PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

domingo, 11 de diciembre de 2022

EN EL AÑO 641 REINANDO EL GODO TULDA, TRAS SIETE AÑOS SIN LLOVER, HUBO QUE REPLANTAR LOS OLIVARES DE ANDALUCÍA CON PLANTAS TRAIDAS EN BARCOS DESDE IFRIQUIYA, LA ACTUAL TÚNEZ.

A PESAR DE LAS LLUVIAS RECOGIDAS EN ESTE LARGO PUENTE, LA SEQUÍA SE QUEDA. EL NUEVO AÑO HIDROLÓGICO CONFIRMA LOS PEORES PRONÓSTICOS.

Las lluvias y las sequías han sido desde hace siglos un problema esencial para nuestra agricultura, algo que se repite cíclicamente. Las lluvias y las sequías son desde siempre, los dos grandes motivos de preocupación para una sociedad enraizada en la tierra como la de nuestra villa. Las sequías normalmente, arruinaban las cosechas y por tanto, condenaban a la comunidad al hambre, la enfermedad y el dolor. Alrededor del miedo a la sequía y de la esperanza por las lluvias se articulaban devociones, rogativas y acciones de gracias. En Lahiguera para pedir las lluvias se sacaba en procesión al desaparecido “Señor de las aguas”.

Las sequías alteraban los precios, producían trastornos sociales y condicionaban en todos los aspectos la vida de las familias y sus comunidades. Gran parte de los problemas con los que se tuvo que enfrentar el Cabildo municipal de Jaén en siglos pasados, tuvieron relación con la evolución de ambos fenómenos atmosféricos a lo largo de los siglos.

Sisenando rey visigodo, en cuya mitad de su reinado desaparecieron las nubes en la mayor parte de la Península ibérica, lo que dió lugar a un largo periodo de hambrunas y crisis social.


En la época de los reyes Godos en España registró un periodo climático suave. Cuentan las crónicas góticas que hacia mitad del reinado de Sisenando (631-636) desaparecieron las nubes sobre la mayor parte de la Península ibérica. Comenzaba así un largo periodo sin apenas lluvias que atrajo hambrunas y crisis social. La situación empeoró durante todo el reinado de Chintila (636-639), de manera que morían los animales y los árboles. 

Chintila, vigésimo séptimo rey visigodo.

En el año 641, ya con Tulga como rey de los godos, la sequía era tan alarmante, tras siete años prácticamente sin llover, que murieron por sequía  la mayor parte de los olivos de la antigua provincia Bética romana. Tenemos que comprender que en esa fecha desaparecieron por sequía hasta los olivos que alimentaron al imperio romano durante casi siete siglos (el 70% de las ánforas olearias del monte Testaccio llevan sellos béticos). Se sospecha que en estos tiempos el olivar debía poblar Andalucía en superficie muy similar a la actual.


Aquel gran desastre por sequía culminado en el año 641 debió ser recordado por la población durante los siglos siguientes. La visión de troncos de olivos centenarios (quizás de los traídos por los fenicios dos mil años atrás) perduró durante mucho tiempo en los campos como testigos mudos  y víctimas.

La consecuencia inmediata, además de la hambruna, fue la aparición de una gran epidemia de peste, conflictos sociales y la sustitución del rey Tulga por Chindasvinto. Tulga, como Rey de la España visigoda sucedió en el trono a su padre Chintila en el año 639. Aunque fue electo rey por la asamblea de nobles y obispos, la nobleza visigoda mostró de inmediato su descontento ya que su elección podía dar lugar a una monarquía hereditaria, con lo que las posibilidades de ser elegido para ascender al trono por parte de los nobles disminuían considerablemente. De ahí que su reinado estuviera marcado por una serie de rebeliones, siendo la más importante la Rebelión de Chindasvinto.


Chindasvinto convocó a los nobles (terratenientes godos) y al pueblo (habitantes godos de la zona fronteriza con los vascones), para alzarse contra Tulga, se hizo proclamar rey; al no obtener la aprobación de los obispos, fue considerado un rebelde, hasta que la oportuna muerte de Tulga, a causa de una enfermedad, permitió el reconocimiento del aspirante por la nobleza y el clero. Tulga fue proclamado rey a la muerte de su padre Chintila en el año 639. Solamente se sabe de él que fue débil de carácter. Una conjura acaudillada por Chindasvinto consiguió invalidar a Tulga como rey, obligándole a ser tonsurado y a vestir el hábito de monje, en virtud de la ley dictada por su padre, que impedía ser coronado todo aquel que hubiese vestido hábitos eclesiásticos. Los godos con la tonsura perdían la posibilidad de gobernar y nos le quedaba otro remedio que retirarse a un convento y dedicarse a la vida contemplativa.

Derrocado el 16 de abril del año 642, fue desterrado de por vida a un monasterio. Se salvó de morir gracias a las nuevas leyes que protegían al rey. Fue tonsurado y recluido en un monasterio hasta el fin de sus días. Murió en Toledo de muerte natural en mayo del 642.

A partir del año 642 volvió a llover de nuevo y se recuperaron los campos. Pero buena parte del daño ya estaba hecho; de modo que a partir de esa fecha comenzó el declive del reino godo de Toledo y el despoblamiento de sus tierras. Se calcula que la población se redujo a unos 3,5 millones de personas en toda la Península; el estado gótico comenzó a hacer aguas, de forma que la administración estatal no podía  controlar y proteger a su gente, para dejar el mando en manos de los terratenientes y magnates de los territorios alejados de Toledo. Comenzaba con ello el proceso de feudalización, era el tiempo del alto medievo.

El referido gran desastre por sequía culminado en el año 641 debió ser recordado por la población durante los siglos siguientes. La visión de troncos de olivos centenarios (quizás de los traídos por los fenicios dos mil años atrás) perduró durante mucho tiempo. Así lo contaba en el siglo XI el agrónomo musulmán granadino Kitab Zuhrat Al-Bustan en su libro “El esplendor del jardín”, en él se decía que los extensos olivares, incapaces de aguantar tan prolongada sequía, perecieron. Por esta razón el olivar de Al-Andalus tuvo que ser repoblado después con plantas traídas en barcos desde Ifriquilla (la actual Túnez). Y así debió ser, porque la genética demuestra que la mayor parte del olivar de Andalucía tiene relaciones con el olivar norteafricano, mientras que los olivos de la zona levantino-catalana, que no sufrieron tan intensa sequía, descienden del Mediterráneo oriental, como los nuestros que perdimos por esos años de sequía anteriores al 641.

En esta parte sur de la Península continuó hasta el siglo XIII lo que los expertos denominan óptimo climático medieval, es decir, una época relativamente templada y sin muchas precipitaciones. No hay muchas referencias científicas referidas a la ausencia de lluvias, pero sí algunas pistas de lo poco que llovía, que aparecen contenidas en las crónicas guerreras. Por ejemplo, en tiempos de Alfonso VI y el Cid (siglo XI) los ejércitos cristianos se dedicaban a hacer campañas en invierno y primavera, tal como ocurrió en 1091 con la acampada cristiana en las faldas de Sierra Elvira para amedrentar a los almorávides recién llegados; también algo similar ocurrió unos años después, durante la Cruzada de Alfonso I de Aragón para conquistar el reino de Granada, entre septiembre de 1125 y junio de 1126. En ambos casos los ejércitos se movían con soltura y rapidez por terrenos secos (excepto por una gran nevada que se registró a primeros de enero del año 1126).

