LA
EPIDEMIA DE CÓLERA QUE ASOLABA ANDALUCÍA LLEVÓ AL CONSISTORIO MUNICIPAL A
PROYECTAR UN CERRAMIENTO DE LOS ACCESOS A LA VILLA COMO MEDIDA DE PROTECCIÓN,
TAMBIÉN POR LA GUERRA CARLISTA Y LOS
BANDOLEROS.
La
carpeta de Actas, correspondiente al año 1838, sólo contiene un acta. Cuyas
características de formato y contenido nos disponemos a describir:
En
la parte superior del folio timbrado aparece el llamado SELLO DE OFICIO con un
formato diferente a los anteriores, este tiene forma rectangular con sus
ángulos matados y en el centro sobresale
el Escudo Real con el texto en su perímetro que dice: ISABEL 2ª P. L. G. D-
DIOS Y LA CONST. REYNA
DE LAS ESPAÑAS.1838.
En
la parte izquierda del espacio rectangular aparece escrito: SELLO DE OFICIO y
en la parte izquierda 4 MRS. AÑO 1838.
Nota
a tener en cuenta en la trascripción de todas las actas.
En
todos los casos la trascripción es literal, si bien se ha procedido a
interpretar en algunos casos los textos confusos o ilegibles, a no utilizar las
mismas abreviaturas de palabras, en orden a dar claridad al texto redactado y
la imposibilidad de transcribir fielmente en la abreviatura la colocación de
algunas grafías, a acentuar las palabras
que en muchos casos no figuraban acentuadas; pero siempre se ha respetado la
ortografía original, las uniones indebidas de palabras y la redacción del texto
en general.
Haciendo
una revisión histórica de los hechos comprobamos los siguientes como más
destacados del Reino de España en este año de 1838:
Carlos,
hermano de Fernando VII y aspirante al trono se casó con su prima y cuñada
María Teresa de Braganza el día 4 de enero, y el general carlista Ramón Cabrera
tomó la ciudad de Morella y la convirtió en su cuartel general ese mismo día.
El
3 de marzo se recibían noticias de que Zaragoza estaba casi sin protección, así
que se envió a unos 3.000 hombres bajo el mando de Juan Cabañero con la misión
de saquearla. La noche del 5 de marzo los carlistas entraron en la ciudad, pero
tuvieron que abandonarla porque sus habitantes les hicieron frente armados con
cuchillos y otros utensilios agrícolas o de cocina, además de tirarles aceite y
agua hirviendo desde las ventanas.
El
6 de septiembre la regente María Cristina de Borbón aceptó la dimisión de
Narciso Heredia y nombró primer ministro a Bernardino Fernández de Velasco, que
trató sin éxito de negociar un acuerdo con Austria, Prusia y Rusia para que
retiraran su apoyo a los carlistas. El 8 de diciembre, incapaz de controlar al
parlamento, dimitió el primer ministro español Bernardino Fernández de Velasco,
que fue sucedido por Evaristo Pérez de Castro.
De
este año aparece solamente la siguiente acta:
“Acuerdo…
En la villa de la Higuera cerca de Arjona en
veinte y siete días del mes de Enero de mil ochocientos treinta y ocho,
reunidos los SS. del Ayuntamiento Constitucional de esta villa con asistencia
de mí el Srio. vieron la Orden de la
Exma. Diputación Provincial de diez y
siete del corriente sobre el modo de proceder a la cerca del pueblo la que fue
leída por mí el Srio. y enterados dichos
SS. de su contenido acordaron; que se forme espediente a continuación en que se
ponga de manifiesto el costo de la obra por cálculo o tasación, el importe de
los materiales importe de los jornales y se abra una suscripción en que se
imbite al vecindario para que
contribuya, con dinero, jornales, trabajo de piedras digo vestias para
deducirlo del total de costos, para lo cual el Maestro Alarife Francisco
Ramírez hará las medidas del terreno en que deven taparse las portillos siguientes.
1º… El de la Posada dejando a esta dentro de
muros.
2º… Callejuelas de arriba camino de Jaén en línea
recta a la Calle.
3º…Callejuela Camino de Jaén en línea recta al
Egido.
4º… Callejuela de la Calle Nueva en línea Recta
con la Calle.
5º…Callejuela del Molino de avajo dejando dentro
la puerta de este.
Pta. 6º…Callejuela del Cortijo del Caño que
tendrá una puerta de dos varas de ancho y será entrada de Jaén y Villanueva.
Pta.7º… Callejuela de las Zaúrdas que tendrá una
puerta de dos varas de ancho y será entrada de Andújar.
8º…Callejuela del Santo.
9º…Portillo del Pósito asta el cortijo de
Fuentes.
10º… Portillo del Cortijo dicho asta las Casas de
Viedma.
11º… Portillo desde la Casa de Viedma a la de
Covo.
12º… yd. de las Casa de Covo a la Calle Berdejos.
Pta. 13º…yd. de esta Calle a la Casa de Ramírez
que avrá una puerta.
14º… yd. de la Casa de Ramírez a la Yglesia.
15º…yd. desde la torre de yd. a las casas de
enfrente.
16º…yd. de las casas de enfrente de yd. a la Casa
de la Escuela..
17º… yd. desde la casa de la Escuela al Molino
del Vizconde.
18º… yd. desde dicho Molino a la casa de las
Monjas
19º…yd.
portillo de los Álamos.
20º…yd. de Morales.
21º…yd. la Calle del Aire.
22º…yd. Callejuela del Orno.
23º… yd. a los arrenales o cuesta del Orno.
Para ello Pérez el Maestro Alarife pondrá una
relación del costo de piedra, del de las Aguas, del de las vestias, jornales y
el de tres oficiales que llevan la dirección de los tapiales para que pueda ser
más rápida la operación y el Maestro Carpintero el Costo de tres pares de
puertas de dos varas de ancho y tres de alto y todo echo se de cuenta al
Ayuntamiento para acordar lo demás que sea necesario y lo firman de que yo el
Srio. de Ayuntamiento doy fe: =
Aparece la rúbrica de Sebastián Pérez.
A
primera vista, de la lectura de esta acta se pueden sacar algunas conclusiones
sobre el nombre de las calles de aquel año 1838, recordando muchas al posterior
callejero de finales del siglo XIX en el año 1889, del que existe un original
en el Ayuntamiento. En este plano comprobamos que siendo el núcleo inicial de
la población El Castillo y la Tercia y posteriormente el Templo calatravo, no
fue el pueblo creciendo hacia el oeste, con buenas posibilidades de expansión,
una vez que el cementerio en el norte eliminaba la posibilidad de crecimiento
en ese sentido. Desde la época de la Ilustración se consideraban poblaciones
saludables las que tenían su cementerio situado al norte, por lo que se puso
como norma obligatoria tal orientación con el gobierno de los ilustrados, como
medida sanitaria. No era lo mismo que llegara, desde el cementerio, el aire
frío del norte, que el aire caluroso del sur con sus rastros de olores, al
estar tan cerca de la población. A unos pasos del cementerio había una fábrica
de aceite y algo más cerca de la iglesia-templo calatravo, la escuela en la
casa del Prior (la primera escuela de la villa) y un convento en la calle
Álamos, a espaldas de la Tercia, Castillo y templo, calle que junto a la actual
calle Ancha constituía el centro de la población inicial. La calle “Los Álamos”
(hoy Doctor Fleming), se considera la calle más antigua, junto con la calle
Ancha, al punto que posiblemente en una época inicial fue la más importante de
la nueva población. Tenemos referencias de que en una de las casas de esta
calle hay un aljibe romano.
Con
el tiempo la opción de crecimiento elegida a pesar de las cuestas, y la de
mayor expansión se produce en dirección sudeste, de forma muy alargada, hasta
el punto de que se configura un perímetro cuadrado alrededor del centro, y
después, se produce un alargamiento de la villa hacia la parte más llana en
esta dirección este desde la parte sur de este núcleo. Si observamos el plano
de la villa comprobamos que trazando una línea desde el principio de la “Cuesta
de los Caballos” hasta la cooperativa Sta Clara, encontramos que al norte de la
misma, en dirección a Andujar, no había nada edificado. Con lo que podemos
deducir la parte nueva de lo construido en el pueblo a partir del año 1889 comparando
con la actualidad.
Se
puede comenzar con el primer portillo enumerado, que debió situarse al final de
la calle Mesones, hoy Avenida de Andalucía. Una calle donde se situaban los
mesones o posadas, a la que llegarían los viajantes de compra y venta de aceite
de oliva y cereales o ganados para alojarse, cenar y pasar la noche, o una
prolongada estancia según necesidades, a lo largo de su recorrido con bestias,
o los arrieros o en algún coche de caballos o esporádica diligencia, que
prolongara el paso desde Madrid hacia Córdoba o Sevilla, a su paso por Andújar. Las
comunicaciones de aquel tiempo y mucho tiempo anterior generaron la expansión
de la villa en la intersección del camino de Jaén y de Villanueva de la Reina,
hoy también de Andujar. Desconocemos a la altura de la calle donde pudo estar
ubicada la Posada, en este callejero de 1889 se ve una construcción de buenas
dimensiones a continuación de la manzana que va desde el
Callejón del Marqués del Puente (Jacinto
Benavente) hasta el final de la calle Mesones (o sea desde la esquina del
actual Ayuntamiento hasta la esquina La Ollera). Resulta curioso que en el proyecto
se planteara que se dejen dentro los muros de la Posada. La posada debió estar
ubicada al final de la calle Mesones, de forma que cerrara su esquina suroeste con
la esquina nordeste de la manzana que iba desde el Callejón de Modesto, después
Camino de Jaén, hoy calle Jaén, hasta el final. (El trozo rectangular que se ve
en el Callejero.
El
siguiente portillo (2º) se colocaría en la Callejuela de arriba de la calle Camino de Jaén en
línea recta perpendicular al sentido de la calle en dirección Jaén.
El
Portillo 3º cerraría el paso de la Calle Nueva con el Egido.
El
Portillo 4º cerraba la Callejuela de la calle Nueva. Entre la esquina de Andrés
“El conejillo” y Mariana la de “Ramitos”.
El
portillo 5º se colocaría
en la llamada Callejuela del “Molino de abajo” dejando dentro la
puerta de este. El molino de abajo debió estar situado a continuación del
reducido número de viviendas que había desde la Callejuela de la calle Nueva,
hasta la zona de donde hoy esta la fábrica de muebles de Requero y los corralones
siguientes. Si observamos la manzana de casas no llega ni hasta lo que hoy
conocemos como postigo de Ignacio y Clotilde. Hay que tener en cuenta que a
pesar de haber pasado 51 años entre la referencia de este acta de 1838 a 1889
del callejero que reproducimos, el núcleo de casas que debió haber delante del
molino que se cita como molino de abajo era muy escaso.
Dejando
el recorrido de portillos este-sur que llevaban las autoridades municipales en
el acta hasta el 5º portillo, pasamos con ellos a tomar en la primera puerta de
dos varas de ancha la Puerta de la “Callejuela del cortijo del Caño” la sexta
enumerada en la relación. Si observamos el plano de 1889 comprobamos que la hoy
acera de números impares de la actual calle Gran Vía no existía en el año 1838,
ya que en el que nos sirve de referencia de 1889 no figura tampoco.
Con
el tiempo esa calle evolucionó a espaldas del llamado Cortijo del Caño, que
posiblemente tendría molino propio, y que sería propiedad de los Martínez
antecesores de “Barba”, y debería estar situado donde, desde hace tiempo, está la
entrada de aceituna a la Fabrica de Aceite de Dª Teresa Martínez Lara y D.
Antonio Parras, justo al lado del postigo del antiguo cuartel, que también es hoy
propiedad de sus herederos.
Cuentan
los mayores de nuestra villa, que en ese lugar había un caño muy grande, por lo
que de esta circunstancia se generaría el nombre de la casa o cortijo. Parece
ser que en los primeros años de la posguerra se tapó todo lo relacionado con el
Caño, y se levantó la calle actual, hoy parte final de la calle Gran Vía. Según
refieren los antepasados nuestros, D. Antonio Parras levantó la calle para
favorecer la facilidad de acceso a sus edificios, con la instalación de la
Molina de aceite, levantando un nuevo nivel de calle tal como hoy la conocemos,
y parece ser que esto se realizó sin contar con el perjuicio que se ocasionaba,
ya en años de posguerra, a los que vivían en la otra acera, cuyas señales de
desnivel en la calle son todavía perceptibles por todos los vecinos de la acera
de enfrente, la que pertenece a los números impares, que permanecen en el nivel
de calle antiguo desde el número 37 de la citada calle hasta el final de la
misma en dirección este, y que para subsanar dicho desnivel hubo que realizar
en posteriores remodelaciones del escalón en que quedaron las casas por debajo
del nivel de la calle. Muchas veces nos habremos preguntado la causa de tal
desnivel, que ha perdurado a través de los años; pero esta debió ser la razón de su existencia,
realidad que hoy se puede constatar, y para ello no hay nada más que ver el
enorme escalón que existe en la acera de los números impares, donde ha quedado ese
escalón como reliquia del pasado. Se deduce que es aquí donde se proyecta una
puerta para la salida a Jaén y Villanueva, entre la Callejuela del cortijo del
Caño y la parte posterior de aproximadamente la mitad primera de la anterior
Calle Mesones, hoy Avda. de Andalucía, en dirección al este.
La
segunda Puerta de dos varas de ancha se planificó colocarla en el primer
trayecto a la derecha de lo que era la esquina del postigo de la casa de
Antonio Gavilán “el panaero” y la parte trasera de la casa de Domingo Pérez, mi
bisabuelo materno por parte de mi abuela Francisca Pérez Calero, justo en la
esquina de enfrente de la entrada principal al templo actual, titular de la
Parroquia. Todo lo demás en dirección norte o dirección a Andujar, no existía
en este tiempo. La configuración del perfil trasero, bastante irregular de esa
manzana de la calle Llana, desde la esquina de comienzo de la Blas Infante
hasta Jacinto Benavente, hace pensar que el nombre de Callejuela de las
Zahúrdas se debiera a que en esa zona estarían ubicados esos espacios para la
cría del cerdo, aunque cada vecino tuviera el suyo en su casa. Desde esta parte posterior
de la calle Llana, el principio de la “Cuesta de los Caballos” en la esquina de
Domingo Pérez hasta la cooperativa Sta. Clara, no había nada construido en este
año de 1889, al igual que debió estar 51 años antes en el año 1838 que estamos
tratando aquí.
También
andamos en la suposición de que la referencia a la Callejuela de las Zahúrdas,
se debe referir al llamado después Callejón de Mateico, que daba paso al camino
de Andújar. Aquí con ese propósito de facilitar la salida hacia Andujar se
colocaría la segunda puerta de dos varas de ancho, que al igual que las otras
puertas u portillos se cerrarían a una hora determinada de la tarde-noche, en
otros lugares se cerraba a las ocho de la tarde, una vez retornados los
agricultores de sus campos, para que no entrasen foráneos que contagiaran el
cólera. Paralela a Mateíco y al final de la Llana está el Callejón del Marqués
del Puente (Jacinto Benavente), este marqués tenía muchas posesiones de tierras
de labor en nuestro término, era uno de los más altos contribuyentes de la
villa, quizá por esta razón, a pesar de no inmiscuirse en la política municipal,
fuese merecedor en la nominación de la calle a juicio de los regidores
municipales, debió ser un reconocimiento a sus aportaciones al Ayuntamiento
como uno de los mayores contribuyentes de las arcas municipales. Como una prolongación de la calle del Marqués del
Puente esta el Paseo (Pío XII) que va a dar a la Calle Nueva (Calle de la
Constitución).
Siguiendo
por la calle a la izquierda en dirección contraria a la Calle Nueva, en donde
ahora es Manuel de Falla llegamos a la Calle del Huertezuelo. Por aquí, contaban los antiguos, se llegaba al
“albercón”, de los moros, como decían ellos. Sería el paso a la zona que hay al
otro lado de la carretera de Arjona la que hay hoy por debajo del campo de
fútbol y donde estaba el estercolero de Chamorro, conocido hasta hace poco con
el nombre del “Huerto de remolino”, una zona de abundante agua y una tierra
buena para criar hortalizas y verduras… que seguramente pudo ser una alquería o
rawd “huerto” en siglos anteriores.
Antigua Callejuela del Santo. |
Por
lo que respecta al 8º portillo se plantea realizarse en la Callejuela del Santo;
entendemos que se debe referir a la Callejuela del Posito, que todos conocimos
con ese nombre sólo que recortado, llamándola La Callejuela (del Ayuntamiento)
porque en la segunda mitad del siglo XIX, el Ayuntamiento se ubicó al lado del
Posito, como todos conocimos. La Callejuela del Santo es la que todavía persiste
entre el antiguo Posito y el antiguo Ayuntamiento, con una parte cubierta que
pertenecía al Posito, casa que todos conocimos después como la casa de Juan
Manuel García, padre de Pepe García “Motoroto” (mi tío). En este espacio se
creo en unos años el nuevo espacio de poder de la población, estaba la Ermita
de Jesús, el Posito y Ayuntamiento y las dos escuelas, una de niños y otra de
niñas. Por un lado estaba en principio el poder eclesiástico con la Ermita de
Jesús (El Santo); por otro se fue asentando el civil, representado por el
Ayuntamiento, que en un principio había tenido su sede en domicilio
particulares con una o dos habitaciones alquiladas a Dª Angustias en la casa
que fue de Enriquillo, justo donde hoy está la llamada por el pueblo”La plaza
del huevo” y que como iniciativa municipal y popular, podría llamarse “Plaza
del Beato Blas Palomino”.
Estamos
en la idea de que el poder eclesiástico atrajo a esta zona el resto de las
instituciones oficiales, ya que en 1768 se menciona que la población tiene dos
ermitas, una de Jesús, la otra de Santa Clara en el camino de Villanueva.
En la fecha de 1826 es la primera vez que se cita
la existencia del Posito de “La Higuera cerca de Arjona” por parte de Sebastián
de Miñano. Haremos una breve parada en nuestra narración para hablar del mismo,
consciente de que, de momento, su estudio no precisa de un nuevo artículo en
este blog, a falta de más datos; aunque es posible que algún día sea tratado de
nuevo en estas páginas de forma monográfica.
Los
positos eran instituciones municipales destinadas a almacenar cereales para su
préstamo a los agricultores en épocas de escasez. El pequeño propietario, el
arrendatario o el jornalero estaban en mala situación en estos años de la
primera mitad del siglo XIX y desde siglos anteriores. Pechaban con las cargas
tributarias, las rentas, los diezmos y los derechos señoriales, y tan apenas
obtenían beneficio tras el duro y abnegado trabajo del campo. El préstamo que
se hacía a los agricultores tenía carácter social y no especulativo. Si se
prestaba grano, había que devolverlo “con creces”; y si el préstamo era de
dinero, el interés medio que se cobraba oscilaba entre el 3 y el 4 %, que era
sensiblemente inferior al del mercado abierto. Y no podía ser de otra forma, ya
que quien acudía al posito a pedir prestado lo hacía para paliar el hambre, o
para poder sembrar. Así lo establecía la Real Cédula de 2 de Julio de 1792.
En
el año 1751 se crea la Superintendencia de Positos, dependiente de la
Secretaría de Estado de Gracia y Justicia, que regulará y centralizará toda su
administración.
