PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

domingo, 24 de marzo de 2013

BUSCANDO ATALAYAS - II

Buscando atalayas (parte II):

Siguiendo a la ya presentada primera parte, entramos en esta segunda, en la que trataré aquel torreón que ya mencionaba al principio de este “tratado” y que no llegué a mostrar por no alargar el artículo.

Recuerdo lo ya dicho: Se encuentra entre la cortijada de El Peñón y El Castillo de El Berrueco. Está cercano al Cerro de Valtodano, y por tanto a la cortijada de Miguel López (Mingo López).


 Puesto que no disponía de más información de esta atalaya, que la ya expuesta, he preguntado a una persona que “se vio crecer” por esos términos (Diego Angulo, “EL Salinero”), y los datos que me ha dado son los siguientes: El paraje es denominado “Haza Las Liebres”, y el cerro “Las Torrecillas”; al parecer siempre le llamaron “El Castillo Moro”. Mis agradecimientos a Diego por esta información.

Pongo unas imágenes que nos muestran el ámbito de comunicación de los distintos enclaves:






Con estos esquemas nos hacemos una idea de cómo se comunicaban desde las distintas torres vigía. Además, desde La Torre de Mª Martín, tenían comunicación con La Ventosilla y Fuentetétar (en algunos mapas, Fuentetéjar), donde se encuentran otras ruinas de castillo, similar al del Berrueco, engullidas por la construcción de un cortijo de época más reciente (aunque antigua). Esto será abordado en otra parte de este “tratado” D.M.

Tras la “ruta turística” realizada el sábado de ayer, nos disponemos hoy a visitar este referido torreón o atalaya, que en lo sucesivo lo denominaré tal y conforme siempre lo llamaron los que por aquellas tierras anduvieron y Diego nos refería: “El Castillo Moro”. El acceso lo hemos realizado desde la vía/carretera que nos lleva de Arjona, o Escañuela, hasta El Berrueco (JV-2338). Dada la circunstancia de que los caminos antiguos los hemos ido dejando perder, casi no nos queda otro remedio que acceder por aquí. Supongo se podría llegar también desde el camino, que desde la ctra. De Lahiguera a Jaén, antes de volcar hacia la Cañada de Zafra, nos sale a la derecha. El problema, insisto, es que los accesos están prácticamente perdidos, y si los hubiera, están poco transitables para un vehículo “corriente”. Si la visita se quisiera hacer “a pie” no habría ningún problema en hacerlo por este último acceso mencionado, teniendo una leve idea de hasta dónde tenemos que llegar: hace falta un poco de orientación.


Otro acceso sería desde la cortijada de El Peñón, llegando desde éste hasta el Cerro de Valtodano,  y desde aquí cruzar el arroyo hasta el cortijo de Miguel López. Antaño existió una pasada entre los mencionados, hoy …hay que buscar un paso improvisado entre los cañizos. Esto no sería posible si tal arroyo llevara agua.  En alguna ocasión hemos realizado este itinerario en Bici de montaña, pero en tiempo “de sequía”.


Cortijo de Miguel López y el Cerro de Valtodano al fondo. Se puede apreciar el camino que pasa a sus pies y que procede de las cercanías del cortijo El Peñón.

Voy a indicar, en este caso, el itinerario que hicimos en esta excursión. Por tanto trataré de dejar claro las desviaciones que debemos tomar desde la JV-2338: Justamente tras cruzar el puente del arroyo Salado (el mismo que posteriormente pasará entre Arjona y Lahiguera), giramos a la izquierda en el segundo camino que nos encontramos. El primero es el que nos llevaría hasta “Miguel López”, pero nos lo encontraremos cortado por una barrera. El siguiente a éste (el que debemos coger), es el llamado “Camino del Cerro Piedra Anguita” (supongo que este camino nos llevaría antaño hasta el cerro llamado Cerro Pedernales, pasando por Cortijo Largo (o Cortijo Losa, según Diego Angulo): puedo constatar que el pedernal o sílex es abundante por la zona, y posiblemente por eso tal cerro adquiriera ese nombre). 

