UN ANTICIPO DE LOS SAQUEOS Y ROBOS QUE SE PRODUJERON EN LAS POBLACIONES CERCANAS A SIERRA MORENA POR PARTE DE LAS PARTIDAS CARLISTAS PARA SU MANTENIMIENTO.
Fernando VII falleció el 29 de septiembre de 1833 a las tres horas y cuarenta y cinco minutos de la tarde, y, según había indicado en su testamento, fue nombrada regente su esposa María Cristina, ya que la futura Isabel II tan sólo tenía dos años de edad. Por su parte, el infante Carlos María Isidro, desde Portugal donde estaba exiliado, se autoproclamó rey de España el 1 de octubre de 1833 con el nombre de Carlos V. Dos días después se produjo el primer levantamiento carlista, concretamente en Talavera de la Reina. Rápidamente los pronunciamientos en favor del infante Carlos se fueron extendiendo por toda la geografía española. Se inició de esta forma la Primera Guerra Carlista que asolaría España durante siete largos años hasta 1840.
A las tres horas y cuarenta y cinco minutos de la tarde del 29 de septiembre de 1833, Fernando VII, el rey felón, exhalaba el último aliento como consecuencia de una apoplejía. |
Cuando Don Fernando VII fallece en 1833 deja una España dividida en dos amplias facciones, los defensores de su hermano el Infante Don Carlos María Isidro, partidarios de una patria católica, tradicional y foral, y los de su hija Doña Isabel, inclinados hacia una nación centralista que emprendiese un aperturismo político-económico conocido como “liberalismo”, que se estaba imponiendo en Europa. Esas dos formas antagónicas de entender la sociedad iban muy pronto a entrar en conflicto, que desembocaría en una virulenta y cruel guerra conocida como Primera Guerra Carlista (1833-1840).
Don Carlos María Isidro de Borbón. (Museo del Prado). |
Si bien el devenir, organización y acciones de los primeros, llamados “Carlistas”, ha sido pormenorizadamente estudiada en sus zonas de actuación del Norte: Navarra, Vascongadas, Cataluña y Maestrazgo, de alguna manera ha sido silenciada u olvidada su influencia en otras regiones de España donde tuvieron gran pujanza, como es el caso de Castilla la Nueva, hoy La Mancha.
Juan Vicente Rugero, alias “Palillos”. |
Dentro del Carlismo manchego de la Primera Guerra, la Partida levantada por los hermanos Rugero (Juan Vicente y Francisco), más conocidos por su alias de “Palillos”, destaca singularmente entre la pléyade de adalides de la Tradición y defensores de los derechos dinásticos de Don Carlos. En su caso, sus orígenes no fueron humildes, ya que sus padres tenían una fábrica de palillos para la realización de encajes, de ahí el apodo por el que eran conocidos.
El sentimiento absolutista de Juan Vicente era compartido por su familia, por su hermano Francisco y por su hijo Zacarías que le acompañarán en sus correrías durante la guerra. De hecho, su hermano Francisco era teniente de los Voluntarios Realistas. Con estos antecedentes, más las sospechas de su participación en nuevas conspiraciones, la familia estaba en el punto de mira de las autoridades. En las ya comentadas detenciones de octubre de 1833 Francisco se encontraba entre los detenidos que debían ser deportados a Ceuta. Sin embargo, Juan Vicente pudo eludir su apresamiento y a los pocos días, a principios de noviembre, se sumó a la rebelión carlista, liderando en Alcolea de Calatrava la primera guerrilla de la que tenemos noticia en la provincia de Ciudad Real.
Estudiando las actas del Ayuntamiento de Lahiguera, encontré lo que para nosotros pudo suponer el comienzo de esa situación de preguerra carlista, que supusieron en muchos casos los robos registrados en nuestra provincia por las partidas carlistas que necesitaban dinero para su mantenimiento y aprovisionamiento de provisiones para sus integrantes.
Tan sólo unos días más tarde del fallecimiento del rey felón, se produce un robo en nuestra villa por importe de 3.500 escudos, más 500 de la recaudación que había cobrado ese mismo día 1, en la noche del uno al dos de octubre de 1833, tal como muestra el acta que a continuación os describo. El robo se produjo al cobrador de contribuciones que tenía el dinero facturado para llevarlo a Andújar y entregarlo a la administración de la hacienda pública.
Moneda de plata de un real en 1833 con la efigie de Fernando VII. |
ACTA DEL ACUERDO DE LA REUNIÓN DE LOS SEÑORES JUSTICIA Y AYUNTAMIENTO DE LA HIGUERA CERCA DE ARJONA DE FECHA 7 DE OCTUBRE DE 1833, EN ELLA SE DA CUENTA DEL ROBO AL COBRADOR DE CONTRIBUCIONES DE CUATRO MIL REALES
“Acuerdo de 7 de Octuvre…
En la villa de la Higuera cerca de Arjona en siete días del mes de Octuvre de mil ochocientos treinta y tres, reunidos los SS. Justicia y Ayuntamiento de esta villa Síndico Procurador Gral. y Personero, en su Sala Capitular como lo an de costumbre para tratar del mejor servicio del Rey nuestro y bien de estos vecinos por el Sr. Presidente se hizo presente que el Covrador de Pº. Contriv. lo habían robado la noche del uno al dos de esta presente, como unos tres mil y m. reales. que estaban facturados para llevarlos a Andújar y otros quinientos reales que avía cobrado aquel día.
Según resultava a estas oras del Espediente que se estaba formando, y que era menester que se tomaran las más eficaces medidas a fin de que no se hiciese ningún molopolio ni manejo en los caudales ppcos. (públicos) y oydo por los Smds. (parece referirse a los señores que componen el Ayuntamiento) se acordó después de un detenido ecsamen (examen) por unanimidad: que se le haga saber por el presente Secretario que en el día de mañana presente las cartas de pago que obran en su poder y libros cobratorios y dinero que le haya quedado, a las ocho de la mañana que se hallará el Ayuntamiento reunido en la Sala Capitular para en vista del resultado prover lo que corresponda. Lo acordaron y firmaran los referidos SS. de que yo el Secretario doy fe.
Rubricas de los Sres.:
Domingo Sebastián de Fuentes. Dice: La X es del Sr. Alcalde 2º D. Juan María Barragán. José Calero. Salvador Fontiveros. Manuel Pérez. Feliciano Garrido. Alfonso Calero. Dice: La X es de Pedro Molina.
Ante mí Sebastián Pérez.”
La primera guerra carlista 1833-39.
https://www.youtube.com/watch?v=-OVd7QswC1Y&t=30s
El fallecimiento del rey Fernando VII en 1833 desató un pleito sucesorio entre los partidarios de su hermano, Carlos María Isidro, y su hija, la futura reina Isabel II. El enfrentamiento entre liberales y carlistas se tradujo en tres sangrientas guerras civiles a lo largo del siglo XIX. En los años 1872-1876 tuvo lugar la Tercera Guerra Carlista la cual finalizó con la derrota del pretendiente Carlos VII. Sus partidarios sufrieron, por parte de la flamante monarquía de Alfonso XII, persecución y acoso.
El Carlismo, definido como un movimiento tradicionalista y legitimista, de carácter antiliberal y contrarrevolucionario, nació de una disputa dinástica en el primer tercio del siglo XIX a la muerte del rey Fernando VII (1833). Carlos María Isidro de Borbón (1788-1855), hermano del rey, pretendía el establecimiento en el trono español de una rama alternativa de la dinastía de los Borbones.
El ideario carlista propugnaba, a grandes rasgos, una vuelta al Antiguo Régimen y su lema “Por Dios, por la Patria y el Rey”, se basaba en su legitimidad dinástica, la tradición católica, el absolutismo, la monarquía tradicional y la restauración y defensa de los fueros de determinados territorios de España como Navarra o las provincias Vascongadas. El enfrentamiento entre los partidarios de Carlos María Isidro, hermano del rey difunto Fernando VII, y su hija Isabel (la futura reina Isabel II) dio lugar a la Primera Guerra Carlista (1833- 1840). A lo largo del siglo XIX transcurrieron otras dos guerras carlistas; la Segunda (1846-1849) también conocida en la historiografía como “Guerra de los Matiners” se circunscribió al territorio de Cataluña.
El Carlismo tuvo mucho predicamento en el Principado de Cataluña, las provincias Vascongadas, Navarra y el Maestrazgo. No obstante, Andalucía contó con fuertes focos carlistas durante todo el siglo XIX e incluso la primera mitad del siglo XX. De hecho, el principal líder carlista de la primera mitad del siglo XX nació en un pueblo de la serranía de Huelva (Higuera de la Sierra): Manuel Fal Conde (1894-1975).
La epopeya carlista.
https://www.youtube.com/watch?v=F3usgHUHPtM
La Tercera Guerra Carlista (1872-1876) comenzó en un periodo convulso de la historia contemporánea de España, puesto que sucedieron varios regímenes en muy pocos años. El destronamiento de Isabel II en 1868 abrió nuevas esperanzas a las fuerzas carlistas para reclamar el trono. Las nuevas libertades contempladas en la Constitución de 1869 fueron aprovechadas por los carlistas para expandir y recrudecer su propaganda a través de numerosos diarios y periódicos. Igualmente, la práctica del sufragio universal permitió a los carlistas triunfar en las elecciones de 1869 en todo el País Vasco y Navarra.
Amadeo I de Saboya rey de España. |
El Carlismo aprovechó la debilidad de la Monarquía de Amadeo I de Saboya, falto de apoyos fuertes y consistentes, para sublevarse el 21 de abril de 1872. El pretendiente Carlos María de los Dolores de Borbón y Austria-Este (1848-1909), conocido por sus partidarios como el pretendiente Carlos VII, cruzó la frontera española, desde Francia, pero fue derrotado por las fuerzas liberales del general Domingo Moriones (1823-1881), que le obligó a regresar a Francia. No fue casualidad que el inicio del levantamiento carlista ocurriese bajo el reinado de Amadeo de Saboya. Los carlistas, firmes defensores de la religión católica y el Papa, veían al flamante rey español, perteneciente a la Casa de Saboya, como un rey liberal enemigo del Papado, y, por tanto, del catolicismo. Además, no perdonaban el papel jugado por la familia Saboya en el proceso de unificación de Italia que barrió el Antiguo Régimen e impulsó el liberalismo.
Con la abdicación de Amadeo de Saboya (11 de febrero de 1873) y la proclamación de la I República el levantamiento carlista se reactivó con nuevas fuerzas, presunciones, y vanidades. En 1873 había conformados 50 batallones carlistas que alternaban acciones de guerrilla con batallas como las de Eraul (Navarra) en mayo de 1873. Carlos VII entró, de nuevo, en España en julio de 1873 y el 24 de agosto las tropas carlistas conquistaron Estella haciendo de ella la capital de un protoestado carlista. Sin embargo, todos los esfuerzos por tomar la ciudad de Bilbao se vieron abocados al fracaso.
