PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

viernes, 19 de marzo de 2021

EL ORIGEN DEL APELLIDO CALERO EN LAHIGUERA A TRAVÉS DE LA LÍNEA GENEALÓGICA DE MI ABUELA MATERNA FRANCISCA PÉREZ CALERO.

LÍNEAS GENEALÓGICAS DE 19 FAMILIAS MÁS QUE SE EMPARENTARON CON LOS CALERO DE LAHIGUERA DESDE FINALES DEL SIGLO XVI (1591) HASTA NUESTROS DÍAS.

Las palabras vuelan, lo escrito queda.

Comenzamos con este artículo a ir descifrando los apellidos de mi familia, con el apellido Calero, segundo apellido de mi abuela materna Francisca Pérez Calero casada con Pedro Galán García mi abuelo materno, y así seguir con los matrimonios y nuevos frutos de cada matrimonio en los diferentes enlaces familiares, a través de los tiempos hasta llegar a mis abuelos antes referidos y sus descendientes. Esperamos que con su lectura se puedan ir situando los diferentes miembros de la familia Calero, que a lo largo de varios siglos han ido incorporándose a esta rama familiar, para así poder completar un árbol familiar mucho más amplio, al citarse nuevos hermanos en cada escalón de la sucesión lineal que en este caso hemos seguido. También realizaremos una aproximación a los diferentes tipos de relaciones de parejas que por aquellos siglos se establecieron y sus intentos de poder armonizar lo prescrito por la Iglesia y las relaciones de pareja siguiendo las pulsiones o impulsos que la naturaleza humana les demandaba.

El Apellido Calero lo tienen en España 17.732 personas como primer apellido, 17.977 como segundo apellido y 215 en ambos apellidos.

Allá por el año 1739 llegó este apellido a nuestra villa. Un joven llamado José Calero Velasco, natural de Manzanares (que con el tiempo sería mi abuelo séptimo por la rama de los Calero, apellido de mi abuela materna Francisca Pérez Calero). En la nota del registro dice que era originario de la provincia de Toledo, aunque es una ciudad de la provincia de Ciudad Real, debió ser un dato cambiado por el registrador o el transcriptor. De los 204 municipios de la provincia de Toledo hoy, no hay ninguno que se llame o se haya llamado Manzanares, el más parecido es Manzaneque una pequeña población de 406 habitantes en 2017. Es posible que la confusión venga de que Manzanares dependía del Arzobispado de Toledo (a 20 leguas) y del vicariato de Ciudad Real (a 9 leguas).

Calera o Calero, actualmente Calera y Chozas.
En la búsqueda del apellido Calero en la Mancha encontramos que Los Calero tuvieron su primer solar en Omoño, Partido Judicial de Santoña (Santander), pasando luego a diversas zonas de Cantabria y a las Asturias de Santillana. Los Calero de La Mancha creemos que tienen su origen en un pueblo de Toledo llamado Calera o Calero (actualmente Calera y Chozas), y que figura en las Relaciones Topográficas de Felipe II, donde Bartolomé Helez y Alonso Serrano declaraban en el año 1.576 que “tomó el nombre de Calera porque en su tierra hay mucha cal o porque en el mismo lugar se han encontrado muchos caleros”. Era por entonces “aldea de Talavera en el reino y arzobispado de Toledo”.
Palacio de Tórtolas en Calera y Chozas.
Debió su fundación a la explotación de unas minas de cal de primera calidad, y en el año 1400 aproximadamente casi todos los vecinos eran trabajadores de dichas minas, de las que se extraía la cal para la construcción de la Colegiata de Talavera de la Reina. En 1808 fue saqueada la población por el General francés Duque de Bellune. Se agruparon los habitantes con los de otro pueblo denominado Chozas. También se unieron los de otro lugar llamado Cobisa, pero al haber una plaga de hormigas en dicho lugar se tuvieron que trasladar definitivamente a dicho pueblo quedando ya fundado.En 1809, con ocasión de presentarse una avanzada de caballería, los paisanos acometieron a unos soldados franceses rezagados. Este proceder irritó al Duque de Bellume que mando incendiar el pueblo. En 1833 se levantó una partida carlista en Talavera, bajo las órdenes de González, se dirigió a Calera con el objeto de proclamar a Carlos V, pero el Alcalde le exigió la autorización lo cual fue bastante para liberar al pueblo.

De Manzanares tenemos noticias que extractamos de “Las Relaciones Topográficas que se tomaron por orden del Rey Felipe II:

En el año 1.579 (17 de marzo), la Iglesia Parroquial estaba bajo la advocación de Santa María de Altagracia. Existían además dentro de la población varias ermitas: Nuestra Señora de Gracia, San Juan, San Sebastián, San Antón y Santa Quiteria, y en las afueras, San León y San Marcos.

El poblado se formó alrededor de una castillo ya existente allá como unos 350 años antes de 1.579, o sea sobre el 1.200. Pertenecía por entonces a la Chancillería de Granada (sita a 38 leguas); la gobernación residía en Almagro (a 6 leguas); dependía del Arzobispado de Toledo (a 20 leguas) y del vicariato de Ciudad Real (a 9 leguas).

Era tierra llana regada por el Guadiana (que pasa a 3 leguas y media) y el arroyo Azuel,  que atraviesa el poblado.

Contaba en 1579 con unos 700 vecinos “entre los que hay muchos de letras (teólogos y juristas) y hábiles en el ejercicio de las armas. Es tierra de pan llevar, vino y algunas frutas; cría poco ganado. Las casas son de piedra y tapias, cal y yeso y con corredores”.

Hay referencias del apellido Calero en personas naturales de Manzanares como los reseñados a continuación:

 I.- León Calero, natural de Manzanares (Ciudad Real), casó con Rosa Lasa García Delgado, de su misma naturaleza (hija de Francisco y Polonia).

II.- Francisco Calero Lasa, nacido el 8-XII-1818 en Manzanares, casó con María Gracia Villegas Sánchez Garrido, nacida en Manzanares el 10-VI-1815, hija de Gregorio Villegas y de María Gracia Sánchez Garrido, ambos de Manzanares.

III.- León González-Calero Villegas, nacido en Manzanares el año 8-II-1847, en la calle de las Trompas. Este es el primer Calero que cambia el apellido, pasándolo del simple Calero a González-Calero, por razones que no conocemos. León casó con Fernanda Clemente Úbeda Díaz-Benito Mascaraque, nacida 31-V-1845 en Manzanares, en la calle de San Antón; hija de Fernando y Francisca; nieta paterna de Ramón y Micaela; nieta materna de José y Antonia.

IV.- María de Gracia González-Calero Clemente, nacida en Manzanares, calle Empedrada nº 25,  el día 22 de marzo de 1.872. Fue amadrinada por su tía abuela paterna María de Gracia González-Calero. Casó con Antonio López García Burgos Álvarez, nacido en  San Martín de Lodón (Oviñana, Miranda, Asturias) en 1871; hijo de José López Burgos, natural de San Martín de Lodón, y de Josefa García Álvarez, nativa de Salas-Asturias; nieto paterno de Diego, madrileño, y Rosa; nieto materno de Francisco y Rosalía, ambos de Salas. Antonio López Burgos tuvo al menos dos hermanos, Manuel (nacido el 19-III-1873) y José, que firmaron como testigos en la boda de su sobrina María del Rosario.

María de Gracia y Antonio fueron padres de:

1.- María del Rosario López González-Calero, que sigue en V. y

2.- Javier López González-Calero.

V.- María del Rosario López González-Calero, nacida el día 7 de febrero de 1.907 en Madrid, calle Toledo, nº 9, 3º, recibiendo aguas bautismales en la Parroquia de El Buen Consejo el día 28 de igual mes y año. Casa en la Santa Cueva de Covadonga el día 7 de diciembre de 1.935 con José María Margolles Arango, de cuyos ascendientes y descendientes se trata en su apellido Margolles.

Plaza de la Constitución de Manzanares años 1940.
Respecto a la población de Mascaraque decir que es un pueblo de la Mancha, del partido judicial de Orgas (Toledo). En 1.576, en las citada Relaciones Topográficas de Felipe II, se decía: “el origen del nombre proviene de que, según cuentan, había cerca dos pueblos cuyos nombres eran Villasilos y Villantigua; los vecinos del primero, por un lado, y los del segundo, por otro, sostenían que una dehesa y prado situado donde al presente está Mascaraque, era respectivamente de ellos, resolviéndose el asunto mediante un combate; pero fueron tantos los que murieron, que los supervivientes acordaron en la dicha dehesa edificar un lugar que se llamase “Más cara que nunca fue”. Era aldea (en 1576) de Toledo y del Rey, a 4 leguas de Toledo, con Iglesia dedicada a Santa María Magdalena,  dos ermitas cercanas: San Sebastián y Santa Cristina, y un hospital.

Nuestro antepasado José Calero Velasco llegó a nuestra villa y por estos años de 1739 más o menos se casó con la higuereña Francisca Montoro Martínez que se había bautizada en nuestra villa en fecha 7 de junio de 1714 (ellos fueron mis abuelos séptimos). En aquellos tiempos a los recién nacidos no se les bautizaba hasta pasados decenas de días de su nacimiento debido a la alta mortalidad infantil que se producía en esas edades de recién nacidos. Normalmente se recomendaba llevar a bautizar a los ocho días del nacimiento o a los quince si se les había administrado el bautismo de socorro, si el recién nacido había nacido con problemas de salud y había sido bautizado por un familiar o la partera ante el riesgo de muerte del bebé.

Escudo  del apellido Calero.

Origen: Procede del lugar de Omoño, antigua Merindad de Trasmiera, hoy día Santoña (Santander), se estableció el antiguo solar de este apellido. Sus ramas fundaron nuevas casas en Laredo; en el Valle de Soba; en Villaverde de Trucios y en Asturias de Santillana. Es el mismo apellido que Calera. Descripción del Escudo de Armas: Escudo partido; 1º de gules, con una torre de plata sobre ondas de agua de azur y plata. 2º de sinople, con una columna de plata acompañada de tres flores de lis de oro, una en jefe y las otras dos en los flancos. El escudo de armas de los Calero está formado por: un campo de gules (rojo), que simboliza fuerza, amor ferviente a Dios y al prójimo y poder. La torre de plata, denota grandeza y dominio. 

 

Escudo del apellido Velasco.

Velasco es apellido patronímico. Algunos filólogos vascos afirman que procede del euskera. Velasco en Euskera significa  “cuervo pequeño”. A fines del siglo XV floreció en Castilla don Pedro Hernández de Velasco, a quien el Rey don Juan II dio el título de Conde de Haro, y en el año 1475 el Rey don Enrique IV, hijo y sucesor de don Juan, le nombró Condestable de Castilla, alta dignidad que obtuvieron después sucesivamente y sin interrupción siete de los ilustres descendientes de don Pedro; de modo que su casa pudo llamarse por excelencia la casa de los Condestables de Castilla. Uno de los hijos del Condestable, llamado don Pedro Gómez de Velasco, se estableció en el valle de Mena (Burgos), fundando allí nueva casa solar, en el lugar de Ciella. Y don Diego Hernández de Velasco, nieto del anterior, casó con doña Andrea Ortiz de Mendieta, siendo hijo único de este matrimonio don Diego de Velasco y Mendieta, Capitán de los Tercios de S.M., quien fue a establecerse a Sevilla, donde en unión de su mujer doña Úrsula Ramón de Salazar, fundó en el año 1646 el mayorazgo existente en aquella ciudad Velasco-Mendieta. También se cita otra casa muy antigua entre Agustina y Carasa, a dos leguas de Laredo (Cantabria), cerca de una peña muy alta que edificó un caballero de este linaje, y que desde entonces se llama “pico de Velasco”. De aquí pasaron a Vijues, cerca de Medina de Pomar (Burgos), donde fundaron nuevo solar. Otros autores, sitúan su primitiva casa en la ciudad de Pamplona (Navarra), según documentos del siglo VIII al X, añadiendo que, durante la Baja Edad Media se extendieron sus ramas por Álava, La Rioja y Castilla, destacando en las Cortes de don Juan I, de don Enrique III, de don Juan II, y posteriormente en la de los Reyes Católicos, don Carlos I y don Felipe II, quienes les otorgaron importantes cargos políticos en sus gobiernos y Américas. Los filólogos vascos recogen a los Velasco como palabra pariente del euskera, en el sentido de “cuervo pequeño” (de vela: cuervo, con el sufijo -sko, que tiene cierto matiz diminutivo, -como apodo-). Existe una casa solar, de notable antigüedad, en el Reino de Navarra, sita en el lugar de Velasco o Belasco, citados ya en el año 915, por el Padre Urbel, en su obra titulada "Los Vascos"; además de otros solares radicados en la villa de Eibar (Guipúzcoa), y otra en la villa de Valmaseda (Vizcaya), cuyos miembros se hallaron en la batalla de Munguía, en 1471, y en la de Elorrio, en 1468, con ramas muy distinguidas en Obilla, Ciella y Ungo, pertenecientes al ya citado valle de Mena (Burgos) y en La Parrilla (Valladolid). Posiblemente la cercanía de estas casas dio motivo para que sus miembros tomaran parte muy activa en las guerras de banderías ayudando a los Marroquines, contra los Muñatones, y en la batalla de Elorrio. Probaron su nobleza en repetidas ocasiones, para ingresar en las Ordenes de Santiago, de Calatrava, de Alcántara, de Montesa, de Carlos III, de San Juan de Jerusalén; en la Real Compañía de Guardias Marinas; ante la Sala de los Hijosdalgo de la Reales Chancillerías de Valladolid, de Granada; ante la Real Audiencia de Oviedo, y para ejercer cargos del Santo Oficio de la Inquisición (cfr. blasonari.net). Nuestros antepasados del primer linaje proceden de la rama principal de los Velasco (Condestables de Castilla). Y los del segundo linaje (García Velasco) de la villa manchega de Pozuelo de Calatrava, Ciudad Real.  Las primitivas armas de este linaje, son: Escudo jaquelado de quince piezas, ocho de oro y siete de veros, de azur y plata.

Volviendo a la línea genealógica de los Calero, no podemos conocer las circunstancias que acontecieron en la vida del matrimonio de José Calero Velasco y la higuereña Francisca Montoro Martínez (mis abuelos séptimos por la línea Calero-Montoro), pero su hijo Diego Sebastián Calero Montoro nació en Lopera y llegada su edad se casó con la higuereña Casta María Rosalía Montoro Villar (ellos serían mis abuelos sextos por la línea de los Calero-Montoro, aunque la línea Montoro se alargará después hasta mi abuelo undécimo llamado Alonso Montoro, natural de Cazalilla, Jaén).

Casta María Rosalía Montoro Villar era hija de Francisco Javier Basilio Montoro Martínez (bautizado en la Higuera cerca de Arjona en fecha 9 de enero de 1698) y de Micaela Villar natural de Andújar. Ellos serían mis abuelos séptimos por la línea de los Montoro-Villar. Eran los consuegros de José Calero Velasco y la higuereña Francisca Montoro Martínez.

Escudo del apellido Montoro.

El apellido Montoro procede de la judería de su mismo nombre en Montoro, provincia de Córdoba. En 1492 familias Montoro llegaron a Portugal,  Holanda y, con el tiempo, a América del Norte, siendo un apellido más extendido fuera que dentro de España. Personaje famoso de este nombre el conocido poeta judío converso Antón de Montoro, quien trabajó toda su vida como sastre.

A la vista de los datos de las fechas de bautismo constatamos que el joven Francisco Javier Basilio Montoro Martínez (abuelo quinto) se debió casar primero con una hermana de la madre de Casta María Rosalía Montoro Villar, llamada Isabel Ana Villar (abuela quinta 1ª), pues en la relación de familia aparece un joven llamado Pedro Andrés Pablo José Montoro Villar (abuelo cuarto), que fue bautizado el 18 de noviembre de 1716, hijo de Isabel Ana Villar, con lo que sacamos la primera conclusión de que al haberse bautizado el padre en el año 1698 y tener a su hijo bautizado en 1716 debió tener a su primer hijo a la edad de 18 años con la citada Isabel Ana Villar (abuela quinta 2ª).

