PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

lunes, 26 de noviembre de 2012

NOVIAZGOS Y BODAS DE MIS TIEMPOS.

COSTUMBRES DE HIGUERA DE ARJONA: LOS NOVIAZGOS  Y LAS BODAS DE MIS TIEMPOS.

Hay que hacer ya,… un exhaustivo repaso en la memoria para traer a la actualidad los recuerdos de nuestros años de la infancia y juventud y las costumbres de aquellos años. Con el paso de los años se van perdiendo en nuestro recuerdo, por ello vamos a dedicar algunos artículos de este blogs a recordarlo para los nacidos por los años cincuenta y para dar a conocer esas costumbres a los jóvenes asiduos lectores de este espacio de encuentro.

En este artículo pretendemos recordar todo lo que suponía en nuestros tiempos el noviazgo e igualmente describiremos cómo eran las bodas antiguas. Haremos también referencias a como eran esas costumbres en las edades juveniles de nuestros padres y lo que nos digan de nuestros abuelos. Así, aprenderemos a comprender esas circunstancias personales, en estos tiempos en que parece que estamos sobrados de todo, en unos años de intensa crisis en todos los aspectos de la vida.

Comenzaremos por hacer una aproximación a lo que suponía el noviazgo.

La costumbre en Higuera de Arjona era que cuando a un muchacho le gustaba una muchacha y llegaba a sentirse atraído por ella, (algunos tan jóvenes que empezaban a partir de los 14 o 15 años, pero la mayoría unos años después); el joven aprovechaba una oportunidad en el paseo y se acercaba a su elegida, solicitándole dar unos paseos con ella, “Se pueden dar unos paseíllos contigo”; para así iniciar un estatus de relación personal con ella, ello suponía muchas veces hasta carreras de la chica con su  o sus amigas acompañantes. Algunas mostraban resistencia, parecía que así se hacían más de merecer, aunque estuviesen deseándolo, porque las miradas previas en los cruces del ir y volver de los paseos así lo habían confirmado. También el interesado escuchaba y guardaba lo que la chica elegida dejaba dicho en conversaciones con amigas, y confidentes, sobre las preferencias por uno u otro chico de su edad.

Si eras aceptado en el paseo, ya se había establecido una primera relación que se podía repetir y así al cabo de los días o quizá de los meses, según la resistencia que presentaba ella en el campo de batalla, se pretendía a la aspirante a novia. Hecha esa primera proposición de establecer una relación que podía ser comienzo de un noviazgo, sin amistad previa, se esperaba un tiempo de una semana o más para recibir la respuesta de si era aceptada esa relación por parte de la joven, que era la única valedora en el asunto.

Desde entonces se hacía público el acto de pretender y a partir de entonces la noticia se extendía en el pueblo como el fuego, propagado por las mismas amigas acompañantes, que en algún caso hubieran preferido ser alguna de ellas las receptoras de la declaración. La cosa no era fácil, en muchos casos la receptora de la proposición se colocaba en medio de otras dos amigas y entrar en la situación de continuar los paseos y poder darle la declaración se convertía en toda una gesta, con rebolainas incluidas.

Esa gesta en tiempos anteriores a los nuestros se daba en otro terreno y con otros testigos, la joven era acompañada por alguna persona mayor o una hermana o amiga, que a modo de carabina (se llamaba carabina a una mujer madura y respetable que acompañaba a la joven en sus salidas a la calle cuando iban de paseo o a realizar sus quehaceres) cuidaba de la honestidad y buenas formas de la joven, que aspiraba a comenzar una relación casadera; pero esos años fueron más próximos a los tiempos de nuestros padres. Ellos acudían al baile que con un acordeón y poco más, los bailes se hacía en el Casino del pueblo, aquellos que eran hijos o hijas de socios de la “sociedad”, lo cual no dejaba de ser selectivo porque a él no podían acceder los hijos e hijas de los no socios, constituido como grupo social “de los ricos”. El Casino era formado por labradores, comerciantes, profesionales de la enseñanza, medicina, del ayuntamiento, etc. Era un “Círculo Cultural, Agrícola y Mercantil”, sin ninguna actividad en ninguna de estas áreas, si no era porque se estaba suscrito a dos periódicos, se podían vender unos socios a otros productos del campo, o iban los corredores en busca de los propietarios a su edificio o sede social.
 El cura también solía ser miembro del casino, aunque a algunos nunca llegue a verlos sistemáticamente como asistentes a sus dependencias, alguna cerveza y poco más, otros si.

En mis tiempos El Casino tenía por conserje a El Niño “del Conejillo” y Ana, después recuerdo que estuvo el “Correillo” y “María la de Barcelona”, y después el “Pateo” con Chiquita y Antonio, siempre con buenas tapas caseras. Antes  de la guerra, en el antiguo edificio de Ramón y Cajal 15, enfrente de la Plaza, estuvo atendido por Tiburcio. Aquel era un edificio que debió ser conservado, con un gran salón de entrada para baile, con una gran columna metálica en el centro,  y azulejos en el zócalo de las paredes, gran bar en el segundo cuerpo y grandes salones para socios en la parte de arriba.
Lamentablemente no dispongo de ninguna foto de su interior aunque no dudo que algún pionero de la fotografía puede disponer de fotos con motivo de algún acto social importante. Para nuestros padres, allá por los años cuarenta, fue su único lugar de diversión. Esta sociedad tuvo otras sedes provisionales en periodos posteriores a la venta del referido edificio, como la casa de la Pepa, más abajo del anterior edificio, y con “Marchal”  en el edificio que después fue la Peña, detalles en los que no conviene extenderse aquí por su provisionalidad.

En el Casino de nuestros tiempos, (en la casa de Gonzalo, que luego fue Farmacia de Doña Anita Ahumada) se leía el ABC y el Jaén, y se jugaba todas las tardes a los juegos de cartas, domino y ajedrez aunque este último en menor medida, y algunas veces hasta bien entrada la noche; también se veía la televisión, cuando el número de televisores que había en Higuera era escaso y muchas personas iban a ver los programas de entretenimiento que se daban por aquellos años del comienzo de la televisión.

El resto de los establecimientos eran las tabernas: Del Cristalino, Tiburcio, La Cueva, la de Lombardo conocido como Picolin, (marido de Paz), El Tropezón,  después el Chindo…, etc. Donde se servía vino blanco manchego, cerveza, y como aperitivo: avellanas (cacahuetes), tostaos y almendrillas. En estos establecimientos las tapas de cocina eran escasas

Años antes habían comenzado a regresar emigrantes de Alemania y Alfonsito en su casa de la Plaza adecento un espacio renovador y se formó “La Peña”, como sociedad que agrupaba a sectores sociales emergentes en contraposición al único centro social que en esos momentos existía en Higuera de Arjona con el Casino, surgido muchos años antes como sociedad al menos por los años de comienzos del novecientos. Los abuelos llamaban al Casino “La Sociedad”, con el tiempo alguna vez pensé que el nombre de Sociedad sería un residuo de lo que pudo ser en origen una “Sociedad Económica de Amigos del País” tan en boga en lustros anteriores, algún día trataremos de desenredar este asunto. Porque el ovillo va deshaciéndose poco a poco …; ahora resulta que antes del Casino con sede en la calle Ramón y Cajal número 15 enfrente de la plaza, (ocupada hoy como casa familiar de la primogénita de Manuel García Mercado) tuvo su sede inicial en la casa que conocemos como casa de Parras, en Ramón y Cajal 18; su dueño Francisco Martínez Lara, persona muy acaudalada conocida como “Barba”, nacido en 1854 y muerto en 1923, fue durante años quién encabezaba el Partido Conservador en Higuera de Arjona, aquel partido creado por Práxedes Mateo Sagasta en el año 1876. Recordemos lo publicado en el artículo sobre la Casa del Ayuntamiento de Lahiguera, donde se dieron amplias referencias, a la relación de los Martínez Lara con quien fuera presidente del Gobierno de España en reiteradas ocasiones. Y que el nombre de D. Práxedes Martínez Calero, conocido popularmente como “el alemán”, se debió a la relación de su padre con Práxedes Mateo Sagasta.

El Partido Liberal-Conservador (conocido generalmente como Partido Conservador) fue una formación política española creada por Antonio Canovas del Castillo en 1876, al tiempo de solicitar a Alfonso XII que asumiera la corona española tras el fracaso de la Primera República. El partido Conservador estuvo activo entre 1876 y 1931, fue fundado por Antonio Canovas del Castillo. En 1885 firmó con el Partido Liberal de Sagasta el Pacto de El Pardo, por el que ambos partidos acordaron alternarse en el poder a la muerte de Alfonso XII, lo cual fue garantizado gracias a las redes caciquiles con que ambos partidos contaban por toda España e impidió que ideología entonces radicales (socialismo, anarquismo, republicanismo) obtuvieran el poder y destruyeran la monarquía.

El Partido Liberal fue un partido político español creado en 1880 por Práxedes Mateo Sagasta y que, con el Partido Conservador de Canovas, constituiría el sistema bipartidista con alternancia en el gobierno que caracterizaría a la Restauración española durante el tramo final del siglo XIX y el inicial del siglo XX. Su programa político incluía la consecución del sufragio universal masculino —objetivo que vería cumplido en 1890—, la libertad de asociación religiosa y la separación de poderes; y aunque cabría calificarlo como un partido dinástico, a principios del siglo XX algunos políticos que más tarde serían prohombres republicanos militaron en sus filas, como Niceto Alcalá Zamora.

En 1898, España contaba con 18 millones de ciudadanos, de los cuales aproximadamente el 60% eran analfabetos, que se convertirían en 1914 en 20 millones, y el 70% vivía en ciudades de menos de 5000 habitantes. Un tercio del P.I.B. provenía de la agricultura y dos tercios de la población obtenían sus rentas del campo. Si esta era la media nacional, no supongo que Lahiguera estuviera como localidad con mejores estadísticas.

Después de un bosquejo de conservadores y liberales y del contexto sociocultural de España, volvamos a referirnos al enfrentamiento de los políticos locales que representaban esas opciones políticas.

Parece que las relaciones entre los hermanos Francisco y Mateo Martínez Lara fueron normales, pero con el paso de los años, muerto  Mateo Martínez Lara en el año 1901, las relaciones entre Francisco Martínez Lara (Barbas) y su sobrino D. Práxedes Martínez Calero (El alemán) fueron poco amistosas y familiares, quizá debidas a las rencillas que ocasionaron las prácticas políticas de aquellos años de las primeras decenas del novecientos. Pues siendo el tío cabeza de los conservadores en Higuera, su sobrino era el jefe del grupo liberal del pueblo.




Grupo de amigos, posiblemente grupo de políticos conservadores de Higuera, donde figura Francisco Martínez Lara (Barbas) y su hermano Mateo Martínez Lara (Padre de D. Práxedes Martínez Calero, conocido como “el alemán”)

“Barbas” estaba casado con María Paz Navarro Pérez de Aranda, nacida en 1861 y fallecida a los 41 años el 7 de diciembre de 1902. Ambos aglutinaron cuantioso capital, por lo que durante muchos años fueron los grandes capitalistas de Higuera en la persona de su hija María Teresa Martínez Navarro, que caso con Antonio Parras Jiménez (tras la ruptura, en la juventud, de un noviazgo de Teresa Martínez Navarro con su primo Manolito Martínez Calero, (¡un anecdotario completo requería esta historia!), este matrimonio no tuvo descendencia, por lo que el capital pasó a dos sobrinos del marido.

Una anécdota para concluir de momento este tema, es la que se produjo en el casino de “Barba” un día que jugaban al billar el médico del pueblo D. Jesús Couto  Fidalgo (gallego) con otros socios de la sociedad y llego “Barba” y les advirtió que tuvieran cuidado con la tela de la mesa de billar, para que no la rompieran, quizá con el tono prepotente que tienen los poderosos por dinero, (la casa y el billar eran de Barba el más rico del pueblo) por lo que el médico le respondió: “Barbilla, nosotros sabemos jugar”, ofendido “Barba”, ni corto ni perezoso, saco su pistola y el médico escondido bajo la mesa de billar le decía: ”Tira cobarde”; pero la mesa era del ofendido y no iba a dañarla, con lo que al poco se saldó el incidente con la mediación de otros miembros de la sociedad y las aguas conservadoras volvieron a su cauce. Don Jesús Couto Fidalgo fue médico del pueblo a comienzos del novecientos, se refieren a él como a una persona bastante emprendedora. El fue el que construyo la casa situada en Gran Vía, 19, en 1903 y que habitó hasta 1908, año en que murió electrocutado en su hogar.

El sobrino D. Práxedes Martínez Calero (El alemán), abogado, había estudiado en Madrid y aunque no se tiene certeza que fuese diputado, se sabe que constituyó en Higuera un grupo liberal, que aglutinaba en el otro Casino (que llamaremos liberal para diferenciarlo del conservador), situado en la casa que fue posteriormente casa del practicante del pueblo Pepito Del Nido Martínez, y hoy es sede de la Farmacia de D. Tomas Arrazola Moreno en Ramón y Cajal, 23.

El activismo político del “alemán” era tan grande que se recuerda dando mítines desde el balcón del casino liberal referido, de modo que lograba atraerse a las masas menos favorecidas de obreros, por lo que siempre conseguía la mayoría en los comicios municipales. El partido liberal representaba el ala más progresista ante el pensamiento caciquil de los conservadores, del que los mismos liberales no estaban exentos. El sector político de la izquierda, era casi marginal por su cuantía, aunque tenemos datos del reducido grupo de políticos que militaban en Izquierda Republicana y en Unión Republicana a mediados de los años treinta, de los que daremos referencias en otra ocasión.

La Peña era una “Sociedad Cultural y Deportiva” sería cultural por lo de los periódicos (aquí creo no era el ABC, sino EL PUEBLO y si el Jaén) y deportiva por eso de que allí se veía el futbol también en la tele. Jamás ni en una sociedad, ni en otra se patrocinó ni un torneo de ajedrez, un concurso de poesía o novela o se abrieron como promotores a algún progreso o novedad en ningún campo. Se dedicaban a jugar la partida, en algunos casos se jugaba bastante por la noche, y a estar en el bar, donde se daban algún café de desayuno, muchas ligas para el almuerzo y las cenas. Lo normal de muchos socios era irse a tomar el café tras el almuerzo en casa, y ya quedaban allí hasta la noche.

Pronto La Peña comenzó a tomar fama y consiguió gran cantidad de socios y visitantes de fuera por sus buenas tapas, mientras el Casino mantenía una buena cocina pero más tradicional. La verdad era que cuando uno quería lucirse con algún visitante, elegía La Peña por las tapas que servían Alfonsito y  Purita como cocinera. En las tardes noches de verano las terrazas de ambas sociedades se llenaban de gente y con el paseo y la música de la banda municipal, constituían la diversión de las familias. Los jóvenes seguían con los paseos.

Años después el antiguo Cine Palomares se destruyó y se hizo una casa nueva adecentada para tiempos más modernos a donde se traslado “La Peña”, y después con el paso de los años se convirtió en el “Bar del Salva”, cuando la peña se extinguió.

También por aquellos años cincuenta se hizo durante algunos años una Verbena en la Calle Ancha, la calle más importante del barrio de arriba, que sin duda volvió a retomar el aspecto popular que tuviese en tiempos pasados como zoco o feria local para la compraventa de los productos del campo y de animales.  El alma de aquella Verbena era la música de un grupo de músicos entre los que recuerdo a “Follarate”, mejor dicho José Hermosilla Martínez buen músico y persona. Eran los tiempos del cha-cha -cha “La cucaracha”.

Parece ser que en los años finales del siglo XIX se estableció el Casino como sociedad, primero en la casa de Parras y después en la misma calle Ramón y Cajal número 15, era aquel un edificio construido ex profeso para la sociedad que agrupaba los poderes fácticos de aquellos tiempos, quizá con una mentalidad algo caciquil.

Grupo de amigos en el postigo del Casino: Luisa Ojeda, D. Antonio Salcedo (médico del pueblo) D. Antonio Chamorro, Tiburcio, (conserje que aparece sirviendo), Ildefonso Martínez, Paco Pérez, detrás Gonzalo con la cara tapada por la bandeja y Gilberto García

La fachada se mantiene igual excepto las medias ventanas que daban a la calle a ambos lados de la puerta de entrada. Al edificio se accedía por una cancela acristalada, que daba paso a un salón cuadrangular amplio, con una columna de hierro en el centro (pintada en verde oscuro) y cuatro vigas en las cuatro direcciones que le daban consistencia al amplio salón de arriba. El salón de abajo estaba dotado de sofás decorados en terciopelo negro y amarillo, que después llegamos a ver los nuevos socios  en la sede actual del Casino en la llamada “Casa de Gonzalo” en la esquina de la derecha de la Plaza.

En el segundo cuerpo a la derecha estaba la barra del bar, a la izquierda en el fondo la escalera de acceso al gran salón de arriba que daba a la calle y del que se conservan los mismos balcones, en el balcón de arriba que daba al patio, había una habitación muy usada por los jugadores de cartas, que en muchos casos proporcionaron desgracias en los perdedores y beneficios a ganadores. Una cosa que llamaba la atención por aquellos tiernos años era que en el segundo cuerpo abajo había una mesa a la izquierda en el bar y como una cabina acristalada para el teléfono de la sociedad. Este casino agrupaba con el tiempo a los sectores significativamente más politizados de aquellos tiempos, como los miembros de la CEDA en la Higuera.

En la foto aparecen de izquierda a derecha, José Hermosilla, Felipe Zafra Gavilán, Manuel Martínez Liébana, en la fila de abajo: Pedro Teruel Muñoz, Rafael Teruel Muñoz y Miguel Cortés, que después sería maestro de la banda. Este grupo de músicos fueron el alma de las Verbenas y de los bailes de las bodas en los años cincuenta y sesenta. (Foto tomada de Facebook La Higuera)

Los guateques proliferaron poco a poco y muchos jóvenes del pueblo, terminaron haciendo los suyos con la gente de su pandilla. Los guateques de verano en algún patio eran habituales todos los domingos.

El paseo en Higuera de Arjona tenía dos escenarios, si era invierno el paseo se hacía desde el Cerrillo hasta la entrada de la Plaza, parece que el paso del los aires y del frío era menor que en la plaza y lo normal era comer pipas tostadas y saladas compradas en el kiosco de Colin o del Cojo de María la Peregila y su Cipri, las castañas pilongas o no, las chufas de la Trini y los caramelos vespa; en verano comprábamos helados de Colin tipo ”mantecao”, que llevaba también “Maeo” cuando iba a Higuera, también muy solicitados y apreciados. En tiempo de verano  los niños buscábamos herraduras en los ruedos para cambiarlas por polos de fresa, limón, naranja, etc. Poco duraba el refresco después de pasar tanta calor en las búsqueda de los hierros necesarios, también se comían  garbanzos tostaos que iban a vender los torrecampeños, muy especializados en ello, pero se utilizaban quizá más en las tabernas acompañando al calimocho de vino manchego.

 Esto es parte de una realidad, la que vivíamos de cerca, pero no toda la juventud de Higuera tuvo esas relativas facilidades, otros tenían que aprovechar para hablar con la muchacha de sus sueños, aprovechando algún anochecido, en que ella salía a comprar o a otro recado real o fingido para salir, y así sola o mejor acompañada, poder tener la opción de solicitarle relación y entablar un principio de relaciones.

Era muy corriente, que la damisela demostrara algo de indiferencia y se negara a aceptar esa primera proposición, había que insistir dos o tres veces para hacerse más de merecer, parecía  que si decía que si, a la primera de cambio era como si estuviera esperando y eso no estaba bien visto socialmente en el pueblo, pero el joven aguantaba carros y carretas y no tenía en cuenta los rechaces primeros. Volvía a insistir otro par de veces, y la cosa quedaba arreglada, aunque había muchachas que no aceptaban de ninguna forma, y como consiguiente le daban "calabazas". Ya de acuerdo, primeramente se veían un ratito al anochecer medio escondidos, para que no pudiera verlos gente de su familia, vecinas, etc., que se lo pudieran decir a sus padres. Tenía que echar algún achaque para poder salir ese ratito a la calle, porque si tenía que hacer alguna cosa lo había dejado para esas horas, o tener que ir a dar algún recado a alguna amiga (mentira, suerte que había pocos teléfonos).

El muchacho aguardaba esperando por la zona de la casa de ella, para que ésta saliera y ya juntos irse a dar una vuelta por algunas calles, muchas veces a paso más rápido de lo deseado. Pero el tiempo iba pasando y la relación se fortalecía con el paso de las semanas y los meses, y al poco tiempo, ya se les veía ir juntos, lo mismo por el día, que por los atardeceres y anochecidas, sin importarles nada, y los domingos se mantenían para ir de paseo con alguna amiga, o no, según la relación de las chicas, se aceptaba ir solos o permitir a esa amiga intima que presenciase esos primeros pasos del nuevo amor con el paseo en la compañía de la amiga íntima de ella. Lo cual para muchos varones no era plato de gusto.

 Mientras todos estos pasos se van dando, las familias de uno y otra andan congraciadas en silencio, como no habiéndose enterado de nada, y permitiendo que el proyecto de los jóvenes continuara en el caso de aceptación mutua por parte de unos y otros. En otros casos los jóvenes comprometidos comenzaban otra batalla con los suyos en caso de desavenencia, y no aceptación de uno u otra, lo cual provocaba en muchos casos la ruptura y hasta enfrentamientos de las familias de forma más velada o menos.

Los padres de la muchacha, se habían enterado del asunto pero de esto no se hablaba nada en casa al menos delante de la hija, aunque fuese un secreto a voces. Tenía que ser ella la que cara a cara se lo dijera, pasaban los días con la idea de hacerlo, pero no se encontraba la ocasión propicia…siempre lo dejaba para el día siguiente. Se juntaban los novios, y él normalmente le decía "¿se lo has dicho?", y ella le tenía que contestar que "no, pero se lo voy a decir". Por fin llegó ese día, la muchacha tuvo coraje para decírselo a su madre, y ésta a su marido. Si el chico era de su agrado, no ocurría nada, pero si era al contrario, había sus consabidas tensiones, enfados y regañinas. En casa del muchacho ocurría igual, pero era menos el ruido salvo que fuese algo inaceptable para ellos.

Tenían muy en cuenta la posición económica de cada familia, pues esa circunstancia era considerada cosa muy importante, como es natural todos aspiraban a casarse con la mujer de sus gustos y amores, pero ese deseo no estaba desligado de la aspiración de mejorar socialmente al casarse ella con uno más rico o él con una rica, mejor si “él o ella tienen un pedacico de pan” o estudios.

Cuando el noviazgo se consideraba oficial, los amigos le rompían la teja al novio en presencia de la novia, el acto tenía lugar en la puerta de la novia, estando ellos hablando: Se presentaban por la noche en la puerta de la novia cuando hablaban los dos y se le preguntaba al novio: ¿La novia o la teja? El novio respondía que la novia y se destrozaba la teja a sus pies, entonces ya eran oficialmente novios y el novio invitaba generosamente a los amigos y hermanos de la novia. La gente del pueblo veía por la mañana los trozos de teja y se enteraba de que el noviazgo era ya oficial.

     Desde entonces autorizaban los padres a ella, a que la pareja hablaran en la puerta de la casa, procurando siempre no cruzarse con el padre al principio; en tiempos anteriores se daba la circunstancia, que algunas casas tenían ventana de alguna habitación de la planta baja a la calle, después de cenar iba el novio provisto de una manta, que ponía cubriendo dicha ventana y él metido debajo, para hablar con ella, (después lo de la manta se perdió) o hacerse caricias, con algún beso entre barrotes de la ventana de hierro. Después, cuando paso el tiempo, pasaron a hablar y lo demás… al zaguán de la casa, salvados los mozos de las inclemencias del tiempo y algunos envueltos en la cortina o cortinón de la entrada.  Parte de los descansos de los niños de jugar al marro los empleábamos en espiar a algunas parejas muy ardorosas  Eso era lo oficial, porque también había encuentros no oficiales que en muchos casos concluían con embarazos sin mediar ventanas ni barrotes.