D. Juan Antonio de Zaratiegui y Celigüeta.
D. Antonio de Arjona y Tamariz. |
D. Hermenegildo Díaz de Cevallos y Fernánde |
Desde el territorio andaluz se preparó el alzamiento carlista, que iba a estar liderado por Juan Antonio de Zaratiegui (1804-1873), pero debido a sus problemas de salud no pudo concluir su proyecto. Zaratiegui murió en Utrera y fue sustituido por Antonio Arjona (1810-1873) en comunión con Hermenegildo Díaz de Cevallos y Fernández (1814-1891) capitanearon la tercera asonada carlista en España. En la provincia de Granada se formaron varias partidas carlistas a partir de marzo de 1873 y en la ciudad de Sevilla los carlistas lograron recaudar más de 40.000 duros. Así, en la capital hispalense se desarticuló, a finales de septiembre de 1873, una conspiración carlista y se procedió, como consecuencia, al destierro del marqués de Gandul (1801- 1884) y de Ventura Camacho, director del diario carlista “El Oriente”.
Ventura Camacho. Director del diario carlista “El Oriente”. |
El pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto (Valencia), el 20 de diciembre de 1874, marcó un hito en la historia del siglo XIX español, puesto que fue el inicio de la Restauración monárquica con la proclamación de Alfonso XII, hijo de la destronada y exiliada Isabel II, como nuevo rey de España. El 28 de febrero de 1875 el pretendiente Carlos VII regresaba a Francia. Las batallas y enfrentamientos armados entre los ejércitos liberales y carlistas continuaron varios meses más, pero la balanza militar se inclinó, definitivamente, a favor de los liberales. En 1876 terminaba la Tercera Guerra Carlista con el mismo resultado que las anteriores. El bando liberal triunfaba de nuevo y el Carlismo perdía la partida.
La derrota militar no supuso el fin de su lucha sino que, a partir de ese tiempo, se encauzaría a través de medios políticos y culturales. El Carlismo perduraba puesto que no representaba una simple restauración del Antiguo Régimen sino que maduró un proyecto político e ideológico propio, con sentimientos nacionalistas, germen del actual sistema autonómico, con beneficios fiscales para las infundadas nacionalidades históricas, en detrimento del desarrollo de otras regiones del país.
María Cristina de Borbón reina de España. |
Estos momentos generadores de situaciones calamitosas entre las clases campesinas los vamos a encontrar en el periodo de regencia de María Cristina de Borbón (1833-1840) marcada por la sublevación de los carlistas, o partidarios del aspirante a la corona Don Carlos (hermano de Fernando VII) que no reconocían como sucesora a la Infanta Isabel. Don Carlos pretendía la continuidad del régimen monárquico absolutista mientras que la opción de la Regente y de su hija, la futura reina Isabel II, apoyados por los sectores liberales del país, perseguía la instauración del régimen democrático liberal nacido en las Cortes de Cádiz en 1812. Se entraba así en un periodo convulso de guerra civil (1ª Guerra Carlista) entre partidarios del liberalismo y los deseosos de mantener las esencias de la monarquía absolutista, cuyas acciones bélicas y de saqueo en muchos pueblos de España y de Andalucía, añadieron miseria y desolación a los sectores sociales más débiles, siendo especialmente temidas en nuestra comarca las acciones llevadas a cabo por partidas de carlistas rebeldes de “Palillos” (los hermanos Vicente y Francisco Rugero); Miguel Gómez, Mariscal de Campo de Don Carlos; Antonio García de la Parra, el tristemente famoso “Orejita” (otras veces “Orejitas”), y José Peñuelas. Curiosamente gran número de estos cabecillas carlistas procedían de Ciudad Real y desde allí extendieron sus actividades hacia la provincia de Jaén y Córdoba amparándose en los intrincados laberintos montañosos de Sierra Morena.
He aquí una breve reseña biográfica de Antonio García de la Parra, alias “Orejita” u “Orejitas”:
Adherido a la campaña carlista en 1834 con el grado de coronel (se ignora si tenía alguna graduación antes del conflicto, pues no se ha encontrado su expediente personal en el Archivo General Militar de Segovia), su guerrilla inicial recibió el nombre de “Regimiento de Tiradores de Carlos V”, y al frente de la misma entró en Piedrabuena, siendo desde este momento, en opinión de Ferrer, “el jefe de mayor prestigio entre los que actúan en la Mancha por Don Carlos”.
Como ocurre con casi todos los jefes guerrilleros, tan sólo hay noticias de él cuando sus tropas participan en alguna acción notable, como ocurre el 15 de mayo de 1835, fecha en que ocupan Puertollano. El 8 de junio, al regresar de una incursión en la provincia de Córdoba, fue alcanzado por una columna mandada por el capitán Vargas en el puerto de Calatrava, continuando el combate hasta las peñas en que se asienta el castillo del mismo nombre.
Cuando el brigadier Mir se pone al frente de los carlistas de La Mancha, García de la Parra acepta su autoridad, y así, después de sorprender Andújar el 16 de agosto, a finales del mismo mes opera con Mir en la provincia de Jaén, donde son batidos por las fuerzas isabelinas, lo que le obliga a retirarse a La Mancha y separar sus tropas. A principios de octubre comenzó una nueva campaña en Andalucía, entrando en el valle de los Pedroches y recorriendo la serranía de Córdoba.
El 9 de octubre penetró en Ovejo, donde se le unieron diversos voluntarios salidos de la capital del califato. Pasó luego a Jaén, donde tuvo la desgracia de que su caballería fuese sorprendida en Fontanar por los cristinos. El 28 de octubre mantuvo en los alrededores de Mestanza un combate contra dos columnas liberales, replegándose a Puerto Calero, iniciándose así un encuentro que duró varios días y que concluyó con una nueva entrada de los carlistas en la provincia de Jaén, no sin que antes hubieran de combatir en Venta de Cárdenas contra las tropas del coronel Menuissir.
En febrero de 1836 García de la Parra recorría la provincia de Jaén, pero a comienzos de marzo de 1836 pasa a Ciudad Real, falleciendo su hijo Manuel en el combate de Peña de la Graja. El 15 entablaba combate con una columna salida de Puertollano. Antes de acabar el mes obtiene una victoria sobre el teniente Francisco Muñoz en Solana del Pino. A comienzos de agosto las fuerzas reunidas de García de la Parra y Gabino luchan en San Lorenzo de Calatrava, y pocos días más tarde Orejita y veinte de sus jinetes actúan cerca de Calzada de Calatrava. Cuando Cabrera abandona la expedición de Gómez el ya brigadier García de la Parra se le une durante algún tiempo, pero le abandona cuando sale de La Mancha, y el 10 de noviembre pelea con los cristinos en las calles de Moral de Calatrava.
A principios de 1837 sus fuerzas suelen actuar unidas a las de otros guerrilleros de La Mancha, y el 3 de febrero intenta tomar Almagro. El 11 de mayo en unión de Jara, Rujeros y Sánchez entra en Trujillo.
A finales de mayo actúa sobre Puertollano y Andújar, y en junio centra sus esfuerzos en la provincia de Jaén, en un continuo batallar en el que a veces da la sensación de estar en varios sitios al tiempo. El 15 de agosto sus tropas, unidas a la de Palillos, hostigan al teniente coronel Curbel. A finales de octubre combate en Montoso y a mediados de noviembre en Navas de San Juan. El 28 de diciembre, unido esta vez a Peñuelas, entabla la lucha en San Lorenzo de Calatrava.
Aunque a simple vista nada resulte claro de tan continuo batallar, lo cierto es que eran los momentos álgidos de las partidas manchegas, que pronto se verían reforzadas por la expedición de don Basilio, a la que temporalmente se unió García de la Parra. Creó entonces el Gobierno cristino un ejército de reserva en La Mancha, cuyo mando dio al general Narváez. El 18 de septiembre otro hijo de Orejita caía en Hinojares, logrando su padre salvarse a uña de caballo. Poco más tarde fue asesinado por uno de sus ayudantes, sobornado por los liberales. Su cadáver fue expuesto al público en Ciudad Real, como se había hecho con el de otros muchos guerrilleros.
Inscripción del bautismo de Antonio García de la Parra “Orejita”, nacido el 16 de agosto de 1791. |
En general podemos afirmar que la mayoría de los voluntarios carlistas, al margen de la disciplina de sus jefes, camparon de forma autónoma por amplias zonas del país dedicados al bandidaje y contrabando infundiendo el miedo e inseguridad entre los vecinos de aldeas, villas, y ciudades en su afán de proveerse de medios de subsistencia para su partida. A diferencia de los bandoleros románticos, al estilo de José María el Tempranillo, cuyas tácticas de socorrer al pobre a costa de los ricos fueron bien entendidas por la gente del pueblo, los guerrilleros carlistas, representaron sin embargo un fenómeno a la inversa con unos fines políticos claramente contrarios a la evolución histórica demandada por las clases populares del país.
Raramente despertaron las simpatías de los pueblos del valle del Guadalquivir pues su causa política quedaba lejana de las preocupaciones de la gente del común, y sus acciones resultaron ser de puro saqueo sin distinción de clases sociales siendo, por momentos, especialmente crueles. Eso sí, aunque sus objetivos estaban basados en una ideología concreta, que en regiones de fuertes sentimientos forales o nacionalistas como el País Vasco, Cataluña, Navarra o Galicia recaudaría grandes adhesiones, en la región Andaluza sin embargo, de tradición más liberal, no obtendría el eco deseado y su fin último acabó siendo el robo y saqueo de las poblaciones cercanas a Sierra Morena desde donde actuaron y en donde encontraron seguro refugio.
D. Diego Martínez Carlón y Teruel, obispo. |
El carlismo obtuvo, no obstante, algunos adeptos en la provincia de Jaén en sectores vinculados a la iglesia como el obispo Diego Martínez Carlón desterrado por los liberales en 1836 al ser considerado carlista. Este tipo de conflictos entre Iglesia y Estado fueron frecuentes en tanto que la Iglesia se consideraba especialmente perjudicada con la pérdida del patrimonio que le supuso las desamortizaciones de bienes impulsadas por los gobiernos liberales de mediados del XIX, si bien también hubo otros sectores del clero secular al frente de las parroquias de pueblos pequeños y ciudades medianas que adoptaron una práctica de apoyo incondicional a la reina Isabel II y su causa liberal.
En relación a ese otro fenómeno social del bandolerismo clásico andaluz, que también nos afectó en determinados momentos de nuestra historia, no podemos obviar las consecuencias sociales de las sucesivas leyes desamortizadoras sobre los bienes de manos muertas como capellanías, hospitales y cofradías desarrolladas desde finales del XVIII (1798) por el gobierno de Manuel Godoy, y las promulgadas a lo largo del XIX por gobiernos liberales de signo moderado, sobre los bienes del clero regular impulsada por Mendizábal (1836), y de los municipios, del ministro Pascual Madoz (1855). En la mayoría de los casos supondrían la venta al mejor postor de muchos de estos bienes, casi siempre, a una nueva clase burguesa acaparadora de tierras.
