Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.
sábado, 14 de marzo de 2015
RECORDANDO LA NOVENA DEL SEÑOR DE LA CAPILLA DE LA FELIGRESÍA DE LAHIGUERA. UN RECUERDO DE NUESTROS AÑOS INFANTILES
LA NOVENA DEL SEÑOR DE LA CAPILLA QUE CADA AÑO, DESDE
HACE DECENAS DE AÑOS, SE CELEBRA EN LAHIGUERA ENTRE LOS DÍAS 13 Y 21 DE MARZO,
Y LA POSTERIOR FIESTA
DEL SEÑOR DE LA CAPILLA EL
DÍA 22 DE MARZO.
En los imborrables años de mi infancia en Higuera de
Arjona, mi pueblo, uno de los recuerdos más indelebles que conservo, es el de
Las Novenas del Señor de la
Capilla; unas novenas que siempre desde hace al menos casi tres
cuartas partes del siglo pasado y lo que llevamos de este, vienen repitiéndose,
año tras año, cuando llega la fecha del 13 de Marzo para concluir el día 21 y
celebrar al día siguiente "la
Fiesta del Señor de la Capilla" el día 22 de Marzo.
Detalles del Rostro del Santísimo Cristo de la Capilla de Lahiguera. Obra del insigne imaginero córdobes D. Juan Martínez Cerrillo.
Santísimo Cristo de la Capilla venerado desde la posguerra en Lahiguera.
La palabra novena, del latín “novem” (nueve), desde el punto de vista de la liturgia de la Iglesia se refiere al
“ejercicio devoto que se practica en la iglesia durante nueve días, por lo
común seguidos, con oraciones, lecturas, letanías y otros actos piadosos, dirigidos
a Dios, Cristo, la Virgen o los santos y santas de la Iglesia”.
Esta práctica religiosa surgió y era bastante frecuente
durante el siglo XIX, También era normal que, dentro de la religiosidad de esta
época, los asistentes a las novenas, durante los nueve días, podían ganar
preciadas indulgencias como remisión de sus penas por el pecado. Posteriormente
se propagaron tanto que no había pueblo o parroquia en donde no se celebrasen
varias novenas dedicadas a cualquier advocación.
En la actualidad hay menos novenas, se
han reducido considerablemente; pero han permanecido las más importantes en
cada localidad, entre otras, aquellas dedicadas a los santos patronos y a los
cristos o vírgenes que cuentan con un templo o ermita bajo su advocación, y en
torno a los cuales se celebra en muchos casos la gran fiesta, teniendo siempre
la celebración de La Eucaristía como nucleo celebrativo del acto religioso .
Las novenas se celebraban como preparación para una
fiesta religiosa, fiesta que coincidía siempre con el último día o con el
siguiente, en que se celebra la verdadera fiesta. Se les daba mucha importancia
en la vida de los fieles a las novenas, de ahí que se oyesen con frecuencia
expresiones en el pueblo como: “Ya tocan a la novena del Señor de la Capilla”; “Hoy comienza la
novena”; “Tengo que ir a la novena del Señor de la Capilla este año, tengo
una promesa”; “Están tocando las campanas para la novena…”; “Ya se escuchan los
tambores de la novena”…etc.
Durante los días de la novena se prepara desde
siempre el templo de un modo especial, las novenas del Señor de la Capilla siempre han sido...otra cosa, quizá para que todos los asistentes puedan verlo y rezarlo con más
devoción, si cabe. Además no le faltan las flores y otros adornos populares.
Como siempre ha sido habitual, las fiestas populares
son más abundantes durante los meses de primavera, nuestra primera fiesta
popular es la Fiesta
de San Sebastián, nuestro copatrón;después al poco se da paso a las Novenas del Señor de la Capilla para dar entrada
al comienzo de la primavera, que anuncian los almendros en flor; a principio del
verano viene nuestro San Juan, y en pleno verano con los rigores del estío nos
llega Santa Clara. Es normal que así sea, pues desde siempre en nuestros
pueblos muchas de las fiestas religiosas tienen que ver con la vegetación, las
labores del campo y, por supuesto, con la recolección de las cosechas.
La religiosidad popular ha tenido sus propias
manifestaciones piadosas en cada época, y los novenarios constituyeron una práctica
muy generalizada en la vida tradicional de nuestro pueblo, hasta su brusca
decadencia en los tiempos pretéritos, con las remodelaciones de la liturgia
desde el Concilio Vaticano II, y el reforzamiento de los últimos decenios, por
la mayor presencia de los fieles en los templos, unidos de nuevo a la
religiosidad popular centrada sobre todo en la Semana Santa, Las Novenas del
Cristo de la Capilla
y los santos Patronos.
Santísimo Cristo de la Capilla de Lahiguera trasladado este año de 2021 al templo parroquial de abajo, desde su sede en el templo calatravo de 1556 para celebrar con mayor amplitud la fervorosa novena que anualmente se realiza en honor de su advocación, dada la situación de la pandemia que padecemos y la gran afluencia de fieles al templo.
Hermanos Mayores corresponsables de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Capilla y del Santo Entierro, para este año que concluirá en la novena del año 2022.
Enlace a través del cual se ha seguido este año por internet la Novena del Señor de la Capilla de Lahiguera:
Como hemos dicho las novenas precedían y preceden siempre
a la fiesta del Señor de la
Capilla y revestían especial solemnidad en algunos periodos,
dependiendo de la mayor riqueza o empeño de los hermanos mayores, o el interés en la preparación puesto por el
sacerdote de turno en la celebración de la liturgia de cada día de novena. Además
de las funciones publicas de signo más o menos social, según los ritmos de los
tiempos, y paralelamente a ellas, el protagonismo femenino en las Novenas, ha
sido constante a lo largo de todos los años en la memoria de los fieles. Finalmente,
la novena tiene también cabida en la devoción personal, para impetrar favores
especiales o para remediar los males; eran las promesas que las madres hacían de
asistencia a las novenas durante un tiempo; ante una enfermedad grave de su
hijo o de otros familiares.
Me gusta especialmente la novena del Señor de la Capilla, porque es una
muestra de la religiosidad popular de Lahiguera en estos tiempos, junto al
fortalecimiento que ha tenido de unos años a esta parte la Semana Santa, debido,
a que en la mayoría de los casos, han tomado, los jóvenesde uno y otro sexo, los mandos y sentimientos
de servicio y hermandad de las cofradías en todas y cada una de las Hermandades
de nuestra Semana Santa; ahora vibra más que nunca la juventud con la fiebre de
la proximidad de la Semana Santa.
La religiosidad populares
sencillamentela religiosidad del pueblo,
de las gentes que viven y no pueden por menos queexpresar públicamente, con sincera y sencilla
espontaneidad, su fe cristiana, una fe recibida de generación en generación por
las madres de cada hogar, y que ha ido configurando la vida y las costumbres de todo un pueblo como el nuestro.
Uno de cuyos elementos más destacados, desde siempre y también ahora, son las
Hermandades y Cofradías de la Semana Santa
Higuereña. Las formas de culto de las Hermandades y Cofradías, en su vertiente
devocional más generalizada, se resumen en una continua preocupación de los
jóvenes por su cofradía, y el acrecentamiento de las actuaciones en estas
alturas del año, vísperas ya de la Semana Santa de este año.
La religiosidad popular ha sido en otros momentos un
tema muy denostado, que no gozaba de excesivos entusiasmos hasta hace décadas,
pero que ha aumentado en este aspecto de modo considerable últimamente. Bueno
será entonces, para mayor comprensión del hecho, reproducir unas líneas del
Papa emérito Benedicto XVI sobre el tema, palabras que fueron escritas cuando
era cardenal: “La religiosidad popular es el humus sin el cual la liturgia no
puede desarrollarse. Desgraciadamente muchas veces fue despreciada e incluso
pisoteada por parte de algunos sectores del Movimiento Litúrgico y con ocasión
de la reforma postconciliar. Y sin embargo, hay que amarla, es necesario
purificarla y guiarla, acogiéndola siempre con respeto, ya que es la manera con
la que la fe es acogida en el corazón del pueblo, aun cuando parezca extraña o
sorprendente. Es la raigambre segura e interior de la fe”. Magníficas palabras
para valorar ese fenómeno de la religiosidad popular. El “Directorio sobre la
piedad popular y la liturgia” de la Congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos nos ilustra sobradamente sobre las formas de
culto y especialmente sobre las prácticas de piedad popular.
Siempre entendí que estas novenas estaban muy
relacionadas, desde hace al menos cinco siglos, con la costumbre de la Iglesia de
situar el acercamiento de los fieles a la exigencia de confesar y comulgar al
menos una vez al año, con el arrepentimiento y limpieza de las conciencias en fechas
tan próximas a la Semana Santa,
lo que después se fue llamando el “Cumplimiento Pascual”, que hacía que algunos
hombres higuereños se acercaran a confesar y comulgar al menos una vez al año,
por la presión de las esposas y madres, que si eran más asiduas practicantes a
lo largo de todo el año. Eran los frutos de otro Concilio, el de Trento, que dejo
y afianzo esas costumbres en el pueblo de Dios. En esos años había un número
casi mínimo de hombres que se acercaban con frecuencia dominical a la iglesia;
para la mayoría eso de ir con frecuencia a la iglesia era cosa de mujeres, de
forma que únicamente acudían en ese tiempo del nacional catolicismo a los
entierros, por eso de dar el pésame, y a las bodas, costumbre que aun persiste
para la mayoría de los hombres de Lahiguera. Llegando en muchos casos los hombres
a acompañar a sus esposas a misa cuando estaban fuera del pueblo, pero sin llegar
a hacerlo de forma habitual cuando estaban en el pueblo, parece que llevados,
por las poderosas costumbres instaladas en la sociedad, y tan propias de la
mayoría del genero masculino, donde tampoco faltaba la vergüenza ancestral
sentida por la falta de costumbre y el escaso seguimiento de la liturgia en
latín. Las mujeres al fin y al cabo tenían un misal, que aunque en latín podían
ir leyendo con acento de extranjeras a Roma, y su rezo del rosario en la misa,
cuando se perdían en las palabras de la misa porque no la podían seguir.
Es costumbre muy arraigada desde hace muchas décadas,
que cada noche, desde el día 13, que es la primera novena, el Hermano Mayor de
ese año, con cetros y estandarte y acompañado de otros hermanos del Señor de la Capilla, y familiares
próximos, vaya desde su casa al templo de Nuestro Padre Jesús de la Capilla, acompañado de
tambores, de los niños y de otros rezagados en la subida al templo, para que
nada más llegar comience la Novena del Señor de la Capilla.
La manera de celebrar la novena ha variado sobre todo
desde la celebración del Concilio Vaticano II y todos los cambios que este
acontecimiento de la Iglesia Universal motivó en la liturgia y las
celebraciones litúrgicas.
Por los años de mi niñez el centro de la celebración
era el rezo del Santo Rosario y sus letanías, y oraciones de expiación
variadas, seguidas de la predicación del sacerdote o de otro misionero
invitado, que a lo largo de los nueve días iba desgranando aspectos y momentos de la Pasión de Cristo, como si
las predicaciones y reflexiones del pueblo fuesen preparándolos al modo de ejercicios
espirituales cuaresmales.
Vista del Templo del Santísimo Cristo de la Capilla de Lahiguera.
Tal como puede apreciarse localizando la Torre del Templo, se comprueba que lo que fuese en la antigüedad el centro bajo medieval de nuestro pueblo, ha quedado hoy situado al borde de la zona habitada.
Diversas tomas de la Torre del Templo del Santísimo Cristo de la Capilla.
Las novenas con pequeñas variaciones constaban
siempre en su ritual del rezo del Santo Rosario, de una predicación cuaresmal
por parte del sacerdote del pueblo u otros del arciprestazgo, o muchas veces de
predicadores “misioneros” también de fuera, que desarrollaban unas homilías que
ponían el corazón de los asistentes en un puño, y preparaban para un
arrepentimiento total a lo largo de los nueve días. Los últimos días de la
novena el sacerdote del pueblo, y otros que venían de los pueblos de al lado y
los predicadores se ponían a confesar a los fieles que acudían casi en masa y
se repartían por los múltiples confesionarios improvisados en el templo. Siendo
con frecuencia los sacerdotes venidos de fuera o desconocidos los que
acumulaban filas mayores para la reconciliación con Dios, por ser desconocidos para
los arrepentidos, buscando los infractores de la Ley de Dios el secreto de confesión, que el desconocido sacerdote le proporcionaba después con su ausencia, también se buscaba el
que se recibiesen penitencias más leves, según lo que comentaban los anteriormente
confesados. Que lejana esa manera de vivir la fe del Dios Misericordioso que
conocemos hoy.
Nave de las Virgenes de La Soledad y de Los Dolores.
Nave de Nuestro Padre Jesús.
Los cantos de cada una de las tres mujeres que suelen
hacerlo año tras año, van emocionando a los fieles asistentes, al ir hilvanando
con su canto los padecimientos de Cristo en su Santa Pasión. Si echamos un
recuerdo a las cantoras la mayoría de la gente manifiesta, que de lo que se
recuerda, era María Sanpedro Garrido “la Estanquera” entre las más antiguas recordadas, algunas
incluyen a su hermana Librada Garrido, otras no; Carmen García Mercado “La Cachorrilla”; Josefa
Barragán (la mujer del “Chache”, hermana del “Republicano”); “María la de
Follarate”, esposa del “Paco del Prevenío”; IsabelCubillas hermana del Chispas y esposa de
Timoteo conocido como “El Marqués “ en el pueblo; “La Sole”, Soledad Barragán
García, hija de Juan José y Soledad; Juanita Morales Palomares, hija de Gertrudis; Adela
y Tere Pozo, hijas de Rafael “el Torero”; “la María de la Miaja”, y “la Ada”, Inmaculada Morales Mercado, hija de Segunda;
también me dicen que cantaron Purita y su hermana Paquita "las del estanco", Anita hija de
Juan de Dios y supongo que alguna otras más, que hayan olvidado algunas
personas de las preguntadas. Parece que durante algunos años no se sabe si por
falta de cantoras o imperativos de la nueva liturgia, se dejaron de hacer estos
cantos, que fueron recuperados en el año 2002, gracias al interés del actual
director de la Banda Municipal
de música, Francisco Pérez Cano, que siendo Hermano Mayor ese año se lo propuso
a su prima Juani Pérez (casada con Pepe el del Chispas), a su hermana Ana Pérez
Cano y a su hija Ursula Pérez Fuentes. Las tres señoras actuales, que cantan
cada día de la novena, son Josefa Pérez,
“la Chefa”, Ana
Pérez Cano, la del “Peñonero” y Soledad Barragán Angosto, “la Sole del Ancho”. Esta es una
valiosa tradición de nuestro pueblo que no se debe perder.
Como vemos en nuestro pueblo no faltan los apodos, a
los que algún día habrá que dedicar un capítulo aparte, porque todos tenemos el
nuestro.
Se me ocurre proponer, que en los comentarios, que no
dudo os harán participes de todo lo aquí escrito, se debería incluir la relación
de los Hermanos Mayores de la Hermandad del Señor de la Capilla; para que no se
pierda ese rico legado a lo largo del tiempo, a lo cual invito al amigo
Francisco Pérez Cano, compañero de juegos en la infancia y “Buen Ciudadano” en
nuestra juventud, que continúa otorgando tal cualidad.
Las Novenas del Señor de la Capilla que se celebraban
en tiempos de Padre Antonio son diferentes de las que en la actualidad se
celebran. Gracias a la generosidad de Julián Zafra Garrido podemos disponer de
ellas. Por ser un documento datado en fecha 11 de Enero de 1955, y por tanto
diez años antes de la Reforma de la
Liturgia de 1965, (una feliz consecuencia del Concilio Vaticano
II), vamos a trascribir el citado novenario para darle publicidad en estas
páginas y esté a disposición de cuantos nos visitan en ellas.
El Novenario de Padre Antonio en la Portada tiene escrito:
J.H.S
NOVENA EN HONOR
DEL
STO. CRISTO DE LA CAPILLA
Hª
de Arjona 11-1-1.995
En la Primera página figura:
NOVENA EN HONOR DEL CRISTO DE LA CAPILLA
Sea por siempre bendito
y alabado, etc.
ACTO DE CONTRICIÓN PARA TODOS LOS
DÍAS
Señor mío Jesucristo,
Dios y hombre verdadero crucificado y muerto por mi amor; en quien creo y
espero; a quién amo con todo mi corazón, cuerpo y alma, sentidos y potencias; por ser Vos mi Padre, mi Maestro, mi Dueño, mi consuelo y
todas las cosas; me pesa, Señor una y mil veces de haberos ofendido y
crucificado con mis culpas, quisiera Dios mío morir de dolor por haber
agraviado a tan soberana e inmensa bondad; en ella espero clementísimo Jesús;
confiado que me habéis de perdonar y dar gracias para que me enmiende y persevere
en vuestro santo servicio hasta el fin de mi vida. Amén.
DÍA PRIMERO
CONSIDERACIÓN:
Considera alma
cristiana como habiendo llegado al Calvario nuestro amantísimo Jesús,
quitáronle de sus soberanos hombros el pesado madero de la Cruz; le arrojaron en el
suelo y desnudándole de su túnica le mandaron tender de espaldas sobre ella;
tomáronle las manos y con grande y grueso calvo, las clavaron en la Cruz y después sus benditos
pies Pondera la obediencia de este inocente y bendito Isaac, y saca por fruto
de ésta consideración obedecer a tus superiores para imitar a tu Divino Maestro
y Salvador.
ORACIÓN
PARA ESTE DÍA:
Piadosísimo
Jesús, dulce encanto de mi alma, que llevando un pesado madero sobre los
hombros hasta la santa cima del Calvario; fuiste crucificado entre dos ladrones
y padeciste como un varón de dolores. Haced Padre y Salvador mío, que mirándoos
yo en la Cruz se
conviertan mis ojos en dos fuentes de lágrimas para llorar amargamente mis
culpas en esta vida para que después os goce y bendiga en la otra. Amén.
(Ahora se
rezaran tres Credos pidiendo la gracia que se desee alcanzar).
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS:
Amabilísimo Jesús, Cordero Inmaculado de Dios,
crucificado por la salud del mundo, soberano e inmortal Rey de los siglos en
cuya presencia se abaten los que llenan el orbe y tiemblanlas columnas del firmamento; yo, el más vil
gusanillo de la tierra reconozco la gravedad de mis culpas e imploro vuestra
gran misericordia; y supuesto ¡Oh Dios y Salvador mío! que sufristeis la
vergonzosa afrenta de que vuestro hermosísimo cuerpo, formado por el Espíritu
Santo en las entrañas de la Santísima Virgen
María, vuestra divina Madre, estuviese desnudo en la Cruz y herido desde la planta
del pie hasta la superior parte de la cabeza, que disteis las pruebas más
claras del amor; perdonando y rogando por los que os habían crucificado;
estrenando el valor de vuestra sangre en un ladrón arrepentido, publicando que
ya estaba todo acabado, y en fin , permitiendo que después de muerto un
atrevido soldado os abriese el costado con una lanza. Concededme Redentor y
Dueño mío que encendiéndose mi corazón en aquella llama que arde en los
Serafines, os ame sobre todas las cosas y aprenda las lecciones que me habéis
dado desde la cátedra de la Cruz
practicando las virtudes que facilitan la entrada a vuestro amantísimo corazón
por esa llaga del costado; y en fin Señor, dispensadme vuestros auxilios para
que cumpla con las obligaciones de verdadero cristiano y de mi estado, y que
logre el especial favor que os pido en esta novena si es para vuestro divino
agrado; que en la vida y en la muerte me asistáis con vuestra gracia y que
después os vea y os alabe en vuestra gloria; donde con el Padre y el Espíritu
Santo vives y reinas Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.
DEPRECACIÓN COMÚN Y FINAL PARA TODOS LOS DÍAS.
“No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me
tienes prometido;
ni me mueve el
infierno tan temido
para dejar por eso de
ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y
escarnecido;
muéveme el ver tu
cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas
y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no
hubiera cielo, yo te amara,
y, que aunque no
hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues, aunque cuanto
espero no esperara;
lo mismo que te
quiero te quisiera.”
DÍA
SEGUNDO
Sea por siempre bendito
y alabado, etc.
Acto de contrición como el día primero.
CONSIDERACIÓN:
Considera alma
cristiana como estando nuestro pacientísimo Jesús rigurosamente atormentado
levantó los ojos al Cielo y derramando copiosas lagrimas sobre su boca para
pedir y rogar por sus enemigos, diciendo: “Padre, perdónalos porque no saben lo
que se hacen”. Pondera la inmensa bondad de éste Divino Maestro y saca fruto de
esta consideración no vengarte jamás de los que te hayan agraviado,
perdonándoles de todo corazón; para que así puedas imitar el ejemplo que nos dio
Jesucristo en la Cruz.
ORACIÓN DE ESTE DÍA:
Crucificado, Dueño
mío, que al mismo tiempo que el Cielo se iba a enlutar con negras sombras para
conmoverse la naturaleza toda, porque ibais a morir, levantasteis esos
piadosísimos ojos para rogar al Eterno Padre perdonase a los mismos verdugos
que os habían crucificad, os pido con todo mi corazón que habiendo manifestado
tan claramente en la Cruz
que sois Dios de amor, también lo acreditéis conmigo que tantas veces he
borrado esta misma sangre con mis grandes culpas, para que os agrade y sirva en
esta vida, y después os vea y goce en la eterna. Amén.
(Récense tres Credos como el primer día, Deprecación final,
y Oración)
DÍA
TERCERO
Acto de Contrición, etc.
CONSIDERACIÓN:
Considera, alma
cristiana como aquel Dios Omnipotente que tomó nuestra naturaleza en las
purísimas entrañas de la Santísima Virgen,
es nuestro dulcísimo Jesús, crucificado en la
Santa Cima del Calvario entre dos ladrones;
y diciéndole el de la derecha: “Señor, acuérdate de mí cuando estuvieres en tu
Reino” . Respondiendo su Divina Majestad: “En verdad te digo, que hoy serás
conmigo en el Paraíso”. Considera detenidamente la liberalidad de este poderoso
Rey y saca fruto de esta consideración confesar por tu Dios y Salvador a Jesús
Crucificado, clamando sin cesar a sus pies: Señor, acuérdate de mí, perdóname y
dame entrada en tu Reino.
ORACIÓN DE ESTE DÍA:
Poderoso, justo y
amable Jesús, que crucificado entre dos ladrones; uno que se salva y otro que
se condena, quisisteis manifestar en ellos el misterio de la predestinación y
reprobación; yo os ruego humildemente que aunque mis culpas sean muy enormes no
por eso siga el ejemplo del mal ladrón; sino que imitando la conducta del otro
venturoso ladrón que murió a vuestra derecha, alcance yo también vuestra gracia
y os goce después de mi muerte en la gloria eterna. Amén.
Se rezarán tres Credos, etc. y las Oraciones finales del
primer día.
DÍA
CUARTO
Se comenzará como el primer día.
CONSIDERACIÓN:
Considera alma
cristiana como estaba al pie de la
Cruz, su madre , María Cleofé, María Magdalena y el discípulo
a quien amaba; y como viese el Señor a su Madre y al discípulo, dijo: “Mujer ,
he ahí a tu Hijo” . Y al discípulo le dijo: “He ahí a tu madre”. Y desde
aquella hora la recibió el discípulo por suya imprimiendo con estas poderosas
palabras espíritu de verdadera Madre en la Santísima Virgen
María; y de verdadero hijo en San Juan. Pondera la ternura y amor de este
divino hijo para con su bendita Madre y discípulo amado, y saca por fruto de
esta consideración desempeñar los deberes que están a tu cargo para hacerte
digno hijo de la madre del mismo Dios y hermano de Nuestro Señor.
ORACIÓN DE ESTE DÍA:
Amabilísimo Padre,
Dueño y Señor de mi alma, que crucificado en un madero ejercitasteis vuestro
amor no sólorogando por vuestros
enemigos, sino también cuidando de vuestra Madre enseñando así a vuestro
discípulo; yo os suplico, Dios mío,que
me deis luz para conocer la dicha de esta interesante adopción y supuesto que
tanto os agradan los obsequios que se hacen a vuestra Santa y divina Madre,
concededme que yo le tenga una verdadera devoción y como madre piadosísima me
ampare y favorezca hasta la muerte. Amén.
Se rezarán tres Credos y las Oraciones finales del primer día.
DÍA
QUINTO
Se comenzará como el primer día.
CONSIDERACIÓN:
Considera, alma
cristiana como habiendo sido crucificado el Señor cerca de la hora de sexta
sucedieron unas grandes tinieblas en toda la tierra que duraron hasta la hora
de nona. En esta hora exclamó el pacientísimo Jesús diciendo: “Dios mío, Dios
mío, ¿Por qué me has desamparado?. Pondera como el Eterno Padre dejó padecer
tan rigurosamente a su hijo y saca por fruto de esta consideración no abandonar
a Dios por el demonio; la gracia por la culpa, viviendo con temor y temblor; no
sea que cansado el Señor de tolerar tus ingratitudes te abandone y deje en tu
misma obstinación; que es la mayor desgracia que podemos experimentar en esta
vida.
ORACIÓN DE ESTE DÍA:
Clementísimo Jesús,
crucificado por mi amor, que exhausto ya de fuerzas con una voz fuerte
exclamasteis: “Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me has abandonado? Yo os pido,
Señor, que no os de motivo para que me desamparéis, ni permitáis que yo
corrompa el sentido de estas palabras de la divina Escritura; sino que
entendiéndolas como me las propone la Iglesia, use de ellas para justificarme
en esta vida y sea eternamente bienaventurado en la otra. Amén.
(Se rezaran tres Credos, y Oraciones finales)
DÍA
SEXTO
Se comenzará como el primer día.
CONSIDERACIÓN:
Considera, alma
cristiana, como sabiendo Jesús que todas las cosas estaban cumplidas según la Escritura, dijo: “Sed
tengo”. Había allí una vasija llena de vinagre y corriendo un soldado tomó una
esponja y empapándola en el vinagre la puso en una caña y la acercó a la boca
del Señor para que bebiese. Pondera como además de aquella sed corporal que
tuvo el Señor, le acompañó otra todavía más ardiente de obedecer y cumplir la
voluntad de su Eterno Padre, y saca por fruto de esta consideración imitar a tu
Divino Maestro en estas tres cosas: En tener sed de obedecer a Dios, de padecer
por Dios, y de que todos amen a Dios; para que así se cumpla en ti lo que dijo
el Señor: “Bienaventurados los que han hambre y sed de justicia porque ellos
serán hartos”.
ORACIÓN DE ESTE DÍA:
Pacientísimo Jesús,
dueño y Señor de todo lo creado, que pegada la lengua al paladar y secos los
labios con voz moribunda dijisteis: “Sed tengo”, y en lugar de agua te dieron a
beber vinagre pudiendo con más poder que Moisés herir las piedras para que
brotasen las aguas, yo os ruego con humildad me concedáis tanto sufrimiento que
la debilidad no me turbe ni la abundancia me desordene, y sirviéndoos en esta
vida satisfaga todos mis deseos y os goce en la bienaventuranza. Amén.
(Se rezarán tres Credos y Oraciones finales).
DÍA
SÉPTIMO
Se comenzará como el primer día.
CONSIDERACIÓN:
Considera, alma cristiana, como después que Nuestro Señor
Jesucristo gustó el vinagre que le dieron a beber para poner término a sus
padecimientos, dijo: “Ya está todo acabado”. ¡Oh expresión misteriosa! ¿Quién
podrá comprender los profundos misterios que en sí encierra? Pondera como este
mismo Señor que pronunció estas palabras agonizando en un patíbulo va a venir a
juzgar en el día último de los tiempos a todos los mortales y saca por fruto de
esta consideración vivir con tanto arreglo que a la hora de la muerte puedas
decir como San Pablo, que has consumado tu carrera, que has guardado la fe y
que por tanto esperas la corona de justicia que el Señor te ha de dispensar en
aquel día.
ORACIÓNDE ESTE DÍA:
Benignísimo Jesús,
que estando para expirar, cumplidas ya todas las profecías, dijisteis entre
mortales agonías: “Ya está todo acabado”. Yo os doy gracias por haber realizado
tan cumplidamente la salvación del mundo y os pido que acabéis en mí la obra
que habéis comenzado; dándome poderosos auxilios para que acabando yo de andar
por los caminos de perdición, dirija mis pasos por las vías de perfección y
cumplimiento con las obligaciones de cristiano y de mi estado, acabe mis días
en vuestro santo amor y mi alma eternamente dichosa en la bienaventuranza de la
gloria. Amén.
(Se rezarán tres Credos, y las Oraciones finales)
DÍA
OCTAVO
Se comenzará como el primer día.
CONSIDERACIÓN:
Considera, alma cristiana
como Nuestro Divino y amante Jesús, para indicar que podía dilatar la vida o
sus pender la muerte; y para publicar la victoria que alcanzaba de la muerte y
del infierno, con un fuerte clamor, dijo:”Padre, en tus manos encomiendo mi
Espíritu”. E inclinando la cabeza, expiró. Pondera como este hijo único de Dios
encomendó su espíritu en las manos del Eterno Padre para enseñarnos que en
ellas podemos estar seguros, y saca por fruto de esta consideración poner un
gran cuidado a la hora de la muerte y encomendar a Dios tu alma, pues de esta
manera conseguirás ser dichoso para siempre.
ORACIÓN DE ESTE DÍA:
Misericordioso y
dulcísimo Jesús, que como Buen Pastor has dado la vida por tus ovejas: Como
Sumo Sacerdote que ha ofrecido en aras de la Cruz y como sabio Maestro has dado a esta cátedra
leccionesde vida eterna, y os doy Señor
infinitas gracias por los dolores y tormentos que has padecido por mí desde que
fuiste reclinado en el pesebre hasta que expiraste en la Cruz; y os pido me concedáis
el favor de que entregue mi alma en tus brazos, pues para eso quedaste con
ellos abiertos en la Cruz:
Amadme, recibidme y abrazadme desde ahora para que unido con Vos; todos los
días de mi vida los emplee en vuestro santo servicio y mi alama sea eternamente
feliz en la bienaventuranza. Amén.
(Se rezarán tres Credos y las Oraciones finales).
DÍA
NOVENO
Se comenzará como el primer día.
CONSIDERACIÓN:
Considera, alma
cristiana, como muerto Jesucristo en la
Cruz, además de las tinieblas que habían precedido; sucedieron
muchos prodigios para declarar el Cielo la Majestad y poder del que moría, la obstinación
del pueblo que le había crucificado y los frutos de su santísima Pasión. El
velo del templo se dividió en dos partes, y el centurión que el cuerpo de Jesús
guardaba, viendo este y otros prodigios, exclamó: “Era justo e Hijo de Dios”.
Pondera como este Divino Salvador quiso dar por el hombre toda su preciosa
sangre sin reservar una gota siquiera, y penetrado de los más tiernos
sentimientos de amor y gratitud procura introducir tu corazón en aquella
sagrada llaga, para que lavado y purificado de tus manchas seas una victima
agradable a sus divinos ojos.
ORACIÓN PARA ESTE DÍA:
Piadosísimo Jesús
mío, crucificado y muerto por todo el linaje humano, yo te reconozco, bendigo y
adoro en la Cruz
como un Redentor amante que me convida y llama para morar en sus llagas
abiertas: Permitid , Señor, que aquel deseo que manifestó San Pedro en el Tabor
de hacer tres Tabernáculos o mansiones, lo realice yo en vuestro Santísimo Cuerpo.
Dadme, Oh Dios mío, alas como de paloma para que me introduzca y descanse en
El.
Purísima Virgen
María, por el dolor tan acerbo que sintió vuestro corazón cuando visteis abrir
el costado de vuestro Divino Hijo, ponedme bajo vuestra protección, alcanzadme
un verdadero dolor de mis culpas y un perfecto amor de Dios y del prójimo para
que durante la vida le sea agradable y después de la muerte le vea, goce y
bendiga eternamente en la gloria. Amén.
(Se rezarán tres Credos y las Oraciones finales del primer
día)
OREMUS
Respice, quaesemus,
Domine, super hanc familiam tuam pro qua Dominus Noster Jesús Cristus non
dibitavit manibus tradi nocentium et cruci subire tormentun. Qui tecun vivit …
En esos años que coincidieron con el largo tiempo que
estuvo el “Padre Antonio” en La
Higuera, las novenas se hacían rezando la primera Ave María
de cada misterio de forma cantada en latín, e igualmente era cantada en latín la Letanía de Santo Rosario,
entiendo que aunque la liturgia postconciliar cambio rotundamente tras el
concilio Vaticano II, no se debía haber abandonado este tipo de rezo y canto
que hubiese tenido, desde la perspectiva de los años, una inusitada novedad en
el actual liturgia por la antigüedad. Se realizaban los cantos acompañados de
dos estupendos saxofonistas del pueblo que participaban muy activamente en cada
novena, eran Rafael Teruel, recordado como “el Crisanto” y el padre del Maestro
Ortega, que recordaran los más viejos del pueblo, era el padre del otro Maestro
José Ortega que recuerdo vivía en la esquina de la Calle Ancha y fue maestro de la Banda Municipal de
Música durante tantísimos años.
Hemos dicho que era habitual que para los pregones
viniese un predicador conocido por el sacerdote del pueblo o se buscase uno de
acreditado predicamento para tal ocasión. También era habitual que viniesen
varios sacerdotes predicadores en días alternos para desarrollar las homilías,
que a lo largo de los nueve días servían a modo de ejercicios espirituales de la Cuaresma, concluyendo el
día 21 de marzo con las confesiones de la mayoría de los asistentes a las
novenas; para cumplir con el precepto Pascual, de confesar y comulgar al menos
una vez al año.
Entre los predicadores venidos y el clima de fervor
popular por nuestro Cristo de la
Capilla, se creaba en los fieles un clima de arrepentimiento
y reconocimiento de culpas, por parte de todos los fieles asistentes a las
novenas. Recuerdo que antiguamente en el templo de arriba salvo cuatro o cinco
bancos para las autoridades, con amplios asientos y reposabrazos, situados en
las primeras filas a continuación del prebisterio, el resto era un espacio
libre que los fieles cubrían con sillas particulares, reclinatorios, o una
especie de silletas asientos con forma de X desplegable con asientos de rejilla
en muchos casos, que después hemos visto la mayoría de los higuereños
arrumbados en las cámaras de nuestras casas. Después los bancos del templo de
abajo, algo apolillados, donados por la
Caja de Ronda en su momento, fueron llevados al templo de
arriba cuando se repusieron otros nuevos en el de abajo.
Día de nevada sobre Lahiguera, una imagen inusual.
Durante muchos años allá por los años 40 del siglo
pasado el sacerdote que venía a predicar en las “Novenas del Señor de la Capilla”, estaba siempre
invitado a parar en la casa de D. Manuel Lillo Martínez y su esposa Dª
Mariquita Marín, (Hermano de D.ª Lola Lillo Martínez, esposa del Doctor Don Antonio
Salcedo que tuvo sunombre en una calle
del pueblo, y madre del Doctor Salcedo Lillo, que conocimos tantos años en
Granada.), hasta que la citada familia, se cree recordar, que marchó a Córdoba,
matrimonio que según me contaba una
sobrina suya Teresa Salcedo Lillo, murió en accidente; y parece que según algún comentario, después
continuo siendo alojado el sacerdote invitado en la casa de Francisco Mercado
Galán y Rosa Berdónces.
Altar del Templo del Santísimo Cristo de la Capilla.
Antes de la Guerra Civil hubo en Higuera, según se
recuerda, dos sacerdotes, fueron Don Diego y Don Julián. Se recuerda que Don
Diego escribió una Autobiografía perdida y tenía una sobrina discapacitada que
llevaba siempre un bote de cristal como elemento inseparable de su persona por
su incapacidad intelectual, por eso vino lo de “la tonta del bote”, que fue
durante muchos años parte de la retahíla de insultos entre las niñas del pueblo;
Don Diego estaba relacionado con familia de Villanueva de la Reina. La característica
humildad y espíritu de sacrificio de este sacerdote hizo que se cumpliera su
deseo de morir sobre el suelo, se recuerda que lo encontraron muerto en el
suelo de su casa, parece que según su intento se arrojó desde la cama al suelo, siguiendo así sus deseos tal como habían sido comunicados
desde siempre a sus conocidos.
Esta imagen en mármol de José Navas Parejo, escultor
también de nuestra Virgen de los Dolores, la que los jóvenes del pueblo corren
en “El Paso” también llamado últimamente “Carrera” cada Viernes de Dolor y
Domingo de Gloria en nuestro pueblo, está situada en el patio de acceso a la
sacristía de la Basílica
de las Angustias de Granada. A la derecha del Crucificado aparece escrito como
en pergamino el Soneto “No me mueve mi Dios para quererte…
Después de Don Diego y D. Julián, y de la Guerra
Civil el primer sacerdote del pueblo fue D. Rafael Muños Redondo, a quien nadie
recordará por este nombre, porque fue conocido como “Padre Antonio” por ser
fraile de una orden religiosa y no sacerdote diocesano, éste sacerdote fue
dándole más realce a la liturgia de las novenas, dependiendo siempre del modelo
utilizado por él establecido. Padre Antonio era muy partidario de preparar unos
actos de culto muy cargados de rezos y poesías al Cristo de la Capilla, hasta 1953 en que
dejo el pueblo. Después durante dos meses, y en espera de que fuese nombrado
otro cura párroco para el pueblo, como titular de la Parroquia, hubo dos
sacerdotes más cuyos nombres suponemos fuesen D. Andrés y D. José Arriaza. Los
sacerdotes siguientes siguieron los mismos rituales de las novenas, variando
sólo los celebrantes en función de su manera de vivir la liturgia de cada día. Los
referidos sacerdotes D. Andrés, y D. José Arriaza, estuvieron de manera
provisional en La Higuera.
D. Andrés capellán de las Carmelitas de Jaén, que en su
estancia en el pueblo fomentó tres vocaciones religiosas: Pilar Pérez, Cecilia
Berdonces y María Gavilán. Después estuvieroncomo párrocos, Don Martín Jiménez Cobo desde 1953-1957, al que los niños
de pequeños acudíamos nada más verlo a besarle la mano, como muestra habitual
de reverencia en aquellos años del nacional catolicismo. Aproximadamente por el
año 1963 estuvieron “las misiones” propias de esa épocay participaron en las novenas dos misioneros:
El Padre Puerto y el Padre Domenech. Desde el año 1957 estuvo en Higuera como
párroco D. Antonio Román Rayo hasta mediados o finales de la década de los 70; después
D. Antonio Gómez Cambara, de Arjona; D. Ildefonso Fernández Martínez (todos
ellos diocesanos); D. Ángel; D. José
María Martín Ruiz, “El Padre Martín”; “el Padre Juan”, D. Juan Lucena Del Moral
(Tres sacerdotes de los Paules de Andújar), y de nuevo los siguientes sacerdotes
diocesanos: D. Santos Tamargo Agea; D. Francisco Javier Águila López; D. Blas
Rodríguez Gallego; D. Bernabé que compartíamos con Fuerte del Rey; D. Manuel
Cámara Valenzuela, que editó un breve novenario del Cristo de la Capilla titulado: “El mundo
pasa, la Cruz
permanece”. Después me parece que estuvo D. Manuel García Pérez, de Porcuna; D.
Manuel Casado Huertas; D. José María Fernández Saeta; D. Miguel Ángel Solas
León, ahora en Villanueva, y finalmente el actual D. Francisco Manuel Filgaira.
Toma Nocturna de la imagen del Cristo de José Navas
Parejo en la Basílica
de las Angustias de Granada.
Sobre la aludida reforma de la liturgia del año 1965,
hace ahora precisamente 50 años en la fecha del pasado día 7 de marzo, en estos
días que redacto este artículo, modificó la celebración de la Novena al Señor
de la Capilla.
Los tres pilares sobre los que se sustenta la misión
de la Iglesia en el mundo: La
Palabra, la
Liturgia y La Caridad. El
pilar de la liturgia eclesial fue renovado para propiciar un acercamiento a las
celebraciones eucarísticas de las misas, hasta esa renovación asistían los
fieles a una misa dicha en latín, una lengua clásica que no conocían, cuyo
imposible seguimiento del rito hacía que las fieles más devotas se pusieran a
rezar el rosario, entre tanto la misa se celebraba, con un celebrante vuelto de
espaldas al pueblo recitando en latín el oficio divino de la consagración. En
lugar de “escuchar misa”; había que participar en el acto conjunto del
sacrificio de la Eucaristía (ahora “mío y vuestro”). Resultaba un error
mayúsculo, una aberración, que el acto culmen de la liturgia de la Iglesia se
hiciese de espaldas al pueblo, en una lengua que no se conocía, y en la que poca
ocasión se daba para participar.
El nuevo altar del Templo tras la reforma de la liturgia en 1965.
La reforma de la Liturgia fue sin duda el fruto más palpable,
inmediato y universal del Concilio Vaticano II. Fue, en efecto, un fenómeno que
afectó a toda la Iglesia de rito latino en general, a todas y cada una de las
Iglesias locales y a todos los fieles, desde el Papa hasta el último pequeño
recién bautizado. El alma de la reformade la Liturgia
fue, principal, directa y muy personalmente el Papa Pablo VI. Pero en la tarea
de traducir a la práctica lo prescrito por la constitución conciliar sobre la
liturgia, colaboró una pléyade de los mejores talentos de la Iglesia:
cardenales, obispos, sacerdotes y religiosos, peritos en liturgia y en las
múltiples disciplinas eclesiásticas con ella relacionadas, sin excluir a
algunos laicos. El promotor, artífice y coordinador de todo el plan de la
reforma y de su largo y complejo proceso fue el Arzobispo Annibale Bugnini,
como secretario de la pontificia comisión preparatoria del Concilio para el
tema de la liturgia, como perito de la comisión conciliar sobre la Constitución
litúrgica, como secretario del «Consilium», el organismo instituido por Pablo
VI para la aplicación de la reforma, y como secretario de la Sagrada Congregación
para el Culto Divino. Fue una reforma que se llevó a cabo con fidelidad y
obediencia absoluta al Concilio y al Papa, con profundo respeto y veneración
hacia los textos y ritos litúrgicos consagrados por la tradición de muchos
siglos, bajo la cuidadosa supervisión de todos los organismos de la Iglesia,
que velaron por la pureza de la fe y por el bien de las almas, con el propósito
firme de que la liturgia volviera a ser de verdad «la fuente indispensable del
espíritu cristiano» por la participación del pueblo en ella, y con un gran amor
a la Iglesia.
Artesonado Mudejar del Templo del Santísimo Cristo de la Capilla.
El Concilio Vaticano II marcó un verdadero hito en la
historia de la
Iglesia Católica del siglo XX. Este acontecimiento, que tuvo
lugar entre 1962 y 1965, significó la renovación de la vida de la Iglesia y su
puesta al día frente al mundo moderno y los cuestionamientos que desde muchos
lugares surgían de parte de una Iglesia que anhelaba reconciliarse con el mundo
pero que parecía haberse quedado anclada en el pasado.
La iniciativa del Concilio partió del Papa Juan XXIII quien el 25 de enero de
1959 anunció su convocatoria tras la misa de la fiesta de la conversión de san
Pablo, en la basílica de san Pablo Extramuros.
El Concilio se inauguró el 11 de octubre de 1962 de manera solemne en la
basílica de san Pedro, en Roma. Allí, el papa pronunció su famoso discurso
Gaudet mater Ecclesia en el que insinuaba las líneas generales del espíritu del
concilio: La empatía frente al mundo actual, la visión de futuro de la Iglesia,
la preferencia por la misericordia en vez de la severidad, distinguir entre lo
permanente y lo cambiante en cuanto al modo de anunciar la fe, y la importancia
que hay en la forma de presentar el mensaje cristiano.
Una novedad del concilio fue la participación de miembros de las iglesias
orientales, así como de algunas ramas de la iglesia luterana e incluso de
algunos laicos, algo nuevo e inédito en la historia.
Personajes importantes en el desarrollo del concilio fueron: el propio Juan
XXIII, quien no llegaría a concluirlo pues falleció el 3 de junio de 1963 tras
la primera sesión; el papa Pablo VI, quien fuera el cardenal Montini, y que
tomó las riendas del concilio tras la muerte del papa Juan; el cardenal Alfredo
Ottaviani, quien representó al ala conservadora del concilio y uno de los
principales opositores a la reforma litúrgica; el cardenal Bea, quien fue el
encargado de las reformas ecuménicas y representaba al ala reformadora; el
cardenal Suenens, quien se pronunció a favor del ecumenismo y quien objetó
algunas proposiciones de la Iglesia frente a los métodos anticonceptivos, el
arzobispo Lefebvre quien se pronunciaría más tarde en contra del concilio,
especialmente en cuanto a la liturgia; el arzobispo Helder Cámara,
representante de la iglesia de los pobres latinoamericana; Yves Congar, teólogo
dominico que apoyó la causa de los sacerdotes obreros y la justicia social; el
teólogo dominico también Marie Dominique Chenu, quien aplicó el análisis
sociológico a la investigación en la teología y en la pastoral; entre otros.
En el concilio participaron 2450 obispos católicos, junto a ellos estaban
algunos teólogos resaltantes convocados por el Papa el calidad de consultores
como Yves Congar, Karl Rahner, Henri de Lubac, Hans Kung, y Gerard Philips;
además, estuvieron presentes observadores y laicos católicos, así como varios
periodistas de diarios importantes (Time, l`Avvenire d`Italia, La Civiltá Cattólica,
The New Yorker, Le Monde), cabe destacar la redacción de testimonios
importantes sobre el concilio, como el Diario del Concilio de Yves Congar, el
cual es de gran valor histórico-documental.
El Concilio Vaticano II dio lugar a 16 documentos: 4 constituciones, 9 decretos
y 3 declaraciones.
Las constituciones son: Lumen Gentium (constitución dogmática sobre la Iglesia)
Dei Verbum (constitución dogmática sobre la divina revelación) Sacrosanctum
Concilium (sobre la liturgia y su reforma) y Gaudium et Spes (sobre la Iglesia
en el mundo moderno). Entre los decretos cabe destacar el Optatam Totius (sobre
la formación sacerdotal) el Perfectae Caritatis (sobre la adecuada renovación
en la vida religiosa) la Ad
Gentes (sobre la actividad misionera de la Iglesia) y el
Inter Mirifica (sobre los medios de comunicación social). Las tres
declaraciones del concilio manifiestan la postura de la Iglesia actual frente a
tres diversos temas: la libertad religiosa (Dignitatis Humanae), la educación
cristiana de la juventud (Gravisimum Educationis), y las relaciones de la
Iglesia con las demás religiones (Nostra Aetate).
El Concilio Vaticano II se clausuró el 8 de diciembre de 1965 con una ceremonia
en la plaza de san Pedro, en ella, se leyó la carta apostólica In Spiritu
Sancto de Pablo VI con la cual declaraba finalizado el concilio y animaba a
observar piadosa y devotamente todos sus decretos.
En Vaticano II se convirtió así en un hecho que transformó profundamente la
vida de la Iglesia y cuyas repercusiones aún se sienten hoy. Han sido muchos
los que han criticado al Concilio, unos dicen que no se ha asimilado, otros
quieren volver al esquema de Trento, y otros tantos no lo han entendido. Lo
único cierto es que las ventanas de la Iglesia se han abierto, y como dijo
alguien una vez: la primavera de la Iglesia había comenzado.
La visita que el Papa hizo el sábado día 7 de este
mes, a la parroquia de Ognissanti de Roma tiene mucha historia. El Papa Francisco
recordó la Misa que allí mismo celebró el Papa Pablo VI el 7 de marzo de 1965,
hace justo 50 años. Era la primera Misa que celebraba en público en un idioma
distinto del latín, lengua en la que se decían las misas en toda la Iglesia Universal.
Imaginamos lo que supondría en pueblos tan alejados de la cultura latina
occidental, el escuchar una celebración Eucarística, como Japón y todo el
sudeste asiático, en una lengua tan desconocida para ellos.
El Papa en la parroquia de "Ognissanti"
Sábado 7 de marzo de 2015 - El papa Francisco visitó la parroquia romana de
Ognissanti y presidió la
Santa Misa. - Se cumplen 50 años del inicio de la reforma
litúrgica. El 7 de marzo de 1965 Pablo VI usó por primera vez en público el
italiano para celebrar Misa. Fue en la parroquia de Ognissanti de Roma. El papa
Francisco celebra hoy en el mismo lugar una Misa para recordarlo.
Nuestros patronos San Sebastián y Santa Clara ante la Torre del Templo del Santisimo Cristo de la Capilla.
Continuando con los párrocos que dieron realce a la
nueva forma de celebración de la Novena del Señor de la Capilla, no podemos
olvidar que Don Manuel Cámara Valenzuela, editó en el año 1994, un devocionario
de la Novena del Señor de la
Capilla de 24 páginas donde en el Pórtico o Prologo dice
textualmente:
“El cariño entrañable al Stmo. Cristo de la Capilla
es una
preciosa herencia que los cristianos de Higuera de Arjona
recibimos de
nuestros mayores y custodiamos muy hondo en el corazón.
Desde su templo, - arriba en lo más alto del pueblo-,
la imagen serenade Jesús muerto en la Cruz
extiende sus brazos
sobre la familias y los hogares,
las alegrías y las penas,
los trabajos y los amores nobles
de los hijos de este pueblo cristiano.
Al ofrecer estas páginas
de la actualizada Novena al Señor de la Capilla,
confiamos al Corazón amabilísimo de nuestra Madre
Santa María
un deseo y una esperanza ilusionada:
que sepamos poner a Cristo Jesús
en la cumbre de todas nuestras actividades.
