Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.
LAS DEFUNCIONES DE HOMBRES AUMENTARON
UN 1,4% Y LAS DE MUJERES DISMINUYERON UN 0,7%.
Las principales causas de muerte entre personas de 65
y más años fueron las enfermedades del sistema circulatorio (28,1%), los
tumores (24,1%) y enfermedades del sistema respiratorio (11,1%).
Para las personas de 15 a 64 años fueron los tumores
(40,8%), las enfermedades del sistema circulatorio (20,6%) y causas externas de
mortalidad (13,7%).
Según las Estadísticas
de Defunciones por Causas de Andalucía (EDCA) publicadas en fecha
21 de febrero de 2025, elaboradas por el Instituto de Estadística y Cartografía
de Andalucía (IECA), en el segundo trimestre de 2024 en Andalucía ocurrieron
17.612 defunciones, un 0,4% más que en el mismo trimestre del año anterior. Las
defunciones de hombres aumentaron un 1,4% y las de mujeres disminuyeron un
0,7%.
Evolución
del total de defunciones por sexo (segundos trimestres).
Por grandes grupos de edad, la mayor parte de las
defunciones (84,2% del total) correspondieron a las personas de 65 y más años,
siendo el 15,4% las defunciones ocurridas entre personas de 15 a 64 años, y el
0,4% entre los menores de 15 años.
Dentro de los 20 grandes grupos que establece la
Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE, 10ª revisión), y para el
grupo de edad de 65 y más años, las enfermedades
del sistema circulatorio fueron las causantes del mayor número de
defunciones, 4.162, lo que representa un 28,1% del total para dicho grupo de
edad, siendo la primera causa entre las mujeres (30,4%) y la segunda para los
hombres (25,7%), y experimentando un descenso del 1,8% con respecto al mismo
trimestre del año anterior. El segundo grupo de causas lo constituyeron
los tumores, 3.578
(24,1%), siendo la segunda causa entre las mujeres (18,9%) y la primera entre
los hombres (29,5%), y experimentando una disminución del 0,3% con respecto al
mismo trimestre del 2023. El tercer grupo de causas lo constituyeron las enfermedades del sistema respiratorio,
1.643 (11,1%), siendo la tercera causa tanto entre las mujeres (9,8%) como
entre los hombres (12,4%), y experimentando un aumento del 7,0% respecto al
mismo trimestre del año anterior.
Principales
causas de defunción de 65 y más años según sexo. Segundo trimestre de 2024.
Para el grupo de 15 a 64 años, los tumores fueron los causantes del
mayor número de defunciones, 1.110, lo que representa un 40,8% del total,
siendo también la primera causa tanto entre las mujeres (51,5%) como entre los
hombres (35,6%), y experimentando un descenso del 5,4% respecto al mismo
trimestre del año anterior. El segundo grupo de causas lo constituyeron las enfermedades del sistema circulatorio,
559 (20,6%), siendo la segunda causa tanto entre los hombres (23,2%) como entre
las mujeres (15,2%), y experimentando un aumento del 11,8% respecto el segundo
trimestre del 2023. El tercer gran grupo de causas de fallecimiento fueron
las causas externas de mortalidad,
372 (13,7%), siendo también la tercera causa entre hombres (15,5%) y entre
mujeres (10,0%) con un aumento del 21,2% respecto el mismo trimestre del año
anterior.
Principales
causas de defunción de 15 a 64 años según sexo. Segundo trimestre de 2024.
El Instituto de Estadística y Cartografía de
Andalucía, en colaboración con la Unidad Estadística y Cartográfica de la
Consejería de Salud y Consumo, elabora trimestralmente las Estadísticas de Defunciones por Causas de
Andalucía (EDCA), que proporcionan resultados provisionales de las
defunciones inscritas en Andalucía según estructura por sexo, edad y causa de
defunción asignada aplicando los criterios de codificación de la Organización
Mundial de la Salud. Esta información se facilita por lugar de residencia.
Estas estadísticas ofrecen también información anual.
EL PARO DISMINUYÓ EN 74.800 PERSONAS RESPECTO AL MISMO
TRIMESTRE DEL AÑO 2023.
El número de ocupados aumentó un 2,5% en el
cuarto trimestre de 2024 respecto al mismo trimestre de 2023 y disminuyó un
0,4% respecto al trimestre anterior
La tasa de paro en Andalucía se situó en el 15,8%, disminuyendo 0,3 puntos
respecto al trimestre anterior y 1,9 puntos respecto al mismo trimestre del año
anterior.
El paro disminuyó en 17.700 personas respecto al trimestre anterior y en
74.800 personas respecto al mismo trimestre de 2023.
Según los datos de la explotación detallada de la Encuesta de Población Activa (EPA) que
elabora el Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía (IECA),
publicados en fecha 28 de enero de 2025, respecto al trimestre anterior el
número de ocupados disminuyó en Andalucía un 0,4%, situándose en 3.488.500
(14.900 menos), de los que 1.933.300 eran hombres y 1.555.100 mujeres, lo que
supuso que la tasa de empleo se situase en el 47,7%. La variación interanual
del número de ocupados fue del 2,5%, 86.100 ocupados más.
En el cuarto trimestre del año el paro bajó un 2,6% respecto al trimestre
anterior, registrándose 652.700 personas paradas (17.700 menos). Respecto al
mismo trimestre de 2023, el paro descendió un 10,3%, 74.800 parados menos en un
año.
La tasa de paro en Andalucía disminuyó 0,3 puntos respecto al trimestre
anterior, situándose en el 15,8%. Por sexo, baja la tasa de paro femenina 0,8
puntos situándose en 18,2% y sube la tasa de paro masculina 0,1 puntos
situándose en 13,7%. Respecto al mismo trimestre del año anterior bajó 1,9
puntos.
Evolución de
activos, ocupados y parados en Andalucía.
Se creó empleo respecto al trimestre anterior en el sector de la Agricultura (41.000 empleos más)
e Industria (11.400),
mientras que se destruyó en Servicios (65.900)
y Construcción (1.300
menos).
Respecto al trimestre anterior aumentó el empleo por cuenta propia en 4.200
personas y disminuyó el empleo asalariado en 19.100.
