PREGÓN
A LA ROMERÍA DE LA VIRGEN DE LA CABEZA
COFRADÍA
DE LAHIGUERA
2016
Manuel Jiménez Barragán
SALUTACIÓN
Ante
ti, María de la Cabeza, me postro, vengo a pregonarte, mensajero
inmerecido de tu fiesta.
Yo
ya soy, tú bien lo sabes, esa hoja ajada, caída en lejanos otoños
y que los aires de un lado a otro
han
llevado.
Pero
que, en las mañanas azules y grandes como océanos de incontables
olas, de arenas infinitas; en ti, cada gota, cada grano,
he
pensado.
En
los bulliciosos atardeceres de gualdas flores abriéndose en los
surcos del oeste, cada pétalo rojo, pensado que tu pie era,
he
besado.
En
noches oscuras de insomnios, de amargos dolores; cuando a deshora
llama la mano terrible a la puerta de los párpados,
te
he rezado.
Siempre
te he visto donde
he
mirado.
En
cada cosa, en cada instante, en cada poro del día te he sentido.
Siempre recordando, la hoja,
mi
Árbol.
En ti, Madre de la Cabeza, quiero cobijarme, dormirme y soñar en tu regazo. Escuchar tu corazón; pensar que aquí están, que siempre están, los que ya no están. Porque es imposible que exista el no existir. Pararme a oírte en tu silencio, silencio de tantas palabras.
Solo
me queda, a esta hoja le queda, agradecer al viento que, a tus pies,
me ha traído.
¡Ay,
Virgen de la Cabeza!
Que
estás arriba en el Cerro
Ayúdame,
dale luz
a
este pobre higuereño.
De
palabra tosca y torpe,
de
tosco y torpe verbo.
Ay,
pueblo mío, haz que florezcan tus rosas,
tus
geranios, tu lirios y
tus helechos.
Llena
tus patios de flores,
llena
tu alma de besos.
Que
se acerca el domingo de abril,
el
más
grande,
el que
más espero.
Paco
pintor toma ese
cubo,
tú
que sabes hacerlo
y,
en el mar
de la noche,
moja
tu brocha en la luna del
cielo;
que
así lo quiero de blanco,
que
así lo quiero de nuevo.
Lijarcios,
Niños,
panaderos,
amasad
el pan más albo,
coced
el pan más tierno;
que
así quiero mi pueblo:
rosco
de baño blanco,
empanada
blanca
y almíbar
dentro.
Aunque
sea
solo por un día,
por
un domingo, cómo un pan abierto;
hecho
de manos sin mancha,
de
corazones buenos.
Del
Salado al Guadalquivir,
caminos
de llanos, de oteros,
sin
polvo, sin barro sean;
sean
de azúcar senderos.
Y
en la torre de la iglesia,
esa
que está más cerca del cielo,
las
campanas repiquen
a
estadales
y a besos,
a
manos que se juntan,
a
apretar de dedos,
a
miradas limpias,
a
abrazos sinceros.
Y
en la otra torre de la otra iglesia,
la
que no encuentra el sol en su vuelo,
haya
campanas llenas de trinos,
de
noches llenas de sueños,
de
nanas que a niños duermen,
de
gargantas llenas de rezos.
De
palabras aflorando en labios,
arrodilladas
en versos.
Rvdo.
Sr. Cura Párroco, Sr.
Alcalde, autoridades
civiles, Presidenta
de la Cofradía
de Lahiguera, Hermanos
Mayores,
mis queridos paisanos, entrañables amigos, mi querida familia.
Quiero, en
primer lugar,
agradecer vuestra presencia en este acto, al tiempo que os pido
comprensión por si bien no lo
hiciera,
por aquellas
cosas que habéis pensado que tendría que haber dicho y no las voy a
decir, por no estar a la altura; pero tened presente que toda la
ilusión y todo el empeño he puesto en este pregonar.
Agradecer
a nuestro párroco, mi querido y admirado Juan Rubio, las palabras
con las que me ha presentado. Es la segunda vez que coincidimos en un
acto con protagonismo de la Virgen de la Cabeza. También, él no se
acordará, una tarde estuvimos compartiendo mesa y charla en el Pedro
de Escavias. Estaba recién llegado a Andújar, un profesor del
Centro, Andrés Borrego, nos lo presentó diciendo que era como su
hermano, creo que en verdad así era y lo sigue siendo; lo siguen
demostrando. Desde aquel día he seguido su trayectoria, leído
algunos de sus libros. Uno de ellos —guardado
como oro en paño— lo tengo dedicado,
deseándome suerte en esta tarea de juntar letras. Por cierto se
mencionaba el asalto al cuartel de la guardia civil de nuestro pueblo
y el robo de los uniformes, cosa que no creí y que después comprobé
su veracidad.
Gracias,
Juan; ojalá que nuestro pueblo se porte contigo de manera que nunca
tengas ganas de dejarnos, aquí haces mucha falta. Y, a vosotros, os
digo que tenemos la suerte de tener entre nosotros una perla, un
intelectual de la más alta talla, una joya que con el mayor esmero
debemos cuidar. Un excelente sacerdote de incansable labor apostólica
y, sobre todo, una buena persona.
Quiero
recordar, en estos emocionantes momentos, a los que ya no están con
nosotros y que tanto quisimos; para siempre se fueron. Pero tenemos
la esperanza, la certeza, que con la Virgen están, la alegría de
que nos volveremos a juntar, a abrazar, y quien sabe, a ir, como
antes, a una romería de la Virgen de la Cabeza; por esos cielos.
Ahora,
desde aquí, pensando en los abrazos que nos os dí, en los besos que
no estallaron, os evoco. En especial… recordando a mis padres. Sé
que ahora mismo estáis asomados, mirando, desde la ventana de una
estrella. Quizá, también a vosotros, los párpados os estén dando
portazos en los ojos, para que no se vean, las lágrimas que nos
brotan, las que no quieren esconderse.