Los
positos municipales los administraban los ayuntamientos, y con la creación del
posito se pretendía liberar al campesino de sus cargas feudales, dotarlo de
instrucción, y repoblar con colonos los espacios despoblados. Se pusieron en
cada pueblo bajo el gobierno y administración de una junta compuesta por el
corregidor, alcalde mayor u ordinario, un regidor, el diputado más antiguo, el
procurador síndico del común y un depositario o mayordomo con asistencia de un
escribano elegido por el ayuntamiento. La actividad tradicional de los positos
se centraba en la acumulación de granos en tiempo de abundancia, que se
prestaban a un tipo de interés bajo a los agricultores en el momento en que los
necesitaran, lo que podría paliar las malas cosechas y las crisis de
subsistencia.
Su
administración centralizada data de 1751, pero cambiaron sucesivamente de
dependencia y régimen administrativo. En 1792 dependían del Consejo de
Castilla. En 1824 pasaron a la Secretaría de Estado de Hacienda. En 1877 pasaron
a la administración de los Gobernadores Civiles. Finalmente, desde 1906 se
transformaron en bancos de crédito agrícola, aunque dependiendo de organismos
oficiales.
En
general la gestión se llevaba directamente en cada posito, y de forma bastante
satisfactoria. No faltan quejas contra el favoritismo de ciertos mayordomos que
repartían los créditos a su antojo, e incluso especulaban con sus fondos; como
tampoco falta quien los considera ineficaces: "en la necesidad son
inútiles porque faltan, y en la abundancia son gravosos porque sobran".
Desde
el año 1751, y mientras dependieron de la Superintendencia, el número de positos
aumentó de forma considerable así como sus reservas, fue su mejor momento. Si
tomamos como referente el año 1773, los datos totales sobre el número de positos
-municipales y píos-, sus fondos en dinero, y sus reservas en grano fueron los
que a continuación citamos, estudiados por G. Anes (1).
Datos
del año 1773
Número
de pósitos: 8.090
Reservas
en trigo y harina: 7.261.413 fanegas
Reservas
en granos menores: 351.437 fanegas
Fondos
en dinero: 43.069.791 reales de vellón
Estos
datos suponen un considerable aumento respecto a los existentes en el año 1751,
ya que únicamente los pósitos aumentaron en cerca de dos mil instituciones más.
Sin
embargo, para conocer realmente la capacidad de crédito habría que establecer
una relación entre sus fondos y el número teórico de habitantes beneficiarios.
El ya citado G. Anes ha establecido esta proporción para el año 1787, y ha
dividido la capacidad de los pósitos de cada provincia por el número de
habitantes de éstas; el resultado es un índice que sería el fondo por
habitante/año. El índice de Jaén como provincia, es el más alto de toda España
en la relación fondo del posito por habitante de la provincia y año, esta es la
única manera de calibrar la potencia de sus almacenamientos, resultando que de en
esta estadística, la provincia con más fondo por habitante/año era la provincia
de Jaén, al tener un índice de 158'57 reales.
Durante
su época dorada, los pósitos pudieron satisfacer la demanda de cereales a
precios más ventajosos que los del mercado. Pero además dedicaron parte de sus
reservas a otros servicios de interés público; pues se contrataron maestros y
médicos a sus expensas, y se realizaron obras públicas y de mejoramiento urbano
en las villas y ciudades. En este sentido su obra fue muy ilustrada.
Pero
al finalizar el siglo XVIII, el intervencionismo militar en el exterior
propició la caída y ruina de estas instituciones. Las guerras de finales del
XVIII contra Francia primero, y junto a Francia contra Inglaterra después,
ocasionaron grandes gastos que el erario público no podía soportar. Hacienda
sacó dinero allí donde lo hubiera, y los pósitos enseguida estuvieron en el
punto de mira de la maquinaría recaudadora del Estado.
Además de los tributos ordinarios, el Estado les exigió de sus fondos la concesión de unos préstamos extraordinarios. En 1798 fueron 14 millones de reales, y en 1799 fueron 48 millones. Estos y otros préstamos realizados hasta 1808 disminuyeron sensiblemente sus reservas, ya que nunca se devolvieron los préstamos forzados concedidos al Estado.
Años después superado el trauma de la ocupación francesa y la guerra de la Independencia, los pósitos subsistieron, pero nunca fueron lo mismo que en el S. XVIII. Su número se redujo en noventa años en 4.683 de los 8090 del año 1773. Su existencia languidecía poco a poco al tiempo que paralelamente empezaban a surgir otras fórmulas de crédito agrícola.
Además de los tributos ordinarios, el Estado les exigió de sus fondos la concesión de unos préstamos extraordinarios. En 1798 fueron 14 millones de reales, y en 1799 fueron 48 millones. Estos y otros préstamos realizados hasta 1808 disminuyeron sensiblemente sus reservas, ya que nunca se devolvieron los préstamos forzados concedidos al Estado.
Años después superado el trauma de la ocupación francesa y la guerra de la Independencia, los pósitos subsistieron, pero nunca fueron lo mismo que en el S. XVIII. Su número se redujo en noventa años en 4.683 de los 8090 del año 1773. Su existencia languidecía poco a poco al tiempo que paralelamente empezaban a surgir otras fórmulas de crédito agrícola.
Los
edificios que daban cobijo a los positos, al menos los que han sobrevivido, son
en general construcciones muy sólidas. Recuerdo las vigas de hierro, que
sostenían el piso de la primera planta de la casa de mis tíos, algo desconocido
en el pueblo en mis tiempos de niño.
Quien
primero menciona el Pósito de La Higuera cerca de Arjona es Miñano en 1826.
Probablemente existiera antes de esta fecha. La fecha como probable de su
creación debió de ser en 1751, año en que creció el número de positos en España
y su creciente cantidad de los depósitos de cereales en ellos.
Portada del Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal del Doctor Don Sebastián de Miñano. |
El
9º Portillo es el que se proyecta desde el Pósito hasta el cortijo de Fuentes. Suponemos
que llegaría este portillo hasta lo que es la placeta rellano que hay en la
subida, hacia el templo tras la casa de Juan el del agua. En el plano vemos
como va disminuyendo de grosor el perímetro de la manzana que va desde la
Callejuela del Posito a esta altura que refiero de calle, justo donde hoy
termina la calle Ramón y Cajal, hoy por hoy la calle con numeración mas
prolongada de la villa. El apellido Fuentes ha sido muy significativo a lo
largo de todo en periodo de actas analizado desde el año 1833 a 1875. En
numerosa ocasiones Pedro Sebastián Fuentes ha rubricado como Regidos mayor de
la villa las actas, cuando no lo ha hecho como regidor de inferior rango en
estos años. Por la costumbre hoy perdida de nombrar a los nietos con el nombre
del abuelo, supongo que este señor debió ser antecesor de Pedro Fuentes García.
Muchos nos preguntaremos hoy ¿Quién era este señor?, por su mantenimiento del
nombre y apellido supongo que no lo podrá identificar nada mas que su familia
directa, si lo hacen, por lo que acudiremos a la mejor fuente de identificación
antigua en el pueblo que es el uso del apodo. Supongo que este señor, que oía
de niño muy amigo de mi abuelo Pedro Galán y de D. Antonio Chamorro, era el
conocido en el pueblo como “El Pavico”, descendientes que según me informaron
familiares suyos, tenían relación familiar retirada con los “Fuentes” de la
familia Sebastián Fuentes benefactores de la Torre del templo del Cristo de la
Capilla y de la Residencia de Ancianos San Antonio. También hay otros “Fuentes”
en el pueblo, y no sabemos si originariamente pertenecían a la misma rama
familiar, pero nos inclinamos a pensar que era antecesor de los primeros
citados, por la rama de Pedros con primer o segundo apellido Fuentes que se
generó. También hay una calle, la Calle de Ildefonso Fuentes. (¿?) En una calle
pequeña que nos aparece con nombre y apellido. En el estudio de las actas desde
1833 a 1875 aparece en numerosos casos el nombre de este personaje, un
personaje de respeto y considerado como de los altos contribuyentes de la
población. En este caso por el nombre se apunta una nueva rama de “Fuentes”
también muy conocida en el pueblo, la de Ildefonso.
Llegados
a este punto nos encontramos en la encrucijada de que con los nombres de las
personas nada se puede localizar…, en ese trayecto estaría ubicado el Cortijo
de Fuentes (9º) y desde allí el Portillo 10ª a las Casas de Viedma, el Portillo
nº 11 estaría situado entre la Casa de Viedma y la de Covo, para cerrar ese
trayecto con el Portillo 12 que iría desde la Casa de Covo a la calle Berdejos.
Si
miramos el plano del pueblo de 1889, contemplamos que al llegar a este lugar
del Cortijo de Fuentes, el portillo próximo a cerrar, es decir el nº 10, es el
que nos haría llegar a lo que hoy es el cruce de Cuatro Caminos, donde estaría
la casa de Viedma, ya en la subida desde Cuatro Caminos hacia la hoy redonda
que nos lleva hacia arriba hasta la zona del templo calatravo y continua hacia
el Charcón como salida de la parte alta del pueblo a Andujar.
Algo más arriba y coincidiendo con el cierre de la
calle antes de Las Piedras, por las granes losas que le servían de pavimento,
después Canalejas, Capitán Cortés, y hoy de nuevo Canalejas, debió estar la
casa de Covo que sería la del portillo nº 11. El Callejón de Covo era un
callejón sin salida, estaba situado abajo, junto al lateral de ese pequeño
rectángulo que queda a la izquierda de la calle, casi continuación o prolongación
de la callejuela sin nombre (porque siempre ha sido testero de casas de un lado
y otro sin puertas de domicilios) que viene de arriba, y continúa con una calle
cerrada tipo “Salsipuedes” que vemos en otras poblaciones, y que posiblemente
fueran el emplazamiento de la muralla medieval, ambos espacios perpendiculares a calle Las Piedras.
Desde esta parte de la calle hacia arriba fueron apareciendo numerosos “silos”
que se han encontrado en otras muchas casas de la zona oeste del pueblo hacia
la parte norte, la más alta del pueblo. Los silos eran agujeros en la tierra, que
parece ser tuvieron distintas funciones, almacenamiento de granos, lugares de
ocultamiento en caso de invasión árabe, etc.; oquedades que en muchos casos
fueron utilizados finalmente como basureros caseros.
En esa misma dirección hacia arriba y cerrando la
siguiente calle en perpendicular estaría la casa de Berdejos en el cerramiento
del portillo nº 12. Es la hoy llamada calle Blas Otero, que figura como Calle
de Arjona que enlazaba con el Camino de Arjona y la calle de Pelayo.
Perpendicular a esta calle la calle Campanario.
Curiosamente la Calle de Pelayo (Blas de Otero),
termina en el plano en un altozano. Es curioso que en poblaciones cercanas como
Andújar haya numerosos nombres de altozanos, y nosotros sólo tuviéramos éste
que no conservamos, que daba también nombre a otra calle, la Calle del Altozano.
Es la parte final de la Cuesta o Calle de la Amargura, a un paso del espacio
llamado Campillejo que era un espacio abierto donde hoy está la calle
Buenavista, el final de la Cuesta de los Caballos y al frente las últimas casas
de la Calle los Álamos, hoy Doctor Fleming.
De
todo lo anterior no tenemos referencias, aunque sí podemos encontrar en el Callejero
Decimonónico que hay una calle que se llama de Cobo, también en esta acta
aparece un “Covo” como referencia. En este Callejero de finales del siglo XIX,
encontramos el callejón ciego referido, cruzando la calle las Piedras, y
después en zig-zag a la izquierda por la hoy Calzada de la Iglesia hacia arriba
a la calle Campanario.
Desde
la iglesia hasta la calle Las Piedras aparece con una caligrafía ilegible
¿Calle de la Concordia? Parece un nombre muy actual para los tiempos a que nos
estamos refiriendo, es posible que con este nombre se refiera al “Abrazo de
Vergara”, que puso término a la Guerra Carlista años antes.
Toda
esta parte más alta del pueblo es un espacio con una defensa natural
formidable, de forma que en caso de necesidad de protección con pocos medios,
una muralla en la parte noroeste y pozos defensivos en el resto bastarían para
repeler cualquier ataque o incursión. Es muy posible que desde tiempos
prehistóricos, quizá desde el Neolítico este poblamiento fuese de mayor
envergadura que el de la Atalaya, y esta supremacía se prolongaría en el tiempo
durante muchos años. En este espacio se han encontrado el ya mencionado aljibe
romano y abundantes restos ibéricos. No olvidemos que toda la estructura urbana
que estamos reflejando en este momento tiene su origen en el siglo XIII, a
partir del año 1225 en que de nuevo cayó la aldea en manos cristianas tras la
entrega de Al-Bayassi, el rey moro de Baeza, a Fernando III “El Santo” junto a
la villa de Andujar con la aldeas de Figueruela y Villanueva.
Cuando la Orden de Calatrava toma posesión de estas
tierras, lo primero que hizo fue construir un castillo y una iglesia. Las iglesias antiguas tienen todas la
dirección este a oeste, por reminiscencias del culto al Sol, colocándose la
cabecera del altar orientada al este. Durante gran parte de la Edad Media las
iglesias también hacían la función de cementerios. La Tercia presenta esta
orientación, existen testimonios que en paredes que tiraron en la parte del
oeste, la que daba a la era del castillo, salieron restos humanos y no es de
extrañar, la Tercia debió ser la primera iglesia, y los enterrados en la casa
de Dios suponían tendrían más cerca la salvación. La puerta del edificio antiguo
edificio de esa iglesia es pequeña para poder ser la puerta de un castillo, se
requería posibilitar la entrada de caballos y carruajes con facilidad en ella,
y por las dimensiones de la misma esto no sería posible, luego eliminemos la
idea de que la Tercia son los restos del Castillo que refieren los textos de Eslava
Galán. El castillo tenía otro emplazamiento, estaba situado en el espacio que
una vez destruido ocupo la llamada “Era del Castillo” (solar del Castillo), en
el espacio que hay entre la Tercia y la cabecera del templo calatravo, aunque
en la parte próxima al templo debieron estar los restos de los muralla, pues si
nos fijamos en la ilustración de esta parte del plano de 1889, en el espacio rodeado
de rojo, podemos ver como una parte del muro continúa siguiendo la pared de La
Tercia varios metros, ese muro era del castillo. Iglesia (Tercia) y castillo
estaban alineados, porque era la misma construcción y de la misma época,
construidos por los calatravos.
Detalle de las construciones alrededor del antiguo castillo, del cual en el plano sólo queda el espacio con el círculo rojo. |
Por
tanto, la Tercia, en su inicio, era la iglesia antigua de nuestro pueblo. No
hay que extrañarse que no quede ni una piedra del castillo, se utilizaron las
piedras de su estructura para las nuevas construcciones.
La
Tercia es un edificio de fachada sólida, muros de mampostería con un vano de
arco de medio punto de ladrillo. En el interior, en la parte norte, existían
unas arcadas de bóvedas estrechas y arcos apuntados góticos en los que contrastaba
la finura de su fábrica con la tosquedad del exterior. Todo derrumbado y al
parecer no hay ninguna fotografía que dé testimonio de esta construcción. Desde
su origen este edificio ha tenido diversas funciones además de iglesia o
cementerio; una sería la de almacenaje del cereal recaudado por aquello del
tercio, de ahí el nombre que ha permanecido, la última utilización fue de
corral para engorde de cerdos y leñera. Probablemente pasó a manos privadas con
la Desamortización de Mendizábal. El Ayuntamiento actual debería hacer un
esfuerzo y adquirirlo, que es patrimonio de todos, lo único que hemos heredado
de los calatravos, que tanto se llevaron de nuestro pueblo. En realidad nuestro
pueblo no despego en el progreso hasta que se libraron de la sisa de los bienes
por la Orden de Calatrava.
Cuando
surge la necesidad, en el siglo XV, de construir una nueva iglesia, se presenta
el problema del lugar. Los edificios religiosos se consideraban que estaban
construidos en un “lugar mágico” de ahí que unos se edificaban sobre los
cimientos de los anteriores. La nueva iglesia debe construirse los más cerca de
La Tercia, en el castillo no podía ser, todavía tenía su función. Ya, en época
más tranquila, se hace fuera del pueblo, al otro lado de la muralla. La Higuera
de Andujar, estaba fortificada por el Castillo, y rodeada de muralla en una
parte en el sector oeste. En 1831 en el Diccionario Geográfico Universal de la
Sociedad de Literatos se dice que hay un pozo “extramuros” donde la población
se abastece de agua. Y en el Diccionario de Madoz se escribe que la iglesia Sta
María de Consolación se encuentra fuera del pueblo. La muralla estaba entre la
nueva iglesia calatrava, el Castillo y La Tercia. (Manolo Jiménez, artículo:
Callejero Decimonónico).
http://lahiguerajaen.blogspot.com.es/2011/09/callejero-decimononico.html.
Parece
claro que este cerramiento que proyecta el expediente propugnado por la
Excelentísima Diputación Provincial, plantea hacer cerramientos entre las
esquinas de las casas de los señores citados con anterioridad. En algunos de
sus posibles cerramientos se tendría en cuenta lo que de aprovechable tendría
la antigua muralla en el casco más antiguo de la villa, que suponemos había
quedado ya algo dentro de la población y no en el borde, razón que argumento
sería la causa de su destrucción.
Para
el establecimiento de la Puerta 13ª, suponemos estamos en los alrededores del
Templo donde estaría la calle de Berdejos, y en una de las esquinas estaría la
casa de Ramírez (citado como Maestro alarife Francisco Ramírez) que debería
abrir una puerta. La Puerta 14ª se plantea se realice entre la citada casa de
Ramírez y la Iglesia. Aquí se colocaría la tercera puerta de dos varas de
ancho, que facilitaría la entrada y salida desde esa latitud para Arjona y
Andujar.
Entramos
en un capítulo nuevo que es el de la cita de una torre de la Iglesia con las
casas de enfrente, para situar la puerta 15ª. Nada conocemos de la existencia
de una torre de la Iglesia, que bien podría tener la ubicación que tiene hoy la
construida con fecha de terminación el día de la muerte del Papa Pío XII, el 9 de
octubre de 1958 (Según me refería recientemente Isidoro Liébana, hijo de su
homónimo Isidoro Liébana Arroyo, maestro de obras de la torre, hace poco más de
dos meses en Lahiguera.)
La
puerta 16ª bien podía estar proyectada a continuación entre las casas enfrente
de la torre antigua y la Casa de la Escuela, que sería la primera escuela
existente en la villa, con el carácter de escuela parroquial tal como refería
en el anterior artículo. Sería una construcción parroquial donde hoy está
ubicada la casa del recordado “Cartucho”.
La
Puerta 17ª cubriría el espacio existente entre la Casa de la Escuela y el
Molino del Vizconde, molino que destruido, sólo conocimos sus ruinas, en el
espacio anterior a la entrada al cementerio antiguo, los herederos de los
propietarios adjudicaron el terreno a Cartucho, que durante muchos años había
pagado la contribución del mismo, perdido en interés de la propiedad por sus
legítimos herederos. Era dirección norte la de este cerramiento, el molino del
vizconde bien lo podemos situar en la antigua y localizada “Molina”, y entre la
iglesia y la Molina, la Escuela de la Villa.