Por tipo de contrato, suben los indefinidos en 26.800 (1,1%) y bajan los
temporales en 45.900 (7,4%), respecto al trimestre anterior.
Por provincias, la tasa de empleo subió respecto al trimestre anterior en
Almería (2,0 puntos), Córdoba y Jaén (1,5), Granada (1,2) y Sevilla (1,0),
mientras que bajó en Cádiz (3,6), Málaga (2,3) y Huelva (0,2).
Del total de personas paradas (652.700), 345.100 eran mujeres y 307.600
hombres. El nivel de paro respecto al trimestre anterior bajó entre las mujeres
un 4,7% (17.100 paradas menos) y bajó entre los hombres un 0,2% (600 parados
menos).
Por grandes grupos de edad, el paro bajó en el grupo de 16 a 29 años en
18.400 (9,4%) y en el de 30 a 44 años en 10.000 (5,0%), mientras que subió en
el de 45 a 64 años en 10.700 (3,9%), respecto al trimestre anterior.
Por provincias, la tasa de paro bajó respecto al trimestre anterior en Jaén
(4,5 puntos), Granada (2,1), Almería (1,4) y Sevilla (1,3), mientras que subió
en Cádiz (2,8), Huelva (2,1), Málaga (0,7) y Córdoba (0,1).
El número de activos en el cuarto trimestre de 2024 se situó en 4.141.100
personas en Andalucía (32.600 menos que el trimestre anterior), lo que supone
una tasa de actividad del 56,6%, disminuyendo 0,5 puntos respecto al trimestre
previo. Respecto al mismo trimestre de 2023 la actividad aumentó en un 0,3%,
11.400 activos más en un año.
Entre las mujeres, la tasa de actividad disminuyó 0,5 puntos y se situó en
el 50,6%, y entre los hombres disminuyó 0,4 puntos, situándose en 62,9%
respecto al trimestre anterior.
Por provincias, el número de activos subió en Córdoba (3,2%), Almería
(2,9%), Huelva (2,3%) y Granada y Sevilla (0,5%), mientras que bajó en Cádiz
(5,1%), Málaga (3,4%) y Jaén (2,6%).
El número de hogares en los que todos sus miembros activos estaban parados
fue de 230.500, 4.300 menos que el trimestre anterior (1,8%). En relación con
el mismo trimestre del año anterior, disminuyeron en un 6,3%, 15.500 hogares
menos.
Tasa de
actividad, paro y empleo en Andalucía. Cuarto trimestre 2024 (%)
La Encuesta de Población
Activa (EPA) ofrece datos sobre el mercado laboral en Andalucía a
partir de una explotación específica y más detallada de la Encuesta de Población Activa realizada
por el Instituto Nacional de Estadística.
El Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía elabora
trimestralmente la publicación Encuesta
de Población Activa con el objetivo de difundir información
reciente y detallada de la coyuntura del mercado laboral andaluz. Esta
publicación ofrece para Andalucía y sus provincias los principales datos sobre
la población andaluza en relación con el mercado laboral, así como información
adicional de variables, tales como nacionalidad, tasas de empleo, asalariados,
formas de búsqueda de empleo u hogares.
En el primer trimestre de 2021 se ha realizado la adaptación de la Encuesta de Población Activa al
nuevo Reglamento (UE) 2019/1700 del Parlamento Europeo y del Consejo de 10 de
octubre de 2019.
La Encuesta de Población
Activa (EPA) ha incorporado a sus estimaciones desde el primer
trimestre de 2021 al cuarto trimestre de 2023 las cifras del Censo de Población
y Viviendas de 2021. El cambio de base poblacional consiste en la incorporación
y actualización de las series de población y viviendas derivadas del Censo de
Población y Viviendas de 2021, en sustitución de las que se venían utilizando
hasta ahora basadas en el censo de 2011. Ello conlleva la revisión de los
factores de elevación de la encuesta, que se calculan a partir de las
mencionadas poblaciones, desde el primer trimestre de 2021.
LA POBLACIÓN FEMENINA ALCANZA SU REGISTRO MÁS
ALTO CON UNAS EXPECTATIVAS DE VIDA DE 85,1 AÑOS, MIENTRAS QUE LOS HOMBRES
LLEGAN A LOS 79,9 AÑOS.
La esperanza de
vida al nacer en Andalucía se situó en el año 2023 en 82,5 años, la cifra más
alta desde el año 1975 que es cuando arranca la publicación de la serie
histórica con datos específicos de Andalucía. El dato certifica la recuperación
de la esperanza de vida en ambos sexos, ya que los efectos de la pandemia por
Covid provocaron un descenso de este registro en Andalucía, al pasar de 82,1
años en 2019 a 81,4 años, tanto en 2020 como en 2021, el periodo de mayor
incidencia de la enfermedad.
Estos datos, publicados
en fecha 27 de diciembre de 2024, aparecen recogidos en los datos definitivos
de los indicadores del Sistema de
Información Demográfica de Andalucía (SIDEMA), herramienta creada por el
Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía para analizar la evolución
demográfica en la región. En el capítulo de la esperanza de vida al nacer, las
mujeres alcanzan los 85,1 años, lo que supone 9,4 años más que en 1975. En el
caso de los hombres, se sitúa en 79,9 años. Son 5,2 años menos que las mujeres,
pero el aumento respecto a 1975 es mayor, con 10,2 años.
Evolución de la esperanza de vida al nacer. 1975 –
2023.
Por provincias,
Granada y Málaga con 83,0 años son las que tienen la mayor esperanza de vida al
considerar los datos conjuntos de hombres y mujeres. Le siguen Córdoba y Jaén
con 82,7, Sevilla con 82,6, Cádiz con 82,0, y Almería y Huelva con 81,8 años.
Esperanza de vida al nacer por provincias. Año 2023.
Si se tiene en
cuenta la esperanza de vida a los 65 años, también se constata en 2023 este
registro más alto de la serie histórica, al alcanzarse en Andalucía los 20,6
años. Son 18,7 años, en el caso de los hombres; y 22,4 años en el caso de las
mujeres. En este apartado también se percibe haber superado la incidencia de la
pandemia, ya que en 2020 la esperanza de vida a los 65 años bajó a 19,7 años y
en 2021 a 19,8 años.