Golondrina
higuereña,
que
anidas en mi patio,
vuela
al radiante sol.
Golondrina
higuereña,
que
centelleas por el campo,
coge
la más hermosa flor,
la
llevas a quien quiero tanto.
Golondrina
higuereña,
tú
que vas y vienes,
del
cielo al río,
tú
que vas y vuelves,
del
pedregal al sembrado,
al
pueblo mío,
a
los aleros de mi tejado;
mete
mi verso en tu nido,
no
se te olvide llevártelo.
Golondrina
higuereña,
vuela
al Santuario.
Lleva
todas las palabras
que
puedan abrigar mis brazos.
Lleva
todas la caricias
que
puedan dar mis manos.
Lleva
todos los besos,
que
puedan dar mis labios.
Golondrina
higuereña
que
vuelas al cielo más alto,
y
de cielo llenas,
como
de luces, mi canto.
¿Qué
es pregonar? ¿Es anunciar? ¿Exaltar? ¿Encender? ¿Enaltecer?
¿Ensalzar? ¿Alabar? ¿Sentir? ¿Evocar? ¿Hermanar? ¿Compartir?
¿Rezar? ¿Añorar? ¿Cantar? Todo esto y mucho más es un pregón:
pregonar es soñar.
Os
contaré los sueños que traen las manos de un niño. Así, jugando a
caminar los dedos sobre la mesa, adentrándose por los caminos de la
noche.
Os
hablaré de días blancos y limpios, como las nubes del cielo
tendidas al sol, con sus tristezas recien lavadas. Y llenándose de
luz.
María
de la Cabeza, la Virgen de la Cabeza, la Morenita. La Virgen es la
Madre, nuestra Madre; y todos, ahora, celebramos con el mayor fervor
y entusiasmo su romería, su fiesta. Pero es ese Niño pequeño que
tiene en sus brazos lo que a todo le da valor, lo que a la romería
da sentido, lo que da sentido a la vida.
Pregonar
es soñar. Permitidme, en este pregón, soñar. Ese Niño yo no
quiero que sea hombre, no quiero que daño le hagan. Que no muera,
que no crezca; siempre niño. Está con su Madre, esperando. Allí,
en el Santuario, hay un niño, esperando a otros niños, para
jugar...como hacen los niños. Siempre quieren, a todas horas, jugar
los niños. ¿Esperando a quién?, a los niños de Lahiguera, para
jugar con ellos.
Tras
el día llega la noche; cuántos días y noches componen la vida.
Cuántos sueños y despertares, unidos, confundidos. Separados y
soldados por los crepúsculos. Cuántos días. Cuántas noches.
Cuántos días. Cuántas noches… Cuántos días... Cuántas noches.
Comienza
el día, uno de los días:
La
Romería a la Virgen de la Cabeza es de las más importantes de
España, en los tiempos de nuestro Fray Blas, aún tenía
más renombre
que ahora. Destacados escritores, los más sobresalientes de su
tiempo,
escriben sobre ella.
Así,
Cervantes, que seguramente estuvo en la romería cuando recaudaba
grano por estas tierras, entre otros lugares en nuestro pueblo, en su
obra Persiles
nos relata:
«En
este espacioso y ameno sitio tiene su asiento, siempre verde y
apacible, por el humor que le comunican las aguas del río Jándula,
que, de
paso, como en reverencia, le besa las faldas. El lugar, la peña, la
imagen,
los milagros, la infinita gente que acude de cerca y lejos el solemne
día que he dicho le hacen famoso en el mundo y célebre en España
sobre
cuantos lugares las más extendidas memorias se acuerdan».
Lope
de Vega también tiene obras como La
tragedia del rey D. Sebastián y bautizo del Príncipe de Marruecos.
Y algunos poemas como este, que recoge muy bien lo que para el pueblo
era la Virgen de la Cabeza. Y
estas estrofas, a pesar del tiempo pasado, no pierden actualidad:
La
Virgen de la Cabeza,
¡Quién
como ella!
Hizo
gloria aquesta tierra.
¡Quién
como ella!
Tiene
la frente de perlas.
¡Quién
como ella!
Y
de oro finos las hebras.
¡Quién
como ella!
Parió,
quedando doncella.
¡Quién
como ella!
Sana
cuantos van a vella
¡Quién
como ella!
Da
salud a los que enferman
¡Quién
como ella!
Vista
al ciego, al mudo lengua.
¡Quién
como ella!
La
Virgen de la Cabeza,
¡Quién
como ella!
Nos
disponemos, por
tanto,
a celebrar una fiesta que es una tradición centenaria, casi
milenaria, en nuestra tierra. Ya, nuestros
abuelos, desde Higuera de Arjona, Higuera cabe de Arjona, la Higuera
de Anduxar; desde Lafiguera, participaban activa y
masivamente
en esta romería, en general en la devoción a la Virgen de la
Cabeza. Como prueba, y es un deber recordarlo, tengo que mencionar
a nuestro
fray Blas,
Blas
Palomino,
el
fraile santo,
nuestro mártir. Creo
que ahora un poco más conocido, pero injustamente olvidado, por
todos,
tanto por las autoridades religiosas
como por las civiles;
por los maestros que, en las escuelas, tiene que enseñar nuestra
historia. Cuando es el mejor fruto
que ha dado nuestra tierra. La
ciudad de Baler la funda,
en Filipinas, fray
Blas Palomino en 1609.
En esta misma iglesia se refugió un grupo de españoles en 1898,
para defender lo último que quedaba del imperio español. Mientras
que a Fray Blas,
en su pueblo,
donde van las cartas que escribe a su hermano Pedro, a sus paisanos,
a los que llama “hermanos”,
no se le conoce, en Filipinas se le venera como santo. Y
municipios de España, treinta
y tres en total,
están hermanados con Baler, nuestro pueblo...