Al
otro lado en dirección este del Molino del Vizconde debió haber una casa de las
Monjas, allí se ubicaría la puerta 18ª del cerramiento de la villa. Lo que sigue debió estar al norte en dirección
este. La casa de las Monjas y el Portillo del Álamo, del cual por el callejero
decimonónico sabemos que en este lugar se sitúa la calle de los Álamos. En la
calle Los Álamos, a espaldas de la calle Ancha se colocaría el portillo 19º,
después el 20º entre la calle Los Álamos y la calle de Morales. Desde este
portillo se pasaría a la calle del Aire, portillo 21º, que felizmente hoy
conserva su nombre, y desde la calle del Aire se cerraría con la Callejuela del
Horno en el portillo nº 22. La calle del Aire es la que va desde la calle Ancha
hasta el inicio de la Cuesta de los Caballos, que aquí es llamada la calle del
“Orno”.
La
configuración del espacio de la calle Ancha y la calle del Aire es muy
diferente de lo que después conocimos, a esa zona abierta se le llamaba Calle
del Campillejo (Calle Ancha y del Aire) tal vez el nombre se deba al amplio
espacio de campo que aparece hacia abajo, donde se comprueba que todo lo que
ahora es calle Buenavista y aledañas no existían. Como se aprecia, gran parte
de la calle Ancha está sin edificar. Igualmente está sin edificación la zona
que hay hasta la calle Pelayo.
Finalmente
en los arenales o cuesta del Horno se concluiría el cerramiento que se
proyectaba aquel año para eludir los contagios de una enfermedad como la
epidemia de cólera que diezmó la población de la villa por aquellos años desde
1833 en adelante.
Con
esto se ha cerrado el cerco con el tapamiento de los portillos y la colocación
de tres puertas de dos varas de anchas, que se suponía mantendría a la
población aislada de los visitantes y foráneos de las poblaciones de su
circunvalación o circunvalantes que contagiaban el cólera.
Por
la situación de las dos puertas de abajo, la del Cortijo del Caño y la de la
Callejuela de las Zahúrdas, y la de la casa de Ramírez arriba, es fácil
predecir que las comunicaciones a rueda se realizaban desde estas tres salidas
naturales de la villa para llegada y salida de las diligencias, y que los
portillos tendrían un tamaño mucho menor y dedicados exclusivamente al paso de
personas. El portillo, palabra del siglo
XIX era tan solo una pequeña puerta que permitía el paso de personas.
Reconozco
que quedé algo sorprendido cuando al llegar a la lectura de las Actas
correspondientes a este año de 1838, comprobé el contenido del acta única que
figura en el Archivo Municipal de Lahiguera. El proyecto parece hoy algo al más
que sorprendente, pero tenemos que situarlos en las inquietudes de la población
asediada por las incursiones de los militares carlistas, por los bandoleros y
sobre todo por la epidemia de cólera morbo, que aconsejaba establecer cordones
sanitarios y cerramiento de poblaciones con el fin de eliminar los contagios de
la enfermedad; por todo ello no es de extrañar que, a petición de un escrito de
la Diputación Provincial de Jaén, llegase a convertirse en un asunto digno de
ser tratado por los habitantes de la villa, y las autoridades municipales
decidieran poner manos en el asunto, y comenzasen a redactar un expediente en
el que se recogieran todos las gastos y circunstancias que hicieran viable, y realizable tan sorprendente proyecto y así se
tomasen medidas para que se proyectase el cerco de la población. Entre la
inestabilidad política de aquellos tiempos sólo podía deberse la necesidad del
cercado de la población a tres causas, por una parte las incursiones carlistas
por Andalucía, tales como la que desarrolló el General Carlista Miguel Gómez
Damas por el año 1836, al apogeo del bandolerismo, y a la gran epidemia de
cólera morbo que asolaba España y especialmente Andalucía desde hacía ya unos
años.
Así
pues daremos un repaso a las tres circunstancias, aunque mi opción es que la
causa más fuerte fue la expansión del cólera morbo.
En
el siglo XIX tuvo lugar el apogeo del bandolerismo, una delincuencia surgida de
las cuadrillas de guerrilleros o brigantes en la Guerra de la Independencia
que, al terminar, se encontraron sin poderse quedar incorporados al ejército
regular del Reino. El reinado de Fernando VII fue especialmente proclive a su
aparición, cuando el ejército regular fue sustituido por los Cien mil hijos de
San Luís, pagados por el monarca, que no se fiaba de su propio ejército y lo
sustituyó por la milicia de los Voluntarios Realistas. Los Voluntarios
Realistas eran un grupo de hombres de cada pueblo que a modo de cuerpo militar
estaba presente en casi todas las poblaciones del reino; era una fuerza constituida por personal voluntario con
asignación económica que realizaban funciones mixtas entre milicia y policía,
siendo destacado su papel en la persecución de las partidas de bandoleros pero
también centrados en la persecución de los elementos liberales defensores de
las ideas propugnadas en la Constitución de 1812. Aunque militarmente estaban
al mando del capitán general de los ejércitos, dependían sin embargo de los
ayuntamientos de las ciudades, villas y lugares, siendo su jefe local, el
alcalde. Citando textualmente a Rodríguez Martín, “Los voluntarios
nacieron del fervor monárquico y antiliberal de 1823 basados en la total
adhesión al trono. Engrosaban sus filas individuos de probado amor al Soberano,
buena conducta, reconocida honradez y decididos a defender con las armas el
orden imperante. Componían, bajo el carácter de entidad cívico-militar la
segunda reserva del Ejército; desde su fundación, gozaban, además de la máxima
confianza regia, de un excepcional permiso para ejercer la policía en el
interior de las ciudades, poseer un reten donde no existieran fuerzas del
Ejército, pedir pasaportes a los extranjeros, celar los establecimientos
públicos, concurrir armados al toque de incendios o alarma, acudir al
requerimiento de las autoridades locales en caso de necesidad,
perseguir y aprehender malhechores o desertores y conducir presos”.
“Los Voluntarios fueron el brazo armado de la
ideología conservadora del absolutismo, la del Trono y el altar”, los
absolutistas puros o ultras, anclados en una ideología feudal, adoctrinada por
los sectores reaccionarios de la nobleza y por los elementos más fanáticos de
la Iglesia. Se identificaban con una escarapela o divisa que llevaban en
el sombrero” (2).
Tras
su disolución por la reina Regente, en 1833, muchos de los Voluntarios
Realistas se integraron en los ejércitos carlistas para defender la causa de
Carlos María Isidro. En su lugar los gobiernos liberales impulsaron la
Milicia Urbana recogida en el Estatuto Real, y más tarde la Milicia Nacional,
en 1837. La referida Milicia Urbana fue el pilar básico de la seguridad de los
pueblos y sus campos desde ese momento, siendo a la vez policía urbana y rural.
Los miembros de la Milicia Urbana eran seleccionados entre los vecinos con
probada rectitud, que se habían ganado la confianza de las autoridades locales,
en quien depositaron la seguridad de la villa y de los campos.
Junto
a la Policía local y la Milicia Nacional, los guardas de campo, se distribuían
a diario por los diferentes pagos del término municipal de la villa, para
velar también por la seguridad de los campos, advirtiendo con tiempo sobre la
aproximación de partidas carlistas o de bandoleros a la población, de uno u
otro signo.
Un
análisis mínimo del fenómeno del bandolerismo, precisa necesariamente de su
vinculación a la realidad social y económica, que vivió Andalucía a lo largo del
siglo XIX. Una realidad claramente definida por el predominio, a todos los
niveles, de una nueva clase burguesa acaparadora de tierras, que junto a la
pervivencia de la antigua nobleza latifundista, favoreció la consolidación de
un modelo de propiedad agrícola socialmente injusto, que vino a dar al traste
con cualquier posibilidad de progreso de las clases sociales más débiles, a las
que irremisiblemente se les relegó a situaciones de gran pobreza o pobreza
extrema, cuando no de autentica marginalidad social. Fue de entre estos
estratos más pobres, vinculados por necesidad al trabajo en el campo en régimen
de jornaleros, de donde surgen las personas, que forzadas por una situación
especialmente adversa, deciden marchar al campo para vivir “al margen de la
ley”. Agrupados, se organizan en partidas, más o menos numerosas, bajo el
liderazgo de un jefe ciertamente carismático, al que deben fidelidad y
obediencia, procurando actuar casi siempre en defensa de los sectores sociales más
débiles de la comarca en la que operan, a los que ya conocían y ayudan
económicamente, a cambio de silencio y de obtener su complicidad en los
momentos que la necesitasen para ocultarse o eludir la acción de la
justicia. Fue la época de bandoleros como Juan Delgado, los siete niños de
Écija, especializados en asaltar cortijos; Diego Padilla, más conocido como
Juan Palomo, Jaime el Barbudo, José María Hinojosa, más conocido como el
Tempranillo, etc.
José María Hinojosa, conocido como José María El Tempranillo. |
No
fue extraño por ello que, con el tiempo, aflorase también cierta complicidad
entre las partidas de bandoleros de Andalucía y los movimientos liberales progresistas
del XIX, con cuya meta de libertad y justicia, para los más necesitados, se
verían más identificados los sectores populares del campo andaluz, que lo que
podían serlo con el poder absolutista. De este modo jefes de importantes
partidas como la del célebre José María Hinojosa “El Tempranillo”, o Juan
Caballero o “Botija” de Torre del Campo ayudaron en los años de mayor
actividad bandolera, entre 1827 y 1832, al triunfo de las intentonas
liberales, para desbancar del poder a los gobiernos fernandinos, tan proclives
a la consolidación de las viejas estructuras sociales y políticas del Antiguo
Régimen y bastante remisos a favorecer procesos políticos de signo
liberal-democrático, que fuesen dando mayor protagonismo al pueblo.
Una
nueva amenaza se añadió a las ya mencionadas desde la declaración de
guerra por el aspirante al trono Carlos María Isidro, en octubre de 1833. Las
pretensiones del hermano del fallecido Fernando generaron un ambiente de
contienda civil en gran parte del país con esporádicos episodios de guerrilla
en Andalucía, Extremadura y La Mancha. Ello vino a empeorar,
todavía más, el estado de miseria de las poblaciones andaluzas que se
encontraban al paso del camino que unía Andalucía con la Corte. La cercanía de Sierra
Morena propició, además, que las acciones guerrilleras de las facciones
carlistas lideradas por jefes como Miguel Gómez, Antonio García de la Parra
“Orejita”, “Palillos”, Isidoro, Basilio, Muñoz, y Choclán (Arjonilla),
encontrasen escondites seguros desde donde lanzar sus operaciones de sabotaje y
saqueo contra estas poblaciones, proporcionando un continuo desasosiego a sus
habitantes, y un elevado coste económico a las arcas de los municipios, que
tuvieron que sufragar, con provisiones y dinero, los costes de la guerra y las
exigencias de los guerrilleros, además de las aportaciones continuas de jóvenes
para la milicia. Estas operaciones de acoso las detectamos desde 1834, siendo
los momentos álgidos entre 1835 y 1838.
Era
una situación de enquistada penuria económica y falta de libertades públicas,
que se iba a sufrir a lo largo de todo el siglo XIX, a través de una serie de coyunturas
políticas de gran crisis e inestabilidad, aún más profundas que las hasta
ahora vividas, y que empeoraron la vida, ya de por sí bastante penosa, de los
jornaleros y pequeños artesanos de las zonas rurales de nuestra Andalucía. Será
en este tiempo, cuando resurja el ya antiguo movimiento de rebeldía social tipo
guerrillero, con mucha mayor virulencia, y se constituya el fenómeno del bandidaje
o de los bandoleros, tal como fueron popularizados en la literatura romántica
por los viajeros franceses e ingleses, de visita por nuestra región.
Este
periodo histórico que tratamos, fue una etapa de graves dificultades económicas,
etapa que traía ya su origen desde tiempo anterior, a consecuencia de los
efectos de la guerra de la Independencia contra los franceses y de la
deuda contraída con los banqueros franceses que obligó al pago de los
empréstitos tomados años atrás. (3)
Conviene
recordar que desde la guerra de la Independencia, las poblaciones ribereñas del
Guadalquivir habían sufrido gran merma en sus ya de por sí precarias economías,
sobre todo por las fuertes imposiciones tributarias a las que constante mente
eran sometidos por la Corona, para contribuir a sufragar los gastos que la
contienda bélica carlista generó en el Reino, y la merma de la fuerza del
trabajo de la juventud agrícola trabajadora, que en su sector masculino de la
población se vio sometido a continuos reclutamientos para la guerra, con la
consiguiente pérdida de sus efectivos más jóvenes y productivos
para el campo.
Las
peticiones de ayudas para la guerra fueron una constante a lo largo de 1835 por
parte de los gobernadores civiles. En noviembre de ese mismo año, el Gobernador
Civil de Jaén.
“invitaba a las corporaciones municipales y
eclesiásticas a conseguir donativos voluntarios para el sostén de los
defensores del trono legítimo de nuestra adorada Isabel II y libertades patrias
y así cooperar con sus intereses al exterminio de la guerra fratricida que nos
aflige y en su consecuencia ha decretado se oficie al Sr. Prior de esta
parroquia y al Sr. Comandante de armas de la Milicia Nacional, para que cada
uno por su parte excite a sus subordinados a tan santo y grandioso
objeto, haciéndolo el Ayuntamiento respecto a las personas acomodadas de este
pueblo, y además por medio de un edicto al público, nombrando una comisión en
su seno que los manifieste al objeto y reciba las ofrendas que se sirvan
hacer”.
Asalto de ladrones a la diligencia de Francisco de Goya. |
El
Gobernador Civil de Jaén alertaba, el 13 de julio de 1836, a las autoridades de
las poblaciones cercanas a Sierra Morena, para que se tomasen todas las medidas
y disposiciones, que se crean útiles y necesarias para la conservación del
orden y tranquilidad pública en todos los pueblos de la sierra, y en todos los
vecinos, hasta el término de dos leguas, aproximadamente unos 15 kilómetros si
consideramos la medida de legua más usada en la época. Esta claro que nuestra
proximidad a Andujar, Villanueva de la Reina y Marmolejo nos condicionaba muy
seriamente.
El
Eco del Comercio de Madrid en su crónica firmada en Andújar el 29 de julio de
1836. Decía así:
“Ayer, como a las tres y media de la mañana,
fue cercado el pueblo de Marmolejo, distante legua y media de esta ciudad, por
unos 70 bandoleros a caballo al mando de los cabecillas Orejitas, Gabino y
Matalauvas, quienes al momento se apoderaron de unos 100 labradores que dormían
en el campo. El benemérito comandante de armas y decidido patriota, capitán de
la Guardia Nacional de ésta, Don Juan Romeu, apenas recibió el aviso de esta
ocurrencia, mandó tocar generala y reuniendo inmediatamente unos 70 u 80
nacionales de la Compañía Volante que hay en ésta, 24 de caballería y tercera
de línea, y 8 escopeteros de Andalucía, salió en su persecución para el punto
atacado, el que afortunadamente aún no había sido presa de los bandidos. Apenas
divisaron a nuestros lanceros huyeron cobardemente llevándose prisioneros a los
labradores y se internaron en la sierra donde fueron perseguidos al gran
galope, logrando rescatar los prisioneros después de cuatro leguas de marcha,
cogiéndoles también infinidad de mantas, sombreros, escopetas, y otros enseres
que iban abandonando en su fuga; por cuya precipitación y conceptuar imposible
que los caballos pudiesen resistir más, mediante que algunos de ellos murieron
reventados, se tocó retirada, la que se efectuó al citado pueblo de Marmolejo,
desde donde regresaron a éste, en unión de la infantería”.
En
ese sentido la preparación del presupuesto para 1836, en muchos pueblos de
nuestra provincia, fue todo un complicado encaje de bolillos para poder atender
el gasto corriente y satisfacer, al mismo tiempo, los recursos necesarios para
el sostenimiento de la Milicia Local, en aras de la seguridad del pueblo frente
a las facciones carlistas y bandoleros.
Pocas
fechas después, de nuevo la comarca del alto Guadalquivir de Andújar se vio
alterada por episodios violentos achacables al conflicto carlista, en esta
ocasión provocados por la irrupción en estas tierras del general carlista
Miguel Gómez durante los días 28 y 29 de septiembre, conocida como la
“Expedición de 1836”. Este tipo de incidentes mantuvieron en alerta a los
pueblos asentados entre el Guadalquivir y Sierra Morena desde septiembre de
1836 al verano de 1837, si bien desde julio ya era temidas las acciones
del cabecilla Orejitas que por su cuenta realizaba diversas operaciones de
saqueo para proveer a su partida de bandoleros.
El
general Miguel Gómez Damas había nacido en Torredonjimeno en 1785; estudiante
de Derecho en Granada en su juventud, abandonó los estudios tras el alzamiento
contra la invasión de las tropas francesas en 1808, ingresando como subteniente
en el ejército y tomando parte en la batalla de Bailén. Defensor acérrimo de las
ideas absolutistas, durante el trienio liberal, comenzó a conspirar
contra los sucesivos gobiernos liberales. Con la restauración absolutista,
propiciada por la intervención militar de los Cien Mil Hijos de San Luís
(1823), Miguel Gómez logra frenar un movimiento liberal en Cádiz que le vale la
comandancia de Algeciras, cargo del que será depuesto durante la Regencia de
María Cristina por sus ideales antiliberales y absolutistas.
Cuando
estalla la primera guerra carlista en 1834, Gómez se encamina a Navarra para
ponerse a las órdenes del general carlista Tomás de Zumalacárregui. Enseguida
es nombrado jefe de su Estado Mayor participando en distintos episodios bélicos
de la contienda junto al pretendiente al trono don Carlos María Isidro. En
junio de 1836 iniciaba una peculiar expedición compuesta por 2700 infantes y
180 jinetes. Partió en dirección a Asturias y Galicia y más tarde a
Andalucía, donde penetró en la provincia de Jaén por Villanueva del
Arzobispo ocupando sin resistencia alguna Úbeda y Baeza, y poniendo en jaque a
las poblaciones del alto Guadalquivir como Andújar, Marmolejo y Montoro. Desde
Úbeda y Baeza, Gómez se acercó a Bailen, y de Bailen bajó a Andújar, a Pedro
Abad y al Carpió y llegó al puente de Alcolea, camino de Córdoba. La fuerza de la Milicia Nacional
de Caballería organizada en la provincia para detenerle, nada pudo hacer por conseguirlo
por las escasas fuerzas disponibles.
En
el largo recorrido por España se le habían ido uniendo gentes de
simpatías con la causa absolutista hasta llegar a juntar, en algunos momentos,
hasta seis mil hombres. Cuando llegó a Andújar, a final de Septiembre, se
presentó con una columna de más de 1000 hombres. El alcalde Juan
Nepomuceno, la Milicia Local y otras personas contrarias al carlismo hubieron
de huir hacia Córdoba al no poder poner resistencia con sus escasas fuerzas a
los facciosos. Mientras tanto, se hizo cargo del Ayuntamiento una Junta con la
misión de conservar el orden público durante la estancia de los carlistas en la
ciudad. Gómez “señor y dueño de la situación exigió que se le entregaran
doscientos mil reales y raciones de alimentos para su tropa a costa de imponer
contribuciones extraordinarias sobre los vecinos. Las cantidades adelantadas a
tal fin por los mayores hacendados locales serían devueltas entre 1838 y 1843,
mediante un repartimiento o impuesto general conocido como la “exacción de
Gómez” que gozó de pocas simpatías entre el vecindario y que a veces fue
difícil de recaudar “(4).