Avanzó más el tiempo, y entonces era normal pasar a la casa de los padres de la novia, el proceso era que cuando se veía conveniente por el tiempo de noviazgo, ella se lo decía a sus padres, y una noche después de cenar entraba el novio a casa de la novia, para solicitar el permiso de los padres de ella que serían sus suegros, si no tenían inconveniente el que siguiera en relaciones con su hija como lo había hecho hasta ahora.     Para el joven aspirante a yerno era una situación un tanto embarazosa, pero el que algo quiere… algo le cuesta, había que pasar ese rato y ponerse "colorao" por ser un momento muy vergonzoso para muchos, pues él también pedía permiso para entrar. …Ya al día siguiente, no era hablar casi a escondidas como a lo primero, ni en la puerta solamente, pues el novio entraba en la casa por las noches, después con el tiempo a cualquier hora. Allí estaba un rato de charla con los familiares y luego un poco a la puerta, como para despedirse y hasta mañana, pero las despedidas eran mucho más largas que lo deseado y algunas mamas llamaban a su hija o si eran más modosas se lo decían para  que el día siguiente fuesen más breves. La realidad era que se aprovechaba la ocasión en que los novios se quedaban solos y entraban en sus juegos amorosos.

En otros casos, esto se hacía solamente algunos días como los jueves, sábados y domingos, en el resto de los días de la semana, si se veían al anochecer o el anochecido, hablaban un rato pero nada más, que no era ocasión todos los días de ir a casa de ella y pasarse allí bastante rato hasta la hora de acostarse los padres, después el joven se iba a su casa o al bar con los amigos.

El muchacho pasaba, con el tiempo; a cualquier momento a casa de la novia, pero ésta no hacía lo mismo, salvo que fuese con ocasión de un hecho festivo como podían ser bodas de hermanos, bautizos de sobrinos o por alguna desgracia como el fallecimiento de abuelos u otros familiares del novio.

Tiempos atrás si la pareja tenía que salir a alguna película  al Cine Palomares o al teatro o ver un espectáculo de cantaores, tan frecuentes en temporadas posteriores a la recogida de la aceituna, en que compañías itinerantes acostumbraban a visitar nuestro pueblo en busca del dinero fresco de los cogedores de la aceituna. La pareja tenía que ir en compañía de algún familiar, bien de casa de él o de la casa de ella, pero nunca solos. No por eso, se evitaban el que hubiera casos de aumento de familia sin estar casados, lo que precipitaba el matrimonio para guardar en lo posible las apariencias y poder “vertirse la novia de blanco”.

Con el paso del tiempo, la cosa iba para adelante, hasta que se tenían que formalizar  los acuerdos de matrimonio entre las familias. Y se hacía la “Petición de mano”, que algunos llamaban “comprar a la novia”. Una noche, fijada de antemano, los padres del novio, (si no los tenía, en su representación algún familiar, sus tíos), iban a la casa de la novia a visitar a los padres de ella o a sus representantes, para solicitar de los padres de ésta el consentimiento para que se celebrase la boda.

Foto de una boda de los años 60. Los novios entran en la plaza, al fondo la casa que fue Casino.

Una vez obtenido éste, se trataban los detalles prácticos, todo lo relativo a fecha, invitados, y demás detalles, se quedaba, ya en firme entre las familias en preparar todo lo concerniente a la boda de los dos jóvenes. En esa noche se hacia la “Petición de mano” de la novia, con regalo de pulseras, pendientes y o anillos, aparte de otros regalos, y la familia de la novia preparaba como un pequeña cena en frío con vino, cerveza, jamón, queso, mariscos, etc. El novio también recibía su regalo de parte de la novia, casi siempre unos gemelos de oro o un reloj del mismo metal, en el caso de los más pudientes.

Grupo de amigos en una boda en cine de verano de finales de los años setenta. (Foto tomada de Facebook La Higuera)

Una vez decidida la fecha, se avisaba al párroco, quien empezaba a "arreglar los papeles" y se fijaban los domingos o fiestas en que se leerían desde el altar mayor las amonestaciones.

Si había que pedir dispensa de algún impedimento, el párroco hacía los trámites.

El primer domingo o fiesta en que se leían las amonestaciones o proclamas había en el pueblo gran expectación y nerviosismo en los protagonistas. Y la expectación crecía cuando en la misa parroquial, acabado el sermón o terminada la lectura del evangelio, el párroco, casi siempre con la misma fórmula decía:

 "Sepan todos los presentes que, con el auxilio de la divina gracia, quieren contraer matrimonio, según lo manda la santa madre Iglesia y el Concilio de Trento lo dispone, de una parte Don... (Nombres y datos de los contrayentes). Por todo lo cual, si alguno conoce algún canónico impedimento de consanguinidad, afinidad o espiritual parentesco, por el cual este matrimonio no pudiera ser válida o lícitamente contraído, debe manifestarlo en conciencia cuanto antes. Esta es la 1ª, 2ª,  o 3ª amonestación”.

En épocas pasadas la lectura de las amonestaciones antes de la boda era muy importante. En la actualidad se reducen a citar el nombre de los contrayentes en aras de la brevedad e incluso en algunas parroquias de las ciudades las listas de los contrayentes se ponen en el tablón de anuncios.
Quizá como ahora hacen cursillos prematrimoniales, se les da menos importancia a las costumbres antiguas.

Era lo habitual que  si no había peleas de los novios, cuando el varón volvía de la mili, en unos casos se comenzaba a hablar de boda, en otros, la mayoría se esperara a que el varón tuviera 25, 26 0 27 años para casarse.

Desde que el noviazgo se formalizo, los novios comenzaron a hacerse regalos de joyas, objetos de decoración o adorno y cosas de los ajuares, que la novia guardaba en espera de poder tener su casa para colocarlo. Se regalaba a la novia o al novio en sus onomásticas, cumpleaños, Navidad, Reyes, aniversario de compromiso, ferias. etc. El capítulo de los regalos en caso de desavenencia firme, suponía la devolución de los regalos entregados durante todo el periodo de noviazgo, este asunto suponía un llevar y traer, durante algún tiempo en el pueblo y en muchos casos era tema de conversación durante una temporada. En otros casos no se devolvían los regalos, considerándose lo “comio por lo servio”, si se había entregado dinero para el ajuar o las joyas, ninguno devolvía nada, daban todo por zanjado y pagado uno a otro, con el tiempo que habían mantenido la relación.

 Los padres de la novia iban poco a poco preparando el ajuar de la hija, los ajuares eran amplios dependiendo del poder adquisitivo de las familias, en algunos casos era tan escandaloso en número de juegos de cama, etc, etc que se supone que la hija no tendría que comprar ni una sábana durante toda su vida. Esto ocurría en tiempos más modernos, en tiempos de casamiento de nuestros padres se casaban con lo imprescindible para empezar su vida en común y en algunos casos con escasísimas pertenencias dependiendo de las posibilidades económicas de los padres, del trabajo, etc.

En Higuera de Arjona se tenía la costumbre ancestral de que los padres de la novia dotaban a la hija de ropas, muebles, electrodomésticos, etc. era todo lo concerniente al dormitorio, cocina, estar, etc.

Los padres del novio pagaban el convite de la boda y dotaban al hijo de una vivienda donde poder comenzar una nueva vida de casado, cuando no se daba vivienda se pagaba el alquiler durante el primer año, y en otros casos no se facilitaba nada de la vivienda y quedaban a vivir con los padres de ella o de él.

Lavando la lana para el colchón de la nueva familia, antes de la boda. (Foto tomada de Facebook La Higuera)

Como había que preparar toda una casa para los novios, había que dotarse de un cómodo y reconfortante colchón donde pasarían casi un tercio de su vida, así que con tiempo la familia del novio se aprovisionaba de lana de oveja, que se lavaba en las “Pilas” de los “Grifos”, se secaba y posteriormente se “abría” para quitarle los restos vegetales que hubiesen recogido las ovejas en el campo. Recuerdo como muchas familias antes, al no disponer de medios con que comprar la lana, tuvieron en aquellos tiempos anteriores los colchones rellenos de “farfolla”, que no era otra cosa que las hojas que envolvían las panochas de maíz, y que proporcionaban un sonoro referente a cada movimiento de los en la cama estaban descansando, ¡imaginaos si se movían...!

LAS  BODAS DE ANTES
 La celebración de la boda en el pueblo, normalmente había venido precedida de un prolongado noviazgo, con sus distintas etapas de trato mutuo por parte de los novios y de aceptación por parte de las respectivas familias. En otros años, no lejanos, casi todas las bodas se celebraban en el pueblo y la costumbre aceptada era que se celebrara en el de la novia, si el novio era de un pueblo de fuera. En ellas participaban los invitados por ambas partes, que eran casi todos los familiares más allegados y los amigos del novio y de la novia.

Postal que se enviaban los enamorados en 1911.

Con 10 ó 12 días o un mes antes de la fecha de la celebración de la Boda, lo mismo por parte del novio como por parte de la novia, salían por las tardes un par de mujeres de sus familias, con una lista en la mano, para ir a las casas apuntadas (que ya se había decidido invitar con anterioridad entre todos los de la casa), a hacerles la invitación a la Boda a los vecinos del pueblo o a poner en el correo la carta con la invitación oficial, aunque previamente con meses de antelación ya se había comunicado a los familiares y amigos del pueblo o de fuera la celebración del acontecimiento familiar. Esto después lo hacían los novios y algunos lo siguen haciendo.

Mostramos a continuación cuatro parejas de recién casados de Higuera de Arjona que celebraron su matrimonio allá por los años de 1920 y siguientes.

 Manuela García y su marido Manuel.

 Pareja de novios en los años 20.

Pedro Pérez y Úrsula Cano, años 40.

Antonio Morales y Segunda Mercado, años 20.

Para hacer las invitaciones se comenzaba por elaborar una lista de familiares más allegados, familia completa en este caso de los abuelos, padres y hermanos de los novios y sus cónyuges o novias, consuegros, primos hermanos de los padres (Si se había decidido invitarlos en la noche de “Pedida de mano”), vecinos de una y otra casa, allegados de unos y otros, También en algún caso se atendían como invitados algunos compromisos de los padrinos de boda, que normalmente compartían entre el padre de la novia y la madre del novio, en otros casos era algún hermano mayor con otro miembro de la otra familia o con su esposa.
También se invitaban a los amigos y amigas de los novios y sus novias y novios respectivos. Eran invitados algunos compañeros de la mili, del trabajo o a los patronos si trabajaban fijos en su casa o eran sus manijeros y a la inversa. La vecindad más directa también era invitada tanto en una dirección como en la otra y en número dependiendo de las relaciones personales que mantuvieran.
Antiguamente había otro tipo de invitados de menor compromiso que eran invitados a acompañar la ceremonia de la boda y finalmente se invitaba a otros jóvenes al baile, eran conocidas de poca amistad, aunque no se les invitaba al banquete. A pesar de que antes de las amonestaciones se avisaba a los invitados por si se tenían que hacer algo de ropa, el día de la víspera salían los novios con los hermanos y primos a convidar pues entonces no se hacían invitaciones.
En las bodas de tiempos más atrás, con bastante tiempo de antelación, empezaban las mujeres a hacer algunos arreglos de las casas del novio y de la novia, para luego dedicarse a pintar, para dejarlo todo a punto, y solían ayudar jóvenes de su familia.
Muchas bodas se celebraban en las casas del novio, después empezaron a celebrarse en el cine Palomares. Si la boda se hacía en la casa del novio, como ocurría al principio, según se acercaba la fecha la familia del novio se dedicaba a ir por las casas de la vecinas y hacían acopio de vasos, jarros, platos, fuentes, ollas, botellas vacías de anís para el resol y otras piezas de las vajillas de uso de las familias de la vecindad del novio y de la novia, para poder atender la demanda de servicio que la boda le requería. Se hacía esta práctica habitual ante la imposibilidad de disponer en una casa de todo el vedriao que se necesita para los invitados, al igual que hacían acopio de sillas y bancos, que se colocaban en todas las habitaciones que con este propósito se habían dejado libres con anterioridad, utilizándose todos los espacios disponibles, pasillos y patios según el tiempo.
Para conocer la pertenencia de cada pieza prestada, se escribía el nombre del vecino propietario, en un papel de sellos y se pegaba en el culo de los platos y vasos. Para que no hubiera confusiones, iban haciendo una lista, de cómo era la vajilla, y poniendo en la parte de abajo por fuera en el culo, unas gotitas de lacre derretido, o la anotación y para sillas y bancos, si no tienen una denominación conocida, con unos hilos atados a las patas en la parte de abajo, quedando amueblada la casa para dar asiento a los invitados, que a veces no encontraban asiento por  decisión de asistencia de última hora, lo que provocaba el sofoco de los padres organizadores de la comida o cena, hasta que finalmente se quedaban todos colocados. Era normal ver a Juana la Loca contar las parejas que formaban toda la fila de acompañantes camino de la Iglesia para incrementar las mesas y sillas a última hora. Las sillas se marcaban en algunos casos con las iniciales de los propietarios, labor que realizaban ellos mismos para evitar pérdidas y confusiones. En casa de mi abuelo siempre vi sillas marcadas a hierro como las reses por esta causa.
En realidad había de todo tipo de bodas, según las circunstancias personales, había que no tenían banquete por escasez de recursos, por fallecimiento reciente de algún familiar directo y la boda era de luto, sin comida. Otro tipo de boda era la que iba precedida de “La Cencerrada”, pero ¿Qué era la Cencerrada?, En el año 1729 el diccionario de Autoridades definía la cencerrada como algo que "en los lugares cortos, suelen los mozos las noches de días festivos andar haciendo este ruido por las calles y también quando hai bodas de viejos o viudos, lo que llaman Noche de Cencerrada,

El diccionario de Autoridades la define someramente. Más explícito es el Diccionario de Ayala, fechado en 1693. Su autor escribe: "… quando un viejo se casa con una niña o un moço con una vieja, o dos sumamente viejos, o alguna, aunque no sea muy anciana, ha tenido muchos maridos y se casa tercera o quarta vez., la gente popular acostumbra darles chascos la noche de boda, habiendo ruido con sartenes y hierros viejos o cencerros”, de donde tomó el nombre y a esto llaman cencerrada. En casi todos los pueblos fue costumbre la “Cencerrada”, aunque en la actualidad haya desaparecido.
En otras ocasiones respecto a la comida, cuando los contrayentes no tenían medios económicos, sus familiares, amigos y allegados, llevaban a casa del novio o la novia algunos animales vivos y alimentos, que luego compartían a modo de convite, junto a lo que podía aportar la familia del novio y la novia en buena armonía.
Las bodas de carne, eran casi siempre por la noche, era una cena que se hacía en la casa del novio, no sé por qué eran consideradas bodas de pobres, en realidad yo fui a alguna y la comida era exquisita. Recuerdo que un señor muy grande y fuerte se comió tres platos de albóndigas, comía bien, me quede asombrado, cuando era joven, en nombre y representación de mis padres fui a la boda de una persona, muy apreciada en la casa.
Aunque en las casas también se hacían almuerzos con chispillas, lo habitual del menú de boda era una buena sopa de albóndigas con carne de pavo y gallina, (se criaban uno o dos pavos según invitados y con ellos se hacía la sopa o se freía la carne),  en muchos casos se repetía si se quería,  en algunos casos entretanto se iba tomando un plato de embutidos, queso y jamón en medio de la mesa, vino y cervezas y para postre un trozo de “Manta” y como bebida vasos de “Resol” de café y de limón, en botellas con la superficie estriada y con una moña de papel de seda de colores que se utilizaba como tapón. Las bodas eran un alarde de comidas en la mayor parte de los casos, en los que no era así y la comida era escasa, se comentaba en el pueblo y la familia del novio quedaba en entredicho por engurruñidos.
La mayoría de las bodas de aquellos años, terminaban con música. Los músicos más habituales por aquellos años  cuarenta y cincuenta eran Rafael el Crisanto y su hermana Luisa. Es de recordar el gracejo personal que tenía “El Crisanto, tanto en el trabajo de pintor, como en el desarrollo de su faceta artística. Cuando iba a las bodas a tocar sus pasodobles, tangos o boleros, a veces le acompañaba su hermana Luisa que como autodidacta aprendió a tocar bien la guitarra, con la ayuda de su padre.
Cuando su hermana lo acompañaba a tocar, Rafael preguntaba antes de comenzar su actuación ¿Si deseaban la pieza “solemne o acompañao”?, si era “solemne” interpretaba él sólo con el saxofón y si era acompañao tocaba su hermana Luisa la guitarra también.
No sé si los recuerdos son fiables, pero la gran afición a la música de ambos les venía de su padre Pedro Teruel (“El tío Perico”), que era bastante aficionado a la música y enseño a sus hijos todo lo que pudo. Parece ser que aquella manera referida más arriba de “solemne o acompañao”, venía de él.

Pedro Teruel, llamado en el pueblo ”Tío Perico” debió ser muy aficionado a la música. Parece que ceceaba, desconocemos su origen. Era vendedor de pescado y murió en 1934. (Foto tomada de Facebook La Higuera)

Un banquete de  boda celebrado en casa particular.
Grupo de jóvenes celebrando una boda en la casa del novio, años 60.



Luisa Teruel Muñoz (conocida como “Luisa la de Pellica”) y su hermano Rafael (conocido como “El Crisanto”). En la foto de la derecha Luisa con la guitarra y su hermana Josefa (“Pepa la Crisanta”). (Foto tomada de Facebook La Higuera).













Normalmente la gente de mayor poder adquisitivo hacía almuerzos y no ponían sopas ni carnes, sino un abundante plato individual de embutidos, jamón, lomo, chorizo, queso, almendras, aceitunas, patatas fritas, etc., que se llamaban” chispillas”, estas chispillas se podían repetir, y mezclada con abundante cerveza y vino tinto, moriles, etc. era más que suficiente para llenar los estómagos de los invitados más tragones. Después igualmente se tomaba la típica “Manta”, roscos de baño blanco y vasos de “Resol” para el postre. También se servían en estas bodas dulces de Casa Campos de Arjona.

Mesa preparada para la boda. En este caso por el tipo de sillas y por el enladrillado del suelo, parece que se celebraba en una casa particular. Sobre el mantel de papel “biscuter” de cerveza El Alcazar, alguna que otra gaseosa con sabor naranja o limón, los platos de “chispillas” el vino amontillado y tinto, la “Manta” rellena de chocolate, los fruteros con los dulces de Arjona, y las botellas de “Resol” de limón y de café. (Foto tomada de Facebook La Higuera)

Boda de Manuel Mercado Cubillas y Francisca Gavilán Pérez, año 1970.

Panorámica del Cine Palomares con la disposición de mesas preparadas para el banquete de bodas.

Situados todos los invitados comienzan a servir la bebida los camareros en las mesas.

En el discurrir de la comida los novios recorren las mesas para comprobar la atención a los invitados

Años después se servía un menú en el Cine Palomares, a modo de catering, traído y servido por alguna casa de Andujar dedicada a dar banquetes, pero eso ya era en los años 70.
Tanto para las comidas cenas de carne en las casas como en el cine, había unas personas del pueblo dedicadas a preparar comidas, bebidas y todo lo referente al banquete, junto con la familia del novio. Recuerdo que se dedicaron a este menester: “Paca la Cochera”, “Clara la de Panblanco”, “Juana la Loca”, y el “Niño las medias” (que también era camarero del Casino). Estas mujeres del pueblo que eran cocineras eran las encargadas de la preparación de las grandes cantidades de comida que se necesitaban.
Una de ellas hacía de directora y las demás ayudaban, aunque ella era la encargada de preparar primeramente las albóndigas y los platos de dulce para los postres. Como es natural, para todo esto tenían que ayudar la gente del alrededor, los de la casa y familiares.
Había la costumbre, que permanece, de que en días anteriores a la boda la novia “enseñaba la casa” donde a modo de escaparate, quedaba expuesto todo el ajuar de la novia para satisfacción de los padres. Esto provocaba visitas continuas por las tardes de jóvenes casaderas, parejas, y mujeres de todas las edades.
El día anterior, o sea la víspera, por la mañana iban los novios al Juzgado, para en la oficina del Registro Civil, hacer expediente de solicitud de casamiento. Después del casamiento en la iglesia el Jefe de los Municipales entregaba al novio el citado documento. El matrimonio civil ahora se celebra ante el Juez o el Alcalde o funcionario señalado legalmente con dos testigos mayores de edad y se deberá acreditar previamente que se reúnen los requisitos de capacidad exigidos legalmente.

Grupo musical de Higuera de Arjona de los años sesenta que tocaba en las bodas. Son Felipe Zafra Gavilán, Pedro Teruel Muñoz, “El Niño Chorreones”, Manuel Martínez Liébana y Rafael Teruel Muñoz en plena actuación. (Foto tomada de Facebook La Higuera)

Lo que sí han hecho los novios en unos días antes, ha sido el reunir a sus amigos y amigas, lo mismo solteros que casados, para ir una noche a un  bar o restaurante e invitarlos a beber y tomar tapas, como despedida de solteros, esto pertenece a tiempos más modernos.
Llegado el día señalado, toda la vida del pueblo giraba en torno al hecho de la boda porque todo el pueblo participaba de alguna manera con el jolgorio consiguiente.
 Por fotos antiguas y por la que me cuentan personas mayores, voy a intentar describir a continuación como iban vestidas de novias nuestras abuelas. Utilizaban ropas que desde hace años están en desuso: Algunas de esas prendas interiores, eran: Un justillo de tela, que hoy día ha sido cambiado por un sujetador. Un corsé, que apretado por mediación de cintas, hacían el talle más perfecto. También un jubón, que es sustituido ahora por una faja. Unos pantalones de tela, desde la cintura hasta abajo de las rodillas, que en las bocas tenían puntilla, estaban atados con unas cintas de seda de colores. Para encima de los pantalones, unas enaguas de tela, que eran del tamaño de una falda, con puntilla o tira bordada cosida en todo el diámetro de la parte de abajo. Si la novia estaba delgada, se ponía entonces dos, para aumentar algo artificialmente. Una sobrefalda para encima de las enaguas, que solía ser de vichy. La vestimenta exterior: Encima de la sobrefalda iba la falda, que era en negro y solía ser de tejido adamascado.

 Esta foto de 1895 tiene interés por las ropas del grupo familiar. Son el matrimonio formado por Antonio García Barragán y su esposa María Cortés Bareas que aparecen sentados. En la fila de arriba de izquierda a derecha aparecen sus hijos: Mariana García Cortés (Marianica) casada con Agustín López León, Juana García Cortés casada con Francisco Morales García, Antonio García Cortés casado con Clara Garrido Navarro, Sofía García Cortés casada con Juan José Morales García, y María Francisca García Cortés casada con Eusebio Zafra Ramírez.

Usaban un delantal de raso con bonitos bordados, para la parte delantera encima de la falda. Las medias de algodón, no se usaban todavía de seda. 
Una toquilla, que se ponían sobre los hombros cubriendo parte de la espalda, y cruzados los picos en la parte delantera. Un manto o blonda en negro, prenda de raso, que era mayor que la toquilla, puesto encima que cubría la parte de espalda, cabeza y hombros hasta la parte de delante.
 También sobre la cabeza un velo negro. Sobre los hombros cubriendo más espalda que el manto porque era mayor, un mantón de Manila (o de la China) con flecos, que se cerraba sobre los brazos, en la parte delantera. Para los pies, bota baja que cubría los tobillos, abrochadas con varios botones. En la mano derecha un abanico. A este traje se le conocía como "la novia vestida de manto".
El novio tenía una forma de vestir más sencilla, como ropa interior camiseta de felpa si era en tiempo de invierno, y tal vez calzoncillos largos del mismo tejido hasta los tobillos. La camisa me parece que era de popelín (algodón) en blanco. Debajo de la solapa (cuello de la camisa), la corbata que era en negro. El traje también en negro, chaleco y luego chaqueta (tejido grueso de lana), o de pana lisa o de tejido, de una fila de botones, pequeña, que cubría solo los riñones. Los pantalones muy estrechos, nada de bombachos en la parte de abajo, pues eran llamados "pantalones de tubo".
 Botas en negro sujetadas con cordones. Sombrero en negro corriente. Capa en negro o color azul, con embozos por dentro de terciopelo en color.

