LA
DURA VIDA DE LOS GALEOTES EN GALERAS ALIMENTADOS CON BIZCOCHO DE CEREALES.
Recuerdo haber escuchado decir a algún conocido la célebre frase del filósofo español Ortega y
Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Parecía que cuando se decía esto, se
estaba queriendo decir que no todo lo que ocurre en la vida de las personas
depende de él o de ella, que tanto él como ella no son del todo responsables de
lo que le ha sucedido en su vida personal, porque también han influido
poderosamente las circunstancias. Ortega decía que el “yo” era uno de los
ingredientes de la vida y que había otro ingrediente y este era “la
circunstancia”.
Por “circunstancia” se entiende
literalmente lo que está a mi alrededor, “circumstancia”, lo que me circunda.
Somos un organismo vivo. Un organismo vivo tiene su medio donde nace, crece, se
desarrolla y muere. Decimos que la vida de un organismo está formada por el
propio organismo y su medio, forman una unidad, lo que quiere decir que si
cambia el medio cambia al organismo y viceversa (esto es importante), porque
aun siendo organismos vivos, en los seres humanos hay algo más. Los humanos
tenemos pensamiento, y por tanto buscamos sentido en las cosas. Nos preguntamos
el porqué y el cómo de lo que somos.
“Yo soy yo y mi circunstancia”
está muy lejos de ser una frase determinista, porque la circunstancia nos ha marcado la vida. La verdad es que las
circunstancias son limitadas, determinadas: yo soy como soy, pero dentro de esa
circunstancia hay holgura, siempre y cuando yo entienda el medio en el que
vivo.
Esta famosa frase tiene una
coletilla, una segunda parte que dice así: “si no la salvo a ella, no me salvo
yo” (refiriéndose a la circunstancia). Si yo explico mi medio, lo salvo del
silencio y del sinsentido. A eso es a lo que nos invitaba Ortega y Gasset.
Con estas reflexiones
comenzamos un capítulo interesante de un personaje D. Miguel de Cervantes que
visitó nuestra villa allá por los años 1591 (desde octubre de este año) y quizá
con mayor seguridad en 1592, según el protocolo notarial de marzo de este año
1592, como comisionado por orden indirecta del Rey Felipe II para conseguir
cereales y legumbres con que preparar el bizcocho, alimento básico de los
galeotes que remaban en galeras. Esos barcos que tantas alegrías y algunas
penas trajeron a la corona española a través de los siglos.
Abordaremos en este artículo
una primera parte relacionada con la presencia de Don Miguel de Cervantes
Saavedra en nuestra villa y otra segunda que nos muestre la vida de los
galeotes en galeras.
En el año 1591, nuestro rey
Felipe II necesitaba aprovisionar las galeras de España para sus batallas en el
mar, precisaba disponer de las materias primas con que elaborar el bizcocho que
servía de alimento a los galeotes hecho de trigo, habas y garbanzos.
Para abastecer los suministros
de alimento a los galeotes de las galeras era necesario proveerse de granos con
que preparar el llamado bizcocho de galera. Por este motivo Don Miguel de
Cervantes Saavedra visita nuestra villa, aunque desconocemos la fecha exacta de
la visita.
Decía Ortega que cada uno de
nosotros somos nuestro yo y nuestras circunstancias, nada más cierto, como
hemos podido comprobar a lo largo de nuestras vidas.
Las circunstancias de la vida
de Cervantes hicieron que realizase un
recorrido por Andalucía por el trabajo que el rey Felipe II le había
encomendado de Recaudador o Comisario
Real de Abastos.
Las últimas voluntades de su padre,
le llevaron de forma inesperada a
abandonar, o al menos reducir por un tiempo su dedicación
al ejercicio de
su vocación literaria,
pues debió buscar
un oficio con
el obtener posibles que le permitieran atender las
necesidades de la familia de
la que debía
hacerse cargo. Por esta razón, tras un viaje de Esquivias
a Toledo acompañando
las reliquias de
Santa Leocadia para
ser veneradas por
el rey Felipe
II, el ejercicio de este deber le llevó a ingresar en 1587
en la
Administración Pública, consiguiendo
el puesto de
Recaudador o Comisario
Real de Abastos
en la ciudad
de Sevilla, labor
que comenzó a
desempeñar un año
más tarde y que desarrolló durante un periodo de seis años.
Durante este tiempo
solicitó ocupar diversos
puestos de administrador de entre los vacantes en las
Indias, tales como el de contador, en el Reino
de Granada, y
el de Gobernador
de Soconusco en
Guatemala, propuestas todas que fueron rechazadas por el Rey.
Conforme a
los dictados reales,
la misión de
Cervantes radicaba en recaudar los
aceites y cereales con los que
provisionar los galeones
que debían atracar
en Inglaterra para
dar sustento a
la Armada Invencible.
No fue una tarea sencilla, pues al vencimiento de la resistencia
de los maltrechos
campesinos, muchas veces encolerizados
por no recibir
el pago de
las requisas, se
sumó en cierto modo la
incompetencia de un nutrido grupo de sus colaboradores en tan delicada
función, que le llevaron a ser objeto de presentación de numerosas y continuas reclamaciones, y por tanto la participación
en procesos judiciales.
Llevando “vara de alta
justicia” recorrió las villas de El Arahal,
Benacazón. Castilblanco de los Arroyos, Benacazón, Carmona, Coria, Estepa, Gerena, Marchena, Morón de
la Frontera, La Puebla de Cazalla,
Osuna, Paradas, Utrera y Écija,
localidad esta última en la que fijó su residencia temporalmente. La confiscación de
cereales por la fuerza a varios
propietarios, uno de ellos un eclesiástico, le llevó
a que fuera
excomulgado por el
Vicario General de Sevilla.
Desde allí se desplazó en 1592,
como muestra un protocolo notarial de 14 de marzo de este año, a Jaén,
donde requisó trigo y cebada para la elaboración de
bizcocho en las poblaciones de Antequera
y el Puerto
de Santa María, el bizcocho era el alimento básico en
la dieta de los soldados españoles. También se desplazó a Úbeda para la compra de aceite.
Sobre la misión a cumplir por Miguel de Cervantes en el Obispado de
Jaén, por mandato real tenemos la mejor información desde el año 1979, en que
mi ilustre profesor D. Luis Coronas Tejada publicó un trabajo inmejorable sobre
la estancia de D. Miguel de Cervantes en la ciudad de Jaén. Con ocasión de la
firma del título real de Proveedor general de las galeras de España a favor de
Pedro de Isunza, hombre de confianza y conocedor sin duda de tan avezado
trabajo. Pedro de Isunza se instala en el Puerto de Santa María y pone a su
cargo a varios hombres que anteriormente habían realizado trabajos de
aprovisionamiento de las galeras, y entre ellos estaba D. Miguel de Cervantes
Saavedra, tras su azarosa vida en Nápoles, Lepanto, Argel, etc...
El día 1 de Octubre de 1591 El
proveedor general de las galeras de España, Pedro de Isunza, dio un traslado de
la comisión a los comisarios Diego de Ruy Sáenz y Miguel de Cervantes Saavedra,
personas de confianza, habilidad y suficiencia, para sacar y comprar 60.000 fanegas
de trigo, garbanzo y habas en el Obispado de Jaén, Antequera, y Oya de Medina
(Coronas Tejada, 1979; Sliwa, 2005).
Habitualmente, tanto Diego de
Ruy Sáenz como Miguel de Cervantes Saavedra se reunían con el concejo de las
localidades o ayuntamiento donde iban a requisar estos cerezales, y rara vez
hablaban con vecinos y particulares directamente, a no ser que fuesen
necesarias las gestiones de vecinos para conseguir una mayor cantidad de la
mercancía que solicitaban.
El 16 de Noviembre de ese mismo
año 1591, se hace un traslado de la comisión dada por Pedro de Isunza a Diego
de Ruy Sáenz y Miguel de Cervantes Saavedra para sacar y comprar 60.000 fanegas
de trigo, garbanzos y habas. En este escrito, que expondremos a continuación se
citan algunas localidades que debían visitar los comisionados para la
adquisición de la mercancía.