Suponemos que debió de fallecer su esposa Isabel Ana Villar y tiempo después, quizá seis años después debió casarse Francisco Javier Basilio Montoro Martínez con Micaela Villar, esposa 2ª (ellos sería mis abuelos quintos), también natural de Andújar y hermana de Isabel Ana Villar. De este nuevo matrimonio nació su hija Casta María Rosalía Montoro Villar, que se bautizó en fecha 10 de noviembre de 1723, (abuela sexta) casada con Diego Sebastián Calero Montoro, nacido en Lopera (abuelos sextos), siete años después de haber nacido su hermano y primo Pedro Andrés Pablo José Montoro Villar. También era natural y hasta habitual que fallecida la primera esposa se produjera el matrimonio con frecuencia con una hermana de la difunta, para remediar el cuidado de los sobrinos del primer matrimonio de la hermana.

Resulta curioso constatar que era relativamente frecuente en la comarca, un cierto grado de endogamia de parentesco, especialmente, entre las familias de mejor nivel económico.

Escudo del apellido Villar.

Los investigadores del origen de los apellidos han encontrado con respecto al apellido Villar, que primeramente se trata de uno de los apellidos que cuentan con un origen muy antiguo. Su historia se remonta al periodo histórico conocido como el de la Reconquista de España, cuando los ejércitos cristianos se dieron a la lucha para recuperar las tierras que estaban siendo ocupadas por los musulmanes. Etimológicamente la palabra Villar proviene del bajo latín Villaris que significa “población”, por lo que su significado es: “un pueblo pequeño”, hay que señalar que es una palabra que se encuentra presente en diversas regiones y poblaciones de España. Los tratadistas del origen de los apellidos refieren que los orígenes del apellido Villar son desconocidos con respecto a su exactitud y momento determinado. Sin embargo, las fuentes han arrojado que procede de la zona gallega, ya que en Galicia tuvieron presencia una gran cantidad de casas solariegas, lo que puede dar un acercamiento con respecto a la zona en que tuvo su momento de gestación. Posteriormente el apellido se extendió por la región de Aragón, Asturias, las Castillas y León, donde también existieron importantes solares. El apellido Villar también tuvo amplia presencia en la colonización del Continente Americano, los eventos en los que participaron personajes con este apellido, nos reflejan su presencia en la zona y también son un reflejo de su gran antigüedad. El escudo de armas del apellido Villar presenta un campo de azur, en el que destaca una flor de lis de oro, dicha flor de lis se encuentra ubicada entre cuatro veneras también de oro.

Pedro Andrés Pablo José Montoro Villar, bautizado en 18 de noviembre de 1716 (hijo de Francisco Javier Basilio Montoro Martínez e Isabel Ana Villar, natural de Andújar) se casó con María Jacoba Serrano Ruíz bautizada en fecha 8 de septiembre de 1729, trece años más joven que él. (Ellos fueron mis abuelos quintos por esta línea familiar de los Montoro-Serrano). Pedro Andrés Pablo José Montoro Villar y María Jacoba Serrano Ruíz tuvieron a su hija Isabel Ana Eugenia Montoro Serrano bautizada en fecha 6 de agosto de 1764, que se convirtió en abuela cuarta al casarse con José Francisco Calero Montoro bautizado el 3 de abril de 1766. Ellos fueron los abuelos cuartos por línea de los  Calero Montoro.

María Jacoba Serrano Ruíz (abuela quinta) era hija de Domingo Serrano, nacido en el lugar de Luzón perteneciente a la ciudad de Sigüenza en la provincia de Guadalajara, lo que nos da idea de los repoblamientos de este tiempo por motivos laborales entre otros. Domingo Serrano estaba casado con Ana Ruíz, madre de  María Jacoba Serrano Ruíz (abuelos sextos por la línea de los Serrano-Ruíz). Domingo Serrano y Ana Ruíz eran los consuegros de Diego Sebastián Calero Montoro, nacido en Lopera, y Casta María Rosalía Montoro Villar.

Parece que el matrimonio entre familiares más o menos próximos era hasta cierto punto frecuente porque José Francisco Calero Montoro (abuelo quinto) bautizado el 3 de abril de 1766, (hijo de Diego Sebastián Calero Montoro y de Casta María Rosalía Montoro Villar, abuelos sextos por esta rama), se casó Isabel Ana Eugenia Montoro Serrano, (abuela quinta) hija de Pedro Andrés Pablo José Montoro Villar y de María Jacoba Serrano Ruíz (abuelos séptimos por esta rama de los Montoro-Villar). José Francisco Calero Montoro y Isabel Ana Eugenia Montoro Serrano, (abuelos quintos) tuvieron como consuegros a Pedro Andrés Pablo José Montoro Villar y de María Jacoba Serrano Ruíz.

Del matrimonio de José Francisco Calero Montoro e Isabel Ana Eugenia Montoro Serrano (abuelos quintos), nació Diego Antonio Francisco Fabiano Calero Montoro bautizado en fecha 22 de diciembre de 1795, que se casó con María Peligros Felipa Francisca Fontiveros Pérez, bautizada en fecha 26 de mayo de 1804 (ellos fueron los abuelos cuartos).

Diego Antonio Francisco Fabiano Calero Montoro y María Peligros Felipe Francisca Fontiveros se casaron en el año 1836. Este matrimonio tuvo al menos tres hijos: José María Calero Fontiveros nacido en 1837, al año siguiente de su matrimonio en 1836, por lo que sería el primogénito. Después nació en 1840 un segundo varón llamado Francisco de Paula Calero Fontiveros. El tercer hijo conocido fue otro varón nacido en el año 1846 que se llamó Juan Calero Fontiveros.

Su hijo José María Calero Fontiveros nació en 1837, y se casó con María Magdalena en fecha 11 de mayo de 1867, anotación del libro de matrimonios número 6 folio 7 del Archivo Parroquial de Higuera de Arjona (Lahiguera). José María Calero Fontiveros se casó a la edad de 30 años.

Un hermano de José María Calero Fontiveros, llamado Francisco de Paula Calero Fontiveros, nacido en 1840, que casó con Isabel Herrero Buendía, natural de Andújar, nacida en 1853, trece años menor que su marido y se trasladaron a vivir a Bailén, pues figuran en el padrón de habitantes de 1870 como avecindados en la citada villa.

Juan Calero Fontiveros, hermano de José María y Francisco de Paula Calero Fontiveros nació en el año 1846.

Del matrimonio de Diego Antonio Francisco Fabiano Calero Montoro y María Peligros Felipa Francisca Fontiveros Pérez, nació José Calero Fontiveros que se casó con María Magdalena Bareas Pérez bautizada en fecha 24 de mayo de 1845 (ellos fueron mis abuelos terceros).

Del matrimonio de José Calero Fontiveros y María Magdalena Bareas Pérez nacieron ya familiares que son muy próximos a nuestros tiempos por haber sido referidos por nuestros abuelos y padres, pues José Calero Fontiveros y María Magdalena Bareas Pérez (24-5-1845) fueron (mis abuelos terceros) los padres de mi bisabuela materna María Josefa Calero Bareas, mi bisabuela por la línea de los Calero, casada con Domingo Pérez Berdonces (bisabuelo mío). Padres de mi abuela Francisca Pérez Calero, madre de mi madre Josefa Galán Pérez.

Domingo Pérez Berdonces (9-2-1861) fue uno de los hijos de Manuel Pérez García (25-11-1825) y de María Dolores Berdonces Noguera (abuelos terceros por la línea de los Pérez-Calero), que casado con María Josefa Calero Bareas (8-3-1868) fueron los abuelos de mi madre Josefa Galán Pérez, y por tanto mis bisabuelos.  

(Nota: A este espacio de estos cuatro párrafos nos referiremos más tarde para así dar paso a las otras líneas genealógicas que comienzan desde José Calero Velasco y la higuereña Francisca Montoro Martínez (mis abuelos séptimos por la línea Calero-Montoro).

Domingo Pérez Berdonces (9-2-1861) y María Josefa Calero Bareas (8-3-1868) mis bisabuelos maternos tuvieron los siguientes hijos: Dolores Pérez Calero casada con Ramón Galán Barragán; Francisca Pérez Calero casada con mi abuelo Pedro Galán García; José Manuel Pérez Calero (12-7-1890), “mi querido Chacho José”, casado con Manuela Barragán Morales (3-2-1891);  Magdalena Pérez Calero casada con Juan José Mercado Castro, Consolación Pérez Calero casada con Manuel García Gavilán, Manuel Pérez Calero casado con Elisa García Pérez, y Domingo Pérez Calero casado con Josefa Morales García.

Los padres de mi bisabuela por línea materna, María Josefa Calero Bareas (8-3-1868) fueron José Calero Fontiveros y María Magdalena Bareas Pérez. Ellos fueron mis abuelos terceros por la línea de los Calero-Bareas. José Calero Fontiveros y María Magdalena Bareas Pérez tuvieron los hijos siguientes: María Josefa Calero Bareas, María de las Nieves Calero Bareas,  Manuel Calero Bareas (chacho Pescá), Rosa Calero Bareas, Josito Calero Bareas, Diego Calero Bareas (Chacho Boquerón) y José Calero Bareas (chacho Rubio Guilindo).

1ª María Josefa Calero Bareas (mi bisabuela), bautizada el 8-3-1868, casada con Domingo Pérez Berdonces, bautizado el 9-2-1861, que tuvieron los siguientes descendientes: Dolores Pérez Calero, Francisca Pérez Calero, José Manuel Pérez Calero (12-7-1890), Consolación Pérez Calero, Magdalena Pérez Calero, Manuel Pérez Calero, y Domingo Pérez Calero.

2ª María de las Nieves Calero Bareas, bautizada el 5 de agosto de 1886, casada con Pedro Ildefonso Barragán Pérez, bautizado el 18 de agosto de 1881. Sus descendientes fueron:

2-1.- Francisca Barragán Calero, bautizada el 28 de octubre de 1912, casada con Juan Blas Galán Cubillas bautizado el 3 de septiembre de 1903, padres de María de la Paz Galán Barragán casada con Juan Zafra Cubillas , Sanpedro Galán Barragán casada con Sebastián Zafra Cubillas y Francisca Galán Barragán bautizada el 13 de 0ctubre de 1947, casada con Ángel Alcántara Vilches.

2-2.- Paz Barragán Calero casada con Manuel Marmol Esteban. Descendiente Isabel Marmol Barragán, casada con Hipólito Montoro. (Hijos: Josefa, Mari Paz, e Hipolito),

2-3.- Magdalena Barragán Calero casada con Miguel Cortijos, su hijo Juan Cortijos Barragán.

2-4.-Segunda Barragán Calero casada con Antonio Calero Mercado. Hijos José Calero Barragán casado con Francisca Jimenez ( hija Claudia) y Pepillo Calero Barragán.

2-5.- Pedro Barragán Calero, que murió en la guerra civil.

2-6.- José (Josito) Barragan Calero casado con María Molina Expósito. Descendientes : Pedro Barragán Molina, Nieves Barragán Molina, Paqui Barragán Molina, y Eusebia Barragán Molina.

2-7.- Manuel Barragán Calero casado con Julia Calero Galán, su descendiente Pedro Barragán Calero casado con Dolores Sánchez Barrera (Hijos: María Dolores Barragán Sánchez, y Pedro Jesús Barragán Sánchez)

No conocemos el diferencia de edades en los nacimientos de estos siete hermanos, tan solo aclarar que entre mi bisabuela María Josefa Calero Bareas y su hermana María de las Nieves Calero Bareas mediaron 18 años entre la fecha de nacimiento de una a la otra. Si sabemos cuál fue el orden de nacimiento de los hermanos, tal como queda reflejado en este artículo.

Manuel Calero Bareas (chacho Pescá) que se casó con Manuela Barragán Fenández, sus descendientes fueron:

3º- 1.- Manuel Calero Barragán, que falleció en la guerra civil.

3º- 2.-José Calero Barragán casado con Eufrasia Molina Barragán. (Hijos: Benita Calero Molina casada con Diego Ángulo Cordero (Hijos: José Pascual Ángulo Calero y Diego Ángulo Calero), y Manuel Calero Molina casado con Clorinda Galán Mercado (Hijas: María de la Cabeza Calero Galán y Noelia Calero Galán).

3º- 3.-Sebastián Calero Barragán casado con Virtudes Zafra Cortijos. Sus hijos son: 

- Manuela Calero Zafra casada con Francisco Mercado Barragán ( Hijos: Francisco Mercado Calero, Ana Mercado Calero, Manuel Mercado Calero, y Sebastián Mercado Calero.)

- Felipe Calero Zafra casado con Ana Pérez Cano (Hijos: Virtudes Calero Pérez, Úrsula Calero Pérez, y Sebastián Calero Pérez.)

- Manuel Calero Zafra casado con María del Rosario Martínez Pérez (Hijos: Virtudes Calero Martínez, Isabel Calero Martínez, y Sebastián Calero Martínez.)

3ª- 4- Ana Calero Barragán casada con Miguel Zafra Cortijos. (Hijos: Luciana Zafra Calero casada con Julián Galán García; Manuel Zafra Calero casado con María Ruano Sabalete (Ana Zafra Ruano), y los mellizos Alonso Zafra Calero y Francisco Zafra Calero.

3º- 5.-Francisco Calero Barragán casado con María Antonia Molina Barragán. Sus hijos son: Manuela Calero Molina, casada con Francisco Moreno Zafra, (Sus hijos: Miguel Moreno Calero  y María del Pilar Moreno Calero), y  Benita Calero Molina, sin descendencia.

 Rosa Calero Bareas nació en 1871.

 Josito Calero Bareas

Diego Calero Bareas (Chacho Boquerón) casado con Julia García Cortés. Sus descendientes fueron:

6º-1.-Manuel Calero García casado con Teresa Galán Mercado, con los siguientes descendientes: 

- Julia Calero Galán casada con Manuel Barragán Calero  y su descendiente Pedro Barragán Calero-Dolores Sánchez Barrera. (Hijos: María Dolores Barragán Sánchez, y Pedro Jesús Barragán Sánchez).

- Elvirita Calero Galán casada con Antonio Siles. (Hijos: Francisco Siles Calero y Alfonso Siles Calero).

 - Pedro Calero Galán casado con María Mercado Martínez. (Hijos: Manuel Calero Mercado, Alfonso Calero Mercado, Mayte Calero Mercado, Pedro Calero Mercado, y Adoración Calero Mercado.

6º-2.-José Calero García casado con María Cortijos. Descendiente: Julia Calero Cortijos, Amalia Calero Cortijos y Diego Calero Cortijos.

6º-3.- Diego Calero García casado con Anita Martínez Mena. Sus descendientes fueron: Julia Calero Martínez casada con Francisco Martínez; Diego Calero Martínez, soltero; Lola Calero Martínez casada con Francisco Barragán Fuentes; e Isidra Calero Martínez casada con  Antonio Morales Mercado.

6-4.- Salvador Calero García casado con Manuela.

6-5.- Magdalena Calero García casada con Camilo Marmol. Sus descendientes fueron: Camilo Marmol Calero casado con Paquita Jménez; Diego  Marmol Calero casado con María Cubillas Morales; Dolores Marmol Calero casada con Manuel Carmona; y Julia Calero Marmol casada con Francisco Garrido. 

6-6.-Isabel Calero García casada con Antonio del Castillo García. Descendientes: Julia del Castillo Calero casada con Manuel Pérez Galán (Hijos: Francisca Pérez del Castillo, Isabel María Pérez del Castillo y Manuel Pérez del Castillo); María Antonia del Castillo Calero, soltera ; y Paqui del Castillo Calero casada con Rafael Aguilera  Cuenca (Hijos: Rafael Aguilera del Castillo y Antonio Aguilera del Castillo).

