PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

jueves, 7 de noviembre de 2019

EL ALCALDE DE ANDÚJAR INVITA A UNA COMISIÓN DEL AYUNTAMIENTO DE LAHIGUERA CON OCASIÓN DE LA VISITA REAL A LA CIUDAD EL 13 DE SEPTIEMBRE DE 1862.


LA VISITA DE ISABEL II Y LA FAMILIA REAL A ANDALUCÍA Y MURCIA EN EL AÑO 1862.

Continuamos con la transcripción de las Actas del Ayuntamiento del año 1862, que por la extensión del artículo anterior no era posible transcribir, y que de paso venia como anillo al dedo para explicar la visita de la familia real por Andalucía y Murcia.

Las siguientes actas, desde la décimocuarta son continuación de las publicadas en el anterior artículo:


En otro artículo posterior daremos continuidad al resto de las actas del año 1862, que en este mismo artículo no podemos transcribir por su extensión. Enlazamos en el acta décimocuarta para dar introdución al artículo de la visita de la Familia Real por Andalucía y Murcia.

ACTA DE LA DÉCIMOCUARTA SESIÓN ORDINARIA DEL AYUNTAMIENTO DE LA HIGUERA CERCA DE ARJONA DE FECHA 31 DE AGOSTO DE 1862.

En esta reunión del concejo se dio cuenta de un oficio del Sr. Alcalde de Andújar, para que la Corporación se sirviera nombrar una Comisión que representase con dicha Ciudad el día trece de Septiembre próximo a felicitar a SS. MM. (Sus Majestades). En su virtud el Ayuntamiento acordó nombrar la Comisión que se interesa compuesta del Sr. Alcalde D. José Barragán, D. Manuel Clemente Pérez Cabº Síndico, y del Sr. Regidor D. Domingo de Fuentes, cuyos señores quedaron en cumplir semejante Servicio.

“Acuerdo y En la Villa de la Higuera  á treinta y uno de Agosto de mil ochocientos Sesenta y dos reunidos en Sesión los SS. que componen el Ayuntamiento de la misma en el local acostumbrado bajo la Presidencia de su Alcalde D. José Barragán  y con mí asistencia por dicho Sr. se dio cuenta de un oficio del Sr. Alcalde de Andújar para que la Corporación se sirviera nombrar una Comisión de un Seno que representase con dicha Ciudad el día trece de Septiembre próximo á felicitar a SS. MM. (Sus Majestades). En su virtud el Ayuntamiento acordó nombrar la Comisión que se interesa compuesta del Sr. Alcalde Cabº Síndico y del Sr. Regidor D. Domingo de Fuentes, cuyos señores quedaron en cumplir semejante Servicio. Así lo acordaron y firman referidos SS. los que saben de que yo el Srio. Certifico=

Aparecen las firmas de los siguientes señores:

José Barragán. José Calero Martínez.  Francisco Martínez.  Dice: Señal X del Regidor Francisco Fernández.  Dice: Señal X del Regidor Manuel Pérez Molina. 
P. A. D. A. C. Francisco Cardeña  y Arcediano.
 Las siguientes actas de este año de 1862 tendrán continuidad en otro artículo aparte, debido a la extensión de éste.

La reina Isabel II realizó una extenso viaje por Andalucía en el otoño de 1862. Visito las provincias de Andalucía y Murcia entre los meses de septiembre y octubre de ese año. Los motivos de estos viajes fueron promovidos por las circunstancias políticas adversas por las que pasaba la Corona, por protestas y sublevaciones en Loja (Granada) en 1861, dado que había gran descontento popular, e inestabilidad de la monarquía, circunstancia que obligo a la reina a visitar esta región y la de Murcia.

Cuando la Reina Isabel II realizó el viaje por Andalucía y Murcia en 1862, las ciudades erigían arquitectura efímeras como arcos triunfales para celebrar la visita de la monarca. Muchas de esas estampas hoy ya no existen.
La Reina Isabel II y su hijo el Príncipe Alfonso, futuro rey Alfonso XII.


La Infanta Isabel hija de la reina Isabel II y su padre Francisco de Asís, rey consorte de Isabel II.

Fue un viaje muy deseado por los habitantes de las ciudades andaluzas, visitadas por los monarcas, a excepción de la ciudad de Huelva que no se realizó por enfermedad de la reina Isabel.

Ya desde los primeros días de agosto de ese año, los periódicos y corresponsales de prensa anunciaban con bastante reiteración los preparativos, que se estaban realizando para el recibimiento de la familia real en cada una de las ciudades a visitar.

Fotografía de Isabel II de Charles Clifford, un galés que fue nombrado fotógrafo real.

A las once menos cuarto de la mañana del viernes 12 de septiembre de 1862, las salvas de artillería anunciaban la salida de la familia Real desde el Palacio Real hasta la estación del ferrocarril del Mediodía (hoy llamada estación de Atocha), el viaje a las capitales del sur de la península había dado comienzo. La Reina, el Rey y sus dos hijos mayores el Príncipe de Asturias, Alfonso (futuro Alfonso XII) y la Infanta Doña Isabel viajaron juntos.

Salieron también desde Madrid para acompañarles durante todo el viaje el Duque de Tetuán (presidente del Consejo de Ministros), Don Saturnino Calderón (ministro de Estado) y el marqués de la Vega, que era ministro de Fomento. Por parte de la casa Real les acompañaban: El duque de Bailen, mayordomo Mayor de S.M.; el marqués de Alcañices, mayordomo Mayor de SS.AA.RR.; la marquesa de Malpica, Aya de SS.AA.RR.; el conde de Balazote, caballerizo Mayor de S.M.; Don Francisco de Goicoerrotea, administrador general de la Real Casa y Patrimonio; el arzobispo D. Antonio María Claret, confesor de S.M.; el duque de Ahumada, primer comandante general del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos.; D. Miguel Tenorio, secretario particular de S.M.; el marqués de San Gregorio y D. Juan Drumen, médicos de Cámara; el mayordomo de semana, D. Isidro Losa; los ayudantes de Campo de S.M el Rey, generales D. Mariano Belestá y D. Joaquín Fitor; y los caballerizos de Campo, D. Luis de León y D. Emilio Perales. Se subieron también al tren Real hasta Santa Cruz de Mudela D. José de Salamanca y D. Antonio Guillermo Moreno, representantes de la Compañía del Ferrocarril.

Vagón de tren que la empresa M.Z.A. (Madrid-Zaragoza-Alicante) preparó para Isabel II.

Las ciudades y pueblos se engalanaron para recibir a los miembros de la familia real a su paso por cada una de las ciudades y pueblos. Se prepararon numerosos arcos por las entradas y el recorrido de cada una de las ciudades visitadas, eran arcos efímeros, que como las portadas de las ferias hoy, se quitaban una vez había trascurrido el evento. Durante meses los vecinos de las ciudades y pueblos se esforzaron para que parecieran esplendorosos cada uno de ellos, a los ojos de los ilustres visitantes. Las estaciones y las calles cercanas fueron adornadas con flores, tapices, fuentes, edificios adornados, luces de gas y de aceite en las calles, repiques de campanas y fuegos artificiales, bandas de música, serenatas y fiestas de toros.

La primera parada del tren Real fue en Tembleque, Toledo, allí fue servido el almuerzo. Continuando después el viaje hasta Alcázar de San Juan, luego por Argamasilla de Alba, Manzanares, Membrilla, La Solana y Valdepeñas. Llegando a Santa Cruz de Mudela se hizo de noche donde tuvieron que parar a dormir toda la comitiva real. A las siete de la mañana del sábado 13 de septiembre salieron de Santa Cruz de Mudela en dirección a Andalucía.

A su llegada a Jaén el gobernador le entrego a Isabel II una llave de oro adornada con más de 100 piedras preciosas la cual llevaba inscrito: “Llave de Andalucía, Despeñaperros, Jaén, Córdoba, Sevilla, Cádiz, Granada, Málaga, Huelva, Almería. La provincia de Jaén a S.M la Reina Isabel II. Septiembre 1862”.
La reina Isabel II y el rey consorte Francisco de Asís de Borbón.