El Cortijo Largo o Cortijo Losa (aunque se trata de un conjunto de varios cortijos)  actualmente tiene varios dueños, entre los que podemos nombrar: Juan Parras (Torredelcampo), Juan José de La Torre Colmenero (Jaén) y Diego Angulo Cordero (Fuerte del Rey – Lahiguera). Anteriormente fue propiedad de los mismos dueños del Cortijo El Peñón: Diego Colombo Tirado, de Torredonjimeno. Éste también era el propietario del Cortijo El Pintao. Casi todas las tierras de este paraje eran dedicadas al cultivo del cereal, excepto 120 cuerdas de Los Parreños dedicadas al cultivo del olivar. Posteriormente pasó a ser arrendado por Los Peñoneros, los mismos que también arrendaran el Cortijo del El Peñón. Dada la larga estancia de esta familia en el último cortijo mencionado adquirieron el apodo con el que hoy los conocemos en Lahiguera.



Cortijo Largo (o Cortijo Losa) avistado desde el Cerro de las Torrecillas.

Desde la JV2338 podemos divisar un pequeño cortijo que se encuentra a la vera de tal camino. Desconocía su nombre, pero Diego me ha confirmado que es llamado "El Cortijo de Piedra Anguita”. Desde éste, suele haber un carril descendiente que nos lleva hasta pasada la barrera del camino de “Miguel López”. Esta opción, por si se quiere llegar en vehículo. Nosotros (Juana y yo), optamos por llegar hasta lo más alto del cerro llamado Piedra Anguita, donde se encuentran las balsas de agua que toman el mismo nombre del cortijo al que pertenecen (Miguel López), y desde aquí, y “a pie”, disfrutando de un maravilloso paseo, nos dirigiremos hasta “El Castillo Moro” que nos espera.


Balsa de Miguel López. Ya se divisa al fondo el Cerro de las Torrecillas.


Otra vista del cortijo desde las balsas.



Vistas del Cerro de la Torrecillas, desde las balsas de agua.


Bajamos por la cara Este de las balsas situadas en el Cerro de Piedra Anguita para llegar al arroyo de Miguel López (vuelve a surgir la duda de cuál será el nombre original: Mingo o Miguel). En los mapas es nombrado como “Mingo” (se puede comprobar en el último mapa expuesto), pero, los que por estas tierras se criaron, siempre lo han llamado “Miguel”. A veces, la transmisión oral de los nombres de lugares, puede dar lugar a estos hechos. Cada cual lo llame como estime oportuno, pero al menos sabemos que podemos escuchar nombrarlo de dos maneras.


Esta otra desde el cauce del arroyo antes de comenzar a subir entre los olivos.


Una de las plantas que visten estos campos.


Vista desde el cerro de Las Torrecillas: Miguel López y Arjona al fondo.

Y por fin, al abordar el cerro, tenemos antes nuestros ojos lo que buscábamos: “El Castillo Moro”.

Me llama la atención varios detalles de este torreón (supuesta atalaya): su situación, y la superficie cuadrangular de su construcción. Aclarar, que las atalayas solían realizarse con superficie circular, para ahorrar en material y mano de obra, ya que se trataba de darle utilidad para la vigilancia, nunca pensando en ser habitadas.  Pero lo que más me intriga es el por qué lo construyeron en una de las laderas de esta elevación, y no en lo más alto como suele ser habitual. ¿Acaso pudiera ser para hacerla pasar desapercibida desde ciertos lugares de visión?. Verdad es que, a pesar de estar semi-escondida, cumple la función perfecta de comunicación con los lugares expuestos anteriormente.




En estas otras fotografías hacemos acto de presencia, ante todo, para que se pueda comparar la dimensión de la torre.

Otras imágenes tomadas días después desde el paramotor:


Sobrevolando la cara Sur del Cerro de las Torrecillas.


Esta otra realizada a unos 60 metros de altura.
En esta fotografía se aprecia lo que antes comentaba de su situación en la orografía (realizada a unos 150 metros de altura).


Días más tarde del comienzo de este artículo, y de la información inicial aportada por Diego, me llegó un mensaje de José Pascual, su hijo. Pongo el texto tal y conforme lo recibí:
“Hola, Juanjo, me ha estado comentando mi padre, que la torre era como un castillo, y que cuando estaban haciendo la carretera de Jaén, para recoger las piedras ponían barrenos y con los mulos se las llevaban en los serones; y había una cuadrilla de picapedreros, que iban partiendo las piedras y repartiéndolas por toda la carretera. Espero que te sirva esta información.”