José Calero Bareas (chacho Rubio Guilindo).

José Calero Bareas (“el rubio guilindo”) se casó con Dolores Cubillas Agudo, y de este matrimonio nacieron los siguientes hijos:

7º- 1.-José Calero Cubillas casado con Mariana López García (padres de Josefina Calero López y Agustín Calero López).

7º- 2.-Felipe Calero Cubillas casado con Dolores Fuentes Angosto, padres de José Calero Fuentes, Dolores Calero Fuentes, y Pedro Calero Fuentes.

7º- 3.-Manuel Calero Cubillas casado con Melchora Marchal Hernández (natural de Arjonilla), padres de José María Calero Marchal, Lola Calero Marchal, y Paqui Calero Marchal.

7º- 4.-Magdalena Calero Cubillas casada con Juan José Barragán García, padres de Juan José Barragán Calero, José María Barragán Calero, y Soledad Barragán Calero. 

A raíz de la publicación del artículo diversos miembros de la línea genealógica de los Calero se han puesta en contacto conmigo y hemos podido concretar las líneas familiares de Diego Calero Bareas, Manuel Calero Bareas y de José Calero Bareas. Falta por concretar Rosa. Si entre los lectores de este artículo, sus descendientes informan con nuevos datos o correcciones, estaremos encantados de incorporar los datos que suministren, de lo cual quedaremos muy agradecidos por así quedar completado este linaje familiar.

Como ya hemos dicho anteriormente, Domingo Pérez Berdonces (9-2-1861) y María Josefa Calero Bareas (8-3-1868) mis bisabuelos maternos tuvieron los siguientes hijos: Dolores Pérez Calero casada con Juan Ramón Galán Barragán; Francisca Pérez Calero casada con mi abuelo Pedro Galán García; José Manuel Pérez Calero (12-7-1890) casado con Manuela Barragán Morales (3-2-1891);  Magdalena Pérez Calero casada con Juan José Mercado Castro, Consolación Pérez Calero casada con Manuel García Gavilán, Manuel Pérez Calero casado con Elisa García Pérez, y Domingo Pérez Calero casado con Josefa Morales García.

A.- Dolores Pérez Calero casada con Juan Ramón Galán Barragán (Sus hijos fueron: Dolores Galán Pérez, Josefa Galán Pérez, Sebastián Galán Pérez, Domingo Galán Pérez, Ramón Galán Pérez, Alfonso Galán Pérez, Manuel Galán Pérez y Ana Galán Pérez.)

Dolores Galán Pérez casada con Antonio Pérez Zafra. Sus hijas. Francisca Pérez Galán. Dolores Pérez Galán. Manolita Pérez Galán,  (un niño Manuel Galán Pérez, que murió  con meses), Ramona Pérez Galán , Luisa Pérez Galán  y Antoñita Pérez Galán .

A -1.- Dolores Galán Pérez casada con Antonio Pérez Zafra. Sus hijas son:

a-1.-) Francisca Pérez Galán casada con Juan Fernández Catalán. Hijos Luisa y Alfonso Fernández Pérez.

a-2.- Dolores Pérez Galán casada con Bonoso Fernández. Hijos Justa y Manuel Antonio Fernández Pérez.

a-3).- Manolita Pérez Galán casada con Amadeo Risquez Pérez. Hijos: Antonio y Ramón Risquez Pérez.

Hubo también un niño Manuel Pérez Galán que murió con meses.

a-4).- Ramona Pérez Galán casada con Manuel Garrido. Hijos: Mariana y Francisco Garrido Pérez.

a-5).- Luisa Pérez Galán casada con Emilio Cabrera. Hijos: Luisa María y María Dolores Cabrera Pérez.

a-6) y Antoñita Pérez Galán casada con Sebastián Cubillas Morales. Hijos: Ana María Cubillas Pérez y Juan Cubillas Pérez.

B).- Francisca Pérez Calero casada con mi abuelo Pedro Galán García, sus hijas fueron:

b-1).- María Antonia Galán Pérez casada con Sebastián Fuentes Martínez (sin descendencia).

b-2).- Josefa Galán Pérez casada con Manuel Galán Barranco (mis padres). Hijos: José María Galán Galán y Pedro Galán Galán.

José María Galán Galán casó con Juana Morales García: (María José Galán Morales-Joaquín Madero De Miguel (Lurdes, Blanca, José María y Rodrigo); María Eugenia Galán Morales-Cesar Pérez Romero (Clara y Eugenia); Lurdes Galán Morales-Antonio Valenzuela Valdés (Antonio, Gonzalo y Sancho); Guadalupe Galán Morales-Ivan Fernández Martín (Efrén y Berta).

Pedro Galán Galán casado con Micaela Mercado Cubillas. Hijas Gema Galán Mercado y María Galán Mercado-Juan Ginés Cabas Garzón.

b-3).- Isidora Galán Pérez casada con José Rivero García. Hijos: Encarnita Rivero Galán, soltera, y José Rivero Galán-Inmaculada Medina Camacho (José Antonio Rivero Medina e Inmaculada Rivero Medina).

b-4.-) Carmen Galán Pérez casada con Juan Blas Cubillas Lara. Hijos María Cubillas Galán-Felipe Nieto Cabrera (Esperanza Nieto Cubillas-Alberto Cañada Morales (Alberto, Álvaro y Mario Cañada Nieto) y Carmen Nieto Cubillas-Leonardo Fontecha Moreno (Leonardo y Paula Fontecha Cubillas); y Alfonso Cubillas Galán-Raquel Fernández Esteban (David Cubillas Fernández-Rocío Martos (Alba, Lucía y Claudia) y Rebeca Cubillas Fernández-Juan José García (Carla y Leire).

b-5) y Ana Galán Pérez casada con Manuel Cubillas Agudo. Hijos María Cubillas Galán-Antonio Mercado Berdonces (Ana Mari y Francisco), Manuel Cubillas Galán-Manolita Quero Garrido (Ana y Francisco), Pedro Cubillas Galán-Paqui Galisteo García (Manuel) y Juan Cubillas Galán-Beli (Bernabela) Barragán Morales.

C).- José Manuel Pérez Calero (12-7-1890) casado con Manuela Barragán Morales (3-2-1891), sus descendientes fueron: Domingo Pérez Barragán casado con Benita Molina Barragán (Manuela Pérez Molina y José Pérez Molina); Salvador Pérez Barragán casado con María Cubillas Agudo (José Pérez Cubillas, Manuel Pérez Cubillas y Manuela Pérez Cubillas); José Pérez Barragán casado con Concha Pérez Bolívar (Manuela Pérez Pérez y José Pérez Pérez); Manuel Pérez Barragán casado con Isabel Barragán Catalán (José Pérez Barragán y Manuela Pérez Barragán) y Francisco Pérez Barragán casado con Elvira Galán Barragán ( José Pérez Galán, Manuel Alfonso Pérez Galán y Elvira Pérez Galán.

D).- Consolación Pérez Calero casada con Manuel García Gavilán, su descendiente fue Bonifacia García Pérez, casada con Antonio García García. Hijos: Emilia García García, Ángel García García, Josefa García García, y Pilar García García.

E).- Magdalena Pérez Calero casada con Juan José Mercado Castro, sus descendientes fueron: Francisco Mercado Pérez-Marina García Rodríguez; Rafaela Mercado Pérez-Juan José Soriano Soriano; Josefa (Pepa) Mercado Pérez-Isidro Lara Barragán (Lola y José Manuel Lara Mercado) y José María Mercado Pérez- Antonia Montero Monago (Toñi).               

F).- Manuel Pérez Calero casado con Elisa García Pérez, sus descendientes fueron Josefa Pérez García, soltera; Domingo Pérez García-Macrina Estébanez Calderón; Francisca Pérez García, soltera;  y Pilar Pérez García-Antonio Gómez Cambara.

G).- y Domingo Pérez Calero casado con Josefa Morales García, sin descendencia.

A partir de ahora encontraran en las siguientes páginas letras entre paréntesis en rojo junto a los nuevos apellidos introducidos, la razón es dar entrada de esta forma a los dieciocho nuevos apellidos, que por unión de algún o alguna consorte en esta relación de personas, se necesita dar entrada a nuevos apellidos que aparezcan según vayamos avanzando en el estudio, muchas veces motivadas porque algún foráneo se casó con una higuereña u otro higuereño se casó con alguna paisana de las también residentes en nuestra villa. Estas entradas pueden desviar la atención pero son necesarias para no eliminar a partes de la familia, con lo que este estudio quedaría incompleto.

Así pues comenzáremos introduciendo a la familia del apellido Montoro (A). La familia Montoro en este estudio tiene su comienzo a través de un joven de Cazalilla (Jaén) llamado Alonso Montoro, cuya fecha de nacimiento o bautizo habría que buscar en esta villa. Alonso Montoro casó con María Criado (ellos serían mis abuelos undécimos por el linaje de los Montoro-Criado) y tuvieron un hijo llamado Alonso Montoro Cano (desconocemos la razón por la que para diferenciarlo de su padre se le puso como segundo apellido Cano y no Criado que hoy entenderemos que le correspondía, pero hay que advertir que en ese tiempo se podían poner el nombre y apellido que se elegía, ya fuese de la madre, del abuelo, o abuela o incluso de una familia diferente de la suya) y casó con Mayor Gómez de Oliba. Alonso Montoro Cano y Mayor Gómez de Oliba fueron mis abuelos décimos por la rama familiar de los Montoro-Gómez.

Del matrimonio de Alonso Montoro Cano y Mayor Gómez de Oliba nació Andrés Montoro (A) Gómez de Oliba que fue bautizado en nuestra parroquia en fecha 14 de marzo de 1647.

Andrés Montoro (A) Gómez de Oliba se casó en su momento con Catalina Guzmán Carvajal (ellos serían mis abuelos novenos en el linaje Montoro-Guzmán) y fruto de tal enlace nació Alonso Francisco Cayetano Montoro Guzmán (E). Alonso Francisco Cayetano Montoro Guzmán (12-11-1675) se casó con Elena María Martínez Ruiz (18-8-1676) ellos fueron los abuelos octavos con la nueva línea familiar Montoro-Martínez, que tuvieron como descendiente  a su hija Francisca Montoro Martínez que se casó con José Calero Velasco, el primer Calero de Lahiguera procedente de Manzanares (Ciudad Real) y que como hemos antedicho fueron los abuelos séptimos del linaje de los Calero-Martínez (B).

Escudo del apellido Martínez.

Martínez es un apellido patronímico muy difundido en España y América, sin un origen común. Deriva del nombre de Martín más el patronímico -ez como otros apellidos con el mismo patronímico -ez. Según datos de 2016 del INE, es el sexto apellido más extendido entre los españoles, tras López, lo llevan como primer apellido 833.673 españoles. Patronímicos son los apellidos que indican la filiación del sujeto, es decir, los derivados del nombre de los padres, que pasaban como herencia a los hijos, tomando las terminaciones vascas az, ez, iz, oz (“hijo de”). Dado que “Martínez” como tal es un apellido patronímico, no existe un origen común y tampoco existe un escudo único para el apellido, existiendo, por una parte, diferentes linajes o casas solares con derecho a usar escudo y, por otra, apellidos sin escudo por no pertenecer a una casa solar, no teniendo parentescos entre sí unos con otros. Solo el estudio genealógico de un apellido permite establecer si le corresponde o no el uso de un escudo muy específico. Los apellidos patronímicos se originaron a partir del nombre del padre. En España, esta tendencia se lleva a cabo añadiendo la terminación “-ez” al nombre de pila Martín, que equivaldría a “hijo de Martín”, del mismo modo que los apellidos homólogos, como Rodríguez, “hijo de Rodrigo”, Hernández, “hijo de Hernando”, etc.

El nombre Martín, procede del latín Martinus, que al igual que Marcial, Marco, Marcos y Marciano, hace alusión al dios romano de la guerra, Marte, por lo que su significado vendría a ser “hombre guerrero o belicoso”. Martín por tanto es la derivación románico-francesa del latín Martinus, aunque resulta imposible determinar si este era un nombre otorgado a soldados de Roma, o por el contrario, eran éstos quienes usaban el término para los pobladores más belicosos de los territorios dominados.

Los antecedentes familiares del apellido Martínez (B) de esta rama familiar que estudiamos, proceden de Salvador Martínez, natural de Campillo de Arenas (Jaén) que caso con Ana Jiménez.

Salvador Martínez y Ana Jiménez fueron mis abuelos undécimos por la línea familiar de los Martínez-Jiménez.

Su hijo Salvador Martínez Jiménez, nació también en Campillo de Arenas (Jaén), y se casó con María González (C) Hernández, natural de La Higuera cerca de Arjona, que fue bautizada el 5 de agosto de 1611. Ellos serían mis abuelos décimos por el linaje de los Martínez-González.

Los Padres de María González (C) Hernández (5-8-1611), fueron Francisco Hernández Muñoz y Clara González Torrontera, ellos serían los abuelos undécimos por la rama de los Hernández-González. Salvador Martínez y Ana Jiménez serían los consuegros de Francisco Hernández Muñoz y Clara González Torrontera.

Escudo del apellido González.

González o Gonzáles (variación del mismo apellido, también en español) es un apellido oriundo de España. Tiene un origen patronímico y se deriva del nombre propio Gonzalo, muy común durante toda la Edad Media. Su origen etimológico es visigodo cuando establecieron un reinado en prácticamente toda la península ibérica a excepción del norte (Asturias, Cantabria y País Vasco). González, al igual que muchos otros patronímicos españoles (Gómez, Rodríguez, Fernández, López, etc), está ampliamente extendido tanto en España como en todos los países de Hispanoamérica como consecuencia de la colonización. Sin embargo, también es posible encontrarlo en las antiguas colonias españolas de Filipinas y Guinea Ecuatorial, así como en todos aquellos países donde exista una comunidad significativa de inmigrantes españoles e hispanos, como por ejemplo Estados Unidos. En 2015, en España era el segundo apellido más habitual con 927.393 personas (después de García con 1.473.189 personas y antes que Rodríguez con 926.148 de personas), como segundo apellido lo tienen 935.408 personas y 41.786 lo tienen como primer y segundo apellido. En América es el apellido más común en Venezuela y en el Cono Sur, específicamente Argentina, Uruguay, Chile y Paraguay, debido a las masivas inmigraciones de españoles.

El matrimonio de Salvador Martínez Jiménez y María González Hernández (mis abuelos décimos por el linaje de los Martínez-González.  tuvieron a su hijo Francisco Martínez González bautizado el 22 de enero de 1638.

Francisco Martínez (B) González (22-1-1638) se casó con Leonor María Ruíz (CH) Cid (28-3-1645), ellos serían los abuelos novenos, él era siete años mayor que su esposa y de esta unión matrimonial nació Elena María Martínez Ruíz bautizada el 18 de agosto de 1676.

Salvador Martínez Jiménez (Campillo de Arenas) y María González Hernández (5-8-1611) tuvieron como descendiente a Francisco Martínez González, higuereño bautizado el 22 de enero de 1638 que casó con la higuereña Leonor María Ruíz (CH) Cid, bautizada el 28 de enero de 1645, (ellos fueron los abuelos novenos por la rama de los Martínez-Ruíz).

Francisco Martínez González (22-1-1638) que casó con la higuereña Leonor María Ruíz (28 -1-1645) por lo que entramos en el enlace con la familia Ruiz (CH).

Escudo del apellido Ruíz.

Ruiz es un apellido de origen patronímico, deriva del nombre propio Rui, se extendió por toda la península y América. El apellido Ruiz, probó su nobleza repetidas veces en las Órdenes de Santiago, Calatrava, Montesa y Carlos III, San Juan de Jerusalén, Real Cancillerías de Valladolid y Granada y en la Real Audiencia de Oviedo. El escudo de los Ruiz de Andalucía fue el siguiente: En campo de plata, una encina de sinople, y empinado a ella un león al natural. Bordura de azul, con ocho aspas de oro.

