PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

domingo, 7 de mayo de 2023

EL ORIGEN DE NUESTRA CELEBRACIÓN DE SAN SEBASTIÁN COMO PATRONO DE LAHIGUERA VIENE DE LA ENCOMIENDA DE LA VILLA ANTE EL SANTO POR LAS PERIÓDICAS PESTES SUFRIDAS.

LA ERMITA DE SAN SEBASTIÁN POSIBLEMENTE FUESE LA DEL “SANTO”, SITUADA EN LOS EXTRAMUROS O EJIDO, EN LA EXPANSIÓN HACIA EL ESTE DE LA VILLA ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVII.

San Sebastián fue un mártir de los primeros siglos de la iglesia cristiana, por profesar y no negar su fe en Cristo.

San Sebastián nació en Narbona, Francia, en el año 256 de la era cristiana. Aún joven, se mudó con su familia a Milán, Italia, la ciudad de su madre. Se unió al ejército de Roma y se convirtió en el soldado favorito del emperador Diocleciano. Conquistó el puesto de comandante de la Guardia Pretoriana.

En secreto, Sebastián se convirtió al cristianismo y aprovechando el alto rango militar, visitó con frecuencia a los cristianos encarcelados que esperaban ser llevados al Coliseo, donde serían devorados por los leones, o muertos en peleas con gladiadores. Con palabras de aliento y consuelo, hizo creer a los prisioneros que serían salvados de la vida después de la muerte, según los principios del cristianismo.

La fama del cristiano como benefactor se extendió y Sebastián fue denunciado al emperador. El Emperador, que perseguía a los cristianos en su ejército, intentó hacer que Sebastián renunciara al cristianismo, pero ante el Emperador, Sebastián no negó su fe y fue condenado a muerte. Su cuerpo fue atado a un árbol y disparado por flechas disparadas por sus antiguos compañeros, que lo dejaron aparentemente muerto. Rescatado por unas mujeres lideradas por la cristiana Irene, fue cuidado por ella y logró recuperarse.

Después de su recuperación, San Sebastián continuó siendo evangelizador e indiferente a las peticiones de los cristianos de no exponerse, se presentó ante el emperador insistiendo en que parara las persecuciones y muertes de los cristianos.  Ignorando las peticiones, esta vez Diocleciano le ordenó que fuera azotado hasta la muerte, y luego su cuerpo arrojado al alcantarillado público de Roma, para que no fuera venerado como un mártir por los cristianos. Era el año 287 de la Era Cristiana.

Fiesta de San Sebastián de Lahiguera en 2019.

Una vez más, su cuerpo fue recogido por una mujer llamada Luciana, a quien pidió en un sueño que lo enterrara cerca de las catacumbas de los apóstoles. En el siglo IV, el emperador Constantino, que se convirtió al cristianismo, hizo construir en su honor la Basílica de San Sebastián, cerca del cementerio, junto a la Via Appia, para albergar el cuerpo de San Sebastián. Su culto comenzó en este período.

Basílica de San Sebastián en Roma.
Capilla de San Sebastián y cripta del mártir. Imagen esculpida por Giuseppe Giorgetti (1668-1682)
Escultura de San Sebastián por Gian Lorenzo Bernini.

Se dice que en aquella época, Roma estaba siendo asolada por una terrible plaga y que tras el traslado de las reliquias de San Sebastián la epidemia desapareció. A partir de ese momento, San Sebastián comenzó a ser venerado como patrón contra la peste, el hambre y la guerra.

Durante la Edad Media, la iglesia dedicada a él se convirtió en un centro de peregrinación y hasta el día de hoy recibe devotos y peregrinos de todo el mundo. Su fiesta se celebra el 20 de enero. Uno de los temas favoritos de los pintores renacentistas, el martirio de San Sebastián fue retratado por varios artistas, entre ellos Bernini, Perugino, Mantegna, y Botticelli. En general, el cuerpo se muestra cruzado por flechas.

La epidemia de peste tuvo en nuestra comarca su primer brote en el Siglo XIV, al tener constancia de su llegada a la vecina villa de Arjona en 1349-1350, por eso un documento dirigido a la villa citada en 1350 constata su incidencia: “faciéndome saber cómo estaba yerma la villa de Arjona y muy despoblada, lo uno por la gran mortandad que fue y fue...” .

Este dato nos aproxima con fiabilidad al riesgo del padecimiento de la peste en nuestra villa de Lahiguera, dada la proximidad escasa entre ambas villas, y la carencia de no disponer de puertas de entrada en Lahiguera para prevenir los contagios de los huidos de Arjona.

También en Jaén hubo epidemia de peste en el año 1365. Ibn al-Jatib nos relata que el rey Muhammad V partió con su ejército a últimos de al-muharram del año 767 (Septiembre-octubre de 1365) “hacía la ciudad de Jaén, una de las capitales del reino, de las ciudades florecientes y silla del emirato”. Fue conquistada por los musulmanes pero a poco de regresar de esta expedición se produjo la epidemia de peste (marad wafid) aunque curó la gente bien y se restableció la salud gracias a la misericordia de Dios. Por este motivo no hubo fiesta con poesías laudatorias como era costumbre tras la conquista.

En 1523, la ciudad de Jaén y otros pueblos de la provincia sufrieron una epidemia de peste de terribles consecuencias. La primera noticia sobre la pestilencia en la ciudad es del 19 de enero del año 1523. 

En el período 1557-1559, otras poblaciones de la provincia sufrían la peste. En Arjona también se establecieron guardas en las puertas para protegerse de la entrada de apestados, no admitiéndose a nadie sin pasaporte de sanidad bajo pena de 100 azotes y 10 días de cárcel. A los pobres que llegasen a sus puertas se acordó darles una libra de pan y obligarles a marcharse. El temor al contagio hizo también que, en abril de 1559 el cabildo municipal prohibiese a los vecinos marchar a la romería de la Virgen de la Cabeza por el concurso tan numeroso de gente de todas las provincias que solía tener lugar.

Aunque las epidemias de peste más violentas en España fueron en 1596-1602, 1648-1652 y 1677-1685, todas ellas en el siglo XVII. Después del año 1721 la peste desapareció de Occidente. 

Otras poblaciones situadas en lugares de importante tránsito, como Andújar en la carretera de Andalucía, sufrieron en altísimo grado la morbilidad de la peste. En esta población, el 27 de marzo de 1681, ya habían muerto más de seis mil personas, siendo el contagio “mayor que padezió lugar ninguno de la Andalucía según el vecindario...” .

Aunque no tenemos datos de nuestra villa. Seguramente en Lahiguera se padecería un alto número de contagiados entre su población, dada la relación de dependencia jurisdiccional, comercial y política, por formar parte de su municipalidad hasta que se produjo la exención de su jurisdicción de Andújar en el año 1558, en fecha 17 de octubre, tras el pago a la Corona de 3000 ducados, exención que había sido solicitada por el prior de la villa don Alonso de Çambrana, que ejerció su ministerio entre los años 1550 y 1568, año en que falleció siendo aun prior de La Higuera. Años después seguirían los mismos pasos Villanueva de Andúxar en 14 de noviembre de 1790, y El Marmolejo en fecha 27 de mayo de 1791.

Ante las grandes adversidades que se deducían de la extensión de la epidemia, produciendo miles de muertos, las encomiendas a los santos, como protectores ante las rachas de epidemias proliferaron en todo el mundo occidental. Los santos considerados como protectores antipeste fueron San Sebastián, San Roque y San Nicasio. La advocación a San Sebastián estaba extendida por toda la Diócesis de Jaén. San Roque tenía su culto al sur de nuestra provincia, principalmente en las tierras de la Orden de Calatrava (Arjonilla, Lopera, Torredonjimeno) y también en la comarca de Jaén (Torredelcampo, Jaén, Villardompardo), lo mismo que San Nicasio.

La relación de las 36 localidades que tenían ermita de san Sebastián en los siglos XVI y XVII fueron: Alcaudete, Andújar, Arjonilla,  Arjona, Bailen, Baños de la Encina, Bedmar, Begijar, Cazalilla, La Guardia, Lahiguera, Huelma, Ibros, Iznatoraf, Jabalquinto, Jaén, Jimena, Jódar, Linares, Lopera, Marmolejo, Martos, Mengíbar, Las Navas de San Juan, Porcuna, Sabiote, Santiago de Calatrava, Santisteban del Puerto, Torredelcampo, Torredonjimeno, Torreperogil, Torres, Úbeda, Villanueva del Arzobispo, Villardompardo y Los Villares.

Las poblaciones de la provincia que tenían Ermita de San Roque fueron: Alcaudete, Arjona, Arjonilla, Lopera Jaén, Torredelcampo, Torredonjimeno, y Villardompardo.

Las poblaciones que tuvieron ermita de San Nicasio fueron: Arjona, Bailen, Jaén, Martos, Pegalajar, Torres, y Úbeda.

Como hemos podido comprobar las encomiendas a unos u otros santos protectores dependían de su fama de santos eliminadores de los efectos de las epidemias sufridas, y las plegarias en algunas localidades iban dirigidas en algunos casos a dos o tres de ellos, por esta razón podemos comprobar como en algunas localidades había dos y hasta tres de estas ermitas de los santos protectores, aunque el que más ermitas tenía dedicadas a su culto era San Sebastián.

La peste es una enfermedad infecciosa aguda, de gran mortalidad, producida por el microorganismo “pasteurella pestis” y caracterizada por producir una inflamación de los ganglios linfáticos, septicemia y a veces un cuadro neumónico de gran gravedad. Es una zoonosis de los múridos (rata o ratón) que se transmite al hombre a través de las pulgas. (Las zoonosis constituyen un grupo de enfermedades de los animales que son transmitidas al hombre por contagio directo con el animal enfermo, a través de algún fluido corporal como orina o saliva, o mediante la presencia de algún intermediario como pueden ser los mosquitos u otros insectos.)


Cursa con fiebre, escalofríos y dolores difusos en extremidades y espalda. Los ganglios linfáticos, sobre todo los inguinales, aparecen infartados llegando a abrirse al exterior con una supuración intensa. Si la enfermedad progresa a la septicemia produce gran postración y shock, con delirio y muerte en pocos días. Actualmente la enfermedad se trata con estreptomicina, si bien también es sensible el germen al cloranfenicol, tetraciclina y sulfamidas.La peste bubónica clásica se manifiesta con una fiebre de 39 a 40 grados, con pulso rápido, conjuntivas dilatadas, mirada brillante, vómitos, y boca seca. Los bubones aparecen al cabo de 48 horas, pero pueden no aparecer, tratándose entonces de peste septicémica.

Durante el siglo XIV una gran epidemia de peste asoló a Europa dándosele el epíteto de peste negra a la que tuvo lugar en el año 1348 y lustros siguientes, por las úlceras negruzcas que producía en la piel y por el vómito negro de la neumonía pestosa.

Cuadro: Los filisteos golpeados por la peste, de Nicolás Poussin (1631)

Durante el siglo XIV y hasta principios del XVI, la peste aparecía todos los años en unos u otros lugares de Europa Occidental. Cada ocho, diez o quince años, en las ciudades solían producirse violentos brotes que llegaban a provocar la desaparición de un 10%, un 20, un 30%, o hasta un 40 por ciento de su población. Razón suficiente para que la peste originara gran miedo colectivo en cualquier lugar donde se detectaba su presencia, y creara todo un modo de comportamiento en torno a ella durante los cuatro siglos que corren desde 1348 a 1720.

Sin olvidar otras enfermedades que también producían gran pánico, como eran la fiebre miliar en los siglos XV y XVI, llamada inglesa en las Islas Británicas y Alemania; el tifus en los ejércitos de la guerra de los Treinta Años; la viruela, la gripe pulmonar y la disentería, las tres todavía activas en el siglo XVIII. El cólera no apareció en esta parte del mundo hasta el siglo XVIII (1).

Las causas de la peste no se conocieron hasta finales del siglo XIX. Los hombres de ciencia occidentales solían atribuirla a la polución del aire, provocada por funestas conjunciones astrales o por emanaciones pútridas procedentes del suelo o subsuelo. Las inútiles prevenciones se basaban en rociar de vinagre cartas y monedas, encender fogatas en las encrucijadas de una ciudad contaminada, desinfectar individuos, casas y harapos con perfumes y azufre,...

A la supuesta purificación del aire, las lumbres en las plazas públicas recogen una tradición pagana de purificación del mal, muy presente en el hombre giennense a través de los fuegos de invierno, de ello queda la celebración de la llamada Noche de San Antón.

Las hogueras de la noche de san Antón en Jaén.

Por otra parte, fue ignorado el papel de la pulga. Todas las relaciones describen el peligro del contagio interhumano y apenas hacen mención a la gran mortandad de ratas. Pero en numerosas epidemias de peste bubónica parece ser que la mortandad no venía implicada necesariamente por la presencia de la rata, sino de un individuo a otro. “De ahí los estragos en los barrios populares donde el parasitismo era más denso” (2).

La medida más corriente de purificación ambiental era quemar membrillos, romero, laurel, sándalo, resina de pino, ámbar, áloe,...etc. (3).

Ya en el año 1348 se produjo una primera ola de peste bubónica en el Reino Nazarí de Granada.

Andalucía fue azotada por estos brotes en especial el reino de Granada en 1348, todavía en poder musulmán, llegando a producir una enorme mortandad.

Parece ser que la peste fue traída de Asia por los mongoles del Khan de Qiptchad en 1347 al asaltar la colonia genovesa de Caffa en Crimea. Desde allí los navíos genoveses, portadores de las temibles ratas, sembraron la enfermedad por el Mediterráneo y sobre la Península Ibérica. Al reino nazarí de Granada entró por el puerto de Almería.

