PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Fray Blas Palomino: desde Méjico a Filipinas.

Viaje de Fray Blas Palomino a Filipinas (II). Trayecto desde Méjico a Filipinas
Con la llegada de Fray Blas Palomino a Veracruz, se culmina una primera parte de un viaje de 16,500 kilómetros que tendrá su continuación con el embarque en Acapulco vía Filipinas.
La ciudad de Veracruz fue fundada por Hernán Cortés en 1519, fue durante mucho tiempo el único puerto de Nueva España en el golfo de Méjico, y junto con Portobelo el punto de llegada de las flotas procedentes de España y de regreso. El puerto registraba un volumen de tráfico de unas cien mil toneladas decenales entre 1561 y 1630. En su fuerte de San Juan de Ulúa (siglos XVI y XVII), se almacenaban las mercancías. Todavía hoy, es el primer puerto del país, por el que tienen salida al mar los productos de las regiones centrales de Méjico y en el que se reciben mercancías procedentes de Europa.
Entre el tiempo de llegada de los religiosos a Veracruz, y de salida para Filipinas desde Acapulco, se alojaban en un convento-hospedería que se construyo a tal efecto.



 El 1 de marzo de 1601, el rey Felipe III, expidió una real cédula concediendo a Fr. Juan Pobre licencia para conducir a Filipinas a 40 misioneros, autorizando que los gastos que se ocasionaran fueran pagados por la hacienda real, por ella Fray Juan Pobre quedo facultado para preparar todo lo concerniente a la organización del viaje para aquellos religiosos que estuviesen dispuestos a evangelizar Filipinas, Japón y China. Queda así de manifiesto que la hacienda real dispensó los gastos que generasen el traslado, manutención y alberge de los religiosos que habían de evangelizar estas tierras.
Esta es la referencia a la relación de religiosos mártires en Oceanía y Asia, con indicación de su año de expedición en el año 1601, 1605 y 1608


 En este segundo texto se refiere la incidencia de un fraile que vuelve a Andalucía por falta de salud de los de la expedición de 1605.


 La comunicación entre Veracruz y Acapulco  en Méjico, se realizaba a través de un larguísimo camino que atravesaba México de costa a costa y llegaba hasta la misma capital del país. Afortunadamente, era muy funcional ya que por parte del mismo transitaba también la plata mexicana que venía del Norte y bajaba desde México hasta la costa.
La ciudad de Acapulco, esta situada en la bahía de su nombre, en el Océano Pacífico. Su núcleo urbano se extiende a lo largo de la bahía en forma de anfiteatro, rodeada de las estribaciones de la Sierra Madre Occidental. Aunque de menos importancia que el puerto de Veracruz, su puerto sigue siendo un puerto de altura, cabotaje y pasaje. En este puerto embarcó Fray Blas Palomino con otros cuarenta y nueve religiosos más destinados a las Misiones de Filipinas y Japón.
Estas son las referencias de búsqueda del embarque a Filipinas en el Archivo General de Indias en Sevilla:
ÁREA DE IDENTIFICACIÓN Código de Referencia: ES.41091.AGI/22.15.2143//INDIFERENTE,2073,N.72   
Titulo Nombre atribuido: Juan Pobre
Fecha Formación: 1608
Nivel de Descripción: Unidad Documental Compuesta Signatura Histórico: INDIFERENTE, 2073, N. 72

 ÁREA DE CONTENIDO Y ESTRUCTURA
Alcance y Contenido:
Expediente dando por presentados y aprobados a fray Mateo de Recalde, en nombre de Fray Juan Pobre, los 50 frailes de la orden de San Francisco, que pasaron a Filipinas y Japón, cuyos nombres son:
fray Alonso Junípero, laico; fray Luis de San Miguel, confesor; Francisco Durán, teólogo; Matías de Argete, estudiante dicácono; Andrés Esteban, sacerdote; Pedro de la Concepción, sacerdote; José Fonte, diácono; Pascual Serrano, presbítero; Bernardo Fernández, confesor; Andrés Felipe, confesor; Pascual de Torrellas, presbítero; Luis Pérez, laico; Miguel de los Angeles, diácono; Domingo de San José, predicador; Miguel Soriano, sacerdote; José Felipe, laico; Francisco de San Miguel, laico; Diego de Casasola, diácono; Diego de San Francisco, sacerdote; Jerónimo de San Francisco, diácono, estudiante; Pedro de San Jerónimo, laico; Baltasar de los Mártires, presbítero; Antonio de Peralta, confesor; Cristóbal de la Buenaventura, laico; Francisco de la Cruz, predicador; Pedro de San Miguel, laico; Blas Palomino, confesor; Antonio de Arcaute, predicador; Juan de Anuncibay, teólogo; Francisco de San Bernardino, teólogo; Diego de Santa María, predicador; Martín Moreno, laico; Esteban de la Torre, sacerdote; Juan de Cabezón, sacerdote; Antonio de San Buenaventura, diácono; Atilano de San Antonio, predicador; Antonio de Santa Ana, laico; Pedro de San Antonio, sacerdote; Pedro de San Martín, sacerdote; Juan de Zamora, predicador; Gregorio de San Esteban, confesor; Francisco de Jesús, sacerdote; Francisco de Santa Ana, predicador; Andrés del Sacramento, confesor; Juan Mantero, sacerdote; Alonso de Ampudia, sacerdote; Domingo de los Mártires, sacerdote; Francisco de Cadalso, laico; Juan de Balconete, diácono; Miguel de Rubiano, sacerdote.


ÁREA DE CONDICIONES DE ACCESO Y UTILIZACIÓN
Índices de Descripción:
Ampudia, Alonso de
Andrés del Sacramento
Antonio de San Buenaventura
Antonio de Santa Ana
Anuncibay, Juan de
Arcante, Antonio de
Argete, Matías de
Atilano de San Antonio
Balconete, Juan de
Baltasar de los Mártires
Bernardino, Francisco de
Buenaventura, Cristóbal de
Cabezón, Juan de
Cadalso, Francisco de
Casasola, Diego de
Diego de San José
Diego de Santa María
Domingo de los Mártires
Domingo de San José
Durán, Francisco
Esteban, Andrés
Felipe, Andrés
Felipe, José
Fernández, Bernardino
Filipinas
Fonte, José
Franciscano
Francisco de Jesús
Francisco de la Cruz
Francisco de San Miguel
Francisco de Santa Ana
Gregorio de San Esteban
Japón
Jerónimo de San Francisco
Junípero, Alonso
Luis de San Miguel
Miguel de los Angeles
Montero, Juan
Moreno, Martín
Palomino, Blas
Pedro de la Concepción
Pedro de San Jerónimo
Pedro de San Martín
Pedro de San Miguel
Peralta, Antonio de
Pérez, Luis
Pobre, Juan
Rubiano, Miguel de
Serrano, Pascual
Soriano, Miguel
Torre, Esteban de
Torrellas, Pascual
Zamora, Juan de

Resulta curioso que Fray Blas Palomino figure entre los que iban destinados a Japón, posiblemente acompañado de otros seis franciscanos, que bien podían ser los que aparecen en la relación listada tras el nombre de Filipinas, a saber:
Filipinas
Fonte, José
Franciscano
Francisco de Jesús
Francisco de la Cruz
Francisco de San Miguel
Francisco de Santa Ana
Gregorio de San Esteban
No es de extrañar dado que Fray Blas Palomino estuvo esperando en Manila la disposición del arzobispo de Manila para ser enviado a una misión u otra.


ÁREA DE DOCUMENTACIÓN ASOCIADA
Soporte:

ÁREA DE CONTROL DE LA DESCRIPCIÓN
Notas del Archivero:
TITULO: ARCHIVO GENERAL DE INDIAS
Descripción elaborada por ARCHIVO GENERAL DE INDIAS
Fecha de la Descripción:
2003-03-26
SOPORTE Y VOLUMEN 1 Expediente(s)
Realizamos a continuación una breve referencia a un personaje clave para el reclutamiento en España de religiosos de distintas órdenes y el acompañamiento del envío de las repetidas misiones a las tierras españolas de Oriente, en un viaje de ida y vuelta continuo con múltiples incidencias de las embarcaciones por las tempestades.
Juan Pobre fue un religioso de origen humilde, que desde 1591 o 1592 comenzó a desarrollar su misión en Oceanía y China y recibió unos años después en encargo de Felipe III de organizar las misiones de envíos de religiosos a Filipinas China y Japón, en 1601, 1605, y 1608.
Seguramente habrán advertido que razón hay para que se enmarque en rojo el nombre de Juan Pobre, parece ser que en ese primer viaje a Japón quería embarcarse Juan Pobre y como había algunas condiciones que estaban referidas a la edad y salud de los religiosos que se embarcaban para tan duro apostolado, hubo ciertas reticencias; pero finalmente fue aceptado por su mucha caridad y buen hacer, tal como leemos en el texto abajo.


 Parece que las dificultades encontradas por Juan Pobre para embarcar al principio le hicieron registrarse como Fray Francisco de Zamora, según prueba el siguiente texto:

 En el texto siguiente se evalúa la labor misionera de Fray Juan Pobre, que hizo el viaje a Filipinas tres veces en el periodo de tiempo que va entre 1592 según texto en la página 598 del capítulo IX de La Misión en Japón  o  la fecha reflejada de 1593 y 2609 según parece confirmar este texto inmediato:



 A continuación mostramos la página aludida anteriormente. Página 589 del libro: Fray Juan Pobre de Zamora. Historia de la pérdida y descubrimiento del Galeón "San Felipe" Autor: Jesús Martínez Pérez
 Ahora reanudamos la narración y descripción del viaje de las Naos de China hacia Filipinas, dando descripción del puerto de Acapulco y todo lo que represento en el comercio de Las Indias, y  por que a nosotros respecta, lugar de embarque de la expedición en la que viajó Fray Blas Palomino



 Plano del castillo de San Diego en el puerto de Acapulco, 1772 (Archivo General de Simancas, Valladolid
El puerto de Acapulco vivió su tiempo de gloria, en la llamada Feria de Acapulco, mercado idóneo para las operaciones de compraventa y que el ilustre historiador Humboldt consideró la más grande en su tiempo. Se reglamentó en 1579 y duraba por lo regular un mes. En ella se vendían los géneros orientales y se cargaba cacao, vainilla, tintes, zarzaparrilla, cueros y, sobre todo, la plata mexicana que hacía posible todo aquel milagro comercial.
 ¿Y qué pasaba con las mercancías de la Nao de la China, una vez desembarcadas en Acapulco? Parte se vendía ahí. Otra parte –la mayor- cruzaba México por tierra, a lomos de mula, hasta llegar a un puerto atlántico, el de Veracruz. Allí las riquezas del Galeón de Manila se unían a los metales y piedras preciosas extraídas de América, y todo embarcaba con destino a los puertos españoles de Cádiz y Sevilla, gran centro del comercio de Indias. En Acapulco, la llegada del Galeón era una fiesta. En torno a la Nao creció una feria de artículos exóticos reglamentada desde 1579 y que duraba todo un mes. Es indescriptible la emoción que se adueñaba de las gentes de Nueva España ante todas aquellas fantásticas mercancías: sederías de China, marfiles de la India, porcelanas finísimas, tesoros de nácar, maderas lacadas del Japón, especies de Indonesia, las Molucas, Timor o Siam; jengibre de Malabar, alcanfor de Borneo, ánforas de Martabán traídas desde Birmania…


 Ruta de los galeones, 1573
1. Islas de las Especias (Molucas)
2. Ruta de los juncos chinos
3. Corriente Kuro Shivo o Kuro Shio
(Río Negro)
4. Corriente de California
5. San José del Cabo
6. Veracruz
7. Ruta a Europa
8. Corriente ecuatorial del norte
9. Cabo Mendocino
10. Acapulco
11. Callao
Rutas de los galeones de Filipinas o Nao de China y de naves proveedoras




A través de los feriantes se podía conseguir, por ejemplo, una media vajilla de porcelana azul y blanca de 324 piezas por 56 pesos; enaguas confeccionadas en Manila, 3reales; una arroba de cera filipina, 1 peso con 7 reales; una colcha de raso bordada, 13 pesos (y si incluía oro y plata, 25 pesos); una alfombra persa, 35 pesos; un baúl de maque, 9 pesos; 1000 botones de cobre, 3 pesos; y 100 botones de cristal, 1 peso con 7 reales. Estos eran los precios oficiales pero en algunos mercados de fayuca (como el actual de Tepito), escondidos en las callejas del puerto, se podían conseguir, de contrabando, los mismos artículos a precios inferiores. El contrabando era un delito que cometían todos los pasajeros del Galeón quienes siempre arribaban con abultados ropajes.

 Feria de Acapulco (por Robert McGinnis)

Plano del puerto de Acapulco, 1712 (Archivo General de Indias, Sevilla)

 El trayecto Acapulco Filipinas se realizaba  en el  Galeón de Manila, beneficiándose para el trayecto por el empuje en las aguas de la corriente de Kuro-Siwo.
La ruta establecida desde Acapulco en Méjico hasta Filipinas fue la alternativa del viaje hacia el oeste por el océano Índico, y alrededor del cabo de Buena Esperanza, que estaba reservada a Portugal de acuerdo con el tratado de Tordesillas. El objetivo del reparto entre España y Portugal fue acceder al mercado del Lejano oriente: China, India, Japón, Siam. Como la ruta mediterránea está cerrada por el Imperio Otomano, Portugal abrió su camino en dirección Sur-Este, bordeando África. España lo abriría en dirección Oeste desde América, según el reparto de océanos acordado con Portugal.







La ruta comercial Manila-Acapulco se inició en 1568 (amarillo) y la ruta comercial rival portuguesa del este (verde) desde 1479-1640 (el mapa refleja solo en esquema, sin precisión, las rutas de navegación seguidas por los barcos).

El resumen de los hechos históricos que motivaron el nacimiento y apogeo de los viajes de los Galeones podía ser así: 


El propósito de hallar un camino por Occidente que condujera a las riquezas asiáticas (especias, sedas, pólvora, marfiles, entre otros productos) hizo que Colón descubriera América y que, en años sucesivos, se multiplicasen las expediciones.

Cristóforo Colombo.

En el año 1521 tuvieron lugar dos sucesos que – según C. Romero Giordano- hicieron posible la anhelada ruta entre España y  Asia: la expedición de Magallanes-Elcano descubrió el archipiélago filipino y Hernán Cortés terminó de conquistar el imperio azteca (que pasó a llamarse Nueva España).


Hernán Cortés.

 Como ya hemos visto, en la época virreinal de 1521, el navegante Fernando de Magallanes al servicio de España llegó al archipiélago filipino y tomó posesión jurídica de las islas, bajo el trono español, pero sin dejar un solo soldado o español cualquiera en las islas, que diera valor al hecho de considerarlas como de la colonización de España. Además se quería arrebatar la jurisdicción de las islas del poder que ostentaba Portugal.
Pocos años más tarde, la búsqueda de esa ruta comercial se realizaba desde Nueva España, fueron las expediciones de Álvaro de Saavedra (1527) y Hernando de Grijalba (1536-1538), patrocinadas por Hernán Cortés, o la encomendada por el virrey Antonio de Mendoza a Ruy López de Villalobos (1541-1543), que terminó alcanzando las islas de Samar y Leyte, a las que llamó Islas Filipinas (tal como se describe mas adelante).
Hernán Cortés envió tres barcos rumbo a Asia, que zarparon de Zihuatanejo en 1527. En el camino dos de ellos naufragaron, y el tercero llegó, pero no regresó por no haber encontrado la corriente del retorno. Después en 1541, López de Villalobos fue enviado por el virrey Antonio de Mendoza para encabezar una expedición hacia las Indias Orientales en busca de nuevas rutas comerciales. Su expedición partió de Puerto de Navidad en 1542 a bordo de cuatro carabelas.
En 1543 la flota tocó la costa sur de la isla de Mindanao, donde exploraron la costa e hicieron contacto con los indígenas malayos. De allí partieron más al oriente hasta alcanzar la isla de Leyte y las nombraron "Las Islas Filipinas" en honor al príncipe Felipe II. Conquistaron una isla a la que bautizaron como Antonia en honor al virrey. Pero, a causa del hambre y la falta de refuerzos se contrataron con los señoríos locales como mercenarios y al cabo de pocos meses los traicionaron para pasarse al bando lusitano. Los expedicionarios tuvieron que retirarse a buscar refugio en las Molucas, dominio portugués. Villalobos murió en 1544 en la isla de Amboyna. El resto de la tripulación consiguió escapar y regresar a Nueva España, donde contaron las historias al virrey, y así se consideró parte de la Nueva España la Capitanía General de las Filipinas.
En España, Carlos V había sido un gran constructor de imperios y un extraordinario soldado, pero un mal administrador, y cuando su hijo Felipe II heredó el vasto imperio español en 1556, recibió también un erario en bancarrota. Tal vez desde entonces, surgió en la mente del joven emperador la idea no sólo de neutralizar la expansión portuguesa, sino también de obtener el dinero que tanto necesitaba comercializando los apetecidos productos de oriente, que podrían ser traídos directamente cruzando el Océano Pacífico hasta Acapulco, en la Nueva España, de donde podrían ser reembarcados para España y otros países europeos para venderse con buenas ganancias.


Durante su reinado, la Hacienda Real se declaró en bancarrota tres veces (1557, 1575 y 1596), aunque, en realidad, eran suspensiones de pagos, técnicamente muy bien elaboradas según la economía moderna, pero completamente desconocidas por entonces.
Felipe II heredó una deuda de su padre de unos veinte millones de ducados, y dejó a su sucesor una cantidad que quintuplicaba esta deuda. En 1557, al poco de entrar al poder el rey, la Corona hubo de suspender los pagos de sus deudas declarando la primera bancarrota. Pero los ingresos de la Corona se doblaron al poco de llegar Felipe II al poder, y al final de su reinado eran cuatro veces mayores que cuando comenzó a reinar, pues la carga fiscal sobre Castilla se cuadruplicó y la riqueza procedente de América alcanzó valores históricos. Al igual que con su predecesor, la riqueza del Imperio recaía principalmente en Castilla, y dependía de los avances a gran interés de banqueros holandeses y genoveses. Por otra parte, también eran importantes los ingresos procedentes de América, los cuales suponían entre un 10% y un 20% anual de la riqueza de la Corona. Los mayores consumidores de ingresos fueron los problemas en los Países Bajos y la política en el Mediterráneo, juntos, unos seis millones de ducados al año.

En 1559, el rey Felipe II , inició la aplicación de un cuidadoso plan que se había elaborado con el mayor secreto, y ordenó al recién nombrado virrey de la Nueva España, Don Luis de Velasco, que enviara una flota expedicionaria a las Islas del Poniente, y tocó al marino vasco Miguel López de Legazpi, acompañado por el fraile agustino Andrés de Urdaneta, quien había declinado el mando, zarpar del puerto de Navidad el 21 ó 20 de noviembre de 1564, en el San Pedro como nave capitana y cuatro embarcaciones más.
Como  hemos visto en Septiembre de 1559, Felipe II encargó a don Luís de Velasco, segundo virrey de Nueva España, armar otra flota para conquistar estas islas. Tras varios años de tarea en la construcción de cuatro naves en el astillero de Barra de Navidad. El Virrey Luis de Velasco encargó a Miguel López de Legazpi hacerse a la mar en una nueva expedición, la expedición fue confiada a Miguel López de Legazpi. Éste viajaba con su nieto Felipe de Salcedo y con su tío, el fraile, piloto y cosmógrafo Andrés de Urdaneta, recomendado por el rey. Los expedicionarios partieron del Puerto de Navidad, Nueva Galicia (actualmente Jalisco), el 21 de noviembre de 1564 y en el viaje conquistó Guam, las Islas de Saavedra (Islas Marshall) y las Islas Marianas (escalando ahí), y tocó Samar y hacia mediados de febrero de1565 llegaron a las Filipinas, donde fundaron la villa de San Miguel en Cebú el 27 de abril de 1565. El intento de colonización de Filipinas no terminó ahí. Por la escasez de productos, Legazpi se vio forzado a trasladarse de isla en isla merodeando y buscando sitios donde expoliar y expandir los dominios. El movimiento se vio favorecido, ya que al igual que en México, los habitantes estaban enfrentados entre ellos y Legazpi logró establecer fácilmente lazos de amistad, levantando al poco los primeros asentamientos españoles: la Villa del Santísimo Nombre de Jesús y Villa de San Miguel. Hábilmente, López de Legazpi evitó hostilizar a los moradores de las islas, que se decía que enseñaban ni más por más las vergüenzas al aire.
La razón del empeño de Felipe II en establecer esta ruta comercial fue que desde 1522, Portugal tenía el monopolio de las rutas comerciales al oriente, por lo que España, Inglaterra, Francia y los Países Bajos se veían obligados a comprar a los portugueses las codiciadas mercancías orientales a elevados precios.

Portugal controlaba los puertos de la India y las Islas Molucas pagándoles a los reyezuelos de la región un porcentaje sobre el valor del intercambio comercial efectuado; cuando alguna vez llegó a manifestarse la oposición de los gobernantes nativos, las unidades navales portuguesas sometían a los rebeldes y sus fuerzas ocupaban la zona costera.

La ruta en sentido América-Filipinas se conocía desde los tiempos de Magallanes en 1521, pero el "tornaviaje" o ruta Filipinas-América no se conoció hasta cuarenta y cuatro años después, en 1565. Muchas expediciones habían zarpado desde México, pero ninguna conseguía regresar.