La familia Ruíz (CH) comienza con Alonso Ruíz  y María Verdejo (abuelos undécimos por el linaje Hernández- González), que tienen como descendiente a Alonso Ruíz Cabeza Verdejo (bautizado en 16 de septiembre de 1594), que se casó con Clara Cid Tobar. Clara Cid Tobar era hija de Pedro Cid y Marina Tobar. Alonso Ruíz Cabeza Verdejo (16-9-159) y Clara Cid Tobar (24-2-1603) serían los abuelos décimos. Pedro Cid y Marina Tobar serían los abuelos undécimos de la línea familiar de los Cid-Tobar y consuegros de Alonso Ruíz  y María Verdejo.

Del matrimonio de Alonso Ruíz Cabeza Verdejo (16-9-1594) con Clara Cid Tobar (24-2-1603) (abuelos décimos) nació Leonor María Ruíz Cid bautizada en 28 de marzo de 1645.

Leonor María Ruíz Cid (28-3-1645) casó con Francisco Martínez González (22-1-1638), ellos serían los abuelos novenos y de este matrimonio nació Elena María Martínez Ruíz (CH) bautizada el 18 de agosto de 1676, que como vimos con anterioridad casó con Alonso Francisco Cayetano Montoro Guzmán bautizado el 12 de noviembre de 1675, ellos serían los abuelos octavos.

La hija de Alonso Francisco Cayetano Montoro Guzmán (D)  y Elena María Martínez Ruiz fue Francisca Montoro Martínez bautizada el 7 de junio de 1714, casada con Domingo Calero Velasco natural de Manzanares (Ciudad Real) que fueron mis abuelos séptimos.

Escudo del apellido Guzmán.

El apellido Guzmán de origen alemán según unos, y según otros, del rey godo Gundemaro. Frías de Albornoz dice que procede de un príncipe de Bretaña llamado Gutiman. Argote de Molina afirma que en el año 950 el conde don Nuño Muñoz fundó en Roa de Duero (Burgos) el lugar de Guzmán, primitivo solar de esta Casa. Como suele ocurrir con toda leyenda, algo de cierto hay; el casó es que doña Gontroda Gundemáriz, Señora del lugar de Gundemaro (Guzmán por corrupción lingüística), hija del Conde Gundemaro (muy probablemente de estirpe goda), casó con el Conde don Rodrigo Núñez, que pobló el castillo de dicho lugar de Guzmán; éste era hijo del Conde don Nuño Ordóñez, Señor de Amaya, que pobló el lugar de Roa, a su vez hijo del Rey Ordoño I de Asturias. Escudo cuartelado en sotuer: 1º y 4º en campo de azur, una caldera jaquelada de oro y gules, con siete cabezas de sierpe en cada asa; 2º y 3º en campo de plata, cinco armiños de sable puestos en sotuer.

El apellido Guzmán es toponímico que procede de la villa de Guzmán en Burgos. Documentado por primera vez en 1069. Del germánico Gutmann (hombre bueno). También puede significar hombre bueno para la guerra. Muy extendido entre distintas familias y judíos. Judío converso conocido el primer Conde de Niebla llamado Alonso Pérez de Guzmán (1342-1396). Fuera de España, después de la Expulsión, Guzmán aparece con numerosas variantes en su grafía y países de acogida; Polonia, Bielorrusia y Rumanía. Gutman es apellido de los ashkenazíes de Europa.

La familia Guzmán (D) tiene su primer representante en La Higuera cerca de Arjona, a través de Juan Guzmán natural de Pegalajar, (Jaén) que se casó con Isabel Criado, suponemos que higuereña, pues aunque desconocemos su fecha de bautismo hay que tener en cuenta que a pesar de la orden dada por el Cardenal Cisneros de que se anotasen en las parroquias del Reino de España la relación de los receptores de los sacramentos, esta normativa no se llevó a cabo en la mayoría de ellas hasta que lo determinó el Concilio de Trento.

Juan Guzmán natural de Pegalajar, (Jaén) e Isabel Criado fueron los abuelos undécimos.

Del matrimonio de Juan Guzmán (D) e Isabel Criado, nació Catalina Guzmán Criado, que caso con Francisco Hernández, los abuelos décimos de este linaje. Fruto de este matrimonio de Catalina Guzmán Criado y Francisco Hernández nació Francisco Fernández Montero que se bautizó en fecha 9 de marzo de 1626, El apellido Fernández y Hernández, es el mismo pues la h evolucionó a f, recordemos el nombre de nuestra villa que de Figuera pasó a Higuera.

Francisco Fernández Montero se casó en su momento con Isabel Ana Carvajal (E) Salcedo (F) que fue bautizada en fecha 16 de enero de 1629. Ellos serían los abuelos novenos.

Francisco Fernández Montero (9-3-1626) e Isabel Ana Carvajal (E) Salcedo (F) (16-1-1629) fueron los abuelos novenos y tuvieron como hija a Catalina Guzmán Carvajal que casó con Andrés Montoro Gómez de la Oliba (14-3-1647) los abuelos octavos de la rama familiar de los Montoro-Guzmán. Su hija Francisca Montoro Martínez (7-6-1714) fue la que casada con José Calero Velasco primer Calero en La Higuera fueron los abuelos séptimos. 

Retomemos la línea familiar de los Fernández Montero y comprobamos que el antedicho Francisco Fernández Montero (bautizado en fecha 9 de marzo de 1626 se casó con Isabel Ana Carvajal Salcedo que fue bautizada en fecha 16 de enero de 1629, casi tres años menor que su esposo (abuelos novenos). De esta unión matrimonial nació Catalina Guzmán Carvajal, que casó en su momento con Andrés Montoro (A) Gómez de la Oliba que antes hemos citado.

Del matrimonio de Andrés Montoro (A) Gómez de la Oliba y Catalina Guzmán Carvajal (E) (abuelos octavos)  nació Alonso Francisco Cayetano Montoro (A) Guzmán (D), que caso con Elena María Martínez (B) Ruíz bautizada el 18 de agosto de 1676.

Alonso Francisco Cayetano Montoro (A) Guzmán (D)(12-11-1675), y Elena María Martínez (B) Ruíz (18-8-1676), fueron los abuelos octavos

Del matrimonio de Alonso Francisco Cayetano Montoro Guzmán (D) y Elena María Martínez (B) Ruíz nació Francisca Montoro Martínez (bautizada en fecha 7 de junio de 1714), que como hemos visto al principio del artículo se casó con el joven manchego José Calero Velasco natural de Manzanares y es el primer representante del apellido Calero en nuestra villa, del cual procede el apellido segundo de Francisca Pérez Calero ( mi abuela materna), casada con Pedro Galán García, padres de mi madre Josefa Galán Pérez.

José Calero Velasco natural de Manzanares y Francisca Montoro Martínez (7-6-1714) fueron mis abuelos séptimos.

Escudo del apellido Carvajal.
El linaje de los Carvajal tiene procedencia en Galicia, entroncado, desde el siglo X, con la casa real de León, por el matrimonio de don Pelayo Fruela de Carvajal, al que se llamó “el Diácono”, sobrino del rey Fruela II, con su prima doña Aldonza Ordóñez, nieta de los reyes, que fueron; por su padre, el infante don Ordoño, el expresado don Fruela II y por su madre, la infanta doña Cristina, hija del rey don Bermudo II. Al decir que los de este apellido tienen su origen en la casa Real de León, nos basamos en que el rey, don Fruela II, que casó con doña Acenare de Carvajal (por tanto, la primera reina con el apellido que nos ocupa), siendo los padres de don Fruela III, que tomó las armas y el apellido de los Carvajal, teniendo por hijo a don Pelayo Fruela de Carvajal. De este linaje fueron don Gonzalo González de Carvajal, que vivió en tiempos de Alfonso IX, que tomó parte en la batalla de las Navas de Tolosa y en la conquista de la ciudad de Baeza.

Don Diego González de Carvajal que pasó de León a Castilla, distinguiéndose en el servicio al rey don Fernando “el Santo”, quien le donó la ciudad de Plasencia, dejándole el delicado encargo de cuidar de los infantes, sus hijos, de tierna edad, así como de procurar la repoblación de la citada ciudad. Don Rui González de Carvajal que por los años 1.423 se distinguió al servicio del rey, don Juan II, en la guerra contra los infantes de Aragón. Como sucede en casi todas las casas de primer orden, sería trabajo arduo estudiar todas las líneas que, este esclarecido linaje, ha producido y que formarían un extenso catálogo.

Baste con decir que todos sus miembros se distinguieron siempre por la lealtad y fidelidad hacia su rey y que no se recuerda un solo acto, que merezca reprobación, por parte de algún miembro del linaje de los Carvajal o Carbajal.

La palabra Carvajal tiene el significado de “robledal”. Don Luís de Carbajal y de la Cueva era hijo de los judíos conversos Gaspar de Carbajal y Catalina de León, hermana de Duarte de León. Casó en Sevilla con Guiomar de Ribera, nacida en Lisboa. Llegó a México -entonces Nueva España- acompañado de cien miembros de su familia, que estaban autorizados, entre los que predominaban los apellidos López, Menéndez y De León. Don Luís de Carbajal es uno de los personajes más destacados en la conquista de México y fundador del Nuevo Reino de León. Acusado de judaizante, murió estando en la cárcel y su familia víctima de la Inquisición. Otros personajes notables del mismo nombre y rama son Luís de Carbajal (firmaba Carabajal para diferenciarse) llamado “El Mozo”, poeta, y Luís de Carbajal conocido como “El Viejo”. Los Rodríguez Carvajal también fueron perseguidos por la Inquisición.

La familia Carvajal (E), tiene su referente más antiguo en nuestra villa con el antepasado Gonzalo Carvajal que casó con Ana Meneses, (ellos fueron las antecesores undécimos de esta rama familiar de los Carvajal-Meneses, que con el paso del tiempo se convierten en emparentados con la familia Montoro como después iremos viendo). De esta unión nació el varón Gonzalo Carvajal Meneses que se casó con Isabel Salcedo Díaz, fueron los abuelos décimos.

Gonzalo Carvajal (E) Meneses e Isabel Salcedo (F) Díaz tuvieron una hija llamada Isabel Ana Carvajal Salcedo (16-1-1629), bautizada el 16 de enero de 1629,  que se casó con Francisco Fernández Montero (9-3-1626), y fueron los abuelos novenos. Su hija Catalina Guzmán Carvajal se casó con Andrés Montoro Gómez de la Oliba (14-3-1647 y fueron los abuelos octavos.

La familia Salcedo (F) tiene su primer referente en Francisco Salcedo que casado con Ana Díaz (serían los abuelos undécimos de los Salcedo-Díaz) tuvieron a su hija Isabel Salcedo Díaz, que casó con Gonzalo Carvajal Meneses (abuelos décimos). Francisco Salcedo y  Ana Díaz fueron los consuegros de Gonzalo Carvajal y Ana Meneses.

Escudo del apellido Salcedo.
No ha podido ser establecido con total fijeza el origen del apellido Salcedo. Parece deducirse que procede del Conde de Vela hijo (se ignora si legítimo o no) de un rey de Aragón (del que no se dice nombre) y que este infante obtuvo de un monarca aragonés o navarro, el señorío de Ayala, en Alava. Este Conde de Vela levantó su solar en el lugar alavés de Respaldiza, Ayuntamiento de Ayala y partido judicial de Amurrio. Se deduce, por tanto, que su tronco es aragonés. Su nobleza fue probada en las Ordenes de Calatrava, Alcántara, Montesa y Carlos III. En campo de plata, un sauce, arrancado, de sinople, cargado de un escudete de oro con cinco panelas de sinople, puestas en sotuer, que pende de sus ramas.

Del matrimonio de Andrés Montoro (A) Gómez de la Oliba y Catalina Guzmán Carvajal (E) (abuelos octavos)  nació Alonso Francisco Cayetano Montoro (A) Guzmán (D), que caso con Elena María Martínez (B) Ruíz bautizada el 18 de agosto de 1676.

El hijo de los dos anteriores, Andrés Montoro Gómez de la Oliba (14-3-1647) y Catalina Guzmán Carvajal, fue Alonso Francisco Cayetano Montoro Guzmán (12-11-1675) que se caso con Elena María Martínez Ruíz (18-8-1676), los abuelos novenos . Del matrimonio de Andrés Montoro (A) Gómez de la Oliba y Catalina Guzmán (D) Carvajal (E) nació Alonso Francisco Cayetano Montoro (A) Guzmán (D), que caso con Elena María Martínez (B) Ruíz (CH) bautizada el 18 de agosto de 1676, abuelos octavos.

Del matrimonio de Alonso Francisco Cayetano Montoro (A) Guzmán (D) y Elena María Martínez (B) Ruíz (CH) nació Francisca Montoro Martínez (bautizada en fecha 7 de junio de 1714), que como hemos visto al principio del artículo se casó con el joven manchego José Calero Velasco natural de Manzanares (José Calero Velasco y Francisca Montoro Martínez (bautizada en fecha 7 de junio de 1714 fueron mis abuelos séptimos). José Calero Velasco es el primer representante del apellido Calero en nuestra villa, del cual procede el apellido segundo de Francisca Pérez Calero ( mi abuela materna), casada con Pedro Galán García, padres de mi madre Josefa Galán Pérez.

Hasta ahora después de hacer al principio un recorrido por las líneas descendentes del linaje primero de los Calero-Martínez hasta los Calero Bareas de mi bisabuela María Josefa Calero Bareas, hemos continuado dando entrada con los siguientes linajes antecesores de Francisca Montoro Martínez, esposa del primer Calero de la familia, llamado José Calero Velasco y asi hemos hecho un recorrido desde el apartado de la letra (A) hasta el de la letra (F).

Ahora retomamos de nuevo el texto de páginas anteriores coloreadas de azul, con cuatro párrafos, que tiene al final una nota de advertencia, para así dar entrada a otros linajes de familiares descendientes de José Calero Valero y su esposa la higuereña Francisca Montoro Martínez (aunque el primer descendiente de ellos Diego Sebastián Calero Montoro (nacido en Lopera) ya quedó introducido al citar su casamiento con Casta María Rosalía Montoro Villar (10-11-1723) en el apartado (B).

Diego Sebastián Calero Montoro (nacido en Lopera) y Casta María Rosalía Montoro Villar (10-11-1723) serían los abuelos sextos del linaje de los Calero.

Su hijo José Francisco Calero Montoro (3-4-1766) casado con Isabel Ana Eugenia Montoro Serrano fueron los abuelos quintos.

Del matrimonio de José Francisco Calero Montoro (3-4-1766) e Isabel Ana Eugenia Montoro Serrano (abuelos quintos), nació Diego Antonio Francisco Fabiano Calero Montoro bautizado en fecha 22 de diciembre de 1795, que se casó con María Peligros Felipa Francisca Fontiveros (G) Pérez, bautizada en fecha 26 de mayo de 1804 (ellos fueron los abuelos cuartos). Así daremos entrada al apellido Fontiveros (G).

La línea genealógica de los Fontiveros (G) viene de Manuel Fontiveros natural de Arjona (Jaén) casado con Rosa Teresa Cañete, también natural de Arjona. Ellos serían los abuelos sextos por esta línea de los Fontiveros-Cañete.

Manuel Fontiveros y Rosa Teresa Cañete tuviron como descendiente a su hijo Lope Fontiveros Cañete también natural de Arjona (por lo que de ninguno de los tres conocemos su fecha de bautismo), que se casó con la higuereña Juana Josefa Pérez (H) García, bautizada el 30 de marzo de 1764. Ellos seían los abuelos quintos de los Fontiveros-Cañete. Con lo que entramos en otra línea de familia, la familia de los Pérez (H) de Arjona a los que asignamos la letra (H).