Mapa del avance de la peste desde el año 1346 a 1353.
Otro mapa de la expansión de la peste negra a lo largo del siglo XIV. En él se pueden ver las rutas terrestres y marítimas de la expansión de la enfermedad.

Son tres los médicos granadinos que nos han dejado escritos sobre esta epidemia de peste de 1348.

El primero de ellos, Muhammad al Saquri, nació en Segura, cerca de Murcia, ejerció sus funciones de médico en la corte de Granada para los sultanes nazaríes Yusuf I y Muhammad V. En el resumen titulado “Nasiha” (El buen consejo) sacado de su gran obra titulada Tahqiq al naba' an amr alwaba' (Información exacta acerca de la epidemia) (4).

El citado médico da gran importancia la purificación del cuerpo gracias a la alimentación y a los remedios. Para combatir la peste negra prohibía los pasteles y las salazones recomendando alimentarse con pan hecho con harina pura que contuviera sal y levadura a dosis razonables, amasado con vinagre y remojado en agua (5).

El consumo de carne era poco aconsejable por tratarse de un producto perecedero, siendo preferible recurrir a las aves de corral en especial el pollo. El enfermo debía de beber agua fría a la que se hubiera añadido vinagre (6).

Estaba permitido alimentarse con manzanas amargas, zumaque sirio, zumo de limón y agraz. En cuanto a frutas estaban autorizadas la manzana, la ciruela, siempre que estuviera en perfecto estado, la granada, el membrillo amargo, así como las peras, los higos, los dátiles y las uvas (7).

Entre las hortalizas y legumbres recomendaba las lentejas y los calabacines.

El segundo médico en describir y estudiar la peste negra fue el almeriense Ibn Jatima cuyo nombre completo es: Ahmad Abi ben 'Ali ben Muhammad ben 'Ali ben Muhammad ben jatima al-Ansari (8).

Según Ibn al-Jatib y al-Maqqari, fue teólogo, literato, poeta, historiador y médico.

En su obra Tahsil garad al-qasid fi l-marad al-wafid (Descripción de la peste y medios para evitarla en lo sucesivo) traducida al alemán por el médico egipcio T. Dinanah, estudia y describe la famosa epidemia de peste negra que afectó a toda Europa y en especial a Almería (9).

La peste produjo en Europa más de 42 millones de víctimas; el rey de Castilla Alfonso XI que sitiaba Gibraltar murió a causa de ella. En Córdoba llegaron a morir 500 personas y en Valencia el día de San Juan murieron 1.200 personas (10).

El 26 de marzo de 1350 fallece el rey Alfonso XI (1311-1350), victima de la peste negra que contrajo durante el segundo asedio de Gibraltar, en La Línea hoy.

Este trabajo ha sido traducido al castellano con comentario por Fermat, J.: Contribución al estudio de la medicina árabe española: El almeriense Aben Jatima, Actualidad médica. 44 (1958), páginas 499 a 513 y 566 a 580. Es una traducción desde el alemán pero sin la correcta transcripción de los términos árabes.

El texto árabe de esta obra de Ibn Jatima, fue publicado con una traducción alemana por M. J. Muller en Sitzungsberichte der Bayerischen Akademien. 2 (1883), páginas 28 a 31.

Este “Tratado de la peste” de Ibn Jatima fue escrito según su autor a petición de un amigo suyo que con motivo de la  epidemia le hizo una serie de preguntas sobre la génesis, desarrollo y tratamiento de la infección. 

A principios de febrero de 1349, el poeta, filólogo y médico almeriense Ahmad Ibn Játima escribió, bajo el título de “Consecución de la finalidad en el análisis de la epidémica enfermedad”, su célebre tratado de la peste, el más completo de los que se escribieron sobre aquella temible epidemia que devastó Asia, África y Europa. La obra sobre la peste está dividida en 10 cuestiones, en las que trata: 1ª: La índole real de la enfermedad, destacando su carácter de epidemia y su letalidad. 2ª: Las causas de la enfermedad y los síntomas. 3ª: Responde a por qué la peste afectó más a unas zonas que a otras y hace una descripción de Almería con interesante información. 4ª: El contagio. 5ª: Origen de la enfermedad y subraya la importancia de la prevención. 6ª: Aspectos terapéuticos. 7ª, 8ª, 9ª y 10ª: De cómo armonizar lo que dicen las tradiciones y la Ley islámica con su experiencia de médico que se enfrenta directamente a la enfermedad. En la parte 7ª hace un recuento de epidemias y catástrofes en el ámbito islámico desde el año 639.

Se trata, sin duda, de una obra muy valiosa con importante información no solo médica, sino también histórica sobre un acontecimiento que provocó importantes cambios en la historia de la humanidad.

El médico almeriense Ahmad Ibn Játima.

La peste bubónica, que afectó terriblemente a los territorios de las actuales España e Italia, llegó por el medio de transporte más rápido de entonces, los barcos, y por ello se cebó especialmente con los puertos. Gracias a Ibn Játima, sabemos que en Almería se produjeron los primeros casos el 1 de junio de 1348 en una zona pobre, de chabolas, junto al actual cerro de San Cristóbal (Las Perchas).

Fueron aumentando los contagios lentamente hasta septiembre y a continuación se intensificaron hasta cuando Ibn Játima escribía, en que pensaba que la epidemia estaba remitiendo. Llega a cuantificar las muertes, 70 defunciones diarias, muy lejos, nos dice, de los picos que se produjeron en Túnez (1.202 muertos en un día), Valencia (1.500 en la fiesta del solsticio de verano) y Mallorca (1.252 el 24 de mayo). El mayor foco de contagio en Almería, destaca Ibn Játima, era el zoco de ropa usada.

No obstante, la epidemia volvió a intensificarse y lo sabemos a través de las biografías de almerienses que recopiló Ibn Játima en otra de sus obras, que está perdida, pero de la que hay importantes fragmentos recogidos en obras de al-Maqqari e Ibn al-Qadi, dos magrebíes que tenían en sus bibliotecas el manuscrito de “Superioridad de Almería sobre el resto de ciudades andalusíes.

El pico de la epidemia en Almería debió de producirse en el mes de mayo de 1349. El día 24 de ese mes falleció el hermano menor de Ibn Játima, Muhammad. Ahmad Ibn Játima sobrevivió y falleció el 17 de marzo de 1369. 

Abu l-Barakat al-Balafiqi (m. 1370), quien ejerció de alcalde de Almería durante la epidemia de peste bubónica de 1349.

También consiguió vencer a la epidemia el maestro de Ibn Játima, Abu l-Barakat al-Balafiqi (m. 1370), quien ejerció de alcalde de Almería durante la misma. De los 21 intelectuales almerienses que conocemos gracias a los fragmentos conservados de la “Superioridad de Almería”, 12 fallecieron durante la epidemia (3 de ellos fuera de Almería) y 9 consiguieron sobrevivir, lo cual nos puede dar una idea del alcance y las tasas de mortalidad que tuvo la peste bubónica.

El poeta, filólogo y médico almeriense Ahmad Ibn Játima escribió, bajo el título de Consecución de la finalidad en el análisis de la epidémica enfermedad, su célebre tratado de la peste.

En esta obra cuyo título árabe Tahsil garad... algunos traducen por “Consecuencia del fin propuesto en la aclaración de la enfermedad de la peste”, empieza a hacer ciertas consideraciones filológicas y etimológicas sobre la palabra Ta-‘un que según él en árabe significa peste y dice que esta palabra equivale a enfermedad en general padecida por el hombre que afecta a grandes masas de población, que es mortal y que reconoce a todos los atacados una causa común.

Los cronistas árabes designan a la epidemia con la palabra waba', aunque a veces a la más grave de ellas, la peste, la designan también por waba’ o bien como al-waba' al-Kabir (la gran epidemia). Pero más específicamente le designan con el nombre de Ta’ un, por lo que waba' Ta’ un es peste bubónica o epidemia de peste bubónica. Otras veces es designada como morad wafid (enfermedad epidémica), y que se traduce específicamente por peste (lbn al-Jatib, lhata, edc. El Cairo, II, 53. Otras veces se llama marad a la lepra, un mal que afectaba de un modo incurable a las poblaciones medievales, por ello en la Córdoba califal se llamaba rabad al-marad a la leprosería ubicada al otro lado del Guadalquivir, fundación pía (wasq) de la concubina Ay-ab. La palabra específica de la lepra es yudam (Dozy, Suplemems aux dict. I, 175). En casi todas las ciudades musulmanas había un barrio donde estaban las leproserías, llamado rabad mardá.

Después describe los caracteres clínicos de la enfermedad: Es una fiebre maligna que produce lipotimia, postración y pérdida del conocimiento, todo ocasionado por el desequilibrio entre el calor y la humedad del aire. La fiebre, dice, toma un cariz muy grave la mayoría de las veces y suele ir acompañada de sudores profusos. Pueden presentarse espasmos o frío en las extremidades, abundantes vómitos biliosos, sed abrasadora, diarrea, disnea, lengua saburral, dolores de cabeza y sensación de asfixia.

Una vez descritos los síntomas de la fase septicémica, pasa a señalar que pueden aparecer en la axilas y las ingles bubones y úlceras negruzcas (que dan el nombre a la peste negra) en el cuello, espalda y extremidades. Dice que esta enfermedad aparece en todo el mundo con los mismos síntomas sin distinción de países y que suele aparecer en la misma época del año.

Entre las causas generales y específicas de la fiebre señala la alteración del aire (uno de los cuatro elementos galénicos) por alteración de sus propiedades o por variación de sus mezclas (11).

Señala que el aire puede alterarse bien porque aumente el calor y su humedad o bien porque disminuya provocando que el aire en primavera adquiera los caracteres de verano o en invierno los del otoño.

La alteración del clima o el aumento del calor puede dar lugar a una alteración de los cuatro humores: la sangre, y a su putrefacción, él dice que es como un candil que si tiene demasiado aceite se asfixia y se apaga. Para él esta fue la principal causa de la peste. Otra puede ser de origen cósmico. Así la aproximación del Sol a la Tierra por influencia del elemento fuego aumenta el calor y por consecuencia la sangre.

El tercer factor es la corrupción del aire por los gases corrompidos: de cadáveres, de estiércoles o aguas estancadas. Esto ocurre, señala Ibn Játima, en épocas de hambre cuando la gente tiene que recurrir a productos en mal estado como ocurrió en Almería en 1329 cuando la gente se alimentó de granos de trigo y cebada podridos. Precisa que esta causa afecta más a los niños y a la gente pobre. Continúa Ibn Játima explicando cómo llegó la peste a Almería. Emite para ello tres hipótesis: una dice que llegó de China, desde allí pasó a Iraq y a Turquía y por el Imperio Bizantino a Europa. Otros viajeros informaron a Ibn Jatima que la epidemia se había originado en Abisinia y otros que en Caffa (colonia genovesa en Crimea) a la que llegó por las caravanas que llegaban del extremo Oriente.

La Alcazaba y las Murallas del Cerro de San Cristóbal de la ciudad española de Almería, fueron declaradas Monumento Histórico y Artístico en el año 1931. Aunque todavía sigue siendo unos de los barrios marginales de Almería, ya en el año 1348 era un barrio pobre situado en los aledaños de la Alcazaba.

En Almería empezó en el barrio pobre de Al-Hawd (San Cristóbal), en el mes de Rabi' I del año 794 (junio de 1348), continuó después durante las estaciones de verano, otoño y parte del invierno y dice Ibn Játima que “no ha terminado aun cuando escribo este libro” a mediados de du-l-qa'da, o sea a principios de febrero de 1349.

Después describe el lugar de Almería donde empezó la epidemia, barrio habitado de pobres y menesterosos, y termina recalcando que la causa fue que durante todo el verano y otoño persistió el clima húmedo y caluroso de la primavera y que el calor y la humedad provocaron una plétora sanguínea en los humanos y por eso se le practicaban fuertes sangrías hasta de una libra de sangre cada vez y no experimentaban debilidad sino gran alivio.

A la pregunta del por qué la epidemia atacó a unas personas y respetó a otras, Ibn Játima responde como causa la influencia geográfica en el desarrollo de la peste. La proximidad al mar hace que las ciudades sean más húmedas que las interiores y sobre todo si como Almería tienen el mar al sur y sus rayos calientan sus aguas haciéndola más calurosa y húmeda.

También influye la alimentación sobre todo si se alimentan de alimentos húmedos: frutas, leche y pescado. Después hace una descripción de Almería (12).

Termina descubriendo los diferentes temperamentos de las personas y sus hábitos, lo cual explica que les afecte la epidemia o se salven. Después dice Ibn Játima que la propagación no es por generación espontánea y se hace por el contagio. Según él, la experiencia demuestra que cualquier sano si prolonga su contacto con un enfermo acabará contrayendo la enfermedad porque los enfermos exhalan los vapores que salen de los pulmones y corazón del enfermo, penetran en el sano y le provocan la enfermedad. También los objetos de uso personal de los enfermos son dañinos: su cama y su ropa.

La peste en Lovaina (Francia).

De tal manera que él comprobó que los habitantes del zoco de los ropavejeros (suq al-jalq) fueron entre todos los habitantes de Almería los más afectados, tanto en morbilidad como en mortalidad.

Para prevenir la enfermedad Ibn Játima recomienda actuar sobre los siguientes factores: (las sex res non naturales):

1) El aire con perfumes y fumigaciones de mirto y álamo oriental y rociando las habitaciones con agua de rosas mezclados con vinagre. La cara y las manos de las personas deben lavarse frecuentemente y rociarse con perfumes agrios. Según Ibn Játima las manos y cara debían perfumarse con esencias refrescantes de limones, rosas y violetas. Se debería quemar en las habitaciones sándalo mezclado con áloe y vaporizar con agua de rosas. Debería evitarse todo lo que produjera calor: viento del sur, estufas y braseros.