Cristianos de Higuera de Arjona:
En nuestros pensamientos y en nuestros proyectos,
en nuestras palabras y en nuestras obras,
en nuestros amores y en nuestra vida entera
¡VIVA EL SEÑOR DE LA CAPILLA!
Manuel José Cámara Valenzuela
Higuera de Arjona, 1994.
Santísimo Cristo de la Capilla en su salida procesional.
En la segunda página de la publicación recoge la Oración de la Novena al
Santísimo Cristo de la Capilla. La
Oración dice así:
Dios mío, con todo mi corazón me arrepiento del mal
que he hechoy del bien que he dejado de
hacer.
Al pecar, te he ofendido a Ti, que eres el Supremo
Bien, digno de ser amado sobre todas las cosas. Propongo firmemente, con ayuda
de tu gracia, hacer penitencia, no volver a pecar y huir de las ocasiones de
pecado.
Dios Padre lleno de misericordia,
como hijo pródigo que marchó hacia tu encuentro, te
digo:
“He pecado contra Ti,
ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Cristo Jesús, Salvador del mundo,
como el ladrón al que abriste las puertas del
paraíso, te ruego:
“Acuérdate de mí, Señor, en tu Reino”.
Espíritu Santo, fuente de Amor,
confiadamente te invoco:
“Purifícame,
y haz que camine como hijo de la luz”.
Después en la tercera página incluye la Lectura de la Oración final de la novena
correspondiente a cada día, que dice así:
Señor, Dios nuestro,
que has querido realizar la salvación de todos los
hombres
por medio de tu Hijo, muerto en la Cruz, concédenos, te rogamos,
a quienes hemos conocido en la tierra este misterio
alcanzar en el cielo los premios de la redención.
Por Jesucristo nuestro Señor.
A continuación viene el soneto oración de autor
desconocido que todos los higuereños sabemos de memoria, y dice así:
“No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, que aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues, aunque cuanto espero no esperara;
lo mismo que te quiero te quisiera.
Junto al Crucificado en marmol de José Navas Parejo y a la derecha de la imagen aparece el soneto místico de autor desconocido: No me mueve mi Dios, para quererte...
Al lado izquierdo del Crucificado en marmol aparece esta otra poesía implorando perdón.
El resto de las páginas corresponde a la liturgia de la Palabra de cada día de la
novena.
Una vez recuperado el antiguo novenario del Padre
Antonio, podemos asegurar que el orden que ha seguido durante muchísimos años
era el siguiente: Se comenzaba con el rezo del Santo Rosario, y después el
sacerdote hacía una homilía desde el púlpito del templo, terminada la homilía
se comenzaba a rezar un Padrenuestro y después de esa oración se comenzaba a
cantar la siguiente oración:
“Sangre Jesús ha sudado
afligido en la oración
y después en la prisión
de espinas lo han coronado.”
“Miradlo que
lastimado
por salvar al pecador.
Miradlo que lastimado
por salvar al pecador.”
Después todos los fieles cantaban:
¡Oh, Señor de la Capilla, cuanto te cuesta mi amor.
¡Oh, Señor de la Capilla cuanto te cuesta mi amor,
cuanto te cuesta mi amor, cuanto te cuesta mi amor.
A continuación volvía a rezarse el segundo
Padrenuestro y terminado este se comenzaba a cantar:
“En la columna está atado,
y con garfios y cordeles,
dándole azotes crueles,
la carne le han desgarrado
y el suelo mira regado,
por la sangre del Señor,
y el suelo mira regado,
por la sangre del Señor,
del Señor, del Señor , del Señor”
Después todos los fieles cantaban:
¡Oh, Señor de la Capilla, cuanto te cuesta mi amor.
¡Oh, Señor de la Capilla cuanto te cuesta mi amor,
cuanto te cuesta mi amor, cuanto te cuesta mi amor.
Después se rezaba el tercer Padrenuestro y terminado
este se comenzaba el tercer canto:
“Miradlo todo llagado
en lo alto de un balcón,
con vestidos de irrisión,
de espinas lo han coronado.
Miradlo que lastimado,
por salvar al pecador,
Miradlo que lastimado,
por salvar al pecador,
al pecador , al pecador.”
Después todos los fieles cantaban:
¡Oh, Señor de la Capilla, cuanto te cuesta mi amor.
¡Oh, Señor de la Capilla cuanto te cuesta mi amor,
cuanto te cuesta mi amor, cuanto te cuesta mi amor.
Estos cantos individuales de cada mujer y el
estribillo que cantaban todos los fieles, despertaban los más íntimos momentos
de fe en el pueblo, manifestados con emociones y fervores de los asistentes,
que provocaban nudos en la garganta. Esta situación acumulada de emociones
intensas, daba paso al rezo o recitado del Soneto:
“No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor,
muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, que aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues, aunque cuanto espero no esperara;
lo mismo que te quiero te quisiera. “
Llenos de fervor todos los asistentes se concluía la
novena con vivas enfervorecidos, y repetidos al menos dos o tres veces, por
todos los asistentes,en un grito que
cada cual procuraba fuese más alto y sentido.
Hace unos años el grado de deterioro de la Torre del Templo precisaba una restauración. En la foto de abajo se muestra el andamiaje de la restauración de la Torre.
Recuerdo que cuando no íbamos a las Novenas acompañando
a nuestras madres, a los niños nos enviaban al coro de la Iglesia de Nuestro
Padre Jesús, entendida desde que se construyó la iglesia de abajo como “la
Iglesia de arriba” y reunidos allí tantos niños y fuera del respeto que daba la
presencia de mayores, muchos de los más mozalbetes convertían el encuentro en
suelta de ventosidades, lo que provocaba las risas y diversión de los actores,
que a veces se convertía en una competición, hasta que llegaba el “Jefe de los
municipales” que ponía orden de inmediato.
Tomada desde el Coro del Templo del Cristo de la Capilla.
Parte posterior del Templo del Santísimo Cristo de la Capilla y Coro.
Pero fuera de esta anécdota propia de los niños,
cuando se veían libres del control de los mayores, lo más impresionante de cada
día de novena era la parte final en la que antes de los vivas de rigor al Cristo
de la Capilla,
se decía con la máxima devoción el soneto “No me mueve mi Dios para quererte el
cielo que me tienes prometido…”(algún día próximo escribiré algo sobre este
soneto místico que tanto acercamiento a Dios ha propiciado a los hombres y
mujeres de Lahiguera). El momento del recitado del soneto creaba un encuentro
personal con nuestro Dios personificado en nuestro adorado Cristo de la Capilla, máximo exponente
de la religiosidad popular de todas las clases sociales del pueblo, que
abarrotaban el templo.
Recuerdo como en años posteriores iban cubriéndose todas
las plazas de asiento de los bancos con los primeros toques de campana, y
completando el aforo del pasillo y todo tipo de espacio libre disponible, con sillas
traídas de las casas de la vecindad de familiares o conocidos por las mujeres
de la calle Ancha y alrededores del templo, sillas que compartían con las personas
conocidas y familiares (a nosotros nos surtía nuestra prima Dolores, hija de la
“chacha Dolores y Ramón”) que subíamos desde la parte baja del pueblo, hasta lo
más alto. Parte baja del pueblo convertida desde el siglo XIX en la parte
central del pueblo, al ir derramándose poco a poco, las nuevas edificaciones de
casas, a través de los siglos, hacia el cruce con las carreteras de Andujar, Jaén,
Arjona y Villanueva de la Reina.
Granada 13 de Marzo de 2015.
Primer día de la Novena al Señor de la Capilla.
¡VIVA EL SEÑOR DE LA CAPILLA!
Pedro Galán Galán.
Quedo muy agradecido, a todas las personas que con sus recuerdos, han
confirmado los míos, a lo largo de todo este relato.
Igualmente a los estupendos fotógrafos de las imágenes elegidas, por el complemento visual
que han proporcionado a estos escritos.
Enhorabuena por este magnífico recorrido por el pasado relacionado con la Novena. Muchas Gracias de mi parte, y en nombre de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Capilla. Es un honor tener esta entrada, y más aún cuando sirve para dejar plasmada la historia de una devoción, e historia de una tradición, de las pocas que perduran en nuestro pueblo pese al paso de los años
Como testigo de excepción del Concilio Vaticano II en cuanto que sacerdote y periodista, José Luis Martín Descalzo nos describe el entusiasmo con el que la reforma litúrgica se empezó a aplicar en toda la iglesia en el año 1965. En su libro “Un periodista en el Concilio” (1966), después de reconocer que el balance conciliar del año 1964 con respecto a la novedosa reforma fue poco positivo a causa de “tensiones, atascos, frenazos”, cuando se propone hacer un balance del año 1965 no puede por menos de reconocer que si bien “ante las primeras dificultades temíamos un atasco, nos equivocamos. Ya está en pleno vuelo la golondrina litúrgica como anunciadora de una gran primavera”.
El gran acontecimiento de nuestra Era Moderna en el ámbito de la Iglesia fue el Concilio Vaticano Segundo, convocado por el Papa Juan XXIII y seguido y clausurado por el Papa Pablo VI. Se pretendió que fuera una especie de "agiornamento ", es decir, una puesta al día de la Iglesia, renovando en sí misma los elementos que necesitaren de ello y revisando el fondo y la forma de todas sus actividades. Proporcionó una apertura dialogante con el mundo moderno, incluso con nuevo lenguaje conciliatorio frente a problemáticas actuales y antiguas.
Antes del Concilio el pueblo casi no participaba en la Misa. La liturgia preconciliar era radicalmente diferente a la actual, especialmente en cómo se entendía y celebraba la Misa. Todas las oraciones y lecturas se hacían en latín, incompresible para la mayoría de los fieles, salvo en la predicación, la cual el sacerdote usaba la lengua propia de cada lugar, por lo que no era extraño que en Misa se rezara el rosario, se leyera un libro piadoso o, incluso, un predicador en el púlpito hiciera su prédica durante la misa, parando sólo en el momento de la consagración para continuar después. El sacerdote daba la espalda al pueblo, incluso las lecturas se hacían de espaldas al pueblo. Sólo el sacerdote y el monaguillo podían estar en ese ámbito.
En este libro “Un periodista en el Concilio” (1966), referido en un comentario anterior explica Martín Descalzo que “La verdad es ésta: que por encima de todas las vacilaciones, por encima de todas las polémicas y de algunas exageraciones, quien contemple las cosas con objetividad ha de ver en la reforma litúrgica un éxito total. Incompleto aún y tartamudeante como el de todas las cosas que nacen, pero éxito indiscutible y jubiloso.” No es una opinión suya personal, sino que refleja las noticias que de todo el mundo han ido llegando a Roma sobre la reforma litúrgica en el transcurso del año. Y como muestra un botón: Sucedía el Jueves Santo de aquel año, a la puerta de la catedral de Yaundé: por primera vez se celebraban en el Camerún los ritos pascuales en la lengua del país. Lecturas, himnos, todo quedaba al alcance de la comunidad negra que oía en su lengua lo que antes apenas lejanamente vislumbraba. Y el joven arzobispo monseñor Zoa salía radiante de su catedral cuando una viejecilla se echó en sus brazos, le abrazó y le besó entre lagrimas, mientras decía: ¡“Hijo mío, tú has puesto todas estas cosas a nuestro alcance!”.
Yo era pequeño y prácticamente no me enteré de nada sobre los cambios que supusieron para la Iglesia el “aggiornamento” que marcó el Concilio Vaticano II. Después, crecí y fui recibiendo informaciones de la antigua liturgia y de la nueva, de sus parecidos y de sus diferencias y del borrón y cuenta nueva. Y quedé perplejo. Algo o mejor mucho de lo anterior no encajaba hacia la modernidad. Me pregunto si en realidad existió una real conspiración modernista bajo el pretexto de la comodidad litúrgica, moda litúrgica, vulgaridad litúrgica. Me gustaría que fuera un tema cristalino para todos los fieles, pero no lo es. No entiendo ese odio por lo antiguo, esa adaptación al gusto prefabricado y teledirigido a los vientos modernos. ¡Muchas gracias Pedro!
Muy buen artículo, buena forma de dar a conocer las tradiciones de nuestros pueblos. Buena referencia a la reforma de la Liturgia de la Iglesia, con el extraordinario apoyo de los videos sobre el Vaticano II insertados en el artículo; aunque lamentablemente únicamente se refiere o hace hincapié en la reforma de la lengua, (comprensible cuando el tema de la reforma de la liturgia es sólo un complemento en el artículo)¸ algo que por mucho es mínimo en el alcance de las reformas propugnadas en la Iglesia universal a partir de 1965, como pueden ser la disminución de las preces al pie del altar, la inclusión del pueblo al pater noster, y varias modificaciones más que hablan no de una reforma, sino de una mera simplificación. Hay que decir también que los años posteriores habrían de traer muchas luces y no pocas sombras...hasta Benedicto XVI habría que decir lo contrario, muchas sombras y no pocas luces...sino el pontificado restaurador no tuvo mucha razón de ser...
La Misa en latín con frecuencia se denomina también como “Misa Tridentina", en referencia al hecho de que fue codificada por San Pío V poco después del Concilio de Trento (1545-1563), de donde proviene el término “Tridentino.” Contrario a lo que algunas personas piensan, San Pío V no creó una nueva Misa, sino unificó toda la Liturgia existente: Ordenando y estructurándola bajo un “Ordo,” de tal manera; que toda la Liturgia de la Iglesia permaneciera sin mutación con el correr de los Siglos. Su Bula “Quo Primum Tempore” no solamente declaró que había que mantener la Misa permanentemente inalterable, sino también prohibió la introducción de nuevas Liturgias en la Misa. La Misa en Latín puede de hecho llamarse Misa de los Apóstoles, porque data del tiempo de Nuestro Señor y de los Apóstoles. Los pormenores de las primeras Liturgias se asemejan a la Misa en Latín en sus detalles esenciales.
El 25 de Enero de 1959 el Papa Juan XXIII anunciaba su intención de comenzar un nuevo concilio ecuménico para buscar que la Iglesia católica pudiera entrar en diálogo con el mundo. El Papa resumía lo que él esperaba de ese concilio con la expresión: “Abramos las ventanas de la Iglesia”. “Quiero abrir ampliamente las ventanas de la Iglesia, con la finalidad de que podamos ver lo que pasa al exterior, y que el mundo pueda ver lo que pasa al interior de la Iglesia”. Se trataba de buscar el aggiornamento, es decir “la puesta al día”, o “la actualización” de la Iglesia católica con respecto a la situación que se vivía en el mundo civil en aquel tiempo.
Para entender mejor la propuesta del Papa Juan XXIII es necesario recordar cómo se encontraban la Iglesia católica y el mundo a mediados del siglo XX. El siglo XX ha sido uno de los siglos más controvertidos que hemos vivido; con cambios en todos los niveles: técnicos, sociales, políticos, económicos, culturales, morales, entre otros. Y mientras que el mundo avanzaba a pasos acelerados en propuestas, descubrimientos e innovaciones, la Iglesia parecía no sólo detenida en el tiempo, sino fuera del tiempo y del mundo. Una Iglesia “con las ventanas cerradas”. Es decir una Iglesia que no quería mirar, escuchar o sentir lo que pasaba “fuera” de ella. Al utilizar la palabra “fuera” deseo indicar la división y separación que existía en aquel tiempo: fuera y dentro. El Papa, al emplear la metáfora de la Iglesia como casa que tiene ventanas, nos estaba indicando que la Iglesia a mediados del siglo XX tenía sus ventanas cerradas, es decir estaba incomunicada con el mundo. Unas cosas eran las que pasaban “dentro” de la Iglesia, y otras las que pasaban fuera.
En fechas anteriores al Concilio Vaticano II la comunión de los fieles se realizaba de un modo diferente. Llegada la hora de comulgar, los fieles se acercaban a un reclinatorio de tres o cuatro plazas, que había en el borde del recinto cerrado del prebisterio, por la parte que quedaba abierta y sobre el que habitualmente había una serie de escaleras que situaban el altar a una altura de entre cinco a diez peldaños sobre el piso del templo. En otros casos había una reja, la del presbiterio, que separaba a los celebrantes del resto de los fieles y en unos casos y otros se arrodillaban en el banco reclinatorio y el sacerdote pasaba de derecha a izquierda en tandas de cuatro o cinco dando la Comunión. Los fieles recibían siempre la comunión de rodillas en la boca, jamás de otra manera. Sólo podían comulgar bajo la especie del pan, pues el cáliz era exclusivamente para el sacerdote. Todo lo hacía el sacerdote, ayudado sólo por el monaguillo, que sólo movía el misal y las vinajeras y era el único que le respondía durante la Misa, pues el pueblo rara vez, por no decir nunca, respondía.
El Concilio Vaticano II ha sido el concilio más representativo de todos los celebrados por la Iglesia. Constó de cuatro etapas, con una media de asistencia de unos dos mil Padres Conciliares procedentes de todas las partes del mundo y de una gran diversidad de lenguas y razas. Fue convocado por el Papa Juan XXIII en 1962 y clausurado por el Papa Paulo VI en 1965. Se propuso actualizar la vida de la Iglesia sin definir ningún dogma. Recordó el Concilio la llamada universal a la santidad.
Antes del Concilio Vaticano II, el pueblo casi nunca cantaba en la celebración de la Santa Misa. El canto que solía haber en catedrales o templos de poblaciones importantes era el canto polifónico, con un coro o escolanía formada por coros de niños, que cantaba en latín desde la parte de atrás de la iglesia o casi siempre desde el coro. Dichos coros no tenían como misión animar al pueblo a cantar con ellos. Vemos la diferencia entre la liturgia preconciliar y la actual; lo que significó este cambio sólo lo pueden valorar aquellos que vivieron ambas liturgias.
En aquellos comienzos de la reforma litúrgica, aunque no siempre fue así en los años sucesivos, las noticias que llegaban de muchos países eran de satisfacción y alegría, como se puede ver en algunos ejemplos que el periodista José Luis Martín Descalzo cita: Estados Unidos: “Nuestro pueblo -escribió por aquel entonces el cardenal Ritter- ha recibido con entusiasmo la renovación litúrgica y espera con optimismo la evolución litúrgica en camino.” Y el Cardenal Cushing escribió: “La celebración de la liturgia en lengua del pueblo es ya un éxito”. México: “Las reformas litúrgicas -escribió aquel año uno de sus semanarios católicos- son las que el pueblo ha aceptado y comprendido mejor y con mas agrado”. Portugal: Afirma Martín Descalzo que en aquel país “hemos podido constatar un gran entusiasmo por la reforma litúrgica. También sobre este aspecto es sobre el que más se había trabajado y el que se preparó mejor.” Bolivia: Por todas partes, en pueblos y ciudades, las reformas litúrgicas habían sido recibidas con verdadero entusiasmo. Brasil: “Estamos comprobando, escribieron aquel año los obispos del país, un interés creciente por la Palabra de Dios, a la que las nuevas ceremonias habían devuelto su lugar de honor”.
En pocos países recibió el pueblo con más normalidad y alegría esta renovación como lo hizo en España. Hubo pequeños chispazos de polémicas y discusiones, y diversos niveles de aplicación en tales o cuales parroquias o diócesis. No faltaron algunos grupos reticentes, mas como conjunto, el pueblo entendió desde el primer momento la reforma y la recibió con absoluta naturalidad. La revista “Ecclesia” lo reflejaba así: “Visto el fenómeno en su conjunto, la reacción de nuestro pueblo no puede ser mas alentadora. Siendo, como somos, una cristiandad de corte tradicional, regida en sus costumbres religiosas por un patrón no siempre coincidente con el que ahora nos pide la Iglesia, era de esperar, en principio, una cierta reserva colectiva en la asimilación de los nuevos modelos. Todo lo contrario. Los católicos españoles acogen con visible júbilo la renovación litúrgica en lo que tiene de dinamismo comunitario y de uso de la lengua viva”. Después de describir este panorama inicialmente muy alentador, Martín Descalzo recuerda que “Y el camino esta abierto”. No le faltaba razón al bueno de D. José Luis Martín Descalzo, pues el camino estaba en su comienzo, para bien y para mal. Los años posteriores habrían de traer muchas luces y también -sería iluso no reconocerlo- no pocas sombras…
Para los católicos que se habían acostumbrado a vivir con las ventanas de la Iglesia cerradas, fue una novedad, e incluso una osadía, el anuncio hecho por Juan XXIII, tres meses después de su elección, de abrir las ventanas de la Iglesia. Sin embargo para muchos otros católicos se trataba de una necesidad vital para la misma Iglesia: o bien se abrían las ventanas para que entrara aire puro y por lo tanto vida, o bien la Iglesia estaba condenada a su pérdida, a su propia muerte encerrada en ella misma. Se trataba de una cuestión de supervivencia. El Papa anunció, en el momento oportuno, lo que ya se esperaba con ansias. El anuncio llenó de malestar a algunos y entusiasmó a otros. Ahora bien, cabe preguntarse para comprender esta situación, si se sabía lo que pasaba en los diferentes pueblos del orbe: ¿qué es lo que pasaba fuera de la Iglesia, en el exterior de los muros de las iglesias, y que era lo que la Iglesia necesitaba tomar en consideración o en cuenta para cortar su aislamiento?
En Bélgica y Holanda, los problemas en cambio vinieron más bien de un excesivo afán de innovaciones que obligaron a los obispos a poner la mano en el freno en alguna ocasión. Pero esos abusos fueron mucho menos comunes de lo que cierta prensa tuvo interés en decir. Así lo puntualizaba hace poco monseñor Bekkers: “Si, algunas veces algún laico o algún sacerdote ha perdido la medida. Luego viene la Prensa y hace de ello un motivo de sensacionalismo. Y sale de ahí una visión falsa del catolicismo holandés. Una información que acudiera a fuentes mas series y competentes daría un panorama mucho menos alarmante”.
La liturgia más utilizada en la actualidad en la Iglesia Latina es, sin duda, la correspondiente al Misal de Pablo VI (o Novus Ordo), en lengua vernácula, es decir, en el idioma propio de cada lugar. Tras ésta, dependiendo del país, se encuentran la misma liturgia pero en latín (especialmente en países anglófonos, curiosamente, y con mucha menos frecuencia en aquellos con lenguas romances) y la liturgia de Juan XXIII (es decir, la forma extraordinaria del rito romano, también conocida como Misa antigua o Misa tridentina). Después, a mucha distancia, persisten algunos otros ritos como el Mozárabe, el Ambrosiano y los de diversas órdenes religiosas, bien en latín o en lenguas vernáculas.
La mayoría de nosotros, que hemos nacido después del Vaticano II, no tenemos puntos de referencia vivenciales que nos permitan evaluar entre “el antes y el después de”. Sin embargo al contemplar la realidad en que vivimos, tanto a nivel nacional como internacional, nos damos cuenta de que la Iglesia no se ha actualizado, o al menos no ha puesto en práctica una gran parte del legado riquísimo del Concilio Vaticano II. Y es que aquel famoso aggiornamento, del que tanto se habló en los años 60’s, es como un vestido que fue novedoso para cierta época pero que puede no decirle nada a las nuevas generaciones.
A Pablo VI le tocó, de alguna manera, frenar esos ímpetus reformistas que no tenían ningún fundamento teológico pero que, desgraciadamente se fueron infiltrando en la Iglesia. Dos son los documentos que atestiguan las direcciones y los canales que Pablo VI había dado a la vida consagrada, con el fin de evitar verla caer en una adaptación demasiada apegada a los criterios del mundo: el Motu propio Ecclesia sanctae y la exhortación apostólica Evangelica testificatio. En dichos documentos se nota claramente algunas desviaciones que comenzaban a darse en la interpretación de las normas conciliares para la vida consagrada. Vale la pena precisar en estos renglones la insistencia del Papa Pablo VI por hacer que los líneas marcadas por el decreto Perfectae caritatis pudieran llevarse a cumplimiento.
Hay que tener en cuenta que la Misa se decía originalmente en Arameo o Hebreo, puesto que estas eran las lenguas que hablaban Cristo y los Apóstoles; las expresiones: “Amen, Alleluia, Hosanna y Sabbaoth” son palabras Arameas que se mantuvieron y aun permanecen actualmente en la Santa Misa en Latín. Cuando la Iglesia se extendió por todo el mundo de los gentiles en el Siglo I; adoptó el Griego en su Liturgia porque este era el Idioma común del Imperio Romano. El uso del Griego continuó hasta el siglo II y parte del siglo III. El Kyrie eléison, y el Símbolo Litúrgico IHS (deriva de la palabra Jesús en Griego) son una prueba viva del uso de este Idioma en la Liturgia de la Iglesia; pues permanecen aun en la Santa Misa en Latín. Las Misas Romanas iniciales se encuentran en los escritos de San Justo “que datan del año 150 del Cristianismo” y también en los de San Hipólito del “año 215.” El Latín finalmente remplazó al griego como lengua oficial del Imperio.
Hacia el año 250 de la fundación de la Iglesia, la Misa se decía en Latín en la mayor parte del mundo Romano. Incluyendo las ciudades del Norte de África y de Italia, como Milán. La Iglesia en el Imperio Occidental adoptó el latín en la Misa al rededor del año 380 del Cristianismo. El Canon de la Santa Misa en latín, como lo conocemos actualmente, ya estaba completo para el año 399 del Cristianismo. El Latín dejó de ser lengua vernácula hacia los Siglos VII y IX; sin embargo, la Misa siguió ofreciéndose en Latín porque mucha de su Liturgia ya había sido creada en esa lengua. Los Santos Padres de la Iglesia, por entonces, no vieron razón alguna para adoptar las nuevas lenguas vernáculas que estaban en desarrollo alrededor del mundo conocido. Este fue un medio providencial; por que el latín, aunque lengua muerta, sirvió como medio de comunicación en la Iglesia y a través de los Siglos. Sin duda era este el medio por el cual, Dios prometiera en el santo Evangelio, que estaría con nosotros hasta el fin de los tiempos; esto es parte del Plan de Dios para preservar a su Iglesia hasta el final.
Podemos afirmar que a Juan Pablo II le tocó poner en práctica todos los fundamentos de las nuevas líneas de acción y las directrices propuestas por el Concilio Vaticano II. Durante su largo y productivo Pontificado tuvo la oportunidad de conocer los problemas que aquejaban a la vida consagrada, la insidia de la secularización en la misma vida consagrada y el camino desviado que algunas Congregaciones habían ya tomado. Famoso en este aspecto es su intervención en el caso de la vida consagrada en Estados Unidos, al inicio de los años ochentas, que desembocará en la redacción de una carta y del documento Elementos esenciales de la vida consagrada.
José Luis Martín Descalzo nos describe el entusiasmo con el que la reforma litúrgica se empezó a aplicar en Inglaterra: Aquí se esperaba con una cierta tensión la reforma, explica Martín Descalzo. Durante siglos, lo único que diferenciaba la liturgia católica de la anglicana era el latín, que se había convertido en un signo de fidelidad a Roma. Y varios grupos intelectuales del país habían presentado esta reforma como una especie de protestantización del catolicismo: “Una fecha trágica”, decían. Pero los hechos no les dieron la razón: “La experiencia litúrgica del pasado domingo -escribía el Catholic Herald- ha causado mucha menos confusión de lo que muchos preveían. El pueblo ha demostrado que el cambio no le chocaba en absoluto.” Los simples fieles habían demostrado ser mucho más responsables y estar mucho más maduros de lo que los pesimistas calculaban. Y el paso de los meses no había hecho más que confirmar esta impresión.
El único objetivo del Papa San Pío V al mandar codificar la Misa, no fue sino el de la unidad de la Iglesia, la única de las razones de peso; por la que se asegura la unidad en el culto católico y se evita la disparidad de rito, el único medio era la uniformidad en el idioma, y así se preservaría no solo de cisma sino también de los errores que pudieran ser introducidos. Mandó San Pío V fuese dicha, la Misa en lo que sería en adelante el idioma oficial de la Santa Iglesia: “El Latín.”
Las razones para la adopción del latín como la lengua de la Iglesia, eran más que evidentes, había que asegurarse de que el idioma que la Iglesia tomara como oficial, no fuera modificado a través de los tiempos y los lugares; pues la historia nos demuestra que los vocablos de los idiomas cambian de significado o se introducen modismos, por el habla popular con el tiempo. Hasta los reformistas protestantes reconocen la conexión entre las enseñanzas de la Iglesia y la Misa. Lutero creyó que eliminando la Misa, podría derrocar al papado. El y otros reformistas protestantes se dedicaron a erradicar la noción del sacrificio de sus liturgias “reformadas.” Eliminaron los altares y los crucifijos, y las lecturas de las Escrituras y los sermones remplazaron el concepto de la Real Presencia de Cristo en el Sagrado Sacramento. Esto se fue haciendo gradualmente, para que los católicos quienes, después de todo, iban a las mismas iglesias y con frecuencia tenían los mismos pastores, difícilmente se dieran cuenta de que poco a poco se iban convirtiendo en protestantes. La repuesta sabia de la Iglesia, a todas estas incógnitas preocupantes, las soluciona adoptando una lengua que en sí misma sea inalterable, inmutable en lo esencial de sus vocablos.
El Latín ofrecía la garantía de la unidad; es por eso que se mandó, se adoptase en toda la Liturgia de la Iglesia: “El Latín lengua muerta” a excepción de los ritos católicos que tuvieran más de 200 años de existencia. Son por estas razones y no por otras, por las que se dice la Misa en Latín (lengua muerta). Como no se habla actualmente como lengua vernácula de país alguno; las palabras en Latín no cambian de significado. Por ejemplo el idioma inglés será más fácil de entender, pero a causa del habla popular, los coloquialismos, y la influencia de los regionalismos, las palabras que usamos varían de significado de un sitio a otro y de un año a otro. Como lo dijo su Santidad Pío XII de feliz memoria: “El uso del Latín” es una señal hermosa y manifiesta de la unidad, así como un antídoto efectivo contra cualquier corrupción en la verdad doctrinal” (Mediator Dei).
Benedicto XVI recibió en herencia un panorama nada halagador de la vida consagrada. El envejecimiento, la falta de vocaciones y la pérdida, en algunas congregaciones, del sentido de la consagración, se unen a la insidia de la secularización y la falta de esperanza por parte de muchas religiosas que viven su vida consagrada, más con resignación, que con verdadera pasión por Cristo y por la humanidad. Pasados cuarenta años de la clausura del Concilio, tocó a Benedicto XVI tomar el pulso a la vida consagrada y dar las directrices más oportunas para el momento actual.
En las referencias que como periodista del Concilio realiza José Luis Martín Descalzo, encontramos como nos describe el entusiasmo con el que la reforma litúrgica se empezó a aplicar también en otros países del mundo como Marruecos, Yugoslavia, o Canadá; manifestándose en todos los casos la satisfacción de los fieles por el cambio: Marruecos: “Reconozco con alegría -escribió aquel año el arzobispo de Tánger- que la realidad sobrepasa todas las esperanzas. Tres resultados son ya claros: ha aumentado la asistencia a la misa diaria, ha crecido el número de los que comulgan y se comprueba una pronta y espontánea participación de todos. En una palabra: yo diría que aquí está el dedo de Dios.” Yugoslavia: La opinión del Episcopado yugoslavo había puesto el dedo en el mismo centro del problema: “Se puede establecer como norma general que allí donde los sacerdotes han tornado los nuevos ritos con amor, celo y prudencia, los fieles han respondido con interés y alegría.” Canadá: “Aquí -escribió monseñor Nicolet- los sacerdotes han sido generalmente muy favorables al movimiento de renovación litúrgica, y gracias a esto todo ha ido muy bien aquí. Los fieles no solo rezan ya juntos, sino que también cantan acordes en las lenguas vulgares.”
La devoción al Señor de la Capilla es, en nuestro pueblo, reciente. Tras la destrucción de las imágenes en la guerra civil, y entre ellas el valioso, desde los puntos de vista artístico y religioso, «Señor de las Aguas» de Reolid, que presidia el desaparecido retablo. Se vio la necesidad de tener una imagen que heredara la antigua devoción. Se consiguió con el Señor de la Capilla. Imagen que se compró a un convento de Córdoba que, por su estado ruinoso, se cerraba. Como anécdota decir que el Señor de la Capilla fue trasladado en tren desde Córdoba hasta Andújar, y a los portadores les quisieron cobrar, por el santo, el importe de tres asientos, no sé si los pagaron. Don Diego es el sacerdote que en los archivos de la Causa General aparece y que el nombrado padre Antonio dice que tras sufrir prisión en El Santo y en Jaén fue «absolvido» (ya comentamos la expresión en el blog del retablo). Don Diego muere en un cortijo. No solo en el coro había pitorreo. A la novena asistían también devotos con más vino que divoción. Se cuenta que uno de ellos siempre gritaba, a media lengua por las consecuencias (por viva el Señor de la Capilla): ¡VIVA JUAN JOSÉ DE MOLINILLA!
Pedro, tito Pedro. Me gusta en especial todo lo que narras evocando los recuerdos de tus pasados años vividos. Me satisface leer la mención de nuetros paisanos que por alguna circunstancia tuvieron protagonismo en nuestro pueblo en relación a esta manifestación religiosa y tradicional. Buena explicación de la evolución de esta devoción con el paso de los años; sin duda un gran aporte para el conocimiento y memoria de nuestro pueblo: mi enhorabuena. Un abrazo para tí y un cordial saludos para todos los seguidores de este humilde espacio.
José Luis Martín Descalzo nos describe el entusiasmo con el que la reforma litúrgica se empezó a aplicar en naciones tan emergentes como la Unión Sudafricana, o en Guinea: Unión Sudafricana: Menos optimista, a la corta, era monseñor Hurley, quien, con su habitual humor, escribió: “Aquí tenemos algunos sacerdotes aferrados al viejo rubricismo. Pero no vamos a perseguirles por eso. Como conjunto, el clero ha recogido bien la técnica de la nueva liturgia, pero le falta espíritu nuevo. Esto proviene de su formación, que fue demasiado teórica y demasiado individualista. Por eso la verdadera reforma litúrgica tendremos que hacerla en los Seminarios, de cara al futuro.” Guinea: Aquí, en cambio, monseñor Tchidimbo escribió con alegría que “encuentra un verdadero entusiasmo por la reforma litúrgica entre los misioneros’.
El Concilio Vaticano II es el hecho más decisivo de la historia de la Iglesia en el siglo XX. Se convocó con el fin principal de: - Promover el desarrollo de la fe católica. - Lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles. - Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo. - Lograr la mejor interrelación con las demás religiones, principalmente las orientales. Tras un largo trabajo concluyó en 16 documentos, cuyo conjunto constituye una toma de conciencia de la situación actual de la Iglesia y define las orientaciones que se imponen. Las características del Concilio Vaticano II, son: Renovación y Tradición. Se realizaron 4 constituciones importantes, 9 decretos y 3 declaraciones que han definido varios de los cambios de apertura de la Iglesia.
Tocó a Benedicto XVI dirigir la barca de la Iglesia en momentos de gran dificultad, pero también de gran esperanza. Han pasado ya los tiempos de exaltación, cuando a raíz del Concilio se pensaba, quizás en forma irreflexiva y guiados solamente por la emotividad de la nueva situación, que el trabajo de la Iglesia a partir de ese momento, sería sólo el de cambiar una cierta fachada, ya obsoleta, para introducir estructuras más sólidas, de acuerdo con los tiempos actuales.
La valoración de los cambios litúrgicos en Costa de Marfil fue que los cambios dieron un optimismo nuevo al pueblo tal como lo refleja la carta con la que monseñor Yago presentaba la nueva liturgia a sus diocesanos: “Dios nos pide que cantemos sus alabanzas, le honremos y recemos según nuestra alma africana. Hasta ahora lo hemos hecho según una tradición latina, y los misioneros que nos han traído la buena nueva no podían transmitírnoslo de otro modo. No significa ingratitud hacia nuestros padres en la fe el querer permanecer africanos en nuestras relaciones con Dios, ya que la Iglesia nos recomienda que unamos las riquezas de nuestra tradición a las alabanzas que suben hacia nuestro Padre celestial de todos los pueblos de la tierra.” Otra prueba de aceptación de los cambios en la liturgia viene dada por los católicos de Japón al igual que los de otros países asiáticos reflejaron entusiasmo en sus primeras impresiones: “Los primeros pasos de la reforma -escribieron los obispos Japoneses- han sido acogidos favorable y generalmente con una gran alegría, como un verdadero progreso hacia la participación activa.”
Recordemos que Constitución es un documento que posee un valor teológico o doctrinal permanente. Las Cuatro Constituciones del Concilio Vaticano II fueron: 1."Sacrosanctum Concilium". La Sagrada Liturgia. 4 de diciembre de 1963. Oración litúrgica y sacramentos piden la participación activa de todos. El fin esencial de la reforma litúrgica es obtener la participación activa de todos, la cual es "la fuente primera e indispensable donde los fieles deben obtener un espíritu verdaderamente cristiano". Esta Constitución insiste sobre el lugar primordial que debe dársele a la Palabra de Dios. La Constitución revisó la liturgia de todos los Sacramentos. 2."Lumen Gentium". La Iglesia, "Luz de las naciones". 21 de noviembre de 1964. La Iglesia es el pueblo de Dios, en el cual todos los cristianos son responsables y solidarios. María es madre en la Iglesia. En esta constitución el Pueblo de Dios está presente en primer lugar. (18 de noviembre de 1965). Los impulsos escriturísticos cobraron impulso decisivo con León XIII, Pío X, Benedicto XV y más tarde Pío XII. Se paso de un ángulo meramente textual de la palabra escrita a uno contextual. 3."Gaudium et spes". La Iglesia en el mundo actual. "Schema XIII". 7 de diciembre de 1965. En esta Constitución la Iglesia ha querido considerar al mundo en todas sus expresiones: cósmicas, humanas, históricas. Afirma que la Iglesia es solidaria, íntimamente solidaria con el género humano. Constata que ante los formidables cambios que sacuden a este mundo, muchos hombres se interrogan. Afirma que se debe reconocer la "igualdad" fundamental de los hombres. Explica lo que la Iglesia puede hacer para ayudar a los hombres. 4."Dei Verbum". La Revelación Divina. 18 de noviembre de 1965. Constitución que trata sobre la revelación Divina. Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad. En Cristo culmina esta revelación, la cual hay que recibir con fe.
En Francia, nuestro país vecino, fue tal vez el que con mayores tensiones recibió estos primeros pasos. Algunas revistas conservadoras se empeñaron en ver en la nueva liturgia una especie de “palanqueta” del ateísmo para derribar a la Iglesia, pero estas protestas, como dijo un documento episcopal colectivo, han sido “más espectaculares y escandalísticas que numerosas y representativas”. De hecho el balance de la comisión episcopal de liturgia fue plenamente optimista: “La participación activa crece: el pueblo es mucho más que antes un pueblo orante. La satisfacción se registra en un dato significativo: una mayor presencia del pueblo en la primera parte de la misa, habiéndose conseguido una puntualidad que demuestra el interés por la Liturgia de la Palabra, que es escuchada con placer en la lengua viva. El sentido de la Iglesia renace y crece porque se ha comenzado a comprender que la Misa es acción de toda la Iglesia y del pueblo. La dignidad y la verdad de la celebración refulgen con un nuevo esplendor”.
Benedicto XVI describe el momento de la Iglesia durante su pontificado, tomando pie de la descripción que hace San Basilio sobre la situación de la Iglesia después del Concilio de Nicea: “El grito ronco de los que por la discordia se alzan unos contra otros, las charlas incomprensibles, el ruido confuso de los gritos ininterrumpidos ha llenado ya casi toda la Iglesia, tergiversando, por exceso o por defecto, la recta doctrina de la fe...” El panorama descrito por el San Basilio se asemeja bastante a la situación por la que atravesamos en nuestros días, y Benedicto XVI no tiene empacho en decirlo. Son momentos de una gran confusión en la Iglesia, - En donde parece ser que cada teólogo se erige como sumo pontífice y nadie tiene el derecho de contradecirlo. - En donde para muchos la verdad no existe o es inalcanzable. - En donde cada quien puede hacer lo que le parezca, cobijado con una supuesta libertad que está terminando por ser libertinaje. - En donde la mentalidad secularizada interpreta los votos en formas más parecidas a un organismo gubernamental que a una obra querida por Dios. - En donde el sentido de la misión se diluye en obras de carácter eminentemente social. Esto se da por la falta de interés de formación de todos los que conformamos la Iglesia.
Gracias a la especie de diario del Vaticano II escrito por el sacerdote y periodista español José Luis Martín Descalzo (Un periodista en el Concilio, editorial PPC, 1966), libro interesantísimo donde los haya para quien se interese por la historia del Concilio, del cual celebramos los 50 años, conocemos las vicisitudes de muchos párrafos de los documentos conciliares, especialmente aquellos más controvertidos. Y entre dichos párrafos se puede incluir los que se refieren al celibato sacerdotal en el decreto Presbyterorum Ordinis, que como explica dicho autor en el tomo IV (pp. 500-505) de su monumental obra, recibieron una lluvia de enmiendas, si bien en su inmensa mayoría no para discutir su conveniencia (como algunos propugnaban desde medios de comunicación y foros eclesiásticos) sino para precisar las razones que fundamentan esta venerable tradición de la Iglesia.
Es evidente, que muchos cristianos están olvidando que el acto de Adoración Supremo (Misa) no es una reunión social que sirva para halagar a los sentidos, ni mucho menos un estímulo para favorecer el sentimentalismo; muy al contrario es la “Aceptación de la soberanía infinita de Dios y de sus perfecciones con la sumisión absoluta de la criatura para con su Señor y Creador. Nos encontramos por desgracia en una situación en donde los modismos y costumbres en los Idiomas se suceden una y otra vez sin interrupción; de tal manera que al cabo de solo 2 o 3 años ya no tienen el mismo significado tal o cual palabra, la prueba esta en que experimentamos cambios en la forma de hablar de las generaciones pasadas a las actuales y sin embargo lo aceptamos gustosos. Entonces, ¿ Porqué no aceptar un Idioma que además de ser Mandado por la Iglesia Católica es a la vez una garantía de seguridad que preserva a nuestra Fe Católica de todo contagio de error y de corrupción?. Para los que se quejan de no entender el latín no es sino una manera fácil de justificar su falta de piedad y de Fe y por este motivo culpan a un Idioma que facilita la unidad de la Iglesia y que además a sido Inspirado por el Espíritu Santo y por eso se conforman con el progresismo religioso de los templos actuales; condenado por la Santa Iglesia.
Benedicto XVI, sin alarmismos, no niega la realidad que debe afrontar. Como gran académico, es conocedor que el momento por el que atraviesa la Iglesia no es nada fácil. Se da cuenta que no existen recetas mágicas para salir de esta situación, sino que es el trabajo inteligente el que dará las respuestas necesarias. Es una constante en sus numerosos discursos a la vida consagrada “Los consagrados y las consagradas hoy tienen la tarea de ser testigos de la transfigurante presencia de Dios en un mundo cada vez más desorientado y confuso, un mundo en el que colores difuminados han sustituido a los colores claros y nítidos.”
Aunque la Misa en Latín data del año 150 del Cristianismo, el advenimiento de la nueva Misa Protestante (Novus Ordo Missae) hecha oficial por Pablo VI el 22 de Marzo de 1970, causó la Apostasía de muchos Sacerdotes. Pero también la reacción de muchos otros que permanecieron fieles a las Enseñanzas de la Iglesia, los cuales concientes de la importancia de la Unidad cuya nota, es la principal para conocer la Verdadera Religión; han continuado Oficiando la Santa Misa tal como fue codificada por la Santa Iglesia poco después del Concilio de Trento, sin agregar ni disminuir nada de lo que allí establecieron; según aquello del conmonitorio: “no traspases los límites que han establecido vuestros antepasados”.
El celibato sacerdotal ha sido un tema de amplio debate durante mucho tiempo. Actualmente, se ha convertido en un tema de palpitante interés para los medios de comunicación, a lo que han contribuido en gran medida, los recientes ejemplos de ruptura con este compromiso de ciertos personajes relevantes. Son diversas las cuestiones que se plantean con respecto al celibato en el momento actual. Se suele decir que el celibato crea una barrera entre el sacerdote y la gente, especialmente con los casados, por cuanto dificulta la empatía con las dificultades que éstos pueden encontrar. Mientras unos afirman que el celibato conduce al aislamiento psicológico y emocional, otros ven en él una represión de sentimientos e inclinaciones naturales que atrofia el crecimiento normal de la personalidad.
A menudo se afirma que el celibato es una carga para la mayoría de los sacerdotes, una causa de soledad y de omisión del ejercicio de sus obligaciones. Y no es raro encontrarnos, en algún editorial de periódico, como muestra de aprobación a sus afirmaciones, que “sólo un dos por ciento de las personas que se comprometen al celibato logran ser fieles a su compromiso”. Y se llega afirmar, en todo caso, que, puesto que el celibato no es un precepto de ley divina, sino más bien de disciplina eclesiástica, puede verse modificado en cualquier momento.
Para comprender la problemática de los cambios en la Iglesia, que con la perspectiva de los años se ha llegado a considerar se pone le ejemplo de la familias. Diciendo: “Cuando las familias se reúnen en torno a la celebración de las “Bodas de Oro” o 50 años de matrimonio de los padres, todo es gozo y alegría. Aunque es bueno reconocer que no todo fue tan glorioso como se pretende mostrar en ese momento, surge más el deseo de afirmación de la vida, de la posibilidad de haber compartido tantos años, de los logros alcanzados, del legado dejado a las generaciones actuales. Pues bien, en la familia cristiana, también celebramos los 50 años del Concilio Vaticano II y a manera de analogía con el ejemplo anterior, podemos afirmar que hay deseos de celebrar y de recordar ese momento de luz y gracia que se experimentó en la Iglesia universal. No se puede negar que desde entonces la Iglesia no es la misma.
Ante la situación de la Iglesia y sus ministros, en el mundo actual, un número de teólogos distinguidos (entre ellos W. Kasper, H. Kung, G. Kraus, K. Lehmann; B. Sesboue, etc.) y de manifiestos que consideran urgente la necesidad de llevar a cabo una reforma valiente de las condiciones de acceso al sacerdocio. En concreto, se pide a la administración eclesial la abolición de la ley del celibato o la opción libre del celibato y la admisión de personas casadas a la ordenación. Fundamentalmente, esta abolición de la ley del celibato significa anular la ley del celibato obligatorio; mantener el ideal del celibato sacerdotal; ensalzar el ministerio sacerdotal.
Con la distinción entre “ley del celibato” e “ideal del celibato” se abre un doble camino: por un lado, sustituir la obligación del celibato por su recomendación del celibato. Por otro lado, se deberían emplear todos los medios espirituales y pedagógicos para motivar a los candidatos con el ideal del sacerdocio sin matrimonio y apoyar a los sacerdotes célibes en la realización de este ideal. Así, los dos caminos servirían para subrayar y promover el ministerio sacerdotal en su singularidad e insustituibilidad. Para tal razonamiento los teólogos críticos usan los argumentos de que hay hechos históricos que nos confirman (como formula el Vaticano II en P.O. n. 16) que el celibato “no se exige por la esencia del ministerio”.
Desde principios de la década de los 60's muchos de estos primeros cambios se fueron gradualmente introduciendo en las iglesias Católicas. Fue entonces en ésta época cuando la Misa experimentó cambios por una comisión del Vaticano II asistida por seis protestantes. En la nueva Liturgia que arreglaron ellos no hay referencias a la Misa como un sacrificio, pues la definen como: “El memorial del Señor” y se identifica perfectamente con el servicio protestante. Al transformar toda la Liturgia alejándose impresionantemente de la Teología Católica, éstas reformas han demostrado a la sociedad que los nuevos cambios litúrgicos solo conducen a una total desorientación en los Católicos que dieron señales de indiferencia y de disminución de la Fe, otros pasaron por una torturante crisis de conciencia y finalmente miles apostataron; pues la nueva Misa no era ya la expresión de una Fe Católica sino la de una nueva religión ecuménica.
A partir del testimonio del Nuevo Testamento, se constata que, según el ejemplo de Jesús y del apóstol Pablo, el celibato es sólo una recomendación y no una ley. El celibato se elige con total libertad y no es impuesto por obligación de ninguna ley. Al contrario, en la Iglesia primitiva el matrimonio es la regla prescrita para todos los que prestan un servicio a la iglesia. De manera que en los orígenes de la iglesia, el celibato no forma parte de la esencia del ministerio eclesial. Durante todo el primer milenio se exigía la abstinencia en el seno del matrimonio y no la obligación por ley de no contraer matrimonio. En la argumentación de la ley del celibato, recién introducida en el siglo XII, se adujeron motivos muy cuestionables: impureza cultual, la salvaguarda económica de los bienes materiales de la iglesia, el desprestigio del matrimonio. Todo esto confirma, a través del devenir histórico, que la renuncia al matrimonio impuesta por ley no es inherente a la esencia del ministerio sacerdotal.
Una mirada a las “Iglesias católicas orientales”, unidas con Roma, demuestra que el celibato de los sacerdotes no es un principio católico de validez general. Las Iglesias orientales unidas tienen con respecto al celibato la misma ordenación por ley que las iglesias ortodoxas primitivas, con sus sacerdotes casados (sólo a los obispos se exige no casarse). El Vaticano II fortaleció este reglamento de las Iglesias orientales unidas mediante el decreto Orientalium Eclesiarum (OE), subrayando que las Iglesias católicas orientales tienen “su propio derecho eclesial” (Orientalium Eclesiarum 3) y “su propia organización” (Orientalium Eclesiarum 6). En el seno de la Iglesia hay dos derechos fundamentales: los sacerdotes de la Iglesia oriental tienen derecho a casarse, mientras los de la Iglesia latina están obligados al celibato por ley.