Se expone aquí la trascripción
de los legajos sobre este traslado a Diego Ruy Sáenz y Miguel de Cervantes
Saavedra (Coronas Tejada, 1979; Sliwa, 2005): Son los que vienen reseñados como
Folio CCLIIII, continúa en Folio CCLIIII
v, y sigue en el Folio CCLV, y Folio CCLV v. y continúa en Folio CCLVI r. y
Folio CCLVI v. cuya trascripción íntegra trascribimos:
Primera de las dos comisiones escrituradas en Jáen por Miguel de Cervantes Saavedra a favor de Antón Cavallero. Folio LVr. Legajo 859. (Archivo Histórico Provincial de Jaén). |
(Folio CCLIIII) «Este es traslado bien e fielmente sacado de vna comisión original firmada de Isunça, Proueedor General de las galeras Despaña por el rrey nuestro señor y rrefrendada de Juan de la Torre escriuano sigún por ella pareçía, su tenor de la qual es el que sigue: Pedro de Ysunça, proueedor general de las galeras Despaña por el rrey nuestro señor. Por quanto en este Puerto de Santa María y en otras partes desta provinçia del Andaluçía se a de fabricar cantidad de bizcocho para prouisión del (sic) las galeras Despaña por la muncha neçesidad que del ay y conuiene a el seruiçio de su magestad que en las partes más a el propósito como son el Obispado de Jaén en la misma çiudad, Vbeda, e Baeça y Andújar, La Guardia, Pegalaxar, el Marmolejo, Canbil, Guelma, Albanchez, Belmar, Torres, Jódar, Menxíbar, Xabalquinto, Linares, Bilches, Ybros, Santesteban del Puerto, La Moraleda, Solera, Cabra, Baylén, Caçalilla, Villanueva de Andújar, La Higuera de Andújar, Arjona, Porcuna, Arjonilla, Lopera, Torredonximeno, Torrecanpo, Jamilena, Martos, Balencuela, Santiago, La Higuera de Martos, el Billardonpardo, Bexixar, Lopión, El Canpillo, El Mármol, Rrus, Canena, Latorre Peroxil, Ysnatorafe e Billanueba del Arçobispo, Las Nauas, Villacarrillo, La Manchuela, Albanchez, y en sus lugares e contornos y tanbién
Continuación del traslado de la comisión dada por el proveedor de galeras Pedro de Isunza a Diego Ruiz y Miguel de Cervantes. Folio CCLIIII v. Legajo 856 (A.H.P.J.) Folio CCLIIII v. |
Folio CCLV r (Archivo Histórico Provincial de Jaén) |
(Folio
CCLV r.) y a el partido de Antequera y Oya de Medina, y en las çiudades, villas
e lugares arriba espresados enbarguen y tomen por de su magestad toda la dicha
cantidad de trigo, habas e garbanços que pudieren y hayaren poder de las
personas que lo tengan de qualquier calidad, estado e condiçion que sean syn
rreseruar ninguna dejándoles de lo que cada vno tubiere lo que vbiere menester
para su sustento, comida de su cassa e familias, no más, y si para conprar y enbargar
la dicha cantidad fuere neçesario haçerse conçertándose con los dueños a el
preçio que se obiere de pagar ante la Justiçia mayor de las dichas çiudades,
villas e lugares ynformándose el que tubiere cada hanega del dicho trigo, haba
e garbanço y el que vbiere balido quatro días antes y anbiéndolo uisto e mirado
lo procurarán de manera que sea al más benefiçio de la rreal haçienda que se
pueda adbirtiendo que en esto no se haga agravio ni ynjustiçia a las personas
de quien el dicho trigo, haba e garbanço se tomare e comprare y hecho que se
aya el dicho enbargo y el rrepartimiento de lo que cada vno abía de dar lo
sacará de las partes y casas donde esté y lo pondrá en almaçenes buenos y bien
acondiçionados adonde lo yrán recoxiendo y luego me auisarán la cantidad que
vbieren rrepartido que estará rrecoxido para que le ordene a donde le vbieren
de conduçir y a las tales personas a quien se tomare
(Fol. CCLV v.) el dicho trigo,
haba e garbanços asegurarán que porque su magestad a mandado proueerme dosçientos
mill ducados a este Puerto para las prouisiones de mi cargo que como lleguen yo
les mandaré pagar lo que montare y que por no auer de presente ningunos no se
les paga y darán les çertificaçión a cada vno de la cantidad que les tomaren e
de los preçios a que se les a de pagar cada cossa para que por virtud dellos se
haga la dicha paga y en todo an de guardar el tenor de la ystruyçión que se les
a dado a parte y procurarán haçerlo con la mayor suauidad y menos rruido y
escándalo que se pueda y tan a satisfaçión de los dueños que entiendan que la
neçesidad obliga a questo se haga haçiéndoles muy buen tratamiento que para
todo lo susodicho y tomare los bagages, carros e carretas que fueren menester
para conduçir el dicho trigo y legunbres a las partes que les ordenare y lo que
más conuenga a el seruiçio de su magestad tocante a esta comisión: avnque aquí
no vaya espresado doy a los dichos Diego de Rruy Sáenz y Miguel de Cervantes
Saabedra quan bastante poder a mi me da en virtud de su rreal título e porque
no podrán acudir por sus personas a algunos trabajos que se ofreçerán en la
conpra y saca del dicho trigo, haba e garbanços
Folio CCLVI r (Archivo Histórico Provincial de Jaén) . este folio termina con las palabras ... personas y bienes y el tiempo que... |
(Fol. CCLVI r.) y conduta dello
ni otras cossas que conuengan para su buena quenta e rraçón nonbrará cada vno
dellos vna e dos personas que les ayuden para que lo puedan haçer con más
façilidad y tengan muy buena quenta ocupándolos en tiempo que fuere forçosso y
no otro ninguno, e les señalarán vn salario muy moderado, y de parte de su
magestad rrequiero, de la mía pido e rruego a las justiçias y otras personas de
los dichos lugares y de los demás donde los dichos Rruy Sáenz y Cervantes
Sayabedra fueren en cunplimiento de lo en esta mi comisión contenido le den y
hagan dar el fauor e ayuda que les pidieren y vbieren menester y no consientan
que persona alguna les estorben i ynpida porque ansí conuiene a su rreal
seruiçio e de lo contrario lo rreçebirá muy grande y le daré auiso como acuden
a las cosas que tanto le ynportan, y ordeno y mando a qualesquier escriuanos de
su magestad hagan con el susodicho los autos e diligençias que conuengan de que
le harán los testimonios que pidiere en manera que hagan fee so pena de
çinquenta mill maravedís para los gastos de las dichas prouisiones a los que lo
contrario hiçieren e les doy poder e comisión de nuevo por la que los puedan
executar en sus personas e bienes, y el tienpo que
Folio CCLVI v , que comienza con : y en esto se ocuparen y termina con : ...del proveedor general Rui de la Torre... |
(Fol. CCLVI v.) en esto se
ocuparen se les a de pagar a rraçón de quatroçientos maravedís cada día y an de
goçar dellos desde la data que partan a lo susodicho hasta el que acauaren y a
cada vno de los dichos Diego de Ruy Sáenz y Miguel de Cervantes Sayabedra se
les da esta comisión aparte para que en birtud della se ayuden el vno a el otro
y se haga el seruiçio con más façelidad e lo mismo an de haçer Marcos Delgado e
Niculás Benito, sus ayudantes, e tomando la rraçón desta Pedro de Arriola que
por orden de su magestad sirbe el ofiçio de contador de las dichas galeras.
Dada en el Puerto de Santa María primero de otubre de mill e quinientos e
noventa e vn años. Pedro de Ysunça. Tomó la rraçón Pedro de Arriola.------------^^------
Y
demás de lo contenido en la comisión de arriba se da poder enteramente quan
bastante se rrequiere a los dichos Diego de Rruy Sáenz y Miguel de Cerbantes
Saabedra para que ansí mismo puedan sacar toda la cantidad de çeuada que fuere
menester para conduçir el trigo, haba e garbanços que se les a ordenado que
conpren, enbarguen, conduzgan por esta comisión para su seruiçio y
entretenimiento destas dichas galeras. Pedro de Ysunça. Por mandado del
proueedor general Juan de la Torre escriuano.
Continúa en principio de la página siguiente con el texto:
Fecho e sacado, corregido e conçertado fue este dicho traslado con su original de donde fue sacado que concoreda con él en la çiudad de Jaén a diez e seys días del mes de nouienbre de mill e quinientos y noventa y vn años, siendo testigos a lo uer, sacar, corregir y conçertar Bartolomé de Santiago e Luis de Ayala, veçinos de Jaén. Yo Pedro Núñez de Ayala, escriuano del rrey nuestro señor e su escriuano público, vno de los de el número de la çiudad de Jaén y su tierra... presente escriuano doy fee dello e fize mi signo. En testimonio, Pedro Núñez de Ayala».
Continúa en principio de la página siguiente con el texto:
Fecho e sacado, corregido e conçertado fue este dicho traslado con su original de donde fue sacado que concoreda con él en la çiudad de Jaén a diez e seys días del mes de nouienbre de mill e quinientos y noventa y vn años, siendo testigos a lo uer, sacar, corregir y conçertar Bartolomé de Santiago e Luis de Ayala, veçinos de Jaén. Yo Pedro Núñez de Ayala, escriuano del rrey nuestro señor e su escriuano público, vno de los de el número de la çiudad de Jaén y su tierra... presente escriuano doy fee dello e fize mi signo. En testimonio, Pedro Núñez de Ayala».
Por los textos trascritos y por
los diarios escritos del propio Cervantes se sabe que visitó Jaén junto a un
grupo de personas que también se dedicaban como comisionados a conseguir la
provisión de cereales y legumbres para alimentar a los galeotes. En su diario,
Cervantes cuenta que no salió de la habitación de la posada donde se alojó
cuando estuvo en Jaén, ubicada justo en la zona amurallada de la capital. Dice
en su diario que Jaén es una ciudad fría, donde se comía muy mal, en
definitiva, que Jaén no sale bien parada, parece que no le gustó la ciudad. En
cambio en los diarios de las personas que lo acompañaban hablan muy bien de
Jaén, donde dicen que era una ciudad barata, la gente era muy campechana, se
comía muy bien y valoraban el entorno monumental de la ciudad. Los
historiadores han valorado más los diarios de los comisionados que acompañaban
a Cervantes que al propio escritor ya que Cervantes no salió por la ciudad y
parece ser que solo estuvo metido en su habitación.
D. Miguel de Cervantes Saavedra. |
Los desplazamientos a la
provincia jiennense se alternaron con los desarrollados por la provincia de
Cádiz, en concreto por los municipios de Medina Sidonia,
Villamartín, El Puerto de
Santa María, y Zahara de los Atunes,
de cuyas numerosas almadrabas se nutrieron las arcas
reales.