Con la línea familiar de los Pérez (H) nos remontamos a unos antepasados suyos que se inician con Francisco Cobo y María Criado con lo que nos remontamos a sieta generaciones más al pasar de los abuelos quintos con Lope Fontiveros (G) Cañete y Juana Josefa Pérez (H) García, a Francisco Cobo y María Criado los abuelos duodécimos, que con seguridad serían higuereños aunque no conocemos fecha de bautismo. Las fechas en que comienzan las anotaciones de bautismos se inicia en el año 1591, a la vista del recorrido que llevamos.

Escudo del apellido Cobo o Cobos.
El hijo de Francisco Cobo (I) y María Criado, fue Manuel Cobo Criado, bautizado en fecha 29 de mayo de 1592, que casó con María Ruano González, bautizada en fecha 2 de julio de 1591. Ellos serían los abuelos undécimos de esta nueva saga.

Manuel Cobo Criado (29-5-1592) y María Ruano González (2-7-1591) tuvieron como descendiente a Juan Cobo Ruano bautizado el 12 de septiembre de 1637. Ellos serian los abuelos décimos.

Su hijo Juan Cobo Ruano (12-9-1637) se casó con Catalina Chincoya Jiménez, bautizada el 12 de octubre de 1640. Ellos serían los abuelos décimos por la línea de los Cobo (I).

Los padres de Catalina Chincoya Jiménez (12-12-1640) fueron Bartolomé Chincoya Villar y Ana Jiménez Criado, que serían los abuelos undécimos como Chincoya-Villar.

Del matrimonio de Juan Cobo (I) Ruano (12-9-1637) y Catalina Chincoya Jiménez (12-12-1640), (abuelos décimos), nació Fernando Cobo Chincoya que casó con Ildefonsa María Aguilar, los abuelos novenos, que tuvieron como hija a Luisa María Juliana Matías Cobo Aguilar bautizada el 3 de febrero de 1678.

Luisa María Juliana Matías Cobo Aguilar (3-2-1678) casó con Fabián Aguilar, los abuelos octavos. Su hija María Eufrasia Aguilar Cobo se casó con Juan Pérez (J) Muñoz, ellos fueron los abuelos séptimos.

Juan Pérez Muñoz y María Eufrasia Aguilar Cobo (abuelos séptimos) tuvieron a su hijo Alonso Pérez Muñoz, que tomo los mismos apellidos de su padre.

Alonso Pérez Muñoz se casó con Estefanía García (K) Garrido (L), bautizada el 2 de septiembre de 1726. Alonso Pérez Muñoz y Estefanía García (K) Garrido (L) serían los abuelos sextos.

Del matrimonio de Alonso Pérez Muñoz y Estefanía García (K) Garrido (L) (2-9-1726), nació Juana Josefa Pérez Garcia, bautizada el 30 de marzo de 1764, que casó con Lope Fontiveros Cañete que era originario de Arjona. El matrimonio Lope Fontiveros Cañete y Juana Josefa Pérez Garcia fueron los abuelos quintos.

Lope Fontiveros (G) Cañete y Juana Josefa Pérez Garcia (30-3-1764) tuvieron a su hija María Peligros Felipa Francisca Fontiveros Pérez (26-5-1804).

María Peligros Felipa Francisca Fontiveros (G) Pérez (26-5-1804) se casó con Diego Antonio Francisco Fabiano Calero Montoro (22-12-1795) que fueron los abuelos cuartos.

De la unión matrimonial de Diego Antonio Francisco Fabiano Calero Montoro (22-12-1795) y María Peligros Felipa Francisca Fontiveros Pérez (26-5-1804), nació José Calero Fontiveros que se casó con María Magdalena Bareas Pérez (bautizada el 24 de mayo de 1845). Ellos son mis abuelos terceros.

Hemos visto con anterioridad que del matrimonio de Diego Antonio Francisco Fabiano Calero Montoro y María Peligros Felipa Francisca Fontiveros Pérez, nació José Calero Fontiveros que se casó con María Magdalena Bareas (LL) Pérez bautizada en fecha 24 de mayo de 1845 (ellos fueron mis abuelos terceros).

De José Calero Fontiveros y María Magdalena Bareas Pérez (24-5-1845) nacieron: María de las Nieves Calero Bareas (5-8-1886), María Josefa Calero Bareas (mi bisabuela), Manuel Calero Bareas (chacho Pescá), Rosa Calero Bareas, Josito Calero Bareas, Diego Calero Bareas (Chacho Boquerón) y José Calero Bareas (chacho Rubio Guilindo)

Del matrimonio de José Calero Fontiveros y María Magdalena Bareas (LL) Pérez nacieron ya familiares que son muy próximos a nuestros tiempos, por haber sido referidos por nuestros abuelos y padres, pues José Calero Fontiveros y María Magdalena Bareas Pérez (24-5-1845) fueron (mis abuelos terceros) los padres de mi bisabuela materna María Josefa Calero Bareas, mi bisabuela por la línea de los Calero, casada con Domingo Pérez Berdonces (mi bisabuelo). Padres de mi abuela Francisca Pérez Calero, madre de mi madre Josefa Galán Pérez.

Domingo Pérez (M) Berdonces (9-2-1861) fue uno de los hijos de Manuel Pérez García (25-11-1825) y de María Dolores Berdonces Noguera (abuelos terceros por la línea de los Pérez-Calero), que casado con María Josefa Calero Bareas (8-3-1868) fueron los abuelos de mi madre Josefa Galán Pérez, y por tanto mis bisabuelos.

Escudo del apellido  Bareas.

El apellido Bareas es originario, según el tratadista Andrés Díaz, del lugar denominado Barea, del partido judicial de Logroño (La Rioja). Pasó a Guipúzcoa, radicando en la villa de Villabona, del partido judicial de Tolosa a Navarra, con casa solar en la ciudad de Viana y a Aragón, con casa solar en el lugar de Formiche, del partido judicial y provincia de Teruel. Radicó también en Asturias, Madrid, Sevilla, Jaén, Granada y Cádiz. Una rama pasó a Méjico. Probó su nobleza en las Órdenes de Carlos III (1806) y San Juan de Jerusalén (1716) y ante la Real Chancillería de Granada (1608 y 1806). Antiguo apellido, bastante frecuente y repartido por España, si bien se da, sobre todo, en Andalucía. En ocasiones, se registra escrito como Varea, en especial en La Rioja. El origen de este apellido podría estar en una variante del castellano varea (del latín vara, “travesaño”, y la acción de varear, “derribar frutos con la vara”. Es posible, por tanto, que Barea y Varea procedan de apodos en el sentido de “vareador”, pero también podría tratarse de un nombre de origen arábigo, dado que existieron nombres personales hispano-árabes como Bara´a o Bari´a derivados de la raíz b-r, “excelente distinguido”, según Coromines. Para algunos tratadistas, el apellido, en buena parte, procede del lugar llamado Barea (La Rioja). Lo cierto es que ya en el año 1307 existía una casa de este apellido en Viana (Navarra), y otra, también muy antigua, hubo en Villabona (Guipúzcoa). En Andalucía, en el siglo XVI (años 1500), en un acto de calificación de la “limpieza de sangre” de varios apellidos, se reconoció el de Barea, en Adamuz (Córdoba). Probaron su nobleza ante la Real Chancillería de Granada: Juan Alejandro Varea y Valencia, de Quesada (Jaén), en 1608; Antonio José Barea, de Purchil (Granada), en 1806, y Blas García Barea, de La Puebla (Sevilla), en 1764. Armas.- Unos Barea: Escudo partido: 1º, en campo de azur, un león rampante, de oro, y 2º. Jaquelado de quince piezas, siete de gules y ocho de oro.

El apellido Bareas (LL) de la Higuera cerca de Arjona, viene de Andújar a través del abuelo de mi tercera abuela María Magdalena Bareas Pérez, llamado Miguel Bareas, casado con María Magdalena Truxillos también natural de Andújar, ellos serían los abuelos cuartos dela línea familiar de los Bareas-Truxillos.

Miguel Bareas, casado con María Magdalena Truxillos tuvieron un hijo llamado Manuel Bareas Truxillos, posiblemente también nacido en Andújar, que casó con Ana Pérez Serrano (N), bautizada en fecha 2 de enero de 1818 (hermana de Juan Pérez Serrano) que casó con una Cortés de La Higuera como veremos en otro artículo dedicado a los Pérez Serrano, la línea genealógica de los Pérez de mi abuelo José María Galán Pérez, padre de mi padre Manuel Galán Barranco.

Escudo del apellido Serrano.

 El apellido Serrano es muy antiguo y procede de la zona castellana. Según Fernando González-Doria en su "Diccionario heráldico y nobiliario de los reinos de España", el apellido tuvo su primitiva casa solar en las montañas de Burgos, aunque está extendido por toda la Península Ibérica. Etimológicamente el apellido queda descrito en la obra de Josep Mª Albaigès “El gran libro de los Apellidos”, donde se dice que es apellido que puede prestarse a diversas etimologías. En la mayoría de casos, se trata de un derivado de Sierra, con la acepción de “persona que habita en una sierra” o bien “perteneciente a las serranías o sus moradores”; sin embargo, es posible que algún otro caso provenga del latín Sarranus (“de Tirio, tirio, fenicio”).

Escudo partido; primero en campo de azur, un castillo de oro, y segundo, en campo de sinople, una banda de oro engolada en dragantes del mismo metal y acompañada de cuatro estrellas, también de oro, dos a cada lado.

Los padres de Ana Pérez Serrano fueron Alonso Pérez natural de Arjonilla y Eufrasia López también natural de Arjonilla. Su hijo Juan Pérez López también era natural de Arjonilla, pero en las actas del Ayuntamiento de La Higuera cerca de Arjona aparece como candidato a ser elegido y elector en las elecciones a regidores municipales que se preparaban en el año 1833, y años después fue recaudador de contribuciones y depositario de fondos municipales.

Al apellido Pérez dedicaremos un capítulo aparte, para no liar más estas dos líneas familiares nuestras, que confluyen con la de los Calero que desarrollamos ahora, aunque si vamos a desarrollar la línea genealógica de los Serrano (de los Pérez Serrano (N).

El apellido Serrano (N) de mi línea familiar comienza con Juan Serrano (N), natural de Granada que casó con Juana Rodríguez natural de Andújar (Jaén). Este matrimonio tuvo un hijo llamado Miguel Serrano Rodríguez que fue natural de Torredonjimeno (Jaén).

Escudo del apellido Moya.

Miguel Serrano Rodríguez casó con Clara Micaela Moya Pérez, higuereña que fue bautizada el 11 de agosto de 1730
. De este matrimonio nació su hijo Juan José Francisco Serrano Moya, bautizado el 19 de enero de 1766, que llegado su momento se casó con Ana María Francisca Juana Cubillas Molina bautizada en fecha 6 de mayo de 1761.

Del matrimonio de Juan José Francisco Serrano Moya, (19-1-1766), y Ana María Francisca Juana Cubillas (O) Molina (6-5-1761), nació Sebastiana Francisca Mariana Serrano Cubillas que casó con José Francisco Calero Montoro.

Escudo del apellido Cubillas.

La línea genealógica de los Cubillas (O) que introduce Ana María Francisca Juana Cubillas Molina (6-5-1761), tiene su origen en mi familia a través de Bartolomé Cubillas casado con Mayor Gómez de la Oliba. De este matrimonio nace Manuel Cubillas Gómez que se bautizó en fecha 25 de febrero de 1659.

Manuel Cubillas Gómez (25-2-1659) se casó con María Potenciana Carvajal (E) Cardeña bautizado el 24 de mayo de 1659. Fruto de este matrimonio formado por Manuel Cubillas Gómez (25-2-1659) y María Potenciana Carvajal Cardeña (24-5-1659, nació Manuel Gonzalo Cubillas Carvajal bautizado el 9 de abril de 1683.

Manuel Gonzalo Cubillas Carvajal (9-4-1683) se casó con Ana Antonia Cuesta (P) García bautizada el 16 de enero de 1686 y tuvieron como descendiente a Andrés Antonio Vicente Cubillas Cuesta bautizado el 6 de agosto de 1730.

Andrés Antonio Vicente Cubillas (O) Cuesta (k) (6-8-1730) se casó con Ana Manuela Molina Cardeña bautizada el 26 de marzo de 1733, y fruto de esa relación matrimonial nació Ana María Francisca Juana Cubillas Molina, bautizada el 6 de mayo de 1761.

Ana María Francisca Juana Cubillas Molina (6-5-1761) se casó con Juan José Francisco Serrano (N) Moya bautizado el 19 de enero  de 1766, y de ellos nació Sebastiana Francisca Mariana Serrano Cubillas bautizada el 12 de noviembre de 1790 que caso con Juan Pérez López, el arjonillero que fue mi abuelo cuarto por la línea de los Pérez de Valenzuela, que fue bisabuelo de mi abuelo José María Galán Pérez, padre de mi padre Manuel Galán Barranco. 

Escudo del apellido Cuesta.

El apellido Cuesta, o de la Cuesta, son muy antiguos hijosdalgo y conocidos desde el tiempo del Rey Don Pelayo, asignándoseles por los genealogistas casa solar en las montañas de León y lugar de Argüello y Villa de Potes, y también en las montañas de Burgos y otras partes. Acompañaron al Infante Don Pelayo, año 748 y en una batalla cerca de la ciudad de Oviedo, mostró un caballero godo tanto valor contra los moros desde una cuesta, que agradecido Don Pelayo, le mandó que se llamase Cuesta, dándole por armas sobre azul cuatro fajas de oro. Un descendiente de éste llamado Miguel Fernández de la Cuesta, sirvió en las guerras de Andalucía y se halló con el Rey Don Fernando en la batalla de Baeza, día de San Andrés año 1227, por cuya acción añadió a su escudo las ocho aspas de oro en campo rojo. Acudió al socorro de esta plaza siendo uno de los 500 caballeros hijosdalgo que pelearon tan valientemente con D. Lope Díaz de Haro, conde y señor de Vizcaya hasta hacer levantar el cerco a los moros. Vidal, tomo 5.º, folio 301, dice que tienen los Cuesta su cala solar en la Villa de San Vicente de la Barquera, montañas de Burgos; y Jerónimo de Villa trata, ensalzándolo este apellido, en el tomo 19, folios 25, 83 y 305.

Don Miguel de Córdoba Iranzo, Teniente Capitán de Milicias de la ciudad de Chinchilla y Familiar del Santo Oficio de Cuenca, fue agraciado en la Orden de Montesa por Real Cédula en Aranjuez de 18 de Abril de 1780, fue natural de Utiel, hijo de D. Juan de Córdoba Ruiz, Familiar del Santo Oficio y de D. ª Inés Francisca Iranzo de Córdoba, natural de Utiel, nieto paterno de D. Miguel le Córdoba Ibarra, natural de dicha Villa, y de D. ª Francisca Ruiz de la Cuesta.

Entre los señores que ostentan este apellido encontramos a Don José M.ª de la Cuesta C. de la Torre, representante del Distrito Burgos-Sedano y Vocal de la Comisión de Fomento en la Excma. Diputación de Burgos; a D. Claudio de la Cuesta y Coig, Teniente Coronel de Estado Mayor; D. Francisco de la Cuesta y Cuesta, primer Teniente de Artillería; D. José de la Cuesta y López de Haro, Capitán del arma de Caballería, con Diploma de la Escuela Superior de Guerra; D. Juan Cuesta y Armiño, Subintendente de primera clase del Cuerpo de Intendencia Militar; D. Juan de la Cuesta y Cardona; D. Fabriciano Cuesta y Cuesta; D. José Cuesta Monereo; Don Francisco Javier de la Cuesta Villanova; y D. José de la Cuesta Villanova, primeros Tenientes de las armas de Artillería, Caballería e Infantería; y D. Eusebio Cuesta del Sol, Capitán de Infantería.

Armas: Las diferentes ramas de la familia Cuesta usan variedad de Escudos de Armas; pero creemos que el más corriente es el escudo en campo azul y en él cuatro fajas de oro, orla en campo de sangre con ocho aspas de San Andrés de oro.

