El
ataúd de las ánimas
Triste
y tétrico es el tema que abordamos, pero eran costumbres de nuestro
pueblo y las debemos recordar, ahora aprovechando estas festividades
de difuntos. De todas formas, queramos o no, algún día a todos
llegará, nuestra hora.
El
ataúd de las ánimas era una caja que se guardaba en la iglesia de
arriba, la principal; la de abajo no estaba hecha. Había otros dos
lugares en los que se rendía culto: la ermita de Santa Clara, en el
lugar del mismo nombre, ya también muerta, poco recordada y casi no
conocida, probablemente anterior en su construcción en el tiempo al
templo morisco; y la ermita del Santo, moribunda.
La
función de este ataúd era la de transportar los mortales restos de
los más pobres, de la gente más necesitada, aquellos que no tenían
ni para pagarse un entierro.
En
una entrada de este blog vimos que a los difuntos, por temor a que el
diablo se les llevara el alma, les daban sepultura en las iglesias o
conventos, a los más ricos, y en sus cercanías a los que no lo eran
tanto. Carlos III, con sus ilustrados, fue el que da las primeras
disposiciones para la construcción de cementerios, a lo que el
pueblo es reacio. Nuestro cementerio, el ahora parque, se debió
construir no antes del XIX, seguramente tras la Guerra de la
Independencia; parece mentira que en dos siglos haya muerto tanta
gente, pero así fue. Muchos fueron llevados en el ataúd de las
ánimas.
El
ataúd era de apariencia tan pobre como los caudales en los bolsillos
del que llevaba. Tablas de madera mala con un forro de tela negra; la
tapa igual o peor, con unas juntas que el tiempo había abierto. Las
malas lenguas, cuando había un entierro de alguien más pudiente que
no necesitaba el servicio de este ataúd, decían: mira en qué caja
va, qué entierro, tiene menos lustre que el ataúd de las ánimas.
Dicho que pasó a generalizarse para desprestigiar cualquier otra
cosa.
El
ataúd se llevaba a la casa del difunto para que este fuera
trasladado a la iglesia, de la iglesia al cementerio. Cuando se
llegaba a la fosa se sacaba el cadáver del féretro, y al muerto se
le daba cristiana sepultura. Le ponían, por delicadeza, un pañuelo
tapándole la cara, otras veces una teja. Los familiares, amigos o
acompañantes, cogían, a modo de adiós, un puñado de tierra y se
lo tiraban en silencio, o con unas palabras de despedida. Una vez
terminado el entierro el ataúd volvía, vacío y sacudido, a la
iglesia. Había quien se guardaba de ir a los entierros, por temor a
que el fallecido lo convidara.
Pedro
Galán, por una de las actas de mediados del XIX del ayuntamiento,
nos menciona el pleito de Felipe Martínez para apropiarse de la casa
de los animeros. Esta casa estaba situada muy cerca de la iglesia,
cerca del cementerio y de la fábrica de aceite. Estos animeros se
encargaban, cuando el pobre era tan pobre que ni familia tenía, o
esta no quería hacerse cargo de él. Eran, los animeros, los que le
daban sepultura. Igualmente a cualquier persona desconocida que
muriera en e campo o el pueblo: pastores, transeúntes, romeros...
En
Lahiguera había cuadrillas de animeros, también llamados auroros o
campanilleros. Iban tocando, en diferentes épocas de año, pequeñas
campanas y pidiendo; a veces cantando. Una de las fechas en las que
salían eran en estas de difuntos. Mi abuela nos contaba que había
uno, de estos animeros, que pronunciaba muy mal por un defecto
congénito, o por lo que fuera. El hecho es que cuando declamaba
limosna con la fórmula pertinente:
—Una
limosna para el ánima de tu padre que por ti penando está.
El
paisano decía: «Una limosna pal animá de tu padre que por ti
penando está». Mi abuela Paca reía, —le tenías que dar una limosna para el animal de tu padre.