El ejercicio eficaz de su
cometido le hicieron acreedor de
numerosas felicitaciones de sus superiores, que vinieron acompañadas de la concesión, como premio, del embargo, la
requisa y el almacenamiento de 30.000
fanegas de trigo en las provincias limítrofes a Sevilla.
Fundamentalmente en la provincia de Huelva, lo
que le llevó a visitar Almonte, Beas, Bollullos del
Condado, Bonares, Escacena, Hinojos,
Niebla, La Palma del Condado,
Lucenilla, Manzanilla, Paterrna, Rociana,
Villagarcia de la Torre, Villalba del Alcor y Villarasa. En
la provincia de Córdoba estuvo negociando la compra de aceite, donde la
existencia de irregularidades contables
le llevó a ser encarcelado en
Castro del Río el 19 de septiembre del año 1593, obteniendo la libertad bajo
fianza días más tarde, tras ser sometido
a investigación y presentar apelaciones
ante Consejo de Guerra. Posteriormente,
se desplazó a
Madrid, para presentar
las cuentas de
1594, realizando una
breve estancia.
Carta autógrafa de Miguel de Cervantes de fecha 17 de febrero de 1582 dirigida a Antonio de Eraso, secretario del Consejo de Índias. (Archivo General de Simancas, Legajo 123,1.) |
A instancias de un amigo
influyente en la Corte, es nombrado
por la Corona Recaudador de la provincia
de Granada, otorgándole el
encargo de recaudar
las cuantiosas tasas
atrasadas (10.557.029 maravedíes) en la capital y en los municipios
de Alhama de Granada, Almuñécar, Baza, Guadix, Loja, Motril y Salobreña. Una vez aceptado, se compromete a llevar a buen
puerto el proyecto encomendado, en un plazo
de 50 días, debiendo depositar un aval o fianza por la totalidad de sus bienes.
Tras no poder recaudar en
Granada lo adeudado en la Casa de la Moneda, el siguiente conflicto lo encontró
en Motril, donde los supuestos deudores
a la Hacienda le exhibieron unos
justificantes de pago
de los tributos que
resultaron ser falsos.
Dentro de la jurisdicción de Baza alcanzó a los municipios
almerienses de Benamaurel,
Cúllar, Fines, Freila,
Laroya, Macael, Somortín y Zújar, donde se negaban a pagar las
tercias y alcabalas,
atendiendo a que
debían contar con su exención al
tratarse de señoríos de repoblación reciente.
Desde Granada extendió su
gestión a la provincia de Málaga (al
barrio del Perchel
en la capital,
Alhaurín el Grande,
Álora, Cartama, Coín y Ronda),
viéndose continuamente salpicada su gestión por episodios de corrupción
de los recaudadores
que se encontraban bajo su mando, lo que
le llevó a
redactar numerosos informes
justificativos de sus acciones, llegando
incluso a reponer
su amigo Tomás
Gutiérrez ante el
Tribunal de Cuentas un desfalco
de 2.700 maravedíes para evitar
su entrada en la cárcel. No corrió la misma suerte unos meses más tarde, donde el
incumplimiento de ingreso en la
Hacienda, de algo más de 140.000 maravedíes, de deudas
pendientes en Vélez-Málaga, le
supusieron la privación
de libertad durante
un periodo de seis meses.
A luz
de lo anterior,
no se puede
decir que Cervantes
destacara en el
campo de la
gestión tributaria, pues aquel empleo “autoimpuesto” reservado a un selecto
grupo de
privilegiados, se convirtió
en una fuente
permanente de desventuras,
desarrolladas, en gran parte, por el sur de España. Lo anterior
obviamente no enturbia sus dotes e
inmensurable aportación como escritor, e incluso hay quien se
atreve a opinar
que más bien
lo contrario, pues
en su ejercicio
conoció a gran
parte de los
personajes que preñan
su producción y
en una cárcel
se engendró su
magna obra. Como
señala, el refranero español, “Hasta el mejor escribano
echa un borrón”.
Cuadro genealógico de D. Miguel de Cervantes Saavedra donde se indica la ascendencia cordobesa del insigne escritor del Quijote. |
La vida de don Miguel de Cervantes
fue ciertamente azarosa… El retrato más fidedigno que conocemos de Miguel de
Cervantes no se debe a los pinceles, sino a su propia pluma, con la que trazó
su “rostro y talle” en el prólogo a las Novelas ejemplares:
“Éste que veis aquí, de rostro
aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de
nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte
años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni
menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y
peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el
cuerpo entre dos estremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca
que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es
el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo
el Viaje del Parnaso, a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras
que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase
comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y
medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en
la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que,
aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más
memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los
venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la
guerra, Carlo Quinto, de felice memoria”.
Miguel de Cervantes Saavedra
fue el cuarto de siete hermanos: Andrés (1543), Andrea (1544), Luisa (1546),
(Miguel), Rodrigo (1550), Magdalena (1553) y Juan (1555). Una familia con
tantos miembros como secretos. “Se sabe muy poco de los hermanos de Cervantes
porque sólo han quedado de ellos los datos de los registros oficiales (como menciones
en testamentos y en los pleitos en los que estuvieron su padre y Miguel), que
tampoco son muy numerosos a causa de la vida itinerante de todos ellos, ya
desde los años en que su padre anduvo errante tras su prisión en Valladolid”,
señala el historiador Antonio Terrasa.
Carta Dotal de Cervantes y Catalina con firmas de ambos. |
Las estrecheces económicas, en
las que sin duda se crió nuestro insigne autor, forzaron a su padre Rodrigo a
emprender un vagabundeo por Valladolid, Córdoba y Sevilla en busca de mejor
suerte, nunca conseguida, sin que sepamos a ciencia cierta si su prole lo
acompañó en sus viajes o no. Si lo hizo, Cervantes podría haber aprendido sus
primeras letras en un colegio de la Compañía de Jesús de esas localidades, e
incluso haberse aficionado al teatro, una vocación que no abandonaría jamás,
bajo la tutela del padre Acevedo.
Busto de Catalina de Salazar y Palacios, esposa de Miguel de Cervantes. |
Desposorio de Cervantes y Catalina. |
Miguel de Cervantes se casó en Esquivias con una moza del pueblo, que no había llegado a los veinte años. Se casaron el 12 de diciembre de 1584. En abril de 1587 Cervantes abandona Esquivias. Se fue porque las necesidades económicas apremiaban y había que ganarse la vida en el lugar más rico, Andalucía, donde obtiene un oficio de comisario de abastos, aceite y cereal, para la Armada real. Lástima que, como siempre el gafe se interpusiera en su camino con la muerte de sus protectores y él siguiera, erre que erre, recorriendo los polvorientos caminos de Andalucía durante… ¡diez años!
Sin embargo, nuevamente en los
años de la transición del siglo XVI al XVII, perdemos su pista. Tal vez ya
entrado en edad, pudo volver a Esquivias. Desde luego, en 1603 el matrimonio
Cervantes se instala en Valladolid con la Corte, y con una legión de féminas,
que son hermanas, e hija del pater familias: Andrea, Constanza, Magdalena,
Isabel y, por añadidura, una criada, María de Ceballos.
Es complejo conocer cómo se
estructuran y evolucionan las distintas generaciones de la saga de la familia
Cervantes. Faltan datos sobre la vida de Juan, de quien se sabe de su
existencia por el testamento de su padre, o Magdalena, que según unos nace en
Valladolid y según otros en Madrid.
De las mujeres de la casa
(Andrea, Luisa y Magdalena), la única que tuvo descendencia directa fue Andrea
de Cervantes, madre de Constanza de Ovando, apellido que adquiere Constanza de
su padre biológico, Nicolás de Ovando, con quien se promete pero con el que no
casa por la fuerte oposición que muestran los padres del joven Nicolás a tal
unión.
Las otras dos hermanas, Luisa
de Cervantes y Magdalena de Cervantes, se dedican a la vida religiosa y mueren
sin descendencia. La primera ingresa a los 18 años en la orden carmelitana y
permanece hasta el día de su muerte, en 1623, en el convento de Las Carmelitas
Descalzas de Alcalá de Henares. Magdalena de Cervantes, entra el 8 de junio de
1609 en la Orden Tercera de San Francisco de Madrid y allí fallece el 28 de
enero de 1611.
Partida de Bautismo de Miguel de Cervantes. |
Miguel de Cervantes Saavedra
fue bautizado, el 9 de octubre de 1547, en la iglesia parroquial de Santa María
la Mayor, de Alcalá de Henares, lo que nos aclara su “patria chica” y, unido a
su nombre, permite aventurar que fue el 29 de septiembre, día de San Miguel, la
posible fecha de su nacimiento. Era el cuarto hijo de los seis que tuvo el
matrimonio Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas. Su padre sin más posibles
que el oficio de “médico cirujano”, no en su más alto grado, sino practicante o
barbero, un oficio del cabeza de familia a todas luces insuficiente para
sustentar con holgura tan pesada carga de hijos, máxime cuando el abuelo
paterno, el licenciado Juan de Cervantes, se había marchado a Córdoba, con
amante y esclavo negro, dejando abandonada a su familia.
