DISTRIBUCIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS MAYORES (CIVITAS) DURANTE LA ÉPOCA FLAVIA EN EL ALTO GUADALQUIVIR.
El Centro Comercial en el Cerro de la Atalaya de Lahiguera (Jaén) en el siglo I antes de Cristo, fechado entre los años 100 y 60 antes de Cristo, ubicado en un punto estratégico de la Alta Andalucía, será referente para los estudios de los procesos comerciales en la romanización de la Península Ibérica.
El yacimiento de La Atalaya presenta una ocupación en la Edad de Cobre, y tras su abandono se vuelven a producir numerosas ocupaciones en etapas posteriores, generándose así después con el paso de los siglos diversas ocupaciones.
El yacimiento conocido como Cerro de la Atalaya se localiza en la Alta Andalucía, a escasos 600 m. del municipio de Lahiguera, en la provincia de Jaén. Sus excepcionales condiciones de visibilidad sobre la vega del Guadalquivir y la campiña occidental jiennense han propiciado que el lugar tradicionalmente se hubiera identificado con un recinto de época ibérica (1).
(1) Molinos, M.; Rísquez, C. y Serrano, J. L. (1994): Un problema de fronteras en la periferia de Tartessos: Las Calañas de Marmolejo (Jaén), página 146. Jaén, Universidad de Jaén.
Incluso en recientes estudios se ha considerado que se trata de un pequeño recinto de la etapa republicana romana, relacionado con las llamadas turres baeticae (2).
(2) Ruiz Montes, P. y Peinado Espinosa, Mª V. (2013): Un medio característico para un desarrollo histórico particular. Istvrgi en la vega occidental”, en Mª. I. Fernández-García (coordinadora), Una aproximación a Istvrgi romana: un complejo alfarero de Los Villares de Andújar, Jaén, España. Páginas 19 a 38, página 23. Granada, Universidad de Granada.
De entre estos 134 yacimientos íberos del Alto Guadalquivir no figura el yacimiento de la Atalaya de Lahiguera (Higuera de Arjona), la razón debe ser que el estudio del profesor Ruiz Rodríguez, A., es del año 1978, y el yacimiento íbero romano de Lahiguera se comenzó a excavar en 2007 y se realizó en tres fases hasta 2013.
En la cima del cerro se sitúa un depósito de agua construido en la década de 1970. Las investigaciones sobre el lugar han estado relacionadas con la ampliación de dicha infraestructura. El Cerro de la Atalaya ha sido excavado sistemáticamente durante los años 2007, 2008 y 2013, como consecuencia de la construcción de un nuevo depósito regulador de agua que abasteciera al municipio (campañas de excavación de 2007 y 2008) y la mejora de la red general de abastecimiento de agua de la campiña jiennense (campaña de 2013). La primera campaña de excavación contempló la apertura de veinte sondeos de 2x2 m, siendo algunos de ellos ampliados hasta excavar una superficie total de 306 m². Ante la aparición de numerosos restos arqueológicos que iban a ser afectados por la construcción del depósito de agua, se vio la necesidad de excavar la totalidad de la superficie afectada por las obras, por lo que en el año 2008 se procedió a una nueva intervención arqueológica en la que se llegó a abarcar una superficie de 236 m. La última fase de estudios arqueológicos realizados en el cerro corresponde al año 2013, en el que se realizó un control arqueológico desde la ladera oeste hasta la cima del cerro, así como una nueva intervención arqueológica en la cima con la apertura de cuatro sondeos, excavándose un total de 41 m². Por tanto, podemos indicar que la superficie excavada total durante estas campañas de intervención ha sido de 583 m², por lo que prácticamente fue investigado la totalidad del yacimiento. De igual forma, también se ha realizado una prospección sistemática del entorno inmediato al yacimiento, abarcando un radio de unos 4 kilómetros, y una microprospección con GPS de todas las laderas y pendientes con arrastres de materiales cerámicos (3).
(3) Alcalá, F.; Fernández, A.; Torres, M. J. y Barba, V.: Memoria Preliminar I. A. U. en la obra de infraestructura del sistema Quiebrajano-Víboras, en los términos municipales de Lopera, Porcuna, Torredonjimeno, Higuera de Calatrava, Santiago de Calatrava, Arjona, Arjonilla y Lahiguera (Jaén), Valenzuela y Cañete de las Torres (Córdoba). Intervención Arqueológica en el Cerro de la Atalaya de Lahiguera. Archivo de la Delegación Territorial de Educación, Cultura y Deporte, Junta de Andalucía. Julio 2013.

(4) Nocete, F. (2001): Tercer Milenio antes de Nuestra Era. Relaciones y contradicciones centro/periferia en el Valle del Guadalquivir. Barcelona, Bellaterra).
Recordemos la excavación realizada en el cercano yacimiento de Los Pozos, excavado en la década de los años 80 en el casco urbano de Lahiguera (5).
(5) Hornos, F.; Nocete, F. y Pérez, C. (1987): Actuación arqueológica de urgencia en el yacimiento de Los Pozos, Higuera de Arjona (Jaén). Anuario Arqueológico de Andalucía 1987 I: páginas 198 a 202. Sevilla, Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.
La segunda fase documentada se corresponde con la etapa Ibérica antigua, desde el siglo VII a.C. hasta mediados del siglo VI a.C. De esta fase se ha localizado una estructura excavada en la base geológica que presenta una dirección norte-sur y que se ha identificado como un canal de conducción de agua asociado, con toda seguridad, a la puesta en cultivo de la ladera sur del cerro durante esta etapa. Debido a que en los últimos años se habían realizado estudios arqueológicos superficiales, se venía considerando que el Cerro de la Atalaya en esta época se correspondía con un recinto fortificado asociado a lo que se había definido como frontera oriental de Tartessos (6).
(6) Molinos, M.; Ruiz, A. y Serrano, J. L. (1995): La frontera oriental de Tartessos, en Actas del Congreso Conmemorativo del V Symposium Internacional de Prehistoria Peninsular: Tartessos, 25 años después (1968-1993), páginas 239 a 254. Jerez de la Frontera, Ayuntamiento de Jerez de la Frontera.
Por las evidencias arqueológicas que hemos documentado de esta etapa, sabemos que este yacimiento está asociado a un hábitat estacional con un tipo de construcciones realizadas con materiales perecederos, a modo de choza excavada en el sustrato geológico, y relacionada con la puesta en cultivo de tierras fértiles en lugares próximo a manantiales o cauces fluviales.
La tercera fase histórica documentada en el Cerro de la Atalaya es la que mayor importancia tiene, ya que se ha localizado un conjunto de tres edificios de época tardorrepublicana, fechados en la primera mitad del siglo I antes de Cristo. Se trata de un complejo comercial dividido en varias áreas que hemos interpretado como zona de producción, lugar de acopio de mercancías o almacén, granero y espacios administrativos o lugar donde se realizarían los tratos y las transacciones comerciales.
El Cerro de la Atalaya en la localidad de Lahiguera (Jaén) es un peculiar e inédito yacimiento recientemente excavado y que ha revelado una coyuntura de abandono excepcional. Se localiza en la confluencia de varias de las vías de comunicación más importantes que tuvo la Alta Andalucía durante la romanización. El yacimiento se corresponde con un gran almacén de carácter comercial que se ha fechado en la primera mitad del siglo I antes de Cristo. Entre los materiales que se han documentado destacan las cerámicas de barniz negro, sus imitaciones, las paredes finas, cerámicas comunes importadas de Sicilia y un interesante repertorio de ánforas regionales e importadas.