Benedicto XVI sorprende porque sabe poner el dedo en la llaga, con suma caridad, casi sin molestar a las posturas contrarias a la buena recepción del Concilio, pero no deja pasar esta desviación que es causa de tantos problemas en la Iglesia. Casi a renglón seguido, el Papa se cuestiona el origen de esta discrepancia en el modo de aplicar el Concilio: “¿Por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil?” Descubrir el porqué de los errores ha sido siempre la postura sapiencial de la Iglesia. Benedicto XVI no juzga a nadie, tan sólo quiere entender porqué se dan estos errores, conocer sus causas. De tal forma que conociendo dichas causas, se pueda intervenir en forma adecuada. Le interesa corregir la inadecuada recepción del Concilio, y para ello es necesario ira la raíz del problema, que no es otra que la forma en que se interpretan las reformas del Concilio Vaticano II.
Estamos en principio ante una nueva prueba de que el servicio a la Iglesia y el celibato no necesariamente han de ir unidos. Además, se impone la cuestión práctica de la justicia: ¿por qué se prohíbe a unos lo que se permite a otros? O en forma constructiva: tomar en serio esta discrepancia en la justicia, ¿no podría ser un fuerte impulso para que los casados en la Iglesia latina tuvieran acceso al sacerdocio? Se apoyan en el contraste del comportamiento contradictorio por parte del magisterio eclesial, que desde el año 1950, ha habido. Por una parte, imponen el celibato a los sacerdotes de la Iglesia latina pero, por otra parte, están permitiendo que sacerdotes casados que quieren unirse a la Iglesia católica, provenientes de otras confesiones cristianas, puedan continuar con su vida matrimonial.
Un sector de la Iglesia se ha empeñado durante cuarenta años en leer los textos del Concilio Vaticano II en clave de ruptura, haciendo ver que la Iglesia del postconcilio era diversa a la pre-conciliar, no es de extrañarnos que ahora muchas culturas, especialmente en Occidente, han quedado completamente al margen del evangelio. Culturas y pueblos que fueron los evangelizadores del mundo, se empeñaron durante 40 años en desconocer sus raíces y en no seguir los lineamientos del Concilio Vaticano II. Ahora se presentan como tierra de misión dentro de una sociedad neo-pagana. Benedicto XVI se da cuenta de los resultados de esa postura que ha alejado a tantos de la verdadera Iglesia, fundando una concepción de Iglesia distinta a la que ha fundado Jesucristo. La percepción que tiene del Concilio Vaticano II es clara, un movimiento que quería reformar a la Iglesia, y que deberá continuar con el fin de desarrollarla y hacerla más eficaz en la transmisión del mensaje de salvación.
Uno de los grandes logros del Concilio Vaticano II fue papel que supuso la consideración del laico en la vida de la Iglesia, pues los laicos antes no aparecían en la vida activa de la Iglesia, salvo en instituciones piadosas, pero después de esta cumbre sí aparecen “y codeándose con otros que son Papas, obispos: todos juntos”. En este gran logro se descubre el valor de los laicos, con todo lo que significa eso: la unión con el obispo, trabajar con la Iglesia, ver que la Iglesia somos todos. Los laicos son llamados por Jesús para trabajar en su viña construyendo el Reino de Dios en este mundo, tomando parte activa, consciente y responsable en la misión de la Iglesia, en esta hora dramática de la historia, ante la presencia ya en el actual Tercer Milenio. A nadie le es lícito permanecer ocioso dentro de la Iglesia; no hay lugar para el ocio. Por eso se nos invita a mirar cara a cara este mundo con sus valores y problemas, inquietudes y esperanzas, conquistas y derrotas.
La raíz del problema se encuentra en la forma en que se lee el Concilio, lo que Benedicto llama la hermenéutica (la capacidad de interpretar) del Concilio: La hermenéutica de la reforma, es decir leer el Concilio Vaticano II en forma tal que permite ver un desarrollo lineal de la Iglesia, sin ruptura con el pasado, requiere partir del hecho del objetivo del Concilio. Dice Benedicto XVI, citando a Juan XIII que el objetivo del Concilio no era otro que el de “transmitir la doctrina en su pureza e integridad, sin atenuaciones ni deformaciones.” El Concilio Vaticano II daba por sentado todos los puntos doctrinales. Su objetivo primordial era el de transmitir sin atenuaciones ni deformaciones la integridad de la doctrina, verdadera e inmutable. La hermenéutica de la discontinuidad, lo podemos aplicar a la vida consagrada.
Otro gran logro de Vaticano II fue la apertura de la jerarquía. “No quiere decir que antes no se hubiera dado sino que ahora era una casi oficial, insistente. El obispo y los sacerdotes son servidores y deben escuchar y colaborar con los laicos; un símbolo pequeñito, por ejemplo, es el habernos quitado el hábito, es una expresión de un acercamiento más a los laicos, de unidad; no quiere decir que los que no tienen hábito no se acerquen, pero es un símbolo; ese es el logro de la Iglesia servidora”. Finalmente, otro gran logro fue el tomar conciencia de los sacramentos como algo que tenemos que recibir con conciencia. “Antes los sacramentos eran más solemnes, misteriosos, pero ahora los laicos son más activos en ellos.” Si bien este concilio es conocido porque originó muchos cambios en la Iglesia católica, se debía resaltar que sin embargo todo siguió igual en su esencia. “Por ejemplo, la Eucaristía: la Iglesia volteó el altar, pero las palabras siguen de la misma manera; la Iglesia permitió que haya guitarras y otros tipos de cantos, pero los mensajes siguen iguales. Ese es un sentido muy importante que nunca debemos olvidar. En lo sustancial, la Iglesia sigue siendo la misma”.
El Vaticano II es sin duda la más amplia operación de reforma jamás realizada en la Iglesia; no sólo debido al número de padres conciliares (2.540 al principio, frente a los 750 del Vaticano I y los 258 del concilio de Trento) y a la unanimidad de las votaciones que muchas veces batieron todos los récords (así, la constitución sobre la revelación sólo registró seis votos negativos de un total de 2.350 votantes; la constitución sobre la Iglesia sólo cinco votos negativos), pero sobre todo debido a la amplitud de los temas abordados: la revelación, la Iglesia (naturaleza, constitución, miembros, actividad misionera y pastoral), la liturgia y los sacramentos, las otras comunidades cristianas y las otras religiones, el laicado, la vida consagrada, la reforma de los estudios eclesiásticos, la libertad religiosa, la educación, las relaciones fe-cultura, Iglesia -mundo, los medios de comunicación social... Seguramente serán necesarios varios decenios para medir el impacto real del Vaticano II. Pero podemos perfectamente afirmar que las resistencias humanas no conseguirán anular un concilio tan visiblemente sostenido por la fuerza del Espíritu.
La dispensa eclesial, es concedida por la conversión de pastores o clérigos luteranos, episcopalianos, anglicanos. Ante esta conducta de la Iglesia, se preguntan de forma muy crítica: ¿qué se ha hecho por la sensibilidad hacia los sacerdotes propios, obligados al celibato y que viven con grades esfuerzos su vida sin matrimonio, cosa nada fácil? ¿Es justo que sacerdotes propios, que se deciden por el matrimonio, sean apartados totalmente del ministerio sacerdotal mientras que los convertidos pueden ejercer el ministerio sacerdotal con esposas e hijos?
Me pregunto ¿Cuál es la reacción de los obispos ante la escasez de vocaciones? Que los obispos reaccionan mediante una reforma administrativa: van adaptando las parroquias a la cantidad escasa de sacerdotes, con la consecuencia de que se dispone de un sacerdote para varias parroquias, lo que hace que se convierta en manager y, con el efecto de que es imposible celebrar la Eucaristía dominical en cada parroquia. ¿Cómo debe valorarse esta grave situación pastoral bajo el prisma de la dogmática? Debemos tener en cuenta básicamente dos grandes líneas: el derecho de las comunidades a poder celebrar la Eucaristía dominical y la responsabilidad pastoral propia de los obispos del lugar como pastores de su Iglesia local. ¿Qué hacer en esta situación de necesidad desde el punto de vista dogmático?, principio máximo de toda actuación eclesial que es la salvación de los hombres, y concretamente el servicio salvífico a los hombres, como lo afirma el Derecho Canónico: “la salvación de las almas es la máxima ley para la Iglesia” (can. 1752).
Si hoy en muchas diócesis, debido a la falta de sacerdotes, no se puede ejercitar el necesario servicio salvífico, los obispos están obligados a encontrar nuevas soluciones. Y ya que la falta de sacerdotes se ha producido en gran parte por el efecto intimidatorio del celibato, los obispos deben actuar decididamente en Roma, para que sea eliminado el engarce jurídico del sacerdocio con el celibato. Como mínimo, han de conseguir un reglamento de emergencia de manera que puedan ordenar hombres reconocidos en su fe, profesión y familia. Los signos de los tiempos muestran que no se trata de administrar una penuria institucional, sino de dar la vuelta a la necesidad pastoral. Y para cambiarla hacen falta más sacerdotes. Y si la ley del celibato impide esencialmente el servicio salvífico de la pastoral necesaria hoy en día, debe ser anulada. Los obispos, que actúan bajo su propia responsabilidad, deben preguntarse en conciencia: ¿hay una ley que sea más importante que la salvación de los hombres? El servicio salvífico es, desde Jesucristo, una necesidad absoluta y siempre válida. El celibato, en cambio, es una ley humana contingente y modificable.
Muchos echan la culpa al celibato del significativo descenso de candidatos al sacerdocio, considerándolo una barrera que impide que se acerquen al seminario el tipo de jóvenes adecuado. Todas estas razones llevan a algunos a afirmar que la iglesia debería convertir el celibato en un requisito opcional para la ordenación, pues, de otra forma, el sacerdocio tropezaría con serias dificultades para encontrar vocaciones en el futuro. Desde otra perspectiva, se afirma que, con el desarrollo de la teología del matrimonio a partir del Vaticano II, no se puede sostener que el sacerdocio sea una vocación de rango “superior”, y que es necesario, por tanto, “desmitificar” el concepto tradicional del ministerio para ajustarlo a las necesidades de la sociedad moderna. Para algunos, el sacerdocio católico, tal como está constituido actualmente, es una posición privilegiada, caracterizada por un ejercicio de “poder”, sin responsabilidad. Y defienden que, amparados precisamente en la insistencia de la Iglesia sobre el celibato sacerdotal, este “poder” se perpetúa mediante el dominio sobre el resto de los fieles cristianos.
A primera vista, algunas de las objeciones y cuestiones parecen tener cierta validez y, por tanto, han de ser confrontadas. Pero hay otras que dan muestras de una parcialidad ideológica notoria. Está claro también que, en el fondo de muchos de los argumentos en contra de lo que se tiende a denominar celibato “obligatorio”, se encuentra una concepción del sacerdocio que difiere en gran medida del concepto tradicional de ministerio desarrollado en los primeros mil quinientos años de la vida de la Iglesia y según fue establecido por el Concilio de Trento y el Concilio Vaticano II. Resulta evidente, al mismo tiempo, que la actual consideración del sacerdocio no se ha visto libre de la influencia de diferentes actitudes teológicas y filosóficas surgidas de los últimos treinta años. Es necesario, por tanto, revisar lo que ha estado sucediendo en la Iglesia a lo largo de este periodo para tratar de identificar las causas de lo que muchos consideran una crisis del sacerdocio en el momento actual. Este hecho es esencial para entender por qué en una sola generación se ha podido devaluar tanto la estimación de la gente en el estatus del sacerdocio, como lo refleja el dramático descenso en el número de vocaciones, y por qué el celibato, que hasta hace poco había gozado de un estatus de tipo reverencial, es ahora, con frecuencia, fuente de confusión, y de hostilidad manifiesta. Hasta hace dieciséis años habría sido inconcebible encontrar en un periódico serio un titular del estilo: “El celibato: ¿una perversión?”, como ha sido recientemente el caso.
Es necesario analizar el celibato en su desarrollo histórico. El compromiso constante de la Iglesia latina de permanecer fiel a un estado de vida, que fue siempre signo de contradicción y que dice mucho acerca de la naturaleza y el valor de este carisma. La Iglesia ha tenido que luchar en todo momento contra la debilidad humana y la oposición del mundo pero, firmemente persuadida de estar siendo fiel a una norma de origen apostólico, recurrió a los medios sobrenaturales y empleó la fortaleza necesaria para renovar la disciplina del celibato muchas veces a lo largo de los siglos.
El papa Pablo VI, en la encíclica Sacerdotalis Coelibatus, y más recientemente Juan Pablo II, en la encíclica Pastores Dabo Vobis, expresaron el deseo, de que el celibato fuera presentado y explicado más plenamente desde un punto de vista espiritual, teológico y bíblico. El Beato Juan Pablo II, era consciente de que muchas veces no se explica bien, el celibato sacerdotal, hasta el punto de llegar a afirmar que el extendido punto de vista de que el celibato es impuesto por ley “es fruto de un equívoco, por no decir de mala fe”.
El papa teólogo Benedicto XVI, en la homilía de la Misa Crismal del Jueves Santo (05-04-2012), en la Basílica de San Pedro dijo: “que la situación actual de la Iglesia es muchas veces "dramática", reiteró el "no" al sacerdocio femenino y de personas casadas” y denunció la "desobediencia organizada" que propugna un grupo de curas y teólogos europeos para renovar la institución eclesial y el "analfabetismo religioso" de la sociedad, luego alegó que "A Cristo le preocupaba precisamente la verdadera obediencia, frente al arbitrio del hombre" subrayó; aseguró que con la obediencia "no se defiende el inmovilismo ni el agarrotamiento de la tradición y que ello se puede ver en la historia eclesial de la época postconciliar” del Concilio Vaticano II.; prosiguió diciendo que "No anunciamos teorías y opiniones privadas, sino la fe de la Iglesia, de la que somos servidores”, puntualizo finalmente.
Los Ortodoxos orientales permiten que se ordene a hombres casados, pero también valoran el ministerio célibe. Hay formas creativas y tradicionales para hacer el cambio a la vez que aseguramos al celibato un sitio de honor. Mientras que la ordenación sacerdotal cambia a un hombre de por vida el voto de celibato no tiene por qué ser permanente. ¿Por qué no hacerlo temporal? Así un hombre podría servir como sacerdote célibe cinco años, y revisar la situación con sus superiores antes de hacer un voto de por vida. Así es como los monjes y monjas tantean sus votos. Avanzan gradualmente hacia un voto para toda la vida. Y es posible ser un monje o monja durante mucho tiempo sin dar el paso final a un voto de por vida. Hay muchas formas positivas para considerar cambiar la norma. Por el momento no tenemos la infraestructura para hacer el cambio. Sin embargo, si el cambio se pudiera aplicar gradualmente el sistema de soporte crecerían también gradualmente. Roma actualmente permite que obispos individuales pidan dispensas del voto de celibato para antiguos clérigos anglicanos. Si permitiesen la misma dispensa a católicos ordinarios casados que quisiesen ser ordenados, entonces podrían dar un paso adelante hombres adecuados.
Algunos argumentan que eliminando el celibato se solucionaría la crisis de vocaciones de la Iglesia. “Si los casados pudieran ser ordenados no tendríamos escasez de sacerdotes”, dicen. Ordenar hombres casados ciertamente aliviaría la crisis pero no creo que solucionara el problema. Sólo hay que mirar a otras denominaciones cristianas. Permiten el clero casado, pero atraviesan también una crisis de recursos humanos. Permitir la ordenación de casados no ha solucionado su escasez de vocaciones. Otros argumentan que la vida célibe es terriblemente solitaria y que debería eliminarse para que los sacerdotes no estén tan aislados. Esta no es una razón muy buena para cargarse el celibato. Hay mucha gente que está sola pese a estar casada. De igual forma, hay muchos solteros en todos los ámbitos de la vida que no están felices y satisfechos con la soltería.
Conozco la referencia de como un antiguo sacerdote anglicano, que confesaba que para él, el ser un ministro casado, a menudo, le causaba más problemas de los que resolvía. Si la Iglesia Católica tuviera sacerdotes casados tendríamos que lidiar con matrimonios infelices de clérigos y divorcios de clérigos. Además, los sacerdotes tendrían que soportar el estrés y la presión que experimentamos todos los casados. Librarse de la norma del celibato no haría necesariamente más felices a nuestros sacerdotes y podría causar más problemas. La regla del celibato no debe cambiarse sólo porque nos parezca una solución a otros problemas. Si se elimina, debe ser por razones positivas. Necesitamos preguntarnos si, un clero compuesto sólo de hombres célibes es la mejor solución, y si ese sacerdocio es todo lo que puede ser. ¿No sería mejor equilibrarlo con algunos sacerdotes casados, con familias?
Los célibes dedican toda su vida a Dios y la Iglesia. La mayoría ofrece un ejemplo maravilloso de servicio cristiano total. ¿No quedaría complementado si hombres casados, igualmente dedicados, sirviesen como sacerdotes? Los célibes nos enseñarían la vía de la donación total como solteros. Los casados, la vía de la donación social como esposos y padres. No deberíamos cambiar la norma para resolver problemas humanos intrincados. Más bien deberíamos pensar en cambiar porque la Iglesia se beneficiaría de tener hombres casados con familia trabajando de sacerdotes.
Mientras que se puedan aducir argumentos prácticos en defensa del celibato, en cuanto que se trata de un carisma esencialmente sobrenatural, las razones espirituales, escriturísticas y teológicas, como sugerían los últimos pontífices, son el único fundamento para su justificación. En los recientes debates se ha prestado poca atención a estos aspectos del celibato. Uno de los objetivos debe ser el de replantear estos argumentos, analizando las razones que justifican su profunda importancia para entender adecuadamente esta disciplina eclesiástica de la Iglesia latina.
Por conversaciones que se han tenido con católicos en EEUU y en el Reino Unido, la cuestión real del celibato clerical es el dinero. Los católicos de vista corta aprueban que se ordene a casados pero enseguida se quejan: "no podemos mantenerlos". ¿Realmente nos falta tanto la fe? Olvidamos que para Dios nada es imposible. Al final, la Iglesia decidirá si la ordenación de hombres casados es el paso adecuado. La decisión debe hacerse por razones positivas y constructivas, no como solución rápida a los problemas de unos pocos. Si es una medida adecuada, debemos asegurarnos que algo tan insignificante como una falta de dinero no se interponga.
Si consideramos en toda su extensión el sentido de la vida célibe conforme al evangelio y apreciamos sobre todo el celibato como un “signo escatológico” veremos que el celibato y el sacerdocio ministerial se hallan relacionados mucho más íntimamente de lo que se expresa en las polémicas de los últimos años, ya estereotipadas, y sobre todo en la ligereza con que se habla de la “anquilosada ley eclesiástica del celibato”. El celibato sacerdotal implica dejarse embargar, en el centro de la propia existencia, por la tarea de la representación ministerial de Cristo. El celibato tiene como consecuencia que lo que constituye el centro de la actividad ministerial y lo que ha de propugnar el sacerdote, que el reino de Dios está llegando y que “la apariencia de este mundo es pasajera” (1Cor.7, 31) es cosa que hay que proclamar volcándose personalmente sobre ello de forma valiente y sin complejo ante el secularismo, que no cree que sea posible la vida célibe, porque es una denuncia que no soporta ante el pansexualismo cultural. Sobre todo en el celibato se concretan aquellas palabras pronunciadas con motivo de la ordenación sagrada: Imitamini quod tractatis! (“¡haced en vuestra propia vida lo que estáis realizando con vuestro ministerio!”).
La existencia del sacerdote debe ser la confirmación de lo que él está diciendo constantemente y de lo que él celebra sacramentalmente: la muerte y la resurrección de Cristo, la esperanza de la venida de Cristo en gloria, la esperanza de la vida eterna en la cual las personas “ni se casarán ya, ni habrá unión del hombre con la mujer” (Mc. 12, 25). ¿Qué otras alternativas hay? ¿Qué otro modo habrá de dar testimonio de Dios, ante el mundo venidero de Dios? Pero el celibato no es sólo un “signo escatológico”, sino que es además un constante “aguijón en la carne” que pregunta clavándose en ella durante toda una vida si la ley que uno aceptó al ingresar en el ministerio, es decir, para dedicarse al servicio sacerdotal, seguirá teniendo todavía vigencia; si el reino de Dios es realmente “la perla singularísima” y “el tesoro escondido en el campo” por el cual hay que dejar todo lo demás.
Según la Iglesia el celibato es el estado del soltero que conlleva la abstinencia de actividad sexual. Una auténtica manipulación ya que el celibato consiste en la prohibición para el clero secular de casarse y no implica de ninguna forma la obligación de castidad. Contrario al pensamiento general, los sacerdotes católicos no profesan votos de celibato y de castidad, y si son célibes es porque la Iglesia les niega el sacramento del matrimonio. El celibato, no tiene relación doctrinal con la Iglesia católica, y es considerado como una simple ley disciplinaria y no un artículo de fe. Sorprendentemente fue solamente incluido en el Código del Derecho Canónico en el año 1917.
La vida célibe representa una exigencia existencial elevada y es una norma de vida de la Iglesia, la cual un joven puede medir y, por cierto, a lo largo de toda una vida, en la seriedad de su compromiso y la intensidad con la que él está dispuesto a poner su vida al servicio de Cristo. Aunque no sea lo de menor importancia, el celibato deja libre al sacerdote para ponerse de manera íntegra al servicio de la “causa de Cristo”. Es el padre de la “familia de Dios” y el pastor de su grey que debe vivir enteramente para ella y que debe dar a su amor pastoral, aquella amplitud a la que se refirió ya Jesús cuando asignó a sus discípulos “nuevos” hermanos, hermanas, madres e hijos (Mc. 10,30).
En el cristianismo primitivo la idea misma de un celibato clerical hubiera sido considerada absurda tomando en cuenta que tanto Pedro como Pablo fueron hombres casados. Pablo manifestó que presbíteros y diáconos solamente debieron tener una única esposa (una interdicción contra la costumbre judía de tener varias mujeres al mismo tiempo). La palabra de Pablo fue ley: no había incompatibilidad entre matrimonio y ministerio, dando como resultado que muchos hombres casados se apuntaban al sacerdocio. La primera Constitución Apostólica, que data aproximadamente del año 340, impuso una doble disciplina; un hombre casado en el momento de ordenarse tenía la obligación de mantener su matrimonio, mientras que un soltero en el mismo caso aceptaría la obligación de mantenerse célibe.
S. Juan Pablo II en su Carta a los sacerdotes insiste: el celibato no es sólo un signo escatológico, “sino que tiene además un gran sentido social en la vida actual para el servicio del pueblo de Dios. El sacerdote, con su celibato, llega a ser “el hombre para los demás”, de forma distinta a como lo es uno que, uniéndose conyugalmente con la mujer, llega a ser también él, como esposo y padre, “hombre para los demás” especialmente en el ámbito de la propia familia… El sacerdote, renunciando a esta paternidad que es propia de los esposos, busca otra paternidad y casi otra maternidad, recordando las palabras del apóstol sobre los hijos que él engendra en el dolor”.
En lo que lleva consigo la castidad perfecta, fue introducido por una costumbre que deriva ya del tiempo de los apóstoles. En efecto, partiendo de las recomendaciones del apóstol Pablo, que prohibió a los bígamos a aspirar ser anciano como registra la epístola a Timoteo 3:2; Tito 1:6 y otros que muestran a Pablo aconsejando esta práctica. Resulta Claro entender que Pablo muestra su preocupación por aquellas personas que deseaban ser líderes de la iglesia primitiva, la se sus tiempos, y no eran personas de buena reputación, para no complicarlas cosas el apóstol es claro y enfático en decir que el hombre que desea el obispado desea algo bueno pero que tenga en cuenta muchas cosas y entre ellas el ser esposo fiel y de solo una mujer. La iglesia en aquellos tiempos, podemos evidenciar, sintió la necesidad de una pureza total en los que se dedicaban al servicio del altar.
La palabra española se deriva del latín caelebs "no casado", y se refiere a la abstinencia del matrimonio por parte del clero y las órdenes monásticas de la Iglesia Católica Romana. El celibato es en realidad una de las características peculiares de la Iglesia Apostólica Romana y probablemente una de sus enseñanzas más polémicas en un mundo cambiante y con inclinaciones al liberalismo en general. El celibato consiste básicamente el abstenerse o en la continencia sexual, es decir no contraer matrimonio voluntariamente. Esta práctica católica romana requiere que su clero permanezca sin casarse y se consagre a la pureza personal en pensamiento y en obra a Dios.
Uno de los planteamientos mas discutidos en el interior de la Iglesia, ha sido la posibilidad de abolir el celibato, como condición para la ordenación sacerdotal. La conexión absoluta entre el celibato y la ordenación sacerdotal, es de derecho eclesiástico, o más exactamente, de derecho eclesiástico occidental y el celibato no pertenece a la naturaleza esencial del sacerdocio. Como tal, tiene detrás de sí una historia llena de vicisitudes. Estudios muy recientes demuestran que el celibato, desde el punto de vista histórico, se fundamenta en la continencia exigida ya desde inicios de la Iglesia al presbítero, obispo y al diácono. Esto quiere decir que originalmente el alto clero podía, sí, casarse, pero tenía que vivir en continencia sexual. En caso de que él estuviera casado, no podía tener relaciones sexuales con su mujer, y el clero todavía soltero o enviudado no podía contraer matrimonio. Este precepto de continencia enlaza con la praxis evidente en el judaísmo y en el paganismo de observar continencia sexual. Esta práctica es para todo el mundo antiguo una expresión destacada de profundo respeto religioso ante Dios... Forma parte sencillamente del ethos profesional de sacerdote en el mundo antiguo. Y por eso, con tanta mayor razón se la considera preceptuada para los sacerdotes cristianos...
El estado célibe es una anticipación social del hombre resucitado en Cristo. El matrimonio aunque no obstaculiza una vida cristiana, induce a aceptar estructuras destinadas a desaparecer en la realidad escatológica. En la tradición cristiana se habla de virginidad, castidad y celibato. El término de "virginidad", también es empleado para designar a las mujeres, este es el mismo caso para las mujeres que desean el ser siervas de Dios para toda la vida, las muy conocidas madres o monjas, para la Iglesia Católica Apostólica Romana esta práctica encierra un rico contenido teológico, es por esta razón que Tony Mifsud, S.J. menciona así: "de plena disponibilidad a la voluntad de Dios, una disponibilidad fecunda de apertura al plan del Padre en la realización del reinado de Dios mediante la confianza en poder del Espíritu de Jesús; pero, desafortunadamente, con el paso del tiempo se ha cargado el acento sobre el aspecto biológico y con una referencia predominante y también con malicia machista la mujer. Hoy por hoy la palabra virginidad más bien tiende a denotar "la abstención de relaciones sexuales de la mujer".
El celibato significa etimológicamente la condición propia del hombre que no se ha casado, así también como el estado civil de alguien que ha decidido quedarse a completa disposición a la obra de Dios en el plano profesional o relacional, rechazando los límites que la vida familiar o conyugal comportan. El celibato es la forma de vida de los sacerdotes ministros de la Iglesia Católica Apostólica Romana los cuales han renunciado a todo según ellos como respuesta a la invitación de Cristo a su ministerio al igual que sus apóstoles. El significado del celibato consagrado según la vocación cristiana consiste en que el hombre es llamado a una vida en espíritu cada vez más amplia y profunda, y de esta manera se llegue a ser progresivamente como Cristo, es esa según la Iglesia Católica Apostólica Romana la verdadera motivación de aceptar el celibato.
Celibato se refiere al estado de aquellos que no se casan o que no tienen una pareja sexual. Un soltero puede ser llamado célibe, sin embargo, el concepto adquirió un sentido de opción de vida. Por lo general se entiende como célibe a aquel que no quiere casarse y prefiere la soltería de manera permanente. La opción por el celibato puede ser religiosa como se presenta entre los sacerdotes y monjas católicos, los monjes budistas y otras religiones; filosófica como la opción de Platón por el estado celibatal; social como se presenta en quienes optan por dicho estado como opción personal. Lo común es que el estado celibatal sea voluntario, pero también puede ser inducido o forzado como en el caso histórico de los esclavos. En el mundo occidental contemporáneo el concepto de celibato ha sido frecuentemente asociado a la Iglesia católica. Por su parte, Oriente conoce este estado por la Iglesia ortodoxa, el budismo y el hinduismo. Las opciones célibes de pensadores, escritores, artistas o líderes, son menos conocidas que la de los religiosos, pero no por ello menos significativas.
La práctica de la continencia sexual quedó relacionada sobre todo con la disposición espiritual para el sacrificio, con la incorporación al sacrificio sacerdotal con que Cristo se ofreció a sí mismo” .También en la Iglesia antigua se supo ya que semejante continencia completa es un “carisma” especial, pero que podía obtenerse con la oración. Por eso, antes de impartir la ordenación sagrada se preguntaba al candidato si tenía la correspondiente disposición. Si el candidato declaraba que estaba dispuesto a ello, entonces se daba por supuesto que poseía el carisma implorado. Si estaba casado, entonces la esposa (que, con ello, estaba obligada igualmente a guardar continencia) tenía que declarar también su disposición para guardarla.
En el siglo II, la idea de castidad en los ministros del Señor se abrió paso con evidente firmeza, Tertuliano y Orígenes dieron fe del gran número de aquellos que, recibidas las órdenes, abrazaban la continencia total y perfecta. La Iglesia Católica Apostólica Romana reconoce con claridad que no existió una ley apostólica que impusiera el celibato, pero sí es cierto, argumentan, por lo menos en la iglesia occidental que ésta práctica era muy entendida y practicada ya a fines del siglo III. Muchos cristianos de los primeros siglos, hombres y mujeres, comenzaron a practicar los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia.
Las opciones célibes eran ya conocidas en India a través del hinduismo con el surgimiento de los ascetas y anacoretas y aquellos que dejaban el mundo material para buscar la explicación trascendental de la existencia a través de la contemplación. Este esquema puede ser probado en los testimonios de Siddharta Gautama (560 y 480 a. C.) quien en búsqueda de la verdad se une a estos. Si bien el joven bráhmana no continuó el camino de los anacoretas hinduistas, indudablemente estos influenciarían mucho en la espiritualidad que de él se seguiría. El monje budista es el que sigue el camino del Buda y por lo tanto busca el desapego como método de la realización plena. Según el budismo, el sufrimiento del mundo es producto del apego y en dicho sentido el casarse no está contemplado dentro de ese camino de desprendimiento. El mismo Siddharta abandonó a Iashodhara, con la cual se había casado a la edad de 16 años y con quien había tenido un hijo, Rahula, quien después se uniría a sus enseñanzas como bonzi.
La norma de guardar continencia, de la cual nació luego orgánicamente el precepto de que el alto clero viviera una vida célibe, tenía en la Iglesia antigua un alto grado de aprobación. Era una señal de la irrupción de la “nueva” actitud llegada gracias al cristianismo ante este “tiempo del mundo” y, especialmente para la mujer, era un elemento de “emancipación”. Vistas así las cosas, la vida célibe llegó incluso a ser originalmente un “movimiento de laicos - vírgenes”, que luego se hizo extensivo al clero. Para el sacerdote, el celibato era un signo de que él vivía constantemente “en la presencia de Dios” y de que existía plenamente para la comunidad, pero era también un “signo de contraste” que mostraba patentemente el hecho de que el cristianismo “se apartaba” de la forma habitual en que se vivía en el mundo.
La objeción, manifestada hoy muy frecuentemente, de que una cosa es la vocación al celibato “carismático” y otra cosa la vocación al ministerio, y de que, por tanto, el celibato habría que dejarlo a la libre decisión de cada uno de los ministros, lo cual resolvería el problema de la escasez de sacerdotes, es una objeción que sin negar lo justificada que pueda estar en puntos concretos no tiene en cuenta factores esenciales: Muchas veces se parte de una idea equivocada y unilateral del carisma y de la libertad: contra la ley de la obligatoriedad del celibato eclesiástico se objeta no pocas veces, en los últimos años, que esta ley está en contradicción con lo que se dice en 1Cor.7, 7, donde Pablo llama ‘carisma’ al celibato. Esta objeción suele concebir el ‘carisma’ como una disposición para el celibato que viene dada ya casi desde el nacimiento. Pero esto no corresponde, en modo alguno, a la concepción que el apóstol tiene del ‘carisma’, ya que Pablo se refiere con este término a servicios y dones que el Espíritu Santo suscita en la comunidad y a los que el individuo puede cerrarse o abrirse... Por eso, Pablo puede exhortar a la comunidad de Corinto: “Aspirad a los carismas más valiosos”, es decir, dejad cada vez más espacio al Espíritu de Dios en vuestro interior y en vuestra vida.
El precepto eclesiástico del celibato como condición previa para la admisión a la ordenación sacerdotal parte del supuesto de que al candidato se le había concedido o se le ha concedido este carisma, y de que el Espíritu de Dios (pero no una disposición natural en cuanto tal) lo capacita para vivir célibe por amor del reino de Dios. La reglamentación jurídica (institucional) no suprime el carácter de gracia, sino que sirve para crear un espacio que haga posible a muchos o que les facilite el dejar que Dios se sirva de ellos para dar semejante testimonio a favor de Cristo. La opinión, manifestada a menudo expresamente o de manera subliminal, de que si no existiera la obligación del celibato, la Iglesia tendría suficientes vocaciones al sacerdocio, es una opinión cuestionable, por lo menos en lo que se refiere a los jóvenes. Es cierto que hay una serie de teólogos laicos varones que afirman que, si no existiera la obligación del celibato, estarían dispuestos a recibir las sagradas órdenes.
Los que observaban la castidad en los siglos primeros eran tenidos en gran estima a pesar de todo. Esto es entendible, en la actualidad hay líderes de la iglesia que también no son casados y ejercen el liderazgo aún siendo solteros como solía oficiar de sacerdote el jefe de la familia (presbítero o anciano), es natural que hubiese pocos sacerdotes solteros. Tertuliano en el año 200 DC. ("De Exhortatione Castitatis") habla del gran número de sacerdotes que vivían continentes, ya que habían elegido a Dios por esposo. De igual modo Orígenes el apologeta por esa misma época ("In Leviticum"), justifica así el celibato sacerdotal: los sacerdotes de la Antigua Ley observaban continencia alejándose de sus esposas durante el periodo de sus servicios al templo; los de la nueva ley no conocen tales inconvenientes, por ser célibes. En la iglesia primitiva sin embargo no existía la prescripción del celibato para el sacerdocio. Tanto es así que en la imagen de obispo que encontramos como ya mencionamos se le aconseja a solo ser esposo de una sola mujer y amarla como Jesús amó a la iglesia y se entregó por ella según su epístola a los Efesios 5:25
Los padres de la iglesia se opusieron con fuerza contra toda forma de pensamiento que condenara al matrimonio. Esta, era una tendencia dualista y rigorista ya estaba presente en la iglesia de Éfeso, donde se hace referencia a algunos que "prohíbe el matrimonio" según 1Timoteo 4:3. No obstante Mifsud menciona que es eso cierto sin embargo: "el matrimonio es bueno pero que la idea de celibato es mejor" porque es Pablo mismo que aconseja así. La historia de la legislación eclesiástica sobre es tema del celibato sacerdotal se remonta legalmente al siglo IV. De esta manera a través de la historia se pueden detallar lo más importante sobre las consideraciones del celibato a través de la historia de la Iglesia, ya que de este tema se tiene documentación abundante de los documentos de muchos concilios donde abordaron este asunto.
En el concilio de Elvira, la más antigua declaración canónica, canon 33 del concilio de Elvira en el año 305 Después de Cristo. Realizado en España menciona de la siguiente manera: "Se ha decidido por completo la siguiente prohibición a los obispos, presbíteros y diáconos o a todos los clérigos puestos en ministerio: que se abstengan de sus mujeres y no engendren hijos; y quien quiera lo hiciere, sea apartado del honor de la clerecía". Los sacerdotes aprobaron este dictamen en la mayoría de regiones. A partir de este momento también, la legislación occidental del celibato cuenta con una abundancia documental verdaderamente extraordinaria. Ello prueba entre otras cosas que el tema fue de gran importancia en esas épocas.
En el concilio de Nicea. Algunos años después, Osio de Córdova intentó promulgar sin éxito este decreto en el concilio de Nicea, el cual dirigía Constantino "el grande" el emperador de Roma hacia el año 324 DC. Ya que él proponía el celibato para todos lo que trabajen en la iglesia, sin embargo este concilio prohibió el matrimonio tras la recepción de órdenes mayores; es decir, los obispos, presbíteros y los diáconos no podían casarse después de ser ordenados, sin prohibir la ordenación de los que ya eran casados. En fin, en el siglo IV el celibato sacerdotal ya era tomado como obligatorio.
El celibato budista ha tenido sus réplicas contemporáneas por parte de movimientos seculares en países de mayoría budista. Uno de los ejemplos es la película de Pan Nalin, Samsara (2001), en la cual se cuestiona el abandono de Yasodhara y su hijo por parte de Siddharta a través de la historia de amor de un joven bonzi que se enamora de una muchacha de la aldea cercana. El joven abandona el monasterio y se casa con ella, pero después de varios años siente la nostalgia de la comunidad religiosa y, tal como Siddharta con Iasodhara, la abandona tras la imprecación de su esposa, quien le dice « ¿Qué es más importante: satisfacer mil deseos o conquistar tan sólo uno?».
Hacia finales del siglo IV, tiempos del Papa Dámaso I (366-384) o del Papa Siricio (384-399), Inocencio I y León I, ordenaron el celibato al clero. Otros concilios locales en África, Francia e Italia publicaron decretos haciendo obligatoria esta práctica. Se conoce por esto que apareció una ley de continencia para los sacerdotes casados. Pero se considera de mucha importancia a dos decretales del Papa Siricio y las decisiones del II Concilio de Cartago en el año 390 DC. Todos los textos atestiguan claramente lo que podría llamarse una disciplina de la continencia (o castidad) perfecta, exigida a obispos, presbíteros y diáconos, de los que se da por supuesto, en general, de hombres casados que estaban al servicio de la Santa iglesia. Se conoce que los primeros siglos de la era cristiana la iglesia así como el poder político militar de Roma estaba dividido por muchas razones, una de ellas la cultura diferentes de ambos así como sus intereses propios, la iglesia cristiana también estaba dividido no solo territorialmente sino que doctrinalmente, es por esta razón que es necesario mencionar qué es lo que pensaban o cómo actuaban las dos iglesias (del Oriente y del Occidente) con respecto al tema del celibato.
El Historiador y escritor chileno Iván Ljubetic Vargas, aporta estos datos sintéticos de la historia de la ley del celibato: En los siglos I, II y III la mayoría de los presbíteros estaban casados. A partir del siglo IV se fue imponiendo la idea de que sacerdocio y matrimonio eran incompatibles. En el Concilio de Elvira (año 306) se aprobó un decreto que señalaba: Todo sacerdote que duerma con su esposa la noche antes de celebrar misa perderá su cargo. El Concilio de Nicea (año 325) determinó, por primera vez, que los sacerdotes no podían ser casados. Pero esta disposición no fue acatada. El Concilio de Tours II (año 567) estableció que todo clérigo que sea hallado en la cama con su esposa será excomulgado por un año y reducido al estado de laico. El Papa Pelagio II (575-590) ordenó que no se reprendiera a los sacerdotes casados siempre que no pasaran las propiedades de la iglesia a sus esposas o hijos. Su decreto sobre el tema (año 580) es revelador: por primera vez se exponían explícitamente las verdaderas razones materiales y económicas de la exigencia del celibato sacerdotal: la herencia de propiedades.
Aparte de hinduistas y griegos, son escasos los pueblos que le dieran valor al celibato y, como sucedió con el judaísmo bíblico este era visto más como una maldición divina. Por ejemplo, en el voto de Jefté, su hija, la cual debía ser sacrificada según la promesa de su padre, no llora por su muerte, sino porque morirá virgen. Poblar la tierra se establece como un mandato divino tal como está expresado en el Génesis e incluso antes del pecado del hombre, «Dios los bendice y les dijo: “Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra”». Dicho mandamiento es reiterado después del relato del Diluvio universal: «Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra». El deber bíblico de procrearse se expresa en Sara, la cual dice de sí misma que «Dios me ha impedido tener hijos» y para cumplir con el mandamiento ésta da a su marido a su esclava Agar: «Únete a mi esclava, de pronto de ella tendrás hijos». Después las dos esposas de Jacob con sus respectivas esclavas comienzan una auténtica competencia de procreación para dar descendientes a su marido de lo cual nacerían las doce tribus de Israel. Es significativo el diálogo entre Raquel y su marido quien le reclama «dadme hijos o si no me muero». Otros personajes bíblicos tendrían carácter similar: ya en los albores del cristianismo, una de las figuras más significativas es Isabel, esposa del sacerdote Zacarías, a quien se le concede un hijo en su vejez, lo que Lucas el Evangelista presenta como que «el Señor le había hecho misericordia».
Algunos teólogos laicos expresan sus reservas contra el ministerio sagrado, centrándolas en el celibato como un punto contrario de cristalización de su vocación sacerdotal. Pero habrá que saber si, en el caso de suprimirse el celibato, esas reservas que manifiestan, no elegirían otro punto de cristalización. Por lo tanto, pareciera más bien que el rechazo del celibato, es un síntoma de la incapacidad de muchos para identificarse con la Iglesia católica. Además, la perspectiva de poder tener más sacerdotes si no existiera la obligación del celibato, ¿sería una razón para abolirlo? Una "elección espiritual", adoptada por la Iglesia occidental, no debe mezclar las ordenaciones sacerdotales con las necesidades pastorales. No se trata de una lógica de las necesidades, sino de una lógica de la gracia, orientada hacia la santidad, el amor y la fe de la comunidad. “Si una comunidad cristiana es verdaderamente santa, será también fecunda, y Dios no dejará de suscitar en ella numerosas y variadas vocaciones... No se trata de "tener" mayor o menor número de sacerdotes. Se trata de que nuestras comunidades, que a los ojos de la gente están agonizando, revivan en el Espíritu".
La opinión, manifestada a veces, de que hay que estar sí, a favor del celibato voluntario tal como entienden algunos el evangelio, pero sin conectarlo con el ministerio eclesiástico, suscita la sospecha de ser una aseveración puramente verbal, mientras uno no se comprometa con todas sus energías (y a ser posible con la propia manera de vivir) a favor del celibato en la Iglesia y cree así un clima en el que pueda producirse la vocación al celibato, no tiene autoridad para hablar. Lo cierto es que, a pesar de todas las convergencias entre el ministerio sacerdotal y el celibato, el venerable y ancestral vínculo jurídico-institucional entre ambos podría desaparecer bajo determinadas condiciones. Pero no debe suprimirse sin sustituirlo por algo que el celibato expresa y logra concretamente: la unidad entre la misión ministerial y la existencia del sacerdote.
En Oriente, luego de diversas prohibiciones y concesiones, se permitió, desde el siglo VII en adelante, a los Sacerdotes y Diáconos, vivir con sus esposas si ya habían contraído matrimonio antes de ser ordenados como sacerdotes. De esta manera el celibato se convierte en requisito fundamental para aquellos que han de ocupar los más altos cargos de la iglesia, por lo demás es importante mencionar también que jamás faltaron entre los religiosos hombres que vivían en monasterios en los que se observaba no sólo castidad sexual sino también pobreza y obediencia, como los Ascetas por ejemplo que buscaban la purificación progresiva y esfuerzo constante para conseguir un ideal moral y agradar a Dios no importando qué cosas tenían que sacrificar y abandonar. Recibieron varios nombres los que lo practicaron: confesores (confiesan su fe), los continentes (practican la castidad) y los ascetas. A las mujeres se les da el nombre de: esposas de Cristo, siervas de Dios o vírgenes consagradas.
Si alguien, basándose en buenas razones, está convencido de que en el futuro debe existir también la figura del sacerdote casado, tendrá que desarrollar un modelo en el que pueda quedar realizada esta unidad, de manera diferente pero análoga. Semejante modelo podría ser el de vir probatus, es decir, la ordenación de un varón que, por la práctica seguida hasta entonces de una vida cristiana madura, haya mostrado y siga mostrando que su actividad ministerial queda avalada existencialmente por una vida en seguimiento de Cristo. La unidad entre el ministerio y la existencia personal quedaría “verificada” en él mediante la praxis demostrada de la propia vida, y en cambio en un varón joven lo estaría mediante la disposición, para entregarse a una vida de especial seguimiento y discipulado, que abarque incluso el celibato. Existiría así un modelo en el que coexistirían los sacerdotes célibes y los sacerdotes casados. Claro que no hay que pensar precipitadamente que con tal reglamentación quedarían resueltas todas las dificultades. Pero el vir probatus parece ser el único modelo realista y viable para un sacerdocio ejercido por personas casadas. ¿Sería un modelo deseable? No olvidemos que sobrevendrían entonces nuevos problemas sobre la Iglesia. ¿Cómo nos las arreglaríamos con “las dos clases” de clero? ¿Qué pasaría con los fracasos matrimoniales de semejantes viri probati? Lo cierto es que, entre los pastores evangélicos casados, un gran porcentaje de ellos al menos en algunas regiones llegan a divorciarse.
Desde el Concilio de Nicea hasta el siglo X tuvieron lugar una serie de sínodos locales que tocaron el tema del celibato. En algunos se exigía a los sacerdotes casados abandonar a sus esposas. En otros, se les permitía vivir con ellas. En otros, se permitía la convivencia siempre que el sacerdote se comprometiera a mantenerse con una sola mujer. En ese período de seis siglos hubo once Papas que fueron hijos de un Papa o de otros clérigos. En el siglo VII la mayoría de los sacerdotes franceses estaban casados. En el octavo Concilio de Toledo (año 653) se estableció que las esposas de los sacerdotes podían ser vendidas como esclavas. El Papa León XI, que gobernó la iglesia en el siglo XI, estableció que las mujeres de los sacerdotes pasaran a servir como esclavas en el palacio romano de Letrán. A pesar de todo esto, en el siglo VIII, San Bonifacio informaba al papa que en Alemania casi ningún obispo o sacerdote era célibe. En el Concilio de Aix-la-Chapelle (año 836), se admitió que en conventos y monasterios se realizaban abortos e infanticidios para encubrir las relaciones sexuales de los clérigos.
Hay que tener en cuenta el trasfondo económico de todo este asunto del celibato. Desde el siglo V la iglesia católica fue convirtiéndose en la entidad más poderosa de Europa, la mayor latifundista del continente. Los espacios económicos de mayor poder fueron los monasterios. En el siglo X sobresalía el monasterio de Cluny. Según el modelo de ese monasterio se organizaron centenares de conventos en Europa. A la cabeza de esta red de conventos quedó el Papa de Roma, como propietario de enormes riquezas y latifundios. En aquel tiempo, Papas, cardenales, arzobispos, obispos y abades pertenecían todos a la nobleza feudal, que ampliaba permanentemente sus propiedades gracias a los laicos, que hacían donaciones y testamentos a las autoridades eclesiásticas para así obtener el perdón de sus pecados.
El celibato no es algo que se haya tenido como norma de obligado cumplimiento desde los inicios del cristianismo, y remarco lo de "obligado" ya que desde el siglo V algunas iglesias ya marcaban dicho celibato para sus sacerdotes. Las razones que llevaron a la elección del celibato obligatorio las podemos resumir en tres: Las actividades sexuales del clero rayaban el escándalo público, por poner un ejemplo, se baraja la cifra de alrededor de 700 prostitutas para atender a los obispos participantes en el Concilio de Constanza (1414 - 1418), y es que 4 años reunidos da para aburrirse mucho... El tema económico, por que los hijos de los clérigos, al morir estos, reclamaban su parte de la herencia, la cual en muchos casos comprendían las propias parroquias. Por tanto el imponer la norma del celibato convertía automáticamente en bastardos a los vástagos del clero y las leyes de la época incapacitaban a los bastardos para acceder a las herencias. La Contrarreforma, ya que las iglesias protestantes permitían y favorecían el matrimonio de sus religiosos.
Cuando en los siglos X y XI se iniciaron las sublevaciones de los siervos contra los señores, la iglesia temió por la suerte de tantos bienes. Ante esta situación, los dirigentes del "movimiento de Cluny" se esforzaron por fortalecer a la iglesia implantando severas reglas. Entre ellas, se impuso el celibato. El año 1073 llegó a ser Papa el monje Hildebrando, adalid del "movimiento de Cluny". Tomó el nombre de Gregorio VII. Este Papa concibió un Estado mundial, encabezado por el Papa como soberano absoluto. Para lograrlo, requería que las tierras propiedad de la iglesia no se desmembraran. De él es esta frase: La iglesia nunca se verá libre de las garras del laicado si antes los sacerdotes no logran liberarse de las garras de sus esposas. En 1095, el Papa Urbano II ordenó la venta de las esposas de los sacerdotes como esclavas, dejando a sus hijos en el abandono.
Quizás tenga razón aquel proverbio húngaro que dice: “Cuando el carro tenga que cruzar el río, no cambies de caballos”. Digámoslo claramente: en una época en que el celibato por amor del evangelio se encuentra en una crisis total y, no sólo en cuanto al ministerio sacerdotal, sino también en lo que respecta a las vocaciones femeninas para profesar en institutos religiosos, el cambio a la práctica del vir probatus ¿no podría ser una señal desacertada? ¡Sobre todo si se tiene en cuenta la sospecha fundada de que las pocas personas que pudieran considerarse como viri probati no contribuirían a resolver la denominada “escasez de sacerdotes”! En todo caso, si llega a ponerse en práctica lo del vir probatus, es posible que “en una futura Iglesia, como afirma H. U. von Balthasar, los sacerdotes célibes se hallen en minoría. Es posible. También es posible que el ejemplo de los pocos sacerdotes célibes, que quedasen al permitirse los casados, hiciera ver más claramente la conveniencia y necesidad de este género de vida célibe en la Iglesia. Es posible que tengamos que pasar por un período de hambre y sed, pero que estas privaciones susciten nuevas vocaciones, o mejor dicho, una nueva generosidad para responder a los llamamientos divinos que nunca han de faltar”.
