DESAPARICIÓN DE LOS NÚCLEOS DE POBLACIÓN ÁRABES EN LAHIGUERA COMO CONSECUENCIA DE LA FITNA O GUERRA CIVIL OMEYA.
En el ámbito geográfico de la localidad de Lahiguera se han encontrado restos de la época islámica en dos puntos: Las Cuevas y Los Pozos. La cerámica islámica encontrada en estos y otros diversos puntos es abundante, pero desgraciadamente no está asociada a edificaciones. Las construcciones de adobes no resisten el paso de los tiempos.
En su término se han localizado otros asentamientos islámicos, que debieron prosperar en las fértiles tierras de lo que hoy es su Campiña. Un ejemplo de ello es el Cerro de Corbún o Corbul muy próximo a la confluencia de los arroyos Saladillo y Salado de los Villares, sobre la última terraza del primero, controlando una amplia vega, y el paso del antiguo camino Jaén-Andújar, con el paso del Puente Romano situado en el vado del Saladillo. En la actualidad , la rotulación de parte del cerro con las labores de labranza y la construcción de una cortijada han destruido el asentamiento urbano de continuas civilizaciones. Este lugar parece que estuvo ocupado desde época romana hasta la época islámica, aunque en el periodo islámico la extensión del asentamiento se redujo considerablemente, quedando limitado su poblamiento al extremo situado más al sur.
Suponemos que en toda la zona de Corbúl, la Atalaya, el Chorrillo, Las Cuevas y Huerta Caniles con la noria y en la periferia de Santa Clara y La Mina habría alquerías árabes, como también se darían en Los Morales, y otros lugares dependiendo de sus necesidades y exigencias de aguas.
Las alquerías de Figueruela no debían de ser muy distintas de otras enclavadas en la región dentro de un enclave humano totalmente ruralizado. Las diferencias de los asentamientos vendrían marcadas en cuanto a sus dimensiones por el entorno físico donde se encontraba enclavada la alquería, a saber presencia de corrientes de agua para fertilizar la tierra y así abastecer las necesidades de las personas y los animales, la existencia de bosques cercanos para el suministro de maderas y prados para caballerías, unas comunicaciones aceptables, unas tierras circundantes de buena calidad y propicias para los cultivos y huertas, etc. De entre todas las circunstancia la presencia del agua es la que cumple un papel predominante.
Por tanto la tierra y el agua eran dos elementos importantes e imprescindibles para cualquier comunidad como pudieron ser las pequeñas alquerías árabes en Figueruela en los alrededores de Corbún. Sin agua apenas había vida, no en vano en numerosos tratados musulmanes dedicados a la agricultura se dedicaron múltiples capítulos a las diferentes clases de aguas y tierras, para llegar a conseguir unos cultivos capaces de satisfacer las necesidades vitales de los habitantes que en ellas se asentaban.
Todas estas condiciones se cumplirían en el asentamiento y sitio escogido por los moradores de la zona del Chorrillo o la zona de Santa Clara o la de la Mina, estas últimas contaban con agua corriente procedente de la bocamina romana de debajo de la Atalaya que tenia su salida justo por el sitio de asentamiento de las viviendas, buenas tierras propicias para el cultivo, bosque en la zona de los alrededores, una defensa que le proporcionaba el cerro y defensa de la Atalaya, un espacio sólo visible desde lo alto y guardado de la vista por los montículos de los alrededores, buenas comunicaciones con otros núcleos poblacionales como serían Villanueva, Cazalilla, Andújar o Arjona.
Por la configuración del espacio de Santa Clara y su paisaje en lo que pudo ser el poblamiento de la alquería, comprobamos que su configuración como terreno no era un impedimento, dando lugar a pequeños barrancos que no eran obstáculo para acequias y caminos en el curso normal del terreno, donde con facilidad se pudo construir una acequia alta que llevase el agua hasta las casas del lugar y para regar más abajo las parcelas de las huertas.
En esta supuesta alquería de Santa Clara vivirían aparte de los moradores agrupados en casas familiares grupos de vecinos que quizá no llegasen a media centena de habitantes, entre los que también habría algunos asalariados que en momentos álgidos de labores ayudarían a los residentes. Suponemos igualmente que esos habitantes de la alquería de Santa Clara tuvieron otras fincas de secano y sacarían rendimientos importantes del ganado lanar que pastaría por los montes cercanos y tierras de alrededores no dedicadas a la agricultura.
La conquista islámica de al-Andalus se dio especialmente por razones económicas. Los musulmanes introdujeron cambios importantes en la sociedad de la Península Ibérica, entonces principalmente poblada por hispano-romanos, visigodos y un grupo judío y empezaron una nueva organización social, política y cultural en al-Andalus. Los musulmanes también trajeron a la Península las tradiciones e instituciones del Medio Oriente, y con ellas las divisiones sociales, étnicas, tribales y religiosas. La presencia musulmana agregó los grupos árabes, bereberes y posteriormente los saqaliba y los negros a las etnias ya existentes en la Península Ibérica. De acuerdo con al-Razi, que sigue a al-Waqidi, citado por Ibn ‘Idhari en su Al-Bayan al-Mughrib fi Akhbar al-Andalus wa al-Maghrib; el califa al-Walid b. ‘Abd al-Malik nombró a Musa Ibn Nusayr como wali (gobernador) de Ifriqiyya. Musa quería continuar la expansión musulmana en Europa (1).
Una corta distancia lo separaba del reino visigodo de España; de nuevos lugares, ricas tierras, de supuestos tesoros indescriptibles, nuevos retos y probablemente otros lugares en Europa. Musa estudió cuidadosamente la situación política del reino visigodo de España, el descontento judío con los gobernantes que los discriminaban, perseguían y mantenían en una posición marginada por sus fuertes leyes. Asimismo, observó la oposición y las conspiraciones de los numerosos enemigos políticos de Rodrigo, el último rey visigodo, especialmente el partido de Witiza y sus sucesores (2).
En el siglo IX, gran parte de la Península Ibérica está en poder musulmán. Pero desde mediados de siglo, el emirato cordobés asiste a un período de debilidad e inestabilidad extremas. Las sublevaciones de muladíes y bereberes son constantes por todo el territorio, en el Ebro y la Rioja, en Toledo, en Mérida y Badajoz. Pero el movimiento más peligroso y de mayor calado fue el del muladí ´Umar Ibn Ḥafṣūn en Málaga, porque llegó a cuestionar el propio orden establecido en al-Andalus, llegando a controlar una amplia región cuyo centro fue el bastión de Bobastro, un lugar inexpugnable en la sierra malagueña del alto Guadalhorce, auténtico nido de águilas, según las crónicas árabes, cerca del desfiladero de los Gaitanes y del actual “Caminito del Rey”.
Desde mediados del siglo IX las fronteras de al-Andalus (nombre con el que se conoce a la España musulmana) estaban protegidas desde las ciudades de Mérida, Toledo y Zaragoza, y su defensa confiada a los muladíes. Las desigualdades entre viejos y nuevos musulmanes aumentaron con motivo de la política filoárabe a ultranza practicada por los emires omeyas, y el descontento muladí se transformó en las ciudades de frontera en movimientos de independencia alentados por las autoridades locales frente al poder central. Estas rebeliones alcanzaron el punto más grave en la misma Andalucía con la sublevación de ´Omar Ben Hafsūn.
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´Omar ben Hafsūn. |
´Omar ben Hafsūn era un noble muladí (descendientes de cristianos convertidos al Islam) que dirigió una guerra de guerrillas contra el emirato de Córdoba.
Nieto de cristiano, aunque musulmán de nacimiento, encabezó una rebelión a finales del siglo IX hasta su muerte en 917, que mantuvo en jaque a los distintos emires de Córdoba. El conflicto fue expresión del malestar social, donde los judíos son perseguidos, el fundamentalismo de Eulogio de Córdoba incitando al martirio de los mozárabes (cristianos en tierras musulmanas) y el desprecio de los árabes hacia los muladíes (a los que tratan como musulmanes de segunda), dan lugar a que los muladíes y algunos mozárabes se unan a Ben Hafsūn en su lucha contra los omeyas.
Los Mártires de Córdoba son como se conoce a un grupo de cristianos mozárabes condenados a muerte por su fe bajo los reinados de Abderramán II y Mohamed I en el Emirato de Córdoba.
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San Eulogio de Córdoba. |
Estos martirios se conocen gracias a una única fuente, la hagiografía de Eulogio de Córdoba, el cual registró la ejecución de cuarenta y ocho cristianos que desafiaron la ley islámica. En su mayoría hicieron declaraciones públicas de rechazo del islam y proclamación de su cristianismo.
Las ejecuciones están recogidas en una única fuente escrita por San Eulogio, que fue uno de los dos últimos ejecutados en morir. En Oviedo se conservó un manuscrito de su Documentum martyriale tres libros del Memoriale sanctorum y el Liber apologeticus martyrum, que son los únicos escritos conservados de este santo, cuyos restos fueron trasladados a la capital asturiana en 884.
Paradigma
obligado en estos tiempos de crisis identitaria en que el modelo multicultural
es cada vez más contestado por la simple realidad de las cosas, la
representación de un Al-Ándalus soñado en el cual habrían convivido
armoniosamente musulmanes, judíos y cristianos es una pura invención que sirve
para justificar hoy la islamización actual de España.
Está el mito y están los hechos históricos. La ocupación musulmana de España fue jalonada en toda su extensión de cargas y discriminaciones contra los no musulmanes, debido al estatus de dhimmis de los conquistados, de saqueos y persecuciones, de violencias sin número, de opresión continua contra los autóctonos cristianos.
La represión y las brutalidades cometidas contra los cristianos fueron constantes durante los casi 8 siglos de dominio islámico de la península. Un botón de muestra: en el año 796 tiene lugar una terrible represión contra la revuelta de los cristianos en Córdoba, 20. 000 familias toman el camino del exilio. En el año 815 Abdel Rahman II promulga en Córdoba un edicto que castiga con la muerte a los blasfemadores contra el islam y mete en prisión a todos los jefes de la comunidad cristiana de la ciudad. El año siguiente tiene lugar la depuración de la administración de sus elementos cristianos, así como la destrucción de todas las iglesias construidas después de la conquista árabe.