Dichos procesos dejaron configurada definitivamente una estructura de propiedad latifundista en el campo andaluz con nuevas relaciones laborales que acabaron arrojando al paro y desolación a una ingente masa de campesinos, antaño ocupados en el cultivo de terrenos arrendados a bajos precios a órdenes religiosas, así como la pérdida del disfrute de los pastos, leñas, frutos y cereales de las dehesas de propios y bienes comunales de los municipios.
Las leyes desamortizadoras impulsadas básicamente para sanear la hacienda pública, favorecieron la formación de la numerosa clase jornalera campesina andaluza que desposeída del acceso a los bienes de producción se vería obligada a mercadear su jornal al mejor postor, planteando por ello continuas luchas reivindicativas para poder subsistir dignamente. Otras propuestas lanzadas desde sectores del liberalismo progresista y defendidas por el diputado Álvaro Flórez Estrada frente al decreto desamortizador de Mendizábal, de febrero de 1836, intentaron evitar la venta de los bienes eclesiásticos a nobles y burguesía adinerada, proponiendo el diputado Flórez Estrada que las tierras se entregasen en arrendamiento, por cincuenta años, a los mismos colonos que las estaban trabajando para la Iglesia con posibilidad de renovación del contrato al expirar dicho plazo, pero dichas iniciativas no tuvieron en el Gobierno el éxito demandado por sus patrocinadores.
D. Álvaro Flórez Estrada, diputado. |
La mayoría de las acciones llevadas a cabo por partidas carlistas o bandoleros propiamente dichos, tuvieron su momento álgido en un corto periodo de tiempo, coincidente con la etapa en que se produce la minoría de Isabel II, tras la muerte de Fernando VII en septiembre de 1833. Casi siete años de gobiernos liberales de signo moderado tutelados por la reina Regente María Cristina de Borbón (1833-1840) en los que van a tener lugar, como hechos políticos dominantes, la vuelta a la senda política liberal diseñada en Cádiz, con la aprobación del Estatuto Real en 1834 y la Constitución liberal en 1837, y por otro lado, el levantamiento militar que diera lugar a la primera guerra carlista (1833-1840).
La situación política de nuestros pueblos con la llegada de la Regente se caracterizó por un cambio obligado en las personas que integraban las corporaciones fernandinas hacia otras, de perfil más liberal, dispuestas a convertirse en soporte del nuevo régimen.
Faltaban pocas fechas para que de nuevo las comarcas del alto Guadalquivir de Andújar y Montoro se viesen alteradas por episodios violentos achacables al conflicto carlista, en esta ocasión provocados por la irrupción en estas tierras del general carlista Miguel Gómez durante los días 28 y 29 de septiembre, conocida como la “Expedición de 1836”. Este tipo de incidentes mantuvieron en alerta a los pueblos asentados entre el Guadalquivir y Sierra Morena desde septiembre de 1836 al verano de 1837, si bien desde julio ya era temidas las acciones del cabecilla Orejitas que por su cuenta realizaba diversas operaciones de saqueo para proveer a su partida de provisiones.
El general Miguel Gómez Damas. |
El general Miguel Gómez Damas había nacido en Torredonjimeno en 1785; estudiante de Derecho en Granada en su juventud, abandonó los estudios tras el alzamiento contra la invasión de las tropas francesas en 1808, ingresando como subteniente en el ejército y tomando parte en la batalla de Bailén. Defensor acérrimo de las ideas absolutistas, durante el trienio liberal, comenzó a conspirar contra los sucesivos gobiernos liberales. Con la restauración absolutista, propiciada por la intervención militar de los Cien Mil Hijos de San Luis (1823), Miguel Gómez logra frenar un movimiento liberal en Cádiz que le vale la comandancia de Algeciras, cargo del que será depuesto durante la Regencia de María Cristina por sus ideales antiliberales y absolutistas.
Cuando estalla la primera guerra carlista en 1834, Gómez se encamina a Navarra para ponerse a las órdenes del general carlista Tomás de Zumalacárregui. Enseguida es nombrado jefe de su Estado Mayor participando en distintos episodios bélicos de la contienda junto al pretendiente al trono don Carlos María Isidro. En junio de 1836 iniciaba una peculiar expedición compuesta por 2700 infantes y 180 jinetes. Partió en dirección a Asturias y Galicia y más tarde a Andalucía, donde penetró en la provincia de Jaén por Villanueva del Arzobispo ocupando sin resistencia alguna Úbeda y Baeza, y poniendo en jaque a las poblaciones del alto Guadalquivir como Andújar, Marmolejo y Montoro. La fuerza de la Milicia Nacional de Caballería organizada en la provincia para detenerle nada pudo hacer por ello.
En el largo recorrido por España se le habían ido uniendo gentes de simpatías con la causa absolutista hasta llegar a juntar, en algunos momentos, hasta seis mil hombres. Cuando llegó a Andújar, a final de Septiembre, se presentó con una columna de más de 1000 hombres. El alcalde Juan Nepomuceno, la Milicia Local y otras personas contrarias al carlismo hubieron de huir hacia Córdoba al no poder poner resistencia con sus escasas fuerzas a los facciosos.
Mientras tanto, se hizo cargo del Ayuntamiento una Junta con la misión de conservar el orden público durante la estancia de los carlistas en la ciudad. Gómez “señor y dueño de la situación exigió que se le entregaran doscientos mil reales y raciones de alimentos para su tropa" a costa de imponer contribuciones extraordinarias sobre los vecinos. Las cantidades adelantadas a tal fin por los mayores hacendados locales serían devueltas entre 1838 y 1843, mediante un repartimiento o impuesto general conocido como la exacción de Gómez que gozó de pocas simpatías entre el vecindario y que a veces fue difícil de recaudar.
Arquetipo de Bandolero andaluz en una litografía de 1836. |
La “Partida de Palillos” fue la más destacada unidad de voluntarios a caballo de entre las que levantaron pendón en 1833 por la causa legitimista de Don Carlos V de Borbón en Castilla la Nueva.
La “Partida de Palillos” estaba dirigida por don Vicente Rugero y su hermano don Francisco, naturales de Almagro, quienes “habían pertenecido al ejército en clase de comandantes de caballería; pero clasificados como tenientes, se retiraron a su casa de Almagro. En 1833 conspiraron, como muchos descontentos, y reducidos a prisión se sustrajo de ella don Vicente y levantó una partida” (1).
Vicente y Francisco Rugero fueron mejor conocidos con el alias de “Palillos”. También conocidos como los “Rugeros” o “Rujeros”. Don Vicente Rugero había previamente conspirado y levantado a favor de los realistas durante el Trienio Constitucional (1820-1823), sufriendo reclusión por ello en la prisión de Almagro. En 1823 combatió a los constitucionales en diversas acciones de guerra por lo que fue recompensado con el “Escudo de Distinción de Fidelidad Militar” y la “Flor de Lis”: “la del 15 de mayo de 1823 en la garganta del Moral; la del 19 del mismo mes en la toma de Toledo; en la del 7 de junio, defendiendo Almagro contra los liberales revolucionarios mandados por el brigadier Plasencia; en la del 29 del mismo mes en la acción de Saceruela contra los nacionales del partido de Toledo; en las del 28, 29 y 30 de julio en la defensa de la villa de Infantes contra la columna mandada por “el traidor chaleco”; el 14 de agosto en las inmediaciones del río Mundo, donde logró batir y destrozar la división mandada por Diego Aguirre; el 20 del mismo mes en la de El Bonillo, donde fue batida y prisionera la columna de nacionales de caballería mandada por Téllez. También se halló en la peligrosa retirada de Extremadura; igualmente, en la expedición que hizo la división en septiembre sobre el puente de Almaraz bajo las órdenes del general Vicente Quesada” (2).
Vicente Genaro Quesada era un militar de prestigio aunque también podríamos calificarlo como polémico y hasta chaquetero. |
También en 1826 estuvo implicado en la sublevación protagonizada por el mariscal ultrarrealista Jorge Bessières, aunque finalmente resultó exonerado (3).
La fama de Palillos fue tal que traspasó nuestras fronteras, George Borrow en su obra “The Bible in Spain” (1842), lo cita recurrentemente y en términos oprobiosos; valga esta muestra: “The one I liked least of all was one Palillos, who is a gloomy savage ruffian whom I knew when he was a postillion. Many is the time that he has been at my house of old; he is now captain of the Manchegan thieves, for though he calls himself a royalist, he is neither more nor less than a thief: it is a disgrace to the cause that such as he should be permitted to mix with honourable and brave men; I hate that fellow, Don Jorge: it is owing to him that I have so few customers. Travellers are, at present, afraid to pass through La Mancha, lest they fall into his hands. I wish he were hanged, Don Jorge, and whether by Christinos or Royalists, I care not”(4).
Teofilo Gautier, autor de Viaje a España. |
Otro visitante foráneo a la España de la época, esta vez francés, Teofilo Gautier, también queda impresionado por lo que en Madrid se cuenta de Palillos: “Balmaseda, Cabrera, Palillos y otros cabecillas más o menos célebres se hallan constantemente sobre el tapete. Se dice de ellos cosas que estremecen, crueldades tan terribles que hoy no pueden considerarse ni siquiera aceptables por los caribes o los cherokas” (5).
No fue la Partida de los hermanos Rugero un dechado de caballerosidad en lo que a forma de combatir se refiere, ya que lo hicieron despiadadamente. Por su interés reproducimos el comentario que el historiador liberal D. Antonio Pírala dedica a las partidas legitimistas de Castilla la Nueva, indudablemente redactados desde la íntima aversión que el narrador sentía por el combate de partidas, herederas en el arte de guerrear de los guerrilleros que combatieron a los franceses durante la Guerra de la Independencia dos décadas antes, y que han condicionado adversamente el posterior juicio historiográfico sobre estos voluntarios carlistas. “La guerra continuaba en Castilla con el mayor desorden, y el país se veía asolado, por las numerosas partidas que vagaban indistintamente por montes y llanos. Sus operaciones se reducían a invadir y sorprender pueblos pequeños, hacer exorbitantes exacciones de todo género, y evadir, eso sí, el encuentro de las columnas destinadas a su persecución. Aumentaban su gente con desertores, quintos, criminales y jornaleros desocupados, y el que tenía algún dinero o mostraba más osadía, se erigía en jefe de un pelotón de hombres que, por temor al castigo y vivir más a sus anchas, se titulaban carlistas.
El perdido, el desesperado, el que había satisfecho o deseaba satisfacer una venganza, el perseguido por la justicia, todos estos corrían a engrosar estas partidas independientes a toda autoridad, que lo mismo defendían a Carlos que lo hubieran hecho a Isabel, si en esta causa no se hubieran de someter á la disciplina y pudieran tratar a los pueblos invadidos como á país conquistado.