2) Movimiento y reposo. Vida tranquila, no fatigarse, no acalorarse ni respirar deprisa.

3) Alimentos y bebidas. Conviene no cambiar de régimen (recomienda al igual que al-Suquri una serie de alimentos y bebidas siguiendo a los médicos griegos y a Avicena).

4) Sueño y vigilia. Dice que conviene dormir en sitios ventilados y lo habitual. La siesta no es mala, añade.

5) Evacuaciones-estreñimiento. Aconseja una serie de alimentos para evitar el estreñimiento al que da gran importancia.

6) Reacciones anímicas. Es conveniente la alegría pero sin excitaciones ni tristezas.

Por último recomienda la sangría como método preventivo, a la mitad de cada mes, pero según la edad y temperamento del paciente.

También como buen musulmán recomienda confiar en Dios que es el mejor y más misericordioso defensor de la salud.

Respecto a la terapéutica explica primero el tipo de fiebres siguiendo a Avicena (13).

Fotografía de las inflamaciones (bubas) en un enfermo de peste contemporáneo.
Uno de los efectos en la piel de la peste bubónica.

Como considera a ésta bien producida por una alteración del calor del corazón o bien por exceso del humor sanguíneo, aconseja como la mejor terapéutica la sangría, que deberá practicarse según los procedimientos clásicos en medicina árabe.
 
La sangría del enfermo de peste era uno de los tratamientos medievales más utilizados.

Primero se dan a beber al enfermo dos onzas de jarabe de vinagre, mezclado con dos onzas de jarabe de rosas. Después, se da salida a la sangre en el sitio donde el paciente sienta más agudo el dolor; si es de cabeza debe sangrarse la vena cafálica; si es en el cuello debe tomarse la vena basílica; si el dolor es en el tronco debe sangrarse la vena “nigra” (mediana). La sangre debe salir hasta el momento en que el enfermo empiece a desmayarse, lo que es variable según la fuerza de la edad. Algunos opinan que deben sangrarse hasta que la sangre salga clara, pero Ibn Játima advierte que si la sangre está dañada, toda ella, nunca llegará a extraerse sangre clara. Si en la sangre extraída se observa que sale a la superficie un líquido verde o gris es mala señal. Si se observase que se desmaya se le rociará la cara con agua de rosas y las extremidades de agua fría para que recobre el sentido y entonces se proseguirá hasta el final.

Siguiendo estas instrucciones, lo más corriente es que mejore, baja la fiebre y si el enfermo está alejado de otros apestados la mejoría puede mantenerse. De lo contrario seguirá la corrupción del corazón y morirá.

Después describe el caso de un enfermo de Bayyana (Pechina) que junto con otras veinte personas huyó de su pueblo ante la presencia de la peste; a tal enfermo que empezaba con síntomas de peste le practicó dos sangrías en poco intervalo de tiempo y se salvó, mientras que los otros veinte que huyeron murieron todos.

Esta obra anónima que se conserva en el Hospital del Pozo Santo de Sevilla ilustra los efectos de la epidemia de la peste de 1649.

Después Ibn Játima describe cómo la sangre corrompida forma los bubones. Otras veces, añade, la sangre corrompida va hacia los pulmones dando esputos hemoptoicos (neumonía).

Después de describir las distintas localizaciones de los bubones, explica Ibn Jatima por qué se forman las úlceras negras en la piel, de acuerdo todo con la fisiología galénica.

Describe por último la manera de prevenir la salida de bubones con sangrías y los diversos tratamientos locales para las úlceras supuradas, y los procedimientos de hacer madurar los bubones para después abrirlos mediante incisiones. En ellos aplica los procedimientos clásicos en medicina griega y árabe (emplastos, pomadas, etc.).

La última parte la dedica a hablar de la peste pulmonar, que dice es la más contagiosa y grave, la cual debía tratarse igualmente son sangrías.

Las úlceras de la peste cutánea las trataba con diversos emplastos de plantas mezcladas con estiércol cocido.

En resumen, debemos observar la perspicacia y capacidad de observación de Ibn Játima que pese a estar cegado por los postulados galénicos, supo reconocer la importancia del contagio (aunque no intuyó la presencia de gérmenes), observando cómo los comerciantes de ropas viejas fueron los más afectados. La descripción del clima de Almería y la geografía médica de su patria es precursora de las que después se harían en el siglo XIX cuando ya Pasteur había descubierto la clave de las enfermedades infecciosas: la presencia de microorganismos como causa de ellas.

Detalle del cuadro La epidemia de peste de 1679, que se conserva en la iglesia de Santo Domingo de Antequera.

Otro médico granadino también nos ha descrito la epidemia de peste de 1348, pero esta vez en la ciudad de Granada, donde fue visir del reino nazarí Ibn al-Jatib escribió durante el invierno de 1348, momento en que la plaga se encontraba en su apogeo, una obra titulada Kitab Manfa'at (o Muqni'at) alsa'il 'an al-marad al-ha'il traducido como “El libro que se satisface al que pregunta sobre la terrible enfermedad (peste)” (14).

La obra fue escrita a vuela pluma y se distingue especialmente por la clara visión de la idea del contagio. En la versión de Legacy of Islam de Meyerhof éste recoge la siguiente opinión de Ibn al-Jatib: “la existencia del contagio está establecida por la experiencia, estudio y evidencia de los sentidos, por los informes ciertos sobre la transmisión de la enfermedad por ropas, utensilios, zarcillos; por la transmisión por personas de una casa, por la infección de un puerto de mar sano, por la llegada desde un país infectado...” (15).

La novedad de la medicina andaluza consistía en la conducta a adoptar en tiempos de epidemia, mientras que los autores cristianos de España, Italia y Francia atribuían a la corrupción de la atmósfera por la conjunción astrológica de tres planetas (los tres grandes cronocatores, Júpiter, Marte y Saturno), los andaluces recomendaban el aislamiento y otras medidas terapéuticas.

El médico egipcio Taha Dinana menciona, en el prólogo 1 su traducción de la obra sobre la peste de Ibn Jatima, tres escritos relativos a la peste: el primero y más importantes es la famosa epístola del maestro Jacme d'Agramont que data del 24 de abril de 1348, titulada “Regiment de preservacció a epidemia os pestilencia e mortaldats”. “Epístola de Maestre Jacme D'Agramont als honorats e discrets seynnors pahers e Conseyll de la ciutat de Leyda” (16).

Esta obra se escribió cuando aún no había aparecido la peste en  Lérida ni tampoco en Cataluña. En ella explica que la epidemia se había  propagado a través del aire contaminado y de la niebla.

Gentile de Foligno, autor de Consilium, profesor de la Universidad de Padua.

Otra obra que trata también sobre la peste es la titulada Consilium de  Gentile de Foligno, profesor de la Universidad de Padua, que murió de peste en Perusa en junio de 1348. En ella se limita a proponer remedios caseros  contra la peste.

Otro estudio data de octubre de 1348 y es el “Compendium de epidemia per collegium facultatis medicorum Parisis ordinatur”. Este trabajo se limita  a una recopilación de escritos y tradiciones griegas.

Alfonso de Córdoba, quien escribía en Montpellier en 1348 en su Epístola et régimen Alphontii Cordubensis de pestilentia, explicaba al igual que los anteriores la aparición de la epidemia por causa astrológica, pero esta vez era un eclipse de Luna, bajo el signo de Leo, pero con la conjunción de los planetas.

También Jean d'Avignon, quien había estado al servicio del arzobispo de Sevilla, Pedro Gómez Barroso, creía que la conjunción ocurrida el 29 de marzo de 1345, entre Marte y Júpiter, habría sido la causa original de la peste de 1347-48 (17).

En general los médicos nazaríes hicieron caso omiso del perjuicio teológico islámico de que la peste era un castigo divino y aunque reconocieron la posible influencia astrológica sobre la atmósfera recomendaron una serie de medidas preventivas, muchas de las cuales hemos enumerado antes, y entre las que sobresalen las concernientes a la salud pública: como prohibir la asistencia a baños públicos en época de epidemia, lavar los vestidos y evitar la contaminación por medio del contacto con los enfermos o sus ropas y utensilios.

La peste en Andalucía se declaró por primera vez en la villa de al-Jawam en la extremidad oriental de la provincia de Almería (18).

En la villa de al-Jawam allí atacó rápidamente los barrios de gente pobre y menesterosa. Desde allí se extendió a Almería encontrando terreno abonado en las gentes pobres afectadas por las hambres de 1329. La peste afecta a Almería en donde más de seiscientas diez personas fallecen por día; en Málaga mueren más de cien por día, cundiendo el pánico, lo que motiva la huida masiva de la población de la ciudad (19).

En Málaga empezó la peste (al-wabl' al-Kabir), a principios del año 750 (marzo de 1349), en el momento, añade Ibn al-Hasnn al-Nuhabi, que Alfonso XI iniciaba el cerco a Yabal al-Fath (Gibraltar). Después este autor en la biografía del cadí Abu 'Abd Allah Muhammad ben al-Tanyali entra en una serie de disquisiciones sobre si lo que atacó a Málaga era peste bubónica, describiéndonos según hadit del profeta Muhammad los síntomas de la terrible epidemia. Dice que se caracterizaba la peste “por la aparición de bubones (gudda) en las axilas e ingles e incluso, dice, en las manos y pies y en la parte del cuerpo que Dios quisiese”. Después añade que el waba al-Ta’ un, es decir la peste bubónica, origina úlceras en la piel y que waba' es toda enfermedad (marad) que afecta a mucha gente y que por eso se llama Ta’ un. Después dice que desde que empezó la epidemia en Málaga hasta el momento en que escribe este libro van cerca de mil víctimas, que las casas están vacías y las sepulturas llenas y que han huido de la ciudad muchos alfaquíes, cadíes y otros nobles de la ciudad (20).


En los repertorios biográficos del reino de Granada figuran muchos letrados víctimas de la peste negra (waba" al-Tá’ un) de Almería, Málaga, Vélez-Málaga, Antequera y Comares (21).

Los juristas malagueños muertos en la peste figuran en Ibn al-Jatib lhata Manuscrito de El Escorial n.° 1673, folios 109-111, 117, 120, 216, 339, 366) y en tomo VIII, del Nalh al-Tib, 204. Los de Vélez Málaga en el mismo tomo, páginas 609-213. Ibn al-Jatib da cuenta de los numerosos fallecidos en Comares (Ihata, Monasterio del Escorial, n.º 1673, folio 147). Apud. Rachel Arié, L’ Espagne musulmane aux temps des nasrides, Paris, 1973, página 397, n. º 3.

Debido a la epidemia de peste negra las tropas cristianas de Alfonso XI tuvieron que levantar el cerco de Gibraltar. Poco después el rey castellano muere en su campamento en el año 751 (marzo de 1350) en la noche “as-hura” del año citado (10 de marzo) (22), y el sultán Yusuf I ordenó a los combatientes de las fronteras no atacar el cortejo del cadáver del rey cristiano que desde Gibraltar fue llevado a Sevilla (23).

En Córdoba Manuel Nieto Cumplido ha estudiado nuevos fondos documentales del Archivo de la Catedral de Córdoba, es decir, ha podido captar la grave fractura demográfica del siglo XIV, motivada principalmente por la peste bubónica, a través de los documentos de las cartas de arrendamientos urbanos y de los testamentos.

Con ello ha podido recoger de una manera indirecta, pero fiel, los hechos demográficos, económicos y sociales de la Córdoba del siglo XIV. Las escrituras fechadas entre 1300 y 1348 suman un total de 61. Las comprendidas entre 1349-1399 alcanzan la suma de 230 cartas. Ello nos da un índice de 1,2 para la primera mitad del siglo XIV y de 4,5 para la segunda (según dice dicho autor). Esto indica un estancamiento demográfico de la primera mitad respecto a la segunda.

La epidemia de peste en su primer brote llega también a la vecina villa de Arjona en 1349-1350, por eso un documento dirigido a la villa citada en 1350 constata su incidencia: “faciéndome saber cómo estaba yerma la villa de Arjona y muy despoblada, lo uno por la gran mortandad que fue y fue...” (24).

Este dato nos aproxima con fiabilidad al riesgo del padecimiento de la peste en nuestra villa de Lahiguera, dada la proximidad escasa entre ambas villas, y la carencia de no disponer de puertas de entrada en Lahiguera para prevenir los contagios de los huidos de Arjona.

En Baeza origina una avalancha de donaciones a favor de la Iglesia en estas fechas, ante la realidad de la muerte o el temor a su proximidad (25).

La peste se repite cada 10 ó 12 años en toda Andalucía, hasta el punto de que los contemporáneos llegan a hablar de primera, segunda y tercera mortandad.

En Sevilla aparecen en los años 1361 y 1364 y según Juan de Avignon, autor de Medicina sevillana, la segunda “fue gran mortandad de landres en las ingles y en los sobacos (26).

Otra de las mismas características se inicia en 1374 en el condado onubense, dirigiéndose seguidamente hacia el interior y alcanzando a Sevilla (27).

También en Jaén hubo epidemia de peste. Ibn al-Jatib nos relata que el rey Muhammad V partió con su ejército a últimos de al-muharram del año 767 (Septiembre-octubre de 1365) “hacía la ciudad de Jaén, una de las capitales del reino, de las ciudades florecientes y silla del emirato”. Fue conquistada por los musulmanes pero a poco de regresar de esta expedición se produjo la epidemia de peste (marad wafid) aunque curó la gente bien y se restableció la salud gracias a la misericordia de Dios. Por este motivo no hubo fiesta con poesías laudatorias como era costumbre (28).

