería la Cuaresma, viernes del año y días de ayuno y abstinencia, no corresponde a cada habitante de media más que 6 gramos para su consumo en los días preceptuados por la Iglesia.

Hay mucho más que relatar respecto a otros alimentos consumidos por nuestras gentes en esos siglos, pero lo dejaremos para otro día. “Hay más días que ollas”.

Granada 7 de febrero de 2022.

Pedro Galán Galán.

Bibliografía y referencia de citas:

(1) Le Goff, J.: 1979 "Les marginaux dans l'Occident Médieval", en Les Marginaux et les excluses dans l'Histoire. Paris.

(2). Rodríguez Molina, José: La vida en la ciudad de Jaén en tiempos del condestable Iranzo.

(3) Carriazo Arroquia, Juan de Mata: Hechos del condestable don Miguel Lucas de Iranzo (Crónica del siglo XV), Madrid, 1940, página 471.

(4) Libro de miseria de omne.

(5) Rodríguez Molina, José: El Reino de Jaén en la Baja Edad Media. Aspectos demográficos y económicos. Granada, 1978, pág. 244.

(6) Rodríguez Molina, José: Niveles de producción agropecuaria de Andalucía Bética (1510-1512). En Actas I Coloquio de Historia de Andalucía. Andalucía Medieval, Córdoba, 1982, páginas 171 a 196.

(7) Rodríguez Molina, José: El Reino de Jaén en la Baja Edad Media. Aspectos demográficos y económicos. Granada, 1978, pág. 244.

(8) Pérez Gallego, M.: El Concejo de Morón (1402-1550). Universidad de Granada, página 74.

(9) Lacroix, P.: Moeurs, usages et costumes au Moyen Age et a l’époque de la Renaissance, París, 1878, páginas 113 y siguientes.

(10) Rodríguez Molina, José: Regadío Medieval Andaluz. Jaén, 1991, páginas 188 y siguientes.

(11) Rodríguez Molina, José: El mundo rural andaluz en la Edad Media, Jornadas de Historia Medieval Andaluza. Jaén, 1985, páginas 31 a 60.

(12) Argente del Castillo Ocaña, Carmen: Bienes muebles e inmuebles de pequeños labradores y artesanos en Jaén (1511), Actas del III Coloquio de Historia Medieval Andaluza. La Sociedad Medieval Andaluza: Grupos no privilegiados. Jaén, 1984, páginas 199 a 210.

(13) Domínguez Ortiz, Antonio: El Antiguo Régimen. Los Reyes Católicos y los Austrias, en Artola: Historia de España, Alfaguara, tomo III. Madrid, 1973, página 19.

(14) Domínguez Ortiz, Antonio: El Antiguo Régimen. Los Reyes Católicos y los Austrias, en Artola: Historia de España, Alfaguara, tomo III. Madrid, 1973, página 19.

(15) Carriazo Arroquia, Juan de Mata: Hechos del Condestable don Miguel Lucas de Iranzo. Madrid, 1940, página 384.

(16) Mateu y Llopis, Felipe: Glosario hispánico de numismática, pág. 70.

(17) Carriazo Arroquia, Juan de Mata: Hechos del Condestable don Miguel Lucas de Iranzo. Madrid, 1940, página 284.

(18) Carriazo Arroquia, Juan de Mata: Hechos del Condestable don Miguel Lucas de Iranzo. Madrid, 1940, página 275.

(19) Pan cenceño. Delicado, F.: La Lozana, página 70.

(20) Pérez Gallego, A.: El concejo de Morón (1402-1550). Universidad de Granada, volumen III, páginas 68 y siguientes.

(21) Carriazo Arroquia, Juan de Mata: Hechos del Condestable don Miguel Lucas de Iranzo, Madrid, 1940, página 260.

(22) Rodríguez Molina, José: Estatutos de la Catedral de Jaén de 1368, Recopilación de 1478, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses (Jaén), LXXXV y LXXXVI (1976), título 12, página 17)

(23) Argente del Castillo Ocaña, Carmen: Bienes muebles e inmuebles de pequeños labradores y artesanos en Jaén (1511), Actas del III Coloquio de Historia Medieval Andaluza. La Sociedad Medieval Andaluza: Grupos no privilegiados. Jaén, 1984, páginas 199 a 210.

(24) Rodríguez Molina, José: Colección Diplomática del Archivo Histórico Municipal de Jaén. Siglos XIV y XV. Jaén, 1985. Documento CX, páginas 290 y siguientes.

(25) Carriazo Arroquia, Juan de Mata: Hechos del Condestable don Miguel Lucas de Iranzo, Madrid, 1940, página 18.

(26) Carriazo Arroquia, Juan de Mata: Hechos del Condestable don Miguel Lucas de Iranzo, Madrid, 1940, página 36.

(27) Rodríguez Molina, José: La ciudad de Jaén. Inventarios de sus documentos (1549 y 1727). Jaén, 1982, número 43, página 53.

(28) Don Lope de Sosa, 1913, páginas 164 y siguientes.

(29) Martínez de Mazas, José: Retrato al natural de la ciudad y término de Jaén. Jaén, 1794. Reimpreso por Editorial El Albir. Barcelona, 1978, páginas 348 y 349.

(30) Argente, Carmen y Rodríguez, José: Ordenanzas de Baeza, título XI, páginas 57 y siguientes.

(31) Rus de Castro, Alfonso: El señorío de Bailén en la Baja Edad Media. Universidad de Granada, 1984.

(32) Rodríguez Molina, José: Niveles de producción agropecuaria de Andalucía Bética (1510-15129, Actas I Coloquio de Historia de Andalucía. Andalucía Medieval. Córdoba, 1982, páginas 171-196.