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San Perfecto decapitado el 18 de junio del año 850. |
Es muy conocido el proceso de la crisis martirial. El 18 de junio del año 850 fue decapitado Perfecto en Córdoba. En junio del 851 fue crucificado el monje Isaac. Semanas después también sufrieron el martirio un soldado franco de la guardia palatina, seis monjes del monasterio de Tábanos y otros religiosos. El 24 de noviembre fueron ejecutadas las vírgenes Flora y María. Y los martirios en número creciente se sucedieron en el curso del año 852. La alarma producida por tales martirios provocó la reunión de un concilio presidido por el metropolitano de Sevilla. Pero el 16 de septiembre se produjeron nuevas ejecuciones; días más tarde, el 22 del mismo mes, moría repentinamente 'Abd A-Rahman' y los mozárabes atribuyeron a castigo divino su deceso (Claudio Sánchez Albornoz, El Reino de Asturias. Orígenes de la Nación Española)
Árabes y bereberes, acérrimos enemigos, encontraron en el levantamiento de los españoles el motivo de su unión. Juntos volvieron a ejercer de matarifes, no ya con los soldados españoles en armas, sino con la población pacífica, en concreto en los centros cristianos más importantes… y acomodaticios: Elvira y Sevilla, que previendo la persecución, se habían manifestado sumisos al emir y habían pactado con los árabes maaditas y con los bereberes, acérrimos enemigos de los yemenitas.
Comenzó la guerra civil entre los invasores, y naturalmente las consecuencias recayeron sobre los españoles; ben Gálib, que había ofrecido sus servicios al emir con el objetivo de defender a los españoles, fue traicionado y asesinado para satisfacer a sus opositores yemeníes, lo que ocasionó un levantamiento en Sevilla, donde los sublevados, el 9 de Septiembre de 889, asaltaron el alcázar del gobernador de Sevilla y acometieron el palacio del príncipe Mohamed, donde fueron masacrados.
Durante el año 881, la situación en Elvira se hizo de todo punto insostenible, pues los cristianos y los muladíes, exhaustos por los abusos cometidos sobre ellos, imposibilitados ya para aguantar los desplantes y la prepotencia de las tribus beréberes, se habían sublevado contra el gobernador, que efectuaba una feroz represión sobre la población española, martirizando a cristianos y muladíes bajo la acusación de traición y rebelión, y se estaba produciendo una persecución como la que anteriormente se había producido en Córdoba. Los españoles tomaron el Albaicín, pero finalmente fueron puestos en fuga. La masacre no se llevó a efecto porque en esos momentos llegaba Omar, que frenó de manera violenta a los árabes, y dejó pacificada la ciudad bajo el mando de un subordinado de Mohamed I, Said ben Chudi, que si por una parte era amigo de Sauar, por otra era comedido en sus actuaciones. Finalmente, los iliberritanos darían muerte a su carnicero Sauar en una emboscada.
Jamás existió “la feliz convivencia de las tres culturas”, tal como repite el discurso políticamente correcto. El Islam se comportó con las otras dos culturas, la judía y la cristiana, con dos conductas que iba alternando: la presión y la represión.
Las mismas crónicas árabes recogen lo que decían del muladí ´Umar Ibn Ḥafṣūn, pues son los árabes quienes han dejado los principales testimonios de este héroe hispano, cuya mayor prueba de su delito descubrieron al desenterrar su cadáver, y comprobar que había sido inhumado conforme al rito cristiano. Su cadáver fue crucificado entre un perro y un cerdo en Córdoba y su hija sería mártir años después a manos de Abderramán.
Desde que el año 711 Táriq, con la colaboración de los hijos de Witiza y la falta de espíritu del pueblo español conquistase España, el pueblo hispano visigodo conoció saqueos y violaciones de todo derecho; tantas que ni aun las leyes impuestas por los invasores eran respetadas; se hacían y deshacían tratados con una alegría propia de gentes que no tenían la más mínima noción de derecho ni de justicia.
La fácil conquista de España, sin apenas lucha, a base de tratados más o menos ventajosos con las ciudades, dejó a los invasores sin la posibilidad de apropiarse de todos los bienes con la facilidad que ellos deseaban.
Esta situación provocó no pocas situaciones comprometidas por una y otra parte, de los invadidos con los invasores y de los invasores entre sí. Eso se complicaba por el hecho de que los invasores eran una multiplicidad de razas y de tribus inconexas, sin atisbo de cultura, cuya forma de vida casi exclusiva era el pillaje, con una doctrina religiosa que no condenaba el robo como lo condena el cristianismo y con una fe en la fuerza de las armas que los hacía temibles a los ojos de los pobladores de la península, acostumbrados de antiguo a las delicias de la civilización romana, occidental y cristiana.
Los saqueos, las persecuciones, las opresiones de todo tipo y color fueron conocidas por el pueblo español que por comodidad, por falta de fe, por complicidad con el enemigo o por anidar una falsa esperanza de sacudirse el yugo opresor del extranjero, guardó compostura en el momento de la invasión y no les hizo frente ni se encastilló en los montes del norte, como hicieron muchos naturales.
Quedaba, pensaban muchos incautos, la otra posibilidad de renegar del cristianismo y convertirse al islam importado por los invasores, pero también eso resultó falso. Doblemente falso, primero porque una doctrina que no cree en la libertad no puede ser buena, y segundo porque quedó demostrado que la solución en sí también era una trampa; mahometanos o cristianos, los españoles siguieron distinguiéndose de los invasores por múltiples aspectos: cultura, afabilidad, respeto, idiosincrasia, patriotismo...
Ciertamente muchos españoles cambiaron sus nombres hispanorromanos por nombres árabes, sus vestimentas hispanorromanas por vestimentas árabes, pero su mente, su pensamiento, no pudo cambiar al compás de las vestimentas y de los nombres.
Bien al contrario, los españoles de Al-Andalus, por las puras necesidades del invasor, debieron ocupar los lugares preponderantes en la cultura, ya latina, ya árabe; poetas, filósofos, escritores... españoles, con nombres árabes por necesidades de pura subsistencia y españoles de pensamiento, palabra y obra.
Pruebas dieron con las horribles matanzas de mártires cristianos habidas en Córdoba; pruebas que demostraron que el sentimiento nacional en los naturales de Al-Andalus no era menor que el de los compatriotas del norte; sentimiento que llevó al martirio no solo a quienes no habían renegado del cristianismo, sino aun a personas que habiendo abrazado el islam, a la hora de la verdad prefirieron renunciar a Mahoma y morir abrazando la cruz.
Constante fue la afluencia de mozárabes a tierras del norte; gentes que en su momento optaron por la convivencia con el invasor y que apostataron del cristianismo con el único fin de integrarse en la nueva sociedad impuesta, y gentes que acabaron huyendo al norte, en busca de la patria, el Dios, la convivencia y la libertad que en el sur se les negaba.
Los masivos asesinatos llevados a cabo en Toledo y en Córdoba, o la destrucción, hasta hacer desaparecer hasta sus cimientos la ciudad mártir de Elvira, son tres pruebas de la situación real a que se veían sometidos los españoles bajo el imperio del Islam.
En ese ambiente, viéndose diezmados por las persecuciones, surgieron varios caudillos hispánicos que durante los primeros siglos de dominación plantaron cara a los invasores; Tudmir, Ben Marwan y ´Omar Ben Hafsūn son tres muestras de heroísmo y sagacidad que gozaron de posibilidades reales; posibilidades que se vieron truncadas por diversas circunstancias; no fueron iguales las de Teodomiro que las de Ben Marwān u Omar Ben Hafsūn, como no fue el mismo momento histórico.
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Ben Marwān. |
Cuando Omar Ben Hafsūn se alzó, el hartazgo entre la población hispana y berberisca hacía tiempo que estaba colmado. Sólo hacía falta el héroe, porque mártires ya los había habido por millares.
Descendiente de un conde visigodo, la islamización de la familia de Omar Ben Hafsūn se remontaba a su abuelo. La infancia de Omar transcurrió en la sierra de Málaga, donde su padre era un terrateniente de cierta influencia a nivel local. Después de, al parecer, haber cometido un asesinato, se refugió con otros forajidos en las ruinas del castillo de Bobastro, enclavado en la sierra de Málaga; tras ser apresado por el gobernador de Málaga, se dirigió al Magreb.
El levantamiento de´Umar Ibn Hafsūn que duró del 880 al año 928, fue un claro ejemplo de la oposición por razones políticas y socio-económicas de los muwalladun contra las autoridades Omeyas. Los triunfos del rebelde ‘Umar Ibn Hafsūn ante los ejércitos Omeyas le otorgaron fama y prestigio, al punto que un cronista lo describe de la siguiente manera: Esta victoria trajo consigo un aumento en el prestigio y poder de´Umar Ibn Hafsūn. También le dio (nuevas) alas a sus ambiciones de destruir el gobierno musulmán. ´Umar Ibn Hafsūn (fue entonces capaz de) manifestar abiertamente sus pérfidas intenciones (3).
En este texto anterior se muestran los numerosos casos en que el rebelde ´Umar Ibn Hafsūn juraba obediencia al amir y se sometía a sus mandatos, pero violaba sus promesas tan pronto como se le presentara la primera oportunidad. Estas son sin duda las razones por las cuales los cronistas, en especial Ibn Hayyan, se refieren al caudillo de Bobastro con esas palabras, y lo caracterizan como el más sagaz y el más serio peligro para la dinastía Omeya (4).
En el Siglo IX, en Málaga, retaguardia del Islam en España, un caudillo hispano-visigodo se alza contra el Emirato de Córdoba cuando había transcurrido más de siglo y medio desde la invasión. Es Omar Ben Hafsūn. Su alzamiento está a punto de precipitar el final del Islam. Funda un reino cristiano inexpugnable en Bobastro. Tras su muerte, su tumba es profanada y su cadáver es desenterrado y crucificado en Córdoba entre un cerdo y un perro, según cuentan las crónicas árabes. Su hija, martirizada por el Califa Abderramán III, será canonizada por la Iglesia Católica como Santa Argéntea.
´Omar ben Hafsūn fue un espíritu rebelde que ha generado opiniones contrarias, pues su figura choca con la idea de un Al-Andalus mansamente mahometano. Muy lejos de la falsa pax islámica, Ben Hafsūn protagonizo uno de los capítulos más interesante en los albores del Al-Andalus, creando un reino embrionario, aunque no reconocido, que llegó a dominar gran parte de los territorios de las actuales provincias de Cádiz, Sevilla, Córdoba, Jaén, Granada, Almería, Murcia y especialmente, la de Málaga, donde tuvo su cuartel general en Bobastro.
Su esfuerzo acarreó una gran concentración de recursos árabes para contenerlo, lo cual facilitó a los reinos cristianos del norte la expansión hacia Duero.