A las 5 de la tarde de ese mismo día 13 de septiembre llegaron a Andújar, donde habían preparado un grandioso arco del triunfo, por el que tuvieron que pasar para entrar en un pabellón de descanso que les habían preparado, 30.000 personas esperaban a SS.MM. aparte funcionarios públicos, maestrantes, títulos de Castilla, condes, duques….Isabel II, a su despedida de Andújar, entregó al gobernador civil dos mil duros para auxiliar a los pobres.
Con ocasión de la visita real a Andújar se decoraron con poemas los arcos levantados por la ciudad en honor de la reina Isabel II. Una de esas composiciones fue recogida en sendos libros que glosaron la efemérides de la visita real a Andújar. Francisco M. Tubino fue el autor de una de esas crónicas en torno a la figura de la reina Isabel. La otra obra, muy similar en el contenido, salió de la pluma de Fernando Cos-Gayón. En ambas publicaciones aparece la siguiente octava de Manuel Sicilia:
¿Qué significa, oh reina, ese contento
De un pueblo que entusiasmado te recibe. 
Y tu nombre y blasón en tal momento
En letras de oro por doquier escribe?
Significa, Señora, el fundamento
Donde el trono feliz se ostenta y vive, 
Que amor de los pueblos y las leyes
Son el gran patrimonio de los Reyes.
Esta octava y otra de Romero, adornaban el arco que se levantó en el Peso de la Harina, que al parecer trajo consigo, derruir la maltrecha puerta de la muralla de Andújar. Otro Arco triunfal se erigió para la ocasión en plena Corredera de San Bartolomé.
En las jornadas de los días 13 y 14 de septiembre de 1862 en Andújar, la reina Isabel II, el rey consorte Francisco de Asís de Borbón, sus hijos y demás comitiva real, recibieron el homenaje de los andujeños y de muchos vecinos de otros pueblos del entorno, como La Higuera, Villanueva, Arjona, Marmolejo, etc.

Sobre el topónimo “Villanueva de la Reina”, hay opiniones variadas, unos son de la opinión de que su cambio de nombre de Villanueva del Río por Villanueva de la Reina se debe a la visita de la reina Isabel II a Andalucía en este año de 1862; sin embargo hay quien defiende que el citado nombre relacionado con la Reina, no se debe a la reina Isabel II, sino que el nombre se cambió años antes (sobre el año 1791) en honor de la reina Doña María Luisa de Parma , esposa del rey Carlos IV, tras el nacimiento de su hija, la infanta María Teresa (que solamente vivió 3 años), y que el cambio de denominación de la villa se hizo como muestra de agradecimiento al rey Carlos IV, que había concedido la  independencia de esta villa de la ciudad de Andújar, a la que había pertenecido antes del año 1225, tras la entrega de Al-Bayassi al rey castellano Fernando III el Santo.

Junto a las autoridades locales y provinciales fueron invitados para saludar a los reyes las comisiones nombradas en los municipios vecinos, como ocurrió en Lahiguera, que fue representada por el Ayuntamiento por las personas componentes de una comisión, nombrada en una sesión del ayuntamiento, como después veremos. En esa sesión se acordó nombrar una Comisión para saludar a los reyes, compuesta del Sr. Alcalde D. José Barragán, D. Manuel Clemente Pérez Caballero Síndico, y del Sr. Regidor D. Domingo de Fuentes.

La próxima parada fue la población cordobesa de Montoro, donde las autoridades les tenían preparado un buen almuerzo. La comitiva real fue esperada por todos sus vecinos y gentes de otros pueblos limítrofes como Pedro Abab, Bujalance, el Carpio y Villafranca de Córdoba.
“La Choza del cojo”, Córdoba. Recuerdos fotográficos de la visita de SS.MM. y AA.RR. á las provincias de Andalucía y Murcia en Setiembre y Octubre de 1862; por C. Clifford, fotógrafo de S. M. Biblioteca Nacional de España (Biblioteca Digital Hispánica).

Poco antes de entrar en la ciudad de Córdoba, en un paraje conocido como “La Choza del Cojo” les prepararon un elegantísimo pabellón por orden del Ayuntamiento de Córdoba, para que los viajeros pudiesen arreglarse y vestirse elegantemente.

Arco erigido a la entrada de la ciudad de Córdoba, con ocasión de la visita real.

Ya en la ciudad de Córdoba, la Reina vistió un elegante vestido de color rosa, en la cabeza un velo blanco con la diadema real. Se decía que unos 60.000 habitantes había ese día en la ciudad, los repiques de campanas, el sonido de los cohetes, las bandas de música de toda la provincia, todo ello para aclamar a la reina.

Pasaron toda la comitiva real unos días en la ciudad de Córdoba, visitando sus monumentos, y asistiendo a distintos eventos, como conciertos de música, asistir a misas en distintas iglesias y conventos, se organizó una corrida de toros apropósito para este evento en el que la Reina llevaba una mantilla blanca, la llave del toril se hizo en plata, los toros eran de la ganadería de Rafael José Barbero y los toreros Manuel Domínguez y Manuel Fuentes (Bocanegra).

De estos toreros daremos una descripción breve:

Manuel Domínguez, conocido por su apodo Desperdicios, (Gelves, 27 de febrero de 1816-Sevilla, 6 de abril de 1886) fue un matador de toros español, de biografía mal conocida. Su apodo parece deberse a Pedro Romero, que habiéndolo visto en la escuela de tauromaquia de Sevilla, siendo su director, habría exclamado: “ese muchacho no tiene desperdicio”, pero otra versión cuenta que cuando el toro Barrabás lo corneó en El Puerto de Santa María el 1 de junio de 1857, cogiéndole el ojo derecho, él dijo, hablando de los restos de su ojo: “no son más que desperdicios”.

Foto de Manuel Domínguez "Desperdicios".

Desperdicios se inició en el toreo desempeñando diversas labores en la cuadrilla de Leoncillo en 1834 y en la de Manuel Lucas Blanco en 1835. En 1836 tomó la alternativa, se ignora en qué circunstancias, desapareciendo luego en América del Sur durante dieciséis años en los que no es posible seguir su carrera taurina americana. Aparentemente llevó una vida aventurera y de regreso a España contó con el aprecio especialmente del público andaluz, que reconoció su valor y sentido del honor. En ocasiones es citado como un torero mediocre, pero valeroso. Su especialidad fue la suerte de recibir, que ejecutó a la perfección, así como los pases de capa. Paul Casanova y Pierre Dupuy le acreditan singularmente la invención del pase de farol, que ejecutó por primera vez en Madrid el 13 de mayo de 1855.
Puente romano de Córdoba y al fondo La Mezquita. Foto de Charles Clifford de 1862.

El otro torero de la corrida cordobesa en honor de la visita de Isabel II fue Manuel Fuentes “Bocanegra” que no fue un torero que deslumbrara por su arte, pero daba la cara delante de los animales, afrontando con gallardía toda clase de compromisos. Además tenía una perfecta colocación en el ruedo, dispuesto, en todo momento, a intervenir capote en mano para evitar cualquier trance de peligro, como así sucedió en el festejo de Baeza, donde sufrió la cornada que le llevaría a la muerte. Su arrojo y su coraje sirvieron para poder más que justificar el respeto y la consideración de los aficionados, admiración que, con el transcurrir del tiempo, fue ganando enteros.
El 18 de septiembre de 1862, la Reina Isabel II, acompañada por el resto de la familia real dieron por terminada la visita a Córdoba, saliendo a las 12 horas del día de esta ciudad por ferrocarril, con destino a la ciudad de Sevilla. El convoy real fue precedido por una locomotora piloto que partió a las 11,40, conducida por el Jefe de la reserva de locomotoras S. Ullot y por el agente de movimiento Sr. Perrier. Seguidamente partió el convoy real a cuya cabeza se situó la locomotora "Principe Alfonso", conducida por M. Chatelier acompañado por el ingeniero jefe Sr. Etienne, según la Crónica de Luís Menaver y Alfonso, Archivo del Ayuntamiento de Córdoba, año 1862. 
Foto de Manuel Fuentes "Bocanegra".