Se
pedía para salvar a las almas del Purgatorio, que constituían la
inmensa mayoría; las del infierno no tenían solución, las del
cielo nada necesitaban.
La
familia que podía, al llegar a cierta edad, todos los miembros
tenían preparada su mortaja; guardada para cuando llegara la hora. A
veces consistía en el «traje de los domingos», otras en un hábito
de una orden religiosa; muchas, la ropa de diario.
Para
terminar, un poco de humor negro, un relato que no aconteció en
nuestro pueblo, sí en uno cercano; fue real.
Sucedió que una señora mayor les tenía dicho a sus hijas el lugar
donde guardaba su mortaja para cuando llegara su hora: encima del
armario, en una talega. Cuando la hora llegó buscaron en el lugar
indicado. Cuál no sería su sorpresa cuando vieron que era un vestido
de gitana, también peinetas, pendientes, pulseras; en fin, todos los
aderezos que el menester conlleva.
La
familia, al ver semejante atuendo, se sobrecogió de sorpresa, de
espanto. Pero, «si es lo que mama quería, si esa era su voluntad…
¿Y qué raro?, con lo seria que ella era y esas cosas de vestidos nunca
le habían llamado la atención». Total, que se fue al otro mundo como una
folclórica.
Al
llegar la romería de la Virgen de la Cabeza, vienen los vecinos que
viven en Cataluña. Van a la casa de una de las hijas de la difunta,
le dan el pésame y preguntan por un vestido de gitana que les habían
dado a su madre para que se lo guardara. Efectivamente, llegan a la
casa, miran encima del armario y allí estaba la mortaja.
3 comentarios:
Ahora que comienza el Puente de Todos los Santos y son miles las miradas que se dirigen hacia los cementerios para recordar a los difuntos, nada más adecuado que recordar las Cofradías de Ánimas. Durante estos días se multiplican los cultos a las ánimas del purgatorio, una tradición que se extiende durante siglos; porque las cofradías relacionadas con las almas del purgatorio estaban presentes en la práctica totalidad de las parroquias.
El culto a estas se desarrolla sobre todo a partir del Concilio de Florencia en el año 1459, alcanzando una gran evolución en los siglos XVI y XVII. De este modo fueron numerosas las iglesias parroquiales y conventuales con altares dedicados a las Ánimas Benditas del Purgatorio, así como también fueron abundantes las capillas que a esta advocación surgieron en el mundo católico. También se propagarían pronto cofradías y hermandades de ánimas del purgatorio, dedicadas rezar por las almas de los fieles difuntos, para que cuanto antes fueran aceptadas en el paraíso. Los siglos bajo medievales XIV y XV habían sido difíciles, las guerras, epidemias, crisis económicas y años de malas cosechas en la agricultura, causaron un incremento importante de la mortalidad y un descenso demográfico acusado. En una sociedad profundamente religiosa, este contexto dramático hizo aumentar la preocupación por la muerte y el deseo de un rápido y seguro acceso al cielo, la morada eterna de los justos. Pero, antes de llegar al Paraíso, el hombre debía pulgar sus faltas. La preocupación por la vida futura propiciaría el desarrollo del culto en rogativa por los fieles difuntos, en especial a las Ánimas Benditas del Purgatorio. Tanto es así, que casi todas las parroquias urbanas y rurales llegaron a tener una hermandad de Ánimas.
La mayor parte de las cofradías de Ánimas se fundaron en la segunda mitad del siglo XVI y a lo largo del XVII. Y es que desde el Concilio de Trento se reforzó la idea de la intercesión de los vivos sobre las almas de los difuntos. Los protestantes habían negado la existencia del Purgatorio, al estimar que el destino de las ánimas no dependía de los hombres sino exclusivamente de Dios.