He aquí su famoso discurso cargado de significado a sus seguidores:
“¡Desde hace demasiado tiempo habéis debido soportar el yugo del sultán, que os quita vuestros bienes y os cobra impuestos aplastantes, mientras que los árabes os llenan de humillaciones y os tratan como esclavos!”
Todo un manifiesto de insurrección manifiestamente patriótico frente al poder extranjero que abrasa de impuestos a los hispanos, sean cristianos o no.
Si Abderramán llegó en medio de la guerra, si su dominio lo impuso con la guerra, los levantamientos contra él le acompañarían durante 20 años; los alzamientos fueron constantes… y constantemente fueron ahogados en sangre, y en impiedad. Así, en la sublevación de Al-Ala, en Carmona, decapitó a 7.000 hombres. Y castigo similar recibió Toledo.
Era implacable: en Sevilla se rebeló Abu Sabbah por haber sido nombrado y posteriormente destituido valí de la ciudad. Lo mandó llamar a Córdoba en son de paz, y cuando lo tuvo presente lo mató. Y en 773, nuevas sublevaciones en Sevilla significaron nuevas matanzas.
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Crisis del Emirato de Córdoba a finales del siglo IX y principios del X. |
Intentonas para derribar a Abderramán se sucedieron, aportando nuevos contingentes de africanos que se refugiaban en distintos lugares para combatirlo. Sierra Elvira, la Alpujarra, la Serranía de Ronda, se llenaron de ellos, y las invasiones de los valíes de África le acosaban. Intentos de desembarco llevaron a poner en grave situación las costas de Tortosa, donde finalmente el valí de la misma logró vencer a los atacantes. Entre tanto, Toledo se encontraba sublevado y sitiado por las tropas de Abderramán.
¿Y con qué moral se mantenía el poder de Abderramán? Muestra de la moral que arrastraban los invasores nos la da Marsilio, general de las tropas del emir, quién, al huir su hijo de un combate, no dudó en atravesarlo con su propia lanza.
Y Abderramán no dudó en exterminar a los yemeníes, siendo que eran quienes le habían puesto en el trono… Y quienes siempre pagaban por uno u otro motivo eran los mozárabes, que o bien tomaban las armas por alguno de los partidos contendientes, o sin tomarlas eran masacrados por la ferocidad y codicia de los invasores. Tan es así que según consta en una crónica de la época, el emir Yusuf al-Fihri, el mismo que fue derrocado por Abderrahman, había mandado hacer un nuevo censo de la cristiandad tributaria, haciendo borrar de la misma a un número importante de españoles que habían sido asesinados o habían huido al norte, siendo que la confección del censo fue requerida por el resto de mozárabes, que veían cómo acrecentaban sobre sí las obligaciones que no podían ser cumplidas por sus hermanos ausentes.
¿El trato a los españoles? … en 758, a los habitantes de Castella, capital del cantón de Elvira (en Granada), se les impuso que pagasen anualmente 10.000 onzas de oro, diez mil libras de plata, 10.000 cabezas de los mejores caballos y otros tantos mulos, con más de 1.000 armaduras, mil cascos de hierro y otras tantas lanzas (dado en Córdoba a tres de Safar del año 142). Era un impuesto por ser español del que no se libraban los renegados, los muladíes, lo que acabó provocando levantamientos que indefectiblemente eran ahogados en sangre.
Pero la guinda de la tiranía se llevaba a efecto en la catedral de Córdoba, que obligatoriamente debía ser compartida con el culto musulmán, a pesar de existir en Córdoba 430 mezquitas. Pero en 784 cesó de existir esa obligación porque fue convertida en mezquita y los cristianos fueron expulsados.
No paró ahí la acción anticristiana y antiespañola de Abderramán, que recorrió todo el reino destruyendo centros de culto y persiguiendo a los cristianos, entre los cuales, quienes más libres de opresión se encontraban, huían al norte, donde aportaron, además de nuevas gentes y nuevo espíritu de reconquista, tesoros y reliquias religiosas; aquellas que podían transportar.
Dice Claudio Sánchez Albornoz que suele imaginarse una España musulmana habitada por árabes y moros que cambiaron la faz cultural y económica de la Península, y cuyo vencimiento y expulsión costó a los españoles una caída vertical a simas profundas de incultura y de pobreza. Pero el caso es que la aportación sanguínea oriental o africana fue mínima y no alteró las facies étnica de España. Los miles de hombres que vinieron desde oriente o desde África se disolvieron pronto entre los millones de habitantes de la península. Los más de los califas fueron rubios y de tez clara, como sus madres, la mayoría esclavas españolas. Además, entre los primeros aportes llegados con las primeras oleadas de la invasión, es presumible que se encontrasen personas procedentes de la Hispania Tingitana, invadida con anterioridad al 711.
Del análisis de los invasores podemos deducir que eran muy prolíficos, destacando entre todos ellos Abderramán II, que tuvo 87 hijos; el segundo en esta escala fue Muhammad, que tuvo 54 hijos; el tercero Al Hakam I, que tuvo 40 hijos, y el cuarto Abd Allāh, que tuvo 24 hijos; Abderramán I, veinte.
Por lo que respecta a la forma de administración árabe, cada Cora tenía atribuido un territorio con una capital, en la que residía un walí o gobernador, que habitaba en la parte fortificada de la ciudad, o alcazaba. En cada Cora había también un cadí o juez.
Las Coras o provincias, a su vez, estaban divididas en demarcaciones menores,
llamadas iqlim, eran
unidades con un pueblo o castillo como cabecera de carácter económico-administrativo, cada una de ellas.
En los primeros tiempos de la colonización musulmana, dentro de cada Cora se establecieron los poblados en torno a castillos, denominados hisn (husûn, en plural), que actuaban como centros organizativos y defensores de un cierto ámbito territorial, denominado Yûz (Ayzâ, en plural). Esta estructura administrativa se mantiene invariable hasta el siglo X, en que los distritos se modifican, aumentando mucho su tamaño, denominándose aqâlîm (iqlim, en singular).
El nombre de Fuente de la Figuera dado por los cristianos en el siglo XIII, es casi con toda seguridad una traducción directa del nombre árabe, tal vez Figueruela.
Posiblemente en el siglo XI y seguramente a causa de la inestabilidad política que se produce con la caída del califato se abandonó, dado que esta parte de nuestro territorio estuvo en el ámbito de las continuas rebeliones y revueltas de Umar Ibn Hafsūn también conocido por su origen muladí por Omar Ibn Hafsūn.
El levantamiento se extendió entre la población en la provincia de Rayya (Málaga), generando la posibilidad de una revuelta general. La situación era aún más delicada debido a los odios, descontento y desconfianzas mutuos entre árabes, muwalladun y cristianos. Los temores aumentaron en gran medida y exacerbaron los otros problemas causados por las diferencias étnicas y religiosas. Cada grupo defendía sus doctrinas, intereses y religión de forma aún más radical (5).
Como lo afirma el cronista Ibn Hayyan, las luchas eran tan intensas que se asemejaban a aquellas del tiempo de la Jahiliyya, cuando hubo constantes guerras internas y gran derramamiento de sangre. La violencia alcanzó entonces dimensiones extremas en las kuwar meridionales de al-Andalus durante esos años (6).
Las cosas se complicaron aún más cuando, tal como explica el cronista Ibn Hayyan, algunos sectores pacíficos de la población se aliaron con los muwalladun. Desgraciadamente este cronista no provee ningún detalle sobre estos sectores de la población, lo que hace difícil conocer su origen étnico y social. A estos dos grupos ya aliados se sumaron los cristianos, de modo que todos se volvieron contra los árabes siguiendo las órdenes del caudillo muwallad ‘Umar Ibn Hafsūn (7).
Estos acontecimientos reflejan la enorme magnitud de las tensiones sociales y étnicas en al-Andalus. Los habitantes de otras áreas rehusaron sumarse a la insubordinación de los muladíes y permanecieron leales al gobierno central (8).
´Umar Ibn Ḥafṣūn, era muladí (nombre que recibían los descendientes de los cristianos convertidos al islam, convertidos más por interés que por convicción). El origen de la familia de ´Umar se remonta a un comes (conde, gobernante) de época visigoda, asentado en la zona de la Serranía de Ronda. Posteriormente un bisabuelo se islamizó, lo cual transmitirá a sus descendientes. ‘Umar Ibn Hafsūn nace en alrededor del año 850, y muere en Bobastro a los 67 años en 917.
Es un personaje muy complejo de analizar por los investigadores debido a las diferentes visiones y fuentes contrapuestas. Los cronistas árabes próximos al poder cordobés ofrecen una visión negativa del personaje, considerado como un rebelde, incluso un bandido. Los historiadores decimonónicos cambian radicalmente esta visión, para ellos será un héroe hispano, un símbolo de los valores nacionales y religiosos frente al islam, esta imagen permaneció hasta gran parte del siglo XX. También ha sido considerado como un ejemplo de la crisis que sufren los herederos del protofeudalismo visigodo frente a la instauración del Estado islámico. Investigadores recientes dan un nuevo enfoque, estableciendo una dimensión política que va más allá de la revuelta social y religiosa, otorgando a la fitna (guerra civil) hafsuní, además, un proyecto político alternativo al poder cordobés al que aspiraba a sustituir.
El siglo IX en la Península fue muy complejo. Frente al inicio de la Reconquista en Asturias, la creación de los incipientes reinos de León y Pamplona y la presión de los francos en el valle del Ebro, en las regiones conquistadas por los invasores islámicos dependientes del Califato Omeya de Damasco hay que sumarle una serie de pugnas entre diferentes esferas de poder.
De entrada Al Ándalus era, en ese momento, un Estado cristiano dominado por una élite islámica minoritaria compuesta por árabes y bereberes que a través del impuesto de la jizia oprimía a los cristianos y judíos del Estado. En este contexto existían conflictos palaciegos entre miembros de la corte bereber y los árabes.
Tanto unos como otros representaban el poder nuevo, que estaba configurando un modelo urbano que atraía a las ciudades a amplias capas de población rural, lo que hacía daño a los intereses de la nobleza rural de origen hispano godo e hispanorromano que unos años atrás se habían convertido al Islam para mantener sus posesiones y privilegios. En el tercer cuarto del siglo IX las condiciones políticas se trastornaron a causa de la fitna que afectó al emirato de Córdoba.
Considero que las alquerías o
pequeños núcleos de población que se habían creado tras la invasión árabe en el
término de lo que hoy es la villa de Lahiguera, fueron castigadas en este
periodo de tiempo, dado que hasta esta parte del mapa llegó el intento de
rebelión de Umar Ibn Hafsūn a finales del siglo IX.