El actual debate en torno al celibato, puede parecer que es la ley eclesial, pero muchos expertos opinan, que más bien el punto cuestionable de la crisis radica en la manera de vivir la consagración celibataria del sacerdocio. Podemos ver que la vida célibe sobre todo en el momento actual se halla bajo aquel rótulo que titula el libro de J. Garrido, “grandeza y desdicha….”. Después de los últimos escándalos de abusos sexuales que se han denunciado, sobre lo ocurrido en las últimas décadas, de parte del clero y que la Iglesia ha pedido perdón y esta tratando de sanar las heridas de las víctimas, y la expulsión de la vida clerical de los ministros que se aprovecharon de sus víctimas. Y nos referimos en este momento, sobre la “desdicha”, no lo hacemos porque ésta sea menos, sino porque hoy en día resulta evidente: no sólo el hecho, de que no pocos sacerdotes, lleven una vida engañosa, ocultando indecorosamente bajo la fachada del celibato una vida cuasi-matrimonial, sino también porque hoy en día las satisfacciones sustitutivas que pueden darse en una vida célibe aparecen bien a las claras.
Si alguien no está dispuesto a cumplir su promesa de fidelidad al celibato, ¿cómo logrará guardar la fidelidad conyugal? Aquel que, siendo célibe, lleva una vida egocéntrica, ¿cómo llevará una vida diferente estando casado? Asimismo, como se vio hace algunos años en un programa de televisión, en el que habló el “patriarca” del psicoanálisis católico, Albert Görres, el porcentaje de matrimonios felices y el de vidas célibes logradas, según su experiencia profesional, era casi idéntico: el 10% de los matrimonios que son plenamente felices en su vida conyugal; otro 10% lo son hasta cierto punto; el resto se halla en una zona gris o su matrimonio ha fracasado. Los mismos porcentajes se indican con respecto al celibato. Por eso, en la mayoría de los casos, los problemas que surgen con una de estas dos formas de vida no pueden resolverse pasándose sencillamente a la otra forma de vida. La “solución” hay que buscarla en otra parte.
En la práctica el celibato del soltero era optativo ya que la disciplina le daba implícitamente la opción de casarse antes de ordenarse. A principios del siglo V hay, repentinamente, un cambio cualitativo; una feroz imposición del celibato sacerdotal. Hubo razones para ello; por un lado una razón patrimonial, la Iglesia había cambiado de perseguida y pobre a perseguidora y rica, el miedo a que sacerdotes casados dejarían bienes parroquiales a sus viudas y descendencia, por el otro un movimiento ascético y cada vez más anti-sexual y misógino. La abstinencia sexual se convirtió en el ideal ¿cristiano? y, en un giro teológico en esencia blasfemo, la caridad como virtud principal inherente en los Evangelios, fue sustituida por la castidad. Todo relacionado con el pecado original y la culpabilidad de la mujer (Tertuliano las definió a todas como "Evas,.. puertas del demonio").
La disciplina del celibato no cuajó, y menos todavía la virtud de la castidad, en los restantes siglos del primer milenio; la inmensa mayoría del clero seguía casándose, con excepción de los más pillos que, aceptando en apariencia la disciplina, vivían en concubinato o, peor, con amantes sucesivas, además de putear a gusto. Hubo periodos en que algún Papa trataba de imponer la disciplina pero desistió rápidamente a darse cuenta de que iba a quedarse virtualmente sin clero. Existía un problema principal de imposible solución; todos los matrimonios del clero secular eran considerados por la Iglesia como válidos, "alegales" o ilícitos sí, pero válidos de todas formas; y esto por la sencilla razón que en derecho natural, al cual la Iglesia siempre ha sido tan aficionada, nadie, ni siquiera la Iglesia, podía privar al hombre de su primer derecho humano: el derecho a casarse.
En el siglo XII se realizaron cinco concilios en Letrán, Roma. En el primero se decretó que los matrimonios clericales no eran válidos. A pesar de estos esfuerzos, la historia demuestra que no fue fácil imponer el celibato clerical. En el siglo XV, el 50% de los sacerdotes estaban casados y ocho Papas contrajeron matrimonio después del primer Concilio de Letrán. Entre el siglo XII y el siglo XV, y siendo tan normal y habitual que los sacerdotes tuvieran concubinas y no cumplieran con la ley del celibato, los obispos instauraron la llamada "renta de putas", que fijaban lo que el sacerdote debía pagarle al obispo cada vez que mantenía relaciones sexuales. En 1435 terminó de aplicarse este cobro.
Los ascetas, aunque no tenían una estrecha relación entre los cargos más importante del clero nos dan a entender que esta enseñanza no era desconocida y al mismo tiempo también son vinculados como el primer grupo de personas que aceptaron el llamado de ser célibes pues entre sus creencias consideraban que era de suma importancia alejarse todo lo que tenga que ver con satisfacción de yo, y abnegarse a todo lo que te distraiga de la comunión personal con Dios en cumplimiento dicen ellos de Marcos 8:35. En el 692 Después de Cristo en el sínodo de Trulla se llegó a una legislación que parafraseado mencionaba que los obispos estaban obligados a vivir en continencia por lo cual el clero vio conveniente elegir para el ministerio a monjes; mientras que los sacerdotes, los diáconos y subdiáconos no podían casarse después de la ordenación, pero si ya estaban casados podían seguir viviendo con sus esposas e incluso manteniendo relaciones sexuales.
El papa Francisco recordó que el celibato no es un "dogma de fe" en la Iglesia Católica, que hay sacerdotes casados en los ritos orientales y que "la puerta está siempre abierta" a tratar el tema. Sin embargo, el pontífice aclaró que "en este momento hay otros temas sobre el tapete" según la agencia italiana Ansa, que recogió las declaraciones del papa a la prensa en su vuelo de regreso a Roma desde Israel. "El celibato no es un dogma de fe, es una regla de vida, que yo aprecio mucho y creo que es un regalo para la Iglesia", consideró el papa argentino. El pronunciamiento del papa Bergoglio se conoce días después de que se conociera que un grupo de 26 mujeres le escribió una carta para solicitarle una revisión de la disciplina del celibato, ya que han vivido o viven una relación sentimental con un sacerdote y querrían hacerlo sin ocultarse. La Santa Sede no había hecho hasta hoy comentario alguno sobre esa misiva. En ella, las que se dirigían al papa decían ser "un grupo de mujeres que escribe para romper el muro del silencio y de la indiferencia con el que nos topamos cada día. Cada una de nosotras mantiene, ha mantenido o querría mantener una relación sentimental con un sacerdote".
En la Iglesia Católica de rito latino, el celibato eclesiástico, es decir, la renuncia al matrimonio y la promesa de castidad, es obligatorio para los sacerdotes desde el II Concilio de Letrán, en 1139. No lo es, por el contrario, en las iglesias católicas de rito oriental. El predecesor del papa Francisco, el papa emérito Benedicto XVI, se mostró tajante sobre el papel del celibato en la Iglesia romana. Ratzinger, de quien se sabe que en su juventud tuvo dudas sobre esta disciplina, llegó a defender el "valor sagrado" del celibato, aunque reconoció que no se trataba de "un dogma".
Las recientes declaraciones del papa Francisco, en que no descarta la posible nulidad del celibato obligatorio en los curas católicos, han provocado una nueva sacudida en el seno de la iglesia. El papa Francisco reconoció recientemente que el celibato sacerdotal no es un dogma de la Iglesia Católica. "No siendo un dogma de fe, existe siempre la puerta abierta" para tratar el tema, dijo en una rueda de prensa tras su visita a Tierra Santa, aunque agregó que no hay un debate abierto sobre el mismo y no se encuentra entre sus prioridades. Jorge Mario Bergoglio también recordó que existen sacerdotes casados en los ritos católicos orientales griego y copto. "El celibato no es un dogma de fe, es una regla de vida que yo aprecio mucho y creo que sea un don para la Iglesia", dijo.
El Papa Francisco volaba a Roma de vuelta de Tierra Santa y como es costumbre se mostró dispuesto a dialogar con los periodistas de una manera menos formal. Preguntado por el acercamiento a la Iglesia ortodoxa, salió a relucir el asunto del celibato y de los sacerdotes casados. Como es costumbre en él, el Papa fue muy directo y recordó las palabras del Catecismo y afirmó que "el celibato es una regla de vida que aprecio mucho y creo que es un regalo para la Iglesia, pero ya que no es un dogma, la puerta está siempre abierta". Francisco no dijo nada nuevo y Benedicto XVI ya se había manifestado en estos términos pero de manera inmediata los medios de todo el mundo informaban que el Papa abría la puerta al fin del celibato. Y el debate se ha colocado en la primera línea informativa.
El celibato es un tema muy delicado para ser tratado en la actualidad. La iglesia protestante en general está en desacuerdo con esta enseñanza y práctica de la Iglesia Católica Apostólica Romana, por razones teológicas básicamente, mientras los protestantes toman como absurda esta práctica, los católicos tienen "pruebas" que tratan de mostrar que los protestantes se hacen problemas por una enseñanza tan clara en la Biblia. Encontramos opiniones variadas sobre el origen del celibato en los ministros de la Iglesia Católica, algunos teólogos tienen la firme convicción de su origen divino y otros aseveran que es una mera disciplina de institución eclesiástica.
Durante los inicios de la edad media (hasta el siglo XI) el matrimonio se impuso entre el clero de más altura moral, los que no estaban dispuestos a relegar sus mujeres a meras concubinas, los que no estaban dispuestos a convertir sus hijos en bastardos. Muchos obispos consideraban que solamente el matrimonio podía salvar al clero del libertinaje. No obstante, la extensión del matrimonio clerical tuvo también sus consecuencias negativas; muchas parroquias y hasta diócesis se hicieron hereditarias, y había muchos sacerdotes que eran hijos, nietos y hasta bisnietos de sus antecesores. De todas formas eran muy superiores en calidad humana y religiosa a otros que se aprovecharon del celibato para entregarse a todos los excesos sexuales imaginables.
La ley del celibato fue promulgada por la iglesia latina primero de forma implícita en el primer concilio de Letrán hacia el año 1123 de nuestra era, bajo el Papa Calixto II, y más tarde explícitamente en los cánones 6 y 7 del segundo concilio de Letrán 1139 bajo el Papa Alejandro II. Mientras el primer concilio sólo habla de la disolución matrimonial de los clérigos mayores, el segundo decretó la invalidez del matrimonio. Es decir, se llegó a la conclusión: "los matrimonios de subdiáconos, diáconos y sacerdotes después de la ordenación son inválidos: y los candidatos al sacerdocio que ya están casados, no pueden ser ordenados. Esta decisión fue confirmada por Alejandro III en el año 1180 y Celestino II en 1198.
Si el libertinaje entre el clero secular, con excepción de los casados que eran en general buenos sacerdotes por ser buenos maridos, tenía dimensiones casi épicas, peor todavía era la situación entre religiosos y religiosas. La inmensa mayoría de monasterios y conventos, por lo menos en la península Itálica, se dividían en dos grandes grupos. Por una parte monasterios de frailes libertinos que usaban conventos cercanos, con monjas que solamente lo eran de nombre, y por otra parte, monasterios donde la entrada estaba limitado a homosexuales y conventos que se convirtieron en auténticos nidos de Lesbos, refugios para mujeres que escapaban de esta forma al machismo reinante o para evitar matrimonios impuestos.
Según el teólogo Daniel Álvarez, las palabras del Pontífice indican que puede y tiene la actitud para rescindir la práctica. "Como no es una revelación que lo convierte en dogma, el revocar el celibato puede ser hecho en cualquier momento", reflexionó el profesor en Teología de la Universidad Internacional de la Florida. Álvarez aclaró que la revocación no se haría de forma inmediata. "El Papa debe nombrar primero un comité para estudiar el tema", explicó, y agregó que permitir que los sacerdotes se casen tendría implicaciones económicas para la Iglesia porque entonces "tienen que hacerse cargo de las esposas y los hijos". Asimismo indicó que el fin del celibato sólo aplicaría para los sacerdotes y no para aquellos que en el futuro aspiren a convertirse en obispos. "Es un paso que será tomado por los más radicales de forma mala, como ya lo han hecho con otras cosas", sostuvo Álvarez, al tiempo que subrayó que la comunidad en general lo recibirá con buenos ojos. El celibato se institucionalizó en el año 1123 en el primer Concilio de Letrán, y era electivo antes de esa fecha. Según Juan Carlos Ruiz, la práctica debería volver a ser opcional. "El celibato tiene sentido, no lo puedo denigrar porque es una vocación, pero debe ser una opción", dijo. "Necesitamos un cambio porque desde un punto práctico esto beneficia a la iglesia, ya que el celibato es una exigencia que desanima a muchas personas a ingresar al sacerdocio".
El papa Benedicto XVI a la vez que hacía una llamada a los “cristianos” a “hacer penitencia” y a “reconocer los errores” cometidos por los abusos sexuales de niños y adolescentes por muchos sacerdotes, religiosos y monjas en diversas partes del mundo, defendía, a priori, el celibato como “valor sagrado”. El celibato es una norma surgida en el Concilio de Elvira (Granada, España) en el año 306 que estableció la prohibición a los curas y monjas de contraer matrimonio, la que según un proyecto secreto del Vaticano podría ser abolido dentro de 50 años. El celibato forma parte de la historia de limitaciones, prejuicios y dogmas de la Iglesia Católica que apareció bajo un objetivo concreto de limitar la actividad sexual de curas y monjas para evitar que la iglesia tuviera que hacerse cargo de la manutención de sus familias y una vez muerto el cura, de la herencia que debían recibir sus deudos. Lo cual causaría quebranto al poder económico de la iglesia.
Los Padres del Desierto se cuentan entre los primeros cristianos que practicaron el celibato, la ascesis y el desprendimiento del mundo como una manera de seguir a Cristo de manera radical. La evolución del celibato cristiano es bastante compleja y adquiere dos dimensiones: el celibato sacerdotal y el celibato monacal, los cuales suelen confundirse. El sacerdocio cristiano como evolución conceptual de las comunidades cristianas de los primeros siglos de nuestra era no contempla ni bíblica ni tradicionalmente el celibato como precepto obligatorio para la condición del sacerdote. Existen opiniones variadas respecto del comienzo del celibato clerical en la Iglesia y de su origen: algunos afirman que tomó el carácter de obligatorio en el siglo IV, mientras que otros interpretan que tuvo sus inicios en el II Concilio de Letrán (1139); algunos le adjudican origen apostólico, mientras que otros consideran que se trata de una expresión disciplinar tardía.
Como un movimiento nacido en el seno del judaísmo, el cristianismo ve la reproducción humana como precepto divino, sin embargo, surgen varias novedades que lo distinguen. Si para el judaísmo bíblico la no procreación era signo de maldición o castigo, para el cristianismo dicha perspectiva puede ser asumida desde otra posición cuando la no procreación es por opción religiosa. El cristianismo primitivo, quizá por una influencia helénica, crea una cierta dicotomía entre la dimensión espiritual y los que «viven según la carne».A diferencia del Buda, Cristo no plantea el celibato como medio obligado para alcanzar la meta divina. Por el contrario, utiliza múltiples figuras que corresponden plenamente a la cosmogonía semita, por ejemplo, cuando se refiere al matrimonio recuerda la tradición: ¿No habéis leído que el Creador desde el comienzo los hizo varón y hembra y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos harán una sola carne? El punto novedoso es precisamente en la mención de la continencia voluntaria que sigue inmediatamente a esta mención del matrimonio como ley divina: Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos.
Los impulsos instintivos reprimidos y las relaciones ocultas, han convertido a no pocos “hombres de Dios” en rígidos moralistas que imponen a la gente cargas que ellos mismos no serían capaces de soportar. Viendo estas cosas, no es difícil sospechar el gran sufrimiento que se ha causado en la Iglesia católica a lo largo de los siglos a consecuencia de los abusos cometidos en el celibato. Siempre que la forma de vida célibe, no se halle en total armonía con la persona del pastor de almas, brotan de ella ansiedades, inhibiciones y represiones que privan de su fundamento al verdadero amor-eros célibe. Hay estimaciones según las cuales el 10% aproximadamente de los psicoterapeutas abusan ocasionalmente de su profesión, para tener relaciones sexuales con sus pacientes. Probablemente la situación es parecida en el caso de los pastores de almas”. Podemos derivar la siguiente cuestión: si se “corta por lo sano” y se suprime el celibato, entonces se verá lo que sucede con los matrimonios fracasados, que por infidelidad, incompatibilidad de caracteres, rutina conyugal, desencanto afectivo-sexual, etc., si ocurriera de manera análoga, en el caso de un clero casado, no sería lo más conveniente de cara al bien de la Iglesia.
Numerosos biblistas ven una invitación de Cristo al celibato perpetuo para consagrarse al Reino de los Cielos. Dicha mención será vital para el desarrollo de los dos tipos de celibatos cristianos y el reflejo en los demás documentos neotestamentarios del cual se ve a Pablo como el principal arquetipo: En cuanto a lo que me habéis escrito, bien le está al hombre abstenerse de mujer. No obstante, por razón de la impureza, tenga cada hombre su mujer y cada mujer su marido (...). El mayor desarrollo de este nuevo concepto lo hace Pablo en su tratado sobre el matrimonio y la virginidad en el capítulo VII de 1 Corintios. En dicho tratado pone a la paridad ambos estados, sin embargo señala: El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo; está por tanto dividido.
El concilio de Letrán, afirmando la invalidez del matrimonio en el caso de los clérigos con órdenes mayores o de los religiosos con votos solemnes. Edward Schillerbeeckx menciona (parafraseando) que antes del siglo XI esta enseñanza del celibato para los sacerdotes era si bien es cierto siempre promulgada y confirmada, sin embargo era siempre adoptada parcialmente, y de ello eran consientes las autoridades. Después de haberlo intentado de muchas maneras imponiendo sanciones económicas y multas, recurren al medio más drástico recién en el año 1139, fue en este año como ya se mencionó que el sacerdocio se convirtió en un impedimento para que el que ejerza este cargo el matrimonio y solo los solteros podían ser ordenados. Además no es solo por puro gusto sino porque mantiene una motivación netamente espiritual de servicio completo a Dios, es decir la pureza ritual y la desconfianza hacia lo sexual, es esto lo que explica la ley del celibato para el sacerdocio católico romano.
Ir contra la ley de la Naturaleza, es ir contra la ley de Dios, tan antinatural es resistir el deseo sexual, cómo natural es complacerlo. Las aberraciones cometidas por sacerdotes contra niños, es de una irrelevancia imperdonable. No basta que un Papa pida perdón. El horror de esos sucesos, valga la expresión popular "no tiene perdón de Dios". Aparte confirma que el Hombre, independientemente de su condición moral, siempre es poseído por el afán de tierras y riquezas, sino que lo digan las "guerras por religión" y la imposición de la Iglesia Apostólica Romana, enfrascada en mantener el celibato entre sus representantes, sin distinción de sexo.
Las enseñanzas del Vaticano II, sobre el celibato fueron desarrolladas pocos años después por Pablo VI, en la Encíclica Sacerdotalis coelibatus. Ello no evitaría, sin embargo, que se produjera una considerable presión –de diversa procedencia– a fin de suprimir el requisito del celibato obligatorio en la ordenación al sacerdocio, a la par que se producía un éxodo masivo de entre las filas del clero. Ciertamente, muchos de los que decidieron abandonar su ministerio arguyeron la cuestión del celibato como principal causa de su defección. Después de la encíclica, la crisis del celibato se agravó de tal manera debido a las declaraciones y al comportamiento de cierto número de sacerdotes holandeses que Pablo VI se sintió impulsado a publicar una declaración personal sobre el tema en 1970. Las declaraciones realizadas en Holanda, comentaría el Papa, le habían causado una “profunda aflicción”, por la “grave actitud de desobediencia” a la ley de la iglesia latina que aquella implicaba.
Con la llegada del alto medievo los papas "absolutistas" intervinieron decididamente en el asunto. Gregorio VII decidió que ningún sacerdote podía ser ordenado sin antes obligarse al celibato. Usó el poder secular activamente para echar las esposas de los sacerdotes de sus casas, resultando en el suicidio de muchas de ellas. Como siempre, las mujeres sufrieron de estos arrebatos papales más que los sacerdotes que al fin y al cabo remplazaron la esposa por una concubina, y tan tranquilos. San (¿?) Gregorio, tan revolucionario él, cambió considerablemente el razonamiento detrás del concepto de celibato. Ya no eran principalmente razones patrimoniales y económicas (los papas posteriores, todos célibes, no regalaban el patrimonio de la Iglesia a sus hijos legítimos sino a sus familiares y bastardos) sino autoritarias: asegurar la independencia del clero de cualquier influencia e interferencia laica. Dijo Gregorio: " La Iglesia no puede liberarse de las garras de la laicidad sin antes liberar a los sacerdotes de las garras de sus esposas". Encantador. Claro, el mismo Papa ya había proclamado antes la superioridad del sacerdote más humilde sobre cualquier lego, incluyendo emperadores y reyes. Con todo esto Gregorio VII trazó el camino para convertir la clerecía en una casta superior con los legos como villanos obedientes. Hubo mucha resistencia; algunos obispos excomulgaron al Papa como hereje por dar preferencia a queridas sobre esposas, por forzar sacerdotes a abandonar sus hijos legítimos. Por otra parte, obispos que trataban de imponer los deseos de Gregorio fueron expulsados de sus diócesis por laicos furiosos, temerosos por la seguridad de sus mujeres e hijas a manos de clérigos célibes.
Los llamados Pies derechos en las construcciones mudéjares, son unos elementos utilizados exclusivamente en el arte mudéjar. Se llaman pies derechos a los soportes de madera, utilizados a modos de columnas, que sirven para soportar galerías en las casas o los coros de las iglesias, como es el caso del templo de Higuera de Arjona, aunque la columna que sostiene la viga del coro de este caso es de piedra. Estos soportes pueden ser redondos o cuadrados, ya fuesen biselados o no. En el borde superior del Pie derecho del templo hay una zapata de madera dispuesta horizontalmente sobre la parte superior del pie derecho, el uso de las zapatas es otra de las características de la construcción mudéjar. Llamamos zapata al madero dispuestos horizontalmente sobre un pie derecho para sostener una viga.
Como tampoco la "decisión" del Primer Concilio de Letrán tuvo mucho efecto, tenía que ser repetido en el Segundo Concilio de Letrán (1139), y en el Concilio de Reims (1148). Con el tiempo el celibato se impuso poco a poco con efectos nefastos para la moral sexual. La razón principal para imponerlo había sido la consideración de que el matrimonio, la esposa y los hijos, impidieron la plena dedicación, en cuerpo y alma, del clero a la Iglesia. De una forma extraña la institución estaba invocando, por lo menos para el clero, la advertencia de Jesús de que quien no estaba dispuesta a abandonar o renunciar a sus padres y familia para seguirle no fuera merecedor de Él.
Podríamos plantearnos la pregunta porque la Iglesia, o mejor dicho el papado Gregorio VII y de este tiempo, en vez de manipular el derecho natural no impuso simplemente que un hombre solamente podía aspirar al sacerdocio haciendo votos voluntarios de celibato y de castidad. La respuesta es simple; no confiaba en que hubiera bastantes hombres sanos y cuerdos dispuestos a aceptar voluntariamente tal sacrificio, y tenía miedo a que los candidatos dispuestos se limitarían a impotentes, asexuales, malhechos e incasables por falta de atractivo y, peor todavía, homosexuales. Candidatos inaceptables por la prohibición divina reflejados en Lev. 21:16-23: "Porque ningún varón en el cual haya defecto se acercará; varón ciego, o cojo, o mutilado, o sobrado, o varón que tenga quebradura de pie o rotura de mano, o jorobado, o enano, o que tenga nube en el ojo, o que tenga sarna, o empeine, o testículo magullado". Claro, no se entiende muy bien como Gregorio VII hubiera pasado la prueba; era apodado el "homonisculo”, medía un metro cuarenta y era lo más feo nunca visto. Podemos especular sobre un posible complejo de inferioridad como explicación de su absolutismo megalómano, su misoginia y su negación del matrimonio clerical, matrimonio del cual el no había podido disfrutar nunca. El hombre por muy halagado que fue por sus sucesores fue un auténtico desastre para la Iglesia ya que el celibato clerical fue, junto al añadido del filioque al Credo (1014) y el concepto del poder absoluto del Papa, tanto religioso como secular, introducido por él, una de las principales razones del Cisma de la cristiandad en 1054.
En el siglo XIII el celibato se hizo más o menos la norma, pero si en siglos anteriores la minoría de sacerdotes célibes ya había dado una mala reputación a la Iglesia por su conducta sexual, ahora, cuando los célibes poco a poco se convirtieron en gran mayoría, su conducta se hizo abominable. Críticos de la época dijeron cosas como: "la Curia romana es el mejor ejemplo de todo lo vicioso e infame en el mundo”, "la profesión de sacerdote es el camino más corto hacia el infierno", "Roma no es la Santa Sede sino la Sede Impía". Los cardenales fueron llamados carnales, las monjas rameras y en los monasterios abundaban los gayas. La homosexualidad siempre ha creado un grave problema para la Iglesia; siempre lo ha condenado y nunca ha comprendido que el cristianismo romano con su misoginia, su anti(hetero)sexualidad, y su "hembrafobia" atribuyendo la culpa del pecado original a la pérfida Eva, tenía, y tiene, todos los atributos para germinar una psicología homosexual pasiva, combinado en general con un excesivo compañerismo masculino.
Cuando los autores neotestamentarios se refieren a la opción de la virginidad, no tienen en mente una jerarquía ministerial, sino que se dirigen a todo el cuerpo de los creyentes. Por otra parte, en las recomendaciones dadas en la Primera epístola a Timoteo se habla del obispo, como uno que debe ser irreprensible, casado una sola vez: Es necesario que el obispo sea irreprochable, casado una sola vez, casto, dueño de sí, de buenos modales, que acoja fácilmente en su casa y con capacidad para enseñar. [...] Que sepa gobernar su propia casa y mantener sus hijos obedientes y bien criados. Pues si no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá guiar la asamblea de Dios? Primera epístola a Timoteo 3, 2-5. Así mismo, afirma sobre los diáconos: Los diáconos deberán ser casados una sola vez y que gobiernen bien a sus hijos y su casa. 1 Timoteo (3, 12)
La cerrada oposición tanto del clero como de los laicos, hizo que Urbano II organizase en 1095 una especie de concilio mixto con gran participación laica (todos nombrados a dedo) el cual condenó, según Urbano de una vez para siempre, el matrimonio clerical. Sin duda para demostrar que estaba inspirado por el propio Espíritu Santo, ordenaba el arresto de las esposas e hijos del clero y su venta como esclavos. Algo Encantadoramente cristiano. Como la efectividad de estas medidas se limitaba, groso modo, a los estados pontificios, Calixto II avanzaba un paso más y durante el Primer Concilio de Letrán (el primer concilio no ecuménico sino general; el primero convocado por un Papa y no por la autoridad civil; el primero en latín y no en griego; 1123) lograba que se aprobaba la tesis de que " matrimonios clericales contraídos antes o después de la ordenación son inválidos" , o sea se negaba la validez de la ley natural que se había aplicado desde el principio mismo del cristianismo. (No es sorprendente que desde entonces la Iglesia siempre ha interpretado el derecho natural de forma pragmática y con vista a sus propias conveniencias).
No hay duda de que para la mayoría del clero, incluyendo muchos papas, su misoginia era más teórica que practica y no restringía para nada su apetito heterosexual, pero para una minoría bastante importante, más entre el clero regular que entre el secular, la misoginia era tan obsesiva que llevó al total rechazo de la mujer y a la homosexualidad como único escape para su libido. Hemos conocido que en el medievo la homosexualidad en ciertos monasterios y conventos era habitual; en tiempos más recientes la práctica se ha desplazado a seminarios y escuelas confesionales. En los últimos cuarenta años nada menos que 30 arzobispos y obispos han sido destituidos por escándalos sexuales, en su mayoría relacionados con pederastia y pedofilia, y en la última década ha habido miles de acusaciones similares contra sacerdotes y frailes en los EE.UU. y las habrá también en Europa.
Los que ejercían un ministerio dentro de la Iglesia primitiva tenían la opción del celibato dentro de las recomendaciones expuestas o podían casarse. Esta definición permanecería irremovible para la Iglesia Ortodoxa hasta la actualidad en donde los candidatos al ministerio sacerdotal pueden optar por el celibato o el matrimonio antes de recibir el orden diaconal, mientras se prefiere la elección de obispos del clero ortodoxo célibe. En la Iglesia Latina, por su parte, dicha práctica permanecería hasta el siglo XV, tiempo en el cual se optó por el celibato sacerdotal obligatorio.
En algunos sectores se esperaba que el Sínodo de 1971 modificara la posición de la Iglesia y, para preparar el terreno, se había orquestado una campaña como la describiría cierto crítico “con un fervor prácticamente profético”. Un informe de la Comisión Teológica Internacional publicado antes del Sínodo, sugiriendo que el celibato fuera opcional, había alimentado quizá esas expectativas. Al mismo tiempo que mantenía que el celibato era el mejor camino. El Sínodo rechazó las presiones y afirmó categóricamente que “la ley del celibato sacerdotal existente en la iglesia latina ha de ser mantenida en su integridad”. Sin embargo, las presiones para hacer del celibato un requisito opcional para el sacerdocio siguen siendo constantes.
Posteriormente al concilio de Letrán I con la ley de celibato, algunos de los sacerdotes satanizaron el sexo, es decir que argumentaban que la sexualidad era producto del pecado y cosa de demonios sin embargo esa no era la verdadera razón del celibato. En el concilio de Letrán II que se realizó ya en el siglo XII casi un siglo después del primer concilio en Letrán se promulgó oficialmente dicha ley, expresada claramente enfatizando que era por cuestiones de pureza para el sacerdocio y no para otra cosa desviada de doctrina. Edward menciona lo siguiente: "Con el fin de que la lex contineniae y la pureza, tan agradable a Dios, aumenten entre los clérigos y consagrados, establecemos...La ley del celibato como instrumento eficaz para cumplir de una vez la ley de la continencia". Sin embargo este concilio llevado a cabo el años 1545-63 aproximadamente confirmó que la enseñanza era del clero por ley de la iglesia y no por la ley de Dios.
Hace 30 años la crisis del celibato eclesiástico era debida en buena parte a una valoración o revalorización positiva de su... alternativa natural, el matrimonio, realidad humana maravillosa y misterio de santidad, vista no como alternativa sino como añadidura funcional al sacerdocio; y al descubrimiento de valores que la condición celibataria, se pensaba, no permitiría apreciar y vivir suficientemente, como la integración afectiva, la potencialidad psicológicamente liberadora de la sexualidad como principio dinámico de la relación con el otro, lo positivo (y para algunos la necesidad) del ejercicio sexual; y al surgimiento de una sensibilidad apostólica nueva, como por ejemplo, la exigencia de una encarnación más real del sacerdote en el mundo secular y la necesidad de captar más de cerca, experimentándolos en sí mismo, los problemas de la gente y de la familia .
Para muchos la Iglesia es una madrastra despiadada. Algunos sondeos de opinión sobre el tema del celibato obligatorio dieron estos resultados: en Holanda el 75% de los sacerdotes entrevistados, en Bélgica el 64%, en USA el 60%, en Francia el 70%, en Italia el 63% según una encuesta, el 50% según otra; en Alemania “la mayor parte” de los sacerdotes encuestados, desearían el celibato optativo, de igual manera en América Latina, según las encuestas de los primeros años 70, “la situación es tal que se vaciarían los seminarios e induciría a la búsqueda de un sacerdocio ordenado después del matrimonio”
Después del Concilio Vaticano II, fue el tiempo de una pesada hemorragia de salidas de sacerdotes de la Iglesia, a causa del celibato: según los datos publicados por la Oficina central de estadística de la Iglesia, el motivo aducido por el 94,4% de los 8.287 presbíteros que abandonaron el sacerdocio desde el 1964 al 1969 fue el celibato. Un dato desconcertante y que habla por sí solo. Es una síntesis bien elocuente de la complejidad, de un periodo de crisis del celibato.
Hoy en día han cambiado notablemente las cosas, aunque no es nada fácil descifrar o discernir el sentido y la dirección de cambio. Por un lado, la visión del sacerdote de hoy es más inteligente y objetiva sobre este tema y, al mismo tiempo, al menos por lo que parece, menos problemática y polémica: queremos decir que en general parecen venir a menos aquellas actitudes idealistas típicas del adolescente, “psicología del fruto prohibido”. Por otro lado hay más realismo en el clero actual a cerca de la valoración de la problemática sexual, de sus raíces y de su complejidad, así como sobre la interpretación más amplia del camino de la maduración afectivo-sexual y de los componentes de la misma madurez.
El presbítero de hoy sabe que dentro y detrás de la crisis afectiva se pueden esconder otras realidades personales problemáticas, sabe o intuye que las dificultades para vivir el celibato pueden tener, y normalmente la tienen, una historia y prehistoria propia, más o menos larga, y que la crisis actual en el área afectivo-sexual podría ser solamente el punto terminal, la caja de resonancia del problema con una raíz no sexual, como la crisis de fe, de identidad o de fidelidad, etc. Se ve cómo ha cambiado esta mentalidad entre los sacerdotes lo dice el sondeo de 409 sacerdotes (entre ellos 226 párrocos) realizado por Doxa para el Avvenire ante la proximidad del Octavo Sínodo de Obispos (Roma, octubre 1990) dedicado al análisis de la formación de los sacerdotes: «sobre las causas de los abandonos se rechaza la opinión común de que la causa sea la dificultad en vivir el celibato. Para los sacerdotes esta es una causa real. Pero viene sólo después de la crisis ideológica, es decir, después del desaliento en la propia misión, en definitiva, de una ‘crisis de identidad’, que afectaría a algunos sacerdotes” y que podría dar lugar a dificultades específicas en el área de la afectividad y del celibato.
El dato de que el 94,44% de sacerdotes han abandonado o dicen haber abandonado por causa del celibato, parece un tanto adulterado, y debe ser leído e interpretado teniendo presente lo que la moderna psicología ha descubierto y viene repitiendo: cualquier problema personal tiene un matiz afectivo y se puede manifestar en el área afectivo-sexual sin ser originado en esa área, aunque el mismo sujeto no se dé cuenta y crea que el problema sea de naturaleza sexual y se resuelva en esa parcela. El sexo tiene las características de la plasticidad y de la omnipresencia, por la cual puede estar en relación e influenciado por muchos y diferentes aspectos y desórdenes de la personalidad; es decir, toda fuerza motivacional de la persona (como por ejemplo el sentido de inferioridad, la necesidad de dependencia afectiva, la agresividad, etc.) puede usar las manifestaciones y relaciones psicosexuales como medio de expresión de sus ideales, aun de los auto trascendentes.
En algunas situaciones la crisis afectivo-sexual ocultaría otra crisis más radical; o la dificultad para vivir el celibato estaría determinada por una dificultad distinta y más profunda. En definitiva, es ingenuo y poco científico tomar el hecho del 94,4% de los que piden la dispensa “por causa del celibato” como dato que refleja una situación y una motivación real y objetiva, o como elemento que manifiesta la verdad intrapsíquica de aquellos ex sacerdotes. Este es el motivo por el que en muchos casos el matrimonio no ha resuelto, después de un periodo aparentemente positivo, los problemas del ex sacerdote. Según lo que aparece en una encuesta encargada por la Conferencia episcopal americana: en los matrimonios de los ex sacerdotes, después de un periodo inicial de buena adaptación y armonía, aparece durante largo tiempo un índice de tensión conyugal doble que en los matrimonios comunes, lo que parece demostrar que la tensión, disminuida con el abandono del sacerdocio, vuelve a presentarse en la nueva situación después de un tiempo de consuelo.
Es evidente que aquella tensión conyugal, en el caso de un matrimonio de un exsacerdote, después de se presente una tensión doble que la que se da en los matrimonios comunes, en el caso de que por lo general se crea que fue por causa del celibato, y que no estaba unida primariamente a una problemática afectiva o sexual del afectado, por lo tanto no pudo ser resuelta por un remedio de ese tipo con la pérdida del celibato. Esto es lo mismo que Burgalassi ha manifestó con su muestrario de ex sacerdotes italianos: “La mayor parte de los que habían abandonado el sacerdocio, declaraban después que sólo parcialmente o nada le había satisfecho el paso que habían dado y esta insatisfacción aumentaba al pasar los años de su abandono de su sacerdocio”.
Gracias a una interpretación más correcta de las verdaderas causas de la crisis, y quizá debido también al aporte del análisis psicológico, parece que hoy hay una menor ilusión sobre la capacidad “terapéutica” del matrimonio, como solución de todos los problemas del sacerdote. Además, hay un elemento nuevo respecto al pasado, parece que está en aumento la recuperación de las razones profundas por las que conviene una unión entre sacerdocio y celibato. Las objeciones y críticas del periodo postconciliar contra el celibato están “hoy en camino atenuante”.
Mons. Defois, ex secretario de la Conferencia Episcopal Francesa, a la pregunta de si hay todavía discusión sobre la obligatoriedad de la ley del celibato, responde: “No está aquí el verdadero problema. La crisis del ministerio abarca también a los protestantes. El verdadero problema es la identidad del sacerdote. El celibato es aceptado en la medida en que aquella es comprendida. Es necesario que haya una reflexión más profunda”. Soledad.
Otra señal, todavía más indicativa de la evolución actual, nos dice Cencini, es la resultante de la convención FIAS (Federación Italiana de Asistencia a los Sacerdotes) de junio de 1989 sobre la soledad del presbítero; de los cerca de 500 sacerdotes diocesanos que han respondido a un cuestionario propuesto para la preparación de la reunión, sólo 3 han puesto en el celibato la causa de la soledad y en la abolición de su obligatoriedad la solución al problema. Todavía más significativa es una encuesta dirigida en el 93-94 a 600 estudiantes de teología elegidos entre los que frecuentaban la Universidad Pontificia Gregoriana y Lateranense, el Seminario Episcopal de Brescia y el Pontificio de Molfetta, el Colegio Teológico Rogacionista y otros de distintas procedencias, compuesto por estudiantes residentes en Roma, pero elegidos al caso: el 54% sostiene que el celibato es el obstáculo mayor para escuchar la llamada vocacional, mientras el 27% atribuye este papel a la soledad. Ahora bien, podemos ver como la soledad, aparece como fenómeno ligado a una compleja realidad de factores.
El candidato al sacerdocio, no es engañado por nadie. ¿Qué sentido tiene, una vez encarnado en su ministerio y con el tardío despertar de su afectividad y sexualidad, reprochar a la Iglesia el haberle impuesto el celibato? La Iglesia no obliga a nadie a que se haga sacerdote. Muchas situaciones ambiguas se van esclareciendo y la Iglesia debe pronunciar una palabra significativa para dar a este estado de vida, el sacerdocio celibatario, todo su significado. Con la experiencia y la mirada retrospectiva en estos últimos años podemos decir que hoy no es el celibato consagrado lo que está en cuestión, sino el modo como las personas, lo interpretan para enmascarar, negar o en el mejor de los casos integrar la pulsión sexual. Creemos, en definitiva, que al menos desde el punto de vista de la autoconciencia, acerca de la raíz del problema del celibato y su posible solución, hay una cierta maduración en el clero en estos últimos años, en la línea de un mayor realismo.
El Vaticano II afirmó la tradición sobre el celibato en la iglesia occidental. Más adelante, Pablo VI, partiendo de sus enseñanzas, desarrollaría una rica teología del celibato en su encíclica Sacerdotalis coelibatus, un documento que no sería bien acogido en algunos sectores, pero que cuatro años más tarde vería reafirmada su enseñanza en el Sínodo de Obispos de 1971: “Lo que mantiene la ley existente es la íntima y múltiple coherencia entre la función pastoral y la vida de celibato: el que libremente accede a vivir una total disponibilidad, el carácter distintivo de esta función, libremente se compromete con una vida de celibato. El candidato debería aceptar este modo de vida, no como algo impuesto desde fuera, sino como una manifestación de su libre entrega, que es aceptada y ratificada por la Iglesia a través del obispo. De esta forma, la ley se convierte en protección y salvaguarda de la libertad con la que el sacerdote se entrega a Cristo, convirtiendo su entrega en un “yugo suave”. Saludos.
Este en este periodo de la edad media aproximadamente donde ocurrió la reforma protestante por muchos hombres tales como Calvino que se atrevió a decir que el celibato no debía ser juzgado como mayor de los méritos que el estado del matrimonio, y protestó contra el desprecio que generalmente le daban algunos fanáticos católicos tales como Jerónimo que argumentaba que el matrimonio "era una relación impura", de esta manear también Marín Lutero en su lucha contra la Roma Papal denuncia injusticias e incumplimiento de sus propias leyes y más aún de que esas leyes no tiene sustento bíblico ni apoyo de Dios en su realización. Como es de suponerse a raíz de la reforma de Lutero y de otros hombres que la precedieron y la continuaron esta enseñanza netamente católica se vio en muchas veces a ser derribada, pero sigue manteniendo hasta hoy su validez tal como en el concilio de Trento II se acordó, claro que es importante decir que esta práctica de la Iglesia Católica Apostólica Romana está sujeta la absolución si ella si lo creyese oportuno.
La Iglesia logró finalmente imponer el celibato, después de tantos siglos, en el Concilio de Trento, no obstante la declarada oposición tanto del Emperador Fernando como de muchos otros soberanos. Estos defendieron la necesidad de abolir el celibato clerical por el bien de los laicos; en muchas parroquias los creyentes se negaron a aceptar sacerdotes sin esposa (o por lo menos concubina) en defensa del honor de sus mujeres e hijas. Pero, erre que erre, el Concilio insistió. El razonamiento fue el siguiente: como la Iglesia es una institución absolutista y jerárquica, necesita operarios ciegamente entregados a la institución y solamente el celibato, sin la distracción de problemas familiares, podía garantizar tal entrega absoluta; el sacerdocio dejaría de ser la libre entrega a Díos y se convertiría en un servicio coaccionado al papado, con el sacerdote como prisionero del sistema. No hay vida fuera de la Iglesia.
Podemos entender que esta ley del Celibato de la Iglesia Católica Apostólica Romana puede ser abolida como menciona este fragmento de un artículo: "habría que especificar que el deber de celibato no forma parte de la naturaleza intrínseca del sacerdocio, sino que se trata de una gracia añadida que la Iglesia reconoce como ideal para el desempeño del ministerio. Ideal, y en estos momentos, obligatoria según las leyes eclesiásticas, que no deben sin embargo considerarse leyes divinas." O más aún como menciona Robert G. Clouse, actualmente la Iglesia Católica Apostólica Romana juzga útil el celibato de los ministros por cuanto les concede mayor libertad para el servicio de Dios, aunque también afirma que la iglesia puede anular esta regla cuando lo decida.
La llamada al celibato sacerdotal, afecta a las inclinaciones naturales más profundas de los vocacionados, y esta no se adapta espontáneamente a esa opción de vida evangélica; por eso se necesita una formación fuerte, cualificada y específica de los formandos. La experiencia de la Iglesia en estas últimas décadas, pone muy bien en evidencia que el problema hoy, no es tanto el celibato en sí mismo y la posibilidad de vivirlo, también desde un punto de vista psico-afectivo, sino en cuanto a la formación y la calidad de esa formación para llevar una vida célibe. El futuro célibe sabe durante el tiempo de formación que el celibato consagrado es una de las modalidades de la existencia sacerdotal.
Es de gran importancia mencionar que el Papa Pablo VI se pronunció ante este tema en Junio 24 del año 1967 en una Encíclica: "sacerdoialis caelibatus": El Celibato Sacerdotal hoy. Donde expone todo un argumento detallado del porqué es que la Iglesia Católica Apostólica Romana sigue ese principio de fe, esta tesis empieza así: "A los obispos, a los hermanos en el sacerdocio a los fieles de todo el mundo católico. El celibato sacerdotal, que la Iglesia custodia desde hace siglos como perla preciosa, conserva todo su valor también en nuestro tiempo, caracterizado por una profunda transformación de mentalidades y de estructuras".
También, El Papa Juan Pablo II dice en la carta apostólica Mulieris Dignitaten: "El celibato por el reino de los cielos es una gracia especial por parte de Dios, que llama a una persona determinada a vivir el celibato. Si este es un signo especial del Reino de Dios que ha de venir, al mismo tiempo sirve para dedicar a este reino escatológico todas las energías del alma del cuerpo de un modo exclusivo durante la vida temporal". El Papa que vivió no hace mucho, entendía que el celibato era algo precioso de esta manera dice que con Cristo ha entrado una novedad de vida. Allí donde el Génesis decía que no era bueno que el hombre esté solo, san Pablo llega a afirmar de que es bueno para el hombre estar solo (1 Corintios 7, 25-26). Queriendo dar a entender además que es como una forma de testificar su importancia al igual que Jesús por las ovejas cumpliendo así su labor como buen pastor despojándose de sí mismo para cumplir fielmente su llamada. La Iglesia Católica Apostólica Romana, reafirma este dogma de manera tajante para los sacerdotes que ministran en la obra de Dios y su iglesia, de esta manera todo aquél que desea el obispado, buena obra desea, pero es necesario que adopte el don del celibato, que según llama la Iglesia Católica Apostólica Romana es una manera especial de servir, el cual es honrado y bueno ante los ojos de Dios. Pues no existe ataduras para servir, no hay distracciones, sólo existe Dios y su relación con el sacerdote.
La posición adoptada en la edición revisada del Código de Derecho Canónico de 1983 fue: “Los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios, mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres”. En la preparación del Sínodo de Obispos de 1990 y posteriormente, hubo una fuerte presión para que se introdujera el celibato opcional. El pensamiento actual de la Iglesia acerca del celibato sacerdotal se manifestó claramente en el documento sinodal sobre la formación sacerdotal Pastores Dabo vobis, publicado el 25 de marzo de 1992. Como si se anticipara a la actual corriente de especulación y agitación, Juan Pablo II afirmó: “El Sínodo no quiere dejar ninguna duda en la mente de nadie sobre la firme voluntad de la Iglesia de mantener la ley que exige el celibato libremente escogido y perpetuo para los candidatos a la ordenación sacerdotal en el rito latino”. Esta es, en líneas generales, la enseñanza de la Iglesia, sobre el estatus actual del celibato. Saludos.
El Vaticano II dedicó dos de sus dieciséis documentos al tema de los sacerdotes: uno sobre la formación de los futuros sacerdotes y otro en torno al ministerio y vida de los presbíteros. Ambos documentos constituyen una declaración valiosa y bien desarrollada del pensamiento de la Iglesia acerca del sacerdocio católico y con razón sirvieron para avivar las esperanzas de renovación de la vida espiritual y la eficacia pastoral del clero. En el último cuarto del siglo XX se produjo una hemorragia en las filas del sacerdocio, de la que quizás no exista otro precedente en la historia de la Iglesia a no ser el de las primeras décadas de la Reforma. El papa Juan Pablo II se ha referido a este éxodo como uno de los mayores reveses para las esperanzas de renovación suscitadas en el Concilio. Se trató de un fenómeno de alcance universal que afectó tanto a sacerdotes seculares como a religiosos, pero con un carácter más acusado en los países desarrollados de Europa occidental y Norteamérica. A estos aspectos negativos hay que añadir un significado declive en el número de vocaciones sacerdotales en los años posteriores al Concilio Vaticano II, al menos en la parte occidental más desarrollada. Al mismo tiempo que se producía el desarrollo de estos países se comenzó a cuestionar seriamente la misma identidad del sacerdocio católico. ¿Fue esta pérdida de seguridad y de confianza en la esencia del sacerdocio una de las razones principales por la que muchos decidieron abandonar su vocación? o ¿Contribuyó este hecho, a minar la percepción tradicional católica del sacerdocio, hasta el punto de que muchos menos jóvenes se sentían favorablemente dispuestos o capacitados para ver en la vocación algo por lo que merece la pena adoptar un compromiso para toda la vida? Saludos para todos.
No hay duda de que el debate en torno a la identidad sacerdotal, daño la adecuada percepción del compromiso, con las consiguientes defecciones en las filas del clero y un creciente rechazo de los jóvenes a considerar el sacerdocio como opción viable. El cardenal Ratzinger analizó este fenómeno en profundidad en su discurso de apertura al Sínodo de Obispos sobre la formación de los sacerdotes y volvió a tratarlo en un documento publicado para conmemorar el treinta aniversario de la proclamación del decreto Presbyterorum ordinis en 1995. El Concilio, según refiere, resolvió publicar un decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, consciente de que en aquel momento la idea tradicional del sacerdocio católico en algunos sectores de la Iglesia estaba perdiendo valor. En los círculos ecuménicos se hacían patentes los gérmenes de una crisis en el concepto de sacerdocio católico; una crisis que, según sus palabras, se inflamaría tras el Concilio, provocando efectos devastadores en los sacerdotes y en las vocaciones al sacerdocio.
Hasta principios de los años setenta, las vocaciones en Iglesia eran crecientes en los seminarios. Alcanzaron su máximo desarrollo en los sesenta y, a partir de entonces, comenzaron a decrecer de forma gradual. En la primera mitad de los noventa se produjo un rápido declive, alcanzando en 1996 el número más bajo de incorporaciones de todo el siglo XX. Uno se pregunta: ¿qué es lo que ha provocado un cambio tan significativo? ¿Por qué se ha visto reducido el número de vocaciones a un débil reguero, comparado con la firme corriente de hace una generación? ¿Por qué ocurre que el sacerdocio parece no tener ya tanto atractivo como un estilo de vida desafiante? ¿Es lo que se conoce como celibato obligatorio lo que disuade a los jóvenes que aspiran al sacerdocio o hay razones estructurales más profundas? Saludos blogueros.
