AHÍ LLEVÁIS UNA PEQUEÑA HISTORIA PROTAGONIZADA POR VIEJOS Y YA DESAPARECIDOS PAISANOS DEL PUEBLO.
Los bares en mi pueblo, Lahiguera, en el tiempo que yo viví en él, más que bares eran humildes tabernas, cuya estética dejaba mucho que desear y a parte de vino peleón, se servía el anís y el coñac de garrafa para ocasiones especiales, no había ninguna otra bebida alcohólica ni de cualquier otra naturaleza que tirarse a la boca. Había algún sifón y alguna gaseosa que nunca supe quien hacía uso de dichas bebidas porque yo siempre veía que la parroquia le daba solamente al vinillo blanco manchego, cuya calidad también dejaba mucho que desear, mas que por su poca calidad intrínseca, por el agua que le añadía el tabernero. Aparte, poco antes de venirme a Cataluña, el Picolino, que era una de las tabernas que más frecuenté cuando ya tuve la edad (unos trece o catorce años) servía una especie de vino dulzón y de color casi negro, que se le llamaba vermut y que por entonces nos lo bebíamos a palo seco. También era de garrafa y estaba como los rayos de malo, pero que en la segunda ronda empezaba a saber a gloria después de calentarse tanto la boca como el cerebro.
Tendría que exceptuar y exceptúo, entre este tipo de establecimientos de escasa calidad a los que me he referido, a uno que era diferente; muy diferente al resto. Era el Casino, que aparte de ser la sede de una sociedad privada, tenían un servicio de bar y unas instalaciones que en cuanto a estética y a glamour no tenía nada que ver con el resto.
Las sillas lujosamente tapizadas y las mesas, cuyos tableros eran de mármol, y el resto del mobiliario, no tenían nada que ver con el de las tabernas y sus sillas de anea, sus mesas cojas y endebles de madera, y el suelo, cuyo enlosado, la mayoría de las veces era de ladrillos colocados con barro y por lo tanto, de una superficie muy irregular.
Esta imagen de un casino recuerda el Casino de Lahiguera con sus columnas de hierro que permitían un espacio muy diáfano tan apropiado para el baile de los domingos y fiestas populares. |
Pero, claro, el Casino esa era una entidad social, cuyo coste de afiliación no estaba, ni mucho menos, al alcance de la mayoría de la gente del pueblo. En este sitio hasta servían café y cerveza y se podía leer el periódico ABC, y seguro, que no tenían que recurrir a bautizar el vino como hacían los demás. Nosotros sólo podíamos pasar de largo por la puerta.
Era un espacio reservado a la gente más pudiente del pueblo y no era algo que fuera un hecho que tan sólo se diera en Lahiguera, sino que en cualquier pueblo, como ahora, sin ir más lejos, había clases sociales con muy diverso poder adquisitivo. Estaba situado el Casino en pleno centro del pueblo, concretamente en la Calle Real frente de los arcos de la plaza. Después se mudaron a un edificio de los que constituían el perímetro de la plaza, justo al lado de los “portalillos” ya desaparecidos.
En esta foto de una boda de Lahiguera los novios caminan por la Plaza de la Villa. Al fondo se ve el edificio del antiguo Casino, hoy propìedad partícular. |
En honor a la verdad, cuando la vida de los higuereños fue mejorando, se creó un establecimiento parecido y también de tipo social, éste para la clase social menos rica o más pobre, que viene a ser los mismo, situado también en la plaza del pueblo pero en la parte opuesta; es decir: junto al pequeño pasadizo que había de salida hacia la calle en la cual está la actual plaza de abastos. Le llamaron, si mal no recuerdo, La Peña Deportiva. En este establecimiento, la pintura la hicimos mi padre y yo. El pavimento, lo hicieron unos albañiles que residían en Castellar y que si mal no recuerdo eran de la familia Lomas. En esta Peña Deportiva, vi por primera vez un aparato de TV, que por cierto, como mi padre no era socio, sólo podía ver la carta de ajuste: cuando empezaba la programación real, me echaban a la calle. Y lo que son las cosas... no me importaba que me echaran y me conformaba con que me dejaran ver al día siguiente, un cuarto de hora o veinte minutos, aquella preciosa pantalla con la no menos preciosa carta de ajuste.