´Umar Ibn Ḥafṣūn (عمر بن حَفْصُون), fue el más importante de los rebeldes andalusíes sublevados contra el emirato de Córdoba. Se enfrentó a los cuatro últimos emires cordobeses, trayendo en jaque al emirato omeya durante 40 años, entre 878 y 917, finalmente fue derrotado por el último emir ‘Abd al-Raḥmān III, el que llegaría a ser poderoso califa.
Dada la fecundidad de sus tierras y la abundancia de aguas fluviales estas tierras de nuestro término volvieron a ser ocupadas con alquerías por los árabes entre los siglos XII y XIII, llegando a abandonarse definitivamente como núcleo poblacional tras la conquista o entrega de Andújar por Al-Bayyasi (El Baezano) a Fernando III junto con las aldeas de Figueruela y Villanueva en 1225.
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Rebelión de Omar Ibn Hafsūn con sus dominios territoriales directos y los dominios de sus aliados más cercanos. |
Por esta razón nos centraremos en este caso en este personaje más adelante y en las rebeliones y revueltas internas, que se prolongaron a través de las fitnas o guerra civil árabe en España en este tiempo. Dar una visión de las continuas revueltas y explicar cuál era la situación política de las tierras de nuestro término municipal en estos siglos es el motivo de este artículo que veremos a continuación.
Se habla mucho de los hispanorromanos Banu Qassim (Familia de Casio, nombres hispanorromanos del orden senatorial) de las regiones del Valle del Ebro pero poco de los Banu Hafsūn, una rica y poderosa familia noble de origen hispanogodo que tenía sus tierras en las regiones de Málaga cerca de la zona de Parauta, Ronda, Antequera y el este de Cádiz.
Omar Ibn Hafsūn nació en torno al 850 en Parauta (Málaga) y siendo joven mató a un pastor bereber que robaba ganado a su abuelo, el noble Yafar Ibn Hafsūn razón por la cual escapó y huyo por los montes uniéndose a una partida de ladrones y salteadores de caminos hasta que fue capturado y azotado en Málaga.
Tras este episodio decidió esconderse en el norte de África temiendo que su asesinato fuera descubierto. En 878 se produjo la rebelión en el sur de Al Ándalus, en las tierras de su familia y decidió volver en el 880 para formar parte de la rebelión.
Junto con otros muladíes (cristianos conversos), mozárabes (cristianos de Al Ándalus) y mesnadas de bereberes, que eran considerados ciudadanos de segunda, en relación al orientalizante poder que los omeyas comenzaron a ejercer con Abderrahman II y Mohamed I, las luchas palaciegas y el creciente protofeudalismo (no olvidado por los nobles preislámicos) creó el caldo de cultivo para la campaña que lideraría Hafsūn y que hizo tambalearse al emirato de Córdoba.
En 883 será perdonado por Mohamed I e integrado en su guardia personal, pero tanto él como sus tropas eran menospreciadas y maltratadas por los propios gobernantes árabes, que no permitían que los muladíes tuvieran acceso a las prebendas de los emires al nivel de árabes, y maulas en lo que era una sociedad de castas donde los muladíes eran considerados como el último escalón antes de los infieles.
La segunda rebelión de Ibn Hafsūn sería la más peligrosa ya que si en la primera se destacó como líder de una revuelta campesina y caótica, en esta era un reconocido caudillo militar, con carisma y con el apoyo de sus tropas y población, de ahí que con sus tropas conquistara una gran parte del sur de Andalucía y creara un centro de poder paralelo concentrado en Bobastro.
Ese centro de poder hizo que la revuelta fuera más fuerte aún y que las tropas andalusíes pudiesen recuperar Iznájar, Archidona y Priego, sitiando Bobastro. Hafsūn firmó una rendición a cambio de la amnistía, la cual el emir aceptó, por lo que el rebelde andalusí se retiró. Pero en el camino de vuelta Hafsūn volvió a atacar a los musulmanes en el momento en que Al Mundir, que lideraba las tropas, fallecía y era sucedido por su hermano ‘Abd Allāh quien heredó un reino en caos.
Ibn Hayyan escribe que el emir ‘Abd Allāh derramó la sangre de su propia familia. Siguiendo a Ibn Hazm, Ibn Hayyan dice que el emir ‘Abd Allāh mató a su hermano Al-Mundhir durante el sitio de Bobastro. Para esto lo planeó cuidadosamente, sobornó al hajam de Al-Mundhir y envenenó el bisturí médico justo antes de la cirugía a la que el emir Al-Mundhir estaba a punto de enfrentarse. Según este relato el emir Al-Mundhir murió a causa de un veneno.
También existen pruebas de que varios parientes, hermanos e hijos también fueron muertos. Su excusa para estas acciones fue sofocar cualquier posible discordia y eliminar todo peligro de un golpe de estado contra su gobierno. Sus decisiones políticas inmediatas y más importantes fueron tomadas para mantener el poder una vez que lo asumió. En todo caso ‘Abd Allāh tomó el liderazgo del ejército que sitiaba a Bobastro, así como el control de toda la situación, el mismo día que murió su hermano, el emir Al-Mundhir.
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Vista panorámica de la Córdoba Califal. |
Prácticamente todo el sur, sudoeste y sudeste de Iberia estaba en rebelión, junto con algunas otras áreas en el norte y en el oeste de los territorios musulmanes de la península. Cuanto más numerosas las rebeliones, más débil se veía el gobierno y los sublevados se hacían más fuertes; esto le dio la oportunidad a los opositores de la dinastía de controlar áreas más extensas.
Todo el proceso actuaba como un incentivo, al igual que en el pasado, para que más gente se revelara, ya que las tropas reales eran incapaces de controlar tal cantidad de movimientos diferentes al mismo tiempo, y a la vez mantener las fronteras seguras contra cualquier posible ataque enemigo. Una característica de este período fue la alianza de los rebeldes entre sí con lazos más fuertes. Como resultado de estas alianzas, los rebeldes fueron capaces de desafiar con mayor frecuencia la autoridad central y de controlar áreas más extensas; saquear la campiña; obligar a algunos aldeanos a apoyar a los ejércitos rebeldes o convencer a otros de ayudar voluntariamente a los rebeldes y oponerse al gobierno central, como lo habían hecho antes; bloquear el flujo de productos agrícolas y animales del campo a las ciudades y, además, dejar de pagar los impuestos y todas las diversas contribuciones especiales a Córdoba.
Los rebeldes privaban al gobierno de los impuestos, la principal fuente de ingreso de la tesorería real. Muchos de ellos se daban cuenta de que estos lazos tan cercanos con otros rebeldes podían significar una manera de sobrevivir con mayor fuerza; esto no significaba que todos los rebeldes estuvieran siempre aliados entre sí y que ayudaran a los demás. Era habitual que entre ellos hubiera rivalidades, al igual que había sucedido en épocas anteriores. También había disputas sobre los dominios, privilegios, prestigio y riqueza, por consiguiente, las alianzas se quebrantaban con frecuencia. Como respuesta a todos estos problemas políticos, el emir ‘Abd Allāh organizaba campañas constantemente; la mayoría de las veces sus ejércitos triunfaban, pero en algunas ocasiones no. Incluso si tenían éxito en una confrontación, el dominio de los territorios insurrectos era temporal, pues cuando las fuerzas omeyas dejaban la región para someter a los rebeldes en otras regiones, el pueblo de estas zonas se sublevaba de nuevo contra el emir en la primera ocasión que se le presentara.
El emir ‘Abd Allāh estaba muy preocupado por la recaudación de impuestos, que había disminuido considerablemente durante su reinado debido a las abundantes rebeliones, entre muchas otras razones. Su gobierno no tenía suficiente dinero para cubrir los numerosos gastos; la tesorería de ‘Abd Allāh estaba vacía. Este es el motivo por el cual intentó reprimir todas las insurrecciones, según las fuentes árabes (siendo las más importantes el Akhbār Majmū’ ah y el alMuqtabis de Ibn Hayyānv).
Sin embargo, en el año 891, Ab dallāh junto con los Banu Qassim lograron derrotar a Hafsūn en Poley o Aguilar de la Frontera, lo que provocó el declive de la revuelta al no poder volver a recuperar las tierras perdidas, no obstante esa situación fue el acicate para que el “protoreino de Bobastro” viviera su máximo esplendor.
Su conversión y la de su familia al Cristianismo católico, cambiando su nombre a Samuel y “visigotizando” sus territorios le otorgaron el renombre de Don Samuel de Bobastro, “el Don Pelayo del sur”. Hafsūn, en ese momento, consolidó su poder como señor de la guerra firmando acuerdos con otros rebeldes y rivalizando con Córdoba. Esto le valió ser considerado un rebelde peligroso e incómodo para la historiografía oficial omeya, pero su conversión y la de su familia al Cristianismo católico, credo de sus abuelos, cambiando su nombre a Samuel y “visigotizando” sus territorios le otorgaron el renombre de Don Samuel de Bobastro, el “Don Pelayo” del sur.
Nombró un obispo, mandó un emisario a Alfonso III de Asturias con su genealogía visigoda y pidió el reconocimiento de su protoestado como un Estado cristiano heredero de la presencia visigoda en el sur de España. Al mismo tiempo sus misiones diplomáticas cubrían a los chiitas del norte de África y a los demás rebeldes musulmanes de España como los de Badajoz o Zaragoza.
Sin embargo en el año 912 subió al poder el fanático Abderrahman III, enterado de la apostasía de Samuel y sus hijos y entendiendo el peligro de una unión de Cristianos del norte y del sur de España, junto con los fatimíes y demás grupos chiitas enfrentados a los omeyas de Córdoba.
Samuel murió en 918 dejando a sus hijos los territorios mantenidos. Su heredero, Suleyman mantuvo la revuelta hasta que fue suprimida por los omeyas de Córdoba en 928. En 929 Bobastro fue tomada y Abderrahman III, personalmente, hizo abrir la tumba de Samuel Hafsūn.
Al descubrir que estaba enterrado de espaldas en una tumba cristiana se ordenó exhumar el cuerpo y que fuese crucificado junto con el de sus hijos Yafar y Suleyman (también convertidos al cristianismo y asesinados por las tropas de Abderrahman III) en la puerta Babassuda de Córdoba para avisar a los musulmanes de que las consecuencias de abandonar el Islam es la muerte.
Ese mismo año Abderrahman III disolvió el emirato independiente de Córdoba y lo transforma en un Califato Independiente.