El cese repentino de las instalaciones del Cerro de la Atalaya a mediados del siglo I antes de Cristo, como consecuencia de un conflicto bélico, truncó los planes de los conquistadores y de las élites romanas que controlaban seguramente el enclave comercial. Esta coyuntura de inestabilidad coincide de forma generalizada en todo nuestro territorio, y como consecuencia de ello observamos cierres y abandonos de algunas minas en Sierra Morena y ocultamientos de tesorillos al norte de la provincia de Jaén (7).
(7) Ruiz, A. y Molinos, M. (2007): Íberos en Jaén. Jaén, Universidad de Jaén.
Parece advertirse de esta forma una cierta resistencia de la población indígena a las exigencias de Roma, y por ello las instalaciones de la Atalaya debieron ser destruidas, con la intención de cortar el servicio que proporcionaban sus instalaciones, y no volver a poner en marcha este lugar de tránsito y sus conexiones con los distintos mercados y los circuitos comerciales establecidos. Convertida La Atalaya en un centro de comercio de productos importados y de la producción agrícola de toda la zona, que también servía para pagar los impuestos, pudo ser que la población ibérica indígena se negara a facilitar suministros a los conquistadores romanos y esa pudo ser la causa principal de la destrucción y abandono de su función de intercambio comercial del enclave de la Atalaya.
Tras la pérdida de Sicilia, en la primera guerra Púnica, Cartago necesitaba mejorar su débil economía. El caudillo Amílcar Barca, organizó una serie de expediciones a la península Ibérica para obtener las riquezas del territorio. Al morir Amílcar en la batalla de Illici, Asdrúbal el Bello, su yerno, con diplomacia y a través de diferentes alianzas con muchas tribus de la península, se hace con el mando y funda Cartago Nova, la actual Cartagena. La frontera de Cartago quedo así en el río Ebro.
Himilce era la princesa de los oretanos (íberos de las actuales provincias de Ciudad Real, Albacete y Jaén) en la ciudad de Cástulo (actual Linares). Los oretanos estaban en guerra contra los Cartagineses, que ya habían conquistado el sur de la Península Ibérica hacia el siglo III antes de Cristo. Sin embargo, fue la boda del general Aníbal Barca con Himilce lo que hizo sucumbir a los oretanos y sellar la paz. La boda se celebró en Cartago Nova (actual Cartagena), donde dejó Aníbal a su mujer y a su hijo para emprender su famosa campaña de Italia contra Roma. Himilce decidió regresar a la Oretania para esperarle, pero murió antes de que Aníbal lograra volver a por ella.
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Aníbal Barca |
Al morir asesinado Asdrúbal alrededor del año 221 antes de Cristo es nombrado como caudillo cartaginés Aníbal Barca.
Ante el temor de la invasión cartaginesa, muchos reyes y jefes de las tribus del sur, pidieron protección al rey Mucro, de Cástulo importante ciudad íbera del siglo III antes de Cristo situada en el sur de la península ibérica, ya que temían que una vez muerto Asdrúbal se terminaría la época de paz y buenas relaciones que habían disfrutado, y con el nuevo caudillo empezara un periodo de pillajes y conquistas por parte de los cartagineses.
Así estaban las cosas cuando Aníbal se presentó a las puertas de la ciudad de Cástulo, cerca de la actual Linares, cuenta la leyenda que Aníbal se mostró muy ofendido ante los temores que le manifestó el rey Mucro, ya que tenía la intención de mantener y respetar el tratado que Asdrúbal había acordado con el rey de Cástulo.
Para sellar el pacto de paz y evitar nuevos enfrentamientos con los cartagineses, el rey Mucro ofreció a su hija Himilce como esposa de Aníbal.
Con este enlace, la ciudad de Cástulo selló una alianza con Cartago al comienzo de la Segunda guerra Púnica.
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Estatua de Himilce en Baeza . |
De Himilce se sabe muy poca cosa, las crónicas, la trasmisión oral y los historiadores, cuentan que la princesa poseía una gran belleza, la fama de su belleza llegó incluso a Roma, donde algunos poetas como Silio Itálico le dedicaron varios poemas.
Se cuenta que Aníbal y la princesa se conocieron en el santuario de Auringis (Jaén), se casaron en la primavera del año 221/ 220 antes de Cristo en el templo de la diosa Tanit en Qart Hadasht
la actual Cartagena, ciudad a la que se desplazó junto Aníbal y donde
permaneció mientras el Caudillo se adentró en la península Itálica,
camino de Roma.
Con este matrimonio se selló la alianza entre Oretania y Cartago.
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Busto de la Diosa Tanit |
Los Oretanos ayudaron a Roma a cambio de sustanciosos privilegios, así que no cumplieron con el pacto.
Se supone que la princesa fue enterrada en Cástulo, se le erigió una estatua funeraria que los habitantes de Linares quieren creer que es la que hoy podemos ver en la plaza del Populo de Baeza, aunque las dataciones la sitúan siglos posteriores.
El poeta Silio Itálico en su Púnica (Libro III) narra la boda Himilce con Aníbal, nombra a su hijo Aspar y de cómo Himilce quiso evitar la guerra con Roma y, una vez declarada, la princesa quiso acompañar a su esposo a Italia, pero Aníbal se negó y la dejó en Cartago, donde murió por causa de una epidemia
Según Tito Livio, Aníbal no tuvo ningún hijo. Tampoco menciona el nombre de la princesa, parece que alude a ella cuando escribe que Cástulo, fuerte y célebre ciudad de Hispania, tan estrechamente unida a los cartagineses que la esposa del propio Aníbal era de allí, se pasó a los romanos. (XXIV, 41, 7).
A pesar de todo, la leyenda cuenta que aunque fue una boda de intereses entre Aníbal y la princesa, nació el verdadero amor.
Recordemos la destrucción de Iliturgi, una gran ciudad ubicada cerca de Mengíbar fue destruida, bajo la acusación de haber traicionado al Imperio Romano en la Segunda Guerra Púnica.
El enfrentamiento entre Roma y Cartago durante la Segunda Guerra Púnica tuvo un escenario excepcional en el valle del Alto Guadalquivir. Las tropas romanas, bajo el mando de Escipión el Africano, pretendían contener las fuerzas cartaginesas y especialmente impedir que Asdrúbal Barca reforzara a su hermano Aníbal en la península itálica.
Baecula
https://www.youtube.com/watch?v=_W6GQe-OMFc
Uno de los episodios más enigmáticos de la guerra entre los dos imperios se produjo en Iliturgi, una ciudad estratégica por su proximidad a las principales vías de comunicación, sus recursos mineros y una producción de cereales que garantizaba el abastecimiento de las tropas. Situada en las proximidades de Mengíbar, junto a la Nacional -VI, vivió en toda su complejidad la tensión de los tiempos, alternando los periodos de influencia cartaginesa y romana hasta que en el año 206 antes de Cristo fue sitiada y Escipión, bajo la acusación de haber traicionado a Roma para volver a los brazos de Cartago, se ordenó su destrucción.