El hecho cierto es que desde
1566 el cirujano Rodrigo de Cervantes estaba definitivamente establecido con su
familia en Madrid y que por esos años debió de iniciar el joven autor su
carrera literaria: primero, en 1567, con un soneto dedicado a la reina
(«Serenísima reina, en quien se halla»), con motivo del nacimiento de la
infanta Catalina, la segunda hija de Felipe II, que bien pudo estamparse en un
medallón gracias a Getino de Guzmán, el organizador de la celebración y
compadre de su hermano Rodrigo; después, en 1569, con cuatro poemas de corte
garcilacista dedicados a la muerte de Isabel de Valois, tercera esposa de
Felipe II, que le pidió Juan López de Hoyos, rector del Estudio de la Villa,
para incluirlos en la Historia y relación de las exequias reales. Cabe suponer,
entonces, que Cervantes se inició en la literatura bajo los auspicios del
humanista y gramático, pero desconocemos las circunstancias y el alcance de tal
magisterio. Tan sólo puede asegurarse que la primera vocación cervantina fue la
poesía, nunca abandonada aunque las musas no le fueran propicias:
“Yo, que siempre trabajo y me desvelo /
por parecer que tengo de poeta /
la gracia que no quiso darme el cielo”, reconocería muchos años después, en 1614, en el Viaje del Parnaso. Esos tempranos inicios poéticos se vieron truncados casi en sus comienzos.
“Yo, que siempre trabajo y me desvelo /
por parecer que tengo de poeta /
la gracia que no quiso darme el cielo”, reconocería muchos años después, en 1614, en el Viaje del Parnaso. Esos tempranos inicios poéticos se vieron truncados casi en sus comienzos.
Cardenal Giulio Acquaviva. |
El cardenal Acquaviva estuvo en
Castilla en 1568 unos días en una delegación diplomática. Algunos autores
sugieren que fue entonces cuando se conocieron y entablaron amistad el cardenal
Acquaviva y Cervantes.
Miguel de Cervantes salió desde
Madrid huyendo de la Justicia para Andalucía, tras una corta temporada en
Sevilla viaja al Levante y Barcelona donde llegará a Italia en septiembre del
año de Gracia de 1569, lugar donde no tenía jurisdicción el rey Felipe II. ¿Una
expatriación voluntaria o forzosa o un ausentarse de Madrid?
Tampoco existe constancia
documental de cómo realizó este viaje a Italia.
Hasta finales del siglo XIX no
se dio como bueno la «Real Provisión» que ordena su prisión firmada por el alguacil Juan de Medina en
Madrid, acusado de «haber dado ciertas heridas a Antonio Sigura, andante en
corte», documento que se encontró en el Archivo de Salamanca en 1840, y no es
hasta 1863 cuando Jerónimo Morán lo
inserta en el tercer tomo su Vida de Cervantes en la Imprenta Nacional y se
produce el «escándalo» en tiempo difíciles de identidad del reinado de Isabel
II y los cervantófilos de aquella época no le dan importancia y creen que pudo
ser otro joven «un Miguel de Cervantes».
Aunque tenemos la sentencia, hemos perdido el procedimiento de la causa
que, sin duda alguna, nos hubiera aclarado el origen verdadero de la pendencia
de honor, aunque otros dicen que fue
causa de amores juveniles.
Rey Felipe II pintado por Sofonisba Anguissola. |
Como no se presenta ante la justicia y es
declarado en rebeldía se dicta otra «Real Provisión», donde la justicia de
Felipe II se muestra severísima, tiempos en los que se practicaban las penas de
ablación y tortura o galera por la necesidad que tenía Felipe II de galeotes.
Procesos ya estudiados por Francisco Tomás y Valiente en El Derecho Penal de la
Monarquía Absoluta /siglos XVI-XVII-XVIII).Edi. Tecnos, Madrid, 1969.
La «Real Provisión» (orden de prisión) dice:
…en Rebeldía contra un myguel de
Çerbantes, absente, sobre Razon de haber dado çiertas heridas en esta corte A
Antonio de Sigura, andante en esta corte, sobre lo cual El dicho miguel de
Çerbantes, por los dichos nuestros alcaldes fue condenado A que con berguença
publica le fuese cortada la mano derecha y en destierro de nuestros Reynos por
tiempo de diez años y en otras penas contenidas en la dicha sentencia.
Cervantes tuvo que huir "con lo puesto" de Castilla por motivos que sus ilustres biógrafos
suponen fueron de honor. Llegado a Italia, en poco tiempo pasó a ser el
"camarero y paje predilecto” de un joven, poderoso y juerguista cardenal
de 24 años, que falleció a los 28 años, posiblemente víctima de sus excesos.
Algunos
autores franceses e italianos señalaron la posibilidad de una relación de
naturaleza sexual entre el purpurado y el joven escritor, para Mira, A., la
homosexualidad del cardenal era evidente.
En la Italia de mediados del
siglo XVI las relaciones homosexuales entre jóvenes se vivían con cierta
normalidad, para muchos de ellos poderse acercar a los poderosos cardenales era
una forma de ascender y lograr posición en la sociedad romana.
Lope de Vega, su acérrimo
enemigo, en más de una ocasión señaló la supuesta homosexualidad de Cervantes e
incluso el Quijote:
“Yo no sé de los, de li, ni lo/
yo no sé si eres, Cervantes, co ni cu/
orden fue del cielo que mancases en Corfú/
hablaste buey pero dijiste mu/
… Y ese tu don Quijote baladí/
de culo en culo por el mundo va/
vendiendo especies y azafrán romí”. (1).
“Yo no sé de los, de li, ni lo/
yo no sé si eres, Cervantes, co ni cu/
orden fue del cielo que mancases en Corfú/
hablaste buey pero dijiste mu/
… Y ese tu don Quijote baladí/
de culo en culo por el mundo va/
vendiendo especies y azafrán romí”. (1).
Miguel de Cervantes Saavedra. Litografía. |
A finales de 1569, sin saber
cómo ni por qué, hallamos al joven poeta instalado en Roma como camarero del
cardenal Giulio Acquaviva, al que serviría durante un tiempo para iniciar
pronto su carrera militar. En Roma al servicio del cardenal vive una situación
"plácida" hasta que de repente solicitan al cardenal información
sobre su favorito y este se ve obligado a pedirle información sobre él y su
familia. Llegada esta información sus biógrafos señalan que fue plenamente
satisfactoria. Lo curioso es que poco después de tener la información en regla,
Cervantes le entra un enorme fervor patriótico y deja la buena vida romana para
enrolarse como soldado raso en los Tercios Viejos. Un apátrida, perseguido por
la justicia castellana, lo deja todo. Para autores como Manuel Fernández
Álvarez (2), no hay
dudas: era patrioterismo puro.
A falta de mejor explicación,
el traslado a Italia se ha supuesto provocado por un mandamiento judicial de
ese año en el que se ordenaba la prisión y destierro de un
estudiante llamado Miguel de Cervantes, acusado de haber herido al maestro de
obras Antonio de Sigura, además de la pérdida de la mano derecha del afectado.
Mal que nos pese, la conjetura no es ni mucho menos descartable, a no ser que
nos quedemos a la espera, como sugiere Canavaggio, de descubrir la existencia
de “dos Miguel de Cervantes”. Entre tanto, lo cierto es que nuestro autor tuvo
ocasión de familiarizarse con la literatura italiana del momento, tan
influyente en su propia obra.
El ambiente pontificio no debió
de agradarle demasiado, pues hacia 1570 lo abandona para abrazar, durante unos
cinco años, la carrera militar, en la que tampoco le sonreiría la fortuna.
Supuestamente, se alistó primero en Nápoles a las órdenes de Álvaro de Sande,
para sentar plaza después, con toda seguridad, en la compañía de Diego de
Urbina, del tercio de don Miguel de Moncada, bajo cuyas órdenes se embarcaría
en la galera Marquesa, junto con su hermano Rodrigo, para combatir, el 7 de octubre
de 1571, en la batalla naval de Lepanto. Del tiempo de su permanencia en
Nápoles es su hijo Prometeo.
Batalla de Lepanto, 1571. Pintura de Ángel García Pino. |
Cervantes en la batalla de Lepanto según el pintor Ferrer Dalmau. |
Sin duda, luchó más que
valerosamente, pese a las fiebres que sufría a la sazón, desde el esquife de la
nave, pues recibió dos arcabuzazos en el pecho y uno en la mano izquierda, que
se la dejaría inutilizada para siempre. A cambio, quedaría inmortalizado como
“El manco de Lepanto” y conservaría hasta su muerte el orgullo de haber
participado en “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes,
ni esperan ver los venideros” (prólogo al Quijote de 1615).
Recuperado de sus heridas en
Mesina, en 1572 se incorpora a la compañía de don Manuel Ponce de León, del
tercio de don Lope de Figueroa, dispuesto a seguir como soldado, pese a tener
una mano lisiada. Pero, sin duda alguna, su carrera militar había tocado techo
con el reciente nombramiento de “soldado aventajado” y, aunque participa, sin
pena ni gloria, en varias campañas militares durante los años siguientes
(Navarino, Túnez, Corfú y La Goleta), pasa gran parte del tiempo en los
cuarteles de invierno de Mesina, Sicilia, Palermo y Nápoles. Consciente de ello
y hastiado de tal modo de vida, unos tres años después, Cervantes decide
regresar a España, no sin obtener antes cartas de recomendación del duque de
Sessa y del mismo don Juan de Austria, reconociéndole sus méritos militares,
con intención de utilizarlas en la Corte para obtener algún cargo oficial. Mal
podía imaginar que, muy al contrario, sólo le acarrearían disgustos tales
reconocimientos.