Por supuesto que me sirve la información: Esto aclara las dudas que me surgían respecto a la base cuadrangular de la torre y de su situación respecto al cerro. También ahora entiendo por qué le llamaban “El Castillo Moro”, y no “la torre” o “atalaya”. Es una verdadera lástima que estas atrocidades se hayan cometido contra nuestro patrimonio. No sólo destruyeron casi en su totalidad ese “Castillo Moro”, sino que también se “llevaron por delante” un poblado neolítico que existió antes que este castillo.


Aunque un poco cabizbajo por esta información que nos proporciona Diego antes de concluir esta parte, continuaré con lo que tenía en mente aportar.

Días más tarde (1 de marzo del 2013) volví a visitar “El Castillo Moro” tomando otro itinerario que ahora mencionaré, si bien tengo que decir que dejé el vehículo a la vera de la carretera que nos lleva hasta Jaén. Por esta zona nos pilla más cerca a Los Higuereños,  pero vuelvo a recordar que en época de abundantes lluvias es dificultoso cruzar los distintos arroyos que nos encontraremos yendo a pie (hoy he preparado buenas “zarpas de barro”, …término muy de nuestro pueblo).


Indicaré en el siguiente mapa el itinerario seguido:


Comienzo esta andadura por el camino que nos lleva hasta el Cortijo del Higuerón. Antes de llegar al mismo, nos encontramos con este pequeño altozano donde hace unos dos milenios aproximadamente hubo una “casilla” romana y sus moradores. Podemos ver la presencia de las tégulas que fueron utilizadas para sus tejados, así como restos de ladrillo y de cerámica de “terra sigillata”.


 Camino hacia el Cortijo del Higuerón, donde podemos encontrar los restos de esta pequeña casa romana.


Cortijo del Higuerón.

Pasando el mencionado cortijo, y una línea de trasporte eléctrico de alta tensión que podremos ver cruzando sobre el camino, comenzamos a descender hacia el primero de los arroyos que nos encontraremos.


Durante este descenso, y cambiando de lo que se suele ver actualmente en nuestros campos, nos encontramos con esta siembra de trigo (me vienen al recuerdo las palabras de aquel aventurero viajante del S. XIX : …“tierra de pan llevar”…refiriéndose a las siembras abundantes de cereal)  y avistamos El Cerro de las Torrecillas, donde se encuentra “El Castillo Moro”.



En las cercanías del arroyo nos encontraremos dos restos de cortijos con un pozo artesiano entre ambos. Por debajo del primero de ellos nos encontraremos una pasada que nos servirá para cruzar el arroyo (se puede apreciar en la fotografía):
Cortijo de Paz Angulo Cordero.


Este es el referido pozo, el cual no pude fotografiar desde otro lugar debido a que todo su alrededor estaba “achortalado”. Como podemos ver, el agua casi se derrama por su boca.

Me informa también Diego Angulo, que este pozo lo realizaron los vecinos de los dos cortijos, entre los que se encontraba él mismo (Paz Angulo es la hermana de Diego, quien heredó esta construcción). Me decía que su profundidad era de unos 7 metros, y que su agua era dulce. Añadir que existía otro pozo en el cortijo de Pedro Cano cuya agua era más dulce que la de este que vemos en la fotografía. El otro pozo, si aún existe, no llegué a verlo. Muchos pastores de aquellos años (Joaquín y José, de Lahiguera) iban a abastecerse de agua a este pozo que vemos en la instantánea. Tanto los cortijos como el pozo, los he situado en uno de los mapas mostrados anteriormente.

Una vez abordado el primer arroyo y subir hasta la siguiente elevación, obtengo de nuevo otras vistas del paraje:



Desde este segundo cerro desde el que he realizado la fotografía, tendremos que descender de nuevo para encontrarnos el segundo arroyo, y tras cruzarlo, subir finalmente hasta los pies del torreón.

Ahora mostraré distintas fotografías indicando los lugares que señalaba en los mapas al principio de este artículo.
Podemos divisar, al fondo,  El Peñón.


Vistas de la Sierra de Jaén vestida de blanco (desde “El Castillo Moro”).