Los años transcurridos desde el Vaticano II han sido tiempos de grandes cambios en la Iglesia. Esto ha dado lugar a una percepción diferente de la fe y a una relajación del compromiso celibatario y que en la práctica se ha manifestado en una dramática desbandada, especialmente acusada en las zonas urbanas. Los estudios sobre las actitudes de la gente joven con respecto a la religión revelan un rechazo de los elementos esenciales de la fe. Algunos aspectos significativos de la enseñanza moral cristiana se han dejado de presentar con suficiente afectividad a un número cada vez mayor de generaciones más jóvenes. Esta laguna de credibilidad, si pudiéramos definirla así, tiene una relación particular con los hábitos sexuales. La realidad de este cambio de actitud encuentra su justificación en el rápido crecimiento en los niveles de ilegitimidad y de aborto de los últimos veinticinco años. Un afectuoso saludo para todos.
La superficialidad con la que se trata la virtud de la castidad en los medios de comunicación ha contribuido a oscurecer la estimación de su carácter de virtud. Mucha gente considera que vivir las exigencias tradicionales de la pureza de pensamiento y de obra es un hecho fastidioso y conducente al escrúpulo. En consecuencia, la promiscuidad, o lo que podríamos denominar placer sexual, se está convirtiendo cada vez más en una situación “normal” entre los adolescentes. Estos cambios en el punto de vista moral afectan también a los casados, como lo refleja el hecho de que una elevada proporción de parejas utilice actualmente algún tipo de anticonceptivo. En una sociedad donde tales actitudes se hallan cada vez más arraigadas es inevitable que surjan dificultades para entender la idea del celibato y el compromiso personal que implica. Un saludo.
Nos podríamos preguntar: ¿cuáles han sido las causas de este cambio de actitud hacia la fe, hacia el sacerdocio y hacia la castidad? ¿Qué razones no teológicas han afectado a la forma de percibir el sacerdocio en los últimos treinta años? Ocurre que muchos países occidentales, con raíces cristianas, se han visto afectados en su entorno social y cultural por diversos tipos de influencia. Éstos se han introducido por diversas vías, pero se han dejado sentir con especial virulencia en los medios de comunicación, la filosofía educativa y la legislación. Pese a todo, creo que puede ser útil tratar de identificar algunas de las tendencias que subyacen en las actuales actitudes culturales. Ello nos proporcionará al menos una perspectiva para poder evaluar el actual punto de vista sobre el sacerdocio y la vocación al celibato y, presumiblemente, ayudará a los sacerdotes a entender por qué han cambiado tanto las cosas desde el Vaticano II hasta nuestros días.
La búsqueda de libertad personal es uno de los rasgos más característicos de la cultura contemporánea. Normalmente se le considera un bien superior al que otros valores deberían subordinarse, especialmente los que parecen restringir la libertad. De ahí que todo lo que se considera tabú o una reliquia de prohibiciones o temores arcaicos se ve como una traba a la libertad humana y para la libertad de expresión. Como resultado, el concepto de un compromiso permanente y personal tiende a considerarse cada vez más como una imposición o como algo imposible de conseguir. El entorno cultural en general anima a la gente a sentirse libre a la hora de determinar su propio código moral y a no acomodarse a ningún sistema que considere impuesto desde fuera.
El concepto de libertad en la actualidad, se entiende como la ausencia de cualquier tipo de compromiso estable y permanente, no ve la obligación de mantener ningún vínculo con el pasado, excluyendo de esta forma la posibilidad de proporcionar algún tipo de herencia a los que vengan detrás. Los psicoanalistas y conductistas tienden a separar la culpa de la responsabilidad personal, que es el correlato de la libertad, y declaran que el pecado es el resultado de diversas formas de condicionamiento, hereditario, social, cultural, etc. Podemos decir que se ha producido una pérdida radical del sentido del pecado. El hombre es cada vez menos consciente de su necesidad de redención pero su sentido de alienación no se extingue. Al contrario, se hace más opresivo. Y, paradójicamente, mientras que la confesión sacramental ha dejado de ser un rito sagrado en la vida de muchos, la psiquiatría y otras formas de asesoramiento seculares se han convertido en prósperas industrias.
La Ilustración del siglo XVIII había prometido desembarazarse de lo que consideraba mito y tabú, principalmente de la fe, para sustituirlo por una ética humanística y un equilibrio social racional. Se proponía conseguir un código ético de carácter consensuado, más que basado en la convicción, rechazando expresamente la noción de verdad absoluta, sobre todo en el terreno de la moral. Las elecciones de carácter ético, según este sistema, eran personales más que racionales, y la creencia religiosa era considerada como un tipo de experiencia personal que no debía sobrepasar los límites de la conciencia personal.
En la vida pública parece existir miedo a afirmar la verdad, a señalar que una postura concreta, ya sea de carácter legal, político o moral, se encuentra en oposición a ella. Es un rasgo indicativo de hasta qué punto la cultura contemporánea se halla profundamente impregnada de relativismo moral y de su influencia en nuestra propia actitud. Si todas las verdades son relativas, como postularía cualquier filosofía pluralista, nadie está en disposición de defender unos valores éticos absolutos, ya sea por falta de convicción o por temor a ser ridiculizado por los medios de comunicación . No es de extrañar que, en un contexto cultural semejante, el celibato como estilo de vida pueda parecer algo marginal y esotérico, sobre todo ante la idea de considerarlo como una opción personal.
En un mundo donde las ciencias naturales proporcionan el paradigma dominante de conocimiento y donde los sentimientos han sustituido a la filosofía y la revelación como clave de la realidad, existe un profundo escepticismo respecto al establecimiento de una adecuada fundamentación de un sistema moral coherente. Desde esta perspectiva, la autonomía de la razón se ve restringida por los hechos verificables por las ciencias, y el conocimiento real se ve reducido a las verdades que tales ciencias proporcionan. El utilitarismo es una filosofía que busca el propio interés y, por tanto, contradice la enseñanza cristiana de que el verdadero bien del hombre no consiste en el propio interés sino en la entrega de sí y el servicio a los demás. El consciencialismo y el proporcionalismo son formas actuales de utilitarismo. No permiten que nadie diga que una acción es intrínsecamente mala, sino únicamente mejor o peor que las otras. Esta actitud choca de frente con la idea cristiana de felicidad, lograda mediante la donación completa de uno mismo, especialmente en el matrimonio o en el amor comprometido del celibato.
El termino “individualismo” encierra gran parte de lo que actualmente sucede en la cultura contemporánea. Es característico de algunas de las actitudes señaladas, pero también es evidente en la creación de un conflicto aparente entre la persona y diferentes formas de autoridad. Una de las consecuencias del individualismo es la pérdida de la noción de bien común y del compromiso de solidaridad humana. Teniendo en cuenta que la familia es la unidad básica de estabilidad en la estructura social y el contexto principal en el que tanto los valores morales como las normas culturales y tradicionales son transmitidos a las sucesivas generaciones, cualquier desintegración de este ámbito conlleva necesariamente un efecto negativo sobre la pervivencia de la fe y su transmisión. Esto, a su vez, tiene efectos perjudiciales para las vocaciones /al sacerdocio, ya que la familia cristiana es lugar insustituible para la gestación de dichas vocaciones.
El pluralismo, tal como se entiende hoy día en el ámbito político, es la presunción de legislar por la libertad en diferentes áreas, pero una libertad emancipada de sus fundamentos de moral y de verdad. Según este enfoque, no existiría ninguna base que sustentara los valores absolutos fuera de uno mismo; estos valores serían subjetivos y, por tanto, privados, y lo único que restaría hacer es legislar sobre la base de un consenso democrático, que es siempre mudable. Ciertamente, a tenor de esta lógica, los valores deberían permanecer en la esfera privada a fin de preservar la democracia. El positivismo legal de nuestros tiempos ha desvirtuado enormemente aquellas elocuentes palabras que encontramos en el Evangelio de san Juan: “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn.8, 32). El Evangelio nos enseña que la libertad surge de nuestra relación con algo exterior a nosotros mismos. Alcanzamos la libertad en la medida que adaptamos nuestro estilo de vida y nuestras ambiciones a la verdad objetiva. Sin embargo, la actual corriente de doctrina política y social intenta tergiversar esta relación entre libertad y verdad, reduciéndola a un eslogan sin contenido.
En algunos seminarios se iba hasta el extremo de prohibir a los seminaristas de asistir al entierro de sus padres. Como durante su estancia en el seminario se suprimía la libido con añadidos de preparados de alcanfor a la comida, como hasta hace poco se hacía con los reclutas en los ejércitos, los seminaristas se ordenaban sacerdotes sin ninguna idea del sexo y menos todavía de la privación que significaba el celibato. El celibato se impuso pero desde luego la castidad no. Como dice el proverbio: " la privación es causa del apetito".
Muchas personas creen que el permiso de casamiento a los sacerdotes resolverá la crisis de las vocaciones sacerdotales. Podría ayudar, pero no será, necesariamente, la solución mágica. Permitir que hombres casados sean ordenados traerá tantos problemas nuevos como soluciones de problemas viejos. Para comenzar, la Iglesia tendrá que valorar muy bien si está en condiciones de mantener a sacerdotes casados y a sus familias. Una fuente de confianza en el Vaticano dijo, en conversación privada, que, cuando se discute la cuestión de los sacerdotes casados, son los obispos de las iglesias de rito oriental, que permiten el casamiento del clero, los que la mayor parte de las veces más desaconsejan el cambio de esta disciplina.
En un mundo donde las ciencias naturales proporcionan el paradigma dominante de conocimiento y donde los sentimientos han sustituido a la filosofía y la revelación como clave de la realidad, existe un profundo escepticismo respecto al establecimiento de una adecuada fundamentación de un sistema moral coherente. Desde esta perspectiva, la autonomía de la razón se ve restringida por los hechos verificables por las ciencias, y el conocimiento real se ve reducido a las verdades que tales ciencias proporcionan. El utilitarismo es una filosofía que busca el propio interés y, por tanto, contradice la enseñanza cristiana de que el verdadero bien del hombre no consiste en el propio interés sino en la entrega de sí y el servicio a los demás. El consciencialismo y el proporcionalismo son formas actuales de utilitarismo. No permiten que nadie diga que una acción es intrínsecamente mala, sino únicamente mejor o peor que las otras. Esta actitud choca de frente con la idea cristiana de felicidad, lograda mediante la donación completa de uno mismo, especialmente en el matrimonio o en el amor comprometido del celibato. ¡Gracias a todos por la riqueza de sus comentarios!
El termino “individualismo” encierra gran parte de lo que actualmente sucede en la cultura contemporánea. Es característico de algunas actitudes, pero también es evidente en la creación de un conflicto aparente entre la persona y diferentes formas de autoridad. Una de las consecuencias del individualismo es la pérdida de la noción de bien común y del compromiso de solidaridad humana. Teniendo en cuenta que la familia es la unidad básica de estabilidad en la estructura social y el contexto principal en el que tanto los valores morales como las normas culturales y tradicionales son transmitidos a las sucesivas generaciones, cualquier desintegración de este ámbito conlleva necesariamente un efecto negativo sobre la pervivencia de la fe y su transmisión. Esto, a su vez, tiene efectos perjudiciales para las vocaciones al sacerdocio, ya que la familia cristiana es lugar insustituible para la gestación de dichas vocaciones.
Bajo la excusa de pluralismo y como un paso adelante en la libertad, se presentan propuestas legislativas a favor de la contracepción, el divorcio, la homosexualidad o el aborto. En ningún sitio, sin embargo, encontraremos definiciones claras de lo que los legisladores entienden por libertad o pluralismo. Y en este proceso, la gente acaba convencida de que todo lo que es legal es moralmente aceptable. Pero el auténtico pluralismo no implica ocultar nuestras más profundas diferencias. Por el contrario, significa aceptarlas dentro del común compromiso con respecto a los demás. El pluralismo no es indiferencia en lo que se refiere a la verdad; es un genuino respeto hacia los demás y hacia sus convicciones. Saludos.
Está claro que actualmente hay algunas corrientes de influencia en nuestra sociedad que con frecuencia están en competencia directa con los preceptos del Evangelio y son hostiles al mismo. Éste es el entorno en que los sacerdotes tienen que vivir y en el que tienen que intentar hacer del celibato un hecho comprensible para ellos mismos y para los demás. Sin embargo, no deberían desanimarse ante las presiones culturales y sociales que oponen dificultades a la proclamación del mensaje de Cristo. La verdad que encierra la enseñanza del Maestro es atractiva y desafiante y, en último término, es la única visión de la realidad capaz de satisfacer los anhelos más profundos del corazón humano. Si el sacerdote se encuentra impulsado por una profunda fe en el poder de la gracia y tiene el valor suficiente para proclamar las implicaciones que el Evangelio conlleva en la vida personal, familiar y social, no tiene por qué dudar de que se producirá una reevangelización de la cultura y que se recuperarán las raíces cristianas. Afectuosos saludos
La sombra de los escándalos clericales arrojada sobre el celibato en los últimos años, unida a los esfuerzos de algunos medios de comunicación por minar el carisma, hace necesaria la presencia de sacerdotes que, con el ejemplo de sus vidas, contribuyan a recuperar la convicción acerca de su valor y de su validez perenne. Como ya hemos observado anteriormente, el Beato Juan Pablo II, en la encíclica Pastores Dabo Vobis, expresó su deseo de que el celibato fuera presentado y explicado más plenamente desde un punto de vista espiritual, teológico y bíblico. El papa era consciente de que muchas veces no se explicaba bien, hasta el punto de llegar a afirmar que el extendido punto de vista de que el celibato es impuesto por ley “es fruto de un equívoco, por no decir de mala fe”. Un amistoso saludo.
Teniendo en cuenta la forma en que los sacerdotes han sido atacados por los medios de comunicación en los últimos años, no es de extrañar que puedan sentirse inseguros e indecisos acerca de la identidad y el concepto que tienen de sí mismos. A los ojos de la gente, además, el sacerdocio parece haber perdido algo de su prestigio. Por ello, podría ocurrir que los sacerdotes se volvieran vacilantes en su ímpetu pastoral y defensivos en su predicación del Evangelio, tentados por una falta de convicción acerca de su vocación. En las circunstancias actuales, los sacerdotes necesitan redescubrir el sentido de la dignidad y la grandeza de su llamada. Es algo que han de conseguir no tanto centrándose en el aspecto normalmente humano como reflexionando más profundamente en el misterio de Jesucristo y en la participación que el sacerdote tiene en ese misterio. Por el sacramento de la Ordenación, Cristo toma posesión del sacerdote como algo propio. Fruto de ello, se vuelve capaz de hacer lo que nunca podría por propia iniciativa: hacer presente el sacrificio de Cristo, confeccionar la eucaristía, absolver los pecados y otorgar el Espíritu Santo, prerrogativas divinas que ningún hombre puede obtener con su propio esfuerzo o por delegación de ninguna comunidad . Saludos
Muchas razones se argumentan para que la Iglesia Latina llegase a optar por sacerdotes no casados. Destaca una relajación en los hábitos sexuales de los sacerdotes que intentaron regularse en los concilios de Maguncia y Augsburgo, así como se asegura que durante el Concilio de Constanza (1414-1418), 700 mujeres públicas asistieron para atender sexualmente a los obispos participantes. Es posible que dicho desorden causara una decisión de este tipo con el fin de presentar en la figura del sacerdote a un pastor irreprochable. Otra razón que suele argumentarse es la de problemas de propiedad con sacerdotes casados cuyos hijos reclamaban todos los haberes de sus padres al morir estos, lo que incluía la parroquia. Saludos. María Martín.
En época reciente, la postura oficial del pontificado sobre el celibato se ha pronunciado en varias ocasiones, como respuesta a algunos movimientos católicos de renovación, y que plantean el celibato como opcional, a veces en desafío directo mediante la petición de secularización o la exhibición pública de curas casados o conviviendo con sus parejas. Sacerdotalis Caelibatus fue la sexta encíclica el papa Pablo VI (24 de junio de 1967). En el mismo sentido se han pronunciado los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. El celibato sacerdotal obligatorio ha tenido múltiples críticas, así como numerosos defensores. Un saludo.
Para Monseñor Ján Babjak, un obispo de rito bizantino de Presov. El celibato sacerdotal en las Iglesias orientales es una opción que el seminarista debe hacer antes de recibir el orden diaconal. Los obispos permanecen célibes. Por su parte, el profesor Philip Jenkins, profesor de Historia y Estudios Religiosos en la Universidad de Pensilvania, publicó el libro Pedofilia y sacerdotes: anatomía de una crisis contemporánea, en donde concluye que tan sólo un 0,2% de los sacerdotes católicos han sido abusadores de menores de edad. La investigación de los casos conocidos durante los últimos 20 años no revela evidencias de que el clero católico o cualquier otro clero célibe sean más propensos a involucrarse en conductas inapropiadas o en abusos que el clero de cualquier otra denominación, o incluso que los laicos. Sin embargo, ciertos medios de noticias ven el asunto como una crisis del celibato, aseveración que sencillamente no tiene fundamentos. Saludos.
La solución para resolver el problema del celibato podría no ser mediante el permiso inmediato para que los sacerdotes se casen, tal como mucha gente imagina. Una forma de resolver el “problema del celibato” es encontrar nuevas maneras de suavizar algunos desafíos derivados de su observancia. Donde existen pocos sacerdotes, por ejemplo, la diócesis podría juntar parroquias en grupos y pedir que los sacerdotes vivieran en comunidad en una casa central. Podrían también crearse nuevas órdenes religiosas de sacerdotes, para ayudar a resolver los problemas ligados a la práctica del celibato. Además de esto, las fraternidades ya existentes de sacerdotes podrían ser alentadas y fortalecidas.
Esta privación de la libido daba entre los jóvenes sacerdotes, tantos tiempos privados de cualquier contacto con el sexo opuesto, lugar a prácticas homosexuales y pederastas que solamente han salido a la luz en los últimos cuarenta años con la pérdida del miedo cerval al clero de las victimas. De todas formas hay claros indicios de que la inmensa mayoría de los sacerdotes, no obstante los impedimentos habidos, se volcaron en el sexo heterosexual. En el siglo XVII había que inventar el confesionario para asegurar el anonimato de las penitentes y para evitar, en el caso de la confesión de pecadillos sexuales, la exigencia de favores sexuales por parte de confesores chantajistas, un pecado conocido como "solicitar", muy común antes, y después, de la existencia de los confesionarios. Considerando que al denunciar estas prácticas las mujeres estaban virtualmente admitiendo sus otros pecadillos, hay que presumir que el porcentaje de denuncias habrá sido muy bajo y siendo así llama la atención las decenas de miles de denuncias de que haya constancia a través de los últimos siglos. Un saludo
Hay mucha literatura sobre las relaciones voluntarias entre curas y mujeres casadas, muy difíciles de detectar ya que había un interés mutuo para mantener una discreción total. Además, el posible embarazo de la amante casada no se convertiría en un escándalo desastroso. En el ambiente rural se hizo muy popular el ama de llaves del párroco, supuesta hermana o prima, con un "marido", viajante o marinero, que de vez en cuando aparecía para justificar los sucesivos embarazos. El conocido chiste del párroco a quién todo el mundo llamaba padre menos sus hijos que le llamaban "tío", viene de muy antiguo y no es más que una adaptación del aforismo atribuido al Papa Alejandro III (que, por cierto, estuvo a punto de eliminar el celibato): "El Papa despojaba al clero de sus hijos y el diablo les enviaba sobrinos”.
La coincidencia de que en el IV Concilio de Letrán, presidido por Inocencio III, se aprobó por un lado la obligación para los fieles (como mandamiento de la Iglesia) de confesar y comulgar al menos una vez al año, y, por otro, la reconfirmación del celibato clerical, parece casi un sarcasmo. Un sarcasmo que llevó con los años, todavía más, (especialmente después de Trento) a la corrupción sexual del clero. Antes de Trento los sacerdotes no eran exactamente unos inocentes pero esto cambio mucho con los seminarios. Jóvenes párrocos recién ordenados se encontraban repentinamente como confesores de penitentes féminas que les confesaban con toda clase de detalles las descripciones más lujuriosas de sus actuaciones y desvíos sexuales. Poco importaba si las confesiones fueran verdaderas o simplemente palabrería de mujeres frustradas que usaban el confesionario para representar sus obsesiones, frustraciones y pesadillas sexuales más íntimas. Sea lo que fuere, escuchar estas confesiones debieron de haber sido experiencias muy traumáticas para los jóvenes y sexualmente virginales confesores. Las respuestas subconscientes a estos traumas psíquicos habrán sido de toda índole, desde graves problemas mentales hasta la adicción sexual más desenfrenada.
La coincidencia de que en el IV Concilio de Letrán, presidido por Inocencio III, se aprobó por un lado la obligación para los fieles (como mandamiento de la Iglesia) de confesar y comulgar al menos una vez al año, y, por otro, la reconfirmación del celibato clerical, parece casi un sarcasmo. Un sarcasmo que llevó con los años, todavía más, (especialmente después de Trento) a la corrupción sexual del clero. Antes de Trento los sacerdotes no eran exactamente unos inocentes pero esto cambio mucho con los seminarios. Jóvenes párrocos recién ordenados se encontraban repentinamente como confesores de penitentes féminas que les confesaban con toda clase de detalles las descripciones más lujuriosas de sus actuaciones y desvíos sexuales. Poco importaba si las confesiones fueran verdaderas o simplemente palabrería de mujeres frustradas que usaban el confesionario para representar sus obsesiones, frustraciones y pesadillas sexuales más íntimas. Sea lo que fuere, escuchar estas confesiones debieron de haber sido experiencias muy traumáticas para los jóvenes y sexualmente virginales confesores. Las respuestas subconscientes a estos traumas psíquicos habrán sido de toda índole, desde graves problemas mentales hasta la adicción sexual más desenfrenada.
El celibato no es una practica común, no es un mero soltero, el soltero no se ha casado aún pero tal vez pronto lo haga y no hay para él ninguna prohibición, pero el célibe hace de este un estilo de vida sin problemas; voluntariamente busca quedarse soltero por la causa del servicio de Dios, trabajando con familiares necesitados, ciencia, etc. Es importante mencionar que el célibe no menosprecia el matrimonio sino que lo venera como a "sacramento grande" pero no se siente con vocación para aceptarlo; o bien las circunstancias le indican que no debe adoptar. El sacerdote célibe no es un señor cualquiera según la Iglesia Católica Apostólica Romana que de la noche a la mañana ha decidido ser así sino que responde a un llamamiento, reflexión y prueba antes de que llegue a ser sacerdote. No hay que entender el celibato solamente desde la óptica de la renuncia sino más bien como medio y como fuerza capaz de mayores posibilidades y afirmaciones, como una exigencia de vida para el desarrollo armónico del hombre.
Mientras que se pueden aducir argumentos prácticos en defensa del celibato, en cuanto que se trata de un carisma esencialmente sobrenatural, las razones históricas, escriturísticas y teológicas como sugiere el Santo Padre son el único fundamento para su justificación. En los recientes debates se ha prestado poca atención a estos aspectos del celibato. Ningún otro como el Beato Y Santo Juan Pablo II ha hecho tanto para exponer los fundamentos teológicos y escriturísticos del celibato. Los desarrolló en sus catequesis semanales en Roma, en documentos magisteriales y en sus innumerables alocuciones a los sacerdotes en todas partes del mundo en los últimos veinte años. Una característica peculiar de las enseñanzas del Beato Juan Pablo II sobre el celibato es que constantemente lo pone en relación con la vocación al matrimonio. Para él son estados correlativos en la vida; uno ilustra el compromiso implicado en el otro y ambos reflejan la única vocación a la santidad.
En su catequesis semanal sobre “el significado nupcial del cuerpo”, entre 1979 y 1984, Juan Pablo II desarrolló una rica antropología cristiana basada en la Escritura y la realidad de la Encarnación. Como gráficamente señala, fruto de la Palabra de Dios hecha carne, “el cuerpo entró en la teología por la puerta grande”. Así pues, para formular una adecuada teología del celibato y del matrimonio, es necesario considerar las implicaciones antropológicas fundamentales de estos compromisos. Con razón San Juan Pablo II, defiende con fuerza que una decisión madura hacia el celibato sólo puede brotar de la plena conciencia del potencial de entrega que ofrece el matrimonio. El seminarista necesita formación más profunda también si quiere que la enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad humana sea creíble en una cultura cada vez más influida por la ética materialista y utilitarista. Saludos.
De entre las muchas cosas que se han escrito en los debates actuales en torno al celibato, me llamó especialmente la atención una, que, curiosamente, fue escrita por una conversa, mujer de un converso al catolicismo, antiguo ministro anglicano. Declara sobre el celibato sacerdotal, que “es una joya de la iglesia católica, que ha sido cuestionada únicamente porque nos hemos obsesionado con la satisfacción sexual, olvidando la otra satisfacción espiritual, que el sacerdocio ofrece a su grey” . Palabras elocuentes, de alguien que viene de afuera a la Iglesia católica, y redescubre, el valor intangible, del testimonio de tantos ministros fieles a sus promesas sacerdotales que son un paradigma para los hombres. Un saludo.
Para entender la historia del celibato desde una perspectiva actual es necesario darse cuenta de que en Occidente, durante el primer milenio de la Iglesia, muchos obispos y sacerdotes eran hombres casados, algo que hoy es bastante excepcional. Sin embargo, una condición previa para los hombres casados a la hora de recibir órdenes como diáconos, sacerdotes u obispos era que después de la ordenación se les exigía vivir una continencia perpetua o lex continentiae. Con el asentimiento previo de sus esposas tenían que estar dispuestos a renunciar a la vida conyugal en el futuro. No obstante, junto a clérigos casados, hubo siempre en la Iglesia, en proporciones variables, muchos clérigos que nunca se casaron o que vivieron el celibato tal y como lo conocemos hoy. Con el paso del tiempo se hizo más patente en la iglesia occidental la conveniencia de un sacerdocio en celibato, lo que produjo una disminución en la proporción de hombres casados llamados al sacerdocio. Con la institución de los seminarios en el Concilio de Trento, el número de candidatos al clero célibe alcanzó una dimensión suficiente para abordar todas las necesidades de las diócesis. Saludos.
Pues la idea de que un hombre casado pase a ser Sacerdote no es tan mala idea; de hecho creo que ya existe algo en el cual un hombre casado, siendo sus hijos mayores, y con el consentimiento de su esposa, pueda ser Sacerdote. No obstante no estoy enterado sobre las relaciones sexuales si tal hombre casado llegase a ser Sacerdote. Creo que no seria lo adecuado. De igual forma el hombre casado volviéndose Sacerdote debería también haber decidido dejar las relaciones sexuales y comenzar con el Celibato.
En el pasado día 28 de Diciembre de año 2015, nos llegó vía correo el siguiente escrito y petición por parte de D. Filiberto Rocha Arriaga, que desde esta sección de comentarios tratamos de responder. Estimado Sr. Rocha, en fechas recientes (1-12-2015) he publicado un artículo que puede serle útil para sus propósitos. El enlace de este artículo es: http://lahiguerajaen.blogspot.com.es/2015/12/juan-martinez-cerrillo-el-imaginero-que.html. Espero disculpe la demora en nuestra respuesta, debido a las fechas, a las reuniones familiares propias de los días de Navidad, y la elaboración de nuevos artículos, se fue postergando nuestra respuesta. Deseo hacerle patente nuestro agradecimiento por ser fiel seguidor de nuestras páginas. Nos satisface mucho el número de lectores diarios que comprobamos tener en ese México querido. El escrito recibido es el siguiente: “Buen día, le escribo, porque buscando información relacionada con el Señor de la Capilla, encontré lo escrito en su página, y es que en la comunidad de Parra, en Cortazar, Guanajuato (México), existe una imagen nombrada el Señor de la Capilla, revisando la novena he visto que es muy similar la que ustedes publican a la que tenemos nosotros, el detalle está en que quienes eran los dueños se les perdió la oración original y solo logramos rescatar una parte, pero me da gusto haber recuperado la oración por medio de ustedes, me gustaría pedirles en lo posible, si nos podrían enviar información acerca de la imagen del señor de la capilla que tienen ustedes, para enriquecer mas la devoción de la imagen venerada en nuestra localidad.” Saludos desde Guanajuato, México. Muchas Gracias por su apoyo Atte. Filiberto Rocha Arriaga
197 comentarios:
Enhorabuena por este magnífico recorrido por el pasado relacionado con la Novena.
Muchas Gracias de mi parte, y en nombre de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Capilla. Es un honor tener esta entrada, y más aún cuando sirve para dejar plasmada la historia de una devoción, e historia de una tradición, de las pocas que perduran en nuestro pueblo pese al paso de los años
Como testigo de excepción del Concilio Vaticano II en cuanto que sacerdote y periodista, José Luis Martín Descalzo nos describe el entusiasmo con el que la reforma litúrgica se empezó a aplicar en toda la iglesia en el año 1965. En su libro “Un periodista en el Concilio” (1966), después de reconocer que el balance conciliar del año 1964 con respecto a la novedosa reforma fue poco positivo a causa de “tensiones, atascos, frenazos”, cuando se propone hacer un balance del año 1965 no puede por menos de reconocer que si bien “ante las primeras dificultades temíamos un atasco, nos equivocamos. Ya está en pleno vuelo la golondrina litúrgica como anunciadora de una gran primavera”.
El gran acontecimiento de nuestra Era Moderna en el ámbito de la Iglesia fue el Concilio Vaticano Segundo, convocado por el Papa Juan XXIII y seguido y clausurado por el Papa Pablo VI. Se pretendió que fuera una especie de "agiornamento ", es decir, una puesta al día de la Iglesia, renovando en sí misma los elementos que necesitaren de ello y revisando el fondo y la forma de todas sus actividades.
Proporcionó una apertura dialogante con el mundo moderno, incluso con nuevo lenguaje conciliatorio frente a problemáticas actuales y antiguas.
Antes del Concilio el pueblo casi no participaba en la Misa. La liturgia preconciliar era radicalmente diferente a la actual, especialmente en cómo se entendía y celebraba la Misa. Todas las oraciones y lecturas se hacían en latín, incompresible para la mayoría de los fieles, salvo en la predicación, la cual el sacerdote usaba la lengua propia de cada lugar, por lo que no era extraño que en Misa se rezara el rosario, se leyera un libro piadoso o, incluso, un predicador en el púlpito hiciera su prédica durante la misa, parando sólo en el momento de la consagración para continuar después. El sacerdote daba la espalda al pueblo, incluso las lecturas se hacían de espaldas al pueblo. Sólo el sacerdote y el monaguillo podían estar en ese ámbito.
En este libro “Un periodista en el Concilio” (1966), referido en un comentario anterior explica Martín Descalzo que “La verdad es ésta: que por encima de todas las vacilaciones, por encima de todas las polémicas y de algunas exageraciones, quien contemple las cosas con objetividad ha de ver en la reforma litúrgica un éxito total. Incompleto aún y tartamudeante como el de todas las cosas que nacen, pero éxito indiscutible y jubiloso.” No es una opinión suya personal, sino que refleja las noticias que de todo el mundo han ido llegando a Roma sobre la reforma litúrgica en el transcurso del año. Y como muestra un botón: Sucedía el Jueves Santo de aquel año, a la puerta de la catedral de Yaundé: por primera vez se celebraban en el Camerún los ritos pascuales en la lengua del país. Lecturas, himnos, todo quedaba al alcance de la comunidad negra que oía en su lengua lo que antes apenas lejanamente vislumbraba. Y el joven arzobispo monseñor Zoa salía radiante de su catedral cuando una viejecilla se echó en sus brazos, le abrazó y le besó entre lagrimas, mientras decía: ¡“Hijo mío, tú has puesto todas estas cosas a nuestro alcance!”.
Yo era pequeño y prácticamente no me enteré de nada sobre los cambios que supusieron para la Iglesia el “aggiornamento” que marcó el Concilio Vaticano II. Después, crecí y fui recibiendo informaciones de la antigua liturgia y de la nueva, de sus parecidos y de sus diferencias y del borrón y cuenta nueva. Y quedé perplejo. Algo o mejor mucho de lo anterior no encajaba hacia la modernidad. Me pregunto si en realidad existió una real conspiración modernista bajo el pretexto de la comodidad litúrgica, moda litúrgica, vulgaridad litúrgica. Me gustaría que fuera un tema cristalino para todos los fieles, pero no lo es. No entiendo ese odio por lo antiguo, esa adaptación al gusto prefabricado y teledirigido a los vientos modernos.
¡Muchas gracias Pedro!
Muy buen artículo, buena forma de dar a conocer las tradiciones de nuestros pueblos. Buena referencia a la reforma de la Liturgia de la Iglesia, con el extraordinario apoyo de los videos sobre el Vaticano II insertados en el artículo; aunque lamentablemente únicamente se refiere o hace hincapié en la reforma de la lengua, (comprensible cuando el tema de la reforma de la liturgia es sólo un complemento en el artículo)¸ algo que por mucho es mínimo en el alcance de las reformas propugnadas en la Iglesia universal a partir de 1965, como pueden ser la disminución de las preces al pie del altar, la inclusión del pueblo al pater noster, y varias modificaciones más que hablan no de una reforma, sino de una mera simplificación.
Hay que decir también que los años posteriores habrían de traer muchas luces y no pocas sombras...hasta Benedicto XVI habría que decir lo contrario, muchas sombras y no pocas luces...sino el pontificado restaurador no tuvo mucha razón de ser...
La Misa en latín con frecuencia se denomina también como “Misa Tridentina", en referencia al hecho de que fue codificada por San Pío V poco después del Concilio de Trento (1545-1563), de donde proviene el término “Tridentino.” Contrario a lo que algunas personas piensan, San Pío V no creó una nueva Misa, sino unificó toda la Liturgia existente: Ordenando y estructurándola bajo un “Ordo,” de tal manera; que toda la Liturgia de la Iglesia permaneciera sin mutación con el correr de los Siglos. Su Bula “Quo Primum Tempore” no solamente declaró que había que mantener la Misa permanentemente inalterable, sino también prohibió la introducción de nuevas Liturgias en la Misa. La Misa en Latín puede de hecho llamarse Misa de los Apóstoles, porque data del tiempo de Nuestro Señor y de los Apóstoles. Los pormenores de las primeras Liturgias se asemejan a la Misa en Latín en sus detalles esenciales.
El 25 de Enero de 1959 el Papa Juan XXIII anunciaba su intención de comenzar un nuevo concilio ecuménico para buscar que la Iglesia católica pudiera entrar en diálogo con el mundo. El Papa resumía lo que él esperaba de ese concilio con la expresión: “Abramos las ventanas de la Iglesia”. “Quiero abrir ampliamente las ventanas de la Iglesia, con la finalidad de que podamos ver lo que pasa al exterior, y que el mundo pueda ver lo que pasa al interior de la Iglesia”. Se trataba de buscar el aggiornamento, es decir “la puesta al día”, o “la actualización” de la Iglesia católica con respecto a la situación que se vivía en el mundo civil en aquel tiempo.
Para entender mejor la propuesta del Papa Juan XXIII es necesario recordar cómo se encontraban la Iglesia católica y el mundo a mediados del siglo XX. El siglo XX ha sido uno de los siglos más controvertidos que hemos vivido; con cambios en todos los niveles: técnicos, sociales, políticos, económicos, culturales, morales, entre otros. Y mientras que el mundo avanzaba a pasos acelerados en propuestas, descubrimientos e innovaciones, la Iglesia parecía no sólo detenida en el tiempo, sino fuera del tiempo y del mundo. Una Iglesia “con las ventanas cerradas”. Es decir una Iglesia que no quería mirar, escuchar o sentir lo que pasaba “fuera” de ella. Al utilizar la palabra “fuera” deseo indicar la división y separación que existía en aquel tiempo: fuera y dentro. El Papa, al emplear la metáfora de la Iglesia como casa que tiene ventanas, nos estaba indicando que la Iglesia a mediados del siglo XX tenía sus ventanas cerradas, es decir estaba incomunicada con el mundo. Unas cosas eran las que pasaban “dentro” de la Iglesia, y otras las que pasaban fuera.
En fechas anteriores al Concilio Vaticano II la comunión de los fieles se realizaba de un modo diferente. Llegada la hora de comulgar, los fieles se acercaban a un reclinatorio de tres o cuatro plazas, que había en el borde del recinto cerrado del prebisterio, por la parte que quedaba abierta y sobre el que habitualmente había una serie de escaleras que situaban el altar a una altura de entre cinco a diez peldaños sobre el piso del templo. En otros casos había una reja, la del presbiterio, que separaba a los celebrantes del resto de los fieles y en unos casos y otros se arrodillaban en el banco reclinatorio y el sacerdote pasaba de derecha a izquierda en tandas de cuatro o cinco dando la Comunión. Los fieles recibían siempre la comunión de rodillas en la boca, jamás de otra manera. Sólo podían comulgar bajo la especie del pan, pues el cáliz era exclusivamente para el sacerdote.
Todo lo hacía el sacerdote, ayudado sólo por el monaguillo, que sólo movía el misal y las vinajeras y era el único que le respondía durante la Misa, pues el pueblo rara vez, por no decir nunca, respondía.
El Concilio Vaticano II ha sido el concilio más representativo de todos los celebrados por la Iglesia. Constó de cuatro etapas, con una media de asistencia de unos dos mil Padres Conciliares procedentes de todas las partes del mundo y de una gran diversidad de lenguas y razas. Fue convocado por el Papa Juan XXIII en 1962 y clausurado por el Papa Paulo VI en 1965. Se propuso actualizar la vida de la Iglesia sin definir ningún dogma. Recordó el Concilio la llamada universal a la santidad.
Antes del Concilio Vaticano II, el pueblo casi nunca cantaba en la celebración de la Santa Misa. El canto que solía haber en catedrales o templos de poblaciones importantes era el canto polifónico, con un coro o escolanía formada por coros de niños, que cantaba en latín desde la parte de atrás de la iglesia o casi siempre desde el coro. Dichos coros no tenían como misión animar al pueblo a cantar con ellos. Vemos la diferencia entre la liturgia preconciliar y la actual; lo que significó este cambio sólo lo pueden valorar aquellos que vivieron ambas liturgias.
En aquellos comienzos de la reforma litúrgica, aunque no siempre fue así en los años sucesivos, las noticias que llegaban de muchos países eran de satisfacción y alegría, como se puede ver en algunos ejemplos que el periodista José Luis Martín Descalzo cita:
Estados Unidos: “Nuestro pueblo -escribió por aquel entonces el cardenal Ritter- ha recibido con entusiasmo la renovación litúrgica y espera con optimismo la evolución litúrgica en camino.” Y el Cardenal Cushing escribió: “La celebración de la liturgia en lengua del pueblo es ya un éxito”.
México: “Las reformas litúrgicas -escribió aquel año uno de sus semanarios católicos- son las que el pueblo ha aceptado y comprendido mejor y con mas agrado”.
Portugal: Afirma Martín Descalzo que en aquel país “hemos podido constatar un gran entusiasmo por la reforma litúrgica. También sobre este aspecto es sobre el que más se había trabajado y el que se preparó mejor.”
Bolivia: Por todas partes, en pueblos y ciudades, las reformas litúrgicas habían sido recibidas con verdadero entusiasmo.
Brasil: “Estamos comprobando, escribieron aquel año los obispos del país, un interés creciente por la Palabra de Dios, a la que las nuevas ceremonias habían devuelto su lugar de honor”.
En pocos países recibió el pueblo con más normalidad y alegría esta renovación como lo hizo en España. Hubo pequeños chispazos de polémicas y discusiones, y diversos niveles de aplicación en tales o cuales parroquias o diócesis. No faltaron algunos grupos reticentes, mas como conjunto, el pueblo entendió desde el primer momento la reforma y la recibió con absoluta naturalidad. La revista “Ecclesia” lo reflejaba así: “Visto el fenómeno en su conjunto, la reacción de nuestro pueblo no puede ser mas alentadora. Siendo, como somos, una cristiandad de corte tradicional, regida en sus costumbres religiosas por un patrón no siempre coincidente con el que ahora nos pide la Iglesia, era de esperar, en principio, una cierta reserva colectiva en la asimilación de los nuevos modelos. Todo lo contrario. Los católicos españoles acogen con visible júbilo la renovación litúrgica en lo que tiene de dinamismo comunitario y de uso de la lengua viva”.
Después de describir este panorama inicialmente muy alentador, Martín Descalzo recuerda que “Y el camino esta abierto”. No le faltaba razón al bueno de D. José Luis Martín Descalzo, pues el camino estaba en su comienzo, para bien y para mal. Los años posteriores habrían de traer muchas luces y también -sería iluso no reconocerlo- no pocas sombras…
Para los católicos que se habían acostumbrado a vivir con las ventanas de la Iglesia cerradas, fue una novedad, e incluso una osadía, el anuncio hecho por Juan XXIII, tres meses después de su elección, de abrir las ventanas de la Iglesia. Sin embargo para muchos otros católicos se trataba de una necesidad vital para la misma Iglesia: o bien se abrían las ventanas para que entrara aire puro y por lo tanto vida, o bien la Iglesia estaba condenada a su pérdida, a su propia muerte encerrada en ella misma. Se trataba de una cuestión de supervivencia. El Papa anunció, en el momento oportuno, lo que ya se esperaba con ansias. El anuncio llenó de malestar a algunos y entusiasmó a otros. Ahora bien, cabe preguntarse para comprender esta situación, si se sabía lo que pasaba en los diferentes pueblos del orbe: ¿qué es lo que pasaba fuera de la Iglesia, en el exterior de los muros de las iglesias, y que era lo que la Iglesia necesitaba tomar en consideración o en cuenta para cortar su aislamiento?
En Bélgica y Holanda, los problemas en cambio vinieron más bien de un excesivo afán de innovaciones que obligaron a los obispos a poner la mano en el freno en alguna ocasión. Pero esos abusos fueron mucho menos comunes de lo que cierta prensa tuvo interés en decir. Así lo puntualizaba hace poco monseñor Bekkers: “Si, algunas veces algún laico o algún sacerdote ha perdido la medida. Luego viene la Prensa y hace de ello un motivo de sensacionalismo. Y sale de ahí una visión falsa del catolicismo holandés. Una información que acudiera a fuentes mas series y competentes daría un panorama mucho menos alarmante”.
La liturgia más utilizada en la actualidad en la Iglesia Latina es, sin duda, la correspondiente al Misal de Pablo VI (o Novus Ordo), en lengua vernácula, es decir, en el idioma propio de cada lugar. Tras ésta, dependiendo del país, se encuentran la misma liturgia pero en latín (especialmente en países anglófonos, curiosamente, y con mucha menos frecuencia en aquellos con lenguas romances) y la liturgia de Juan XXIII (es decir, la forma extraordinaria del rito romano, también conocida como Misa antigua o Misa tridentina). Después, a mucha distancia, persisten algunos otros ritos como el Mozárabe, el Ambrosiano y los de diversas órdenes religiosas, bien en latín o en lenguas vernáculas.
La mayoría de nosotros, que hemos nacido después del Vaticano II, no tenemos puntos de referencia vivenciales que nos permitan evaluar entre “el antes y el después de”. Sin embargo al contemplar la realidad en que vivimos, tanto a nivel nacional como internacional, nos damos cuenta de que la Iglesia no se ha actualizado, o al menos no ha puesto en práctica una gran parte del legado riquísimo del Concilio Vaticano II. Y es que aquel famoso aggiornamento, del que tanto se habló en los años 60’s, es como un vestido que fue novedoso para cierta época pero que puede no decirle nada a las nuevas generaciones.
A Pablo VI le tocó, de alguna manera, frenar esos ímpetus reformistas que no tenían ningún fundamento teológico pero que, desgraciadamente se fueron infiltrando en la Iglesia. Dos son los documentos que atestiguan las direcciones y los canales que Pablo
VI había dado a la vida consagrada, con el fin de evitar verla caer en una adaptación demasiada apegada a los criterios del mundo: el Motu propio Ecclesia sanctae y la exhortación apostólica Evangelica testificatio. En dichos documentos se nota claramente algunas desviaciones que comenzaban a darse en la interpretación de las normas conciliares para la vida consagrada. Vale la pena precisar en estos renglones la insistencia del Papa Pablo VI por hacer que los líneas marcadas por el decreto Perfectae caritatis pudieran llevarse a cumplimiento.
Hay que tener en cuenta que la Misa se decía originalmente en Arameo o Hebreo, puesto que estas eran las lenguas que hablaban Cristo y los Apóstoles; las expresiones: “Amen, Alleluia, Hosanna y Sabbaoth” son palabras Arameas que se mantuvieron y aun permanecen actualmente en la Santa Misa en Latín. Cuando la Iglesia se extendió por todo el mundo de los gentiles en el Siglo I; adoptó el Griego en su Liturgia porque este era el Idioma común del Imperio Romano. El uso del Griego continuó hasta el siglo II y parte del siglo III. El Kyrie eléison, y el Símbolo Litúrgico IHS (deriva de la palabra Jesús en Griego) son una prueba viva del uso de este Idioma en la Liturgia de la Iglesia; pues permanecen aun en la Santa Misa en Latín. Las Misas Romanas iniciales se encuentran en los escritos de San Justo “que datan del año 150 del Cristianismo” y también en los de San Hipólito del “año 215.” El Latín finalmente remplazó al griego como lengua oficial del Imperio.
Hacia el año 250 de la fundación de la Iglesia, la Misa se decía en Latín en la mayor parte del mundo Romano. Incluyendo las ciudades del Norte de África y de Italia, como Milán. La Iglesia en el Imperio Occidental adoptó el latín en la Misa al rededor del año 380 del Cristianismo. El Canon de la Santa Misa en latín, como lo conocemos actualmente, ya estaba completo para el año 399 del Cristianismo. El Latín dejó de ser lengua vernácula hacia los Siglos VII y IX; sin embargo, la Misa siguió ofreciéndose en Latín porque mucha de su Liturgia ya había sido creada en esa lengua. Los Santos Padres de la Iglesia, por entonces, no vieron razón alguna para adoptar las nuevas lenguas vernáculas que estaban en desarrollo alrededor del mundo conocido. Este fue un medio providencial; por que el latín, aunque lengua muerta, sirvió como medio de comunicación en la Iglesia y a través de los Siglos. Sin duda era este el medio por el cual, Dios prometiera en el santo Evangelio, que estaría con nosotros hasta el fin de los tiempos; esto es parte del Plan de Dios para preservar a su Iglesia hasta el final.
Podemos afirmar que a Juan Pablo II le tocó poner en práctica todos los fundamentos de las nuevas líneas de acción y las directrices propuestas por el Concilio Vaticano II. Durante su largo y productivo Pontificado tuvo la oportunidad de conocer los problemas que aquejaban a la vida consagrada, la insidia de la secularización en la misma vida consagrada y el camino desviado que algunas Congregaciones habían ya tomado. Famoso en este aspecto es su intervención en el caso de la vida consagrada en Estados Unidos, al inicio de los años ochentas, que desembocará en la redacción de una carta y del documento Elementos esenciales de la vida consagrada.
José Luis Martín Descalzo nos describe el entusiasmo con el que la reforma litúrgica se empezó a aplicar en Inglaterra: Aquí se esperaba con una cierta tensión la reforma, explica Martín Descalzo. Durante siglos, lo único que diferenciaba la liturgia católica de la anglicana era el latín, que se había convertido en un signo de fidelidad a Roma. Y varios grupos intelectuales del país habían presentado esta reforma como una especie de protestantización del catolicismo: “Una fecha trágica”, decían. Pero los hechos no les dieron la razón: “La experiencia litúrgica del pasado domingo -escribía el Catholic Herald- ha causado mucha menos confusión de lo que muchos preveían. El pueblo ha demostrado que el cambio no le chocaba en absoluto.” Los simples fieles habían demostrado ser mucho más responsables y estar mucho más maduros de lo que los pesimistas calculaban. Y el paso de los meses no había hecho más que confirmar esta impresión.
El único objetivo del Papa San Pío V al mandar codificar la Misa, no fue sino el de la unidad de la Iglesia, la única de las razones de peso; por la que se asegura la unidad en el culto católico y se evita la disparidad de rito, el único medio era la uniformidad en el idioma, y así se preservaría no solo de cisma sino también de los errores que pudieran ser introducidos. Mandó San Pío V fuese dicha, la Misa en lo que sería en adelante el idioma oficial de la Santa Iglesia: “El Latín.”
Las razones para la adopción del latín como la lengua de la Iglesia, eran más que evidentes, había que asegurarse de que el idioma que la Iglesia tomara como oficial, no fuera modificado a través de los tiempos y los lugares; pues la historia nos demuestra que los vocablos de los idiomas cambian de significado o se introducen modismos, por el habla popular con el tiempo.
Hasta los reformistas protestantes reconocen la conexión entre las enseñanzas de la Iglesia y la Misa. Lutero creyó que eliminando la Misa, podría derrocar al papado. El y otros reformistas protestantes se dedicaron a erradicar la noción del sacrificio de sus liturgias “reformadas.” Eliminaron los altares y los crucifijos, y las lecturas de las Escrituras y los sermones remplazaron el concepto de la Real Presencia de Cristo en el Sagrado Sacramento. Esto se fue haciendo gradualmente, para que los católicos quienes, después de todo, iban a las mismas iglesias y con frecuencia tenían los mismos pastores, difícilmente se dieran cuenta de que poco a poco se iban convirtiendo en protestantes.
La repuesta sabia de la Iglesia, a todas estas incógnitas preocupantes, las soluciona adoptando una lengua que en sí misma sea inalterable, inmutable en lo esencial de sus vocablos.