Relación de sacrificados por la Partida de Los Palillos en la villa de Orgaz el día 26 de febrero de 1839. |
Las
exigencias de la expedición de Miguel Gómez y del cabecilla Antonio
García de la Parra “Orejita” a las autoridades marmolejeñas,
representadas en la persona del alcalde Vicente Orti Criado no fueron de menor
calado. En un oficio enviado a la Diputación Provincial un año después de
aquellos acontecimientos, julio de 1837, se cuantificaban los daños ocasionados
entre julio y septiembre de 1836 por las facciones de Orejitas, y Gómez, y de
otras partidas (presumiblemente la de Palillos), en más de 30.000 reales,
cantidad a la que ascendieron todas las raciones en alimentos, y las cuantías
en metálico exigidas por los rebeldes. Las calamidades que sufrió esta
población, dice el alcalde, “van a pesar sobre el corto número de propietarios,
exceptuando el labrador de tierras y olivos, comercio, el empleado, el que vive
de las rentas, el ganadero menestral…que por tener la mayor parte de sus
intereses dentro de la población, se liberaron de la agresión facciosa que
hicieron unos y otros”. Muchas de las aportaciones en metálico o especie, que hubieron
de hacer los propietarios marmolejeños más solventes, les fueron luego
resarcidas a través de un repartimiento vecinal impuesto a la población en los
meses siguientes a verse la localidad cercada por el cabecilla Orejita,
en julio, y por la facción de Miguel Gómez en septiembre.
Otro
tanto ocurrió en Andújar durante la presencia de las tropas de Miguel
Gómez con el saqueo de sus tiendas y casas de labor. La casería de
Villalba, que el marqués de Falces poseía en el término municipal de Marmolejo,
fue saqueada, robándole caballos, grano y dinero por un valor de 66.418 reales (5).
Las
acciones de la guerrilla carlista se iban a intensificar a partir del
verano de 1836. El carlismo obtuvo, no obstante, algunos adeptos en la
provincia de Jaén en sectores vinculados a la iglesia como el obispo Diego
Martínez Carlón desterrado por los liberales en 1836 al ser considerado
carlista. Este tipo de conflictos entre Iglesia y Estado, tal como
comprobaremos en el texto de Pirala algo más adelante, fueron frecuentes en
tanto que la Iglesia se consideraba especialmente perjudicada con la pérdida
del patrimonio, que le habían supuesto las desamortizaciones de bienes
impulsadas por los gobiernos liberales de mediados del XIX, si bien también
hubo otros sectores del clero secular al frente de las parroquias de
pueblos pequeños y ciudades medianas que adoptaron una práctica de apoyo
incondicional a la reina Isabel II y su causa liberal.
La
confluencia de todos estos factores, asociados a los males endémicos de nuestra
pertrecha economía, acabó debilitando, aún más si cabe, los recursos del país. Por
todo ello se considera esta etapa de comienzos del segundo tercio del siglo
XIX, como la de mayor intensidad del bandolerismo con partidas bien organizadas
en nuestras comarca y otras comarcas andaluzas, como fueron las de Juan
Caballero, José María el Tempranillo, Botija, o Los siete niños de Écija.
Estos
momentos, tan penosos y generadores de situaciones calamitosas entre las poblaciones
campesinas, los vamos a encontrar en el periodo de regencia de María
Cristina de Borbón (1833-1840) marcada por la sublevación de los
carlistas, o partidarios del aspirante a la corona Don Carlos (hermano de
Fernando VII) que no reconocían como sucesora a la Infanta Isabel. Don Carlos pretendía
la continuidad del régimen monárquico absolutista mientras que la opción de la
Regente y de su hija, la futura reina Isabel II, (también apoyados por los
sectores liberales del país), perseguía la instauración del régimen
democrático liberal, que había nacido en las Cortes de Cádiz en 1812. Se
entraba así, en un periodo convulso de guerra civil (1ª Guerra Carlista), entre
emergentes partidarios del liberalismo y los deseosos de mantener en el Reino
las esencias de la monarquía absolutista, cuyas acciones bélicas de Carlistas, y
de saqueo en muchos pueblos de España y de Andalucía, añadieron miseria y
desolación a los sectores sociales anacrónicamente más débiles, siendo
especialmente temidas en nuestra comarca las acciones llevadas a cabo por
partidas de carlistas rebeldes de “Palillos” (los hermanos Vicente y
Francisco Rugero); Miguel Gómez, Mariscal de Campo de Don Carlos; Antonio
García de la Parra, el tristemente famoso “Orejita” (otras veces conocido por “Orejitas”),
y José Peñuelas. Curiosamente gran número de estos cabecillas carlistas
procedían de Ciudad Real y desde allí extendieron sus actividades hacia la
provincia de Jaén y Córdoba amparándose en los intrincados laberintos
montañosos de Sierra Morena.
Grupo de viajeros cruzando el paso de Despeñaperros. |
El
historiador y político liberal del XIX, Antonio Pirala decía así:
“Dentro de la región manchega, la provincia de
Ciudad Real sería uno de los escenarios más agitados, donde muchos de los
guerrilleros, que habían combatido contra la invasión francesa, volvieron a las
armas en apoyo de don Carlos, fuertemente respaldados y aun alentados por el
clero, en defensa de un modelo de sociedad que parecía amenazada en sus
fundamentos por los principios del régimen liberal tras la muerte de Fernando
VII. A este factor religioso y, sobre todo, clerical del carlismo manchego,
hay que añadirle, para su comprensión,
la defensa de las tradicionales formas de
propiedad, tanto de la eclesiástica como de la comunal de los municipios,
objetivo ambas de las medidas desamortizadoras del Estado liberal. Sus
militantes son partidas de campesinos, de artesanos y de jornaleros,
enardecidos por los párrocos de los pueblos, que actuaban como expertos
conocedores del terreno y de la táctica de la guerrilla. En nombre de Carlos V
(Don Carlos) levantaban partidas de 100 ó 200 hombres y su primera
operación era apresar a los más pudientes de un pueblo, exigirles grandes
cantidades y repetir tales hazañas a su paso”.
De
ahí que el propio Pirala concluyese que:
“La guerra de La Mancha lo era de vandalismo y
surgían diariamente nuevos partidarios que, obrando por su cuenta cada uno, se
oponían a toda unión que llevara consigo la subordinación a un jefe. Era el
suyo el típico talante guerrillero. Muchos de los hombres de aquella lucha
habían sido héroes populares de la Independencia: “El Locho”, Isidoro Mir,
“Chaleco”, “Chambergo”, Peco, Doroteo, “La Diosa”, Revenga, Paulino, Zamarra,
“El Rubio”, “El Presentado”, “Palillos”, “Orejita”,… Este crecido número de
guerrilleros, con su individualismo, su personal sentido de la lucha, su
improvisación y su indisciplina, explica los continuos tropiezos de la causa
carlista en La Mancha y, en último término, su fracaso y su carácter de lucha
marginal…Por eso todo quedaba en acciones muy puntuales, seguidas de retirada a
los seguros refugios de las sierras, ese laberinto impenetrable con mansiones
subterráneas, con despejadas y naturales atalayas, donde puede acampar un
batallón en el mismo terreno en que otro esté oculto con toda seguridad”.
En
general podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que la mayoría de los
voluntarios carlistas, al margen de la disciplina de sus jefes, camparon de
forma autónoma por amplias zonas del Andalucía y de todo el país dedicados al
bandidaje y contrabando, infundiendo miedo e inseguridad entre los vecinos de
aldeas, villas, y ciudades, que celosos de la pérdida de sus cosechas y bienes,
se guardaban de las ofensivas carlistas, que llegaban a los núcleos de
población con el afán de proveerse de medios de subsistencia para toda su
numerosa partida.
José María El Tempranillo asalta una diligencia con su partida. |
A
diferencia de los bandoleros románticos, al estilo de José María el Tempranillo,
cuyas tácticas de socorrer al pobre a costa de los ricos, fueron bien
entendidas por la gente del pueblo llano; los guerrilleros carlistas, por el
contrario, representaron ser un grupo de hombres con unos fines políticos
claramente contrarios a la evolución histórica, que era demandada como una
necesidad urgente por las clases populares menos favorecidas del país. Esta
debió ser la razón por la que, salvo en algunos
núcleos de población, raramente despertasen las simpatías de los pueblos del
valle del Guadalquivir, que captaron que la aspiración de los carlistas y por
tanto su causa política, quedaba muy lejana de las preocupaciones del común de
la gente, y sus incursiones por los pueblos eran acciones de puro saqueo sin
distinción de clases sociales a las que se saqueaba, siendo por ello ,
especialmente crueles con los desfavorecidos cuyas escasos bienes eran
igualmente saqueados. Aunque siempre sabían que los llamados “mayores
contribuyentes” eran el objetivo claro de su saqueo y extorsión.
Bandolero de Sierra Morena en puesto de vigilancia. |
También
hay que resaltar que en toda Andalucía, de gran tradición liberal, esos
planteamientos políticos absolutistas, no llegaron a tener el eco deseado por los
carlistas, y el pueblo entendió que su paso por los pueblos acabó dando lugar
siempre al robo y saqueo de las poblaciones cercanas a Sierra Morena, desde
donde actuaron y en donde encontraron seguro refugio tras sus incursiones y
rapiñas. Era un planteamiento contrario al que se daba en otras zonas del país de
ideología fuertemente carlista, en regiones de fuertes sentimientos forales o
nacionalistas como el País Vasco, Cataluña, Navarra o Galicia, donde la causa
carlista recaudaría grandes adhesiones porque de hecho suponía la defensa del mantenimiento
de sus privilegios. Unos privilegios que se mantienen y desigualan al resto de
los españoles ante la ley, situación que en estos tiempos debe desaparecer.
El
complicado contexto social y económico existente a la llegada de la Reina
regente, María Cristina de Borbón, no podía ser más calamitoso. Una pertinaz
sequía arrastrada desde el año anterior, derivó en una situación catastrófica
en el campo en el verano de 1834. Las cosechas de cereales apenas pudieron
recolectarse y los olivares mermaron considerablemente las expectativas de
cosecha. Sin apenas cosechas de cereales que recoger, los jornaleros quedaron
sin trabajo avocados a la miseria más absoluta. La falta de pan y demás
productos básicos alcanzaron entonces precios elevadísimos y pronto el fantasma
del hambre asoló a las familias más humildes de nuestra villa, a pesar de
movilizarse el depósito de cereales del Posito y regularse por el Ayuntamiento
el precio del pan. Por si fuera poco entre mediados de junio y el finales de julio,
se desató una cruel epidemia de cólera morbo llevando a la población a la
penuria más extrema. La epidemia se extendió como la pólvora por todos los
pueblos de la comarca en donde las víctimas mortales se contaban por
cientos, y los afectados por miles.
A
pesar de considerar la importancia que tuvieron para nuestra villa las
incursiones carlistas que hicieron desaparecer en el Ayuntamiento los fondos
de impuestos municipales, y del asalto que suponía en campos y población la
llegada de los bandoleros, nos inclinamos a pensar que la causa de que la
Diputación Provincial de Jaén hiciese la petición de un estudio y proyecto de
expediente para el cerramiento de nuestra villa, debió ser la epidemia del
cólera morbo que se extendió por Europa, España y Andalucía a partir de 1833,
que mantuvo incomunicada Andalucía en largos periodos de tiempo durante estos
años. Por considerar que este es el motivo que dio lugar al acta de 1838, nos
dedicaremos a su exponer tal problemática como eje central de este artículo.
La
epidemia de cólera morbo asoló igualmente a la ciudad de Andújar produciendo
estragos entre todos los estratos sociales, inclusive algunas de sus
autoridades municipales, como nos apunta Luís Pedro Pérez en “Andújar y el
largo siglo XIX”. (6).
El
estado de penuria llegó a ser peor en agosto de ese mismo año de 1834, sobre todo porque junto al fantasma del
cólera, se presentaban los fantasmas del paro y del hambre en la población de
extremada necesidad, llamada de pobres de solemnidad: pobres, mendigos,
jornaleros y pequeños propietarios, todos avocados a perecer por falta de
recursos para cubrir sus necesidades básicas. La cosecha de granos había sido
nula, encontrándose las eras de los ejidos donde se verifica la saca del cereal
con los trillos y aventado, tan limpios como solían estar a fines de septiembre,
cuando ya se recogían los pollos de las eras, en años de abundantes cosechas. Las
cosechas se habían perdido como se había perdido las simientes enterradas en la
tierra en la sementera. El panorama era que casi todos los jornaleros se vieron
parados desde los últimos días de la primavera. La cosecha de aceituna
pendiente en unos meses también era muy escasa o nula. Por todos estos hechos y
circunstancias desgraciados, el hambre estaba ya a la vista y causando sus
efectos entre la población de nuestra villa. En unos cuerpos maltratados por
una escasa y poco nutritiva alimentación, muchos alimentados de plantas del
campo, el hambre también era la causa de que aumentasen los funestos progresos
del cólera, entre una población con medidas sanitarias escasas, donde la
propagación de la enfermedad encontraba su caldo de cultivo en la escasa
higiene y el desconocimiento del origen y etiología de la enfermedad como
después veremos.
Cuadro del Bandolero Eulogio Rosas. |
Debemos
considerar a modo de primera conclusión,
que el fenómeno social del bandolerismo clásico andaluz, que tanto nos afectó
en determinados momentos de nuestra historia, fue la respuesta a unas
consecuencias sociales duras de las sucesivas leyes desamortizadoras
sobre los bienes llamados de manos muertas como: capellanías,
hospitales y cofradías, desarrolladas desde finales del XVIII
(1798) por el gobierno de Manuel Godoy, y las promulgadas a lo largo del XIX
por gobiernos liberales de signo moderado, sobre los bienes del clero regular
impulsada por Mendizábal (1836), y después de los municipios con los bienes
comunales y de propios de los cabildos municipales, del ministro Pascual Madoz
(1855). En la mayoría de los casos las desamortizaciones supusieron la venta al
mejor postor de muchos de estos bienes, en su mayoría arrendados a los
pequeños agricultores, que después casi siempre cayeron en manos de una nueva
clase burguesa acaparadora de las tierras desamortizadas. De modo que como
después se dijo: “Los pobres siguieron siendo más pobres y los ricos más
ricos”.
Dichos
procesos dejaron configurada definitivamente una estructura de propiedad
latifundista en el campo andaluz con nuevas relaciones laborales, que acabaron
arrojando al paro y desolación a una ingente masa de campesinos, antaño
ocupados en el cultivo de terrenos arrendados a bajos precios a órdenes
religiosas, así como la pérdida del disfrute de los pastos, leñas, frutos
y cereales de las dehesas de propios y comunes de los municipios de este tiempo,
que también eran fuente de alimentación de estos sectores sociales
desfavorecidos.
Las
leyes desamortizadoras impulsadas básicamente para sanear la hacienda pública
en estado calamitoso, favorecieron la formación de la numerosa clase jornalera y
campesina andaluza, que desposeída del acceso a los bienes de producción, se
vería obligada a mercadear su jornal en la plaza del pueblo al mejor postor,
planteando por ello continuas luchas reivindicativas para poder subsistir
dignamente. Otras propuestas lanzadas desde sectores del liberalismo
progresista y defendidas por el diputado Flórez Estrada frente al decreto
desamortizador de Mendizábal, de febrero de 1836, intentaron evitar la venta de
los bienes eclesiásticos a nobles y burguesía adinerada, proponiendo que las
tierras se entregasen en arrendamiento, por cincuenta años, a los mismos
colonos que las estaban trabajando para la Iglesia, con posibilidad de
renovación del contrato al expirar dicho plazo, pero dichas iniciativas no
tuvieron en el Gobierno el éxito demandado por sus patrocinadores, que querían
dinero rápido. Esta podía haber sido la esperada reforma agraria, que
generaciones de andaluces han esperado a través de los siglos, sin la menor
atención de los gobiernos de izquierdas y derechas.
En
nuestra comarca cabe reseñar, a lo largo del XIX, varios acontecimientos
relacionados con el bandidaje aunque de naturaleza bien distinta. Por un lado
los constituidos por acciones de militares y voluntarios carlistas, entre ellas
las comandadas por los jefes carlistas ya mencionados, acciones que se mezclan
en el tiempo y espacio geográfico a otras asociadas a un bandolerismo local o
regional, de corte más clásico, asociado al contrabando de productos de
importación (dicho sea de paso, muy demandados por las clases pudientes de los
pueblos como tabaco, café, y otros productos de lujo), al robo, y a
la extorsión sobre propietarios agrícolas adinerados o viajeros de alta
alcurnia (nobles, comerciantes, etc.) que transitaban las vías de
comunicación más importantes en diligencias o a caballo.
La
mayoría de las acciones llevadas a cabo por partidas carlistas o bandoleros propiamente
dichos, tuvieron su momento más álgido en este corto
periodo de tiempo, coincidente con la etapa en que se produce la minoría
de Isabel II, tras la muerte de Fernando VII en septiembre de 1833. Casi
siete años de gobiernos liberales de signo moderado tutelados por la reina
Regente María Cristina de Borbón (1833-1840), en los que van a tener lugar,
como hechos políticos dominantes, la vuelta a la senda política liberal
diseñada en Cádiz, con la aprobación del Estatuto Real en 1834 y la
Constitución liberal en 1837, y por otro lado, el levantamiento militar que
diera lugar a la primera guerra carlista (1833-1840). Tal como hemos tratado en
anteriores artículos en este blog.
No
sería una hipótesis descabellada imputar el desasosiego e intranquilidad de las
autoridades provinciales y locales a las acciones repetidas de partidas
de bandidos como la de los Botija de Torre del Campo (Jaén), capitaneada por
Gaspar López “Botija”, que encontramos operando muy
activamente entre 1830 y 1831, en el reino de Jaén, sobre todo en su parte sur
occidental, y en otras ocasiones, como apunta el historiador José Antonio
Martín (7), en zonas limítrofes con la de Córdoba. Menos probable sería
la presencia de la partida del “Tempranillo” a pesar de textos con
resabios de leyenda como el que nos dejó Prosper Merimé en “Carmen. Cartas de
España” describiéndonos la presencia del célebre bandolero en una boda
campestre en los alrededores de la vecina Andújar. Se tratase de unos u otros
no debemos descartar la presencia de grupos de bandidos de procedencia cercana
con residencia en los pueblos de nuestra comarca.
En
estos momentos de inestabilidad política y social no parece desechable la
opción “de río revuelto y ganancia de pescadores”, para que así pudiera surgir el
bandido o bandolero común, sin más ideales que apropiarse de lo ajeno, bandidos
sin ideales carlistas, que como bandidos
comunes aprovechasen la ocasión de tal coyuntura, y encontrase también el
ambiente apropiado para ejercer sus acciones de robo y extorsión de los
propietarios de la comarca, pues en algunos pueblos vagaban por su sierra algunas
partidas de ladrones maltratando a los colonos y cometiendo toda clase de robos
en las propiedades ajenas, sin que hubiese una propiedad segura en muchas de
estas poblaciones.
Hacia
mediados de febrero de 1838 se habían concentrado unos dos mil carlistas en
Linares, mandados por Vicente Tallada y los hermanos Vicente y Francisco Rugero
“Palillos”. La cercanía de los acontecimientos volvió a despertar la
impaciencia y el desasosiego tanto de Andújar como de Marmolejo. En Andújar,
por ejemplo, el Alcalde, el 23 de febrero, afirmaba:
“que dichas fuerzas no vienen con otra idea que
con la del pillaje o robo de todas clases y a todas las personas sin distinción
de colores”.
Se
optó por convocar a los miembros de la Milicia Nacional y se decidió estar
preparados para una posible invasión.
Una
situación similar se repitió durante el mes de marzo cuando los carlistas
Basilio García y Vicente Tallada concentraron sus tropas entre Úbeda y Baeza.