La comitiva real  decidió salir para Sevilla el día 18 a las doce de la mañana, pero antes de partir Isabel II dijo que se repartieran 36.000 reales a los establecimientos de beneficencia, 28.000 a los conventos religiosos de Córdoba, 6.000 al Hospital de los Dolores, 6.000 al de Jesús de Nazareno, 2.000 al Desierto de las ermitas, 4.000 a la iglesia de San Rafael, 60.000 a los pobres de los pueblos del tránsito y 48.000 reales a los de las parroquias de la capital.
Llegando a Sevilla, cerca de Lora del rio se detuvo la locomotora para bendecir el puente al que le pusieron de nombre “Puente del Príncipe Alfonso”, para después continuar a Carmona, Tociña, Brenes y Rinconada.
A su llegada a Sevilla les esperaban en la estación los duques de Montpensier. Banderas, guirnaldas, flores y la gente en los balcones, en los tejados, por todos los sitios más inesperados para poder ver a los Reyes. 
Los Duques de Montpensier e hijos en los jardines del Palacio de San Telmo, hoy sede del Parlamento Andaluz.
Antonio María Felipe de Orleáns, duque de Montpensier, era el hijo menor del rey de Francia Luis Felipe. La revolución de 1848 hace que se exilie de su país y fija su residencia en España, concretamente en Sevilla. Anteriormente el 10 de octubre de 1846 había contraído matrimonio con María Luisa Fernanda de Borbón, hermana de la reina Isabel II.
Su primera residencia en Sevilla fue el Real Alcázar. Ya por entonces ostentaba el título de Infante de España y Capitán General del Ejército Español. En el palacio sevillano nacería el primero (una niña) de los diez hijos que hubo en el matrimonio. En el año 1849 compra el Palacio de San Telmo al Estado, conforme escritura de fecha 15 de abril.
La Infanta María Luisa Fernanda de Borbón, hermana de la reina Isabel II.
El primer acto oficial en la ciudad de Sevilla fue la visita a la catedral para orar. Se construyeron numerosos arcos triunfales en las distintas calles importantes de Sevilla con inscripciones alabando a los Reyes. Visitaron todos los monumentos notables, catedral, conventos, iglesias, parques, fuentes, Hospital de la Caridad. También visitaron las ruinas de Itálica donde se levantó un campamento para comer y refrescarse.
La reina Isabel II y su hermana Luisa Fernanda. Pintura de Carlos Luís de Ribera.
La reina Isabel II. Pintura de Federico Madrazo.
Arco de la Catedral, Sevilla. Foto de Charles Clifford, fotógrafo de S. M. Biblioteca Nacional de España (Biblioteca Digital Hispánica).
Sevilla, Torre del Oro y Catedral. Foto de Charles Clifford.
Antes de despedirse de Sevilla quisieron donar: 50.000 reales a los hospitales de la caridad, 50.000 reales a la asociación de beneficencia domiciliaria, 120.000 para el gobernador para el socorro de los pobres y enfermos, 80.00 para la reparación de la capilla de San Fernando, 20.000 para la continuación de las obras de Itálica…así suma y sigue hasta la cantidad de donaciones de un total de 600.000 reales.
El día 26 partían de Sevilla los Reyes en una bonita Falúa hacia Cádiz por curso del río Guadalquivir.
Grabado de la llegada a Cádiz por el Guadalquivir de Isabel II y la Familia Real. Imagen de la obra “Crónica del Viaje de sus Majestades y Altezas Reales a Andalucía y Murcia”. Fernando Gos-Cayon. Madrid, Imprenta Nacional, 1863. En la fotografía de abajo una vista de la ciudad de Cádiz del año 1862, realizada por Charles Clifford.
A las 5 de la tarde del día 26 de septiembre de 1862 la artillería anunciaba la llegada de la familia real a Cádiz, los aplausos se escuchaban por todo el muelle, balcones, lanchas, buques,…todo ello para recibir a los Reyes.
Autoridades civiles, militares, judiciales, senadores, cónsules, los Caballeros de las órdenes de Carlos III, Maestrantes de Sevilla, Títulos de Castilla, todos ellos esperaban con entusiasmo a la familia Real.
Arco efímero de la visita real a Cádiz en la calle de la Aduana.
El día 1 de octubre la primera visita que hizo Isabel con su esposo en Cádiz fue a la iglesia de San Felipe, lugar emblemático porque en ella se firmó la Constitución de 1812. En su visita, dejó Isabel II 34.000 reales para diecisiete conventos religiosos, 30.000 para tres establecimientos de beneficencia, 40.000 para los pobres, 10.000 para la escuela de párvulos, 4.000 para un marino que tuvo la desgracia de ser herido al hacerse una salva, 6.000 para los cocheros que prestaron sus servicios a la real familia … y así hasta 302.000 reales.

El tren partió de Cádiz el día 3 de octubre a las ocho y veinte minutos para Puerto de Santa María y Jerez. Poco antes de llegar el tren se detuvo en un puente sobre el río San Pedro para su inauguración. Los vecinos de Lebrija, Las Cabezas, Utrera y Dos Hermanas esperaban ansiosos la llegada de los Reyes en el andén.


Se dirigieron a la casa del Sr. Marques de Villareal de Purellana para alojarse en su corta estancia. Se mandó labrar una medalla conmemorativa anunciando la visita de la Reina a Jerez de la Frontera.

La reina Isabel II con su hija la Infanta Isabel. Cuadro de F. Madrazo. Cuartel General del Ejército. Palacio de Buena vista. Madrid.

Terminada su estancia en Jerez de la Frontera, regreso a Sevilla para desde allí continuar su viaje por tierras andaluzas. El día 4 de octubre llegaron a Sevilla y ese mismo día se celebró una solemne misa en la catedral. Se acuñaron medallas en oro, plata y cobre para que siempre se recordase su visita en Sevilla.

La Giralda de Sevilla y Plaza de san Francisco. Foto de Charles Cliffort.

El día 6 de octubre de 1862 a las seis y media salía de regreso la familia real dirección Córdoba–Bailen. El día 7 sobre el medio día después de orar en la iglesia parroquial de Bailén partieron para Jaén.
Arco en la entrada a Jaén. Foto de Charles Clifford, fotógrafo de la reina Isabel II. Biblioteca Nacional de España.

Palacio Episcopal de Jaén donde quedaron alojados los ilustres huéspedes.  A la izquierda del edificio se puede ver el arco erigido para la visita real. Foto de Charles Clifford.

Pasó la familia Real unos días en Jaén y se alojaron en el Palacio Episcopal en la Plaza de Santa María, frente a la Catedral, y el día 9 partieron para Granada. 
Foto de Jaén con la Catedral realizada por Charles Cliffrd en 1862 con ocasión de la visita de la reina Isabel II.

Vamos a seguir la visita de la comitiva real en Granada, en unos cortos fragmentos intercalados, era la voz de quien estuvo presente en Granada, durante los días que duró la Visita “Real”. A través del relato que Eduardo de los Reyes y Francisco Javier Cobos, periodistas del diario “El Porvenir de Granada” (de ideas acendradamente monárquicas) ambos nos hacen en su “Crónica del Viaje de sus Majestades y Altezas Reales, por Granada y su Provincia en 1.862”, del inicio de su viaje y de la llegada de SS.MM. y AA. a la ciudad de Granada, y también contamos con la descripción que nos dejó, en su libro “Viaje por España”, el escritor danés Hans Christian Andersen (1.805 - 1.875).

“Granada, lunes, 6 de Octubre. La ciudad entera hervía de agitación y prisas; a los tres días llegaría la reina con su consorte, sus hijos y su séquito. Era la primera vez,…, que Granada iba a ver a su reina.