Así, en 1575 embarca en
Nápoles, junto con su hermano Rodrigo, en una flotilla de cuatro galeras que
parten rumbo a Barcelona, con tan mala fortuna que una tempestad las dispersa y
precisamente El Sol, en la que viajaban Miguel de Cervantes y su hermano Rodrigo,
es apresada, ya frente a las costas catalanas, por unos corsarios berberiscos
al mando del renegado albanés Arnaut Mamí.
Los cautivos son conducidos a Argel
y Miguel de Cervantes cae en manos de Dalí Mamí, apodado “El Cojo”, quien, a la
vista de las cartas de recomendación del prisionero, fija su rescate en 500
escudos de oro, cantidad prácticamente inalcanzable para la familia del
cirujano.
Dalí Mamí, apodado "El Cojo". |
Se inicia, así, el período más
calamitoso de su vida: cinco años largos de cautiverio en las mazmorras o baños
argelinos, que dejarían una huella indeleble en la mente del escritor, a la vez
que alimentarían numerosas páginas de sus obras, desde La Galatea al Persiles,
pasando por El capitán cautivo del primer Quijote, y sin olvidar El trato de
Argel ni Los baños de Argel.
Decía en el Quijote: “La
libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron
los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni
el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe
aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede
venir a los hombres” (Quijote, II, 58).
Sin embargo, Cervantes aprendió
pronto a tener “paciencia en las adversidades”, y el “soldado aventajado” no se
dejaría doblegar ni abatir fácilmente, como nos consta por la información hecha
sobre el cautiverio y por los testimonios recogidos en la Topografía e historia
general de Argel, de Diego de Haedo. Muy al contrario, llevó a cabo hasta
cuatro intentos de fuga, aunque todos fallidos, pero que prueban sobradamente
su temple valiente y su nobleza de ánimo:
“Ya en 1576 huye con otros
cristianos rumbo a Orán, pero el moro que los guiaba los abandonó y hubieron de
regresar a Argel.
Argel, cueva del jardín del gobernador Hasán Bajá donde permanecieron ocultos cinco meses. |
Al año siguiente, se encierra
con catorce cautivos en una gruta del jardín del alcaide Hasán, donde
permanecen cinco meses en espera de que su hermano Rodrigo, rescatado poco
antes, acuda a su liberación. Un renegado apodado “El Dorador” los traiciona y
son sorprendidos en la gruta: Cervantes se declara el único responsable, lo que
le vale ser cargado de grillos y conducido a las mazmorras del rey.
En 1578 dirige unas cartas a
don Martín de Córdoba, general de Orán, para que les envíe algún espía que los
saque de Argel, pero el moro que las llevaba es detenido y empalado, en tanto
que Cervantes, el responsable, es condenado a recibir 2000 palos, que, sin
duda, nunca le dieron.
Sin cejar en el empeño, dos
años después procura armar una fragata en Argel para alcanzar España con unos
sesenta pasajeros. De nuevo una delación, realizada por el renegado Blanco de
Paz, hace fracasar el proyecto de fuga y Cervantes, otra vez, se declara el
máximo responsable y se entrega a Hasán, quien le perdona la vida y lo
encarcela en sus propios baños”.
Cautiverio de Miguel de Cervantes en Argel. |
Desde luego, tan “ejemplar y
heroica” conducta merece toda nuestra admiración y elogios, pero ello no es
óbice para ocultar lo sorprendente que resulta el trato de favor dispensado por
los turcos a nuestro preso, máxime cuando andaba de por medio Hasán Bajá, de
cuya crueldad tenemos sobradas pruebas, dispuesto siempre a indultarlo y capaz
de pagarle a Dalí Mamí los 500 escudos de oro que pedía por él. Razones hay
evidentes para sospechar una relación personal muy especial entre el cautivo y
el gobernador de Argel, sin que conozcamos exactamente de qué tipo, ni siquiera
recurriendo a las maledicencias de Juan Blanco de Paz. En modo alguno podemos
dar por sentada la hipótesis, tan aireada recientemente por la búsqueda de
ciertos rasgos de sensacionalismo que impera en nuestros tiempos, de que
Cervantes mantuviese relaciones homosexuales con Hasán, basándonos en su oscura
relación con las mujeres y en la condición sodomítica de Hasán
Bajá. De cualquier modo, sea de ello lo que fuere, lo cierto es que, pese a las
calamidades, encontró tiempo para redactar algunos poemas laudatorios,
dedicados a dos compañeros de esclavitud (Bartolomeo Ruffino y Antonio
Veneziano) y, la "Epístola a Mateo Vázquez". Por fin, el 19 de
septiembre de 1580, cuando Cervantes estaba a punto de partir en la flota de
Hasán Bajá hacia Constantinopla, los trinitarios fray Juan Gil y fray Antón de
la Bella pagan el monto del rescate y nuestro autor queda en libertad. El 27 de
octubre llega a las costas españolas y desembarca en Denia (Valencia). Su
cautiverio había durado cinco años y un mes.
Creyéndolo noble, sus captores piudieron un elevadísimo rescate y eso prolongó el cautiverio de Cervantes por cinco años y un mes, desde 1575 a 1580. |
A través de pequeñas pinceladas
se pudo dibujar, de forma difusa y algo empastada, las ramas de un árbol
genealógico, incompleto, cargado de datos inexistentes, huidas, deudas y algún
adulterio. Unos paisajes que se reflejan, de manera indirecta y metafórica, en
los escritos de Cervantes. Como ocurre en El Viaje del Parnaso (1614), un
extenso poema que toma como referencia Il Viaggio di Parnaso de Cesare
Caporali. En él se describe el viaje que hacen los mejores poetas al Monte
Parnaso para visitar a Apolo. Un recorrido que mezcla fantasía con
autobiografía y donde el autor deja entrever a través de personajes imaginarios
episodios de su propia vida.
En el capítulo octavo describe
a Promontorio, su supuesto hijo. Lo único que se sabe de él es que vive y que
ejerce de soldado. A su madre, que adopta en el texto el nombre poético de
Silena, se le ubica en Nápoles. Así lo describe su pluma:
"Llegáse, en esto, a mí,
disimulado/
un mi amigo, llamado
Promontorio, /
mancebo en días, pero gran
soldado/.
Creció la admiración, viendo
notorio/
y palpable que en Nápoles
estaba/
espanto a los pasados acesorio/
Mi amigo tiernamente me
abrazaba, /
y con tenerme entre sus brazos,
dijo/
que del estar yo allí mucho
dudaba. /
Llamóme padre, y yo llaméle
hijo/
: quedó con esto la verdad en
punto/
que aquí puede llamarse punto
fijo/
Díjome Promontorio: Yo
barrunto, /
padre, que algún caso a
vuestras canas/
las trae tan lejos, ya
semidifunto. /
Más documentación y fechas
existen sobre Isabel de Cervantes y Saavedra (1584-1652), la hija “bastarda”
del escritor, consecuencia de la relación extramatrimonial de Cervantes con Ana
de Villafranca de Rojas.
La relación amorosa entre Ana
de Villafranca de Rojas y Miguel de Cervantes Saavedra, se inicia en febrero de
1584. Él no llevaba ni un año casado, pues contrajo nupcias con Catalina de
Palacios el 12 de diciembre de ese año en Esquivias. Ana de Villafranca, en cambio,
ya llevaba casada cuatro años con Alonso Rodríguez, con quien se unió en
matrimonio el 11 de agosto de 1580. De esa relación clandestina surge la única
hija natural del escritor, ya que con Catalina de Palacios no tiene ningún
hijo. Tras la muerte de su madre, Ana de Villafranca de Rojas, en 1598, Isabel
es adoptada por la familia Cervantes a través de su hermana Magdalena. “En 1599
se puso al servicio de Magdalena, la hermana de Cervantes, por dos años y por
20 ducados; su tía, además, se comprometía a alimentarla, darle techo y
enseñarle a hacer labor y coser”, analiza Terrasa.
En la historia de nuestros
siglos XV y XVI surge a cada instante la palabra galera. La galera era el barco
de guerra, movido por los remos de unos esforzados galeotes, porque sabido es
que el viento en el mar es siempre el azar en la navegación, y el azar es un
mal aliado del que se mueve en lucha en una batalla.
Galera suena en nuestros oídos
hoy a majestad y gloria, pero la gloria ha sido muchas veces, como una máscara
que disimulaba un sobrehumano padecer de muchos hombres a lo largo de la
historia. La galera en la época tuvo su mayor esplendor cuando reinaba el
prudente monarca Felipe II; cuando en Lepanto se escribía una página decisiva
en la historia del mundo, quizá la página más cumbrera de nuestra gesta naval y
posiblemente una de las más insignes que se produjo en la
historia de todos los
pueblos. Gesta seguramente debida
al fervor y
el interés de
los jefes que la dirigían, pero mayormente propiciada y motivada por
el heroísmo de sus soldados, mantenidos
por la tensión prodigiosa de una fe que era guía y sostén para aquellos
soldados españoles, los mejores de la etapa más eficaz que tuvo nación alguna
jamás; pero esta exaltación milagrosa de fe, valentía y resignación se amansó
con lágrimas de muchos hombres; a pesar de que eran hombres duros y difíciles
para el llanto.