Allí fueron derrotados en el lugar conocido por el Encinarejo, cerca de Úbeda y
Baeza, por las tropas del gobierno liberal constituidas por el Ejército de
Reserva, en lo que parece ser fue la mayor batalla contra el carlismo en la
provincia de Jaén. Hubo más de 100 muertos y casi 1000 entre heridos y
prisioneros (8).
En
el país se abría una nueva etapa de gobierno de signo liberal progresista, con
la regencia del General Espartero (firmante de la paz), tras la dimisión de la
reina regente, que va a perdurar hasta la declaración de la mayoría de edad de
Isabel II, el 10 de noviembre de 1843.
De
algunos de los jefes carlistas sabemos que acabaron detenidos y ajusticiados,
como ocurrió con Francisco Rugero, fusilado el 27 de agosto de 1837 en Almagro,
su pueblo natal, a la edad de 50 años. Sobre el final de Orejita circulan dos
versiones: una lo da por asesinado por su propio criado o ayudante siendo
su cadáver expuesto públicamente en Ciudad Real; en otra fuente se dice
que murió en octubre de 1838, en el curso de una acción cerca de Mestanza
(Ciudad Real).
El
cabecilla Choclán (oriundo de Arjonilla) encontró la muerte en Andújar el 31 de
julio de 1839, junto al río Guadalquivir, cuando increpaba a un grupo de
bañistas, a manos del lancero Pedro Colmenero perteneciente a la compañía de
lanceros de Granada. Esta compañía junto a la de lanceros de Sevilla estaba
empeñada en la persecución de las partidas carlistas que quedaban por la
comarca. Junto a Choclán murió un miembro de su partida y consiguió huir su comandante Pedro
Navarro que buscó refugio en Sierra Morena.
Tarjeta de identidad de Juan Rejano Porras. |
Otros muchos cabecillas tras sufrir prisión fueron indultados si bien su integración en la sociedad isabelina resultó lenta y traumática, volviendo, algunos de ellos, a defender nuevamente con las armas la causa de Don Carlos en la segunda y tercera guerra carlista.
Después
de lo leído, supongo que lo que debería propiciar que desde la Diputación de
Jaén se tomara tal iniciativa de cercar la población en 1838, estableciendo
puertas que pudiesen ser control de los viajeros y transeúntes, que llegaban a
la villa, sería la epidemia de cólera de desde hacia años surgía con episodios
más graves en los meses de verano desde los años 1833 y 1834 y siguientes. En realidad entre los
años 1833 a 1885 en muchas zonas y comarcas de Andalucía hubo que hacer frente
a frecuentes epidemias de cólera morbo. En muchas comarcas el año más fuerte de
expansión del cólera fue en 1855, en los que la estadística de fallecidos llegó
en un 82% de fallecidos a causa de la enfermedad. Cualquiera que investigue
Europa en el siglo XIX, habrá conocido no pocos casos de muertes por cólera. La
epidemia diezmó pueblos y regiones enteras por periódicas oleadas de infecciones.
El
cólera, enfermedad aguda, diarreica, provocada por la bacteria “Vibrio cholerae”,
se manifestaba como una infección intestinal, y la podemos considerar que es
básicamente una enfermedad del siglo XIX. Su origen remonta al final de la Edad
Media y se ubica en el delta de Ganges, y probablemente es debido a la
contaminación del río, ya que el contagio se hace de manera oral, por ingestión
de agua o alimentos contaminados por restos fecales.
El
desarrollo de la enfermedad es extremadamente rápido y la muerte se puede
producir en pocas horas. Se conocen casos de cólera desde la edad Media en la
India; la primera descripción nos ha llegado de la mano de Vasco de Gama, quien
en sus diarios de a bordo, relata que, en 1503, una epidemia de diarreas
cataclísmicas, rápidamente mortales, hizo 20.000 muertos en la ciudad de
Calicut, (Calcuta).
En
el siglo XIX, las epidemias de cólera traspasan las fronteras de los países
asiáticos y llegan, por las rutas comerciales a través de Rusia, a Oriente
Medio, para extenderse a toda Europa y a América. Desde 1817, siete pandemias
de cólera han asolado el mundo y la última de ellas, iniciada en 1961, todavía
permanecía activa: en octubre de 2010, a consecuencia del terrible terremoto
que asoló Haití, 1500 personas murieron de cólera y 23000 fueron contaminadas.
En esta epidemia
surgida a partir de 1833, las medidas tomadas por los alcaldes y los médicos de
las poblaciones fueron las siguientes:
Lavar
con agua hervida la ropa y las verduras, para evitar contagio.
No
salir a tomar el fresco a las puertas de noche como era costumbre en aquella
época, sobre todo en verano.
No
beber agua, que no hubiera sido hervida previamente.
Usar
mucho la cal para encalar las fachadas y los interiores de las casas, las
cuadras de los animales y los corrales.
No
dejar entrar en el pueblo persona alguna forastera sin control médico.
Se
facilitaron dineros a los párrocos, para auxiliar a los enfermos y
convalecientes, dándoles las medicinas que había entonces.
Evitar
el contacto personal entre vecinos, no abrazarse, ni darse las manos en el
saludo
Los
tenderos tenían en el mostrador de la tienda un plato con vinagre y el público
introducía la moneda en el vinagre y el tendero lo recogía del mismo plato,
para no tener contacto con el cliente de la tienda.
Al
personal encargado de enterrar a los fallecidos, se le estimulaba con doble
sueldo y un litro de aguardiente por cabeza, usando unas parihuelas para el
transporte de los muertos desde su casa hasta el cementerio de la Iglesia.
Portada del periodico francés L'ILLUSTRATIÓN que muestra el reconocimiento a un enfermo de cólera en España. |
La
enfermedad del cólera se manifestaba, en un primer momento, de forma brusca e
inesperada, con fuertes diarreas acuosas (que recibían el nombre, por su
forma, de agua de arroz) con olor fétido y gran dolor abdominal. Aparecían
también vómitos y entumecimiento de piernas, produciéndose la muerte no por la
enfermedad en sí, sino por la deshidratación que el enfermo padecía al cabo de
pocos días, después de tener los primeros síntomas de la enfermedad, que si no
era tratada convenientemente, tenía un final fatal y próximo.
No se transmitía, tal
cual, de una persona a otra. La bacteria que la causa, Vibrio
cholerae, entra en el cuerpo por la ingestión de agua o alimentos contaminados,
y también por el contacto con las heces infectadas del enfermo de
cólera. Es fácil entender, así, que la elevada insalubridad existente en
el siglo XIX ayudase a propagar el cólera. También ayudó a su propagación
el hambre, siendo la epidemia más mortífera, en 1854, la que coincidió con la
hambruna generalizada que se había producido a partir de las malas cosechas de
1853. Las intensas lluvias que tuvieron lugar aquel verano impidieron la
recogida de cereales, principal sustento de la población; y el alza de precios
de los alimentos básicos en los meses siguientes llevó al hambre y a la miseria
a las clases más bajas.
La
primera epidemia de cólera, presente en el subcontinente indio desde hacía
siglos, comenzó a ser una amenaza para Europa en 1817 cuando, a través de
las rutas comerciales, penetró en Rusia. A partir de entonces se temió la
aparición de la enfermedad en Europa, algo que ocurriría en los años 30. La
segunda epidemia de cólera partió de la India hacia 1826 y, dejando su huella
en Moscú, Berlín (dónde dejó en 1831 una víctima famosa, el filósofo Hegel) y
las Islas Británicas, llegó a Francia en 1831 donde hizo muchos estragos,
matando a alrededor de 100.000 personas, entre las que figuraba el que fue rey
de Francia Charles X, entre 1824 y 1836.
De 1830 a 1834 España estuvo preparándose
intensivamente para la llegada de la epidemia, elaborando ordenanzas higiénicas
no siempre cumplidas a la perfección, a pesar del terror que producía la
inminencia de la epidemia. Toda precaución fue poca cuando la enfermedad
penetró en Asturias en 1834. Noreña fue el primer territorio afectado,
habiéndose registrado el cólera el día 19 de agosto. A pesar de las
medidas de precaución y el relativo cerco impuesto a los noreñenses para evitar
la transmisión de la enfermedad, ésta llegó el 17 de septiembre a Oviedo. En
definitiva, el cólera de 1834 produjo miles de muertos de agosto a noviembre,
mes en el que parece empezar a remitir.
En
1768 D. Juan Antonio de Estrada en su “Población General de España”, dice que “La
Higuera de Andujar” tenía doscientos vecinos, tenemos que considerar no
confundir vecinos con habitantes, que aproximadamente rondarían la cifra de los
novecientos. El cálculo de habitantes se hacía multiplicando el número de
vecinos censados por 4 o 5 como media, que se consideraba componían la unidad
familiar media. Tenía en ese año de 1768 una parroquia, dos ermitas y un
hospital. La Parroquia era el Templo calatravo, las dos ermitas las suponemos
eran la de Santa Clara, en el espacio que hoy conocemos como tal, en la
carretera a Villanueva y otra ermita que suponemos era la de Jesús y hoy
conocemos como “Ermita del Santo”. El hospital desconocemos donde estaría
ubicado, si se puede confirmar su existencia porque en posteriores referencias
se cita.
Portada de la publicación de la Academia de Medicina, Cirugía y Farmacia de Jaén en 1855. Titulado Observaciones sobre EL CÓLERA-MORBO. |
En
1826 D. Sebastián de Miñano en su Diccionario Geográfico Estadístico de España
y Portugal dice que La Higuera cerca de Arjona tenía 704 habitantes, una
parroquia, dos ermitas, un hospital y un posito. Desconocemos la mella de
población que nuestra villa pudo sufrir con esta primera epidemia de cólera en 1834.
Tan sólo podemos afirmar que 16 años más tarde en 1850 en el Diccionario de Pascual Madoz publicado en 1850 se afirma que la población de “La Higuera cerca de Arjona”, se componía de 685 almas, y que la villa tenía 170 casas y la del Ayuntamiento con local para cárcel, y 170 vecinos. Si dividimos las 685 almas por los 170 vecinos nos sale una media de cuatro miembros de la unidad familiar por vecino, por lo que suponemos que esa merma en relación con los datos de 1826 se debió producir a causa de la epidemia, y los años malos pasados por la población en años de carestía de alimentación, como consecuencia de las malas cosechas de cereales que produjeron tantas hambres. Desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del XIX la población permanece estable con una ligera disminución.
Tan sólo podemos afirmar que 16 años más tarde en 1850 en el Diccionario de Pascual Madoz publicado en 1850 se afirma que la población de “La Higuera cerca de Arjona”, se componía de 685 almas, y que la villa tenía 170 casas y la del Ayuntamiento con local para cárcel, y 170 vecinos. Si dividimos las 685 almas por los 170 vecinos nos sale una media de cuatro miembros de la unidad familiar por vecino, por lo que suponemos que esa merma en relación con los datos de 1826 se debió producir a causa de la epidemia, y los años malos pasados por la población en años de carestía de alimentación, como consecuencia de las malas cosechas de cereales que produjeron tantas hambres. Desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del XIX la población permanece estable con una ligera disminución.
La pandemia del cólera en 1854. |
La epidemia de 1854 fue la tercera
epidemia. En noviembre de 1854 el cólera volvió a penetrar por varios
focos. La enfermedad pareció remitir en enero de 1855. En estos dos
primeros envites fallecieron miles de personas, convirtiéndose este azote de
cólera en el peor que jamás se conoció, ayudado muy probablemente por una
crisis agraria generalizada que había extendido la pobreza y el hambre a todos
sus habitantes. Aún volvió a aparecer el cólera en 1856, si bien de forma
tímida y casi anecdótica. Fue el último coletazo de esta epidemia.
La cuarta epidemia fue en 1865. El
aviso de haber llegado el cólera a Madrid y al puerto de Valencia puso en
situación de alerta a las autoridades, que prohibieron el comercio de trapos
por medio de los cuales se creía viajaba el cólera, ordenaron inspecciones en
todas las casas y una mayor limpieza de las calles. La desesperación ante la
inminencia de la epidemia debió ser tremenda. Finalmente, esta apareció en el
mes de septiembre y perduraría hasta diciembre, si bien con una intensidad
mucho menor que las veces anteriores.
La quinta epidemia fue 1885. Tuvo
lugar en los últimos meses del año y su duración fue escasísima.
A la hora de aproximarnos
al estudio de las epidemias de cólera en los libros de defunciones de los
archivos parroquiales, habremos de tener en cuenta que los registros
parroquiales no siempre son fiables. Aún cuando ya nos movemos en una época en
la que la causa de la muerte consta en las partidas de defunción, es
probable que una muerte por cólera no sea inscrita como tal, bien por
desconocimiento del párroco y las autoridades sanitarias de la población, también
porque el elevado número de muertes que se estaban sucediendo en aquellos días
impidiesen una gran concreción sobre este punto. Así mismo, la presencia de la
epidemia en una parroquia puede hacer que bailasen las fechas de defunción, que
no se supiera exactamente el día en el que se había producido el óbito o que
incluso se llegase a no inscribirse el mismo.
No podrían extenderse con
exactitud y orden de fechas las partidas de defunción que ocasionase este
azote, porque la confusión que causaba en las familias no permitía a éstas considerar
la causa y con ello a dar las noticias debidas. Otras muchas veces, y
especialmente en la primera epidemia, una muerte por cólera no era en muchas
ocasiones catalogada como tal, sino por alguna causa que por ser
coincidente con alguno de los síntomas que presentaba la enfermedad en sus
inicios, por ejemplo, diarrea o vómitos, y que ahora por
repetirse muchas veces en las mismas fechas en las que sabemos ocurrió alguno
de los brotes, podremos interpretar como una epidemia de cólera. Podemos
refutar este dato consultando los libros de difuntos de las poblaciones
cercanas y comprobando si en esos mismos días estaban inscribiéndose
defunciones por estos mismos síntomas tan concretos o por cólera. Pero todos
estos puntos quedamos pendientes de abordarlos en otro momento, en los que
necesariamente hay que hacer una laga investigación en los Archivos
Parroquiales de Lahiguera.
El Cólera en España. Ilustración publicada en LA ILUSTRACIÓN NACIONAL. El médico está sangrando al enfermo. |
La
epidemia de cólera, que ahora nos atañe,
hizo su aparición en Vigo el 10 de enero
de 1833, a consecuencia de la utilización conjunta, que hicieron de su puerto
las escuadras contendientes en la guerra de Sucesión de Portugal (9), sin
embargo, donde se desarrollo con más
virulencia fue en Andalucía durante el verano
de este mismo año de 1833. Con la llegada del invierno se marcó una
tregua en el avance epidémico del cólera a través de todo el territorio
nacional; pero con la vuelta del buen tiempo en la primavera de 1834, y sobre
todo con la llegada del verano, se recrudeció la temida enfermedad llegando a
afectar igualmente a la capital del Reino. La primera señal de que la invasión
estaba a las puertas de Madrid supuso el aislamiento de Vallecas, aislamiento
que fue propuesto en el informe emitido por don Mateo Seoane en fecha 20 de
junio de 1834 (10), y durante los meses de julio y agosto se desarrolló en la
Villa y Corte, mostrándose especialmente cruel y virulenta en el mes de julio. Durante los meses de julio y agosto se desarrolló en la Villa de
Madrid una gran epidemia de cólera, que se mostró especialmente virulenta
durante el mes de julio. Según el informe manuscrito de la Junta de Sanidad la
epidemia dio comienzo el 17 de junio de 1834, teniendo sus progresos mayores
desde el 15 de julio hasta el 27 del mismo mes, y perduró hasta el 27 de
octubre. (11).
En
fecha 3 de julio de 1834 según consta en el Archivo de la Villa de Madrid, se
daba a conocer el siguiente informe de la Junta de Sanidad, ante la situación
de epidemia que había comenzado el diecisiete de junio, tan solo dieciséis días
antes:
Instrucción de Sanidad popular.
Amenazada la salud de los habitantes de esta
heroica Capital, la solícita previsión de S. M. ha tenido a bien disponer en
Real Orden de 30 de Junio último, que esta Junta de Sanidad forme una
instrucción sencilla, que esté al alcance de todos, comprensiva del método que se
debe adoptar para precaverse del Cólera morbo, y de los primeros medios de su
tratamiento: en su consecuencia, la propia Junta manifiesta que el medio más
poderoso conocido para precaverse de todo género de enfermedades, por malignas
que sean, es la esmerada limpieza de las personas, de las casas, y de todo lo
demás que sirva a los usos ordinarios; evitar en lo posible el esponerse a un
aire frío y húmedo, y sobre todo, al que por su olor manifieste tener
cualidades poco saludables; no esponerse a un calor escesivo, tener un arreglo
juicioso en la comida y bebida, no cometer género alguno de abusos, y
esforzarse en olvidar todo lo que, no estando a nuestro alcance su remedio,
entristezca, y abatiendo el ánimo predisponga muy particularmente a contraer varias
enfermedades.
Para conseguir tan importante objeto, será
muy conducente tomar algún baño general de agua templada, a fin de limpiarse
toda la piel, teniendo cuidado de no exponerse al aire frío al salir, porque
esto podría ocasionar todos los males que sobrevienen, cuando las personas
dejan de sudar o se enfría la piel repentinamente; además es necesario lavarse
con frecuencia cara, manos, brazos y pies, y esto podrá suplir hasta cierto
punto por el baño general en los sujetos que sus circunstancias no les permitan
bañarse. Las casas deben barrerse todas una vez al día y dos las habitaciones
más frecuentadas; han de ventilarse cuanto se pueda por la mañana al salir el
sol y por las tardes media hora después de traspuesto, se entiende en el
verano, porque en el invierno convendrá que sea antes da trasponerse: también
se ventilará el aposento en el que se hayan reunido y permanecido bastante
tiempo muchas personas, inmediatamente que se concluya la reunión, cualquiera
que sea la época del día. Es preciso siempre que se ventilen las casas cuiden
las personas de no ponerse a la corriente del aire. Cuando por cualquier causa
se perciba mal olor en las habitaciones, será bueno rociarlas con el agua
clorurada, y sería muy oportuno que en los comunes que dan habitualmente mal
olor, después de bien tapados, se pusiese encima una taza de dicha agua,
renovándole de veinte y cuatro en veinte y cuatro horas, o bien suplir esto
echando dentro del mismo común un cubo de lechada de cal.