Cara a la Alameda, delante de la entrada principal, se erguía un arco de triunfo de cartón, papel pintado imitando mármol y con esculturas de yeso. En la luz del crepúsculo y bajo la iluminación de la noche en calma, todo aquello tendría un efecto impresionante; pero, ahora, a plena luz del día, era como el escenario de un teatro.

En las calles donde derribaban edificios viejos, habían sido tapados los signos de demolición con grandes planchas de cartón y harpillera pintadas, simulando bloques de sillería.

En las plazas, donde sólo se conservaban los fundamentos de antiguos monumentos, había erigido sobre éstos grandes obeliscos de tablas y lienzo.

Todo ello evocaba los viajes de la emperatriz Catalina de Rusia, por cuyo motivo, ciudades enteras de cartón piedra eran construidas para que su majestad imperial se regocijase viendo lo poblado que estaban aquellos vastos parajes.

Entre los árboles de la Alameda colgaban guirnaldas de colorines con farolillos de papel; y sobre la ancha calle que conducía al edificio donde iba a residir la reina, habían tendido, entre los últimos pisos de la fincas una serie de cuerdas, destinadas a colgar infinidad de farolillos que formarían un abigarrado y resplandeciente techo allá arriba, sobre las cabezas del tropel de gente.

Cerca de allí, en el bien conservado barrio moro, donde los bazares y la pavimentación de las calles mantienen aún su traza original, se prolonga una estrecha calle de construcción más tardía, habitada por comerciantes.

De todas las ventanas colgaban flotando largos crespones azules y rojos, como en una escena de la danza del velo. En medio de este ligero y etéreo ornato, había colgadas grandes arañas de cristal, repletas de velas, toda la calle iba a refulgir como un enorme salón de baile. Ahora, alguien se ocupaba de colgar farolillos de papel de vivos colores que iban a iluminar, con esplendor oriental, la oscura y prolongada avenida el día en que la reina subiese a visitar la Alhambra. Una multitud de obreros venían cargados con haces de ramos de mirto, farolillos multicolores y papeles pintados para la decoración de lugar, cosas que ofendían la vista en presencia de la majestad de tan portentosas ruinas.

Reina Isabel II en La Alhambra.

De una de aquellas casitas, atravesando una pequeña y vulgar puerta, se pasaba a los fastuosos patios y salas de los monarcas árabes. Me costó mucho conseguir permiso para entrar allí. Andaba todo el mundo la mar de ajetreado con los preparativos de la visita de su majestad la reina. No obstante, unas palabras amables y unas pesetas me abrieron las puertas.

Gracias al coronel Larramendi visitamos gran número de instalaciones engalanadas en honor a la reina, a las que, como extranjeros, no hubiésemos tenido acceso.

La bandera tremolaba en lo alto de una gran tienda de campaña con los colores españoles, rojo y amarillo, recientemente levantada allí. Se componía de tres pabellones, cuyo suelo había sido recubierto por un tapiz de terciopelo rojo. En ese lugar iba a ser recibida la reina, a su llegada, por las autoridades del Estado Mayor.

Fue el jueves, nueve de Octubre, cuando la reina, por primera vez, hizo su entrada en Granada. Desde muy temprano se balanceaba la marejada humana por la calles. ¡Menudo espectáculo! De todos los balcones pendían abigarradas colgaduras bordadas en oro; cuando menos, una sábana blanca adornada con trencillas de cinta roja.

Banderas y estandartes tremolaban en el aire; los farolillos, los globos y las guirnaldas de flores colgaban muy juntos unos de otros, formando un inmenso toldo sobre la ancha calle.

A lo largo de la prolongada calleja, que corría por detrás de los bazares morunos, flotaban, desde el último hasta el primer piso, largos crespones blancos y rojos, cual seres etéreos en una danza de sílfides. Las grandes arañas de cristal, rematadas por aéreas coronas doradas, colgaban en lo alto de la calle; todo parecía preparado como en una apoteosis de alegría infantil. Los balcones estaban atestados de gente, en su mayoría señoras, un tesoro de hermosura española. ¡Qué variedad de colores en el vestir!, sobre todo abajo en la calle. Los labriegos de la campiña y de la montaña ostentaban sus galas dignas de ser retratadas. ¡Cuántos motivos para pintar! Por allí cabalgaba un campesino a la grupa de un asno, y delante de él traía colgando las alforjas con una preciosa chiquilla en cada una, probablemente sus hijitas; acudían hoy a Granada para ver a la reina y el despliegue de tanta maravilla; sus ojos echaban chispas de asombro y felicidad.

A las dos y trece minutos de la tarde llegó la silla Real a las puertas de Granada: un grito inmenso llenó el espacio; una aclamación unánime brotó de todos los pechos; y en tanto que la voz de los cañones llevaba por todos los ámbitos del horizonte la anhelada noticia, y las campanas con sus metálicas lenguas alzaban hasta el cielo un himno de alegría, entre la Monarquía y el pueblo…

El Ayuntamiento había mandado levantar una magnífica tienda para recibir a SS. MM. y AA. ya dentro del límite municipal.

Destinados los primeros momentos después de la llegada al arco de SS. MM. y AA., cuando la Reina pasó del tocador al gran salón de la tienda, se dignó dirigir la palabra... usando con todos frases de la más benévola complacencia, por la entusiasmada acogida con que se la recibía.

Minutos antes de las cuatro, dio S.M. la orden de marchar. A la puerta de la tienda aguardaba ya la elegante y lujosa carretela tirada por seis magníficos caballos adornados con vistosos penachos… Rompió la marcha una escuadra de batidores de la Guardia Civil, a la que seguía la Guardia Municipal, a caballo, con su música. Otros cuatro batidores y un caballerizo de campo, precedían al carruaje regio… siguiendo después los carruajes de la alta servidumbre y los del acompañamiento, que eran en un número respetable.

Arco de bienvenida en Granada a la familia real.

Por fin, a las cuatro de la tarde, entró en Granada su majestad la reina. Se dijo que había llegado a la tienda de campaña, preparada para su recibimiento, media hora antes que las autoridades que deberían recibirla; allí la reina había tenido que esperarlas.

La regia comitiva siguió la carrera que estaba designada, entrando por el Triunfo, donde se levantaba ya el magnífico pabellón que la Diputación provincial había hecho construir para que SS. MM. pudieran presenciar los fuegos de artificio, siguiendo por la calle de San Juan de Dios, la de la Duquesa, la de las Tablas, Alhóndiga, Puerta Real, Reyes Católicos, Príncipe, Plaza de Bib-rambla, Pasiegas, á la Catedral. Pintar lo entusiasta, lo solemne, lo animado de la entrada de los Reyes, lo tenemos por imposible. Sueñe la imaginación una tarde clara y despejada, más que de otoño, primaveral; un cielo azul y transparente; cien mil almas en las calles; cien mil gritos de aclamación ferviente y espontánea; la voz de los cañones atronando el espacio; millares de flores aromando el ambiente, tapizando el suelo, cayendo sobre el carruaje real como una lluvia perfumada; arcos de triunfo de vistosa arquitectura; jardines de pintoresco y oloroso follaje; surtidores de agua que reflejaban los rayos del sol poniente, descomponiéndolos en sus mil líquidos prismas; colgaduras, gasas, crespones, coronas, templetes, trasparentes, banderas nacionales en los balcones, en las ventanas, en las puertas, en las calles; los sexos, las clases, las condiciones, las edades, confundidas, revueltas, formando una masa única, compacta, unida por el amor, por el cariño, por el respeto…

Arco del Triunfo con inscripción Granada a su Reina.
¡Qué explosión de júbilo! Volteaban las campanas de todas las iglesias; nutridos grupos de gitanos bailaban por las calles tocando las castañuelas y unos extraños instrumentos  de cuerda. Eran como un ruidoso desfile de bacantes. Aquellas figuras de piel tostada y pelo negro iban acicaladas con increíble primitivismo. Recordaban a esos niños que juegan a comedias y que por estarles permitido ponerse cualquiera de los trapos viejos, arrinconados en el guardarropa, lo cogen todo y se lo cuelgan encima. Los gitanos traían absolutamente todo cuanto relucía y llamaba la atención; cintas y pañuelos de seda, flores, y objetos dorados colgándoles del cabello. Avanzaban en tropel por calles y plazas gritando: ¡A la puerta de Vivarrambla!