 Felipe II por Sofonisba Anguissola, 1565 (Museo del Prado, Madrid, España)

 El Rey de España Felipe II ordenó el viaje del primer galeón de Manila. El “Galeón de Manila” o  la “Nao de China” también llamado “Galeón de Acapulco” cubría una ruta marítima a través del Océano Pacífico desde Acapulco (México) hasta Cavite y Manila (Filipinas), transportando pasajeros y mercancías de todo tipo. Era la nave que de forma sistemática hacía este recorrido como medio de transporte y comercio, en el que los religiosos evangelizadores de las nuevas tierras descubiertas eran parte del cargamento por mando real.
El primer barco zarpó en 1565. Con aquel primer navío se selló el destino de las Filipinas durante tres siglos. No iban a ser una simple posesión colonial en un lugar remoto del Pacífico: las Filipinas y sus ciudades –Manila, Luzón, Cavite- se convertirían en el centro del comercio oriental. La ruta era larga y compleja. Desde Acapulco ponía rumbo al sur y navegaba entre los paralelos 10 y 11, subía luego hacia el oeste y seguía entre los 13 y 14 hasta las Marianas, de aquí a Cavite, en Filipinas. En total cubría 2.200 leguas a lo largo de 50 a 60 días. El Galeón empleaba poco más de 3 meses para cruzar el Pacífico en dirección a Filipinas, incluyendo su escala en Guam. Desde entonces, todos los años zarpaba  de Acapulco con rumbo a Manila un galeón cargado fundamentalmente de  plata mexicana y peruana, en lingotes y acuñada. Además del movimiento de funcionarios y militares también iban religiosos para la evangelización de las islas. Humboldt lo resume así:” el galeón de Manila cargaba plata y frailes”.

La Corriente Ecuatorial del Norte en el Océano Pacífico y los vientos constantes hacia el oeste llevaron casi directamente a los navíos españoles a Cebú, en las Islas Filipinas, a donde arribaron a fines de abril de 1565. Después de iniciada la colonización y conquista de las Filipinas, que se llevaron a cabo casi sin derramamiento de sangre, las embarcaciones de Legazpi intentaron el regreso a Acapulco, pero ahora los vientos y corrientes contrarias lo impedían. Se llegaba a Manila aprovechando el monzón de invierno y se hacía el viaje de vuelta a Acapulco aprovechando el monzón de verano.


El tornaviaje  se inició el viernes 1 de julio de 1565 según un itinerario preparado por Urdaneta para alejarse de las zonas de tormentas (navegando primeramente hacia el noreste, virando luego a sureste, bajando a la mitad del océano y desde ahí retomando el rumbo al noreste). Su descubridor fue el marino, cosmógrafo, y fraile agustino Andrés de Urdaneta, que deduciendo la existencia de vientos de poniente más al norte, navegó en dirección noreste hasta Japón, donde encontró las corrientes Kuro-Shio que soplaban en dirección este. Estos vientos hicieron posible el viaje desde Asia hasta América, y concretamente California, donde solían tocar las naves después de la larga travesía oceánica. El tornaviaje se hacía rumbo al Japón, para coger la corriente del Kuro Shio, pero en el año 1596 los japoneses capturaron dicho galeón y se aconsejó un cambio de itinerario. Partía entonces al sureste hasta los 11 grados, subiendo luego a los 22 y de allí a los 17.

 Andrés de Urdaneta.

 Intentando regresar a la flota, algunos se dividieron en dirección sur. Urdaneta que tenía noticia en la Nueva España y en su experiencia había sido aleccionado por el piloto Macías del Poyo, que fue el encargado de los intentos de Alvaro de Saavedra Cerón, en que el tornaviaje se lograría navegando más hacia el norte antes de dirigirse al este; así aprovecharía los vientos alisios que lo llevarían de vuelta a la costa oeste de América del Norte. Allí ponían rumbo hacia el sur, para navegar a lo largo de la costa hasta Acapulco.

Aunque se embarcó a 38 grados Norte antes de virar hacia el este, su corazonada dio sus frutos, y alcanzó la costa cerca del cabo Mendocino, en la actual California, y luego siguió la costa sur, hasta San Blas y luego a Acapulco. Arribaba a América a la altura del cabo Mendocino, desde donde bajaba costeando hasta Acapulco. La mayor parte de su tripulación murió en el primer viaje largo, ya que no llevaban provisiones suficientes. El trayecto completo Manila-Acapulco duraba entre 4 y 5 meses.
El 26 de septiembre se avistó California, pero la peste de mar  hizo estragos en la tripulación y la llegada a Acapulco del galeón San Pedro no se produjo hasta el 8 de octubre. Con este viaje clave, la ruta de Urdaneta quedaba establecida. Curiosamente, una nave separada de la expedición, el patache San Lucas, mandado por Alonso de Arellano, después de rodear parte de la costa de China se lanzó en pos del continente Americano llegando a recalar en el puerto de Navidad dos meses antes que el propio Urdaneta (9 de agosto de 1565), si bien “a punta de milagros”  (A. Landín Carrasco). A los seis años de estos hechos, en 1571, Manila era fundada como la cabecera de las Islas.

Ruta de Legazpi en el archipiélago filipino.

 Lo peligroso de la ruta aconsejaba salir de Manila en julio, si bien podía demorarse hasta agosto. Después de este mes era imposible realizar la travesía, que había que postergar durante un año. El tornaviaje demoraba cinco o seis meses y por ello el arribo a Acapulco se efectuaba en diciembre o enero. Aunque se intentó sostener una periodicidad anual, fue imposible de lograr.

Retrato de Andrés de Urdaneta y Zeraín.

 Fray Andrés de Urdaneta, militar, cosmógrafo, marino, explorador y religioso agustino. Realizó el famoso "Tornaviaje" en 1565 permitiendo la navegación de retorno en la ruta de Filipinas a México.
El siguiente video resume la vida de Fray Andrés de Urdaneta: 

- http://www.youtube.com/watch?v=QdHFuFIVsFw&feature=player_embedded
- http://www.youtube.com/watch?v=12esozo6Igw&feature=related
- http://www.youtube.com/watch?v=yD51tExGHmk&feature=related


El galeón de Manila-Acapulco comenzó cuando Andrés de Urdaneta, navegando en un convoy comandado por Miguel López de Legazpi, descubrió una ruta de regreso desde la ciudad de Cebú a México en 1565.
Descripción de la Nao de la China: La Nao de Manila era, en realidad, un galeón (alguna vez fueron dos: almiranta y capitana), tipo de barco caracterizado por tener castillos bajos (especialmente el de proa) y líneas más finas que las carracas. Su tamaño (50m. de largo y mástil de 30m. de alto) era impresionante en relación con otros barcos.  Pesaba entre 250 y 500 toneladas y era capaz de cargar hasta 40 cañones. Así, algunas Naos de la China alcanzaron las 1.500 toneladas. Estos barcos salían caros (según C. Bonfil, entre 60.000 y 150.000 pesos-plata) pero eran rentables debido al alto valor de la mercancía (de 300.000 pesos a 3.000.000 de pesos) y los beneficios que de ella obtenían los comerciantes. Esta riqueza suscitó la ambición de los piratas y, así, en 1587, el Santa Ana  fue asaltado por Thomas Cavendish y en 1743, el Covadonga fue capturado por Lord Anson. Al mando del galeón iba un comandante con una dotación de soldados. Entre los restantes tripulantes había comerciantes, frailes y carpinteros. En total, eran de 300 a 500 personas. El número de galeones que realizaron los 108 viajes Manila-Acapulco fue tan solo de 50, pues la mayor parte repitieron viaje (C. Quirino). De esos 50 galeones, 15 fueron construidos en los astilleros mexicanos de Zihuatanejo, Salahua, Barra de Navidad, Acapulco y Autlán, que monopolizaron su producción durante los primeros años de la andadura del Pacífico. Los restantes galeones fueron montados en las Filipinas (Bagatao o Sorsogón, Luzón, Lampón y Cavite) a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Las naves eran construidas por carpinteros chinos, dirigidos por técnicos europeos, con maderas duras (para el armazón del barco) y maderas flexibles (para el casco) que conseguían en los bosques de las islas. Las velas se hacían en Filipinas y las partes de metal, como los herrajes, anclas, clavos y cadenas eran fundidos en Japón, China y la India.
Lo que llevaban a bordo era un auténtico tesoro. Consta que el valor de las mercancías llegó a superar los dos millones y medio de pesos en un solo viaje. Para hacernos una idea, tomemos como referencia que el conjunto total de importaciones de oro y plata americanas en todo un año estaba entre los 20 y 30 millones de pesos. O sea que un solo viaje del Galeón valía el 10% de todas las importaciones de metales preciosos en un año. Como su misión era vital, no se escatimaban medios para su defensa: un general al frente, a veces el propio gobernador, y una dotación de soldados. También viajaban pasajeros civiles. Se calcula que a bordo había unas 250 personas. La salida de Filipinas a Acapulco era siempre en julio, aprovechando el empuje de los vientos. El viaje no era ninguna minucia: entre cuatro y cinco meses, a veces más, y llegando en otoño. Una verdadera aventura.
Seguidamente, con los nombres de Galeón de Manila, Nao de la China , Naves de la Seda y  Galeón de  Acapulco, comenzó el comercio de las mercancías que, procedentes de diferentes regiones de Asia, eran concentradas en Manila y tenían como destino al puerto de Acapulco, o bien territorio novohispano, se distribuían por todo Oriente, principalmente China, que era abastecida desde la capital de la gubernatura  filipina (C. Romero Giordano).



 Las Islas Filipinas eran el único bastión hispano en el inmenso océano Pacífico.
Galeón español del siglo XVII
En realidad mucho antes de que Legazpi fundara Manila en 1521, los mercaderes de varios países asiáticos habían llegado a las Islas Filipinas para intercambiar comercialmente sus productos, pero fue hasta 1571 cuando esta actividad se inició accidentalmente entre China y la Nueva España. En esa ocasión, los españoles rescataron a unos marinos chinos cuya embarcación había naufragado en aguas filipinas, el incidente parecía olvidado, cuando al año siguiente un navío chino fondeó en Manila, cargado con regalos para el gobierno español en agradecimiento y muestra de amistad. Muy pronto, los mercaderes españoles cargaron un barco con los obsequios y otras mercancías, entre los que destacaban las sedas, la nave llegó a Acapulco en 1573 y así comenzó uno de los tráficos comerciales más importantes de la época, que duraría 242 años.
Centenares de buques chinos acudían permanentemente a aquellos puertos españoles en extremo oriente; también centenares de marinos españoles, como antes los portugueses, construían su red comercial con los mercaderes asiáticos. El fruto de todo ese comercio se almacenaba en un enorme recinto, el Parián de los Sangleyes, y embarcaba una vez al año, en ocasiones dos veces, en el famoso Galeón de Manila. La partida del galeón era una auténtica fiesta local, el acontecimiento central de la vida de la ciudad.

Manila fue el centro de una red comercial que traía productos de China, Japón, las islas del Pacífico, y hasta de la India. La carga típica del Galeón de Manila o Nao de China era clavo, canela, pimienta, sedas, terciopelos, raso, tafetanes, cuerdas, copra, cerámica china, oro en filigrana y joyas preciosas, maderas labradas, ámbar, harina, espadas, etc.; a cambio, los chinos pedían de la Nueva España plata, que les urgía para continuar su actividad comercial. Una buena parte de los productos que llegaban a Acapulco, eran llevados a lomo de mula a México, y de aquí a Veracruz, para ser reembarcados a Europa, en donde eran altamente cotizados. Pero el auge económico que se empezaba a sentir tenía su costo; el viaje sencillo era de unos 16 500 Km.; los pesados galeones, construidos en los astilleros filipinos por trabajadores y artesanos chinos, fuertes y bellamente decorados, podían ser presa fácil de los piratas holandeses e ingleses que los llegaron a abordar y saquear, los tifones asiáticos y las tormentas del Pacífico Norte causaban accidentes y naufragios, y lo prolongado del viaje, unos cinco meses de ida y alrededor de cuatro al regreso, hacía a la tripulación vulnerable a diversas enfermedades, como el escorbuto; algunos años después, ya establecida la ruta, era frecuente que al acercarse el galeón a las costas californianas del norte, se le acercaran los nativos en pequeñas embarcaciones para ofrecer a los fatigados viajeros cítricos y otras frutas que se producían en las misiones. El gobierno de la Nueva España sabía que para mantener y aumentar el beneficio económico de aquel intercambio comercial era necesario reducir el riesgo de naufragios que significaba pérdida de vidas y valiosas mercancías, por lo que los virreyes de esa época enviaron expediciones por mar y tierra a las costas occidentales de California, con el propósito de localizar buenas bahías en las que se pudieran establecer puertos de escala, que sirvieran de apoyo a la navegación de los galeones, y aunque nunca se logró para ese efecto el aprovechamiento real de las bahías tanto de la península como de la Alta California, con excepción de San José del Cabo en el extremo sur, aquellas exploraciones facilitaron la posterior colonización de estas tierras, al irse conociendo cada vez más.

La ruta del galeón de Manila.

 Con el Galeón de Manila surge el primer mercado intercontinental entre Asia, América, y  después  lo que quedaba pasaba a Europa,  según podemos comprobarlo con el transporte de mercancías establecido en viajes sucesivos con el mismo recorrido y carga, repetido sistemáticamente.
Carga de una Nao de la China.

 La Nao de la China tenía siempre el mismo destino: Acapulco, el principal puerto en el Pacífico de la Nueva España, hoy México. Allí se desembarcaba la carga y el galeón volvía a las Filipinas Y no volvía de vacío, sino que transportaba en su panza el material más preciado en Asia: la plata, que allí era más valiosa que el oro. Gracias a la plata mejicana, los españoles podían adquirir las mercancías de Asia a un precio muy ventajoso. Tan ventajoso era el comercio establecido, que el margen de beneficio final era de cerca del 300 por ciento, un negocio extraordinario como fácilmente podemos deducir.
Movimiento portuario de Acapulco, 1626-1654 (según Sales Colín, 1996)


 ¿Por qué era tan importante el mercado oriental? Por el valor de sus mercancías. De allí venían las especies -rarísimas en Europa-, las porcelanas y las sedas, los marfiles y maderas lacadas; cosas perfectamente superfluas, pero muy escasas y, por tanto, muy caras, de modo que eran codiciadísimas en las grandes ciudades y en las cortes europeas. La Corona que consiguiera patrocinar tal tráfico obtendría una excelente fuente de ingresos. España necesitaba ese dinero: la política imperial de Carlos I había sido tan gloriosa como cara; Felipe II quiere conservar la gloria, pero es perfectamente consciente de que hay que pagarla. Además, como era ya tradición en el caso español, la apertura de los mares no era sólo un imperativo comercial, sino que venía dictada por consideraciones de rango mayor: primero consideraciones religiosas, pero además consideraciones económicas, políticas y militares.

Por eso Felipe II decide promover el establecimiento de bases fijas en Filipinas. Magallanes y Elcano habían demostrado que era posible llegar allí desde América; Urdaneta demostrará que, además, es posible volver, cosa esencial en un tiempo en el que la navegación depende de las corrientes. Hay que ponerse en la piel de aquella gente que se subía en un barco para averiguar si había una ruta, sabiendo que, si no la encontraban, el desenlace más probable era la muerte. Con ese arrojo, muchos conocimientos cosmográficos y enorme pericia marinera, los españoles descubrieron que había un camino para atravesar el Pacífico desde las Filipinas hasta América: la corriente de Kuroshio. Sentada la ruta, el océano se abrió a las necesidades comerciales y a la evangelización.

Jarrón chino aparecido en uno de los galeones hundidos de la Ruta

 Tras el fallecimiento del Rey Felipe II, es nombrado Rey de España Felipe III desde la fecha 13 de septiembre de 1598. Eran años difíciles con una carga fiscal cuadruplicada  …

Felipe III por Frans Pourbus el Joven.


 Con todo, cabe decir que fray Blas Palomino, otros cuarenta y ocho religiosos, y Fray Francisco Gálvez (único conocido como compañero de fray Blas) llegaron a Manila el año 1609, siendo fray Francisco Gálvez destinado al Convento de Dilao. El viaje de Acapulco a Manila tuvieron que hacerlo en el llamado "Galeón de Manila" y también "Nao de la China", que hacía la travesía cada seis meses, siendo la única comunicación existente entre Filipinas y América. El viaje se hacía cruzando todo el Pacífico, por el archipiélago de las Carolinas y las islas Hawai.

El viaje desde Acapulco  a Filipinas duraba entre cincuenta o sesenta días, beneficiado por los vientos y las corrientes marinas, los cincuenta o sesenta días bastaban para cubrir 2.200 leguas desde Acapulco hasta Cavite y Manila y después serían repartidos por las diferentes tierras de misión según necesidades y las órdenes emanadas por el Obispo de Manila. También fue Prior de un nuevo convento el Maluco y el 20 de marzo de 1620, murió mártir en la isla de Manados y seis meses después fue recuperado el cuerpo y esta enterrado en la iglesia del convento de San Antonio en la isla de Maluco, posiblemente la iglesia del convento nuevo del que fue prior durante algún tiempo.
Desde que salio de Sevilla en 1608, y su llegada a Filipinas en1609 estuvo realizando su misión de dar a conocer el Evangelio de Cristo, tal como se describe en los siguientes textos:


CAPÍTULO LXVIII
“Los grandes, y admirables empleos, y trabajos padecidos por amor de Dios, del venerable Padre fray Blas Palomino, en el nuevo mundo por espacio de doce años, y su preciosa muerte tan medida a sus deseo con que glorificó al Señor, refiere un compañero inseparable suyo, y de su misma Religión, y profesión. Pondré aquí a letra sus palabras, pues será mejor oír esta historia de un testigo de vista mayor de toda excepción, que no de quien la ha de hacer por relaciones.”

(Tomado del libro: Santos y santuarios del obispado de Jaén y Baeza, año1653. Por el Padre Francisco de Bilches, de la Compañía de Jesús, Rector del Colegio de San Ignacio de la ciudad de Baeza)

Los doce años a que se refiere el texto es contando desde el 30 de mayo de 1608 fecha de la salida de Sevilla al 20 de marzo de 1620 que muere en Manados.

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“Que es verdad, que conocí al Padre fray Blas Palomino Religioso de la orden de nuestro Padre san Francisco de la Provincia, y recolección de Andalucía, que paso en mi compañía hará veinte años en la barcaza que llevo fray Juan Pobre, el cual dicho Padre era  ya Sacerdote, y Confesor cuando paso, y a mi parecer, de edad de cuarenta años, poco más o menos Y que llegados que fuimos a la dicha Provincia de Filipinas, el dicho Padre aprendió luego la lengua de los naturales, que llaman Tagala, y en ella administro por muchos años los Santos  Sacramentos a aquellos nuevos Cristianos, con grandísimo ejemplo de

CAPÍTULO LXVIII                               
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todos, y mucho fruto que hacía de las alma, por las mucha devoción, fervor y  espíritu con que el dicho acudía a todo esto, de que soy testigo de vista, y comunicación de muchos años.
Tuvo este dicho Padre grandísimos deseos de pasar a Japón, y lo pidió diversas veces con deseos fervorosísimos del martirio, y de ocuparse mejor de predicar, y convertir almas, a que era notablemente inclinado; y viendo que no podía alcanzar ir al Japón, y que la provincia enviaba Religiosos a otra nueva conversión del Reino de Macasar, que es trescientas leguas mas allá del Maluco, en la isla que llaman de Mateo, pidió con grande instancia le señalasen  en el número de los que habían de ir allá, lo cual hizo el Prelado por la satisfacción que le tenía ya en la provincia de su mucho espíritu, y celo de la salvación de las almas. Y yo, aunque indigno, fui también de  los señalados para aquella empresa, que fuimos seis en compañía del Padre fray Martín de san Juan, religioso grave, de mucha virtud, y letras, que fue por nuestro comisario.
Partimos de la ciudad de Manila en los navíos de socorro que envió el gobernador de Filipinas, Don Alonso Fajardo, el año de diez y nueve al Maluco, y llegados que fuimos allá, se determinó que nos repartiésemos. Que el dicho Padre fray Blas Palomino fuese, con otro sacerdote, y un Religioso lego enfermo, a predicar al Reino de Manados, que es en la misma isla de Macasar, al principio de la tierra; y el Comisario, y yo con otro religioso lego, fuésemos a Macasar, y para tener mejor ocasión de entrar, llevamos una embajada y presente, del Gobernador de Filipinas, para el Rey de Macasar. Salimos de Maluco en un navío del Rey, y llegamos a Manados, donde estuvimos cuatro, o cinco días, y dejamos allí a nuestros padres, después de haber hablado al Rey, y a los principales de la tierra, todos los cuales dieron su consentimiento para que se quedasen a predicarles, y enseñasen el camino del cielo, y nosotros pasamos a Macasar.”


(Tomado de: Santos y santuarios del obispado de Jaén y Baeza, año 1653.


Cuando pienso en la fe de estos religiosos, no olvido las coordenadas sociales, políticas y económicas del momento, de la España del siglo XVII, agotada económicamente (sufriendo una gran inflación), diezmada su población por las epidemias ( en 1635, y 1675 hubo extensas epidemias de peste en Andalucía), las crisis de subsistencia, con las consiguientes hambrunas, y por las guerras de la religión en el norte y centro de Europa, etcétera, hacen que el clima religioso alcance altas cotas de exaltación, especialmente en el pueblo sencillo, que, abatido ante tanta calamidad, al ser el más afectado por estas adversidades, ve en la religión, en general, los más eficaces remedios a tantos males y desgracias.