La línea familiar de los Cuesta (P) comienza en mi línea familiar a través de la hija de Antón Pérez y Magdalena Fernández y su descendiente Catalina Pérez Fernández bautizada el 28 de febrero de 1592, que en su mocedad casó con Juan Cuesta (P), de cuya unión matrimonial nació Isabel Cuesta Pérez bautizada el 19 de marzo de 1628.

Isabel Cuesta Pérez (19-3-1628) se casó con Juan Molina y de dicha unión nació Juan Molina Cuesta, bautizado el 1 de junio de 1650.

Escudo del apellido Molina.  

Molina es un apellido muy extendido por toda la Península Ibérica y América. En España ocupa el 30º lugar en cuanto a los más habituales, más de 120 mil personas llevan Molina como primer o segundo apellido y unas 2.000 en ambos. Tras las provincias de Barcelona y Madrid, la mayor cantidad de Molinas son nacidos en Granada, Jaén, Córdoba, Sevilla y Murcia. México es el país donde más personas apellidadas Molina hay censadas, más de 200 mil, seguido de Colombia, Argentina y España, que superan las 100 mil. Molina es un apellido cuyos linajes más antiguos descienden del infante don Alfonso, hijo de los reyes don Alfonso IX de León, y doña Berenguela de Castilla, que casó con doña Mafalda Pérez, Señora de Molina, que tomó por apellido, conservado por sus hijos. Entroncó con la Casa de Lara. Se extendió por Castilla y Aragón y fundó familias principales en Murcia y Andalucía. Numerosos linajes de este apellido probaron su nobleza y limpieza de sangre para ingresar en las diferentes Órdenes Militares así como en las Reales Chancillerías de Valladolid y Granada.

Las armas de Molina son: En azur, una torre de plata, y al pie de ella una rueda de molino; tres flores de lis de oro, una encima y una a cada lado de la torre. Bordura de gules con ocho aspas de oro.

Del matrimonio de Juan Molina (Q) Cuesta (P) (1-6-1650) e Isabel María Gómez Cardeña bautizada el 23 de noviembre de 1662, nació Manuel Silvestre Molina Gómez bautizado el 29 de diciembre de 1672, que en su momento se casó con Eufrasia Bernarda Ruíz Mena bautizada el 4 de febrero de 1684.

Del matrimonio de Manuel Silvestre Molina (Q) Gómez (29-12-1672) y Eufrasia Bernarda Ruíz Mena (4-2-1684) nació Francisco Pablo Molina Ruíz bautizado el 25 de febrero de 1706 y llegada su edad se casó con María Margarita Cardeña Escolano, bautizada el 10 de junio de 1705.

De la pareja Francisco Pablo Molina Ruíz (25-2-1706) y María Margarita Cardeña Escolano (10-6-1705) nació Ana Manuela Molina Cardeña bautizada el 26 de marzo de 1733, que se casó con Andrés Antonio Vicente Cubillas (O) Cuesta (P) bautizado el 6 de agosto de 1730 y fruto de esa unión nació Ana María Francisca Juana Cubillas Molina bautizada el 6 de mayo de 1761que casó con Juan José Francisco Serrano Moya bautizado en fecha 19 de enero de 1766.

Ana María Francisca Juana Cubillas (O) Molina (Q) (6-5-1761) y Juan José Francisco Serrano Moya (19 -1-1766) fueron los padres de Sebastiana Francisca Martina Serrano Cubillas bautizada el 12 de noviembre de 1790, que como hemos referido anteriormente casó con Juan Pérez (de Valenzuela) López, natural de Arjonilla padre de Juan Pérez Serrano y de Ana Pérez Serrano.

Algunas de estas personas nacieron hace unos cuatrocientos cincuenta o quinientos años, con los que nos encontramos en distancia temporal de casi cinco siglos, entre el nacimiento de algunas personas que hemos citado con anterioridad y nuestros días, por lo que es de comprender que los pasos por los diferentes estadios hasta el matrimonio fueran totalmente distintos a los de nuestros tiempos, aunque también hay algunas situaciones como los amancebamientos, que son de lo más parecido al matrimonio civil de hoy. Comenzaremos solo por citar que en principio el matrimonio era concertado por los padres de los contrayentes, en algunos casos de los nobles desde su nacimiento, entonces el matrimonio no se asociaba al amor. Generalmente los padres de los contrayentes lo concertaban sin el consentimiento de los interesados.

En las relaciones de pareja, la sexualidad fuera del matrimonio canónico o civil (barraganía) y de esas uniones paramatrimoniales, que eran el amancebamiento de solteros, caían dentro del universo de la fornicación simple y, en consecuencia, se tipificaba como pecado y delito. Por tanto, muchos ciudadanos quedaban de iure abocados a padecer una situación de miseria sexual o, lo que es lo mismo, a tener prohibidas las relaciones sexuales. Muchas fueron las puertas traseras a las que se recurrió desde la sociedad medieval para poder mantener relaciones al margen de las uniones consagradas y nos interesa una usada especialmente, por tener precisamente como referente al propio matrimonio. Se trata de la argucia empleada por los varones para vencer la voluntad de las mujeres y conseguir yacer con ellas recurriendo a falsas promesas de matrimonio. Las mujeres consentían al considerar que se trataba de una unión en dos tiempos: primero la consumación y luego la bendición de la Iglesia. Incluso podían verlo como un matrimonio por palabras de futuro. De este modo su honor, su sexualidad y su salvación no quedaban comprometidos. Ahora bien, cuando comprobaban que habían sido burladas y que todo había sido una estratagema para acceder a su sexualidad, entonces recurrían ante los tribunales para interponer una denuncia por estupro.

Página del Código de las Siete Partidas.

“El algo que da la muger al marido por razon de casamiento es llamado dote… E lo que el varon da a la muger… es llamado proter nunçias que quiere tanto dezir… donaçion… dizen en España… arras”.

Código de las Siete Partidas (4ª– Titº XI – Ley 1ª)

Es interesante conocer que era habitual, en siglos pasados, la celebración de los esponsales tras la oportuna pedida. En este acto social o encuentro entre las dos familias, se formalizaba el compromiso y se tomaban los primeros acuerdos sobre el mismo, tanto en lo referente a las ceremonias de la boda, como a los aspectos económicos y domicilio del proyectado matrimonio, que casi siempre era en la casa de los padres del varón. Este paso daba pie a una serie de privilegios para los novios, en cuanto a sus relaciones personales, gozando de mayor facilidad y licencia para verse, tratarse y tomarse ciertas libertades, muy mal vistas por la Iglesia, que por ello se esforzaba en su reprensión; estas familiaridades se acusaban aún más tras la primera monición, por representar ya un primer compromiso formal ante el resto de la comunidad.

Durante la Edad Media se gestó un modelo de sexualidad en la Europa occidental que en buena medida sigue vigente hoy en día y la Iglesia, a través de sus pensadores y canonistas, tuvo mucho que ver en su materialización. Para la ética cristiana la sexualidad debía entenderse única y exclusivamente como un medio para perpetuar el linaje humano y no como un fin en sí mismo. Así, toda práctica sexual que se alejara de esa misión fue considerada moralmente reprobable. La racionalización de la sexualidad como algo pecaminoso, peligroso e incluso delictivo hunde sus raíces, por lo que a la sociedad europea medieval se refiere, en ese planteamiento restrictivo y explica por qué se persiguió la fornicación simple, la prostitución, el estupro, el amancebamiento, el incesto, el adulterio, la bigamia, la sodomía, el bestialismo, la violación, la masturbación o la contracepción. Para eludir los peligros del sexo la mejor receta era la contención, la castidad.

Los padres de la Iglesia, imbuidos por valores ascéticos, ya que buena parte de ellos fueron eremitas o monjes, consideraron que la castidad o abstinencia del gozo carnal suponía la forma superior de vida cristiana. Para ellos el sexo era un peligroso enemigo desde el punto de vista moral, fundamentalmente porque las pulsiones sexuales y las reacciones de los órganos genitales no se encontraban bajo el dominio de la voluntad humana de forma efectiva. No obstante, aceptaron las relaciones sexuales para aquellos que vivían atormentados por las tensiones de la carne, pero siempre y cuando estuvieran dispuestos a casarse, engendrar hijos y    criarlos cristianamente.

No obstante, no todos los tratadistas consideraron exclusivamente pecaminosa la sexualidad, también hubo autores que reflexionaron sobre la perspectiva saludable de la misma, eso sí, practicada con moderación. Un nuevo planteamiento que se abriría paso poco a poco y que se generalizaría en la sociedad europea bajomedieval. Aunque hubo teólogos y moralistas que así lo vieron, quienes más insistieron fueron los autores de tratados médicos. Muchos eran los que vivían atormentados por las tensiones de la carne. Con objeto de ofrecer una solución a esas personas se establecieron las bases de una sexualidad moralmente aceptable, que debía practicarse en el seno del matrimonio y con la doble finalidad de procrear y educar cristianamente a los hijos.

Ahora bien, no bastaba con establecer las condiciones de una sexualidad legítima en el seno del matrimonio, había que superar el modelo de matrimonio civil por otro eclesiástico regido en el derecho canónico. En consecuencia, cualquier uso extramarital de los órganos sexuales pasó a ser delito canónico. A comienzos de la Edad Moderna todavía se continuaba argumentando en este sentido.

El sexo conyugal no sólo debía estar condicionado a la procreación, sino también al ciclo litúrgico y al ciclo fisiológico de la mujer. Con relación al calendario litúrgico, la prohibición o interdicción del sexo marital se extendió a lo largo de las siguientes fechas:

Días de la semana. Los domingos, y no tanto por practicar penitencia sino por evitar la impureza ritual que ocasionaba la actividad sexual y que incapacitaba para participar en el culto divino. Los miércoles y viernes, por ser días de penitencia en los que los fieles debían realizar ayuno y contrición. E incluso también se incluyeron los sábados, víspera de la festividad dominical y en la que, por tanto, debía guardarse la vigilia.

Tiempos cuaresmales. Las semanas anteriores a la Pascua de Navidad o Adviento, que podía iniciarse cuatro domingos antes del 25 de diciembre, con lo que el tiempo sin sexo suponía entre 22 y 35 días.

Las semanas anteriores a la Pascua de Resurrección, que podía comenzar el miércoles de Ceniza y entonces la abstinencia debía mantenerse durante unos 47 días. Y, por último, la cuaresma previa a la Pascua de Pentecostés, que caía 50 días después del domingo de Resurrección.

Otras fiestas del calendario litúrgico. Los días de fiesta mayor y las vigilias correspondientes a esas fiestas.

Ante la comunión. Los manuales de penitencia exigían abstenerse de practicar sexo tres días antes de comulgar y otros siete días después de hacerlo.

El sexo en el periodo medieval.
Estas limitaciones del sexo marital establecidas por los autores de manuales penitenciales tenían como objetivo reducir al máximo la actividad sexual para evitar sus consecuencias pecaminosas y contaminantes, pero dejando un resquicio a la reproducción. En efecto, si una pareja obedeciera escrupulosamente las prohibiciones derivadas del calendario litúrgico, así como también las relativas al ciclo fisiológico de la mujer, tendrían pocas oportunidades de mantener encuentros sexuales a lo largo del año. El historiador francés Jean-Louis Flandrin sumó los días de abstinencia sexual prescritos por el calendario litúrgico y los correspondientes a un ciclo menstrual regular y obtuvo una media de 44 encuentros sexuales en el matrimonio al año (1).

Y aun esa cifra se vería reducida por los embarazos, los alumbramientos, los periodos de lactancia, etc.

La obligación de la pareja de cumplir con el precepto de abstinencia sexual quedaba supeditada a la obligación de la deuda conyugal, si uno de los cónyuges demandaba al otro su pago, ya que éste estaba obligado a satisfacerla. De este modo se abrió un importante resquicio en la obligación de cumplir con largos y continuados periodos de abstinencia sexual. A partir de entonces no resultaría una rareza que ante los tribunales eclesiásticos se presentara alguno de los miembros de la pareja, solicitando a los jueces que exigieran a su cónyuge, que cumpliera con el débito matrimonial de tener relaciones sexuales cuando lo solicitaba a su consorte.

Otra de las cuestiones que había que determinar era la frecuencia con la que podían mantenerse relaciones sexuales en el seno de la pareja conyugal. Obviamente, desde los autores de manuales penitenciales y los moralistas la frecuencia propuesta era la mínima posible. La actividad sexual como riesgo para la salud del alma era el principal argumento para defender esta postura, pero también se consideraba que la salud del cuerpo corría serio peligro. San Buenaventura (ca. 1217-1274), por ejemplo, advertía que cada acto sexual contribuía a acortar la vida de aquellos que lo practicaban (2).

San Buenaventura.
En este punto los médicos del alma se verían desmentidos por los médicos del cuerpo, ya que una contención muy prolongada podía causar serios trastornos en los individuos. Desde Galeno se había considerado que el desahogo sexual era una necesidad fisiológica natural igual que las demás, ya fuera comer u orinar, por ejemplo, y había que realizarla para evitar esos males. A finales del siglo XIV o principios del siglo XV un autor catalán anónimo redactó un tratado titulado “Speculum al joder” y tomando como criterio de autoridad al propio Galeno, además de a Hipócrates, enumeró los males que causaba una retención espermática prolongada:

“Galeno dijo en la sexta práctica de su libro de los miembros compuestos, que los hombres jóvenes que tienen mucha esperma, si tardan mucho en joder les pesa la cabeza, se calientan y pierden el hambre, y, por consiguiente, mueren. Yo mismo he visto hombres que, teniendo mucha esperma, por santidad se privaban de joder, y se les enfrió el cuerpo, perdiendo los movimientos y, tristemente, también la razón, volviéronse locos y perdieron el hambre. También vi a un hombre que dejó de joder: antes, cuando lo hacía comía bien y estaba sano; pero después que lo dejó no podía comer y si comía era muy poco, no podía digerir, sentía náuseas, y tenía indicios de locura; luego volvió a joder y se curó, le desaparecieron todos los males” (3).

Claudio Galeno. Litografía de Pierre Roche Vigneron, circa 1865.
Tratado médico de Galeno.
Luego, desde el punto de vista médico era saludable mantener relaciones sexuales. Ahora bien, ¿con cuánta frecuencia se podían mantener esas relaciones?, ¿siempre que lo deseara la pareja o alguno de sus miembros? Así como la medicina consideraba que era fisiológicamente natural la actividad sexual, también decía que se debía practicar con moderación. La razón radicaba en la emisión seminal del varón. El esperma se suponía compuesto de sangre y pneuma, se consideraba que era vida en estado líquido que se formaba en el cerebro y en la médula espinal, y, en consecuencia, convenía no desperdiciarlo (4).
Portada del Speculum al foder reeditado por Teresa Vicens.
Además, el espasmo que tenía lugar durante la eyaculación suponía un esfuerzo de tal intensidad que debilitaba el organismo tanto como dos sangrías. Por tanto, el abuso del coito podía provocar el acortamiento de la vida y padecer muchos males, como se explicaba en el mencionado tratado “Speculum al joder”: “Digo que usar mucho del joder mata el calor natural, enciende el calor accidental y enflaquece todos los miembros y obras naturales. Se suceden los accidentes no naturales, falla por ello la fuerza, se entristece la persona, se hacen pesados sus movimientos, se enflaquece el estómago y el hígado, no se digiere bien, se corrompe la sangre, se suda, se dilatan los miembros principales y el cuerpo envejece antes de tiempo. Adelgaza y empequeñece la cara, disminuye la sangre y la vista de los ojos, el calor y la belleza; hace caer el cabello hasta que uno se queda calvo, seca el tuétano, lisia los nervios y los miembros, engendra temblores, enflaquece todos los movimientos voluntarios, lisia el pecho y los pulmones, seca los riñones, y a aquél que tenga ventosidad se la aumentará” (5).