Alfonso I de Aragón. Autor Pradilla, año 1879.

A partir del siglo XIV, y hasta mediados del siglo XIX, se registró la Pequeña Edad de Hielo. Se registraban entonces otoños, inviernos y primaveras muy lluviosos. Esa era la causa de que las campañas guerreras quedaran en suspenso durante los grandes temporales. Había ocasiones en que estaba lloviendo sin parar durante más de dos meses; así lo cuentan las crónicas del traslado del cadáver de Isabel la Católica en 1504 desde Castilla a Granada: casi un mes con las caballerías hincadas en el barro hasta los corvejones y con dificultades para atravesar los simples arroyos.

Pero a pesar de atravesar durante cinco siglos (del XIV al XIX) una pequeña edad del hielo, eso no impidió que alternaran periodos de sequía tan extremos como el que sufrimos en estos momentos de nuestras vidas. Recordaremos que en  la crónica de Henríquez de la Jorquera correspondiente al medio siglo que vivió, desde finales del siglo XVI hasta casi mediado el XVII. Este cronista granadino fue un fino observador de la meteorología y de su influencia en los precios de los alimentos y el hambre de la población. De todas las páginas de sus Anales destacamos la gran sequía que padeció Granada en los años 1603 y 1604.

Las características climatológicas de España y, en concreto de las tierras giennenses, hacían que las sequías fuesen muy temidas.

En el siglo XVI hubo bruscos cambios, y se alternaron sequías y lluvias intensas, así la cosecha de 1540-1541 se perdió en todas Castilla por la sequía y la de 1543-1544 por el exceso de humedad (1).

En 1541 se realizaron procesiones en Jaén con el fin de pedir lluvias (2), igual ocurrió en 1542 (3).

Otros años de sequía en la corona de Castilla fueron los de 1556, 1559, 1560, 1561 y 1566 (4), y hubo carestías de trigo en 1584, 1593, 1594, 1597 y 1598 (5).

De Jaén sabemos además, a través de las rogativas dedicadas a la Virgen de la Capilla, que hubo sequía o simplemente se retrasaron las lluvias en 1548 y 1584 (6).

Virgen de la Capilla, patrona de Jaén.
 

En abril de 1594 se llevaron a cabo una vez más rogativas en Jaén, ante la falta de lluvias (7).

En el siglo XVII se produjeron sequías en los períodos 1604-1605, 1615-1617, 1628-1630, 1638, 1640-1641, 1646-1648 y 1650-1654 (8).

Otros años secos, que produjeron una gran preocupación en la sociedad de la época fueron 1661 (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1661. Cab. 24-2. y 25-2), 1662 (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1662. Cab. 6-10), 1664 (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1664. Cabs. 25-4. y 26-4.), 1668, 1678, 1679, 1682, 1683 y 1694 (9).

Asimismo en ese siglo se celebraron rogativas a la Virgen de la Capilla en no menos de 28 años diferentes, cifra que descendió a 21 en el XVIII (10).

Santo Rostro de Cristo que se venera en la Catedral de Jaén.

Además hubo rogativas realizadas ante el Santo Rostro por la misma razón en los años 1653, 1655, 1658, 1661, 1666, 1668, 1684 y 1737 (11).

En Úbeda se realizaron rogativas por las sequías, o por la falta de lluvias en 1715, 1730, 1748, 1750, 1757 y 1794 (12).

La consecuencia más directa de las sequías era la pérdida de las cosechas, el aumento del precio del trigo y la amenaza de hambre para la población. La necesidad de buscar el bien común y el temor a los desórdenes públicos originaban que el poder municipal tratase de adoptar medidas para paliar estas funestas consecuencias. Las referencias denotan cierta ansiedad:

En 1635 el corregidor de Jaén habló al Cabildo municipal de la falta de pan por ser tan contrarias las aguas de los meses, padecen los pobres y los que se valen de travaxo y jornales para perecer ellos y sus hijos si no se les socorre con pan amasado (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1635, Cab. 5-2.)

En el mismo sentido es interesante la petición realizada por los panaderos de Jaén, al Cabildo municipal, al afirmar que

“Abajo ningún camino pueden hallar trigo o comprar para bendello en pan amasado y que la causa desto es que todo cuanto se bende en esta ciudad es de prebendados y personas eclesiásticas, que lo tienen encamarado en las tercias desta ciudad y piden cada hanega a muy subidos precios de suerte que el que oy tiene” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1629, Cab. 22-1.)

Las sequías eran también la causa del retraso, o de la imposibilidad, del pago de rentas y deudas. En 1638 los labradores de Cárchel trataban de llegar a un acuerdo con el Ayuntamiento de Jaén, sobre el pago de ciertos tributos, debido a la esterilidad “de la simiente” por la falta de agua (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1635. Cab. 5-9.)

Ya hemos mencionado como en los años sesenta del siglo XVII hubo algunos años que fueron especialmente secos. En febrero de 1661, el veinticuatro de Jaén D. Pedro de Biedma y Pizarro, se refería a las pocas aguas de ese año (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1661, Cab. 24-2.)

En 1662 los propietarios de ganado de cerda se referían a dicho año como “esteril de bellota y no la avía en todo este Reino y comarca, si no hera la que se había reconocido en la dehesa de la Mata” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1662. Cab. 6-10.)

En 1664 se hacía mención en el Concejo giennense de “la falta de temporales y el aflicción en que se hallan sus vezinos... y el precio grande que han tomado los granos” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1664. Cab. 24-4.)

y de la necesidad de que Dios quisiera “ynbiar las lluvias que tanto necesitan los campos” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1664, Cab. 26-4.)

En 1730 dicho Cabildo Municipal, ante la sequía y el incremento del precio del pan fijó éste a cuatro cuartos el blanco y a tres cuartos el bazo, nombrando además diez panaderos de blanco en la Plaza de San Francisco y cuatro en el “Barrio alto” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1730. Cab. 2-3.)

Edificio del Banco de España en Jaén diseñado por Moneo, que fue donado al Ayuntamiento de Jaén, donde actualmente está ubicado el Archivo histórico Municipal de la ciudad.

En 1735 se hablaba de
“lo estéril de frutos del dicho año de 34” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1735. Cab. 29-7.)

Aquellas personas que contribuían a paliar los padecimientos provocados por las sequías se hacían merecedoras de cierto reconocimiento público. Toral y Peñaranda describe el caso de D. Juan Manuel Flores de Lemus, acaudalado hombre de negocios que solicitó una hidalguía de privilegio, alegando el mérito de haber prestado 150.000 reales para comprar trigo en el difícil año de 1750, así como haber financiado la adquisición de 1.000 fanegas de trigo, en un año de carestía como fue 1773 (13).

En 1761 se hacen rogativas pidiendo lluvias (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1761. Cab. 13-3 y 16-5. ). De igual manera ocurre en 1764 (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1764. Cab. 8-5.)

Dentro del siglo XVIII, se produjo un duro período de sequía en las dos últimas décadas. En 1778 se hace mención en el Cabildo municipal de Jaén de la continua subida del trigo (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1778. Cab. 26-3.)