Viendo, pues, los dichos Padres, que ya aquello no tenía remedio, y que estaban allí perdidos, entraron en consulta de lo que harían, y determinaron que los dos se volviesen a Manila a dar parte al provincial de lo que pasaba, y el Padre fray Blas fuese a Macasar a hacer lo propio al Comisario, y acertándose a hallar allí dos navíos, y una galeota de Portugueses, que iba a Macasar, se embarcaron los dichos Padres,
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 y prosiguieron su viaje. En esta sazón estaba el Padre fray Blas muy enfermo, y casi desahuciado de la vida, y por esta causa pidió, que antes que se embarcase le diesen los Sacramentos, por lo que Dios fuese servido de hacer con su vida. Hiciéronlo así, y luego se embarco, y fue su viaje, y en el fue Dios servido que mejoro, y fue ya bueno cuando llego al Reino de Macasar, donde nos halló con el mismo desconsuelo, que el llevaba de ver no hallamos la tierra tan bien dispuesta como pensamos, para sembrar en ella las palabras del santo Evangelio, por que aun fuimos bien recibidos del Rey, y acepto la embajada, y concedió la paz, y amistad con los Españoles, y otras cosas que se le pedían. En lo que fue dejar predicar en su tierra, ni hacer Cristianos, no quiso venir, antes publicó un bando en su tierra, de pena de vida a cualquiera que se hiciese Cristiano. Y por mas que le predicamos, y diligencias que hicimos, no fue posible lo contrario. Y habiendo estado allí algunos meses, y experimentando que no se hacía fruto ninguno, ni había esperanza de que se haría adelante, determinó nuestro Comisario de que nos fuéramos el Padre fray Blas, y yo a Maluco, y que desde allí fuese yo a Manila a llevar la respuesta de la embajada al Gobernador, y dar parte al Provincial de lo que pasaba, Y que el Padre fray Blas se quedase allí en Maluco, para ser Presidente de un Convento nuevo, que había tomado en la Isla de Tidore, que es en el mismo Maluco, junto a la Isla de Terrenate. Con ellos nos embarcamos en dos galeotas Portuguesas, que iban a Maluco, y cada uno en la suya comenzamos a navegar, y hacer nuestro viaje, el cual fue tan trabajoso de tormentas, y peligros de enemigos, y vientos contrarios, que nunca tal se ha visto; porque en viaje donde se acostumbra tardar, cuando mucho, veinte días, estuvimos mas de sesenta y tantos, y por cuatro veces encontramos con enemigos, y peleamos con ellos.
Finalmente llegando a la contracosta de Manados, tuvimos tan recio viento contrario por la proa, por mas de diez días, que saliendo por dos, o tres veces a atravesar el golfo que hay de allí al Maluco, que son cosa de cincuenta leguas, volvimos a arribar donde habíamos salido, y viéndonos ya necesitados de agua y bastimentos, nos llegamos a una Isla pequeña, que está pegada a la misma Isla de Macasar, cosa de tres , o cuatro leguas antes de llegar a los volcanes, que llaman de Manados.


(Tomado del libro de referencia)

El siguiente texto del libro: Historia de la Iglesia, Abad Pérez, A. Ediciones Rialp S.A. es bien explicito de las dificultades encontradas por este grupo de religiosos franciscanos:

“Aunque en 1591 se dio por terminada la etapa misional, quedaban numerosas rancherías de razas indómitas en las montañas, principalmente en el norte de Luzón Cagayán, en la Laguna de Bay y en el Isarog de Camarines. Serán los agustinos y franciscanos los que evangelizarán estas tierras en los siglos inmediatos. Desde el principio de 1600 iniciaron éstos una campaña para acabar con los restos de la idolatría (v. tv), dirigiendo su atención al extremo oriental de Luzón (v.), Contracosta de Baler, pero las condiciones de insalubridad de la zona arruinaron la salud de muchos y los misioneros hubieron de retirarse”…


A todo esto en nuestra galeota no sabíamos nada, y otro día de mañana al amanecer, se embarco el Padre fray Blas, y con alguna gente vino, a nuestra galeota a darnos parte, y comunicar lo que les había pasado el día de antes, y en particular me dijo , que era aquella muy buena ocasión para volver a entrar en Manados, que pensaba, si hallaba ocasión, quedarse allí, y de allí atravesar a Manados, a ver si podía reducir a aquella gente, que los traía atravesados el corazón, por ser gente afable, y de buenos naturales para Cristianos, y muchos de ellos lo querían ser, y quedaron muy pesarosos de que se fuesen los padres. Con ello hablamos al Capitán de nuestra galeota, para que continuase, que fuese nuestra barca también en compañía de la suya, con algunos soldados y vino en ello.
Fuimos, entramos cada uno en su barco, y primero fuimos a la galeota del Padre fray Blas a pedir licencia al Capitán para ir donde habían hablado el día antes aquella gente, y él la dio, aunque con harta dificultad, temiéndose nos sucediese alguna desgracia, porque era hombre muy cursado en aquella tierra, y conocía toda aquella gente ser Moros, y muy traidores. Mas por las persuasiones del Padre fray Blas dio licencia, advirtiendo del orden que se había de  tener y enviando gente de guarda. Llegados que fuimos al puerto, nos salieron a recibir algunos de aquellos Indios, y el Padre fray Blas los llamo, y dijo le sacasen del barco, como lo hicieron, en hombros. Fue saliendo las demás gente, que sólo quedaron cuatro hombres en cada barco. El bendito Padre los comenzó a abrazar, y se sentó a la sombra de un árbol con algunos de ellos, y el intérprete, que era portugués, a tratar lo que llevaba pensado.
En este tiempo yo me puse a hablar con los demás, que por allí estaban divididos, y apartados en corrillos, y pregúnteles si traían algún refresco, me dijeron que si, y que lo tenían allí dentro en el Monte, que no lo podían traer a cuestas, que entrásemos por ello, de que yo no lo colegí bien, y entrando mas adentro vi, detrás de unos árboles muchas lanzas, y adargas juntas, y amontonadas como escondidas. Y haciendo como que no había visto nada, me volví a salir disimuladamente, y llegue al Padre fray Blas, y le dije lo que había visto, y lo que decía aquella gente del refresco, y respondió que no, que era muy buena gente, y que si traían algo, y con ello se volvió a hablar con ellos, y yo me desvié cosa de doce o catorce pasos, y mirando hacia los barcos vi a los que en ellos estaban tomar a prisa los  arcabuces, y decir a voces, traición, traición, y volviendo a mirar atrás, vi ya atravesado por una lanza al bendito Padre fray Blas, y con otra al interprete. Y si dos o tres soldados que se hallaron cerca no disparaban sus arcabuces, y echaron mano a las espadas, con que ellos temieron, y huyeron, nos alancearan a todos. Retiramos luego al Padre fray Blas, que murió en mis manos dentro de un cuarto de hora, y el otro cuerpo no pudimos

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retirar , temiendo no nos cercasen las embarcaciones. Llevamos al Padre fray Blas a su galeota, y yo estuve con él toda aquella noche, y por la mañana vino la gente de otra galeota, y le llevamos a enterrar todos juntos a una isleta pequeña, que estaba allí junto, lo cual se hizo con la mayor solemnidad que se pudo, porque yo llevaba sobrepelliz, y estola, y sus velas todos los Portugueses. Dejamos marcada la sepultura, para en otra ocasión volver por su cuerpo, como se hizo dentro de seis meses, y se llevo a Maluco, donde está colocado en una caja en la iglesia de nuestro Convento de san Antonio, como de santo Mártir, y así lo escribe la Provincia en una patente que dio el Padre Custodio fray Marcos de Lisboa para el Capítulo General, poniéndole y nombrándole entre el número de los Mártires que había habido en aquella santa Provincia, y  con mucha razón, pues demás de haber ido de España dedicado para la conversión, fue allá escogido para enviar a predicar el santo Evangelio a las tierras de Moros, y Gentiles arriba dichas. Y en esta demanda murió alanceado por los Moros de aquella tierra, in odium fidei, como consta de la experiencia grande que se tiene de los que los han comunicado, que quieren beber la sangre de cualquier cristiano todos los de aquella tierra.

(Tomado del libro referido)

La ciudad de Manila, capital de las Islas Filipinas, era un importante centro de irradiación de la cultura europea y del comercio con Asia, así como punto de reunión y de partida de los misioneros del Extremo Oriente, tanto los que trabajaban en su territorio, como los que había en China y Japón. En la organización de los hijos de San Francisco, todo el archipiélago filipino y también el Japón, formaban parte de la mencionada Provincia franciscana de San Gregorio Magno.


 En Manila se celebraba una Feria a la que acudían barcos de múltiples países del Lejano Oriente, cargados con las más exóticas y valiosas mercancías: perlas y piedras preciosas, diamantes, rubíes, zafiros y topacios de la India; alfombras y tapices de Persia; pimienta de Sumatra; clavo, nuez moscada y otras especias de las Islas Molucas; sedas, lacas, muebles, marfiles, medicamentos, abanicos, porcelanas y otros artículos de China; ámbar y perlas de Japón, etc. La calidad y amplitud de la bahía de Manila y la gran afluencia de barcos extranjeros  generó un gran comercio y una enorme riqueza a la ciudad que llegó a ser llamada la Venecia asiática.
Una vez concluida la feria, tras una ceremonial despedida, el galeón zarpaba hacía México a través de una dificultosa ruta, expuesto a todo tipo de peligros, agravados por el exceso de carga, asaltos, hambre, sed, escorbuto...Tras un viaje de entre cuatro y seis meses el galeón arribaba a Acapulco. Las mercancías tenían un triple destino: muchas quedaban en el propio México, otras iban al Virreinato de Perú, para compensar la plata enviada del Potosí, y las restantes eran trasladadas a lomo de mula hasta Veracruz, en la orilla atlántica, de donde zarpaban  vía La Habana , hacia Sevilla o Cádiz.

  “Para entender la enorme importancia de aquella ruta hay que situarse en el siglo XVI, cuando la navegación dependía todavía de los vientos y las corrientes marinas, y enormes extensiones del planeta permanecen inexploradas”. (Esparza, José Javier, 1992).
El comercio sirvió como fuente fundamental de ingresos en los negocios de los colonos españoles que vivían en las islas Filipinas. Un total de 110 galeones de Manila se hicieron al mar en los 250 años del galeón de Manila-Acapulco (desde 1565 a 1815). Hasta 1593, tres o más barcos zarpaban al año de cada puerto. El comercio de Manila se llegó a convertir en algo tan lucrativo que los comerciantes de Sevilla elevaron al rey Felipe II de España una queja sobre sus pérdidas, y consiguieron que, en 1593, una ley estableciese un límite de sólo dos barcos navegando cada año partiendo de cualquiera de los puertos, con uno quedando en reserva en Acapulco y otro en Manila. Una «armada», una escolta armada, también se admitía.
Con tales limitaciones era fundamental construir el galeón lo más grande posible, llegando a ser la clase de barcos conocidos construidos más grande en cualquier lugar hasta ese momento. En el siglo XVI, tenían de media de entre 1.700 a 2.000 toneladas, y eran construidos con maderas de Filipinas y podían llevar a un millar de pasajeros. La Concepción, que naufragó en 1638, tenía una eslora de 43 a 49 m (140-160 pies) y desplazaba unas 2.000 toneladas. El Santísima Trinidad tenía 51,5 m de largo. La mayoría de los barcos fueron construidos en las Filipinas y sólo ocho en México. El galeón de Manila-Acapulco terminó cuando México consiguió su independencia de España en 1821, después de que la corona española tomara el control directo de las Filipinas. (Esto fue posible a mediados de los años 1800 con la invención de los barcos a vapor y la apertura del canal de Suez, que redujo el tiempo de viaje de España a las Filipinas a 40 días.)
Los galeones llevaban especias (pimienta, clavo y canela), porcelana, marfil, laca y elaboradas telas (tafetanes, sedas, terciopelo, raso), recogidas tanto de las islas de las Especias como de la costa asiática del Pacífico, mercancías que se vendían en los mercados europeos. También llevaban artesanía china, biombos japoneses, abanicos, espadas japonesas, alfombras persas, jarrones de la dinastía Ming y un sinfín de productos más. Asia oriental comerciaba principalmente con un estándar de plata, y los bienes eran comprados principalmente con la plata mexicana. Los cargamentos fueron transportados por tierra a través de México hasta el puerto de Veracruz, en el golfo de México, donde fueron reembarcados en la flota de Indias con destino a España. Esta ruta fue la alternativa de viaje hacia el oeste por el océano Índico, y alrededor del cabo de Buena Esperanza, que estaba reservada a Portugal de acuerdo con el tratado de Tordesillas. También evitaba la escala en los puertos controlados por los poderes de la competencia, como Portugal y los Países Bajos. Desde los primeros días de la exploración, los españoles sabían que el continente americano era mucho más estrecho a través del istmo de Panamá que a través de México. Se trató de establecer un cruce regular por tierra allí, pero la espesa selva, y la malaria lo hicieron imposible.
Tomaba cuatro meses cruzar el océano Pacífico entre Manila y Acapulco y los galeones eran el principal vínculo entre las Filipinas y la capital del virreinato en la Ciudad de México y desde allí con la misma España. Muchos de los llamados «kastilas» o españoles en Filipinas eran en realidad de origen mexicano, y la cultura hispana de Filipinas está bastante cercana a la cultura mexicana. Así que cuando México finalmente obtuvo su independencia los dos países continuaron el comercio, a excepción de un breve período de calma durante la guerra Hispano-Estadounidense. Los galeones de Manila navegaron en el Pacífico durante casi tres siglos, proporcionando a España sus cargamentos de artículos de lujo, beneficios económicos e intercambio cultural.
Gran parte de la circulación monetaria  tenía lugar en barras de plata sin acuñar. Las monedas de uso más importante fueron las famosas piezas de ocho o dólares mexicanos (8 reales, 272 maravedíes), que los comerciantes y banqueros chinos contramarcaban, para evitar así la circulación de moneda falsa.

Real de a ocho de Carlos IV, con resellos chinos (Pieza nº 147 de la Colección SEACEX, Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior)

 La acuñación de estas piezas se realizó en la Casa de la Moneda de Nueva España, constituida en mayo de 1535 por el virrey Alonso de Mendoza, en una ubicación próxima a la fundición creada por Hernán Cortés en 1521 y que fue pionera, como casa de moneda, en todo el continente americano. A partir de abril de 1536 todas las monedas acuñadas en la ceca de México se caracterizaron por llevar grabada la marca "M" con un círculo encima. En 1569 se cambió el domicilio de la Casa de Moneda al Palacio de Moctezuma, en un lateral de la Plaza de Armas y más tarde, en 1847, fue trasladada a la calle de Apartado donde siguió funcionando hasta 1956, fecha en que se construyó la actual Casa de Moneda en Av. Legaría. México considera un orgullo que sus monedas, nacidas para el tráfico con la Nao, tengan una tradición en orfebrería de más de 4 siglos.

Joyas recuperadas del Nuestra Señora de la Concepción, galeón de Manila que naufragó frente a las costas de Saipán (Islas Marianas) el 20 de septiembre de 1638.

 Como suele ocurrir en estas cosas del comercio, la ruta Manila-Acapulco pronto contó con emuladores: la riquísima y exquisita sociedad limeña, deseosa de participar en aquel festival de artículos de lujo, trató de organizar su propio sistema de naves tanto hacia Filipinas –cosa que no consiguió- como hacia México. El intercambio comercial entre los españoles de Perú y los de México se hizo intensísimo: tres millones de pesos anuales a finales del siglo XVI, cinco millones anuales a principios del XVII. El problema era que este tráfico americano podía dejar la carga del Galeón literalmente vacía antes de llegar al puerto de Veracruz, de manera que a Sevilla sólo llegarían los restos. Los comerciantes sevillanos lograron que la Corona pusiera un tope al tráfico entre los virreinatos americanos. Ese tope, más o menos, se respetó. Pero las rutas marítimas abiertas entre Perú y México asistieron entonces a un nuevo tráfico comercial: cacao, brea, mulas, vainilla, zarzaparrilla, añil… todo eso se intercambiaba entre los dos virreinatos, desde el norte de Chile hasta Honduras, al calor del tráfico abierto por las Naos de la China.
Ya puede imaginarse que tales riquezas despertaron la codicia de los piratas. Las aguas del Pacífico, aunque peligrosas para la navegación, tanto por los temporales como por las calmas, eran seguras desde ese punto de vista: pocos se atrevían a cruzarlas. Sin embargo, las áreas más cercanas al archipiélago filipino hervían de piratas chinos, japoneses, malayos… Y pronto se llenaron también de piratas holandeses e ingleses. La piratería no hizo mucho daño al Galeón de Manila: en doscientos cincuenta años, sólo cuatro barcos cayeron en manos de los ladrones del mar. Mucho más peligrosa fue la ambición holandesa por arrancar a España y a Portugal sus bases comerciales en los puertos del Pacífico.
Los holandeses mandaron auténticas flotas para tratar de echar a los ibéricos a la fuerza viva. Es lo que intentaron en un punto neurálgico de todo aquel tráfico comercial, Macao, en 1622, cuando España y Portugal estaban bajo la misma Corona y, por tanto, compartían dominios en aquellos lugares.


 Una flota holandesa de tres barcos y 1.300 hombres intentó apoderarse de Macao, defendida por una guarnición portuguesa de unos 300 hombres reforzados por dos compañías españolas. Pese a su superioridad, los holandeses tuvieron que retirarse. Un cronista nos dejó el siguiente testimonio:

“Se aprestó el invasor holandés al desembarco. Pero aquellos portugueses, y unos cuantos españoles que estuvieron junto a ellos, obraron maravillas aquel día. La artillería, servida por los padres jesuitas, frenó en seco el avance holandés. Y acto seguido los defensores, aun siendo muy inferiores en número, salieron de sus defensas, invocando a la Virgen María y a Santiago Apóstol rompieron el asedio y se abalanzaron contra los atacantes, obligando a huir a los herejes, que corrieron a refugiarse en sus barcos. Así se salvó Macao aquel 24 de junio de 1622. Y no puede uno sino admirar el decidido espíritu de tan pocos contra tantos…” (Esparza, José Javier, 1992)


España mantuvo su bandera en Filipinas hasta 1898. El Galeón había dejado de circular mucho antes: hacia 1820, cuando México, independiente, cerró el flujo comercial. Pero para entonces ya otros muchos barcos, de otras muchas naciones, surcaban el Pacífico con la seguridad que proporcionaban las nuevas técnicas de navegación. Un océano que abrieron los españoles con sus galeones de vela, trazando la primera ruta comercial de Asia con América.
Más importante aún, el Galeón fue el precursor de la globalización económica, al vincular comercialmente el Extremo Oriente con América, que a su vez lo estaba con España por medio de las Flotas de Indias. Las líneas del Galeón en el Pacífico, y las Flotas de Indias en el Atlántico, suponen la primera ruta comercial mundial de la historia, al unir permanentemente tres continentes: Asia, América y Europa. A bordo del galeón llegó a España el famoso mantón de Manila, un tejido de seda china con motivos orientales, que con el tiempo fue evolucionando hasta incorporar flecos, y motivos decorativos andaluces. Y a Filipinas llegaron muchos utensilios, herramientas y textiles españoles que hoy conservan su nombre castellano en los idiomas autóctonos. En el plano cultural, el Galeón llevó a Filipinas la lengua española, la religión cristiana, así como el arte y la arquitectura española, en su versión hispano-americana. 


Copia, pega y pincha en este enlace y podrás disfrutar de un documental elaborado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia de Méjico:
http://www.youtube.com/watch?v=cMuftlU-B4E&feature=related

 

Ahora, para el que llegó al final del texto, un refrán a modo de premio y muy en consonancia con el tema: Industria, pluma y espada, si no hay estrella, no son nada. Hasta otro día querido lector.
 

Bibliografía:
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Lahiguera 12 de Octubre de 2012
Día de La Hispanidad.
Pedro Galán Galán.
Manuel Jiménez Barragán.







71 comentarios:

Lahiguera dijo...

Agradecer una vez más a estos dos vorágines colaboradores por esta nueva ampliación de datos en la hazaña de nuestro ilustre paisano Fray Blas. Gracias Pedro y Manuel.

Ángel Casares dijo...

Pedro, siempre que tengo algo de tiempo, pico en los artículos que redactas para este blog de tu pueblo y leo con interés tus trabajos. Un saludo y disfruta de tus investigaciones. Ángel Casares.

Anónimo dijo...

Mi enhorabuena a estos higuereños con esa hambre de investigar (voraces que no vorágines) y descubrir el pasado del pueblo y sus personajes, ... escritos que no dejan de ser un aporte para la cultura y la sociedad de este pueblo. Un historiador local rescata documentos e información en archivos históricos para masticarlos y descifrar toda la realidad posible. El trabajo de estas personas es la recreación intelectual del pasado humano, mediante la búsqueda de los hechos, realizado sobre la base de testimonios y la exposición congruente de los resultados. Su tarea se realiza a través de unas etapas, la heurística: que corresponde a la búsqueda de noticias o testimonios, ésta etapa es la más fatigosa de todas; la crítica: analiza cualitativamente cada testimonio hallado, si es original, auténtico, .. si está o no alterado, y en caso de dudas se recurre a las ciencias auxiliares que puedan ayudar o a los peritos, a éste momento se lo denomina critica externa, luego los compara con otro de distinta procedencia, éste momento se llama critica interna, donde y qué circunstancias rodearon al historiador para llegar a lo que escribió y por último, la tercera etapa es el ordenamiento y la exposición de lo recopilado y reflexionado, son la adecuada ordenación de esos materiales y la presentación de los resultados. Así llega a culminar su papel el historiador o contador de historias y debe dejar al pie de cada página, las notas con las fuentes que ha utilizado de acuerdo a lo que haya escrito o reflejarlo en una amplia bibliografía paginada al final del texto.
Son aquellas personas cuyo objetivo es investigar la historia de cierto lugar o persona, que realiza una búsqueda incansable de hechos para confirmar ciertas referencias y teorías escritas por otros historiadores, que a veces apoyan y las juntan para luego exponerlas, ya sea en libros o en otros medios de comunicación y fuentes de información como puede ser este blog.
El amante de la Historia, el historiador no está muy lejos de aquel profesional que se dedica a investigar de manera científica los hechos históricos que determinaron el funcionamiento de las sociedades y de los hombres en épocas pasadas y que mediante su estudio y explicación puede entender el concepto de "somos como somos porque otros eran como eran" , facilitando con ello el entendimiento de nuestro presente en función del pasado y como instrumento que nos prepare para el futuro. A estas personas se les conoce como ratones de biblioteca y viajeros del pasado, cuyas naves tienen millones de letras y que actualmente son una especie de personas o profesionales en extinción. Se los puede encontrar en un museo, biblioteca, zona arqueológica, asistente puntual a clases y conferencias, archivos históricos, hemerotecas o en cualquier lugar que les permita leer un libro de Historia, Filosofía, Arqueología, Sociología, Economía, Derecho, Política, Antropología, Lingüística, Etnología y algunos más.

Unos investigadores de hechos políticos,sociales,culturales, y religiosos de una época determinada o un momento histórico con relación a su realidad más próxima, como su pueblo tan próximo o lejano. Su pago a tanta dedicación es el de desentrañar la verdad de los hechos y darlos a conocer, conocer la historia ayuda a comprender la actualidad como consecuencia del pasado.