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Principales enclaves vinculados a la rebelión de Omar Ibn Hafsún. |
Normalmente se habla de fitna de al-Ándalus para referirse a las guerras que llevaron a la caída de la dinastía omeya y al primer período de taifas, pero esa solo fue la tercera fitna andalusí y la que desarrollamos aquí hoy es la segunda fitna en la que casi cae la dinastía omeya y casi se forman varios reinos regionales, un siglo y medio antes de la caída del Califato de Córdoba. Esta fitna del Emirato de Córdoba se desarrolló desde la década del 870 hasta el 929 con la declaración del Califato y la al-Ándalus omeya se sumió en un período turbulento, de violencia y sin ley, y un proceso de descomposición de la autoridad central bajo el emir Muhammad y sus hijos al-Mundir y Abd Allāh. La novedad era que las recurrentes rebeliones de las marcas fronterizas andalusíes se extendieron incluso en las provincias interiores más próximas a la capital omeya y los emires ya no tenían la capacidad para desarticular las revueltas.
Samuel: El Cristiano que Puso de Rodillas al Emirato de Córdoba
https://www.youtube.com/watch?v=wyZttxITuk0
Esto era muy grave porque en época emiral los omeyas de Córdoba extraían la amplia mayoría de sus tributos de las provincias del sur peninsular donde se asentaron los yunds árabes sirios a mediados del siglo VIII. En la década del 890, en el punto más crítico de la fitna, la autoridad omeya se limitaba a Córdoba y su campiña e incluso las ciudades y provincias teóricamente leales, que en la práctica se mantuvieron autónomas porque se cortaron las comunicaciones, y no tenían capacidad de pagar el debido tributo al gobierno central si no pasaba por su provincia un ejército omeya.
Hay que aclarar que los líderes categorizados en las crónicas como rebeldes podían ser tanto rebeldes, que levantaban sus armas contra los omeyas, como gente que de forma pasiva dejaba de acatar la autoridad omeya, y básicamente venían a decir que ellos pasaban de seguir enviando tributos a Córdoba, pero al final no había tantos rebeldes que realmente hicieran la guerra contra los omeyas y sus leales.

Recordemos que en el año 711, grupos provenientes de Oriente y del Norte de África (árabes, sirios y bereberes), de religión musulmana, al mando de Tarik, derrotaron al rey visigodo Don Rodrigo en la batalla de Guadalete. Empezó así la dominación árabe de la Península Ibérica que se prolongaría durante ocho siglos, hasta 1492, momento en que el último rey nazarí rindió Granada a los Reyes Católicos.
La conquista fue rápida; en menos de ocho años conquistaron toda Hispania a excepción de una pequeña franja en el Norte de la Península, donde los núcleos de resistencia dieron lugar a los reinos cristianos peninsulares, que fueron recortando progresivamente el espacio musulmán.
España se islamizó, su nombre fue Al-Andalus, y adoptó en gran parte las costumbres, la cultura y la lengua del invasor y esa influencia jugó un importante papel en su evolución histórica.
A partir de la derrota de
Guadalete, Tarik, y Muza, gobernador de Ifrīqiyyah, recorrieron la Península y
conquistaron sin esfuerzo las grandes ciudades: Écija, Jaén, Sevilla, Mérida y
Toledo (713), Zaragoza (714) y la zona de Cataluña (716-719). La conquista no
ofreció grandes hechos bélicos: las ciudades hispano-godas ofrecieron poca
resistencia, firmando pactos y capitulaciones, y así la España conquistada,
bajo el nombre de Al-Andalus, pasó a ser provincia del Imperio musulmán.
Al-Andalus se hallaba sometida al califa de Damasco, aunque sus gobernadores dependían de Ifrīqiyyah (Túnez). La capital estuvo en un primer momento en Sevilla pero pronto se trasladó a Córdoba. Durante este periodo fueron frecuentes las luchas entre los propios musulmanes, de diferentes etnias.
En el año 756 el príncipe omeya Abd Al-Rahman, único superviviente de la masacre de toda su familia por parte de los Abbasíes de Damasco, llegó a Al-Andalus, derrotó al emir Yusuf, representante del poder de Damasco, y se hizo proclamar emir con el nombre de Abd al-Rahman I. En el año 773 rompió sus relaciones con los Abbasíes y se proclamó emir independiente.
A pesar de sus intentos de unificación, éstos fracasaron y tanto él como sus descendientes tuvieron que luchar no sólo contra los cristianos de Norte sino también en su propio territorio, contra mozárabes y muladíes, como en el caso de la rebelión de Omar Ibn Hafsūn en la Serranía de Ronda, a finales del siglo IX, que fue duramente reprimida por Al-Hakam I.
Omar ben Hafsún, el héroe que se enfrentó al poder musulmán desde Bobastro.
Estas luchas internas parecían debilitar el poder musulmán en Al-Andalus cuando llegó al poder Abd al-Rahman III (912-961). Abd. Al-Rahman III consiguió devolver la unidad al reino. Terminó con las revueltas internas y consiguió importantes triunfos frente a los cristianos del Norte. Bajo su gobierno, la España musulmana alcanzó su máximo esplendor. En el 929 rompió sus lazos religiosos con Oriente y se proclamó califa 'Amir al-muminin' (jefe de los creyentes). Instaló su gobierno en su nueva ciudad, Medina-Azahara, palacio de gran belleza por sus lujosas estancias, sus jardines y sus fuentes.
En cualquier caso, este estado político de al-Ándalus permitió por un lado que familias poderosas y bien arraigadas pudieran convertirse prácticamente en reyezuelos y por otro que se expandiera sin contestación el Reino de Asturias por la cuenca del Duero. Es interesante como el derrumbamiento de una autoridad central para dar paso a poderes más regionales y locales estaba ocurriendo al mismo tiempo en los grandes imperios del momento, el Califato abasí y el Imperio carolingio, pero mientras los omeyas pudieron reponerse los califas abasíes desde la segunda mitad del siglo IX quedaron como figuras político-religiosas simbólicas sin poder político real. Pero la pregunta clave es por qué ocurrió la fitna del Emirato de Córdoba, por qué ocurrió en el momento en que lo hizo y cuáles fueron las motivaciones de los que iniciaron o participaron en las revueltas.
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Abd al-Rahman III a caballo. |
Empecemos por las explicaciones que creo que no son buenas. Primero la típica de atribuir la culpa principal al emir de turno, en este caso serían los emires Muhammad, al-Mundir y Abd Allāh, esto viene a partir de las ideas de la teoría del gran hombre que atribuye mucho mérito o influencia a los gobernantes, ya sea para bien o para mal. Lo cierto es que el emir Muhammad gobernó siguiendo la línea trazada ya por los emires al-Hakam y Abd al-Rahman II y al-Mundir y Abd Allāh simplemente hicieron lo que pudieron en unas circunstancias difíciles. También algunos ponen el énfasis en buscar la causa de la crisis del Emirato de Córdoba en motivos étnicos e identitarios, como violencia entre árabes, bereberes e hispano-godos, y cristianos mozárabes, musulmanes viejos y musulmanes nuevos de origen nativo, los muladíes.
Es cierto que los omeyas de Córdoba no aprendieron la lección de la Revolución abasí, los árabes y aquellos que formaban parte del cerrado club de familias con lazos de clientela con los omeyas, monopolizaban los puestos de poder, y claro los colectivos marginados querían combatir el supremacismo árabe y la arrogancia y abusos de los árabes y clientes omeyas (el supremacismo es la ideología que defiende la preeminencia de un sector social sobre el resto, generalmente por razones de raza, sexo, origen o nacionalidad). Pero esta interpretación tiene el gran problema de que vemos gente diversa en un mismo bando, es más correcto plantear la fitna en cada una de las regiones como peleas entre bloques de alianzas de componentes heterogéneos a nivel étnico, religioso o de objetivos, por ejemplo un clan bereber se podía aliar con árabes y muladíes solo porque otro clan bereber del que eran enemigos acérrimos estaba en el bando contrario. Detrás de cualquier guerra civil hay mucha complejidad, alianzas extrañas y participantes con objetivos muy distintos.
Omar Ben Hafsūn, el rebelde de Bobastro.
https://www.youtube.com/watch?v=dUHzcy7e3aI
Una interpretación de la fitna del final del Emirato de Córdoba con algunos matices, es la que la ve como una solución violenta de la transición de un mosaico andalusí heterogéneo, compuesto de elementos tribales árabes y bereberes y elementos feudales hispano-godos, para dar paso al modelo de sociedad islámica homogénea, estatal y tributaria que representa el Califato de Córdoba. El matiz sería que hablar de tribus no es correcto para este período, por lo menos en el caso de los árabes, ni tampoco es adecuado usar la etiqueta feudal en la Alta Edad Media. Pero lo que me gusta de esta interpretación es que viene a decir que las profundas transformaciones de la sociedad andalusí del siglo IX de una sociedad heterogénea a una sociedad más homogénea mayoritariamente islámica y culturalmente árabe generaron resistencias y agitación, por eso cuando la islamización y arabización habían calado más, hubo más agitación que en época de Abd al-Rahman II por ejemplo.
Más que intentar dar una explicación global a la fitna del Emirato de Córdoba es quizás más útil prestar atención a las múltiples causas que se solaparon y motivaron a los líderes y participantes de las revueltas. Puede haber más, pero se identifican unas ocho causas de disidencia:
1ª La presión fiscal elevada por los emires al-Hakam y Abd al-Rahman II.
2ª Los deseos de autonomía política y simples luchas de poder de nombres y no de ideologías.
3ª Las resistencias a acatar una autoridad omeya por las que muchos no veían ningún beneficio claro.
4ª Las ambiciones territoriales y rivalidades entre clanes o entre ciudades.
5ª Las luchas entre las zonas rurales y las ciudades que acaparaban y extraían tributo del campo.
6ª Los deseos de una distribución de tierras más justa porque los árabes se hicieron por conquista o matrimonios con las mejores haciendas godas.
7ª El deseo de muladíes y bereberes a formar parte integral a la sociedad islámica sin sufrir discriminaciones por su origen étnico.
8ª El descontento de cristianos militantes por la islamización.
Mapa de la distribución de la Península Ibérica en el año 900.
Al final, si la fitna del Emirato de Córdoba fue tan grave es porque las revueltas retroalimentaban nuevas revueltas, armadas o no, al verse el gobierno central incapaz de enviar tropas para sofocar las rebeliones y mantener las fronteras seguras. Sin los impuestos y tributos necesarios para mantener una burocracia y un ejército funcionales, se hacía más difícil para los omeyas reponerse, y no es ninguna sorpresa que la reimposición de la autoridad omeya o el paso de un ejército omeya de manera temporal sobre un territorio viniera siempre acompañada de la recaudación de más impuestos y tributos especiales o multas según la actitud de los territorios, porque los impuestos eran un problema de primer orden en toda la crisis del Emirato de Córdoba.