Francisco
de Bilches en su obra Santos
y Santuarios en los obispados de Jaén y Baeza,
refiriéndose
a Blas Palomino, nos dice:
“A
los cuatro años fue con sus padres a novenas a nuestra Señora de la
Cabeza, santuario de los más celebres de España. Y puesto que
gastaba el niño casi todo el día en oración, se levantaba en el
silencio de la noche, y a escondidas de sus padres, velaba ante el
Altar de la Virgen, suplicándole afectuosamente le alcanzase gracia
de su Hijo para acertarle a seguir. Estaba enseñado de su madre y
sentó en él esta devoción”.
“Blas
Palomino había nacido en 1570, en la villa de Lahiguera, llamada de
Andújar por su vecindad. Muere el 10 de marzo de 1620”.
Y
llega la noche, con su ejército de monaguillos portando apagavelas,
como lanzas matando luces. El día se desploma, herido y abandonado.
Las sombras, poderosas y gigantes, soplan al sol y lo apagan.
Comienza el reino de la noche.
Yo,
con los deseos hiriéndome en el alma, de tantas veces que quise ir y
no fui. De cuantas
veces fui, sin ir. Éramos
niños. Al
Santuario también se va con los ojos cerrados.
Con
mi caballo de palo, de caña de escoba vieja. Caballo
de niño pobre. Caballo de los niños pobres. Me
voy, nos vamos, a jugar, a la Virgen
de la Cabeza. Los bolsillos como alforjas, unos mendrugos de pan y
una jícara
de chocolate de la marca “Virgen de la Cabeza”, exquisitamente
duro y peligrosamente
derretido.
Y
cambié jarales por jaramargales,
piedras azules por arcillas pardas,
lejanías de esperanzas por zampoñas
de
música, soleados cantuesos por húmedos
juncales, romerales
por trebolares.
¡Vamos,
caballo, galopa,
a la Virgen
de la Cabeza!
La
luna
va iluminando
los montes, los
cascos
del
caballo de
caña sonando
a
flautas.
Yo te cambio olivares por encinares.
Trigales por pinares. Niño,
que no te engaño. Ven
conmigo, ¿No tienes caballo? ¡Vamos! Niño
Jesús. ¡Vamos!
Y
el día es mágico, dicen que lo han hecho los ruiseñores y las
calandrias; lo han hecho cantando, trayendo en sus picos luces y en
sus alas soles. Pero me equivoco, no es el día, lo que han hecho es
un manto. Con agujas en el pico y arcos iris en las alas,
han
hecho un manto,
pero
no se lo pongas
al
caballo.
Niño,
Niño Jesús,
¿nos
vamos?
Y
la Virgen se piensa
que
va a andar por el agua.
¡Qué
tiene los pies descalzos!
y
nenúfares manda
porque
no se haga daño.
¡Qué
no son flores, ni es agua!
¡Qué
nos vamos a caballo!
Unos
nudillos tiernos, como hechos de luz, llaman a la puerta del Este. Se
abre y dejan pasar al que llama; es un día:
La
primera vez que fui, sin caballo de caña pero muy niño, a la
Virgen, fue en el camión de José Ramos, José el “Canillo”; un
camión con toldo que solo te permitía ver por atrás. El hermano
mayor era Felipe el Borreguero, el abuelo de todos, esta entrañable
familia que tanto quiere a la Virgen de la Cabeza. Llevaba un
sombrero, el sombrero marrón y de ala recta que portaban los abuelos
de antes. También tenía, desprendía, esa paz interior que luce,
brilla, en las personas sabias, honradas y buenas. El camión salió
de la puerta del médico D. José del Nido. Estaba bajo un gran
árbol, un tipo de sauce que creíamos, los niños, que echaba de
fruto pan. Íbamos sentados en banquetas, no cabíamos todos; el
hermano mayor aseguró: cuando el camión dé unos cuantos
“recarcones” sobrarán asientos; milagrosamente así ocurrió. Y
yo no sabía el significado de “recarcones”, la primera cosa que
aprendí, a costa de mis posaderas, en aquella aventura. Fue un viaje
raro, siempre mirando hacia atrás en una eterna despedida. Y
diciendo que veías lo que te señalaban, aunque no lo vieras: un
ciervo, una cascada, una piedra escrita, un toro negro, un jabalí de
piedra…la jara. Y yo solo veía la luz que, como una chiquilla
loca, jugaba al escondite, entre los pinos, con la sombra.
Frente
a la casa cofradía de Lahiguera había un pozo. Sacábamos agua,
estaba casi a nivel del suelo, con una lata y una cuerda. Nunca bebí
agua más cristalina. Y allí, alrededor del brocal, acudían gentes
de todas partes, de todos los acentos; algunos de personalidades muy
pintorescas; pero todos con sed. Igual que después vi en el
Santuario: ricos, pobres, alegres, tristes, sanos, enfermos... y
todos con sed de María de la Cabeza.
En
la calzada había unos hombres ciegos cantando y pidiendo ¡Cuánto
me impresionó aquella grandiosa escena de resignación y tristeza!
Eran mineros de Linares, ciegos del trabajo en las minas, cantaban
tarantas. ¡Y los que subían de rodillas ensangrentado las
piedras!... ¿Qué pedirían? ¡Cuán grande era el favor que
esperaban! ¿Qué soborno, o a qué espantoso tormento querían
escapar? Era como si se hubieran equivocado, de esa manera lo sentí;
a la Virgen así no se va. Como un mundo al revés, como un humo que
baja y una lluvia que sube. Así no se va a ver a una madre, así no
se va a la fiesta de una madre.