En febrero de 1779 se afirma que “a pesar de lo adelantado del tiempo y que por falta de lluvias no se ha hecho la simentera, teniendo noticia que en la corte y otros pueblos del reino se han hecho y están haciendo rogatibas públicas implorando a la divina misericordia nos socorra con el agua que tanta falta hace, así para dicha sementera como para el socorro de los ganados que continuamente se están muriendo en todas partes y todas especies” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1779. Cab. 14-2.)

En abril de ese año se insistía en “el infeliz estado de los campos” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1778. Cab. 24-4.), y se hablaba de “el estado deplorable de los campos que amenaza una cosecha muy corta y esteril en el ruedo y casi ninguna en la campiña” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1779. Cab. 24-4.), también de la “grabe miseria de los campos y de la calamittosa estazión del año”. (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1779. Cab. 29-4.)

En 1779 se consideraba que por efectos de la sequía los labradores están tan arruinados que será imposible que puedan sembrar si les falta el socorro de los pósitos que verosímilmente no se les podrá dar porque el trigo existente en ellos lo nezesitan para el panadeo (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1779. Cab. 24-4.)

Por razones de la sequía también se interrumpían o dificultaban la labor y la actividad que dependía del agua como fuente energética, principalmente los molinos, como ocurrió en marzo de 1781 (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1781. Cab. 15-3.)

En abril de 1780 hubo una “general falta de lluvias” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1780. Cab. 22-4.), una situación que continuó en los años siguientes, al menos hasta el año de 1784, cuando se produjeron lluvias y temporales, para continuar la sequía en 1787, ya que en mayo de ese año se realizaron rogativas (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1785. Cab. 23-5.)

En 1782 el gobierno municipal de Jaén expresaba “sus dificultades para pagar las rentas provinciales y millones, y acordó informar al rey y al Consejo de Castilla de la calamidad de los tiempos, los señoríos y propietarios de las fincas no han cobrado rentas de ella estando unos adeudados y los de tierras no averse producido, el ramo industrial y comercio abolido en su mayor parte y los labradores, hortelanos y vegueros reducidos a la maior estrechez, porque les ha faltado tres años la cosecha de granos y en el presentte, que se regula mediada subsistencia con la misma o mayor miseria por la baratería de los granos que se experimenta y los grandes costos que an tenido en su recolección” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1782. Cab. 16-9.)

Aunque puede existir cierta exageración, habitual cuando se trataba de reducir en alguna medida el pago de impuestos, estas palabras demuestran las graves consecuencias derivadas de los periodos de sequía y la angustia que provocaban las alteraciones climatológicas.

Ya en el siglo XIX, citaremos la existencia de sequías, en los primeros años de este siglo, unas sequias que también continuaron en 1822 (14).

En el año 1824 pos la sequía se celebraron rogativas de lluvias ante el Santo Rostro (15), rogativas que volvieron a realizarse al año siguiente en 1825 (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1825. Cab. 26-1, 28-1, 9-5.)  y  posteriormente en el año 1830, año en que el Concejo de Jaén pide al Cabildo eclesiástico “la celebración de rogativas en razón de la estremada sequía que aflige nuestros corazones y pone en peligro la abundante cosecha que esperábamos” (Archivo Municipal de  Jaén. Legajo 253.

Nuestro Padre Jesús de Jaén, llamado fervorosamente El Abuelo.

También en 1859, se pidió la intercesión de Nuestro Padre Jesús, y la llegada de las lluvias motivó el regalo, por parte de la cofradía de Labradores, de un manojo de espigas de plata a la imagen (16).

En el siglo XX: hubo sequías en los años de 1902, 1905, 1913 y 1916 (17).

Tuvieron además especial importancia las sequías de los años cuarenta, recién acabada la guerra, que se produjeron en un periodo en el que el racionamiento de productos básicos, y el estraperlo, eran realidades cotidianas de las vidas de los supervivientes, que fueron llamados los años del hambre. En 1943 se realizaron rogativas a Nuestro Padre Jesús y a la Virgen de la Capilla, que se repetirían de nuevo en el año 1949, ante la falta de lluvias (18).

Desde 1940 ha habido más periodos de sequía grave que de precipitaciones abundantes y fueron periodos más prolongados.

Ahora disponemos de información y estudios más científicos para analizar lo que está ocurriendo y quizás predecir lo que va a ocurrir. Uno de los más importantes lo realizó la profesora María Fernanda Pita López, a raíz de la gran sequía de 1986 (Riesgo potencial de sequía en Andalucía, 1987. Revista de Estudios Andaluces).

La referida profesora analizó los periodos de sequía en Andalucía entre 1940 y 1986. Los resultados eran para echarse a temblar: ha habido más periodos de sequía en esos 46 años que de precipitaciones normales. Las secuencias secas de duración superior a un año han sido numerosas: 1942-1946; 1948-1951; 1953-1955; 1956-1959; 1964-1965; 1966-1968; 1970-1971; 1973-1976: 1980-1986. El estudio destaca que las dos últimas fueron severísimas. El triángulo con peores índices pluviométricos es el conformado por Córdoba, Jaén y Granada, precisamente donde nace la mayor parte del sistema fluvial de la región.

Atardecer en el Pantano de Canales, Güejar Sierra. El pantano de Canales está ya a sólo el 28% de su capacidad. Las marcas en las rocas y la ladera muestran el nivel que ha perdido.

En el caso de Granada, la de 1986 fue tan grave que es la única vez que se ha visto seco por completo el embalse del Cubillas; la fuente Aynadamar manaba un hilillo. Las secuencias posteriores han continuado más o menos con la misma frecuencia que el estudio hecho hasta 1986. Recuérdese que el año 1995 fue tan escaso en nevadas y precipitaciones que el Campeonato Mundial de Esquí de Sierra Nevada hubo de trasladarse al año siguiente.

Las nevadas de espesores de más de medio metro eran habituales en poblaciones superiores a los mil metros de altitud. En pueblos como Güéjar Sierra o Huétor Santillán solían caer nevadas en los años cuarenta y cincuenta que superaban los dos metros; eso no ha vuelto a ocurrir en el último medio siglo.

El Boletín de Análisis de la Sequía de la Junta de Andalucía (de febrero 2017), recordaba que en los años 2015 y 2016 la situación era ya grave. Después se ha confirmado que en todo el año 2017 las lluvias han sido escasísimas, sobre todo en las zonas del interior y altas. El panorama meteorológico no anuncia nada bueno para las próximas semanas. Ni siquiera los cabañuelistas se han atrevido este año a dar sus previsiones; y los que lo han hecho, han avanzado malísimas noticias.

El último Boletín de previsiones de la Consejería de Medio Ambiente es muy desalentador para Granada, Jaén, Almería y parte de Málaga. Por lo pronto, el arzobispo de Granada acaba de pedir a los fieles que recemos implorando lluvia. Quizás lleve razón: habrá que ir pensando en sacar en procesión a la Virgen de la Antigua. Nunca se sabe…

En nuestro tiempo las sequías se atribuyen a causas naturales. Pero es evidente que, en la mentalidad tradicional, la causa de estos males se encontraba en los pecados cometidos por la comunidad. La penitencia y la rogativa, en su mentalidad, habían de cumplir su función expiatoria y reparadora. La costumbre de realizar rogativas es de evidente antigüedad. Un santón andaluz estando en Sevilla, conoció a través de Dios, la grave falta de agua existente en Alcazarquivir, y le fue ordenado ir hacia allí “y hazles la oración adpetendam pluviam “. Obedeció y días más tarde se encontraba ante las puertas de Alcazarquivir, e hizo desde allí la oración “y Dios, en el mismo instante, les dio el agua”, así lo recoge Asín Palacios (19).