Con cuanta más frecuencia pueda mudarse la
ropa de uso diario, tanto más se contribuirá a conservar la salud, siempre que
se haga con las debidas precauciones: además es necesario vestirse con arreglo
al frío o calor que se observe, en términos que ni se sienta frío ni tampoco se
tenga calor excesivo; y en razón de que se nota con frecuencia en un mismo día,
que ya hace calor, ya hace frío, será bueno que se use una faja de lienzo en el
verano, y de franela en el invierno, que ciña el vientre y lomos. Los
alimentos, por lo general deben ser los mismos que se tiene costumbre usar, a
no ser que fuesen notoriamente perjudiciales; téngase entendido que los de
mejor calidad son vaca, ternera, carnero, aves, huevos, leche, pescados blancos
y frescos, arroz, patatas, fideos y garbanzos; las demás legumbres, las
verduras, así como las frutas, a no estar bien sazonadas, son por lo común
malas, en particular las acuosas; igualmente son perjudiciales los pescados
salados y los escabechados; de los salados se esceptua el bacalao, que siendo
de buena calidad no es dañoso. Los alimentos, aunque sean de buena calidad, son
dañosos cuando se come más de lo necesario. El vino debe beberse con mucha
moderación, sin perder de vista que la embriaguez ha sido causa que el cólera
haya hecho horrorosos estragos en la mayor parte de los pueblos que lo han
tenido: en las actuales circunstancias el uso de los condimentos picantes en
estremo, el del aguardiente y el de los helados, aunque sea moderado, es muy
posible que haga daño: el agua natural, fría en el verano y un poco templada en
el invierno, es la bebida que, usándola según dicte la necesidad, y no estando
sudado o muy acalorado el sujeto, por lo común jamás dañará. Téngase presente
que todo género de abuso, cualquiera que sea su especie y por alicientes que
tenga, es sumamente dañoso. Son igualmente dañosas las pasiones de ánimo, como
la ira, el terror, y aun la tristeza y melancolía, porque las unas ocasionan
inmediatamente enfermedades, a veces muy terribles, y las otras disponen en
términos que el más mínimo motivo sea suficiente para que el sujeto se ponga
malo: el medio de evitarlo es procurarse distracciones inocentes, que sin
agitar estraordinariamente el ánimo, le entretengan de un modo agradable, y
conduce mucho a esto el pasear con frecuencia en horas que no haga frío ni
calor escesivo, por parage bien ventilado y nada húmedo; los paseos que en esta
Capital podrán frecuentarse son: el del Real Sitio del Retiro, y aun el del
Prado, hasta muy poco después de traspuesto el sol; también son buenos los
paseos de la carretera que sale de la puerta de Alcalá, el de Recoletos, campo
de los Guardias, y el de San Bernardino.
El que observe todas estas precauciones
tiene motivo para esperar con fundamento que no se alterará su salud, o que si
se pone malo, su enfermedad no será tan grave como sería si no las observase.
También es necesario, en el caso de sentirse malo, no perder tiempo en procurar
el remedio, esto es muy útil en toda enfermedad, pero se hace del todo
indispensable si Madrid empezase a padecer el mal que ya sufre algún pueblo de
su provincia: y aunque se presenta de un modo muy benigno, es importantísimo no
perder los primeros momentos, porque de esto depende en gran parte el que no
ocasione extraordinaria mortandad el Cólera asiático: así es que luego que
alguna persona enferma se debe llamar al médico, que es el único que puede
tratar con acierto, y si ya existiese el Cólera en el pueblo, con el solo
objeto de no perder tiempo, interviene el profesor, podrá, según las
circunstancias que se espresarán, valerse de los remedios siguientes.
Si se presentan tres o cuatro evacuaciones
de vientre líquidas, se enfrían algo las piernas, hay además algún escalofrío
en las varias partes del cuerpo, con sensación de peso o ligero dolor de
cabeza, ardor en el estómago, sed y algún calambre, se pondrá en cama, se le
aplicarán botellas de agua caliente, o ladrillos, o bayetas calientes en los
pies; en seguida sinapismos hechos sólo con mostaza y agua caliente en las
piernas, muslos o brazos, mudándolos de sitio de cuarto en cuarto de hora, o
antes si incomodasen mucho, teniendo cuidado de volverlos a calentar cuando
estén fríos, y también de no enfriar al paciente. Las friegas secas o con algún
líquido estimulante apropiado serían oportunas, si se pudiesen dar sin que el enfermo
se airease. De hora en hora se echará una lavativa compuesta de una jícara de
agua de arroz, o bien de agua común por ser más pronto, en la que se disolverán
dos pedazos de almidón algo mayores que el tamaño de una avellana, una yema de
huevo, y veinte y cuatro gotas de láudano líquido. Si hubiese algún dolor de
tripas se pondrá en el vientre una cataplasma caliente hecha con la harina de
linaza y agua, añadiendo encima un poco de manteca sin sal. Hasta que el médico
se presente no tomará el enfermo otro alimento que alguna jícara de agua de
arroz, poniendo a cada cuartillo de ésta media onza de goma arábiga y otra
media de azúcar, todo pulverizado, para que se disuelva con facilidad a un
fuego lento. Si ya desde el principio con los sintomas referidos se presentasen
vómitos, o éstos se declarasen luego, a más de todo lo dicho, se pondrá un
sinapismo a lo largo del espinazo desde la nuca a los lomos, se dará de cinco
en cinco minutos un pedacito de hielo del tamaño de una avellana, y de dos
horas en dos horas una jícara del agua de arroz espresada, añadiéndole doce
gotas de láudano líquido, y si este promoviese más el vómito, tomará el enfermo
un grano de estracto acuoso de opio. También cada dos horas. Los dolores
cólicos en este caso son fuertes, y para mitigarlos se ponen en el vientre
desde una o dos docenas de sanguijuelas, según la edad y naturaleza del sujeto,
es decir, una en los de corta edad o débiles, y dos en los adultos y robustos;
desprendidas las sanguijuelas se pone la cataplasma de linaza. También se suele
observar que los cursos, o sea diarrea, en muy poco tiempo estenúan por su
frecuencia y abundancia a los enfermos, y entonces, si todavía no hubiese
llegado el profesor, podrán ponerse las lavativas aconsejadas arriba, con la
diferencia de que en vez de láudano se deberá poner un escrúpulo de alumbre de
roca. Si el ataque desde luego se presentase con frialdad estremada en la mayor
parte del cuerpo, con color azulado, cara desfigurada, y absolutamente sin
pulso o casi imperceptible, o bien se manifestasen estos síntomas sin haber
comparecido aún el médico, es necesario envolver las piernas, muslos y brazos
del enfermo con sinapismos muy calientes, poner en el espinazo reiteradas veces
el largo sinapismo arriba espresado y mantener el calor a todo trance con
botellas de agua, ladrillos, o saquitos de arena muy calientes. De lo demás se
practicará lo que pueda, pero no se le dará el láudano ni el opio.
No son estos los solos recursos que tiene la
medicina para los casos que se acaban de describir, pero son complicados, y
para decidir de su utilidad y conveniencia son necesarios conocimientos propios
únicamente de los médicos, a quienes esta Junta creería agraviar si no los
considerase con toda la instrucción necesaria para tratar con acierto el Cólera
asiático lo mismo que otras enfermedades más crueles y la misma Junta espera
que el público, a quien únicamente se dirige la precedente Instrución la
recibirá como un nuevo testimonio de las miras filantrópicas y maternales de
augusta Reina Gobernadora, y como una prueba de la vigilancia con que
incesantemente se procura y se procurará siempre la conservación de la salud, o
el alivio de los males que pueden afligir a este heroico vecindario.
Lo que se anuncia al público en cumplimiento
de lo resuelto por S. M. en la Real Orden citada de 30 de junio último de
acuerdo de la Junta de Sanidad de esta Villa.
Madrid. 3 de julio de 1834. Faustino
Domínguez, Secretario.
Por tanto las medidas
cautelares que se tomaron para evitar el embate epidémico en nuestro suelo y su
transmisión a la Capital del Reino, hicieron especial hincapié en las dos
modalidades de acordonamientos que se propiciaron, tales como la incomunicación
de los lugares afectados por la
enfermedad, e incomunicación de los sanos, y en los múltiples filtros
aisladores que se situaron en torno a Madrid, lo que suponía los acordonamientos,
y vigilancia férrea de los pueblos de la circunvalación y guardias vecinales,
que se establecieron para tal efecto.
La primera invasión
colérica en nuestro país evolucionó al tiempo que se desarrollaba una guerra
civil, la Guerra
Carlista que comenzada al final del decenio absolutista, y en
vísperas de que surgiera el primer brote de industrialización en la península,
es decir, cuando se estaban gestando las alianzas entre la burguesía y la
aristocracia terrateniente para consolidar el bloque social dominante.
El
primer médico de Cámara, don Pedro Castelló, consiguió de Fernando VII la
autorización para enviar en febrero de 1832 una comisión compuesta por los
médicos: Pedro María Rubio, Lorenzo Sánchez Núñez y Francisco Paula y Folch, a
estudiar el cólera en París, Viena y Munich, siendo el resultado de su viaje el
informe remitido desde Berlín el 31 de mayo de 1833, no publicado hasta 1834
(12).
Por
otra parte, en el año 1831 se recibía desde Londres y se hacía público el
informe solicitado al médico español, liberal y exiliado don Mateo Seoane (13).
Rodríguez
Ocaña (14), mantiene en la comunicación citada que Mateo Seoane envió hasta 16
informes, de los que sólo se hizo público el primero, porque en los demás se
mostraba menos partidario de las teorías contagionistas. El segundo, que
también vio la luz en nuestro país, afirma que seguramente fue editado a
expensas del autor. Este segundo informe a que hace referencia es: Mateo
Seoane: Informe acerca de los principales fenómenos observados en la
propagación del cólera indiano en Inglaterra y Escocia, y sobre el modo de
propagarse aquella enfermedad. Londres, 1832.
Al
mismo tiempo, una auténtica avalancha de monografías sobre el desarrollo de la
enfermedad en distintos países se traducían y editaban en el nuestro,
pudiéndose citar, entre otras, las de Broussais, La Mare-Picquot, Moreau de Jonnés,
Robert, etc. (15).
Es
de reseñar que, según Rodríguez Ocaña (14), este sistema utilizado por la Junta Superior
Gubernativa de Medicina para recabar información científica no fue original,
sino que se inspiro en la actividad temprana de las Academias periféricas, más
concretamente en la de la
Real Academia Medicoquirúrgica de Cádiz (16). Gracias al
precoz interés oficial, los médicos no recibieron la primera invasión colérica,
sin referencias de las teorías científicas con las que poder explicar e
intentar hacer frente al exótico mal.
Como medida prifilactica se recomienda en la prensa el uso del cloro para que se hagan fumigaciones para eliminar el virus. |
Con
respecto a la naturaleza de la enfermedad florecieron una serie de teorías que
pueden ser agrupadas en tres:
1.
° La nerviosa: que atribuía los trastornos a dolencias infecto-primitivas de
tipo cerebroespinal.
2.
° La humoral: por la que la enfermedad se debería a alteraciones primordiales
en la sangre debidas a causas miasmáticas.
3.° La gastroentérica:
según la cual el mal sería una gastroenteritis con epifenómenos, siendo desconocidas
las causas esenciales (17).
La
principal circunstancia de discusión científica se centró, sin embargo, en el
carácter contagioso o no de la enfermedad o morbo. El Gobierno, en un
principio, prefirió aceptar la primera de las teorías mencionadas, que le
permitía de una parte, ofrecer a sus administrados la esperanza de detener la
invasión mediante los tradicionales mecanismos antiepidémicos, y de otra
plantear una serie de medidas preventivas de carácter represivo basadas en los
acordonamientos y las cuarentenas.
El
admitir la no contagiosidad del mal, implicaba la aceptación de la inutilidad
de los acordonamientos y de las cuarentenas que deberían ser sustituidos por
otras medidas tendentes a la supresión de los focos de insalubridad, el aumento
del nivel de vida y la mejora de los saneamientos, medidas evidentemente más
costosas que las tradicionales y más difíciles de llevar a la práctica, lo que
unido a la aceptación de que la
Ciencia en su estado de desarrollo, era incapaz de
proporcionar expectativas certeras de curación, podría parecer peligroso al
poder oficial de cara a mantener la tranquilidad pública.
Aparte
de las concepciones científicas que de la enfermedad se sostuvieron, se
aconsejó la utilización de una serie de medicamentos para combatirla,
reflejados en la correspondencia mantenida entre la Junta Superior Gubernativa
de Farmacia y la Junta de Sanidad de Madrid, con motivo de que la segunda
hiciera gestiones ante la de Farmacia para conocer si las boticas madrileñas
estaban suficientemente surtidas de medicamentos para hacer frente a la
invasión (18).
Para
exponer el método curativo dividían la enfermedad en cinco períodos:
Primer
período o principio.
Segundo
período o álgido incipiente.
Tercer
período o álgido.
Cuarto
período o de reacción.
Quinto
período o convalecencia.
Describían
los síntomas de cada uno de ellos y recomendaban la medicación a su parecer
adecuada. Para «generalizar el conocimiento de los métodos curativos del
cólera», se encargó la Junta Superior Gubernativa de Medicina y Cirugía de
redactar un oficio, que recogiendo las experiencias de otros pueblos, sirviera
«para gobierno de los facultativos y asistentes de los enfermos» (19).
También
se publicaron, como oficio dirigido a la población, las medidas sanitarias que
debían adoptarse en la Gaceta
de Madrid y el Boletín Oficial de Madrid:
Diario
de Avisos de Madrid.
Miércoles
2 de mayo de 1832.
«Medidas
Sanitarias propuestas por el Ayuntamiento».
El
Presidente y Junta de Sanidad de Madrid, establecida por real orden de 19 de
abril próximo pasado, en consecuencia de la de 27 del mismo para que se inserte
en el diario de Avisos, lo que se ejecuta en cumplimiento de su instituto.
Por
real orden de 10 de este mes se ha servido el Rey nuestro Señor aprobar las
medidas sanitarias propuestas por el Ayuntamiento de esta villa, y nombrar para
que se disponga su más exacto cumplimiento, bajo ciertas reglas en que está
consignada su sabia y magnánima previsión una junta presidida por el Excmo. Sr.
Decano Gobernador interino del Consejo, compuesta del Excmo. Sr. Comisario
general de Cruzada, señor Colector de Espoliso Vacantes, señor Gobernador de la
plaza, al señor Corregidor de Madrid, el señor Vicario eclesiástico y tres
señores Regidores del Ayuntamiento, que lo son el Excmo. Sr. conde de Altamira,
Alferez mayor, Don Rafael Pérez de Guzmán el Bueno y Don Juan Antonio Méndez,
habiéndose nombrado también por vocales de la misma a virtud de real orden de
25 del actual en calidad de facultativos a D. Juan Castelló, médico y cirujano
de cámara; D. Bonifacio Gutiérrez, director del real colegio de san Carlos, y
D. Juan Luque, protomédico de los hospitales Generales y de Pasión.
En
justa observancia de esta soberana determinación es del deber de la junta hacer
una rápida pero exacta reseña de todo lo ocurrido, sin omitir ninguna de las
circunstancias que interesan a su ilustración, si bien excusando pormenores
que, aunque por curiosos ocuparan un lugar preferente en el seguro de los
archivos, pudieran hacer difusa la sencilla narración de dichos antecedentes.
Apenas
se traslució en esta corte la noticia de haberse manifestado en Inglaterra la
terrible enfermedad conocida con el nombre de cólera morbo, se apresuraron las
autoridades a excogitar los medios oportunos de prevenir la introducción en
nuestro suelo del azote devastador, que después de haber recorrido los inmensos
países del Asia invadiera por fin la Europa, dejando en todas partes horrorosos
vestigios de su pestífera influencia. Así es que a virtud de la excitación que,
con fecha 7 de marzo último, hizo el ayuntamiento de esta muy heroica villa
dicho Excmo. Sr. decano gobernador del Consejo en concepto de presidente de la
junta suprema de Sanidad del reino, y, a la que con igual objeto dirigió
posteriormente a dicha corporación la real academia de Medicina y Cirugía de
esta Corte, empeñó su celo en el mejor éxito de esta empresa, elevando al Rey nuestro
Señor un proyecto de Policía sanitario, dividido en disposiciones puramente
higiénicas o preventivas, y en actuales o positivas, para el triste caso de que
la divina Providencia quisiera hacernos probar el rigor de su justicia.
Nuestro
escelso Soberano, a cuya paternal solicitud ninguna facultad es más lisonjera
que la de prodigar beneficios y derramar consuelos, aguardaba con impaciencia
el producto de estos trabajos, que no sólo se complació en aprobar, sino que
con el fin de hacerlos efectivos nombró en el acto mismo la junta de que ya se
ha hecho mérito. Instalada ésta emprendió sus tareas con aquella seguridad que
de siempre la buena intención, y el convencimiento de un apoyo efectivo; más
como antes de hacer notorios sus trabajos conviene; dar a conocer las
disposiciones, a cuya pronta ejecución se dirigen, ha creído la junta oportuno
ponerlas en este lugar por el orden con que han sido aprobadas.
Para
el primer período aconsejaban una buena observancia de las reglas higiénicas,
dietas y guardar cama, infusiones, fricciones y calor, hacer vomitar al
paciente por medio de la ingestión de agua caliente, y en el caso de que fuera
joven aconsejaban sangrarle, siendo otros remedios los sinapismos, lavativas
emolientes o mucilaginosas, etc., estas medidas a adoptar fueron dadas a
conocer al pueblo, según oficio, que muy probablemente rigió la terapéutica
empleada por gran parte de los médicos del país, ya que fue publicado en la
Gaceta de Madrid y en todos Boletines Oficiales de las restantes provincias del
Reino.
En
el período álgido incipiente se recomendaban sorbos de agua fría o nieve
tomados con frecuencia, sangría, si era preciso abriendo la vena yugular o la
arteria temporal, friegas secas o con linimentos y calor proporcionado por
ladrillos de sal muy calientes.
La sangría era considerada un remedio terapeútico en la lucha contra el cólera. |
Para
el período álgido se volvían a aconsejar los sorbos de agua o nieve y las
lavativas de agua y vinagre, y para los dos últimos períodos, terapéutica
sintomática en el caso de reacción y normas higiénicas tendentes a fortalecer
el organismo durante la convalecencia.
Conocida
por nosotros en la actualidad la auténtica etiología del cólera parece evidente
que la terapéutica utilizada era inútil y en ocasiones contraproducente, pues
al aconsejar la ingestión de agua facilitaba la resiembra en el enfermo de
vibriones coléricos; hay que admitir, sin embargo, el gran esfuerzo realizado
por la Junta Superior
Gubernativa de Medicina para dotar a los médicos de un instrumento adecuado a
los conocimientos científicos de la época con el que poder enfrentarse,
hipotéticamente al menos, a la enfermedad. Como era de esperar, el específico
anticolérico no se encontraba, el mal avanzaba, las personas enfermaban y ni
médicos ni boticarios podían hacer nada para aliviarlas.
Parece
ser que al Gobierno le resultaba difícil admitir la impotencia científica ante
el mal, acaso porque el añadir un nuevo elemento de desesperanza a la inestable
situación española del año 1834, cuando ya se había producido en Madrid el
estallido popular, que culminó con la matanza de frailes acusados de envenenar
las aguas, y mientras en el Norte se desarrollaba la Guerra Civil, con lo que
una noticia así podía ser peligrosa para su estabilidad.
Muerto de cólera enterrado precipitadamente. |
Como
es bien sabido, el 17 de julio de 1834 parte del pueblo madrileño, soliviantado
por el rumor de que los frailes envenenaban las aguas, realizaron una matanza
entre ellos. Con este sangriento suceso se seguía una tradición europea que en
otros países se había cebado en los médicos, y se habría el ciclo de altercados
populares más o menos directamente relacionados con el comienzo de las
epidemias que concluyeron durante la cuarta, la de 1885, con la manifestación
de la calle Preciados instigada por los comerciantes de la Corte que se saldó
con varios obreros muertos o heridos.
La
Abeja, 20 de julio.
«Bando
municipal a raíz de la matanza de frailes».
Habitantes
de Madrid: las tristes escenas de que habéis sido testigos en el día de ayer
prueban la perversidad de los enemigos de nuestra Patria, que tomando diversas
máscaras, y aprovechando cualquier pretexto, sólo quieren la ruina y la
destrucción, inicuos medios de conseguir sus fines solapados. La consternación
que generalmente ha producido el aumento de las enfermedades reinantes les ha
ofrecido la ocasión de exaltar los ánimos haciendo creer que las fuentes
públicas se habían envenenado, y que los alimentos que se venden son nocivos;
ideas que no admitiría quien piense a sangre fría la dificultad de la ejecución
de tal trayecto, y la imposibilidad de realizarlo, excluyendo a tales personas.