Los puestos del padrino y la madrina, eran ocupados por familiares del novio. Durante muchos años se mantuvo esta costumbre. Si se casaba el primer varón de la casa, entonces los padrinos eran sus padres o hermano y hermana; si no los había o así se había decidido en la casa, eran otros familiares, bien primos hermanos u otros allegados a ellos. Para el segundo varón, ya no había conflicto, pues entonces era su hermano y su cuñada casados los primeros. Para el tercero era el segundo matrimonio y así sucesivamente. En las bodas de hoy, es costumbre de ser la madre por parte del novio y el padre por parte de la novia, o incluso son sus padres. La ropaje los padrinos era un traje normal, y la madrina podría ser también "vestida de manto" al estilo de la novia, o con vestimenta normal, nos referimos a las bodas más antiguas conocidas.
En las bodas antiguas tenían la suficiente creatividad para saberse divertir por ellos mismos, cantando y bailando las canciones y los bailes que se conocían por tradición, con los cuales se identificaban.
 En estas bodas, cuando se aproximaba la hora, al segundo toque de campanas de la iglesia, el novio con su madrina y familiares de su rama, se dirigían a la casa de la novia, para encontrarse con ellos y formar así un solo cortejo de fiesta, camino de la Iglesia donde se iba a celebrar la ceremonia religiosa. La comitiva nupcial iba por el centro de la calle y a un lado y otro las mujeres, jóvenes, niños y público en general se acercaba para ver cómo iba vestida la novia, como iban de arreglados todos los invitados, normalmente las señoras solían decirle algo agradable a la novia, referido a su traje, lo guapa que iba, etc..
De la casa de la novia ya salía la novia con su padrino y el novio con la madrina, después los padrinos, los hermanos, tíos, demás familiares y conocidos.
Celebraba la ceremonia religiosa, se pasaba a las dependencias de las sacristía y allí firmaban los recién casados, siendo testigos del casamiento algunos familiares cercanos de los casados, normalmente hermanos, amigos y tíos, se firmaba el acta presentada por un empleado del Juzgado.
   Terminado el acto religioso, a la salida de la Iglesia los novios emparejados recibían una lluvia de granos de arroz que le lanzaban los invitados sobre sus cabezas, suelían ser familiares o amigos y amigas. Parece que querían significar “abundancia” para los casados
 Se encaminaban a la casa o al cine donde se celebraba el almuerzo o la cena, y la comida trascurría con algún ruido por la conversación de la gente y el ajetreo de los encargados de reponer comida o bebida. Al final de la comida, el novio, que con unas cajas debajo del brazo que contenían cigarros puros, iba dando uno a los varones.

Un grupo de amigos en una boda en 1953, en el patio de una casa (Foto tomada en Facebook La Higuera)

Mientras en estos tiempos se termina todo con una comida, refieren las personas mayores que antes se sentaban a la mesa hasta en seis ocasiones, con eso de la “tornaboda”.
   
Ahora llega el momento de darle el dolor al bolsillo, pues es el momento de entregar "la dolorosa”, “la manteca” o “el cumplido”;…en sobre de carta, al poder ser pequeño, se han metido unos billetes grandecitos doblados, que casi siempre es algo más de lo que generalmente cobran por el cubierto, pues ya sabe la gente lo que se cobra por el mismo más o menos. Si son los recién casados los que han de pagar el importe del banquete, siempre les sobra dinero, y si lo pagan sus padres, a ellos le queda lógicamente todo libre. En la parte final de la comida, ya comienza a formarse una fila de asistentes al banquete que van pasando por delante de la mesa que ocupa el matrimonio nuevo con sus padres, dejando cada invitado el sobre referido sobre una bandeja, que a la vez van recogiendo el cigarro puro que les entrega el padrino, y un regalo para las damas por parte de la madrina, e incluso esto último se entrega al tiempo del café en las mesas de los invitados.

Foto de recién casados en el año 1953 con amigos e invitados en el patio de la casa. (Foto tomada de Facebook La Higuera)

Después pasado un tiempo los novios y padres se retiraban a contar el dinero recibido y daban a conocer la cantidad recogida del convite, que se comunicaba a los más allegados. En algunos casos acostumbraban a anotar el dinero recibido si el invitado se identificaba, con idea de devolver la misma cantidad en posterior compromiso reciproco. En otros casos no se escribía  el nombre del invitado e incluso algunos sobres iban vacíos, se ve que la caradura también se daba.
   
Con rapidez los camareros retiraban sillas y mesas, limpiaban el salón, para que enseguida sonase la música. Comenzaba el baile con un vals bailando el novio con la novia, al que se incorporan el padrino y la madrina y se van incorporando progresivamente los invitados. Después era habitual que bailase el novio con la madrina y la novia con el padrino. Pasadas algunas piezas los novios dejaban de bailar o no, según su afición y volvían a la mesa con sus familiares.


La orquesta comiendo en un descanso de una boda. Los músicos eran: Rafael Teruel Muñoz, Felipe Zafra Gavilán, Pedro Teruel Muñoz “El Crin”, y Manuel Martínez Liébana. Los acompañan  amigos de Felipe Zafra Gavilán: Julián Zafra Garrido, Juan-Manuel García Galán y Manolo Zafra Gavilán, hermano de Felipe. (Foto tomada de Facebook La Higuera)

En las bodas más antiguas  muchos invitados varones salían a tomar café y dar una vuelta, quizá para refrescarse; pero de nuevo volvían el novio con los  amigos, recogían a la novia y de nuevo a bailar todos agarrados y dando vueltas al ritmo de pasodobles.
Se cenaba y de nuevo a bailar hasta próxima la medianoche. Los amigos del novio empezaban a darle bromas, y entre cantos, bailes y bebidas se pasaban hasta bien entrada la madrugada. Cuando la pareja de recién casados lograba desliarse de los amigos, bastante alegres, se iban a dormir a su nueva casa, siendo otras veces acompañados hasta la puerta. 
 Era relativamente frecuente que familiares próximos y amistades allegadas le hicieran en la cama “la petaca”, que consistía en doblar la sábana de arriba por la mitad hacia abajo, de modo que al acostarse los novios, no podían introducirse en la cama al estar la sábana doblada, por lo que terminaban deshaciendo la cama tan primorosamente preparada en apariencia y colocando las sabanas según el uso normal. Otra broma que solía hacerse al novio más que a la novia era ponerle en el orinal unos papelillos de gaseosa, que cuando iban a orinar empezaban a efervescer y hacer espuma, de forma que debían cortar el chorro. Es muy posible que el novio pagara una deuda que tenía, pues seguramente esto que le hicieron ahora, lo habría hecho quizá a su mejor amigo.
Así llegaba el día llamado “tornaboda”, en la que no muy temprano le llevaban el desayuno a los desposados de parte de una de las casas de sus padres, a los que se pegaban amigos y amigas de la novia, a los que se obsequiaba con anís o alguna bebida. En muchas ocasiones cuando se terminaba era ya muy avanzada la mañana, y se hacían entre los jóvenes juegos de prendas u otros entretenimientos, la cosa era juntarse de nuevo la juventud. Después se marchaba cada cual a su sitio hasta la hora del almuerzo, en que se comía lo que había sobrado del día anterior y no se había tocado porque se preparaba en exceso por si faltaba. La boda seguía algún día mas, los mozos iban a buscar a los novios para gastarles bromas y se celebraba como algo parecido al primer día aunque la comida iba flojeando, haciéndose la comida con los sobrantes de la comida preparada, que había quedado sin tocar y los despojos... El baile seguía y a veces también se hacía chocolate.
En las casas donde el patio, corral o alguna habitación eran grandes, se organizaba el baile; la "orquesta sinfónica" la componían un acordeón o saxofón y pocos instrumentos más, interpretados por los músicos del pueblo.
Se seguía dando vueltas hasta cerca del anochecer, era  ya el momento de poner fin a aquellas bodas de nuestros abuelos.
Entonces, el personal invitado se despedía de los padres de las dos ramas, deseándoles salud para ver casados a todos los hijos que tuvieran. También se despedían del nuevo matrimonio para que fueran muy felices y tuvieran muchos hijos. Dejando descansar a todos e intentando descansar ellos, si no tenían programado algún trabajo en el campo. Alguno aficionado a la poesía les regalaría estos versos de despedida muy habituales en esos tiempos:

Viva la novia y el novio
y el cura que los casó
El padrino y la madrina
los convidados y yo.
Para remate de todo
la enhorabuena os damos
sea para servir a Dios
y sea por muchos años.
Nos despedimos de los novios
del padrino y la madrina
y de todos los convidados
que por muchos años vivan.
Nosotros nos despedimos
de todos en general
con muchísima alegría,
no les molestamos más.


Desde este momento, los recién casados comenzaban a vivir en real intimidad y a vivir por su cuenta. La comida la hacían juntos en casa de los padres de él o de ella. La cena en la casa de los otros padres que no lo hicieron para la comida, y ahora sí que se habían terminado todos esos días de inmenso jaleo, en que todos terminaban bastante cansados. Aunque también había algunos amigos que daban la lata a los casados durante esta segunda noche, si no se habían marchado fuera del pueblo, disfrutando de la “Luna de Miel”.
Y fueron felices y comieron perdices

¿Cuánto han cambiado los tiempos?, Hoy las bodas se han simplificado de tal forma que han perdido toda la riqueza de costumbres que las rodeaba. En Higuera de Arjona ya no se celebran banquetes de bodas, se prefiere desplazarse a otros pueblos cercanos: Arjonilla, Andújar o Arjona, para tener la facilidad de celebrar el banquete en un restaurante, en el cual se remata la fiesta con una orquesta que ameniza el baile. Esto ha hecho que haya desaparecido todo el encanto de las bodas populares según la antigua usanza, con las coplas, los ritos y costumbres que habían pasado de padres a hijos y de abuelos a nietos.

Por otra parte, ahora casarse por la Iglesia en España empieza a ser casi una rareza. Seis de cada diez bodas que se celebran en el país son ya civiles y el descenso de los enlaces canónicos es tan acelerado que nadie se atreve a pronosticar dónde puede terminar. De hecho, hasta 2009 fueron mayoría. Ese año, la Iglesia vio cómo caía el penúltimo bastión que resistía ante el acelerado proceso de secularización vivido en el país -solo quedan los funerales- y las parejas que optaron por formalizar su relación en juzgados y ayuntamientos fueron más que las que pasaron por la vicaría. Era el resultado de un proceso de desgaste que es mayor mes a mes como prueban las cifras: en 1991, las bodas civiles apenas superaban el 20%. Diez años más tarde en 2001 pasaban algo del 26%. En 2011 rozaron el 60% al sumar 97.666, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).

¿Qué está pasando para que en una década los matrimonios por la Iglesia hayan caído de 152.000 a 62.000? En primer lugar, se ha producido una reducción general del número de enlaces. Hasta época bien reciente, la cifra se mantenía más o menos estable en 200.000 bodas al año. El ejercicio anterior se cerró con apenas 163.000. Sin embargo, las bodas civiles no paran de crecer, aunque en los últimos años sea de forma muy modesta. Casi se han doblado desde 2000, cuando apenas representaban una tercera parte de las religiosas.

Parece, por tanto, que aún teniendo su influencia el rechazo creciente a formalizar las relaciones de pareja, las razones más poderosas son otras. Y la fundamental de todas ellas, según los especialistas, es que ha llegado a la edad de contraer matrimonio la primera generación de españoles que ha vivido completamente inmersa en el proceso de secularización que se inició en la segunda mitad de los 70. Son jóvenes cuya relación con la Iglesia ha sido escasa o nula y que no reciben ningún tipo de presión familiar para contraer matrimonio canónico. También son ajenos al concepto de unión para toda la vida que la Iglesia predica, como suele reiterar el sociólogo Javier Elzo.

Los divorcios están también entre las razones del descenso de matrimonios canónicos. Un divorciado no puede casarse por la Iglesia -salvo en el caso infrecuente de aquellos cuyo primer matrimonio fue civil; ellos sí pueden optar por un enlace canónico para su segunda boda-, lo que reduce el número de candidatos. Resulta que la cifra de divorciados que se casan por segunda o tercera vez no es en absoluto desdeñable. El año pasado fueron 23.000 varones y 21.000 mujeres. Aunque en no pocas bodas ambos serían divorciados, es obvio que hay unas decenas de miles de matrimonios que no habrían podido ser canónicos por más que lo hubiesen deseado los contrayentes.

Razones aparte, el decaimiento de las bodas por la Iglesia no se da manera uniforme a lo largo de la geografía española. Extremadura, Andalucía y Castilla-La Mancha tienen más enlaces religiosos. Por provincias, las más pobladas -con la excepción de Sevilla- cuentan con mayoría de bodas civiles. Y hay dos casos muy relevantes, los de Barcelona y Gerona, que con el 79% y el 78% respectivamente se sitúan muy por encima en esta materia de la media de países tan laicos como Francia, donde están en torno al 70%.

Lo que revelan también las cifras cuando se examinan por comunidades es que no existe relación alguna entre una boda y la ideología. La Comunidad Valenciana y Madrid, con muchos años de continuas victorias electorales del PP, tienen porcentajes elevados de bodas civiles. Andalucía, la región con un voto históricamente más definido a la izquierda, es de las pocas con mayoría de matrimonios canónicos. El voto no parece tener vinculación alguna con los comportamientos de índole privada.

                        Higuera de Arjona 15 de Mayo de 2012
                        Día de San Isidro Labrador
                        Pedro Galán Galán



Bibliografía:
Jóvenes españoles 2005. Javier Elzo Imaz (Autor), Pedro González Blasco (director) Grupo Editorial S.M., 2006.
Imágenes y Comentarios de Lahiguera en el siglo XX. Sebastián Berdonces Lara, cronista de Lahiguera. Excmo. Ayuntamiento de Lahiguera, 2008.






63 comentarios:

Lahiguera dijo...

Gracias Tito Pedro por rebuscar en nuestra cercana intrahistoria estas vivencias y recuerdos que nos llenan de melancolía ...tanto a los más avanzados en edad como a los jóvenes que en alguna ocasión nos contaron someramente estas cosas. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Gracias Iván por tu comentario, para mi siempre sera un orgullo recordar las raíces de nuestra tierra y nuestra familia, un abrazo

Alfonso Villegas Moya dijo...

EL DOCUMENTO ES EXTRAORDINARIO, TU PRIMA ESTÁ EMOCIONADA Y ESO QUE TAN SOLO LE HA ECHADO UN VISTAZO.
MUCHÍSIMAS GRACIAS Y UN SALUDO.

Meliton Bruque García dijo...

Me parece sencillamente genial y una magnifica idea el que lo dejes colgado para que la gente joven sepa que no hace mucho las cosas no se parecían en nada a lo que ellos tienen ahora y que está llamado a que el péndulo vuelva a algo parecido o tal vez peor.
Al leerlo me has hecho trasladarme a mi pueblo recordando muchas cosas que yo vi identicas y otras muchas que me contaron
Si quieres que se lea de un tirón como yo he hecho, valdría que le quitaras ese espacio que le dedicas al casino y a los partidos políticos del tiempo, lo veo como algo fuera de sitio, eso es mejor que lo enmarques en otro articulo dedicado a espacios sociales o distintos niveles sociales dentro del pueblo.
¡Felicidades! Me ha encantado
Un abrazo

Sebastián Berdonces dijo...

Amigo Pedro, me parece un nuevo trabajo digno de tener en cuenta en todo el repertotio que llevas de los de nuestro querido pueblo.
Un pequeño detealle que no tengo mas remedio que decirte primero por la confianza, segundo porque lo conocí perfectamente en mi infancia. Me refiero cuando hablas del conserje del casino, primero fue el niño del conejillo, tio de mi madre, me gustaba mucho irme allí con él, que lo dejó aproximadamente en el año 73-74 y después el de María de Barcelona, te puedo asegurar que fue así. No tiene importancia pero fue ese el orden. Espero que no te moleste, es una demostración que los leo con interés. Voy a escribir un comentario, para refortzar mi idea de que todo esto se publique desde donde corresponda.
Un abrazo
Sebastián

Jesús Nuevo Doncel dijo...

Hola, Pedro:
Muchas gracias por tu artículo. ¿Somos meros sobrevivientes de aquel tiempo? Es posible.
Todo lo que cuentas no hace más que confirmar la seriedad con que nuestros padres se tomaban las bodas y la familia. Los ritos reflejan el valor que se da a determinadas cosas y, además, confirman y aumentan esa valoración. Por eso, también, las familias eran más estables. Se sabía a lo que cada cual se comprometía. Ahora, cuando llega la Navidad no hay villancico más actual que ese de "¿Dime, niño, de quién eres?" ...
Cuando los jóvenes se separan ahora algunos vuelven a casa de sus padres, y más si están sin trabajo. Cuando a los hijos de éstos les pase lo mismo, ¿tendrán casa de padres a la que acudir? La familia es algo más que fisiología.
Supongo que los fallos de texto a los que te refieres son los de Sagasta y Cánovas. Llama un poco la atención porque el fallo está al principio, aunque luego se corrige.
Un abrazo y que sigas dándonos buenos ratos.
Jesús

Esther dijo...

Realmente cosas curiosas y recuerdo de los antepasados. Un abrazo Esther

Alfonsi Cazorla Toledo Cazorla dijo...

En mi pueblo era exactamente igual,aunque nosotros fuimos ya más modernos...

Isabel Ortiz dijo...

Me ha gustado pero esto no pasaba solo en tu pueblo en el mio era igual, me he perdido un poco cuando has metido lo del casino y los partidos políticos parece como que no encaja, lo demás estupendo, eran las costumbres.

Encarnación Rivero dijo...

Me ha gustado mucho tu publicación porque nos recuerda otros tiempos y costumbres. Desconocía todo lo que supuso en el pueblo el final del siglo XIX y los comienzos del XX a nivel sociológico y político. Habrá que volver sobre esos temas para clarificar todo lo posible el panorama.Ya es hora de que se aborden los temas relacionados con los prolegómenos de años tan azarosos para nuestros padres y abuelos sin ningún tipo de complejos. La parte final del artículo me encanta por ser contrapunto de lo descrito, estamos viendo el producto del proceso de laicidad de la sociedad española desde el comienzo de la democracia, no sabemos si eso podrá ser considerado en el futuro como modernidad o pérdida de identidad por todos los valores que la sociedad va dejando a un lado del camino. Recuerda los movimientos pendulares de la historia, es como el ebrio que da tumbos a un lado y otro. Me parece fantástico el desarrollo del tema, se lo va una bebiendo apasionadamente hasta el final.
Un fuerte abrazo.

Manuel Jiménez Barragán dijo...

Amplio, extenso y detallado tu trabajo, amigo Pedro. ¡Cuánto se aprende con tus aportaciones!

Recuerdo, en una ocasión trabajando en el campo, un compañero mayor, ya fallecido, comentó:

-Le dije a mi padre que me quería casar. Y me contestó:

-En la era de Paco Pérez he visto un pajón muy bueno.

¡Ese fue el ajuar que me dio! Exclamaba con tristeza, quizá pensando en los tiempos que le había tocado vivir, comparados con los actuales.

Creo que cualquier tiempo pasado fue peor, por lo menos hasta ahora.

Es de resaltar el escaso protagonismo del mundo femenino en la toma de decisiones; aunque creo que con una mirada fulminante, o candorosa, el presunto pretendiente sabría a qué atenerse. (Vamos, como ahora y como siempre). Además creo que alguna "serrana de la Vera" habría.

Paco dijo...

Amigo Pedro: Me has pedido mi opinión y la tengo después de haber leído el relato que haces de aquellos tiempos y estoy totalmente de acuerdo contigo, eso sucedia en todos los pueblos también en el mio, porque así era la vida. EL RELATO SENCILLAMENTE GENIAL MIS FELICITACIONES.
SALUDOS Paco Pérez.

Luis dijo...

La lectura de este artículo y el análisis de la realidad desacralizadora del matrimonio, me impulsan a hacer algunas reflexiones que expongo a continuación:
La desacralización constituye uno de los aspectos centrales del fenómeno de la secularización, es que un número importante de realidades naturales o culturales sean destituidas de su condición de sagradas. Cuando el proceso de desacralización se generaliza, es decir, se aplica al conjunto de realidades de una cultura y se radicaliza hasta afectar al propio sujeto religioso en el conjunto de su actitud y de su conducta, se produce una especie de vaciamiento del mundo de lo religioso,que parece llevar a la simple desaparición. En estas situaciones la desacralización significa una situación cultural de eclipse de lo religioso, de pérdida de su vigencia, valor y evidencias culturales y sociales. Se da entonces una situación en la que lo sagrado ha dejado de ser eje de referencias de la vida y ha pasado a ser un magnitud de la persona algo desdeñable y practicamente insignificante en su vida, Lo que nos llevaría a conclusiones pesimistas, en cuanto a la posibilidad de pervivencia de la religión en el futuro, ya que la historia de la humanidad a sus últimos estadios parece comportar un irreversible proceso de desacralización progresiva de objetos, actos, personas, instituciones y realidades de todo tipo. Pero tal respuesta no se impone. A la luz de la historia de las religiones se da, por el contrario, una gran floración de sacralidades de todo genero que puede ser indicio de una perdida de fuerza de la actitud religiosa que las produce, y que, en cambio, en momentos de una gran purificacion de la actitud religiosa pueden ir acompañados de un desacralización radical y generalizada de las manifestaciones religiosas. Así el cristianismo encontrará una forma de realización adaptada a esta situación, describiendo los rasgos esenciales del hecho religioso, encontrando signos claros de los peligros que comporta la multiplicación y absolutización de las sacralidades, viendo los riesgos que comporta la actual situación de sacralización para la realización del cristianismo.
Hasta otro día,Luis

Isabel Achard dijo...

Querido Pedro:Le he pasado a mi madre tus recuerdos de las bodas en otros tiempos. Ella vivió en España algunos años de sus adolescencia (mi abuelo era español, nacido en Águilas, Murcia), y lo ha disfrutado mucho.
Un abrazo,
Isabel - desde Montevideo -

PEDRO GALÁN GALÁN dijo...

Deseo agradecer a todos los enriquecedores comentarios que habéis dedicado a este artículo. Vuestros comentarios lo mejoran. Deseo agradecer de modo especial a aquellos que si lo hubiesen leído previamente a la publicación en el blog me hubieran aportado ideas de mejora.
Melitón, después he visto que el Casino o los Casinos y las referencias a los grupos políticos del primer tercio del siglo pasado hubiesen sido objeto de un artículo especifico como retrato social y político de ese tiempo; de hecho he ahondado en ese aspecto y algún día saldrá publicado un nuevo artículo con esa temática donde recogeré también la iniciación de los partidos de izquierda en el pueblo.
Jesús, tu aportación es siempre novedosa, ahora con ese valor que aporta la antropología a nuestros ritos, los de iniciación y los de paso. Ya sabes la antropología es esa ciencia en la que a pesar de la edad y lo vivido, siempre aporta conocimientos sobre las costumbres que sustentan la conducta de los hombres. También dejas tu aspecto cómico pero veraz de los valores de la familia en la sociedad. La translación al villancico "Dime niño de quién eres" en ese marasmo de las reuniones familiares de Navidad; donde coinciden hijos de separados, juntados y rejuntados es un alarde de tu sagaz inteligencia.
Sebastián, tu sin olvidar con tu afecto a tu primer maestro, ya sabes que te comenté que la huella del maestro en los alumnos de seis y siete años es indeleble e imborrable; lo del antes y después lo he corregido, siempre a pesar de las múltiples pasadas de lectura quedan algunos fallos.
Encarnita, valoro también tu referencia a los procesos de laicidad de la sociedad en ese movimiento de vaivén de los grupos sociales.
Manolo de tu comentario reseñar para mi tu aportación habitual, eres un hombre que para cada situación tiene guardada una anécdota, siempre muy ajustada al texto de referencia.
La reflexión de Luis esta llena de un rico contenido, que sólo quiero resaltar por su valor y profundidad de contenido.
Para Isabel Achard mostrar la satisfacción de que me lea desde Montevideo, y decirte que me siento muy feliz de haber podido deleitar la memoria de tu madre, nacida en Águilas y participe de las mismas experiencias que me invitaron a escribir el artículo.
A todos los demás que no cito expresamente mi agradecimiento más sincero, vuestros comentarios dan vida a lo publicado.
Cordiales saludos, Pedro

Anónimo dijo...