Al fondo, la atalaya de Cazalilla: otro de los puntos de comunicación.


Al fondo de esta otra fotografía, La Atalaya (torre) de Mª Martín.


Vista de la torre desde la cara que da al Poniente.

Paso a mostrar ahora parte de la flora que tiene cabida en el lugar, entre sus piedras.


Flor de jaramago. Uno de tantos que se encuentran a los pies de esta torre.




 Perejil "loco" o "silvestre".



La flora que existe en la zona será otro de los asuntos pendientes de abordar en este Blog. Hasta ahora, a quien he preguntado no ha sabido decirme el nombre lugareño de estas plantas (salvo las que se indican). Si algún lector pudiera proporcionar información, bienvenida sería.

Antes comentaba que también se había destruido un poblado del período Neolítico. Pues aquí muestro algunos restos de cerámica de tal época. Este tipo de cerámica es muy peculiar, y la podemos distinguir observando que no se utilizó el torno para realizarla, puesto que no se conocía; por tanto la veremos exenta de esos trazos (o pequeños surcos) que sí suele haber en la cerámica posterior a este período, realizada sobre el torno.
Cerámica neolítica encontrada en la ladera del Cerro de las Torrecillas.

Tomo el camino de vuelta. La luz que arroja el sol entre la nubosidad se va atenuando. “Congelo” unas últimas imágenes de los lugares visitados. No puedo evitar hacer esta instantánea intentado adivinar lo que vieron los habitantes de este cortijo, hoy al borde del final de su existencia.


Cortijo de Paz Angulo.


Los últimos resplandores del sol reflejados en las nubes que acompañaron la tarde.


El torreón que sobrevivió va quedando oscurecido por la sombra del cerro que lo alberga.






Se despide la tarde.

…y con esta fotografía digo hasta pronto a este paraje de la “Haza las Liebres”. Espero el vigía del Castillo Moro aún siga viéndome desde lo que queda de esta torre.

Añadir, que este mismo día, estuve deambulando todo este cerro, y en lo que pude observar, dada la cantidad de vegetación existente, no encontré parte alguna donde se apreciaran restos de muralla ni construcción. Tan sólo ha quedado el vestigio de esta torre.

Diego también me dijo que casi todos los cortijos cercanos se aprovisionaron de piedras de este lugar: Miguel López, Paz Angulo, Pedro Cano, etc. Incluso para la construcción del Cortijo La Paz, no tan cercano al lugar, se retiraron piedras de este cerro (ya con camiones). También para el muro que hace años existió en parte del perímetro de “La Era del Sevillano” (en Lahiguera) se requisaron piedras de este lugar. Recuerda Diego cómo cavaban en la tierra para entresacar las piedras talladas que existían en abundancia, sobre todo en lo más alto del cerro.


Al final, el único consuelo que me queda, es saber que tenemos una carretera (también cortijos y muros), cuyos cimientos (o paredes), están formados, en parte, por lo que fue “El Castillo Moro”  durante cientos de años atrás.

Saludos a los lectores de esta humilde morada de sentimientos.


Juan José Mercado Gavilán
La higuera a 23 de marzo del 2013.
Vuelo en paramotor sobre "El Castillo Moro":



Sobrevolando "El Castillo Moro" 15/02/2013. from kunkache on Vimeo.

5 comentarios:

Carmen Montoro dijo...

Estupendo repor del castillo moro, Juanjo. Me apena que se nos escape y perdamos nuestro rico patrimonio y nuestra historia... pero me hace enormemente feliz saber que en todos los pueblos hay gente valiente y comprometida, como tú en Lahiguera, Jose Moreno en Castellar... y muchos otros en tantos pueblos de nuestra Iberia, incansables y apasionados con las "joyas" que nuestra tierra esconde. Qué están ahi, esperando pacientes a ser descubiertas, reconocidas, admiradas... Gracias por tu trabajo, que divulgaré y ayudaré a completar en la medida de mis conocimientos (ya te diré de las plantas que muestras).

Desde que me hablaste del "castillo moro" quedé atrapada por lo que me contaste...tan cercano y no sabía de su exixtencia. Investigaré y ya te informaré.