En contraposición, en Trento se reafirmó la existencia del purgatorio y la necesidad que había de que los vivos rezasen por los muertos para facilitar su salida del purgatorio y su ingreso en el cielo. El purgatorio católico se representaba exactamente como el infierno y allí iban las almas a purificarse antes de pasar al cielo. La única diferencia real con el infierno era el alivio que suponía que fuese solo un período transitorio. Se ratificó la existencia del purgatorio y la necesidad que había de que se rezara por las ánimas de los difuntos para una más rápida salida hacia el cielo. En contraposición a que los vivos nada podían hacer por los muertos, en Trento se reafirmó la existencia del purgatorio y la necesidad que había de que los vivos rezasen por los muertos para facilitar su salida del purgatorio y su ingreso en el cielo.
Continúa…
Continuación:
En la mayoría de las poblaciones eran los concejos municipales los que actuaban como patronos de las cofradías de Beneficencia o de Ánimas, y contrataban a los sacerdotes que hacían misas por el alma de los difuntos del pueblo. Además de las aportaciones municipales, la bacía o cepillo de las limosnas recibía aportaciones de los vecinos en sus disposiciones testamentarias.
La clase pudiente se empeñaba en prolongar la desigualdad más allá de la muerte. Las pompas fúnebres y las misas a perpetuidad intentaban que los ricos tuviesen un mejor lugar en la otra vida, frente a los pobres desheredados que no disponían de recursos para pagarse una mísera misa por la redención de su alma. La muerte no igualaba porque era el último acto social del finado. Un enterramiento acorde a su rango social, con acompañamiento de frailes, clérigos, capellanes y hermandades, con blandones y con memorias perpetuas de misas. Hasta en la muerte había obligación de hacer una ostentación social acorde con el rango de cada cual.
Cuando se muere algún pobre,
¡Qué solito va el entierro!
y cuando se muere un rico
va la música y el clero.
La Cofradía de Ánimas nació varios siglos atrás para financiar el funeral de las personas sin recursos y acompañarles hasta el cementerio la fecha de su defunción. Hoy, aquel loable objetivo ya carece de sentido por la mejora de la situación económica y el cambio de la sociedad.
“A las Ánimas benditas,
no hay que cerrarles la puerta,
y diciendo que perdonen,
se van ellas tan contentas”.
“Las Ánimas te lo piden,
las Ánimas te lo paguen,
cuando de esta vida vayas,
a gozar las eternidades”.
La devoción a las Ánimas del Purgatorio fue una de las más populares y extendidas en la España de los siglos XVI al XIX. Rara fue la parroquia que no contó desde finales del siglo XVI o principios del XVII de una Hermandad de Ánimas.
Creo recordar que en la sala de autopsia del cementerio viejo, situada a la izquierda, como en la mitad, se podía ver la Caja de los muertos de la Hermandad de la Beneficencia en Lahiguera.
A mediados del siglo XIX en el cementerio antiguo se cayeron las paredes y se abrieron las tumbas, a consecuencia de un fuerte temporal, y los perros sacaban parte de los cadáveres para comérselos, dejando los trigales de su alrededor sembrados de trozos de cadáveres. El Jefe Político Provincial (El Gobernador) reaccionó a la petición del Ayuntamiento y adjudico una cantidad de dinero para remediar esa situación. Todo eso lo explicaré en detalle cuando de a conocer la citada acta.
Muy oportuno tu artículo. Mis felicitaciones.
Desconocía esto de "El ataúd de las ánimas"...soy de otros tiempos. Como es de costumbre por tu parte, un relato sencillo ... que engancha y que a la misma vez nos hace conocer parte de nuestro pasado no tan lejano. La anécdota del traje mortuorio con el traje de gitana no puede ser más propio de nuestra tierra: suceden las cosas más risorias (...en el buen sentido de la palabra)e increibles; ya me hubiera gustado presenciar esa estampa...para no olvidarla.
Estoy algo ausente en el Blog. Otras cosas me ocupan. Pero no lo olvido ni abandono. Buenas noches a TODOS.
Publicar un comentario