Evolución de la esperanza de vida a los 65 años. 1975
– 2023.
Edad media de la población
El Sistema de Información Demográfica de
Andalucía (SIDEMA) también constata el incremento de la edad media
de la población en Andalucía. En 2023 se alcanzó una edad media en ambos sexos
de 43,0 años, cifra que los datos definitivos de 2024 sitúa ya en los 43,2
años. En el caso de las mujeres la edad media en 2024 fue de 44,4 años y en los
hombres de 42,0 años. En la serie histórica es donde se comprueba claramente
cómo aumenta la edad media de la población andaluza. En el año 2000 era 37,0
años, 6,2 años menos que en 2024. Y en 1971 fue 30,8 años.
Evolución de la edad media de la población. 1971 –
2024.
Por provincias,
si se tienen en cuenta los datos de ambos sexos, la edad media más baja se
registró en Almería con 41,2 años y la mayor en Jaén con 44,8 años.
Evolución de la tasa bruta de mortalidad (x1.000). 1975 - 2023
La tasa de
mortalidad determina el número de muertes por cada 1.000 habitantes durante un
año determinado. En 2023 esta tasa se situó en Andalucía en 8,68 personas
fallecidas, regresando a valores más habituales tras el aumento registrado en
2020 (9,27) y 2021 (9,34), cuando se produjeron las tasas más altas de la serie
histórica desde 1975. Según los datos de 2023, la tasa fue más alta en la
población masculina, con 9,01 hombres fallecidos por cada 1.000, mientras que
en la población femenina fue de 8,28 mujeres.
Evolución de la tasa bruta de natalidad (x1.000). 1975
– 2023.
Tasa de natalidad
En cuanto a la
tasa de natalidad, 2023 ha sido el año con menos nacimientos en Andalucía con
una tasa de 7,13 por cada 1.000 habitantes. En el año 2000 esta tasa era de
11,04 nacimientos y en 1975 alcanzó 20,05 nacimientos.
Por provincias,
la mayor tasa bruta de natalidad se presenta en Almería con 8,72 nacimientos
por cada 1.000 habitantes, mientras que la menor corresponde a Málaga con 6,67.
Tasa bruta de natalidad (x1.000) por provincias. Año
2023.
El Sistema de Información
Demográfica de Andalucía (SIDEMA) presenta una visión de conjunto
de la evolución demográfica de Andalucía proporcionando, de una manera ordenada
y sistemática, un gran conjunto de información con objeto de facilitar su
utilización a los interesados en esta materia.
El conocimiento demográfico de la población, su estructura y su evolución, es de vital importancia a la hora de llevar a cabo planificaciones de toda índole, ya sean económicas, sociales, etc. Una de las principales razones para ese conocimiento radica en que los cambios demográficos están asociados a una amplia variedad de problemas sociales, económicos y políticos. En España existe una larga tradición de recogida y difusión de información demográfica, no hay más que considerar la larga serie de los censos de población, el origen de las estadísticas sobre el movimiento natural de la población o los antecedentes históricos de los padrones municipales de habitantes. Hoy en día, se hace un uso generalizado de la información demográfica que es producida oficialmente en todo el territorio nacional, tanto por los organismos públicos en numerosas áreas de actuación (escuelas, hospitales, carreteras, lugares de ocio y diversión, salud, etc.), como por los privados y particulares (universidades, organismos de estudios y análisis, empresas, etc.).
La evolución demográfica de
muchos países y regiones en los últimos siglos ha seguido un mismo esquema
argumental, al que muchos denominan "transición demográfica". Esta
teoría describe el proceso de transición desde un régimen demográfico antiguo,
cuya población crece a ritmo muy lento o nulo, conseguido a expensas de una
alta mortalidad y natalidad, a un régimen demográfico moderno, también con
moderado o bajo crecimiento, pero conseguido ahora a expensas de una baja
mortalidad y natalidad.
La historia demográfica
andaluza puede ser, por supuesto, contada bajo este esquema argumental. A
grandes rasgos, con diferentes ritmos y con frecuentes altibajos, la evolución
demográfica andaluza, se adapta bien a la teoría de la transición demográfica,
aunque sin la sencillez y la claridad del modelo teórico de la transición.
Si
se admite que las estimaciones de población extraídas de los recuentos de
población históricos son relativamente fiables, el crecimiento moderno de la
población comenzó en Andalucía a mediados del siglo XVIII. Durante los siglos
XVIII y XIX la población creció a un ritmo no despreciable, incluso superior al
5‰ anual. Sin embargo, los crecimientos que nos suministran los recuentos en el
último cuarto del siglo XIX son mucho más moderados que los del primer cuarto, en general inferior al 5‰, llegando a un
mínimo en la última década del siglo XIX del 3‰ anual.
Evolución de la población en España.
El
primer tercio del siglo XX es, sin duda, el periodo demográficamente más
dinámico de los dos últimos siglos para Andalucía. De 1910 a 1940, Andalucía
crece a ritmos cercanos o superiores al 10‰. La guerra civil producirá una
profunda inflexión de esta tendencia de crecimiento, desde los años 40 hasta
los años 60, Andalucía va paulatinamente reduciendo su crecimiento, llegando a
un mínimo en los años 60, en los que fue de un 1,4‰ anual. Desde los años 70 se
produce una recuperación del crecimiento que se pondrá plenamente de manifiesto
en las décadas siguientes.
Las
tasas de crecimiento del primer tercio del siglo actual son moderadas, en
comparación con las alcanzadas por los países que han iniciado su transición
demográfica en época reciente, a menudo superiores al 20‰. Los crecimientos
obtenidos por Andalucía en los dos últimos siglos están dentro del rango de los
crecimientos moderados obtenidos por los países europeos, en sus respectivas
transiciones demográficas, que sólo excepcionalmente llegaron a crecimientos
superiores a un 10‰. El bajo crecimiento medio de los 100 años anteriores a
1975, es el resultado de periodos de crecimiento muy distintos: un periodo de
muy fuerte crecimiento demográfico en los primeros 40 años del siglo y dos
periodos de estancamiento a finales del XIX y durante el tercer cuarto del
siglo XX.