Así se comprende aquella multitud de partidarios, sin que la muerte de unos, arredre a otros a llenar el vacío que dejaban. Peco, Doroteo, Jara, La Diosa, Revenga, Paulino, Zamarra, Chaleco, el Rubio, el presentado, Tercero, Cipriano, Corulo, Herencia, Palillos, Orejita, Parra, el Arcipreste, el Apañaso, Matalahúga, Escarpizo, Sánchez, Blas Romo y otros no menos dignos, casi todos los alias, cuyos motes eran su mejor apología, sostenían la guerra, si tal puede llamarse el sistema de feroz vandalismo y depredaciones con aquel aluvión de partidas, asolaban cual verdaderas plagas los territorios donde caían. Bermúdez, y algunos otros partidarios decentes obraban de distinto modo.
Argués, Cuero, Algodor, Villamudas, Puebla Nueva y otros pueblos, son elocuentes testigos de los crímenes atroces de aquellos bandoleros, terror del pacífico habitante, del infeliz arriero, a quienes retenían, como a los viajeros y ganados, y cuanto caía en sus garras, hasta recibir el precio escandaloso á que ponían la vida y libertad de sus presas, maltratando a los retenidos, y asesinando a muchos lentamente, aun después de recibir su rescate. Bloqueados los pueblos, nadie se atrevía a salir, ni salían las yuntas, ni los ganados, ni continuó el tráfico, y arruinados en su aislamiento, era horrible su desesperación.
Desastres sin cuento en la carretera de Andalucía y Valencia, obligaron, a fin de reanudar el interrumpido tránsito, a darle una forma especial haciéndole periódico para poder protegerle. Eran tantos los bandidos y tan desalmados, que los convoyes exigían fuerzas considerables. Fuera del momento de su tránsito, nadie se atrevía a pasar la primera de las comunicaciones. ¡Desgraciado del que lo hacía! Y ni fueron respetados los convoyes, ya que por el aliciente que ofrecían a los malvados, ya por la extensa línea, que presentaban a sus rápidas correrías.
Tan pronto estaban en Despeñaperros, como en Aranjuez, donde robaron en una ocasión la mayor parte de la real yeguada.
La persecución de tantas y tan bien montadas partidas, era imposible con el escaso número de tropas de que podía disponer el gobierno, y con el auxilio que les ofrecían los celebrados montes de Toledo. Por esto la mayor parte de los pueblos, sin elementos para defenderse, y no conformándose, aleccionados por la triste suerte de otros, con el papel de víctima, transigían con los carlistas y les servían, en cambio de su seguridad” (6).
Retrato del General D. Basilio Antonio García y Velasco. |
Aún peor si cabe es el juicio sobre estas partidas carlistas emitido por carta al Rey del general carlista Don Basilio García, bajo cuyas órdenes participó Palillos en su expedición: “Las tropas de Aragón, cobardes e insubordinadas, huyen a la vista del enemigo, atropellan y roban cuanto encuentran. Las fuerzas de la Mancha son aún peores, sus jefes, oficiales y soldados, no son más que unos facinerosos….Prefiero la muerte a tener a mis órdenes semejantes forajidos que no conocen religión ni rey; son ladrones y nada más”. La opinión de Pírala con respecto a don Basilio también deja mucho que desear: “Mas para desgracia de los carlistas, allí (en el campo carlista), como en los demás partidos, prevalecían las opiniones más halagüeñamente presentadas; lucíase el más lenguaraz y petulante, el que más blasonaba de entendido y el que prometía ventajas y hazañas, que era incapaz de conseguir. No importaba que los antecedentes y los hechos desmintiesen las falsas promesas; hubiera en el cuartel real quien apoyase las baladronadas, y esto era bastante. Parecía, pues, que desde el fallecimiento de Zumalacárregui, los hombres que él había despreciado más, eran los más aptos y que a ellos se confiaba la salvación de la causa. Don Basilio Antonio García, a quien sus hechos habían desprestigiado, que tenía fama de audaz en la intriga, de tímido al frente del enemigo, de educación tosca, lenguaraz, estimaba en poco a toda persona de educación y no tenía reparo en ajar públicamente a los que sabía no podían contestarle” (7).
August Karl von Göben (10 de diciembre de 1816 - 13 de noviembre de 1880) |
Tan negativo juicio ha de ser forzosamente contrastados con otras fuentes, y así Von Goeben narra: “Estas partidas fueron acusadas por unos y otros de procedimientos poco humanos e impropios de su calificación de carlistas, porque sacrificaban sin miramientos a los enemigos que caían en sus manos. Pero en ello hacían bien. ¿Cómo podían proceder de otra manera aquellos hombres que, porque eran los más débiles, habían sido excluidos por los adversarios de los beneficios de todo Tratado (convenios Elliot y el de Segura), que veían matar, arrasar, aniquilar todo cuanto les pertenecía y les era allegado? He referido antes con que crueldad intentaron aplastar los cristinos el levantamiento en estas provincias; después de hechos tan horrorosos no podían esperar indulgencia jamás. No, cuando aquellos hombres de las partidas, que habían sido arrastrados a la desesperación, se vengaban de los liberales pasándolos a sangre y fuego, los trataban con toda justicia y cumplían su deber; pues en tal sazón la indulgencia y el perdón se hubieran convertido en despreciable debilidad, que habría llevado consigo inevitable ruina.
Pero
se deshonraron a sí mismos al extender su furia vengativa fuera de los infames
que la habían provocado. Los carlistas, esto es, los hombres que luchaban
honrosamente en los ejércitos regulares por el sostenimiento de los derechos de
su Rey, no querían, naturalmente, conceder ese título a aquellas cuadrillas de
la Mancha”.
Más ecuánime a la hora de juzgar a Palillos nos parece la opinión de Alfonso Bullón de Mendoza quien en su “La Primera Guerra Carlista”, página 448, desmonta la extendida opinión que Palillos eran meros bandidos: “En opinión de Asensio Rubio (María Manuela Asensio Rubio), “El carlismo en la provincia de Ciudad Real 1833-1876”, Diputación Provincial de Ciudad Real, 1987, el carlismo en La Mancha cuenta con el apoyo de un sector mayoritario de la población en el cual encontramos a miembros del poder civil (jueces y alcaldes), al clero secular y regular, que se levanta desde un primer momento tomando parte en las partidas y una amplia base popular integrada por las clases sociales menos favorecidas, destacando la presencia de "campesinos, carpinteros, herreros, arrieros, carreteros, sastres; y con gran frecuencia también bandoleros y asaltadores, de entre los cuales adquirieron gran notoriedad en la época los llamados "Orejita" o los hermanos "Palillos". Sin embargo, y aun prescindiendo de la consideración de bandoleros que se da a algunos de los principales jefes carlistas, tomada sin duda de la historiografía liberal, pero evidentemente falsa en el sentido de que ésta no había sido su forma usual de vida durante la década anterior a 1833, la obra carece de una base documental que acredite debidamente estas hipótesis, o la conclusión final según la cual la guerra en la Mancha es la respuesta dada por los grupos sociales más bajos y deprimidos, apoyados por algunos sectores privilegiados, contra un orden social que los marginaba y empobrecía”. Será precisamente Manuela Asensio Rubio, en su trabajo publicado bajo el título: El Carlismo en Castilla La-Mancha” quien pone de manifiesto que Vicente Rugero era en 1820 agrimensor y hacendado, además de poseer una fábrica de vinos y aguardientes.
Bandoleros
españoles del siglo XIX representaron un peligro hasta la creación de
la Guardia Civil y la implantación del ferrocarril. En este tiempo se
hacía testamento antes de realizar un largo viaje. |
En el descargo de las partidas carlistas, hemos de observar que sus enemigos liberales los sobrepasaron siempre en crueldad, llegando al extremo de fusilar a su anciana madre de 81 años, por lo que se vieron compelidos a batallar a sangre y fuego. Las partidas carlistas las integraban voluntarios, en su inmensa mayoría civiles, con escasa preparación militar, mientras que las fuerzas del Ejército regular estaban compuestas por hombres disciplinados y hábiles en el manejo de las armas. También los mandos castrenses gubernamentales a los que concretamente tuvo que enfrentarse Palillos fueron de naturaleza particularmente acerba: el coronel Flinter.
Jorge (George) Flinter nació en Irlanda, comenzando su carrera militar sirviendo en el Ejército británico. Prestó destacados servicios a Fernando VII en la lucha contra los independentistas americanos, pasando a servir al Ejército español con el grado de teniente coronel. Participó en la 1ª de las Guerras Carlistas a favor de la pequeña Isabel. Capturado por Cabrera, éste se niega a fusilarlo por considerarlo un valiente. Una vez fugado, es ascendido a brigadier en 1836. Flinter fue acusado de robar y saquear en Toledo, cargos a los que prestó atención el ministro conde de Ofalia. Acabó este personaje con su vida, cortándose él mismo el cuello con una navaja de afeitar (8).
General Ramón Cabrera Griñó, pintado por John Prescott Knight. |
El general Narváez, esclavista “de facto”, quien declaró en su lecho de muerte que no podía perdonar a sus enemigos “porque los había hecho fusilar a todos”, el general Nogueras, responsable de pasar por las armas a la madre de Ramón Cabrera, y el brigadier Balboa, el cual no dudó en llevar al patíbulo en Fuente el Fresno a un niño de cuatro años cuando dispuso que se diezmara por sorteo a los familiares de los carlistas, tocándole en suerte al infante su fatídico destino.
El
niño llamado Francisco Martín, hijo de un carlista, fue preso en represalias, y
comprendido en el sorteo le tocó el número fatal. Todos se interesaron por él
en el pueblo de Fuente el Fresno, é inútilmente, y el 4 de julio de 1840, fue
conducido al suplicio, llevándole de la mano un soldado de los que formaban el
piquete para fusilarlo. Triscaba como inocente corderillo la tierna criatura
creyendo le llevaban a jugar o á paseo y decía: Me compraréis unas naranjas y
tostones, y no me haréis pupa, ¿no soldaditos? ¿Ni a mi padre ni madre
tampoco?...
Lloraba el militar que le conducía, los que formaban el cuadro no podían contener la emoción y el piquete que había de hacer la descarga temblaba a la vista de tan inocente e inhumano sacrificio. Afectados todos, y sin quererse desprender el niño de su lado, que a todos hablaba y con todos quería jugar, enternecido el mismo jefe, echó a rodar una naranja y tostones, corrió aquel ángel a coger el cebo de su muerte y le hicieron una descarga cayendo a tierra a impulso de las balas que traspasaron su vientre, saliendo de aquellas cruentas heridas parte de las tripas y entrañas. Los espectadores horrorizados las vieron sostener con sus inocentes manos al niño que exclamó:
-No matar, no hacerme pupa... y se dirigía hacia los soldados que obedeciendo los nuevos mandatos amenazantes del jefe que dirigía el piquete, volvieron a descargar temblando las mortíferas armas, y al fin le remataron (9).