Un equipo del Instituto de Arqueología Ibérica de la Universidad de Jaén, bajo la dirección de Juan Pedro Bellón, recuerda que Iliturgi partía de un culto tradicional ibérico, indígena, influenciado por las ideologías del mediterráneo, que hacia el siglo III, una vez que lo púnico cobra interés, vira hacia la ideología y tradición cartaginesa para, finalmente, introducir el sistema de culto y la liturgia romana una vez que se produce la invasión. El investigador subraya que este no es un proceso mecánico y lineal en el que una etapa finaliza para dar entrada a otra, sino que se conforma como procesos ideológicos y políticos en los que la cultura ibérica asume unas cosas pero no otras. Por ejemplo cuando se siente más atacada por el sistema romano recupera algunas tradiciones antiguas. Incluso después, una vez destruida Iliturgis, Roma negocia con las élites locales y esa aristocracia indígena también despliega este juego, de modo que conviven tradiciones indígenas con el sistema de culto romano. Juan Pedro Bellón indica en este sentido que Iliturgi en el siglo IV era una gran ciudad rodeada por un espacio despoblado. Sin embargo, con la llegada de los romanos, disfrutó de varios estatus que no pasaron inadvertidos en el territorio. Recuerda, por ejemplo, que al ser considerada colonia romana se asentaron ciudadanos itálicos, procedentes de la península itálica, a los que se les adjudicaron lotes de tierra. “Esto es algo que necesariamente se tiene que reflejar en el paisaje porque tienen que hacerse parcelaciones, se construyen casas en el campo y, en definitiva, el paisaje se modifica.”
El contexto arqueológico del Cerro de la Atalaya, de la primera mitad del siglo I antes de Cristo, como lugar de tránsito y centro de producción y de distribución de mercancías nos abre un nuevo horizonte sobre las formas de control y dominio del territorio durante la implantación romana en el valle Alto del Guadalquivir.
En primer lugar destaca el gran edificio del almacén, que tiene 210 m² y estaba distribuido en seis estancias: tres de ellas precedidas por un pórtico y orientadas hacia la zona oeste del yacimiento y otras tres situadas en la zona oriental y cuyo pavimento está realizado con grandes losas de piedra. En la zona occidental, junto a un gran porche, interpretamos que se guardaban las mercancías elaboradas o directamente destinadas a los diferentes mercados. En cambio, la zona oriental, o parte trasera del almacén, parece que estuvo relacionada con diversas áreas de actividad, donde se han localizado hornos, hogares, bancos de trabajo, etc., y a su vez lugares donde se guardarían los productos semielaborados o en proceso de preparación como salsas y conservas.
El porche exterior debió ser uno de los lugares principales del asentamiento, a él llegarían los comerciantes y era donde seguramente se recibían los productos y se verificaba el estado de los mismos, siendo la parte más pública de las instalaciones.
Ciertos productos de prestigio, como las cerámicas importadas grises bruñidas republicanas y los barnices negros (principalmente del círculo de la B), son almacenados en espacios concretos, y ello pensamos que es debido a los mecanismos de control que se realizan de los mercados y a la ordenación logística de los materiales procedentes de los distintos centros receptores (8).
(8) Barba, V.; Fernández, A. y Torres, M. (2014): La cerámica Gris Bruñida Republicana, imitaciones y nuevas formas documentadas en la Alta Andalucía en el almacén comercial del Cerro de la Atalaya de Lahiguera (Jaén), en Actas del II Congreso Internacional da Secah-Ex Officina Hispana. Las producciones cerámicas de imitación en Hispania, páginas 19 a 34. Braga (2013). Oporto, Faculdade de Letras da Universidade do Porto (FLUP).
En el caso de las ánforas, se documentó que la mayor parte de ellas se guardaban en la zona oriental del edificio, y con el análisis espacial de los distintos tipos anfóricos hemos podido comprobar que las ánforas se asocian a otros tipos de materiales (barniz negro, cerámica de paredes finas, imitaciones, etc.) y que se almacenaban en estancias concretas del edificio.
Parece evidente que el almacén comercial de la Atalaya se postula como un centro receptivo y de distribución de mercancías itálicas (ánforas, cerámicas de paredes finas, morteros, etc.), que propició la creación de un mercado regional para el abastecimiento de un determinado grupo social encargado seguramente de gestionar las explotaciones mineras en Sierra Morena.
La expansión territorial romana, hacia finales del siglo II antes de Cristo, parece consolidarse con la creación de nuevas formas de explotación agrícola y minera en tierras del Alto Guadalquivir, lo que debió de propiciar la creación de unidades de producción e infraestructuras destinadas a la distribución de mercancías, ubicadas en lugares estratégicos. Seguramente, en un primer momento y en la mayor parte de los casos, los romanos aprovecharían las infraestructuras existentes de las ciudades más relevantes, pero en otros casos debieron construirse ex novo instalaciones y lugares encargados de recepcionar las mercancías derivadas del pago de las diversas obligaciones fiscales, a las que se vieron sometidos los pueblos conquistados.

De esta forma, el Cerro de la Atalaya se configura como un lugar de tránsito ubicado a escasos 5 km del río Guadalquivir, junto a las principales vías de comunicación y nudos comerciales de la Alta Andalucía: la vía Heraclea y la futura vía Augusta. El río Guadalquivir, sin duda, debió de convertirse en una vía de comunicación rápida desde época muy temprana, reavivada tras la conquista romana y durante la etapa tardorrepublicana.
De los análisis carpológicos realizados en el yacimiento se desprenden varios datos a destacar: en primer lugar sabemos que la especie más numerosa es el trigo común duro, el cual llega hasta el Cerro de la Atalaya limpio, cribado y no asociado a ningún tipo de mala hierba, por lo que no se cultiva en el entorno inmediato al yacimiento. La ausencia de raquis o bases de lema en los cereales sugiere un almacenamiento del grano limpio. Las mayores concentraciones de cereal están asociadas a diez zonas de molienda localizadas en el edificio que hemos identificado como granero y horno de tostado (9)
(9) Montes Moya, E. Mª. (2014): Las prácticas agrícolas en la Alta Andalucía a través de los análisis carpológicos (desde la Prehistoria reciente al siglo II de nuestra era.). Universidad de Jaén (junio de 2014). http://ruja.ujaen.es/handle/10953/648.
El proceso que hemos reconstruido se podría resumir de la siguiente manera: tras la recepción del cereal, se almacenaría en sacos apilados sobre el pavimento de grandes losas del edificio de producción y granero, en cuyo porche se han localizado hasta cuatro zonas de trabajo con molinos de vaivén documentados in situ. El grano sería tostado en el horno ubicado en la parte trasera de las instalaciones, lo cual facilitaría su molturación. La harina resultante sería envasada en las ánforas que hemos identificado como Pellicer-D de la Alta Andalucía (AF-3), localizadas alguna de ellas junto a las zonas de trabajo. Por las grandes dimensiones que presenta este recipiente, debió tener una gran capacidad de almacenaje, según una estimación preliminar cada ánfora pudo contener una media de 90 kg de harina.
El envasado de la harina en ánforas es un hecho novedoso hasta ahora poco atestiguado, pero que sin duda supone un importante avance para el transporte de este producto a largas distancias sin los consiguientes problemas de conservación y mantenimiento, ya que los cereales se preservan mejor si son cocinados o molidos antes de emprender un largo viaje, sobre todo marítimo (10).
(10) Salido Domínguez, J. (2013): El transporte marítimo de grano en época romana. Problemática arqueológica, en R. Morais, H. Granja y A. Morillo (eds.), O Irado Mar Atlántico. O naufrágio bético augustano de Esposende (Norte de Portugal). Páginas 139 a 178. Braga, Museu de Arqueología D. Diogo de Sousa.
La segunda especie destacada es la olea, siendo significativa la aparición de huesos de aceitunas completos de dos especies diferentes. Sabemos que en el Cerro de la Atalaya no se realizaron trabajos de extracción de aceite, ya que no se han localizado indicios de dicha actividad; por tanto, el hecho de localizar huesos completos de distintas variedades de aceitunas, nos sugiere que éstas debieron de llegar en salmuera hasta nuestro territorio, seguramente envasadas en algún tipo de ánfora, sin que podamos precisar en cuál de ellas. De igual forma, es significativa la localización de dos especies distintas de aceitunas: la principal, con hueso pequeño redondeado, se estandarizará por toda la Alta Andalucía y principalmente en la Bética a partir del cambio de era, convirtiéndose en el cultivo estrella; en cambio, la otra variedad que se atestigua en el Cerro de la Atalaya, hueso grande y alargado, no ha sido localizada por el momento en ningún otro contexto arqueológico bético o de la provincia de Jaén, lo que podría estar indicándonos que se trata de una variedad importada (11).