Pero las pasiones, una vez conmovidas, no permiten la reflexión, y se ha
abusado de algunos pocos para cometer excesos y atentados, indignos de un
pueblo civilizado, y que se gloria de haber recobrado sus fueros. Sé que se han
cometido por pocos individuos: pero la curiosidad e indiferencia de otros anima
a que se efectúen los crímenes con cierta apariencia de popularidad, y expone a
los que así se presentan a ser objeto del rigor de las disposiciones militares.
En su consecuencia, para evitar estos peligros, renuevo la prohibición que
contiene el bando publicado ayer por el Excelentísimo Señor Gobernador Civil de
la Provincia
de no reunirse grupos de más de diez personas: en inteligencia de que serán
disueltos a la fuerza, y los que los compongan serán arrestados y juzgados por
el tribunal competente como sediciosos.
Madrid,
18 de julio de 1834. El Marqués de Falces.
Hay
varias circunstancias que ayudarían a mejor comprender la matanza de frailes.
En
primer lugar hay que tener en cuenta que coincidió prácticamente con el
despegue inicial de la enfermedad, y que los ánimos públicos fueron excitados
seguramente con el fin de intentar crear problemas al Gobierno de la Regencia empeñado ya en
la guerra carlista. Además existía ya un espíritu anticlerical saludado con
alegría en El Observador, que sin atreverse a justificar los sangrientos
sucesos estimaba como positivo que el pueblo se hubiese dejado llevar por un
«ímpetu irresistible, cansado de arrastrar durante diez años la cadena del
sufrimiento y de sufrir vejaciones y duros tormentos», artículo en el que se
manifiesta el espíritu de los liberales anticlericales de la época fatigados de
los diez años de gobierno absoluto de Fernando VII que acababan de sufrir y
sumidos ya en una guerra contra los partidarios del mismo, apoyados por el
clero tanto el rey Fernando como el pretendiente Carlos. (20)
Muy
distinta opinión le merecieron al periódico La Abeja los sucesos ocurridos, por
lo que publicó un bando del Marqués de Falces, alcalde de la ciudad, en el que
después de calificarlos de «indignos de un pueblo que se gloria de haber
recobrado sus fueros» renovaba la prohibición contenida en el bando emitido el
mismo día 17 por el gobernador civil de que se formaran grupos de más de 10
personas (21) También este periódico publicó la Real Orden de 18 de julio en la
que se disponía que a los causantes de tales hechos se les aplicase con todo
rigor la ley.
A
la vista de tales sucesos, es fácil comprender porque se recomendaba
tranquilidad en la instrucción pública, porque se intentaba no sobresaltar al
pueblo con el sonido de las campanas y porque le resultaba tan difícil de
admitir al Gobierno la impotencia científica en el campo terapéutico.
Evidentemente, las razones serían de varios tipos, pero el miedo a que el pánico
y el descontento popular estallaran de forma incontrolable sería muy
probablemente una de ellas.
Tal
vez por esta razón en el periódico La Abeja apareció un suelto en el que se
anunciaba como «el Gobierno de Su Majestad siempre solícito en acudir al
remedio de las calamidades públicas, ha recibido una cierta porción de Guaco,
remitido de La Habana como remedio poderoso contra el cólera morbo» (22) , mediante
el cual pretenderían posiblemente hacer prender en el pueblo una vana esperanza
de que existía otra solución que no fuera la de mejorar las condiciones
higiénicas, fundamentándose para ello en el prestigio científico de Ramón de la
Sagra (23).
El
Periódico El Observador de Madrid, de fecha 28 de Agosto de 1834 daba a conocer
lo siguiente, por parte del Estamento de Procuradores del Reino:
El Observador, 28 de agosto de 1 834.
«Petición
leída en el Estamento de Sres. Procuradores del Reino en la sesión del 25 da
agosto».
«Los
infrascritos procuradores creerían faltar al deber sagrado que les impone la
confianza que han debido a sus comitentes, si, no llamasen enérgicamente la
atención del Estamento hacia un punto, el más importante, en el día al
bienestar de la nación.
«Nadie,
por desgracia, puede ignorar los males horribles que está causando la plaga
asoladora que, habiendo salido del Asia y atravesando casi toda Europa, se ha
extendido a España, donde muestra todo el carácter de violencia que la ha hecho
en todas partes tan temible.
«Desde
el mismo momento de su aparición en Rusia, el primer cuidado de todos los
gobiernos se dirigió a hallar los remedios más oportunos de contener sus
estragos; y para conseguir tan importante objeto, nada se ha perdonado, y aún
se puede añadir, nada se ha dejado de hacer.
«Aún
no había traspasado los límites de Rusia, y ya había enviado a aquel imperio
los gobiernos de Europa comisiones de médicos, no sólo que investigasen los
medios de curar el mal, sino también para que hiciesen observaciones sobre las
medidas sanitarias más oportunas para contener su propagación.
«El
Gobierno español no se quedó atrás en la adopción de esta medida importante; no
sólo nombró una comisión médica para observar el cólera en países extranjeros,
sino que dio la mayor prueba de interés con que miraba este objeto, olvidando
sus enconos políticos y comisionando también a un facultativo que estaba fuera
de España bajo la prescripción más absoluta.
«
¿Han correspondido los resultados a la sabiduría de estas medidas? Los que
suscriben no se atreverán a negar que en otras naciones han correspondido
perfectamente; pero por lo tocante a la nuestra no necesitarían más que
presentar un cuadro conciso de lo que diariamente estamos todos observando con
dolor para hacer ver, que sea por la causa que quiera, no ha sido de utilidad
alguna para España la experiencia tan caramente adquirida por las naciones
donde ha reinado el cólera, con respecto a medidas sanitarias; que no tenemos
en la actualidad ninguna regla fija por la que se puedan guiar las autoridades
en la adopción de los medios que han de poner en ejecución contra el cólera;
que se ven adoptar en unas partes las disposiciones más horrendas, mientras que
en otras se hace todo lo contrario; que hay una especie de anarquía en las
provincias, obrando cada junta de sanidad según las opiniones, intereses, y
mayor o menor miedo de sus individuos; que las medidas tomadas hasta ahora de
nada han servido para contener el mal, causando, al propio tiempo, perjuicios
de tal tamaño, que si no se toman disposiciones enérgicas para remediarlos, se
arruinará enteramente a muy pronto el comercio interior de la nación, y se
aumentará un grado espantoso la miseria pública, y como una consecuencia de
este aumento se estenderá cada vez más y más el mal, viniendo por último a
parar en que ni los pueblos podrán pagar los impuestos, ni el gobierno podrá
cumplir sus obligaciones, no se podría prestar el menor socorro a las
poblaciones infestadas, siendo imposible de preveer la consecuencia final de un
estado de cosas tan horroroso.
«Los
infrascritos creen que esta pintura, que de ningún modo se puede mirar como
recargada, exige imperiosamente que se tome en consideración por el Estamento
un asunto tan extraordinariamente importante. Los que suscriben no intentan que
el Estamento decida ahora la cuestión delicada de cuáles son las medidas más
propias o eficaces para contener la propagación del cólera; no tratan tampoco
de inculpar al gobierno de S. M. por no haber tomado estas o aquellas
disposiciones; los infrascritos suponén cuan imperioso y superior a todas las
consideraciones de subordinación y orden es el terror que en muchas almas
tímidas produce el ansia de liberarse de los estragos de la epidemia, y no
pueden por consiguiente ignorar las dificultades con que hay que luchar en
tales circunstancias y los sacrificas que hay que hacer a preocupaciones
inveteradas; pero al mismo tiempo creen que el bien de los pueblos que
representan exige pronto, pronto, que se fije lo más que sea posible la clase
de medidas sanitarias que se deben tomar uniformemente en toda la nación para que
cese la anarquía terrible que reina sobre esta materia en la mayor parte de sus
provincias; que se ilustre a la opinión pública acerca de lo que es más útil
observar en tales casos, y sobre todo que sea una ley la que gobierne la
conducta de las autoridades en este asunto y no el capricho, el miedo, o la
ignorancia.
Por
fortuna, la opinión de los primeros facultativos de Europa, tanto contagionista
como anticontagionista, es ya casi uniforme el punto a las medidas contra el
cólera; pero aunque no lo fuese es mucho mejor que sí se adoptasen medidas de
rigor, sean no sólo uniformemente adoptadas, sino que, se las lleve también
hasta el punto que exigen el sentido común, la necesidad, y sobre todos los
sentimientos más comunes de humanidad para con nuestros prójimos, que parecerán
olvidándose rápidamente en muchos casos. Nosotros no sabemos oficialmente
cuales son las opiniones que han expresado en sus informes los facultativos a
quienes el gobierno envió a países extranjeros o consultó en ellos, pues por un
descuido incalculable aun no se han publicado; pero si como se cree general
ente son contrarias a las medidas de rigor, será una mera prueba de la
necesidad que hay de que se pesen sus razones y de que se vea en fin si estamos
nosotros en estado de seguir el ejemplo de las dos naciones más ilustradas de
Europa, y sino sería mejor dar asenso desde luego a los manifiestos oficiales
de los gobiernos prusiano y austríaco, quienes declararon solamente, que una
experiencia muy caramente adquirida les había probado no sólo lo inútil, sino
los perjudiciales que eran las mismas clases de medidas que nosotros estamos
tomando.
De
todos modos los infrascritos procuradores creen que no cumplirían con su deber,
sino diesen algún paso para salir de la situación horrible a que se va
reduciendo la nación; la proposición que presentan no compromete de modo alguno
al Estamento, pues se dirige sólo a pedir que se examine este punto por los que
sean más a propósito para hacerlo con toda la urgencia que exige su gravísima
importancia; y que visto su parecer se digne S. M. mandar que el Gobierno
presente a consideración del Estamento una ley sobre la materia. En la adopción
de esta propuesta verán nuestros comitentes que no olvidamos sus más caros
intereses; llamaremos la atención de todos los hombres ilustrados hacia el
asunto más importante en las circunstancias actuales, y ofreceremos al Gobierno
de S. M. el auxilio más eficaz que pueda hacer desvanecer las inmensas
dificultades que encontrará ahora a cada paso, para poner en ejecución las
medidas más acertadas.
Fundadas
en estas razones proponemos que se eleve a S. M. la Reina Gobernadora, una
reverente petición concebida, si el Estamento lo tiene a bien, en los términos
siguientes:
Señora:
el Estamento de procuradores a Cortes no creería cumplir con sus deberes, si no
elevase al conocimiento de V. M. la alarma que les inspira el estado de la
Nación por efecto de las medidas sanitarias adoptadas para contener la
propagación del Cólera. La completa paralización del comercio interior, el
aniquilamiento de la riqueza y prosperidad públicas, la situación horrorosa de
los pueblos infestados, la especie de anarquía producida por las
contradicciones que ofrecen los reglamentos sanitarios existentes,
contradicciones que dan lugar frecuentemente a que cada autoridad se crea con
facultades para adoptar posiciones tan poco propias para contener el mal, como
perniciosas a los intereses más caros de la nación; en fin, el olvido de los
sentimientos más comunes de la humanidad y de caridad cristiana, de que por
desgracia se ven tantos ejemplos, presentan un cuadro demasiado horroroso para
desentenderse de emplear los mayores esfuerzos a fin de aminorar en lo posible
males de tanta consecuencia. Con este objeto el Estamento de procuradores:
A
V. M. respetuosamente pide que se digne mandar no sólo que se nombre
inmediatamente una comisión científica, que en vista de los resultados que han
producido tanto en España como en los países extranjeros donde ha reinado el
Cólera, las medidas sanitarias respectivamente adoptadas contra este mal,
proponga con toda urgencia que exige el estado lastimoso de la nación, los
medios adecuados para contener o al menos moderar sus astragos, sino también
que el Gobierno presente lo más pronto que sea posible un reglamento general a
ley de Sanidad que pueda servir uniformemente de guía en casos de epidemia.
Madrid,
16 de agosto de 1834. Francisco Velda Asensio, Joaquín Avargues, Conde de
Adanero, Marqués de Someruelos, José Rodríguez Paterna, Bernardino Vitoria,
José Ciscar, José Miguel Polo, Manuel María Acevedo, Joaquín Ortiz Velasco,
Miguel Chacón, Conde de las Navas, Rufino García Carrasco, Telesforo de Trueba
Cosía, Angel Polo y Mánguez.
Nos
encontramos pues, ante un Gobierno y unas instituciones oficiales que en una
primera instancia, se mostraron partidarios en el aspecto científico de
considerar al cólera como un mal atajable por las medidas antiepidémicas
clásicas, y contra el cual era factible utilizar algún remedio conocido, que
pudiera servir como específico para su curación y acaso como preservativo. En
esta misma epidemia las posturas oficiales con respecto a las medidas
anticontagio variaron, entre otras razones, por la presión de la opinión
contraria a las incomunicaciones y por la experiencia adquirida que demostraba
que el cólera aparecía tras los cordones militares; sin embargo, el
reconocimiento oficial de que contra el mal asiático no era probable que
existiera ningún medicamento específico no se produjo hasta la siguiente
epidemia colérica en el año 1855 cuando la Junta de Sanidad de Madrid se negó a reconocer
ninguno, porque «en cada epidemia se pondera la virtud prodigiosa de uno o más
medicamentos, que ensayados después están muy lejos de corresponder a las
esperanzas que se habían hecho concebir» (24).
Con
la medida de los Acordonamientos la política de incomunicaciones seguida por el
Gobierno puede parecer, y de hecho lo fue en parte, titubeante y confusa. Se
observan, sin embargo, dos épocas bien marcadas; la primera corresponde a los
últimos tiempos de la década absolutista y comienzos de la Regencia y se
caracterizó por el establecimiento de cordones de tropas, generalmente dobles,
sobre las ciudades o pueblos epidemiados, medidas que fueron tomadas fundamentalmente para con los andaluces.
Luego
un breve período de restablecimiento de la circulación de toda España,
propulsado por la mejoría que el invierno de 1833-34, hizo experimentar en la
salud pública; pero se volvió en el verano de 1834 a las medidas
antimorbosas tradicionales, efectuadas en esta ocasión a gran escala a separar
completamente la región andaluza del resto de la nación. Los inconvenientes y
protestas que el sistema planteado acarreó, impulsaron un cambio en la táctica
del Gobierno, que propició en esta segunda época del embate epidémico, un nuevo
esquema de acordonamientos, fundamentado en mantener la libre comunicación
entre las poblaciones atacadas o sospechosas y permitir el aislamiento de las
sanas.
Exponemos
de manera cronológica el desarrollo que el problema de los acordonamientos tuvo
en el país durante esta primera invasión colérica, estudio que tiene interés
por la posterior influencia que ejerció en los esquemas preventivos de las
invasiones siguientes y por las repercusiones de tipo económico y social que
tuvo en el país, aunque la zona en que sin lugar a dudas más influyó fue en
Andalucía.
La primera disposición
por la que se estableció un acordonamiento corresponde al 28 de agosto de 1833
(25), fecha en que habiéndose declarado el cólera en Huelva se dispuso por la
autoridad militar su incomunicación, y la vigilancia a cargo de un segundo
cordón militar de los pueblos situados a diez millas de la capital,
prohibiéndose además la salida al mar de las embarcaciones onubenses o que
hubieran de pasar por la desembocadura del río Odiel o Tinto, so pena de ser
enviados sus tripulantes al lazareto de Mahón; se prevenía también la
posibilidad de establecer cordones en otras poblaciones, echando mano para
ello, caso de ser necesario, de los voluntarios realistas e incluso de
ciudadanos honrados. Establecía además algunas medidas preventivas, entre las
que destaca la invitación efectuada a todas las personas pudientes para que
acudieran en socorro de los afligidos por la enfermedad, no sólo para auxiliar
a sus semejantes, «sino también para evitar los funestos efectos de la
propagación y el contagio».
El
23 de septiembre del mismo año (26), una nueva Real Orden dispuso que los
capitanes generales de Andalucía y Extremadura mandaran establecer cordones de
tropas y voluntarios realistas en todos los pueblos en los que apareciese la
epidemia para evitar que sus habitantes los abandonasen, y a seis millas de los
mismos, líneas de observación, considerando a todos los habitantes de los
pueblos comprendidos entre los cordones y las líneas de observación como de
procedencia sospechosa, por lo que se veían obligados en caso de desplazamiento
a realizar una cuarentena obligatoria de nueve días, que debería ser
incrementada en cinco más caso de pretender el paso a Castilla, cuarentena esta
última que había de realizarse en los lazaretos establecidos a tal efecto en
Santa Elena y Almaraz; además, todos los viajeros procedentes de Andalucía
debían proveerse de una boleta o pasaporte de sanidad, gratuitamente en el caso
de ser jornaleros y pagando un real de vellón los demás, en los que las
autoridades sanitarias de los puntos de origen y de tránsito (Juntas de Sanidad
locales) y la policía de los mismos lugares debían hacer constar el estado de
salud de los mismos. Al propio tiempo, en su artículo 15 prohibía, mientras
durase el contagio, la celebración de todas las ferias de Extremadura y
Andalucía, con el grave quebranto económico que tal medida supondría para estas
regiones sin otro fin, como explícitamente se reconoce en el artículo 13 de la
mencionada Real orden, que evitar el contagio en la Capital y provincias
interiores.
Posteriormente,
el 23 de octubre del mismo año se acordonó Málaga, y el 28, Cádiz, a raíz del
dictamen de un médico enviado a reconocer su estado de salud por la Junta
Suprema de Sanidad coincidente con el emitido por la Real Academia de Medicina
de Málaga y pese a la oposición de la Junta de Sanidad malagueña. Por Real Orden
del día 31 del mismo mes todos los barcos procedentes de ambos puertos habían
de pasar cuarentena en el lazareto de Mahón (27).
Religioso que atiende a un enfermo de cólera. |
Con
respecto a la confusión burocrática podríamos consignar las preguntas
efectuadas a la Junta de Sanidad sobre si los viajeros procedentes de Córdoba y
Sevilla que había sufrido cuarentena en Almaraz podían continuar viaje, o las
acusaciones de que la Mensajería de Extremadura burlaba las normas sanitarias
al hacer entrar en la ciudad como si fueran paseantes a personas procedentes de
zonas sospechosas (28).
El
mejor ejemplo de la confusión reinante nos lo proporciona la correspondencia
entre la Junta de Sanidad de Madrid y la Junta Suprema de Sanidad, en la cual,
la primera, al presentarle una queja del capitán general de Madrid porque había
sido detenida una cadena de presos rematados en La Mancha por órdenes
procedentes de Andújar, aprovechó para preguntar si estaban establecidos los
lazaretos de Santa Elena y de Almaraz y para solicitar una relación de los
pueblos epidemiados sobre los que se habían establecido cordones. La Junta
Suprema de Sanidad contestó indicando los días exactos en que se habían establecido
los lazaretos, pero en relación a los cordones manifestó que la ubicación de
los mismos era variable a medida que evolucionaba la epidemia, por lo que era
imposible hacer una relación de los pueblos sometidos a la incomunicación (29).
Los
problemas con respecto al desarrollo económico o más concretamente a la
actividad mercantil, quedarían reflejados en la disposición antes mencionada
que suprimía las ferias de Andalucía y Extremadura, y en las quejas de los
dueños de la Mensajería de Extremadura, que, al solicitar el restablecimiento
del servicio de diligencias, argumentaban ante la Junta de Sanidad que sin él
no podían trasladar medicamentos a los pueblos invadidos y ante la Regente que
de no renovarse el servicio de mensajería con las diligencias se arruinarían
indefectiblemente (30).