Gente
subía, a verla. Gente bajaba, dichosa por haberla visto. Unos
cantaban; otros, rezaban; otros, callaban. Y en ese silencio se oía
el eco de una canción que era una plegaria:
Al
cerro subimos
Con
grande fervor
A
ver a María
La
Madre de Dios.
Ave,
ave, ave María.
Ave,
ave, ave María.
En
la puerta, al lado de un timbre, los frailes trinitarios tenían un
letrero colgado:
“Peregrino,
si nos necesitas, nos llamas. (Como firma) Los padres del Santuario”
Dentro,
la Virgen de la Cabeza… Todos la necesitan, todos la llaman.
La
Virgen de la Cabeza tiene
un
solecillo en sus brazos,
un
lucero en sus ojos,
una
flor en sus manos.
La
Virgen de la Cabeza tiene
una
corona de estrellas,
un
manto de nube,
un
vestido de perlas.
La
Virgen de la Cabeza tiene
el
perfume de la hierbabuena.
¡María
de la Cabeza, míranos!
¡Venimos
desde Lahiguera!
Llenos
de respeto y devoción,
con
tu imagen por bandera.
La
Virgen de la Cabeza tiene
de
un pueblo el corazón,
el
fervor de una tierra.
La
Virgen de la Cabeza tiene.
Por
la noche, la noche del sábado, llovió mucho, a mares, parecía que
la lluvia quería entrar por cualquier rendija, por miedo a la propia
lluvia. Nuestra casa se llenó de forasteros que se refugiaban
asustados por la cólera de los azotes del agua. Alguien dijo: somos
los más tontos, nadie deja que entren en sus casas, solo nosotros,
los de Lahiguera. Pregunté que dónde se meterían los animales de
la sierra, … la Virgen tiene una casa para ellos, allí se van, me
dijeron. Entonces en la sierra había un arca de Noé, navegando por
olas de pinares y crestas de azules espumas; por pestañas de niños.
A
la vuelta, con el camión envuelto en retama y romero, en la puerta
de D. José del Nido, del árbol del pan; los niños esperaban,
mirando ansiosos las caras más conocidas, insaciables pedigüeños
de medallas, pitos, turrones y estadales; de cañadú. De una caña
larga de cañadú, eso sí que era un buen caballo, un dulce caballo
de azúcar, venía de la Virgen, a la Virgen volvería.
Ya
no está el pozo, ni hay
mineros
que canten, ni está
el
cartel de la puerta esperando
al peregrino.
La Virgen
de la Cabeza
sí está...siempre estará.
Muchas
cosas irán cambiado, Ella
siempre estará.
Quizá,
alguna vez, también,
el arca de los animales. Y
si un día voy, otra
vez,
en el camión de José el Canillo, con un niño chico,
le diré: ¡Mira
esa barca! Ahí
se meten, cuando llueve o tienen frío, los animales. Y él dirá que
la ve, aunque no la vea. Y
seguirán jugando, a perseguirse, por los pinos, la luz y la sombra,
la sombra y la luz, como dos niñas.
Ya
se acerca, con su torpe baile, la noche; pisoteando las brasas del
horizonte. Comienza una noche.
Quizá
un milagro fue. Ocurrió, pronto hará sesenta años. Una madre va
andando desde Lahiguera a ver a la Virgen, a que cure a su hijo. Así
me lo contaron:
¡Qué
tu niño se muere! ¡qué no llegas!
Levantaba
el aire al pasar y el aire, despertando a las hojas, a las
florecillas sin color de la noche, ya, en su sueño descabezado, en
su duermevela, con ella se querían ir. El aire también, con las
flores y las hojas, a pedirle a la Virgen por ese niño que moría.
Por caminos blanqueados con el polvo que ponía la luna llena,
polvareda suplicante de la alegría mojada de la lluvia, que no de
las lágrimas. Ahí canta un ruiseñor, te está diciendo que corras,
que amanece y no llegas, que te sigue la muerte. ¡Corre!
El
tomillo y el romero la envuelven con su olor, para que los guardias
de lo oscuro la dejen pasar, sin nada pedirle. El matorral se abre y
la víbora se va. ¡Corre!
Entre
paredes de pinos, como un fogonazo negro de prematuro luto, pasa.
Guardianes tenebrosos son los espinosos rosales, allí los
escaramujos, como gotas de sangre colgando, piden con mil garras
despedazar al niño. ¡Corre!
El
alba va pintando los horizontes, los pájaros de la sierra se hacen
valientes y cantan llamando al día. ¡No mires al niño, que el niño
está muerto! Ya no le podrás dar madroños, le dice el madroñal.
¿Está
muerto? Asalta la duda. Temblorosos dedos apartan los pliegues que
cubren la cara. Nada, nada; no se mueve. Lo besa, lo pellizca,
enloquece palpando, caricias sin respuesta. ¡Mueerto! ¡Muerto!
Grita al amanecer que nace... y callan los pájaros, se para el aire.
El
cielo, como una bóveda de celeste cristal, se rompe en millones de
pedazos de todos los colores, una grandiosa algarabía de aves que
vuelan y cantan, un levantar de la brisa que va tocando, para
despertar, la frente de los árboles y de las flores, de la gota de
escarcha que no caía.
Amanece.
Amanece y tendrás que volver lo andado. Mirar dónde se te ha caído
la vida de tu hijo, dónde la has perdido. Bajo qué piedra está; y
tendrás que levantar todas las piedras. Qué pisada lo ha matado; y
tendrás que levantar todos lo caminos. En qué agua se te ha
ahogado; y tendrás que beberte todos los ríos.
—¿Qué
te pasa? Una mujer la ha tocado, en el hombro, también como un aire
que despierta.
—¿No
ve usted? Se me ha muerto el niño. Venía para que lo curara la
Virgen de la Cabeza. Se ha muerto, no he llegado, no me ha dado
tiempo. No se mueve, no abre los ojillos, no llora...está muerto.