En
conjunto, la evolución de los crecimientos ha sido bastante irregular, con
frecuentes altibajos, acorde con las particulares circunstancias históricas de
nuestra región y sus alternantes intentos de entrada en la modernidad. El
primer tercio del siglo XX fue un periodo de modernización socioeconómica y
crecimiento económico, recuperándose parte del atraso acumulado en la segunda
mitad del siglo XIX. En el periodo correspondiente al segundo tercio del siglo
se afianzaron los aspectos más negativos de región periférica económicamente
dependiente, ya existentes en la economía andaluza, con lo cual la regresión
económica fue mucho más fuerte en Andalucía.
Distribución de la población española de más de 65 años en España en el año 2005.
En
la etapa del desarrollismo de los años 60, Andalucía fue una fuente de mano de
obra para el sector industrial, que se estaba desarrollando fuera de Andalucía,
lo cual produjo una fuerte sangría migratoria y una relativa regresión
demográfica durante estos años. La interrupción del flujo migratorio a mediados
de los setenta constituye el preludio de la recuperación demográfica posterior.
La historia del crecimiento de la población andaluza está fuertemente conectada
con la que se ha producido en el resto de España. El crecimiento de Andalucía
fue hasta 1940 similar o ligeramente superior al conjunto del resto de España,
por lo que durante los 150 años que van de 1790 a 1940 su peso demográfico en
España, creció en más de 2,5 puntos porcentuales (de 17,6% a 20,2%), sin
embargo el fuerte frenazo del crecimiento que se produjo durante los años 50 y
60 de este siglo,redujo el peso demográfico de Andalucía
en más de 3 puntos porcentuales (de un 20% en 1940 a un 17% en 1975).
Si nos fijamos en los efectivos de población andaluza y su peso sobre el total de la población
española, se aprecia fácilmente, como es la depresión finisecular y el
desarrollismo de 1950-75, los dos periodos en los que desciende la importancia
demográfica de Andalucía en el conjunto de España. A lo largo de los últimos
dos siglos, su peso demográfico ha fluctuado cercano al 20%, siendo el padrón
de 1975 el punto histórico más bajo con un 17%.
La
estructura de población por sexo y edad tiene en demografía una especial
relevancia, dado que ésta es tanto causa como efecto de los principales
fenómenos demográficos. La estructura por sexo y edad es por un lado el
resultado de los comportamientos históricos de la población: natalidad,
mortalidad y migraciones, pero por otro condiciona fuertemente los
comportamientos demográficos futuros de la población. La estructura de la
población es a la vez acumulación de la historia pasada y condicionante de la
futura. Dadas las profundas interrelaciones que existen entre dinámica y
estructura poblacional, los cambios en los comportamientos demográficos de la
población tienen un claro reflejo sobre la composición de la población por sexo
y edad.
Con
objeto de visualizar estos cambios de estructura se han representado conjuntamente las pirámides de población
correspondientes al 1 de enero de los años 1916, 1946 y 1976, separadas por
saltos de 30 años. Los cambios ocurridos en la estructura de la población en
los tres primeros cuartos del siglo que aquí estamos considerando son notorios
aunque no espectaculares. La estructura de población de 1916 es la de más amplia
base y de contornos más regulares, no se aprecian irregularidades manifiestas
en forma de significativas simas o picos en los perfiles de la pirámide, como
ocurre en las pirámides posteriores. Esta regularidad se puede explicar por la
inexistencia de crisis en el conjunto de Andalucía durante la segunda mitad del
XIX y primeros años del siglo XX de la envergadura de las que ocurrieron en el
siglo XX. Por otro lado la baja esperanza de vida de las generaciones que
componen esta pirámide determina periodos de renovación poblacional mucho más
rápidos que los actuales, por lo que las irregularidades producidas por los
altibajos en los efectivos generacionales, se difuminan mucho más rápidamente
que en las pirámides actuales.
Evolución de las pirámides de población en España (1950-2100)
https://www.youtube.com/watch?v=QwqiFQORbtg
La
pirámide de 1946 muestra claramente los signos de la guerra civil, en forma de
fuerte déficit de nacimientos en los años de la guerra, la llamativa
recuperación de 1940 y el posterior nuevo hundimiento en 1941 producido por las
crisis de producción agrícola de estos años. En comparación con la anterior,
muestra un claro estrechamiento de la base, producido por el fuerte déficit de
nacimientos. Por contra los efectivos de jóvenes de 10 a 25 años, relativamente
numerosos, corresponden a los nacidos en 1925-35, lo que refleja algunos hechos:
por un lado el mayor volumen de las generaciones nacidas durante los años 20,
fruto del aumento de la fecundidad en esta década y por otro lado refleja
también una mayor supervivencia de los niños nacidos a partir de estas fechas
gracias a las mejoras de salud pública durante estos años. Además estas
generaciones no participaron directamente en la guerra civil, por lo que
tampoco sufrieron pérdidas significativas debido al conflicto. Otro factor que
explica la mayor importancia relativa de los jóvenes en el año 46, es la
congelación de los movimientos migratorios durante el periodo de autarquía, que
mantuvo en Andalucía a muchos jóvenes que, en otras circunstancias, habrían
usado la válvula de escape de la migración para escapar de la pobreza.
La
forma de la pirámide de 1976 presenta ya claras deformaciones, producidas por
las grandes crisis del siglo y por los cambios en los comportamientos
reproductivos y migratorios de la población andaluza en el tercer cuarto del
siglo.