Ahora bien, para que la actividad sexual no produjera estos efectos adversos era necesario tener en cuenta una serie de consejos que ofrecía el propio Speculum al joder: “Antes de que aumente el daño es necesario que no le disminuya la sangre [al varón], no trabaje, ni joda, y se preocupe de calentarse el cuerpo, de humedecerlo con ropas y buenos manjares, ya que el joder exprime la sangre del hombre, le deseca y le debilita. Por eso es necesario que coma, beba y duerma más, que haga poco movimiento y use ungüentos, según vea que le aumentan los accidentes, de acuerdo con la manera de cada complexión, tal como se dirá más adelante en este libro” (6).

Como se observa, el tratado exponía los remedios para evitar estos problemas, especialmente por lo que a la dieta y al régimen de vida concierne según fuera la complexión de cada hombre. “Y si alguien deseara practicar el coito, incluso por simple placer, debía tener presente que era mejor hacerlo cuando después no sienta flaqueza ni tristeza; a saber, cuando la esperma está de la siguiente manera: cuando hay en cantidad, la naturaleza la quiere esparcir con superfluidad y como que la esperma sale abundante, aligera el cuerpo y produce un gran placer y no debilita. En cambio, cuando sale con dificultad, forzada y poco a poco, cansa mucho el cuerpo y no puede soportar el joder” (7).

Constantino el Africano médico benedictino .
El monje benedictino y médico Constantino el Africano ya había advertido a fines del siglo XI que para poder disfrutar de una buena salud era aconsejable mantener relaciones sexuales con moderación, al igual que realizar una dieta adecuada, dormir un número de horas suficiente, practicar ejercicio y tomar baños (8).

Por eso médicos como Arnau de Vilanova recomendaban tener, como máximo, entre dos o tres relaciones sexuales por semana y en el “Speculum al joder” se ofrecían diversas recetas para aumentar el esperma y la fuerza del pene (9).

El poder de la Iglesia en la Edad Media era tal que podía, también, establecer en qué posiciones debían tener sexo los devotos. Para las autoridades eclesiásticas la única postura natural para el sexo era la conocida como “el misionero”, en la que el hombre está encima de la mujer, cara a cara. Las posiciones sexuales con la mujer arriba o el “coito a tergo” (el hombre detrás de la mujer) no eran bien vistas porque alteraban los roles “naturales” del hombre y la mujer. El sexo anal y el sexo oral, en tanto, eran considerados por la Iglesia pecados porque la única razón detrás de su práctica era el placer y no la procreación.

Poco a poco se construyó un discurso sobre los órganos, la forma y el vaso debidos (referido al espacio vaginal de penetración) considerados como naturales para practicar un sexo conyugal desde unos parámetros que fueran moralmente aceptables. Además de establecerse el vaso debido (in debito vase) para mantener relaciones, también se haría lo propio con las posturas (in debito modo). Así, la mujer debía estar en la posición decúbito supino (tumbada sobre su espalda) y el varón encima de ella en la decúbito prono (apoyando sobre ella su pecho y su vientre) para acceder a la vagina de forma adecuada. De este modo se garantizaba la correcta conducción del esperma hasta el útero femenino y representaba la situación de dominación del hombre sobre la mujer. Se consideraba totalmente inapropiado que la mujer, para ser accedida por el varón, adoptara la posición de decúbito prono, también conocida con el nombre de more canino o sodomía, ya que los humanos no debían copular por detrás como las bestias del campo.

Por esta senda siguieron incidiendo los autores de manuales penitenciales de época altomedieval. La razón que justificaba esta concepción era doble: por un lado, dado que el sexo conyugal tenía un fin reproductivo había que prohibir cualquier posición que resultara improductiva; y, por otro, cualquier postura considerada antinatural era vista como una forma de buscar el goce sexual como fin en sí mismo. En el siglo XII también Graciano insistiría en esta idea, la de condenar el sexo matrimonial antinatural, ya fuera anal u oral, por su carácter anticonceptivo; aunque lo consideró un pecado menor (10). En el siglo XIII haría lo propio el canonista Raimundo de Peñafort en su Summa de poenitentia, recordando que el sexo conyugal debía practicarse con los órganos, en la forma y por el vaso debidos (11).

San Raimundo de Peñafort.
Con el fin de evitar las posturas consideradas antinaturales y para poder mantener una relación placentera y anticonceptiva, se practicó el denominado coitus interruptus. Éste suponía que el varón interrumpía la relación justo antes de eyacular, pero existía otra posibilidad y tenía, en este caso, a la mujer como protagonista.

Para ciertos teólogos y médicos de los siglos XIII y XIV, influenciados por la tradición galénica, el orgasmo femenino era fundamental para que la relación fuera procreadora, ya que consideraban que las mujeres también debían emitir su propia semilla, que junto al semen del varón contribuía al acto reproductor. Por tanto, la contención del orgasmo por parte de las mujeres se consideraba una técnica anticonceptiva (12).

Por el contrario, para los médicos y teólogos influenciados por la tradición aristotélica, el único agente activo era el semen del varón y la mujer tan sólo era considerada como un receptáculo pasivo donde alojar a una semilla ajena a ella. Canonistas como Juan el Teutónico señalaron que las relaciones sexuales anticonceptivas en el seno de la pareja conyugal podían invalidar el matrimonio mismo (13).

La ética del matrimonio cristiano propuesta por autores de penitenciales, teólogos y moralistas todavía incluía más preceptos que cumplir a la hora de practicar el coito conyugal. Así, no era adecuado que los cónyuges contemplaran sus cuerpos desnudos mientras mantenían relaciones sexuales. Con esta prohibición se pretendía evitar que se despertara la lujuria, algo totalmente inapropiado para un amor conyugal casto y moralmente aceptable. Por ello debían mantener las relaciones con ropa, de noche y a oscuras, precepto que perduró hasta el final de la Edad Media (14).

Fragmento de Speculum al foder.
Otra cuestión considerada moralmente inaceptable fue la estimulación erótica previa a la relación conyugal. Aunque las prohibiciones al respecto se mantuvieron hasta el siglo XV, como lo demuestra el ejemplo del predicador y moralista Bernardino de Siena, para quien eran reprobables los besos lascivos y los tocamientos de los genitales, hay que señalar que las cosas cambiarían en la Baja Edad Media. En efecto, la estimulación erótica dejó de considerarse un pecado mortal siempre y cuando fuera completada con la relación coital procreativa y no se quedara en mera búsqueda del placer. En el “Speculum al joder”, tratado anónimo redactado, según hemos aludido en ocasiones anteriores, entre fines del siglo XIV y comienzos del XV, se ofrecían a los varones diversas formas de encender el deseo de las mujeres. Algunas de ellas podríamos considerarlas como agresiones propiamente dichas, como cuando aconsejaba “apriétale el coño, retuércela y pellízcala hasta que grite, se rebele o se queje. Así le encenderás el deseo de joder, pues de este modo se calienta y le viene el deseo de yacer con el hombre [...] retuércele y pellízcale el coño; así le vendrá el deseo [...] besarla, sobarla, pellizcarla, estrecharla y herirla con las manos [...] La herirá con las manos en las piernas, los pechos, el ombligo, dentro de éste y en los brazos” (15).
Fragmento de Speculum al foder.
En otras palabras, se enseñaba a los hombres a mantener relaciones sexuales de carácter violento con las mujeres. Porque violencia es herir, pellizcar o retorcer, ya que esas maneras causan daño a quien las sufre y provocarán, lógicamente, que grite, se queje y se rebele; sin embargo, y paradójicamente, esos tres indicativos de dolor era para el autor del “Speculum al joder” síntomas claros de que la pasión se encendía y de que le venía “el deseo de yacer con el hombre”.

Consejos como éstos, y más teniendo en cuenta que se consideraba que según fuera la complexión de la mujer el “deseo y el orgasmo le tardan [más o menos] en llegar”, nos conducen, en primer lugar, al problema de la violación marital y, después, al de las agresiones sexuales en general. La idea de que las mujeres gozaban al ser forzadas y que su resistencia no era otra cosa que parte del juego amatorio también fue difundida por la literatura misógina medieval.

Durante la Edad Media la Iglesia construyó un modelo de sexualidad y también una vía modélica o sacramental para acceder al matrimonio, único estado que posibilitaba las relaciones de pareja y con un fin procreativo, pero ¿qué pasaba cuando alguien no podía o no quería contraer matrimonio, por las razones que fueran?; ¿debía renunciar al sexo y a la vida en pareja o arriesgarse y llevar una sexualidad pecaminosa, delictiva y condenadora de su alma? En respuesta a este problema la sociedad medieval articuló algunas soluciones al margen de la Iglesia, que fueron toleradas como un mal menor en determinadas circunstancias. Esas soluciones fueron, principalmente, los contratos de barraganía y las uniones amancebadas. Ambas permitieron la unión libre de un hombre y de una mujer para convivir bajo un mismo techo y compartir mesa, cama, crianza de los hijos y la propiedad de los bienes.

Además del matrimonio existían las parejas de hecho, llamadas barraganía, una unión o enlace que se fundaba en un contrato de amistad y compañía entre un soltero o un clérigo con una mujer soltera, y cuyas principales condiciones eran la permanencia y fidelidad. De ese modo, se llamaba barragana a la amiga o concubina que se conservaba en la casa del que estaba amancebado con ella. Según las crónicas, no eran escasos los casos de miembros del clero que vivían secretamente con una pareja estable en su propia casa.

El contrato de barraganía fue muy común en los siglos medievales.
El contrato de barraganía, característico de la España de los siglos XI al XIV y practicado principalmente en tierras de fronteras recién reconquistadas y mal repobladas, se plasmaba por escrito ante notario, aunque también podía ser un acuerdo verbal, y en él se estipulaban una serie de cláusulas que regulaban la vida en común de la pareja. Estas uniones no estaban sancionadas por la Iglesia, pero sí toleradas y reguladas por la legislación laica, tanto en el ámbito local, a través de los fueros fundacionales, como de la Corona. Entre las bondades del contrato notarial de barraganía cabe citar que protegía a ambas partes, en especial a la mujer con relación a la copropiedad de los bienes; favorecía una relación monógama; permitía reconocer la paternidad de los hijos y, en consecuencia, hacer que el padre participara en los gastos de su crianza. Pero no todo el mundo podía firmar un contrato de barraganía. Había que cumplir una serie de requisitos, como soltería de los firmantes, su libre voluntad, ausencia de parentesco en cuarto grado, la mujer no menor de 12 años, ni virgen, etc. Una de las características de la institución de barraganía era que las relaciones de pareja que engendraba no eran indisolubles, sino temporales. Es decir, se fijaba un plazo de tiempo, tras el cual podían romperse de común acuerdo o por deseo unilateral de alguna de las partes, o incluso finalizar en un matrimonio canónico. Uno de los pretextos alegados para justificar el deseo de poner término a la relación era evitar la vida de pecado que llevaban, ya que aunque estaba admitida por las autoridades civiles, no por ello dejaba de estar censurada desde el punto de vista moral por las autoridades eclesiásticas. En resumen, se trataba de una especie de matrimonio civil y estaba sometido prácticamente a las mismas prohibiciones que el canónico.

La institución de la barraganía comenzó a declinar a fines de la Edad Media, ya que para entonces el matrimonio canónico había conseguido generalizarse e imponerse, la legislación sobre el patrimonio y la herencia priorizaba a los hijos legítimos frente a los naturales, y el proceso de repoblación se había ido consolidando.

La barragana una mujer legítima.
La barraganía sería sustituida por otro tipo de convivencia en pareja también al margen del matrimonial y de los acuerdos pactados ante notario: el amancebamiento. A diferencia de la barraganía, las uniones amancebadas no gozaron de reconocimiento jurídico; así que no sólo estaban condenadas por la Iglesia, sino también por la legislación civil, que las perseguía penalmente, en especial cuando entre sus protagonistas había hombres casados y clérigos. Hay que advertir que con el vocablo “manceba” se aludía, por un lado, a las mujeres que ejercían la prostitución; y, por otro, a aquellas que mantenían una relación sexual estable, al margen del matrimonio, con varón soltero o con casado obligado a la fidelidad conyugal o con clérigo obligado al celibato eclesiástico. Cabe pues preguntarse: ¿Qué impulsaba a las mujeres a convertirse en mancebas y mantener este tipo de relaciones extramaritales más o menos estables? No resulta fácil dar una respuesta unívoca, pero la necesidad fue la principal justificación. En la sociedad medieval la condición perfecta para la mujer era la conyugal, incluida la de esposa de Cristo en un convento o monasterio. Fuera de esta condición la mujer se veía relegada socialmente. Ahora bien, no todas las mujeres podían disponer de la dote necesaria para contraer matrimonio o entrar en religión por pertenecer a familias de escasos recursos económicos. En el amancebamiento al ser una relación entre solteros era socialmente tolerada y no perseguida por las autoridades judiciales. 
Monje y su concubina, pintura de Cornelis van Haarlem (1590).

Lo que no siempre ocurría cuando se trataba de amancebamiento de varones casados o clérigos, máxime si las relaciones constituían escándalo público. En las uniones de amancebamiento entre solteros la mujer debía ser fiel a su pareja y servirla bien y lealmente, y el varón a cambio la protegía, la acogía en su casa, mesa y cama. En consecuencia, el amancebamiento era una buena alternativa para mujeres solas, desprotegidas, sin recursos, desarraigadas e incluso víctimas de agresiones sexuales, salvándolas de terminar en un burdel para ganarse la vida. Otros argumentos para recurrir al amancebamiento lo ofrecen los casos de mujeres separadas o abandonadas por sus maridos y que no podían casarse de nuevo, así como también los de viudas con cargas familiares y sin recursos. Todas ellas aceptaban este tipo de relaciones con el fin de seguir subsistiendo. También la sociedad admitió las uniones o cohabitaciones entre novios solteros como un medio de comprobar la fecundidad de la pareja antes de contraer nupcias definitivas.

Por último, en el caso de un varón que fuera a someterse en un futuro próximo a las estrategias matrimoniales planeadas por su familia en aras de la defensa y de la mejora de la casa y del linaje, no estaba mal visto que entre tanto pudiera mantener una relación de pareja con la mujer que deseara (16).

El amancebamiento.

En definitiva, el amancebamiento, a pesar de no estar ni autorizado ni regulado desde el punto de vista jurídico ni moral, cumplía un papel beneficioso para la sociedad bajomedieval, y ahí radicaba, en el caso de solteros, la amplia aceptación.

El matrimonio en tiempos medievales no había adquirido plenamente su carácter de sacramento de la Iglesia y todavía se consideraba un contrato entre las partes correspondientes para hacer vida en común, compartir bienes y tener descendencia. Por este motivo existía una especie de precontrato, o promesa de matrimonio que permitía al hombre acceder carnalmente a la mujer, un “matrimonio de futuro” que podía preceder al matrimonio bendecido por la Iglesia. La única unión hombre-mujer consentida era la sancionada por el sacramento del matrimonio, por lo tanto las relaciones sexuales durante la Edad Media debían circunscribirse al rígido guión marcado por la voluntad divina que establecía el orden natural de las cosas, fuera del cual todo proceder era considerado contra natura y contra la recta razón y, en consecuencia, punible. La única unión carnal posible era la heterosexual y con fines procreativos.

Las restantes relaciones, como la barraganía, el comercio carnal, el adulterio, el amancebamiento de clérigos, el incesto, la homosexualidad o el bestialismo conducían directamente ante los tribunales de Justicia. Ahora bien, cabría matizar el rigor legal desplegado contra algunas de estas relaciones, concretamente contra las dos primeras, toleradas como medio de evitar pecados de mayor consideración y alteraciones del orden público, era necesario dar cauce a las pulsiones sexuales de los jóvenes en liza y en edad de procrear.

Aprovechando esta circunstancia, algunos hombres pudientes fingían interesarse por una muchacha, le prometían matrimonio y después de gozarla más o menos tiempo rompían el compromiso compensándola a ella, o a su familia, con una indemnización. De este modo la muchacha no quedaba como lo que realmente había sido, una querida o barragana del novio, aunque si reiteraba mucho su ofrecimiento a sucesivos pretendientes adinerados, pudiera pasar por ser considerada una mujer aprovechada y de dudosa moral para los cánones de aquella sociedad patriarcal. Ese fue el caso, por ejemplo, de las hermanas del gran escritor Miguel de Cervantes, despectivamente conocidas como “las Cervantas”. 