El tema de las atalayas me ha fascinado desde siempre, en la costa mediterránea se les llama "almenaras" mira este post de mi blog dedicado a estas torres vigías de la costa de Benalmádena, en Málaga.
Te gustará :) http://www.unsitiodiferente.es/2009/12/la-ruta-de-las-almenaras.html

Saludos y estamos en contacto.

un sitio diferente

PEDRO GALÁN GALÁN dijo...

Juanjo, por lo que se puede deducir a través de tus dos publicaciones en este blog sobre “Las Atalayas”, las atalayas se extendieron por nuestro territorio como piezas de ajedrez en un inmenso tablero. Gracias a su presencia, hoy hasta podríamos ser capaces de interpretar los antiguos y enquistados límites estratégicos, de imaginar seculares vigilancias, comunicaciones y acechos. A su paso por nuestra tierra, todas y cada una de las culturas las utilizaron, aunque su función cambiaría con el tiempo hasta que las nuevas tácticas de guerra las hicieron poco útiles y las llevaron a su definitivo abandono.
La función de aquellas torres era esencialmente de vigilancia, ya las utilizaron sucesivas civilizaciones, y tal vez su origen pudiera enmarcarse en ancestrales refriegas durante el Neolítico, cuando los hombres hacían uso de oteros desde donde avistar con antelación al intruso.
Debemos demarcar el concepto de atalaya, separándolo así de otras clases de parapetos naturales, o de torreones y estructuras que formaban parte del núcleo poblacional o de la fortificación que les prestaba cobijo. Es de suponer que la atalaya histórica, como tal, es en principio una extensión lógica de la fortificación o castillo, una copia a pequeña escala del torreón que estaba concebida para sobrevivir aislada de cualquier otra construcción. Su verdadera razón de ser era la vigilancia y la comunicación.

En este sentido, la atalaya respondió a una necesidad impuesta por las antiguas leyes de la guerra, al principio practicada a campo abierto pero que, con el tiempo, se trasladó cada vez más a la fortaleza y al consiguiente uso de las tácticas de asedio. En tal escenario, era crucial que la población dispusiera del tiempo suficiente para aprovisionarse, reclamar ayuda y ponerse a resguardo intramuros. Sin embargo la atalaya, que en un principio pudo concebirse solamente como estructura destacada y única, como plataforma de aviso ante un ataque inminente, fue adquiriendo más relevancia en la medida que crecían las colonias y poblaciones culturalmente afines. Ahora se trataba de salvaguardar todo un frente de penetración, cumpliendo una función fronteriza y de transmisión a largas distancias. Las atalayas, por tanto, adquieren plena significación en el momento en que cumplen la función de frontera.

Con el paso de los siglos se desplegaron un gran número de atalayas a lo largo y ancho de nuestro territorio. Muchas de aquellas estructuras fueron engullidas por las siguientes, o simplemente desaparecieron bajo el poder de los elementos, entre los que, la comodidad de conseguir piedras adecuadas a nuevas construcciones, por lo que se ve, fue la razón de su destrucción en muchos casos, como ocurrió con El Castillo del Moro.
Cordiales saludos, Pedro

PEDRO GALÁN GALÁN dijo...

Los íberos ya hicieron gala de genuinas técnicas constructivas en determinados emplazamientos geográficos. Elegían el lugar de sus asentamientos no sólo por la accesibilidad de agua y tierra fértil, sino que era condición indispensable su funcionalidad defensiva.

Diferentes cronistas romanos, como Tito Livio, Plinio o Hirtio, ofrecen descripciones de aquellos sistemas. Destacaban la presencia de muchas torres situadas en los oteros que podían servir tanto para resguardar las ciudades como para defenderse contra los ladrones. Los romanos mismos hacen uso de ellas añadiendo sus propias particularidades. El Imperio levantó fortificaciones militares de más o menos entidad, pero centraron el uso de atalayas en el control de encrucijadas naturales, así como de sus importantes vías de comunicación como la Vía Augusta y la de la Plata. Ciertos estudios recientes han llegado a la conclusión de que, cada vez más, algunos restos catalogados como árabes pudieron tener en realidad un origen romano.