(33) Rodríguez Molina, José: Colección Diplomática del Archivo Histórico Municipal de Jaén. Siglos XIV y XV. Jaén, 1985. Documento CX, página X.

(34) Arquellada, Juan de: Sumario de prohezas y casos de guerra acontecidos en Jaén y Reinos de España y grandeza de ellos, desde el año 1353 hasta el año 1590. Citado por Toral Peñaranda, Enrique: Jaén y el Condestable Miguel Lucas de Iranzo. Jaén, 1987, página 79.

(35) Toral Peñaranda, Enrique: Jaén y el Condestable Miguel Lucas de Iranzo. Jaén, 1987, páginas 70 y 71.

(36) Rodríguez Molina José.: Colección Diplomática de Jaén, Documento CX, páginas 290 y siguientes.

(37) Carriazo Arroquia, Juan de Mata: Hechos del Condestable don Miguel Lucas de Iranzo, Madrid, 1940, páginas 18, 22 y 36.

(38) Argente del Castillo, C.; Rodríguez, J.: Ordenanzas de Baeza, título XIII, capítulo XVIII.

(39) Argente del Castillo, Carmen;  Rodríguez, José: Ordenanzas de Baeza, título XIII, capítulo III.

(40) Rus de Castro, Alfonso: El señorío de Bailén.

(41) Rodríguez, J.: Sínodo de Jaén de 1492 título LVI folios 85 v. y 86 r.

(42) Argente, C.; Rodríguez, J.: Ordenanzas de Baeza», tít. XI, págs. 57 y siguientes.

(43) Argente, Carmen.; Rodríguez, José: Ordenanzas de Baeza, título XI, páginas 57 y siguientes.

(44) Argente, Carmen; Rodríguez, José: Ordenanzas de Baeza, título XI, páginas 57 y siguientes.

(45) B.R.A.H.: Colección Salazar, B-85, folios 150 y siguientes.

(46) Argente, Carmen; Rodríguez, José: Ordenanzas de Baeza, título XI, páginas 57 y siguientes.

(47) Rodríguez José: Sínodo de Jaén de 1492, título 2/56, folios 85v y 86r.

(48) Toral Peñaranda, Enrique: Jaén y el Condestable Miguel Lucas de Iranzo. Jaén, 1987, páginas 70 y 71.

(49) Rus de Castro, Alfonso: El señorío de Bailén.

(50) Toral Peñaranda, Enrique: Jaén y el Condestable Miguel Lucas de Iranzo. Jaén, 1987, página 71.

(51) B. R. A. H.: Colección Solazar, B-85, folios 150 y siguientes.

(52) Toral Peñaranda, Enrique: Jaén y el Condestable Miguel Lucas de Iranzo. Jaén, 1987, página 71.

(53) Carriazo Arroquia, Juan de Mata: Hechos del Condestable don Miguel Lucas de Iranzo, Madrid, 1940, página 69.

(54) Rus de Castro, Alfonso: El señorío de Bailén, Arancel de 1491

(55) Roudil, Jean: El Fuero de Baeza. La Haya, páginas  235 y 236, número 903.

(56) Rodríguez Molina, José: El Reino de Jaén en la Baja Edad Media. Aspectos demográficos y económicos. Granada, 1978, página 244.

(57) Rodríguez Molina, José: El Reino de Jaén en la Baja Edad Media. Aspectos demográficos y económicos. Granada, 1978, páginas 136 y 137.

2 comentarios:

jesus.nuevodoncel dijo...

Con razón nuestros padres, y nosotros de niños, besáramos el pan cuando se caía al suelo como algo sagrado; costaba mucho conseguirlo. Por cierto que podría retomarse esa costumbre para tomar conciencia de lo que supone el alimento y disminuir algo de los desperdicios de comida que tienen lugar en nuestros días. Qué pronto nos olvidamos del pasado y de nuestro mundo de alrededor cuando nos van bien las cosas.
Gracias, Pedro. Esta semana he ahorrado dinero en la comida con tu artículo.

PEDRO GALÁN GALÁN dijo...

Jesús, en el mundo que vivimos y la sociedad del consumo, que generó el capitalismo feroz, hay algo siniestramente divertido y actual en la caricatura de unos consumidores hipnotizados y convertidos en un ejército de zombis, por culpa de las grandes tiendas y de los múltiples centros comerciales, los nuevos paraísos donde se encuentra de todo. En los países que sufrieron la pobreza se abre el paraíso del consumo, donde con dinero se puede acceder a todo. Entonces surgen estos seres, ingenuos, pasivos e irreales, que ven sus sueños manipulados por unas empresas que exprimen la magia negra del marketing y los datos, y se aprovechan además de una sociedad confusa, hiperestimulada y hasta convulsionada por la marcha de la economía y el resquebrajamiento de viejas identidades colectivas. Las tiendas de barrio van desapareciendo.
Las personas ahora consumen bienes y servicios con el objeto de satisfacer necesidades superfluas o creadas artificialmente. Las compañías fabrican productos de baja calidad, para que se descarten y reemplacen rápidamente por otros nuevos recién fabricados. Consumir, desechar y volver a comprar, aun cuando el producto siga sirviendo, genera enormes volúmenes de basura. Pero también las industrias, que fabrican constantemente y en grandes cantidades sus productos, pueden generar desperdicios y gases que ponen en peligro al medio ambiente. La enorme cantidad de materias primas que se utilizan para sostener los volúmenes de fabricación y la velocidad con la que se usan esas materias también tienen un importante impacto ambiental.
Este es el mundo que nos tocó vivir, no tenemos otra opción que no seguir los dictámenes del marketing y la publicidad engañosa, pero todo esto resulta difícil.
Un cordial saludo.