Esta repetición de las epidemias tiene como causa la persistencia de focos de ratas infectadas, aparte de la posibilidad de nuevos contagios exteriores y la debilidad de la población, motivada por la desnutrición por la frecuencia de malos años agrícolas. También la debilidad de los supervivientes de los diversos brotes de peste favorecía la reinfección de los ya inmunizados, por lo que decía Ibn al-Hasan al-Nubahi refiriéndose a su ciudad natal, Málaga, que la debilidad de los que pervivieron a la peste negra era tal que “gracias a la bondad divina los que quedaron con vida supervivieron pese a su debilidad” (29). 

En conjunto podemos pues apreciar que la concepción del contagio de Ibn al-Jatib y de Ibn Jatima, y sus medidas preventivas de tipo higiénico, aunque sin duda totalmente mediatizadas por las concepciones galénicas de la medicina, tanto en su aspecto teórico como terapéutico, supusieron un importante avance en el conocimiento de la peste (del latín pestis = epidemia).

Sin embargo no se aplicaron medidas de aislamiento a nivel colectivo pues las voces de estos eminentes médicos granadinos no fueron escuchadas por el resto de la sociedad de su tiempo, y sus ideas no trascendieron al resto de los reinos de la Península Ibérica y por supuesto a Europa, y una vez conquistado el reino musulmán de Granada en 1492 sus ideas cayeron en el olvido.

Veamos ahora, tras el repaso que nos facilita la historiografía de los tres médicos nazaríes, lo que nos muestra la historiografía de los reinos cristianos de la península.

En 1523, la ciudad de Jaén y otros pueblos de la provincia sufrieron una epidemia de peste de terribles consecuencias. La primera noticia sobre la pestilencia en la ciudad es del 19 de enero del año 1523, para enfrentarse a la epidemia, el regimiento de la ciudad ordenó que se trajesen diariamente cuatro cargas de romero para quemarlas en las plazas de Santa María, San Juan, La Magdalena y San Ildefonso, por considerar que era bueno para la salud del vecindario. Dos días más tarde se duplicó el número de cargas, quemándose la mitad por la mañana y la otra mitad por la noche, de tal forma que para el 26 de enero ya se habían incinerado sesenta cargas (30).

Las epidemias de peste más violentas en España fueron en 1596-1602, 1648-1652 y 1677-1685, todas ellas en el siglo XVII. Después del año 1721 la peste desapareció de Occidente. Las tres grandes epidemias antes señaladas se llevaron en nuestro país 1.250.000 vidas. Barcelona perdió en 1652 unos 20.000 habitantes de sus 44.000 habitantes. Sevilla, en 1649-1650 enterró 60.000 muertos de los 110.000 o 120.000 habitantes.

La mejor solución era huir o, en su defecto, el aislamiento. El sentido popular, por la propia experiencia, tenía más fundamento frente al de los “sabios” que negaban el contagio.

Un médico de Marsella, en 1720, describe así los síntomas de la epidemia:

“[La] enfermedad comenzaba por dolores de cabeza y vómitos y luego venía una fiebre muy alta... Los síntomas eran, por lo general, estremecimientos regulares, pulso débil, blando, lento, frecuente, desigual, concentrado, una pesadez de cabeza tan considerable que al enfermo le costaba mucho trabajo sostenerla, con signos de hallarse dominado por un aturdimiento y una turbación semejante a la de una persona borracha, con la vista fija, que daba a entender el espanto y la desesperación.

La peste atacaba sobre todo en verano, aunque no siempre. La pulga se infecta en una temperatura de entre 15 y 20 grados en una atmósfera que contiene de un 90 a 95 por ciento de humedad. Atacaba especialmente a los pobres, a las mujeres y a los niños; especialmente en las poblaciones que habían sido víctimas de carestías (31).

Un médico, en la descripción de la peste de Málaga, hace la observación de que muchos morían de pronto, otros en unas pocas horas, y los no infectados se veían atacados, cuando menos lo pensaban (32).

La peste afectaba sobre todo a los pobres. Así en la epidemia de 1599 del norte de España, en un comentario referente a la ciudad de Sepúlveda, el 26 de abril, se dice: “Todas las personas que han muerto en esta villa y en su tierra son muy pobres y no tenían... con qué sustentarse” (33).

El miedo a la palabra peste hacía que los médicos del Renacimiento recurrieran a subterfugios léxicos para denominarla, como son “mal contagioso”, “el mal que corre” o “la enfermedad de secas y carbuncos”.

Recogida de cadáveres de la peste.

Lacónicamente el médico Luis Mercado dice que la peste solo tiene tres remedios imprescindibles para que la medicina pueda tener efecto: “oro, fuego y castigo. Oro para no reparar en cosa ninguna que se ofrezca. Fuego, para quemar, ropa y casas, que ningún rastro quede. Castigo público y grande, para quien quebrare las leyes y orden que se les diere en la defensa y cura de estas enfermedades” (34).

Carreras Pachón envía a Mercado, Luis, porque en su Libro se trata con claridad la naturaleza, causas, providencia, y verdadera orden y modo de curar la enfermedad vulgar, y peste que en estos años ha divulgado por toda España... traduzido del mismo que antes avía hecho en lengua latina, cosas de grande importancia añadidas, y un quinto Tratado en esta segunda impressión... Año MDXCIX.

La solución razonable consistía en huir. Los ricos eran los primeros en marcharse, seguidos por el resto de la población, dando lugar a un enloquecimiento colectivo, de gentes que llenaban las calles con sus pertenencias saliendo de la ciudad. Sin embargo, para algunos médicos del Renacimiento, como Francisco Sánchez de Oropesa, que pagó con su vida su teoría, el terror era en gran parte culpable de la peligrosidad de la peste:

“[...] la raíz está en el miedo que todos tienen, de que no se les pegue, començando esto del Médico; porque el recato, con que lo ve en estar en la visita, vienen a recatarse los enfermeros, i a desamparar el marido a su muger, y la muger al marido, i no acudir los hijos a sus padres, i lo que más es, huir los padres de los hijos [...]” (35).

“Tres proposiciones del Doctor... en que se ponen algunas advertencias para la preservación y cura del mal, que anda en la ciudad. La tercer añadida de nuevo, i las dos primeras acrecentadas por el mismo. Sevilla, 1599.”

Había tres explicaciones sobre el origen de la peste: la de los doctos, la popular y la de la Iglesia. La primera atribuía la epidemia a una corrupción del aire, provocada por fenómenos celestes (cometas, conjunción de planetas,...), por diferentes emanaciones pútridas, o bien por estas dos cosas juntas. La explicación popular atribuía la enfermedad a sembradores del contagio, que había que buscar y castigar. La Iglesia, por su parte, la atribuía a los pecados de los hombres que provocan la cólera de Dios. Son tres versiones que se mezclaban (36).

Entre los potenciales culpables estaban también los extranjeros, los viajeros, los marginales y todos aquellos que no estaban perfectamente integrados en la comunidad, como es el caso de los judíos o los leprosos. Así, en la epidemia de entre 1596 y 1599, los españoles del norte de la Península estaban convencidos que tenía un origen flamenco, traída por navíos procedentes de los Países Bajos (37).

La aflicción que las epidemias de peste producían en la población tenía una clara expresión en el estado de ánimo general. La melancolía invadía las poblaciones creando un sentimiento colectivo de angustia, una “enfermedad psíquica” que algunos médicos de la época también se esforzaron en curar, ya que para algunos de ellos una enfermedad potenciaba a otra. 

Libro de Alonso de Freylas: “Conocimiento y preservación de la peste”, editado en 1606.

Así lo expresa el médico giennense Alonso de Freylas, en su libro “Conocimiento y preservación de la peste”, editado en 1606, frente a lo cual aconsejaba un tratamiento basado en la música y ciertas medicinas:

“[...] Por ser curiosidad, desseo saber cómo la música pueda hacer este efecto naturalmente. Si sea el ayre herido, movido y alterado y con la concordancia del sonido mejorado o si la haga recreando el ánimo y por esta causa hecho más fuerte para resistir el veneno. O se aya de atribuir a la fuerza que la música tiene, para divertir la imaginación, que tan grandes efectos suele causar. O porque la música con recreación mueve el alma, sangre y espíritu vital, que tan juntos están en ella porque con la yra yerve, con el miedo se yela, con la alegría se esparce y sale afuera y con la esperanza se aviva y calienta. Y ansí con el miedo de la enfermedad y de la muerte, la sangre retirada adentro, quieta y no ventilada está más dispuesta a podrecerse y recebir el contagio; la qual la música con la alegría la calienta y esparce; y la haze salir afuera: y fortalece los espíritus para que juntos con la sangre tengan más fuerza a resistir la causa de la enfermedad [...]”

En cuanto al tratamiento físico preventivo, Alonso de Freylas aconsejaba:

“[...] a los (sujetos) fríos y secos se le puede dar [...]. Dos partes de Triaca magna de Toledo, una de Triana de esmeraldas, [...] flor de borraja con polvo de letuario, de Gemis o de Leticia, con xarabe de camuesas... para mayor penetración un trago de buen vino [...].

A los calientes y secos [...] les está bien desayunarse con una onza de conserva violada, o de lengua de buey, o flor de borrajas con algunos polvos de piedra de bézar” (38)

La presencia de la peste traía consigo todo un corolario mágico de imágenes de pesadilla, señales, visiones y toda una serie de suposiciones que le daban un cariz realmente espeluznante, de la veracidad de algunas y la falsedad de otras se hacía eco el mismo Alonso de Freylas:

“De esta general Pestilencia hay siempre prodigiosas señales [...]. Las unas se toman del cielo y su movimiento, otras del aire y sus mudanzas, otras muestran las aves que vuelan dejando sus propios nidos y albergues..., presintiendo el grave daño que el aire tiene y muchos dél ofendidos se ven caer muertos en los campos y muchas aves por las calles y plazas.

Estas señales esperaban algunos de la facultad, y al caerse muertos, por lo menos cien hombres cada día, y otras de menos consideración que fueron muy notorias, las cuales creía y seguía el vulgo rudo teniéndolas por ciertas que habían de preceder primero a la peste. Pero pronto salió de este engaño y convirtió su falsa alegría en funesto y triste llanto [...] causándose por esto muchas muertes por haberse levantado el Hospital sin tiempo [...].

Suelen ser también señales de Peste los Cielos y sus aspectos; permixtión de Planetas; eclipses de Sol; grandes y desiguales mudanzas en el tiempo, [...] estío llovioso, frío y húmedo, y como ha sido este mes de Junio deste año.

Los vientos tienen gran fuerza en señalar la Peste, cuando inclusos en las cavernas de la tierra son causa de grandes terremotos [...], ó cuando aparecen fuegos encendidos en medio de la región, como son Cometas,

[...]. Estos tales Cometas, [...] por la mayor parte denotan mucho mal y daño; porque las exalaciones de que se engendran siendo malas entendidas por el aire, lo inficcionan y corrompen; [...] se hacen causa eficacísima de enfermedades pestilentes, conforme el Planeta que le causare y el signo en que apareciere (39).

En la ciudad de Jaén se veían temerosas señales de pestilencia que impresionaban a la población, tanto al común como a los magistrados. Eran unas lumbres que aparecían de noche en las más altas torres del Alcázar, vistas por los soldados y el Alcaide de la fortaleza. Se le atribuían un origen milagroso e incluso decían ver “algunos Santos cuerpos” en las torres, tal como aconteció en Granada, cuando dichos fuegos fueron identificados como señales de peste. El médico Alonso de Freylas les daba un origen natural y consideraba estas visiones “como señal cierta de Peste que ha padecido y hoy padece”.

Los habitantes que quedaban en la ciudad se apartaban unos de otros, evitando contaminarse mutuamente. Se evitaba salir a la calle, incluso abrir las ventanas. Las actividades familiares se detenían, el silencio de la ciudad, la abolición de los ritos colectivos de alegría y de tristeza,... dando lugar a una ruptura drástica de las costumbres cotidianas. A partir de entonces la iniciativa pertenecía completamente a la peste.

Grabado que ilustra un brote de peste negra en la España del siglo XIV.

Ante esta situación de indefensión, miedo y abundantes muertes, para la mayoría de la población giennense, sobre todo rural, que vivía cercada por un entorno hostil en el que en todo momento apuntaba la amenaza de los maleficios, la peste era obra del diablo, frente al cual la intercesión divina era fundamental. Se sentía la necesidad de imploraciones colectivas y de penitencias públicas con el fin de aplacar a Dios y eliminar así el sentimiento de culpabilidad de la población (40).

El carácter penitente, claramente afirmado en las procesiones, no oculta el aspecto exorcista; pues al pasar la procesión por los distintos lugares de la ciudad, entre ellos los infectados, trata de beneficiarlos con los efluvios protectores de las imágenes, de expulsar el mal de la totalidad del lugar habitado.

Los santos antipeste más invocados eran san Sebastián, san Roque y san Nicasio. Las fuentes biográficas cuentan que san Roque (muerto sobre 1327), nacido en Montpellier (Francia), fue alcanzado por la peste en Italia y expulsado de Pasencia (Piasenza), se refugió en una cabaña en los alrededores de la ciudad. El perro del señor de la vecindad robaba comida que entregaba a san Roque, siendo este hecho entendido como un mensaje por el dueño, Gothard, que alimentó a san Roque, convenciéndole éste de que se hiciese eremita. Cuando volvió a Montpellier fue encerrado en prisión, donde murió. Cuenta la leyenda que entonces el calabozo se iluminó y el carcelero descubrió cerca de su cuerpo una inscripción hecha por un ángel “eris in pestis patronus”. Sus reliquias fueron transportadas a Venecia, donde su fama creció rápidamente hasta superar a la de san Sebastián (41).