La
mujer aparta la toquilla que tapa la cara del niño, lo mira, con la
inmensidad de un firmamento, de una madre que, acaso, también haya
sufrido la muerte de un hijo.
—¡Pero
si está durmiendo! —le dice. —Ve ahí abajo, que hay un arroyo,
y le lavas la cara para que despierte.
Baja
como el rayo a mojar la mano en el agua, en la cara. El niño abre
los ojos.
—¡Buena
mujer! ¡Buena mujer! Es verdad, estaba durmiendo. ¡Está vivo!
¡Buena mujer!... —
llama agradecida y la busca. Pero no hay nadie. No hay nadie. Solo ha
quedado como un olor a flores; será el tomillar.
Ocurrió,
pronto hará sesenta años. Y como me lo contó, un viento anónimo,
os lo he contado.
Como
cuando un niño rompe la risa, llega el alba. Es de día, otro día:
Había
unos hombres buenos. Había unos hombres que, cuando la Virgen de la
Cabeza estaba casi olvidada, arrinconada en el abandono; porque
parece mentira pero también se imponen modas como la de querer hasta
la locura, u olvidar hasta lo indecible; parece increíble que
alguien nos diga cuándo tenemos que querer, o no hacer caso de
nuestra madre.
Hubo
unos hombres buenos que siempre quisieron a su Madre,
a
la Virgen de la Cabeza. Sin
pensar si iban a
contracorriente,
simplemente obedecían lo que su noble
corazón les pedía.
Había unos hombres buenos:
Salvador
Carmona, Salvador García, Nicanor Hermosilla. José
Hermosilla.
Especialmente
los dos primeros, los dos salvadores, no podían tener otro nombre.
Ellos mantuvieron la cofradía, a sus espaldas se echaron su
peso, y
sus gastos;
y
con su devoción y amor llenaron el vacío que el desinterés,
o
el desprecio,
o
la dejadez, de
otros había dejado.
Un
año un Salvador era el hermano mayor, al otro año, el otro
Salvador. Gracias a ellos la cofradía no perdió los privilegios que
conlleva la antigüedad y,
sobre todo, siempre
continuó sin pausa,
el amor a la Virgen
de la Cabeza.
Justo es recordarlos. Seguro
que la Virgen
los tiene ahora
de ángeles;
para que lleven en brazos a los niños que hacen la primera
comunión en el Santuario, para
que no se manchen el traje, ni los zapatos
se les
ensucien;
para
darles un beso de ángel.
Ellos
ya, antes,
lo habían ensayado con sus hijos.
Sabemos
que siempre has sido rosa,
que
vales más que el oro;
pero
no gusta decirte
Rosa
de Oro.
Déjanos
decírtelo.
¡María,
Rosa de Oro!
Tienes
una corona de plata,
cuando
es racimos de luceros;
pero
nos gusta ponértela.
Dejanos
ponértela.
¡María,
Coronada Reina!
Con
un sencillo manto te vestirías,
te
vestimos con uno de seda.
Déjanos
vestirte.
¡María
de la Cabeza!
¡Déjanos
mirarte!
¡La
vida entera!
Al
atardecer el sol pinta de arrebol los palos de abandonados charnaques
en las eras. Allí, en el verdor condenado a muerte, pacen caballos
de caña. Como un humo negro, sale la oscuridad, de fuegos mal
apagados. Llega, con su carga, las mulas de la noche; los sacos
llenos de estrellas, los serones llenos de sueños. ¡Nos vamos!
Llegando
al “Techaillo”
empezamos
a mirar la sierra;
deseando
llegar y verte,
María
de la Cabeza.
Olivarillos
de plata verde,
que
estáis vigilando veredas,
soñando
con aceitunas,
dadnos
unas hojarascas nuevas.
Para
cuando lleguemos a los pinos,
unas
hojarasquillas tiernas,
para
la sed del camino.
Olivarillos
del Cortijo Oliva,
os
traeremos, a la vuelta,
una
risa del Jándula
y
el beso de una romera.
Guadalquivir,
bajo tu puente,
deja
que los caballos beban.
Que
los lave tu corriente,
con
espumas y estrellas.
En
la sierra hay un Niño,
para
jugar, nos espera.
A
veces pasan cosas; nos pasan a nosotros mismos, las vemos en otros.
Parecen como castigos divinos; incomprensibles, inmerecidos. ¿Por
qué? Nos preguntamos. ¡¡Y en un lugar hay una niña chica que mira
el reflejo de la luna en el agua!!
Entre
cien bandas de música, tocando “Morenita y Pequeñita”, bien se
distingue a la de Lahiguera. Por supuesto que estos músicos son
nuestros preferidos, pero quizá también sea la banda de música
favorita de la Virgen de la Cabeza.
La
banda de música de Lahiguera ha tocado su inconfundible pasodoble en
el templo, los músicos han saludado a la Virgen, le han pedido. Y se
han ofrecido a Ella en cuerpo y alma; así, de esa forma que solo
nosotros entendemos: Virgen de la Cabeza, cuida de los míos. Y yo,
aquí me tienes, para lo que quieras, todo te lo doy; entra por la
puerta de mi casa como si pasaras por el túnel de la plaza.
Los
músicos de la banda están en la lonja, frente a la entrada del
Santuario. El maestro, su director de música, les ha regalado a cada
uno un estadal, que al cuello llevan.
—¡Mira,
tu estadal! ¡Ha cambiado de color! —Alguien dice, señalando el
pecho de un compañero.
Todos
miran, se estremecen. ¡Es verdad! La cinta se ha vuelto morada. Se
miran los suyos, rojos, estadales rojos llevan todos.
—¡Se
habrán equivocado al dármelos! —Comenta el maestro.