Una de las razones que en lo personal veo deben disfrutar y tener estas personas, será la de buscar una realidad o corroborar las versiones y propias inquietudes que uno mismo dentro del circulo de amistades, conocidos y familia hayan observado a lo largo de su vida y la sociedad donde se han desarrollado.

En muchos pueblos han existido y existen narradores urbanos, cuenta cuentos, etc, que han pasado de generación en generación las historias, leyendas y mitos de nuestro pasado, y son ellos quienes han transmitido la historia real de sus paisanos y su pueblo tal como hoy la conocen.
Lo dicho y hasta otro día.

Lahiguera dijo...

Gracias Anónimo por sus comentarios y también gracias por su corrección; quise expresar "impetuosos" y "metí la pata"...cosas que pasan. Ya de camino decirle, que nos gustaría saber su nombre (...Pablo, Paco, Pedro) para cuando tengamos que hacer referencia a usted poder hacerlo con un poquito más de "elegancia", que no con "Anónimo". Espero no se tome esto a mal, puesto que son muy gratos sus comentarios y aportaciones. Saludos. Juanjo.

Anónimo dijo...

Una de las causas que hace que haya tan pocas personas que parezcan notables y agradables en el trato personal, es la de que no hay casi nadie que no piense más en lo que quiere decir que en responder concretamente a lo que se le ha dicho. Los más hábiles y los más complacientes se contentan con mostrar tan sólo un rostro aparentemente atento, pero en sus ojos y más en su mente se ve una lejanía de lo que se les dice, y un apresuramiento por volver a lo que él quiere decir, sin tener en cuenta que es un mal sistema para agradar a los demás, o para convencerles, empeñarse hasta tal punto en complacerse a uno mismo, y que saber escuchar y saber responder es una de las mayores perfecciones que pueden darse en el trato.
Lo dicho y hasta otro día.

Anónimo dijo...

Hay pensamientos que no pierden su vigencia, es mas parece que con los años se hacen mas veraces. La respuesta del anónimo corresponde fielmente a una máxima de un señor francés llamado Francois de La Rochefoucauld, nacido en París en 1613 y muerto en 1680. Son pensamientos de un señor que ha vivido con tanta intensidad grandes locuras, tempetuosos amores, fracaso de la ambición, desengaños, una vejez amarga y que doma sus experiencias para expresarlas en un lenguaje nítido y de una perfección casi exagerada. Si lo deseáis comprobar es la máxima número 139 de una larga serie de 641. Vi el texto adecuado y desee mandarlo para que tuviera autor, pero no lo has acertado. Juanjo, si no te importa continuo con el anónimo, tiene más intriga.No te mosquees.
Lo dicho y hasta otro día.

Lahiguera dijo...

Buenas noches "Anónimo". Permítame que le hable de "tú". Ya me pareció su primera contestación un poco apartada de nuestros días por su forma de expresión. Pero claro está que también podía haber sido tuya dado el dominio del lenguaje, apreciable en tus escritos, y de tu capacidad de darle ciertos cromatismos. No hubiera acertado que se tratara de una sentencia/máxima de tal individuo que mencionas jamás en la vida: Gracias por tu aclaración en la segunda intervención. Al menos espero no te hayan acaecido las vivencias de "locuras, tempestuosos amores, fracaso de ambición, etc." (es broma). Le echaré un vistazo a esas máximas del tal Francois, seguro estarán muy interesantes.
Respecto al mosqueo por el anonimato no hay problema, ya que no son cosas por las que tomarse un disgusto. Debemos dar importancia a lo que realmente lo tiene...no a lo superfluo. Pero piensa por un momento que si Rochefoucauld hubises actuado igual, hoy por hoy tendrías que haber mencionado: "...una máxima de Anónimo" (...te digo esto de buena forma -con una sorisa-, ya que a veces las palabras escritas se pueden malinterpretar).
Reiterar que es un gran gozo que nos obsequies con tus comentarios tan instructivos y tenerte como un "buen colaborador Anónimo" de este blog. Hasta pronto. Juanjo.

Jesús Nuevo Doncel dijo...

Te agradezco mucho los artículos que escribes, que previamente me envías y que veo luego publicados en este blog. Los humanos somos seres de raíces, aunque a algunos les viene bien hacernos creer que no existió ni lo que vimos antes de ayer. Por eso me alegra lo que tú escribes, porque pones delante de los ojos eslabones de la cadena que nos constituye como personas y por la que han pasado tantos personajes de tu pueblo y tantas personas de nuestras respectivas vidas; al final los coetáneos hemos conocido en nuestros pueblos historias parecidas, más que localidades diferentes son productos de unos tiempos, de unas necesidades, de unos principios , valores y sentimientos de un pueblo prototipo. Ánimo y adelante, me gustan mucho las lecturas que me proporcionas, cada una de ellas son una novedad esperada.
Un abrazo, Jesús

Un Higuereño dijo...

Muere la vida, y vivo yo sin vida.
De Lope de Vega

Soneto XVI

Muere la vida, y vivo yo sin vida,
ofendiendo la vida de mi muerte.
Sangre divina de las venas vierte,
y mi diamante su dureza olvida.
Está la majestad de Dios tendida
en una dura cruz, y yo de suerte
que soy de sus dolores el más fuerte,
y de su cuerpo la mayor herida.
¡Oh duro corazón de mármol frío!,
¿tiene tu Dios abierto el lado izquierdo,
y no te vuelves un copioso río?
Morir por él será divino acuerdo,
mas eres tú mi vida, Cristo mío,
y como no la tengo, no la pierdo.

Dedicada a Fray Blas Palomino,
Siervo de Dios nacido en Lahiguera.

Raúl Massa dijo...

En el libro de dos tomos que comprende el supuesto censo de 1905 de Filipinas, publicado en ese mismo año por el gobierno militar y colonial de los Estados Unidos en estas Islas, se insertó una reseña histórica, escrita, según los redactores del periódico Libertas, “con espíritu masónico”, ya que su objetivo es claramente calumniar a los frailes españoles y tergiversar, cuando no denigrar, toda la obra de España en beneficio del pueblo Filipino desde 1571 hasta 1898 y poco después.

El mensaje principal de dicha reseña no es nada más que presentar a los invasores WASP usenses como “los buenos libertadores de los filipinos” y a los españoles, particularmente los frailes y misioneros entre ellos, como “los crueles opresores de los filipinos". Para refutar las mentiras y calumnias en dicha reseña, los mencionados redactores del mencionado periódico “Libertas” recogieron las opiniones, sobre la obra española en Filipinas, de varios escritores alemanes y franceses que visitaron y vivieron en estas islas durante el tiempo español. He aquí lo que han dejado escrito dichos alemanes y franceses de Filipinas, de hecho refutando muy de antemano, lo que más tarde escribieran escritores y propagandistas WASP usenses, y sus lacayos filipinos, en lengua inglesa.

F. JAGOR, escritor alemán que visitó Filipinas por los años 1859 y 1860, dice en su obra “Reisen in den Philippinen” Berlin, 1873, lo que sigue:

“A España corresponde la Gloria de haber mejorado notablemente el estado del país. Lo halló en el salvajismo, destrozado por continuas guerras intestinas, estando su población a merced de fuertes tiranuelos, y lo ha elevado a una civilización bastante adelantada. Sin duda, los indígenas de aquellas magníficas Islas se hallan protegidos de ataques exteriores y van regidos por leyes humanitarias por las que, en los últimos siglos, han vivido más felices de entre todos los otros países tropicales bajo un gobierno propio o europeo. Esta condición favorable a los indígenas se debe a la frecuentemente mentadas circunstancias peculiares que siempre protegieron sus intereses ya que el fraile y misionero español estaba peculiarmente preparado para introducir a los indígenas a vivir en conformidad con la práctica de una nueva religión y un nuevo código de moralidad. Será difícil encontrar una colonia en que los indígenas, por lo general, se sienten muy a gusto como lo que es el caso de los de Filipinas. El gobierno español sobre estas Islas siempre fue benigno. (Páginas 36 a 39) ”
Raúl Massa.

Raúl Massa dijo...

Encontré el texto anterior de referencia en inglés, y dado que gran parte del pueblo filipino, quién sabe si posible lector de estos textos, es mayoritariamente en lengua inglesa o en tagalo lo trascribo a continuación en inglés, para conocimiento de quien este interesado:
“Credit is certainly due to Spain for the glory of having bettered the condition of a people who, though comparatively highly civilized, was being continually distracted by petty internal wars among themselves, due to which it had sunk into a disordered and uncultivated state. The inhabitants of these beautiful islands, as a whole, may well be considered to have lived very comfortably during the last hundred years, protected as they were from all external enemies and governed by mild laws, in comparison with any other tropical country under native or European sway. This positive condition of the Filipino natives is due, to a great measure, to the frequently discussed peculiar circumstances which always protected their interest since the Spanish friar missionaries were peculiarly fitted to introduce them (the natives) to a practical conformity with the new religion and code of morality . And it would be difficult to find a colony, in which the natives, taken all in all, feel more comfortable than those in the Philippines. Spanish rule in the Islands was always a mild one.. (pages 36 to 39).
Raúl Massa.

Nacho Esquivel Morales dijo...

En la misma línea de testimoniar lo expresado por Raúl en su comentario anterior, deseo dar a conocer reseñas de otros textos, donde sin patrioterismo barato, se valora extraordinariamente la función civilizadora y evangelizadora de España en Filipinas. En este caso son textos de principios del siglo XIX, en el primer caso, y de finales de ese siglo en el segundo caso. Estos son los textos de los dos autores franceses:

Los escritos de Mr. P.de la Gironiere, un francés que vivió durante veinte años en Filipinas en la primera mitad de los años del 1800 escribe en su libro, “Aventures d’un gentilhome aux Iles Philippines”, en el Capítulo VIII, lo que sigue: “Las leyes españolas relativas a los indios, eran completamente patriarcales. Confieso que la forma de gobierno en Filipinas me ha parecido siempre conveniente y el más apropiado para su civilización.”

“Les lois espagnoles concernant les Indiens,son tout a fait patriarcales. J’avoue que le mode de government aux Philippines, m’a toujours semblé étre convenable et le plus proper a la civilisation.”

El Dr. Montaign (Montano), comisionado en 1879 a 1881 por el ministro de Instrucción Pública de Francia, para estudiar la colonización española en Filipinas termina diciendo: “Tal es en sus líneas generales la organización que se dio a Filipinas desde los primeros tiempos, y que se ha perpetuado hasta nuestros días para la gran ventaja de la dominación española. Los lazos que unen a la colonia con la metrópoli no se han quebrantado aun pues tan apropiado resultó a favor de las costumbres y temperamento de los indios el régimen establecido por los primeros conquistadores.”

“Telle est dans ses lignes generales, l’organizacion qui fut donné aux Philippines des les premieres temps de la conquete et qui s’est perpetuée jusqu/a nos jours au gran advantage d ela mination espagnole. Les liens qui unissent la colonie a la metropole, se sont jusq’ ici jamaies relachés: tout le regime institute para les premieres conquerantes s’est trouvé apropiié aux moeurs et au temperament des indiens.”
Nacho Esquivel Morales.

José Ignacio Santana Gutiérrez dijo...

Siguiendo la línea marcada por Raúl en su comentario, deseo dar mi aportación a este respecto. En este otro caso y testimonio se trata de dos autores el primero de ascendencia inglesa, el segundo de ascendencia francesa, nada más y nada menos que el Gobernador de Hong Kong y el Duque de Alencon:
Mr. John Bowring, gobernador de Hong Kong y poco afecto al catolicismo también dijo en su obra “A Visit to the Philippines’, en su capítulo número 13. “Las líneas de separación entre las clases y razas, me parecieron menos marcadas que en otras colonias orientales. He visto en la misma mesa: españoles, mestizos (chinos cristianos) e indios, sacerdotes y militares. No hay duda que una misma religión forma un gran lazo. Es más, a los ojos del que ha observado las repulsiones y diferencias de raza en varias partes de Oriente; para el que sabe que la raza es la gran división de la sociedad, es admirable el contraste y excepción que presenta la población tan marcada de Filipinas.”

El Duque de Alencon en su obra “Luzon et Mindanao: extraits d’un journal de voyage dans l’Extreme Oriente”, Paris, 1870, dice: “los Frailes españoles han elevado al pueblo filipino al más subido punto de civilización de que es susceptible una raza, que hace cuatro siglos se hallaba en la más espantosa barbarie… Las Órdenes Religiosas españolas pueden mostrar hoy con orgullo el resultado de sus esfuerzos: esos pueblos de Filipinas son más civilizados, más autosuficientes e independientes y más ricos que los de ninguna colonia europea en Asia y aun en todo el Oriente. “

“The Friars have elevated the people (of the Philippines) to the highest point of civilization to which a race, which in the last four centuries, was found in the most abject barbarism, is susceptible. The Spanish Religious Orders can show today with pride, the results of their efforts: those communities in the Philippines are more civilized, more auto-sufficient and independent and much richer than any other European colony in Asia, and even in the whole Orient.”
José Ignacio Santana Gutiérrez.

Antonio Moreno Rojas dijo...

Este es el testimonio de otro francés, Mr. J. Mallat, que fue a Filipinas para estudiar su historia, geografía y costumbres, en su obra “Les Philippines: histoire, geographie, moeurs, etc., Paris, 1846, Tomo Primero, página 357, después de haber descrito organismos de gobierno en estas Islas, concluye diciendo: “Por lo que precede, se ve que la administración de las Islas Filipinas está fundada sobre bases eminentemente liberales, y así fueron establecidas a partir de la conquista: estas constituciones tan sabias, tan paternales, han valido a la España de nuestros días la conservación de una colonia, cuyos habitantes gozan, en nuestra opinión, más libertad, felicidad y tranquilidad que los de otra situación alguna. Por eso, el indígena de Filipinas es el hombre más feliz del mundo… Es libre. Es dichoso.

“Par ce que precede on voit que l’administración des iles Philippines este fondée sur des bases tut a fait iberaes, et elles ferent posée ainsi depuis lorigine de la conquete, ces constitutins si sages, si patermales oint valu al”Es[agne la conservation d’une colonie, dout les habitants jouisent, a nmotre avia, de plus de liberte de bonhuer et de tanquilité, que ceux d’aucune outré nation.”

“Si España y sus frailes no hicieron más por los Filipinos, fue porque los tiempos y las circunstancia no lo permitieron, y prueba de ello es, que en los últimos veinte años de la dominación española, el país progresaba rápidamente en todo sentido, hasta en la importación de ideas malsanas y corruptoras. “ Manuel Rávago, escritor indio filipino.

En respuesta específica a los que acusan a los frailes españoles de “opresores” de los filipinos, Carlos Lavollée, un periodista francés, en la “Review des Deux Mondes” del 15 de junio 1860, observa: “España no ha consentido en Filipinas la esclavitud. El cuadro que presenta es edificante; habla al espíritu del viajero con impresiones gratas... El filipino es un pueblo dichoso y Filipinas es de una naturaleza exuberante. El tagalo continúa, pues, viviendo bajo el yugo más dulce y más humano que haya sido impuesto jamás a una nación.”
Antonio Moreno Rojas.

Jesús María López Gómez dijo...

Allá por el año 1852 escribe el renombrado marino francés, Mr. E. Julien de la Graviére en la revista “L’Archipel des Phlippines et la domination espagnole” el 15 de Julio de 1852 lo que sigue: “No puede negarse que la protección extendida sobre los indios de Filipinas por el brazo del clero español ha sido a menudo excesiva…. Se ha reprochado al clero español en Filipinas de haber tratado a los indios como a niños. Y es necesario añadir: ¡como a niños consentidos! Las leyes en las Islas Filipinas han sido dictadas únicamente en interés de los indios filipinos. Parece que la conquista no ha tenido lugar, que la ocupación española no se perpetúa sino para conducir al tagalo al cielo por un camino de flores. El indio filipino es libre en toda la acepción de la palabra, más que él mismo consentiría serlo. ( de su trabajo: Souvenir etc. Luzon et la Domination Espagnole aux Philippines).

“Si los frailes españoles ejercían en Filipinas algún poder, todo lo empleaban en la protección y defensa de los indios filipinos contra ciertos redentores de la casta (masónica) de aquellos que ensalza el Señor H. Pardo, que eran los caciques sin entrañas que aspiraban oprimir al pobre pueblo, sin que nadie osase atajarlos en sus atropellos e injustas vejaciones.“ José María Delgado y Salcedo, indio tagalo de San Pablo Laguna que escribía para el periódico manileño “Libertas” en 1906.
Jesús María López Gómez.

Felipe García Cobian dijo...

Cuando en cierta ocasión los cortesanos le dijeron a Felipe II que la conquista de las Filipinas costaba mucho dinero sin rendir nada en cambio, el adusto rey repuso:
"Si no bastaren las rentas de Filipinas y de Nueva España a mantener una ermita, si más no hubiere, que conservara el nombre y veneración de Jesucristo, enviaría las de España con que prorrogar el Evangelio... No se ponga ningún motivo que toque interés, sino los más universales". ¿A qué "universales" se refiere? Lo había dicho poco antes: "la concesión pontificia de aquellas tierras para evangelizar”.

Naturalmente que no todo fue trigo limpio. Hubo bandidos, estafadores, mercaderes inescrupulosos, explotadores. Pero, como escribe Ramiro de Maeztu, "aunque es muy cierto que la Historia nos descubre dos Hispanidades diversas, que Herriot recientemente ha querido distinguir, diciendo que era la una la de Greco, con su misticismo, su ensoñación y su intelectualismo, y la otra de Goya, con su realismo y su afición a la 'canalla', y que pudieran llamarse también la España de Don Quijote y la de Sancho, la del espíritu y la de la materia, la verdad es que las dos no sin sino una, y toda la cuestión se reduce a determinar quién debe gobernar si los suspiros o los eructos". O Felipe o Felipillo...
Felipe García Cobian.

Concha Cueto dijo...

En el último cuarto del siglo XVI el catolicismo se encontraba firmemente arraigado en las posesiones españolas del lejano Oriente. Desde el año 1595 un arzobispado en Manila y tres diócesis sufragáneas, Nueva Segovia y Nueva Cáceres, en la isla de Luzón y Cebú para las demás islas, configuraban el mapa de la iglesia institucional.
Como complemento varios centenares de misioneros trataban de evangelizar a la población indígena de las zonas que todavía no habían sido hispanizadas. De esta forma se consiguió cristianizar a la mayor parte de la población isleña filipina, así como a las islas próximas. Los agustinos y dominicos actuaron al norte de Luzón, los agustinos recoletos en Mindoro y los jesuitas en Mindanao y en la isla de Negros. Los franciscanos trabajaron inicialmente en casi todo el archipiélago, aunque poco a poco fueron cediendo terreno a la llegada de las demás órdenes religiosas.
Concha Cueto.

Germán García Diez dijo...

Esta aportación va en la línea de comentar la parte final del presente artículo cuando Manila fue atacada por la flota holandesa:
Juan de Silva, gobernador y capitán general de Filipinas (21 abril 1609 – 19 abril 1616), llega con 5 compañías de infantería y con los 300 refuerzos que envía a Iloilo (isla de Panay) los españoles logran derrotar aquí a una flota holandesa de 5 grandes navíos al mando del vicealmirante François de Wittert, quien no se atreve a atacar Manila y se queda depredando la entrada de la bahía, porque los españoles no tienen barcos para hacerles frente (1609-10) (la tregua firmada este año entre España y Holanda no tiene ningún efecto en estas latitudes).
Germán García Diez.

Pepe Ramírez Cortés dijo...

Gracias por esta exposición concisa sobre la labor de los misioneros en Filipinas, tan calumniados en la historia posterior de la colonia, y cuya verdad se había cubierto por el tópico intencionadamente, tópico que, por desgracia, se había extendido por doquier en ese maravilloso país y en otros del ámbito americano, en gran parte por razón de ignorancia e intereses más que en razón a la verdad.
Pepe Ramírez Cortés.

Rafa Secades dijo...

Los españoles llegaron a las islas Filipinas de casualidad. Dado que el Tratado de Tordesillas había reservado el hemisferio oriental a Portugal, en 1518 el Emperador Carlos encargó a Magallanes que buscase una ruta por el oeste hacia las islas de las especias. Tras un viaje accidentado, el 16 de marzo de 1521, Magallanes llegó a la isla de Leyte. Magallanes apreció maravillado la belleza de las Filipinas y comprobó en sus propias carnes el “bahala na” filipino. Habiendo intentando mezclarse en la política local entre los distintos caciques, fue emboscado y asesinado el 27 de abril de 1521 por los hombres de Lapu Lapu, que no supieron valorar sus esfuerzos por intervenir en sus asuntos. En realidad Magallanes fue la primera víctima de una pauta que se repetiría en los siguientes siglos con los españoles: no saber ni qué estaban haciendo en las Filipinas ni qué hacer con ellas.

A Carlos V saber que había unas islas muy hermosas con unos nativos a los que a ratos les daba el “bahala na” y te acuchillaban, no le emocionó ni poco ni mucho. Su interés estaba puesto en las islas de las especias, las Molucas. En los años siguientes envió hasta tres expediciones a las islas. Las tres fracasaron. En 1529, aburrido, firmó con Portugal el Tratado de Zaragoza y le vendió sus derechos sobre las islas. Tan poco era el interés de Carlos V por las islas, que no se mencionaron en el Tratado, aunque, según la demarcación estipulada, caerían en lo sucesivo en la órbita portuguesa.