Desde los balcones y las vallas de los jardines aplaudía la multitud de espectadores. El tumulto crecía; las bandas de música tocaban a nuestro alrededor; resonó el clarín: “¡Viva la reina!” Deshojaron rosas, pétalo por pétalo, la rosa entera hubiera sido demasiado pesada en la caída; algunos  pétalos flotaban en torno a la reina, que venía sentada en su carroza tirada por un tronco de hermosos caballos andaluces.

La reina mostrábase afable y contenta; había en su rostro una franqueza que inspiraba confianza y afecto; el júbilo del pueblo parecía entrañable y sincero. Junto a la reina iba sentado el rey consorte; frente a ellos, la joven infanta y su hermanito Alfonso, príncipe de Asturias.

La Alhambra, la Alameda y el jardín del senador D. Carlos Calderón. Foto de Charles Clifford.
El cortejo llegó a la catedral, lo primero que visitó la reina. Una humareda de incienso salía por la puerta abierta ante la que se había congregado la muchedumbre en corro. La gente colgaba de los salientes de los muros o trepaba por los zócalos agarrándose a los santos de piedra.

A la Santa Iglesia Catedral,... llegaron SS. MM. y AA. a las cuatro y media de la tarde, donde fueron recibidos con el solemne ceremonial acostumbrado, por el venerable Arzobispo, Cabildo y Clero, por el Ilmo. Sr. Obispo de Guadix, y el no menos venerable P. Claret, confesor de S.M. Bajo palio llegaron los Reyes y Altezas reales hasta la capìlla mayor, en la cual, y al lado del Evangelio, se había construido al efecto un ancho y magnífico estrado tapizado de terciopelo y oro.

Terminado el acto piadoso de la oración, SS. MM. y AA. se dirigieron a la Real morada, siendo despedidos con la misma solemnidad que a su entrada a la Iglesia, y volviendo por la plazuela de las Pasiegas, plaza de Bib-rambla, calle del Príncipe á la del Carmen.

En medio de aquella manifestación de alegría popular, la reina se dirigió en su carroza a la engalanada residencia, entre el aleteo de pañuelos y la lluvia de pétalos de rosa. El luminoso día de sol se transformaba en fulgor de ocaso, y ya convertíase Granada en una ciudad de cuento: estábamos en el mundo de hadas de “Las mil y una noches”. En el aire, por encima de Granada, colgaba todo un abigarrado tapíz de lámparas, algo así como una nube de resplandecientes colibríes.

En Palacio aguardaban ya todas las Corporaciones, que tuvieron la honra de saludar más inmediatamente a las egregias personas que pisaban entonces por vez primera el suelo granadino.

La Alhambra de Granada y Palacio de Calos V desde Los Martires. Foto de Charles Clifford, 1858-1862.
La multitud que llenaba toda la plaza del Carmen y todas las calles inmediatas, aclamaba incesantemente a S.M. la Reina, que se presentó en el balcón principal de Palacio acompañada de su augusto Esposo y de S.A.R. el Príncipe de Asturias. … S.M. la Reina, en uno de esos naturales arranques de su corazón de madre, en uno de esos momentos de feliz inspiración que le son tan propios, poseída también, sin duda, del entusiasmo popular, tomó al joven Príncipe en sus brazos y lo presentó a la multitud. Como si una chispa eléctrica hubiera tocado a todos los corazones, más de cincuenta mil personas que se agitaban bajo aquel balcón, prorrumpieron en un “VIVA” tan unánime como espontáneo; en una aclamación frenética y atronadora; todos saludaron al tierno vástago esperanza de la patria: todos aclamaron su nombre y el de su bondadosa madre nuestra excelsa Reina Doña Isabel II.
Concluida la solemne entrada y recepción de SS.MM., dos batallones del regimiento de infantería de Córdoba, uno del de América, y el regimiento caballería de Albuera, tropas que habían formado la línea de la carrera, desfilaron frente a los balcones del Real Palacio batiendo marcha y en columna de honor, permaneciendo después en la plaza y sus avenidas la compacta muchedumbre, ansiosa siempre de volver a saludar a sus Regios huéspedes.
Alameda de los Martires de Granada. Foto de Charles Clifford, 1862, propiedad del senador D. Carlos Calderón.
Ese día, en el que se repartieron a los pobres mil panes de a dos libras… concluyó por una serenata que se dio a SS.MM. y AA. por las dos bandas de música de los regimientos de Córdoba y América, compuesta de piezas escogidas, y desempeñadas con la maestría y perfecta inteligencia que tan buen nombre ha dado a aquellas bandas… La inmensa concurrencia que llenaba la plaza del Carmen, continuó en ella hasta hora muy avanzada de la noche…

Poesía de Granada, flores llameantes que desaparecéis entre el magnífico resplandor. Estallaron y relucieron los fuegos artificiales; la propia luna salió al fin… y brilló entre las luces, iluminando las cumbres de Sierra Nevada. 

Difícilmente se presentará un día más hermoso, más tibio, más perfumado por esas brisas que se escapan de las corolas de las flores de nuestros cármenes, que el viernes, 10 de Octubre, cumpleaños de S.M. la Reina, y primero que iba a pasar en este pueblo tan augusta Señora”...   

Y pasó el día, con su tarde y su noche, como un resplandor de fiesta, que duró otros seis días completos, todo el tiempo que la reina se dignó permanecer en Granada. Había tal y tan abrumadora riqueza de detalles que no es posible anotarlos y referirlos todos. Vagué de un lado a otro, de noche y de día, allá por donde me llevaron mis pies. Lo extraordinario resultaba ya común…

Granada fue protagonista de un fastuoso acontecimiento que entusiasmó al pueblo, en todas sus capas sociales, desde la gente principal (que prestó hasta muebles y tapices para engalanamiento de los lugares que visitan la Reina y su familia) a la gente de los barrios populares y aún de los pueblos de la Vega, que, en estos días, iban y venían continuamente para no perderse la oportunidad de conocer a Isabel II.

Granada fue una auténtica fiesta popular entre los días 9 y 14 de Octubre de 1.862: un considerable gentío llenó las calles de los itinerarios de la familia real, los arcos triunfales levantados en diversos puntos de los recorridos, los fuegos artificiales, las colgaduras y banderas tremolando al aire, las iluminaciones extraordinarias.
Granada, Arco de Elvira.

El día 14 partieron SS.MM para Santa Fe, continuando su camino hacía Loja y Antequera. El día 15 visitaron el pueblo de Loja a pie para llegar al convento de las monjas, allí sorteo 8.000 reales a la junta de beneficencia de señoras de Loja, 6.000 reales al hospicio. El día 16 visitaron la fábrica de tejidos de lana del Señor Moreno e Hijos.
 
Vista de la ciudad de Loja, año 1820.