También los judíos españoles hacían rogativas con dicho fin, no en vano el Talmud dice, en una de sus sentencias: “Dios tiene tres llaves: la de la lluvia, la del nacimiento y la de la resurrección de los muertos” (20).

Entre los muchos ejemplos posibles, citaremos uno de 1638, en el que el veinticuatro D. Jorge de Contreras Torres describía la mala situación de Jaén respeto de que por nuestros pecados los campos están perdidos y se van perdiendo por falta de agua (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1638. Cab. 27-4.)

En dicho año se pide a los conventos “de frailes y monxas desta ciudad hagan especial rogativa a Su Dibina Magestad” para paliar la sequía (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1638. Cab. 12-4.)

También se realizaron peticiones a la Virgen de la Capilla (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1638. Cab. 17-4.)

En 1664 se decide la celebración de rogativas a la Virgen de la Capilla para que “ynbie los temporales en que necesita la tierra para alibio y consuelo de sus criaturas” (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1664. Cab. 25-4.)

En 1703 se realizan rogativas ante Nuestro Padre Jesús por la falta de Lluvias (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1703. Cab. 24-4.)

En 1730 se organiza una procesión en honor de Nuestro Padre Jesús para pedir lluvias (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1730. Cab. 26-4.), y otra dedicada a la Virgen de la Capilla (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1730. Cab. 6-4. 16-4 y 174.)

En mayo de ese año 1730 se organizan actos religiosos en honor de Nuestra Señora de la Antigua y san Eufrasio (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1730. Cab. 12-5.)

Cristo de la Veracruz de Jaén.
 
También se sacó en procesión al Cristo de la Veracruz, hecho que no pudo consumarse por las precipitaciones que se produjeron (Archivo Municipal de  Jaén. Actas de 1730. Cab. 4 y 5-5.)

En Úbeda, en el siglo XVIII, las rogativas iban destinadas a Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora de la Yedra, el Cristo de la Caída, san Jacinto y san Vicente (21).

Son éstos unos pocos ejemplos, pero creemos que suficientes para reflejar los temores de una sociedad fundamentalmente campesina.

Esta situación de periodos alternativos de sequías se dio igualmente en la provincia de Granada (provincia tan cercana a la nuestra a lo largo de la historia), que describe Henríquez de Jorquera en Granada, en su obra “Anales”, fuente destacada para el estudio de la historia local del siglo XVII por la gran cantidad de referencias que aporta, reflejando con sincero naturalismo el animado cuadro de las costumbres granadinas de aquella época.


Por la importancia que tiene, referiremos lo expresado por Francisco Henríquez de Jorquera en su libro: Anales de Granada: Descripción del reino y ciudad de Granada. Crónica de la Reconquista. (1482-1492). Sucesos de los años 1588 á 1646. Tres volúmenes manuscritos conservados en la Biblioteca Capitular Colombina en Sevilla.

Henríquez de Jorquera dejó escrito que por “la sementera (otoño de 1603) hubo gran seca en España y en particular en esta ciudad de Granada, que eran ya quince de diciembre y no había caído gota de agua, ni se había sembrado grano de trigo…”. Cuando se llegaba a una situación similar, la solución que se adoptaba era acudir en rogativa a todos los santos del firmamento católico. El arzobispo comenzaba celebrando un novenario en honor a la patrona de la ciudad, que por entonces era la Virgen de la Antigua; si continuaba sin llover, se organizaba una magna procesión por la ciudad y los campos aledaños.

Imagen de la Virgen de la Antigua, de la Catedral de Granada. Era sacada en procesión durante los siglos XVII y XVIII para pedirle agua en las duras épocas de sequía. Es una talla de origen flamenco, traída a Granada por los Reyes Católicos.

Granada recurría a su Virgen de la Antigua cada vez que necesitaba de la urgente mediación divina. Se trataba de una imagen de origen flamenco alemán traída por los Reyes Católicos y donada a la ciudad en 1492; hoy se encuentra en su capilla de la Catedral. La Antigua fue, además de patrona, la que suscitaba mayor devoción a la feligresía granadina de aquellos tiempos,  hasta que el protagonismo patrio granadino lo compartió con San Cecilio, a partir de su invención a finales del XVI y, patronazgo que posteriormente fue relegado por la Virgen de las Angustias, “la que vive en la Carrera”.

Poco debió influir la Virgen de la Antigua con aquella salida de finales de 1603. La sequía continuó flagelando a Granada. El cabildo municipal emitió un bando el 4 de febrero de 1604 mandando a los labradores que no sembrasen nada, excepto trigo en la vega y aquellos terrenos que tuviesen riego asegurado.

Continúo con la terrible sequía de 1603, y como para el 27 de diciembre de aquel año seguía sin caer una gota, la procesión con la Antigua se dirigió a las cuevas del Sacromonte (la Abadía estaba a media construcción). El séquito fue “… con acompañamiento de todo el estado eclesiástico regular y todas las cofradías y estandartes de oficios, con grandísima devoción, yendo el señor arzobispo en la dicha procesión y ésta es la primera vez que se ha visto sacar esta milagrosa imagen en estos tiempos”.

Así debía ser, la Antigua se reservaba sólo para sacarla en “procesión muy pocas veces y sólo cuando las calamidades y epidemias afligían a Granada” (Así lo narra Francisco de Paula Valladar en su Guía de Granada, 1890).

Poco debió influir la Virgen de la Antigua con aquella salida de finales de 1603. La sequía continuó flagelando a Granada. El cabildo municipal emitió un bando el 4 de febrero de 1604 mandando a los labradores que no sembrasen nada, excepto trigo en la vega y aquello que tuviese riego asegurado. El arzobispo extrajo 3.000 fanegas de trigo de sus almacenes para paliar el hambre que azotaba a la ciudad y poder sembrar algo, con la esperanza de que lloviera pronto. Nuevamente, el 6 de febrero volvieron a salir en rogativas. Al día siguiente dijeron siete misas pidiendo lluvia. Por fin, el 8 de febrero comenzó a llover y a nevar abundantemente. Los días siguientes, las misas fueron para dar gracias por la lluvia. Con tres días de ayuno y lluvias moderadas quedó resuelta la sequía.

Pero como en la tierra de Granada, y en esta parte de Andalucía también, los periodos de sequía extrema se repiten en ciclos regulares de cada 8 a 12 años, nuevamente leemos en los “Anales de Granada” que la primavera de 1616 volvió a presentarse sin una sola gota de lluvia. Empezó a subir el precio del pan y la consiguiente hambruna entre la población más desfavorecida. El arzobispo ordenó hacer misas, plegarias y rogativas en todas las iglesias de la ciudad; salieron todas las cofradías en procesión, como si se tratara de Semana Santa. Incluso sacaron al Cristo de la Paciencia, que era una cofradía de negros, y hacía mucho tiempo que no salía a la calle.

Cristo de la Paciencia. Capilla del Hospital de San Juan de Dios de Granada.