Había muchas oraciones a san Roque impresas, que tenían al santo como elemento central y que eran recitadas con gran fervor por la población angustiada. A través de ellas se trasluce esa ansiedad que invadía a la población, como bien las expresan las siguientes estrofas:

Contra el mundo, con espanto

Tan temprana guerra empiezas,

Que entre ayunos y asperezas,

Eras niño y eras Santo:

oh que felice destino

Enseñaste á los mortales!

Líbranos de peste y males

Roque, Santo peregrino.

Había también una Novena al glorioso San Roque, abogado contra las enfermedades epidémicas, precedida de un resumen de la vida del Santo, y al fin sus Gozos y unas fervorosas oraciones para implorar, por medio de la Santa Cruz, el auxilio divino contra las calamidades de la peste. Madrid, 1848, páginas 1 a 6.

Pídele á Dios, ya loores,

Ser en la peste abogado,

Y si Dios te lo ha otorgado,

Y herido de peste mueres:

Oh Roque, patrón divino

De pueblos universales:

Líbranos de peste y males,

Roque, Santo peregrino (42).

San Nicasio también gozaba de gran devoción, como abogado contra la peste, en numerosos pueblos de la provincia de Jaén ya desde la Baja Edad Media. P. Alonso de Torres, en su “Crónica de la provincia franciscana de Granada”, relata que una epidemia de peste diezmó la población de Úbeda, lo que motivó la organización de rogativas y procesiones de penitencia, que eran imitadas por los niños en las afueras de la ciudad, junto a las eras, y en las que cantaban San Nicasio, ora por nobis. Viéndolos, un anciano al que se le atribuía don de profecía predijo la ubicación allí de un futuro santuario dedicado a san Nicasio; predicción que al cundirse por la ciudad llevó a los vecinos a levantarlo, junto al cual surgió el convento de monjas llamado de san Nicasio (43).

En la ciudad de Jaén, también en un ejido como en Úbeda, se encontraba la ermita de San Nicasio, que daba nombre al ejido, hoy conocido como Ejido de Belén  (44). 

Imagen de san Sebastián pintada por El Greco.

A mediados del siglo XVII, en la diócesis de Jaén existían numerosas ermitas que tenían por advocación a algunos de los tres patrones intercesores de la peste de mayor devoción en el mundo cristiano. La mayoría de los pueblos contaban con alguna de ellas, y las ciudades importantes con las tres, como podemos observar en la siguiente relación (45).

Población                 San Sebastián                 San Roque                    San Nicasio

Alcaudete                      Ermita                              Ermita 

Andújar                         Ermita

Arjonilla                        Ermita                              Ermita

Arjona                           Ermita                              Ermita                                   Ermita

Bailen    Ermita             Ermita                                                                                                                                                    Baños                            Ermita

Bedmar                        Ermita

Begíjar                         Ermita

Cazalilla                      Ermita

Guardia (La)              Ermita

Lahiguera                   Ermita

Huelma                        Ermita

Ibros                             Ermita

Iznatoraf                     Ermita

Jabalquinto                 Ermita

Jaén                              Ermita                              Ermita                                      Ermita

Jimena                         Ermita

Jódar                            Ermita

Linares                         Ermita

Lopera                          Ermita                             Ermita

Marmolejo                   Ermita

Martos                          Ermita                                                                                  Ermita

Mengíbar                     Ermita

Navas (Las)                Ermita

Pegalajar                                                                                                                    Ermita

Porcuna                      Ermita

Sabiote                        Ermita

Santiago (Calatrava) Ermita

Santisteban                Ermita

Torredelcampo         Ermita                                  Ermita

Torredonjimeno       Ermita                                   Ermita

Torreperogil             Ermita

Torres                        Ermita                                                                                      Ermita

Úbeda                         Ermita                                                                                     Ermita

Villanueva Arzob.    Ermita

Villardompardo       Ermita                                   Ermita

Villares (Los)            Ermita

La advocación a san Sebastián estaba extendida por toda la diócesis. San Roque tenía su culto al sur de nuestra provincia, principalmente en las tierras de la orden de Calatrava y la comarca de Jaén, lo mismo que san Nicasio.

Cuadro del año 1549, titulado: San Roque visita a los apestados, autor Jacobo Comin Tintoretto en la Iglesia de San Roque en Venecia.

Solían hacerse rogativas anuales en las ermitas de estos santos, como en la villa de Jimena, a cuya ermita de San Sebastián, cuentan las relaciones topográficas de Felipe II, que se iba “en proçesyón por la pestilencia” (46).

También en Alcalá la Real, al que en 1588 se consideraba “patrono e defensor de cloración de los aires e pestilencia e reparador de las ruynas, que para estas causas se siguen ..”; y circulaba la leyenda de que, en tiempos pasados “fue visto caballero en un caballo blanco, vestido de verde con un manojo de saetas en la mano en el memorable fecho de la Boca de Charilla” (47).

Ya en la segunda mitad del siglo XV están documenta dos casos de peste en Jaén, aunque no existe una descripción sobre los síntomas de la enfermedad.

Sin embargo, por la periodicidad de la epidemia desde el siglo XIV, es difícil que los médicos y la gente en general de la época no conociesen los claros síntomas de la enfermedad. Ya Ximena Jurado nos habla de la peste de 1348 que afectó a Baeza (48), y en la Crónica del Condestable se recogen como pestilentes los años 1458 y 1468-1469  (49).

También hubo peste en Jaén en 1486 (50).

Esta epidemia se extendió por otros puntos de la provincia, como la villa de Arjona, donde en el cabildo de 3 de julio de 1488 se hace mención a este hecho, acordándose que los apestados fuesen concentrados en el Hospital de Santa Olalla, y estableciéndose los consiguientes cordones sanitarios en las poblaciones limítrofes, como Arjonilla (51).

En el siglo XVI la peste afectó a la ciudad de Jaén en los períodos 1503, 1507, 1522, 1523, 1524, 1529, 1555, 1557 y 1582 (52), y en torno a estas fechas también a otros lugares de la provincia.

Respecto a la peste de 1523, ya antes de esta fecha, nos encontramos que algunas poblaciones de la provincia establecen medidas preventivas frente al contagio. En Arjona, según acuerdo de 17 de marzo de 1519, se cierran todas las puertas de la ciudad excepto las de Córdoba y Jaén, en las que se establecen guardas para su vigilancia, así como penas de 100 azotes a los infractores que se introdujesen furtivamente, y una sanción de 600 maravedíes a aquellos vecinos que los acogiesen (53).

En 1523, la ciudad de Jaén y otros pueblos de la provincia sufrieron una epidemia de peste de funestas consecuencias. La primera noticia sobre la pestilencia en la ciudad es del 19 de enero. Como era normal en las epidemias, el temor empujaba a aquellos que podían a huir de la ciudad apestada, buscando refugio en el mundo rural o en otras ciudades no infectadas. El deber social se olvidaba ante el temor a contagiarse. Así nos encontramos que el mismo Ayuntamiento de Jaén dio permiso a todos sus ediles componentes para huir de la población. También los escribanos habían huido, y los vecinos se quejaban de no poderse escriturar los testamentos de los numerosos moribundos (54).

Las ciudades de Baeza y Úbeda también sufrían la peste, la comunicación con ellas quedó interrumpida drásticamente, amenazando, el 23 de marzo, el cabildo giennense con cien azotes a aquellas personas que procedentes de ellas entrasen en esta ciudad y sus arrabales. Y, por el contrario, se pedía al señor de Jabalquinto que no interrumpiese las comunicaciones a través de la barca del Guadalquivir, por considerarse la ciudad de Jaén sana de epidemia.

En el mes de junio, la situación sanitaria se agravó. El día 12 se hicieron rogativas públicas a santa Ana y el Ayuntamiento decidió que se lidiasen tres toros para alegrar a la gente (55).

Parece ser que el toro como elemento mágico y lúdico era utilizado contra la peste, como también lo era frente a las plagas de langosta en relación con la figura de san Marcos.

A mediados del mes de agosto la ciudad de Jaén se hallaba libre de la epidemia mientras se desarrollaba en sus alrededores, por lo que se continuó prohibiendo la entrada a los foráneos, tapiándose las puertas y los portillos de los adarves y colocando fuerte vigilancia en las demás. En el mes de noviembre, la rigidez de las medidas empleadas quedó expresada en el siguiente texto:

“Este día los dichos señores dixeron que por quanto son informados que mueren de pestilencia en Granada y en Guadix y en Loxa y en Arjona, y es razón que esta çibdad se guarde, pues, loado Dios, está libre de la enfermedad que ha tenido, por tanto, dixeron que mandaban e mandaron que se dé mandamiento a Pedro de Vargas Físico para que todas las personas que viere en esta çibdad de los dichos lugares los eche luego fuera desta çibdad, e sy alguno le fuere rebelde e no quisiere salir, que lo lleve a la cárçel, e que para ello le den todo favor los alguaziles desta çibdad quando se lo pydiere, por quanto asy conviene a la salud desta çibdad e vecinos della (56).

En el período 1557-1559, otras poblaciones de la provincia sufrían la peste. En Arjona también se establecieron guardas en las puertas para protegerse de la entrada de apestados, no admitiéndose a nadie sin pasaporte de sanidad bajo pena de 100 azotes y 10 días de cárcel. A los pobres que llegasen a sus puertas se acordó darles una libra de pan y obligarles a marcharse. El temor al contagio hizo también que, en abril de 1559 el cabildo municipal prohibiese a los vecinos marchar a la romería de la Virgen de la Cabeza por el concurso tan numeroso de gente de todas las provincias que solía tener lugar; incluso se prohibió el alarde que se acostumbraba hacer en San Sebastián para dicha congregación, bajo pena de “no ser recibido en la Villa por dos años y mil maravedíes” (57).

Posteriores epidemias de peste en la segunda mitad  del siglo XVI no afectaron tanto a la población vecina, pero sí estimularon las medidas tradicionales de prevención, tanto materiales como espirituales, con acciones de gracias y rogativas públicas. Ejemplo de ello es el voto a san Roque que hizo el Cabildo municipal y el estado eclesiástico en la Iglesia de Santa María la Mayor de Lopera en 1582 , por haber liberado a la villa de la peste, pese a sospechar que se encontraban enfermos algunos vecinos de ella. El voto consistía en celebrar la festividad anual de san Roque con las solemnidades habituales de las fiestas eclesiásticas y la construcción de una ermita en honor al Santo (58).

Fueron tres las grandes pestes del siglo XVII, las que se iniciaron en 1596,1647 y 1676, las cuales provocaron gran devastación. El fin del crecimiento demográfico español fue ratificado por la gran peste de 1596-1602, con la que se inicia el catastrófico siglo XVII en España, epidemia que se cobró más de medio millón de vidas (59).

En 1601 se tenían noticias de su extensión por Andalucía. En la villa de Arjona, en abril de 1601, estaban establecidas las clásicas medidas preventivas frente al contagio, tan estrictas que no respetaban jerarquía ni clase social alguna, como ocurrió con unos religiosos, formados por un clérigo y dos frailes Benitos, cuando con sus criados y unos vecinos llegaron a la villa. Los guardas le prohibieron la entrada pese a estar “buenos y sanos”, dejándoles en cuarentena treinta días en Santiago del Villar, a una legua de allí. El incremento de la epidemia llevó al Cabildo municipal meses después, en enero de 1602, a incrementar las medidas de precaución, además de buscar el refuerzo de los auxilios espirituales tan corrientes en todo tipo de calamidades. Se realizó una procesión general de rogativas, sacando a san Roque, san Sebastián y Nuestra Señora del Alcázar, patrona de la villa, así como la realización de una misa a san Sebastián, que también tenía allí su ermita. Como en el siglo pasado y para evitar su propagación, se prohibió la participación en la romería de la Virgen de la Cabeza (60).

El siglo XVII no pudo empezar peor para las aldeas y pueblos de la comarca. La epidemia de peste originada en el norte peninsular en los puertos cantábricos en 1597, produjo gran mortandad en todo el país, llegando a mediados del año 1600 a la comarca iliturgitana y, aunque muy debilitada ya, alteró sustancialmente la vida de sus moradores.  

Las primeras noticias sobre la cercanía de la pandemia se tienen el 10 de abril de 16oo y obligan a los capitulares del Cabildo andujareño a adoptar medidas preventivas como la suspensión de la romería de la Virgen de la Cabeza de ese año pues ya por aquel entonces concentraba a gran cantidad de gentes de tan distintos lugares de la geografía nacional, así que era una temeridad permitir su celebración, que representaba un excelente caldo de cultivo  para la propagación de la epidemia.

Poco después, en junio, ante la fundada sospecha de que la localidad de Lopera y otros lugares cercanos hubieran podido ser afectados por la pandemia, las autoridades de Andújar cierran las ermitas y notifican a los moradores de las casas de labor diseminadas por el campo que no acojan a pasajeros algunos. El 20 de julio se clausura la venta de San Julián, por cercanía a estos lugares y encontrarse en lugar de paso  muy transitado, que deberá permanecer cerrada hasta nueva orden.

Ilustración de la época con muertos en las calles por la peste.