Cacahuetes tostados con sal, el aperitivo que junto a los garbanzos tostados acompañaba un buen vaso de vino blanco manchego en nuestras tabernas. |
Y hablando de este asunto, o escribiendo mejor dicho, de la inoculación acuífera del vino, escuché más de una vez una historia sobre un tabernero muy ignorante e ingenuo el pobre, del que se sospechaba que corrompía el vino con agua y unos paisanos quisieron salir de dudas y le tendieron una trampa:
Había en Lahiguera una fuente en las afueras del pueblo conocida como La Mina, en la cual había que colar el agua que salía del grifo con un tupido trapo porque el agua estaba infectada de sanguijuelas. Era, eso sí, la mejor agua que había en el pueblo, tanto para beber como para la cocción de las leguminosas como eran los garbanzos, las judías etc. No obstante, como quedaba bastante lejos del pueblo, para el resto de usos de iba acoger el agua a otros pozos o fuentes que quedaban más cerca del pueblo.
Como los paisanos que urdieron el plan y cuyos nombres omito, de momento, porque no viene al caso, estaban seguros, o casi, de que en la taberna en cuestión se suministraban de agua de varias fuentes o pozos, fueron a la fuente de las sanguijuelas, a La Mina, y cogieron un par de ellas de pequeño tamaño, las metieron en un pequeño recipiente de vidrio y
esperaron a que llegara la noche cuando más concurrido estuviera el humilde establecimiento para poner en práctica el plan.
La sanguijuela era muy frecuente en los pilares donde abrevaban los animales de labor y caballerías. |
Llegó la noche y le pidieron al bonachón del tabernero un vaso mediano de vino para cada uno del grupo y una vez servidos, en un momento en que el tabernero les dio la espaldas, sacaron el botecillo que contenía las sanguijuelas, extrajeron una y la echaron a uno de los vasos de vino. Cuando el buen hombre volvió a darles la cara, cogió uno de ellos el vaso en el cual había puesto la sanguijuela y poniéndolo al trasluz de la bombilla a la altura de sus ojos, le dijo uno de ellos a Frasquito el tabernero muy seriamente y por lo visto muy convincente:
.- Frasco: ¿de dónde coño le has echado hoy el agua al vino que tiene una sanguijuela?
Perplejo, y sin saber muy bien qué decir y sin argumentos que pudieran contradecir tan clarísima evidencia, llamó a la mujer y le dijo:
.- Juana: te tengo dicho que el agua la cojas del cántaro de la derecha de la cantarera, que es agua del Chacón (otro pozo donde se cogía agua).
Entonces la mujer, tan perpleja como su marido, pero mucho más sorprendida porque estaba segura de que no se había equivocado, le contestó:
.-Pues de ahí la cojo siempre, so mala follá ¿que te crees que soy tan tonta como tú?
.- Pues ya me dirás entonces de dónde coño ha salido la sanguijuela, Juana. - le contestó el tabernero a su mujer con cierto temblor en su dicción por el nerviosismo que le había producido una evidencia tan clara y que jamás hubiera sospechado que estaba frente a una maldita trampa.
Entonces, para acabar con todas las suspicacias y las dudas, le dijo el cliente que mantenía en su mano el vaso de vino con la sanguijuela a Frasquito:
Tu mujer tiene razón, Frasco: la sanguijuela está en el vaso porque la hemos puesto nosotros con la intención de averiguar de una vez por todas si es verdad que le ponéis agua al vino, que por lo visto y oído, es cierto. Pero no te preocupes que en las demás tabernas también lo hacen.
Mayores bebiendo vino manchego. |
Para consuelo de tan malintencionados clientes, se contaba, que el tabernero les aseguró y les juró "por la gloria del niño que se les había muerto unos meses antes" que a partir de ese momento no volvería a “bautizar” el vino aunque se murieran de hambre, pero que por Dios, no dejaran de ir a la taberna porque tenía tres niños a los que mantener, a parte de su mujer y él mismo. La clientela comprendió las razones que tenía el tabernero para ganarse unas pesetas más y aquel hecho quedó como una anécdota graciosa y puso en evidencia, más que el insignificante fraude, la inocencia, la ingenuidad y la candidez del tabernero y de su señora esposa, que tampoco supo salir airosa de la situación.
La primera vez que escuché esta historia, fue en la barbería del Chato, sita en la Calle Real, muy cerca de donde se hace la subasta en Semana Santa para correr a los santos, mientras esperaba mi turno al son de las habilidosas tijeras del barbero y el tic tac cansino y monótono de un enorme despertador que había en la barbería. El relato corrió a cargo de “el Rojillo” abuelo, de cuyo nombre de pila no me acuerdo, si es que lo supe alguna vez, era el padre de José que era guarda y que había estado combatiendo en la División Azul. Era un hombre , el abuelo, que tenía “muy buena pata” para contar este tipo de historias, y que por lo que deduje, y después me confirmó mi padre, fue el cerebro de tan perversa acción contra los pobres taberneros.