Nuevamente el ciclo de extrema sequía llegó para la primavera de 1628. Apenas nacía lo que se había sembrado. El precio del trigo casi se duplicó, de 20 reales pasó a 34; el precio de la hogaza de pan se duplicó, si es que alguien era capaz de encontrarlas en los hornos. Entonces la ciudad volvió a dirigirse al arzobispo para que sacase en procesión a la Virgen de la Antigua. La imagen fue sacada en rogativa por las principales iglesias y conventos de la ciudad. Eso ocurrió el 29 de mayo de 1628; a partir del día 30, comenzó a llover “hartándose la tierra de agua”. Se le hizo un novenario de agradecimiento a la Virgen de la Antigua en la Catedral y se la volvió a sacar de nuevo en procesión una vez acabadas las ceremonias religiosas. Los precios del trigo y del pan bajaron inmediatamente.

Conocemos que en repetidas ocasiones de la primera mitad del siglo XVII, el cabildo granadino hubo de recurrir a la importación de trigo de otras regiones para paliar el hambre de la ciudad. Ocurrió en la primavera de 1636, cuando se recurrió a comprar 4.700 fanegas de trigo con que fabricar pan. La cosecha del año anterior había sido muy escasa debido a la sequía. Dos expediciones de caballeros XXIV fueron hacia Sevilla y Jaén, respectivamente, en busca de preciado cereal.

El nuevo ciclo de sequía volvió a presentarse en Granada en 1641. Se había sembrado el trigo en el otoño, pero el invierno y el comienzo de primavera no vieron caer ni una gota. El pan subió de catorce a veinte maravedíes la hogaza; pero como la situación no mejoraba, el 21 de mayo el pan subió hasta 22 maravedíes. Nuevamente se reunieron los cabildos eclesiástico y municipal para organizar un novenario y sacar en procesión a la Virgen de la Antigua. Para finales de junio, cuando comenzó la siega, se vio que no era tan mala la cosecha y empezaron a bajar los precios del pan.

La falta de más crónicas detalladas no nos permite conocer con más detalle la sucesión de ciclos de sequía en Granada y la consiguiente hambruna de la población. La ausencia de reservas de agua, por inexistencia de pantanos, hacía muy vulnerable la agricultura. Al menos las zonas próximas a las vertientes de Sierra Nevada disponían de cierta cantidad de agua por el deshielo, siempre que el invierno hubiese sido abundante en nevadas. Recordemos que el final de la edad media y el comienzo de la moderna se caracterizaron por la Pequeña Edad de Hielo (PEH) y el ambiente se enfrió unos dos grados de promedio.

Las reservas de hielo en Sierra Nevada eran abundantes. Por ese “embalse montañoso” se han salvado los veneros y acequias de las partes bajas. Las referencias de textos árabes y después cristianos insisten en que las nieves eran perpetuas en las cumbres más altas. Estudios posteriores aseguran que el glaciar del Corral del Veleta fue una realidad, aunque en regresión continua, hasta el siglo XX en que desapareció.

Laguna casi sin agua en la alta montaña de Sierra Nevada, cerca del pico del Caballo, en agosto de 2017. Imagen de archivo de IndeGranada.

Sobre el glaciar del Corral del Veleta nos cuentan las crónicas árabes que era una inmensa mole de hielo que garantizaba una corriente continua de agua durante el verano y el otoño. Por eso la llamaron Yabal-Al-Taly (montaña de la nieve). El viajero Al-Razi (siglo X) escribió que “la nieve la cubre todo el año; cuando una capa desaparece, es reemplazada por otra”. Al Idrisi (s. XII) dijo que “no se ve limpia de nieve ni en verano (…) allí se encuentra la nieve acumulada desde hace muchos años”. Cinco siglos después, la acumulación de hielo y nieve debía ser muy similar en Sulayr, de manera que las prolongadas sequías eran contrarrestadas con las escorrentías de las cumbres. Antonio Ponz (1754) informó al rey que “Sierra Nevada guarda la primera nieve caída después del Diluvio”. Simón de Rojas Clemente (1804) constató que había ventisqueros perpetuos por encima de las 2.800 varas.

En la primera época de los naturalistas científicos ya se veían retroceder los hielos perpetuos del glaciar del Veleta, y de otros más pequeños en la vertiente norte; así, el botánico Boissier (1837) escribió que la lengua de hielo descendía hasta unos 300 pies en verano, con unos 600 de anchura; presentaba unas profundas grietas y se veían sucesivas capas de las nevadas anuales. Helmmann (1876) afirmó que este glaciar era una masa de hielo en proceso de retroceso, de unos 250 metros de longitud y 580 metros de ancho. A comienzos del siglo XX todavía existía el glaciar del Corral del Veleta; Quelle realizó un estudio en 1908 y aseguró que todavía tenía 540 metros de anchura y se descolgaba hasta la cota de los 2.835 metros. Lo calificó de masa de hielo procedente del cuaternario.

El glaciar del Veleta ha actuado como la mejor columna de mercurio del termómetro climático  de Granada. Ha servido para ir midiendo el progresivo calentamiento de esta tierra desde miles de años atrás. Si bien su derretimiento se aceleró durante el siglo XX hasta su completa desaparición. Hasta hace unos treinta años, casi todos los veranos quedaba algún ventisquero que enlazaba con las primeras nevadas del siguiente otoño; ahora eso ya no suele ocurrir.

Corral del Veleta nevado. Hasta principios del siglo XX conservó su glaciar, ahora cada año es más pequeño por aumento de las temperaturas.

Por Henríquez de la Jorquera conocemos que en el siglo que le tocó vivir, el XVII, sobrevenían ciclos de sequía extrema. Pero eso ocurría de manera espaciada. Desde comienzos del siglo XX, en la zona de Granada los ciclos secos son más severos y menos espaciados.

Hecha esta revisión histórica de los periodos de sequía que afectaron a la provincia de Jaén y algo de lo que afectaron a Granada, pasaremos finalmente a dar un introducción a lo que representa el cambio climático en el futuro para nuestro planeta, en parte con efectos producidos por los humanos, para que vayamos cogiendo mentalidad de reparadores de este terrible mal de la falta de agua, que dicen los científicos que puede ser causa de futuras guerras para beneficio de los más poderosos.

Muy a nuestro pesar, podemos decir que la situación de sequía no mejora en España. Mientras acabamos de cerrar el tercer año hidrológico más seco desde que se tienen registros fiables en 1961, y a la espera de que lleguen más lluvias, el arranque del nuevo ciclo anual, que se inició el pasado uno de octubre, no invita ni mucho menos a la esperanza. Debería llover mucho más de lo normal en todo el país para compensar los registros negativos que venimos acumulando. Algo que no parece que vaya a suceder. Según la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), el valor medio nacional de las precipitaciones acumuladas en el primer tramo analizado del año hidrológico 2022-2023 (del 1 al 11 de octubre) ha sido de 9 mm, lo que representa un descenso de alrededor del 63% respecto a los valores medios correspondientes a dicho periodo, que se sitúan en los 24 mm. Situación que felizmente ha cambiado en este reciente puente de la Constitución-Inmaculada, que va resarciendo los campos y ciudades andaluzas, paliando sólo en parte en gran problema de falta de agua que todavía padecemos.

Los datos de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) señalan un descenso de las precipitaciones a nivel nacional del 63% respecto a la media, mientras los embalses siguen bajo mínimos históricos. Ahora parece que se van resarciendo en su capacidad.