Aunque con el Tratado de Zaragoza España había renunciado a Asia, la renuncia se hacía muy dolorosa, cuando el continente albergaba tantas riquezas. En 1535 fue nombrado como primer Virrey de Nueva España D. Antonio de Mendoza, quien inmediatamente se aplicó a extender las fronteras del virreinato en dirección a lo que hoy es el suroeste de EEUU y a explorar la costa pacífica. Por esas fechas España volvió a pensar en las Filipinas. Desde el Tratado de Zaragoza, Portugal no había hecho ningún intento por colonizarlas. Era imaginable que si España le presentaba el hecho consumado de su ocupación, Portugal no protestase demasiado. En 1542 el Virrey Mendoza envió a Ruy López de Villalobos a Filipinas con la misión de establecer una colonia en ellas. La expedición fue un fracaso: la enemistad de los moros de Mindanao y la pobreza del lugar escogido para el asentamiento hicieron que no prosperase. El único logro de la expedición de Villalobos fue que dio a las islas su nombre definitivo de “islas Filipinas” en honor al Príncipe heredero Felipe.
Rafa Secades.

Fernando Orozco Esteban dijo...

Mientras que en las cédulas suscritas por los Reyes Católicos y Carlos I con los conquistadores se conjugaban evangelización e ingresos para el Tesoro -quinto real-, a Felipe II, para la integración de las islas del sur del Pacífico, le motivó una idea misional. Quería llevar a cabo el cumplimiento de lo dispuesto en la bula Inter Caetera que, por decisión de Alejandro VI, concedía a España el derecho a establecerse en los territorios comprendidos al oeste de una línea imaginaria trazada de polo a polo. El Rey dejó bien claro a Legazpi y a Urdaneta que en la expedición a Filipinas «deberán arribar en cuantas islas estén dentro de la jurisdicción española con un sentido meramente evangelizador, entregarán objetos a caciques y régulos con cartas personales y procurarán establecerse dentro de la mayor armonía y amistad». A punto de partir, Andrés de Urdaneta tuvo que vencer escrúpulos de conciencia ante la duda de si Filipinas estaba o no dentro de la línea pontificia adjudicada a Portugal.

Los filipinos no fueron conquistados. Se incorporaron a España, bajo la autoridad de Felipe II, con la promesa por parte de los peninsulares de que no iban a darles un trato discriminatorio en relación con las otras provincias del Imperio. Extremo que los españoles cumplieron hasta el punto de que en 1598, a instancias del sínodo promovido por el ya entonces fallecido monseñor Domingo Salazar, primer obispo de Manila, Felipe II ordenó que se llevara a cabo un plebiscito entre la población para determinar si los nativos querían integrarse en España. El escrupuloso Felipe lo dispuso así, poco antes de morir, para «descargo de su real conciencia». Era la primera consulta popular que se hacía en el mundo.

Los indígenas se dejaron formar por unas gentes que les superaban en civilización. Es irreal el hecho, divulgado por los insurgentes del Katipunan, de que Filipinas en el periodo prehispánico constituía una nación. Se trataba solamente de unos extensos territorios, sin conexión entre sí, poblados por multitud de razas que hablaban distintos idiomas. La religión y el castellano fueron el nexo vertebrador de los habitantes de las más de siete mil islas. Tras el Desastre del 98 algunos políticos, con plena complacencia por parte de las nuevas autoridades yanquis, introdujeron en los libros de texto pasajes históricos que en nada tenían que ver con la realidad y que presentaban a una Filipinas primitiva culta y unida, invadida por una potencia extranjera. Algo, a todas luces incierto, únicamente motivado por la necesidad de afirmar una personalidad nacional propia que Filipinas sólo llegó adquirir dentro del contexto de España.

A la llegada de los «castilas» o «cachilas» (los filipinos continúan denominando con estos vocablos, derivados de «Castilla», a peninsulares y mestizos), los pueblos de la costa, fruto de las invasiones procedentes de China, de otras islas asiáticas y de países árabes, poseían un nivel cultural superior al de los grupos aislados del interior, que se encontraban en estado semisalvaje. Imperaba la raza malaya, aunque se supone que los negritos fueron los primeros habitantes del Archipiélago, y ninguna de las etnias vio a los españoles como enemigos. Todo lo contrario. Humabón, régulo de Cebú, solicitó ayuda de Magallanes para combatir a su mortal adversario Lapulapu, cacique de Mactán.

Fernando Orozco Esteban.

José Jesús Sánchez dijo...

A pesar de todos los fracasos, a los españoles les costaba renunciar a poner el pie en Asia. Apenas llegado al Trono, Felipe II decidió en 1559 que había que buscar una ruta que permitiera hacer el tornaviaje a México desde Filipinas y dio instrucciones en ese sentido al Virrey de Nueva España, Luis Velasco. En sus instrucciones señala que las Filipinas estaban dentro de la esfera de influencia española y apunta al objetivo final de la empresa: insertarse en las lucrativas rutas comerciales con China. Es muy probable que Felipe II supiese que las Filipinas estaban en la esfera portuguesa y que estuviese jugando al despistado. De hecho tanto el Virrey Velasco como algunos consejeros le indicaron que las Filipinas eran portuguesas, pero el que manda, manda.

La expedición zarpó del Puerto de La Navidad el 21 de noviembre de 1564. La mandaba Miguel de Legazpi, pero el principal personaje allí era el fraile y navegante Andrés de Urdaneta, quien estaba convencido de que existía una ruta de tornaviaje. La flota llegó a Filipinas en febrero del año siguiente. Mientras Miguel de Legazpi daba los primeros pasos para iniciar la colonización de las islas, Urdaneta se aprestó a buscar el tornaviaje. En junio de 1564 partió de Cebú en dirección a México y el 8 de octubre llegó a Acapulco, después de 129 días de navegación. El descubrimiento del tornaviaje fue lo que hizo posible la colonización de Filipinas, ya que permitía comunicarse con las islas sin pasar por el territorio controlado por los portugueses. Una consecuencia indirecta fue que Filipinas se gobernaría desde el Virreinato de Nueva España y se vería más como un apéndice del mismo, como la última colonia española de América, que como el trampolín hacia Asia. Pero eso sólo ocurriría en el siglo XVII, cuando España, cada vez más agotada, ya no tenía fuerzas para empresas imperiales. Antes de que eso ocurriera, durante unas pocas décadas a finales del siglo XVI y comienzos del XVII sí que pareció que Filipinas podría convertirse en la cabeza de un gran imperio español en Asia.
José Jesús Sánchez.

Federico Valdivia Barrero dijo...

Las primeras décadas del dominio español en Filipinas fueron prodigiosas. La colonia apenas se había establecido y tuvo que hacer frente al ataque del pirata chino Limahong que estuvo a punto de apoderarse de Manila en 1574 y que además coincidió con la rebelión de Lakandula y Rajah Suleiman, a la rebelión pampangueña de 1585, a las depredaciones del pirata Cavendish, quien además capturó el Galeón de Manila en 1587 causando grandes pérdidas monetarias, y a la gran revuelta de la comunidad china en 1603, que estuvo en un tris de conquistar Intramuros. Pues bien, a pesar de todos esos conflictos los españoles intentaron que Filipinas fuera su trampolín para la conquista de Asia.

En 1578 el Gobernador Francisco de Sande recibió al sultán de Borneo, que le pidió ayuda contra su hermano, que le había usurpado el Trono. De sande no necesitó que se lo repitieran dos veces. Montó una expedición con 400 españoles, 1.500 filipinos y 300 nativos de Borneo partidarios del sultán legítimo. El sultán recuperó el trono con la ayuda española y Borneo se incorporó a los dominios españoles… durante tres años. Los que necesitó el usurpador para arrebatar nuevamente el trono a su hermano con ayuda portuguesa.

En 1593 el Gobernador Gómez Pérez Dasmariñas organizó una expedición para conquistar las Molucas. La expedición quedó abortada cuando los remeros chinos se sublevaron y mataron al gobernador y a ochenta de los españoles. A pesar de este desastre, tres años después los españoles de Manila se dejaron seducir por los cantos de sirena de los aventureros Blas Ruiz de Hernán González y Diego Belloso, que se habían convertido en los factótums del país, y les convencieron de que Camboya podía convertirse en una dependencia de España. El Gobernador Antonio de Morga no veía muy claro el asunto, pero la presión del bando belicista y el de las órdenes religiosas, que ya se veían evangelizando camboyanos, fue más fuerte.
Federico Valdivia Barrero.

Mariano Cobo de Guzmán dijo...

El 19 de enero de 1596, 120 soldados partieron a bordo de tres naves a las órdenes de Juan Juárez de Gallinato. La expedición no fue demasiado gloriosa: uno de los barcos embarrancó en la desembocadura del Mekong y sus hombres tuvieron que subir a pie hasta Phnom Penh, otro se extravió y acabó en el estrecho de Malaca. El tercero al menos llegó a destino. Los adjetivos “bienvenida” y “venturosa” no describen adecuadamente la presencia de los expedicionarios españoles en Phnom Penh. Su estancia terminó con el barrio chino saqueado, las fortificaciones quemadas y el rey camboyano muerto. Casi parecían hooligans ingleses de vacaciones en Benidorm.

Gallinato se retiró, entendiendo que Camboya era un berenjenal, pero Belloso y Ruiz pensaban que era un berenjenal donde podían hacerse ricos y se quedaron a seguir liándola parda. Pronto los aventureros, los buscavidas y los frailes de Manila empezaron a urgir al Gobernador a que enviara otra expedición a Camboya, que aún quedaban cosas que romper. Al Gobernador le dieron tanto la barrila que autorizó a que Luís Pérez Dasmariñas, el hijo de Gómez, organizase costeándola él mismo una expedición. La expedición estuvo compuesta por tres barcos, doscientos soldados y marinos y cuatro frailes. Lo de lo frailes sería para despistar más que nada. Nuevamente los españoles demostraron lo negados que eran en las cosas de la mar. La nave almirante, donde iba Luís Pérez Dasmariñas se perdió de resultas de una tempestad y terminó en Cantón, donde quedó varada durante 18 meses. Una de las naves logró llegar hasta Phnom Penh justo para ver cómo a Belloso y a Ruiz los corrían a gorrazos. Los camboyanos capturaron y quemaron la nave española. Sólo sobrevivieron tres de los españoles.
Mariano Cobo de Guzmán.

Julián Crespo Correa dijo...

El dominicano Gabriel Quiroga de San Antonio se embarcó en un largísimo viaje hasta España para presentar un memorial al Rey Felipe III en el que se le encarecía las ventajas de emprender la expedición a Camboya. En apoyo de su peregrina idea publicó en 1604 en Valladolid una “Breve y verdadera relación de los sucesos del Reino de Camboya al Rey Don Felipe Nuestro Señor”. No sé si la relación se puede encontrar hoy en día en español, pero existe una traducción al inglés que la editorial White Lotus publicó en 1998 y que es fácil de encontrar.

El epílogo de la relación de Quiroga de San Antonio merecería figurar en una antología del disparate. Aparte de conquistar Camboya, sugiere emprenderla también a gorrazos con Cochinchina, Siam y Champa y deja la puerta abierta para darle unos capones a Laos. Señala la riqueza de estos reinos, pero afirma que el principal beneficio de la guerra será “la salvación de tantas almas y la difusión del evangelio”. Precisamente en lo que estaban pensando Belloso y Ruiz todo el tiempo mientras saqueaban el barrio de los comerciantes chinos en Phnom Penh. Otros beneficios que se obtendrían de la empresa sería hacerles las cosquillas a los holandeses que ya habían hecho acto de presencia en esas latitudes y hacerse con los productos que producían dichos reinos. Otra ventaja que se sacaría me parece muy interesante: dar una ocupación a todos los ociosos e inútiles de México, Perú y Filipinas, que ellos solos se bastarían para la empresa, sin que fuera necesario enviar tropas desde España.
Julián Crespo Correa.

Serafín Lozano Pedrajas dijo...

Manel Ollé ha dedicado el libro “La empresa de China” a describir todos los delirios hispanos de finales del XVI sobre cuál sería la mejor manera de hacerse con el Imperio del Medio Oriente. Si ya suenan disparatados todos los referidos proyectos de conquistar Indochina a partir de las Filipinas, ¿qué no diremos de la idea de apoderarse de China?

El primero de los iluminados fue el agustino Martín de Rada, quien en 1569 dirigió una carta a Felipe II, en la que le venía a decir que conquistar China no sería mucho más difícil que conquistar el imperio azteca, que unos cuantos hombres bragados podían conseguirlo ya que “la gente de China no es nada belicosa (…) mediante Dios, fácilmente y con no mucha gente, serán sujetados.” Cinco años después el escribano real Hernando Riquel cifró el número de combatientes necesarios para la conquista: “menos de sesenta buenos soldados españoles”. No está mal la proporción: cada soldado español tendría que ocuparse de dominar a tres millones de chinos. Por su parte, el Cabildo de México se dedicaba a soñar como la lechera del cuento. En una carta que dirigió a Felipe II en 1567 le pidió “repartir la tierra de las dichas Islas del Poniente (Filipinas) y de la China, perpetuándola entre los descubridores y pobladores.”
Serafín Lozano Pedrajas.

M.E. Vallejo Herrera dijo...

En 1576 el gobernador de Filipinas Francisco de Sande propuso un plan de conquista de China desde Filipinas marginalmente más realista: harían falta entre cuatro y seis mil hombres armados de pica y arcabuz. Bien esto ya era una proporción más factible: un español por cada 30.000 chinos. El plan propuesto consiste en empezar conquistando una provincia china. A partir de ahí, se conquistará el resto del imperio con ayuda de los propios chinos que verán a los españoles como libertadores. Eso a menos que se encontrasen con un inca o un azteca y les contase su propia experiencia. La argumentación de Sande no ofrece desperdicio y merecería figurar en una antología de la chulería y desprecio del extranjero. La conquista sería sencilla porque los chinos son cobardes, ineptos para cabalgar y usar armas, ladrones, haraganes, preferirían vender a sus hijos antes que ponerse a trabajar y es un país sin ciencia ni saber.

De Sande podría ser un iluminado, pero no estaba solo en sus desvaríos. En 1578 el oidor de la Audiencia de Guatemala, Diego García de Palacios, propuso que se reclutasen 4.000 hombres en América y se les embarcase en seis galeras rumbo a China.
M.E. Vallejo Herrera.

J .L. CANO MARIÑAS dijo...

La Corte a miles de kilómetros de distancia, era mucho más realista sobre las posibilidades de una empresa tan descabellada como era la conquista de China. El Consejo de Indias le hizo notar a García de Palacios que China era un país inmenso y que “para la defensa y amparo de este tan extendido reino (hay) casi cinco millones de hombres de guarnición, los cuales de arcabuces, picas y carceletes, espadas y flechas y de las demás armas, máquinas e instrumentos bélicos que se usan en esta Europa.”

Renunciar a un sueño es lo más difícil. El jesuita Alonso Sánchez, que había recorrido China entre marzo de 1582 y marzo de 1583, escribió una relación en la que decía que la evangelización de China tendría que hacerse a punta de arcabuces. Dados los beneficios espirituales que los chinos podrían extraer de la evangelización, todo estribaba en calcular el número de arcabuces que serían necesarios. En un ejercicio de “realismo”, Alonso Sánchez los calculaba en 10.000. Adviértase que a cada memorial que se dirigía a la Corona se iba elevando el número de fuerzas necesarias. Empezamos con menos de 60 buenos soldados españoles en 1564 y veinte años después ya estamos en 10.000. Aun en 1586 Juan Bautista Román volvió a elevar la cifra de combatientes necesarios: unos 15.000 entre soldados españoles, cristianos que se reclutarían en Japón e indios filipinos. Eso sí Román contaba con un arma secreta: “no consiste en la multitud del ejército la victoria, que del cielo nos ha de venir fortaleza”.
J .L. CANO MARIÑAS.

M. Amate Aceituno dijo...

En 1586 se celebraron en Manila las juntas generales de los estados de Filipinas, para debatir cuestiones de interés general para las islas. El partido belicista volvió al ataque con sus planes para la conquista de China. El encargado de redactar la estrategia de ataque fue Alonso Sánchez, que propuso que la empresa la acometiesen juntos los castellanos de Manila y los portugueses de Macao. Los primeros atacarían por Fujien y los segundos por Guangdong. En cuanto a los contingentes necesarios, Sánchez volvió a incrementar las cifras: entre 10.000 y 12.000 hombres de todos los reinos de España, 6.000 indios de las Visayas y 6.000 japoneses, a los que habría que sumar los hombres que aportasen los portugueses.

Alonso Sánchez era un hombre con una misión y no dudó en realizar el arriesgado viaje a España para defender el proyecto. El 28 de junio de 1586 embarcó en Cavite, rumbo a Acapulco, adonde llegó el 1 de enero de 1587. Sánchez permaneció en México hasta mediados de 1587. A mediados de septiembre de ese año llegó a Sanlúcar de Barrameda y finalmente en diciembre pudo tener audiencia con Felipe II y presentarle su memorial. Sánchez no podía saber que su memorial llegaba en un momento muy inconveniente, ya que Felipe II tenía toda su atención puesta en la preparación de la Armada Invencible.
M.Amate Aceituno.

José Antonio Jordan Rojas dijo...

Durante toda la primera mitad de 1588 se discutieron en Madrid las distintas propuestas de las juntas generales de Filipinas. La empresa de China, que ya había tenido sus detractores tanto entre quienes la consideraban irrealizable como entre quienes dudaban de que España tuviese títulos legítimos para apoderarse de China, quedó definitivamente enterrada cuando llegaron a la Corte las noticias del desastre de la Armada Invencible.

A la postre, la empresa de China sería redimensionada al objetivo infinitamente más modesto de establecer un enclave comercial en la costa, similar al que tenían los portugueses en Macao. En 1598 el gobernador Francisco Tello de Guzmán autorizó a Juan Zamudio a viajar a China para obtener alguna concesión que pudiera servir para el comercio. Zamudio obtuvo El Pinal, una isla cerca de Cantón, así como el uso de unos almacenes en dicha ciudad. La factoría, aunque prometedora, fue abandonada al cabo de dos años. En su abandono influyó sobre todo la inquina de los portugueses de Macao, que no querían competencia y le pusieron todos los palos en las ruedas que pudieron. A ello se sumó el desinterés de Felipe III, que prefería mantener las paces entre sus súbditos portugueses y castellanos y más ahora que los holandeses habían empezado a penetrar en los mares asiáticos. Finalmente hay que hacer notar la dejadez de los españoles de Manila, que se habían acostumbrado al sistema del Galeón de Manila y tampoco presionaron por defender el establecimiento de El Pinal.
José Antonio Jordan Rojas.

José Manuel Gracia Romero dijo...

Hasta ahora en estos comentarios se ha hablado básicamente de fracasos y empresas descabelladas, pero también hubo momentos en los que Filipinas mostró que podía ser una base estratégica clave para que España fuera un actor a tener en cuenta en Asia.

El 15 de enero de 1606 Pedro de Acuña partió de Manila con una flota y más de 3.000 hombres con la misión, que consiguió, de conquistar las islas Molucas. Nueve años después el Gobernador Juan de Silva concibió la operación estratégica más osada que los españoles intentarían nunca en Asia. Se trataba de dirigir una armada hispano-portuguesa contra Java, Banda y las Molucas para limpiarlas de holandeses. Casi tan importante como ese objetivo estratégico sería el hecho de que por primera vez portugueses y españoles colaborarían en Asia, en lugar de ponerse zancadillas. La empresa prometía y desde un punto de vista estratégico era razonable, pero tal vez estuviera por encima de las posibilidades reales de Filipinas. Para organizar su armada, de Silva prácticamente tuvo que dejar desguarnecidas las islas y al final, esa armada que había costado tanto organizar y en la que se habían depositado tantas esperanzas, acabó regresando a Manila destartalada, víctima de las fiebres y sin haber pegado un solo tiro.

En 1626 salió de Filipinas una expedición bajo el mando de Antonio Valdés con rumbo a Formosa, donde los españoles se instalaron. Formosa representaba una importante escala en las rutas comerciales entre China y Manila. Inexplicablemente, los españoles perdieron interés en la isla a los pocos años, desguarneciéndola para hacer la guerra a los moros de Mindanao. En 1642 los holandeses, aprovechándose de esta incuria española, se la arrebataron a los españoles.

Para mediados del siglo XVII los españoles ya habían adoptado una clara actitud defensiva y estaba claro que Filipinas no serviría de plataforma estratégica para conquistar nada. A lo más que llegábamos era a darnos de tortas con los moros de Mindanao, que se negaban a dejarse conquistar.
José Manuel Gracia Romero.

José María Castillo Bolívar dijo...

Los Borbones trataron de reforzar su presencia en Asia. Tal vez las Filipinas no fuesen la plataforma estratégica para la conquista de Asia, pero aún podían convertirse en la cabeza de un emporio comercial.

En 1717 llegó a Filipinas un nuevo y animoso gobernador, Fernando Manuel de Bustamante. Entre sus primeras medidas estuvo la de eliminar las corruptelas que habían ido surgiendo en torno al Galeón de Manila, para mejorar los ingresos de la Corona. Esas corruptelas consistían básicamente en embarcar bienes de tapadillo para no tener que pagar impuestos. Vinculado al saneamiento del Galeón estuvo su intento de desarrollar lazos comerciales con los estados vecinos de forma que la economía filipina fuese menos dependiente del Galeón de Manila y del comercio con China.

En 1718 envió una embajada al reino de Siam que fue un gran éxito. El 18 de julio de ese año, el enviado español firmó un acuerdo con los siameses en virtud del cual, España obtenía unos terrenos para edificar una factoría que podrían utilizar para comerciar y para aparejar barcos. Se fijaron cláusulas para regular el comercio entre Siam y Filipinas y se establecía que Siam otorgaría a España el trato de nación más favorecida.

El éxito de la embajada a Siam animó al Gobernador a enviar otra al reino de Tonkin al año siguiente. Esta embajada fue más azarosa que la anterior. Siguiendo una vieja costumbre española,- la de cagarla en el mar-, embarrancaron junto a las costas de Vietnam y hubieron de abandonar el barco. Aun así la embajada tuvo sus frutos: obtuvo el permiso para comerciar con Vietnam, así como un terreno para establecer una concesión.

Por desgracia, estos inicios prometedores quedarían en nada. El gobernador se había enajenado las voluntades de las élites manileñas con sus intentos de poner orden, no siempre ejecutados con tacto. La noche del once al doce de octubre de 1719 se produjo un motín, inspirado por sus enemigos, y el gobernador fue asesinado. La política de apertura comercial que había animado quedó en nada y Filipinas siguió dependiendo del Galeón de Manila.