(11) Montes Moya, E. Mª. (2014): Las prácticas agrícolas en la Alta Andalucía a través de los análisis carpológicos (desde la Prehistoria reciente al siglo II de nuestra era). Universidad de Jaén (junio de 2014). http://ruja.ujaen.es/handle/10953/648.
Por tanto, el Cerro de la Atalaya se nos configura como un enclave logístico ubicado junto al río Guadalquivir, un lugar de tránsito al que llegaron diversas mercancías y donde se recepcionaban los cereales procedentes del pago de los impuestos, que tras la conquista se imponen a las comunidades indígenas (stipendium, aestimatio frumenti, vicésima, adhaeratio, praefecti) (12).
(12) Aguilar Guillén, Mª A. y Ñaco Del Hoyo, T. (1997): Fiscalidad romana y la aparición de la moneda ibérica. Apuntes para una discusión. 195-171 a.C.: algunos textos polémicos. Habis 28, páginas 71 a 86.
Por el momento no tenemos paralelos similares, aunque este tipo de infraestructuras suponemos que debieron ser frecuentes en nudos territoriales estratégicos. El Cerro de la Atalaya presenta una inusual coyuntura de abandono, habiéndose excavado prácticamente al completo la totalidad del yacimiento y presentándonos una planta de ocupación tardorrepublicana única, en la que ha sido fundamental el análisis interpretativo de los diferentes espacios y los materiales allí localizados.
El segundo de los edificios se localiza en el extremo sureste del complejo y se corresponde con una construcción alargada de 47,50 m², estando precedida por un pequeño pórtico sustentado por pilares de madera. Junto al mismo se han encontrado numerosos bancos de trabajo relacionados con molinos de mano, lo que junto al estudio carpológico realizado, nos ha llevado a identificar esta zona como un lugar de granero y de producción o elaboración de harinas. Adosado al edificio se ha identificado un gran horno circular de 1,20 m de diámetro que estaría asociado al tostado del grano.
El último edificio documentado se encuentra ubicado al este del almacén, pero tan sólo se pudo excavar una pequeña parte del mismo, con lo que nos ha sido imposible adscribirle una funcionalidad concreta; aunque, por los materiales localizados en su interior, pensamos que se correspondería con una zona destinada al hábitat.
Las zonas exteriores que se configuran entre los distintos edificios se identifican como lugares también de producción, donde se han documentado diversas áreas de trabajo relacionadas igualmente con la molienda de grano.
Hacia mediados del siglo I antes de Cristo se produjo el abandono brusco del asentamiento, debido seguramente a los conflictos internos entre la población local y las élites romanas, que posiblemente controlaban las instalaciones.
Esto motivó que gran parte de los materiales que allí se almacenaban y las distintas áreas de trabajo fueran abandonados de forma súbita, coyuntura excepcional que nos ha servido para interpretar los diversos usos y funciones de los diferentes espacios y dependencias. El lugar nunca más fue ocupado y solamente se han detectado fosas de expolio para sustraer los mampuestos que configuraban los zócalos de las distintas estructuras. Ya en época contemporánea, la construcción del depósito de agua y las labores agrícolas, relacionadas con el cultivo actual del olivar, han propiciado el deterioro superficial del yacimiento y una dispersión considerable de sus materiales.
El conocimiento que las excavaciones arqueológicas están aportando sobre este conjunto de sitios secundarios permite avanzar unos primeros elementos para comprender la naturaleza de las transformaciones que se producen en la organización territorial con el advenimiento de la dinastía Flavia. De una parte, la reducción del área efectivamente ocupada, que entendemos se relaciona con la desaparición de las funciones de explotación directa de su entorno rural en favor de las villae (13).
(13) Hornos et alii, (1986): Excavación en Cabeza Baja de Encina Hermosa. Memorias de Arqueología de la Junta de Andalucía);
y por otro lado , la configuración de los mismos como centros de intercambio primarios (14).
(14) Cazaban, Α.: Una casa comercial romana en Castillo de Locubín. (1914) Revista Lope de Sosa. Jaén.).
Esta caracterización explicaría satisfactoriamente la desaparición de estos lugares a lo largo de los siglos II y III después de Cristo, siguiendo un desarrollo paralelo a la crisis de las pequeñas y medianas explotaciones agrarias; este proceso va a determinar la consolidación de un nuevo modelo territorial estrictamente rural, vinculado a la crisis de la ciudad antigua y al predominio en el sistema económico de elementos orientados al autoconsumo.
El término municipal de nuestra villa estaba sembrado de pequeños núcleos de poblados romanos que se denominaron “uillae”, eran agrupaciones pequeñas de personas que explotaban la tierra en las zonas geográficas de mayor riqueza en sus suelos.
Hay una relación bastante numerosa de lugares que podemos considerar yacimientos de restos arqueológicos romanos tanto en cimientos de viviendas como en enterramientos, restos que por estar todos situados en tierras de labor durante tantos siglos hoy quedan localizados por las monedas u otras muestras de los metales utilizados.
En el mapa anterior de la provincia podemos ubicar las poblaciones que hoy nos aseguran que estuvieron pobladas formando “uillae” y en cuales por mayor tipo de construcciones eran denominadas “ciuitates”. Lo que también parce claro es que esta distribución de asentamientos mayores se produjeron durante época Flavia, por ello dedicaremos a continuación una breve introducción a la época Flavia dentro del proceso de romanización de nuestra provincia.
De todos los yacimientos constatados, que se encuentran repartidos por 47 de los 96 municipios de la provincia de Jaén, apenas superan la docena los que podemos identificar con seguridad como uillae, y no siempre disponemos de la totalidad del conjunto, lo que nos impide conocer su carácter y definición plena.
Por dinastía Flavia se conoce una familia de emperadores romanos, que comprendió a tres gobernantes que ocuparon el trono 27 años en el siglo I después de Cristo, lo que hizo de ella la más corta de las dinastías de emperadores romanos. Los tres pertenecieron a la gens romana de los Flavii.
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Árbol genealógico de la dinastía Flavia. |
Los nombres de sus integrantes fueron: 1º Vespasiano del año 69 al 79, 2º Tito de 79 al 81, 3º Domiciano de 81 al 96.
Los Flavios consiguieron el poder tras el año de los cuatro emperadores, la primera guerra civil tras el comienzo del Imperio de Augusto. Sus emperadores lograron volver a poner en orden las finanzas del estado, agotadas por el reinado y fastos de Nerón, y borraron las secuelas del terrible año que acababa.
Vespasiano alcanzó el éxito en sus cometidos. Bajo su reinado, la revuelta de Judea fue aplastada (asedio de Masada), el tesoro del estado se recuperó, y las destrucciones causadas por la guerra se repararon. Signo de la gran mejoría económica del Imperio romano es que en esta época se construyó el Coliseo romano, probablemente la construcción antigua más impresionante.
Se recuperó el signo hereditario del Imperio Julio-Claudio; Vespasiano asoció desde el comienzo de su reinado a sus dos hijos Tito y Domiciano, con el título de César. Estos tres hombres monopolizaron el título consular durante el reinado de Vespasiano, y sus hijos continuaron durante sus reinados atribuyéndose con cierta asiduidad la prestigiosa dignidad consular.