Estos datos vendrían a confirmar las previsiones de la Aemet, para quien, con una alta confianza (hasta el 70% de probabilidad); es una realidad evidente que estamos viviendo otro otoño con una escasez generalizada de lluvias, que serán especialmente exiguas en el centro y el oeste peninsular, las zonas más castigadas por la sequía. Además, es altamente probable que las temperaturas medias se sitúen por encima de los valores normales para esta época del año, lo que seguiría la tendencia de los últimos años. De hecho, el pasado 17 de octubre fue el más cálido desde el año 1950.

Este es el nuevo récord oficial de calor en España, según AEMET EC/Agencia

Todo ello, sin olvidar que el mes de octubre del pasado año ya fue marcadamente seco y cálido, el sexto más seco del siglo, con unas precipitaciones medias que apenas alcanzaron tres cuartas partes de lo normal.

Los acuíferos están sobreexplotados El acuífero de Doñana está entre los más afectados. (CSIC)

De hecho, si analizamos la evolución de los últimos años hidrológicos, observamos una clara tendencia al descenso de lluvias y el aumento de las temperaturas, tal y como vienen señalando uno tras otro todos los escenarios del cambio climático previstos para la región mediterránea. Así, y según los datos de la Aemet, el año hidrológico más seco de la serie fue el de 2004-2005, el segundo el de 2011-2012 y el tercero, a muy pocos litros de distancia, el de 2021-2022.

Imagen del Río Dílar, convertido en una rambla seca a su paso por la Vega.

La primavera y el otoño que pronto vamos a finalizar ha sido una de las más secas de lo que llevamos de siglo.

Para concluir entraremos en un análisis de la situación climática que afecta al nuestro planeta del cual formamos parte, a pesar de por nuestra latitud pudiéramos estar menos afectados por el cambio climático, una situación que para que no nos engañemos tenemos que pensar que afecta a todos los  habitantes del planeta.

Mapamundi de temperaturas en superficie. Julio de 2022. (NASA)

Antonio Guterres, el secretario general de la ONU, compartía este mes de agosto pasado una reflexión al respecto a través de sus redes sociales. Decía “Las olas de calor están golpeando especialmente el hemisferio norte, pero la realidad es que ninguna nación es inmune a la crisis climática. La mitad de la humanidad está en zona de peligro de incendios forestales, inundaciones, sequías y tormentas extremas. Todavía podemos evitar lo peor con un plan de acción climática urgente y ambicioso”.

El director de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) muestra el aumento de temperaturas desde 1950 hasta nuestros días. (EFE)

Por lo que respecta a nuestra fuente de suministro, en nuestras reservas de agua embalsada, la situación sigue empeorando ante el aumento o mantenimiento de la demanda y la falta de lluvias. A fecha 18 de octubre, los pantanos están al 31,39% de su capacidad total a nivel nacional, unos datos que van a peor en la mitad sur peninsular, donde los embalses se sitúan por debajo del 30%. En Andalucía apenas acumulan el 23% de su capacidad, en Murcia rozan el 29% y en Extremadura, donde se localizan algunos de los mayores pantanos de España, se quedan en el 29,36%.

El Parque Nacional de las Tablas de Daimiel se ha secado. (Mariano Cieza Moreno)

Las cosas no están mucho mejor en otras comunidades españolas; en Castilla-La Mancha, la Confederación Hidrográfica del Guadiana (CHG) ha declarado ya varios embalses “muertos”, una situación que se da cuando el nivel es tan bajo que ya no permite su aprovechamiento, y las reservas hídricas han vuelto a descender hasta situarse al 30%. Ni tampoco en Castilla y León, donde los pantanos están prácticamente igual de bajos, al 30,28%. En Aragón, la sequía no remite y esta semana ha continuado vaciando los embalses hasta dejarlos al 33,26% de su capacidad: 20 puntos por debajo de la media para estas fechas. Una situación generalizada de la que no se escapa la llamada “España húmeda” Por lo que respecta a nuestra fuente de suministro, en nuestras reservas de agua embalsada, la situación sigue empeorando ante el aumento o mantenimiento de la demanda y la falta de lluvias. En la pasada fecha del 18 de octubre, los pantanos estaban al 31,39% de su capacidad total a nivel nacional, unos datos que van a peor en la mitad sur peninsular, donde los embalses se sitúan por debajo del 30%. En Andalucía apenas acumulan el 23% de su capacidad, en Murcia rozan el 29% y en Extremadura, donde se localizan algunos de los mayores pantanos de España, se quedan en el 29,36%. Muchos embalses están bajo mínimos.

Embalse El Vicario, en Ciudad Real, declarado “muerto” por la CHG. (EFE/Beldad)

En la llamada España húmeda la cantidad de agua embalsada tampoco es muy boyante, en Navarra los embalses están al 27,18% y en Cantabria al 27,18%. En Galicia han vuelto a descender casi un punto, para quedarse en el 43,82%, y en Cataluña han caído un cuarto, hasta situarse en el 41,23%, cuando deberían estar en torno al 65%.

Aspecto del embalse de Leboreiro, en Ourense, en la semana (del 19/10/2022. (EFE/Brais Lorenzo)

A este inquietante panorama hay que sumar las conclusiones del informe “SOS acuíferos” sobre el estado de conservación de nuestras reservas subterráneas de agua, elaborado por Greenpeace, basándose en los datos de los planes hidrológicos de tercer ciclo (2022-2027) presentados por las confederaciones hidrográficas. Según dicho estudio, el 44% de las masas de agua subterráneas españolas, de las que se abastece el 30% de la población de nuestro país, se encuentra en mal estado de conservación.

En concreto, según Greenpeace, el 27% de nuestras reservas subterráneas están sobreexplotadas: es decir, se extrae más agua de la que es capaz de reponer el acuífero, mientras que en el 30% se han detectado niveles de contaminación, sobre todo por nitratos, pero también por plaguicidas, metales pesados y otros compuestos tóxicos, que son peligrosos para la salud. Por último, el 14% de las masas analizadas se encuentra en mal estado desde un punto de vista tanto cuantitativo como químico.

En este verano pasado hemos podido comprobar que existían pocas cosas más inquietantes que echar durante esos días un vistazo al mapamundi de temperaturas medias: las zonas azules (frías) o blancas y amarillas (templadas) han desaparecido casi por completo de la superficie terrestre para dejar paso al rojo de las altas temperaturas o incluso al granate del calor intenso. Esto ya no es una ola de calor, sino una nueva realidad climática: una realidad que hemos fraguado a base de emitir sin control CO₂ a la atmosfera y de la que nos advirtieron hace más de siglo y medio.

La ciencia demostró en 1856 que el aumento de CO₂ atmosférico provocaría el calentamiento global. Los actuales mapas de temperatura lo confirman. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Los científicos del clima llevan más de siglo y medio apelando a ello para provocar la reacción del mundo y empezar a reducir las emisiones de CO₂ y el resto de gases con efecto invernadero (GEI) que han causado y siguen provocando la crisis climática.