El general Willhelm von Rahden (1793‑1860). |
El prusiano Willhem von Rahden, que se había presentado voluntario en las filas de Don Carlos, tuvo ocasión de ver a Rugero y hablar con él. Estas son sus impresiones y el relato que hace de su encuentro:
“Yo creí que encontraría en “Palillos” el arquetipo de la brutalidad y de la barbarie humana. Era un hombre de más de cincuenta años, curtido por el sol; su rostro, su porte y su vestimenta, recordando a los de un cosaco del Don; sus ojos negros, pequeños y amables; y con un rostro redondo de aspecto, en realidad, simple, aunque bonachón. Este mismo carácter mostraba también en su conversación, pues era muy modesto, abierto y, si así pudiera decirse, honrado y afable. Lo encontré una tarde con Sanz. Nos contó en tono casual, sin que su rostro o sus manos manifestasen emoción alguna, cómo los cristinos habían fusilado y estrangulado a todos sus familiares hasta el pariente más lejano, quemando y borrando de la faz de la tierra todas sus posesiones (él antes había sido muy rico).
-Treinta y nueve de mis familiares han dejado su sangre. El último fue una mujer en las últimas semanas de su embarazo, mi nieta. A ella la maltrataron hasta la muerte, arrancándole luego de su cuerpo el niño que aún no había nacido, y como todavía daba señales de vida, lo fusilaron. ¡Muera todo lo vivo! , concluyó con frialdad, tomando educadamente la boina roja y dejándonos a solas con los espantosos sentimientos que habían despertado en nosotros su relato” (10).
D. Pío Baroja Prieto. |
Pío Baroja, gran recopilador de datos relativos al carlismo, dejó consignados en una de sus novelas datos de gran interés referentes a la Partida y que a continuación transcribimos. “[…] Palillos ha sido muy famoso. […] Palillos padre, don Vicente Rugero, era un viejo muy ladino. Tenía una partida muy bien organizada y muy militar. Ya lo creo. Y no piense usted que era fácil entrar en ella […] Para entrar en la partida se necesitaban muchas condiciones. Había que tener menos de treinta años, ser fuerte, buen caballista, estar acostumbrado a la vida del campo y no tener parientes ni amigos entre los cristinos […] los jefes podían ser más viejos. Al que entraba en la partida se le hacían muchas preguntas, y luego se iba a comprobar lo que había dicho, y si algo no resultaba cierto, no se le admitía […] Todos íbamos igual. Se llevaba calañés alto, de pana o de terciopelo negro, adornado con algunas carreras de botones, medallas, cintas rizadas y un plumerito negro. La mayor parte usaba patillas. Se vestía marsellés corto, guarnecido de cinco botonaduras de monedas de plata, pesetas o reales columnarios. Algunos jefes lucían doblillas de oro, y en vez de calañés, boina blanca o sombrero redondo con funda de hule. Se gastaba calzón corto, de pana o terciopelo negro; ancha faja para el puñal y los cachorrillos; polainas de cuero y zapatos de una pieza. En el arzón del caballo se ponían las pistolas y el trabuco […] Cuando Palillos se proponía sacar contribuciones en una comarca, dividía su caballería en partida de treinta a cuarenta hombres; ocupaban todos los lugares en un espacio de seis a ocho leguas cuadradas. Cada paisano debía suministrar todo lo necesario para un jinete y un caballo. Los pueblos se veían obligados a entregar a Palillos la misma contribución que pagaban al Gobierno de la reina. Entrábamos nosotros en un lugar, y lo primero, para que nadie tocase a rebato y diera señal de alarma, nos apoderábamos de la torre de la iglesia y poníamos en el campanario un centinela. El centinela observaba cuanto pasaba a larga distancia, y si veía algo tocaba la campana, y, según las campanadas, nos entendíamos. Era como la línea del telégrafo de señales del Gobierno. Así, don Vicente Rugero sabía con rapidez si aparecía el enemigo y por dónde” (11).
Tuvo la Partida su bautismo de fuego el 15 de noviembre de 1833 en Alcolea, donde fue alcanzada y derrotada por los gubernamentales que mandaba el coronel Tomás Yarto, “guareciéndose sus restos en los montes, ese laberinto impenetrable, con mansiones subterráneas, con despejadas y naturales atalayas, donde puede acampar un batallón en el mismo terreno en que otro esté oculto con toda seguridad” (12).
Grupo de bandoleros apresados por la Guardia Civil.
Cuando no combatían, se dedicaban a interrumpir las comunicaciones y arruinar el tráfico, siempre bajo la atenta observancia del coronel Jorge Flinter, creado comandante general de la línea de La Mancha, quien no perdía ocasión para perseguirlos celosamente con el propósito de darles combate, y así el 28 de octubre de 1835: “es derrotado Palillos hacia Tomelloso con alguna pérdida, y el 4 de noviembre, contando ya este partidario, tan temible después, con unos cuatrocientos caballos, se vio acometido en Villanueva de la Fuente. Mas no da el rostro, sin embargo de su fuerza; perseguido, se bate en retirada en Génave, en Sierra de la Cumbre y en Rumblar, la parte más escabrosa de Sierra Morena y en Fuente del Fresno, siendo tan tenaz y decidida la persecución que corre veinte leguas, muriendo en ella veinticinco carlistas, y apoderándose los contrarios de bastantes caballos […] Bien pronto se indemnizaban aquellos partidarios, merced al brigandaje de su sistema y a la libertad que todos disfrutaban, de tales pérdidas, bastándoles a veces una excursión: así se ve a Palillos aumentando considerablemente los suyos é infundiendo el terror inseparable de sus punibles excesos” (13).
El 10 de diciembre Palillos junto a los hombres de Sánchez y los Cuestas presentan batalla en la llanura atacando a más de trescientos jinetes pertenecientes a las columnas isabelinas en las cercanías de Talarrubias, haciendo prisionero al jefe de estos últimos. “Este quebranto, primero de su clase, porque fue a campo abierto el choque, produjo un efecto terrible, porque demostraba que ya no podían ser insignificantes ni pequeños los combates con Palillos; que las facciones envalentonadas por su número y lo favorable del terreno, pues contaban para el llano con caballos escogidos, y con los montes impenetrables e inmensos de Toledo para la retirada, confiadas también en su espionaje, tomando audazmente la ofensiva; que casi todos los pueblos no bien guarnecidos quedaban a su disposición, y que podían ser aquellos el núcleo de un ejército el día que surgiese un hombre valiente, organizador y entendido a la vez” (14).
Dibujo de un enfrentamiento entre un grupo de bandoleros y la Guardia Civil.
En febrero de 1837 se reunió un nutrido grupo de caballería perteneciente a la Partida de Palillos en las cercanías de Granátula con el objeto de tomar el pueblo natal del general Espartero, siendo rechazados y sufriendo noventa muertos por las tropas del brigadier Mahy, quien hizo además fusilar con urgencia a seis prisioneros sobre el mismo escenario del combate. Posteriormente se decide atacar Bolaños, que sí caería rendida. En esta última población, Palillos “atacó a los nacionales de Bolaños, estrechándolos de tal manera, que conociendo ellos lo inútil de su resistencia rindieron las armas confiando en la generosidad de sus contrarios; pero Palillo, luego que los tuvo en su poder los sacrificó, vengando en ellos el revés que había sufrido en los campos de Granátula. Este acto de inhumanidad, del que también daban frecuentes ejemplos los del bando opuesto, fue causa de que Palillo no se apoderase de muchos pueblos, que se hubieran entregado fácilmente, a no tener la misma suerte que los nacionales de Bolaños; por esa razón los nacionales se defendían desesperadamente y preferían morir con las armas en la mano, más bien que entregarse a merced de sus enemigos" (15).
Serían un total de 25 los milicianos nacionales fusilados por Palillos en Bolaños, incendiando los días siguientes el pueblo de Brazatortas y continuando hacia Torremilanos donde venció a las fuerzas del capitán Estela, pasando por las armas 20 prisioneros (16).
Los manchegos sostuvieron a principios de julio de 1837 un combate en Venta de Cárdenas contra la Infantería liberal que se saldó dejando más de treinta cadáveres de estos últimos sobre el campo de batalla.
Al frente de 700 hombres se presentó los primeros días de septiembre en Puerto Lápice con el propósito de apoderarse de la población, pero al no conseguirlo dada la resistencia que puso su guarnición, que resistió los embates de los carlistas con determinación y firmeza, Palillos ordenó prender fuego a las casas y edificaciones que se hallaban extramuros del pueblo, al tiempo que enviaba un conminatorio mensaje dirigido al “Sr. Comandante de las fuerzas rebeldes” con el objeto de lograr su rendición: “Comandante General de la Mancha. Viva Carlos V. Si en el preciso término de una hora no se entrega a discreción la fuerza rebelde que se halla situada en la casa del fuerte, serán pasadas por las armas, y se procederá al incendio y asalto de él; más si oyen mi humana amonestación se les garantizará sus personas y bienes. Cuartel General de Puerto Lapice, septiembre 5 de 1837-. El Brigadier Comandante General Palillos” La airada respuesta que obtuvo de los sitiados fue la siguiente, siendo esta vez el destinatario el “Sr. General de ladrones y asesinos”: “Comandancia de los fuertes de Puerto Lapiche. = No se entregarán estos fuertes en ningún concepto, y antes preferirán perecer entre sus ruinas que sucumbir a manos de tan vil canalla de ladrones y asesinos. Viva Isabel II. Viva la Constitución. Viva la Reina Gobernadora. Puerto Lapiche 5 de septiembre de 1837” (17).
Palillos, viendo lo obstinado de la defensa ordenó abandonar la plaza.
Recorrido de la Expedición Real en 1837. Los carlistas a la vista de Madrid. Panorama español, crónica contemporánea . Tomo IV. Madrid, 1845.
Mientras tanto, el 12 de septiembre, la Expedición Real logra llegar hasta las mismas tapias del Retiro madrileño, ocasión única que hubiese acaso decidido el triunfo definitivo de las armas carlistas si Don Carlos hubiera seguido el consejo del general Cabrera de penetrar ese día en la capital de España. El Rey no dio la oportuna orden, por lo que las tropas carlistas se retiraron de las inmediaciones de la Villa y Corte. Días después, algunos partidarios carlistas, conscientes de la magnífica ocasión desaprovechada, aún creyeron posible repetirla, como el caso del coronel de Ingenieros Von Rahden quien consideró además imprescindible para tal fin la fuerza de Palillos, que actuaría como barrera de contención al sur de Madrid: “Palillos podía mantener la alarma a las puertas de Madrid mientras nos poníamos de acuerdo con Zaratiegui, que después del fiasco se había retirado hacia el norte atravesando el Guadarrama para una acción combinada” (18).