El pensamiento general de la época, debido a la influencia de la Iglesia, era que el deseo sexual era una especie de enfermedad. Por ello, a veces, a los hombres se les recomendaba que se practicaran sangrías en las venas superficiales de los muslos y a las mujeres libidinosas se les prescribían lavativas de incienso en la vagina. 

La prostitución era condenada y tolerada al mismo tiempo, en la Europa de la Edad Media se dio una extraña paradoja, pués aunque técnicamente era pecado (porque giraba en torno al acto de la fornicación), la prostitución fue reconocida por la Iglesia y por otros sectores como un “mal necesario”. Se consideraba aceptable que los hombres jóvenes buscasen relaciones sexuales con prostitutas, porque ello servía, en teoría, para proteger a las mujeres respetables de la seducción e incluso de la violación. El Gran Consejo de Venecia, en 1358, declaró que la prostitución es “absolutamente indispensable para el mundo”, mientras que la Iglesia la calificó como una “práctica moralmente equivocada”, aun cuando el mismo San Agustín proclamó que “si se expulsa la prostitución de la sociedad, se trastorna todo a causa de las pasiones”.

La prostitución era condenada y tolerada al mismo tiempo. 
 
El escritor Francisco Javier Tostado explica que “los burdeles, mancebías y prostíbulos de la época solían situarse en los extramuros de las ciudades y estaban organizados y regulados por las autoridades, promulgándose incluso la necesidad de que cada ocho días un médico visitara el lugar para evitar las enfermedades de transmisión sexual que proliferaron a partir del siglo XVI, recomendando a las mujeres que no estuvieran con más de tres hombres al día. Estos recintos, también, disponían de estancias para que los clientes pudieran comer y beber con las habitaciones adyacentes para realizar los servicios. Según las ciudades se exigía que las prostitutas fueran vestidas con algún distintivo que las diferenciara del resto de mujeres: mantillas cortas, faldas púrpuras, cintas rojas en la cabeza… En Florencia se les obligaba a ir con guantes y campanas en sus sombreros”.

Hubo que esperar hasta el Concilio de Trento, celebrado en el año 1563, para que la Iglesia diese el golpe definitivo sobre la mesa para intentar acabar de una vez por todas con la corrupción de costumbres que carcomía sus instituciones, poniendo especial énfasis en el concubinato de los sacerdotes “que viven en el corrupción impúdica y el inmundo concubinato"” prohibiéndoles “tener en su casa o en otra parte concubinas o mujeres sobre las que puedas haber una duda”. En cuanto a las penas para los clérigos amancebados fueron variando a lo largo del tiempo, mientras hasta el siglo XIV las penas fueron esencialmente espirituales, suspensión, excomunión o penitencia, a partir del siglo XIV fueron prevalecieron las penas de carácter económico o penales. Y aunque el espíritu reformador de la Iglesia y el aumento de las inspecciones hicieron menguar el fenómeno del amancebamiento entre los clérigos, la Iglesia, tan empeñada en controlar otros aspectos de la sexualidad de sus fieles, no puso el mismo interés en acabar con estos casos.    

A partir del concilio de Trento (1563) se impone que la única relación sexual lícita sea dentro del matrimonio sacramental, con lo que la Iglesia se adueña hasta hoy de esa vital parcela de la vida social.

Sin pretender establecer una relación de causa por el apellido Montoro, que aquí hemos referido, por ser Montoro Martínez, los apellidos de Francisca Montoro Martínez, (bautizada en La Higuera cerca de Arjona en fecha 7 de junio de 1714), que fue esposa del primer Calero de mi línea familiar,(nos referimos al primer Calero, José Calero Velasco, (natural de Manzanares) encontramos que en los archivos judiciales de la Chancillería de Granada se documenta el caso de uno de estos fingidos matrimonios, en la persona de la arjonera Catalina de Medina Navarro que en mayo de 1622 gana a un tal Mateo de Soto el pleito que le ha interpuesto. Catalina de Medina Navarro era hija de Bartolomé de Medina, y Doña María Navarro.

Documento del pleito de doña Catalina de Medina, vecina de Arjona, con Mateo de Soto, padre de don Pablo de Soto Montoro.
Mateo era el padre de Pablo de Soto Montoro, su galanteador, y al que Catalina Medina acusa de estupro ante la justicia de Arjona. A través de la escasa información del pleito, se refleja que Catalina no pasó a desposorio y que, despechada por el plante del que ha sido objeto, denuncia al hombre que la sedujo bajo promesa de matrimonio. El tal Pablo debía ser muy joven, con edad inferior a 18 años, puesto que el que pleitea es su padre, Mateo de Soto.

En este trance amoroso y jurídico, Catalina Medina Navarro, no se encuentra sola porque cuenta con la ayuda de su madre, María Navarro. Dos mujeres de armas tomar que no tienen miedo de pleitear y negociar para obtener al menos una compensación económica, ofreciendo a cambio de tal compensación la cancelación del litigio.

Suponemos que los amores de don Pablo de Soto Montoro y doña Catalina Medina Navarro, debieron de tener en su inicio intención honesta; sin embargo, las relaciones cobraron carácter de intimidad conyugal ante la promesa del sacramento del matrimonio, al ser “el dicho don Pablo de Soto Montoro, reo en dicho pleyto criminal”.

 La sentencia primera la dicta la justicia de la Villa de Martos (cabeza de Partido de la de Arjona), condenando a Pablo de Soto Montoro a pagarle a Catalina Medina Navarro “en defecto de casarse”, mil ducados, más 30.000 maravedíes para Cámara (= a vivienda) y gastos y cuatro años de destierro.

Ante la sentencia de Arjona, notificada del 7 de mayo de 1622, apela Mateo de Soto, el padre de Pablo de Soto Montoro, el 15 de mayo de ese mismo año. Enterada María Navarro, la madre de Catalina, de tal apelación, presenta otra el mismo día protestando por una compensación dineraria que considera ridícula.

Catalina y su madre llevan su desacuerdo a la instancia superior de la Chancillería de Granada (en fecha 12 de agosto de 1622), pero pasados quince años de inútil espera, (en julio de 1637) Catalina Medina Navarro renuncia a su apelación. Hemos de suponer que desesperada por la lentitud de la justicia prefiere cobrar los mil ducados que le asignaba la sentencia primera. Un auto del 2 de febrero de 1639 declara que el asunto “es cosa juzgada” y se ordena a los fiadores, que son los padres del burlador (los De Soto Montoro), a satisfacer la multa compensatoria.

Hay que destacar que el caso de la arjonera Catalina Medina Navarro es una excepción, no olvidemos que pocas mujeres recurrieron al pleito para defenderse al ser vulnerados sus derechos. Eran mujeres que conocían el discurso a emplear y las armas a utilizar ante la justicia, aunque las posibilidades de éxito no estaban aseguradas. De ello tenemos el mejor ejemplo en la tía y hermanas de Cervantes.

También pone de manifiesto el caso de Catalina, la persistencia en aquella época de una cultura más tolerante con la sexualidad prematrimonial.

 Indagando el rastro de nuestra Catalina la encontramos entre los testigos que declaran sobre la aparición de las Sagradas Reliquias de los santos de Arjona, Bonoso y Maximiano, en 1628, cuando tenía 27 años de edad la joven agraviada.

En las actas leemos: “Doña Catalina de Medina doncella de 27 años, hija de Bartolomé de Medina, y Doña Maria Nauarro, examinada a 15. de Nouiembre de 1628. depone, que el Lunes 16 de Ocubre defte año, por la tarde, á hora de Vifperas, Francifca Ramírez, y Maria Ramírez, defde fus puertas le dieron vozes diziendo; No veis las llamas que falen donde eftan cabando y ella dixo que no y luego vio vna luz bermeja como de vn cohete , que subio mas de cinco varas en alto , y fe defaparecio, fin boluer á baxar; y luego vio muchas llamas muy encendidas, que cogerían vna vara en ancho, y dauan luz a los rostros de los cabadores, y á los que estaban cerca del hoyo: y luego vio mas adelante, en el mifmo sitio que cabauan, otras llamas mas blancas, y tan altas como las otras , que durarían dos Credos; y las otras mujeres dauan vozes que veian las llamas; y conoció, y tuuo por cierto , como si las tuuiera en la mano que no pudo fer engaño, ni iluíion, y le caufaron en el coracon vna alegría muy tierna; y no reparaua, de admirada, fi eftaua en la calle, ni quién la miraba y las dichas mujeres vierón eftas llamas, mas no la luz que se levantó como cohete y así se lo dixeron.”

Vuelta a examinar en 1639: “D. Catalina de Medina, se ratifica y dize mas, q defde adónde vio las luzes a una diftácia de 20 pasos y las vio salir de la primera hoguera que fe defeubrio al pie déla Torre de los Santos. Y la luz que dixo vio era como vn cohete, porque no duró mas tiempo de lo que fuese durar vn cohete, y las llamas que vio al pie de la Torre de los Santos no tenían movimiento y no fubian mas altas, que desde los roftros deles hombres que allí eftauan mirando cabar, y todas eftas luzes las tuuo por milagrofas, por las razones que dio en el dicho de la sumaria”.

Volviendo al pleito de Catalina, conviene advertir que este tipo de promesa incumplida y resuelta con indemnización se daba sólo en las familias pobres. Cuando la muchacha era hija de familia rica, el problema podía ser concederle una dote proporcional que debía aportar al marido. Los cazadores de dotes andaban al acecho de las muchachas pudientes, por eso algunos padres escasos de liquidez optaban por encerrarlas en un convento para ahorrarse la dote. Lo malo es que los mejores conventos también exigían dote, por lo que colocar a una hija resultaba bastante oneroso. A veces el problemático asunto del escollo de la dote obligaba a aplazar el matrimonio. En este caso, algunas mujeres accedían a vivir maritalmente con el futuro marido si les prometía desposarlas mediante contrato privado.

Granada 19 de marzo de 2021.

Pedro Galán Galán.

Bibliografía:

Bazán Díaz, Iñaki: El modelo de sexualidad de la sociedad cristiana medieval: Norma y transgresión. Universidad del País Vasco. Cuadernos del  CEMyR, 16; diciembre 2008, páginas 167-191.

Archivo de la Real Chancillería de Granada.

Referencias de las citas:

(1) Flandrin, Jean-Louis: Un temps pour embrasser. Aux origines de la morale sexuelle occidentale (VIe-XIe siècles), París, 1983.

(2) Comentarium in quattuor libros sententiarum (2 Sent. 30.3.1.), incluido en Opera omnia, ed. de A.C. Peltier, París, 1864-1871, 15 volúmenes.

(3) Speculum al joder. Tratado de recetas y consejos sobre el coito, ed. de Teresa Vicens, Barcelona, Medievalia, 2000 (1ª ed. de 1978), página 28.

(4) Jacquart, Danielle y Thomasset, Claude: Sexualidad y saber médico en la Edad Media, Barcelona, 1989 (1ª ed. de 1985), páginas 45 a 57.

(5) Speculum al joder. Tratado de recetas y consejos sobre el coito, ed. de Teresa Vicens, Barcelona, Medievalia, 2000 (1ª ed. de 1978), páginas 17 y 18.

(6) Speculum al joder. Tratado de recetas y consejos sobre el coito, ed. de Teresa Vicens, Barcelona, Medievalia, 2000 (1ª ed. de 1978), página 19.

(7) Speculum al joder. Tratado de recetas y consejos sobre el coito, ed. de Teresa Vicens, Barcelona, Medievalia, 2000 (1ª ed. de 1978), página 27.

(8) Constantinus Africanus: Constantini Liber De Coitu. El tratado de andrología de Constantino el Africano, ed. de E. Montero Cartelle, Santiago de Compostela, 1983.

(9) Arnaldi de Villanova Opera medica omnia, Barcelona, 1975-2000, 6 volúmenes.

(10) Brundage, James A.: La ley, el sexo y la sociedad cristiana..., páginas 251 y 252.

(11) De Peñafort, Raimundo: Summa de iuri canonico, Summa de poenitentia, Summa de matrimonio, ed. de Javier Ochoa Sanz y Luis Díez García, Roma, 1976-1978, 3 volúmenes.

(12) Flandrin, Jean-Louis: La vida sexual matrimonial en la sociedad antigua: de la doctrina de la Iglesia a la realidad de los comportamientos, en Sexualidades occidentales, Barcelona, 1987 (1ª ed. de 1982), páginas 160 y 161.

(13) Glossa ordinaria a C. 32 q. 2 c. 6 v.; a C. 32 q. 4 c. 12 v.)

(14) Bernardino de Siena, vid. sus Sermones (18.3.1), recogidos en Opera omnia, Florencia, 1950-1956, 5 vols. (vol.1, páginas 222 y 223.

(15) Speculum al joder. Tratado de recetas y consejos sobre el coito, ed. de Teresa Vicens, Barcelona, Medievalia, 2000 (1ª ed. de 1978), páginas 55 y 56.

(16) Bazán, Iñaki; Vázquez, Francisco y Moreno, Andrés: Prostitución y control social en el País Vasco, siglos XIII-XVII, Sancho el Sabio. Revista de Investigación y Cultura Vasca, 18 (2003), páginas 81 y 82.

3 comentarios:

jesus.nuevodoncel dijo...

Gracias, Pedro, por tu artículo.Solo recordar que en la expresión "una de cal y otra de arena", la de cal es la buena. Vamos, que tienes mucho bueno detrás.

PEDRO GALÁN GALÁN dijo...

Ayer tarde tuve la oportunidad de hablar con mi amigo José Calero Fuentes, que, según este estudio del apellido Calero en Lahiguera, resulta que es mi tío de primo hermano (algo que yo le decía desde hace tiempo en plan de broma); aparte de felicitarlo por su onomástica, estuvimos precisando algunos datos que me faltaban de la rama familiar de los Calero, que generó su abuelo José Calero Bareas (que parece que por su belleza y pelo rubio de niño, se quedó con esa consideración por parte de su familia y consiguientemente se generó el apodo de “Rubio guilindo”, posible transformación de “rubio que lindo”.
José Calero Bareas (“el rubio guilindo”) se casó con Dolores Cubillas Agudo, y de este matrimonio nacieron los siguientes hijos:
1.-José Calero Cubillas casado con Mariana López García (padres de Josefina Calero López y Agustín Calero López.
2.-Felipe Calero Cubillas casado con Dolores Fuentes Angosto, padres de José Calero Fuentes, Dolores Calero Fuentes, y Pedro Calero Fuentes.
3.-Manuel Calero Cubillas casado con Melchora Marchal Hernández (natural de Arjonilla), padres de José María Calero Marchal, Lola Calero Marchal, y Paquita Calero Marchal.
4.-Magdalena Calero Cubillas casada con Juan José Barragán García, padres de Juan José Barragán Calero, José María Barragán Calero, y Soledad Barragán Calero.

PEDRO GALÁN GALÁN dijo...

Amigo Jesús, leí una vez que “Ninguna distancia de lugar o lapso de tiempo puede disminuir la amistad de aquellos que están completamente convencidos de la valía de cada uno”. Creo que esta frase refleja nuestra situación de profunda amistad que se alarga desde el Colegio “García Morente”, como sabes un filósofo nacido en Arjonilla, una villa muy cercana a mi pueblo, antes Higuera de Arjona, y hoy Lahiguera. Estoy convencido de que estar físicamente lejos de un amigo no significa que la amistad se pueda ver afectada, si dos personas realmente se aprecian entre sí, entonces nada, ni nadie puede separarlos.
Gracias tu por aprecio y tu amistad desde nuestra juventud en el colegio citado del Barrio de Entrevías en mi etapa profesional madrileña. Un fuerte abrazo.