—¡No!¡Antes
era rojo! Como los vuestros —dice con lágrimas, emocionado. Todos
sospechan que la Virgen de la Cabeza algo quiere decirle, algo
pasará. Quizá lo necesite. Lo esté llamando. ¡¡Y en un lugar hay
una niña que mira como, con el soplo de la brisa, se estremece la
luna en el agua!!
A
los pocos días de aquel suceso, nuestro músico se fue, nos dejó
repentinamente. Sus compañeros lo recordaban en su despedida,
hablaban del estadal morado.
Pronto
llegaremos, Niño.
Sé
que tienes un caballo
de
luceros en la frente
y
música en los cascos.
Suben
las carretas, con sus flores
de papel de seda hechas
por hábiles y amorosas
manos. Y las flores de
papel, al pasar,
miran a las silvestres
de la
sierra,
envidiosas:
si yo así luciera, si así perfumara. Y
las del
campo
miran
con envidia a las de papel:
si yo ahí viajara,
si yo pudiera, ir a la romería, ser
una rosa
romera. Y se cambian, las de
papel
se quedan en tallos
de aire prendidas,
como en una mecedora, soñando; las de verdad, fijas, apretadas en
los arcos de la carreta, no se vayan a caer, a perderse. Y nadie se
da cuenta, pero se han cambiado. Y nadie se da cuenta; solo un viento
vagabundo que por allí
pasaba, pero no dice nada, nunca dirá nada; lo
tomarían por loco.
Una
de las flores de papel, de las que se han quedado, está enferma;
pide a la Virgen que la cure. ¡Ay, qué uno de sus pétalos le
duele, está mal plegado!
Y reza
para que la ponga buena.
Solo unas manos, las de un músico, las del mejor músico, manos
acotumbradas a acariciar
acordes y aires, pueden tocar la seda sin que a la flor le duela.
Igual
que las abejas van susurrando, una a una, a las flores: qué
despierten, qué se abran, qué florezcan, qué perfumen, qué ya es
primavera, qué es abril, qué llega la romería de la Virgen de la
Cabeza. Igual que una abeja, un rayo de luna llena, cual mariposa
blanca, ha ido musitando, como en secreto, a las estrellas: qué
luzcan, qué tiemblen, qué salgan a ver un músico con estadal
morado, tocando… “Morenita y pequeñita”. Está frente a la
casa cofradía de Lahiguera, sentado en el brocal de un pozo ciego.
El músico, al acabar, se vuelve al cielo y dice a sus luces: ¡Qué
nadie por mi llore, estrellas, decídlo cuando os miren! Sigue
tocando, sobre el pozo, endulzando el agua oculta.
La
historia del músico es real; solo he cambiado el cordón del pecho
que adornaba el antiguo uniforme por un estadal. Con el cordón me lo
contaron, con estadales os lo he contado. Pero, nunca digáis nada,
es un secreto, el secreto de un viento anónimo.
¡Y
una niña chica mira, como tiembla, la luna en el agua!; la niña se
pone triste. ¡Sigue mirando los pedazos de luz más quebrarse,
romperse en el agua!; llora. ¡¡Y no levanta los ojos al cielo; allí
sigue la luna, entera y luminosa!!
Pronto
llegaremos, Niño Jesús.
Sé
que tienes un caballo
de
besos
en la frente
y
caricias en
los cascos.
Amanece,
otro
día, el mundo
es
una
mujer que alumbra; ya hay un niño con llanto de pájaros:
Nosotros,
a veces sin darnos cuenta, siempre tenemos presente a la Virgen de la
Cabeza. Es algo que nos sale, sin querer, de la boca, del alma.
Porque la tenemos latente en las profundidades de la garganta, de los
tuétanos.
Alguien
que quisiera vender su cuerda de tierra dice: ¡Ten
por cuenta,
la tierra no puede ser mejor! Mira a la Virgen
de la Cabeza.
Y estas olivas, no ves que miran a la Virgen de la Cabeza. Y
aquí los trigos, no veas
qué trigos se crían
aquí, miran a la Virgen de la Cabeza. No se dice que la finca es
mejor por la orientación, porque mira al norte, porque así está
más reguardada de los
rigores del sol
y guarda mejor la humedad;
es porque mira a la Virgen de la Cabeza. La tierra es mejor porque la
Virgen de la Cabeza la mira. Sus ojos hacen que los sembrados
fructifiquen, que los olivares se carguen.
Igualmente,
en nuestros paisanos, la Virgen de la Cabeza está tan omnipresente
que se llega a argumentos jocosos. Si tienes a alguien que todo lo
puede, que todo lo sabe; para qué te quieres molestar. Como ejemplo
el siguiente diálogo:
—Niño,
¿qué eres estudiante?
—Sí….
—¿No
estudiarás “pa” médico? Porque estudiar pa médico no sirve
“pa-ná”. Mira la Virgen de la Cabeza lo que cura y no ha
“estudiao”.
Sabréis
quien es el protagonista de estas afirmaciones si
os digo que, muchos
años después,
en una romería, estudiante y sabio devoto
coincidieron: uno vendía palabras; el otro, “arrezú”.
¡Qué
alegría!
¡Qué
alegría tiene la golondrina
cuando
vuela
por
la espiga!
¡Qué
alegría!
Haciendo
olas
con
el trigo,
con
las amapolas.
¡Qué
alegría!
¡Que
alegría, en su pico,
en
su cola!
¡Qué
alegría!
Qué
alegría, que van a verte,
Volando,
María, María!
¡Qué
alegría!
¡Qué
alegría
tienen
las manos
cuando
levantan las pulseras,
cuando
se tocan
y
en la muñeca suenan!
¡Qué
alegría!
¡Qué
alegría, en los dedos,
que
al aire vuelan!
¡Qué
alegría en los brazos,
en
el baile de las piernas!
¡Qué
alegría tiene el viento
por
la falda de la romera!
¡Qué
alegría!