En
Venta Quesada, localidad próxima a Manzanares, el 11 de noviembre asaltan el
Correo cargado de correspondencia para La Mancha y Andalucía, logrando interrumpir
de este modo las comunicaciones postales de esas provincias con Madrid.
El líder almagreño había conseguido por esta época reunir bajo su mando una enardecida masa de fogueados voluntarios y destacable poder económico, que parece ser se reservaba para sí mismo sin compartirlo con sus correligionarios, lo que provocó quejas por parte de algunos otros jefes de partidas carlistas; el general Ramón Cabrera, amparándose en este último pretexto decidió de algún modo limitar su poder: “el 1 de diciembre de 1837, le era quitado el mando de las partidas al “tigre” Juan Vicente Rugeros, “Palillos” en su cuartel general del Espíritu Santo de Villarrubia. Posteriormente, el día 3, la noticia le era confirmada por el general Cabrera [...] Las desavenencias surgidas provenían de que algunos cabecillas carlistas, entre ellos Riego, “le habían reclamado algunos maravedises y subsistencia, a lo que Palillos contestó que le era imposible suministrar a tantos, por lo que les aconsejó que se distribuyesen en pequeños grupos y se proveyeran de lo necesario como pudieran” (19).
Retrato de Rafael Riego.
Partió de Los Arcos, Navarra, el 28 de diciembre de 1837, una expedición comandada por el general don Basilio Antonio García y Velasco quien al frente de unos dos mil hombres encuadrados en cuatro batallones y dos escuadrones pretendía “organizar la guerra en La Mancha y restantes regiones de la España central, para lo que debía contar con el apoyo de una división de Cabrera, a quien se le habían dado instrucciones en ese sentido” (20).
Tuvo que desistir don Basilio Antonio García y Velasco de su plan de contactar con Cabrera debido al acoso al que se veía sometido por los cristinos, dirigiéndose directamente a tierras manchegas donde sumó a sus efectivos las fuerzas de Palillos. “Jara (José Jara, cabecilla carlista) y Palillos, enfrascados en antiguas rencillas, trataban de manejar al general don Basilio Antonio García y Velasco según sus designios. Finalmente se impuso el primero, y Palillos, varias veces postergado, se separó completamente de la expedición” (21).
Antes de renunciar a la expedición participaron los de la Partida, a las órdenes del general, en varios hechos de armas notables entre los que destacan el ataque con éxito a un convoy liberal compuesto por varios carros que desde Ruidera transportaba pólvora, "la escolta del convoy se refugió en una casa y envió un emisario para decir que se rendirían a los navarros y no a los carlistas manchegos, pero el mismo Palillos les dio palabra de cuartel y les trató como a compañeros, rectificando así conductas anteriores" (22).
No olvidemos el apoyo prestado por los jinetes de la Partida de Palillos a los hombres del coronel Tallada que se retiraban de Baeza el 5 de febrero de 1838, perseguidos por el general Sanz, quien había tomado el mando de la división Ulibarri, que desde Navarra venía persiguiendo a la expedición de García. También cabe destacar en esta etapa la sonada actuación de las tropas de don Basilio Antonio García y Velasco en Calzada de Calatrava, donde sus subordinados quemaron una iglesia en la que se habían refugiado aquellos liberales que negaron su rendición, entre los que parece ser se encontraban mujeres y niños, y el descalabro sufrido en Valdepeñas por los voluntarios carlistas, que perdieron a cuarenta de sus oficiales; tras este revés los adversarios cristinos se vengaron ensañándose particularmente en aquellos hombres que pertenecían a la Partida de Palillos por haberlos hecho responsables de la barbarie ocurrida en Calzada.
Una vez desvinculados los Rugero de la expedición del general García y Velasco emprenden con nuevos bríos acciones guerrilleras, siendo la más importante el ataque perpetrado sobre Ciudad Real en mayo de 1838, donde logran arrebatar un cañón al enemigo: “al amanecer del día 28, los disparos sobre la puerta de Santa María anunciaron su empeño de penetrar en la ciudad. Acudieron veloces y valientes varios nacionales miembros de la Milicia Nacional y paisanos a reforzar la poca tropa que custodiaba aquel punto, y a los pocos momentos, los carlistas convencidos de la inutilidad de sus esfuerzos, se retiraban de la muralla, donde perdieron la vida algunos trabajadores que trajeron para abrir la brecha. A esto debieron limitarse las disposiciones de la autoridad militar que desempeñaba entonces don Luis Suero, comandante del batallón franco de la Patria, que dio enseguida ocasión a Palillos para que hiciera una horrible carnicería. Retirábase hacia el camino de Miguelturra, cuando el comandante Suero envió en su persecución una de las dos piezas de a cuatro que había en la capital, escoltada apenas por unos ochenta hombres, entre ellos varios nacionales. Llegó el cañón hasta la mitad del camino de Miguelturra, rodeado de tan heterogéneo refuerzo, y al primer disparo hecho sobre los carlistas, sucedió lo que era fácil haber previsto. Aguerrida y audaz la caballería de Palillos dio una vigorosa carga a las fuerzas contrarias, y aquella escolta falta de unidad, sin jefes propios, y aturdida con tan impetuoso e inesperado ataque, cedió un momento al espanto y fue perdida. En vano el desgraciado y bizarro teniente de Castilla, Lahera, quiso infundir su valor a los fugitivos; empezó la fuga y allí encontraron una honrosa muerte, no solo aquel valiente patriota, sino muchos otros que, decididos a vender cara su vida, hicieron frente al enemigo.
Muchos
fueron acuchillados en el acto, y otros entre los que se encontraba el valiente
joven don Antonio Puebla, hijo de un comerciante de la ciudad, fueron fusilados
incontinenti, aunque pidió Puebla su rescate a peso de plata.
Palillos, después de haber sembrado el campo de cadáveres de aquellos desgraciados, y perseguido hasta las puertas de la ciudad a los pocos voluntarios nacionales que salieron a reforzar a sus compañeros de armas, tomó la dirección de Miguelturra, llevándose con el mayor entusiasmo el cañón, cuya inoportuna salida tantas desgracias había causado, y que por ser arma inútil para aquellos carlistas, que eran de caballería y una pieza de artillería les servía de estorbo, fue enterrado, hasta que le sacaron en Agosto siguiente las tropas de Narváez.
Este desgraciado acontecimiento abatió, más de lo que estaba, el espíritu público liberal, y alentó el carlista; y sin la pronta llegada de las tropas que componían el ejército de reserva, los defensores de don Carlos hubieran dominado completamente el país, en el que tenían adeptos, por más que se hiciera creer lo contrario en Madrid. Casi al mismo tiempo que Palillos sitiaba a Ciudad-Real, invadía Archidona, con ciento veinte caballos, los pueblos de las inmediaciones de Roda, robando y asaltando en los caminos las diligencias y fusilando a los nacionales que las escoltaban” (23).
General Ramón María Narváez |
General Baldomero Espartero. |
Los quintos que aún quedaran en los depósitos, y los desertores aprehendidos, constituirían batallones provisionales, a los que se dotaría de los cuadros necesarios, completándose esta fuerza con el cuadro del batallón de marina de San Fernando. Estas tropas, puestas a las órdenes del brigadier Narváez, debían acabar con las facciones de Castilla la Nueva, y el 30 de octubre de 1837 recibían una nueva organización, pues se incorporaban a las mismas los regimientos provinciales de Murcia, Sevilla, Ronda y Santiago, así como el tercer batallón de la brigada de artillería nacional de marina, los cuadros de seis batallones regulares, los cuartos escuadrones de la guardia real de caballería, y un par de baterías. Dotado de la correspondiente plana mayor, este ejército se subdividiría en 4 brigadas, 3 de infantería y una de caballería, cuyo jefe estaría a las inmediatas órdenes del gobierno. A principios de junio de 1838 comenzaron a llegar a La Mancha las primeras unidades, haciendo Narváez su entrada en Ciudad Real el día 13” (24).
El Ejército de Reserva de Narváez comenzó a operar a mediados de junio de 1838. Palillos atacó en Ballesteros, con ciento cincuenta de sus jinetes a la retaguardia de la segunda brigada de la división, siendo finalmente rechazado por el escuadrón de coraceros leales a Isabel. El día 29 cabalgó hasta Torrenueva, donde “quemó las eras y asesinó y cometió horrorosos excesos, ya que, gracias a la resistencia de los nacionales, no pudo enseñorearse del pueblo” (25).
Debido
al implacable hostigamiento que las fuerzas liberales ejercían sobre las
partidas carlistas en Castilla la Nueva y derrotados, huidos, presos o muertos
muchos de sus jefes. Algunos destacados jefes de partidas carlistas a los que hacemos
aquí referencia fueron entre otros Francisco Rugero, que fue
fusilado en Almagro el 27 de agosto de 1838 a la edad de 50 años por orden de
Narváez, “Orejita”, Calvente, Revenga, “el feo de Buendía”, Juan Calderón,
“Bailando”, Giner, González alias “Gil”, “Cuentacuentos”, “Matalauva”, “el
Apañado”, “Cuatrocuartos”, “el Bombi”, “Sin Penas” o “Chaleco”.
La partida de Palillos se vio incrementada por los hombres dispersos que permanecían fieles a la causa carlista, escogiéndose los montes de Toledo como seguro refugio y tomando los pueblos cercanos como teatro de operaciones.
Mientras tanto, Narváez recibe su nuevo nombramiento como capitán general de Castilla la Vieja. A. Bullón de Mendoza apunta que este nombramiento se debió a los celos despertados en Espartero ante los éxitos cosechados por Narváez en La Mancha, pero antes de abandonar su puesto a su sucesor el general Agustín Nogueras, que en febrero de 1836 Agustín Nogueras había dado la orden de fusilamiento de la madre de Cabrera, Dña. María Griñó, que se consumó el día 16 de febrero, en Tortosa.
Narváez, resuelto a terminar con los carlistas en su jurisdicción militar declara un amplio “indulto a todos los carlistas y sus jefes que se presentasen, siempre que no tuviesen crímenes imperdonables” (26).
Al indulto se acogieron numerosos combatientes ya por cansancio, ya por no ver futuro en la causa que defendían, pero Palillos permaneció inquebrantable en su ideal en medio de un verdadero río de desafección y apostasía legitimista, enarbolando su rojo estandarte y así el 12 de noviembre, al mando de 200 jinetes, logró plantarlo en Ballesteros y dos días después en Fernán Caballero. Fue por estas fechas cuando los de la partida capturaron a un yerno del duque de Frías, ministro de Estado, pidiendo la importante cantidad de diez mil duros a cambio de su rescate (27).
D. Bernardino Silverio Fernández de Velasco Jaspe. Duque de Frías.
Narváez llevó consigo a su ejército, haciéndolo desfilar frente al Palacio Real de Madrid el 10 de octubre, y siendo recompensado con la Cruz Laureada de San Fernando por la formación y organización del cuerpo de reserva y la pacificación de la Mancha.