De la belleza de su amada

No queda más lustroso y cristalino
por altas sierras el arroyo helado
ni está más negro el ébano labrado
ni más azul la flor del verde lino;

más rubio el oro que de Oriente vino,
ni más puro, lascivo y regalado
espira olor el ámbar estimado
ni está en la concha el carmesí más fino,

que frente, cejas, ojos y cabellos
aliento y boca de mi ninfa bella,
angélica figura en vista humana;

que puesto que ella se parece a ellos
vivos están allá, muertos sin ella,
cristal, ébano, lino, oro, ámbar, grana.

DE LOPE DE VEGA
(Para todos los enamorados de Lahiguera)

Anónimo dijo...

RIMAS HUMANAS DE LOPE DE VEGA
Rima 17

Es la mujer del hombre lo más bueno,
y locura decir que lo más malo,
su vida suele ser y su regalo,
su muerte suele ser y su veneno.

Cielo a los ojos, cándido y sereno,
que muchas veces al infierno igualo,
por raro al mundo su valor señalo,
por falso al hombre su rigor condeno.

Ella nos da su sangre, ella nos cría,
no ha hecho el cielo cosa más ingrata:
es un ángel, y a veces una arpía.

Quiere, aborrece, trata bien, maltrata,
y es la mujer al fin como sangría,
que a veces da salud, y a veces mata.

DE RIMAS HUMANAS DE LOPE DE VEGA

Ángel Molina dijo...

En la mitología griega Himeneo (en griego antiguo ‘hyménaios’, canto nupcial) era un dios de la ceremonia de matrimonio, inspirador de sus fiestas y sus canciones. Realmente más que un dios propiamente dicho era la personificación de la fiesta nupcial. Himno e himen son dos líricos productos derivados de las actividades de este diosecillo burlón. Himeneo era también un género de poesía lírica, adaptada a la procesión que en todos los tiempos ha escoltado a la novia hasta la casa del novio, cortejo en el que se apelaba al dios jaranero, en contraste con el sensual epitalamio que se cantaba ya al final en el umbral de la casa matrimonial (‘thálamos’, lecho nupcial). Se suponía que Himeneo asistía a todas las bodas. Si no lo hacía, entonces seguro que el matrimonio resultaría desastroso, por lo cual los griegos alborotaban de lo lindo gritando su nombre por las calles. El colega itálico y sucesor de Himeneo era el dios menor Talaso.
La Iglesia ha conservado prácticamente intacto un ritual que ya era inconcebiblemente antiguo hace más de dos milenios, cuando el Imperio Romano hacía uso y ley de él. En su esencia, el matrimonio cristiano consiste en la mutua entrega de dos almas… El sacramento resulta de la afirmación de íntima unión que pronuncian los cónyuges en presencia del sacerdote, quien no cumple otra función que la de testigo de Dios. Pues bien, esta definición es semejante a la del matrimonio romano de la época clásica, incluso pronunciando prácticamente las mismas palabras que hoy… El resto no eran más que florituras y añadiduras superfluas» (J. Carcopino: La vida cotidiana en Roma)
Alrededor de la mujer, y no de la pareja, ha girado todo el entramado nupcial desde la noche de los tiempos. Matrimonio deriva de madre.
«Quirinal no se cree en la obligación de casarse, y aunque desea tener hijos, ha sabido resolver la dificultad. Hace trabajar a sus siervas y llena así su casa y sus campos con pequeños esclavos-caballeros. Es un verdadero paterfamilias» (Marcial: Epigrama 85, Libro I)
Saludos a todos.
Ángel Molina

Ángel Molina dijo...

El matrimonio ha progresado a través de tres etapas bien definidas. El matrimonio por la fuerza o rapto fue la primera etapa. Literalmente consistía en el robo de la mujer deseada que, por lo general pertenecía a otra tribu, y que al ser raptada quedaba convertida automáticamente en la esposa de su raptor.
A esta clase de matrimonio siguió de un modo gradual el matrimonio mediante compra o contrato. Es posible que a medida que el poder y la solidaridad de las tribus fuesen en aumento, se protegiera y castigara cada vez más el rapto de mujeres. La tribu, ante el rapto de una de sus mujeres, hacía una incursión sobre el poblado donde se hallase ésta, y los componentes de la tribu raptora, para evitar desastrosas venganzas, acostumbraban a ofrecer alguna compensación. A partir de aquí la idea de las compensaciones fue cobrando importancia hasta el punto de ser acordadas de antemano, o sea, que se fijaba un precio de venta de la novia» (Fielding, J.F.: Curiosas costumbres de noviazgo y matrimonio).
«Cuando hagas la guerra a los pueblos enemigos, y Yahvé, tu Dios, los ponga en tus manos y hagas cautivos, si entre ellos vieres una mujer hermosa y la deseas, la tomarás por mujer, la entrarás en tu casa, y ella se raerá la cabeza y se cortará las uñas, y quitándose los vestidos de su cautividad, quedará en tu casa; llorará a su padre y a su madre por tiempo de un mes; después entrarás a ella y serás su marido y ella será tu mujer. Si después te desagradare, le darás la libertad y no la venderás por dinero ni la maltratarás, pues tu la humillaste» (Deuteronomio, 21/ 10)
La otra gran etapa es la del matrimonio por amor, la gran invención del romanticismo quizá algo rampante y empalagoso. Fue y es una ideología (ideología significa “excusa disfrazada de creencia”) muy conveniente para facilitar tratos y contratos matrimoniales en una época en la que la burguesía venida económicamente a más, a lomos de la industrialización del siglo XIX, comenzó a ascender socialmente de la mano de una aristocracia venida a menos a causa del fin del colonialismo de antiguo cuño, fue uno de los efectos colaterales de esa industrialización.
Saludos a todos.
Ángel Molina

Á. Molina dijo...

Aunque todos los pueblos europeos han practicado el matrimonio por captura, entre los griegos, especialmente entre los espartanos, se organizaba un circo con mucho morbo. Un párrafo de la Vida de Licurgo, de Plutarco, nos ilustra con detalle:
«En su matrimonio, los novios se llevan por la fuerza a las novias, y además ellas no son escogidas de tierna edad, sino en su madurez plena. La mujer a cargo de la boda, iba a casa de la novia, le rapaba el cabello y la vestía con ropas de hombre, obligándola a acostarse en compañía de una matrona, luego la abandonaba en la oscuridad. El novio acudía allí, y desatando el cinturón de la novia se la llevaba a otra cama. Poco después se retiraría sigilosamente a su propia casa para dormir junto a los demás jóvenes. Tendría que observar las mismas costumbres de siempre, pasando el día con sus jóvenes amigos, y durante la noche dormir junto a ellos. Para poder visitar a la novia tendría que valerse de toda su habilidad para no ser descubierto por el resto de la familia. Por otra parte, la novia tendría que desplegar toda su habilidad para facilitar cuantos encuentros le fuera posible»
El nombre de novia viene del latín nova nupta, la que se casa de donde tomó el nombre. Novio, es en consecuencia el recién casado. Este nombre les dura hasta que se acaba de comer el pan de la boda» (Sebastián de Covarrubias: Tesoro de la Lengua Castellana o Española. 1611)
Exclusivamente un par de ritos importantes de entre las remotas ceremonias precristianas han quedado atrás. Uno es el ofrecimiento del fuego y el agua a la novia por parte de su prometido. Otro es el del sacrificio de una oveja, cuya piel cubría el banco donde se sentaban los novios o, más a menudo, sobre la cual pisaban durante la ceremonia recién citada; suponer que ése sea el origen del rollo de alfombra extendida desde la entrada hasta el altar del templo es mucho suponer, dado el uso generalizado de tal pieza en cualquier acto con asistentes de postín. Sus entrañas (las de la oveja, claro) eran examinadas allí mismo por el augur, sacerdote graduado en futurología, a fin de vaticinar el porvenir de la inminente convivencia.
Sólo ha quedado de ello, que no es poco, la palabra inaugurar o inauguración: “in-augurar”, con augurios, es decir, con buenos augurios, lleva implícito hoy el deseo de los mejores deseos para todo comienzo. Al fin y al cabo, oráculo viene de 'orare', rezar, orar; y rezar viene de 'recitare', pues recitar frases rituales es lo que hace el suplicante, así que tampoco ha habido que avanzar mucho para que todo sea tan diferente... en apariencia.
Saludos
Á. Molina

Á. Molina dijo...

Los términos boda del latín 'vota', plural de 'votum', voto, promesa que el padre de la “comprometida” hace al “pretendiente” y la palabra matrimonio son términos acuñados hacia el 1300, mientras que el verbo casar, “poner casa aparte” sin más ceremonias y el término ajuar, son anteriores a aquellos en casi trescientos años.
También en francés 'fiancer', desposarse, y 'fiancée', novia, son, como nuestra fianza, un derivado del latín 'fidere', “dar en prenda”; de la misma manera ocurre en inglés, donde la palabra casamiento, 'wedding', procede del mercantil vocablo 'wed', "fianza”, y procede de los tiempos en que la esposa era comprada. 'Wed', "fianza", era el importe de la compra, ya fuera en dinero, caballos, casas o cualquier propiedad que el pretendiente ofreciera al padre de la novia para sellar definitivamente el pacto, hallándose rastros de este sistema en las disposiciones legales inglesas hasta finales del siglo XVI.
En la Francia de Luis XVI se acostumbraba a efectuar el pago de treinta deniers tras la firma del contrato matrimonial, acto simbólico heredado de los tiempos en que el matrimonio era una pura y simple transacción.
En la Biblia en el Libro de los Jueces se dice textualmente: «Y dieron a los de Benjamín esta orden: “Id y poneos de emboscada en las viñas. Estad atentos, y cuando veáis salir a las hijas de Silo para danzar en coro, salís vosotros de las viñas y os lleváis cada uno a una de ellas para mujer, y os volvéis a la tierra de Benjamín. Si los padres o los hermanos vienen a reclamárnoslas, les diremos: Dejadlos en paz, pues con las de Jabes Galad tomadas en guerra no ha habido una para cada uno, y no habéis sido vosotros los que se las habéis dado, que sólo entonces seríais culpables”. Hicieron así los hijos de Benjamín, y cogieron de entre las que danzaban una cada uno, llevándoselas y volviéndose a su heredad…» (Libro de los Jueces, 20/21)
Saludos, Á. Molina

Á. Molina dijo...

Lo que los vulgares mortales conocemos como "petición de mano" es la culminación de los preámbulos que constituyen el desposorio o los esponsales (de 'sponsalia'), que era la manera como los romanos llamaban al noviazgo una palabra que hoy evita pronunciarse. Esta expresión servía para solemnizar socialmente la expresión del consentimiento de la pareja y de sus padres respecto a la unión, servía para que todo el mundo se enterase de que los jóvenes se casaban.

Esta costumbre y parte de la ceremonia previa al casamiento viene de la expresión recogida en la antigua ley romana que dividía los matrimonios en dos tipos, 'cum' y 'sine manu', con mano y sin mano. Lo que ocurre es que con el tiempo la traducción de 'manu' ha cambiado radicalmente. Su auténtico significado en este contexto es el legal de potestad, "autoridad sobre algo o alguien", y se refiere al padre de la novia, o mejor dicho al 'pater-familia', el varón de más edad de su familia, y no a la mano de la joven casadera.

Naturalmente y no por casualidad, 'manu' también significa "mano anatómica", circunstancia muy bien aprovechada para dar el cambiazo semántico y social a la ceremonia. Por otra parte disponemos de un derivado de 'manus' y de mano que aclara radicalmente su significado: es la palabra mando: mandar es, literalmente, ejercer la 'manus'.

Sintetizando la situación de nuestros abuelos romanos: «A través del matrimonio 'cum manum', la mujer pasaba de la autoridad de su padre a la del marido. Se trataba de una forma patriarcal de matrimonio, dado que la mujer no tenía ningún tipo de derechos sobre sus bienes e incluso sobre su propia vida. La situación era semejante a la de los hijos sujetos a la ‘patria potestas’ o a la de los esclavos, sujetos a la ‘domenica potestas’.El matrimonio 'cum manum' cayó en desuso, incluso antes del final de la República, lo que dio lugar a una nueva forma, el 'sine manu', en el cual la mujer permanecía bajo la tutela de su padre (sería un tutor en caso de que su padre muriera), disponía de sus bienes y recibía sus herencias; en caso de producirse el divorcio, la dote no sería sólo para el marido»
Desde Roma, las niñas pasaban directamente de estar bajo mano del padre a permanecer el resto de sus días bajo mano marital. Lo que se concedía era la mano (del padre) sobre la novia, y no la mano (física) de la novia.

Saludos, Á. Molina

"El Anónimo de Palacio" dijo...

Podríamos titular este comentario y relato como: Una noche de bodas que te cagas
Durante muchos años, el sexo ha constituido uno de los mayores tabúes de la sociedad occidental. Esto ha provocado numerosas situaciones embarazosas y traumáticas, como la que vivió María Josefa Amalia de Sajonia la noche de su boda con el rey español Fernando VII. Un indeseable, quizá el que más de nuestra historia, llamado con ironía «El deseado» y con sumo acierto «el Rey Felón».
Este suceso ha llegado hasta nuestros días recogido en una carta que el escritor francés Prosper Mérimée remitió a su gran amigo Stendhal y que sirve para ilustrar lo alejadas del mundo que vivían las jóvenes aristócratas europeas siglos atrás.
La anécdota narra la noche de bodas de Fernando VII con su tercera esposa, María Josefa Amalia de Sajonia, una joven de muy buen ver, que aún no había cumplido los 16 años cuando contrajo matrimonio con el rey español, en 1819. Tras la muerte de su madre, Josefa se había criado en un convento, por lo que su conocimiento de las relaciones carnales era absolutamente inexistente. El monarca, en cambio, según cuentan las crónicas, la madre naturaleza había sido harto generosa a la hora de dotar a su Católica Majestad Fernando VII. (Y no me refiero a su inteligencia). El miembro del rey era "algo más que grande", se cuenta que hubo que fabricarle una almohadilla tipo donut para que hiciera tope. No es coña. También era conocido por sus arrebatos sexuales, además de por su obsesión por engendrar un hijo varón que asegurase la continuidad de la monarquía.
María Josefa Amalia de Sajonia (Dresde, 7 de diciembre de 1803 – Aranjuez, 18 de mayo de 1829) fue reina consorte de España y tercera esposa de Fernando VII.
Era hija del príncipe Maximiliano de Sajonia y la duquesa Carolina de Borbón-Parma (prima de su futuro esposo). A los tres meses de edad falleció su madre y su padre envió a María Josefa Amalia a un convento junto al río Elba, lugar que abandonaría para contraer matrimonio. Se casó con el rey Fernando VII, viudo y sin hijos, el 20 de octubre de 1819.
Este relato continuará…
“El Anónimo de Palacio”

"El Anónimo de Palacio" dijo...

La educación que había recibido la reina María Josefa Amalia en el convento, después del fallecimiento de su madre, y su inexperiencia (contrajo matrimonio con dieciséis años de edad) dieron lugar a que se negara a mantener contacto íntimo alguno con el monarca. Fue necesaria una carta personal enviada por el papa Pío VII para poder convencer a la Reina de que las relaciones sexuales entre esposos no eran contrarias a la moral del catolicismo.
La reina María Josefa Amalia fue una mujer devota y aficionada a la poesía. Su figura y los curiosos hechos hicieron necesaria la intervención del Papa, a fin de que consintiera en consumar el matrimonio con el rey Fernando VII.
Por aquel entonces era costumbre que justo antes de comenzar la noche de bodas, la princesa de sangre ya casada y más cercana en categoría al rey pasase quince minutos con la novia explicándole lo que sucedería después.
Sin embargo, llegado el momento, la cuñada del rey, María Francisca de Braganza, se negó a ejercer tal función ya que era hermana de Isabel de Braganza, la anterior esposa de Fernando. A falta de la princesa, la función debía de ser cumplida por la camarera mayor. Sin embargo, esta también se negó, alegando que «nunca se había fijado en las cosas que su marido le hacía en la cama».
Así que el rey entra en la habitación de una asustada niña de 16 años que al verlo así -gordo, entrado en años y, con toda probabilidad, tremendamente excitado- intenta huir de él corriendo por toda la habitación. De nada sirve intentar comunicarse hablando, puesto que ella no conoce el español ni él el alemán.
Fernando VII monta en cólera y llama a su cuñada y a la camarera mayor para que instruyan a la novia inmediatamente. Tras la breve charla de ambas mujeres con la joven, el rey retorna a la habitación y se dispone a consumar el matrimonio sin encontrar resistencia alguna.
Sin embargo, el temor de María Josefa Amalia de Sajonia era tan grande que, mientras Fernando la penetraba, se fue de vientre sobre él. El rey, concluye la carta, se limpió como pudo y no volvió a tocar a su esposa en ocho días. Curiosamente, la reina murió diez años después y sin haber tenido descendencia. María Josefa Amalia falleció prematuramente de fiebres graves en el Palacio Real de Aranjuez. Su cuerpo reposa en el Panteón de Infantes del Monasterio del Escorial, pues tradicionalmente el Panteón de los Reyes está reservado a las reinas que han tenido descendencia.
Todo un despreciable rey y amante. Hasta otro día, que …volveré.
“El Anónimo de Palacio”

Á. Molina dijo...

Sobre la dote de la Novia y dependiendo de las zonas, hasta hace entre tres y cuatro mil años, era el pretendiente el que ofrecía regalos a su futuro suegro, como corresponde a lo mencionado al principio acerca de los truculentos orígenes del matrimonio. Pero después de esa época la costumbre se invirtió en todas partes, pasando a ser el padre de la novia el que entregaba una dote al futuro marido. Era excepcional que una joven se casase sin dote, aunque por otra parte aceptase regalos a cambio que en muchos casos sobrepasaban el valor de ésta. De hecho era un sello de honorabilidad del matrimonio con vistas a diferenciarlo del concubinato. (Fielding, J.F.: Curiosas costumbres de noviazgo y matrimonio).

Esta costumbre también se practicó durante la época de la Grecia clásica, del 600 al 300, principalmente entre las familias distinguidas. De hecho, era una concesión de honorabilidad al matrimonio, con vistas a diferenciarlo del concubinato, ya que gentes libres de todas las posiciones acostumbraban a comprar mujer secundaria en el mercado de esclavos. Isaías decía que un hombre decente no podía hacer entrega de su hija sin dar una décima parte de sus bienes.
En Roma, incluso más que en Grecia, la dote constituía la distinción que evidenciaba la legitimidad de la esposa; el hombre tenía derecho legal a reclamar el 'dos' (lat. 'dos/ dotis' del griego 'didomi', "yo doy") o dote a su suegro, si bien en un principio ésta se había destinado como ayuda al nuevo hogar.

Durante la Edad Media y ya hasta casi el s. XIX, el padre cuidadoso esperaba arreglar el matrimonio de su hija y casarla, a menudo, antes de que cumpliese los catorce años. Si se daba el caso de que muriese cuando ella estaba aún soltera, se encontraba con grandes dificultades para dejarle una dote aceptable, con la consiguiente rebaja en la calidad del futuro matrimonio. Así pues, el tema de la dote constituía una pesadilla para muchas familias y una amenaza para la integridad de la herencia familiar, por lo que en la Europa preindustrial, especialmente entre las clases acomodadas, existía la costumbre de recluir a las hijas en un convento.
La mayoría de los textos que hablan de estas cosas mencionan de pasada el hecho de que en todo el mundo y en el transcurso de unos pocos siglos, casi de la noche a la mañana, las mocitas casaderas, que durante milenios habían valido un buen rescate, pasaron a necesitar una “dotación” adicional para poder casarse. ¿Qué demonios había ocurrido en el mundo que diera lugar a tan radical viraje?
Pues que a falta de caza (deporte desde entonces exclusivo de reyes y señores), la Humanidad había ido pasando de la vida errante al cultivo intensivo de los labrantíos ribereños.
Ocurría que la Revolución Agrícola ha venido y nadie sabe cómo ha sido.

Moza, mozo, son palabras acuñadas a finales del primer milenio y que derivan, al igual que muchacha y muchacho, de mocho, despuntado (por la práctica hortícola de podar y despuntar ramas), debido a la costumbre, vigente hasta hace un par de generaciones, de llevar pelados o rapados a los niños; es una costumbre bastante relacionada con la imprescindible higiene para librarse de esos piojos que, a pesar del cemento y el asfalto, aún se ceban en la alborotada pelambrera de los críos revoltosos.
Saludos,Á.Molina

Un ilustrado anónimo dijo...

Esta es la historia de la maldición de un pene grande.
La monarquía española también ha proporcionado casos y anécdotas como las vividas por otros reyes de las coronas europeas.
Fernando VII, llamado El Deseado (ya ves tú), poseía un pene de tales dimensiones que sus médicos le fabricaron una almohadilla circular con un agujero central para que pudiera penetrar a la reina María Cristina (su cuarta esposa) sin provocarle desgarros o males mayores.
Según Próspero de Merimée, el pene del rey era "fino como una barra de lacre en su base y tan gordo como el puño en su extremidad". Bonito, lo que se dice bonito, no era. ¿Cómo se enteró de tales intimidades el autor de 'Carmen'? Bueno, lo cierto es que pasaba largas temporadas en nuestro país y ya se sabe que este tipo de cotilleos y habladurías sobre ciertos prodigios de la naturaleza son más viejos que la Tana y no los inventó nadie.
Sea como sea, si contemplamos alguno de los retratos del superdotado monarca que realizó Francisco de Goya, no se nota nada. Ya se sabe que el Arte siempre ha optado por idealizar y borrar ciertas taras físicas a la hora de representar al Poder. Además, según el canon de belleza clásica, instaurada por griegos y romanos, los órganos sexuales siempre tenían que ser minúsculos. Un pene grande se consideraba una ordinariez y algo antiestético.

El invento utilizado por Fernando VII también lo usó, muchos años después, el rey Carol II de Rumanía (1893-1953), un verdadero desastre como monarca pero un portento en centímetros. También llamado 'Playboy King', por sus aficiones mundanas, cuentan que muchas de sus amantes antes de pasar por el tálamo real debían someterse a ciertas intervenciones quirúrgicas para evitar desgarros perineales. Vamos, un planazo.
El caso es que, aunque haya personas con una capacidad de dilatación digna de admiración, un pene de grandes dimensiones suele ocasionar más problemas y quebraderos de cabeza que noches de gloria a sus propietarios y usuarios potenciales. Aunque parezca que más tamaño, es más hombría, y eso todos lo queremos, lo leído nos deja mas tranquilos con eso de que, él que no se consuela es porque no quiere.
En el milenario Kamasutra, su autor clasificó a los hombres en tres categorías según el tamaño de sus penes: liebre, toro y caballo. A las mujeres, según su capacidad vaginal, las dividió en ciervos, yeguas y elefantes. Vatsyayana recomendaba las relaciones sexuales entre iguales y vaticinaba grandes problemas para ciertas uniones zoológicamente aberrantes. A pesar de que sabemos que la vagina no es una simple cavidad y su elasticidad es sorprendente, el tamaño de algunos penes puede ser contraproducente para unas relaciones sexuales placenteras.
En fin, un pene descomunalmente grande puede necesitar medio litro de sangre para conseguir que su propietario experimente una erección, normalmente de poca calidad y dureza. La conocida textura morcillona. En este sentido, hay que señalar que un pene flácido más pequeño de 7’5 centímetros suele incrementar su tamaño un 260% en una erección. Los penes que superan esa medida sólo crecen un 165%. A veces, la naturaleza tiene estas compensaciones.
Un ilustrado anónimo.

" Anónimo de Palacio" dijo...