¡Qué
alegría en el campo,
qué
alegría en la sierra!
¡Qué
alegría!
Trae
la primavera.
¡Qué
alegría por venir a verte,
Virgen
de la Cabeza!
¡Qué
alegría!
¡Qué
alegría lleva el agua,
qué
alegría,
la
tristeza!
¡Qué
escondidas
son
las lágrimas
del
pañuelo que te reza!
¡Qué
alegría!
¡Qué
alegría vestida de sol!
María,
madre buena.
¡Qué
alegría, tu amor!
¡Qué
alegría, tu pureza!
¡Qué
alegría!
¡Qué
alegría en los caminos
que
a ti llevan!
¡Qué
alegría!
De
la sierra, Reina.
¡Qué
alegría en tu corona,
en
la doce estrellas!
¡Qué
alegría!
¡Qué
alegría al ver
tu
piel morena;
que
de azahares
está
hecha,
de
tomillo y romero!
¡Qué
tú eres de canela!
¡Qué
alegría!
¡Qué
alegría en la alegría!
Virgen
mía,
en
tu cofradía
de
Lahiguera.
¡Qué
alegría!
¡Qué
alegría!
¡¡Qué
alegría!!
El
viejo sol del atardecer, allá a lo lejos, en los horizontes del
poniente, como un anciano, ha tropezado en una montaña y se ha
caído, se ha roto, está sangrando. Llega la noche, otra noche; y
otros sueños.
En
ilusiones que se juntan,
los
niños ya han llegado,
en
las piedras de la lonja
piafan
cañas y cantos.
Belfos
sonrientes
a
Jesús están esperando
Al
oírlos, el Niño,
se
acerca a la Virgen
y,
al oído,
algo
le dice.
El
Niño le coge a su Madre
el
cetro de sus manos,
en
él se sube,
ya
tiene caballo.
Va
a jugar con los niños,
con
los niños va galopando
por
lo montes de la noche,
de
la madrugada, los llanos.
A
la grupa de su montura
una
niñita lleva,
como
tiene miedo de la luna
se
dan la mano,
sin
que nadie los vea.
Que
estás muy tranquilo, José,
Ve
a preguntar, esa niña,
¿de
qué familia es?
No
te preocupes, mujer.
Que
son de Lahiguera,
malos
no pueden ser.
El
Niño dice a sus padres
que
después de Navidad, en enero,
quiere
ir a ver una chiquilla,
que
quiere ser aceitunero
y
ya tiene cuadrilla.
Y
su madre, para el frío,
le
ha dado un manto;
el
niño, como es tan bueno,
se
lo pone al caballo.
María
le dice al manijero:
llévalo
a los Morales,
no
se ensucie de barro,
que
allí hay arenales.
“Desde
el olivar del cielo
Que
en ramón de astros se encierra,
Cayó
una aceituna al suelo,
rodó
y se paró en la tierra.
Morenilla
y pequeñita.
¡Una
aceituna bendita!”
El
Niño, la coge, la besa.
Una
aceituna bendita,
rodó
y se paró en Lahiguera.
¡Una
aceituna bendita!
¡María
de la Cabeza!
Madre,
pedirte, mirarte y apagar este sueño y mi palabra en tu silencio.
Comienza
el día, o la noche. Es la hora del crepúsculo.
Muchas
gracias.
¡¡¡VIVA
LA VIRGEN DE LA CABEZA!!!
Manuel
Jiménez Barragán
5 comentarios:
Manolo, ¡Que suerte de vientos anónimos te llegan!, ¡Cuanta belleza!, ¡Hay demasiadas cosas que me pierdo de la Higuera últimamente! Compromisos viejos me mantienen ausente en esos momentos clave. ¡Cómo hubiera disfrutado de escucharte! Desde la Ciudad Imperial y desde la Ruta de Don Alonso Quijano he conocido tu pregón soñado, he viajado por el territorio infinito de los libros de caballería y por la tierra de la Mancha. Siempre la verdad y la mentira, lo real y lo imaginado, la confusión entre los sentimientos y la fe del pueblo. Un alma dual como la de Don Quijote y Sancho, una imaginación y una locura frente a la sensatez y la cordura, de forma y manera que la una sin la otra no tendrían sentido, en una dialéctica interminable. Y llego de mi viaje y me encuentro tu texto sembrado y cuajado de alegorías. Buen sueño el tuyo que mezcla lo real y lo imaginado, en una romería que gravita sobre nuestras vidas desde la infancia, reforzada en la juventud que también buscaba en el Santuario una diversión sana, y el reposo y clarividencia que da la madurez en las posteriores visitas a tan santo lugar. La Romería está en nuestra identidad de higuereños, como lo estuvo en la de nuestros padres, yo recuerdo cada romería al mío. El pasado de tus recuerdos en la romería, se traslució tan acertadamente sobre ese presente del pregón en el templo calatravo, quedando como un diseño, la huella de una fe no alardeada abiertamente, hasta que tenemos que sacar desde lo más íntimo de nuestras entrañas, los recuerdos del caballo de caña, las historias que escuchamos de nuestras madres, el milagro referido y el sueño del niño aceitunero de los Morales.
Gracias por haber deleitado a tantos higuereños y haberte encontrado otra vez en la reivindicación de la memoria de nuestro querido Fray Blas Palomino.
Te felicito muy cordialmente y tú sabes que lo que te digo es verdad.
Me gusta muchísimo que hayas encontrado la foto de la Antigua casa de Higuera de Arjona en el Santuario, he podido comprobar que era el lugar junto al Arco que siempre me refirió mi madre.
Un fuerte abrazo lleno de buenos deseos y repleto de felicitaciones.