Aunque la espada del cabecilla Rugero seguía alzada imperturbable a los adversos acontecimientos alrededor suyo, los mandos liberales ya seguros en su cercano triunfo escribían: “tenemos cogidos y presentados a más de mil facciosos. “Palillos” y su hijo errante por los montes, cogido su secretario que era su entendimiento, y no hay día que no se presenten lo menos 20 para arriba, que no se cojan 8 o 10 y tarde en que no se fusilen” (28).
Por ser ahora prácticamente la única partida leal a Don Carlos aún activa en La Mancha, el jefe carlista establece un concierto con las partidas aragonesas para prestarse ayudas mutuas de socorro y ataque. En una de estas incursiones a Aragón el 28 de noviembre, diecisiete jinetes fueron muertos entre las localidades de Perdernoso y Provencio. A mediados de diciembre el hijo de Palillos junto a cien hombres “al atravesar la provincia de Cuenca, acampó en un monte entre Enguidanos y Paracuellos; atacado por los granaderos a caballo de la Guardia real que mandaba el teniente Pozas, dejaron en poder de estos, caballos y efectos” (29).
Los de Palillos ya sin su estandarte, aunque pudieron haber tenido otros, “atravesaron las sierras del Burgo y de Guadarrama, y los ríos Tajo, el Tietar y el Alberche, dejando la desolación en pos de su extensa huella. Para atajarles en aquellas terribles y rápidas correrías mandó nuevamente el capitán general de Castilla la Nueva inutilizar las barcas del Tajo; entreteniéndose en tanto Palillos en apoderarse de algunos destacamentos liberales, y desarmar a los que defendían los pueblos de Quijozna, Perales, el Viso de Illescas y otros inmediatos a la corte” (30).
El 31 de diciembre atacaron Madrigalejo con 200 jinetes pero “16 hombres de su valiente milicia nacional, no solo resistieron a aquellos, sino que impidieron al enemigo el que pudiese dominar más de la tercera parte del pueblo, el cuál se vengó incendiando 26 casas y saqueando otras en las que pudo entrar” (31).
Vicente Rugero tuvo siete hijos, de los que conocemos los nombres de Zacarías, Luciano, Francisca y Dolores, por cierto éstas dos últimas sufrieron prisión ordenada por las autoridades liberales como método coercitivo contra su padre; la hija mayor contrajo matrimonio en la cárcel con un mozo labrador que también se encontraba recluso.
El 8 de febrero de 1839 fueron atacados en Almonacid de Zorita por el teniente liberal Urrea Portillo, causándoles gran quebranto y dejando veinticinco muertos carlistas entre los que se encontraba el hijo mayor de Palillos, Zacarías Rugero “después de una larga y constante persecución logró darle alcance con 32 caballos en el pueblo de Almonacid de Zorita, siendo el resultado quedar muertos en el campo el mencionado Zacarías y 24 más de los suyos, entre ellos algunos oficiales, quedando en poder de los vencedores 12 prisioneros, todos heridos, entre los que se contaba, y lo estaba mortalmente, el famoso cura de Malagón” (32).
Con el objeto de satisfacer su sed de venganza, Rugero, en los albores del día 25 de febrero, envía 180 jinetes mandados por Rito Flores a Orgaz, causando una verdadera sangría entre la población y los milicianos nacionales destacados en la villa, a cuyo frente estaba el capitán Ramón Perea. La historiografía liberal asegura que fueron un total de cuarenta y siete personas, civiles y militares, entre los que se encontraban veintitrés milicianos que fueron pasados a cuchillo, las que murieron a manos de los voluntarios de la Partida de Rugero, once individuos fueron retenidos y conducidos a Porzuna a cambio de canjes, y hasta una mujer, dijeron, fue violada. “A una honrada mujer, cuyo nombre no hace al caso, la violaron de la manera más horrible que imaginarse puede. Mientras cuatro la sujetaban, los demás, que eran en gran número, satisfacían su brutal apetito, dejándola exánime” (33).
Enterado y alarmado Don Carlos por estos excesos y deseando imponer el orden entre sus partidarios comisionó al general Cabrera acudir él mismo u otro de su confianza a esta región para organizarla. “Cabrera recibió en tanto una orden de don Carlos, en la que participándole el estado de desorganización en que se hallaban las fuerzas de la Mancha, le prevenía, por estar más en contacto con este país, que destinara un jefe de celo e instrucción que usando de política granjease los ánimos de los de aquellas partidas, las organizara é introdujera en ellas la disciplina.
Capitán General Bartolomé Amor Pisa
Para darla cumplimiento hizo él mismo una atrevida excursión a estas provincias, consiguiendo su sagacidad que Bartolomé Amor, que interinamente sustituía al general Nogueras, no la evitara, a cuyo efecto hizo correr la voz de que iba a atacar de nuevo Villafamés, Caspe y Alcañiz: movió los aprestos de sitio, mandó recomponer los caminos, y mientras los liberales estaban a la expectativa, adelantó Cabrera dos jornadas. Cuando se reunían fuerzas para batirle, regresaba a Aragón con el botín cogido en Castilla” (34).
La llegada a tierras manchegas del general liberal don Trinidad Balboa supuso un nuevo hito de brutalidad, instaurando entre la población un auténtico régimen de terror, represión y guerra sin cuartel a todo lo que pudiera estar relacionado con el carlismo “publicando en su consecuencia el 25 de Agosto un bando riguroso, y por sus efectos horrible, inhumano que llevó al patíbulo inocentes víctimas, mujeres embarazadas, niños hasta de cuatro años; y tales horrores permitió impasible, que se resisten a la narración. Origen fue de terribles acontecimientos harto ruidosos, y bien amargos después para el mismo Balboa, a quién se formó, y a otros jefes, las causas que obran en el Archivo del Tribunal de Guerra y Marina" (35).
A tal extremo de persecución se vieron sometidos Rugero y sus hombres por sus siempre arriesgadas acciones guerrilleras que los mandos liberales, frustrados en sus vanos intentos de apresarlo aún pese a tener la contienda decidida a su favor, se ensañaron con su anciana madre quienes la emplearon como víctima propiciatoria.
Ilustración de Diario de un médico: con los hechos más notables ocurridos durante la última Guerra Civil en las provincias de Toledo y Ciudad Real. |
Máximo García López, en su Diario de un médico, con los hechos más notables ocurridos durante la última guerra civil en las provincias de Toledo y Ciudad Real”, Madrid, Imp. T. Aguado, 1847, 2 volúmenes, escribe: “El 11 de octubre del año 1839, en ese mismo sitio, inmediaciones de la puerta de Granada, en Ciudad Real, fue decapitada la inocente y anciana madre de “Palillos”, a la edad de ochenta y un años, siendo tan heroica y edificante su apostura en el momento de ser fusilada que conmovió fuertemente a los espectadores y las últimas palabras que salieron de sus labios fueron para pedir al Redentor por sus verdugos. También fueron corrientes las represalias tomadas contra carlistas que pese a haber depuesto voluntariamente las armas se habían acogido a indulto, que no fue respetado, siendo fusilados sumarísimamente prescindiendo de cualquier fórmula legal “dando así comienzo a un régimen de terror, tanto contra los guerrilleros como contra sus posibles colaboradores, que sirvió para que buena parte de los carlistas se dispersaran” (36).
Lo cierto es que el hartazgo de tantos años de guerra sumado a la feroz amén de eficaz persecución del general Balboa y al convenio de Vergara, firmado el convenio de Vergara el 31 de agosto de 1839, hizo notable mella en el ánimo y resistencia de los carlistas manchegos, inclusive en su “núcleo duro” representado por la Partida de Palillos “antes de finalizar Octubre se habían presentado unos setecientos hombres solamente en la provincia de Ciudad Real” (37).
El Abrazo de Vergara entre Baldomero y Maroto. |
Balboa, a comienzos de noviembre de 1839, emite una alocución, en contraposición al bando publicado el 25 de agosto en el que prometía duras penas para los carlistas y para los que los apoyasen, en la que relaja sus medidas represivas al considerar que los “facciosos” habían sido finalmente sometidos:
“Comandancia general de las provincias de Ciudad Real y Toledo. Manchegos y toledanos: cuando cesan las causas tienen que desaparecer los efectos. Bajo de este principio y estando ya pulverizada la facción del ladrón y asesino Palillos, y éste huyendo espantado de estas provincias, os levanto la prohibición que os impuse en mi bando de 25 de Agosto último de no poder pasar a los montes que en él se expresaban, pues que mi fin era quitarle los inmensos recursos y auxilios que recibía de sus paniaguados. Ansiaba con todo mi corazón que llegase este venturoso día para que pudieseis atender libremente a vuestras comunes necesidades y cuidar de vuestros respectivos intereses, que era el blanco de mi deber y de mi deseo: felizmente lo he conseguido. Lo que os prevengo, y de su cumplimiento encargo bajo su responsabilidad a las autoridades civiles y militares, es que ninguno pueda transitar fuera de una legua de su pueblo sin llevar un pase que el punto donde se dirige, expresando la condición del viajero y el motivo de su salida, conminando al que faltare, al pago de diez ducados de multa, y si por ser pobre no pudiese, a un mes de prisión, y además a ser castigado según la parte de culpa que le resultare. Igualmente prohíbo que cualquier forastero pernocte en los pueblos, sin que el vecino que los reciba en su casa dé con anticipación parte de su llegada a la autoridad competente; y al que faltare se le pondrá en prisión, quedando a las resultas del delito que aparecer pueda en el culpado. Estas restricciones son en beneficio de los vecinos honrados y de todo hombre de bien, que no tiene la penosa necesidad de ocultar su cara y persona a sus semejantes; solo el malvado, el delincuente no más es el que procura sustraerse de esta justa y de ningún modo gravosa providencia. Hágase publicar y pregonar para inteligencia de todos.”
Balboa formó una partida de “Seguridad Pública” integrada por excarlistas acogidos a indulto, cuya misión era la de combatir a sus antiguos compañeros de armas. El día 10 de noviembre se levanta el estado de sitio en las Provincias de Toledo y Ciudad Real, a excepción de algunos enclaves, y al día siguiente se emite otra alocución autocomplaciente “diciendo lo que Balboa había hecho y los buenos resultados que había obtenido” (38).
Terminada la Primera Guerra Carlista tras el abrazo de Vergara, una facción de la Partida continuó la práctica de operaciones guerrilleras al mando de Rito Flores, condenados a vagar por entre los montes y siendo perseguidos como a bandoleros.
Don Vicente Rugero tomó el camino de la emigración a Francia para así evitar caer en poder de las fuerzas liberales que inexorablemente lo hubiesen hecho fusilar. En Lyon se daba la noticia de que varios coroneles, un brigadier y el “mariscal de campo D. Vicente Rugeros más conocido bajo el nombre de Palillos, ex-comandante general de la provincia de la Mancha, los cuales van destinados al depósito de Bourges (39).