Con Vespasiano, el estatus de Príncipe se hace oficial con la ley llamada “Lex de imperio Vespasiani”, la cual precisa los poderes del emperador, salvando así la imprecisa definición de Augusto, y contribuyendo a hacer del Príncipe no solo un hombre excepcionalmente revestido de numerosos poderes, sino también un magistrado del pueblo de Roma.
Tras esta breve introducción nos referiremos a la distribución de los espacios en la conquista de Hispania para así entender como la ubicación de muchas de la poblaciones que hoy ocupamos fueron elegidas en función del espacio físico en toda la zona del Alto Guadalquivir, que más o menos coincide con la dimensión actual de nuestra provincia de Jaén.
La hegemonía romana no sólo supondrá el momento al que debemos remontarnos para encontrar un asentamiento definitivo y denso en la totalidad del Alto Guadalquivir, sino que también significará la eclosión de la vida urbana con la implantación de la civitas como nueva forma de ocupación y ordenación territorial. Si bien es cierto, que el Sur peninsular ya conocía el fenómeno urbano antes de la llegada de Roma; los fenicio-púnicos habían fundado importantes asentamientos, aunque generalmente en la costa y no de manera sistemática, y los pobladores indígenas, humildes “oppida” que, de todos modos, fueron abandonados para fundar asentamientos según el modelo romano.
Pero el hecho de contar con puntos de conexión de civilización urbana no disminuye el verdadero mérito de Roma, que consistió en acelerar el proceso y ampliar sistemáticamente la geografía de los centros urbanos.
La romanización del Alto Guadalquivir fue tan intensa que muchas de las ciudades que hoy conocemos se originaron entonces (Andújar, Alcaudete, Arjona, Baeza, Bailén, Jaén, Mancha Real, Martos, Mengíbar, Úbeda, Vilches, etc.) y algunas de las vías terrestres que se crearon para comunicarlas entre sí o con otros centros más alejados del Sur peninsular sirven de asiento a carreteras modernas, que, en grosso modo, mantienen sus mismos trazados.
Con la implantación de la civitas no solo quedará diseñado en gran medida el actual poblamiento de Jaén, sino que también se desarrollará la agricultura mediterránea como hasta entonces no se había conocido gracias al nuevo modelo de explotación agraria de la villa.
Esto no debe servirnos para caer en el tópico de que en la Antigüedad el Alto Guadalquivir constituía un extenso y plateado olivar sin límites, asiento de numerosas villae destinadas a la exclusiva producción de aceite, imagen que muchos se hacen condicionados por el paisaje agrario actual de Jaén, basado en el monocultivo olivarero.
Para que ello se produzca tendremos que esperar al siglo XX, pero quizás el origen de la situación actual tenga su antecedente más remoto en las transformaciones introducidas por los romanos (15).
(15) E. Araque; V.J. Gallego; J.D. Sánchez: El olivar regado en la provincia de Jaén, Investigaciones Geográficas 28 (2002), páginas 5 a 32.
Como hemos señalado con anterioridad, la villa es una explotación que se ubica en el campo, más próxima o más alejada del núcleo residencial urbano, pero siempre fuera de él. Sin embargo, esto no implica que debamos entenderla como algo ajeno y contrapuesto a la ciudad. Núcleo urbano y villae son realidades inseparables que constituyen la “ciuitas romana”, y como tal resultan interdependientes. Sirva de ejemplo el hecho: los propietarios de las villae se valieron de asalariados libres y de esclavos como mano de obra. El trabajo de estos últimos, que ocupó un lugar preferente en las actividades agrarias romanas desde fines de la República y durante todo el Alto Imperio, liberó a los terratenientes de sus bases rurales de un modo tan radical que los convertirá en individuos esencialmente urbanos y les permitía dedicarse a otros menesteres, como el ejercicio de la política y las evergesías (Evergesías se refiere a las familias que configuraban el ordo decurial y cuyos líderes tenían reconocida por Roma la gestión política de cada comunidad como miembros titulares del senado local), donaciones que revertían en beneficio del centro urbano, hermoseado con importantes obras públicas que lo dotaron, por vez primera, de edificios públicos destinados al ocio y al confort (teatros, baños públicos, etc.).
Aunque aún resulte difícil establecer el patrón de asentamiento del período ibérico, en líneas generales y considerando siempre un cierto margen de error, podemos señalar determinadas constantes. No parece ser que los íberos tuviesen un centro nuclear que controlase un macroterritorio. La estructura principal está representada por los “oppida”, como el oppida de la Atalaya, pequeños poblados fortificados de cierto carácter urbano que actuaban como centro neurálgico de poder del territorio inmediato, donde se encontraban dispersos pequeños asentamientos satélites o turres que parecen ejercían la función de puesto de vigilancia (16).
(16) A. Adroher Auroux et al.: La cultura ibérica, Granada, 2002, páginas 65 a 67.
Estos recintos, cuya mejor representación es el ejemplo del “oppida de la Atalaya” se ubicaban en la cima de los montes (posiblemente interconectados visualmente), en lugares estratégicos donde pudiera existir algún peligro de incursión y desde donde se pudieran controlar los pasos, ríos y tierras de labor.
Las fuentes escritas antiguas nos describen, aunque de un modo un tanto confuso, el panorama que presentaba el Alto Guadalquivir en el momento previo a la llegada de los romanos. La diferenciación de los pueblos indígenas prerromanos, la localización de sus dominios históricos y su estructura político-social, son cuestiones aún no resueltas de forma totalmente satisfactoria. Pero, pese a las dificultades, la conjugación de los datos aportados por los textos antiguos y, más recientemente, por la arqueología, nos permite una reconstrucción aproximada de la situación. Así pues, podemos afirmar que Alto Guadalquivir estuvo habitado por tres pueblos ibéricos diferentes: los oretanos, que ocupaban el área más extensa, al Norte y Este, y tenían en Castulo su principal centro; los turdetanos, en la campiña a ambos lados del río Guadalbullón, siendo el asentamiento más importante Obulco; y los bastetanos, en el extremo sureste del territorio, en la zona comprendida entre Pozo Alcón e Hinojares (17).
(17) Ruíz Rodríguez, A.: Jaén desde los primeros pobladores a la era de Augusto, Historia de Jaén, 1982, páginas 15 a 48.
Con las primeras conquistas romanas, los territorios ocupados de la franja del Sur y el Levante peninsular serían integrados, a partir del 197 antes de Cristo, en las provincias hispanas Citerior y Ulterior, siendo la Ulterior la que contenía la totalidad de las tierras jiennenses.
Esta primitiva división administrativa fue reestructurada en tiempos de Augusto, pues las nuevas adquisiciones territoriales habían convertido la primitiva, y ya antigua división administrativa en artificial e inadecuada, sobre todo por lo que respecta a la Ulterior, que entonces será fragmentada en dos: Bética y Lusitania, mientras que la Citerior, engrosada con nuevos territorios, pasaría a llamarse Tarraconense. Con esta reforma, que permanecerá inalterable hasta el Bajo Imperio, el Alto Guadalquivir quedó en principio integrado en la Bética, hasta que Augusto desgajó una parte del territorio en beneficio de la Tarraconense, bajo su control directo.
Los límites de separación con esta provincia no eran tan claros ni concisos como con los de la Lusitania, pero se suele aceptar como frontera una línea que, de Sur a Norte, se sitúa entre Pechina-El Ejido (ambas en Almería), Granada-Guadix y Jaén-La Guardia. A continuación, el límite lo constituiría el Guadalbullón y parte del Guadalquivir, por el Saltus Castulonensis, con Castulo en la Tarraconense.