El Latín ofrecía la garantía de la unidad; es por eso que se mandó, se adoptase en toda la Liturgia de la Iglesia: “El Latín lengua muerta” a excepción de los ritos católicos que tuvieran más de 200 años de existencia. Son por estas razones y no por otras, por las que se dice la Misa en Latín (lengua muerta). Como no se habla actualmente como lengua vernácula de país alguno; las palabras en Latín no cambian de significado. Por ejemplo el idioma inglés será más fácil de entender, pero a causa del habla popular, los coloquialismos, y la influencia de los regionalismos, las palabras que usamos varían de significado de un sitio a otro y de un año a otro. Como lo dijo su Santidad Pío XII de feliz memoria: “El uso del Latín” es una señal hermosa y manifiesta de la unidad, así como un antídoto efectivo contra cualquier corrupción en la verdad doctrinal” (Mediator Dei).
Benedicto XVI recibió en herencia un panorama nada halagador de la vida consagrada. El envejecimiento, la falta de vocaciones y la pérdida, en algunas congregaciones, del sentido de la consagración, se unen a la insidia de la secularización y la falta de esperanza por parte de muchas religiosas que viven su vida consagrada, más con resignación, que con verdadera pasión por Cristo y por la humanidad. Pasados cuarenta años de la clausura del Concilio, tocó a Benedicto XVI tomar el pulso a la vida consagrada y dar las directrices más oportunas para el momento actual.
En las referencias que como periodista del Concilio realiza José Luis Martín Descalzo, encontramos como nos describe el entusiasmo con el que la reforma litúrgica se empezó a aplicar también en otros países del mundo como Marruecos, Yugoslavia, o Canadá; manifestándose en todos los casos la satisfacción de los fieles por el cambio:
Marruecos: “Reconozco con alegría -escribió aquel año el arzobispo de Tánger- que la realidad sobrepasa todas las esperanzas. Tres resultados son ya claros: ha aumentado la asistencia a la misa diaria, ha crecido el número de los que comulgan y se comprueba una pronta y espontánea participación de todos. En una palabra: yo diría que aquí está el dedo de Dios.”
Yugoslavia: La opinión del Episcopado yugoslavo había puesto el dedo en el mismo centro del problema: “Se puede establecer como norma general que allí donde los sacerdotes han tornado los nuevos ritos con amor, celo y prudencia, los fieles han respondido con interés y alegría.”
Canadá: “Aquí -escribió monseñor Nicolet- los sacerdotes han sido generalmente muy favorables al movimiento de renovación litúrgica, y gracias a esto todo ha ido muy bien aquí. Los fieles no solo rezan ya juntos, sino que también cantan acordes en las lenguas vulgares.”
Estupendo documento histórico.
La devoción al Señor de la Capilla es, en nuestro pueblo, reciente. Tras la destrucción de las imágenes en la guerra civil, y entre ellas el valioso, desde los puntos de vista artístico y religioso, «Señor de las Aguas» de Reolid, que presidia el desaparecido retablo. Se vio la necesidad de tener una imagen que heredara la antigua devoción.
Se consiguió con el Señor de la Capilla. Imagen que se compró a un convento de Córdoba que, por su estado ruinoso, se cerraba. Como anécdota decir que el Señor de la Capilla fue trasladado en tren desde Córdoba hasta Andújar, y a los portadores les quisieron cobrar, por el santo, el importe de tres asientos, no sé si los pagaron.
Don Diego es el sacerdote que en los archivos de la Causa General aparece y que el nombrado padre Antonio dice que tras sufrir prisión en El Santo y en Jaén fue «absolvido» (ya comentamos la expresión en el blog del retablo). Don Diego muere en un cortijo.
No solo en el coro había pitorreo. A la novena asistían también devotos con más vino que divoción. Se cuenta que uno de ellos siempre gritaba, a media lengua por las consecuencias (por viva el Señor de la Capilla):
¡VIVA JUAN JOSÉ DE MOLINILLA!
Pedro, tito Pedro. Me gusta en especial todo lo que narras evocando los recuerdos de tus pasados años vividos. Me satisface leer la mención de nuetros paisanos que por alguna circunstancia tuvieron protagonismo en nuestro pueblo en relación a esta manifestación religiosa y tradicional. Buena explicación de la evolución de esta devoción con el paso de los años; sin duda un gran aporte para el conocimiento y memoria de nuestro pueblo: mi enhorabuena. Un abrazo para tí y un cordial saludos para todos los seguidores de este humilde espacio.
José Luis Martín Descalzo nos describe el entusiasmo con el que la reforma litúrgica se empezó a aplicar en naciones tan emergentes como la Unión Sudafricana, o en Guinea:
Unión Sudafricana: Menos optimista, a la corta, era monseñor Hurley, quien, con su habitual humor, escribió: “Aquí tenemos algunos sacerdotes aferrados al viejo rubricismo. Pero no vamos a perseguirles por eso. Como conjunto, el clero ha recogido bien la técnica de la nueva liturgia, pero le falta espíritu nuevo. Esto proviene de su formación, que fue demasiado teórica y demasiado individualista. Por eso la verdadera reforma litúrgica tendremos que hacerla en los Seminarios, de cara al futuro.”
Guinea: Aquí, en cambio, monseñor Tchidimbo escribió con alegría que “encuentra un verdadero entusiasmo por la reforma litúrgica entre los misioneros’.
El Concilio Vaticano II es el hecho más decisivo de la historia de la Iglesia en el siglo XX. Se convocó con el fin principal de:
- Promover el desarrollo de la fe católica.
- Lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles.
- Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo.
- Lograr la mejor interrelación con las demás religiones, principalmente las orientales.
Tras un largo trabajo concluyó en 16 documentos, cuyo conjunto constituye una toma de conciencia de la situación actual de la Iglesia y define las orientaciones que se imponen. Las características del Concilio Vaticano II, son: Renovación y Tradición.
Se realizaron 4 constituciones importantes, 9 decretos y 3 declaraciones que han definido varios de los cambios de apertura de la Iglesia.
Tocó a Benedicto XVI dirigir la barca de la Iglesia en momentos de gran dificultad, pero también de gran esperanza. Han pasado ya los tiempos de exaltación, cuando a raíz del Concilio se pensaba, quizás en forma irreflexiva y guiados solamente por la emotividad de la nueva situación, que el trabajo de la Iglesia a partir de ese momento, sería sólo el de cambiar una cierta fachada, ya obsoleta, para introducir estructuras más sólidas, de acuerdo con los tiempos actuales.
La valoración de los cambios litúrgicos en Costa de Marfil fue que los cambios dieron un optimismo nuevo al pueblo tal como lo refleja la carta con la que monseñor Yago presentaba la nueva liturgia a sus diocesanos: “Dios nos pide que cantemos sus alabanzas, le honremos y recemos según nuestra alma africana. Hasta ahora lo hemos hecho según una tradición latina, y los misioneros que nos han traído la buena nueva no podían transmitírnoslo de otro modo. No significa ingratitud hacia nuestros padres en la fe el querer permanecer africanos en nuestras relaciones con Dios, ya que la Iglesia nos recomienda que unamos las riquezas de nuestra tradición a las alabanzas que suben hacia nuestro Padre celestial de todos los pueblos de la tierra.”
Otra prueba de aceptación de los cambios en la liturgia viene dada por los católicos de Japón al igual que los de otros países asiáticos reflejaron entusiasmo en sus primeras impresiones: “Los primeros pasos de la reforma -escribieron los obispos Japoneses- han sido acogidos favorable y generalmente con una gran alegría, como un verdadero progreso hacia la participación activa.”
Recordemos que Constitución es un documento que posee un valor teológico o doctrinal permanente. Las Cuatro Constituciones del Concilio Vaticano II fueron:
1."Sacrosanctum Concilium". La Sagrada Liturgia. 4 de diciembre de 1963. Oración litúrgica y sacramentos piden la participación activa de todos. El fin esencial de la reforma litúrgica es obtener la participación activa de todos, la cual es "la fuente primera e indispensable donde los fieles deben obtener un espíritu verdaderamente cristiano". Esta Constitución insiste sobre el lugar primordial que debe dársele a la Palabra de Dios. La Constitución revisó la liturgia de todos los Sacramentos.
2."Lumen Gentium". La Iglesia, "Luz de las naciones". 21 de noviembre de 1964. La Iglesia es el pueblo de Dios, en el cual todos los cristianos son responsables y solidarios. María es madre en la Iglesia. En esta constitución el Pueblo de Dios está presente en primer lugar. (18 de noviembre de 1965). Los impulsos escriturísticos cobraron impulso decisivo con León XIII, Pío X, Benedicto XV y más tarde Pío XII. Se paso de un ángulo meramente textual de la palabra escrita a uno contextual.
3."Gaudium et spes". La Iglesia en el mundo actual. "Schema XIII". 7 de diciembre de 1965. En esta Constitución la Iglesia ha querido considerar al mundo en todas sus expresiones: cósmicas, humanas, históricas. Afirma que la Iglesia es solidaria, íntimamente solidaria con el género humano. Constata que ante los formidables cambios que sacuden a este mundo, muchos hombres se interrogan. Afirma que se debe reconocer la "igualdad" fundamental de los hombres. Explica lo que la Iglesia puede hacer para ayudar a los hombres.
4."Dei Verbum". La Revelación Divina. 18 de noviembre de 1965. Constitución que trata sobre la revelación Divina. Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad. En Cristo culmina esta revelación, la cual hay que recibir con fe.
En Francia, nuestro país vecino, fue tal vez el que con mayores tensiones recibió estos primeros pasos. Algunas revistas conservadoras se empeñaron en ver en la nueva liturgia una especie de “palanqueta” del ateísmo para derribar a la Iglesia, pero estas protestas, como dijo un documento episcopal colectivo, han sido “más espectaculares y escandalísticas que numerosas y representativas”. De hecho el balance de la comisión episcopal de liturgia fue plenamente optimista: “La participación activa crece: el pueblo es mucho más que antes un pueblo orante. La satisfacción se registra en un dato significativo: una mayor presencia del pueblo en la primera parte de la misa, habiéndose conseguido una puntualidad que demuestra el interés por la Liturgia de la Palabra, que es escuchada con placer en la lengua viva. El sentido de la Iglesia renace y crece porque se ha comenzado a comprender que la Misa es acción de toda la Iglesia y del pueblo. La dignidad y la verdad de la celebración refulgen con un nuevo esplendor”.
Benedicto XVI describe el momento de la Iglesia durante su pontificado, tomando pie de la descripción que hace San Basilio sobre la situación de la Iglesia después del Concilio de Nicea: “El grito ronco de los que por la discordia se alzan unos contra otros, las charlas incomprensibles, el ruido confuso de los gritos ininterrumpidos ha llenado ya casi toda la Iglesia, tergiversando, por exceso o por defecto, la recta doctrina de la fe...”
El panorama descrito por el San Basilio se asemeja bastante a la situación por la que atravesamos en nuestros días, y Benedicto XVI no tiene empacho en decirlo. Son momentos de una gran confusión en la Iglesia,
- En donde parece ser que cada teólogo se erige como sumo pontífice y nadie tiene el derecho de contradecirlo.
- En donde para muchos la verdad no existe o es inalcanzable.
- En donde cada quien puede hacer lo que le parezca, cobijado con una supuesta libertad que está terminando por ser libertinaje.
- En donde la mentalidad secularizada interpreta los votos en formas más parecidas a un organismo gubernamental que a una obra querida por Dios.
- En donde el sentido de la misión se diluye en obras de carácter eminentemente social.
Esto se da por la falta de interés de formación de todos los que conformamos la Iglesia.
Gracias a la especie de diario del Vaticano II escrito por el sacerdote y periodista español José Luis Martín Descalzo (Un periodista en el Concilio, editorial PPC, 1966), libro interesantísimo donde los haya para quien se interese por la historia del Concilio, del cual celebramos los 50 años, conocemos las vicisitudes de muchos párrafos de los documentos conciliares, especialmente aquellos más controvertidos. Y entre dichos párrafos se puede incluir los que se refieren al celibato sacerdotal en el decreto Presbyterorum Ordinis, que como explica dicho autor en el tomo IV (pp. 500-505) de su monumental obra, recibieron una lluvia de enmiendas, si bien en su inmensa mayoría no para discutir su conveniencia (como algunos propugnaban desde medios de comunicación y foros eclesiásticos) sino para precisar las razones que fundamentan esta venerable tradición de la Iglesia.
Es evidente, que muchos cristianos están olvidando que el acto de Adoración Supremo (Misa) no es una reunión social que sirva para halagar a los sentidos, ni mucho menos un estímulo para favorecer el sentimentalismo; muy al contrario es la “Aceptación de la soberanía infinita de Dios y de sus perfecciones con la sumisión absoluta de la criatura para con su Señor y Creador. Nos encontramos por desgracia en una situación en donde los modismos y costumbres en los Idiomas se suceden una y otra vez sin interrupción; de tal manera que al cabo de solo 2 o 3 años ya no tienen el mismo significado tal o cual palabra, la prueba esta en que experimentamos cambios en la forma de hablar de las generaciones pasadas a las actuales y sin embargo lo aceptamos gustosos. Entonces, ¿ Porqué no aceptar un Idioma que además de ser Mandado por la Iglesia Católica es a la vez una garantía de seguridad que preserva a nuestra Fe Católica de todo contagio de error y de corrupción?. Para los que se quejan de no entender el latín no es sino una manera fácil de justificar su falta de piedad y de Fe y por este motivo culpan a un Idioma que facilita la unidad de la Iglesia y que además a sido Inspirado por el Espíritu Santo y por eso se conforman con el progresismo religioso de los templos actuales; condenado por la Santa Iglesia.
Benedicto XVI, sin alarmismos, no niega la realidad que debe afrontar. Como gran académico, es conocedor que el momento por el que atraviesa la Iglesia no es nada fácil. Se da cuenta que no existen recetas mágicas para salir de esta situación, sino que es el trabajo inteligente el que dará las respuestas necesarias. Es una constante en sus numerosos discursos a la vida consagrada “Los consagrados y las consagradas hoy tienen la tarea de ser testigos de la transfigurante presencia de Dios en un mundo cada vez más desorientado y confuso, un mundo en el que colores difuminados han sustituido a los colores claros y nítidos.”
Aunque la Misa en Latín data del año 150 del Cristianismo, el advenimiento de la nueva Misa Protestante (Novus Ordo Missae) hecha oficial por Pablo VI el 22 de Marzo de 1970, causó la Apostasía de muchos Sacerdotes. Pero también la reacción de muchos otros que permanecieron fieles a las Enseñanzas de la Iglesia, los cuales concientes de la importancia de la Unidad cuya nota, es la principal para conocer la Verdadera Religión; han continuado Oficiando la Santa Misa tal como fue codificada por la Santa Iglesia poco después del Concilio de Trento, sin agregar ni disminuir nada de lo que allí establecieron; según aquello del conmonitorio: “no traspases los límites que han establecido vuestros antepasados”.
El celibato sacerdotal ha sido un tema de amplio debate durante mucho tiempo. Actualmente, se ha convertido en un tema de palpitante interés para los medios de comunicación, a lo que han contribuido en gran medida, los recientes ejemplos de ruptura con este compromiso de ciertos personajes relevantes. Son diversas las cuestiones que se plantean con respecto al celibato en el momento actual. Se suele decir que el celibato crea una barrera entre el sacerdote y la gente, especialmente con los casados, por cuanto dificulta la empatía con las dificultades que éstos pueden encontrar. Mientras unos afirman que el celibato conduce al aislamiento psicológico y emocional, otros ven en él una represión de sentimientos e inclinaciones naturales que atrofia el crecimiento normal de la personalidad.
A menudo se afirma que el celibato es una carga para la mayoría de los sacerdotes, una causa de soledad y de omisión del ejercicio de sus obligaciones. Y no es raro encontrarnos, en algún editorial de periódico, como muestra de aprobación a sus afirmaciones, que “sólo un dos por ciento de las personas que se comprometen al celibato logran ser fieles a su compromiso”. Y se llega afirmar, en todo caso, que, puesto que el celibato no es un precepto de ley divina, sino más bien de disciplina eclesiástica, puede verse modificado en cualquier momento.
Para comprender la problemática de los cambios en la Iglesia, que con la perspectiva de los años se ha llegado a considerar se pone le ejemplo de la familias. Diciendo: “Cuando las familias se reúnen en torno a la celebración de las “Bodas de Oro” o 50 años de matrimonio de los padres, todo es gozo y alegría. Aunque es bueno reconocer que no todo fue tan glorioso como se pretende mostrar en ese momento, surge más el deseo de afirmación de la vida, de la posibilidad de haber compartido tantos años, de los logros alcanzados, del legado dejado a las generaciones actuales.
Pues bien, en la familia cristiana, también celebramos los 50 años del Concilio Vaticano II y a manera de analogía con el ejemplo anterior, podemos afirmar que hay deseos de celebrar y de recordar ese momento de luz y gracia que se experimentó en la Iglesia universal. No se puede negar que desde entonces la Iglesia no es la misma.
Ante la situación de la Iglesia y sus ministros, en el mundo actual, un número de teólogos distinguidos (entre ellos W. Kasper, H. Kung, G. Kraus, K. Lehmann; B. Sesboue, etc.) y de manifiestos que consideran urgente la necesidad de llevar a cabo una reforma valiente de las condiciones de acceso al sacerdocio. En concreto, se pide a la administración eclesial la abolición de la ley del celibato o la opción libre del celibato y la admisión de personas casadas a la ordenación. Fundamentalmente, esta abolición de la ley del celibato significa anular la ley del celibato obligatorio; mantener el ideal del celibato sacerdotal; ensalzar el ministerio sacerdotal.
Con la distinción entre “ley del celibato” e “ideal del celibato” se abre un doble camino: por un lado, sustituir la obligación del celibato por su recomendación del celibato. Por otro lado, se deberían emplear todos los medios espirituales y pedagógicos para motivar a los candidatos con el ideal del sacerdocio sin matrimonio y apoyar a los sacerdotes célibes en la realización de este ideal. Así, los dos caminos servirían para subrayar y promover el ministerio sacerdotal en su singularidad e insustituibilidad. Para tal razonamiento los teólogos críticos usan los argumentos de que hay hechos históricos que nos confirman (como formula el Vaticano II en P.O. n. 16) que el celibato “no se exige por la esencia del ministerio”.
Desde principios de la década de los 60's muchos de estos primeros cambios se fueron gradualmente introduciendo en las iglesias Católicas. Fue entonces en ésta época cuando la Misa experimentó cambios por una comisión del Vaticano II asistida por seis protestantes. En la nueva Liturgia que arreglaron ellos no hay referencias a la Misa como un sacrificio, pues la definen como: “El memorial del Señor” y se identifica perfectamente con el servicio protestante. Al transformar toda la Liturgia alejándose impresionantemente de la Teología Católica, éstas reformas han demostrado a la sociedad que los nuevos cambios litúrgicos solo conducen a una total desorientación en los Católicos que dieron señales de indiferencia y de disminución de la Fe, otros pasaron por una torturante crisis de conciencia y finalmente miles apostataron; pues la nueva Misa no era ya la expresión de una Fe Católica sino la de una nueva religión ecuménica.
A partir del testimonio del Nuevo Testamento, se constata que, según el ejemplo de Jesús y del apóstol Pablo, el celibato es sólo una recomendación y no una ley. El celibato se elige con total libertad y no es impuesto por obligación de ninguna ley. Al contrario, en la Iglesia primitiva el matrimonio es la regla prescrita para todos los que prestan un servicio a la iglesia. De manera que en los orígenes de la iglesia, el celibato no forma parte de la esencia del ministerio eclesial. Durante todo el primer milenio se exigía la abstinencia en el seno del matrimonio y no la obligación por ley de no contraer matrimonio. En la argumentación de la ley del celibato, recién introducida en el siglo XII, se adujeron motivos muy cuestionables: impureza cultual, la salvaguarda económica de los bienes materiales de la iglesia, el desprestigio del matrimonio. Todo esto confirma, a través del devenir histórico, que la renuncia al matrimonio impuesta por ley no es inherente a la esencia del ministerio sacerdotal.
Una mirada a las “Iglesias católicas orientales”, unidas con Roma, demuestra que el celibato de los sacerdotes no es un principio católico de validez general. Las Iglesias orientales unidas tienen con respecto al celibato la misma ordenación por ley que las iglesias ortodoxas primitivas, con sus sacerdotes casados (sólo a los obispos se exige no casarse). El Vaticano II fortaleció este reglamento de las Iglesias orientales unidas mediante el decreto Orientalium Eclesiarum (OE), subrayando que las Iglesias católicas orientales tienen “su propio derecho eclesial” (Orientalium Eclesiarum 3) y “su propia organización” (Orientalium Eclesiarum 6). En el seno de la Iglesia hay dos derechos fundamentales: los sacerdotes de la Iglesia oriental tienen derecho a casarse, mientras los de la Iglesia latina están obligados al celibato por ley.
Benedicto XVI sorprende porque sabe poner el dedo en la llaga, con suma caridad, casi sin molestar a las posturas contrarias a la buena recepción del Concilio, pero no deja pasar esta desviación que es causa de tantos problemas en la Iglesia. Casi a renglón seguido, el Papa se cuestiona el origen de esta discrepancia en el modo de aplicar el Concilio: “¿Por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil?” Descubrir el porqué de los errores ha sido siempre la postura sapiencial de la Iglesia. Benedicto XVI no juzga a nadie, tan sólo quiere entender porqué se dan estos errores, conocer sus causas. De tal forma que conociendo dichas causas, se pueda intervenir en forma adecuada. Le interesa corregir la inadecuada recepción del Concilio, y para ello es necesario ira la raíz del problema, que no es otra que la forma en que se interpretan las reformas del Concilio Vaticano II.
Estamos en principio ante una nueva prueba de que el servicio a la Iglesia y el celibato no necesariamente han de ir unidos. Además, se impone la cuestión práctica de la justicia: ¿por qué se prohíbe a unos lo que se permite a otros? O en forma constructiva: tomar en serio esta discrepancia en la justicia, ¿no podría ser un fuerte impulso para que los casados en la Iglesia latina tuvieran acceso al sacerdocio? Se apoyan en el contraste del comportamiento contradictorio por parte del magisterio eclesial, que desde el año 1950, ha habido. Por una parte, imponen el celibato a los sacerdotes de la Iglesia latina pero, por otra parte, están permitiendo que sacerdotes casados que quieren unirse a la Iglesia católica, provenientes de otras confesiones cristianas, puedan continuar con su vida matrimonial.
Un sector de la Iglesia se ha empeñado durante cuarenta años en leer los textos del Concilio Vaticano II en clave de ruptura, haciendo ver que la Iglesia del postconcilio era diversa a la pre-conciliar, no es de extrañarnos que ahora muchas culturas, especialmente en Occidente, han quedado completamente al margen del evangelio. Culturas y pueblos que fueron los evangelizadores del mundo, se empeñaron durante 40 años en desconocer sus raíces y en no seguir los lineamientos del Concilio Vaticano II. Ahora se presentan como tierra de misión dentro de una sociedad neo-pagana. Benedicto XVI se da cuenta de los resultados de esa postura que ha alejado a tantos de la verdadera Iglesia, fundando una concepción de Iglesia distinta a la que ha fundado Jesucristo. La percepción que tiene del Concilio Vaticano II es clara, un movimiento que quería reformar a la Iglesia, y que deberá continuar con el fin de desarrollarla y hacerla más eficaz en la transmisión del mensaje de salvación.
Uno de los grandes logros del Concilio Vaticano II fue papel que supuso la consideración del laico en la vida de la Iglesia, pues los laicos antes no aparecían en la vida activa de la Iglesia, salvo en instituciones piadosas, pero después de esta cumbre sí aparecen “y codeándose con otros que son Papas, obispos: todos juntos”. En este gran logro se descubre el valor de los laicos, con todo lo que significa eso: la unión con el obispo, trabajar con la Iglesia, ver que la Iglesia somos todos.
Los laicos son llamados por Jesús para trabajar en su viña construyendo el Reino de Dios en este mundo, tomando parte activa, consciente y responsable en la misión de la Iglesia, en esta hora dramática de la historia, ante la presencia ya en el actual Tercer Milenio. A nadie le es lícito permanecer ocioso dentro de la Iglesia; no hay lugar para el ocio. Por eso se nos invita a mirar cara a cara este mundo con sus valores y problemas, inquietudes y esperanzas, conquistas y derrotas.
La raíz del problema se encuentra en la forma en que se lee el Concilio, lo que Benedicto llama la hermenéutica (la capacidad de interpretar) del Concilio: La hermenéutica de la reforma, es decir leer el Concilio Vaticano II en forma tal que permite ver un desarrollo lineal de la Iglesia, sin ruptura con el pasado, requiere partir del hecho del objetivo del Concilio. Dice Benedicto XVI, citando a Juan XIII que el objetivo del Concilio no era otro que el de “transmitir la doctrina en su pureza e integridad, sin atenuaciones ni deformaciones.” El Concilio Vaticano II daba por sentado todos los puntos doctrinales. Su objetivo primordial era el de transmitir sin atenuaciones ni deformaciones la integridad de la doctrina, verdadera e inmutable.
La hermenéutica de la discontinuidad, lo podemos aplicar a la vida consagrada.
Otro gran logro de Vaticano II fue la apertura de la jerarquía. “No quiere decir que antes no se hubiera dado sino que ahora era una casi oficial, insistente. El obispo y los sacerdotes son servidores y deben escuchar y colaborar con los laicos; un símbolo pequeñito, por ejemplo, es el habernos quitado el hábito, es una expresión de un acercamiento más a los laicos, de unidad; no quiere decir que los que no tienen hábito no se acerquen, pero es un símbolo; ese es el logro de la Iglesia servidora”. Finalmente, otro gran logro fue el tomar conciencia de los sacramentos como algo que tenemos que recibir con conciencia. “Antes los sacramentos eran más solemnes, misteriosos, pero ahora los laicos son más activos en ellos.” Si bien este concilio es conocido porque originó muchos cambios en la Iglesia católica, se debía resaltar que sin embargo todo siguió igual en su esencia. “Por ejemplo, la Eucaristía: la Iglesia volteó el altar, pero las palabras siguen de la misma manera; la Iglesia permitió que haya guitarras y otros tipos de cantos, pero los mensajes siguen iguales. Ese es un sentido muy importante que nunca debemos olvidar. En lo sustancial, la Iglesia sigue siendo la misma”.
El Vaticano II es sin duda la más amplia operación de reforma jamás realizada en la Iglesia; no sólo debido al número de padres conciliares (2.540 al principio, frente a los 750 del Vaticano I y los 258 del concilio de Trento) y a la unanimidad de las votaciones que muchas veces batieron todos los récords (así, la constitución sobre la revelación sólo registró seis votos negativos de un total de 2.350 votantes; la constitución sobre la Iglesia sólo cinco votos negativos), pero sobre todo debido a la amplitud de los temas abordados: la revelación, la Iglesia (naturaleza, constitución, miembros, actividad misionera y pastoral), la liturgia y los sacramentos, las otras comunidades cristianas y las otras religiones, el laicado, la vida consagrada, la reforma de los estudios eclesiásticos, la libertad religiosa, la educación, las relaciones fe-cultura, Iglesia
-mundo, los medios de comunicación social...
Seguramente serán necesarios varios decenios para medir el impacto real del Vaticano II. Pero podemos perfectamente afirmar que las resistencias humanas no conseguirán anular un concilio tan visiblemente sostenido por la fuerza del Espíritu.
La dispensa eclesial, es concedida por la conversión de pastores o clérigos luteranos, episcopalianos, anglicanos. Ante esta conducta de la Iglesia, se preguntan de forma muy crítica: ¿qué se ha hecho por la sensibilidad hacia los sacerdotes propios, obligados al celibato y que viven con grades esfuerzos su vida sin matrimonio, cosa nada fácil? ¿Es justo que sacerdotes propios, que se deciden por el matrimonio, sean apartados totalmente del ministerio sacerdotal mientras que los convertidos pueden ejercer el ministerio sacerdotal con esposas e hijos?
Me pregunto ¿Cuál es la reacción de los obispos ante la escasez de vocaciones? Que los obispos reaccionan mediante una reforma administrativa: van adaptando las parroquias a la cantidad escasa de sacerdotes, con la consecuencia de que se dispone de un sacerdote para varias parroquias, lo que hace que se convierta en manager y, con el efecto de que es imposible celebrar la Eucaristía dominical en cada parroquia.
¿Cómo debe valorarse esta grave situación pastoral bajo el prisma de la dogmática? Debemos tener en cuenta básicamente dos grandes líneas: el derecho de las comunidades a poder celebrar la Eucaristía dominical y la responsabilidad pastoral propia de los obispos del lugar como pastores de su Iglesia local. ¿Qué hacer en esta situación de necesidad desde el punto de vista dogmático?, principio máximo de toda actuación eclesial que es la salvación de los hombres, y concretamente el servicio salvífico a los hombres, como lo afirma el Derecho Canónico: “la salvación de las almas es la máxima ley para la Iglesia” (can. 1752).
Si hoy en muchas diócesis, debido a la falta de sacerdotes, no se puede ejercitar el necesario servicio salvífico, los obispos están obligados a encontrar nuevas soluciones. Y ya que la falta de sacerdotes se ha producido en gran parte por el efecto intimidatorio del celibato, los obispos deben actuar decididamente en Roma, para que sea eliminado el engarce jurídico del sacerdocio con el celibato. Como mínimo, han de conseguir un reglamento de emergencia de manera que puedan ordenar hombres reconocidos en su fe, profesión y familia. Los signos de los tiempos muestran que no se trata de administrar una penuria institucional, sino de dar la vuelta a la necesidad pastoral. Y para cambiarla hacen falta más sacerdotes. Y si la ley del celibato impide esencialmente el servicio salvífico de la pastoral necesaria hoy en día, debe ser anulada. Los obispos, que actúan bajo su propia responsabilidad, deben preguntarse en conciencia: ¿hay una ley que sea más importante que la salvación de los hombres? El servicio salvífico es, desde Jesucristo, una necesidad absoluta y siempre válida. El celibato, en cambio, es una ley humana contingente y modificable.
Muchos echan la culpa al celibato del significativo descenso de candidatos al sacerdocio, considerándolo una barrera que impide que se acerquen al seminario el tipo de jóvenes adecuado. Todas estas razones llevan a algunos a afirmar que la iglesia debería convertir el celibato en un requisito opcional para la ordenación, pues, de otra forma, el sacerdocio tropezaría con serias dificultades para encontrar vocaciones en el futuro. Desde otra perspectiva, se afirma que, con el desarrollo de la teología del matrimonio a partir del Vaticano II, no se puede sostener que el sacerdocio sea una vocación de rango “superior”, y que es necesario, por tanto, “desmitificar” el concepto tradicional del ministerio para ajustarlo a las necesidades de la sociedad moderna. Para algunos, el sacerdocio católico, tal como está constituido actualmente, es una posición privilegiada, caracterizada por un ejercicio de “poder”, sin responsabilidad. Y defienden que, amparados precisamente en la insistencia de la Iglesia sobre el celibato sacerdotal, este “poder” se perpetúa mediante el dominio sobre el resto de los fieles cristianos.
A primera vista, algunas de las objeciones y cuestiones parecen tener cierta validez y, por tanto, han de ser confrontadas. Pero hay otras que dan muestras de una parcialidad ideológica notoria. Está claro también que, en el fondo de muchos de los argumentos en contra de lo que se tiende a denominar celibato “obligatorio”, se encuentra una concepción del sacerdocio que difiere en gran medida del concepto tradicional de ministerio desarrollado en los primeros mil quinientos años de la vida de la Iglesia y según fue establecido por el Concilio de Trento y el Concilio Vaticano II. Resulta evidente, al mismo tiempo, que la actual consideración del sacerdocio no se ha visto libre de la influencia de diferentes actitudes teológicas y filosóficas surgidas de los últimos treinta años. Es necesario, por tanto, revisar lo que ha estado sucediendo en la Iglesia a lo largo de este periodo para tratar de identificar las causas de lo que muchos consideran una crisis del sacerdocio en el momento actual.
Este hecho es esencial para entender por qué en una sola generación se ha podido devaluar tanto la estimación de la gente en el estatus del sacerdocio, como lo refleja el dramático descenso en el número de vocaciones, y por qué el celibato, que hasta hace poco había gozado de un estatus de tipo reverencial, es ahora, con frecuencia, fuente de confusión, y de hostilidad manifiesta. Hasta hace dieciséis años habría sido inconcebible encontrar en un periódico serio un titular del estilo: “El celibato: ¿una perversión?”, como ha sido recientemente el caso.
Es necesario analizar el celibato en su desarrollo histórico. El compromiso constante de la Iglesia latina de permanecer fiel a un estado de vida, que fue siempre signo de contradicción y que dice mucho acerca de la naturaleza y el valor de este carisma. La Iglesia ha tenido que luchar en todo momento contra la debilidad humana y la oposición del mundo pero, firmemente persuadida de estar siendo fiel a una norma de origen apostólico, recurrió a los medios sobrenaturales y empleó la fortaleza necesaria para renovar la disciplina del celibato muchas veces a lo largo de los siglos.
El papa Pablo VI, en la encíclica Sacerdotalis Coelibatus, y más recientemente Juan Pablo II, en la encíclica Pastores Dabo Vobis, expresaron el deseo, de que el celibato fuera presentado y explicado más plenamente desde un punto de vista espiritual, teológico y bíblico. El Beato Juan Pablo II, era consciente de que muchas veces no se explica bien, el celibato sacerdotal, hasta el punto de llegar a afirmar que el extendido punto de vista de que el celibato es impuesto por ley “es fruto de un equívoco, por no decir de mala fe”.
El papa teólogo Benedicto XVI, en la homilía de la Misa Crismal del Jueves Santo (05-04-2012), en la Basílica de San Pedro dijo: “que la situación actual de la Iglesia es muchas veces "dramática", reiteró el "no" al sacerdocio femenino y de personas casadas” y denunció la "desobediencia organizada" que propugna un grupo de curas y teólogos europeos para renovar la institución eclesial y el "analfabetismo religioso" de la sociedad, luego alegó que "A Cristo le preocupaba precisamente la verdadera obediencia, frente al arbitrio del hombre" subrayó; aseguró que con la obediencia "no se defiende el inmovilismo ni el agarrotamiento de la tradición y que ello se puede ver en la historia eclesial de la época postconciliar” del Concilio Vaticano II.; prosiguió diciendo que "No anunciamos teorías y opiniones privadas, sino la fe de la Iglesia, de la que somos servidores”, puntualizo finalmente.
Los Ortodoxos orientales permiten que se ordene a hombres casados, pero también valoran el ministerio célibe. Hay formas creativas y tradicionales para hacer el cambio a la vez que aseguramos al celibato un sitio de honor. Mientras que la ordenación sacerdotal cambia a un hombre de por vida el voto de celibato no tiene por qué ser permanente. ¿Por qué no hacerlo temporal? Así un hombre podría servir como sacerdote célibe cinco años, y revisar la situación con sus superiores antes de hacer un voto de por vida. Así es como los monjes y monjas tantean sus votos. Avanzan gradualmente hacia un voto para toda la vida. Y es posible ser un monje o monja durante mucho tiempo sin dar el paso final a un voto de por vida.
Hay muchas formas positivas para considerar cambiar la norma. Por el momento no tenemos la infraestructura para hacer el cambio. Sin embargo, si el cambio se pudiera aplicar gradualmente el sistema de soporte crecerían también gradualmente. Roma actualmente permite que obispos individuales pidan dispensas del voto de celibato para antiguos clérigos anglicanos. Si permitiesen la misma dispensa a católicos ordinarios casados que quisiesen ser ordenados, entonces podrían dar un paso adelante hombres adecuados.
Algunos argumentan que eliminando el celibato se solucionaría la crisis de vocaciones de la Iglesia. “Si los casados pudieran ser ordenados no tendríamos escasez de sacerdotes”, dicen. Ordenar hombres casados ciertamente aliviaría la crisis pero no creo que solucionara el problema. Sólo hay que mirar a otras denominaciones cristianas. Permiten el clero casado, pero atraviesan también una crisis de recursos humanos. Permitir la ordenación de casados no ha solucionado su escasez de vocaciones. Otros argumentan que la vida célibe es terriblemente solitaria y que debería eliminarse para que los sacerdotes no estén tan aislados. Esta no es una razón muy buena para cargarse el celibato. Hay mucha gente que está sola pese a estar casada. De igual forma, hay muchos solteros en todos los ámbitos de la vida que no están felices y satisfechos con la soltería.
Conozco la referencia de como un antiguo sacerdote anglicano, que confesaba que para él, el ser un ministro casado, a menudo, le causaba más problemas de los que resolvía. Si la Iglesia Católica tuviera sacerdotes casados tendríamos que lidiar con matrimonios infelices de clérigos y divorcios de clérigos. Además, los sacerdotes tendrían que soportar el estrés y la presión que experimentamos todos los casados. Librarse de la norma del celibato no haría necesariamente más felices a nuestros sacerdotes y podría causar más problemas. La regla del celibato no debe cambiarse sólo porque nos parezca una solución a otros problemas. Si se elimina, debe ser por razones positivas. Necesitamos preguntarnos si, un clero compuesto sólo de hombres célibes es la mejor solución, y si ese sacerdocio es todo lo que puede ser. ¿No sería mejor equilibrarlo con algunos sacerdotes casados, con familias?
Los célibes dedican toda su vida a Dios y la Iglesia. La mayoría ofrece un ejemplo maravilloso de servicio cristiano total. ¿No quedaría complementado si hombres casados, igualmente dedicados, sirviesen como sacerdotes? Los célibes nos enseñarían la vía de la donación total como solteros. Los casados, la vía de la donación social como esposos y padres. No deberíamos cambiar la norma para resolver problemas humanos intrincados. Más bien deberíamos pensar en cambiar porque la Iglesia se beneficiaría de tener hombres casados con familia trabajando de sacerdotes.
Mientras que se puedan aducir argumentos prácticos en defensa del celibato, en cuanto que se trata de un carisma esencialmente sobrenatural, las razones espirituales, escriturísticas y teológicas, como sugerían los últimos pontífices, son el único fundamento para su justificación. En los recientes debates se ha prestado poca atención a estos aspectos del celibato. Uno de los objetivos debe ser el de replantear estos argumentos, analizando las razones que justifican su profunda importancia para entender adecuadamente esta disciplina eclesiástica de la Iglesia latina.
Por conversaciones que se han tenido con católicos en EEUU y en el Reino Unido, la cuestión real del celibato clerical es el dinero. Los católicos de vista corta aprueban que se ordene a casados pero enseguida se quejan: "no podemos mantenerlos". ¿Realmente nos falta tanto la fe? Olvidamos que para Dios nada es imposible.
Al final, la Iglesia decidirá si la ordenación de hombres casados es el paso adecuado. La decisión debe hacerse por razones positivas y constructivas, no como solución rápida a los problemas de unos pocos. Si es una medida adecuada, debemos asegurarnos que algo tan insignificante como una falta de dinero no se interponga.
Si consideramos en toda su extensión el sentido de la vida célibe conforme al evangelio y apreciamos sobre todo el celibato como un “signo escatológico” veremos que el celibato y el sacerdocio ministerial se hallan relacionados mucho más íntimamente de lo que se expresa en las polémicas de los últimos años, ya estereotipadas, y sobre todo en la ligereza con que se habla de la “anquilosada ley eclesiástica del celibato”. El celibato sacerdotal implica dejarse embargar, en el centro de la propia existencia, por la tarea de la representación ministerial de Cristo. El celibato tiene como consecuencia que lo que constituye el centro de la actividad ministerial y lo que ha de propugnar el sacerdote, que el reino de Dios está llegando y que “la apariencia de este mundo es pasajera” (1Cor.7, 31) es cosa que hay que proclamar volcándose personalmente sobre ello de forma valiente y sin complejo ante el secularismo, que no cree que sea posible la vida célibe, porque es una denuncia que no soporta ante el pansexualismo cultural. Sobre todo en el celibato se concretan aquellas palabras pronunciadas con motivo de la ordenación sagrada: Imitamini quod tractatis! (“¡haced en vuestra propia vida lo que estáis realizando con vuestro ministerio!”).
La existencia del sacerdote debe ser la confirmación de lo que él está diciendo constantemente y de lo que él celebra sacramentalmente: la muerte y la resurrección de Cristo, la esperanza de la venida de Cristo en gloria, la esperanza de la vida eterna en la cual las personas “ni se casarán ya, ni habrá unión del hombre con la mujer” (Mc. 12, 25). ¿Qué otras alternativas hay? ¿Qué otro modo habrá de dar testimonio de Dios, ante el mundo venidero de Dios? Pero el celibato no es sólo un “signo escatológico”, sino que es además un constante “aguijón en la carne” que pregunta clavándose en ella durante toda una vida si la ley que uno aceptó al ingresar en el ministerio, es decir, para dedicarse al servicio sacerdotal, seguirá teniendo todavía vigencia; si el reino de Dios es realmente “la perla singularísima” y “el tesoro escondido en el campo” por el cual hay que dejar todo lo demás.
Según la Iglesia el celibato es el estado del soltero que conlleva la abstinencia de actividad sexual. Una auténtica manipulación ya que el celibato consiste en la prohibición para el clero secular de casarse y no implica de ninguna forma la obligación de castidad. Contrario al pensamiento general, los sacerdotes católicos no profesan votos de celibato y de castidad, y si son célibes es porque la Iglesia les niega el sacramento del matrimonio. El celibato, no tiene relación doctrinal con la Iglesia católica, y es considerado como una simple ley disciplinaria y no un artículo de fe. Sorprendentemente fue solamente incluido en el Código del Derecho Canónico en el año 1917.
La vida célibe representa una exigencia existencial elevada y es una norma de vida de la Iglesia, la cual un joven puede medir y, por cierto, a lo largo de toda una vida, en la seriedad de su compromiso y la intensidad con la que él está dispuesto a poner su vida al servicio de Cristo. Aunque no sea lo de menor importancia, el celibato deja libre al sacerdote para ponerse de manera íntegra al servicio de la “causa de Cristo”. Es el padre de la “familia de Dios” y el pastor de su grey que debe vivir enteramente para ella y que debe dar a su amor pastoral, aquella amplitud a la que se refirió ya Jesús cuando asignó a sus discípulos “nuevos” hermanos, hermanas, madres e hijos (Mc. 10,30).
En el cristianismo primitivo la idea misma de un celibato clerical hubiera sido considerada absurda tomando en cuenta que tanto Pedro como Pablo fueron hombres casados. Pablo manifestó que presbíteros y diáconos solamente debieron tener una única esposa (una interdicción contra la costumbre judía de tener varias mujeres al mismo tiempo). La palabra de Pablo fue ley: no había incompatibilidad entre matrimonio y ministerio, dando como resultado que muchos hombres casados se apuntaban al sacerdocio. La primera Constitución Apostólica, que data aproximadamente del año 340, impuso una doble disciplina; un hombre casado en el momento de ordenarse tenía la obligación de mantener su matrimonio, mientras que un soltero en el mismo caso aceptaría la obligación de mantenerse célibe.
S. Juan Pablo II en su Carta a los sacerdotes insiste: el celibato no es sólo un signo escatológico, “sino que tiene además un gran sentido social en la vida actual para el servicio del pueblo de Dios. El sacerdote, con su celibato, llega a ser “el hombre para los demás”, de forma distinta a como lo es uno que, uniéndose conyugalmente con la mujer, llega a ser también él, como esposo y padre, “hombre para los demás” especialmente en el ámbito de la propia familia… El sacerdote, renunciando a esta paternidad que es propia de los esposos, busca otra paternidad y casi otra maternidad, recordando las palabras del apóstol sobre los hijos que él engendra en el dolor”.
En lo que lleva consigo la castidad perfecta, fue introducido por una costumbre que deriva ya del tiempo de los apóstoles. En efecto, partiendo de las recomendaciones del apóstol Pablo, que prohibió a los bígamos a aspirar ser anciano como registra la epístola a Timoteo 3:2; Tito 1:6 y otros que muestran a Pablo aconsejando esta práctica. Resulta Claro entender que Pablo muestra su preocupación por aquellas personas que deseaban ser líderes de la iglesia primitiva, la se sus tiempos, y no eran personas de buena reputación, para no complicarlas cosas el apóstol es claro y enfático en decir que el hombre que desea el obispado desea algo bueno pero que tenga en cuenta muchas cosas y entre ellas el ser esposo fiel y de solo una mujer. La iglesia en aquellos tiempos, podemos evidenciar, sintió la necesidad de una pureza total en los que se dedicaban al servicio del altar.
La palabra española se deriva del latín caelebs "no casado", y se refiere a la abstinencia del matrimonio por parte del clero y las órdenes monásticas de la Iglesia Católica Romana. El celibato es en realidad una de las características peculiares de la Iglesia Apostólica Romana y probablemente una de sus enseñanzas más polémicas en un mundo cambiante y con inclinaciones al liberalismo en general. El celibato consiste básicamente el abstenerse o en la continencia sexual, es decir no contraer matrimonio voluntariamente. Esta práctica católica romana requiere que su clero permanezca sin casarse y se consagre a la pureza personal en pensamiento y en obra a Dios.
Uno de los planteamientos mas discutidos en el interior de la Iglesia, ha sido la posibilidad de abolir el celibato, como condición para la ordenación sacerdotal. La conexión absoluta entre el celibato y la ordenación sacerdotal, es de derecho eclesiástico, o más exactamente, de derecho eclesiástico occidental y el celibato no pertenece a la naturaleza esencial del sacerdocio. Como tal, tiene detrás de sí una historia llena de vicisitudes. Estudios muy recientes demuestran que el celibato, desde el punto de vista histórico, se fundamenta en la continencia exigida ya desde inicios de la Iglesia al presbítero, obispo y al diácono. Esto quiere decir que originalmente el alto clero podía, sí, casarse, pero tenía que vivir en continencia sexual. En caso de que él estuviera casado, no podía tener relaciones sexuales con su mujer, y el clero todavía soltero o enviudado no podía contraer matrimonio. Este precepto de continencia enlaza con la praxis evidente en el judaísmo y en el paganismo de observar continencia sexual. Esta práctica es para todo el mundo antiguo una expresión destacada de profundo respeto religioso ante Dios... Forma parte sencillamente del ethos profesional de sacerdote en el mundo antiguo. Y por eso, con tanta mayor razón se la considera preceptuada para los sacerdotes cristianos...
El estado célibe es una anticipación social del hombre resucitado en Cristo. El matrimonio aunque no obstaculiza una vida cristiana, induce a aceptar estructuras destinadas a desaparecer en la realidad escatológica. En la tradición cristiana se habla de virginidad, castidad y celibato. El término de "virginidad", también es empleado para designar a las mujeres, este es el mismo caso para las mujeres que desean el ser siervas de Dios para toda la vida, las muy conocidas madres o monjas, para la Iglesia Católica Apostólica Romana esta práctica encierra un rico contenido teológico, es por esta razón que Tony Mifsud, S.J. menciona así: "de plena disponibilidad a la voluntad de Dios, una disponibilidad fecunda de apertura al plan del Padre en la realización del reinado de Dios mediante la confianza en poder del Espíritu de Jesús; pero, desafortunadamente, con el paso del tiempo se ha cargado el acento sobre el aspecto biológico y con una referencia predominante y también con malicia machista la mujer. Hoy por hoy la palabra virginidad más bien tiende a denotar "la abstención de relaciones sexuales de la mujer".
El celibato significa etimológicamente la condición propia del hombre que no se ha casado, así también como el estado civil de alguien que ha decidido quedarse a completa disposición a la obra de Dios en el plano profesional o relacional, rechazando los límites que la vida familiar o conyugal comportan. El celibato es la forma de vida de los sacerdotes ministros de la Iglesia Católica Apostólica Romana los cuales han renunciado a todo según ellos como respuesta a la invitación de Cristo a su ministerio al igual que sus apóstoles. El significado del celibato consagrado según la vocación cristiana consiste en que el hombre es llamado a una vida en espíritu cada vez más amplia y profunda, y de esta manera se llegue a ser progresivamente como Cristo, es esa según la Iglesia Católica Apostólica Romana la verdadera motivación de aceptar el celibato.
Celibato se refiere al estado de aquellos que no se casan o que no tienen una pareja sexual. Un soltero puede ser llamado célibe, sin embargo, el concepto adquirió un sentido de opción de vida. Por lo general se entiende como célibe a aquel que no quiere casarse y prefiere la soltería de manera permanente. La opción por el celibato puede ser religiosa como se presenta entre los sacerdotes y monjas católicos, los monjes budistas y otras religiones; filosófica como la opción de Platón por el estado celibatal; social como se presenta en quienes optan por dicho estado como opción personal. Lo común es que el estado celibatal sea voluntario, pero también puede ser inducido o forzado como en el caso histórico de los esclavos.
En el mundo occidental contemporáneo el concepto de celibato ha sido frecuentemente asociado a la Iglesia católica. Por su parte, Oriente conoce este estado por la Iglesia ortodoxa, el budismo y el hinduismo. Las opciones célibes de pensadores, escritores, artistas o líderes, son menos conocidas que la de los religiosos, pero no por ello menos significativas.
La práctica de la continencia sexual quedó relacionada sobre todo con la disposición espiritual para el sacrificio, con la incorporación al sacrificio sacerdotal con que Cristo se ofreció a sí mismo” .También en la Iglesia antigua se supo ya que semejante continencia completa es un “carisma” especial, pero que podía obtenerse con la oración. Por eso, antes de impartir la ordenación sagrada se preguntaba al candidato si tenía la correspondiente disposición. Si el candidato declaraba que estaba dispuesto a ello, entonces se daba por supuesto que poseía el carisma implorado. Si estaba casado, entonces la esposa (que, con ello, estaba obligada igualmente a guardar continencia) tenía que declarar también su disposición para guardarla.