Aquella familia, Los taberneros, acabó como muchos de nosotros en Cataluña, en Gerona concretamente, y unos años después se fueron a Francia donde murieron. Yo llegué a conocerlos, y de hecho nos llegamos a emparentar .
De este hombre se contaba también, que se le murió un niño al matrimonio y a la hora del entierro cuando los niños empezaron a gritar en la puerta de la casa mortuoria: “El cura... el cura...ya viene el cura...” su mujer, como era habitual y lo más normal del mundo en aquellos tiempos, se puso a gritar como una loca ante el triste y cercano desenlace. Entonces Frasquito, como aquel que
piensa que los muertos se pueden quedar en casa como si se tratara de un mueble más, consolaba a su mujer asegurándole: “No llores más, Juana, que si a mí se me ponen los cojones, al niño no se lo lleva de esta casa ni aunque venga el obispo o el Papa de Roma”.
La taberna en la cual tuvieron lugar los hechos, estaba situada en la calle que actualmente se llama Blas Otero a la altura del número 12 o 14. Después estuvo regentada por un matrimonio mayor cuyos nombres, si mal no recuerdo, eran Diego y Rafaela.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Andrés Teruel Sola
Salt 28 de Abril de 2016
3 comentarios:
Muy bien documentado gráficamente el relato y muy esclarecedores los pies de foto. Ni que decir tiene, que supone para mí un honor, con su correspondiente satisfacción, ver este humilde relato figurando en el contenido de este prestigioso blog de Lahiguera. Gracias y saludos a todos aquellos higuereños o higuereñas, o cualquier otro visitante que tenga a bien visitar este blog.
Andrés Teruel (Crisanto, para más señas)
Andrés me alegra te guste como ha quedado publicada tu narración, hubiese deseado incluir más fotos del pueblo, sobre todo las referidas a las tabernas y bares de la villa. Habría que hacer un concurso de aportación de fotos en el pueblo con ocasión de las fiestas y premiar las mejores colecciones presentadas, asegurando siempre la devolución de los originales; con ello el Ayuntamiento y la Concejalía de Cultura, se haría de un depósito de fotos que podían estar a disposición de todos por el fácil procedimiento del escaneo. Seguramente Fátima, la actual concejal, nos escuchará y pronto dispondremos de un patrimonio gráfico considerable. Quien puede mediar en ello que facilite la labor, y espero que los jóvenes vayan seleccionando la amplia colección de familiares a presentar, con ocasión de tal convocatoria del concurso tendremos muchos recuerdos de personas conocidas, que ya desaparecieron. Sería una buena forma de sacarse algún dinero para el próximo San Juan.
Con mis mejores deseos para ti y los tuyos. Cordiales saludos.
Cuántos recuerdos me traen estas historias. Qué pena, Andrés, que no te prodigues más por estos lares con tu escritos.
Quiero contar también algo que me pasó en una de las tabernas:
Tenía fama de traer el mejor vino el «Manchego», también las mejores «alvellanas» (cacahuetes); tenía su establecimiento frente a los arcos de la plaza.
Me había encontrado una moneda de las que en Lahiguera llamaban «de la tía sentá». Una noche, de entonces tantas, que se había ido la luz, fui a la taberna del manchego, con mucha picardía porque al dueño le faltaba un ojo y, dándole la moneda le pedí: «diez reales de alvellanas».
El hombre fue a echar al cajón la perrilla, pero para mi estupor se paró y fue con la moneda a la luz de la vela que tenía encendida. Se volvió y dándomela me dice: «Cuando venga Negrín le compras diez reales de alvellanas”.
Fui a mi casa y pregunto a mi abuela, a voces: ¿Cuándo viene Negrín? No tenía ni idea de lo mala, e impreguntable, que era aquella pregunta.
En otra ocasión, en la barbería de Paco e Igancio el «Chato» que mencionas, me mandó Antonio el «Panaero» a por caldo de gallina, este hombre fumaba en una cachimba. Yo fui a la tienda de Manolo Gavilán, y compré Avecrén.
Me presento con las dos cajas de pastillas, él estaba preparando la pipa, y me pregunta, como incrédulo:
―¿Eso qué es?
―¡Caldo de gallina ―respondo extendiéndole los paquetes.
―¡Pero esto es para hacer sopa!
No entendía nada, sí que había metido la pata, las risas atronaban la barbería.
De todas formas, el vino de antes, aunque se le echara agua, creo que era mejor que el de ahora.
Esperamos otro relato, Andrés, si puede ser pronto, mejor.
Un abrazo.
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