Toda derrota implica un castigo. El Estado liberal triunfante organizó, legal y jurídicamente, un sistema organizado de represión de los vencidos carlistas.
Ya después de la Primera Guerra Carlista (1833-1840) el general Espartero ordenó el embargo de los bienes de las personas “que se habían comprometido con la causa de Don Carlos”.
La maquinaria represiva del Estado contra los carlistas se activó antes de que finalizara la Tercera Guerra Carlista en 1876. El período convulso de la Primera República Española (1873-1874), donde se sucedieron cuatro presidentes en menos de un año, alumbró las primeras disposiciones legales contra el movimiento carlista. Una vez desplazado del poder Emilio Castelar (1832-1899), último presidente de la I República española, por el golpe del general Pavía el 2 de enero de 1874 durante una votación en el Congreso de los Diputados, el general Francisco Serrano ejerció el poder ejecutivo de la República (1810- 1885). Desde la especie de dictadura republicana que ejerció dictó, el 19 de julio de 1874, la siguiente resolución: “El Gobierno de la Nación; inspirándose en los más levantados sentimientos, ha hecho grandes esfuerzos para atraer al cumplimiento de sus deberes a los rebeldes que aspiran a levantar sobre el suelo ensangrentado de la patria instituciones condenadas por la razón y la historia”.
Algunos miembros de su gobierno, más templados políticamente, como Práxedes Mateo Sagasta (1825-1903), apelaban a cierta reconciliación pues “en vano la generosidad de los partidos liberales ha extendido repetidas veces el manto del perdón sobre estos eternos explotadores de nuestras desgracias. Las circunstancias exigen imperiosamente que el Ministerio se inspire en un sentimiento de concordia para con todos los hombres y todos los partidos”.
El decreto del general Serrano proclamaba el Estado de sitio en todas las provincias españolas y autorizaba la creación de una serie de comisiones militares permanentes que tenían la misión de conocer todos los delitos de conspiración, rebelión, sedición y demás actividades tendentes a ayudar a “los rebeldes” que es como denominaban a los carlistas.
Un punto a destacar, teniendo presente el caso personal que vamos a analizar, es la autorización, por parte del Gobierno español para embargar los bienes de las personas que se demostrase se encontraban incorporadas a la causa carlista. Asimismo, se disponía que las personas perjudicadas por los daños de la guerra, en especial hicieran mención a los herederos de los fusilados (oficiales, jefes, soldados y voluntarios) por las partidas carlistas, después de haberse rendido, fueran indemnizadas con las rentas de los bienes embargados y por medio de una contribución extraordinaria que recayó, exclusivamente, sobre los carlistas.
Las disposiciones legislativas represivas contra el carlismo continuaron incluso antes de finalizar la guerra por completo.
Tanto fue así que se aprobó un Decreto de refuerzo, el 10 de julio de 1875, en el que se disponía la expulsión del territorio español de todas las familias en las que el cabeza de familia o alguno de sus hijos se encontrasen alistados en las tropas o partidas carlistas. El artículo 3º es bastante explícito:
“Todos los individuos que han pertenecido a comités o juntas carlistas y que no se presenten en el término de quince días ante la autoridad gubernativa más cercana a hacer su sumisión y reconocimiento del rey y su gobierno sufrirán la pena prescrita en el artículo anterior”.
Los carlistas, observando la inminente derrota, empezaron a marchar fuera de España por la frontera francesa. Miles de ellos empezaron a cruzar los Pirineos a mediados de 1875, provocando el recelo de las autoridades francesas ante este nuevo exilio español. Los prefectos franceses en sus informes enviados a París calculaban, aproximadamente, en cerca de 20.000 el número de refugiados carlistas que se encontraban en el sur de Francia, algunos alojados en campamentos provisionales.
Por desgracia, no sería el último exilio producido por una guerra civil en España que repitiera el mismo patrón.
El diputado Manuel Salamanca y Negrete. |
El
diputado Manuel Salamanca y Negrete insistió ante el pleno de las Cortes, en el
Congreso de los Diputados, el 13 de junio de 1876, a través de un proyecto de
Ley, en indemnizar a las familias de los individuos muertos por los carlistas,
y en extensión, a los pueblos que hubiesen sufrido daño y perjuicio por
consecuencia de la guerra.
Con este trabajo queremos recordar la memoria de un grupo de patriotas que derramaron profusamente su sangre, defendiendo sus propiedades, arruinándose muchas haciendas, sufriendo robos y saqueos, y otros por una ideología equivocada, influenciada por la Iglesia que defendía su posición anterior de privilegios, tomaron el camino del exilio o murieron luchando por ello. De todo ello los navarros y vascos sacando tajada fiscal, fueron los beneficiados, con un régimen foral muy beneficioso, que ahora los catalanes quieren también recibir a cambio del empobrecimiento de los demás territorios del país.
Las guerras carlistas anticipo de las ventajas fiscales para vascos añadieron miseria y desolación en muchos pueblos de Andalucía.
Gran número de cabecillas carlistas procedían de la provincia de Ciudad Real y extendieron sus actividades hacia la provincia de Jaén, amparándose en los intricados laberintos montañosos de Sierra Morena.
La mayoría de los voluntarios carlistas camparon de forma autónoma por amplias zonas de nuestra tierra, dedicados al bandidaje y contrabando e infundiendo miedo e inseguridad entre los vecinos de nuestras aldeas, villas y ciudades con el propósito de proveerse de medios de subsistencia para su partida
En Andalucía por su tradición liberal no tuvo el carlismo el eco esperado y sus gentes acabaron sufriendo el saqueo, el robo en las poblaciones cercanas a Sierra Morena, donde actuaron y encontraron refugio seguro.
Granada 26 de octubre de 2024.
Pedro Galán Galán.
Bibliografía:
(1) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 1, página 206.
(2) Asensio Rubio, Manuela: El Carlismo en Castilla-La Mancha (1833-1875), página 81.
(3) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista”. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 3, página 15.
(4) George Borrow: The Bible in Spain; or the Journeys, Adventures, and Imprisonments of an Englishman in an Attempt to Circulate the Scriptures in the Península. 3 tomos. 3ª edición. London: John Murray, Albemarle Street. 1843. Tomo 1º. Páginas 339 y 340.
(5) Teófilo Gautier: Viaje por España. Ed. Mediterráneo, S.A. Madrid, 1944. Página 86.
(6) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 2, página 146.
(7) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 2, página 954).
(8) Eusebio Ballester y Sastre: Irlandeses en la Historia de España, de Francia, de las Dos Sicilias, de Austria, de Rusia. Revista Hidalguía nº 223, correspondiente a noviembre-diciembre de 1990. Instituto Salazar y Castro. Madrid, 1990. Páginas 883 y 884.
(9) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 3, página 290.
(10) Wilhem von Rahden: Cabrera. Recuerdos de la guerra civil española. Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2013. Páginas 465 y 466.
(11) Pío Baroja: La Nave de los Locos. Ed. Caro Raggio. Madrid, 1980. Páginas 283 a 285.
(12) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 1, página 206.
(13) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 2, página 150.
(14) Antonio Pírala Criado. “Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista”. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 2, páginas 150 y 151.
(15) D. R. Sánchez: Historia de Don Carlos y los principales sucesos de la Guerra Civil de España. Imp. de Tomás Aguado y Compañía. Madrid, 1844. Tomo I. Página 313.
(16) Javier de Burgos: Anales del Reinado de Isabel II. Obra póstuma. Est. Tipográfico de Mellado. Madrid, 1851. Tomo IV. Página 99.
(17) Periódico Eco del Comercio, 11 de septiembre de 1837.
(18) Barón Guillermo Von Rahden: Andanzas de un veterano de la Guerra de España (1833-1840). Prólogo, traducción y notas José María Azcona y Díaz de Rada. Institución Príncipe de Viana. Diputación Foral de Navarra. Pamplona, 1965. Página 159.
(19) Manuela Asensio Rubio: El Carlismo en Castilla La-Mancha (1833-1875). Biblioteca Añil. Editorial ALMUD. Ciudad Real, 2011. Página 87.
(20) Alfonso Bullón de Mendoza: La Primera Guerra Carlista. Ed. Actas, Madrid, 1992, página 313.
(21) Alfonso Bullón de Mendoza: La Primera Guerra Carlista. Ed. Actas, Madrid, 1992, página 315.
(22) Román Oyarzun: Historia del Carlismo. Ed. facsímil. Editorial Maxtor. Valladolid, 2008. Página 111.
(23) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 3, páginas 109 y 110.
(24) Alfonso Bullón de Mendoza: La Primera Guerra Carlista. Ed. Actas, Madrid, 1992, página 335.
(25) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 3, página 111.
(26) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 3, página 118.
(27) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 3, página 187.
(28) Alfonso Bullón de Mendoza: La Primera Guerra Carlista. Ed. Actas, Madrid, 1992, página 384.
(29) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 3. Página 115.
(30) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 3. Página 116.
(31) Pascual Madoz: Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones en Ultramar. Imp. D. José Rojas. Madrid, 1848. Tomo XI. Página 11.
(32) Panorama Español, Crónica contemporánea. Obra pintoresca, por Una reunión de amigos Colaboradores. Imprenta del Panorama Español. Madrid, 1845. Tomo IV, página 145.
(33) Breve reseña que el Ayuntamiento de la Muy Noble, Leal y Antigua Villa de Orgaz hace de las víctimas inmoladas por la facción Palillos el día 25 de Febrero del año 1839. Toledo. Imprenta Escuela Tipográfica y Encuadernación Colegio de María Cristina. 1906.
(34) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 3, página 265.
(35) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 3, página 290.
(36) Alfonso Bullón de Mendoza: La Primera Guerra Carlista. Ed. Actas, Madrid, 1992, página 336.
(37) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891; tomo 3, página 291.
(38) Antonio Pírala Criado: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 3. Página 292.
(39) Manuela Asensio Rubio: El Carlismo en Castilla La-Mancha (1833-1875). Biblioteca Añil. Editorial ALMUD. Ciudad Real, 2011. Página 91.
1 comentario:
Gracias, Pedro, por recordarnos que las Guerras Carlistas no fueron solo cosa del País Vasco, Navarra y El Maestrazgo... Más de cuarenta años en que la gente normal pagó con vidas y haciendas disputas en las que no entraba ni salía. Como siempre. El Abrazo de Vergara entre Espartero y Maroto se ha convertido para los herederos del Carlismo: PNV y Batasuna, en el contubernio de Vergara, (Anasagasti dixit) y la lucha continúa con motivo de las" identidades", extendido, como bien dices, a Cataluña... para no pagar lo que deben en justicia.
Muy valioso el documento de la sesión del Ayuntamiento. Es material nuevo puesto a disposición de los investigadores.
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