Finalmente, de Andújar-Bailén, la frontera seguiría el curso del Jándula o el Rumblar y el Zújar, incluyendo Sisapo en la Tarraconense. De este modo las ciudades de nuestro territorio pertenecientes a la Bética serían: Isturgi, Vrgauo, Vcia, Obulco, Tucci, Iliturgi, Batora, Sosontigi y Aurgi. En la Tarraconense se localizarían: Baecula, Castulo, Ossigi, Mentesa, Vergilia, Viuatia, Salaria, Tugia e Ilugo (18).
(18) Cortijo Cerezo, M.L.: La administración territorial de la Béticaromana, Córdoba, 1993, página 154.
Paralelamente a la creación de las provincias como unidades administrativas, asistimos a la implantación de la civitas, la unidad administrativa básica y fundamental. Dicho fenómeno se efectuará a través de dos procedimientos: mediante la fundación de colonias o creación de una ciudad estableciendo población romano-itálica sobre enclaves deshabitados (ex novo) o junto o sobre un centro indígena preexistente, y mediante la municipalización o concesión de derechos de ciudadanía a las comunidades indígenas, una vez que éstas han adoptado los esquemas de administración romanos.
En la Península Ibérica, la implantación de civitates se efectúa en tres fases: un desarrollo puntual a inicios de la conquista; un primer gran impulso, que se produce entre a mediados del siglo I antes de Cristo y comienzos del I después de Cristo, con la puesta en marcha del amplio programa de colonización y municipalización concebido por César y continuado por su heredero Augusto; una última fase en la que el proceso culminará con el Edicto de Latinidad (años 73-74 después de Cristo) de Vespasiano, que supuso la extensión de la municipalización y la ciudadanía a las restantes poblaciones peregrinas.
En consecuencia, podemos decir que es a comienzos del Alto Imperio cuando, de forma generalizada, asistimos a la eclosión de la vida urbana en Hispania. No obstante, pese a tal generalización, debemos tener en cuenta ciertos matices que permiten comprender la realidad específica de una zona como es el marco objeto de este artículo.
El punto de partida a la hora de establecer el número y nombre de las civitates del Alto Guadalquivir será la consulta de una serie de topónimos, recogidos por la tradición literaria romana, la documentación epigráfica e incluso la numismática, referidos a núcleos de población que se localizan en este territorio. Quienes mejor nos informa al respecto son los geógrafos: Estrabón, Mela, Plinio y Ptolomeo, aunque también disponemos de datos importantes de itinerarios antiguos, como los Vasos de Vicarello, el Itinerario Antonino y el Anónimo de Ravena o Ravennate, que sirven de complemento a las otras.
A veces, la información que aportan estas fuentes resulta escasa y confusa, dificultando no solo la correspondencia de un yacimiento con una civitas, sino también el establecimiento del estatuto jurídico y el momento de fundación o promoción de las mismas. En otras ocasiones puede ocurrir que, aun disponiendo de inscripciones y de algunos restos arqueológicos que indiquen la presencia de una civitas, carezcamos de datos suficientes para conocer su antiguo nombre, que permanece ignoto. Pese a todo, en el Alto Guadalquivir podemos señalar la existencia de tres colonias y trece municipios, a los que debemos añadir cinco civitates más, tres cuyos nombres ignoramos y dos de estatuto desconocido. Esto da un total de veintiuna ciudades para un territorio de 13.496 Km2. de superficie, un alto número si se compara con otras provincias andaluzas vecinas, como Almería (8.770 Km2.), con sólo seis, o con Granada, donde la diferencia se hace aún más patente, ya que disponiéndose de una extensión similar (12.525 Km2.) solo tiene siete. Hemos preferido no incluir Cantigi (Espeluy), pues no tenemos la certeza de que fuera un oppidum. Más bien parece tratarse de un núcleo de población menor.
No obstante, al confrontar con provincias más pequeñas, como Cádiz (7.440 Km2) o Málaga (7.306 Km2), también con una veintena de civitates, Jaén presenta una menor densidad. Claro que, hay que tener en cuenta que estas dos ciudades costeras de la Andalucía occidental dispusieron de una variedad de recursos naturales (salazones y pesquerías) y vías de comunicación (marinas) de la que carecieron las ciudades del interior. Como hemos podido comprobar, el modelo de la civitas romana se proyecta claramente en el Alto Guadalquivir. Sin embargo, viendo su distribución sobre el terreno y en función de la información de las fuentes, observamos que tal proyección se produce con distinta intensidad y ritmo según la zona. En la distribución geográfica de las civitates se puede apreciar que la mayoría se concentran en la Depresión Central, en la Campiña y la Loma, tierras llanas de ricos suelos bañados por el Guadalquivir y sus afluentes (Isturgi, Vcia, Vrgauo, Batora, Obulco, Tucci, Iliturgi, Ossigi, Mentesa, Aurgi, Viuatia, Salaria), lo que explica su economía de clara orientación agrícola.
La Depresión Central del Guadalquivir constituye una típica cuenca sedimentaria que ha tenido una evolución geológica muy ligada a las Cordilleras Béticas, de la que es su antefosa.
Dentro de ella distinguimos dos unidades morfológicas: La Campiña y la Loma de Úbeda, tierras llanas y alomadas recorridas por el Guadalquivir (Posiblemente navegable en época romana para ciertas embarcaciones hasta Cástulo (Cazlona, Linares) y sus afluentes (19).
(19) Fornell Muñoz, A.: La navegabilidad del curso alto del Guadalquivir en época romana, Flor. Il. 8 (1997), páginas 125 a 147.
Ambas unidades de terrenos muestran una cierta complejidad de suelos, todos ellos de gran fertilidad y muy aptos para el cultivo de cereales, vid y olivo. Esto explica que la Depresión Central en su conjunto haya sido un emporio agrícola a lo largo de las sucesivas etapas históricas y que en época romana fuera asiento de numerosas e importantes ciudades, como Obulco (Porcuna), Tucci (Martos), Viuatia (Baeza) y Salaria (Úbeda).
En las estribaciones de Sierra Morena, pero participando aún de la Campiña, se encuentran Baecula y Castulo, que disfrutan, especialmente Castulo de una situación privilegiada por ser encrucijada de caminos, por su riqueza agropecuaria y, sobre todo, minera. Más al interior de Sierra Morena, encontramos otras ciudades, como Baesucci, Ilugo y el oppidum ignotum de Villarrodrigo, que gozaron de cierto valor estratégico. Baesucci, que estaría dentro de la órbita de Castulo, actuaba también como nexo entre la llanura bética y la Meseta, la Alta Andalucía y el Levante, mientras que Ilugo y el oppidum de Villarrodrigo, se encuentran en una zona atravesada por un importante eje viario, un ramal de la Vía Augusta al que aún hoy se le conoce como “Camino de Aníbal” (20).
(20) Morales Rodríguez, E.M.: Los municipios flavios en la provincia de Jaén, Jaén, 2002, página 55.
En uno de sus sectores, allí donde gira al Oeste, se acercaba a Castulo (Cazlona, Linares), destacada zona minera. Sus suelos, donde predomina la tierra parda meridional, y su alta susceptibilidad erosiva, explican su poca utilidad agrícola. Sin embargo, aunque la actividad agropecuaria no resulte muy productiva, la minería, que ahora sirve de complemento, fue importante antaño.
La explotación minera de la zona, que por lo que sabemos se remonta al Cobre, vivió su momento de mayor esplendor durante la República y los primeros tiempos del Imperio hasta fines del siglo I después de Cristo, momento en el comienza a registrarse una paulatina decadencia que se irá agudizando hasta hacerse evidente en la etapa bajo-imperial (21).