Efectivamente, en el año del Señor de 1830, un genial escritor francés, llamado Prosper Mérimée, le escribió una carta a su gran amigo, y no menor luminaria literaria, Stendhal. La carta, con toda probabilidad, no estaba destinada a ser conocida por nadie salvo por su autor y su receptor. No obstante, terminó, cuando menos, incluida en un pequeño folleto, publicado en Rotterdam en 1898, titulado “Sept lettres de Mérimée a Stendhal”. Ignoro, sinceramente, si hay otras ediciones de la misiva; todas las referencias que conozco de esa carta son de fuentes terceras contemporáneas a la publicación que cito. Aunque, por otra parte haya que tener en cuenta, como se habló, si realmente el Sr. Stendhal es uno de los mayores falsarios del siglo XIX.

La carta no tiene desperdicio, a pesar de su brevedad, y viene muy a cuento para hacer patente la distinta calidad que, en los tiempos pasados, tenía el matrimonio. Y muy especialmente el matrimonio entre personas de sangre real.

El casamiento entre reyes e infantes, en efecto, eran tan sólo negocios. Todo el mundo lo sabía. Cuando Alfonso XII conoció a su segunda esposa, María Cristina la austrohúngara, se quedó tan prendado de su madre que le comentó a su hermana, con total naturalidad: "Ya es mala suerte que, teniendo que casarme con la hija, me guste tanto la madre". Era, para él, una confesión de lo más normal. Ni por asomo se le podía ocurrir que alguien pensara que no iba a tener ojos nada más que por su novia; en la misma medida que ni por asomo se le ocurriría a él poner en peligro los arreglos inherentes a su casorio intentando echarle un quiqui a su futura suegra.

La boda entre reyes, como entre muchos particulares, era, pues, un negocio. Un negocio productivo. Su razón de existencia era sólo una: garantizar la descendencia de la dinastía. Si algo aprendieron pronto los reyes en cualquier nación de Europa, era el enorme follón que se montaba cuando a un rey se le ocurría jiñarla sin descendencia. Todos los países eran un hervidero de intereses contrapuestos, enfrentados; y todos ellos afloraban a la superficie cuando se planteaba la cuestión de una sucesión real poco clara. Algún día, si queréis, os cuento con pelos y señales (sobre todo pelos) la tremenda angustia en que vivió la Francia de Luis XVI ante el hecho de que el Delfín, luego Rey, fuese incapaz de dejar preñada a su María Antonieta; mientras los duques de Anjou (rama competidora a la hora de heredar la corona Capeta) parían niños sin problemas.

La Humanidad europea, desde la Edad Media hasta prácticamente los tiempos de Mary Quant, ha admirado a la mujer rotunda, ancha de caderas y bien dotada de mamas. Ambos elementos eran considerados definidores de la madre prolija; el canon de belleza rubensiano está buscando, o más bien promoviendo, la mujer dotada de un canal de parto anchuroso y fácil, por el cual pudieran salir las sucesivas inseminaciones reales sin grandes problemas. Pues había que inseminar varias veces, que muchos niños morían jóvenes y, de haber sólo uno (recuérdese, sin ir más lejos, el caso del príncipe Baltasar Carlos, cuya muerte, según el doctor Marañón, cambió el rumbo de la Historia de España) la cosa se podía torcer. De hecho, en algunos países, como Francia, era habitual que la novia, por así llamarla, fuese ponderada, inmediatamente antes de la boda, por una caterva de cortesanas que, en unas ocasiones, se limitaban a estimar sus posibilidades como madre; en otras, al modo gitano, comprobaban la persistencia del virgo potens.
Otro día seguiremos con las historias curiosas de reyes.
“Anónimo de Palacio”

Á. Molina dijo...

Pero ¿qué fue lo que implicó tal cambio de costumbres y actividades sobre la dote de la novia, y cómo es que afectaron tan radicalmente a las mujeres y a su situación matrimonial...?
Sucedió que la proporción de mujeres en una población nómada era escasa por dos razones fundamentalmente: una era el control de la natalidad que suponía el amamantamiento; otra, el discreto pero efectivo infanticidio selectivo, no se mataba a los niños (niñas) no deseados, sólo se les alimentaba menos. Por un lado, al no poder criar un niño mientras el anterior no pueda andar, pocas mujeres tenían más de tres hijos en su vida. Por otro lado, el ganado y la caza necesitan varones duros y cualificados.

Sin embargo y por contraste, la agricultura pura y dura, al igual que la posterior industrialización, no era tan exigente en mano de obra sino todo lo contrario. Se daban tareas faenas y labores susceptibles de ser realizadas por todas las edades y para el hijo y la hija. Y cuantos más hijos e hijas mejor. Aquél fue el momento cero de la explosión poblacional que hoy disfrutamos.
La ley de la oferta y la demanda, tan inexorable como la de la gravedad, originó el viraje del cobro por rapto a la compensación suplementaria de la dote. En Roma ésta se vinculó al matrimonio ‘cum manu’, ya que al dejar de pertenecer a su familia de origen y pasar a heredar en la de su esposo, se entregaban como compensación ciertos bienes por parte de la familia de la esposa. Luego se extendió al matrimonio ‘sine manu’. Al principio fue una cuestión honorífica, no obligatoria, hasta que el emperador Justiniano lo transformó en una obligación legal.

La formación del "ajuar", o arcón de novia (la dote de los humildes), se originó al extenderse a los pobres villanos el rito de la boda, que hasta entonces sólo celebraban los nobles, debido a la paulatina intervención del cristianismo en su proceso de sustitución del paganismo en el control y organización de la sociedad. En este "progreso" tuvo mucho que ver el contacto y convivencia con el Islam, ajuar deriva del árabe 'as-suwar', los muebles del menaje, a raíz de su expansión a lo largo del Siglo.VIII, y era más bien simbólico, como no podía ser de otra manera, dado que el ajuar era heredado intacto por generaciones en su mayor parte.
Aun en los estratos más bajos de la sociedad se esperaba que, cuando entrara en casa de su marido, la novia trajese algo más que su persona. Una de las formas reconocidas de la caridad medieval era la dotación, en su mayor parte en forma de ajuar confeccionado por las monjas de los conventos de chicas pobres.

Las parejas de hoy no se consolidan mientras no se ven suficientemente dotadas. Pero esto también era factible entre los romanos que recurrían a la modalidad de casamiento por ‘usus’, es decir por uso o por costumbre. Era tal como hoy pero bien reglamentado: cuando una pareja llevaba un año de convivencia ininterrumpida pasaba a ser “normal”, es decir, se convertía en matrimonio ‘cum manu’ como dios manda, con lo que la desposada pasaba a pertenecer a la familia del marido. Ahora bien, si la pareja prefería continuar legalmente unida pero no casada, ella pernoctaba con consentimiento de él en casa de sus propios familiares durante tres noches consecutivas, con lo cual la chica seguía perteneciendo a su familia originaria. Y así cada año hasta el siguiente.
Saludos, Á. Molina.

Á. Molina dijo...

Sobre las uniones de las parejas del mismo sexo, tenía que decir, que los romanos estaban bastante más al día en el capítulo de las parejas del mismo sexo; mucho más de lo que podríamos sospechar en principio:
«El barbudo Calístrato se casó ayer con el musculoso Afer siguiendo los mismos ritos que una virgen cuando toma marido. Le precedían las antorchas encendidas, el velo de las casadas encendía su rostro y, Talaso, no faltaron tus palabras. También fue estipulada una dote. ¿No es eso demasiado, Roma? ¿Es que esperas a ver si pare?» (Marcial: Epigrama 42, Libro XII)

Unos renglones en clave anecdótico-cultural merece en este contexto el epigrama de Marcial. En términos generales, al pronunciar "guei" cuando aludimos al homosexual, suponiéndolo un "moderno anglicismo", nos equivocamos de plano: gay no es inglés, sino francés, y significa, simplemente, alegre. Tampoco es moderno: los antiguos galos ya utilizaron este eufemismo para referirse al "hombre que rendía culto al amor cortés u homosexual". El amante o compañero era conocido como 'giol'.

En los siglos posteriores gay señaló primeramente a las prostitutas, después a cualquier indeseable social. Finalmente la cultura británica, tan flemática ella, del Barroco denominó así a los personajes femeninos de naturaleza promiscua o picante. Como sabemos, en aquél teatro también los papeles femeninos eran representados por hombres. Así quedó fijada la tipología de "loca" que el "orgullo gay" rescató del armario social hasta transformarlo en "Gay Power".
De todas formas en español existe la correcta palabra gayo / gaya, alegre, vistoso, con la misma procedencia del 'gay' francés, derivando ambos del latín 'gaudium', gozo.
He aquí otra cita de Marcial:
« ¿Ves, Deciano, este hombre de cabellos descuidados y de aire severo que te impone tanto respeto; que sólo habla de los Curios y de los Camilos, campeones de la libertad? No te fíes de las apariencias; ayer fue mujer» (Marcial: Epigrama 16, Libro I)

Y esta otra no menos sustanciosa: «No quiero una mujer rica. ¿Queréis saber por qué? Porque no quiero ser esposado por mi mujer. Prisco, procura que la mujer sea inferior al marido; sin eso no es posible que haya igualdad entre los dos» (Marcial: Epigrama 13, Libro VIII)
Saludos, Á. Molina.

"El Anónimo de Palacio" dijo...

La mujer, digámoslo claramente y rápidamente, en todo este tema no tocaba puñetero pito. Las hijas, para un rey, no eran sino enganchadoras que, a sus ojos, podían garantizarle honores y reinos para sus nietos; eran pues, conejas cuya función era casarse y parir varones que heredarían las posesiones de sus maridos quienes, además, se verían impelidos a ser aliados de su suegro (aunque esta última jugada no siempre salía bien, la verdad; y, si no, que se lo digan a Federico del Palatinado, quien se casó con una hija de Jacobo de Inglaterra creyendo que así lo tendría por aliado para echar a los Habsburgo católicos de Alemania).

El carácter de negocio del casorio es algo tan evidente que alumbra costumbres que hoy nos provocan la risa. Por ejemplo, la costumbre (que nunca he visto reproducida en ninguna película de época, y la verdad me llama la atención) de reducir la noche de bodas a una ceremonia breve en la cual un pollo llegaba a la habitación de la esposa y metía en la cama media pierna desnuda, hasta la rodilla. Así, en la biografía de Ana de Bretaña, escrita por Le Roux de Ligny, éste nos informa de que el casorio se pactó por poderes mediante un enviado del emperador llamado Polhain; y añade que la ceremonia de la noche de bodas “eut lieu d'aprés les coutumes allemandes: la jeune Princesse fut mise au lit, le beau Polhain, mignon du roi Maximilien, introduisit sa jambe nue jusqu'au genou dans la couche nuptiale, en présence, bien entendu, des trois autres envoyés et de Françoise de Dinan, gouvernante de la Duchesse (...) »

El autor nos informa de dos cosas: una, de que la costumbre es alemana. Otra, de que Polhain, el representante del esposo, era un guapo mozo... ¿será una señal de que metió algo más que la pierna? En fin, en lo de la costumbre parece acierta, pues esto de la pierna desnuda por poderes entrando en la cama la noche de bodas es costumbre que perduró, fundamentalmente, en Polonia.

Esto los alemanes. Pero los franceses, que a base de tener tan claras las cosas conservaron la misma dinastía casi más siglos que nadie, tenían tan claro que un matrimonio real no tiene nada que ver ni con el amor ni con nada de lo que hoy consideraríamos sustancioso, que incluso impedían el placer sexual. Esto lo hacían, básicamente, no dejando a los reyes solos. Del Rey Sol, hombre cuya vida está muy documentada, se ha llegado a estimar que pasó en toda su vida 8 minutos solo. Y el dato es creíble si acudimos a testimonios como éste del erutito Jean-François Jamet el Joven, quien le cuenta en carta a su amigo Lefranc de Pompignan que, a principios del siglo XVI” « nos rois et nos reines, dans les premiers jours de leur mariage, étaient accompagnés, à la ruelle du lit, de une vielle dame de qualité, experte et rompue au métier, choisie pour modératrice de leurs plaisirs nuptiaux. » O sea, literalmente: en la noche de boda y siguientes, cuando rey y reina empezaban a joder, tenían a su lado a una vieja que, es de suponer, les llamaba la atención si se emocionaban demasiado.
Hasta otro día que volveré.
“El Anónimo de Palacio”

Ángel Molina dijo...

No parece que el obsequio de cafeteras, juegos de té o vajillas por parte de los invitados como contribución al menaje hogareño necesite de mucha justificación antropológica, sin embargo, incluso en la época del matrimonio por rapto existía la necesidad de aplacar o halagar la vanidad de la novia en un esfuerzo por convertir la futura convivencia en una relación más o menos amistosa.
Existía también la posibilidad de hacer un regalo post-marital al padre con objeto de calmar sus iras (en al Antigüedad era mejor llevarse bien con el suegro que con la suegra), un esfuerzo al que contribuiría también toda la tribu del raptor por razones obvias. Esta costumbre de hacer regalos con la esperanza de recibir a la novia a cambio pudo facilitar el paso al matrimonio por compra, el cual no alcanzó su verdadero significado hasta el establecimiento de la propiedad privada.

Ésta fue otra de las consecuencias de la Revolución Agrícola; antes de ella no existían más posesiones individuales que las ropas y las armas, todo lo demás, ganado, aperos, alimentos y niños, era comunal. Paralelamente a la propiedad privada se desarrolló la esclavitud, y la mujer, poco a poco, fue bajando en el escalafón social, oscilando entre una y otra situación.

A cerca de la despedida de soltero, interesa puntualizar que, aunque actualmente las “despedidas” sean dadas a ambos contrayentes por separado y por sus respectivos grupos de amigos y compañeros, la despedida de soltero siempre ha sido cosa de hombres. Tal ritual obedecía a la supersticiosa creencia de que era de mal augurio que el chico viera a su chica en las horas cercanas al evento, y también para evitar que la pareja se precipitase a la consumación del mismo matrimonio; así que un par de noches antes, o la misma noche antes se procuraba tener al novio entretenido hasta el mareo para que no pensase en tonterías. Eran otros tiempos y otras carencias. Sin embargo también en los enlaces de hoy día la novia se ve rodeada de una corte impresionante cuya inconsciente misión parece ser la de evitar que el novio pueda verla hasta que esté ante el altar.
Dentro de esta costumbre entra la manida prohibición al contrayente de visualizar a su novia ataviada con esos tentadores ropajes hasta la misma ceremonia, así como la misma despedida. Parece ser que fue una costumbre originaria de Esparta, donde el novio acostumbraba a celebrar una cena-fiesta con sus amigos, llamada «cena de hombres», la víspera de la boda.
Noches previas de fiesta promiscua se realizaban en varios Estados griegos y durante las fiestas Albanas en Roma; era una concesión a las costumbres sexuales arcaicas que precedieron a la monogamia (Robert Graves: Los mitos griegos).
Saludos, Ángel Molina

Eugenio Sánchez dijo...

La realeza británica es un entorno donde florecen a menudo los matrimonios infelices. A Carlos II se le atribuyeron 56 bastardos, Eduardo VII frecuentó con asiduidad los burdeles del Soho y monarcas como Ricardo I o Guillermo III cultivaron más o menos abiertamente su homosexualidad. Pero ningún enlace real irradió tanto infortunio como el que unió a Carolina de Brunswick (1768-1821) y Jorge IV (1762-1830).

Lo primero que cabe decir es que para Jorge era el segundo matrimonio. El primero lo contrajo en secreto con su amante María Fitzherbert pero era ilegal por dos motivos: la novia era católica y no gozaba del consentimiento de su padre. El entonces príncipe de Gales se resistió con uñas y dientes a encontrar una segunda esposa y sólo aceptó cuando el Parlamento aceptó saldar sus deudas, que habían crecido al calor de una vida marcada por las adicciones al láudano y la prostitución.

Los cortesanos le aconsejaron una boda con su prima Carolina de Brunswick, que por entonces llevaba una vida de provincias en el principado de sus padres y cuyo rostro sólo había visto en los retratos de familia. Los novios se conocieron tres días antes del enlace y la primera impresión no pudo ser peor. Jorge se retiró al otro extremo de palacio y se repuso con una copa de brandy. Carolina dijo que su futuro esposo era "más gordo" y "no tan guapo como lo habían pintado".

El enlace se celebró en el palacio de Saint James el 8 de abril de 1795. Jorge confesó a sus dos testigos que se casaba contra su voluntad y avanzó por el pasillo central de la capilla con la expresión facial de un condenado a muerte. Los cronistas cuentan que por dos veces se desmayó. También que miró a una de sus amantes mientras hacía sus votos y que lloró cuando el arzobispo preguntó si alguien tenía alguna objeción al enlace.

Por supuesto, el matrimonio se consumó. Pero la noche de bodas transcurrió con el novio calentándose solo junto a la chimenea y los diarios de la época aventuran que sólo hubo tres coitos entre los recién casados. El azar quiso que de uno de ellos naciera la princesa Carlota Augusta, conocida en el Reino Unido como Charlotte. Pero Jorge quedó tan harto de los efluvios corporales de su esposa que le anunció que no se acostaría con ella ni aunque hubiera que engendrar otro heredero por la muerte de su hija.
Este comentario continuará otro día.
Un saludo de Eugenio Sánchez

Eugenio Sánchez dijo...

El fallecimiento prematuro de Charlotte ofreció a Jorge una oportunidad de oro para cumplir con su promesa y dejó el trono a su muerte en manos de otras ramas de su árbol genealógico. Pero para entonces su esposa había huido de Londres y se había entregado a una vida de opulencia y desenfreno que la llevó a acostarse con un almirante y un primer ministro, a contratar de chico para todo a un joven paje milanés y según los diplomáticos a "violar" al general napoleónico Murat, al que el dedo de su emperador había convertido en monarca de Nápoles.

La deriva no impidió que Carolina retornara al Reino Unido a la muerte de su suegro con la intención de ser coronada como Reina de Inglaterra. Su regreso fue saludado con cierto entusiasmo popular. No tanto por su prestigio como por el desprestigio de su esposo, cada vez más odiado por sus vicios y su carácter manirroto. Jorge quería el divorcio pero era demasiado tarde y al final se conformó con colar unas leyes para dejar a Carolina fuera del trono.

La coronación de Jorge IV se celebró el 19 de julio de 1821 y a Carolina de Brunswick se le negó la entrada a la abadía de Westminster. Aquella misma noche enfermó con vómitos y pulso débil. Murió 19 días después de la subida al trono de su esposo. Según algunas hipótesis, quizá envenenada por un esbirro del monarca.

Unos años antes, Carolina había dejado su amargo testimonio en una conversación con una de las amantes del Rey de Francia. Explicó que había hecho lo posible con convivir con Jorge pero que había sido imposible: "La realeza británica sacrifica la amistad y la gratitud por la razón de Estado y no existe corazón. Si volviera a casarme, no le daría mi mano a ningún príncipe". Unas palabras que bien podría haber pronunciado Diana de Gales.

Un saludo de Eugenio Sánchez

Ángel Molina dijo...

Las mujeres romanas, al igual que las griegas, una noche antes de la boda colocaban en el altar familiar las muñecas, juguetes y objetos de la infancia para dejar atrás su antigua vida. Las romanas esa noche dormían con la túnica recta, o nupcial, hecha de una sola pieza de lana amarilla muy clara, que posteriormente varió a blanco virginal (virgen es traducción de 'virgo, virginis', originariamente y sin más, muchacha, púber; discretamente, con el tiempo virgo ha devenido en sinónimo de himen, "repliegue membranoso que cubre la vagina virginal", del griego 'hymen', membrana). Al otro día su madre le ayudaba a vestirse, le ataba un cinturón de lana, el ‘cingulum’ al que le hacía un 'nodus Herculeus', nudo de Hércules (quien había tenido más de setenta niños), que sólo el esposo podía desatar. El atuendo era completado por velo y sandalias de tonos anaranjados intensos que representaban al fuego, símbolo del hogar, y en ocasiones, la túnica y calzado de la novia eran adornados con perlas y lazos.

Las jóvenes griegas lo habían tenido más crudo. A ellas el cinturón de Herakles les era impuesto al alcanzar la pubertad y tenía que ser el marido quien lo desatara por sí mismo en la noche de bodas. En algún momento del Siglo XII, no antes, el ingenio del hombre produjo la invención mecánica conocida como cinturón de castidad, inspirado en el chisme de Herakles y como continuación de él.

En la Europa preindustrial comprarse un vestido o la tela para hacerlo era un lujo que la gente común podía permitirse pocas veces en su vida. Una de las principales preocupaciones de los administradores de hospitales era asegurarse de que las ropas de los fallecidos no serían usurpadas, sino entregadas a sus herederos legales. Durante las epidemias de peste, las autoridades municipales se las veían y se las deseaban para confiscar las ropas de los muertos y quemarlas. Entre la gente común era afortunado el que tenía un vestido decente para los días de fiesta. Todo esto conllevaba una moral en que la vestimenta era un símbolo de status.
Saludos, Ángel Molina

Á. Molina dijo...

Uno de los rituales más importantes en Roma fue el peinado de la desposada. El cabello se dividía con la punta de una lanza (que hubiera atravesado a un gladiador, a poder ser) en seis secciones para ser luego trenzado. Esto se hacía en conmemoración del día en que los antiguos romanos utilizaron lanzas para capturar a sus novias sabinas. Normalmente, era un tocado alto atravesado con una aguja, significando el sometimiento a la autoridad del esposo, y acabado con una diadema de hierro.
El arreglo excesivo de la novia era un asunto fuera de discusión. Casi todo el rostro se maquillaba profusamente, y algunas mujeres se decoloraban el cabello al sol. Aunque no fue una regla, muchas novias se casaban en su pelo, es decir, con el cabello suelto adornado sólo por una guirnalda de flores, la única ocasión en que una mujer honesta podía mostrarlo de esa forma en público.
Saludos, Á. Molina.

Ángel Molina dijo...

El simbolismo de colocarle el velo, de “velar”, a la novia era el más significativo de la ceremonia romana, que es la nuestra, y se le denominaba 'nubere', literalmente, «colocar el velo».

Encima del velo se colocaba una corona de mejorana y de verbena, que en la época imperial pasó a ser una corona de hojas de naranjo a causa de la merecida mala fama que fue adquiriendo todo lo relacionado con el culto de Baco.
La verbena (que ha conservado íntegra su denominación latina) está relacionada con las tradiciones báquicas, al menos por su nocturnidad y diversión. Y es que los ramos de verbena, una especie de plantas, las verbenáceas, a la cual pertenecen, por ejemplo, la hierba-luisa o la lantana, de laurel, olivo o mirto, eran llevados ritualmente por los sacerdotes paganos en sus sacrificios. Y la frase del Siglo XVIII, "coger la verbena", que era traducida como "madrugar mucho", hace referencia al empleo de la verbena en la medicina popular, recogida durante estas intempestivas horas, pues parece que arrancadas con la fresca es como surten efecto: «De ahí verbena, "velada de San Juan y San Pedro", Siglo XIX, que alude a la prolongación de las mismas hasta la madrugada» (J. Corominas)
La novia era asesorada por la 'pronuba', una matrona casada una única vez y que aún seguía viviendo con su marido, con lo que se simbolizaba a «la esposa ideal». El adjetivo núbil, (‘nubilis’) que quiere decir “en edad de casarse”, toma su sentido del acto de “cubrirse con velo”, que es lo que literalmente significa, al derivar del verbo ‘nubo, -ere’; también se dedicaba malignamente a aquellos romanos dominados por sus mujercitas. Deriva de ahí, ‘nubilus’, nublado, adjetivo aplicado al cielo cubierto de nubes. Aunque también es latina la palabra velo, ‘velum’, ésta solía reservarse a telones, cortinas, máscaras, y a todo aquello que velara, en fin, una imagen o un escenario.
Pero es que la mismísima palabra que da título a la ceremonia nupcial, “las nupcias”, es simplemente un derivado del velo, del verbo velarse, de ‘nubere’, casarse. Igualmente, el matrimonio sólo puede celebrarse entre personas que tengan, uno en relación con el otro, el derecho de ’connubium’, otro derivado de velo. Este es un derecho que sólo tienen los ciudadanos romanos y algunos extranjeros importantes a quienes se les concede; el matrimonio entre personas libres, pero no ciudadanas, o entre un ciudadano y una no ciudadana libre, tenía el triste nombre de concubinato, “compañeros de cubil”, de ‘cubile’, lecho de bestias.
Saludos, Ángel Molina

Ángel Molina dijo...