Primante Manuel, como es característico en ti, tratas este pregón con gran sentimiento y sencillez, aludiendo a los detalles más llanos de tu pueblo y su gente. Sin que se te escape detalle, pero también sin "enturbiar" la esencia del contenido: claro y conciso. No sólo nos muestras tus alcances como narrador (que ya los conocíamos), sino que también nos expones tus excelentes dotes de poeta. Nuestro pueblo ha criado en sus entrañas, desde tiempos pretéritos, a personajes muy valederos y de muy diversa índole; me alegra comprobar que al día de hoy sigue ofreciéndonos esta realidad.
Tu mirada ante todo lo que ocurre como un niño nos hace disfrutar aún más de lo que nos cuentas. No dejes nunca de deleitarnos tan puerilmente.
Estuve presente en el pregón, pero ha sido un placer volver a leer lo que se me "escapó" mientras atendía a la fotografía y grabación.
Un abrazo.
Pedro, Juanjo, gracias por vuestras palabras. Y a ti, primante, también por tu reportaje.
Pedro, el viento siempre cuenta cosas, hay que pararse a escucharlo; a veces por las esquinas de Lahiguera grita.
Además de lo escrito tanbién hubo algo hablado, en especial referido a nuestro fraile. Tú sabes bien que nosotros, por nuestra profesión, tenemos un arma muy poderosa, de destrucción masiva: el Recreo. Así, como en broma, dije que a los del ayuntamiento, venía «a pelo», sí que los dejaba sin recreo (refiriéndome a lo que han necho para dar a conocer la figura de Blas Palomino). Después, el alcalde me comentó que lo del recreo le había llegado al corazón (no sé si sería verdad), y me pregunta qué podrian hacer por nuestro personaje, cuando le estaba diciendo lo que, en mi opinión, se puede hacer, interviene D. Juan Rubio, diciendo que se deje todo para el año que viene, porque a Blas Palomino lo van a beatificar. Beatificado se le puede rendir culto.
¡Qué primicia os doy!
Esta semana me encuentro al teniente-alcalde practicando bici; me dice, bromeando, que tendremos que ir a Roma. Yo no había caído. Si lo beatifican deberá ir una representación lo más numerosa posible de nuestro pueblo, de todos los higuereños repartidos por el mundo, y juntarnos en Roma. ¿Verdad que sería hermoso? Fray Blas qué menos se merece. Él se despidió de nosotros, sus paisanos, el 30 de mayo de 1608, tenemos que responderle.
Un abrazo a lo dos, a todos.
¡Nos vemos en Roma!
Grata noticia la que adelanta estos acontecimientos que nos dices. Veamos cuando llegue, porque seguro estaremos espectantes. Entre tanto, vayamos haciendo camino y preparando alguna evidencia del paso(vivencia) de Fray Blas por nuestro pueblo, porque sino...si que vas a tener que "dejarlos sin recreo", y hasta sin merendilla diría yo.
Tenemos, en nuestro pueblo, muy buenas bases para consolidar un atractivo turístico, pero ello hay que trabajarlo insistentemente: las cosas no vienen solas. Así es que ...mucho ánimo y aquí está la gente del pueblo para lo que haga falta.
Saludos para todos.
Manolo, fray Blas Palomino va ganando los corazones de sus “hermanos” de Lahiguera. Al poco de llegar D. Juan Rubio a la parroquia, le hable de Fray Blas Palomino, y de la posibilidad de celebrar su memoria, por parte de la comunidad cristiana de nuestro pueblo, con una Eucaristía el día de su muerte. Conocía de Juan su capacidad de moverse en esos ámbitos eclesiales, por su rico pasado en la Iglesia española y su órgano de expresión “Vida Nueva” que dirigió, y lo situó en un observatorio único para muchos proyectos que a los demás nos quedaban grandes, tal cual era saber como había quedado la Beatificación oficial de Fray Blas Palomino, que por su martirio podía ser considerado beato. Pensé que D. Juan era la persona más apropiada y el mejor posicionado que desde la parroquia hemos tenido para tal fin. Ya te hablé que había intentado algo con los franciscanos de aquí con poco éxito por lo que todo quedó en espera. La llegada de D. Juan Rubio me hizo despertar la esperanza dormida, pues él sería conocedor en eso de los caminos de la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos. Le hice como un encargo de parte de “mi amigo” para que averiguase como había quedado su causa, pensando que se había quedado en el olvido por el paso de los siglos. Desde que comencé a leer sobre Fray Blas quedé enganchado a su vida y obra, tal como te veo a ti. ¿Cuantas veces pienso en él cuando estoy en Lahiguera y fuera de ella en los momentos de oración y culto?
Me alegra mucho la noticia, D. Juan no me dijo nada al respecto en los cinco o seis días que hemos estado ahí, lleva tantas cosas en la cabeza que debió haberlo olvidado, o no era el momento .
Si hable con Sebastián Martínez sobre nominar la plaza que propuse en un artículo anterior, que por falta de nombre el pueblo llano ha llamado “Plaza del huevo”, no sabemos a qué fue debida tal ocurrencia, y que tu proponías debía ser una calle continuación de la Calle Pelayo antigua, donde posiblemente fuese su casa paterna. Hay opciones para las dos cosas: hacer el reconocimiento público en la Plaza y reseñar en la calle que decías una placa que sitúe al personaje en su entorno.
Pensé que la cosa iba para largo, pero si D. Juan ha dicho que sólo hay que esperar hasta el año que viene, lo tenemos cerca; ahora con nuestra edad los trimestres pasan rápido.
Habrá que preparar el viaje a Roma o tal vez a Jaén, pues en muchos casos desde hace tan sólo unos años, se puede beatificar y canonizar desde el obispado correspondiente. De todas formas me encantaría volver a la Ciudad Eterna.
Hay otros temas de los que hablaremos según me dijo Sebastián Martínez, que supondrán cumplir los sueños arrastrados desde tiempo con una concesión de 80.000 Euros.
Un abrazo.
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