En
la pirámide de 1976 se aprecian bien las marcas del hundimiento de nacimientos
de 1936-39, junto con el caótico comportamiento de los años cuarenta, salpicado
de frecuentes crisis económicas. Igualmente se observa una profunda mella,
correspondiente a las generaciones masculinas nacidas durante los años diez,
esta sima está producida por la combinación de un déficit relativo de nacidos,
producido en los años 1915-19, años de la guerra europea y la gripe del 1918, y
por la sobremortalidad masculina de estas generaciones, que fueron las que más
directamente participaron en la guerra civil. También aparece un amplio déficit
de jóvenes de ambos sexos, correspondientes a las generaciones nacidas en los
años cuarenta y de los primeros cincuenta sin duda provocado por la fuerte
emigración andaluza de los años 60. No menos significativa es la aparición de
generaciones menguantes a partir de la generación de 1964, la generación más
numerosa del siglo nacida en Andalucía. La aparición temprana de generaciones
menguantes en esta época no se debe a un descenso de la fecundidad, aún no
producido en los años 70, sino a la reducción de los efectivos de mujeres en
edad fértil, debido a la fuerte emigración en las décadas anteriores de las
generaciones femeninas nacidas alrededor de los años cuarenta.
Comparación de la base de la pirámide de 1900 y la de 2007.
Mucho
menos llamativos son los cambios en la estructura de la población hasta 1975 si
los estudiamos en grandes grupos de edad. En los 100 años anteriores a 1975 no
se ha producido un cambio radical en el peso de los grandes grupos de edad de
la población andaluza. El porcentaje de población con 15 años o menos se reduce
muy lentamente, de un 33% a principio de siglo a un 32%, 70 años más tarde; la
población de 35 a 64 años prácticamente se mantiene en torno al 30% de la
población durante los 100 años anteriores a 1975. Más importante es sin embargo
el cambio del peso relativo de los jóvenes de 15 a 34 años, que reducen
rápidamente su importancia porcentual a partir de los años 60, fenómeno
evidentemente relacionado con la fuerte emigración juvenil de la época. También
es significativo el progresivo aumento de la proporción de personas mayores,
que duplican su peso porcentual en los cien años que preceden a 1975. El
incremento máximo se produce sobre todo a partir de 1950, siendo en esta época
fruto principalmente del aumento de la supervivencia de nuestros mayores.
Los
complejos cambios en los ritmos de crecimiento que ocurren desde finales del
siglo XIX hasta 1975, modifican de manera apreciable la distribución de la
población andaluza, desde un poblamiento relativamente más homogéneo y equilibrado
en el siglo XIX, hasta la aparición de un claro núcleo de concentración
espacial de la población en las provincias de Cádiz, Sevilla y Málaga en 1975.
A finales del siglo XIX, Huelva es la provincia más despoblada, con apenas el
5% de la población andaluza; las otras siete provincias tenían un peso
demográfico similar, en el rango del 10% al 15% de la población de Andalucía. Este equilibrio comienza claramente a
romperse a principio de siglo. Por un lado Almería estaba descolgándose ya
desde finales del XIX, perdiendo peso demográfico hasta alcanzar en 1930 el
nivel de Huelva con solo un 7% de la población andaluza. Por otro lado Sevilla,
va ganando peso de manera constante desde 1910 y distanciándose del resto de
las provincias pasando del 15% de la población andaluza en 1910 al 22% en 1975.
El resto de las provincias, con pequeños altibajos, mantiene su representación
demográfica de manera más estable en un rango del 11 al 15% hasta el censo de
1960.
A partir de este recuento y como consecuencia
de las diferencias en los flujos migratorios, aparecen dos comportamientos
diferenciados: uno el de las provincias de Cádiz y Málaga que ganan peso en el
conjunto regional y otro el de las provincias más interiores, Córdoba, Granada
y Jaén, que lo pierden rápidamente. En el recuento de 1975 aparecen dos
conjuntos provinciales claramente diferenciados, en lo que respecta a las
densidades poblacionales. Por un lado tres provincias (Cádiz, Málaga y Sevilla)
tienen densidades superiores a 100 habitantes por kilómetro cuadrado. Por el
otro, Granada, Córdoba, Jaén, Almería y Huelva fluctúan entre los 40 y 60
habitantes por kilómetro cuadrado.
Esta evolución de los pesos y densidades refleja los crecimientos diferenciales
de las diferentes provincias durante este periodo.
Hasta
la primera mitad del siglo sólo Almería, durante las décadas de los años 20 y
30 y Cádiz durante los años 30, habían tenido crecimientos negativos
significativos. En los años 50 y 60 los crecimientos negativos se hacen
habituales, primero en la provincia de Granada y Jaén en 1950 y en la década
siguiente también en la provincia de Córdoba. Almería y Huelva en esta misma
época crecen poco. Estas cinco provincias son las que más fuertemente
soportaron la sangría migratoria durante esta época. Por el contrario Cádiz,
Málaga y Sevilla mantienen crecimientos positivos y en algunos casos
significativamente importantes, como es el caso de Cádiz y Sevilla en los años
50 o Cádiz y Málaga a principio de los 70.
El crecimiento natural de la
población andaluza, como el de cualquier otra población, es el resultado de un
saldo entre una serie de flujos de entradas (nacimientos e inmigrantes) y de
salidas (defunciones y emigrantes). El saldo neto entre nacimientos y
defunciones se conoce como crecimiento natural o vegetativo y el balance entre
inmigraciones y emigraciones es el saldo o crecimiento migratorio. Así pues el
crecimiento total es la suma de dos tipos de crecimientos, el natural y el
migratorio. El análisis del primero se desarrolla a continuación. El estudio
del crecimiento natural para el último siglo, es una tarea relativamente
sencilla debido a la existencia de detalladas series estadísticas, con un
adecuado nivel de calidad y cobertura, contenidas, a partir de 1900, en una
publicación estadística anual denominada “Estadísticas del Movimiento Natural
de Población”.
Las cifras absolutas del
crecimiento natural que nos suministran para Andalucía estas estadísticas, se
han representado. Según las
estadísticas oficiales, el número absoluto de nacimientos en Andalucía ha sido
relativamente estable, en torno a los 130.000 nacimientos/año hasta 1920, año
en que se inicia una subida que se prolonga hasta mediados de los años 30.
Después de las crisis en dientes de sierra, producidas por la guerra y la
década de postguerra, a finales de los cincuenta, comienza otra fase ascendente
que eleva los nacimientos por encima de los 150.000 anuales en 1964, en
sintonía con lo que estaba pasando en el resto de España y con casi una década
de retraso con el comienzo del baby-boom en el resto de Europa, desde este año
el número de nacimientos en cifras absolutas desciende de nuevo por debajo de
los 130.000 a mediados de los 70.