La primera científica en señalar que el aumento de las concentraciones de CO₂ en las capas altas de la atmósfera podía dar lugar a un recalentamiento del clima de la Tierra fue la climatóloga estadounidense Eunice Newton Foote, quien en 1856 expuso su teoría, basada en una serie de experimentos científicos, ante la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia en su reunión anual. Aunque, a decir verdad, no fue ella misma quien defendió sus conclusiones, sino que tuvo que hacerlo a través de un colega varón, ya que en aquellos tiempos en Estados Unidos las mujeres de ciencia no podían exponer el resultado de sus trabajos.

La climatóloga Eunice Foote (1818-1888) predijo el calentamiento global en 1856.

La conclusión final del trabajo de esta brillante climatóloga, que con el paso del tiempo sería reconocida como una de las científicas más relevantes de su época, fue que “el aumento de las concentraciones de CO₂ en las capas altas de la atmósfera provocaría inequívocamente su recalentamiento”. De eso hace 166 años.

Pero el considerado por todos como “descubridor” del cambio climático fue el físico irlandés John Tyndall, quien tres años después de los experimentos llevados a cabo por Foote, en 1859, logró demostrar que las moléculas de algunos GEI como el dióxido de carbono, el metano o el vapor de agua estaban reforzando el efecto invernadero de nuestra atmósfera y, por lo tanto, iban a calentar el clima de la Tierra.

Años más tarde, en 1896, un solitario científico sueco, el profesor Svante Arrhenius, estableció una relación directa entre las emisiones de dióxido de carbono (CO₂) y el incipiente aumento de la temperatura global del planeta. El investigador escandinavo demostró que si la presencia del CO₂ seguía aumentando, las temperaturas subirían en la misma escala a nivel global. Pero como sus colegas anteriores, y pese a recibir el Premio Nobel de Química en 1903, Arrhenius fue víctima del “efecto Casandra” y para su desesperación nadie le hizo caso.

Avanzamos hasta 1938, un año que podemos considerar determinante para la ciencia del clima, cuando un ingeniero inglés llamado Guy Stewart Callendar recupera la tesis de Arrhenius para seguir desarrollando la teoría de que el aumento de concentraciones de CO₂, que se estaba produciendo en las capas altas de la atmósfera, estaba actuando ya como precursor del calentamiento global del clima. No olvidemos esta fecha en la que se produjo una primera advertencia de lo que nos esperaba  en el calentamiento global de nuestro planeta tierra. Insisto, era el ya lejano año de 1938.

Callendar defendió sus inquietantes conclusiones ante los insignes académicos de la tan reconocida  y prestigiosa como vetusta Royal Meteorological Society, obedientes siervos de la moral dominante, quienes tras escuchar las conclusiones de sus rigurosos informes desestimaron tenerlos en cuenta. “El ser humano capaz de cambiar el clima: ¡valiente locura!”, expresaron con el mayor desdén.

Glaciólogos estudiando el deshielo de la Antártida.

Pero el afán de conocimiento de algunos científicos es muy  perseverante. En 1956, el físico canadiense Gilbert Plass demostró la manera exacta en que el CO₂ capturaba la radiación infrarroja de la Tierra y recalentaba la atmósfera, acreditando que, si las emisiones de dichos gases, tan asociadas a toda la actividad humana, continuaban al alza, la temperatura media aumentaría más de un grado por siglo. Lo clavó: eso es exactamente, pues eso es lo que ha aumentado la temperatura de la Tierra en los últimos 100 años.

Poco tiempo después, uno de los nombres más destacados de la ciencia del cambio climático, el oceanógrafo Roger Revelle, calculó que el aumento del CO₂ era consecuencia directa de la utilización de carbón y otros combustibles fósiles como fuentes de energía. Revelle alertó en los años sesenta de que, si no se ponía remedio, las emisiones industriales de dióxido de carbono y el resto de GEI “modificarán el clima de una manera importante no en un futuro lejano, sino en el próximo siglo”. Condenar a Revelle al efecto Casandra fue uno de los mayores errores que ha cometido por parte de la humanidad.

Para demostrar hasta qué punto llevaba razón, uno de los discípulos del oceanógrafo Roger Revelle, el investigador Charles David Keeling, empezó a registrar metódicamente, día a día, las concentraciones del CO₂ atmosférico en uno de los lugares más intactos de la Tierra: la cima del volcán Mauna Loa, en Hawái (después hizo lo mismo en la Antártida). Al ir acumulando sus datos instrumentales, obtuvo una de las series de datos más importantes de la ciencia del cambio climático: la famosa “curva de Keeling”, que inspiraría al americano  Al Gore a realizar su famoso documental, con el que despertó la conciencia mundial respecto a la crisis climática en 2006. O al menos eso creímos muchos, a pesar de venir en su jet privado, y recibir las críticas por lo mucho que cobraba en sus conferencias, recuerdo que vino a España y cobró alrededor de 400,000 de euros, o medio millón, traído por el traidor Zapatero.

Los mapas de temperaturas que vemos estos días son la evidencia de que la ciencia siempre acaba imponiéndose a la creencia y que, pese a que muchos continúan anclados en los tiempos de Foote o de Callendar y siguen creyendo que el ser humano es incapaz de cambiar el clima, lo cierto es que, como ahora insisten en recordarnos los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), el aumento de las concentraciones de CO₂ en las capas altas de la atmósfera, como consecuencia de nuestras emisiones, ha provocado su recalentamiento, lo sigue haciendo y no dejará de hacerlo mientras sigamos quemando combustibles fósiles.

Seguramente muchos os habréis preguntado, ¿Quién es esa citada Casandra?

En la mitología griega clásica, Casandra fue la joven sacerdotisa del Olimpo deseada por Apolo que prometió entregarse a él a cambio de ser recompensada con el don de la profecía. Una virtud que sin embargo nunca pudo aprovechar, ya que, tras negarse en el último instante a cumplir el pacto, conservó la virtud de predecir el futuro, pero se convirtió en su maldición, pues los dioses la condenaron a su vez a no ser jamás tenida en cuenta en sus predicciones.

Los científicos nos previnieron de las consecuencias del cambio climático y nos indicaron las acciones para mitigarlas, estamos de nuevo ante la metáfora del famoso mito de Casandra. Sí, el mito de Casandra es la metáfora perfecta para definir la condena que vienen sufriendo los científicos que siguen la evolución de la crisis climática y advierten al mundo de sus fatales consecuencias. El conocimiento y la tecnología, dos de las principales herramientas evolutivas que nos han traído hasta aquí a lo largo de la historia, no siempre prevalecen ante el auge de la ignorancia y las creencias de la mayoría.

Ellos, respaldados por el conocimiento y basándose en las evidencias que señalan la urgente necesidad de hacer frente a la emergencia climática, y quienes analizan su evolución, se desesperan ante el desprecio de tantos incrédulos ignorantes en este delicado asunto. Son los mártires del conocimiento.

Pico Mulhacén en Sierra Nevada. La mayoría de las proyecciones sobre el cambio climático predicen que el aumento de las temperaturas provocará una menor acumulación de nieve.
 

La ciencia lleva más de un siglo demostrando que el calentamiento global es inequívoco y que lo hemos desencadenado nosotros con nuestra actividad diaria. Ya no queda una sola duda. Hemos pasado de las hipótesis a las certezas, de los pronósticos a los hechos y su triste realidad.