José María Castillo Bolívar.

J. P. Aguayo Olmo dijo...

La incuria y la falta de visión sobre lo que se podía hacer con Filipinas quedaron de manifiesto en 1762 con la invasión británica. España había entrado del lado francés en la Guerra de los Siete Años en sus etapas finales, cuando el pescado ya estaba vendido. El 23 de septiembre de 1762 quince buques británicos aparecieron en la Bahía de Manila para pasmo del Arzobispo Manuel Antonio Rojas, que hacía las veces de gobernador, ya que el anterior había muerto ocho años antes y España todavía no se había molestado en reemplazarlo. El pasmo del Arzobispo se debió a que nadie le había informado de que España e Inglaterra llevaban nueve meses en guerra.



Los ingleses ocuparon Manila durante dos años e hicieron mucho daño al comercio filipino. Se apoderaron tanto del galeón que iba a salir para México, como del que estaba llegando y confiscaron todos los barcos españoles. Al perjuicio hecho por los ingleses vino a sumarse que el sistema del Galeón de Manila había empezado a quedar obsoleto. Habían surgido nuevas redes comerciales que le restaban importancia y en Hispanoamérica los textiles españoles estaban desplazando a los chinos en los gustos de la gente.
J. P. Aguayo Olmo.

Antonio Solana Tobar dijo...

Durante el reinado de Carlos III se hizo un serio intento por rentabilizar las Filipinas y desarrollar sus posibilidades económicas. En 1778 se fundó en Manila la Sociedad Económica de Amigos del País con el objetivo de revitalizar la economía de las islas de manera racional y científica. Los proyectos que se concibieron en esos años fueron impresionantes: sederías, cultivo del tabaco, las especias y la caña de azúcar, explotación de los minerales de las islas, silvicultura y explotación de sus riquezas marinas… La realización de esos proyectos fue menos impresionante. A la larga sólo funcionó la idea de cultivar tabaco, que terminaría convirtiéndose en la principal riqueza del país en el siglo que le quedaba de dominio español, y la caña de azúcar.

En 1785 se estableció la Real Compañía de Filipinas para promover el comercio entre Filipinas y España. Por primera vez se permitió que los barcos extranjeros recalasen en Manila, aunque en un principio se limitaba a aquéllos que llevasen cargamentos de productos chinos o indios. Aunque sus inicios habían sido prometedores, a finales del siglo XVIII empezó a decaer. Las tensiones entre España e Inglaterra, la enemiga de los hispano-filipinos involucrados en el Galeón de Manila, que habían visto sus intereses afectados, los problemas con monopolios de la Corona que trabajaban con los mismos productos procedentes de Hispanoamérica y la mala gestión hicieron que la Compañía languideciese durante el primer tercio del siglo XIX hasta su disolución en 1834.

Los cambios introducidos por los Borbones en el último cuarto del siglo XVIII comportaron una mayor centralización y que el poder de Manila se hiciese sentir con más peso en el resto del archipiélago. Ya no bastaba con gobernarlo indirectamente por medio de cuatro frailes y caciques locales.
Antonio Solana Tobar.

A. Trapero López dijo...

La independencia de México supuso un shock para Filipinas que nunca habían dejado de ser un apéndice del Virreinato de Nueva España. El último Galeón de Manila zarpó en 1815. Que Filipinas sobreviviese, muestra que las reformas de finales del siglo XVIII habían servido para algo. La puesta en valor de su riqueza agrícola y el fomento del comercio con Asia le permitieron superar el final del sistema del Galeón.

Filipinas se reorientó convirtiéndose en una economía orientada a la exportación, que era la vía en la que la habían puesto las reformas borbónicas. El tabaco, el azúcar, la copra, el abacá, el arroz, el café y el añil se convirtieron en sus principales productos de exportación. Esta orientación exportadora se vio favorecida por el creciente interés europeo por Asia y por la apertura del Canal de Suez y la aparición de los barcos de vapor, que facilitaron las comunicaciones entre Filipinas y España.

A. Trapero López.

Eugenio Mora Quesada dijo...

Hubo un momento en la segunda mitad de la década de los 50 y la primera mitad de los sesenta del siglo XIX, en los que a España le volvieron a entrar resabios imperialistas y nuevamente pareció que Filipinas podría ser el trampolín para una España que quería adquirir un mayor protagonismo en Asia.

En 1858 tropas españolas procedentes de Filipinas participaron en la expedición que envió a Cochinchina el Emperador francés Napoleón III. La excusa para la intervención fue el asesinato del vicario apostólico en Tonkin, que era el dominico español José María Díaz Sanjurjo. Mientras que los franceses montaron la expedición con objetivos coloniales claros, España participó en ella sin saber por qué se metía. De hecho, el Capitán General de Filipinas no vio con buenos ojos esta aventura que distraía fuerzas de lo que de verdad importaba: el sometimiento de los moros de Mindanao. Al final, la aventura de Cochinchina sólo sirvió para que pudiéramos sacar pecho diciéndonos que aún éramos una gran potencia. O sea, que salimos de aquello echando pecho y con cara de gilipollas. La que se nos quedó cuando vimos que Francia se instalaba en el país como potencia colonizadora.
Eugenio Mora Quesada.

José Ignacio Valero Caparros dijo...

Aunque con torpeza, en esos años España desarrolló una actividad en Asia muy intensa para lo que había sido la norma en el siglo anterior. Abrió embajadas en Pekín y Tokio y consulados generales en Yokohama, Singapur, Macao y Shangai. En octubre de 1864 España firmó con China un Tratado de Amistad y Navegación que, entre otras cosas, reguló la emigración de chinos a Filipinas. En 1868 se firmó un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con Japón y dos años después uno similar con Siam.
El mayor activismo español también se puso de manifiesto en otras dos áreas: Mindanao y el Pacífico, aunque en ambos casos estuviese motivado más por la conciencia de la debilidad propia que por mostrar lo chulos que éramos. Se trataba de demostrar a otras potencias que éramos capaces de ejercer una soberanía efectiva sobre los territorios que poseíamos o sobre los que teníamos títulos.

En 1851 España organizó una expedición militar contra el Sultanato de Zulú, que terminó con la firma de un tratado de paz un tanto ambiguo que los españoles interpretaron en el sentido de que el sultán reconocía la soberanía española sobre su territorio. A nivel internacional, la campaña sirvió para mostrar a otras potencias que España consideraba que el archipiélago de Zulú y la isla de Basilan pertenecían a su esfera de influencia. Durante la década de los sesenta, España afianzó su dominio sobre Mindanao y tomó medidas para su administración efectiva. En 1876 España lanzó una nueva expedición contra Zulú, dado que era evidente que los nativos no interpretaban el Tratado de 1851 de la misma manera que los españoles. El 22 de julio de 1878 España y el Sultán de Zulú firmaron el Tratado que regiría sus relaciones hasta el final de la presencia española en Filipinas. El Tratado estableció una suerte de protectorado español sobre el sultanato, que retenía una amplia autonomía en cuestiones de administración interna y de comercio.
José Ignacio Valero Caparros.

Carlos Botia Cabrerizo dijo...

En el Pacífico España intentó labrarse un imperio en Micronesia. España tenía títulos históricos para atribuirse casi todo el Pacífico, pero la Conferencia de Berlín de 1885 había establecido que lo que valía era la ocupación efectiva, no los títulos históricos. España tenía alguna presencia en Guam y las Marianas, pero siempre las había tenido muy abandonadas y no les había sacado ningún rendimiento. En la década de los ochenta del siglo XIX España trató de recuperar el tiempo perdido. Consiguió que su principal competidor en la región, Alemania, le reconociese en 1885 sus derechos sobre la Micronesia y trató de colonizarlas con fortuna desigual.

Tal vez fuera durante las últimas décadas de su dominio colonial, cuando España tuvo más claro lo que hacer con las Filipinas y fuese más consciente de su valor económico y geoestratégico. Lo que faltó entonces fue lucidez para acomodar las aspiraciones de los filipinos a un mayor autogobierno y los medios para hacerse respetar por otras potencias. Igual que España había reconocido el valor de las Filipinas, otros países, desde Alemania hasta Japón, pasando por Bélgica, que llegó a ofrecer comprar las islas a España, y EEUU también lo habían hecho y con ese reconocimiento estaba el de la debilidad de España y el de que teníamos los días contados en las Filipinas.
Carlos Botia Cabrerizo.

Javier Martín Alvarado Soto dijo...

Fueron pocos los peninsulares que partieron hacia las provincias asiáticas. La enorme distancia y escasa población -España a principios del siglo XVI apenas sobrepasaba los ocho millones de habitantes- eran factores determinantes. A ello hay que añadir que, cuando se descubrieron, España estaba empeñada en la conquista del vasto continente americano y el poblamiento de las nuevas ciudades, a la vez que mantenía prolongadas guerras en Europa. Pizarro y Cortés realizaron la gesta de someter a los poderosísimos imperios inca y azteca, con poco más de ochocientos hombres entre las dos expediciones, merced al apoyo de una buena parte de los nativos.

La mayor proporción del contingente hispano llegado a los archipiélagos orientales procedía del floreciente virreinato de la Nueva España. El famoso Galeón de la China que una o dos veces al año cubría la ruta de Acapulco a Manila, con escala en Guam, era el único nexo de unión entre las Españas europea, americana y asiática. El Galeón transportaba, hasta que se cerró su ruta en 1814, sedas del Japón, porcelanas y mantones de la China, ropas de algodón de la India, alfombras persas y mantas de Ilokos. Marianas, Palaos, Marshall y Carolinas dependían administrativamente del gobierno general de Filipinas, por lo que la mayor parte de sus autoridades eran de Luzón y de Cebú. El hecho de que no hubiera sublevaciones, a pesar de la escasez de peninsulares por aquellos lares, es la mejor prueba de la satisfacción de los nativos por sentirse integrados en España. Nativos eran los gobernadorcillos y también los componentes de la tropa que combatía las invasiones extranjeras. Únicamente los altos mandos, y no todos, eran hispanoeuropeos o hispanoamericanos.

Javier Martín Alvarado Soto.

Vicente Ochoa Fernández dijo...

Las islas Marquesas y de Salomón, Nueva Guinea, Australia y Nuevas Hébridas no pudieron ser pobladas. Jurídicamente pertenecían a España, pero ya hemos reseñado la escasez demográfica y de recursos para cubrir tan inmensos territorios. Se tomó posesión de las Salomón, las Marquesas y Australia del Espíritu Santo y se fundaron pueblos que hubieron de ser abandonados a falta de refuerzos. Esto dio pie a británicos, franceses y holandeses a establecerse en unas tierras, aunque despobladas, de propiedad hispana.

La presencia española se extendió durante siglos, de manera intermitente, por otras zonas del continente asiático. Las Molucas, Macao, Goa, Java y Borneo formaron parte del Imperio español mientras se mantuvo la unidad ibérica, y aún quedan en ellas importantes vestigios de nuestra cultura. Formosa (Hermosa, en castellano antiguo), fue española desde 1626 a 1642, tiempo en el que se fundaron dos pueblos en el norte de la isla. Signora -derivación de Señora-, actual provincia camboyana, fue por voluntad de sus habitantes feudo de Felipe IV, y diversas localidades de China y Japón también supieron de nuestra influencia. Hasta el siglo XVIII, en que comenzaron los asentamientos extranjeros, el océano Pacífico era conocido en el mundo, con toda propiedad, como el Lago Español.

En la segunda mitad del siglo XIX había en Filipinas 4.050 peninsulares. De ellos unos 1.200 eran funcionarios, 500 curas, 200 terratenientes y 70 comerciantes. En muy pocos de los 1.400 municipios residían peninsulares, ya que casi todos estaban concentrados en Manila, Cebú y otras importantes ciudades. Si descontamos los sacerdotes pertenecientes a órdenes religiosas dedicadas a la enseñanza, en el setenta por ciento de los pueblos el cura era nativo. Estos datos aplicables al Ejército, la Guardia Civil y a sus mandos, de capitanes para abajo, nos dan una idea de la total integración de Filipinas en el contexto de España.
Vicente Ochoa Fernández.

Sonia Mendoza Pozas dijo...

Al contrario de lo ocurrido en la casi totalidad de la Tierra Firme americana, donde acabó triunfando la insurgencia con la formidable ayuda inglesa y yanqui, las provincias asiáticas se desgajaron de España por causas externas. La Revolución Filipina, surgida del Katipunan, se extendió únicamente por la isla de Luzón, eso sí, con gran virulencia, y de Luzón marcharon sus líderes a Hong Kong, después de entregar las armas al general Primo de Rivera. Esta revolución, que adquirió caracteres extremadamente sangrientos, no se habría producido si el Gobierno hubiera mostrado una mayor sensibilidad por las justas peticiones de José Rizal y un grupo de eminentes filipinos residentes en la Península, que únicamente pretendían para Filipinas la vuelta al status anterior a la llegada de los Borbones. Para Marcelo Hilario del Pilar, «Emanciparse de España es contrario al proceso naciente del pueblo filipino; diseminado el Archipiélago en numerosas islas, necesitan un vínculo que las unifique». Los Pactos de Sangre del siglo XVI habían sellado la fusión de dos pueblos dentro de una misma nación y bajo la autoridad de un mismo rey, y ante la ley no existían diferencias entre españoles de Europa, de América o de Asia. Todos eran iguales. Pero con Felipe de Anjou comenzó un proceso de signo colonial que alcanzó su punto culminante en la Constitución de 1837.
Sonia Mendoza Pozas.

Álvaro Bobadilla Álvarez dijo...

Carlos III, al iniciar la política unitaria entre los españoles de todos los hemisferios, se olvidó de Filipinas y demás provincias del Oriente hispano. Quizás fuera debido a la enorme distancia y a que los filipinos, en su satisfacción por sentirse parte integrante de España, no creaban ningún tipo de problemas. Este abandono fue el principio del tránsito filipino de provincia a colonia.

A pesar de la retrógrada política borbónica respecto a nuestros territorios de Asia, la tradicional paridad de Filipinas con las otras provincias españolas había supuesto que, en la misma fecha, hubiera en las islas menos analfabetismo proporcional que en la Península, Francia, Rusia y la mayoría de los países europeos. De los mil ochocientos noventa y dos universitarios de la Universidad de Santo Tomás -la más antigua de Asia- mil trescientos sesenta y siete eran filipinos. Para seis millones de habitantes funcionaban tres colegios de segunda enseñanza, cinco escuelas de formación profesional, cinco seminarios, cuatro escuelas de estudios superiores, una escuela naval, varias academias militares, entre ellas una de la Guardia Civil, y más de mil escuelas públicas con ciento cincuenta mil matriculados. Filipinas contaba con un alumno por cada treinta y tres habitantes, Francia con uno por cada treinta y ocho, Italia con uno por cada cuarenta y la Rusia europea con cuatro por cada mil.

La guerra civil planteada tras la muerte sin hijos varones de Fernando VII, entre los partidarios de su hermano Carlos y los de su hija Isabel, tuvo nefastas consecuencias para los territorios de ultramar. Cuando aún no se había producido el desenlace, y liberales y tradicionalistas combatían por los campos de España, el gabinete presidido por Bardají aprobó una constitución que los convertía oficialmente en colonias. Esta vejación continuó a pesar de las protestas de los hispanos de Asia y América, que se resistían a ser ciudadanos de segunda clase, e incluso se agravó, en 1889, cuando la reina María Cristina firmó un Real Decreto, redactado por Manuel Becerra, que decía textualmente: «La identidad entre pueblos que configuran una nación soberana no es posible cuando la distancia, el clima, las características raciales y las costumbres, necesidades y recursos marcan grandes diferencias como ocurre entre España y las Islas Filipinas».
Álvaro Bobadilla Álvarez.

Ramón Sellares Escobar dijo...

Ni los esfuerzos de «La Propaganda» ni de la «Asociación Hispano-Filipina», creadas para concienciar al Gobierno de la necesidad de introducir las reformas pertinentes para que el Archipiélago volviera a ser considerado provincia, fructificaron. En ambos movimientos participaban, junto a preclaros filipinos, intelectuales peninsulares. Pero la miopía gubernamental era absoluta. Ni siquiera La Solidaridad, publicación quincenal creada por Graciano López Jaena y posteriormente dirigida por Marcelo H. del Pilar, logró nada positivo. Los políticos de la Restauración, inmersos en luchas de partido, no supieron ver los problemas de Ultramar. En ningún momento llegaron a reparar en que el malestar filipino podría degenerar en acciones separatistas. Avalaba esta hipótesis el hecho de que el Archipiélago, sin apenas presencia peninsular, no sólo se había mantenido durante siglos leal a España. Sus habitantes habían dado pruebas de un exaltado patriotismo en cuantas ocasiones se presentaron, por aquellos lares, contra los enemigos de la España en guerra.

Otro factor de descontento estribaba en la secular actuación de las órdenes religiosas. Los frailes se extralimitaban en sus funciones y decidían en asuntos políticos ante la pasividad de las autoridades. La influencia de la Iglesia era tal, que todos los gobernadores generales que se decidieron a poner coto a sus abusos acabaron mal, por lo que la mayoría, en evitación de problemas, optó por inhibirse. El poder real de los curas estaba muy por encima del de los gobernadorcillos en los pueblos y el clero local era discriminado por los frailes peninsulares ante el temor de que, por ser nativos, llegaran a incidir más que ellos en la población. El general Primo de Rivera, en carta dirigida al ministro de Ultramar, ya advirtió de que «lo escaso del estipendio que se le tiene asignado al clero nativo conduce a una pésima condición económica; su estado de dependencia del clero español, la manera como es tratado por éste y el deseo de socavar el régimen por el que se siente agraviado, hace que la causa de la independencia sea para él seductora». Marcelo H. del Pilar ya había expresado que «consolidar la fraternidad entre España y Filipinas es el sueño de Filipinas. La mejor defensa de la integridad nacional es el ideal de España. Todo lo que queremos es que Filipinas deje de ser una colonia monacal».
Ramón Sellares Escobar.

José Arnedo González dijo...

Los enormes intereses económicos de terratenientes y compañías comerciales imperaban sobre los del propio Estado. Las órdenes religiosas y el capitalismo hacían lo imposible para que nada cambiara y todo siguiera igual. Por supuesto que, tras el Desastre, el capitalismo, que no entiende de patriotismo ni profesa ideologías, se adaptó rápidamente a la nueva Administración norteamericana. Por el contrario, muchos frailes, ante el odio que despertaban entre el Katipunan y un sector de la población, hubieron de regresar a la Península.

El desafortunado Rizal ya advirtió en Madrid que, «de no producirse las justas y deseadas reformas, el malestar podría desencadenar violentos enfrentamientos civiles». Por otro lado, la decepción de los intelectuales filipinos era supina, habida cuenta que los dirigentes del Gobierno de la nación eran liberales, como ellos.

La Revolución Filipina, en sus orígenes, no constituyó repudio ni anulación de un pasado histórico. José Rizal, Pedro Alejandro Paterno, López Jaena, Luna Novicio y Marcelo H. del Pilar la iniciaron en España, y en cierta medida por España, con la única pretensión del regreso a los postulados del viejo Imperio español que acogía a todas sus provincias por igual, sin ninguna diferenciación entre ellas. Sin embargo, estos principios fueron trastocados con la entrada en escena de Bonifacio, Jacinto y Aguinaldo. Los padres del Katipunan imprimieron otros conceptos a la Revolución, totalmente alejados de la democratización de España y de la España «para todos» de los primeros planteamientos. El Katipunan no abogaba porque las Españas de Asia y América marcharan al mismo ritmo que la europea. Quería una Filipinas totalmente independiente. Bonifacio, Jacinto y Aguinaldo trocaron la Revolución de reformista en separatista, algo similar a lo que había ocurrido en Hispanoamérica cuando Bolívar y San Martín transformaron el sentido de las Juntas Patrióticas, formadas para defender los intereses de Fernando VII frente a Napoleón.
José Arnedo González.

Luis Carlos Trillo Rivas dijo...

Los filipinos, durante casi cuatro siglos, habían constituido la avanzada de España en Oriente. No fueron soldados peninsulares los que se enfrentaron a las invasiones chinas, holandesas o inglesas. Fueron los nativos quienes lucharon por mantener la integridad de una España de la que formaban parte. Los katipuneros sabían que no podían presentarse ante el pueblo con la etiqueta independentista y, para ello, buscaron el concurso de Rizal, el hombre más prestigiado del Archipiélago y uno de los españoles más notables de todo el siglo XIX. Pero éste, al percibir que no se pretendían reformas, sino la ruptura con España, se negó a sumarse a ellos. Estaba convencido de que la cerrazón del Gobierno traería como consecuencia la emancipación filipina, pero entendía que no era el momento. El pueblo no estaba preparado para ello. Los katipuneros, necesitados de su prestigio, le presentaron ante el pueblo y las autoridades como el instigador de la revuelta. Su disparatado fusilamiento fue capitalizado por el Katipunan para llevarse detrás a una considerable parte de la población nativa, que nunca llegó a saber que Rizal estaba muy lejos de aquella revuelta. Su muerte marcó el principio del fin de la presencia española en Filipinas.

Cuando los «últimos de Filipinas» abandonaron la iglesia de Baler, después de un año de angustioso cerco, los sitiadores les formaron un arco de honor, abrazaron y llamaron «hermanos», mientras que por las calles de la ciudad resonaban vivas a España. Emilio Aguinaldo, cuando recibió en Tarlak a los Héroes de Baler, les leyó el Decreto que ponía definitivo fin a la contienda y que terminaba con el siguiente Artículo Único: «Los individuos de que se componen las mencionadas fuerzas no serán considerados como prisioneros, sino, por el contrario, como amigos, y en su consecuencia se les proveerá por la Capitanía General de los pases necesarios para que puedan regresar a su país».
Luis Carlos Trillo Rivas.

Yolanda Palmer Hidalgo dijo...