En el siglo II, la idea de castidad en los ministros del Señor se abrió paso con evidente firmeza, Tertuliano y Orígenes dieron fe del gran número de aquellos que, recibidas las órdenes, abrazaban la continencia total y perfecta. La Iglesia Católica Apostólica Romana reconoce con claridad que no existió una ley apostólica que impusiera el celibato, pero sí es cierto, argumentan, por lo menos en la iglesia occidental que ésta práctica era muy entendida y practicada ya a fines del siglo III. Muchos cristianos de los primeros siglos, hombres y mujeres, comenzaron a practicar los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia.
Las opciones célibes eran ya conocidas en India a través del hinduismo con el surgimiento de los ascetas y anacoretas y aquellos que dejaban el mundo material para buscar la explicación trascendental de la existencia a través de la contemplación. Este esquema puede ser probado en los testimonios de Siddharta Gautama (560 y 480 a. C.) quien en búsqueda de la verdad se une a estos. Si bien el joven bráhmana no continuó el camino de los anacoretas hinduistas, indudablemente estos influenciarían mucho en la espiritualidad que de él se seguiría. El monje budista es el que sigue el camino del Buda y por lo tanto busca el desapego como método de la realización plena. Según el budismo, el sufrimiento del mundo es producto del apego y en dicho sentido el casarse no está contemplado dentro de ese camino de desprendimiento. El mismo Siddharta abandonó a Iashodhara, con la cual se había casado a la edad de 16 años y con quien había tenido un hijo, Rahula, quien después se uniría a sus enseñanzas como bonzi.
La norma de guardar continencia, de la cual nació luego orgánicamente el precepto de que el alto clero viviera una vida célibe, tenía en la Iglesia antigua un alto grado de aprobación. Era una señal de la irrupción de la “nueva” actitud llegada gracias al cristianismo ante este “tiempo del mundo” y, especialmente para la mujer, era un elemento de “emancipación”. Vistas así las cosas, la vida célibe llegó incluso a ser originalmente un “movimiento de laicos - vírgenes”, que luego se hizo extensivo al clero. Para el sacerdote, el celibato era un signo de que él vivía constantemente “en la presencia de Dios” y de que existía plenamente para la comunidad, pero era también un “signo de contraste” que mostraba patentemente el hecho de que el cristianismo “se apartaba” de la forma habitual en que se vivía en el mundo.
La objeción, manifestada hoy muy frecuentemente, de que una cosa es la vocación al celibato “carismático” y otra cosa la vocación al ministerio, y de que, por tanto, el celibato habría que dejarlo a la libre decisión de cada uno de los ministros, lo cual resolvería el problema de la escasez de sacerdotes, es una objeción que sin negar lo justificada que pueda estar en puntos concretos no tiene en cuenta factores esenciales:
Muchas veces se parte de una idea equivocada y unilateral del carisma y de la libertad: contra la ley de la obligatoriedad del celibato eclesiástico se objeta no pocas veces, en los últimos años, que esta ley está en contradicción con lo que se dice en 1Cor.7, 7, donde Pablo llama ‘carisma’ al celibato. Esta objeción suele concebir el ‘carisma’ como una disposición para el celibato que viene dada ya casi desde el nacimiento. Pero esto no corresponde, en modo alguno, a la concepción que el apóstol tiene del ‘carisma’, ya que Pablo se refiere con este término a servicios y dones que el Espíritu Santo suscita en la comunidad y a los que el individuo puede cerrarse o abrirse... Por eso, Pablo puede exhortar a la comunidad de Corinto: “Aspirad a los carismas más valiosos”, es decir, dejad cada vez más espacio al Espíritu de Dios en vuestro interior y en vuestra vida.
El precepto eclesiástico del celibato como condición previa para la admisión a la ordenación sacerdotal parte del supuesto de que al candidato se le había concedido o se le ha concedido este carisma, y de que el Espíritu de Dios (pero no una disposición natural en cuanto tal) lo capacita para vivir célibe por amor del reino de Dios. La reglamentación jurídica (institucional) no suprime el carácter de gracia, sino que sirve para crear un espacio que haga posible a muchos o que les facilite el dejar que Dios se sirva de ellos para dar semejante testimonio a favor de Cristo. La opinión, manifestada a menudo expresamente o de manera subliminal, de que si no existiera la obligación del celibato, la Iglesia tendría suficientes vocaciones al sacerdocio, es una opinión cuestionable, por lo menos en lo que se refiere a los jóvenes. Es cierto que hay una serie de teólogos laicos varones que afirman que, si no existiera la obligación del celibato, estarían dispuestos a recibir las sagradas órdenes.
Los que observaban la castidad en los siglos primeros eran tenidos en gran estima a pesar de todo. Esto es entendible, en la actualidad hay líderes de la iglesia que también no son casados y ejercen el liderazgo aún siendo solteros como solía oficiar de sacerdote el jefe de la familia (presbítero o anciano), es natural que hubiese pocos sacerdotes solteros. Tertuliano en el año 200 DC. ("De Exhortatione Castitatis") habla del gran número de sacerdotes que vivían continentes, ya que habían elegido a Dios por esposo. De igual modo Orígenes el apologeta por esa misma época ("In Leviticum"), justifica así el celibato sacerdotal: los sacerdotes de la Antigua Ley observaban continencia alejándose de sus esposas durante el periodo de sus servicios al templo; los de la nueva ley no conocen tales inconvenientes, por ser célibes. En la iglesia primitiva sin embargo no existía la prescripción del celibato para el sacerdocio. Tanto es así que en la imagen de obispo que encontramos como ya mencionamos se le aconseja a solo ser esposo de una sola mujer y amarla como Jesús amó a la iglesia y se entregó por ella según su epístola a los Efesios 5:25
Los padres de la iglesia se opusieron con fuerza contra toda forma de pensamiento que condenara al matrimonio. Esta, era una tendencia dualista y rigorista ya estaba presente en la iglesia de Éfeso, donde se hace referencia a algunos que "prohíbe el matrimonio" según 1Timoteo 4:3. No obstante Mifsud menciona que es eso cierto sin embargo: "el matrimonio es bueno pero que la idea de celibato es mejor" porque es Pablo mismo que aconseja así. La historia de la legislación eclesiástica sobre es tema del celibato sacerdotal se remonta legalmente al siglo IV. De esta manera a través de la historia se pueden detallar lo más importante sobre las consideraciones del celibato a través de la historia de la Iglesia, ya que de este tema se tiene documentación abundante de los documentos de muchos concilios donde abordaron este asunto.
En el concilio de Elvira, la más antigua declaración canónica, canon 33 del concilio de Elvira en el año 305 Después de Cristo. Realizado en España menciona de la siguiente manera: "Se ha decidido por completo la siguiente prohibición a los obispos, presbíteros y diáconos o a todos los clérigos puestos en ministerio: que se abstengan de sus mujeres y no engendren hijos; y quien quiera lo hiciere, sea apartado del honor de la clerecía". Los sacerdotes aprobaron este dictamen en la mayoría de regiones. A partir de este momento también, la legislación occidental del celibato cuenta con una abundancia documental verdaderamente extraordinaria. Ello prueba entre otras cosas que el tema fue de gran importancia en esas épocas.
En el concilio de Nicea. Algunos años después, Osio de Córdova intentó promulgar sin éxito este decreto en el concilio de Nicea, el cual dirigía Constantino "el grande" el emperador de Roma hacia el año 324 DC. Ya que él proponía el celibato para todos lo que trabajen en la iglesia, sin embargo este concilio prohibió el matrimonio tras la recepción de órdenes mayores; es decir, los obispos, presbíteros y los diáconos no podían casarse después de ser ordenados, sin prohibir la ordenación de los que ya eran casados. En fin, en el siglo IV el celibato sacerdotal ya era tomado como obligatorio.
El celibato budista ha tenido sus réplicas contemporáneas por parte de movimientos seculares en países de mayoría budista. Uno de los ejemplos es la película de Pan Nalin, Samsara (2001), en la cual se cuestiona el abandono de Yasodhara y su hijo por parte de Siddharta a través de la historia de amor de un joven bonzi que se enamora de una muchacha de la aldea cercana. El joven abandona el monasterio y se casa con ella, pero después de varios años siente la nostalgia de la comunidad religiosa y, tal como Siddharta con Iasodhara, la abandona tras la imprecación de su esposa, quien le dice « ¿Qué es más importante: satisfacer mil deseos o conquistar tan sólo uno?».
Hacia finales del siglo IV, tiempos del Papa Dámaso I (366-384) o del Papa Siricio (384-399), Inocencio I y León I, ordenaron el celibato al clero. Otros concilios locales en África, Francia e Italia publicaron decretos haciendo obligatoria esta práctica. Se conoce por esto que apareció una ley de continencia para los sacerdotes casados. Pero se considera de mucha importancia a dos decretales del Papa Siricio y las decisiones del II Concilio de Cartago en el año 390 DC. Todos los textos atestiguan claramente lo que podría llamarse una disciplina de la continencia (o castidad) perfecta, exigida a obispos, presbíteros y diáconos, de los que se da por supuesto, en general, de hombres casados que estaban al servicio de la Santa iglesia. Se conoce que los primeros siglos de la era cristiana la iglesia así como el poder político militar de Roma estaba dividido por muchas razones, una de ellas la cultura diferentes de ambos así como sus intereses propios, la iglesia cristiana también estaba dividido no solo territorialmente sino que doctrinalmente, es por esta razón que es necesario mencionar qué es lo que pensaban o cómo actuaban las dos iglesias (del Oriente y del Occidente) con respecto al tema del celibato.
El Historiador y escritor chileno Iván Ljubetic Vargas, aporta estos datos sintéticos de la historia de la ley del celibato: En los siglos I, II y III la mayoría de los presbíteros estaban casados. A partir del siglo IV se fue imponiendo la idea de que sacerdocio y matrimonio eran incompatibles. En el Concilio de Elvira (año 306) se aprobó un decreto que señalaba: Todo sacerdote que duerma con su esposa la noche antes de celebrar misa perderá su cargo. El Concilio de Nicea (año 325) determinó, por primera vez, que los sacerdotes no podían ser casados. Pero esta disposición no fue acatada.
El Concilio de Tours II (año 567) estableció que todo clérigo que sea hallado en la cama con su esposa será excomulgado por un año y reducido al estado de laico. El Papa Pelagio II (575-590) ordenó que no se reprendiera a los sacerdotes casados siempre que no pasaran las propiedades de la iglesia a sus esposas o hijos. Su decreto sobre el tema (año 580) es revelador: por primera vez se exponían explícitamente las verdaderas razones materiales y económicas de la exigencia del celibato sacerdotal: la herencia de propiedades.
Aparte de hinduistas y griegos, son escasos los pueblos que le dieran valor al celibato y, como sucedió con el judaísmo bíblico este era visto más como una maldición divina. Por ejemplo, en el voto de Jefté, su hija, la cual debía ser sacrificada según la promesa de su padre, no llora por su muerte, sino porque morirá virgen. Poblar la tierra se establece como un mandato divino tal como está expresado en el Génesis e incluso antes del pecado del hombre, «Dios los bendice y les dijo: “Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra”». Dicho mandamiento es reiterado después del relato del Diluvio universal: «Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra». El deber bíblico de procrearse se expresa en Sara, la cual dice de sí misma que «Dios me ha impedido tener hijos» y para cumplir con el mandamiento ésta da a su marido a su esclava Agar: «Únete a mi esclava, de pronto de ella tendrás hijos». Después las dos esposas de Jacob con sus respectivas esclavas comienzan una auténtica competencia de procreación para dar descendientes a su marido de lo cual nacerían las doce tribus de Israel. Es significativo el diálogo entre Raquel y su marido quien le reclama «dadme hijos o si no me muero». Otros personajes bíblicos tendrían carácter similar: ya en los albores del cristianismo, una de las figuras más significativas es Isabel, esposa del sacerdote Zacarías, a quien se le concede un hijo en su vejez, lo que Lucas el Evangelista presenta como que «el Señor le había hecho misericordia».
Algunos teólogos laicos expresan sus reservas contra el ministerio sagrado, centrándolas en el celibato como un punto contrario de cristalización de su vocación sacerdotal. Pero habrá que saber si, en el caso de suprimirse el celibato, esas reservas que manifiestan, no elegirían otro punto de cristalización. Por lo tanto, pareciera más bien que el rechazo del celibato, es un síntoma de la incapacidad de muchos para identificarse con la Iglesia católica. Además, la perspectiva de poder tener más sacerdotes si no existiera la obligación del celibato, ¿sería una razón para abolirlo? Una "elección espiritual", adoptada por la Iglesia occidental, no debe mezclar las ordenaciones sacerdotales con las necesidades pastorales. No se trata de una lógica de las necesidades, sino de una lógica de la gracia, orientada hacia la santidad, el amor y la fe de la comunidad. “Si una comunidad cristiana es verdaderamente santa, será también fecunda, y Dios no dejará de suscitar en ella numerosas y variadas vocaciones... No se trata de "tener" mayor o menor número de sacerdotes. Se trata de que nuestras comunidades, que a los ojos de la gente están agonizando, revivan en el Espíritu".
La opinión, manifestada a veces, de que hay que estar sí, a favor del celibato voluntario tal como entienden algunos el evangelio, pero sin conectarlo con el ministerio eclesiástico, suscita la sospecha de ser una aseveración puramente verbal, mientras uno no se comprometa con todas sus energías (y a ser posible con la propia manera de vivir) a favor del celibato en la Iglesia y cree así un clima en el que pueda producirse la vocación al celibato, no tiene autoridad para hablar. Lo cierto es que, a pesar de todas las convergencias entre el ministerio sacerdotal y el celibato, el venerable y ancestral vínculo jurídico-institucional entre ambos podría desaparecer bajo determinadas condiciones. Pero no debe suprimirse sin sustituirlo por algo que el celibato expresa y logra concretamente: la unidad entre la misión ministerial y la existencia del sacerdote.
En Oriente, luego de diversas prohibiciones y concesiones, se permitió, desde el siglo VII en adelante, a los Sacerdotes y Diáconos, vivir con sus esposas si ya habían contraído matrimonio antes de ser ordenados como sacerdotes. De esta manera el celibato se convierte en requisito fundamental para aquellos que han de ocupar los más altos cargos de la iglesia, por lo demás es importante mencionar también que jamás faltaron entre los religiosos hombres que vivían en monasterios en los que se observaba no sólo castidad sexual sino también pobreza y obediencia, como los Ascetas por ejemplo que buscaban la purificación progresiva y esfuerzo constante para conseguir un ideal moral y agradar a Dios no importando qué cosas tenían que sacrificar y abandonar. Recibieron varios nombres los que lo practicaron: confesores (confiesan su fe), los continentes (practican la castidad) y los ascetas. A las mujeres se les da el nombre de: esposas de Cristo, siervas de Dios o vírgenes consagradas.
Si alguien, basándose en buenas razones, está convencido de que en el futuro debe existir también la figura del sacerdote casado, tendrá que desarrollar un modelo en el que pueda quedar realizada esta unidad, de manera diferente pero análoga. Semejante modelo podría ser el de vir probatus, es decir, la ordenación de un varón que, por la práctica seguida hasta entonces de una vida cristiana madura, haya mostrado y siga mostrando que su actividad ministerial queda avalada existencialmente por una vida en seguimiento de Cristo. La unidad entre el ministerio y la existencia personal quedaría “verificada” en él mediante la praxis demostrada de la propia vida, y en cambio en un varón joven lo estaría mediante la disposición, para entregarse a una vida de especial seguimiento y discipulado, que abarque incluso el celibato. Existiría así un modelo en el que coexistirían los sacerdotes célibes y los sacerdotes casados. Claro que no hay que pensar precipitadamente que con tal reglamentación quedarían resueltas todas las dificultades. Pero el vir probatus parece ser el único modelo realista y viable para un sacerdocio ejercido por personas casadas. ¿Sería un modelo deseable? No olvidemos que sobrevendrían entonces nuevos problemas sobre la Iglesia. ¿Cómo nos las arreglaríamos con “las dos clases” de clero? ¿Qué pasaría con los fracasos matrimoniales de semejantes viri probati? Lo cierto es que, entre los pastores evangélicos casados, un gran porcentaje de ellos al menos en algunas regiones llegan a divorciarse.
Desde el Concilio de Nicea hasta el siglo X tuvieron lugar una serie de sínodos locales que tocaron el tema del celibato. En algunos se exigía a los sacerdotes casados abandonar a sus esposas. En otros, se les permitía vivir con ellas. En otros, se permitía la convivencia siempre que el sacerdote se comprometiera a mantenerse con una sola mujer. En ese período de seis siglos hubo once Papas que fueron hijos de un Papa o de otros clérigos. En el siglo VII la mayoría de los sacerdotes franceses estaban casados. En el octavo Concilio de Toledo (año 653) se estableció que las esposas de los sacerdotes podían ser vendidas como esclavas. El Papa León XI, que gobernó la iglesia en el siglo XI, estableció que las mujeres de los sacerdotes pasaran a servir como esclavas en el palacio romano de Letrán. A pesar de todo esto, en el siglo VIII, San Bonifacio informaba al papa que en Alemania casi ningún obispo o sacerdote era célibe. En el Concilio de Aix-la-Chapelle (año 836), se admitió que en conventos y monasterios se realizaban abortos e infanticidios para encubrir las relaciones sexuales de los clérigos.
Hay que tener en cuenta el trasfondo económico de todo este asunto del celibato. Desde el siglo V la iglesia católica fue convirtiéndose en la entidad más poderosa de Europa, la mayor latifundista del continente. Los espacios económicos de mayor poder fueron los monasterios. En el siglo X sobresalía el monasterio de Cluny. Según el modelo de ese monasterio se organizaron centenares de conventos en Europa. A la cabeza de esta red de conventos quedó el Papa de Roma, como propietario de enormes riquezas y latifundios. En aquel tiempo, Papas, cardenales, arzobispos, obispos y abades pertenecían todos a la nobleza feudal, que ampliaba permanentemente sus propiedades gracias a los laicos, que hacían donaciones y testamentos a las autoridades eclesiásticas para así obtener el perdón de sus pecados.
El celibato no es algo que se haya tenido como norma de obligado cumplimiento desde los inicios del cristianismo, y remarco lo de "obligado" ya que desde el siglo V algunas iglesias ya marcaban dicho celibato para sus sacerdotes. Las razones que llevaron a la elección del celibato obligatorio las podemos resumir en tres:
Las actividades sexuales del clero rayaban el escándalo público, por poner un ejemplo, se baraja la cifra de alrededor de 700 prostitutas para atender a los obispos participantes en el Concilio de Constanza (1414 - 1418), y es que 4 años reunidos da para aburrirse mucho...
El tema económico, por que los hijos de los clérigos, al morir estos, reclamaban su parte de la herencia, la cual en muchos casos comprendían las propias parroquias. Por tanto el imponer la norma del celibato convertía automáticamente en bastardos a los vástagos del clero y las leyes de la época incapacitaban a los bastardos para acceder a las herencias.
La Contrarreforma, ya que las iglesias protestantes permitían y favorecían el matrimonio de sus religiosos.
Cuando en los siglos X y XI se iniciaron las sublevaciones de los siervos contra los señores, la iglesia temió por la suerte de tantos bienes. Ante esta situación, los dirigentes del "movimiento de Cluny" se esforzaron por fortalecer a la iglesia implantando severas reglas. Entre ellas, se impuso el celibato. El año 1073 llegó a ser Papa el monje Hildebrando, adalid del "movimiento de Cluny". Tomó el nombre de Gregorio VII. Este Papa concibió un Estado mundial, encabezado por el Papa como soberano absoluto. Para lograrlo, requería que las tierras propiedad de la iglesia no se desmembraran. De él es esta frase: La iglesia nunca se verá libre de las garras del laicado si antes los sacerdotes no logran liberarse de las garras de sus esposas. En 1095, el Papa Urbano II ordenó la venta de las esposas de los sacerdotes como esclavas, dejando a sus hijos en el abandono.
Quizás tenga razón aquel proverbio húngaro que dice: “Cuando el carro tenga que cruzar el río, no cambies de caballos”. Digámoslo claramente: en una época en que el celibato por amor del evangelio se encuentra en una crisis total y, no sólo en cuanto al ministerio sacerdotal, sino también en lo que respecta a las vocaciones femeninas para profesar en institutos religiosos, el cambio a la práctica del vir probatus ¿no podría ser una señal desacertada? ¡Sobre todo si se tiene en cuenta la sospecha fundada de que las pocas personas que pudieran considerarse como viri probati no contribuirían a resolver la denominada “escasez de sacerdotes”! En todo caso, si llega a ponerse en práctica lo del vir probatus, es posible que “en una futura Iglesia, como afirma H. U. von Balthasar, los sacerdotes célibes se hallen en minoría. Es posible. También es posible que el ejemplo de los pocos sacerdotes célibes, que quedasen al permitirse los casados, hiciera ver más claramente la conveniencia y necesidad de este género de vida célibe en la Iglesia. Es posible que tengamos que pasar por un período de hambre y sed, pero que estas privaciones susciten nuevas vocaciones, o mejor dicho, una nueva generosidad para responder a los llamamientos divinos que nunca han de faltar”.
El actual debate en torno al celibato, puede parecer que es la ley eclesial, pero muchos expertos opinan, que más bien el punto cuestionable de la crisis radica en la manera de vivir la consagración celibataria del sacerdocio. Podemos ver que la vida célibe sobre todo en el momento actual se halla bajo aquel rótulo que titula el libro de J. Garrido, “grandeza y desdicha….”. Después de los últimos escándalos de abusos sexuales que se han denunciado, sobre lo ocurrido en las últimas décadas, de parte del clero y que la Iglesia ha pedido perdón y esta tratando de sanar las heridas de las víctimas, y la expulsión de la vida clerical de los ministros que se aprovecharon de sus víctimas. Y nos referimos en este momento, sobre la “desdicha”, no lo hacemos porque ésta sea menos, sino porque hoy en día resulta evidente: no sólo el hecho, de que no pocos sacerdotes, lleven una vida engañosa, ocultando indecorosamente bajo la fachada del celibato una vida cuasi-matrimonial, sino también porque hoy en día las satisfacciones sustitutivas que pueden darse en una vida célibe aparecen bien a las claras.
Si alguien no está dispuesto a cumplir su promesa de fidelidad al celibato, ¿cómo logrará guardar la fidelidad conyugal? Aquel que, siendo célibe, lleva una vida egocéntrica, ¿cómo llevará una vida diferente estando casado? Asimismo, como se vio hace algunos años en un programa de televisión, en el que habló el “patriarca” del psicoanálisis católico, Albert Görres, el porcentaje de matrimonios felices y el de vidas célibes logradas, según su experiencia profesional, era casi idéntico: el 10% de los matrimonios que son plenamente felices en su vida conyugal; otro 10% lo son hasta cierto punto; el resto se halla en una zona gris o su matrimonio ha fracasado. Los mismos porcentajes se indican con respecto al celibato. Por eso, en la mayoría de los casos, los problemas que surgen con una de estas dos formas de vida no pueden resolverse pasándose sencillamente a la otra forma de vida. La “solución” hay que buscarla en otra parte.
En la práctica el celibato del soltero era optativo ya que la disciplina le daba implícitamente la opción de casarse antes de ordenarse. A principios del siglo V hay, repentinamente, un cambio cualitativo; una feroz imposición del celibato sacerdotal. Hubo razones para ello; por un lado una razón patrimonial, la Iglesia había cambiado de perseguida y pobre a perseguidora y rica, el miedo a que sacerdotes casados dejarían bienes parroquiales a sus viudas y descendencia, por el otro un movimiento ascético y cada vez más anti-sexual y misógino. La abstinencia sexual se convirtió en el ideal ¿cristiano? y, en un giro teológico en esencia blasfemo, la caridad como virtud principal inherente en los Evangelios, fue sustituida por la castidad. Todo relacionado con el pecado original y la culpabilidad de la mujer (Tertuliano las definió a todas como "Evas,.. puertas del demonio").
La disciplina del celibato no cuajó, y menos todavía la virtud de la castidad, en los restantes siglos del primer milenio; la inmensa mayoría del clero seguía casándose, con excepción de los más pillos que, aceptando en apariencia la disciplina, vivían en concubinato o, peor, con amantes sucesivas, además de putear a gusto. Hubo periodos en que algún Papa trataba de imponer la disciplina pero desistió rápidamente a darse cuenta de que iba a quedarse virtualmente sin clero. Existía un problema principal de imposible solución; todos los matrimonios del clero secular eran considerados por la Iglesia como válidos, "alegales" o ilícitos sí, pero válidos de todas formas; y esto por la sencilla razón que en derecho natural, al cual la Iglesia siempre ha sido tan aficionada, nadie, ni siquiera la Iglesia, podía privar al hombre de su primer derecho humano: el derecho a casarse.
En el siglo XII se realizaron cinco concilios en Letrán, Roma. En el primero se decretó que los matrimonios clericales no eran válidos. A pesar de estos esfuerzos, la historia demuestra que no fue fácil imponer el celibato clerical. En el siglo XV, el 50% de los sacerdotes estaban casados y ocho Papas contrajeron matrimonio después del primer Concilio de Letrán. Entre el siglo XII y el siglo XV, y siendo tan normal y habitual que los sacerdotes tuvieran concubinas y no cumplieran con la ley del celibato, los obispos instauraron la llamada "renta de putas", que fijaban lo que el sacerdote debía pagarle al obispo cada vez que mantenía relaciones sexuales. En 1435 terminó de aplicarse este cobro.
Los ascetas, aunque no tenían una estrecha relación entre los cargos más importante del clero nos dan a entender que esta enseñanza no era desconocida y al mismo tiempo también son vinculados como el primer grupo de personas que aceptaron el llamado de ser célibes pues entre sus creencias consideraban que era de suma importancia alejarse todo lo que tenga que ver con satisfacción de yo, y abnegarse a todo lo que te distraiga de la comunión personal con Dios en cumplimiento dicen ellos de Marcos 8:35.
En el 692 Después de Cristo en el sínodo de Trulla se llegó a una legislación que parafraseado mencionaba que los obispos estaban obligados a vivir en continencia por lo cual el clero vio conveniente elegir para el ministerio a monjes; mientras que los sacerdotes, los diáconos y subdiáconos no podían casarse después de la ordenación, pero si ya estaban casados podían seguir viviendo con sus esposas e incluso manteniendo relaciones sexuales.
El papa Francisco recordó que el celibato no es un "dogma de fe" en la Iglesia Católica, que hay sacerdotes casados en los ritos orientales y que "la puerta está siempre abierta" a tratar el tema. Sin embargo, el pontífice aclaró que "en este momento hay otros temas sobre el tapete" según la agencia italiana Ansa, que recogió las declaraciones del papa a la prensa en su vuelo de regreso a Roma desde Israel. "El celibato no es un dogma de fe, es una regla de vida, que yo aprecio mucho y creo que es un regalo para la Iglesia", consideró el papa argentino. El pronunciamiento del papa Bergoglio se conoce días después de que se conociera que un grupo de 26 mujeres le escribió una carta para solicitarle una revisión de la disciplina del celibato, ya que han vivido o viven una relación sentimental con un sacerdote y querrían hacerlo sin ocultarse. La Santa Sede no había hecho hasta hoy comentario alguno sobre esa misiva. En ella, las que se dirigían al papa decían ser "un grupo de mujeres que escribe para romper el muro del silencio y de la indiferencia con el que nos topamos cada día. Cada una de nosotras mantiene, ha mantenido o querría mantener una relación sentimental con un sacerdote".
En la Iglesia Católica de rito latino, el celibato eclesiástico, es decir, la renuncia al matrimonio y la promesa de castidad, es obligatorio para los sacerdotes desde el II Concilio de Letrán, en 1139. No lo es, por el contrario, en las iglesias católicas de rito oriental. El predecesor del papa Francisco, el papa emérito Benedicto XVI, se mostró tajante sobre el papel del celibato en la Iglesia romana. Ratzinger, de quien se sabe que en su juventud tuvo dudas sobre esta disciplina, llegó a defender el "valor sagrado" del celibato, aunque reconoció que no se trataba de "un dogma".
Las recientes declaraciones del papa Francisco, en que no descarta la posible nulidad del celibato obligatorio en los curas católicos, han provocado una nueva sacudida en el seno de la iglesia. El papa Francisco reconoció recientemente que el celibato sacerdotal no es un dogma de la Iglesia Católica. "No siendo un dogma de fe, existe siempre la puerta abierta" para tratar el tema, dijo en una rueda de prensa tras su visita a Tierra Santa, aunque agregó que no hay un debate abierto sobre el mismo y no se encuentra entre sus prioridades. Jorge Mario Bergoglio también recordó que existen sacerdotes casados en los ritos católicos orientales griego y copto. "El celibato no es un dogma de fe, es una regla de vida que yo aprecio mucho y creo que sea un don para la Iglesia", dijo.
El Papa Francisco volaba a Roma de vuelta de Tierra Santa y como es costumbre se mostró dispuesto a dialogar con los periodistas de una manera menos formal. Preguntado por el acercamiento a la Iglesia ortodoxa, salió a relucir el asunto del celibato y de los sacerdotes casados. Como es costumbre en él, el Papa fue muy directo y recordó las palabras del Catecismo y afirmó que "el celibato es una regla de vida que aprecio mucho y creo que es un regalo para la Iglesia, pero ya que no es un dogma, la puerta está siempre abierta". Francisco no dijo nada nuevo y Benedicto XVI ya se había manifestado en estos términos pero de manera inmediata los medios de todo el mundo informaban que el Papa abría la puerta al fin del celibato. Y el debate se ha colocado en la primera línea informativa.
El celibato es un tema muy delicado para ser tratado en la actualidad. La iglesia protestante en general está en desacuerdo con esta enseñanza y práctica de la Iglesia Católica Apostólica Romana, por razones teológicas básicamente, mientras los protestantes toman como absurda esta práctica, los católicos tienen "pruebas" que tratan de mostrar que los protestantes se hacen problemas por una enseñanza tan clara en la Biblia. Encontramos opiniones variadas sobre el origen del celibato en los ministros de la Iglesia Católica, algunos teólogos tienen la firme convicción de su origen divino y otros aseveran que es una mera disciplina de institución eclesiástica.
Durante los inicios de la edad media (hasta el siglo XI) el matrimonio se impuso entre el clero de más altura moral, los que no estaban dispuestos a relegar sus mujeres a meras concubinas, los que no estaban dispuestos a convertir sus hijos en bastardos. Muchos obispos consideraban que solamente el matrimonio podía salvar al clero del libertinaje. No obstante, la extensión del matrimonio clerical tuvo también sus consecuencias negativas; muchas parroquias y hasta diócesis se hicieron hereditarias, y había muchos sacerdotes que eran hijos, nietos y hasta bisnietos de sus antecesores. De todas formas eran muy superiores en calidad humana y religiosa a otros que se aprovecharon del celibato para entregarse a todos los excesos sexuales imaginables.
La ley del celibato fue promulgada por la iglesia latina primero de forma implícita en el primer concilio de Letrán hacia el año 1123 de nuestra era, bajo el Papa Calixto II, y más tarde explícitamente en los cánones 6 y 7 del segundo concilio de Letrán 1139 bajo el Papa Alejandro II. Mientras el primer concilio sólo habla de la disolución matrimonial de los clérigos mayores, el segundo decretó la invalidez del matrimonio. Es decir, se llegó a la conclusión: "los matrimonios de subdiáconos, diáconos y sacerdotes después de la ordenación son inválidos: y los candidatos al sacerdocio que ya están casados, no pueden ser ordenados. Esta decisión fue confirmada por Alejandro III en el año 1180 y Celestino II en 1198.
Si el libertinaje entre el clero secular, con excepción de los casados que eran en general buenos sacerdotes por ser buenos maridos, tenía dimensiones casi épicas, peor todavía era la situación entre religiosos y religiosas. La inmensa mayoría de monasterios y conventos, por lo menos en la península Itálica, se dividían en dos grandes grupos. Por una parte monasterios de frailes libertinos que usaban conventos cercanos, con monjas que solamente lo eran de nombre, y por otra parte, monasterios donde la entrada estaba limitado a homosexuales y conventos que se convirtieron en auténticos nidos de Lesbos, refugios para mujeres que escapaban de esta forma al machismo reinante o para evitar matrimonios impuestos.
Según el teólogo Daniel Álvarez, las palabras del Pontífice indican que puede y tiene la actitud para rescindir la práctica. "Como no es una revelación que lo convierte en dogma, el revocar el celibato puede ser hecho en cualquier momento", reflexionó el profesor en Teología de la Universidad Internacional de la Florida. Álvarez aclaró que la revocación no se haría de forma inmediata. "El Papa debe nombrar primero un comité para estudiar el tema", explicó, y agregó que permitir que los sacerdotes se casen tendría implicaciones económicas para la Iglesia porque entonces "tienen que hacerse cargo de las esposas y los hijos". Asimismo indicó que el fin del celibato sólo aplicaría para los sacerdotes y no para aquellos que en el futuro aspiren a convertirse en obispos. "Es un paso que será tomado por los más radicales de forma mala, como ya lo han hecho con otras cosas", sostuvo Álvarez, al tiempo que subrayó que la comunidad en general lo recibirá con buenos ojos. El celibato se institucionalizó en el año 1123 en el primer Concilio de Letrán, y era electivo antes de esa fecha. Según Juan Carlos Ruiz, la práctica debería volver a ser opcional. "El celibato tiene sentido, no lo puedo denigrar porque es una vocación, pero debe ser una opción", dijo. "Necesitamos un cambio porque desde un punto práctico esto beneficia a la iglesia, ya que el celibato es una exigencia que desanima a muchas personas a ingresar al sacerdocio".
El papa Benedicto XVI a la vez que hacía una llamada a los “cristianos” a “hacer penitencia” y a “reconocer los errores” cometidos por los abusos sexuales de niños y adolescentes por muchos sacerdotes, religiosos y monjas en diversas partes del mundo, defendía, a priori, el celibato como “valor sagrado”.
El celibato es una norma surgida en el Concilio de Elvira (Granada, España) en el año 306 que estableció la prohibición a los curas y monjas de contraer matrimonio, la que según un proyecto secreto del Vaticano podría ser abolido dentro de 50 años. El celibato forma parte de la historia de limitaciones, prejuicios y dogmas de la Iglesia Católica que apareció bajo un objetivo concreto de limitar la actividad sexual de curas y monjas para evitar que la iglesia tuviera que hacerse cargo de la manutención de sus familias y una vez muerto el cura, de la herencia que debían recibir sus deudos. Lo cual causaría quebranto al poder económico de la iglesia.
Los Padres del Desierto se cuentan entre los primeros cristianos que practicaron el celibato, la ascesis y el desprendimiento del mundo como una manera de seguir a Cristo de manera radical. La evolución del celibato cristiano es bastante compleja y adquiere dos dimensiones: el celibato sacerdotal y el celibato monacal, los cuales suelen confundirse.
El sacerdocio cristiano como evolución conceptual de las comunidades cristianas de los primeros siglos de nuestra era no contempla ni bíblica ni tradicionalmente el celibato como precepto obligatorio para la condición del sacerdote. Existen opiniones variadas respecto del comienzo del celibato clerical en la Iglesia y de su origen: algunos afirman que tomó el carácter de obligatorio en el siglo IV, mientras que otros interpretan que tuvo sus inicios en el II Concilio de Letrán (1139); algunos le adjudican origen apostólico, mientras que otros consideran que se trata de una expresión disciplinar tardía.
Como un movimiento nacido en el seno del judaísmo, el cristianismo ve la reproducción humana como precepto divino, sin embargo, surgen varias novedades que lo distinguen. Si para el judaísmo bíblico la no procreación era signo de maldición o castigo, para el cristianismo dicha perspectiva puede ser asumida desde otra posición cuando la no procreación es por opción religiosa. El cristianismo primitivo, quizá por una influencia helénica, crea una cierta dicotomía entre la dimensión espiritual y los que «viven según la carne».A diferencia del Buda, Cristo no plantea el celibato como medio obligado para alcanzar la meta divina. Por el contrario, utiliza múltiples figuras que corresponden plenamente a la cosmogonía semita, por ejemplo, cuando se refiere al matrimonio recuerda la tradición: ¿No habéis leído que el Creador desde el comienzo los hizo varón y hembra y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos harán una sola carne? El punto novedoso es precisamente en la mención de la continencia voluntaria que sigue inmediatamente a esta mención del matrimonio como ley divina: Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos.
Los impulsos instintivos reprimidos y las relaciones ocultas, han convertido a no pocos “hombres de Dios” en rígidos moralistas que imponen a la gente cargas que ellos mismos no serían capaces de soportar. Viendo estas cosas, no es difícil sospechar el gran sufrimiento que se ha causado en la Iglesia católica a lo largo de los siglos a consecuencia de los abusos cometidos en el celibato. Siempre que la forma de vida célibe, no se halle en total armonía con la persona del pastor de almas, brotan de ella ansiedades, inhibiciones y represiones que privan de su fundamento al verdadero amor-eros célibe. Hay estimaciones según las cuales el 10% aproximadamente de los psicoterapeutas abusan ocasionalmente de su profesión, para tener relaciones sexuales con sus pacientes. Probablemente la situación es parecida en el caso de los pastores de almas”. Podemos derivar la siguiente cuestión: si se “corta por lo sano” y se suprime el celibato, entonces se verá lo que sucede con los matrimonios fracasados, que por infidelidad, incompatibilidad de caracteres, rutina conyugal, desencanto afectivo-sexual, etc., si ocurriera de manera análoga, en el caso de un clero casado, no sería lo más conveniente de cara al bien de la Iglesia.
Numerosos biblistas ven una invitación de Cristo al celibato perpetuo para consagrarse al Reino de los Cielos. Dicha mención será vital para el desarrollo de los dos tipos de celibatos cristianos y el reflejo en los demás documentos neotestamentarios del cual se ve a Pablo como el principal arquetipo: En cuanto a lo que me habéis escrito, bien le está al hombre abstenerse de mujer. No obstante, por razón de la impureza, tenga cada hombre su mujer y cada mujer su marido (...). El mayor desarrollo de este nuevo concepto lo hace Pablo en su tratado sobre el matrimonio y la virginidad en el capítulo VII de 1 Corintios. En dicho tratado pone a la paridad ambos estados, sin embargo señala: El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo; está por tanto dividido.
El concilio de Letrán, afirmando la invalidez del matrimonio en el caso de los clérigos con órdenes mayores o de los religiosos con votos solemnes. Edward Schillerbeeckx menciona (parafraseando) que antes del siglo XI esta enseñanza del celibato para los sacerdotes era si bien es cierto siempre promulgada y confirmada, sin embargo era siempre adoptada parcialmente, y de ello eran consientes las autoridades. Después de haberlo intentado de muchas maneras imponiendo sanciones económicas y multas, recurren al medio más drástico recién en el año 1139, fue en este año como ya se mencionó que el sacerdocio se convirtió en un impedimento para que el que ejerza este cargo el matrimonio y solo los solteros podían ser ordenados. Además no es solo por puro gusto sino porque mantiene una motivación netamente espiritual de servicio completo a Dios, es decir la pureza ritual y la desconfianza hacia lo sexual, es esto lo que explica la ley del celibato para el sacerdocio católico romano.
Ir contra la ley de la Naturaleza, es ir contra la ley de Dios, tan antinatural es resistir el deseo sexual, cómo natural es complacerlo. Las aberraciones cometidas por sacerdotes contra niños, es de una irrelevancia imperdonable. No basta que un Papa pida perdón. El horror de esos sucesos, valga la expresión popular "no tiene perdón de Dios". Aparte confirma que el Hombre, independientemente de su condición moral, siempre es poseído por el afán de tierras y riquezas, sino que lo digan las "guerras por religión" y la imposición de la Iglesia Apostólica Romana, enfrascada en mantener el celibato entre sus representantes, sin distinción de sexo.
Las enseñanzas del Vaticano II, sobre el celibato fueron desarrolladas pocos años después por Pablo VI, en la Encíclica Sacerdotalis coelibatus. Ello no evitaría, sin embargo, que se produjera una considerable presión –de diversa procedencia– a fin de suprimir el requisito del celibato obligatorio en la ordenación al sacerdocio, a la par que se producía un éxodo masivo de entre las filas del clero. Ciertamente, muchos de los que decidieron abandonar su ministerio arguyeron la cuestión del celibato como principal causa de su defección. Después de la encíclica, la crisis del celibato se agravó de tal manera debido a las declaraciones y al comportamiento de cierto número de sacerdotes holandeses que Pablo VI se sintió impulsado a publicar una declaración personal sobre el tema en 1970. Las declaraciones realizadas en Holanda, comentaría el Papa, le habían causado una “profunda aflicción”, por la “grave actitud de desobediencia” a la ley de la iglesia latina que aquella implicaba.
Con la llegada del alto medievo los papas "absolutistas" intervinieron decididamente en el asunto. Gregorio VII decidió que ningún sacerdote podía ser ordenado sin antes obligarse al celibato. Usó el poder secular activamente para echar las esposas de los sacerdotes de sus casas, resultando en el suicidio de muchas de ellas. Como siempre, las mujeres sufrieron de estos arrebatos papales más que los sacerdotes que al fin y al cabo remplazaron la esposa por una concubina, y tan tranquilos. San (¿?) Gregorio, tan revolucionario él, cambió considerablemente el razonamiento detrás del concepto de celibato. Ya no eran principalmente razones patrimoniales y económicas (los papas posteriores, todos célibes, no regalaban el patrimonio de la Iglesia a sus hijos legítimos sino a sus familiares y bastardos) sino autoritarias: asegurar la independencia del clero de cualquier influencia e interferencia laica. Dijo Gregorio: " La Iglesia no puede liberarse de las garras de la laicidad sin antes liberar a los sacerdotes de las garras de sus esposas". Encantador. Claro, el mismo Papa ya había proclamado antes la superioridad del sacerdote más humilde sobre cualquier lego, incluyendo emperadores y reyes. Con todo esto Gregorio VII trazó el camino para convertir la clerecía en una casta superior con los legos como villanos obedientes. Hubo mucha resistencia; algunos obispos excomulgaron al Papa como hereje por dar preferencia a queridas sobre esposas, por forzar sacerdotes a abandonar sus hijos legítimos. Por otra parte, obispos que trataban de imponer los deseos de Gregorio fueron expulsados de sus diócesis por laicos furiosos, temerosos por la seguridad de sus mujeres e hijas a manos de clérigos célibes.
Los llamados Pies derechos en las construcciones mudéjares, son unos elementos utilizados exclusivamente en el arte mudéjar. Se llaman pies derechos a los soportes de madera, utilizados a modos de columnas, que sirven para soportar galerías en las casas o los coros de las iglesias, como es el caso del templo de Higuera de Arjona, aunque la columna que sostiene la viga del coro de este caso es de piedra. Estos soportes pueden ser redondos o cuadrados, ya fuesen biselados o no. En el borde superior del Pie derecho del templo hay una zapata de madera dispuesta horizontalmente sobre la parte superior del pie derecho, el uso de las zapatas es otra de las características de la construcción mudéjar. Llamamos zapata al madero dispuestos horizontalmente sobre un pie derecho para sostener una viga.
Como tampoco la "decisión" del Primer Concilio de Letrán tuvo mucho efecto, tenía que ser repetido en el Segundo Concilio de Letrán (1139), y en el Concilio de Reims (1148). Con el tiempo el celibato se impuso poco a poco con efectos nefastos para la moral sexual. La razón principal para imponerlo había sido la consideración de que el matrimonio, la esposa y los hijos, impidieron la plena dedicación, en cuerpo y alma, del clero a la Iglesia. De una forma extraña la institución estaba invocando, por lo menos para el clero, la advertencia de Jesús de que quien no estaba dispuesta a abandonar o renunciar a sus padres y familia para seguirle no fuera merecedor de Él.
Podríamos plantearnos la pregunta porque la Iglesia, o mejor dicho el papado Gregorio VII y de este tiempo, en vez de manipular el derecho natural no impuso simplemente que un hombre solamente podía aspirar al sacerdocio haciendo votos voluntarios de celibato y de castidad. La respuesta es simple; no confiaba en que hubiera bastantes hombres sanos y cuerdos dispuestos a aceptar voluntariamente tal sacrificio, y tenía miedo a que los candidatos dispuestos se limitarían a impotentes, asexuales, malhechos e incasables por falta de atractivo y, peor todavía, homosexuales. Candidatos inaceptables por la prohibición divina reflejados en Lev. 21:16-23:
"Porque ningún varón en el cual haya defecto se acercará; varón ciego, o cojo, o mutilado, o sobrado, o varón que tenga quebradura de pie o rotura de mano, o jorobado, o enano, o que tenga nube en el ojo, o que tenga sarna, o empeine, o testículo magullado".
Claro, no se entiende muy bien como Gregorio VII hubiera pasado la prueba; era apodado el "homonisculo”, medía un metro cuarenta y era lo más feo nunca visto. Podemos especular sobre un posible complejo de inferioridad como explicación de su absolutismo megalómano, su misoginia y su negación del matrimonio clerical, matrimonio del cual el no había podido disfrutar nunca. El hombre por muy halagado que fue por sus sucesores fue un auténtico desastre para la Iglesia ya que el celibato clerical fue, junto al añadido del filioque al Credo (1014) y el concepto del poder absoluto del Papa, tanto religioso como secular, introducido por él, una de las principales razones del Cisma de la cristiandad en 1054.
En el siglo XIII el celibato se hizo más o menos la norma, pero si en siglos anteriores la minoría de sacerdotes célibes ya había dado una mala reputación a la Iglesia por su conducta sexual, ahora, cuando los célibes poco a poco se convirtieron en gran mayoría, su conducta se hizo abominable. Críticos de la época dijeron cosas como: "la Curia romana es el mejor ejemplo de todo lo vicioso e infame en el mundo”, "la profesión de sacerdote es el camino más corto hacia el infierno", "Roma no es la Santa Sede sino la Sede Impía". Los cardenales fueron llamados carnales, las monjas rameras y en los monasterios abundaban los gayas. La homosexualidad siempre ha creado un grave problema para la Iglesia; siempre lo ha condenado y nunca ha comprendido que el cristianismo romano con su misoginia, su anti(hetero)sexualidad, y su "hembrafobia" atribuyendo la culpa del pecado original a la pérfida Eva, tenía, y tiene, todos los atributos para germinar una psicología homosexual pasiva, combinado en general con un excesivo compañerismo masculino.
Cuando los autores neotestamentarios se refieren a la opción de la virginidad, no tienen en mente una jerarquía ministerial, sino que se dirigen a todo el cuerpo de los creyentes. Por otra parte, en las recomendaciones dadas en la Primera epístola a Timoteo se habla del obispo, como uno que debe ser irreprensible, casado una sola vez:
Es necesario que el obispo sea irreprochable, casado una sola vez, casto, dueño de sí, de buenos modales, que acoja fácilmente en su casa y con capacidad para enseñar. [...] Que sepa gobernar su propia casa y mantener sus hijos obedientes y bien criados. Pues si no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá guiar la asamblea de Dios? Primera epístola a Timoteo 3, 2-5. Así mismo, afirma sobre los diáconos: Los diáconos deberán ser casados una sola vez y que gobiernen bien a sus hijos y su casa. 1 Timoteo (3, 12)
La cerrada oposición tanto del clero como de los laicos, hizo que Urbano II organizase en 1095 una especie de concilio mixto con gran participación laica (todos nombrados a dedo) el cual condenó, según Urbano de una vez para siempre, el matrimonio clerical. Sin duda para demostrar que estaba inspirado por el propio Espíritu Santo, ordenaba el arresto de las esposas e hijos del clero y su venta como esclavos. Algo Encantadoramente cristiano. Como la efectividad de estas medidas se limitaba, groso modo, a los estados pontificios, Calixto II avanzaba un paso más y durante el Primer Concilio de Letrán (el primer concilio no ecuménico sino general; el primero convocado por un Papa y no por la autoridad civil; el primero en latín y no en griego; 1123) lograba que se aprobaba la tesis de que " matrimonios clericales contraídos antes o después de la ordenación son inválidos" , o sea se negaba la validez de la ley natural que se había aplicado desde el principio mismo del cristianismo. (No es sorprendente que desde entonces la Iglesia siempre ha interpretado el derecho natural de forma pragmática y con vista a sus propias conveniencias).
No hay duda de que para la mayoría del clero, incluyendo muchos papas, su misoginia era más teórica que practica y no restringía para nada su apetito heterosexual, pero para una minoría bastante importante, más entre el clero regular que entre el secular, la misoginia era tan obsesiva que llevó al total rechazo de la mujer y a la homosexualidad como único escape para su libido. Hemos conocido que en el medievo la homosexualidad en ciertos monasterios y conventos era habitual; en tiempos más recientes la práctica se ha desplazado a seminarios y escuelas confesionales. En los últimos cuarenta años nada menos que 30 arzobispos y obispos han sido destituidos por escándalos sexuales, en su mayoría relacionados con pederastia y pedofilia, y en la última década ha habido miles de acusaciones similares contra sacerdotes y frailes en los EE.UU. y las habrá también en Europa.
Los que ejercían un ministerio dentro de la Iglesia primitiva tenían la opción del celibato dentro de las recomendaciones expuestas o podían casarse. Esta definición permanecería irremovible para la Iglesia Ortodoxa hasta la actualidad en donde los candidatos al ministerio sacerdotal pueden optar por el celibato o el matrimonio antes de recibir el orden diaconal, mientras se prefiere la elección de obispos del clero ortodoxo célibe. En la Iglesia Latina, por su parte, dicha práctica permanecería hasta el siglo XV, tiempo en el cual se optó por el celibato sacerdotal obligatorio.