Cuando la mirada se hace más
profunda y reposada, veremos que la galera gloriosa avanzaba sobre el mar porque la impulsaban unos seres humanos, que
remaban ensartados en unas cadenas, amarrados, por las sólidas brancas de
hierro, sobre unos bancos a los costados de cada nave; doblados, cuando
flaqueaban, por el castigo del látigo que como una anguila que el cómitre
bárbaro manejaba y movía con rapidez para sacudirla sobre sus espaldas; y si
nuestro mente se empatiza se escurría entre ellos con los gritos de mando y el
estruendo ensordecedor de las chirimías,
así se podría oír en lo más bajo de la galera el doloroso gemido, la
maldición y la
blasfemia de los esforzados galeotes, que allí tanto
sufrían en el fragor de movimiento y de la batalla, sin conseguir la piedad de
nadie y sin el consuelo de comprar con su martirio, siquiera las migajas de la
fama y gloria, que en caso de victoria, se repartían los demás al mando de la
nave.
En libros, que son ya clásicos,
se ha explicado lo que era la vida en las galeras. Pero es necesario
recordar ahora como era la vida del
galeote, para así explicar después, cómo
y de qué padecían estos hombres castigados por la
justicia con el envío a galeras, y llegar a aquellos infiernos flotantes de los
castigados de por vida a una vida inhumana. Algo hablamos de ello en el
artículo del gitano Juan de Vargas de Lahiguera, que por no haber obedecido la
orden real de que los gitanos se mantuvieran en su lugar de nacimiento, fue
castigado con el envío a galeras, donde posiblemente muriera. (http://lahiguerajaen.blogspot.com.es/2016/05/juan-de-vargas-un-higuereno-sellado.html)
No nos confundamos al entender
que la comparación con un infierno es exagerada en exceso, si recalcamos en
aquellos siglos el inhumano padecer, casi dantesco, de aquellos remeros
infelices condenados por la justicia por causas tan diversas. No en vano
escribía el doctor Alcalá: “La vida del galeote es vida propia del infierno; no
hay diferencia de una a otra, sino que la una es temporal y la otra es eterna”.
Es sabido que las condiciones
de vida de los galeotes eran absolutamente dramáticas. Una vez que eran
encadenados a los bancos desde los que remaban, en ningún momento a lo largo de
la travesía podían moverse de allí. Es decir, en el mismo sitio donde remaban
debían también dormir, comer y hacer sus necesidades. Por lo que, como cabe de
esperar, sin demasiadas figuraciones, las condiciones higiénicas eran
lamentables en extremo. En el mismo banco se compartían inmundicias, fatigas,
desalientos, chinches y pestilencia.
Su alimentación consistía en
una ración diaria de 26 onzas de bizcocho de galera, una especie de galleta de
harina integral dos veces cocida (para evitar que durante la larga travesía
criase hongos ni gusanos, cosa que rara vez se lograba). El bizcocho de galera
era duro como una piedra, por lo que debían masticarlo remojándolo en una
cazuela de habas que llamaban menestra. La cena consistía en una paupérrima
sopa hecha con despojos de bizcocho que se denominaba “mazamorra” o “mazmorra”.
Los galeotes,
fuesen españoles o no,
cumplían su sentencia (que habían cambiado por la de
muerte) ensartados en la
cadena que los ataba, en ristras, sobre cada banco, a la
nave. Sólo excepcionalmente se les desuncía, sin quitarles jamás
el grillete del
pie. Tan excepcionalmente que aun estando enfermos se les solía curar
“en cadena”, y muchas veces el alguacil cortaba los hierros para sacar de la
férrea sarta un cadáver, cuya agonía habían presenciado, casi codo con codo,
como poco, los dos inmediatos y vivientes galeotes de sus vecinos eslabones.
Debajo del mismo banco se echaban a dormir, en plena intemperie, sin otro
abrigo que el que les proporcionaba el escasísimo abrigo de su ropa y el capote
de sayal.
En el informe del médico de dos
galeras refugiadas en Barcelona, en 1719, se refiere que 156 remeros estaban
muy enfermos y ocho habían muerto ya, de soportar el temporal de aguas. “La
chusma, dice el informe, está muy abatida cayéndoles encima toda el agua, noche
y día, por el poco abrigo de este muelle”.
Imaginemos el peligro que tenía
que suponer para la mísera
y dura vida de los
galeotes el salir
de la habitual inanición
húmeda de los
puertos, ateridos, encadenados y
hambrientos para impulsar días y días a la pesada galera, con relativa calma en
las navegaciones de ronda y vigilancia entre los puertos; pero con increíble
esfuerzo cuando había que
huir del mal
tiempo en tempestad, o
escapar del enemigo
o acometerle en otros casos. Entonces
al grito del cómitre
de “ropa afuera”, el galeote, desnudo, agarrotado sobre el remo, y castigado con furia por el látigo del cómitre,
remaba con tanta
desesperación que la
argolla de los
pies se le
clavaba en la carne, escupía sangre a cada aliento y no
pocas veces alguno quedaba muerto sobre el banco. Un famoso Galeote de Sevilla
que escribió su vida en verso, con rasgo sentencioso y popular, decía:
“Varias
veces por huir
nos
hacen que reventemos;
y en
tan crueles extremos,
por
alcanzar y seguir,
morimos
junto a los remos”.
Muchos morían, y en muchos casos los galeotes vecinos
sentirían envidia de los difuntos, pues ellos tenían que seguir amarrados al
duro banco sufriendo con los remos, mientras les quedase un resto del mísero
impulso vital hasta llegar a la extenuación.
Eran pocos los galeotes capaces
de tomar con filosofía su infortunio y desgracia, pero en algún caso se adopta
una filosofía de vida, que parece justificar tal infortunio. Fue el caso de
Cosme Pariente, condenado a remar por los sucesos de Aragón, cuando caso de
Antonio Pérez. Cosme lleno de ánimo, exclamaba:
“Haré
campo ancho
la
cárcel angosta,
espuelas
los grillos
riendas
las esposas,
y,
triste o alegre,
viviré
sin nota,
para
que me sea
la pena
sabrosa”.
Bastaría la inacción forzada en
el puerto, combinada casi diabólicamente, con el sobrehumano esfuerzo de la
navegación en alta mar, para aniquilar de por si la vida de los remeros. Pero a
ello se unía la miseria increíble de la alimentación que recibían. La base de
ésta, para los que de modo tan atroz tenían que sufrir y trabajar, era el
famoso bizcocho o galleta,
un pan
medio fermentado, amasado
en forma de
torta pequeña, cocido dos veces para secarlo y para evitar la
fermentación en las largas travesías.
Réplica del bizcocho o galleta náutica. |
No era este bizcocho peculiar
de la galera, aunque fue usual en toda la navegación antigua; y, probablemente
por su poder calórico, era muy superior
como alimento al
pan blanco, que
algunas veces, como
premio o caridad, se
intentó dar a
los remeros, reconociéndose que,
aunque “era de
más contento y satisfacción para ellos”, era menos a
propósito porque “el bizcocho enjuga más las humedades” que el pan. La razón de
esta superioridad estaba, no en lo de las humedades, sino que en la ración de
pan blanco era sólo de once onzas, y la de bizcocho, era de veintiséis; en que
el bizcocho, por su dureza, obligaba a remojarlo, y a veces, como decía el
Galeote de Sevilla, “en la propia agua del mar”; y hoy sabemos la enorme
importancia que para el ejercicio muscular tiene la sal común; pero, además, el
bizcocho se hacía no con la harina fina, sino con la harina grosera, completa,
con el salvado; era, pues, una especie de pan integral que tanto mejora el
tránsito intestinal y por ello nos recomiendan hoy los nutricionistas, cuya
superioridad higiénica y alimenticia, en contra de lo que se creía entonces,
está hoy fuera de toda duda.
De suerte que es posible que,
con todo lo que se declamó entre bromas y veras contra el bizcocho, fuera éste
un milagroso sustituto de otros alimentos que avaramente se ahorraban de dar al
remero para su nutrición.
Al bizcocho se añadía, una vez
al día, una calderada de habas, puras y peladas, que estaban mandadas cocer con
un poco de aceite en época de abundancia, pero que casi siempre que había
restricciones se suprimía tal ingrediente, y entonces se condimentaban las
habas tan solo con agua. Se
tenía la idea
de que las legumbres secas eran alimento
excepcional, aparte de su baratura, y se preferían las habas por su menor
precio. En aquel tiempo las legumbres se dividían en legumbres ordinarias que
eran las habas, judías, lentejas y guisantes, y legumbres finas que eran
consideradas el arroz y los garbanzos.
Estos últimos fueron siempre preferidos
por los españoles,
y así leemos
en el doctor
González que “nuestra marinería está acostumbrada al uso
de los garbanzos y los prefiere a las demás menestras”; pero el pobre galeote
los cataba rara vez. Sólo en grandes solemnidades o en tiempo de faena excesiva
se cambiaba el haba por el garbanzo, como ocurrió en la penosa campaña de las
Islas Terceras, a instigación del marqués de Santa Cruz, que fue, sin duda, uno
de los más humanitarios capitanes de aquel siglo. Lo mismo ocurrió cuando la
epopeya de Lepanto. Pero los informes de los técnicos de entonces, que, como
los de ahora, encubrían muchas veces, tras de la técnica, la codicia,
eran contrarios al garbanzo, como
consta en varios de los documentos publicados.