(21) Contreras, F. et al.: Prospección arqueometalúrgica en la cuenca alta del río Rumblar”, AAA’02 II, Sevilla, 2004, páginas 22 a 36.

Finalmente, en la Subbética, encontramos Sosontigi, Vergilia, Tugia y los oppida de nombre desconocido localizados en Alcalá la Real y Santo Tomé. Estos núcleos, con una economía mixta de valle y montaña, tienen también una posición estratégica, pues todos están relacionados de un modo u otro con las vías que comunicaban Castulo con la costa, bien por Anticaria hasta Malaca, bien por la provincia de Granada hasta Sexi (Almuñecar) (22).
(22) Blázquez, A.: Vías romanas de la Beturia de los Túrdulos, por don Ángel Delgado”, BRAH 61, Cuaderno V (1912), páginas 359 a 369.
De las numerosas ciudades constatadas, podemos afirmar que cuatro de los municipios conocidos fueron fundados por César con seguridad (Castulo, Iliturgi, Obulco y Aurgi).
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Estatua que podría representar a la emperatriz Livia Drusila del siglo I, encontrada en Cástulo mientras se realizaban trabajos de mejora de los caminos del yacimiento arqueológico. |
Luego, existen otros tres cuyo momento de fundación no está del todo claro y se atribuyen a César o los triunviros (Isturgi), o a César o Augusto (Mentesa, Ossigi). También parece ser fundación de César o Augusto el oppidum de Santo Tomé.
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Placa de Iliturgi. |
Más clara resulta la fundación de las tres colonias conocidas, Salaria, Tucci e Iliturgi, (las dos primeras creadas por Augusto, e Iliturgi, que siendo municipio promociona a colonia con Adriano) y de los siete municipios restantes (Aurgi, Baessuci, Ilugo, Sosontigi, Tugia, Vergilia, Viuatia), fundados tras el edicto de Vespasiano y conocidos como municipios flavios.
En función de lo expuesto, se deduce que la implantación de la civitas en el Alto Guadalquivir se realizó básicamente en dos tiempos: en época cesaraugustana y durante la dinastía Flavia.
En ocho de las veintiuna ciudades constatadas hay una intervención directa de César (en cuatro) o de sus inmediatos sucesores (los triunviros y Augusto), que respetaron su proyecto y no se desviaron del programa. Estas fundaciones han de enmarcarse en el contexto inmediatamente posterior a las Guerras Civiles. Los motivos de favor y concesión del estatuto privilegiado obedecieron, unas veces, al deseo de premiar a las comunidades que apoyaron a César en su enfrentamiento con Pompeyo, como Obulco e Isturgi.
Descubriendo nuestro patrimonio: Obulco - Porcuna
https://www.youtube.com/watch?v=6DbaCX2C4W8
Museo Arqueológico de Obulco (Porcuna)
https://www.youtube.com/watch?v=hfrdyXBwEAs
As de Obulco
https://www.youtube.com/watch?v=Tc3e1075uE4
Obulco (Porcuna) fue el cuartel general cesariano en la campaña de la batalla de Munda y zona de interés económico-estratégico (minería y control de vías). Por otra parte, en la titulación que acompaña al centro urbano de Isturgi tras su promoción aparece el “cognomen” triunphalis, reiterado en la colonia Iulila Vrbs Triunphalis Tarraco.
Este hecho, junto a su ubicación en las proximidades del conflicto entre César y Pompeyo, supone que su promoción se debe a César como premio por haberse manifestado a su favor, aunque ésta pudo producirse con los triunviros o los primeros momentos de Octaviano.
Y otras se desarrollaron gracias al deseo de organización territorial y al interés económico, como ocurre con Castulo y las ricas ciudades de la Campiña.

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Mosaico de los Amores descubierto en el verano de 2012 en Cástulo. |
Antes de su deforestación en época moderna, el bosque ocupaba los principales sectores montañosos presentando masas de gran densidad. Algunos eran muy famosos en época romana, como el Saltus Castulonensis (desde las cadenas montañosas de Linares y La Carolina hasta la Sierra de Alcaraz) citado por gran número de autores antiguos (23).
(23) Liv. Nat.Hist., XXII, 20, 12; XXVI, 20, 6; XXVII, 20, 3; César, Bell.Civ., 1, 38,1; Cic., Ad Fam., 10, 31,1
Precisamente Estrabón nos proporciona noticias de Sierra Morena cuando nos habla de la Orospeda, región habitada por bastetanos y edetanos, donde nace el Baetis (Guadalquivir). (24)
(24) Estrabón II, 2, 11; III, 4, 10; 4, 12; 4, 14.
El control del sector oriental de sierra Morena se hacía imprescindible pues constituía un enclave de gran valor estratégico debido a su riqueza en recursos mineros y a la existencia de un pasillo natural entre la meseta Central y Andalucía (Despeñaperros). Pero, además, era preciso controlar la línea del Betis, gran eje ordenador del territorio y asiento de ricas ciudades agrícolas.
Las nuevas circunstancias históricas del Principado van a introducir modificaciones que diferencian la labor urbanizadora cesariana de la de su hijo adoptivo. La Península Ibérica ha sido completamente anexionada y este nuevo marco condiciona la obra de Augusto en el sentido de que su programa urbanizador se orientará al ordenamiento global del territorio y a la creación de ejes viarios que permitan su control y cohesión. Por otra parte, la estabilidad política del Principado explica que su actividad urbanizadora no esté condicionada por recompensas, como lo fue la cesariana, y que cambie el carácter de las fundaciones, sobre todo colonias, en las que se asientan veteranos de las legiones en vez de colonos procedentes de la plebe urbana de Roma.
A diferencia de la Campiña y las zonas llanas del valle del río, que fue más y tempranamente romanizada, el establecimiento de civitates en la zona montuosa y menos poblada se produjo más tarde, con la concesión de los derechos latinos que protagoniza Vespasiano, quien completó la obra iniciada por César y Augusto al promocionar a las ciudades ubicadas en las zonas geográficas más descuidadas en la época anterior.
Junto a las propias necesidades imperiales que propician el Edicto de Latinidad debemos tener en cuenta la dinámica de los territorios peninsulares, que desde el impulso urbanizador de época cesariana y augusta han incentivado su proceso de romanización y ya están listos para ser promocionados. Hasta siete centros del Alto Guadalquivir obtendrán ahora el estatuto de municipio, localizándose en su mayoría (a excepción de Sosontigi) en el territorio oretano limítrofe con la Baetica.
Generalmente, las “ciuitates” del Alto Guadalquivir se van a establecer en lugares previamente ocupados por núcleos de población ibéricos, a diferencia de otras zonas del Sur peninsular donde, además de sobre núcleos indígenas, se asientan sobre antiguas ciudades y factorías fenicio-púnicas. Esta continuidad ocupacional de las ciudades romanas con respecto a los asentamientos ibéricos, como hemos comentado en líneas anteriores, tiene lugar en un contexto de selección de los núcleos preexistentes en función de procesos históricos coyunturales de carácter político bien por compensaciones por su fidelidad, por la organización de la red viaria, o el control de poblaciones indígenas; pero también observamos que algunos de los centros seleccionados para ser promocionados poseían antes de ello una notable importancia económica derivada de la explotación de recursos agrícolas o mineros, como ocurre con las ciudades de la campiña y Castulo.