Los
problemas que la incomunicación podía plantear a la buena marcha de los asuntos
políticos se reflejan en una comunicación del superintendente general de la Policía
a la Junta de Sanidad de Madrid para hacerles saber la detención de un Correo
procedente de la legación de España en Portugal, advirtiendo que «la crítica
situación de las cosas (la guerra carlista) hace probable que el paso de
correos sea más frecuente que en tiempos ordinarios y este giro de los acontecimientos
exige nuevas reglas que aúnen los intereses sanitarios y el servicio del
Estado»; en contestación a lo cual la Junta, después de acordar nueve días de
cuarentena para el correo, aconsejaba que se comunicaba a la Junta la detención
del coche diligencia procedente de Granada, y ésta acordaba que los viajeros
realizasen cinco días de observación. Según el Archivo de la Villa de Madrid:
3-373-76, el día 20 de noviembre de 1833 un grupo de viajeros granadinos
manifestaba llegar directamente de su ciudad, teniendo cerradas las
comunicaciones con Málaga y la Junta de Sanidad ordenaba se les dejase en
libertad, previa fumigación de los equipajes por haber cumplido la cuarentena
durante el tiempo que había durado el viaje.
A
medida que avanzaba el invierno, la epidemia iba perdiendo virulencia y las
medidas de incomunicación suavizándose. El 10 de enero de 1834 se dio orden de
no detener a las personas procedentes de Málaga, haciéndose extensivo el 15 a
las de Cádiz (31) y el 13 de febrero por Real Orden (32), se restableció la
libre circulación terrestre y marítima, declarando ilícito todo corte de
comunicaciones realizado por noticias ajenas o sin la orden correspondiente del
Gobierno. Con esta medida se reanudaba el comercio tanto interior como exterior,
ya que se permitía la admisión de embarcaciones procedentes de La Habana,
México y Estados Unidos de América sin más restricciones que las establecidas
para evitar la propagación de la fiebre amarilla (se mantenía interrumpido el
tráfico con Madera y Azores, afectadas por el cólera).
A
pesar de algunos amagos de invasión que obligaron a volver a establecer la
cuarentena para las personas procedentes de un radio de 20 leguas de Granada
(33), la mejoría general continuó, llegándose a suprimir el 27 de marzo, por
una Real Orden de las Juntas de Sanidad interior, aunque dejando en
funcionamiento las dos localidades marítimas (34).
Sin
embargo, el verano de 1834 volvió a traer el cólera, y el 9 de junio de 1834 se
prohibía la entrada de viajeros procedentes de Andalucía en la Corte al tiempo
que se mandaba establecer un cordón militar en Sierra Morena (35).
El
19 de julio, no satisfechos con la medida anterior, acaso por juzgarla
insuficiente, se decretó el aislamiento total de Andalucía por una línea militar
que desde Cartagena-Lorca-Caravaca llegaba bordeando los sistemas montañosos
hasta Fregenal, con lo que Andalucía quedaba completamente incomunicada a
excepción de los puntos previstos para el paso de viajeros, previstos todos
ellos de los correspondientes lazaretos.
Las
medidas de aislamiento de Andalucía en esta segunda época, al igual que durante
el primer período, produjeron problemas y protestas idénticas a las
anteriormente reseñadas: entorpecimiento en las comunicaciones y el
consiguiente deterioro en las relaciones comerciales. La fecha del 1 de julio
de 1834 señala el punto de inflexión en el que el esquema de incomunicación
mantenido por el Gobierno cambia totalmente, pues con esta fecha, a la vista de
«los funestos resultados que causa a los pueblos» la incomunicación con la Capital y de acuerdo con la Junta Suprema de
Sanidad se ordenó que se abrieran y mantuvieran expeditas las relaciones entre
los pueblos infectos o sospechosos, y que sólo pudieran cortarlas los que
permanecieran sanos (36).
A
los viajantes en los pueblos se les expulsaba hasta con armas de fuego y no se
les socorría, concluyendo que tal estado de cosas debía acabarse con la
aceptación por parte del Gobierno de la teoría de la no contagiosidad del
cólera.
Creemos
que este estado de opinión se vería reforzado por un hecho verdaderamente
insólito: Estando Andalucía cercada desde el 19 de junio por un doble cordón
militar, el día 15 de julio penetró en la Corte el general Rodil al mando de
una división del ejército procedente de la frontera con Portugal y camino del
Norte, donde se dirigía para intervenir en la Guerra Carlista. Su trayecto
desde la frontera fue el siguiente: atravesó Andalucía, pasó por Despeñaperros
a La Mancha, Toledo y Madrid a donde llegó precisamente el día en el que según
la memoria redactada por la Junta de Sanidad (37), se declaró el principio de
la epidemia con auténtica virulencia. Luego continuó su camino por Guadalajara,
Segovia, Soria, Valladolid, Burgos, Logroño y las Vascongadas (38).
La
postura del Gobierno en este punto resulta difícil de sostener. Por un lado la
Familia Real se mantenía acorazada tras un cordón militar, intentando
protegerse del contagio y distrayendo un número apreciable de tropas, mientras
que por otro una división del ejército vulneraba las normas sanitarias
implantadas por el propio Gobierno para acudir a terciar en una Guerra que,
aunque no sólo dinástica, era también un pleito sucesorio. No es de extrañar,
pues el malestar generalizado contra unas medidas que sólo parecían ir
encaminadas a entorpecer los movimientos de los ciudadanos.
No
poseemos constancia documental de que se siguiera procediendo de esta manera
cuando en el verano de 1834 el cólera volvió a recrudecerse, pero teniendo en
cuenta que las medidas de incomunicación en un primer momento se endurecieron
no parece descabellado sospechar que así fuera. Para el caso de que los dos
anteriores filtros no dieran el resultado apetecido, se emplearon las guardias
vecinales como último baluarte de la defensa sanitaria, establecidas en todas
las puertas y portillos de las ciudades. Comenzaron a realizarse en su primera
época en septiembre de 1833 ante las amenazadoras noticias procedentes de Andalucía
y coincidentes con las primeras medidas de aislamiento de las mismas.
Cronológicamente
la expansión del cólera por el país tuvo influencia en todos los esquemas
preventivos de las invasiones siguientes, no sólo por lo que representaban las
pérdidas de ciudadanos, como por las repercusiones económicas y sociales que
tuvo en todo el país, sobre todo en la zona más afectada que fue Andalucía. La
mayor influencia se produjo durante esta primera invasión del cólera en este
periodo. Fue precisamente en junio de 1834 cuando se produjo el aislamiento de
Andalucía por los cordones sanitarios y que en julio del mismo año se publicó la Ley proteccionista de trigos y
harinas, que supuso la consolidación y reforzamiento del aparato jurídico
surgido en 1820 para cerrar el mercado interior a los granos extranjeros.
Esto
induce a pensar que las medidas aislacionistas probablemente dificultaron,
mientras estuvieron en vigor, el comercio interior de granos. Cobran así todos
su sentido las razones que el Ministerio del Interior dio para levantar los
cordones a finales de agosto de 1834, pues, esta medida «paralizando el
tráfico, e imposibilitando el abastecimiento de comestibles condena a los
pueblos, por evitar un mal dudoso, a sufrir los seguros e inevitables que nacen
de la escasez y la miseria». Los efectos de los «trascendentales perjuicios bajo
el aspecto económico» debieron ser tan importantes que la misma orden señaló en
su artículo 33 que «las mismas autoridades (...) cuidarán del abundante abasto
de alimentos sanos en los pueblos» (39).
Vemos
que las medidas anticontagio si tuvieron importantes implicaciones económicas,
también las tuvieron políticas, pues suponían el poder controlar mediante un
ejército desplegado en los pasos de unas regiones a otras, los movimientos de
las personas en el territorio nacional, haciéndose preciso el uso de pasaporte
para viajar.
Las
medidas para mejorar el servicio de limpiezas supusieron sin duda una
importante mejora de la higiene pública en las poblaciones, pero cuando
desapareció la epidemia, parece ser que también dejaron de practicarse estas
medidas. Las medidas de saneamiento (construcción de alcantarillado, traslado
de muladares y matadero, limpieza de pozos negros, etc.) fueron seguramente las
que mayor permanencia tuvieron y significaron el afianzamiento de la
preocupación de las autoridades por las mejoras urbanísticas relacionadas con
aspectos de salubridad pública. Destacan en este sentido las apreciaciones de
los médicos que realizaron las inspecciones de las casas haciendo constar, como
aspectos nocivos, la falta de ventilación, la poca luz y el número excesivo de
personas que convivían en una misma habitación. También son frecuentes las
referencias a la mejora de la higiene de los patios interiores y a la limpieza
de los pozos negros. Respecto a los medicamentos hay que señalar que hemos incluido
en ellos las sanguijuelas y la nieve. (40)
Deseo
terminar este artículo con una cita esplendida y muy estimuladora de la
curiosidad por el pasado, la cita dice así:
"Podemos
desinteresarnos de la eternidad que nos seguirá, pero no podemos librarnos de
la angustiosa pregunta sobre qué eternidad nos ha precedido." (Humberto Eco. La
isla del día de antes)
Granada 22 de Enero de 2016.
Pedro Galán Galán.
Bibliografía
y consultas:
(1)
Gonzalo Anes "Economía e Ilustración en la España del siglo XVIII"
Editorial Ariel. 1969.
(2) José
Antonio Rodríguez Martín: “José María el Tempranillo”, páginas 200 y 201. Este
autor cita a su vez la obra de Alfonso Braojos Garrido “D. José Manuel de
Arjona. Asistente de Sevilla (1825-1833) editada en Sevilla en 1976.
(3)
Perales Solís, M.: Partidas carlistas y bandidos en el Marmolejo del
siglo XIX. Artículo publicado en el programa Oficial de la feria de Marmolejo.
Año 1987.
(4) Luís Pedro Pérez García: “Andújar y el largo siglo
XIX”. Edita: Consejería de Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía. Año
2000. Páginas 80 y 81.)
(5)
Luís Pedro Pérez García: “Andújar y el largo siglo XIX”. Edita: Consejería de
Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía. Año 2000. pág. 87.
(6) Luís Pedro Pérez García: “Andújar y el largo siglo
XIX”. Edita: Consejería de Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía. Año
2000.)
(7) José Antonio Rodríguez Martín: “José María el
Tempranillo”, pág. 152. Ed. Castillo Anzur. Lucena (Córdoba). Año 2002.)
(8)
Julio Artillo González: “Jaén en la época Contemporánea (1808-1987)”. Capítulo
de la obra “Jaén” (tomo II), colección “Nuestra Andalucía”, página 625.
Granada, año 1989.
(9)
Ph. Hauser: Estudios epidemiológicos relativos a la etiología y profilaxis del
cólera, hechos y observaciones recogidas durante la epidemia colérica de 1884.
Madrid. 1887.
(10)
Archivo de la Villa de Madrid. 3-374-59,
en adelante A. V. M.(11) A. V. M. 3-358-46.
(12)
Pedro M. Rubio; Lorenzo Sánchez Núñez; Francisco Paula y Folch: Informe General
de la comisión facultativa enviada por el Gobierno español a observar el cólera
morbo en países extranjeros, remitido desde Berlín en 31 de mayo de 1 833 por
los profesores comisionados por Su Majestad, Madrid. 1834.
(13)
Mateo Seoane: Documentos relativos a la enfermedad llamada cólera espasmódico
de la India que ahora reina en el Norte de Europa, impreso por Orden de los
Lores del Consejo privado de Su Majestad británica, traducidos al castellano y
aumentados con notas y un apéndice por don Mateo Seoane. Madrid, 1831.
(14)
Esteban Rodríguez Ocaña: «Ciencia e ideología en torno a la primera epidemia de
cólera en España (1833-1835). I Congreso de la Sociedad Española de Historia de
las Ciencias. Madrid, 1978.
(15) F. J. V. Broussai.: Memoria sobre el cólera morbo epidémico observado y tratado en París por F. J. V. Broussais protocolo: Médico del hospital militar de Val de Gracia de Paris, traducido de la segunda edición francesa que ha aumentado el autor con notas y un suplemento por el doctor don Ramón Trujillo, catedrático del Real Colegio de Medicina y Cirugía de San Carlos de esta Corte. Madrid, 1833.)
(15) F. J. V. Broussai.: Memoria sobre el cólera morbo epidémico observado y tratado en París por F. J. V. Broussais protocolo: Médico del hospital militar de Val de Gracia de Paris, traducido de la segunda edición francesa que ha aumentado el autor con notas y un suplemento por el doctor don Ramón Trujillo, catedrático del Real Colegio de Medicina y Cirugía de San Carlos de esta Corte. Madrid, 1833.)
Otras
monografías que fueron traducidas para poner algo de luz ante tal problemática
fueron la de los tres autores siguientes:
La
Mare- Picquot: Observaciones sobre el cólera morbo de la India hechas en
Bengala y en la Isla de Francia. Publicadas en París en 1 831 por La
Mare-Picquot, profesor en Farmacia de la Isla de Francia. Traducidas por don
Antonio Ortiz Transpena. Madrid, 1832.
Alex
Moreau de Jonnés: Monografía o tratado completo del cólera morbo pestilencial.
Traducida por don Juan Gualberto Avilés. Madrid, 1832.
Y
la de L. J. M. Robert: Carta histórico-médica sobre el cólera morbo de la India
importado a Moscú. Traducida por S. E. la Junta Superior de Sanidad de
Cataluña. Por el vocal Juan Francisco de Bohl. Barcelona, 1831.
(16) Esteban Rodríguez
Ocaña: «Ciencia e ideología en torno a la primera epidemia de cólera en España
(1833-1835)). I Congreso de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias.
Madrid, 1978.
(17) Luís Comenge y
Ferrer: La Medicina en el siglo XIX. p. 202. Barcelona.
(18)
A. J. M. 3-372-13. Cartas de 3,11, 19 y 31 de mayo de 1832 y 7 de octubre de
1833. La lista de medicamentos que debían poseer en las boticas se debe a los
vocales facultativos Juan Castelló y Bonifacio Gutiérrez.
(19) A. V. M.3-373-91.
(20)
julio. El Observador de 19 de julio.
(21)
julio. El Observador de 19 de julio.
(22)
Ramón de la Sagra: «La historia del Guaco por el profesor de Botánica de La
Habana». La Abeja, 3 de agosto de 1 834.
(23)
Ramón de la Sagra: «La historia del Guaco por el profesor de Botánica de La
Habana». La Abeja, 3 de agosto de 1 834.
(24)
Memoria de la Junta de Sanidad y Beneficencia acerca de la epidemia de cólera
morbo padecida en esta Capital. Madrid, 1855, p. 25.
(25) P. H. Guser: Estudios epidemiológicos relativos a la etiología y
profilasis del cólera, hechos y observaciones recogidas durante la epidemia
colérica de 1884. Madrid. 1887, p. 280.
(26)
A. V. M. 3-374-1.
(27)
A. V. M. 3-373-40.
(28)
A. V. M. 3-373-70: Comunicación del corregidor subdelegado de Navalcarnero de
10 de octubre de 1833.
(29)
A. V. M. 3-378-48: Según comunicación del duque de Bailén, presidente de la
Junta Suprema de Sanidad, los puntos epidemiados el 1 de octubre de 1833 eran:
Huelva, Ayamonte, Sevilla, Coria, La Puebla, Dos Hermanas y los sospechosos:
Alcalá de Guadaira, Alcalá del Río, La Rinconada, Badajoz, Olivenza y Valverde
de Leganés.
(30)
A. V. M. 3-373-70: Comunicaciones de los propietarios de la Mensajería de
Extremadura con fecha de 22 de octubre de 1833 a la Junta y de 13 de noviembre
a la Regente.
(31)
Archivo de la Villa de Madrid.3-374-29.
(32)
A. V. M. 3-373-78.
(33)
Archivo de la Villa de Madrid.3-374-29.
(34)
A. V. M. 1-236-5: Real "Orden de 27 de marzo de 1834 suspendiendo las
Juntas Provinciales del interior, pero dejando en funcionamiento las del
litoral. - Gaceta de Madrid, de 4 de abril de 1834.
(35)
A. V. M. 1 -236-5.
(36)
P. H. Hauser: Estudios epidemiológicos relativos a la etiología y profilasis
del cólera, hechos y observaciones recogidas durante la epidemia colérica de
1884. Madrid. 1887, p. 283.
(37)
A. V. M. 3-358-46.
(38) Ph. Hauser: Op. cit., pp. 190 y siguientes.- A la cabalgada de Rodil hacen
también referencia Mariano y José Luís Peset en su obra citada.
(39)
A. V. M. 3-374-1: Real Orden de 24 de agosto de 1834.
(40)
Puerto, J. y San Juan, C.: La epidemia de cólera de 1834 en Madrid.
2 comentarios:
Pedro, mucho me ha gustado tu artículo; si fuese más corto más me hubiera gustado.
Una de las cosas que más me ha chocado es la medida de las puertas, un poco más de metro y medio de ancho; es imposible, impediría el simple paso de un carruaje. Con la altura ocurre igual. Una galera cargada de paja, por ejemplo, no tendría acceso.
A mediados del XVIII se realiza el Catastro de Ensenada, ya vimos en una entrada del blog (Nuestro pueblo hace trescientos años) como se afirmaba en el Catastro que unos diez años antes se habían vendido unas tierras para construir el pósito. Por tanto, debió estar completamente en funcionamiento cuando se hace, o se proyecta, la muralla (yo creo que no es una construcción nueva, es más bien una reparación). Así que esa calle que llamas Callejuela del Santo, es en realidad del Pósito. La callejuela del Santo iría desde la calle Llana hasta la Cuesta de los Caballos, por bajo de la iglesia del Santo no existían las casas que ahora hay. Fíjate que estamos hablando de una muralla que recorre la Cuesta de los Caballos hacia arriba y muere en la callejuela del Santo. La muralla no continúa porque ya la pendiente se acentúa tanto que no la hace necesaria.
Otra cosa que creo es que la muralla es casi rectilínea, por tanto no llega hasta el cruce de Cuatro Caminos, sí transcurre por los nombres que citas.
En el trabajo que hiciste sobre los hijosdago hay una intervención de una persona anónima que, yo no sé por qué no quiere identificarse porque parece impecable lo que dice y cómo lo dice, esta persona afirmaba que el nombre del Marqués del Puente se debe a que, el marqués, era dueño de la Presa, y que tenía un molino justo donde ahora se asienta el actual ayuntamiento, de ahí el nombre de la calle.
Me adhiero a dar el nombre de una plaza o calle a Blas Palomino. Tú ya propones una. No tengo la absoluta certeza, pero creo que nuestro buen fraile era de la familia de los Palomino, que vivían en la calle que hoy es Blas de Otero. Era una casa que ocupaba toda la actual manzana hasta la calle Canalejas y que tenía la entrada frente a la Calzada de la Iglesia. Si así fuera, ¿qué mejor nombre que la calle donde nació?
Pedro, de nuevo escribo:
Una de las razones, para rehacer la muralla, que no hemos comentado y que es muy poderosa, es para cobrar los impuestos. Las poblaciones cuidaban sus murallas, para que por sus puertas pasara toda la mercancía y pagara su impuesto, que nada se escapara. Era una fuente muy importante de recaudación, quizá sea la principal causa de la reconstrucción.
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