Sabemos a ciencia cierta que el cambio climático está sucediendo y que es irreversible. Tras identificar las causas, los científicos nos previnieron de las consecuencias, incluso para nuestra propia salud, y nos indicaron las acciones que debíamos emprender para mitigarlas y eludir los peores escenarios. Pero a pesar de ello siguen siendo demasiados los que ven inoportuno ponerlas en marcha. Y así, la ciencia, como Casandra, sufre el castigo de no ser tenida en cuenta por quienes predican la ignorancia, que no son pocos.

Los negacionistas del cambio climático se han atrincherado en su ideología ante la constatación científica. De nada sirven los datos sobre el aumento constante de la temperatura media del planeta o del nivel del mar, ni las evidencias que nos ofrecen el aumento en intensidad y toda la serie de acciones que vuelven a ocurrir con cierta frecuencia o periodicidad de manera repetitiva de los fenómenos meteorológicos extremos. Ante ellos, los científicos, como la bella Casandra, están condenados al desdén.

Territorios inundados en Honduras.
Un nuevo estudio publicado en Natura Geoscience analizala propagación de las sequias en la Tierra.
Abundancia de grandes fuegos en nuestro planeta que son consecuencia del cambio climático. Los extremos meteorológicos que sufrimos delatan que vivimos ya en un cambio global del clima.
 
Nuestro planeta, a pesar de milenios de la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos (resiliencia) frente a las amenazas y la tragedia, vislumbra un futuro incierto, ya que se enfrenta a un torrente de cambios ambientales en todos los rincones del mundo y desde muy variopintas perspectivas y efectos. Ahora, un nuevo estudio dirigido por el Hydro-Climate Extremes Lab (H-CEL) de la Universidad de Gante (Bélgica) y que ha sido publicado en la revista Nature Geoscience profundiza en un aspecto que había permanecido esquivo, a nivel de investigación, hasta ahora. Los científicos han proporcionado, por primera vez, la evidencia de que la sequía se autopropaga como si de un incendio forestal se tratara. “La Organización de Naciones Unidas ha descrito recientemente la sequía como la próxima pandemia”.

Los investigadores analizaron las 40 sequías más grandes de nuestra historia reciente. Dentro de cada uno de estos eventos, los expertos rastrearon el aire sobre las regiones de sequía a medida que se expandía la zona seca. Una a una, estas 40 sequías fueron dibujadas al detalle, lo que les permitió calcular cuánto de los déficits de lluvia a favor del viento fueron causados por el secado de los suelos a favor del viento. Los incendios forestales se propagan enviando chispas a favor del viento, Y también las sequías. Estas se mueven creando déficits de lluvia que causan áreas de suelo seco a favor del viento. Según los datos, en meses individuales, hasta el 30% del déficit de lluvia puede ser causado por esta autopropagación de la sequía.

La seguía se expande a medida que la lluvia es suprimida por la falta de humedad. Es la conclusión principal que podemos extraer de este trabajo. Los autores encontraron que las sequías se movieron de esta manera con mayor frecuencia en las tierras secas subtropicales, donde la humedad ya es de por sí limitada.

En zonas como Australia y el sur de África la autopropagación es más fuerte, ya que el efecto limitante de la baja humedad del suelo sobre la evaporación es mucho más fuerte. No resulta desconocido que en estas regiones el agua escasee, pero siguen surtiendo a un número considerable de población humana y también se utiliza en la agricultura. “En esencia, las sequías se comportan de manera similar a los incendios forestales: mientras que los incendios se propagan a favor del viento al encender más y más combustible en su entorno, las sequías lo hacen al reducir su propio suministro de lluvia a través de la sequía de la superficie terrestre”, explica Dominik Schumacher, del Laboratorio de extremos hidroclimáticos de la Universidad de Gante (Bélgica) y principal autor del estudio.

Granada 11 de diciembre de 2022.

Pedro Galán Galán.

Bibliografía:

(1) Domínguez Ortiz, A.: El Antiguo Régimen: Los Reyes Católicos y los Austrias, Madrid, 1981, página 155.

(2) Lara Martín-Portugués, I.: La Virgen de la Capilla. Cuatro siglos de devoción mariana a través de documentos históricos conservados en la ciudad de Jaén, Jaén, 1994, página 167.

(3) Jaén, P. de. “Papeles Viejos”, en Senda de los Huertos, núm. 21, página 105.

(4) Kamen, H.: Felipe de España. Madrid, 1997. Páginas 91, 265, 318 y 327.

(5) Kamen, H.: Felipe de España. Madrid, 1997. Páginas 91, 265, 318 y 327.

(6) Lara Martín-Portugués. La Virgen de la Capilla. Cuatro siglos de devoción mariana a través de documentos históricos conservados en la ciudad de Jaén, Jaén, 1994, página 168.

(7) Jaén, P. de. “Papeles Viejos”, en Senda de los Huertos, núm. 34, pág. 105.

(8) Coronas Tejada, L.: Jaén, Siglo XV II. Jaén, 1994, págs. 449 a 459.

(9) Coronas Tejada, L.: Jaén, Siglo XVII. Jaén, 1994, página 36.

(10) Lara Martín-Portugués I.: La Virgen de la Capilla. Cuatro siglos de devoción mariana a través de documentos históricos conservados en la ciudad de Jaén, Jaén, 1994, páginas 167 a 199.

(11) López Pérez, M.: El Santo Rostro de Jaén. Córdoba, 1995, páginas 117 y 118.

(12) Torres Navarrete, Ginés de la Jara: Historia de Úbeda en sus documentos. Asociación Cultural Ubetense “Alfredo Cazabán Laguna”, 2005. VII Volúmenes. Volumen V, página 231.

(13) Toral y Peñaranda, E.: De la pequeña historia de Jaén, Jaén, 1998, páginas 314 y 315.

(14) Lara Martín-Portugués, I.: La Virgen de la Capilla. Cuatro siglos de devoción mariana a través de documentos históricos conservados en la ciudad de Jaén, Jaén, 1994, páginas 307 a 310.

(15) López Pérez, M.: El Santo Rostro de Jaén. Córdoba, 1995, página 118.

(16) Lorite García, F.: Jaén en e l recuerdo, Jaén, 1995. Página 225.

(17) Torres Navarrete, Ginés de la Jara: Historia de Úbeda en sus documentos. Asociación Cultural Ubetense Alfredo Cazabán Laguna, 2005. VII Volúmenes. Volumen V, página 215.

(18) Chamorro Lozano, J.: Los años 40, en Diario Jaén, suplemento especial del 50 aniversario, páginas  71 y 83.

(19) Asín Palacios, M.: Vida de santones andaluces. Madrid, 1981, páginas 56 y 57.

(20) Eliade, M.: E l mito del eterno retorno, Madrid, 1982, pág. 64.

(21) Torres Navarrete, Ginés de la Jara: Historia de Úbeda en sus documentos. Asociación Cultural Ubetense Alfredo Cazabán Laguna, 2005. VII Volúmenes. Volumen V, páginas 141, 160 y 162.

Henríquez de Jorquera, Francisco: Anales de Granada: Descripción del reino y ciudad de Granada. Crónica de la Reconquista. (1482-1492). Sucesos de los años 1588 á 1646. Tres volúmenes manuscritos conservados en la Biblioteca Capitular Colombina en Sevilla.

https://www.elconfidencial.com/medioambiente/agua/2022-10-19/sequia-nuevo-ano-hidrologico-confirma-peores-pronosticos_3508186/

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