La Reina y su séquito llegaron a los alrededores de Loja el día 15, instalándose en una serie de tiendas de campañas que se levantaron en medio del campo, cerca también de Archidona, donde se encontraba el primer arco de triunfo en honor de la soberana. En la Hacienda de Teatinos, propiedad de Eduardo Huelin, esperaban las autoridades malagueñas; de ella destacaremos al marqués de Valdeflores, senador del reino; el conde de Gavía; Antonio Cánovas del Castillo, entonces subsecretario de Gobernación; Juan Valera, escritor, diplomático y político; así como Francisco Romero Robledo, diputado a Cortes.
El 16 de octubre sobre las 5 de la tarde, fue grandioso el recibimiento que Málaga hizo a SS.MM, miles de forasteros se unieron a los vecinos de Málaga para su recibimiento. Se hicieron arcos con inscripciones y versos. Visitaron la Sociedad Económica de Amigos del País, donde habían preparado una exposición de agricultura e industria para la que se construyó un elegante edificio, llevaron los mejores productos de la tierra, las mejores obras de su industria, sus famosos vinos.
Arco de Triunfo levantado en el límite de la provincia de Málaga para recibir a la reina Isaberl II en 1862. (Francisco Mitjana).
En Málaga permaneció desde el 16 al 19 de octubre de 1862 junto a su esposo, Francisco de Asís Borbón, sus hijos, el Príncipe de Asturias don Alfonso y la infanta doña Isabel. Formaban parte de la comitiva real el presidente del Consejo, O'Donell, tres de sus ministros, así como el duque de Ahumada, fundador de la Guardia Civil, y el duque de Bailén. Se trataba, en principio, de un viaje de buena voluntad y reencuentro con una ciudad que había tenido muchos desacuerdos con su madre, la reina Regente María Cristina (1833-1840), durante la revolución de 1836, comenzando con el motín de los sargentos en el palacio de la Granja de San Ildefonso el mismo año, y se extendió a otras capitales. La visita, además, fue concebida como gesto de buena voluntad de la Reina hacia los malagueños, ya que tal como hemos reseñado ampliamente en el artículo anterior un año antes, en 1861, había tenido lugar una revuelta en la localidad granadina de Loja, que se había extendido a algunas localidades de Málaga, siendo la muchos de los detenidos naturales de la provincia malagueña.
Sin embargo, oficialmente, la reina venía a poner la primera piedra del que sería el más grande y moderno hospital de la ciudad: El Hospital Civil Provincial de San Juan de Dios; también para comprobar el estado de las obras del tramo provincial del Ferrocarril Córdoba-Málaga; e inaugurar la exposición de arte, artesanía y productos de la tierra, así como visitar diversos centros benéficos y, finalmente, algunos actos lúdicos.
La visita a Málaga y provincia fue concebida como gesto de buena voluntad de la Reina hacia los malagueños, ya que un año antes había tenido lugar una revuelta en Loja, que se había extendido a algunas localidades de la provincia, siendo la mitad de los detenidos naturales de Málaga.
Fueron muy numerosos los arcos que se levantaron para homenajearla a lo largo del itinerario urbano por donde debía transitar la comitiva oficial. El primero de ellos, en la calle de Antequera, obra del arquitecto José Trigueros. Su elevación era de treinta metros por veinticuatro de ancho y un espesor de dos.
Plaza de la Constitución de Málaga a finales del siglo XIX.
Los técnicos de la Diputación Provincial diseñaron el más alto de todos situado en la calle de la Victoria, obra del pintor escenógrafo Manuel Montesinos. El arquitecto Cirilo Salinas realizó el situado en la calle Álamos, promovido por el Instituto de Segunda Enseñanza; el del Liceo Malagueño, en calle Torrijos, actual Carreterías, ejecutado por Antonio Moreno. Y el del Círculo Malagueño, en el muelle, obra de Joaquín García Toledo y Vicente Moreno. Otros arcos, por encargo de industrias, comercios y empresas malagueñas, se levantaron en la ferrería La Constancia, por la familia Heredia; en la Industria Malagueña, por los Larios; la Estación de Ferrocarriles Andaluces y un quiosco embarcadero en el Puerto. En el callejón de la Florida se construyó un arco de follaje; en la calle de la Trinidad, tres; uno en Martiricos; siete en la Huerta Alta y varios en la Alameda de Capuchinos y Olletas. La reina pasó después por el arco del Liceo, plano y dirección del arquitecto Ángel Romero.
El alojamiento elegido para tan numerosa comitiva se estableció en la Aduana, hoy sede del Museo de Málaga, preparado lujosamente a tal efecto con anterioridad. Los días que permaneció en nuestra ciudad, la reina realizó numerosas actividades de todo tipo. Empezaremos por la inauguración oficial del ferrocarril  Córdoba-Málaga, la estación de ferrocarriles de Málaga; puso la primera piedra del Hospital de la Reina, hoy Hospital Civil Provincial; inauguró la Exposición Agrícola, Industrial y Pecuaria, organizada por la Sociedad Económica de Amigos del País en el Paseo de Reding. Como conmemoración de dicha exposición fueron realizados medallones que agradaron mucho a la Reina. En conmemoración de la visita, se alzó un arco del triunfo diseñado por el arquitecto  José Trigueros.
Pabellón de la Sociedad Económica de Amigos del País en el Paseo de Reding de Málaga en la visita real (Francisco Mitjana) .

Visitó también La Constancia, la Industria Malagueña; asistió a un tedéum en la Catedral; y visitó el monasterio de Santa María de la Victoria. Además tuvo tiempo de asistir a una serie de actos lúdicos: presenció una corrida en la Plaza de Álvarez, recién inaugurada, situada entre la plaza de San Francisco y las calles Purificación y Huerto de las Monjas; visitó el balneario "Baños de Álvarez o Las Delicias", y el Liceo Malagueño, ambos situados en la calle Marqués de Valdecañas. Presidió el baile real que, organizado por el comercio malagueño, se celebró en la Casa-Banco de la Alameda Principal. También asistieron a una función en el Teatro de la Merced, situado en el mismo lugar que hoy día ocupa el Teatro Cervantes; en dicho acto se le cambió el nombre de Teatro Príncipe Alfonso, en honor al Príncipe de Asturias y futuro Alfonso XII.

El día 19 por la mañana visitaron el recién construido Convento de la Trinidad, adonde se habían trasladado las monjas de la Paz; y después se trasladó al Hospital de la Santa Caridad, hoy sede de la Agrupación de Cofradías en San Julián. Finalmente paseó por la calle Nueva, conversando con las gentes. Los monarcas abandonaron la ciudad el domingo 19 a las cinco de la tarde a bordo del vapor "Isabel II", al que daban escolta once buques de guerra, camino hacia Levante.
Arco triunfal en la calle de Torrijos, Málaga. C. Clifford, fotógrafo de S. M. Biblioteca Nacional de España (Biblioteca Digital Hispánica).



Pabellón del Embarcadero visto desde tierra, 1862 (A. Ramírez y F. Mitjana).