En Grecia el hecho de quitarle el velo a la novia era toda una ceremonia en sí, llamada ‘anakaliptéria’, la más significativa del trance, y tenía lugar después de la comida, yendo acompañada de los regalos del novio, llamados a su vez ‘anakalitéria’.

El velo se impuso en la antigüedad para ocultar a la novia de los malos espíritus envidiosos y celosos que quisieran ocasionar daño a la joven pareja. Posteriormente, simbolizaría la pureza. En otras culturas el velo se llevaba para ocultar totalmente el rostro de la novia a un novio que jamás la había visto, y que sólo vería, demasiado tarde, después del fin de la ceremonia.
De todas formas, y pese a lo dicho hasta aquí, no perdamos de vista que todo este rito matrimonial, denominado 'confarreatio' por razones que luego comentaremos, era sólo accesible a los patricios. Con un ceremonial largo y complejo, uno de los detalles que lo diferenciaba del ceremonial griego era que el velo de la novia no era blanco, sino azafrán, el llamado 'flammeum', llameante, de donde viene flamante, aunque también inflamar o soflamar.
‘Flamma’, llama, lengua de fuego, un fuego que no era el de la pasión, sino el del hogar. Pues hay que hacer hincapié en el hecho de que aunque la boda se denomine nupcias no es un homenaje rendido a la mujer, por más que se refiera a su tocado. Por el contrario, significa que la “velatio nuptialis” de hecho constituye una consagración de la novia sola al estado matrimonial. No debemos olvidar que el matrimonio romano, que es el nuestro, es (¿era?) la velación de la mujer para beneficio de su marido: matrimonio deriva de madre.
Saludos, Ángel Molina

"Un anónimo ilustrado" dijo...

Esta es la historia del embajador español Aranda, que lo sabía todo del prepucio de Luis XVI. Describiré esta historia en varios comentarios dada la extensión resultante. De esa historia este es el principio.
Hoy me siento decidido contaros esta pequeña historia. La historia de un rey que decían impotente, pero que sólo era, por así decirlo, estrecho; y de los muchos desvelos que hizo un embajador español por descubrir la verdad.

Hablamos de Luis XVI de Francia, nieto de Luis XV, y hombre de difícil clasificación. Hay quien ha dicho, no sin razón en mi opinión, que el Capeto es un personaje histórico especialmente desgraciado, pues podría haber sido feliz de haber sido cualquier otra cosa menos la que fue, o sea, rey. Nos dicen las crónicas, en efecto, que Luis XVI fue un hombre simple, que gustaba de pasar el rato rodeado de robustos albañiles; ello no porque fuese homosexual, sino porque lo que más le gustaba en la vida eran los trabajos de los oficios y labores manuales y, mientras la discusión de complejas estrategias de Estado a menudo le aburría, era capaz de pasar una tarde entera dialogando sobre la mejor forma de levantar un muro.

Siendo todavía Delfín, como decimos en España Príncipe de Asturias o heredero al trono, el futuro Luis XVI se casó con la famosa archiduquesa María Antonieta, a la que, casi nadie lo duda, amó sinceramente; tendría ocasión de demostrárselo, en circunstancias harto dolorosas para ambos.

Cuando se casó el Delfín, todo el mundo consideró que aquél sería un matrimonio dulce, feliz, provechoso y productivo desde el primer día. Al contrario que muchas personas de sangre real, dentro y fuera de Francia, Luis Capeto era extremadamente delicado y elegante con las mujeres, y en palacio todo el mundo juraba que era imposible que tuviese amantes (lo cual, por otra parte, no habría sido ninguna novedad).

La cosa, sin embargo, no funcionó. Los reales novios se casaron en mayo de 1770 y, en agosto de ese mismo año, Luis pretextó una leve indisposición (sufría muy frecuentemente del estómago, con vómitos y todo eso) para dormir solo una noche; soledad que se repitió la siguiente, y la siguiente, y la siguiente, hasta convertirse en la norma.

Se dijo, en un principio, que a Luis, María Antonieta no le gustaba. De hecho, se aducía muy a menudo que la razón de esa repugnancia era que María Antonieta era, de pelo natural, pelirroja (la petite rousse, la pequeña pelirroja, la solían llamar en Versalles). Pero, la verdad, ni Luis XVI expresó jamás una animadversión especial hacia las “red hair women” ni, de hecho, expresó jamás, en público o en privado, disposición hacia mujer alguna distinta de la suya. En un episodio relativamente conocido, visitando un convento en Passy, vio a una mujer que, al parecer, estaba esperando en el camino su paso para pedirle algún favor usando sus encantos. El rey, que ya lo era entonces, escuchó cómo algunos cortesanos ponderaban la belleza de la dama, ante lo cual preguntó su profesión; y, cuando le dijeran que era comerciante, se limitó a comentar: "pues haría mejor quedándose en su boutique que viniendo aquí".

Muy pronto tras los esponsales entre Luis y María Antonieta, comienza la esposa una correspondencia con su madre, la emperatriz María Teresa, esposa del emperador Francisco I. Correspondencia que se irá haciendo cada vez más desesperada, y de la que forman parte también las misivas entre la propia emperatriz y Florimond Claude, conde de Mercy-Argenteau, o sea el diplomático enviado por Austria para controlar la movida (véase, a este respecto, D'ARNETH, Alfred, y GEFFROY, A. Correspondence secrète entre Marie-Thérèse et le comte de Mercy-Argentau, París, 1875).
Continuará… en otro momento, lo prometo.
Os informó “Un anónimo ilustrado”

"Un anónimo ilustrado" dijo...

Esta es la segunda parte de la historia de Luis XVI y su esposa María Antonieta.
El conde de Mercy-Argenteau, o sea el diplomático enviado por Austria, tranquilizaba a su jefa. Según él, había que tener en cuenta que, al casarse, el Delfín apenas tenía 16 años y que, además, todo el mundo decía que había tenido un estirón muy brusco y rápido, lo cual habría mermado sus capacidades libidinosas (sería la primera noticia que tengo de un joven de 16 años que rechaza un polvo, con una pelirroja además, por cuestiones de crecimiento; pero, en fin, lo mismo eran otros tiempos...)

El principal problema para Luis XVI es su abuelo, el rey. Luis XV, en efecto, no puede entender que su nieto haya tardado más de cinco o seis minutos en preñar a su mujer. Un día que aborda a su nieto y le viene a decir que si no le gusta su mujer o qué, éste le contesta que sí, que la ama, pero que "necesita tiempo para vencer su timidez". Mosqueada, María Teresa le informa a su embajador, julio de 1770, que le ha pedido cuentas al Delfín, y que éste le ha explicado a su mujer "que ignoraba todo lo concerniente al estado del matrimonio", pero que ya vivía en total intimidad con su mujer. Cosa que María Antonieta le confirma por esas fechas a su preceptor, el abate Vermond.

No obstante, ya hemos visto que en agosto estas previsiones se rompen, y el Delfín se va a dormir solo. En octubre de ese año, la emperatriz María Teresa está ya de los nervios, y le escribe a su hija para que "tengas paciencia y redobles tus caricias". Mas... ¿cómo se le toca la picha a un tipo que duerme en habitación aparte?

Es febrero de 1771 y los esposos llevan ya meses durmiendo separados. Mercy-Argenteau le confiesa a su jefa que no entiende nada. De mayo de ese año se ha conservado una carta de María Teresa a su hija, respuesta a una de ella que, que yo sepa, no se ha conservado, pero en la que es probable que María Antonieta compartiese con la hacedora de sus días su intención de montar un buen pollo con la cuestión. Esto se deduce del hecho de que María Teresa le diga: “la douceur, la patience, son les uniques moyens dont vous devez vous servir” (la dulzura y la paciencia son los únicos medios de los que debes servirte). Y el 9 de junio: « ne vous decouragez pas, espérez en Dieu, tout ira bien ». Tres días después, María Teresa le escribe a su embajador en París estas líneas: « Van Swieten [el médico de la corte austrohúngara] est du sentimant que si une jeune fille et de la figure de la Dauphine ne peut échauffer le Dauphin, tout rémedie serait inefficace... » ¿Suponen estas líneas que el médico de Viena insinuaba la homosexualidad del Delfín, y es por eso que si un bombón como María Antonieta no le hacía tilín, "todo remedio sería ineficaz"? No queda claro.

Del 23 de septiembre es una dolorosísima carta de María Antonieta a su madre, en la que la hace partícipe de la noticia de que la duquesa de Chartres ha parido un feto muerto; y apostilla que "por terrible que parezca, me gustaría al menos estar en sus circunstancias". Pocas veces, una mujer torturada por la necesidad de ser madre se ha expresado con mayor crudeza.

Para entonces, el rey ya no se corta en decir en público, incluso delante de su nieto, que no tiene más esperanza de tener descendencia que del conde de Artois. A finales de 1772, las gacetas parisinas publican que María Antonieta está embarazada; pero sólo es un bulo.
Os informó “Un anónimo ilustrado”

"El Anónimo de Palacio" dijo...

Bueno…, es tanta la bulla que tienen los comentarios sobre este artículo, que se me han adelantado otros ilustres comentaristas del blog. Este final de comentario debió ir después del hecho el día 16 de febrero para así concluir con la referida boda del “Rey Felón” o sea Fernando VII, el rey del pene grande y cabeza de cortos alcances.
Visto todo lo relatado en comentarios anteriores sobre el tema, vista la ignorancia de los jóvenes príncipes y princesas reales de aquellos tiempos y siendo así las cosas, no es extraño que los contrayentes, especialmente las contrayentes, llegaran al condumio o comida, sin saber muy bien si aquello iba de follar o de jugar el parchís: el hijo de Luis XV, cuando se casó con una hija de Felipe V de España y de Isabel de Farnesio, pasó varios días tras el matrimonio, convencido de que todo lo que tenía que hacer para preñar a su mujer era besarla y abrazarla (indiscreción que le revela la Farnesio a su hijo Felipe, entonces en Italia, en una carta de 10 de marzo de 1746; misiva que tampoco tiene desperdicio).
Y así, como sin quererlo, llegamos de nuevo a la carta (que ya hemos referido en un comentario anterior), que Mérimée le hace llegar a Stendhal, para contarle un chascarrillo de España que le ha llegado. Y vaya chascarrillo el de la pobre esposa de 16 años que asustada se caga encina del rey.
Pero no sólo el matrimonio era casi una violación, sino que, además, presentaba el agravante de que, en palabras de Mérimée, la novia desconocía cosas que “savent en Espagne las petites filles de 8 ans”; se refiere, obviamente, al acoplamiento entre hombre y mujer.
Como conclusión, pues, la jovencita de 16 años María Josefa Amalia de Sajonia fue colocada en la cama nupcial en un estado mental y de conocimiento en el que no distinguía un pene de la prima de riesgo, tan conocida ahora para nosotros.
Entra el rey, grueso, entrado en años y, es posible (Mérimée no lo dice, pero de lo que sigue se sospecha), empalmado como un animal. María Josefa Amalia, que lo ve, trata de salir de la habitación, pero el rey la trinca y le empieza a meter mano. Pequeño dato sin importancia: el novio no habla ni una palabra del único lenguaje que habla la novia, o sea el alemán.
Finalmente, ella se zafa y comienza a correr por la habitación. El rey, que la persigue, fofo y viejo, se arrea unas hostias como panes contra los muebles. En ese momento, dice Mérimée, Fernando VII, entra en un estado de “colère épouvantable”. Llama a su cuñada y a la camarera mayor y, cuando acuden, les trata de P. et B. (confieso que mi francés no me llega para hacer conjeturas sobre el significado de las siglas, pero bien puede referirse a las palabras francesas “Putes” o “Putains” y “bacchanale” respectivamente) y las conmina a preparar a la novia en un cuarto de hora. Vestido en camisón, se sienta a esperar en el pasillo.
¿Qué le cuentan las dos pobres señoras a la niña sobre lo que va a pasar? Pues lo suficiente, estima el autor de la carta, para que “sa digestion fut troublée”. O sea, que al contarle a una niña, apresuradamente, los secretos del sexo, a ésta, probablemente, se le cortó la digestión.
Cuando el rey vuelve y retoma la noche de bodas donde la dejó, relata Mérimée, no encuentra resistencia alguna, pero “à son premier effort pour ouvrir un porte, celle d'à coté s'ouvrit naturellement et tacha les draps d'un couleur tour autre que celle que l'on attend après une première nuit de noces”... o sea, que la reina, la niña, literalmente se caga, de miedo y quizás de dolor, encima del rey. Tras lo cual, Fernando se limpia como puede y, nos dice la carta, no vuelve a tocar a su esposa en ocho días.
Final de una historia doblemente real
“El Anónimo de Palacio”

Álvaro Jiménez dijo...

Sebastián de Cobarrubias en su libro Tesoro de la Lengua Castellana o Española dice sobre La Boda: Es un término español antiguo y muy usado por lo que en latín llamamos nupcias, vel tedas, por el velo que llevava la novia ante el rostro que la cubría a modo de nube, o por las hachas que yvan con ella delante ardiendo, que antiguamente se hazían de tea, que es el coraçón del pino lleno de resina, sustenta mucho el fuego con llama. Muchos tienen por cierto que este nombre boda es arábigo, dicho cerca de los árabes buda, otros que es hebreo, de un verbo que es alegrarse, cuyo participio es bodahs» (Sebastián de Covarrubias: Tesoro de la Lengua Castellana o Española. 1611)

No falta quien diga venir del verbo hebreo que vale comer y también elegir, porque assí el hombre como el bruto hazen de elección de lo que han de comer, y todo lo tiene la boda, porque comen y se huelgan, y los casados se eligen el uno al otro, y son tal para qual.
«Lo que no viene a la boda, no viene a toda hora», porque lo que antes prometen los suegros, sino se cumple antes de que se junten los novios, se cobra después mal» (Sebastián de Covarrubias: Tesoro de la Lengua Castellana o Española. 1611)

Ay algunos proverbios deste nombre boda: «no se haze la boda de hongos»; una boda sumptuosa no se puede hazer con poco gasto. «Boda buena, o boda mala, martes en tu casa; ordinariamente se hazen las bodas el domingo, y el lunes es la tornaboda, y el martes cada uno se despide y dexan los novios en su casa, y se van a las suyas.
«Aun se come el pan de la boda»; los primeros días del casamiento todas las cosas están abundantes y cumplidas, pero en despidiendo los huéspedes se recogen a su ordinario y regla, y se empieçan a descubrir las condiciones de los novios, y el trato de la casa» (Sebastián de Covarrubias: Tesoro de la Lengua Castellana o Española. 1611)

«Perrillo de muchas bodas», el que en todas las fiestas y combites y juntas de damas se halla y se inxiere. «Andarse de boda en boda», irse de fiesta en fiesta, de un combite a otro. «No hay boda sin doña Toda», de algunas señoras que apetecen hallarse en todas las fiestas, aunque sean particulares. «En la boda, quien menos come es la novia», porque está mesurada y no se osa descomponer, y también está turbada, medrosa, confusa con el nuevo estado.
«Tornaboda», la fiesta primera es en casa de la novia, y luego otro día en casa del novio quando ha llevado a su muger, y con ella sus padrinos y padres y los demás» (Sebastián de Covarrubias: Tesoro de la Lengua Castellana o Española. 1611).

El mismo autor dice sobre El Casamiento: También podría traer su origen del verbo hebreo que es mentiri; y concuerda con los que dizen que casamiento vale tanto como caso y miento, porque se hazen los casamientos a caso, y aun a carga cerrada, porque ninguno sabe lo que lleva consigo, ni él ni ella por no averse tratado, y de miento, en razón de que los terceros siempre se alargan en abonar las partes, siendo cierto que en hazienda y bondad se quita la mitad» (Sebastián de Covarrubias: Tesoro de la Lengua Castellana o Española. 1611)

Saludos, Álvaro Jiménez

"Un anónimo ilustrado" dijo...

Parte tercera del comentario sobre las relaciones maritales de Luis XVI y María Antonieta
En marzo de 1773, en una situación que la correspondencia de los austríacos califica ya de absolutamente incomprensible, comienzan las labores médicas. Lassone, médico del Louvre, tiene una larga conversación con el Delfín, de la que nada trasciende (de momento).

A mediados de 1774 muere Luis XV y su nieto se convierte en rey. Todo el mundo piensa que eso va a cambiar el comportamiento sexual del monarca, pues ahora tener descendencia ya no es cuestión de pasarlo bien o mal, sino de Estado. De hecho, en septiembre la reina empieza a vomitar y todo Versalles supone ya el deseado embarazo. Pero, mala suerte, es una indigestión. En diciembre de dicho año, tras una ceremonia pública, unas verduleras parisinas, tal y como María Antonieta le cuenta a su madre en una carta, la increpan amablemente animándola, con lenguaje grueso y metáforas bien denotadas, a tener descendencia y cumplir su obligación como la condesa de Artois, que acaba de quedarse encinta. María Antonieta, refugiada en sus habitaciones, llora lágrimas amargas y, por qué no decirlo, ambiciosas: la gravidez de la condesa amplía las posibilidades de que el tronco real francés transcurra en el futuro por otros derroteros. María Teresa le escribe recordándole a su hija sus obligaciones conejeras. Y ésta retruca, encabronada: « la nonchalance n'est sûrement de mon coté ». Más o menos: no soy yo quien no tiene ganas.

La situación es ya insostenible. Toda Francia se hace lenguas de una situación veramente extraña, y por París comienzan a circular letrillas que vienen a insinuar, de forma elegante, si algún día no decidirá el rey pedirle a su primer ministro, Maurepas, que resuelva la cuestión acostándose con su mujer.

Pero la situación está a punto de dar un giro inesperado.

Durante los años 1762 a 1787 se publicó en Londres un pasquín llamado Mémoires secrets pour servir à l'histoire de la République des Lettres en France depuis 1762 jusqu'à nos jours, que era algo así como un confidencial, un hacer callar de la vida de París y de la Corte. Esta publicación semiclandestina afirma, en su número de 4 de noviembre de 1775, que el rey, « faché de n'avoir point d'enfants et ayant consulté la Faculté à cet égard, celle-ci l'a determiné à subir l'operation convenable, c'est-a-dire a se faire couper le filet, en termes de l'art. » El rey, pues, ha consultado su problema con los médicos y, parece ser, ha consentido hacerse cortar la carne. Mejor haríamos en decir: la piel.

Porque el rey es un estrecho. De pito. Es lo que hoy conocemos por un fimótico, es decir, un joven que para poder realizar la penetración vaginal necesitaba hacerse la fimosis.

Y éste era, quizás, todo el problema. Cualquier persona bien informada en París lo sabía porque, como apunta Stefan Zweig en su biografía de María Antonieta, en realidad en la Corte todo el mundo, las camareras, los cocineros, los maestresalas, hablaban de ello con libertad de tiempo atrás. Tuvo que ser, sin embargo, aquel periódico semiclandestino el que oficializara las cosas. De hecho, el tema de la fimosis del rey se convierte en un asunto de tanta actualidad en las calles, que todo el mundo quiere ayudar. En diciembre de 1776, un abate que está diciendo misa delante del rey le entrega al final de la misma una carta en la que el buen cura le informa al monarca de que conoce una postura con la que el rey podrá superar su defecto físico.
Os informó “Un anónimo ilustrado”

"Un anónimo ilustrado" dijo...

Episodio cuarto de la historia de la fimosis de Luis XVI Francia casado con María Antonieta
En junio de 1777, el emperador José II llega a París. Largamente esperado durante tres años, por fin ha podido viajar a Francia para ver a su cuñado y ponerle los puntos sobre las íes. Es, de hecho, el emperador el que se planta delante del temblón Luis XVI, y le dice: macho, te la tienes que tirar. Y si el forro no te da, te lo sajas; faltaría más.
Si la operación finalmente tuvo lugar o no, en realidad no se sabe. Hoy en día, se tiende a pensar que no. De las correspondencias que nos han llegado de personajes mayores y menores de aquella Corte se deduce que fue versión muy extendida en la misma a principios de aquel invierno en el sentido de que el rey se había hecho abrir el prepucio para descubrir su bálano al mundo. Sin embargo, para las Navidades, el tema de conversación de los salones elegantes en París era que, tal vez, el tema se había resuelto por sí mismo. Como veremos ahora, esta tesis es la que averiguaron los "servicios secretos" españoles. Sea una cosa o la otra, lo cierto es que Luis y María Antonieta acabaron por tener cuatro hijos.

En Madrid todo este tema. España, como país básicamente antibritánico y profrancés tras el desembarco de los Borbones en su corona, mantenía un interés vivísimo en los asuntos de Francia; además, hay que tener en cuenta que aquel palacio de Versalles era la Casa Blanca de su época. Por todo ello, Madrid tenía en París, para entonces, un embajador que era un auténtico primera fila de la política patria: don Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda. Señorial, hidalgo y muy gastador, Aranda se estableció en la Ciudad de la Luz, donde daba unas fiestas de puta madre que eran la admiración de toda la ciudad; para entonces, la única forma que encontraba España de seguir afirmando su poder era gastándose dinero en botellones de lujo.

Pero Aranda hizo más. A partir de noviembre de 1773, cuando las trompas de Falopio de la condesa de Artois entran en movimiento y la cosa de la corona se pone interesante, Aranda se mete en el tema de la sexualidad del entonces Delfín, y escribe unas cartas a Madrid, a Carlos III, que resultan de lectura bien divertida. Stefan Zweig afirma que Aranda llegó a sobornar a las camareras de la Corte para que le vendiesen las sábanas de cada noche, y así poder comprobar si estaban manchadas de sangre, para así saber de primera mano (o mejor, de primera sangre o primer semen) cuándo habían jodido los delfines; como vamos a ver ahora mismo, esta especie tiene muchas posibilidades de ser cierta .Por todo esto Aranda, y con mucha mayor base que otros embajadores, duda de la consumación del matrimonio, y le escribe a Carlos III:

Supónese que en la ropa de ambos príncipes hai manchas que manifiestan el acto, pero no faltan quienes las atribuyen a expulsión exterior del Delfín, sin acabar de penetrar, no por debilidad, sino por mortificarle algún dolorcillo en la punta al insistir su introducción. Apóyase la completa operación, en que de tiempo a esta parte manifiesta más apego [¿a?] la Delphina; pero el estar en duda un asunto tan interessante que se huviera publicado con aplauso, parece inclinar a que no se ha conseguido aun el fin principal.

(Estas cartas estarán, supongo, en el correspondiente archivo público. Pero, en cualquier caso, se pueden consultar, si se encuentra ejemplar claro, en la divertidísima Les correspondances des agents diplomatiques étrangeres en France, de Jules Gustâve de Flammermont).
Os informó “Un anónimo ilustrado”

“Un anónimo ilustrado” dijo...

Episodio quinto de la fimosis de Luis XVI, Rey de Francia.
Continuando con la historia hacemos ahora referencia del Embajador español Aranda de fecha 5 de agosto de 1774. Donde se puede observa la meticulosidad informadora del embajador español:

[Hay] Quien dice que el frenillo sujeta tanto el prepucio que no cede a la introducción y causa un dolor vivo en él, por el cual se retrahe S.M. del impulso que conviniera. Quien supone que el dicho prepucio está tan cerrado que no puede explayarse para la dilatación en la punta o cabeza de la parte, en virtud de lo que no llega la erección al punto de elasticidad necesaria.

Si fuera lo primero, a muchos ha sucedido lo mismo y aun acaece regularmente en los primeros ensayos; pero como suelen estar con mejores ganas de las que tendrá S.M. por su temperamento o inocencia, con el acaloramiento, un quejido y una buena resolución, se rasga el frenillo del todo o lo que basta para la continuación del uso, que insensiblemente deja después corriente el acto; pero cuando son tímidos, entra el cirujano con una pequeña incisión y liberta el inconveniente.