En Filipinas no triunfó la subversión. Los insurgentes se rindieron, entregaron las armas al general Primo de Rivera en Byak na-Bató y juraron «eterna lealtad a España, su patria, con la promesa de derramar hasta la última gota de sangre por ella». Fue una paz ficticia, firmada en falso, porque los dirigentes del derrotado Katipunan, conscientes de la imposibilidad de atraerse al pueblo en cantidad suficiente como para ganar la guerra, sólo pretendían ganar tiempo hasta que se produjera el cantado ataque norteamericano. Mientras, Primo de Rivera quería confiar, sin mucha fe, en que recibido el «soborno» de 1.400.000 pesos, algo menos de la mitad de lo que exigían Aguinaldo y sus cabecillas, éstos no volverían a las andadas. No fue así. En Hong Kong informaron, con todo detalle, al cónsul americano de la capacidad defensiva de los españoles y acordaron auxiliarles desde dentro una vez realizada la invasión.

Los desastres de Cavite y Santiago, al margen de las imprevisiones militares, por parte tanto del Gobierno de Madrid como de las autoridades de las islas, resultaba inevitable. Nadie alcanzaba a entender cómo los buques más modernos de la Armada no estaban en Filipinas ni en Cuba, sino en la Península. Cuando el gabinete Sagasta decidió enviarlos, a la bahía de Manila, al mando del almirante Cámara, ya no era tiempo. Los ingleses, velados aliados de los yanquis, que dominaban el canal de Suez, les dificultaron el paso y negaron el combustible necesario para continuar la marcha y hubieron de regresar.
Martina Valentino Alcaide.

La apropiación de Filipinas no era el único objetivo norteamericano. Cuba y Puerto Rico eran codiciadas, desde mucho tiempo atrás por las poderosas compañías azucareras Sugar y Refinig, que presionaban a los gobernantes para que las tomaran militarmente. No había pretexto y el Senado no se decidía a ello en espera de la ocasión propicia. Y ese pretexto se lo sirvió en bandeja la insurrección cubana, a la que desde el primer momento ayudaron abiertamente con el envío de material bélico, dinero e instructores militares. El cónsul yanqui, precisamente inductor y financiador de los motines, pidió a su Gobierno protección para los ciudadanos gringos residentes en La Habana, y éste envió al acorazado Mayne con tal misión. Una explosión fortuita originó el hundimiento del barco y los Estados Unidos, que culparon a agentes españoles, no escucharon la petición de Sagasta de que se abriera una investigación conjunta. McKinley y su Gobierno, auxiliados por una hábil campaña de prensa desencadenada por el grupo Pulintzer, intoxicaron a sus ciudadanos contra España. De nada sirvieron las protestas españolas. Los norteamericanos, que tenían preparada con mucha antelación la invasión de Cuba, sorprendieron con el ataque a la escuadra del almirante Montojo en la bahía de Filipinas. Y tras el desastre de Cavite llegó el de Santiago de Cuba.
Yolanda Palmer Hidalgo.

Carlos Acebo de la Torre dijo...

En Cuba, como en Filipinas, tampoco triunfó la insurgencia. Sin el apoyo popular deseado, los rebeldes también se rindieron, al general Martínez Campos, en Zanjón. Luego, las promesas de una mayor participación estadounidense decidieron a José Martí a fundar el Partido Revolucionario Cubano. El poeta visitó a los cabecillas que habían abandonado la lucha en Zanjón, les informó de sus contactos con las autoridades yanquis y, en Santo Domingo, firmó con Máximo Gómez y Antonio Maceo el Manifiesto de Monte Christi, donde se plasmaba el ideario revolucionario. De no haber sido por la tenacidad de Martí, la revuelta cubana, en caso de rebrotar, habría tardado muchos años.

A Martí, hijo de un militar peninsular destinado en Cuba, y a Carlos Manuel Céspedes, perteneciente a la más alta burguesía criolla, les ocurrió algo similar a lo acaecido a San Martín y Bolívar. Se criaron y estudiaron en la España del último tercio del siglo XIX, donde los pronunciamientos, motines, algaradas y golpes de Estado eran constantes. La caída de Isabel II, de Amadeo de Saboya, de la República y la Guerra Carlista, unido a la miopía política de los políticos de la Restauración, infundieron en ellos ideas regenerativas. Su Cuba natal era una provincia floreciente, rica y mimada por la metrópoli, la «niña bonita» de España, hasta el extremo de que antes de que el ferrocarril entrara en servicio en la Península ya funcionaba en la isla. Mientras Madrid continuaba muy por debajo del nivel de las principales capitales europeas, La Habana era una de las ciudades más bellas y adelantadas de su tiempo.
Carlos Acebo de la Torre.

Carlos Acebo de la Torre dijo...

La Revolución Cubana tuvo, en sus comienzos, una gran carga sentimental. Céspedes, con el Grito de Yare en su ingenio azucarero de Damajagua, consiguió ganarse a un buen número de guajiros. Dejó en libertad y armó a sus esclavos -la esclavitud continuaba legalizada en las Antillas-, y ese fue su primer error. El estallido fue brutal y los asesinatos en masa se sucedieron en pequeñas localidades y haciendas. El propio Céspedes lo reconoció en su Diario, publicado varios años después de su muerte, y relató una lista de insurgentes «corruptos, traidores y hasta violadores de niños». Uno de los más señalados, según Céspedes, Estrada Palma, presidente de la República «títere» impuesta por los norteamericanos. Los dirigentes de la Revolución Cubana, lo mismo que los de la filipina, confiaban en la promesa yanqui de que, una vez desalojados los españoles, concederían la independencia a la isla. Cuando Sagasta dio instrucciones concretas al general Blanco para que constituyera un gobierno autónomo en la isla, ya no era tiempo. El nombrado presidente autonómico, José María Gálvez, no pudo convencer a los dirigentes de la Revolución para que abandonaran la lucha, con la condición de que, si querían, podrían ingresar en el Ejército Nacional con la misma graduación que se habían otorgado ellos mismos. Esperaban el inminente ataque norteamericano y les mantenía la ilusión de que, una vez expulsados los peninsulares, los gringos les concederían la independencia. No fue así.

Máximo Gómez, que rehusó todo cargo político en la Cuba tomada por los gringos, con amargura rindió tributo a los peninsulares de la siguiente manera: «Tristes se han ido ellos y tristes nos hemos quedado nosotros, porque un poder extranjero les ha sustituido. Yo soñaba con la paz en España, yo esperaba despedir con respeto a los valientes soldados españoles, con los cuales siempre nos encontramos frente a frente con amor y fraternidad, en la mañana de la concordia y en los encarnizados combates de la víspera. Pero los americanos nos han amargado con su tutela, impuesta por la fuerza».
Carlos Acebo de la Torre.

María Eugenia Argüello Rivelli dijo...

El desenlace de la guerra hispano-norteamericana del 98 forzó al gobierno Sagasta a doblegarse ante las brutales exigencias de los vencedores. Por el Tratado de París los gringos, además de apoderarse de Cuba, Puerto Rico y Guam, como botín de guerra, obligaron a la depauperada España a venderles Filipinas. Eugenio Montero Ríos, presidente del Senado y de la comisión de plenipotenciarios españoles en las conversaciones, quiso negarse a firmar. No podía digerir tanta indignidad por parte de uno y otro bando negociador. Pero el Gobierno se lo impidió. De no haber consentido en ello, es muy probable que los norteamericanos hubieran cumplido la amenaza de atacar a España por el norte. Como inequívoca advertencia de que la cosa iba en serio, la escuadra del comodoro Watson fondeaba en la costa cantábrica.
El fracaso de los políticos de la Restauración lo patentiza el hecho de que sólo en Filipinas, además de la pérdida de los últimos restos del Imperio español, se contabilizaron más de sesenta mil muertos, a los que hay que sumar los incontables afectados por la fiebre amarilla, el beriberi, la malaria, el paludismo, el escorbuto, la disentería, el cólera morbo, el dengue y otras enfermedades tropicales. El costo económico ascendió a mil quinientos cincuenta y cinco millones de pesetas.
Los otros archipiélagos, que acababan de ser abandonados por los germanos, merced a los buenos oficios de León XIII, tuvieron que ser enajenados a Alemania un año después del Desastre. Los teutones, para invadir las poco guarnecidas islas carolinas de Yap y Baldeldab, habían esgrimido la Declaración de Berlín, que exigía una presencia activa de la metrópoli en las colonias. La derrotada España, sin moral ni Armada, incapaz de mantenerlos, se vio forzada a incumplir la Cédula redactada por el César Carlos en Barcelona. Como unos años antes había ocurrido con La Florida, vendida por Fernando VII a los recién creados Estados Unidos, ante la constante amenaza de invasión. Por la imaginación del César no podía asomar que su España, la nación más extensa y poderosa de la Tierra, llegaría a tales extremos de indefensión y debilidad.
María Eugenia Argüello Rivelli.

Beatriz Montoso Sanz dijo...

Una de las primeras medidas norteamericana, al posesionarse de Filipinas y Guam, fue distribuir diez mil maestros por las islas para que extendieran el inglés y presentaran a los niños, con la complicidad de parte de sus colaboracionistas nativos, una versión de la historia en la que se soslayaba la obra e incluso la presencia de España. Cambiaron los nombres de algunas ciudades, sustituyeron paulatinamente los diarios en español por otros en inglés y trataron de debilitar las tradiciones. Hasta las funciones taurinas -en Manila y Cebú había plazas de toros- y las peleas de gallos fueron prohibidas a los pocos meses de su asentamiento en el país. Lo mismo hicieron en Cuba y Puerto Rico, sólo que la tenacidad de sus habitantes, en defensa de su identidad, les hizo fracasar. Los norteamericanos se habían propuesto borrar cualquier vestigio de cultura y tradiciones hispánicas por nimio que fuera.
Con tan drásticas disposiciones, el castellano quedó reducido al cuatro por ciento de la población. Hubo provincias como Zamboanga, en el extremo oriental de la península que se forma en Mindanao, que se aferraron al idioma y lo conservaron a ultranza. En Zamboanga se habla un español no perfectamente pronunciado que se ha dado en llamar «chabacano». Un español que se ha transmitido de generación en generación y sigue presente en todos los aspectos de la vida cotidiana.
Por otra parte, no en todo el territorio filipino se había impuesto nuestro idioma. Una vez lograda la evangelización de los nativos, llevada a cabo por los curas en sus lenguas vernáculas para una mayor celeridad y eficacia, se imponía la castellanización y así los dispusieron en repetidas ocasiones normas emanadas del Gobierno. Disposiciones que los curas, sobre los que pesaba la responsabilidad de la educación, nunca cumplieron. Posiblemente, pretendían evitar que, con una mayor formación cultural, a los filipinos pudiera tentarles cuestionar su poder.
Saludos de Beatriz Montoso Sanz.

José Enrique Páez Orozco dijo...

Con Filipinas plenamente independiente de los Estados Unidos, intelectuales de la talla de Claro Recto, Fernando María Guerrero, Irureta Goyena, Manuel Bernabé y Jesús Balmori iniciaron una era de repunte del idioma que culminó con la ley de oficialidad del español, junto con el inglés y el filipino (con base en el tagalo y abundantes palabras castellanas). Sin embargo, la llegada a la presidencia de la República de Corazón Aquino, en los años ochenta, fue nefasta para el español. De mentalidad y formación yanqui, Aquino anuló la ley de oficialidad. En este sentido, el Instituto Cervantes está realizando una gran labor sustitutoria y son miles los filipinos que se matriculan en él para modernizar o aprender la que para muchos de sus antepasados fue su lengua vernácula.
En Guam no tuvieron el mismo éxito los norteamericanos. Sus esfuerzos por borrar el español de la faz de la isla no fructificaron en la misma medida que en Filipinas y continúa vigente con ciertos giros orientales. Le llaman «chamorro» como en Zamboanga le dicen «chabacano». La resistencia de los guameños consiguió que en la actualidad, con el estatuto de Estado Libre Asociado de los Estados Unidos, la isla sea oficialmente bilingüe.
Tampoco los gringos pudieron socavar la religión, a pesar de su denodado empeño en introducir el protestantismo, por lo que el noventa y tres por ciento de los filipinos y más del sesenta por ciento de los chamorros siguen fieles al catolicismo. Persisten nombres y apellidos españoles, española es la denominación de pueblos, ciudades, ríos y sierras, y españolas son las tradiciones, costumbres populares y buena parte de la gastronomía. Filipinas, Guam y Marianas del Norte son las únicas naciones orientales donde se cocina con aceite de oliva y entre sus platos más característicos, que se ofrecen como nacionales, figuran la paella, los asados y la carne adobada. Las nuevas generaciones ni siquiera saben que eso forma parte de la herencia española, como los españoles ignoran que dos de sus exponentes más universales, el abanico y el mantón de manila, tienen su origen en la Filipinas hispana.
José Enrique Páez Orozco.

Alberto José Durán Expósito dijo...

Los dirigentes norteamericanos, que a lo largo de la Historia no se han caracterizado, precisamente, por la posesión de un alto nivel cultural, únicamente conocían de Filipinas su privilegiada situación geográfica en Oriente. McKinley, para justificar ante la opinión pública la invasión del Archipiélago, llegó a decir que «los Estados Unidos deben posesionarse de Filipinas para educar a los filipinos, elevándoles al plano civilizado y cristiano de nuestros semejantes». En su ignorancia, desconocía que la Universidad de Santo Tomás superaba en ciento cincuenta años justos de antigüedad a la de Harward, la primera de los Estados Unidos, y que, en proporción a los habitantes, Filipinas poseía mayor número de universitarios. De los cien diputados del Congreso de Malolos cuarenta eran abogados, dieciséis médicos, cinco farmacéuticos, dos ingenieros y un sacerdote. El resto eran hombres de negocios. Ni el propio Congreso de los Estados Unidos constaba de tantos universitarios. En Guam ocurría algo similar. El Instituto de San Juan de Letrán llevaba ochenta y dos años funcionando cuando se creó Harward.

La pérdida de las últimas provincias ultramarinas resultó traumática para España. Algo así como cuando un cuerpo queda mutilado, sin brazos ni piernas. El pesimismo se apoderó de pueblo y gobierno y surgió una generación de brillantes intelectuales, llamada «del 98», que, en su desconcierto, hasta llegó a cuestionar la propia identidad nacional. Invadidos de un apasionado amor a España, los intelectuales del 98 se encerraron en sí mismos y cada uno entendió la regeneración nacional a su manera. Miguel de Unamuno se refugió en el casticismo y Ortega y Gasset buscó horizontes en la europeización. El precursor de la Generación, Ángel Ganivet, no pudo sobreponerse al Desastre y llevado por un exacerbado amor a su patria, en un momento de fuerte depresión, se arrojó a las aguas del Duma. El «dolor de España», sentido por Unamuno en su mismo ser, fue recogido por José Antonio en una frase que cautivó a la generación posterior: «Amamos a España porque no nos gusta».
Alberto José Durán Expósito.

José Ramón Pozo Villarrubia dijo...

La emancipación de nuestras últimas provincias ultramarinas no constituyó rechazo ni derogación de un pasado histórico. Ni siquiera por la mente de Aguinaldo, Martí y Máximo Gómez, los hombres que más lucharon por la independencia, pasó la anulación de un pasado incrustado en su ser y que había moldeado la personalidad de sus territorios. Su nacionalismo, al contrario que el de otros países, no era un nacionalismo estrecho, porque se encuadraba en el concepto de Hispanidad, es decir, de Universalidad. Sin embargo, las secuelas dejadas por la guerra, la dominación gringa y el trauma español producido por el Desastre, ocasionaron un alejamiento entre la metrópoli y sus antiguas provincias que, en el caso filipino, duró cien años.
Afortunadamente, los supuestos han cambiado y los nacionalismos tienden a su fin. Lo ocurrido en Europa, donde las naciones se van coordinando a pesar de las fuertes diferencias culturales, lingüísticas, raciales, económicas y de idiosincrasia existentes entre ellas, puede darse más fácilmente en Hispanoamérica e Hispanoasia, donde no existe ninguna de esas diferencias.
Para España, con la serenidad que reporta el paso del tiempo, la emancipación de sus provincias de ultramar ya no es un hecho trágico. Todo lo contrario. Es la realidad de veinte peculiares Españas americanas y seis asiáticas. Veintiocho naciones -con Guinea Ecuatorial y el Sahara Occidental en África- soberanas en su inmensa mayoría, a la espera de una organización supranacional que soslaye lo que, a modo circunstancial, las separa y encuentren lo que las une.
Un saludo cordial de José Ramón Pozo Villarrubia.

Beatriz Montero dijo...

“Los que cifran su verdad en la estadística tienen ganada la partida si se trata de calibrar la presencia española en Filipinas en función del número de hispano-hablantes. El resultado negativo es obvio, con su carga de pesimismo. Acepto el resultado, pero no su connotación adversa. Somos una minoría los filipinos que poseemos el idioma español en relación con la totalidad de la población nacional. Pero, esto no nos debe llamar a escándalo.
Recordemos, lo primero, que el español no fue nunca idioma del pueblo filipino. Más bien, siempre fue patrimonio exclusivo de una minoría; entiéndase Gobierno, Iglesia, Milicia, el Comercio y los ámbitos de la docencia y las artes. No hay porqué hurgar ahora en las razones que expliquen esta realidad histórica y aún coetánea. Basta con aceptar el hecho consumado. Lo que nos ahorraría rasgarnos las vestiduras innecesariamente. Después de todo, no empiece la porfía de continuados avatares adversos, esa minoría pervive en nuestros días.

Lo que interesa pues, es conservarla cuando menos y, cuando más, ampliarla hasta sus máximas posibilidades. En esto radica la agonía del español en Filipinas; bien entendido, que empleo la palabra agonía en su sentido unamuniano. Unamuno, en efecto, nos advierte que no debemos confundir agonía con muerte ni siquiera relacionarlas indefectiblemente, porque se puede morir sin agonía y hay, en cambio quienes viven en la agonía y por la agonía. Esto, insisto, es cuanto acontece en Filipinas.
La agonía o lo que es lo mismo, la lucha por la supervivencia del español en Filipinas es secularmente denodada. Sin el apoyo, ni siquiera el agradecimiento, de los países hermanos allende los mares, los filipinos, incansables, vamos apuntalando la conservación del idioma español, propiciando así adeptos y cultivadores del mismo, que, lenta pero inexorablemente, reemplacen a los que por ley de vida ahuecan nuestras filas en el decurso de los años.”
Texto de Antonio M. Molina tomado de la Conferencia de la SEECI (Sociedad Española de Estudios de la Comunicación Iberoamericana) 1998.
Un afectuoso saludo de Beatriz Montero.

Beatriz Montero dijo...

“La Academia Filipina de la Lengua Española, correspondiente de la Real Academia Española; la concesión anual del Premio Literario Zóbel de tan rancio sabor e indudable prestigio; el Instituto Cervantes, últimamente; la Asociación de Maestros de Español; las aulas de español en los principales centros docentes, así estatales como privados; los recientes acuerdos entre las autoridades filipinas y el Ministerio español de Asuntos Exteriores y la Radiotelevisión Española en orden a intensificar el aprendizaje y cultivo del español en Filipinas; las modestas publicaciones periódicas y los humildes títulos editoriales, así como la fidelidad de los hogares cuyo idioma sigue siendo el español, todos, según sus posibles y con unánime afán, van aportando su clásico granito de arena en pro del ideal común. No hemos rendido, pues, la plaza. Ni se rendirá, porque hacemos nuestra la firme convicción de nuestro eximio poeta Claro Recto, al apostrofar de esta guisa a la lengua de esa minoría filipina:

"No morirás jamás en nuestro suelo
que aún guarda tu esplendor. Quien lo pretenda
ignora que mis templos y mis ágoras
son de bloques que dieron tus canteras"

Los que por otro lado, ciñen lo hispánico al idioma español, cuando comprueban que en Filipinas esta lengua hispana, como ya se ha apuntado, se habla muy minoritariamente, creyendo incluso que va camino de su extinción, nos acosan con angustia: "¿Qué queda ya de España en Filipinas?" Antes de responder, permitidme anteponga una afirmación asaz categórica: Lo hispánico no se agota con el idioma. El hispanismo es más, mucho más que un mero asunto de gramática o de filología tan siquiera de literatura, aunque también abarque todo esto. ¡Mengua sería que España hubiese legado a Filipinas tan sólo su habla, cantarina y bella por demás!”
Texto de Antonio M. Molina
Beatriz Montero.

Ramón Sellares dijo...

Responderé a la pregunta formulada por Beatriz Montero: ¿Qué queda ya de España en Filipinas? En otras palabras, ¿Qué realidad ostenta aún la presencia española en mi país?
Lo primero, a despecho de los llamados espíritus fuertes, esa realidad es la religión católica. El Cristianismo llamó a todas las puertas de Oriente, pero, solamente, bogando en naves españolas, encontró acogida en Filipinas. No extrañe, por tanto, que Filipinas sea "El Único País Cristiano en el Extremo Oriente". Nuestra fe religiosa no es relumbrón ocasional, sino que subyace en el trasfondo de nuestro diario quehacer, perfila nuestro modo de ser y aflora en los momentos transcendentales de nuestra vida nacional.
De ahí que, por ejemplo, no obstante, intentonas reiteradas en contrario, quedan proscritos en nuestra legislación el aborto, la eutanasia y el divorcio vincular. Por otra parte, el Estado queda obligado, por ley, a proporcionar enseñanza religiosa en los centros docentes gubernamentales a todos los escolares cuyos padres así lo soliciten por escrito. Y si ampliamos la mirada, observaremos que las festividades locales de la inmensa mayoría de nuestras ciudades y pueblos giran alrededor de su Santo Patrón. ¡En cuántas poblaciones, cuando la Misa Mayor de los domingos, todavía se interpreta la Marcha Real española en el momento de la Consagración!
Ramón Sellares.

Ramón Sellares dijo...