Declarada la enfermedad, la vida se hacía difícil para los lugareños, pues, para evitar el contagio y la propagación, se impedía el libre tránsito dentro de la misma localidad, se aislaban las viviendas donde penetraba la enfermedad, se paralizaba el comercio, se prohibía el cambio de domicilio, perturbándose, en gran medida la actividad económica de las villas y aldeas y el movimiento de sus habitantes. 

Aunque la mortandad producida por el brote de peste bubónica no debió de ser importante, algunas familias perdieron alguno de sus miembros y otras, desaparecieron en su totalidad, bien, por no cumplir a rajatabla las severas medidas sanitarias de aislamiento, que entonces se adoptaban entre apestados y personas sanas, bien por acallar en los primeros momentos, en un intento de salir del trance por sí mismos, la aparición de enfermos en el seno del hogar,  solución errónea que terminaba por contagiar a todos los que vivían bajo el mismo techo.

Dos años después de declararse la epidemia, hacia mayo de 1602, todavía no se había sofocado el brote infeccioso en Marmolejo, pues las autoridades advertían a los vecinos de la aldea y a los “bataneros de los batanes de San Julián” no mantuvieran contacto con los vecinos de Bujalance ni “batanen ropa del dicho lugar sopena de  diez mil maravedíes” de sanción.

Por fin, el 19 de julio de 1602, las autoridades de la ciudad declaran oficialmente extinguida la epidemia,  y por tanto se envía una provisión al monarca para solicitar que se levanten  todas las medidas restrictivas adoptadas, recibiendo respuesta real afirmativa el 5 de agosto. La vida laboral, económica y social retomaba la normalidad.

Del trabajo “Noticias sobre la epidemia de peste de 1602 en Jaén” publicado por Mª Amparo López Arandia, hemos podido obtener algunos datos sobre la incidencia de la peste en Arjonilla en el año 1602.

En este primer párrafo que hemos obtenido de este trabajo que hace referencia a primeros de febrero de 1602 confirma la incidencia en Arjonilla de esta enfermedad y la decisión del cabildo de la capital de controlar a los arjonilleros residentes en la misma.

 “Así, el día 1, don Antonio de Biedma, caballero veinticuatro, pone de manifiesto que había estado en Arjonilla, donde había podido constatar que estaba apestada, señalando cómo muchos de sus vecinos se encontraban en Jaén, por lo que, a su entender, debían tomarse medidas al respecto ante el peligro de que fueran los responsables de la expansión del contagio, solicitando que se registrase a todos los arjonilleros que había en dicho instante en Jaén, nombrando guardas en los puertas de las murallas para evitar su entrada. Incluso, el Concejo determina escribir a los procuradores en Cortes y a Antonio de Talavera, caballero veinticuatro, para que Felipe III prohibiese la entrada de “(…) persona de lugar apestado si no fuere estando sesenta días fuera desta ciudad, y que cuando hubiere de entrar, entre sin ropa (…)”  Archivo Histórico Municipal de Jaén. Actas Capitulares, 1 de febrero de 1602.

En el segundo párrafo el cabildo de Jaén informa de la visita a Arjonilla del caballero don Juan de Guzmán quién informa de que ha habido 16 personas fallecidas a consecuencia de esta enfermedad y dos enfermos.

“Entre tanto, se envía representantes del Cabildo Municipal a los lugares donde se rumoreaba había epidemia de peste para que lo constatasen. Don Juan de Guzmán y Córdoba, caballero veinticuatro, certifica la existencia de peste en Arjonilla, verificando el fallecimiento de dieciséis personas y la curación de otras dos, indicando que a Andújar también había llegado la enfermedad, lo que motivó que el caballero veinticuatro Alonso de Godoy viajase a Andújar y Villanueva para examinar la situación en dichos lugares. Se determina igualmente endurecer las medidas preventivas, estableciendo que la Puerta Barrera se destinase exclusivamente al tránsito de forasteros mientras que los vecinos de la ciudad deberían entrar por las Puertas Aceituno, Granada y Noguera, medida que debía ser cumplida “(…) so pena de doscientos azotes a los guardas de las puertas que no lo cumplieren (…)”Archivo Histórico Municipal de Jaén. Actas Capitulares, 14 de marzo de 1602.   

Extremaunción a victimas de la peste.

En la ciudad de Jaén, desde julio de 1601, se sabía ya de muertos por esta causa en Villardompardo, adoptándose medidas de vigilancia que se incrementaron en septiembre y noviembre, cuando llegó la noticia de que Córdoba sufría la terrible enfermedad. Se cerraron las puertas y se estableció un férreo control sobre personas y mercancías; llegándose en febrero de 1602 a la prohibición de entrada de telas, aunque procediesen de lugares no afectados por la peste.

A comienzos de abril de 1602, la epidemia llegó a Jaén. Se decía que su origen fue en la calle Vera Cruz, donde habían muerto en poco tiempo 13 personas, y desde donde se extendió a los barrios de la ciudad. La ermita de San Nicasio, patrón contra la peste, situada a extramuros de la ciudad, se convirtió en hospital de infectados. Lugar de muerte a donde no querían ir los afectados, por lo que el corregidor amenazaba a los médicos que no declarasen los enfermos con graves penas. La dirección contra la epidemia estaba a cargo del famoso médico Alonso de Freylas.

La epidemia fue en aumento, extendiéndose durante el mes de marzo por toda la ciudad. El improvisado hospital de coléricos quedó pequeño, por lo que hubo que incorporar a tal menester unas casas ubicadas cerca de la Salobreja, también extramuros de la ciudad. A mediados de abril, la enfermedad parecía controlada. Habían muerto algo más de 50 personas y aún existían enfermos, por lo que el cabildo se negó a declarar la ciudad sana pese a las presiones de algunos caballeros veinticuatro del ayuntamiento, que veían perjudicado el comercio. Mientras tanto, los últimos enfermos eran trasladados a la ermita de la Virgen de la Cabeza.

En abril fue cerrado el hospital y declarada la ciudad libre de peste. Acuerdo precipitado, como solía ocurrir en todas las epidemias por el afán de liberar a la ciudad del aislamiento, pues dos meses después los contagios aumentaron.

A fines de julio, en el Hospital de la Misericordia se contaban 114 infectados de peste, disminuyendo la enfermedad en septiembre, tras el verano (61).

En la peste de 1647-1651, la epidemia procedía de oriente Medio, y entró por Andalucía y llegó hasta Cataluña y Aragón. Cuando la peste afectó a Málaga y Sevilla en 1649, las primeras medidas que tomó el cabildo de Jaén fueron hacer tres fiestas religiosas, pidiendo protección divina, a los tres clásicos abogados contra la peste san Roque, san Nicasio y san Sebastián; además de medidas materiales frente a la epidemia, entre las que destacan la vigilancia en las puertas de la ciudad y la reparación de las murallas para evitar entradas no autorizadas. También fueron contratados médicos eminentes como los doctores Viana y Carnicer. La ciudad se abasteció de trigo y carnes para aguantar un aislamiento de meses en caso de contagio.

El 26 de julio de 1649 la peste llegó a Torredonjimeno, y se tomaron severas medidas en la ciudad Jaén, como el cierre de las puertas de Martos y el Ángel, para un mayor control de las personas que entraban en la ciudad. El miedo volvió a incrementarse en el mes de febrero de 1650, ante la noticia del fuerte contagio que sufría Córdoba. De nuevo volvió a intensificarse la vigilancia en las puertas y también las medidas religiosas.

Finalmente, Jaén se libró de esta epidemia. En diciembre de 1650 se celebraron fiestas en acción de gracias y procesión a san Nicasio, la Virgen de Belén, san Roque, y a la Virgen de la Capilla (62).

Otras ciudades importantes de la provincia, como Úbeda, se vieron también libres de esta epidemia, en gran parte debido a las fuertes medidas de prevención con cordones sanitarios, como recogen los cuadernos de autos o de diputación de la peste (63).

El temor a la peste volvió en 1659, aunque tampoco llegó a invadir la ciudad de Jaén. De febrero a julio se establecieron medidas de vigilancia y control, cerrando las puertas de la ciudad y colocando guardias en las de Barrera, Alcantarilla y Aceituno (64).

El decenio de peste de 1676 a 1685 probablemente provocó la muerte de un cuarto de millón de españoles (65).

La enfermedad se introdujo en 1676 por Cartagena, Murcia y Lorca, adoptándose en Jaén capital las medidas habituales, que se repitieron en 1679 ante los brotes de peste de Málaga, Antequera, Motril y Granada.

No faltando las tradicionales procesiones de los santos protectores, como san Sebastián y san Roque (66).

En la primavera de 1679, la plaga afectaba a la mayoría de las ciudades mayores de Andalucía oriental, pereciendo en algunos pueblos dos tercios de la población. Tras el invierno, como era costumbre, la peste regresó en la primavera de 1680 por las mismas regiones. Andújar sufrió la epidemia. En Lupión, que contaba con 327 habitantes, murieron 180 (55 %) en el brote de peste (67).

En Úbeda, desde 1676 empezaron a tomarse medidas preventivas, como el reconocimiento de la cerca de la ciudad, cierre de ermitas y ventas del término, y la publicación de edictos prohibiendo el trasiego de personas y mercancías, etc. (68).

El temor aumentó en Jaén en mayo de 1680 ante los rumores de que en Andújar había peste. Se adoptaron excepcionales medidas cautelares de aislamiento, que llevaron incluso a levantar muros en las casas del Arrabalejo, situadas fuera del recinto amurallado, mientras cuadrillas de labradores vigilaban la ciudad continuamente. Algunos vecinos de Andújar permanecían fuera de la ciudad y esperaban un permiso de la Junta de Salud local para poder refugiarse.

Es el caso de Francisco Antonio Salcedo, que solicitó su entrada junto con su familia y enseres el 9 de octubre de aquel año, pues según su solicitud vivía en el sitio de La Vanicuela, término de Jaén, desde el 22 de marzo, cuando dejó Andújar “pocos días antes que se publicase en ella el achaque de la epidemia” (69).

El miedo colectivo a la peste se incrementó con el terremoto que poco antes de la epidemia causó daños de consideración en los edificios de algunas poblaciones, como en Huelma, afectando a la ermita de San Sebastián, donde estaba la capilla de Nuestro Señor, que al caer rompió la cubierta de la urna del Santo Sepulcro.


Las primeras noticias sobre el contagio de peste en la provincia son de febrero de 1681, cuando Baeza y Úbeda figuran como infectadas. Dos meses más tarde son las villas de Jódar, Torres y Jimena las declaradas oficialmente contagiadas,
por estas fechas, la peste se extendía por la mayor parte de Andalucía (70).

Claro ejemplo de la morbilidad de esta epidemia es la villa de Jódar, de la que dice un memorial del Consejo de Hacienda:

Desde 20 de henero de 1681 fue Dios nuestro Señor servido de que los vecinos della padeciesen el achaque del contajio hasta 10 de septiembre del dicho año, el qual fue con tal rrigor y fuerga en las enfermedades que no rreservó en toda su vecindad, casa de pobre ni de rrico, que no padeciese esta achaque, quedando todos totalmente aruinados y destruydos, pues siendo así que al tiempo que començo esta enfermedad se hiço padrón de todas las personas grandes y chicas, mugeres y onbres y allándose 2.135 personas al tiempo que se reconoció haver cesado, que se volvió a hacerse, ajusto haver muerto 1.055 dellas sin otras muchas que habían muerto antes, y los que havían quedado tan totalmente destruidos y aruinados que no les a quedado un remedio para su sustento, porque como todos los más fueron tocados del achaque, para purificarse y quedar libres por escapar la vida no sólo quemavan los vestidos que trayan puestos, sino todos los demás vienes muebles que tenían en sus casas, saliéndose fugitivos al campo a hacer sus quarentenas, sin más remedio ni socorro que lo poco que por él hallavan, tomando de los ganados que topavan, y talando los olivares para el abrigo y chozas que hacían, y con tal necesidad que muchos dellos después de haver echo sus quarentenas se quedavan en el campo por que no les quemasen los vestidos, por no tener otros que se poner. Y a los que entravan en la villa se les quemavan y estavan aguardando se les diese de limosna y como esta villa se compone de pobres labradores y todos tenían sus panes sembrados, no pudieron por esta raçón acudir a recogerlo y totalmente se perdió todo.

En otro memorial de 1685, la villa afirmó haber tenido 1.600 muertos entre enero y octubre (71).

Sin embargo, no fue la más afectada de la provincia, pues otras poblaciones situadas en lugares de importante tránsito, como Andújar en la carretera de Andalucía, sufrieron en altísimo grado la morbilidad de la peste. En esta población, el 27 de marzo de 1681, ya habían muerto más de seis mil personas, siendo el contagio “mayor que padezió lugar ninguno de la Andalucía según el vecindario...” (72).

Aunque no tenemos datos de nuestra villa. Seguramente en Lahiguera se padecería un alto número de contagiados entre su población, dada la relación de dependencia jurisdiccional, comercial y política, por formar parte de su municipalidad hasta que se produjo la exención de su jurisdicción de Andújar en el año 1558, en fecha 17 de octubre, tras el pago a la Corona de 3000 ducados, exención que había sido solicitada por el prior de la villa don Alonso de Çambrana, que ejerció su ministerio entre los años 1550 y 1568, año en que falleció siendo aun prior de La Higuera. Años después seguirían los mismos pasos Villanueva de Andúxar en 14 de noviembre de 1790, y El Marmolejo en fecha 27 de mayo de 1791.

El miedo a la peste estaba íntimamente unido al miedo al hambre, pues la declaración de epidemia conllevaba un aislamiento de la población y, por consiguiente, la falta de avituallamiento y el libre desarrollo comercial. De ahí que las poblaciones se opusiesen a la declaración de la epidemia.