La profusión de atalayas levantadas por Aníbal nos da muestras de la capacidad organizativa exhibida por los cartagineses. Las atalayas púnicas, además de servir como refugio y tener una sólida factura, ya debieron cumplir un genuino papel de comunicación, constituyendo un verdadero problema para las huestes romanas. Según algunos cronistas, los cartagineses destacados en ellas comunicaban sus mensajes por ahumadas, o empleando un revolucionario sistema de espejos siempre y cuando la luz solar lo permitiera.

La Edad Media estuvo caracterizada por la inestabilidad territorial, donde Aragón, Castilla y el reino musulmán hegemónico de cada momento jugaban sus respectivas cartas. Sobre la base estructural de las fortificaciones íberas y romanas, continuadas en alguna medida por los visigodos, los bereberes crearon su incipiente sistema de fortificaciones, entre las cuales no faltaban las primeras atalayas. Es en época del Califato de Córdoba, (cuando en al-Ándalus se adoptaron las medidas más contundentes en cuanto a la contención de las huestes cristianas), se creó un sofisticado sistema de atalayas entre las zonas fronterizas que se denominaron “Marcas”.

Aquellas construcciones, hoy muchas de ellas desaparecidas, eran de planta circular, y, como promedio, podían tener un diámetro de seis metros, alcanzando una altura de diez metros o más. Disponían de tres pisos distribuidos en almacén de provisiones, de combustible, y vivienda o estancia para los vigilantes. Arbustos silvestres como el tomillo, el esparto y la retama eran la base de las “ahumadas” como método más eficaz de comunicación a distancia.
Aquellas atalayas pudieron resistir muchos siglos en pie e incluso ser reformadas y reutilizadas hasta el siglo XVIII.
Cordiales saludos, Pedro.

Manuel Jiménez Barragán dijo...

Parece que las tierras de “pan llevar” se han transformado en “aceite llevar”. Digo esto porque son cosas de los tiempos. Es una tierra que, como demuestras, está poblada desde tiempos prehistóricos, y la principal explotación de este terreno, ya desde tiempos muy remotos, no era la agricultura ni la ganadería, aunque la hubiera.
Cuando vi el pozo artesiano, te acordarás que te pregunté si el agua era salada; ahora lo aclaras con el testimonio de Diego. Pensé que era una antigua salina, parece que no. De todas formas, aunque este pozo sea de agua dulce, sabemos que por esa zona había salinas, quizá todavía se exploten; Diego puede decir mucho de este tema. La sal era muy apreciada en la antigüedad, salario (sueldo) viene de “salarium”, se pagaba con sal en la época romana. Todas estas fortificaciones también, además de comunicación y vigía, tuvieron el papel de defender las salinas.
La sal era tan apreciada porque se utilizaba para conservar los alientos, todavía se hace; como el jamón de “Buscando Atalayas I”, tristemente desaparecido.

Lahiguera dijo...

Hola Carmen, Pedro, Manuel...Agradeceros vuestros comentarios, que siempren arrojan un poquito más de información y sentimientos a estas páginas de nuestro Blog.
Carmen, estoy impaciente por recibir tus aportaciones en cuanto a los nombres de esas plantas que, aunque en muchas ocasiones vemos, no las llamamos por su nombre, y no me refiero a ese nombre original "en latín" ni nada de eso, sino al nombre que le otorgamos los lugareños. Tu Blog (Un sitio diferente) lo sigo en la medida en que puedo; claro que he visitado el enlace que nos proporcionas, que una vez más me ha ayudado a ampliar mis humildes conocimientos. También desde aquí agradecer que nos brindes la oportunidad de "conocer" tantos y tantos lugares que quizás nunca visitaramos, si no fuese virtualmente.
Pedro, la adquisición de piedras de construcciones antiguas para las edificaciones más actuales fue un denominador común desde hace muchísimo tiempo. No podemos obviar el patio que fue de mis abuelos, Juanjo y Rosalía: sus piedras fueron requisadas del yacimiento Ibero-Romano de los Artesones.
Manuel, interesante aclaración nos das sobre las salinas y el salario. Ojalá hoy existieran muchas salinas por nuestro término...y también salarios. Es bien cierto que por esa zona se registran aguas salobres, aunque en este caso resultaron ser bien dulces. De ahí adquirió Diego (nuestro informador) su apodo "El Salinero", dada su dedicación a la extracción de sal de estas salinas, la cual repartía por los cortijos, tanto limítrofes como lejanos.