La falta de un programa o liderazgo común y que los rebeldes actuaran de manera coordinada solo de manera coyuntural, los enfrentamientos entre los rebeldes y la supervivencia de los clientes omeyas, permitió que finalmente estas rebeliones pudieran suprimirse una a una por Abd al-Rahman III.
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Coras de Andalucía , por Daniel Almensilla. |
Hacia finales del siglo VIII o principios del IX, los disturbios suscitados por el espíritu independiente de la aristocracia tribal árabe se habían calmado. Su última manifestación conocida había sido la guerra tribal que había sacudido la región de Tudmīr en los años 20 del siglo IX y había impulsado al poder central a fundar la ciudad de Murcia en el 831. En la primera mitad del siglo IX ya no se oía hablar de los elementos bereberes, entre los que se había desarrollado el movimiento fatimí de Shayka durante el emirato de Abd al-Rahman I, o que se habían dejado arrastrar en las revueltas yemeníes de la misma época.
ABDERRAMÁN I: El primer emir de Córdoba
https://www.youtube.com/watch?v=WfZcg3feGJg
Las disidencias de las poblaciones muladíes urbanas (en Toledo y Mérida) o las de los jefes del mismo origen, habían, de alguna forma, tomado el relevo, en Toledo, en Mérida, y en la Marca Superior donde siempre había sido necesario mandar ejércitos para restaurar la autoridad del poder central. Pero hasta el año 870, estos movimientos dispersos de agitación, aunque localmente peligrosos, habían sido contenidos en su conjunto. No parecen haber supuesto un peligro para el régimen omeya. La islamización de la sociedad había ido paralela al afianzamiento político de la autoridad central. Toledo, separada del reino cristiano asturleonés solamente por grandes espacios poco poblados, y con frecuencia aliada de los soberanos cristianos contra el poder cordobés, estaba, en cuanto a su civilización, perfectamente integrada en Dar al-Islam y no parece haber pensado en ningún momento dar marcha atrás. Progresivamente, la autoridad del poder central se había consolidado y perfeccionado.
Por muy rápida que hubiera sido, la degradación de la situación político-administrativa no fue resultado de una revolución (como la caída del califato), sino de un proceso de desorganización que se extendió a lo largo de algunos años. Hasta entonces las revueltas fueron aisladas y contenidas sin demasiados problemas, pero las revueltas locales parecen ser más amenazantes en el decenio del 870 al 880 y se generalizan después de esta fecha. La rebelión en Toledo era endémica pero no era novedad. El muladí Ibn al-Ŷilliqi se sublevó en el año 868 en Mérida y después del 875 dirigió una rebelión más grave desde Badajoz. Pero según el Muqtabis, la fitna habría empezado realmente con un conflicto entre árabes mudaríes y yemeníes que se produjo en el 265/878-879 en al Andalus meridional, en las curas de Algeciras, Sidonia y Málaga.
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Interior de la gran Mezquita de Córdoba. |
A partir del 880, la anarquía se agravó por todos lados y, después del 885, el poder cordobés fue incapaz de hacer otra cosa que no fuera enfrentarse a lo más urgente, luchando contra la disidencia generalizada de las regiones que rodeaban los territorios, que dependían inmediatamente de la capital. Ningún ejército cordobés se aventuró más allá de estos límites.
La actividad militar del poder central cordobés cambió completamente de naturaleza a lo largo de estos años. Las últimas expediciones importantes desarrolladas lejos de Córdoba tuvieron lugar en el período entre 882-884. Los ejércitos dirigidos por el príncipe heredero al Mundhir y el influyente general Hāshim b. Abd al-Azīz se esforzaron todavía por imponer la autoridad de Córdoba en Zaragoza, gobernada por los Banu Qasi, y hasta se aventuraron en el territorio cristiano, en los confines orientales del reino astur-leonés. Parece que lograron reponer a un gobernador omeya en la capital del Ebro: el poder omeya habría comprado Zaragoza a Muhammad b. Lubb b. Qasi en el 884 por la suma (que parece modesta) de 15.000 dinares y así habría podido instalar en la ciudad al gobernador omeya Ahmad b. al-Barra al-Quraysh.
BOBASTRO - Omar Ben Hafsún
No se puede hablar de la fitna del Emirato de Córdoba sin hablar de Umar ibn Hafsūn, el rebelde más notorio y el más peligroso enemigo para los omeyas. Umar ibn Hafsūn fue un muladí, un personaje de origen nativo convertido al islam, y como cualquier otro personaje capaz de encabezar revueltas, ya que partía de una familia de cierta relevancia socioeconómica en las coras de Takurunna y Rayya, es decir, de la sierra de Ronda y la provincia de Málaga. Algunas fuentes presentan una genealogía hafsuní con ancestros musulmanes y cristianos, pero esta genealogía contiene elementos de ficción para ennoblecer su linaje y asociarlo tanto a cristianos como a musulmanes para conseguir apoyos de cualquier religión.
Por sus éxitos y por las expectativas mesiánicas y profecías, que auguraban el fin de la supremacía árabe sobre la península ibérica, Umar ambicionó derrocar a los omeyas y hacerse amo y señor de al-Ándalus a medida que avanzó su carrera. Las crónicas árabes, siempre afines a los omeyas, dicen que Umar ibn Hafsūn se proclamaba señor supremo de sus gentes, una referencia coránica a los faraones que se creían divinos y ofendían así a Dios. Umar no fue un hombre de fuertes convicciones, no tenía ningún programa político de antemano y eso se nota en sus idas y venidas y las interpretaciones y noticias contradictorias que tenemos en torno a este personaje, como sus supuestas conversiones y reconversiones entre la fe islámica y católica.
Era ante todo un oportunista que solo le importaba amasar tanto poder como pudiese y expulsar a los omeyas de al-Ándalus para sustituirlos con su propia dinastía, y no dudó en faltar a la palabra dada a sus aliados o a los omeyas si creía que le convenía. Llamó a la puerta de básicamente todos los rebeldes interiores y enemigos exteriores de los omeyas para mantener viva su rebelión. Ibn Hayyan, un cronista del período de taifas que añoraba a los omeyas, caracterizó a Umar ibn Hafsūn como un déspota cruel que atacaba a gente inocente de las aldeas y robaba sus propiedades si no se unían a su causa. Esto no es ninguna mentira, lo que no te dice Ibn Hayyan es que los omeyas también actuaban de una manera similar.
¿Qué clase de seguidores se unieron a la rebelión hafsuní y qué motivaciones e interpretaciones se han dado de la revuelta? Pues entre los combatientes de Umar ibn Hafsūn se contaban bandidos y criminales, campesinos y algunas gentes de las ciudades que controló, muladíes y mozárabes y algunos bereberes hartos de los elevados impuestos y la discriminación del aparato estatal omeya y de los árabes, y también soldados mercenarios principalmente bereberes andalusíes o del actual Marruecos. Había pues gente que servía por convicción a la causa hafsuní antiomeya y antiárabe, oportunistas que lo hacían porque el rebelde llegó hasta su pueblo y veían la posibilidad de ganar riquezas y estatus, mercenarios que se vendían al mejor postor y lo abandonarían a la cualquier situación en que se presentaran problemas, y gente que por coerción también se unía al caudillo muladí.
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Umar Ibn Hafsūn |
A Ibn Hafsūn se le atribuye la siguiente frase para justificar ideológicamente su revuelta: “desde hace demasiado tiempo habéis tenido que soportar el yugo de este sultán que os toma vuestros bienes y os impone cargas insoportables, mientras los árabes os llenan de humillaciones y os tratan como esclavos. ¡Yo no quiero más que haceros justicia y sacaros de vuestra esclavitud!” Umar Ibn Hafsūn no era ningún Robín Hood, seguramente no imponía unas cargas fiscales tan elevadas como los omeyas pero sí que estableció un modelo de extracción de rentas y tributos de las zonas que controló para sostener la rebelión, se financió además por las campañas de saqueo contra sus enemigos y la venta de los cautivos que esclavizaba y de los que sacaba pingües beneficios.
No es posible de sostener la interpretación nacionalcatólica de Simonet de ver a Umar ibn Hafsūn como el líder de un movimiento de independencia española antimusulmán porque no iba de eso, lo importante era desafiar a los omeyas y la supremacía árabe pero no para volver a una realidad preislámica que era muy lejana y desconocida para los que estaban vivos en este período.
Manuel Acién reinterpretó a Umar Ibn Hafsūn como un líder de la clase descendiente de los terratenientes hispanogodos que luchaban contra la imposición de una sociedad islámica por su modelo tributario frente al modelo feudal de rentas, pero como contraargumentó la arabista Maribel Fierro, no hay pruebas suficientes del origen noble de Umar Ibn Hafsūn ni tampoco hay pruebas de la continuidad de los señores de renta hispanogodos. Era un poco una revuelta de los marginados y sobre todo de los insatisfechos, con unos participantes y aliados de motivaciones bastante heterogéneas.
Ahora analicemos el origen y desarrollo de la rebelión de Ibn Hafsūn hasta antes de la llegada de Abd al-Rahman III. Aunque algunos historiadores lo califiquen de relato novelesco, las crónicas árabes afirman que durante su juventud Umar ibn Hafsūn fue castigado por el gobernador de Rayya a una pena de azotes por unos crímenes, pero Umar huyó a Tahert, la capital de la dinastía rustamíds de Algeria.
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Territorio de Rustamids en la novena centuria |
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Vista general de Tahert y la villa de Dekkara (Argelia) |
Recordemos los lazos diplomáticos, económicos y sociales entre la teocracia ibadí de la dinastía rustamíds de Tahert y el Emirato de Córdoba, hasta con puertos argelinos como Tenes y Orán fundados por andalusíes y formando colonias comerciales para aumentar su influencia. Ahí en Tahert se dice que se puso a trabajar para un sastre de su misma provincia y un día vino un anciano que le dijo que se volviera a su tierra pues lograría formar un gran reino.
Esto último es la típica profecía que surge a posteriori y va en la línea de las expectativas mesiánicas formadas en torno a este personaje, además de hacer un paralelismo entre este rebelde y Abd al-Rahman I, pero sí puede ser que residiera un tiempo en el norte de África porque los movimientos humanos entre al-Ándalus y el Magreb eran habituales. De regreso a al-Ándalus en el 880 volvió para ser un bandido y su tío le proveyó algunas decenas de hombres para sus actividades, estableciendo su base de operaciones en Bobastro, situada en un paso angosto del río Guadalhorce en el desfiladero de los Gaitanes de Málaga.