El ejemplo de la ciudad de Baeza en julio de 1681 ilustra esta situación anterior, lo que llevó a un funcionario del Consejo de Hacienda a informar lo siguiente: o y estamos en esta ciudad de Baeza peor que nunca. Pues aora se a echo ospital y carneros, que desde que entré en esta ciudad no abido más de una continuada desdicha, sino que esta ciudad a dado en mantener que no ay peste, lo que nunca a faltado, pues abrán muerto, a mi parezer, tres mil personas (73).

La obstinación del Concejo de Baeza a declarar la ciudad invadida fue tenaz. Cuando aumentaron los rumores, el mismo rey Carlos II, en una carta dirigida a Francisco de Palacios, receptor de la Audiencia de Granada, se refiere a una petición de Diego Blas de la Torre, vecino y veinticuatro de la ciudad de Úbeda y comisario de la diputación para la guarda de ella. En la carta dice haber tenido noticia de “que la ciudad de Baeza se había tocado del contagio, de que morían muchas personas y los que estaban de dicho achaque los sacaban a qurar a las casas de Peláez Peralta y Ochoa” (74).

Las medidas de vigilancia se relajaron en 1681 y en marzo de este año la peste atacó la ciudad de Jaén. Así lo afirmó el Superintendente de la Guarda de la peste frente a la negativa del cabildo (75).

Otros pueblos cercanos a Baeza sufrieron tanto como la ciudad las consecuencias de la epidemia.

En el caso de Rus dejó tal huella que dio origen a un ritual que aún hoy día se celebra con el nombre de Fiesta de los Mozos. Hubo una gran mortandad en la población, sobre todo entre los jóvenes varones, con las consiguientes rogativas: se procesionó al Santísimo Sacramento. Finalizada la epidemia volvieron a repetirse los actos de procesión del Santísimo en acción de gracias con igual solemnidad que en el Corpus, y la salida de las máscaras que habitualmente lo acompañaban en esta fiesta (Diario Jaén, 19-septiembre 1996, pág. 21).

En mayo, el hospital provisional de apestados de la Fuente de Don Diego no podía albergar ya tantos enfermos, ocupándose casas vacías cercanas al hospital. Se estudió el traslado de éste por estar cercano a la Catedral y en una zona donde residía la mayor parte de los canónigos, pensándose para tal fin el Arrabalejo. El traslado de 200 enfermos era peligroso y costoso, y el mismo Cabildo municipal también lo consideraba pernicioso por los efectos que obra la luna nueva. Al final, el Consejo de Castilla prohibió el traslado (76).

Ilustración de la peste de 1665.

Este tema fue todo un enfrentamiento dialéctico entre los facultativos y las autoridades eclesiásticas. Agustín Lara, médico de la ciudad, escribió todo un discurso apologético sobre la necesidad de continuar la localización del hospital de apestados en el paraje de la Fuente de Don Diego, que recoge un estudio geográfico muy detallado sobre la ubicación de la ciudad y los vientos dominantes, por lo cual encontraba en esta zona la mejor situación para el hospital, en contra de la opinión del canónigo doctoral de la Iglesia Catedral Francisco Cruzado Caballero, que deseaba trasladarlo al Arrabalejo, llevándolo lejos de las cercanías de la Catedral y las viviendas de los canónigos. Otro sitio donde se pensó instalar, también rechazado por Agustín de Lara era la Puerta de Martos (77).

La peste se incrementó en los meses de junio y agosto en medio de la quema de ropas y enseres de los afectados y la búsqueda de enfermos no declarados, el éxodo al campo se aumentó, y empezaron a escasear los víveres en la ciudad. Por suerte, a mediados de agosto remitió el número de apestados, declarándose la ciudad libre de epidemia el último día del mes, favor que la población atribuyó a Nuestro Padre Jesús Nazareno (78).

Del fin de la epidemia daba fe el escribano Alonso Pérez de Aguilera, basándose en el médico Juan Bautista García, el cual se hallaba en cuarentena en la calle del Barranco. Según él, desde el día 20 de agosto no había curado enfermo alguno de peste, y sólo algunas personas estaban en convalecencia en las calles o lid y Rivera, que estaban tapiadas y cerradas por la parte superior e inferior, quedando solo abierta la calle del Barranco, donde estaba en cuarentena dicho médico (79).

Mientras tanto, la peste azotaba por otros lugares de la provincia; en el mes de julio afectaba a las ciudades de Úbeda y Bailen. En Úbeda, la situación alarmante queda expresada textualmente en una comunicación del mes de julio que dice así:

“[...] el estado de la enfermedad contagiosa de esa ciudad causaron [...] el grave desconsuelo que se dexa reconocer; no hallando exemplar no solo en los principios, sino ni aún después de asegurado más y más este trabaxo, de que en ciudad ninguna, donde haya picado, como fue en Málaga, Murcya y Cartagena, Luzena, ni otra alguna, aya tenido número tan crecido en tan pocos días, como el de 316 personas que se picaron en esa ciudad y 214 que murieron” (80).

Retablo mayor del templo de la Virgen de la Fuensanta en Huelma.

 En los lugares invadidos se tomaban medidas semejantes, con la habitual incomunicación de personas y mercancías. Cuando se descubría a alguna persona, que procedente de lugares contagiados la había burlado, era puesta en cuarentena bajo vigilancia, lo que frecuentemente no conseguía el fin apetecido. Tal es el caso de Huelma, donde la peste se cebó cruelmente en la población por haber levantado el celo en el cordón sanitario, probablemente durante el desarrollo de la romería de Virgen de la Fuensanta, pues hacia mediados de mayo comienzan a detectarse casos, aunque la epidemia no es reconocida hasta finales de junio. Allí se habilitó el castillo como hospital de apestados, que pronto se quedó pequeño. Los enfermos que no iban al hospital eran incomunicados en sus casas y, en caso de muerte, el terror al contagio hacía que no hubiese quien se atreviese a sacar las ropas de estas casas por no haber en esta villa franceses y esclavos, que son los que se suelen ocupar de estos menesteres, por lo que hubo que recurrir a Granada y traer tres individuos para realizar dicha labor (81).

En Huelma, como en todas las poblaciones, la aflicción de la población hallaba su mejor expresión en las procesiones de rogativa, donde la Virgen de la Fuensanta ejercía el papel central como patrona de la localidad, junto con otras figuras, como la Virgen del Rosario, Jesús Nazareno, san Agustín, santa Rosalía y el Santísimo. Finalmente, la epidemia dejó un saldo trágico en esta localidad durante el período que duró el contagio, de mayo a noviembre de 1681, con un total de 902 defunciones, casi la mitad de la población, gran parte de la cual había huido a los montes. La mayor parte de los supervivientes quedaron en la pobreza, pues las cosechas no se recolectaron y se perdieron, de las casas afectadas se quemaron las alhajas y ropas, más gastos de purificación, sahumerios, vestidos, etc. (82).

En Úbeda, la epidemia se declaró por desaparecida en el mes de octubre de 1681; ya no quedaban enfermos en el hospital de apestados, que se cerró “llevando en prozessión general para hazerlo, a Jesús nazareno y a su Santíssima madre, Ntra. Sra. de Guadalupe, a quien en hazimiento de grazias se entregaron las llabes dél, y después se les zelebraron fiestas solemnes” (83).

En Jaén capital, a pesar de haber desaparecido la epidemia a finales de 1681, a principios del año siguiente aún continuaba sin repoblarse el barrio de la Fuente de don Diego, donde estuvo ubicado el hospital. No obstante, la peste seguía afectando a poblaciones limítrofes. Es el caso de Torredonjimeno y Martos en julio de 1682, que pusieron en alerta a las autoridades giennenses.

En 1684 hay nuevo contagio en Jaén por el verano, aumenta el número de defunciones pero es difícil cuantificar la mortalidad que tuvo como causa la epidemia (84).

En 1685 la peste desapareció por completo de España.

Sobre esta epidemia de peste en Úbeda se editó en 1681 el libro “Relación sucinta del contagio que ha padecido la ciudad de Úbeda en este presente año de 1681”, escrito por Andrés Cuevas de las Vacas, el cual no hemos podido localizar.

Tendrían que pasar cinco siglos para que Pasteur y Kock lograran demostrar objetivamente la realidad del contagium animatum que a título de hipótesis habían afirmado Fracastoro, Harvey y Kischer.

Alexandre Yersin, discípulo de Pasteur, descubrió el microorganismo productor de la enfermedad de la peste negra, en 1849 en Hong Kong.

El microorganismo productor de la peste fue descubierto en el año 1849 en Hong Kong por Yersin, discípulo de Pasteur, que lo denominó “PasteureIla” en su honor. Fue descrito a la vez por Kitasato. Este germen se multiplica en el intestino de las pulgas si la temperatura es moderada, por eso si la pulga parasita a la rata supervive mejor y se transmite rápidamente.

La peste es endémica en los territorios del pie del Himalaya y en el Ararat, en el Tíbet y en Uganda. De un foco de esta región se desarrolló probablemente la peste bíblica en Egipto, como hoy, desde focos endémicos se desarrollan epidemias en parte del mundo incluso lejanas, recordemos la reciente epidemia del Covid-19, supuestamente con origen en China.

Recordatorio de la epidemia de peste sufrida en Jaén en el año 1681.

La propagación de la peste debido a las ratas, que son también la fuente de infección (capaces de superar enormes distancias, bien por sus propios medios o invadiendo barcos o incluso aviones) y muy prolíficas, son capaces de llevar el germen a todas partes. Este es transmitido después al hombre por las pulgas. Esta transmisión requiere también muchos factores: temperatura adecuada al desarrollo de las pulgas (hecho que Ibn Jatima había observado señalado que en Almería el clima era caluroso y húmedo por su orientación al sur), condiciones favorables a la promiscuidad entre la rata y el hombre (de ahí que Ibn Jatima señalara que empezó por los barrios más pobres, donde vivían sus habitaciones hacinados con animales domésticos y ratas) y a la nutrición de las larvas de las pulgas por la suciedad y mal estado del suelo.

Muchos de estos factores, normales en la vida del Medioevo, han desaparecido con el desarrollo y esto explica la desaparición de las grandes pandemias.

El contagio directo interhumano es peligrosísimo en la peste pulmonar, hecho ya señalado por Ibn Jatima e Ibn al-Jatib, y está favorecido, a diferencia del realizado por las pulgas, por la estación fría y húmeda.

Las medidas profilácticas, muchas ya señaladas por los médicos granadinos, son actualmente reguladas internacionalmente: aislamiento de ciudades, barcos, hospitales con cuarentena, con desratización y desinfección.

Gracias a estas medidas esta terrible pesadilla ha desaparecido, evitando, como ocurrió en el siglo XIV, una grave crisis demográfica, económica y social.

En resumen, por encima del hecho real de la peste, detectamos un halo mítico impregnado de terror. El gran talismán frente a ella suele estar en los intercesores divinos. La protección de los santos es crucial en el hombre de la Edad Moderna, como lo había sido en la Edad Media, pues son punto de referencia continua en la vida de la población. La peste levanta las procesiones de rogativa, penitencias, plegarias, etc.; así como actos mágicos de purificación, como fuegos en las plazas públicas; y, sobre todo, la huida masiva de la población, la única verdaderamente efectiva en la época, pues los remedios médicos habituales eran inútiles.

Granada 7 de mayo de 2023.

Pedro Galán Galán.

Bibliografía:

 Arjona Castro, Antonio: Las epidemias de peste bubónica en Andalucía en el siglo XIV. El médico granadino Ibn al-Jatib, pionero en señalar la idea del contagio en esta enfermedad. Páginas 49 a 58.

Referencias de citas:

(1) Delumeau, Jean: El miedo en Occidente. Madrid, 1989, páginas 155 y 156.

(2) Domínguez Ortiz: La Sociedad española en el siglo XVII. Madrid, 1963, páginas 81.

(3) Carreras Pachón, Antonio: La Peste y los médicos del Renacimiento. Salamanca, 1976, página 95.

(4) En la Biblioteca del Monasterio de El Escorial se dispone de un resumen de esta obra, titulada Nasiha (el buen consejo). Rachel Arié ha realizado un estudio de este opúsculo en Bola Asociación Española de Orientalistas, 111 (1967), páginas 191 a 199.

(5) Rachel Arié: España musulmana, tomo III de la Historia de España dirigida por M. Tuñón de Lara, Barcelona, 1982, página 422, n.° 84.

(6) Nasiha, folio 108 v.° y 109 r.°, y Tahsil, folio 66 r. Según Rachel Arié: España musulmana, tomo III de la Historia de España dirigida por M. Tuñón de Lara, Barcelona, 1982, página 422, n.° 86.

(7) Nasiha, folio 109 r.°, y Tahsil, folio 66 r.°.

(8) P. Melchor M. Antuña: Abenjatima de Almería y su tratado de la peste. Religión y Cultura (Octubre, 1928), páginas 68 a 90.

(9) T. Dinanah, médico egipcio, ha realizado un estudio de esta obra titulado “Die Schrift von Ibn Khatima über die Pesi”. En Arch. für Geschichte der Medizin, 19 (1927), páginas 27 a 81.

(10) La cifra de muertos en Córdoba por esta epidemia la da Fermat, J.: Contribución al estudio de la medicina árabe española: El almeriense Aben Jatima, Actualidad médica. 44 (1958), página 500. No dice la fuente de donde ha tomado esta cifra.

(11) Ibn Jatima sigue en medicina a Avicena tanto en su obra Qanun fil-Tibb como en la Arÿuza (Poema de la Medicina). Cf. el capítulo del Qanun dedicado a las fiebres epidémicas (edic. Boulaq, II página 16 y siguientes, y la Arÿuza edic. H. Jahier y A. Noureddine, pessim. Editado en París, 1956.