Respecto al tamaño físico de las “ciuitates” jiennenses, es decir, tanto del núcleo urbano (oppidum) como del territorio adscrito (territorium), hasta el momento, no disponemos de muchas estimaciones. Los límites de los centros urbanos de las “ciuitates” que analizamos apenas han sido arqueológicamente establecidos. Su conocimiento tropieza con grandes dificultades, derivadas fundamentalmente de la falta de excavaciones y la continuidad del hábitat, que acaba borrando sus huellas o las enmascaran hasta el punto de hacer imposible su identificación; otras veces, el expolio continuo que sufren las ruinas explican la desaparición de los restos arqueológicos. Pero aún en el supuesto de que las antiguas construcciones sobrevivan, nos encontramos con el obstáculo de no disponemos de elementos precisos que permitan delimitar el espacio ocupado. Generalmente, se utiliza como punto de referencia el trazado de la muralla, pero hay que señalar que, en caso de conservarse, nunca nos ofrece el perímetro urbano alto imperial, pues éstas son de construcción tardía.
Entre las ciudades que más vestigios arqueológicos han conservado se encuentran Aurgi, Iliturgi, Isturgi y, sobre todo, Castulo, la única que proporciona un recinto mural.
Monedas de Iliturgi. |
La ciudad de Castulo adquiere un espléndido desarrollo durante la República y el Alto Imperio, cuando se convirtió en un importante distrito minero, tal como registran las fuentes escritas que aluden a la riqueza de sus minas de plomo argentífero (25).
(25) Estrabón III, 2, 10.
La propia documentación literaria constata su red viaria, tanto terrestre como fluvial, que hacían de Castulo un importante eje de comunicaciones que conectaba con la costa Levantina a través del llamado “Camino de Aníbal”, con Acci (Guadix, Granada) y Corduba (Córdoba) mediante dos vías distintas, siendo una de ellas la Augusta; finalmente, a través de vías secundarias, se comunicaba con Malaca (Málaga) y Sisapo (Almadén) (26).
(26) Fornell Muñoz, A.: Vías romanas entre Corduba y Castulo, Revista de la Facultad de Humanidades de Jaén 4-5.2 (1996), páginas 125 a 140.
Los resultados de diversas campañas arqueológicas efectuadas, desde que J.M. Blázquez iniciara la primera en 1968, han permitido documentar unas termas públicas y el lado oriental del foro. Por otra parte, epigráficamente se constata la existencia de un anfiteatro, un teatro y un lacus asociado a un acueducto (27).
(27) Cila III, I, 106; III, I, 101; III, I, 91; III, I, 88.
En resumen, se calcula que la ciudad, ocupaba una extensión mínima de 50 hectáreas, aunque todavía sólo se conoce con detenimiento una parte de la misma.
En base a una sola ciuitas en la que se constata fehacientemente las dimensiones del núcleo urbano, y teniendo en cuenta que no fue una ciudad cualquiera, sino la más importante del Alto Guadalquivir, resulta imposible determinar el tamaño medio del núcleo urbano de las “ciuitates” jiennenses. No obstante, pese a la imprecisión, estimamos que estarían dentro de la tónica general de las ciudades de la Baetica, que podían tener un área media de 20 Hectáreas y entre 2.000 o 4.000 habitantes, es decir, corresponderían al modelo de ciudad pequeña (28).
(28) Gros, P.; Torelli, M.: Storia dell’ urbanistica, 1992, Roma, página 238.
La introducción de la ciuitas no sólo va a suponer la difusión de un nuevo modelo de asentamiento netamente urbano, también generará un nuevo paisaje agrario en el territorio inmediato adscrito. Así veremos como de las poblaciones agrupadas en recintos fortificados (turres), desde donde se controlaba la explotación de los campos efectuada por una población en régimen de semilibertad, se pasa a otro modelo de población que controla la explotación de fincas (fundus), asignadas tras parcelar el territorio en el momento de la colonización, desde una pequeña granja familiar o desde una uillae (29).
(29) Pérez Barea, Cristóbal et al.: “IIª campaña de prospecciones arqueológicas sistemáticas en la depresión de Linares/Bailén. Zonas meridional y oriental, 1990”, AAA’90, II, Sevilla, 1992, página 93.
La importancia del fenómeno ciuitas va más allá, pues ésta constituyó el marco institucional y material previo sin el que hubiera sido imposible que Roma impusiese su modo de vida en los territorios anexionados. Según la terminología romana, la ciuitas es ante todo una comunidad de ciudadanos jurídicamente definida que se materializa en dos elementos indisociablemente unidos: el centro urbano y un determinado territorio adscrito al mismo. En éste último, afectado por la centuriación y objeto de varios usos, es donde se proyecta la uillae, modelo de explotación agraria específicamente romano en el que debe buscarse el antecedente del cortijo andaluz. En consecuencia, la implantación de la ciuitas contribuyó como ningún otro factor a la romanización, y permitió a la Urbs asegurarse el control y la explotación de los nuevos territorios dejando una huella indeleble en ellos.
A partir del siglo I después de Cristo asistimos a la consolidación de la uilla en el Alto Guadalquivir, aunque con una proyección urbanística simple, gracias a la situación de estabilidad que se sobreviene a partir de la Pax Augusta y a la creación de nuevos municipios con la concesión de ciudadanía de Vespasiano, que supuso para las ciudades y ciudadanos encontrarse con un territorio que hasta entonces había sido ager publicus. El mayor número de explotaciones de la zona se documenta a lo largo de los siglos I y II d.C.
A partir de esta fecha, y en relación con los cambios producidos en la propiedad y el modo de explotación, se detecta una reducción del número de uillae que puede alcanzar porcentajes elevados, como ocurre en la Campiña occidental, donde se aprecia una reducción de 30 yacimientos en 8 en una superficie de 180 Km2. a partir del segundo tercio del siglo II después de Cristo. Por último, entre finales del s. III y el IV asistiremos a la consolidación de la gran uillae bajo-imperial (30).
(30) Castro López, M.: El poblamiento rural de la Campiña de Jaén en época imperial, Dédalo 26 (1988), páginas 119 a 137.
Aunque es arriesgado extrapolar la situación de las uillae de la Campiña, que es la zona mejor conocida, a las comarcas de las sierras del sur o de las estribaciones de Sierra Morena, en base a los pocos datos disponibles podemos afirmar que la situación es parecida, encontrándonos buena parte de las veces con uillae donde coexistía el olivar y los cereales (principalmente trigo), e incluso, presumimos que se daban otros cultivos y aprovechamientos que no se reflejan en el débil registro arqueológico de superficie, como la vid y las leguminosas, y la ganadería asociada a ellos (ovicápridos y porcino).
Las evidencias, aunque pobres, nos llevan a reconocer que la mayoría de las uillae jiennenses desarrollaron una producción diversificada que cubría sus necesidades y, salvo raras excepciones, se orientaba al abastecimiento de mercados locales y regionales. Al menos en la Campiña, los cultivos y el tamaño de las explotaciones (entre las 25 y 50 hectáreas) parecen indicar la ausencia de una agricultura especializada (31).
(31) Choclan, C.; Castro, M.: La Campiña del Alto Guadalquivir en los siglos I-II d.C. Asentamientos, estructura agraria y mercado”, Arqueología Espacial, Vol. 12 (1988), páginas 205 a 221.
En consecuencia, Alto Guadalquivir fue ajeno al modelo de agricultura orientado a la comercialización que se conocía en el triángulo formado por Corduba, Hispalis y Astigi, la región aceitera por antonomasia (32).
(32) Remesal, J.: La economía oleícola bética: nuevas formas de análisis, A.E.A. 50-51 (1977-78), páginas 87 a 142.
Granada 29 de junio de 2025.
Pedro Galán Galán.
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