Las defunciones tienen un
comportamiento más errático,con pronunciadas crisis como las de 1883,
1887, 1918, 1937, 1941 o 1946. Salvo en años de crisis, las defunciones
rondaban las 100 mil anuales a principio de siglo, lo cual producía un
crecimiento natural en torno a 40 mil nuevos andaluces por año durante este
periodo. Inmediatamente después de la gran crisis de mortalidad de 1918,
producida por la llamada gripe española, el número absoluto de defunciones
desciende de manera considerable hasta las aproximadamente 80 mil defunciones
anuales antes de la guerra civil. Una mayor reducción de la mortalidad en los
años 20, coincidiendo con un aumento del número de nacimientos provocará un
crecimiento vegetativo importante durante el decenio de 1920 y primera mitad de
los años 30 (en el año 1931 el crecimiento vegetativo supera incluso los 70 mil
andaluces por año).
La larga crisis de la
guerra y autarquía provoca un incremento considerable del número de defunciones.
Este incremento es errático durante todos los años 40, con muy frecuentes
crisis de mortalidad intercaladas entre años de mortalidad más razonable. El
comportamiento similarmente errático de la natalidad durante este mismo
periodo, responde sin duda a la misma causa de inestabilidad económica y social
que producen las frecuentes crisis de mortalidad de la época. Esta combinación
de comportamientos demográficos hunde el crecimiento vegetativo en los años en
torno al cambio de década. En 1941, coincidiendo con una grave crisis de
abastecimiento por la mala cosecha del año anterior, el crecimiento natural es
incluso negativo, como el del año de la gripe de 1918, situación que no se
había producido ni durante los años de la Guerra.
Desde finales de los años
40 el número de defunciones recupera su anterior tónica descendente, de manera
que a finales de los años 50 es inferior a las 50 mil defunciones anuales,
justo la mitad de las que existían a principio de siglo con una población que
sin embargo ha crecido más de un 50 por ciento en dicho periodo. Desde este
momento el número absoluto de defunciones se estabiliza, o incluso se
incrementa muy ligeramente, en valores levemente inferiores a las 50 mil
defunciones año. Esta relativa estabilización de las defunciones desde finales
de los 50, determina que desde esta fecha la evolución del crecimiento natural
se deba sobre todo a los cambios en el número de nacimientos. En el fuerte
incremento del crecimiento natural que comienza en Andalucía a principio de los
años cincuenta, la reducción de la mortalidad sólo interviene de manera
significativa en los primeros años de esa década y desde finales de los años 60
es el aumento del número de nacimientos prácticamente el único responsable.
El crecimiento natural en
valores absolutos es máximo en el año 1964, con más de 105 mil personas. Desde
este año evoluciona de manera descendente tal y como lo hace el número de
nacimientos. Así en el año 1975, el último del periodo que estamos analizando,
muestra aún un muy alto crecimiento natural de cerca de 80.000 nuevas personas
netas por año. La evolución de las tasas brutas, si bien es similar a la que hemos visto previamente con el número
absoluto de eventos, muestra significativas diferencias, siendo las principales
de ellas los cambios de tendencia entre una y otra representación. La
estabilidad del número absoluto de defunciones y nacimientos a principios de
siglo se convierte en una clara tendencia descendente de las tasas brutas de
mortalidad y natalidad. Incluso el incremento del número absoluto de
nacimientos en los años veinte y cincuenta, debe interpretarse como una
estabilización de la tendencia previa descendente, cuando se estudia utilizando
tasas brutas. El aumento del número absoluto de los nacimientos en torno a 1930
y 1965 se produce por la combinación de una estabilización de la tendencia
descendente de las tasas brutas y un aumento de la población femenina.
La mortalidad muestra
igualmente su tendencia descendente, más claramente con las tasas brutas que
con los valores absolutos, sin embargo hay que señalar que el descenso de las
tasas brutas de mortalidad, igual que ocurre con el número de defunciones, se
estabiliza en los años 60 en un valor en torno al 8‰, por lo que a partir de
esta fecha será la natalidad la que determine principalmente el crecimiento
natural de la población. El incremento del crecimiento natural en valores
relativos es más moderado que el crecimiento vegetativo en cifras absolutas,
encontrándose a principio de siglo en valores próximos al 10‰, alcanzando sus
puntos máximos en 1932 por encima del 15‰ y en 1964 con un 18‰.
En 1975 el crecimiento
natural en valores relativos era aun significativamente importante con un 12‰.
En resumen esta evolución zigzagueante del crecimiento natural de la población
andaluza hasta 1975, provocada por dramáticas crisis económicas y sociales,
indica que se ha producido una transición cortada por interrupciones, con
temporales pérdidas de la trayectoria, pero rápidamente retomada en cuanto la
situación socioeconómica se estabilizaba. En el año 1975, la evolución del
crecimiento natural indica que la transición demográfica parece claramente
encauzada hacia una pronta conclusión.