Ahora que tan recientemente hemos pasado la Semana Santa. Quedan de España en Filipinas Los ritos cuaresmales -Sermón de las siete palabras, lavatorio de los pies, recorrido de los monumentos, que allá se conoce con el nombre español de "Visita Iglesias", oficio de tinieblas, los "Nazarenos" y demás penitentes públicos con sus correspondientes flagelaciones, las procesiones del Santo Entierro y la Soledad en Viernes Santo y la del Encuentro en Domingo de Resurrección -todos son hitos inconfundibles de lo que España dejara en Filipinas en el curso de la trisecular convivencia fil-hispana. Al igual que esas otras procesiones de impacto nacional como son la de la Virgen del Santísimo Rosario, que, con el nombre de "La Naval", conmemora con apoyo oficial del Estado, la milagrosa victoria alcanzada por los marinos filipinos y españoles contra las fuerzas de la armada holandesa en 1646, la de Jesús Nazareno de Quiapo, en Manila, exclusivamente para varones, y la fluvial de la Virgen de Peña de Francia en la ciudad de Naga, en Camarines, todas las cuales se originan durante el régimen español en Filipinas y perduras hasta nuestros días. Lo mismo cabe decir del "Santacrusan" -filipinización de la expresión española: Santa Cruz-, que es una especie de procesión cívico-religiosa, que desfila diariamente durante todo el mes de mayo, en honor de la Invención de la Santa Cruz, y en cuyo recorrido los alumbrantes cantan, a dos voces, en español el santo rosario. Podemos citar, para mayor abundancia, las misas de Aguinaldo, que se celebran diariamente, a las cuatro de la mañana, desde el dieciséis de diciembre hasta el día veinticuatro de dicho mes, cuando llegan a su culmen a medianoche, con la Misa del Gallo, entonándose en ellas villancicos españoles al son de castañuelas y panderetas. ¿Y que decir de las innumerables romerías a santuarios tan famosos como los de la Virgen de la Paz y Buen Viaje en el pueblo de Antípolo y de la Virgen del Rosario de Mananag, en la provincia de Pangasinán? Todas estas manifestaciones nos hablan de la labor perdurable de España en mi país.
Eso queda de España en Filipinas.
Ramón Sellares.

Ramón Sellares dijo...

Pero, citemos un acontecimiento de los años recientes. Me refiero a la incruenta revolución que derrocó la férrea dictadura de Ferdinand Marcos. Cuando éste ordena a las Fuerzas Armadas que consigan la rendición y captura de su Ministro de Defensa, Juan Ponce Enrile, y de su Jefe de Estado Mayor, el general Fidel Ramos Valdés (en la actualidad Presidente de Filipinas habiendo sucedido en el cargo a la presidente Corazón Aquino, verdadera autora de susodicha revolución) así como a sus doscientos seguidores, que se atrincheran en los Cuarteles Generales, Mons. Jaime Sin, Cardenal Arzobispo de Manila, a través de la emisora Veritas, del Episcopado Católico, hace un llamamiento al pueblo para que acudan a defender a los alzados en armas. Impone, sin embargo, sus condiciones: Todos deberán acudir desarmados; tan sólo llevarán el santo rosario; les acompañarán las imágenes más veneradas de la ciudad; los sacerdotes, religiosos y religiosas deberán encabezar al pueblo y dirigirán las oraciones, pidiendo por el triunfo de la libertad y el restablecimiento de la paz. Apenas transcurrida una hora, acudieron dos millones de filipinos, que rodeando los Cuarteles Generales, hicieron frente a las fuerzas militares del gobierno que, -causa asombro ¿verdad?-, no dispararon un sólo tiro; antes al contrario, sin dificultad alguna se unieron a los defensores de la rebelión. El dictador hubo de huir precipitadamente. Así de arraigada es la fe religiosa de los filipinos, preciado legado de siglo.
Eso queda de España en Filipinas.
Ramón Sellares.

Ramón Sellares Escobar dijo...

La vida de todo estado de derecho encuentra su reflejo en su ordenamiento jurídico. Pues, bien; en Filipinas este ordenamiento es fundamentalmente hispánico. Durante el régimen español se trasvasaron a Filipinas los Códigos Civil, Penal y Mercantil de España. Al finalizar el dominio español, los nuevos gobernantes norteamericanos no se atrevieron a abrogar estas legislaciones, que, hasta nuestros días, perviven, si bien con las adiciones y reformas exigidas por las circunstancias histórico-políticas del país. Por otro lado, cuando Filipinas establece su primera República en 1898, la dota de una Constitución Política que se inspira en la española de 1876 y en las de varias repúblicas hispanoamericanas. Cuando en 1935, como antesala de nuestra independencia de la Mancomunidad de Filipinas, su nueva Constitución también adopta varios articulados de la Constitución Española de 1931. Un buen número de esas diversas disposiciones constitucionales de cuño hispánico, y sobre todo, su inspiración jurídica hispánica, encuentran vigencia en nuestra actual legislación.
Hace unos años regresaba yo a Filipinas a bordo de un buque francés. Al día siguiente de zarpar de Marsella, los pasajeros, como es costumbre, comenzaron a trabar mutuo conocimiento. Un profesor japonés se me acercó para presentarse. Nos dimos las manos e intercambiamos tarjetas. Más, cuando este profesor se presentó a otros dos pasajeros japoneses, no se estrecharon las manos, sino que, reverentes, se inclinaron ante sí tres veces. Más tarde, un industrial de Bombay, al presentárseme, también me dio la mano y me entregó su tarjeta. Pero luego, al pretender lo mismo con un funcionario de Nueva Dehli, tampoco se dieron las manos... En cambio, unidas las palmas, las elevaron hasta la altura de la frente y lentamente las bajaron hasta la mitad del pecho, repitiéndolo varias veces.
Eso queda de España en Filipinas.
Ramón Sellares Escobar.

Ramón Sellares dijo...

Cuando después me encontré con don Reynaldo Bautista, del Ministerio de Trabajo de Filipinas, el único pasajero filipino fuera de mí, me invadió un algo de perplejidad. Me pregunté: "¿Cómo saludar a lo filipino, tal que los otros citados lo habían hecho a lo japonés y a lo hindú?". No sabía si tocarme las narices o tirarme de las orejas. Me conformé con darle la mano. En seguida interiormente volví a preguntarme: "¿Es que los filipinos estamos tan desprovistos de personalidad propia que ni siquiera tenemos un saludo típico?". A propósito de tal situación, repasé mentalmente las crónicas de mi país al respecto. En efecto, en ellas se nos dice que los filipinos, antes de la llegada e instalación de los españoles en Filipinas, para saludar, juntaban las palmas de las manos, alzaban seguidamente en sentido diagonal hasta la altura de la frente, doblaban la pierna izquierda al mismo tiempo que lentamente se agachaban hasta ponerse en cuclillas. Excuso decir que si hubiera saludado así al paisano Bautista, se habría tronchado de risa o, lo que no hubiese tenido ninguna gracia, me habría arrojado por la borda creyéndose objeto de una burla.
Todo esto demuestra que en la llamada occidentalización de los países asiáticos, de lo que se trata es de adoptar los modos y usos de Occidente para su empleo ocasional cuando corresponda, demostrando así que se es igual a los europeos y americanos, pero, entre los naturales del país se retiene lo autóctono, que no ha perdido vigencia. Más, no acontece así, con el pueblo filipino. Nosotros hemos adoptado la cultura y civilización occidental como de nuestro propio acervo, válidas entre propios y extraños, así en el país o fuera de sus costas. Digámoslo de una vez, la occidentalización del Oriente encuentra su máxima y cabal representación en Filipinas.
Eso queda de España en Filipinas.
Ramón Sellares.

Ramón Sellares dijo...

En otra ocasión, esta vez navegando hacia el Japón bajábamos mi mujer y yo por las escaleras del barco para dirigirnos al comedor, cuando sorprendimos a cuatro jóvenes que subían. "Vamos a saludar a estos paisanos míos", le dije a mi mujer, española de origen. Extrañada me preguntó: "¿Cómo sabes que son filipinos si ni siquiera nos han sido presentados?" Rápidamente la respondí: "Está clarísimo ¿Ves ese rótulo? Dice: Bajada solamente. Y ellos suben!". Efectivamente, eran cuatro estudiantes filipinos, que se disculparon, diciéndome que, subiendo por aquellas escaleras, se llegaba antes a sus camarotes. ¿Herencia española? Ciertamente. Los japoneses, los chinos, los coreanos, los vietnamitas o los indonesios son incapaces de semejante indisciplina. Ya nuestro héroe nacional, José Rizal, en su novela "El filibusterismo", pone en boca de un personaje español estas palabras:"¿Queréis que se abra una carretera en España? No hay más que poner un cartel que se diga: Prohibido el paso. Y por allí justamente transitarán todos hasta hacerse camino" Y añadía: "En España el día que se prohíba la virtud, al día siguiente todos los españoles, santos". Dentro de su hipérbole, las afirmaciones de nuestro novelista son de una realidad innegable. El llamado espíritu de contradicción, que no es más que el culto a la libertad personal frente a todo autoritarismo, es típicamente español. En cuanto a nosotros los filipinos, ya hace tiempo que ha venido a serlo también.
Eso queda de España en Filipinas.
Ramón Sellares.

Ramón Sellares dijo...

No hace mucho un prominente filipino hubo de recurrir a los tribunales de justicia para hacer efectivo el cobro de un pagaré que suscribiera un amigo norteamericano, a quien aquél venciera en una partida de bacarrá, en la cantidad de cincuenta mil pesos filipinos. El demandado, que se negaba a pagar lo adeudado, en la vista del juicio, admitió ante el juez que había firmado dicho pagaré, revelando el motivo de haberlo hecho. Entonces su abogado invocó al correspondiente artículo del Código Civil -en este respecto y en muchos otros más, fiel calco del Código Civil español, por la razón ya indicada anteriormente- disposición legal que hace inviable el cobro mediante proceso judicial, de ninguna obligación contraída de resultas de un juego de azar.

El juzgado se vio constreñido a sostener la defensa del demandado como ajustaba a la ley. Entonces el demandante filipino solicita se le entregue el pagaré. Una vez en su poder, lo hace añicos, mientras decía: "Señoría: Pido que se haga constar en las diligencias que un filipino puede permitirse el lujo de perder cincuenta mil pesos para conocer a un norteamericano sinvergüenza".

Eso queda de España en Filipinas.
Ramón Sellares.

Ramón Sellares Escobar dijo...

Cierto magistrado filipino, enojado porque el novio de su hija había enviado la fotografía de ésta a la redacción de un periódico, que patrocinaba un concurso de belleza, para incluirla entre las candidatas, le aconsejó a que retirara dicha fotografía, porque no consentía que dispusiera de ella antes de que fuera marido de su hija. Ya en los recintos de la redacción, dicho magistrado coincidió con un colega suyo, a quien, a preguntas del mismo, le explicó la situación. Sin ningún recato, dicho colega le comentó: "Pues haces muy bien en retirar la candidatura de tu hija, porque, presentándose la mía al concurso, veo difícil que tu hija pueda vencer. ¡Más vale ahorrarse el bochorno de una derrota!" En tono enérgico el magistrado le replicó al instante: "¿Ah sí? Pues mira, no retiro la fotografía. ¡Mi hija será candidata!" A la postre ésta venció. Es que el magistrado se había suscrito al periódico por veinte años, visto que los votos se conseguían en función de suscripciones al periódico. Vuelto a ver su colega, le faltó tiempo para preguntarle: "¿Qué tal el bochorno de tu hija?" Inconfundiblemente hispánico todo ello.

Eso queda de España en Filipinas.
Ramón Sellares.

Ramón Sellares dijo...

Cuando hace algunos años se presentó un proyecto de ley en nuestro Congreso Nacional para abolir la enseñanza obligatoria del español en las escuelas filipinas, se compareció en la correspondiente sesión pública, habiendo solicitado un turno en contra. El legislador que presidía la sesión, preguntó al congresista: "¿Por qué se opone usted a este proyecto de ley? ¿Por qué prefiere que continúe la enseñanza obligatoria del español en nuestras escuelas? ¿Es que se enseña el tagálog en los centros docentes de España? Tenemos nuestro idioma propio. Cuidemos de enseñarlo y cultivarlo, en lugar de imponer en nuestras aulas un idioma extranjero que no tiene nada que ver con nosotros. ¿No le parece a usted que llevo razón?". Le respondió el congresista entonces: "Su señoría dice bien. Tenemos un idioma propio, el tagálog, que debíamos hablar y cultivar. ¿No le parece, por tanto, que deberíamos hacerlo ahora aquí, en vez de emplear el inglés, como lo está haciendo Su Señoría? Accedió a ello, aunque no sé si de muy buena gana. Empezó el congresista interlocutor, entonces, preguntándole en tagálog: ¿Cómo se llama esta prenda?". Me contestó: "Americana". Arguyo: "Perdone su Señoría, pero esa palabra es española". Y prosiguió: "Señoría, ¿cuál es el nombre tagálog de esta otra prenda?" Respondió: "Camiseta". "Vuelva a perdonarme su señoría, pero esa palabra también es española". Y así le hizo recorrer las demás prendas como pantalón, cinturón, corbata y calzoncillo, que también se llama así en tagálog.

¿Tiene que ver con nosotros el idioma español? En el Parque de Rizal se pueden leer en sendas placas conmemorativas las traducciones de la poesía última de nuestro héroe nacional realizadas en todos los idiomas principales del mundo. Falta el texto en español. ¿Es que no es este idioma uno de los principales? Sí, lo es. Se trata únicamente de que Rizal, el héroe, escribió su poesía en español. Como en español se compuso por el joven poeta filipino, José Palma, la letra de nuestro Himno Nacional. También en español se redactó la Constitución de nuestra Primera República, así como los escritos de nuestros más insignes patricios y los documentos más salientes de nuestra historia patria, amén de las mejores producciones literarias de nuestros escritores, tanto en prosa como en verso.
Eso queda de España en Filipinas.
Ramón Sellares.

Ramón Sellares Escobar dijo...

Por un decreto del que fuera Gobernador y Capitán General de Filipinas, don Narciso de Clavería, los filipinos adoptamos apellidos españoles, que son los de más del noventa por ciento de los filipinos; incluso, hay quien ostenta como apellidos palabras españolas que no lo son; de ahí, que nos tropecemos con sobrenombres tan peregrinos como bragas, pantalón, campana, jaula, elefante y pájaro. Han pasado años desde entonces, se han sucedido los regímenes políticos, los filipinos nos hemos vuelto independientes, soberanos de nuestros destinos y, sin embargo, no hemos renegado de que se usase el idioma español, retenemos dichos apellidos y a mucha honra. Por eso no extrañe, en un repaso de la lista de los delegados a la Conferencia Afro-Asiática de Bandung, que leamos esta reseña: Birmania - U nu; China - Chou En Lai; India - Jawarharlal Nehru; Thailandia - Wakatayakan; Indochina - Ho Chi Ming; Indonesia - Sukarno; y Filipinas - Carlos Rómulo Peña. ¿No es reveladora esta singular variante filipina? Lo mismo acontece con los dirigentes de los países orientales, tales como el Emperador Akihito, de Japón; la Primer Ministro Ali Bhuto, de Pakistán, y el Presidente Suharto, de Indonesia, por citar a algunos, frente al presidente de Filipinas, que se llama Fidel Ramos Valdés, como antes lo fuera la Presidenta Corazón Aquino, sin que tengamos que remontarnos al presidente de nuestra primera República, que se llamó Emilio Aguinaldo.

Eso queda de España en Filipinas.
Ramón Sellares.

Ramón Sellares Escobar dijo...

El más somero repaso de la toponimia filipina nos brinda un aval más a nuestra respuesta afirmativa a la pregunta que ocupa nuestra atención. Lo inicia el mismo nombre de nuestro país, Filipinas, que se deriva de Felipe, nombre del que entonces fuera Príncipe de Asturias, en cuyo honor se adoptó ese nombre para nuestras Islas. Nos sale, luego, al paso, una letanía de provincias tales como La Unión, Isabela, Nueva Vizcaya, Nueva Ecija, La Laguna, Camarines, Mindoro y Negros. Nos hacen el encuentro también ciudades y poblaciones como Ballesteros, San Fernando, Solano, San Carlos, San Quintín, San José, Luceno, Valladolid, Mondragón, Getafe, La Carlota, Pontevedra, Victoria, Santa Catalina, Santander, San Luis y Puerto Princesa. Desfilan seguidamente islas como Corregidor, Monja, Fraile, San Miguel y Boca Grande; bahías y golfos de nombre Illana, Lanuza, Coral, San Antonio, San Juanico e Isla Verde; los cabos Engaño, San Ildefonso, Espíritu Santo, San Agustín, Santiago y Coronado, sin dejar de aludir a ríos y cascadas como Chico, Magno, Grande y María Cristina, así como los montes Sierra Madre, Carballo, Cordillera, Halcón y Santo Tomás. Hago referencia al tomo inédito que, sobre el particular, nos dejara aquel gran investigador y buen amigo que en vida se llamó Adolfo Cuadrado Muñiz, del que he extraído tan parcos ejemplos.

Eso queda de España en Filipinas.
Ramón Sellares.

Ramón Sellares dijo...

¿Donde está el "American School" establecido por los norteamericanos en Filipinas hace un siglo? Y, sin embargo, allí permanecen la Universidad de Santo Tomás, la del Ateneo de Manila, el Colegio de San Juan de Letrán, el de San Beda y los femeninos de Santa Isabel, Santa Catalina, Santa Rosa, La Concordia, La Consolación y Santa Rita. Todas son instituciones creadas por españoles durante el régimen español en Filipinas y que, aun en nuestros días, continúan su secular misión docente. Y si nos trasladamos a los exponentes materiales existentes cabe citar las fuentes de Carriedo y de Calderón de la Barca, las murallas de Manila que datan de 1574, la Real Fortaleza de Santiago, el Palacio de Malacañang, residencio oficial del Presidente de Filipinas, la Fuerza de Nuestra Señora del Pilar, en Zamboanga, las catedrales de Manila, Lipa y Calasiado, así como las iglesias de San Agustín, Malate y San Sebastián y los templos provinciales de Paoay, Tanay, Dingras, Lucbán, Gumaca, Morong, Barasoain y Naga. ¿Podemos olvidar, acaso, los monumentos a Legazpi y Urdaneta, al Arzobispo Miguel de Benavides, al botánico Sebastián Soler y al Gobernador General Simón de Anda y Salazar? ¿Y qué decir de esa maravilla mundial que es el órgano de bambú de las Piñas?

Eso queda de España en Filipinas.
Ramón Sellares.

Ramón Sellares Escobar dijo...

Los filipinos abrimos los libros de derecha a izquierda, así como leemos horizontalmente de izquierda a derecha, justamente lo contrario a como lo hacen nuestros hermanos orientales. Empleamos el negro para el luto y no el blanco o el amarillo preferido en otras latitudes de Extremo Oriente. En la urdimbre de nuestras danzas y canciones juguetean los fandangos, las habaneras y las jotas, siquiera sea, en palabras del maestro español Cubiles, "con cierta pereza oriental". Nuestra gastronomía desconoce los platos exóticos de China, Japón y Corea, por ejemplo, a base de serpientes, ratas o monos. Nuestro plato nacional es el cochinillo asado, como se conoce en vuestra Segovia. Nuestra indumentaria típica es, para los varones, la camisa occidental, aunque enriquecida con bordados a mano, y, para las mujeres, la falda larga y la camisa de diseño originariamente valenciano, como lo demuestra la doctora Inés Villas, en su tesis doctoral en la Universidad Complutense, de la que fue primera doctora filipina.

Eso queda de España en Filipinas.
Ramón Sellares.

Ramón Sellares Escobar dijo...

En Filipinas presumimos de redes ferroviarias; alumbrado eléctrico público y privado, traída de aguas potables; marina mercante; plantaciones de azúcar, tabaco, maíz, añil y algodón; observatorio meteorológico; cría caballar y bovina; hospitales, orfelinatos, seminarios, conventos de clausura y colegios y universidades. También contamos con un sistema de seguridad social, con economatos y mutualidades, escuelas de maternidad y óptica, asilos, sanatorios, presidios. Y así se podría prolongar la reseña sin pausa; pero, hagámosla para recalcar que todas estas realidades filipinas son de origen español y datan de siglos.
España sigue, pues, presente en Filipinas. Nos lo asegura con mejor acento el bardo filipino Jesús Balmori, que se dirige así a España:

Reina de los amores y los dolores grandes,
que por todas las tierras tu habla sonora expandes
y por todos los cielos prendiste una quimera:
¡Aquel tu sol glorioso que ayer se puso en Flandes
hoy vuelve a ser tu sol, porque está en mi bandera!

Eso queda de España en Filipinas.
Ramón Sellares.

Severo Pardo dijo...

Estimado amigo:

En primer lugar debo felicitarle por su excelente blog, y en particular sobre el dedicado a Fray Blas de Palomino, simplemente indicarle que respecto al Jarrón cuya fotografía se incluye en el articulo , existe un error de catalogación , ya que obviamente se trata de un jarrón de Talavera Poblana , producido en época Virreinal en Méjico y no de un Jarrón chino . La ceràmica de Talavera Poblana es loza estañifera y el jarrón debería estar realizado en porcelana.
Para más información y apreciar las influencias de la porcelana china en la Talavera Poblana y viceversa, gracias a las relaciones comerciales establecidas por el Galeón de Manila le remito a mi blog en Facebook: Talavera Poblana y el Galeón de Manila, donde incluiré un link de este estupendo artículo de su blog.

Enhorabuena y un cordial saludo
Severo Pardo.

PEDRO GALÁN GALÁN dijo...

Amigo Severo, quedo muy agradecido por tu aportación, definitivamente aclaratoria del origen del jarrón chino, que publiqué como ilustración en este artículo. La entrada en tu blog me ha proporcionado una interesante información sobre cerámica elaborada en la época Virreinal de México. Las muestras de cerámica que expones en tu blog: Talavera Poblana son de extraordinaria belleza y muestra de la cultura desarrollada en tu bello y adorado país, que pronto tomó con rapidez la mejor representación y relación comercial con Manila a través del Galeón de China. Dices que tan bella pieza que publiqué deberia estar realizada en porcelana, eso mismo suponía por mi parte; pero sin llegar a atribuir su origen debidamente. ¡Muchas gracias!, comentarios como el tuyo y los de los demás comentaristas de este artículo son los que dan vida a mis escritos, elaborados esencialmente para vosotros.
Cordiales Saludos.
Pedro Galán Galán