A través de la obra de Urbano Carrere “Visita de la Reina Isabel II a Málaga” podemos seguir, pormenorizadamente, su itinerario. Existe otro libro similar, pero con el título “Visita de la reina Isabel II a Andalucía”, pues su Majestad realizó un viaje por toda Andalucía a excepción de Huelva.
Al parecer, la Reina y su séquito llegaron a los alrededores de Loja el día 15, instalándose en una serie de tiendas de campañas que se levantaron en medio del campo, cerca también de Archidona, donde se encontraba el primer arco de triunfo en honor de la soberana. En la Hacienda de Teatinos, propiedad de Eduardo Huelin, esperaban todas las autoridades malagueñas; de ellas destacaremos al marqués de Valdeflores, senador del reino; el conde de Gavía; Antonio Cánovas del Castillo, entonces subsecretario de Gobernación; Juan Valera, escritor, diplomático y político; así como Francisco Romero Robledo, diputado a Cortes.
Fueron muy numerosos los arcos que se levantaron para homenajearla a lo largo del itinerario urbano por donde debía transitar la comitiva oficial. El primero de ellos, en la calle de Antequera, obra del arquitecto José Trigueros. Su elevación era de treinta metros por veinticuatro de ancho y un espesor de dos.
Los técnicos de la Diputación Provincial diseñaron el más alto de todos situado en la calle de la Victoria, obra del pintor escenógrafo Manuel Montesinos. El arquitecto Cirilo Salinas realizó el situado en la calle Álamos, promovido por el Instituto de Segunda Enseñanza; el del Liceo Malagueño, en calle Torrijos actual Carreterías, ejecutado por Antonio Moreno. Y el del Círculo Malagueño, en el muelle, obra de Joaquín García Toledo y Vicente Moreno. Otros arcos, por encargo de industrias, comercios y empresas malagueñas, se levantaron en la ferrería La Constancia, por la familia Heredia; en la Industria Malagueña, por los Larios; la Estación de Ferrocarriles Andaluces y un quiosco embarcadero en el Puerto. En el callejón de la Florida se construyó un arco de follaje; en la calle de la Trinidad, tres; uno en Martiricos; siete en la Huerta Alta y varios en la Alameda de Capuchinos y Olletas. La reina pasó después por el arco del Liceo, plano y dirección del arquitecto Ángel Romero.
El alojamiento elegido para tan numerosa comitiva se estableció en la Aduana, hoy sede del Museo de Málaga, preparado lujosamente a tal efecto con anterioridad. Los días que permaneció en esta ciudad, la reina realizó numerosas actividades de todo tipo. Empezaremos por la inauguración oficial del ferrocarril  Córdoba-Málaga, la estación de ferrocarriles de Málaga; puso la primera piedra del Hospital de la Reina, hoy Hospital Civil Provincial; inauguró la Exposición Agrícola, Industrial y Pecuaria, organizada por la Sociedad Económica de Amigos del País en el Paseo de Reding. Como conmemoración de dicha exposición fueron realizados medallones que agradaron mucho a la Reina. En conmemoración de la visita, se alzó un arco del triunfo diseñado por el arquitecto  José Trigueros.
Muelle del puerto de Málaga en el siglo XIX.
El día 18 de octubre de 1862 empezaron las visitas públicas de la comitiva real, empezando por la escuela de párvulos, Isabel II puso la primera piedra para un nuevo hospital, visitaron la plaza de toros… y muchos más eventos y monumentos y fábricas. A las 7 de la tarde asistieron a la quema de los fuegos artificiales organizados en su honor.
En Málaga donó la Reina 20.000 reales a diez conventos, 100.000 reales a los pobres de diez parroquias, 20.000 al Hospital de San Julián, 40.000 para el socorro de los pueblos, 28.000 como recompensa a varios artistas, 12.000 a los cocheros que prestaron sus servicios a personas reales, así muchas más donaciones hasta llegar a 500.000 reales a repartir.


El día 19 por la mañana visitaron el recién construido Convento de la Trinidad, adonde se habían trasladado las monjas de la Paz; y después se trasladó al Hospital de la Santa Caridad, hoy sede de la Agrupación de Cofradías en San Julián. Finalmente paseó por la calle Nueva, conversando con las gentes. Los monarcas abandonaron la ciudad el domingo 19 a las cinco de la tarde a bordo del vapor “Isabel II”, al que daban escolta once buques de guerra, camino hacia Levante.

Uno de los objetos más importantes de su industria que llamaban la atención era el hilo y algodón de las fábricas de los Sres. Larios y los productos de la herrería de los Sres. Heredia, Cañas de azúcar, pañuelos y objetos de seda. Utensilios de viaje, toneles, jabones, máquinas de agricultura y muchísimos artículos más. El director de la exposición D. Vicente Martínez y Montes dio un pequeño discurso en presencia de la Reina.
Vista general de la ciudad de Almería en 1862. Fotografía de Charles Clifford.

El día 20 de octubre llego la familia real a la ciudad de Almería. Partieron desde Málaga en barco hasta Almería, SS.MM viajaban en el barco de vapor que llevaba su nombre “Isabel II”.
Pabellón de Esparto, hecho en Almería con ocasión de la visita real el 20 de octubre de 1862. Foto de Charles Cliffort.
Como era de esperar tuvieron una solemne entrada a la ciudad con aplausos y fuegos artificiales a su llegada. La reina hizo donaciones por un valor de 126.000 reales a repartir en distintas instituciones.
Navío Isabel II, atracado en la dársena de Cartagena. Fotografía de Charles Clifford, 1862.

El día 23 de octubre hizo su entrada la familia real en Cartagena. A las siete y media de la mañana los disparos de cañón anunciaban que el buque “Isabel II” llegaba a puerto. La llegada de la Reina, su marido y los infantes Alfonso e Isabel a la ciudad de Cartagena, se produjo sobre las seis y cuarto de la mañana del 23 de octubre de 1862, pero el desembarco a tierra no tendría lugar hasta las once y media, debido al malestar en que se encontraba la Reina tras la travesía desde Almería.

El descenso se realizó en la dársena de botes, entrando al recinto urbano por las puertas del muelle. La ciudad se encontraba totalmente engalanada y con toda su gente ansiosa de vitorear a los monarcas, en la bahía y Arsenal, donde fondearon varios buques de la Armada: las fragatas “Carmen” e “Isabel II”, la “Berenguela”, el vapor “Colón”, y las goletas “Lucía” y “Consuelo”.

El recibimiento estuvo amenizado por ocho bandas de música que acompañaron a la comitiva por las calles de la ciudad de Cartagena hasta el Palacio de la Capitanía General, lugar donde se instaló la Familia Real en los dos días de permanencia en esta localidad. Visitaron la Maestranza -Parque de Artillería, la Iglesia-Hospital de la Caridad y otros conventos e instituciones cartageneras.

Por la noche, con la ciudad iluminada por miles de farolillos y bombillas amarillas y encarnadas, se ofreció a sus majestades una serenata, y más de cuatro mil hombres participaron en la procesión de los obreros del Arsenal. La jornada acabó con un baile que ofreció a la Reina el Ayuntamiento en el castillo de la Concepción.

La familia real se instaló en el Palacio de la Capitanía General y en estos 2 días de estancia en Cartagena visitaron: la Maestranza de Artillería, la iglesia de los Cuatro Santos, el Hospital de la Caridad y las minas cartageneras, donde la reina bajó a un pozo que contaba 300 metros de profundidad. Especial relevancia tuvo la visita a la Sierra Minera. Dentro del programa se incluía la bajada a una mina, en concreto al llamado pozo La Belleza, en Herrerías, con una profundidad de 300 metros, siendo la primera vez que un monarca realizaba este tipo de visita. Para ello se acondicionó un tren minero con varios vagones que fueron convenientemente transformados para dicho evento.

Tal toma de contacto in situ de la más alta autoridad nacional, generó innegable interés por la explotación rentable y positiva de la zona, iniciándose una nueva era de desarrollo económico determinante para los años siguientes en Cartagena y su comarca.

Otro hecho destacable fue la inauguración oficial del primer servicio ferroviario que enlazaba Murcia y Cartagena.

Desde el día  24 al 27 de octubre de 1862, la familia real permaneció en  Cartagena al completo, acompañando a la reina: su marido Francisco de Asís y sus hijos, los infantes Isabel y Alfonso.

La reina pasó unos días en Cartagena, había llegado proveniente de Málaga en un viaje por Andalucía. Según el cronista real, Fernando Cos-Gayón, la comitiva real arribó al puerto de Cartagena el 22 de octubre a eso de las 6:15 de la mañana. Fue recibida por las autoridades y lo más selecto de la sociedad cartagenera. También por 8 bandas de música, que embarcadas en botes, tocaban la Marcha Real.

Finalizada su estancia en Cartagena, Isabel II se montó en un tren en la “provisional” estación de ferrocarril, ya que no existía estación alguna. Su destino era Murcia. Con este viaje inauguraría la vía férrea que uniría desde ese momento las dos ciudades más importantes de la región murciana.