Desfiladero de los Gaitanes. Málaga
https://www.youtube.com/watch?v=BIQaio9_5Bo
Era común en la época que la gente buscase establecerse en lugares elevados con buenas defensas naturales para disminuir el riesgo de desastres naturales, tener refugio en un período violento y huir de la autoridad omeya.
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Estado actual de la ermita rupestre en Bobastro, Mesas de Villaverde (Ardales) |
Reconstrucción pictórica de la mítica Bobastro (Málaga) sitiada militarmente. |
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Ruinas de Bobastro con su basílica cristiana rupestre. |
Bobastro representa perfectamente estos husun o poblados fortificados de tipo rural que ya tienen el antecedente de los castros y castella de época goda, y que también dificultaron el ejercicio del poder político del Reino visigodo sobre partes de la península ibérica, al mismo tiempo que reforzaban el control territorial de quienes controlaban estas fortalezas. No resulta sorprendente que al ir restaurando la autoridad omeya Abd al-Rahman III fuera desmantelando estas fortalezas rurales y cambiando la organización territorial para seguir promocionando el papel de las ciudades y los poblados en las llanuras. Pero bueno, el caso es que ya poco antes del inicio de la revuelta hafsuní el gobernador de la cora de Rayya, Málaga, subió los impuestos de manera exorbitante e incitó a que la gente huyera a los montes, lo cual era perfecto para el rebelde muladí.
Umar y sus seguidores saltearon caminos y atacaron pueblos, no sin antes ofrecerles que le fueran obedientes y le suministraran alimentos y asistencia militar a cambio de unos impuestos menores de los que pagaban a los omeyas y quizás también una redistribución de tierras. El gobernador omeya de Rayya persiguió a Umar y sus seguidores, pero con escasos éxitos y algunas derrotas que no hacían más que poco a poco hacer resonar el nombre de Ibn Hafsūn por al-Ándalus, aunque aún era un rebelde como cualquier otro y no parecía tener ninguna justificación ideológica. El general Hashim sí que derrotó al rebelde muladí en el 883 y así él y sus seguidores fueron trasladados a Córdoba e integrados en el ejército emiral como ocurrió con Ibn Marwán, con Umar ganándose una elevada posición hasta el punto de ser uno de los líderes de una aceifa contra los cristianos de Álava.
Bobastro. Entrevista a Francisco Ortiz Lozano (I)
https://www.youtube.com/watch?v=NcDgZQ0BJ9M
Bobastro. Entrevista a Francisco Ortiz Lozano (II)
https://www.youtube.com/watch?v=oU64UWWUXKU
Bobastro. Entrevista a Francisco Ortiz Lozano (III)
https://www.youtube.com/watch?v=obWEtcxyElA
Bobastro. Entrevista a Francisco Ortiz Lozano (IV)
https://www.youtube.com/watch?v=KgBDQkIE2us
Bobastro. Entrevista a Francisco Ortiz Lozano (y V)
https://www.youtube.com/watch?v=TWK5HYnObCY
La rebeldía de Umar ibn Hafsūn habría podido ser una nota a pie de página en la historia de al-Ándalus, pero el muladí recibió un mal trato por parte de un cliente omeya que no estaba dispuesto a admitir nuevos competidores en los escasos puestos de poder que se repartían los clientes omeyas. Él y sus hombres no recibían los mismos salarios ni tenían el mismo trato favorable en el reparto de botín que los yunds árabes sirios o la clientela omeya, se suma a ello que por la situación de la hacienda pública el emir tuvo que recortar los sueldos de todos los soldados y Umar ibn Hafsūn tuvo la excusa perfecta para escapar de Córdoba y volver a sus andadas en Bobastro, porque en el fondo vio que podía conseguir más poder y riquezas por su cuenta que sirviendo lealmente a los omeyas.
Fue entonces cuando Umar Ibn Hafsūn se hizo con el control de plazas importantes como Archidona, Jaén o Cabra, aunque el príncipe heredero al-Mundir triunfó en recuperar Cabra y matar a muchos rebeldes. Las montañas de la cordillera Bética dificultaban la tarea de sometimiento de una región para los omeyas, y más en una época en que los caminos no estaban ni remotamente tan desarrollados como ahora, pero al-Mundir estaba determinado en derrotar al muladí traidor. Sin embargo, en agosto del 886 al-Mundir tuvo que interrumpir el asedio sobre Bobastro cuando recibió la noticia de la muerte de su padre Muhammad, que terminó su reinado de manera amarga por la generalización de las revueltas tras treinta y cuatro años de reinado.
Al-Mundir tuvo que apresurarse para regresar a tomar posesión del alcázar omeya de Córdoba y tomar los juramentos de fidelidad para asegurarse el trono. El corto reinado de menos de dos años de al-Mundir lo dedicó a combatir personalmente a Ibn Hafsūn, y los cronistas árabes describen a al-Mundir como un soberano guerrero, valiente, enérgico y amado por su gente, que si no pudo terminar con la fitna fue por su muerte prematura. Regresó el emir al-Mundir para asediar Bobastro, y al ver Ibn Hafsūn que todo estaba perdido, anunció que se rendía y a cambio solicitó pasar a formar parte de la clientela omeya cuando fuera trasladado a Córdoba, el emir al-Mundir aceptó esta demanda que no era concedida a cualquiera y levantó el asedio de Bobastro.
Esto solo fue una treta porque cuando el emir envió regalos y cincuenta mulas para transportar las pertenencias del caudillo muladí éste capturó el convoy y volvió a entrar en Bobastro declarándose su señor. Umar era así de canalla y traidor o al menos con estas informaciones e imagen se nos presenta en las crónicas árabes, cuesta justificar que los emires aceptaran las peticiones tácticas del perdón de Umar solo para rebelarse a la que tenía la más mínima oportunidad, o sea emires, que os la cuelen una vez vale, pero si os engañan repetidas veces la culpa es vuestra. El emir al-Mundir enfermó pero estaba determinado en seguir con el asedio de Bobastro, después de haber sido toreado así por el rebelde, pero entonces en junio del 888 murió, según unos por una flecha y según otros por enfermedad.
El cronista Ibn al-Qutiyya afirmó que fue su hermano y sucesor Abd Allāh quien asesinó a su hermano con veneno, aunque hay dudas válidas de que realmente orquestase la muerte de al-Mundir porque Abd Allāh no demostró una obsesión por el poder o por gobernar. Abd Allāh estaba en la campaña de Bobastro y dudó si comunicar la muerte del emir por la desmoralización que supondría, pero finalmente lo hizo y el ejército omeya se retiró de nuevo. La muerte de un emir otra vez salvaba a Umar Ibn Hafsūn. Umar atacó el ejército en retirada, pero Abd Allāh le pidió que respetase el luto y le prometió un acuerdo. El emir Abd Allāh quiso comprar la voluntad del rebelde Ibn Hafsūn nombrándole gobernador de la Cora de Rayya, pero Umar solo usó el puesto para apoderarse de la provincia malagueña y seguir construyendo su base de poder.
Umar Ibn Hafsūn se había hecho con algunas de las provincias que más dinero daban a los omeyas, es por eso y la amenaza directa a la continuidad dinástica que fue el rebelde más peligroso. El rebelde saqueó haciendas y graneros que abastecían Córdoba, y esta situación obligó a Abd Allāh a actuar enviando un ejército, que para su desgracia fue duramente derrotado cerca de Osuna. Esta victoria no hizo más que ganarle fama y renombre y ponerlo por encima del resto de rebeldes del sur de al-Ándalus, hasta el punto de que por ejemplo los muladíes de Elvira, agredidos y masacrados por los árabes, sin que el emir Abd Allāh hubiese podido atender sus peticiones de protección, solicitaron la ayuda al rebelde y así extendió su influencia en esta provincia, aunque los árabes de Elvira infligieron severas derrotas al rebelde y evitaron que controlara toda la provincia.
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Al- Mundir nació en el año 228 del calendario árabe. Año 842-843 del cristiano. Sucedió a su padre Muhammad I. |
Después de que los omeyas derrotaran a un rebelde de Jaén, Umar Ibn Hafsūn quiso no pecar de optimista y ofreció en el 889 cesar las hostilidades a cambio del reconocimiento de un trato especial con autonomía política en sus dominios, un poco en la línea del trato que algunas veces recibían los Banu Qasi. El emir aceptó la oferta, aunque convenientemente las fuentes escritas no dan detalles del acuerdo. Como era habitual en él, Umar no cumplió con su palabra cuando fue invitado a participar en una campaña punitiva contra Ibn Mastana. Este Ibn Mastana fue un rebelde de probable origen bereber que dominó la comarca de Priego de Córdoba, Umar contactó con él y desde entonces hicieron frente común e Ibn Mastana se convirtió en el lugarteniente principal del muladí Umar Ibn Hafsūn.
Gracias a los territorios que conquistó y la fama que ganó como opositor de los omeyas, Umar ibn Hafsūn contó con otros aliados rebeldes como Daysam ibn Ishaq de Tudmīr o con los bereberes de Tākurunna, la sierra de Ronda, agrupados en torno al clan de los Banu l-Jali con sede en la fortaleza de Cañete la Real, apenas a 25 kilómetros de Bobastro. Su revuelta cobra especial relevancia porque Abd al-Rahman I, el Halcón de al-Ándalus que los Banu l-Jali llevaban siendo leales clientes de los omeyas desde tiempos del califa de Damasco Yazid II y su ayuda fue vital para que el exiliado y perseguido príncipe Abd al-Rahman I pudiera establecer la dinastía omeya en al-Ándalus. Si hasta los Banu l-Jali se rebelaron y ayudaron a Ibn Hafsūn en la toma de Estepa y Osuna de camino a Écija, entonces es que muchos creían que la era de la dinastía omeya cordobesa había terminado.
Abd Allāh convocó un gran ejército después de que los rebeldes tomaran Écija, y no tardó Umar Ibn Hafsūn en cagarse encima y enviar una carta perdida en que justificaba su levantamiento y pedía el perdón prometiendo obediencia. El emir pensó en si aceptar, y finalmente lo perdonó y lo nombró gobernador de sus principales fortalezas para terminar con la violencia y anarquía, pero Umar Ibn Hafsūn siempre estaba listo para levantar sus armas de nuevo contra los omeyas cuando le fuera conveniente. En el 889 Umar ocupó y fortificó Poley, en la actual Aguilar de la Frontera, además de Baena y Lucena, esta última famosa por ser una ciudad habitada exclusivamente por judíos.