Los
comportamientos demográficos además de determinar directamente el crecimiento
de la población, tienen una profunda relación de retroalimentación con los
sistemas culturales y sociales, por los cuales están en último extremo
determinados y sobre los cuales, a su vez, ejercen una poderosa influencia. A
lo largo del siglo XX, en Andalucía, estos comportamientos se han modificado
radicalmente; en ningún otro siglo de la historia se ha producido un cambio de
igual magnitud. Este cambio, excepcional por su intensidad y por su rapidez, ha
tenido lugar pese a la existencia de graves y prolongadas crisis sociales y
económicas, que si bien han retrasado no han impedido lo que puede calificarse
de verdadera revolución demográfica, aunque sea habitual denominarla
transición. De todos los procesos ocurridos durante la transición demográfica,
sin duda, el descenso de la mortalidad es uno de los más trascendentales y el
que más ha influido sobre el complejo entramado ideológico, cultural y
económico de nuestra sociedad. Durante los primeros tres cuartos del siglo XX,
Andalucía sufrió una profunda transformación de su patrón epidemiológico de
mortalidad, desde una situación de predominio de las enfermedades
infecto-contagiosas, con altísima mortalidad en la infancia y en la juventud, a
otro con claro predominio de las enfermedades crónico-degenerativas, con
mortalidad fuertemente desplazada hacia edades avanzadas. El recorrido de
Andalucía en este trayecto, aunque con características propias, no ha sido muy
diferente al que han seguido otros países y regiones de su entorno: un aumento
continuo de la esperanza de vida, sólo interrumpida por ocasionales crisis
militares o socioeconómicas. Durante este periodo la esperanza de vida creció
más de 30 años, a un ritmo cercano al medio año por año calendario (41,6 años
en 1.911 y 72,8 año en 1.975). Este cambio radical en la mortalidad de la
población andaluza, ha tenido grandes repercusiones económicas, sociológicas y
culturales. La evolución de la mortalidad en Andalucía ha sido muy parecida a
la de España, y similar a la de otros muchos países europeos. Sin embargo, a
principios de siglo la esperanza de vida al nacer era en nuestra región
inferior, con la excepción de Portugal, a la de todos los países europeos que
hoy constituyen la Unión Europea. Era más baja que la que tenían otros países
mediterráneos muy próximos culturalmente y económicamente como Italia o Grecia,
y se situaba en el nivel que tenían países europeos más avanzados como Suecia,
Inglaterra o Francia hacia la mitad del siglo XIX.
En
Andalucía, las mujeres superaron los 50 años de esperanza de vida al nacer (lo
cual supone una pérdida de entre 20 a 25% de los efectivos iniciales de la
generación antes de los 20 años) alrededor de 1930, mientras que el promedio
para el conjunto de Europa fue el año 1903, más de 25 años antes. La esperanza
de vida en Andalucía a principios de siglo era casi tres años inferior a la del
resto de España. La diferencia, si bien posteriormente se acortó, se ha
mantenido a lo largo de todo este siglo. A pesar de esta mala situación de
partida, durante este siglo se han producido grandes ganancias de esperanza
vida, que han servido para recuperar el atraso histórico con relación al resto
de Europa, e incluso en años recientes se ha superado a la gran mayoría de
estos países. Esta recuperación, si bien acelerada no ha sido temporalmente
uniforme, sino que ha seguido una trayectoria relativamente caótica, alternando
periodos de vigorosa mejora con otros de hundimiento y con periodos de relativa
estabilidad. El aumento de la esperanza de vida a lo largo del siglo ha estado dominado por un número
relativamente reducido de claves: en la primera mitad del siglo, reflejan principalmente
la reducción de la mortalidad en los menores de 10 años. En los años cincuenta,
a la vez que sigue descendiendo la mortalidad de los más jóvenes, se producen
importantes mejoras en la mortalidad de los adultos jóvenes entre 20 y 54 años,
lo que redunda en un crecimiento elevado de la esperanza de vida. En los años
60 disminuye el ritmo al que crece este indicador, al reducirse los progresos
de la mortalidad infantil y juvenil. En la década siguiente, la de los años 70,
las ganancias vuelven a aparecer, al mejorar significativamente la mortalidad
de los mayores de 60 años, especialmente entre las mujeres. La evolución de la
esperanza de vida a los 50 y a los 65 años tiene menores y más constantes
pendientes de incremento que la de 0 y 15 años. Sin embargo, la existencia de
crisis de mortalidad, se aprecia mejor estudiando la evolución de la
expectativa a estas edades, que en la de al nacer.
En
base a las improntas que estas crisis dejan sobre las curvas de expectativa de
vida, es posible distinguir claramente además de la crisis de la gripe de 1918
y la guerra civil, la gravísima crisis de 1941, provocada por las pésimas
condiciones económicas de estos años, combinada con la mala cosecha de cereal
del año 1940 y otras dos de menor impacto en 1946 y 1957. A lo largo del siglo
se ha ido produciendo un creciente distanciamiento entre la esperanza de vida
de las mujeres y la de los hombres. A principios de siglo esta diferencia
rondaba los dos años y era ligeramente mayor en Andalucía, mientras que al final
del mismo es cercana a los 7 años y ligeramente más elevada en España. Por
último hay que remarcar la diferencia en esperanza de vida entre España y
Andalucía, si bien Andalucía mantiene durante la mayor parte del periodo
valores más bajos de esperanza de vida que los del conjunto de España, en la
primera mitad de los años 60 se produce un periodo de fuerte convergencia entre
los valores de este indicador.
Esta
convergencia es evidente tanto en los varones, como en las mujeres y desaparece
pronto, ya que en la segunda mitad de la década de los años 60, se separan de
nuevo las esperanzas de vida de España y Andalucía. La diferencia se incrementa
durante la década de los años setenta y se estabiliza durante los años 80. Si
bien el fenómeno resulta paradójico, la convergencia de los años 60 está
determinada por un patrón de mortalidad totalmente distinto del que determina
la divergencia que comienza en los años 70. La evolución de las tasas de
mortalidad por edad muestra que hasta las 10-14 años éstas siguen un orden
inverso a la edad, es decir las tasas de mortalidad de los más jóvenes son más
altas que las de los más mayores. El descenso relativo máximo no se ha
producido en la mortalidad infantil, sino en el grupo de 1 a 9 años.
La
mortalidad infantil era en 1975 el 8% del valor que tenía en 1911, pero la
mortalidad en los grupos de edad 1-4 y 5-9 había descendido aún más ,al 2% de
su nivel de principios de siglo, aunque en valores absolutos las mayores
ganancias seguían correspondiendo a la reducción de la mortalidad de menores de
un año. En la evolución de la mortalidad de los párvulos (de 1-4) es fácil
reconocer un primer periodo de fuerte descenso, en los años 1920-35, a
continuación un fuerte y prolongado bache que comenzó en la guerra civil y se
prolongó, con descensos moderados hasta la segunda mitad de los años 40. Desde
entonces hasta finales de los años 60 existe otra fase de descenso importante
prolongado, que se estabiliza a partir de 1970.