Si fuera lo segundo, sería operación más dolorosa y grave en su edad, porque exige una especie de circuncisión, pues si no se redondease el corte de los labios [sic] quedaría imposibilitado el uso.

Por fin, el muy meticuloso, y muy bien informado, Aranda, envía un despacho el 27 de septiembre de 1777, informando a su rey de que la reina está embarazada. Bueno, en realidad no le informa de eso: le informa, literalmente, de que hace ocho días que le tenía que haber venido la regla. No tengo a mi disposición el original en español de Aranda, pero aun en francés, versión de Flammermont, el texto es, sinceramente, la monda: C'est que, quelques jours avant le rétard mentionné, le roi avait consommé entièrement son mariage, ce dont, pendant sept ans, le roi lui-même, avait fortement douté; car bien qu'on tint pour certain que la voie était ouverte, on atribuait l'imperfection de l'accomplisement de l'acte à une sensation ou à une douleur au moment de la meilleure disposition du Roi, qui l'obligeait à se retirer, et par conséquent à ne jamais obtenir l'emission du liquide fécondant dans l'endroit où il devait se rendre...

Confieso que Aranda me asombra. No sólo sabía qué día tenía la reina el periodo. Es que, además, sabía que, el día que el rey se la tiró, todavía le dolió el frenillo y se tuvo que retirar, por lo cual el rey anduvo todavía unos días convencido de que, como el mítico Onán, había derramado su liquide fécondant en lugar yermo, donde no haría descendencia.

Digámoslo bien alto: ¡Gloria al Cuerpo Diplomático español, c@jones!
Os informó “Un anónimo ilustrado”

Antonio Pérez González dijo...

En el matrimonio romano tras el banquete, al anochecer, todos los invitados acompañaban en procesión a los recién casados a su nueva casa. Abriendo la comitiva iba uno de los cinco muchachos que portaban antorchas encendidas en el fuego de la casa del novio; esa antorcha era lanzaba al aire ante la puerta de los desposados. El recogerla era augurio de vida larga y próspera. Hoy el ramo de flores que inexorablemente porta la novia sigue la misma trayectoria aunque hayan cambiado los destinatarios y las promesas augúrales. (Debo indicar que el número de portadores de antorchas y el tipo de éstas varía algo según las fuentes consultadas).

El ramo de la novia concentra en un buen racimo las coronas de flores con que la pareja de novios romana, también él, adornaba su cabeza, así como la abundante vegetación que aromatizaba a los invitados a modo de personal botafumeiro –aún quedaban unos cuantos siglos para que los barberos de la ciudad de Colonia vendiesen sus aguas. Del mismo modo y con igual propósito ambientador, guirnaldas de flores decoraban profusamente la estancia del convite y la casa de los desposados, como hoy sucede con el templo y con el coche limusina que traslada a la pareja.

''La mayoría de las bodas medievales se celebraban a principios del verano, ya que el primer baño del año se tomaba en mayo, así que para entonces el olor corporal aún era tolerable. A pesar de todo, las novias llevaban ramos de flores para tapar el mal olor''. Nos parece interesante como reseña acerca de la higiene corporal previa a la expansión de los perfumes líquidos. Por lo demás, comentaremos que las bodas se seguían celebrando en junio porque en Roma había sido su mes, en honor de Juno, esposa de Júpiter. De otro modo se celebrarían al día, o a los pocos días, después del baño, o sea en mayo.

Saludos, Antonio Pérez González

Ángel Molina dijo...

Creámoslo o no, existe también una relación del padrino y la madrina con los tiempos del matrimonio por rapto. Padrino, (‘patrinus’, según el latín colonial y coloquial de las legiones) apareció en el Siglo XII, mientras madrina es una consecuencia de éste que tardó un siglo en popularizarse.

Existe una evidencia en las costumbres matrimoniales de todos los pueblos de la simulación de lucha o resistencia por parte de la novia a ser conquistada por su pretendiente. De acuerdo con esta recóndita vivencia, las madrinas pueden ser consideradas como una alegoría de los antiguos guardianes de la novia, por más que tal figura en femenino (consecuencia del sempiterno y anticuado aforismo “los niños con los niños y las niñas con las niñas”) no se diese más que a partir de la tímida resurrección social de la mujer, propiciada por el Renacimiento... aunque tan milagroso fenómeno sólo se diera en las familias nobles, principescas y reales, las únicas que podían darse el lujo de amadrinar algo.

No ocurre así con el padrino, que es la contrapartida del guerrero amigo que le ayudaba en el rapto, y que en la nada feminista Grecia recibía el revelador nombre de 'paránymphos', "padrino de boda", para-ninfo o paraninfo, o acompañante de la jovencita, del griego 'nymphe, "divinidad de las fuentes", y propiamente. "mujer joven" (de ahí el castellano ninfa, además de linfa, "agua" como voz poética, y también como galénico "humor que corre por los vasos linfáticos", a través esta vez del latín 'limpha', agua, pero originalmente "divinidad de ríos y fuentes").

Ni griegos ni romanos se permitían bromas con su inmaculada novia, así que el buen paraninfo se transformó con el progreso en maestro de ceremonias nupciales, luego maestro de la ceremonia universitaria de apertura de curso, y por último, en edificio donde se celebra tal ceremonia.

En nuestras actuales bodas, el cada vez más frecuente desdoblamiento padre-padrino acentúa su arcaico simbolismo ritual.

Saludos, Ángel Molina

Antonio Pérez González dijo...

“Los acompañantes o testigos eran aquellos hombres que, en el caso de ser necesaria una partida para llevar a cabo la aventura, se encargaban de cubrir la retirada, no confiando el éxito de toda la operación a la fuerza de un solo hombre”.

Se dice que en la Edad Media los testigos eran los «caballeros de la novia». Si bien el propósito original para el que habían sido instituidos aquellos hombres había desaparecido, continuó su existencia pero cumpliendo otra misión. Ahora servían a la novia, la acompañaban hasta el altar y, terminada la ceremonia, la entregaban al novio.
De hecho, tal costumbre parece estar relacionada con el matrimonio por compra. Un grupo de familiares de la novia acompañaba a esta a la iglesia, se aseguraba de que el contrato matrimonial se desarrollara de acuerdo con lo convenido, y una vez cumplimentado entregaban la novia a su esposo. La expresión «desprenderse de la novia» [“entregar a la novia”, es realmente originaria de los tiempos en que la novia era vendida» (Fielding, J.F.: Curiosas costumbres de noviazgo y matrimonio).

Saludos, Antonio Pérez González

Ana María García dijo...

«Por la Iglesia, de blanco y haciendo esperar al novio casi una hora. Como las bodas de toda la vida, dirán algunos. Ella, la novia, con algo regalado, algo azul, algo viejo y algo nuevo, tal y como manda la tradición. El novio, con el clásico chaqué y del brazo de su madre, más nerviosa que los propios novios. Nada nuevo tampoco. Un esquema parecido al que se repite en las casi 200.000 bodas que anualmente se celebran en España…» (Romualdo Izquierdo: Bodas con «glamour», Diario El Mundo, 6-jul.-1997).

La copiosa investigación científica desarrollada durante la última década no sólo sobre el ser humano y otros primates, sino entre múltiples y diversas especies, pone de manifiesto lo arriesgada que resulta para la hembra su entrega sexual, así como la gran energía con que demuestra su reticencia al enlace sentimental. Y la reserva femenina a la demostración pública de su rendición, por mucho que desee ésta, es un resorte que se dispara especial y espectacularmente en el momento de acudir al templo.

Entre los romanos la teatralidad de la ceremonia en este aspecto estaba marcada especialmente por la pretendida resistencia que la madre y demás parientes de la novia oponían a que el novio se la llevase; era un ruidoso teatro practicado en los matrimonios entre plebeyos que rememoraba pasadas épocas de los “enlaces”, en el sentido más cuatrero del término, por captura.

Tampoco en el aspecto social este ceremonial de remilgos puede considerarse superfluo, puesto que pretende hacer patente la calidad del producto, la novia, destacando su pudor y recato, y sugiriendo un matrimonio al que se va casi a rastras. Cualquier escenificación de entrega ataca de forma visceral a los nervios de la novia, sea cual sea su personalidad.

Incluso la ejecutiva más agresiva, modelo última generación, por más inexorablemente puntual que resulte en el despacho, se presentará ante el altar con una hora, tonta, de retraso sin poder evitarlo, para desesperación del sufrido novio y sobre todo de la madre del sufrido novio, que en esta dorada fecha ha olvidado absolutamente todo lo ocurrido en su propia boda. Los tirones de la especie, el género, el sexo, la cultura y la civilización se aúnan irresistiblemente para impedir salir a tiempo a la desposanda.
Saludos, Ana María García

Antonia Rodriguez dijo...

«…Dijo Ulises, rico en ingenios: “Pues diré lo que a mí se me muestra como mejor. Ante todo os iréis a bañar y a ceñiros túnicas nuevas y a las siervas haréis igualmente cambiar de vestidos; venga luego el divino cantor con la lira sonora y preludie los tonos alegres del baile: así, quienes desde fuera lo escuchen, vecinos o gente de paso, pensarán que aquí dentro se está celebrando una boda…» (Homero: Odisea, XXIII, 133)

Aparte de que este fragmento homérico demuestra, incidiendo en nuestro comentario acerca de las flores, que la higiene diaria no era algo que podía darse por descontado, la danza y la cítara son inseparables del ritual de bodas greco-latino y, en sus diversas variantes culturales, la música y el ritmo parecen inherentes a tales celebraciones. Todos los séquitos nupciales humanos han avanzado inmemorialmente divirtiéndose al ritmo del baile y el canto, inundando la comunidad en fiestas, coros y regocijo.

La universalmente interpretada Marcha nupcial, de Mendelsohn, es pieza de una partitura escrita para servir de acompañamiento a El sueño de una noche de verano. Esta comedia de Shakespeare tiene un argumento netamente pagano y "liberal", lleno de ninfas, faunos y espíritus burlones, y no deja de resultar curioso que la Iglesia la haya aceptado sin refunfuñar, al menos que se sepa.

Sobre todo llama la atención la personalidad de quienes han lanzado esta moda musical. Fue una novedad absoluta de la boda de la princesa Victoria Adelaida de Inglaterra, hija de la muy victoriana reina Victoria, celebrada en 1858 con el príncipe Federico Guillermo de Prusia, nada menos.

¿La tradicional rebeldía filial? ¿Es posible que siendo de la misma quinta que nuestra Isabel II, la Chata, y que Isabel de Baviera, la Sissi, también le fuera la marcha, ustedes me entienden? (A quienes conozcan a la emperatriz Sissi únicamente a través de Romy Schneider les aconsejamos un paseo por, al menos, Internet en busca de la ceñuda realidad).

Resulta cuando menos curioso que siendo Victoria Adelaida hija de quien era, y teniendo a mano el rigurosamente serio, circunspecto e inmenso tesoro musical de un Bach, o un Haendel, por citar a los más sonados, la real pareja consorte fuera a recurrir a este tipo de música. Y no lo digo en detrimento de Mendelsohn, pues lo único que tiene que envidiar a sus colegas, exceptuando al pobre Mozart, es el tiempo de vida concedido por el aleatorio y ciego, o más bien, sordo, destino.
Saludos, Antonia Rodriguez

Ángel Molina dijo...

«Una costumbre que aún persiste, incluso en el conciso ritual romano, es la de que los contrayentes se tomen de la mano. La misma costumbre se encuentra en los ritos matrimoniales no cristianos en Roma, y es difícil decir si es de origen romano o teutón. Lo que sí es cierto es que el tomarse las manos constituía una clase de juramento entre la mayoría de los pueblos germánicos (véase Friedberg, Eheschliessung, pp. 39-42). En muchos rituales, especialmente germánicos, se ordenaba que el sacerdote rodeara con su estola las manos unidas de los contrayentes al tiempo que pronunciaba algunas palabras de ratificación. Esta ceremonia puede ser vista gráficamente en pinturas medievales acerca del matrimonio, por ejemplo, los Esponsales de San José y Nuestra Señora.

Probablemente, esa costumbre es de origen no cristiano, pues encontramos referencias a costumbres semejantes en la Vida de San Emmeram, escrita mucho antes del año 800. Ese texto contiene la narración de una mujer no cristiana que es entregada en matrimonio a un cristiano con sus manos cubiertas por una tela “como se acostumbra en los esponsales”. El Ritual compilado por los cristianos de Japón en 1605 ordena una ceremonia de ese tipo, pero mucho más sofisticada. Líneas arriba se hizo mención del “gifta” o entrega formal de la novia, que con ello pasaba del “mund” de su padre o tutor al de su esposo, y que ello constituía la parte más esencial del ritual nupcial anglo sajón. Esto dejó una huella en el rito de Sarum, y quedan huellas de ello en las ceremonias anglicana y católica. En aquella, el ministro pregunta: “¿Quién entrega esta mujer a este hombre”; en la última no se pregunta nada pero se conserva la rúbrica: “Que el padre o los amigos entreguen a la mujer”»

La adopción por parte de la iglesia católica de la tradición romana volvió con el tiempo más importantes los rituales públicos de la boda que los de los esponsales, ya que la primera no podía ser disuelta. En la ceremonia nupcial del cristianismo primitivo se unían las manos derechas de los cónyuges, sobre ellos se colocaba un velo, luego se desataba el cabello de la novia, ambos eran coronados con guirnaldas de flores, después de la bendición el novio llevaba cargando a la novia a su nuevo hogar.

Saludos, Ángel Molina

Ángel Molina dijo...

Esta frase: UBI TU CAIUS, IBI EGO CAIA es la frase lapidaria que sin pregunta ni consulta previa expresaba la conformidad femenina en Roma. La fórmula pertenecía a una oración ritual de los esponsales romanos: Allí donde tú [seas llamado] Cayo, allí yo [sea llamada] Caya. El hecho de que el nombre real de la novia no figurase en tal enunciado dejaba claro como el agua que “seas quien seas serás quien él sea”…y eso por no mencionar que, para más inri, las mujeres romanas carecían de nombre propio (Julio César, de la familia de los Julios, y que casualmente tenía por nombre Cayo, tuvo dos hermanas, Julia Maior y Julia Minor, que se diferenciaban de sus tías especificando a su vez el nombre de su correspondiente marido).
Y eso era lo que, en señal de sumisión, le decía la novia al novio, que no a la recíproca como hoy, cuando llegaba la comitiva nupcial a la casa de los recién casados.

Originado por el Ubi tu Caius nos ha quedado tocayo en el idioma corriente y moliente. Pero leamos a Joan Corominas, que para eso ha escrito una obra monumental en el más amplio sentido de la palabra: «…Empleada esta alusión [tocayo] a mediados del Siglo XVIII por estudiantes que trataban de iniciar un galanteo [de ligar, para entendernos] con chicas de su mismo nombre, el pueblo, sin entender la [aviesa] alusión, se apropiaría el vocablo, con aplicación generalizada» (Breve diccionario etimológico de la lengua castellana).
Saludos, Ángel Molina

Ángel Molina Luque dijo...

Las arras y los anillos (los anillos hoy, el anillo ayer) son dos elementos presentados de una forma un tanto confusa, o poco explicada, como se dice ahora, dentro del conjunto ceremonial. Tal confusión es producida por la resistencia a dejar por el camino símbolos que dan al matrimonio un carácter de transacción cuando, con la descomposición del Imperio, se juntaron las tradiciones bárbara y romana: para los romanos la señal de trato era el anillo, y para los antiguos colonizados lo eran las arras; así que, para evitar malentendidos, las dos coexistieron, hasta hoy.
En román paladino: lo ignoremos o no, este ritual intenta sugerirnos teatralmente que estamos siendo testigos y protagonistas de un contrato con base económica en toda regla, por duplicado, y que el amor es el amor y la peseta era la peseta.

Por si no queríamos enterarnos de ello, las arras son la representación de una institución propia de las operaciones económicas griegas, ‘arrhabón’, «arras, fianza, garantía, prenda (que se asegura el cumplimiento de un compromiso o pacto) donación dotal rehén», dice el diccionario; era una institución que fue acogida en la práctica de los contratos romanos, especialmente en compraventas y arrendamientos. En derecho clásico se utiliza para confirmar la perfección de un contrato (arras confirmatorias).

«Pero quizás la costumbre más notable consiste en la entrega de oro y plata a la novia por parte del novio. Este uso ha sido bastante modificado en el Libro de la Oración Común de los anglicanos, el cual únicamente habla de “poner el anillo sobre un libro junto con el estipendio acostumbrado para el sacerdote y su ayudante”. El rito católico, que sigue el de Sarum más de cerca, indica que el oro y la plata deben ser colocados junto con el anillo y entregados a la novia al tiempo que el novio dice: “Con este anillo yo te tomo por esposa; te doy este oro y esta plata, te adoro con todo mi cuerpo y te hago dueña de todos mis bienes”. Esta acción nos lleva a la descripción que hace Tácito de la costumbre matrimonial germánica. Dice él: “La esposa no es quien presenta una dote al esposo, sino el esposo a la esposa” (Germania, XVIII).

Indudablemente que esto es una huella de la venta primitiva por la que el novio pagaba una suma de dinero para que le fuera transferido el 'mund' o derecho de custodia de la novia. Originalmente ese dinero se le pagaba al padre o tutor de la novia, pero en sucesivas etapas llegó a convertirse en un tipo de dote destinado a la novia y que se simboliza con la entrega de las arras, nombre con el que se conoce el dinero que se entrega en la ceremonia de matrimonio. En varias ramas de la familia teutona, principalmente los salianos, esta forma de comprar a la novia era conocida como un matrimonio “per solidum et denarium”. El 'solidus' era una moneda de oro; el 'denarius' una de plata»
Por su extensión este comentario continuará …
Saludos, Ángel Molina Luque

Ángel Molina Luque dijo...

Continuamos hablando de las arras y los anillos:
En el párrafo siguiente se puntualiza incidiendo en detalles cambiarios lo suficientemente enrevesados como para resultar sospechosos de apaño: «En tiempos de Carlomagno y después, el solidus equivalía a doce denarii. Cuando la costumbre de acuñar monedas de oro se abandonó, en el siglo IX, se comenzó a sustituir el solidus y el denarius por su equivalente monetario, o sea, unas trece monedas de plata. En algunas partes de España y Francia se bendicen trece monedas conocidas como 'treizain' y dadas a la novia junto con el anillo. Esta ceremonia fue observada estrictamente durante la boda del Rey Alfonso de España en 1906».

Pero resulta que “las trece monedas de plata u oro que el novio pone en manos de la esposa durante la celebración del matrimonio religioso, antiguamente significaban el regalo que el novio le hacía a la novia en agradecimiento a su virginidad. En la actualidad simbolizan los bienes materiales, las propiedades y bienes que el futuro matrimonio compartirá”.

Para poder interpretar la inclusión del trece, un número tenido popularmente como de mal agüero (otro derivado del augur) en el meollo de un ceremonial que intenta acumular los mejores presagios del mercado, hay que recordar que: «Durante la época antigua el eje luna-menstruación-virginidad era totalmente indisoluble... El mundo griego, al referirse a la mujer, tuvo presente siempre la Luna, dependiendo de ésta última no sólo los flujos menstruales sino todo acto femenino que se englobase en la comunidad. Por ejemplo, el ritual de bodas, cuyo fin es señalar la transición de la mujer de un mundo a otro, se hacía de noche y no de día.
Las causas serían dos (que se enlazan entre sí): como rito de transición le corresponde la oscuridad para simbolizar el fin de su etapa infantil y el comienzo de su edad madura; y como rito destinado a centrar la ceremonia en ella, su ámbito geográfico era la noche»… puesto que [decimos nosotros] “al amparo de la noche” y con alevosía es cuando lógicamente se producía el rapto de las temerosas pero ansiosas doncellas.

Algunos sacerdotes, al oficiar la misa nupcial tienen el detalle de confesar que las trece monedas que forman las arras, transacciones aparte, representan los meses del año, que corresponden a doce lunaciones. Pero con la arra número trece se pierden en consideraciones diversas y adversas.
La realidad es que trece corresponde al número de lunaciones que tenía el año solar, previamente a los diversos ajustes de calendario llevados a cabo por césares y papas: 13 meses de 28 días cada uno, en sintonía con el menstruo femenino (mes deriva de menstruo en latín, son la misma palabra como se recoge en el habla corriente).

Inclusive cuando, tras una cuidadosa observación astronómica, se demostró que el año solar tenía 364 días y algunas horas, se tuvo la precaución de dividirlo en meses, es decir en ciclos lunares, antes que en fracciones del ciclo solar. La Luna, como la mujer y con su misma regularidad, también menstruaba.
«La capa exterior o superficie de las aguas que forman los mares de la Luna y de los mares de nuestro planeta siempre está más o menos encrespada, mucho o poco» (Leonardo da Vinci: Cuaderno de Notas)

Como tradición religiosa, los años de trece meses sobrevivieron entre los campesinos europeos durante más de un milenio después de la adopción del Calendario Juliano. Este es el origen de la mala fama del 13: es el mes en que el sol agonizaba hasta hace mil años. Como con las personas, el motivo se olvida y la mala fama queda.
Este comentario continuará …
Saludos, Ángel Molina Luque

Ángel Molina Luque dijo...

Acabamos de mencionar que en la misa de celebración, el anillo, los anillos, y las arras no están claramente delimitados, posiblemente porque ambos tienen el mismo o parecido significado de contrato, pero que se superponen con el transcurrir de los tiempos, reforzando así su sentido: «la 'subarrhatio', consistente en la entrega de las arras o prendas, y que originalmente se representaba por el intercambio de anillos, a los que Nicolás I llama “annulus fidei” (anillo de fidelidad), y por la entrega de la dote, garantizada por algún documento legal entregado en presencia de algún testigo… EL anillo, de acuerdo con la vieja tradición romana parece haber constituido originalmente una arra o prenda dada por el novio durante los esponsales, como garantía del futuro cumplimiento de lo que él prometía en el contrato. En fecha posterior, sin embargo, llegó a confundirse con algunas costumbres germánicas referentes a los “regalos matutinos” que se intercambiaban después de la boda…»

Probablemente el anillo es originario de la antiquísima costumbre de dar tal prenda personal y de valor como señal de conformidad en todos los pactos sagrados o en los profanos importantes. En el Génesis, XLI, 41-42, consta: «y el faraón le dijo a José: Mira te hago virrey de toda la tierra de Egipto, y luego se quitó el anillo del dedo y se lo puso a José»

El anillo de boda en las sociedades civilizadas es exclusivo del paganismo. No se puede encontrar en el Antiguo o Nuevo Testamento. Y no había práctica entre los primeros cristianos de usar anillos en el dedo como señal de matrimonio o un compromiso, hasta que el Papa Gregorio I, en el año 860, decretó que como declaración demandada de propósito nupcial, el novio debía dar a su prometida un anillo de compromiso. Además decretó que el anillo fuese de oro, para que significara sacrificio financiero. Se rumorea que el primer anillo de compromiso de diamantes es el dado por el Rey Maximiliano en 1477 a María de Burgundia.

En cuanto al rito correspondiente, podemos rastrear su origen en la costumbre que aún pervivía en muchas tribus africanas hasta que los buenos misioneros fueron tomando el relevo de los hechiceros. Todavía se contaban así las jóvenes casaderas y los jóvenes aptos para llevar armas: en cuanto cumplían la edad requerida las jóvenes daban un anillo a la «casamentera» del pueblo y ella lo ensartaba en un collar que, con los otros semejantes, adornaba su pecho. Luego, un poco antes de la ceremonia, cada futura esposa recuperaba su anillo. Este mismo anillo era depositado por los guerreros de la tribu cuando salían de expedición: cada guerrero lo introducía en una vara situada en la puerta del poblado, siendo retirado a la vuelta por cada superviviente. De este sencillo, práctico y decorativo modo se llevaba la estadística social al día.
De hecho, y a diferencia de nuestras banales costumbres, no hay adorno en estas sociedades que no tengan un significado eminentemente práctico. Así, en Kenia, llevar anillos alrededor del cuello y de los brazos es, entre las mujeres massai, un signo de distinción y de riqueza, porque cada anillo simboliza la posesión de un buey o de una vaca; y en cierto sentido, ese era el significado del collar de la casamentera, en cuanto representaba la riqueza humana de la tribu.