El mismo mal éxito tuvo el intento de sustituir las habas por el arroz.
Tal se deduce de una “carta dando noticia de los inconvenientes que seguían de
dar siempre arroz a los remeros”, publicada por Vargas Ponce, en 1680;
probablemente, fundada esta vez en hechos positivos y comprobados, pues el
arroz a secas y por largo tiempo sabemos hoy que es fuente de enfermedades
graves, sobre todo del beriberi, que hasta hace poco ha diezmado a los pueblos
de Oriente, alimentados exclusivamente con arroz en su dieta cotidiana.
Galera "La Real " del Puerto de Santa María. Pintura de Ferre Clauzel. |
Era el referido bizcocho nada
esponjoso, tal como hoy lo concebimos, era una especie de galleta muy dura, por
lo que los galeotes viejos esperaban con alborozo ver a los novatos tirarle los
primeros bocados, en cuya experiencia de la primera mordida solían dejarse las
muelas. Había que remojarlo en el agua o en la menestra de habas para
ablandarlo. Aun remojado, muchas veces
llegaba a hacerse imposible de masticar cuando los dientes eran movibles
o flojos en una boca descuidada; cosa que en aquellos tiempos le ocurría invariablemente a todo mortal,
en cuanto pasaba de la juventud cualquier vecino de cualquier villa o ciudad;
un mal estado de la dentadura que se incrementaba ineludiblemente en los
marinos, que sufrían la plaga del escorbuto por la falta de alimentos frescos,
el cual, aun en sus grados iniciales de la enfermedad atacaba a la boca,
inflamando las encías y desalojándola de toda clase de huesos marfilados tan
necesarios para masticar como principio de una buena digestión. Pocos índices
más ciertos tendrá el progreso humano que el de la mayor longevidad de la
dentadura acompañando los años del que envejece, conforme va avanzando la civilización. Es la era dorada de los
implantes dentales.
En la pena
de galeras, todas las miserias imaginables de enfermedades
hacían presa predilecta en el cuerpo de los remeros. Probablemente, unos morían
en gran número por tuberculosos, si eran jóvenes, y de
pura fatiga, si
eran viejos; la edad
no eximía para
ir al duro
banco, como aquel alcahuete venerable de las barbas
blancas que Cervantes inmortalizó. Sin embargo, dada la alimentación insuficiente
y las malas
condiciones higiénicas en que malvivían,
las enfermedades más
frecuentes eran las
enfermedades producidas por avitaminosis, donde la más
conocida entonces era
el escorbuto. Es
cierto que esta
terrible enfermedad, que costó a la navegación muchas más vidas que los
huracanes y las guerras, se presentaba sobre todo en los viajes largos, como el
de Vasco de Gama, las grandes travesías atlánticas y las expediciones en torno
del mundo. Pero, sin duda, la enfermedad se presentaba en sus primeros grados
muy frecuentemente en las galeras. La alimentación de los forzados y esclavos
privada de vegetales frescos y de frutas, pues así lo confirman muchas de las
descripciones de quebrantamiento de huesos,
con granos y
hemorragias, que padecían
estos infelices; y,
sobre todo, las llagas y lesiones de boca que, ciertamente, se pueden
identificar con las que caracterizan a la estomatitis escorbútica.
La causa
de la espantosa
dolencia, que en
unos días aniquilaba
a varios centenares de hombres robustos, era,
entonces, totalmente desconocida.
Se suponía que
era una infección
que se transmitía por la
suciedad; y, para evitarla, se desinfectaban los bajeles, raspando su madera
con vinagre, o bien se culpaba al aire, que se creía por aquellos siglos el
principal conductor de casi todas las epidemias. Nadie había pensado que su
causa fuera la falta de la hoy conocida vitamina C o vitamina antiescorbútica,
que reside en los vegetales frescos y, sobre todo, en ciertas frutas. Por eso,
las grandes epidemias de escorbuto, sobre todo en ejércitos y poblaciones
sitiadas, como la famosa que sufrieron las tropas de Carlos V, en Metz, en
1552, se trataban por
los medios más
extravagantes, incluso con el mercurio, que algunos médicos llegaron a emplear sistemáticamente,
acrecentando en número y gravedad las lesiones de la enfermedad con las que
producía el pretendido remedio, y acelerando, sin duda, la muerte de los
atacados. Como otras muchas veces en la
historia de la
Medicina, la verdad
no estaba en
las disquisiciones y en las
teorías de los pedantes médicos, sino en la sencilla
observación de la naturaleza; y fueron simples observadores no médicos los que
averiguaron que, casi en unas horas, aquellos marineros moribundos, que no
podían tragar, con el cuerpo hecho un puro cardenal, hasta el punto de que aun
el transportarlos era difícil, porque al cogerlos en vilo les producía insufribles
dolores, se ponían teatralmente buenos, sin más que tomar frutas frescas, o,
como dice González, unas simples verdolagas.
Planta de verdolaga (Portulaca oleracea). |
Ni fruta ni verdolagas comían
los galeotes; y cuando, asidos a su remo, se quejaban de dolores espantosos en
los huesos, que el cómitre interpretaba como tretas para no remar y pretendía
curar sacudiéndoles el rebenque sobre la espalda, eran sin duda, muchas veces,
pobres enfermos de escorbuto, que acababan, a poco, sus desventuras en el fondo
del mar.
Marineros enfermos de escorbuto por falta de vitamina C al no tomar alimentos frescos: verduras y frutas. |
Además del
escorbuto, los galeotes
padecían de beriberi
y de pelagra, enfermedades íntimamente derivadas de su alimentación
monótona y misérrima, sin vitaminas, sin grasa apenas y con ausencia absoluta
de toda proteína animal. Sólo el bendito y calumniado “bizcocho”, con su
salvado indigerible, les defendía, a duras penas, de la tragedia.
Hay que
añadir también la presencia
abundante entre los embarcados de
las enteritis originadas
por los alimentos
corrompidos, y las infecciones que se producían en aquellos
organismos como en
caldos de cultivo. Los médicos de entonces describen
también en la marinería una enfermedad llamada “pasmo”, que no es otra cosa que
el terrible tétanos, adquirido por la infección de las heridas mal curadas, que
era, en aquellos siglos, mortal de necesidad.
La alimentación de los galeotes
era tanto cualitativamente como cuantitativamente insuficiente para la
alimentación de un hombre, que estaba sometido a un gran esfuerzo físico.
Además para conseguir su mejor conservación, estas legumbres se tostaban al
horno, con lo que se acababa de privarlas de sus escasas e indispensables
vitaminas que tenían antes de su tueste. Con los restos del bizcocho se hacía
una sopa tristísima, llamada mazmorra, que, por lo menos, calentaba por la
noche el estómago de los famélicos galeotes.
La parquedad habitual en
cantidad y calidad de esta lamentable comida disminuía la
ración del galeote a causa de
múltiples y variados pretextos, como
eran los castigos,
individuales o colectivos,
que muchas veces se inventaban, por faltas pequeñas, para así poder
justificar los apuros económicos que disfrutaba la administración naval o en otros casos para justificar la
codicia irrefrenable de
unos administradores sin
escrúpulos de conciencia, que se enriquecían con lo que sisaban en la
alimentación de los embarcados.
Esta ración era la de los
tiempos de descanso en los puertos o de remar en calma. Cuando el trabajo era
excesivo, porque había que huir del enemigo o alcanzarle, o cuando estaban los
galeotes ateridos por el temporal, la ración aumentaba, en el bizcocho, en las
habas del caldero y en el aceite; y excepcionalmente, como en la campaña de las
Islas Terceras, al mando del
marqués de Santa
Cruz, se añadía
vinagre, cuya virtud
excitante era muy
ponderada y hasta medio azumbre
de vino, que hacía las delicias de los galeotes, que empapaban en él el pétreo
bizcocho, corriendo con gusto los riesgos y penalidades de la guerra a cambio
del consuelo por el vino recibido.
Cuando no se hacían travesías
largas, los galeotes gozaban del privilegio de que su ración estaba
relativamente fresca, fondeaban casi todas las noches y era, por lo tanto,
fácil el reavituallarlas con alimentos frescos. Era, pues, excepcional el que
el pan se “hinchase de gusanos” y el que las legumbres contuviesen “más
insectos que harina”, como acontecía en las naos que atravesaban el Atlántico;
hasta el punto de que, como nos cuenta Herrera, en el cuarto viaje de Colón,
las comidas se hacían sólo de noche para no ver los gusanos e insectos, cocidos
o vivos, que venían con el pan o con la menestra; o de que, como en el viaje de
Don Álvaro de Mendaña, el agua estaba viscosa por el gran número de cadáveres
de cucarachas podridas. No obstante, muchas veces, los galeotes hubieron de
protestar por la corrupción de sus alimentos, y
el citado Galeote
de Sevilla nos habla
de que el
pan de la
galera estaba invariablemente podrido.
También se pudría el agua, aun
en cortas travesías, por las malas condiciones de su envasado. Se creía no sólo
entonces, sino hasta comienzos del siglo XIX, que esta alteración del agua era
un fenómeno natural de la navegación;
“un mareo” que
sufría el agua, como ocurría
también con los seres
vivos. El hecho
es que se
volvía turbia y hedionda y sólo antes que morir de sed
consentían, abrasadas ya las fauces, en beberla los tripulantes. Al cabo de
unos días solía aclararse debido a que el progreso de fermentación de las
impurezas había finalizado.