Finalizada su estancia en Cartagena, Isabel II se montó en un tren, improvisándose el lugar de embarque, ya que no existía estación alguna. Su destino era Murcia. Con este viaje inauguraría la vía férrea, que uniría desde ese momento, las dos ciudades más importantes de la Región. Pero, como cuentan las crónicas, “las obras de la vía férrea se hallaban bastante lejanas a su conclusión”. Aquel viaje, en realidad, no fue inaugurar el ferrocarril. Pero como nos cuenta el cronista “las obras de la vía férrea se hallaban bastante lejanas a su conclusión”. Aquel viaje, en realidad, no fue inaugurar el ferrocarril. Los reyes marcharon de Cartagena a Murcia, por unas improvisadas vías colocadas a prisa y corriendo por la empresa ferroviaria, para el uso exclusivo de aquel día. De hecho, no mucho después, aquellas improvisadas vías fueron destruidas por una riada.
Después de unos días visitando Cartagena marcharon a Murcia en tren. Anunciaron la salida de Cartagena por telégrafo y rápidamente senadores y diputados fueron a la estación a esperar la llegada de la familia real y el gobernador de la provincia Pedro Celestino Arguelles.
Los reyes marcharon de Cartagena a Murcia, por unas improvisadas vías colocadas a prisa y corriendo por la empresa ferroviaria, para el uso exclusivo de aquel día. De hecho, no mucho después, aquellas improvisadas vías fueron destruidas por una riada. Cuando los reyes llegaron a Murcia, se apearon en otra improvisada estación. 
Arco del Triunfo construido a la entrada de la antigua plaza de Toros (Camachos) con motivo de la visita de la Reina Isabel II a Murcia. Fotografía de Charles Clifford, 1862.

Cuando los reyes llegaron a Murcia, se apearon en otra “improvisada” estación, en un pabellón de 40 metros de largo, donde aguardaban las autoridades y algunos de los 15 mil murcianos que esperaban a la reina Isabel.

A su llegada a la estación fueron recibidas con felicitaciones, subieron SS.MM a un lujoso coche de caballos y se dirigieron a la calle Floridablanca, al ruido de las salvas de artillería y repicar de las campanas dieron suelta a centenares de palomas y el clamor de miles de personas que gritaban ¡¡¡Viva la Reina!!!

Como sabemos, la comitiva real, arribó a Murcia procedente de Cartagena en tren, por la estación del Carmen. Inaugurando con este viaje la línea férrea que unía Murcia y Cartagena. Tras la bienvenida en la estación, la reina se dirigió al Palacio Episcopal, donde se alojó.

El día 25 de octubre de 1862, oyeron misa los reyes en la catedral murciana, en la que ofició el obispo Francisco Landeira, después vieron las alhajas de la catedral y la urna que guarda el corazón de Alfonso “El Sabio” que este mando depositar en Murcia en recuerdo de lo fiel que la ciudad había sido con él. El día 26 de octubre la comitiva real visitó la iglesia de San Agustín, donde estaban expuestas las esculturas que se custodian en la ermita de Jesús, y son obra del artista Salcillo, de cuyo nombre tanto se enorgullece Murcia.

Donó la reina 20.000 reales a la casa de misericordia, 20.000 a la de expósitos, 30.000 a los pobres de las parroquias de la capital, 140.000 en ayuda a los pueblos de la provincia… un total de 372.000 reales a repartir en diferentes gratificaciones. El día 27 de octubre SS.MM se preparaban para despedirse de Murcia y regresar a Madrid.
 
Palacio Episcopal de Murcia en la calle Arenal donde estuvo alojada la familia real.



Detalle del balcón del Palacio Episcopal de Murcia donde estuvo alojada la reina Isabel II en su visita a la ciudad. Llamado El balcón de la Reina Isabel.
Durante este recorrido, fue vitoreada por cientos de murcianos que querían ver la regia visita. En el trayecto, se colocaron varios arcos para recibir a la familia real. Según las crónicas, uno de los mejores arcos fue el que se colocó en la Plaza Camachos. Medía 20 metros de altura y portaba una leyenda que decía: “Murcia a su Reina”.

Durante estos días de visita real, Isabel II asistió a misa en Catedral, subió al Santuario de la Fuensanta, (le regaló un manto a la patrona la Virgen de la Fuensanta, el manto más antiguo que se conserva), contempló las imágenes de Salzillo, visitó los conventos de las Agustinas y Teresas y, por supuesto, inauguró el nuevo teatro de Murcia. Al que le puso por nombre: Teatro de los Infantes, en honor a sus hijos.

Teatro de los Infantes de Murcia que después sería el Teatro Romea de la capital murciana.

Para la ciudad de Murcia la puesta en marcha del Teatro de los Infantes, suponía un paso adelante a nivel cultural. Ya que desde la demolición del Teatro del Toro en 1857, Murcia no contaba con un escenario para representaciones importantes. El nuevo teatro se encontraba en la antigua Plaza de los Duques de Montpensier o Plaza del Esparto, más conocida por ser parte del Convento de Santo Domingo.

A eso de las 10 y cuarto de la noche, la comitiva real hizo acto de presencia en el teatro, entre vítores y aplausos. Instalada, como no podía ser de otra manera, en el palco real; la reina respondió al entusiasmo general, saludando a los presentes con un pañuelo.

Fue en ese momento, cuando la reina se percató de que había perdido una pulsera de brillantes que portaba en una de sus muñecas. Suerte tuvo ya que, según cuentan las crónicas, fue una joven murciana la que encontró la joya (1).Y entendiendo a quien podía pertenecer, se apresuró a entregarla a uno de los alabarderos de la reina.
Referencia en la prensa de la pérdida de la pulsera de la reina Isabel II en Murcia.
Isabel II quedó muy agradecida por el detalle. Quiso conocer a la murcianica y ordenó que la buscasen, pero la joven ya no se encontraba ni en el teatro ni en los alrededores. Seguramente no tenía entrada. La reina insistió para que se extremara la búsqueda, ya que al día siguiente partía de Murcia y quería agradecer a la joven su gesto. Pero nadie encontró a la muchacha.

Vista general de la ciudad de Murcia en el año 1862. Foto de Charles Clifford.

Ocho bandas de música esperaban a la reina mientras la gente gritaba ¡¡¡Viva la Reina!!!
Donó la reina 116.000 reales para repartir en distintas casas de la caridad.
A la mañana siguiente, la reina Isabel se despidió de los murcianos. Salió del Palacio Episcopal y desde la Plaza de San Leandro, cruzó por la calle Val de San Juan hasta Santa Eulalia, y de allí por la Puerta de Orihuela se marchó hacia Alicante.
Seguro que, en algún momento, se acordaría de aquella murciana anónima. Que le devolvió una bonita y carísima pulsera de brillantes, a la mismísima Reina de España.
El 29 de octubre a las 5 de la tarde entraban en Madrid.
Crónica del viaje de los reyes por Andalucía en el año 1862.
Sirva como epílogo del viaje referir, que si disponemos de una amplia selección de imágenes sobre este viaje real, es debido al gran reportaje que ya en este tiempo realizó el prestigioso fotógrafo inglés Charles Clifford, durante la visita que realizó la reina Isabel II de Borbón a las provincias del sur peninsular, entre los meses de septiembre y octubre de 1862, reportaje que se realizó por encargo de la reina Isabel, ya que la reina lo había nombrado fotógrafo real. De la única ciudad y provincia de la que no se hicieron fotos en estos viajes fue de Huelva, puesto que la reina tuvo que anular su visita a esta ciudad tras caer enferma.

Granada 7 de noviembre de 2019.

Pedro Galán Galán.

Bibliografía:

Arróniz, Miguel R.: Crónica oficial de los festejos celebrados en la Ciudad de Murcia. Junta Central de Festejos del Ayuntamiento, 1 de diciembre de 1862.

Gos-Cayon, Fernando: Crónica del Viaje de sus Majestades y Altezas Reales a Andalucía y Murcia. Madrid, Imprenta Nacional, 1863.



Referencias de citas de este artículo:

(1) Arróniz, Miguel R.: Crónica oficial de los festejos celebrados en la Ciudad de Murcia. Junta Central de Festejos del Ayuntamiento, 1 de diciembre de 1862.
 

2 comentarios:

El Cajón de los Misterios dijo...

Fantástico artículo. Enhorabuena.

PEDRO GALÁN GALÁN dijo...

¡Muy agradecido por tu apreciación! Cordiales saludos.