En algunos sectores se esperaba que el Sínodo de 1971 modificara la posición de la Iglesia y, para preparar el terreno, se había orquestado una campaña como la describiría cierto crítico “con un fervor prácticamente profético”. Un informe de la Comisión Teológica Internacional publicado antes del Sínodo, sugiriendo que el celibato fuera opcional, había alimentado quizá esas expectativas. Al mismo tiempo que mantenía que el celibato era el mejor camino. El Sínodo rechazó las presiones y afirmó categóricamente que “la ley del celibato sacerdotal existente en la iglesia latina ha de ser mantenida en su integridad”. Sin embargo, las presiones para hacer del celibato un requisito opcional para el sacerdocio siguen siendo constantes.
Posteriormente al concilio de Letrán I con la ley de celibato, algunos de los sacerdotes satanizaron el sexo, es decir que argumentaban que la sexualidad era producto del pecado y cosa de demonios sin embargo esa no era la verdadera razón del celibato. En el concilio de Letrán II que se realizó ya en el siglo XII casi un siglo después del primer concilio en Letrán se promulgó oficialmente dicha ley, expresada claramente enfatizando que era por cuestiones de pureza para el sacerdocio y no para otra cosa desviada de doctrina. Edward menciona lo siguiente: "Con el fin de que la lex contineniae y la pureza, tan agradable a Dios, aumenten entre los clérigos y consagrados, establecemos...La ley del celibato como instrumento eficaz para cumplir de una vez la ley de la continencia". Sin embargo este concilio llevado a cabo el años 1545-63 aproximadamente confirmó que la enseñanza era del clero por ley de la iglesia y no por la ley de Dios.
Hace 30 años la crisis del celibato eclesiástico era debida en buena parte a una valoración o revalorización positiva de su... alternativa natural, el matrimonio, realidad humana maravillosa y misterio de santidad, vista no como alternativa sino como añadidura funcional al sacerdocio; y al descubrimiento de valores que la condición celibataria, se pensaba, no permitiría apreciar y vivir suficientemente, como la integración afectiva, la potencialidad psicológicamente liberadora de la sexualidad como principio dinámico de la relación con el otro, lo positivo (y para algunos la necesidad) del ejercicio sexual; y al surgimiento de una sensibilidad apostólica nueva, como por ejemplo, la exigencia de una encarnación más real del sacerdote en el mundo secular y la necesidad de captar más de cerca, experimentándolos en sí mismo, los problemas de la gente y de la familia .
Para muchos la Iglesia es una madrastra despiadada. Algunos sondeos de opinión sobre el tema del celibato obligatorio dieron estos resultados: en Holanda el 75% de los sacerdotes entrevistados, en Bélgica el 64%, en USA el 60%, en Francia el 70%, en Italia el 63% según una encuesta, el 50% según otra; en Alemania “la mayor parte” de los sacerdotes encuestados, desearían el celibato optativo, de igual manera en América Latina, según las encuestas de los primeros años 70, “la situación es tal que se vaciarían los seminarios e induciría a la búsqueda de un sacerdocio ordenado después del matrimonio”
Después del Concilio Vaticano II, fue el tiempo de una pesada hemorragia de salidas de sacerdotes de la Iglesia, a causa del celibato: según los datos publicados por la Oficina central de estadística de la Iglesia, el motivo aducido por el 94,4% de los 8.287 presbíteros que abandonaron el sacerdocio desde el 1964 al 1969 fue el celibato. Un dato desconcertante y que habla por sí solo.
Es una síntesis bien elocuente de la complejidad, de un periodo de crisis del celibato.
Hoy en día han cambiado notablemente las cosas, aunque no es nada fácil descifrar o discernir el sentido y la dirección de cambio. Por un lado, la visión del sacerdote de hoy es más inteligente y objetiva sobre este tema y, al mismo tiempo, al menos por lo que parece, menos problemática y polémica: queremos decir que en general parecen venir a menos aquellas actitudes idealistas típicas del adolescente, “psicología del fruto prohibido”. Por otro lado hay más realismo en el clero actual a cerca de la valoración de la problemática sexual, de sus raíces y de su complejidad, así como sobre la interpretación más amplia del camino de la maduración afectivo-sexual y de los componentes de la misma madurez.
El presbítero de hoy sabe que dentro y detrás de la crisis afectiva se pueden esconder otras realidades personales problemáticas, sabe o intuye que las dificultades para vivir el celibato pueden tener, y normalmente la tienen, una historia y prehistoria propia, más o menos larga, y que la crisis actual en el área afectivo-sexual podría ser solamente el punto terminal, la caja de resonancia del problema con una raíz no sexual, como la crisis de fe, de identidad o de fidelidad, etc. Se ve cómo ha cambiado esta mentalidad entre los sacerdotes lo dice el sondeo de 409 sacerdotes (entre ellos 226 párrocos) realizado por Doxa para el Avvenire ante la proximidad del Octavo Sínodo de Obispos (Roma, octubre 1990) dedicado al análisis de la formación de los sacerdotes: «sobre las causas de los abandonos se rechaza la opinión común de que la causa sea la dificultad en vivir el celibato. Para los sacerdotes esta es una causa real. Pero viene sólo después de la crisis ideológica, es decir, después del desaliento en la propia misión, en definitiva, de una ‘crisis de identidad’, que afectaría a algunos sacerdotes” y que podría dar lugar a dificultades específicas en el área de la afectividad y del celibato.
El dato de que el 94,44% de sacerdotes han abandonado o dicen haber abandonado por causa del celibato, parece un tanto adulterado, y debe ser leído e interpretado teniendo presente lo que la moderna psicología ha descubierto y viene repitiendo: cualquier problema personal tiene un matiz afectivo y se puede manifestar en el área afectivo-sexual sin ser originado en esa área, aunque el mismo sujeto no se dé cuenta y crea que el problema sea de naturaleza sexual y se resuelva en esa parcela. El sexo tiene las características de la plasticidad y de la omnipresencia, por la cual puede estar en relación e influenciado por muchos y diferentes aspectos y desórdenes de la personalidad; es decir, toda fuerza motivacional de la persona (como por ejemplo el sentido de inferioridad, la necesidad de dependencia afectiva, la agresividad, etc.) puede usar las manifestaciones y relaciones psicosexuales como medio de expresión de sus ideales, aun de los auto trascendentes.
En algunas situaciones la crisis afectivo-sexual ocultaría otra crisis más radical; o la dificultad para vivir el celibato estaría determinada por una dificultad distinta y más profunda. En definitiva, es ingenuo y poco científico tomar el hecho del 94,4% de los que piden la dispensa “por causa del celibato” como dato que refleja una situación y una motivación real y objetiva, o como elemento que manifiesta la verdad intrapsíquica de aquellos ex sacerdotes. Este es el motivo por el que en muchos casos el matrimonio no ha resuelto, después de un periodo aparentemente positivo, los problemas del ex sacerdote.
Según lo que aparece en una encuesta encargada por la Conferencia episcopal americana: en los matrimonios de los ex sacerdotes, después de un periodo inicial de buena adaptación y armonía, aparece durante largo tiempo un índice de tensión conyugal doble que en los matrimonios comunes, lo que parece demostrar que la tensión, disminuida con el abandono del sacerdocio, vuelve a presentarse en la nueva situación después de un tiempo de consuelo.
Es evidente que aquella tensión conyugal, en el caso de un matrimonio de un exsacerdote, después de se presente una tensión doble que la que se da en los matrimonios comunes, en el caso de que por lo general se crea que fue por causa del celibato, y que no estaba unida primariamente a una problemática afectiva o sexual del afectado, por lo tanto no pudo ser resuelta por un remedio de ese tipo con la pérdida del celibato. Esto es lo mismo que Burgalassi ha manifestó con su muestrario de ex sacerdotes italianos: “La mayor parte de los que habían abandonado el sacerdocio, declaraban después que sólo parcialmente o nada le había satisfecho el paso que habían dado y esta insatisfacción aumentaba al pasar los años de su abandono de su sacerdocio”.
Gracias a una interpretación más correcta de las verdaderas causas de la crisis, y quizá debido también al aporte del análisis psicológico, parece que hoy hay una menor ilusión sobre la capacidad “terapéutica” del matrimonio, como solución de todos los problemas del sacerdote. Además, hay un elemento nuevo respecto al pasado, parece que está en aumento la recuperación de las razones profundas por las que conviene una unión entre sacerdocio y celibato. Las objeciones y críticas del periodo postconciliar contra el celibato están “hoy en camino atenuante”.
Mons. Defois, ex secretario de la Conferencia Episcopal Francesa, a la pregunta de si hay todavía discusión sobre la obligatoriedad de la ley del celibato, responde: “No está aquí el verdadero problema. La crisis del ministerio abarca también a los protestantes. El verdadero problema es la identidad del sacerdote. El celibato es aceptado en la medida en que aquella es comprendida. Es necesario que haya una reflexión más profunda”.
Soledad.
Otra señal, todavía más indicativa de la evolución actual, nos dice Cencini, es la resultante de la convención FIAS (Federación Italiana de Asistencia a los Sacerdotes) de junio de 1989 sobre la soledad del presbítero; de los cerca de 500 sacerdotes diocesanos que han respondido a un cuestionario propuesto para la preparación de la reunión, sólo 3 han puesto en el celibato la causa de la soledad y en la abolición de su obligatoriedad la solución al problema. Todavía más significativa es una encuesta dirigida en el 93-94 a 600 estudiantes de teología elegidos entre los que frecuentaban la Universidad Pontificia Gregoriana y Lateranense, el Seminario Episcopal de Brescia y el Pontificio de Molfetta, el Colegio Teológico Rogacionista y otros de distintas procedencias, compuesto por estudiantes residentes en Roma, pero elegidos al caso: el 54% sostiene que el celibato es el obstáculo mayor para escuchar la llamada vocacional, mientras el 27% atribuye este papel a la soledad. Ahora bien, podemos ver como la soledad, aparece como fenómeno ligado a una compleja realidad de factores.
El candidato al sacerdocio, no es engañado por nadie. ¿Qué sentido tiene, una vez encarnado en su ministerio y con el tardío despertar de su afectividad y sexualidad, reprochar a la Iglesia el haberle impuesto el celibato? La Iglesia no obliga a nadie a que se haga sacerdote. Muchas situaciones ambiguas se van esclareciendo y la Iglesia debe pronunciar una palabra significativa para dar a este estado de vida, el sacerdocio celibatario, todo su significado. Con la experiencia y la mirada retrospectiva en estos últimos años podemos decir que hoy no es el celibato consagrado lo que está en cuestión, sino el modo como las personas, lo interpretan para enmascarar, negar o en el mejor de los casos integrar la pulsión sexual. Creemos, en definitiva, que al menos desde el punto de vista de la autoconciencia, acerca de la raíz del problema del celibato y su posible solución, hay una cierta maduración en el clero en estos últimos años, en la línea de un mayor realismo.
El Vaticano II afirmó la tradición sobre el celibato en la iglesia occidental. Más adelante, Pablo VI, partiendo de sus enseñanzas, desarrollaría una rica teología del celibato en su encíclica Sacerdotalis coelibatus, un documento que no sería bien acogido en algunos sectores, pero que cuatro años más tarde vería reafirmada su enseñanza en el Sínodo de Obispos de 1971:
“Lo que mantiene la ley existente es la íntima y múltiple coherencia entre la función pastoral y la vida de celibato: el que libremente accede a vivir una total disponibilidad, el carácter distintivo de esta función, libremente se compromete con una vida de celibato. El candidato debería aceptar este modo de vida, no como algo impuesto desde fuera, sino como una manifestación de su libre entrega, que es aceptada y ratificada por la Iglesia a través del obispo. De esta forma, la ley se convierte en protección y salvaguarda de la libertad con la que el sacerdote se entrega a Cristo, convirtiendo su entrega en un “yugo suave”.
Saludos.
Este en este periodo de la edad media aproximadamente donde ocurrió la reforma protestante por muchos hombres tales como Calvino que se atrevió a decir que el celibato no debía ser juzgado como mayor de los méritos que el estado del matrimonio, y protestó contra el desprecio que generalmente le daban algunos fanáticos católicos tales como Jerónimo que argumentaba que el matrimonio "era una relación impura", de esta manear también Marín Lutero en su lucha contra la Roma Papal denuncia injusticias e incumplimiento de sus propias leyes y más aún de que esas leyes no tiene sustento bíblico ni apoyo de Dios en su realización. Como es de suponerse a raíz de la reforma de Lutero y de otros hombres que la precedieron y la continuaron esta enseñanza netamente católica se vio en muchas veces a ser derribada, pero sigue manteniendo hasta hoy su validez tal como en el concilio de Trento II se acordó, claro que es importante decir que esta práctica de la Iglesia Católica Apostólica Romana está sujeta la absolución si ella si lo creyese oportuno.
La Iglesia logró finalmente imponer el celibato, después de tantos siglos, en el Concilio de Trento, no obstante la declarada oposición tanto del Emperador Fernando como de muchos otros soberanos. Estos defendieron la necesidad de abolir el celibato clerical por el bien de los laicos; en muchas parroquias los creyentes se negaron a aceptar sacerdotes sin esposa (o por lo menos concubina) en defensa del honor de sus mujeres e hijas. Pero, erre que erre, el Concilio insistió. El razonamiento fue el siguiente: como la Iglesia es una institución absolutista y jerárquica, necesita operarios ciegamente entregados a la institución y solamente el celibato, sin la distracción de problemas familiares, podía garantizar tal entrega absoluta; el sacerdocio dejaría de ser la libre entrega a Díos y se convertiría en un servicio coaccionado al papado, con el sacerdote como prisionero del sistema. No hay vida fuera de la Iglesia.
Podemos entender que esta ley del Celibato de la Iglesia Católica Apostólica Romana puede ser abolida como menciona este fragmento de un artículo: "habría que especificar que el deber de celibato no forma parte de la naturaleza intrínseca del sacerdocio, sino que se trata de una gracia añadida que la Iglesia reconoce como ideal para el desempeño del ministerio. Ideal, y en estos momentos, obligatoria según las leyes eclesiásticas, que no deben sin embargo considerarse leyes divinas." O más aún como menciona Robert G. Clouse, actualmente la Iglesia Católica Apostólica Romana juzga útil el celibato de los ministros por cuanto les concede mayor libertad para el servicio de Dios, aunque también afirma que la iglesia puede anular esta regla cuando lo decida.
La llamada al celibato sacerdotal, afecta a las inclinaciones naturales más profundas de los vocacionados, y esta no se adapta espontáneamente a esa opción de vida evangélica; por eso se necesita una formación fuerte, cualificada y específica de los formandos. La experiencia de la Iglesia en estas últimas décadas, pone muy bien en evidencia que el problema hoy, no es tanto el celibato en sí mismo y la posibilidad de vivirlo, también desde un punto de vista psico-afectivo, sino en cuanto a la formación y la calidad de esa formación para llevar una vida célibe. El futuro célibe sabe durante el tiempo de formación que el celibato consagrado es una de las modalidades de la existencia sacerdotal.
Es de gran importancia mencionar que el Papa Pablo VI se pronunció ante este tema en Junio 24 del año 1967 en una Encíclica: "sacerdoialis caelibatus": El Celibato Sacerdotal hoy. Donde expone todo un argumento detallado del porqué es que la Iglesia Católica Apostólica Romana sigue ese principio de fe, esta tesis empieza así: "A los obispos, a los hermanos en el sacerdocio a los fieles de todo el mundo católico. El celibato sacerdotal, que la Iglesia custodia desde hace siglos como perla preciosa, conserva todo su valor también en nuestro tiempo, caracterizado por una profunda transformación de mentalidades y de estructuras".
También, El Papa Juan Pablo II dice en la carta apostólica Mulieris Dignitaten: "El celibato por el reino de los cielos es una gracia especial por parte de Dios, que llama a una persona determinada a vivir el celibato. Si este es un signo especial del Reino de Dios que ha de venir, al mismo tiempo sirve para dedicar a este reino escatológico todas las energías del alma del cuerpo de un modo exclusivo durante la vida temporal". El Papa que vivió no hace mucho, entendía que el celibato era algo precioso de esta manera dice que con Cristo ha entrado una novedad de vida. Allí donde el Génesis decía que no era bueno que el hombre esté solo, san Pablo llega a afirmar de que es bueno para el hombre estar solo (1 Corintios 7, 25-26). Queriendo dar a entender además que es como una forma de testificar su importancia al igual que Jesús por las ovejas cumpliendo así su labor como buen pastor despojándose de sí mismo para cumplir fielmente su llamada. La Iglesia Católica Apostólica Romana, reafirma este dogma de manera tajante para los sacerdotes que ministran en la obra de Dios y su iglesia, de esta manera todo aquél que desea el obispado, buena obra desea, pero es necesario que adopte el don del celibato, que según llama la Iglesia Católica Apostólica Romana es una manera especial de servir, el cual es honrado y bueno ante los ojos de Dios. Pues no existe ataduras para servir, no hay distracciones, sólo existe Dios y su relación con el sacerdote.
La posición adoptada en la edición revisada del Código de Derecho Canónico de 1983 fue:
“Los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios, mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres”.
En la preparación del Sínodo de Obispos de 1990 y posteriormente, hubo una fuerte presión para que se introdujera el celibato opcional. El pensamiento actual de la Iglesia acerca del celibato sacerdotal se manifestó claramente en el documento sinodal sobre la formación sacerdotal Pastores Dabo vobis, publicado el 25 de marzo de 1992. Como si se anticipara a la actual corriente de especulación y agitación, Juan Pablo II afirmó: “El Sínodo no quiere dejar ninguna duda en la mente de nadie sobre la firme voluntad de la Iglesia de mantener la ley que exige el celibato libremente escogido y perpetuo para los candidatos a la ordenación sacerdotal en el rito latino”. Esta es, en líneas generales, la enseñanza de la Iglesia, sobre el estatus actual del celibato.
Saludos.
El Vaticano II dedicó dos de sus dieciséis documentos al tema de los sacerdotes: uno sobre la formación de los futuros sacerdotes y otro en torno al ministerio y vida de los presbíteros. Ambos documentos constituyen una declaración valiosa y bien desarrollada del pensamiento de la Iglesia acerca del sacerdocio católico y con razón sirvieron para avivar las esperanzas de renovación de la vida espiritual y la eficacia pastoral del clero.
En el último cuarto del siglo XX se produjo una hemorragia en las filas del sacerdocio, de la que quizás no exista otro precedente en la historia de la Iglesia a no ser el de las primeras décadas de la Reforma. El papa Juan Pablo II se ha referido a este éxodo como uno de los mayores reveses para las esperanzas de renovación suscitadas en el Concilio. Se trató de un fenómeno de alcance universal que afectó tanto a sacerdotes seculares como a religiosos, pero con un carácter más acusado en los países desarrollados de Europa occidental y Norteamérica. A estos aspectos negativos hay que añadir un significado declive en el número de vocaciones sacerdotales en los años posteriores al Concilio Vaticano II, al menos en la parte occidental más desarrollada.
Al mismo tiempo que se producía el desarrollo de estos países se comenzó a cuestionar seriamente la misma identidad del sacerdocio católico. ¿Fue esta pérdida de seguridad y de confianza en la esencia del sacerdocio una de las razones principales por la que muchos decidieron abandonar su vocación? o ¿Contribuyó este hecho, a minar la percepción tradicional católica del sacerdocio, hasta el punto de que muchos menos jóvenes se sentían favorablemente dispuestos o capacitados para ver en la vocación algo por lo que merece la pena adoptar un compromiso para toda la vida?
Saludos para todos.
No hay duda de que el debate en torno a la identidad sacerdotal, daño la adecuada percepción del compromiso, con las consiguientes defecciones en las filas del clero y un creciente rechazo de los jóvenes a considerar el sacerdocio como opción viable.
El cardenal Ratzinger analizó este fenómeno en profundidad en su discurso de apertura al Sínodo de Obispos sobre la formación de los sacerdotes y volvió a tratarlo en un documento publicado para conmemorar el treinta aniversario de la proclamación del decreto Presbyterorum ordinis en 1995. El Concilio, según refiere, resolvió publicar un decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, consciente de que en aquel momento la idea tradicional del sacerdocio católico en algunos sectores de la Iglesia estaba perdiendo valor. En los círculos ecuménicos se hacían patentes los gérmenes de una crisis en el concepto de sacerdocio católico; una crisis que, según sus palabras, se inflamaría tras el Concilio, provocando efectos devastadores en los sacerdotes y en las vocaciones al sacerdocio.
Hasta principios de los años setenta, las vocaciones en Iglesia eran crecientes en los seminarios. Alcanzaron su máximo desarrollo en los sesenta y, a partir de entonces, comenzaron a decrecer de forma gradual. En la primera mitad de los noventa se produjo un rápido declive, alcanzando en 1996 el número más bajo de incorporaciones de todo el siglo XX. Uno se pregunta: ¿qué es lo que ha provocado un cambio tan significativo? ¿Por qué se ha visto reducido el número de vocaciones a un débil reguero, comparado con la firme corriente de hace una generación? ¿Por qué ocurre que el sacerdocio parece no tener ya tanto atractivo como un estilo de vida desafiante? ¿Es lo que se conoce como celibato obligatorio lo que disuade a los jóvenes que aspiran al sacerdocio o hay razones estructurales más profundas?
Saludos blogueros.
Los años transcurridos desde el Vaticano II han sido tiempos de grandes cambios en la Iglesia. Esto ha dado lugar a una percepción diferente de la fe y a una relajación del compromiso celibatario y que en la práctica se ha manifestado en una dramática desbandada, especialmente acusada en las zonas urbanas. Los estudios sobre las actitudes de la gente joven con respecto a la religión revelan un rechazo de los elementos esenciales de la fe.
Algunos aspectos significativos de la enseñanza moral cristiana se han dejado de presentar con suficiente afectividad a un número cada vez mayor de generaciones más jóvenes. Esta laguna de credibilidad, si pudiéramos definirla así, tiene una relación particular con los hábitos sexuales. La realidad de este cambio de actitud encuentra su justificación en el rápido crecimiento en los niveles de ilegitimidad y de aborto de los últimos veinticinco años.
Un afectuoso saludo para todos.
La superficialidad con la que se trata la virtud de la castidad en los medios de comunicación ha contribuido a oscurecer la estimación de su carácter de virtud. Mucha gente considera que vivir las exigencias tradicionales de la pureza de pensamiento y de obra es un hecho fastidioso y conducente al escrúpulo. En consecuencia, la promiscuidad, o lo que podríamos denominar placer sexual, se está convirtiendo cada vez más en una situación “normal” entre los adolescentes.
Estos cambios en el punto de vista moral afectan también a los casados, como lo refleja el hecho de que una elevada proporción de parejas utilice actualmente algún tipo de anticonceptivo. En una sociedad donde tales actitudes se hallan cada vez más arraigadas es inevitable que surjan dificultades para entender la idea del celibato y el compromiso personal que implica.
Un saludo.
Nos podríamos preguntar: ¿cuáles han sido las causas de este cambio de actitud hacia la fe, hacia el sacerdocio y hacia la castidad? ¿Qué razones no teológicas han afectado a la forma de percibir el sacerdocio en los últimos treinta años? Ocurre que muchos países occidentales, con raíces cristianas, se han visto afectados en su entorno social y cultural por diversos tipos de influencia. Éstos se han introducido por diversas vías, pero se han dejado sentir con especial virulencia en los medios de comunicación, la filosofía educativa y la legislación. Pese a todo, creo que puede ser útil tratar de identificar algunas de las tendencias que subyacen en las actuales actitudes culturales. Ello nos proporcionará al menos una perspectiva para poder evaluar el actual punto de vista sobre el sacerdocio y la vocación al celibato y, presumiblemente, ayudará a los sacerdotes a entender por qué han cambiado tanto las cosas desde el Vaticano II hasta nuestros días.
La búsqueda de libertad personal es uno de los rasgos más característicos de la cultura contemporánea. Normalmente se le considera un bien superior al que otros valores deberían subordinarse, especialmente los que parecen restringir la libertad. De ahí que todo lo que se considera tabú o una reliquia de prohibiciones o temores arcaicos se ve como una traba a la libertad humana y para la libertad de expresión. Como resultado, el concepto de un compromiso permanente y personal tiende a considerarse cada vez más como una imposición o como algo imposible de conseguir. El entorno cultural en general anima a la gente a sentirse libre a la hora de determinar su propio código moral y a no acomodarse a ningún sistema que considere impuesto desde fuera.
El concepto de libertad en la actualidad, se entiende como la ausencia de cualquier tipo de compromiso estable y permanente, no ve la obligación de mantener ningún vínculo con el pasado, excluyendo de esta forma la posibilidad de proporcionar algún tipo de herencia a los que vengan detrás. Los psicoanalistas y conductistas tienden a separar la culpa de la responsabilidad personal, que es el correlato de la libertad, y declaran que el pecado es el resultado de diversas formas de condicionamiento, hereditario, social, cultural, etc. Podemos decir que se ha producido una pérdida radical del sentido del pecado. El hombre es cada vez menos consciente de su necesidad de redención pero su sentido de alienación no se extingue. Al contrario, se hace más opresivo. Y, paradójicamente, mientras que la confesión sacramental ha dejado de ser un rito sagrado en la vida de muchos, la psiquiatría y otras formas de asesoramiento seculares se han convertido en prósperas industrias.
La Ilustración del siglo XVIII había prometido desembarazarse de lo que consideraba mito y tabú, principalmente de la fe, para sustituirlo por una ética humanística y un equilibrio social racional. Se proponía conseguir un código ético de carácter consensuado, más que basado en la convicción, rechazando expresamente la noción de verdad absoluta, sobre todo en el terreno de la moral. Las elecciones de carácter ético, según este sistema, eran personales más que racionales, y la creencia religiosa era considerada como un tipo de experiencia personal que no debía sobrepasar los límites de la conciencia personal.
En la vida pública parece existir miedo a afirmar la verdad, a señalar que una postura concreta, ya sea de carácter legal, político o moral, se encuentra en oposición a ella. Es un rasgo indicativo de hasta qué punto la cultura contemporánea se halla profundamente impregnada de relativismo moral y de su influencia en nuestra propia actitud. Si todas las verdades son relativas, como postularía cualquier filosofía pluralista, nadie está en disposición de defender unos valores éticos absolutos, ya sea por falta de convicción o por temor a ser ridiculizado por los medios de comunicación .
No es de extrañar que, en un contexto cultural semejante, el celibato como estilo de vida pueda parecer algo marginal y esotérico, sobre todo ante la idea de considerarlo como una opción personal.
En un mundo donde las ciencias naturales proporcionan el paradigma dominante de conocimiento y donde los sentimientos han sustituido a la filosofía y la revelación como clave de la realidad, existe un profundo escepticismo respecto al establecimiento de una adecuada fundamentación de un sistema moral coherente. Desde esta perspectiva, la autonomía de la razón se ve restringida por los hechos verificables por las ciencias, y el conocimiento real se ve reducido a las verdades que tales ciencias proporcionan. El utilitarismo es una filosofía que busca el propio interés y, por tanto, contradice la enseñanza cristiana de que el verdadero bien del hombre no consiste en el propio interés sino en la entrega de sí y el servicio a los demás. El consciencialismo y el proporcionalismo son formas actuales de utilitarismo. No permiten que nadie diga que una acción es intrínsecamente mala, sino únicamente mejor o peor que las otras. Esta actitud choca de frente con la idea cristiana de felicidad, lograda mediante la donación completa de uno mismo, especialmente en el matrimonio o en el amor comprometido del celibato.
El termino “individualismo” encierra gran parte de lo que actualmente sucede en la cultura contemporánea. Es característico de algunas de las actitudes señaladas, pero también es evidente en la creación de un conflicto aparente entre la persona y diferentes formas de autoridad. Una de las consecuencias del individualismo es la pérdida de la noción de bien común y del compromiso de solidaridad humana. Teniendo en cuenta que la familia es la unidad básica de estabilidad en la estructura social y el contexto principal en el que tanto los valores morales como las normas culturales y tradicionales son transmitidos a las sucesivas generaciones, cualquier desintegración de este ámbito conlleva necesariamente un efecto negativo sobre la pervivencia de la fe y su transmisión. Esto, a su vez, tiene efectos perjudiciales para las vocaciones /al sacerdocio, ya que la familia cristiana es lugar insustituible para la gestación de dichas vocaciones.
El pluralismo, tal como se entiende hoy día en el ámbito político, es la presunción de legislar por la libertad en diferentes áreas, pero una libertad emancipada de sus fundamentos de moral y de verdad. Según este enfoque, no existiría ninguna base que sustentara los valores absolutos fuera de uno mismo; estos valores serían subjetivos y, por tanto, privados, y lo único que restaría hacer es legislar sobre la base de un consenso democrático, que es siempre mudable. Ciertamente, a tenor de esta lógica, los valores deberían permanecer en la esfera privada a fin de preservar la democracia.
El positivismo legal de nuestros tiempos ha desvirtuado enormemente aquellas elocuentes palabras que encontramos en el Evangelio de san Juan: “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn.8, 32). El Evangelio nos enseña que la libertad surge de nuestra relación con algo exterior a nosotros mismos. Alcanzamos la libertad en la medida que adaptamos nuestro estilo de vida y nuestras ambiciones a la verdad objetiva. Sin embargo, la actual corriente de doctrina política y social intenta tergiversar esta relación entre libertad y verdad, reduciéndola a un eslogan sin contenido.
En algunos seminarios se iba hasta el extremo de prohibir a los seminaristas de asistir al entierro de sus padres. Como durante su estancia en el seminario se suprimía la libido con añadidos de preparados de alcanfor a la comida, como hasta hace poco se hacía con los reclutas en los ejércitos, los seminaristas se ordenaban sacerdotes sin ninguna idea del sexo y menos todavía de la privación que significaba el celibato. El celibato se impuso pero desde luego la castidad no. Como dice el proverbio: " la privación es causa del apetito".
Muchas personas creen que el permiso de casamiento a los sacerdotes resolverá la crisis de las vocaciones sacerdotales. Podría ayudar, pero no será, necesariamente, la solución mágica. Permitir que hombres casados sean ordenados traerá tantos problemas nuevos como soluciones de problemas viejos. Para comenzar, la Iglesia tendrá que valorar muy bien si está en condiciones de mantener a sacerdotes casados y a sus familias. Una fuente de confianza en el Vaticano dijo, en conversación privada, que, cuando se discute la cuestión de los sacerdotes casados, son los obispos de las iglesias de rito oriental, que permiten el casamiento del clero, los que la mayor parte de las veces más desaconsejan el cambio de esta disciplina.
En un mundo donde las ciencias naturales proporcionan el paradigma dominante de conocimiento y donde los sentimientos han sustituido a la filosofía y la revelación como clave de la realidad, existe un profundo escepticismo respecto al establecimiento de una adecuada fundamentación de un sistema moral coherente. Desde esta perspectiva, la autonomía de la razón se ve restringida por los hechos verificables por las ciencias, y el conocimiento real se ve reducido a las verdades que tales ciencias proporcionan.
El utilitarismo es una filosofía que busca el propio interés y, por tanto, contradice la enseñanza cristiana de que el verdadero bien del hombre no consiste en el propio interés sino en la entrega de sí y el servicio a los demás. El consciencialismo y el proporcionalismo son formas actuales de utilitarismo. No permiten que nadie diga que una acción es intrínsecamente mala, sino únicamente mejor o peor que las otras.
Esta actitud choca de frente con la idea cristiana de felicidad, lograda mediante la donación completa de uno mismo, especialmente en el matrimonio o en el amor comprometido del celibato.
¡Gracias a todos por la riqueza de sus comentarios!
El termino “individualismo” encierra gran parte de lo que actualmente sucede en la cultura contemporánea. Es característico de algunas actitudes, pero también es evidente en la creación de un conflicto aparente entre la persona y diferentes formas de autoridad. Una de las consecuencias del individualismo es la pérdida de la noción de bien común y del compromiso de solidaridad humana. Teniendo en cuenta que la familia es la unidad básica de estabilidad en la estructura social y el contexto principal en el que tanto los valores morales como las normas culturales y tradicionales son transmitidos a las sucesivas generaciones, cualquier desintegración de este ámbito conlleva necesariamente un efecto negativo sobre la pervivencia de la fe y su transmisión. Esto, a su vez, tiene efectos perjudiciales para las vocaciones al sacerdocio, ya que la familia cristiana es lugar insustituible para la gestación de dichas vocaciones.
Bajo la excusa de pluralismo y como un paso adelante en la libertad, se presentan propuestas legislativas a favor de la contracepción, el divorcio, la homosexualidad o el aborto. En ningún sitio, sin embargo, encontraremos definiciones claras de lo que los legisladores entienden por libertad o pluralismo. Y en este proceso, la gente acaba convencida de que todo lo que es legal es moralmente aceptable.
Pero el auténtico pluralismo no implica ocultar nuestras más profundas diferencias. Por el contrario, significa aceptarlas dentro del común compromiso con respecto a los demás. El pluralismo no es indiferencia en lo que se refiere a la verdad; es un genuino respeto hacia los demás y hacia sus convicciones.
Saludos.
Está claro que actualmente hay algunas corrientes de influencia en nuestra sociedad que con frecuencia están en competencia directa con los preceptos del Evangelio y son hostiles al mismo. Éste es el entorno en que los sacerdotes tienen que vivir y en el que tienen que intentar hacer del celibato un hecho comprensible para ellos mismos y para los demás. Sin embargo, no deberían desanimarse ante las presiones culturales y sociales que oponen dificultades a la proclamación del mensaje de Cristo. La verdad que encierra la enseñanza del Maestro es atractiva y desafiante y, en último término, es la única visión de la realidad capaz de satisfacer los anhelos más profundos del corazón humano. Si el sacerdote se encuentra impulsado por una profunda fe en el poder de la gracia y tiene el valor suficiente para proclamar las implicaciones que el Evangelio conlleva en la vida personal, familiar y social, no tiene por qué dudar de que se producirá una reevangelización de la cultura y que se recuperarán las raíces cristianas.
Afectuosos saludos
La sombra de los escándalos clericales arrojada sobre el celibato en los últimos años, unida a los esfuerzos de algunos medios de comunicación por minar el carisma, hace necesaria la presencia de sacerdotes que, con el ejemplo de sus vidas, contribuyan a recuperar la convicción acerca de su valor y de su validez perenne. Como ya hemos observado anteriormente, el Beato Juan Pablo II, en la encíclica Pastores Dabo Vobis, expresó su deseo de que el celibato fuera presentado y explicado más plenamente desde un punto de vista espiritual, teológico y bíblico. El papa era consciente de que muchas veces no se explicaba bien, hasta el punto de llegar a afirmar que el extendido punto de vista de que el celibato es impuesto por ley “es fruto de un equívoco, por no decir de mala fe”.
Un amistoso saludo.
Teniendo en cuenta la forma en que los sacerdotes han sido atacados por los medios de comunicación en los últimos años, no es de extrañar que puedan sentirse inseguros e indecisos acerca de la identidad y el concepto que tienen de sí mismos. A los ojos de la gente, además, el sacerdocio parece haber perdido algo de su prestigio. Por ello, podría ocurrir que los sacerdotes se volvieran vacilantes en su ímpetu pastoral y defensivos en su predicación del Evangelio, tentados por una falta de convicción acerca de su vocación.
En las circunstancias actuales, los sacerdotes necesitan redescubrir el sentido de la dignidad y la grandeza de su llamada. Es algo que han de conseguir no tanto centrándose en el aspecto normalmente humano como reflexionando más profundamente en el misterio de Jesucristo y en la participación que el sacerdote tiene en ese misterio. Por el sacramento de la Ordenación, Cristo toma posesión del sacerdote como algo propio. Fruto de ello, se vuelve capaz de hacer lo que nunca podría por propia iniciativa: hacer presente el sacrificio de Cristo, confeccionar la eucaristía, absolver los pecados y otorgar el Espíritu Santo, prerrogativas divinas que ningún hombre puede obtener con su propio esfuerzo o por delegación de ninguna comunidad .
Saludos
Muchas razones se argumentan para que la Iglesia Latina llegase a optar por sacerdotes no casados. Destaca una relajación en los hábitos sexuales de los sacerdotes que intentaron regularse en los concilios de Maguncia y Augsburgo, así como se asegura que durante el Concilio de Constanza (1414-1418), 700 mujeres públicas asistieron para atender sexualmente a los obispos participantes. Es posible que dicho desorden causara una decisión de este tipo con el fin de presentar en la figura del sacerdote a un pastor irreprochable. Otra razón que suele argumentarse es la de problemas de propiedad con sacerdotes casados cuyos hijos reclamaban todos los haberes de sus padres al morir estos, lo que incluía la parroquia.
Saludos.
María Martín.
En época reciente, la postura oficial del pontificado sobre el celibato se ha pronunciado en varias ocasiones, como respuesta a algunos movimientos católicos de renovación, y que plantean el celibato como opcional, a veces en desafío directo mediante la petición de secularización o la exhibición pública de curas casados o conviviendo con sus parejas. Sacerdotalis Caelibatus fue la sexta encíclica el papa Pablo VI (24 de junio de 1967). En el mismo sentido se han pronunciado los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. El celibato sacerdotal obligatorio ha tenido múltiples críticas, así como numerosos defensores.
Un saludo.
Para Monseñor Ján Babjak, un obispo de rito bizantino de Presov. El celibato sacerdotal en las Iglesias orientales es una opción que el seminarista debe hacer antes de recibir el orden diaconal. Los obispos permanecen célibes. Por su parte, el profesor Philip Jenkins, profesor de Historia y Estudios Religiosos en la Universidad de Pensilvania, publicó el libro Pedofilia y sacerdotes: anatomía de una crisis contemporánea, en donde concluye que tan sólo un 0,2% de los sacerdotes católicos han sido abusadores de menores de edad. La investigación de los casos conocidos durante los últimos 20 años no revela evidencias de que el clero católico o cualquier otro clero célibe sean más propensos a involucrarse en conductas inapropiadas o en abusos que el clero de cualquier otra denominación, o incluso que los laicos. Sin embargo, ciertos medios de noticias ven el asunto como una crisis del celibato, aseveración que sencillamente no tiene fundamentos.
Saludos.
La solución para resolver el problema del celibato podría no ser mediante el permiso inmediato para que los sacerdotes se casen, tal como mucha gente imagina. Una forma de resolver el “problema del celibato” es encontrar nuevas maneras de suavizar algunos desafíos derivados de su observancia. Donde existen pocos sacerdotes, por ejemplo, la diócesis podría juntar parroquias en grupos y pedir que los sacerdotes vivieran en comunidad en una casa central. Podrían también crearse nuevas órdenes religiosas de sacerdotes, para ayudar a resolver los problemas ligados a la práctica del celibato. Además de esto, las fraternidades ya existentes de sacerdotes podrían ser alentadas y fortalecidas.
Esta privación de la libido daba entre los jóvenes sacerdotes, tantos tiempos privados de cualquier contacto con el sexo opuesto, lugar a prácticas homosexuales y pederastas que solamente han salido a la luz en los últimos cuarenta años con la pérdida del miedo cerval al clero de las victimas. De todas formas hay claros indicios de que la inmensa mayoría de los sacerdotes, no obstante los impedimentos habidos, se volcaron en el sexo heterosexual. En el siglo XVII había que inventar el confesionario para asegurar el anonimato de las penitentes y para evitar, en el caso de la confesión de pecadillos sexuales, la exigencia de favores sexuales por parte de confesores chantajistas, un pecado conocido como "solicitar", muy común antes, y después, de la existencia de los confesionarios. Considerando que al denunciar estas prácticas las mujeres estaban virtualmente admitiendo sus otros pecadillos, hay que presumir que el porcentaje de denuncias habrá sido muy bajo y siendo así llama la atención las decenas de miles de denuncias de que haya constancia a través de los últimos siglos.
Un saludo
Hay mucha literatura sobre las relaciones voluntarias entre curas y mujeres casadas, muy difíciles de detectar ya que había un interés mutuo para mantener una discreción total. Además, el posible embarazo de la amante casada no se convertiría en un escándalo desastroso. En el ambiente rural se hizo muy popular el ama de llaves del párroco, supuesta hermana o prima, con un "marido", viajante o marinero, que de vez en cuando aparecía para justificar los sucesivos embarazos. El conocido chiste del párroco a quién todo el mundo llamaba padre menos sus hijos que le llamaban "tío", viene de muy antiguo y no es más que una adaptación del aforismo atribuido al Papa Alejandro III (que, por cierto, estuvo a punto de eliminar el celibato): "El Papa despojaba al clero de sus hijos y el diablo les enviaba sobrinos”.
La coincidencia de que en el IV Concilio de Letrán, presidido por Inocencio III, se aprobó por un lado la obligación para los fieles (como mandamiento de la Iglesia) de confesar y comulgar al menos una vez al año, y, por otro, la reconfirmación del celibato clerical, parece casi un sarcasmo. Un sarcasmo que llevó con los años, todavía más, (especialmente después de Trento) a la corrupción sexual del clero. Antes de Trento los sacerdotes no eran exactamente unos inocentes pero esto cambio mucho con los seminarios. Jóvenes párrocos recién ordenados se encontraban repentinamente como confesores de penitentes féminas que les confesaban con toda clase de detalles las descripciones más lujuriosas de sus actuaciones y desvíos sexuales. Poco importaba si las confesiones fueran verdaderas o simplemente palabrería de mujeres frustradas que usaban el confesionario para representar sus obsesiones, frustraciones y pesadillas sexuales más íntimas. Sea lo que fuere, escuchar estas confesiones debieron de haber sido experiencias muy traumáticas para los jóvenes y sexualmente virginales confesores. Las respuestas subconscientes a estos traumas psíquicos habrán sido de toda índole, desde graves problemas mentales hasta la adicción sexual más desenfrenada.
La coincidencia de que en el IV Concilio de Letrán, presidido por Inocencio III, se aprobó por un lado la obligación para los fieles (como mandamiento de la Iglesia) de confesar y comulgar al menos una vez al año, y, por otro, la reconfirmación del celibato clerical, parece casi un sarcasmo. Un sarcasmo que llevó con los años, todavía más, (especialmente después de Trento) a la corrupción sexual del clero. Antes de Trento los sacerdotes no eran exactamente unos inocentes pero esto cambio mucho con los seminarios. Jóvenes párrocos recién ordenados se encontraban repentinamente como confesores de penitentes féminas que les confesaban con toda clase de detalles las descripciones más lujuriosas de sus actuaciones y desvíos sexuales. Poco importaba si las confesiones fueran verdaderas o simplemente palabrería de mujeres frustradas que usaban el confesionario para representar sus obsesiones, frustraciones y pesadillas sexuales más íntimas. Sea lo que fuere, escuchar estas confesiones debieron de haber sido experiencias muy traumáticas para los jóvenes y sexualmente virginales confesores. Las respuestas subconscientes a estos traumas psíquicos habrán sido de toda índole, desde graves problemas mentales hasta la adicción sexual más desenfrenada.
El celibato no es una practica común, no es un mero soltero, el soltero no se ha casado aún pero tal vez pronto lo haga y no hay para él ninguna prohibición, pero el célibe hace de este un estilo de vida sin problemas; voluntariamente busca quedarse soltero por la causa del servicio de Dios, trabajando con familiares necesitados, ciencia, etc. Es importante mencionar que el célibe no menosprecia el matrimonio sino que lo venera como a "sacramento grande" pero no se siente con vocación para aceptarlo; o bien las circunstancias le indican que no debe adoptar.
El sacerdote célibe no es un señor cualquiera según la Iglesia Católica Apostólica Romana que de la noche a la mañana ha decidido ser así sino que responde a un llamamiento, reflexión y prueba antes de que llegue a ser sacerdote. No hay que entender el celibato solamente desde la óptica de la renuncia sino más bien como medio y como fuerza capaz de mayores posibilidades y afirmaciones, como una exigencia de vida para el desarrollo armónico del hombre.
Mientras que se pueden aducir argumentos prácticos en defensa del celibato, en cuanto que se trata de un carisma esencialmente sobrenatural, las razones históricas, escriturísticas y teológicas como sugiere el Santo Padre son el único fundamento para su justificación. En los recientes debates se ha prestado poca atención a estos aspectos del celibato. Ningún otro como el Beato Y Santo Juan Pablo II ha hecho tanto para exponer los fundamentos teológicos y escriturísticos del celibato. Los desarrolló en sus catequesis semanales en Roma, en documentos magisteriales y en sus innumerables alocuciones a los sacerdotes en todas partes del mundo en los últimos veinte años. Una característica peculiar de las enseñanzas del Beato Juan Pablo II sobre el celibato es que constantemente lo pone en relación con la vocación al matrimonio. Para él son estados correlativos en la vida; uno ilustra el compromiso implicado en el otro y ambos reflejan la única vocación a la santidad.
En su catequesis semanal sobre “el significado nupcial del cuerpo”, entre 1979 y 1984, Juan Pablo II desarrolló una rica antropología cristiana basada en la Escritura y la realidad de la Encarnación. Como gráficamente señala, fruto de la Palabra de Dios hecha carne, “el cuerpo entró en la teología por la puerta grande”. Así pues, para formular una adecuada teología del celibato y del matrimonio, es necesario considerar las implicaciones antropológicas fundamentales de estos compromisos. Con razón San Juan Pablo II, defiende con fuerza que una decisión madura hacia el celibato sólo puede brotar de la plena conciencia del potencial de entrega que ofrece el matrimonio. El seminarista necesita formación más profunda también si quiere que la enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad humana sea creíble en una cultura cada vez más influida por la ética materialista y utilitarista.
Saludos.
De entre las muchas cosas que se han escrito en los debates actuales en torno al celibato, me llamó especialmente la atención una, que, curiosamente, fue escrita por una conversa, mujer de un converso al catolicismo, antiguo ministro anglicano. Declara sobre el celibato sacerdotal, que “es una joya de la iglesia católica, que ha sido cuestionada únicamente porque nos hemos obsesionado con la satisfacción sexual, olvidando la otra satisfacción espiritual, que el sacerdocio ofrece a su grey” . Palabras elocuentes, de alguien que viene de afuera a la Iglesia católica, y redescubre, el valor intangible, del testimonio de tantos ministros fieles a sus promesas sacerdotales que son un paradigma para los hombres.
Un saludo.
Para entender la historia del celibato desde una perspectiva actual es necesario darse cuenta de que en Occidente, durante el primer milenio de la Iglesia, muchos obispos y sacerdotes eran hombres casados, algo que hoy es bastante excepcional. Sin embargo, una condición previa para los hombres casados a la hora de recibir órdenes como diáconos, sacerdotes u obispos era que después de la ordenación se les exigía vivir una continencia perpetua o lex continentiae.
Con el asentimiento previo de sus esposas tenían que estar dispuestos a renunciar a la vida conyugal en el futuro. No obstante, junto a clérigos casados, hubo siempre en la Iglesia, en proporciones variables, muchos clérigos que nunca se casaron o que vivieron el celibato tal y como lo conocemos hoy. Con el paso del tiempo se hizo más patente en la iglesia occidental la conveniencia de un sacerdocio en celibato, lo que produjo una disminución en la proporción de hombres casados llamados al sacerdocio.
Con la institución de los seminarios en el Concilio de Trento, el número de candidatos al clero célibe alcanzó una dimensión suficiente para abordar todas las necesidades de las diócesis.
Saludos.
Pues la idea de que un hombre casado pase a ser Sacerdote no es tan mala idea; de hecho creo que ya existe algo en el cual un hombre casado, siendo sus hijos mayores, y con el consentimiento de su esposa, pueda ser Sacerdote. No obstante no estoy enterado sobre las relaciones sexuales si tal hombre casado llegase a ser Sacerdote. Creo que no seria lo adecuado. De igual forma el hombre casado volviéndose Sacerdote debería también haber decidido dejar las relaciones sexuales y comenzar con el Celibato.
Hola Pedro, estoy tratando de solucionar mi problema de no saber como hacer comentarios a tus interesantes artículos.
En el pasado día 28 de Diciembre de año 2015, nos llegó vía correo el siguiente escrito y petición por parte de D. Filiberto Rocha Arriaga, que desde esta sección de comentarios tratamos de responder.
Estimado Sr. Rocha, en fechas recientes (1-12-2015) he publicado un artículo que puede serle útil para sus propósitos. El enlace de este artículo es:
http://lahiguerajaen.blogspot.com.es/2015/12/juan-martinez-cerrillo-el-imaginero-que.html.
Espero disculpe la demora en nuestra respuesta, debido a las fechas, a las reuniones familiares propias de los días de Navidad, y la elaboración de nuevos artículos, se fue postergando nuestra respuesta.
Deseo hacerle patente nuestro agradecimiento por ser fiel seguidor de nuestras páginas. Nos satisface mucho el número de lectores diarios que comprobamos tener en ese México querido.
El escrito recibido es el siguiente:
“Buen día, le escribo, porque buscando información relacionada con el Señor de la Capilla, encontré lo escrito en su página, y es que en la comunidad de Parra, en Cortazar, Guanajuato (México), existe una imagen nombrada el Señor de la Capilla, revisando la novena he visto que es muy similar la que ustedes publican a la que tenemos nosotros, el detalle está en que quienes eran los dueños se les perdió la oración original y solo logramos rescatar una parte, pero me da gusto haber recuperado la oración por medio de ustedes, me gustaría pedirles en lo posible, si nos podrían enviar información acerca de la imagen del señor de la capilla que tienen ustedes, para enriquecer mas la devoción de la imagen venerada en nuestra localidad.”
Saludos desde Guanajuato, México.
Muchas Gracias por su apoyo
Atte.
Filiberto Rocha Arriaga
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