(12) Torres Balbás, Leopoldo: Sobre Almería islámica, Al-Andalus XXII, 2, páginas 217 y siguientes.

(13) Ibn Sina, Qanun, edic. Boulaq, 11, Páginas 16 y siguientes.

(14) Existe el Manuscrito n.° 1.785 de la Biblioteca de El Escorial según Rachel Arié, España musulmana. Página 422, n.° 84.

(15) Reproducido por Vázquez de Benito, M. Concepción: El Libro del 'Amal man Tabba li-an Habba, Salamanca, 1972, XIII. Esta autora lo tomó de G. Sarton, Introduction to the history of Sciencie, London 1948, página 1.763.

(16) P. Melchor M. Antuña: Abenjatima de Almería, página 76, n.° 1. Existe un Manuscrito en el Archivo de Verdú (Lérida); fue publicado en la misma ciudad de 1910 por Enrich Arderiu y Joseph M. Roca.

(17) Rachel Arié: España musulmana, tomo III de la Historia de España dirigida por M. Tuñón de Lara, Barcelona, 1982, páginas 422 y 423, n.° 92.

(18) Ibn Jatima, Tahsil garad al-qasid fi l-Marad al-Wafid. Monasterio de El Escorial, n.° 1785, folios 56 v., y 57 r.°. Rachel Arié: España musulmana, tomo III de la Historia de España dirigida por M. Tuñón de Lara, Barcelona, 1982, notas 92 del capítulo VI.

(19) Ibn Hasan al-Nubahi, Kitab Marqaba al-'Ulya, edic. El Cairo, 1948, páginas 155 y 156.

(20) Ibn Hasan al-Nubahi, Kitab Marqaba al-'Ulya, edic. El Cairo, 1948, páginas 155 y 156.

(21) Ibn a-Qadi, Durrat al-hiyal, edic. Allouche, I, 68 y 69, 196; da nombre de los letrados muertos en Almería. De los granadinos, en al-Maqqari, NaJh al-tib, edic. El Cairo, 1949, tomo VIII, páginas 220, 237 y 638.

(22) Ibn al-Jatib, Lamha al-Badriya fi dawlat al-Nasriya, El Cairo, 1347, nº. 95.

(23) Crónica de Alfonso XI edición Rossel, BAE, cap. CCCXXXIX, página 392.

(24) Collantes de Terán, Antonio: Historia de Andalucía, Planeta, Barcelona, 1980, tomo III, pagina 78.   

(25) Collantes de Terán, Antonio: Historia de Andalucía, Planeta, Barcelona, 1980, tomo III, página 78.

(26) Collantes de Terán, Antonio: Historia de Andalucía, Planeta, Barcelona, 1980, tomo III, página 78.

(27) A. Collantes de Terán, Historia de Andalucía, Planeta, Barcelona, 1980, tomo III, página 78.

(28) Ibn al-Jatib, Ihata fi ta'rij Garnata, Edición. El Cairo, 1319, II, 53 (líneas 15 y 16).

(29) Ibn. al-Hassan al-Nubahi, Kitab Margaba al-'Ulya, edición citada, página 156.

(30) Porras Arboledas, Pedro A.: La peste de Jaén de 1523. Una cuestión de política sanitaria, en Senda de los Huertos, n° 19 (1990), páginas 93 y 94.

(31) Delumeau, Jean: El miedo en Occidente. Madrid, 1989, páginas 161 y 162.

(32) Delumeau, Jean: El miedo en Occidente. Madrid, 1989, página 167. Envía a M. Deveze: L’ Espagne de Philippe IV, 1621-1665, II. París, 1971, página 318.

(33) Delumeau, Jean: El miedo en Occidente. Madrid, 1989, página 169. Envía a Benassar, B. Recherches sur les grandes épidemies dans le nord de l ’Espagne a la fin du XVI siecle. París, 1969, páginas 214 a 223.

(34) Carreras Pachón, Antonio: La Peste y los médicos del Renacimiento. Salamanca, 1976, páginas 62 a 94.

(35) Carreras Pachón, Antonio: La Peste y los médicos del Renacimiento. Salamanca, 1976, páginas 132 y 133. Envía a Sánchez de Oropesa, Francisco.

(36) Delumeau, Jean: El miedo en Occidente. Madrid, 1989, páginas 179 a 203.

(37) Delumeau, Jean. El miedo en Occidente. Madrid, 1989, páginas 206 a 208. Envía a Benassar, B.: Recherches sur les grandes épidemies dans le nord de l ’Espagne a la fin du XVI siecle. París, 1969, página 49.

(38) Freylas, Alonso de: Conocimiento y preservación de la peste.... Jaén, 1606. De los antiguos médicos. Preservación de la peste a los melancólicos por medio de la música y ciertas medicinas, en Don Lope de Sosa, 1917. Jaén, 1982, página 112.

(39) Las señales de la peste y las lumbres maravillosas sobre las torres del castillo de Jaén,  en Don Lope de Sosa, 1917. Página 302.

(40) Las señales de la peste y las lumbres maravillosas sobre las torres del castillo de Jaén, en Don Lope de Sosa, 1917. Páginas 301 y 302.

(41) Delumeau, Jean.: El miedo en Occidente. Madrid, 1989, páginas 216 a 220.

(42) Novena al glorioso San Roque..., páginas 7 a 26.

(43) Almansa Tallante, Rufino: Los monasterios de Santa Clara en la provincia de Jaén (IV), en Senda de los Huertos, n° 37 (1995), páginas 46 y 47.

(44) Archivo Municipal de Jaén. Actas de 1.648, Cab. 28-1-1648.

(45) Ximena Jurado, Martín de: Catálogo de los obispos de las iglesias catedrales de Jaén y anales eclesiásticos del obispado. Granada, 1991, páginas 158 a 204.

(46) Amezcua, Manuel: Encuesta de fiestas populares en Sierra Mágina. Sumuntán, n° 2, página 126.

(47) Martín Rosales, Francisco: El ocio en la Alcalá del siglo XVI y XVII. El Toro de Caña. N° 1 (1997), Jaén, págs. 354 y 355.

(48) Ximena Jurado, Martín de: Catálogo de los obispos de las iglesias catedrales de Jaén y anales eclesiásticos del obispado. Granada, 1991, página 352.

(49) Relación de los fechos del mui magnífico é más virtuoso señor don miguel lucas, mui digno Condestable de Castilla, en Memorial Español: Colección de documentos, opúsculos y antigüedades, que publica la Real Academia de la Historia, tomo VIII. Madrid, 1855, páginas 21, 360 y 423.

(50) Carreras Pachón, Antonio: La Peste y los médicos del Renacimiento. Salamanca, 1976, página 18.

(51) Martínez Campos, Basilio: Arjona. Medidas sanitarias contra la peste en los siglos XV y XVI, en Revista Paisaje, número 110-111 (agosto-1959/enero-1960), páginas 2079 a 2082.

(52) Szmolka Clares, José: Los tiempos modernos, en Jaén, tomo II. Granada, 1989, páginas 532 y 533.

(53) Martínez Campos, Basilio: Arjona. Medidas sanitarias contra la peste en los siglos XV y XVI, en Revista Paisaje, número 110-111 (agosto-1959/enero-1960), páginas 2079 a 2082.

(54) Porras Arboledas, Pedro A.: La peste de Jaén de 1523. Una cuestión de política sanitaria, en Senda de los Huertos, n° 19 (1990), páginas 94. Envía a Archivo Municipal de Jaén. Libro de actas de 1523, folio. 79 r. y 76 r.

(55) Porras Arboledas, Pedro A.: La peste de Jaén de 1523. Una cuestión de política sanitaria, en Senda de los Huertos, n° 19 (1990), páginas 94 y 95. Envía al Archivo Municipal de Jaén. Libro de actas de 1523, folios 77 v., 79 r., 86 v., 114 r., 115 v. y 116 r.

(56) Porras Arboledas, Pedro A.: La peste de Jaén de 1523. Una cuestión de política sanitaria, en Senda de los Huertos, n° 19 (1990), páginas 95 y 96. Envía al Archivo Municipal de Jaén. Libro de actas de 1523 folios 141 v., 179 v., 188 v., 209 v. y 213 r.

(57) Martínez Campos, Basilio: Arjona. Medidas sanitarias contra la peste en los siglos XV y XVI, en Revista Paisaje, número 110-111 (agosto-1959/enero-1960). Remite a actas del cabildo 4-agosto-1557 y 24-abril-1559.

(58) Pantoja Vallejo, José Luis: San Roque, Patrón de Lopera, en Diario Jaén, 10-agosto-1997, páginas. 44 y 45.

(59) Kamen, H.: La España de Carlos II. Barcelona, 1981, páginas 67 y 79.

(60) Martínez Campos, Basilio: Arjona Medidas sanitarias contra la peste en los siglos XV y XVI, en Revista Paisaje, número 110-111 (agosto-1959/enero-1960). Páginas 2079 a 2082. Envía a las actas del cabildo 27-abril-1601 y 23-enero-1602.

(61) Coronas Tejada, Luís: Jaén, Siglo XVII. Jaén, 1994, páginas 99 a 102.

(62) Coronas Tejada, Luís: Jaén, Siglo XVII. Jaén, 1994, páginas 102 a 105.

(63) Archivo Municipal de Úbeda. Legajo sobre la peste (sin n°). Cuadernos de autos o diputación de la peste, año 1850.

(64) Archivo Municipal de Jaén. Legajo 90. Cuaderno de acuerdos tocantes al contagio de la peste, 1659.

(65) Kamen, H.: La España de Carlos II. Barcelona, 1981, página 68.

(66) Coronas Tejada, Luís: Jaén, Siglo XVII. Jaén, 1994, página 105.

(67) Kamen, H.: La España de Carlos II. Barcelona, 1981, páginas 85 a 87.

(68) Archivo Municipal de Úbeda. Legajo sobre la peste (sin n°). Comunicación del 15-julio-1681.

(69) Archivo Municipal de Jaén. Legajo 254. Solicitud de Francisco Antonio Salido para entrar en la ciudad de Jaén, 9-octubre-1680.

(70) Amezcua Martínez, Manuel: La peste de 1681 en Huelma, aspectos socio-económicos, en (550) Aniversario de la toma de Huelma (1438-1988). VI Jornadas de Estudios de Sierra Mágina. Ayuntamiento de Huelma / Cronistas e Investigadores de Sierra Mágina. Granada, 1992, página 468.

(71) Kamen, H.: La España de Carlos II. Barcelona, 1981, página 89. Envía a Memorial de 31-V-1682. Archivo General de Simancas: CJH Consulta de la Junta de Hacienda, 1.052; y Memorial de 1685, CJH 1.105.

(72) Gómez Martínez, E.: Problemática medioambiental de Andújar en el siglo XVII. Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, n° 155 (1995), página 46.

(73) Kamen, H.: La España de Carlos II. Barcelona, 1981, páginas 94-95. Envía a Archivo General de Simancas: CJH 1.031. D. Miguel de la Moneda a D. Ignacio Baptista de Ribas (22-VII-1681).

(74) Archivo Municipal de Úbeda. Legajo sobre la peste (sin n°). Carta de Carlos II a Francisco de Palacios, 1980.

(75) Coronas Tejada, Luís: Jaén, Siglo XVII. Jaén, 1994, páginas 106 y 107.

(76) Coronas Tejada, Luís: Jaén, Siglo XVII. Jaén, 1994, página 108; y A.H.D.J. Sección Criminal. Legajo 66, año 1681.

(77) Archivo Municipal de Jaén. Legajo 90. Discurso apológico que hace don Agustín de Lara. Médico de esta ciudad de Jaén y satisfación diaphorética que da a el parecer del lizenciado Don Francisco Cruzado, cavallero, canónigo doctoral de la sancta yglesia cathedral de esta ziudad, en que contradice lo practicado de el hospital para la curación de el contagio contra el dictamen de la maior parte de los médicos de ella, 6-julio-1681.

(78) Cazabán, A.: El origen de las llaves que lleva la imagen de Nuestro Padre Jesús de los Descalzos, de Jaén, en Don Lope de Sosa, n° 141, páginas 275 y 276.

(79) Archivo Municipal de Jaén. Legajo 90. Certificación del escribano Alonso Pérez de Aguilera sobre el cólera, 1681. En Respuesta de D. Agustín de Lara, médico, al canónigo doctoral de la Iglesia de Jaén sobre lo practicado en la cura de enfermos del contagio.

(80) Archivo Municipal de Úbeda. Legajo sobre la peste (sin n°). Comunicación fecha 15-julio-1681.

(81) Amezcua Martínez, Manuel: La peste de 1681 en Huelma, aspectos socio-económicos, en (550) Aniversario de la toma de Huelma (1438-1988). VI Jornadas de Estudios de Sierra Mágina. Ayuntamiento de Huelma / Cronistas e Investigadores de Sierra Mágina. Granada, 1992, páginas 468 a 473.

(82) Amezcua Martínez, Manuel: La peste de 1681 en Huelma, aspectos socio-económicos, en (550) Aniversario de la toma de Huelma (1438-1988). VI Jornadas de Estudios de Sierra Mágina. Ayuntamiento de Huelma / Cronistas e Investigadores de Sierra Mágina. Granada, 1992, páginas 474 a 477.

(83) Archivo Municipal de Úbeda. Legajo sobre la peste (sin n°). Certificado oficial del fin de la epidemia de peste en Úbeda, 28-octubre-1681.

(84) Coronas Tejada, Luís: Jaén, Siglo XVII. Jaén, 1994, página  109.

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