De todas formas, aunque no estemos muy de acuerdo, por todos los detalles aquí expuestos, no podemos por menos de recoger la muy extendida la idea de que «con independencia de sus significados de unidad y eternidad, parece que su origen puede derivarse de las pulseras y brazaletes circulares que en tiempos primitivos se utilizaban para encadenar a las mujeres capturadas, y que posteriormente se conservó en las esclavas y sirvientas como símbolo de sumisión y fidelidad al amo.

Saludos, Ángel Molina Luque

Ángel Molina Luque dijo...

El intercambio de anillos significa, en cierto modo, la pérdida de la libertad, sumisión en la mujer, bondad y comprensión en el hombre. Las alusiones a la servidumbre e inferioridad femeninas son frecuentes en el ritual católico. El uso de la palabra “obediencia”, referida a la novia, ha figurado desde el primer momento en el sacramento cristiano…» (Fielding, J.F.: Curiosas costumbres de noviazgo y matrimonio).

Insistimos en que no estamos conformes con esta teoría por cuanto en Roma, por ejemplo, sólo podían lucir anillo de oro los pertenecientes a la Clase Ecuestre, los Caballeros (‘equus’, caballo). De ahí para arriba. Además de resultar bastante cuestionable el que cualquier familia, y mucho menos una familia noble, permitiera que tan infamante rastro o recuerdo de esclavitud (que mancharía al resto de la parentela) mancillara a su hija por muy bajo que estuviera el estatus femenino de cualquier época.
Felizmente, a la hora de abordar el origen etimológico de este señorial distintivo, llega uno de esos escasos momentos en que la etimología, además de sonreír, hace reflexionar acerca de los míseros cimientos de tantos y tan altos castillos. Porque anillo es adaptación del latín 'anulus', que significaba más o menos lo mismo, pero que resulta ser un diminutivo de 'anus', ano. Así ocurre que, también en español, anillo es el ano pequeñito. Parece un chiste pero no señor: es tal cual. (En francés, no se han atrevido a variar el original latino en su normal denominación, ni en inglés). El motivo de tal sinonimia es fácilmente imaginable, pero deja en el lugar que corresponde a la mentalidad romana.

Y si de anillos hablamos, repárese en otro épico sinónimo: alianza. No se conoce con ese nombre el pacto entre dos personas, sino el de dos comunidades de mayor envergadura, familias o tribus, por ejemplo. Pero si nos obstinamos en ceñirnos al plano individual, nos encontramos con que alianza deriva de ‘alligare’, atar a algo.

Y anular es como se denomina al dedo que porta tan preciado distintivo. Como casi todo lo duradero, las alianzas tradicionales tienen su origen en el Egipto antiguo en donde creían que estas creaban un círculo interminable de confianza y amor, que traspasaba la vida para acompañar a la pareja en la muerte. Pero quienes comenzaron a utilizar las alianzas de bodas en el cuarto dedo de la mano izquierda fueron los griegos, los cuales tenían la creencia de que una de las venas del dedo estaba conectada directamente al corazón.

Es una creencia que provoca la sonrisa entre los modernos anatomistas… O más bien la provocaba hasta hace poco, cuando una serie de artículos aparecidos en las más respetadas revistas científicas ha trocado la burla en admiración:
«Según la revista New Scientist, tanto los hombres como las mujeres pueden medir, según un estudio dirigido por el doctor John Manning, de la Universidad de Liverpool, su fertilidad por la longitud del dedo anular respecto al índice.
Un dedo anular más largo que el índice indica un alto nivel de testosterona, la hormona masculina. En la mujer, la relación es la inversa, ya que un índice mayor que el anular implica una mayor fertilidad de la fémina por una concentración más alta de estrógenos» (Diario El Mundo: 22-agosto-1998). Hasta no hace mucho relativamente también nos mofábamos de aquellos locos griegos de hace dos milenios y medio que decían que la materia estaba formada por átomos; deberíamos tener más cuidado con reírnos de nuestros abuelos.
Saludos, Ángel Molina Luque

A. Molina Luque dijo...

Sobre el beso ritual de la boda hoy hay antecedentes históricos, si bien hoy se hace con otro sentido como ahora veremos.
Lo que les ocurría a los romanos, como les había ocurrido antes a todos los pueblos de la Antigüedad y seguiría ocurriendo hasta casi nuestros días, es que existía un tipo especial de beso; era una forma de besar, más que de besarse, empleada como código insustituible en una sociedad que desconocía el papel y la burocracia civil aunque no la estatal: era el “beso de honor”. Era denominado El ósculo (‘osculum’), beso ritual, reconocimiento público o ante testigos, documento oral, gesto contractual, ceremonial con efectos jurídicos, rúbrica de alianzas y contratos. El ósculo era una “firma” que sólo el superior imprimía en la mejilla del inferior beneficiado por él, y era también el “sello” que mutuamente se estampaban en la mejilla los compañeros como demostración ostensible de compromiso social, ése era su sentido original en las bodas, más que de afecto o muestra de amor.

En el caso particular del matrimonio, el emperador Constantino (Cth. 3.5.6) establece que en caso de esponsales celebrados ‘osculo interviniente’, si muere uno de los prometidos el superviviente tiene derecho a la mitad de las donaciones que le hizo el otro desposado. Aquí Constantino se limita a consagrar una ley inmemorial: ‘osculo interviniente’, es decir, después de haberse besado (los prometidos ante testigos), con lo que el solo beso ante testigos sería suficiente garantía ante la ley. Pero desde luego el beso en la mejilla y no en los labios, y únicamente el novio besa a la novia, como superior que otorga estatus al inferior.
Saludos.
A. Molina Luque

A. Molina Luque dijo...

Sobre el convite de la boda interesa resaltar que los alimentos y el matrimonio han estado siempre en estrecha relación, y en algunos casos el simple acto de ingerir alguna clase de alimento o bebida ha constituido de por sí el matrimonio, así como entre diversas tribus primitivas el comer juntos otorga una cierta clase de parentesco: todos recordamos la temida frase “¿en qué mesa hemos comido juntos?” con que se lapida la excesiva familiaridad.

Cumplidos los ritos, se celebraba la ‘cena nuptialis’ en la casa de la novia. En el banquete participaban los familiares y las amistades, prolongándose el evento hasta el atardecer. Luego se producía la 'deductio', una simulación del secuestro de la novia por parte del novio, en alusión al rapto de las sabinas, en el que Rómulo y sus compañeros se emplearon a fondo: la chica se refugiaba en los brazos de su madre, mientras el novio fingía que se la quitaba, acompañando el acto con lamentos y lágrimas fingidas.

Al día siguiente, la esposa, se vestía con una estola de las matronas (una especie de vestido-capa), se realizaba una ofrenda a Lares y a Penates. Ese mismo día se celebraba un nuevo banquete ('spotia') reservado para los familiares de los recién casados.

El pastel de bodas tiene su origen en una costumbre griega, de los argivos, como ofrenda de la esposa al esposo, y conservada por los romanos: el ‘confarreatio’, ofrenda común de ambos esposos, era un pastel de escanda que se quemaba solemnemente ante el Júpiter Capitolino en presencia del Gran Pontífice y del sacerdote que servía al dios. El sacrificio consagraba la situación de la mujer bajo la ‘manus’ del marido y atestiguaba el matrimonio sagrado y legal en la misma medida que las declaraciones de voluntad de convivencia hechas por “Caia y Caius”. En época de Tiberio no se quemaban los pasteles y las formalidades y ritos cambiaron. Pero, en fin, el pastel de boda, sobre todo desde el s.XVIII, un siglo muy pastelero, ha vuelto a entrar en las costumbres. Ya no se quema, pero se reparte en el convite.

El intercambio de pasteles, conjuntamente con la fundamental libación de vino, formó parte del primer ritual del matrimonio griego, y en el romano había una ofrenda conjunta de pasteles acompañando a la de la tarta nupcial. Era un caso particular de rito de transición (bautizos, bodas comuniones, cumpleaños, funerales...) que sigue plenamente vigente.

Las tortas de sésamo, símbolo de fecundidad, eran obligadas en los convites griegos. Pero la tarta nupcial es tan sumamente importante en las nupcias romanas que su nombre, ‘confarreatio’, sirvió como denominación de las bodas de alta alcurnia. En el ceremonial nupcial exclusivo de las familias patricias, era indispensable una clase especial de tarta llamada así, ‘confarreatio’, la cual era rota sobre la cabeza de la pobre novia como símbolo de fecundidad y abundancia, y cada comensal tomaba un trozo, pues daba buena suerte.

El nombre de ‘confarreatio’ viene de ‘farreum', que significa “torta de harina” (‘far’, harina). Pero la especialidad más familiar, la típica tarta piramidal escalonada, proviene de una costumbre anglosajona que primitivamente consistía en formar una gran pila de buñuelos picantes que se amontonaban encima de la mesa del banquete. La tradición mandaba que los novios intentasen besarse por encima de los buñuelos, y si lo lograban obtenían un buen augurio. Pasando el tiempo, cuenta la leyenda, que un pastelero francés de viaje por Inglaterra acudió a una boda y, al observar que el formar una pila bien alta de buñuelos era bastante difícil, se le ocurrió la idea de recubrirlos con una pasta de azúcar, dando así consistencia a la pila.
A. Molina Luque

Ángel Molina Luque dijo...

Después de terminado el convite, se daba inicio al cortejo, durante el cual se encendían unas antorchas que trazaban el recorrido que conducía a la esposa a la residencia de su marido. La joven era acompañada por tres niños, que tenían a sus padres aún con vida ('patrimi e matrimi'). Dos niños iban tomados de la mano al lado de la novia, mientras que el tercero iba delante con una antorcha de espino, que había sido encendida anteriormente en la casa del novio. Se consideraba que los restos de esta antorcha tenían la capacidad de otorgar longevidad, por eso eran distribuidos entre los participantes. Los niños o la novia cargaban una rueca y un huso, símbolos de la vida doméstica, pues la principal actividad esperada de una mujer casada era encargarse de la ropa de su familia.

Las personas que iban acompañando el séquito se desgañitaban, “¡Himeneeeeo! ¡Himeneoooo!", a pleno pulmón… igual que hoy nos desgañitamos con su sustituto augural “¡Vivan los noviooos!”. También arrojaban nueces que, además del ruido conveniente, (“más ruido que nueces”, viene de estos líos) alborotaban a los críos, que las recogían entre gritos y empujones, y se las comían. Pero novios no significaba "pre-casados", como hoy, sino nuevos casados, recién casados ―novio, del lat. 'novus', que significa '"nuevo casado", no se empezaría a usar hasta cerca del año 1300―; ese debe ser el motivo por el cual la memoria colectiva de los invitados profiere el grito de "vivan los novios"... justo en el momento en que, según la práctica actual, los "novios" han dejado de serlo. La costumbre del arroz sustituye hoy a las nueces de ayer.
Parece ser que la costumbre de lanzar arroz en el momento de marchar la pareja se remonta a muy antiguos tiempos. El arroz es tradicionalmente símbolo de fertilidad y significa el deseo de que los novios tengan una unión fructífera. Aquellos pueblos que no disponían de arroz utilizaban maíz, trigo u otro grano con el mismo simbolismo. En la Antigua Grecia se lanzaba harina y dulces sobre los novios. Los frutos y las nueces se han empleado especialmente entre los pueblos mediterráneos.
Los pueblos primitivos (y muchos afirman que es este el verdadero origen de esta costumbre) creían que los espíritus malignos estaban siempre presentes en las ceremonias nupciales (transportados por amigas o amigos celosas o envidiosos, y viceversa), y que si se les ofrecía alimentos (sin facilitar su consecución para una mayor demora) se precipitarían sobre éstos, olvidándose de sus malignas funciones.

Las escrupulosas leyes romanas daban una importancia inusitada a aspectos del himeneo que hoy consideramos intrascendentes. Y eso es debido a que, en una era que desconocía el papel, los juristas necesitan basarse en evidencias verificables por testigos, en hechos o circunstancias que prueben claramente la existencia de una relación matrimonial. Así, para la iniciación del matrimonio se fijan especialmente en el acompañamiento de la mujer a la casa del marido (‘deductio in domum’) o en el beso ritual citado atrás, o en el ostentoso velo, o en la escandalera de un cortejo audible en toda la comarca. El matrimonio puede incluso celebrarse en ausencia del marido, con tal de que sea llevada públicamente la mujer a casa de éste, pero nunca en ausencia de la mujer… (García Garrido: Derecho Romano Privado, p.478)
También en Grecia, y por los mismos motivos legales, la madre de la novia y otras mujeres seguían al cortejo portando antorchas, al igual que los esclavos, siendo aquélla la encargada de la escolta de antorchas de su hija porque éstas son un signo que legitima la boda.
Saludos, Ángel Molina Luque

A. Molina Luque dijo...

Digamos de paso que cortejo, como corte, deriva de ‘cohors, -ortis’, “séquito de los magistrados provinciales”, pero apropiadamente, “división de un campamento, o de la legión que allí acampaba”.
«El barbudo Calístrato se casó ayer con el musculoso Afer siguiendo los mismos ritos que una virgen cuando toma marido. Le precedían las antorchas encendidas, el velo de las casadas encendía su rostro y, Talaso, no faltaron tus palabras. También fue estipulada una dote. ¿No es eso demasiado, Roma? ¿Es que esperas a ver si pare?» (Marcial: Epigrama 42, L.XII).

Situados los nuevos esposos y el cortejo delante del hogar de la nueva pareja romana. Entonces la novia era conducida hasta el interior por su marido, teniendo que entrar en ella sin tocar el suelo del umbral. Así que, como hoy, era llevada en brazos a través de él, con lo cual quedaba completado el ceremonial de captura, que así remachaba la resistencia de la novia a tan deseado momento.

Estos rastros permanecen en la persistente costumbre de hacer entrar a la novia en brazos en el domicilio conyugal, si es capaz hasta el mismo dormitorio. Además de presagio de futuras controversias, es verdad lo que decían los romanos, al no tener en cuenta que el peso que puede llevar airosamente un hombre normalmente dotado no supera los treinta kilos (son más bien unos veinticinco kilos, y esa medida en Roma era llamada... 'talentum', talento).

La luna de miel simboliza aquel período durante el cual, el galán y sus secuaces se mantenían escondidos junto con su cautiva, hasta que comprobaban que los allegados de ésta habrían cejado en la búsqueda.

Una Luna, es decir una lunación, era un período bastante ajustado. El astro de la noche era el único calendario portátil, y la lunación un período medible a ojo aceptablemente, de fase a fase.
No es verosímil que la partida se alimentase de hidromiel, el néctar de los dioses, como se lee en algún sitio. Más bien la miel debía ser, junto con los frutos secos que habían escapado a los ratones, un alimento de lo más apropiado para resistir sustentándose a golpe de mata durante un movido mes.

“Y fueron felices y comieron perdices”… La perdiz es un animal consagrado a Venus y considerada en la Antigüedad un ave sumamente lasciva, con lo que…
«Claudia Peregrina se casa con mi amigo Prudencio: ¡que la bendición del cielo descienda sobre tus teas, oh cortejo de himeneo!... Concordia bienhechora, preside siempre el lecho y que una unión feliz encuentre siempre a Venus favorable. Que ella le quiera más tarde, cuando habrá perdido la juventud; cuando ella también se haya convertido en una anciana, que su marido no se dé cuenta.» (Marcial: Epigrama 13, Libro IV)
Durante muchos días, he podido plasmar con mis comentarios los conocimientos que poseía sobre las costumbres de la antigüedad clásica, referidos sobre todo a los ritos y ceremonias de las bodas, y estableciendo comparaciones entre las costumbres antiguas y su influencia en lo que hoy constituyen la base de todo el ritual de las bodas de nuestros días. Ha sido un placer para mí aportar mis comentarios al buen artículo de Pedro Galán Galán.
Un saludo muy afectuoso para todos los que de una u otra forma participan en este extraordinario blog.
A. Molina Luque

Raúl López Jiménez dijo...

Durante muchos años una pareja que intentase pasar la noche en un hotel se encontraba con lo siguiente:
-Quisiera una habitación doble.
-¿Puedo ver su libro de familia?
Esta documentación era necesaria para demostrar que su unión estaba santificada por la Iglesia, ya que de otra forma no estaba permitido a los hoteles el alquiler de sus habitaciones a las parejas no casadas. También estaban prohibidas las visitas femeninas cuando un hombre tenía una habitación individual en un hotel. Cuando esto le ocurrió al gran Fernando Fernán Gómez, salió indignado a la calle, encontró a un amigo también actor y le persuadió para que interpretara "un papel". Le hizo maquillarse con un lápiz de labios que pidió prestado a una conocida y entró en el hotel con él.
-La llave de la 325, por favor.
-Aquí la tiene, don Fernando.
Los dos caminaron hasta el ascensor y ante el silencio aprobatorio del conserje, Fernán Gómez estalló:
-¡Pero bueno! ¡No me dejan entrar en mi cuarto con una señorita y ahora que vengo con este mariconazo puedo subir sin problemas!
-Tiene razón, don Fernando. Pero las órdenes de la policía sólo menciona a las señoritas.
En aquella España pura y honrada no se mencionaba siquiera la posibilidad de dos hombres en la cama para otra cosa que no fuera dormir, y es que el mariconeo no existía para las autoridades, eso era cosa de los franceses y claro, para qué iban a prohibirlo.
Raúl López Jiménez

Diego Tapia Domínguez dijo...

Con frecuencia se utilizaba en el argot juvenil de aquellos años, a que se refiere este artículo, la expresión “Tirar los tejos” referida a la persona que se insinúa a otra intentando llamar su atención de alguna manera especial, como era el caso de los jóvenes varones para con su joven elegida. Cabe preguntarse entonces: ¿Por qué se decía tirar los tejos y no tirar, por ejemplo, los ladrillos? Esta expresión tiene su origen en un antiguo juego que consistía en lanzar un tejo para derribar un trozo de madera colocado a cierta distancia. Hace años, en España, se jugaba tirando trozos de teja que había por las calles cuando un fragmento de los tejados de las casas se caía. Ese juego recibió el nombre de “tejo” y cuando los chicos jugaban en las plazas de los pueblos, a veces desviaban sus tiros hacia la chica que les gustaba para atraer su atención (apuntaban cerca de los pies de las muchachas) y de esa forma tenían excusa para acercarse a ellas cuando iban a recoger su tejo y sonreírles, comentarles algo, etc. Era lo que podía ser el principio de una relación o al menos de un intento.
Diego Tapia Domínguez.

J. Martínez García dijo...

Si quisiéramos hablar de la historia del matrimonio tendríamos que decir que su origen se pierde en la noche de los tiempos, y muchas de las costumbres y simbolismos que hoy la gente sigue practicando provienen de realidades muy distintas y de pueblos con culturas muy diferentes a la actual cultura occidental. La palabra casamiento o matrimonio, en inglés “wedding” proviene de “wed” que era el importe en dinero, caballos, casas o cualquier propiedad que el pretendiente ofrecía al padre de la novia para sellar definitivamente el pacto.
Asimismo los antiguos pueblos anglosajones prometían sus hijos para el matrimonio entre familias y el compromiso se sellaba con el “wed” que depositaba la familia del hombre para asegurar y sellar el compromiso. En tiempos de Luis XVI en Francia se acostumbraba efectuar el pago de treinta deniers tras la firma del contrato matrimonial, lo cual simbolizaba la época en que el matrimonio era una simple transacción comercial. Algunas sociedades actuales mantienen como costumbre el simbolismo de la dote como parte de la celebración matrimonial.
También al secuestro o robo de la novia es lo que parece que tiene que ver con la ubicación de la novia a la izquierda del novio ante el altar, ya que en aquella época los familiares de la novia raptada podían aparecer en medio de la ceremonia para pelear por su rescate, de esta manera el novio se colocaba a la derecha de la novia para tener libre el brazo derecho y poder pelear en caso de tener que defender a su prometida.
La costumbre de llevar a la novia en brazos antes de entrar por primera vez a la casa de los flamantes esposos proviene de muy antiguo, cuando en las costumbres entre pueblos como los antiguos romanos y los germanos se pagaba una suma por la novia, y que en ciertos casos cuando no había acuerdo se optaba por raptar o robar a la mujer deseada, llevándola en brazos, lo que también pretendía demostrar la hombría y fuerza del joven esposo. Pero para lograr estos cometidos se solía contar con un cómplice entre los familiares de la novia, y este se suele emparentar con el significado del “padrino” de la boda.
Existen varios significados acerca de por qué el anillo de bodas se coloca en el dedo anular, uno de ellos dice que desde tiempos de los antiguos griegos se relacionaba el dedo anular con el corazón unido por una vena y por eso se colocaba el anillo o alianza matrimonial en ese dedo; otro dice que los antiguos egipcios simbolizaban con el anillo circular el perpetuo amor. Y otras fuentes aseguran que entre los primeros romanos cristianos se adoptaba el método trinitario el cual consistía en ir colocando el anillo en cada uno de los dedos primero el índice, luego el medio y finalmente el anular mientras se decía “en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo”.
Otra interesante relación es la del origen de la marcha nupcial como costumbre en la entrada y salida de los novios. La historia se inicia cuando la princesa Victoria de Inglaterra contrae matrimonio con Federico Guillermo de Prusia. Victoria era una gran aficionada a la música y eligió dos marchas para que fueran ejecutadas en su boda; para su entrada a la catedral eligió la marcha nupcial de Félix Mendelsohn y para la salida junto a su esposo Federico Guillermo se escuchó la marcha nupcial perteneciente a la ópera Lohengrin de Richard Wagner. Desde entonces esta costumbre se impuso como una de las más seguidas por la mayoría de las parejas que contraen matrimonio. Sin embargo en algunas ocasiones también suele utilizarse la marcha nupcial de la ópera “Las Bodas de Fígaro” de Wolfgang Amadeus Mozart, la cual tiene un tono más alegre y que algunas parejas la prefieren por no ser tan utilizada por la mayoría de las nuevas parejas. Así, en la actualidad las costumbres van variando según el gusto y preferencia de los novios, mientras la música sea acorde con la ceremonia y el sacerdote lo permita muchos eligen diferentes músicas para estas ocasiones.
Un saludo para los lectores.
J. Martínez García.

Concha Ruiz Martínez. dijo...

Después de haber leído los extraordinarios comentarios que realiza Ángel Molina, con gran formación clásica y agradable dominio de la redacción de textos, traigo a estas páginas del blog una referencia a las bodas en tiempos de la Edad Media.
En la Edad Media la mayoría de las bodas se celebraba en el mes de junio, al comienzo del verano. La razón era sencilla: el primer baño del año era tomado en mayo y así, en junio, el olor de las personas todavía era tolerable. Aún así, como algunos olores ya empezaban a ser molestos, las novias llevaban ramos de flores al lado de su cuerpo en los carruajes para disfrazar el mal olor. De ahí nace la tradición del ramo de la novia. Los baños eran tomados en una bañera enorme llena de agua caliente. En relación con los baños tengo que reseñar que el padre de la familia era el primero en tomar el baño, a continuación los otros hombres de la casa por orden de edad y después las mujeres, también por edades. Por último, los niños y los bebés.
Imaginaos cuando llegaba el turno de baño a los bebes como estaría el agua del baño, al mismo tiempo que de limpieza el baño se convertiría en ocasión de recibir la vacuna por la amplia variedad de todo tipo de virus y bacterias, que en muchas ocasiones terminaría con la precaria salud de los pequeños. Muchas veces hemos conocido las referencias a las altas estadísticas de bebes e infantes fallecidos; pero si esas eran las costumbres y el tipo de aseo que recibían los pequeños, no era de extrañar que el número de bajas fuese bastante abundante. Ni más ni menos la higiene, el cuidado, alimentación y aseo que ahora damos a nuestros hijos. Mucho han cambiado los tiempos afortunadamente.
Saludos, Concha Ruiz Martínez.