El rebelde Umar Ibn Hafsūn buscó la legitimidad fuera de al-Ándalus para conseguir un respaldo abasí a través de la dinastía aglabí de Ifrīqiyyah, en la actual Tunicia, pero por desgracia para él, los aglabíes estaban demasiado ocupados con sus propios problemas internos, al punto que provocaron la caída de su dinastía poco tiempo después. También llegó a buscar la simpatía y apoyo de los idrisíes de Marruecos, cualquiera le valía mientras consiguiera una legitimidad externa y el apoyo de otros enemigos de los omeyas. Llegó a atraerse al hijo del conde de los cristianos de Córdoba, que dirigió numerosas algaradas contra los campos cordobeses hasta que fue derrotado y su cabeza expuesta en Córdoba junto a su padre crucificado por las dudas razonables de su lealtad.
El año 891 fue el punto álgido de la rebelión hafsuní, un momento en que realmente la dinastía omeya pudo desaparecer de al-Ándalus. El ejército de Umar saqueaba la campiña cordobesa que era absolutamente esencial para alimentar la capital, así que el asunto no era para tomárselo a la ligera porque una hambruna en Córdoba podía provocar la deposición de los omeyas. El emir Abd Allāh, entre la espada y la pared, consiguió reunir un ejército de 14.000 soldados entre profesionales y voluntarios, frente a un ejército rebelde que Ibn Hayyan estimó que llegaba a los 30.000. De manera extraordinaria e inédita el emir dirigió personalmente la campaña porque había muchísimo en juego y fue capaz de derrotar de manera contundente al ejército de Umar Ibn Hafsūn en la batalla de Poley (Aguilar) del 891, al ser sorprendidos los rebeldes fuera del castillo.
Umar Ibn Hafsūn y sus principales seguidores consiguieron refugiarse en el castillo de Aguilar de la Frontera, pero la mayoría de sus soldados huyeron en desbandada y esto obligó a Umar a abandonar la fortaleza para evitar ser capturado. Después de la captura de Poley, las fuerzas del emir Abd Allāh masacraron a muchos cristianos capturados por haber roto el estatuto de los dimmíes, el emir reconquistó Écija, Archidona, Elvira, Jaén y otras plazas que se rindieron más bien por la vía diplomática, ante la demostración del poder omeya en Poley. El siguiente a por el que fue el emir Abd Allāh fue el aliado de Umar, Ibn Mastana, que perdió la mayoría de sus fortalezas y le fue garantizado el perdón bajo la condición de demoler completamente la fortaleza de Carcabuey, cerca de Priego de Córdoba.
La victoria de Abd Allāh fue ampliamente celebrada por numerosos poetas bajo la nómina omeya. Esto obligó a Umar Ibn Hafsūn a abandonar muchos territorios recientemente conquistados y refugiarse en Bobastro, pero en vez de continuar y maximizar la victoria el emir se replegó de nuevo a Córdoba y como deseaba mantener la paz y reunificar el emirato otorgó el perdón que pidió el rebelde muladí. Una de las condiciones habituales en estos pactos era entregar rehenes, pero en vez de enviar a su hijo biológico como rehén Umar Ibn Hafsūn envió un hijo adoptivo, y esto con razón fue visto como que los estaba vacilando, y como otra treta para ganar tiempo del muladí. Para cuando llegó la petición de que enviase a un hijo biológico, Umar ya se ha había revelado de nuevo, aprovechó para recuperar muchos territorios perdidos como Archidona, Jaén y Elvira y buscó nuevas alianzas con otros rebeldes para coordinar campañas para obtener botín.
La guerra entre omeyas y los rebeldes hafsuníes de Umar Ibn Hafsūn se recrudeció en la década del 890 provocando una gran devastación en Andalucía por las tácticas de desgaste como el saqueo y quema de cosechas, tala de árboles, matanza de ganado y similares. El emir Abd Allāh fue concienzudo y como sabía que no disponía de muchos recursos no se arriesgó a batallas abiertas de gran envergadura, y se dedicó a atacar los enclaves de los aliados de Umar ibn Hafsūn, fortificar poblaciones leales y expulsar muladíes y cristianos para sustituirlos por árabes fieles en plazas estratégicas. Atacar indirectamente a Umar Ibn Hafsūn daba mejores resultados que los asedios a Bobastro y los dominios nucleares hafsuníes y además era apropiado porque atacando a sus aliados provocaba que el movimiento hafsuní perdiera seguidores y su base de apoyo económico y militar se resintiera.
Así Umar Ibn Hafsūn perdía prestigio y las expectativas mesiánicas en torno a él se evaporaban, y si debilitaba primero a sus aliados el emir Abd Allāh podría atacar más fácilmente los dominios hafsuníes cuando el rebelde estuviera debilitado y sin aliados. Era una estrategia brillante por parte de Abd Allāh, aunque como digo esta estrategia fue destructiva para las provincias del sur de al-Ándalus. Es en este contexto de una rebelión hafsuní que ya no avanzaba desde que tenemos la noticia de la supuesta conversión de Umar ibn Hafsūn al cristianismo en el 899.
El historiador Pedro Chalmeta niega que Umar ibn Hafsūn se convirtiera al cristianismo. Es cierto que el muladí promovió la creación del obispado de Bobastro y la construcción de iglesias, se han encontrado iglesias rupestres en el bastión hafsuní, pero también Bobastro creció como una ciudad con mezquitas.
No podemos estar seguros del grado de islamización de una región en un momento dado, pero aun suponiendo que los cristianos fueran mayoritarios en las zonas rurales, eso no quita que todos los líderes rebeldes y actores políticos relevantes fueran musulmanes, y que si Umar de repente era católico entonces eso podía provocar que no pudiera aliarse con algunos rebeldes musulmanes, y se podía alienar a los musulmanes que sirvieran bajo su mando. Además, si como mínimo hubiera conseguido una alianza militar con Alfonso III de Asturias pues entonces su conversión hubiera tenido más sentido, pero así de la nada es raro que tomase esa decisión.
La supuesta conversión de Umar ibn Hafsūn podría ser simplemente propaganda omeya contra el rebelde que más amenazó a su dinastía, para desacreditar su figura tanto como pudieran, y presentarlo como un apóstata y hereje, y por este crimen contra Dios el único castigo posible era la muerte y la yihad contra él y sus seguidores. Así que o la noticia de su conversión católica es falsa, o bien Ibn Hafsūn tomó una muy mala decisión política porque tenemos noticias de algunos aliados y seguidores musulmanes que lo abandonaron. Si realmente se convirtió al catolicismo, en algún momento revertió al islam de nuevo al menos de cara al exterior porque lo vemos buscando el apoyo del Califato fatimí y adoptando el rito chií.
Abderramán III - Arquitecto del Califato de Córdoba
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Ni los propios contemporáneos lo tenían claro y esa es una de las razones por las que cuando Abd al-Rahman III entró en Bobastro desenterró al cadáver del muladí Umar ibn Hafsūn para comprobar con qué rito había sido enterrado, y supuestamente fue por el rito cristiano. Quizás la explicación más acertada es que la ambigüedad de su filiación religiosa respondía a su oportunismo político para atraer cuantos más seguidores mejor, independientemente de su religión, y según Maribel Fierro también podría ser una muestra de la islamización como un proceso más gradual de facto que un cambio de blanco y negro del cristianismo al islam. En este último punto de la indefinición religiosa no estamos muy convencidos porque ya era claro para todo el mundo qué era un cristiano y qué era un musulmán, no estamos en el siglo VII o VIII cuando sí podía ser más difícil diferenciar estas religiones abrahámicas.
Esta ambigüedad y relativismo religioso fue atacado por los ulemas y los omeyas, que creían que el rebelde malagueño no hizo más que pervertir y corromper el islam y a los creyentes. El reconocimiento intermitente de Umar ibn Hafsūn de omeyas, abasíes, idrisíes, fatimíes o de nadie, su asociación al cristianismo, al islam sunní o al islam chií, lo que revelan es que el rebelde muladí era un oportunista sin un proyecto político, ni una legitimidad clara, ni una base social cohesionada y sólida. Para la primera década del siglo X la rebelión de Umar ibn Hafsūn claramente había perdido impulso, no había una dirección clara y el emir Abd Allāh empezó a cosechar más victorias militares y recuperar fortalezas en las Coras de Algeciras, Jaén, Rayya-Málaga o Elvira-Granada que ya nunca más volvieron al rebelde muladí o de sus aliados.
Esto es importante porque el emir y luego califa Abd al-Rahman III fue un soberano extraordinario y su logro de recuperar la unidad de al-Ándalus fue impresionante, pero no partía de cero, y el emir Abd Allah en sus últimos años de reinado cosechó algunos éxitos relevantes para recuperar el orden, y provocó que hubiera más gente que creyese que se habían equivocado en dar por muerta a la dinastía omeya, y que los hijos de los califas de Damasco iban a volver con fuerza. A pesar de los signos esperanzadores para los omeyas de finales del reinado de Abd Allāh de Córdoba, será su nieto Abd al-Rahman III el que será el hábil héroe que restauró el poder de los omeyas en al-Ándalus y consolidó la hegemonía islámica sobre la península.
Granada 9 de abril de 2025.
Pedro Galán Galán.
Bibliografía:
(1) Abu al-‘Abbas Ahmad Ibn Muhammad Ibn ‘Idhari al-Marrakushi, Al-Bayan al-Mughrib fi Akhbar al-Andalus wa al-Maghrib, editado por Reinhart Dozy, G.S. Colin, Évariste Lévi Provençal, Beirut, Dar al-Thaqafa, s.f.e., Vol. II, página 4 y siguientes.
(2) Évariste Lévi-Provençal: España Musulmana, 711-1031, en Ramón Menéndez Pidal, Historia de España, Madrid, 1950, Vol. IV, páginas 3 a 6.
(3) Roberto Marín-Guzmán: “Rebellionsand Political Fragmentation of al-Andalus: a study of the revolt of ‘Umar Ibn Hafsūn in the period of the amir ‘Abd Allah (888-912)”, en Islamic Studies, Volumen XXXIII, Número 4, 1994, páginas 419 a 473, en especial página 428.
(4) Ibn Hayyan: Al-Muqtabis, Vol. III, pagina 51.
(5) Marín Guzmán: Sociedad, Política y Protesta Popular en la España Musulmana, páginas 323 a 328.
(6) Ibn Hayyan: Al-Muqtabis, Volumen III, página 52.
(7). Ibn Hayyan: Al-Muqtabis, Vol. III, página 52.
(8). Ibn Hayyan: Al-Muqtabis, Vol. III, página 53.