Además de
estas reducciones
injustificables, se ahorraba en el
alimento de los galeotes para otros fines como para fiestas reales, para
subvenir apuros de la hacienda pública e incluso para obras de caridad. Los
hospitales de Cartagena y de San Juan de Letrán, en el puerto de Santa María,
con sus iglesias
y con las
rentas perpetuas para
cofradías y sufragios,
se construyeron con mermas en los haberes de la gente de mar; y como los
remeros no tenían más que su bizcocho y sus habas, les redujeron la cantidad de
bizcocho y habas hasta los límites más extremos.
Lorenzo Roa, “mandó estropear”
a un galeote, no sabemos por qué falta, ni su gravedad; pero como ahora
veremos, cualquier falta por grande que fuese nos parecería pequeña para la
magnitud de un castigo tan perverso, castigo que consistió en colgarle de
cierta parte muy sensible de su cuerpo una talega con dos balas de cañón, y así
lo izaron a la antena, de la que estuvo suspendido durante un cuarto de hora,
tiempo de castigo que le bastó para que se desmayase de tan horrible
sufrimiento y para que los órganos que servían de atadero a la balas se le
pusiesen al pobre castigado “negros como la pez” y se desprendiesen de su
cuerpo.
La supresión de la vida,
después de lo que referimos, se comprende que fuese para ellos una liberación.
Pero, aun la propia muerte, la rodeaban de todo el aparato siniestro de la
imaginación más macabra. Como es el caso de la muerte por descuartización del reo
por cuatro galeras, que era el procedimiento de los más elegidos por su
frecuencia, y así nos los describe, en páginas magníficas, el escritor Mateo
Alemán: “Cada nave se alejaba arrastrando un fragmento ensangrentado del
mártir”. Por eso, el ahorcarle sencillamente era trato tan de favor, del reo
moría lleno de agradecimiento; como
ocurrió con el famoso Miguel
de Molina, el
gran estafador y
embustero, galeote en tiempos de Felipe IV, que, condenado a ser
descuartizado por cuatro potros, el rey, benignamente, conmutó la pena por la
horca, y el agraciado, cuya barba le llegaba hasta el suelo, pronunció en la
Plaza Mayor de Madrid, mientras le ponían la cuerda al cuello, un largo y
elocuente discurso de gracias al piadosísimo rey.
No exageraba. Del castigo del
descuartizamiento no se libraron otros muchos, en esta época gloriosa y feroz;
entre ellos el demente que asesinó a Enrique IV de Francia, cuyo suplicio fue
presenciado alborozadamente por toda la Corte de París, disputándose los más
nobles señores el honor de montar los caballos que, a fuerza de látigo y
espuela de sus jinetes, consumaron la sentencia, tras dos horas de espantoso
martirio. No quedemos sorprendidos por la crudeza del relato del pasado casi
reciente, pero así eran nuestros abuelos.
Los galeotes estaban condenados
a una inmovilidad casi absoluta, porque la longitud de su cadena les daba sólo
libertad para desplazarse por un espacio menor de dos metros. Y la única
compensación era el ejercicio marítimo de remar, que puede ser excelente cuando
se hace con moderación y con el organismo entrenado en una acción libremente
deseada; pero funesto cuando se ejercita en exceso, de un modo exclusivo y con
la falta absoluta de compensaciones
higiénicas y alimenticias, las que los sufridos remeros de galera tenían
que soportar, en unas condiciones tan duras.
Las galeras llevaban una
especie de tienda de lona para proteger a los tripulantes del sol y de la
lluvia; pero esa tienda de lona no siempre existían en las galeras, en unos
tiempos de pobreza y desorganización bastante frecuentes, eran un amparo del
sol y la lluvia muy relativo, aún en el caso de existencia de la lona. Todavía
navegando, el ejercicio permitía a los forzados reaccionar mejor contra el
tiempo inclemente al quemar sus calorías. Pero en las casi habituales largas
estancias en los puertos, si llovía o hacía frío o calor extremos, los
infelices encadenados habían de sufrir, días y días, al temporal, medio
desnudos en estío, soportando el calor de los hierros, que llegaba a abrasar en
los mediodías; o tiritando bajo los bancos, si llovía y helaba.
Por cuanto llevamos dicho, no
nos sorprenderá que el estado sanitario
de las galeras
fuese pésimo. La
mayoría de los
desdichados que las
tripulaban no podían soportar aquella
vida infernal, y es sabido que, por ello, llegaron a estar tan faltas de
voluntarios que hubo
de reclutarse su
gente por la
fuerza, instituyéndose por
Carlos V, en 1530, la pena de galera para los
criminales. Ya en tiempo de los Reyes Católicos eran tan escasos los que, por
su propio interés quisieran navegar, que el conocido grupo de hombres que
acompañaron a Colón hubo de hacerse, en parte, entre criminales, a los que, a
cambio de enrolarse en las carabelas, se les conmutaron las penas que sufrían
por sus crímenes. Pero, al crecer, prodigiosamente, el Imperio español bajo los
primeros Austrias, la flota requería mucha gente. Los esclavos no eran
bastantes y los voluntarios o “bonas boyas” fueron rápidamente menguando, por
lo que hubieron de llenarse los huecos con los “forzados del rey”. Al
principio, la galera, pena dura, se reservaba
para graves delitos;
pero pronto las
necesidades de la
guerra fueron dilatando
la opción de su incorporación, y se enviaba a remar a gentes inofensivas,
a simples vagos, como nos lo demuestra el inmortal capítulo
del Quijote : uno
de los forzados
que libertó Don
Alonso, iba a
remar por cinco años por haber
sustraído diez ducados a su dueño; y más detalles nos da el libro de los pobres
del gran médico madrileño Pérez Herrera. Ya en tiempo de los últimos Austrias
se cazaba por los pueblos y en los caminos a los que no cometían otro delito
que no tener trabajo o a los pobres gitanos, objeto tantas veces de las
injusticias del Estado español.
La vida de los galeotes era tan
cruel, que en los comienzos sólo se aplicaba por corto tiempo. Un año o dos de
galeras bastaban para quebrantar la vida de quien no fuera tan fuerte como un
roble. A los diez años de vida en galeras no llegaba nadie, y por eso,
hipócritamente, se conmutó la pena de galeras a perpetuidad por la máxima de
diez años, que equivalía a la muerte; y así lo declaraban los guardias que
conducían encadenado a Ginés de Pasamonte, al responder a las preguntas de Don
Quijote: “Va por diez años, que es como muerte civil”. Pero llegó a más el
rigor de los poderes públicos, pues al final del siglo XVI mandaron que los galeotes que hubiesen
cumplido su condena fueran retenidos en el remo hasta tanto que se encontraban
sustitutos, lo cual, a veces, ocurría después de muerto el desdichado detenido.
Para combatir tanto infortunio,
la ayuda médica fue tardía y escasa. Los datos inducen a pensar que las galeras
llevaron durante mucho tiempo sólo barberos y “cirujanos de heridos”, es decir,
profesionales de ínfima categoría, gente sin estudios, dotados de alguna
habilidad empírica para bizmar, emplastar y hacer la cirugía menor; que podían
ejercer, según la pragmática de 1588, sin más que adquirir un título mediante
el pago de cuatro escudos de oro.
Y aun estos
modestísimos prácticos debían
faltar muchas veces,
porque cualquier destino en
tierra era preferible al de la galera, en la que sin ninguna dignidad
profesional se les obligaba a compartir la vida de privaciones de la chusma,
cobrando un sueldo inferior al de los trompetas
y chirimías. Entonces,
el cuidado de
los enfermos se
encomendaba al capellán
o a cualquiera que tuviese
afición a curar, que nunca falta, reduciéndose ese cuidado a darles algún
alimento y abrigo más; y a vendarles y bizmarles las heridas del modo más
elemental.
La presencia del médico a
bordo, con su equipo de cirujano mayor y cirujanos menores, no aparece hasta el
final del siglo XVI, y no para las
galeras, sino para las flotas de las Indias. La chusma de galeotes y esclavos
no merecían tantos cuidados.
No es preciso advertir que las
galeras existían en toda Europa; que su vida era igual en todas partes del
mundo conocido, y, en modo alguno fue una práctica específica de España, en la
que sin duda, se dulcificó el trato a los galeotes, antes que se hiciera en los
demás países, con leyes y pragmáticas de cristiana y noble humanidad mucho más
benévolas.
Granada 30 de mayo de
2018.
Pedro Galán Galán.
Bibliografía:
Alcalá Sánchez, M.: Cervantes
en tierras giennenses. 1990. Páginas 43-46. Iznatoraf, Jaén.
Astrana Marín, L: Vida ejemplar
y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra. Madrid: Reus. 1948-58. Páginas: 207.
Coronas Tejada, L.: Cervantes
en Jaén, según documentos hasta ahora inéditos. 1979, páginas 9 a 52.
Fernández Álvarez, Manuel: Cervantes, Visto por un historiador. Espasa Calpe. (2)
García Pérez, Alan: Un tema oculto en la vida de Cervantes (1)
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García Pérez, Alan: Un tema oculto en la vida de Cervantes (1)
Pérez Fernández, A.: Miguel de
Cervantes Saavedra y la Comarca de Las Villas (Jaén, Andalucía). 2013. Páginas
68 a 85.
Siliwa, K., 2005.: Documentos
de Miguel de Cervantes Saavedra y de sus familiares. Texas A&M University,
páginas: 1222.
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