La
mortalidad infantil por el contrario tiene una tendencia más estable, de manera
que si exceptuamos los periodos de crisis, sólo podemos distinguir cuatro
etapas en su evolución. Una inicial de estabilidad, que dura hasta la crisis de
la gripe de 1918, una segunda en la que se produce un descenso que se mantiene
hasta el inicio de la guerra civil, una tercera que corresponde a la salida de
la crisis de mortalidad de la guerra y postguerra, más rápida en este grupo de
edad que en el resto, de modo que, desde mediados de los años 40 se observa una
disminución, que se prolonga hasta los años setenta, durante los cuales se
intensifica nuevamente el ritmo de descenso.
La
mortalidad en los jóvenes es relativamente baja en comparación con la
mortalidad infantil o de la vejez, lo que conlleva que sus cambios y
variaciones tengan un impacto sobre la esperanza de vida menor que los que
afectan a otros grupos que sufren una mortalidad más intensa. Sin embargo, la
menor repercusión sobre la esperanza de vida, no resta interés a este segmento
de la población, muy al contrario, la mortalidad a estas edades es
especialmente significativa, por la importante repercusión social, afectiva y
económica que una muerte a estas edades provoca. Si bien las fases de su
descenso son similares a las descritas anteriormente en los niños, hay
comportamientos diferentes: el descenso de los años cincuenta es mucho más
intenso en los jóvenes que en los niños, lo cual ocurre en parte porque el
descenso de los jóvenes en los años cincuenta es reactivo al estancamiento de
la década anterior.
El
fuerte descenso de la mortalidad por tuberculosis, la principal causa de muerte
en jóvenes en esta época, fue el motivo que más contribuyó a esta mejora. La
evolución a partir de los años sesenta es cualitativamente distinta en estos
grupos de edad, desde finales de los años cincuenta se observa una reducción
importante del ritmo de mejora, llegando en algunos grupos quinquenales
(varones de 20-25) incluso a la paralización del descenso, desde comienzos de
los años sesenta.
Una
de las características más significativas de la evolución de la mortalidad en
los jóvenes, es la marcada divergencia en la evolución de los dos sexos, que se
hace evidente desde principios de los años sesenta. Si bien hasta los años
treinta existía una sobremortalidad de las mujeres de 15 a 30 años, a partir de
los años sesenta se invierte claramente la situación, divergiendo la mortalidad
entre los sexos. La razón de esta divergencia es que el estancamiento de la
mejora de la mortalidad de los varones, que aparece en los años sesenta, no se
produce en las mujeres.
La
evolución del grupo de tasas quinquenales de 40 a 64 años, muestra un descenso
constante a lo largo del siglo, con la excepción de los periodos de crisis de
mortalidad, mucho más intensas y manifiestas en estos grupos. La disminución de
la mortalidad en los mayores de 60 años es constante desde principios de siglo,
únicamente interrumpida por ocasionales crisis. Este descenso es más acusado
entre los más jóvenes de este grupo y tiende, en los de más edad, a
transformarse en estabilidad.
La
evolución secular de los modelos provinciales de mortalidad en Andalucía es un
tema complejo, en parte por las dificultades metodológicas del estudio de la
mortalidad en áreas pequeñas. En las provincias, el error aleatorio es mucho
más importante y además distinto en cada unidad de análisis, dadas las
diferencias en el tamaño de sus poblaciones, en el periodo considerado, con
provincias de cerca de 1,5 millones como Sevilla y otras que no llegan al medio
millón. Con objeto de minimizar este problema, se debe recurrir a los
indicadores más estables, de baja varianza. Las esperanzas de vida al nacer y a
los 50 años cumplen relativamente bien estas condiciones, si se calculan con
datos plurianuales. En nuestro caso hemos optado por calcular periodos
trianuales, con objeto de asegurar que la estimación de las tasas específicas
por edad se base en un número suficiente de defunciones.
En
el caso de la esperanzas de vida al nacer, se aprecia una fuerte convergencia
entre las provincias, que culmina prácticamente en la década de los cincuenta y
es mucho más evidente en el caso de las mujeres. Desde los años sesenta, las
diferencias entre las esperanzas de vida provinciales fluctúan en una banda de
1,5 años como máximo en los hombres, mientras que a principios de siglo esta
banda era cercana a los 6 años. En el caso de la esperanza de vida al nacer en
el primer tercio del siglo aparecían con nitidez dos modelos espaciales: Jaén,
Cádiz y Sevilla formaban una zona de alta mortalidad, claramente diferenciada
del resto de Andalucía, sobre todo en el caso de los hombres. En los años
setenta este modelo se transforma y se torna más difuso. Ya no existen
diferencias provinciales en la mortalidad femenina y, en el caso de los
hombres, se agrupan Huelva, Sevilla, Cádiz y Málaga, con menor esperanza de
vida al nacer, frente a las provincias del noreste (Córdoba, Jaén, Granada y
Almería) de esperanzas de vida más alta. Con relación a la esperanzas de vida a
los 50 años, la evolución ha sido casi inversa. A principios de siglo no se
aprecian diferencias, pues la evolución de este indicador es irregular y
caótica. Sólo a partir de los años setenta, los desfases en las trayectorias
provinciales en la nueva fase de la transición epidemiológica, provocan
divergencias en la mortalidad de las edades avanzadas, los grupos más
favorecidos en esta etapa.
1.3La evolución de la
nupcialidad Malthus (1766-1834) fue el primero en plantear la importancia de la
nupcialidad como sistema de control del crecimiento de la población. Junto a
esto, el reciente interés de la demografía en la problemática de formación de
hogares y familias, ha subrayado el tema del matrimonio como un momento clave
del ciclo familiar, ya que este evento se suele asociar generalmente con la
formación de un nuevo núcleo familiar y con la disolución parcial de otros dos.
El
modelo de nupcialidad de España en conjunto se integra más en el modelo de
nupcialidad temprana, que en el de matrimonio tardío anglosajón, sin embargo la
variedad regional dentro de España de los modelos matrimoniales es muy notable.
En
concreto, Andalucía tiene además unos comportamientos nupciales bastante
diferenciados entre sus provincias, por lo que, si bien, con respecto al
conjunto de España su comportamiento medio no parece excesivamente diferente,
esta media esconde como veremos importantes diferencias intrarregionales.
La
nupcialidad de los solteros, evaluable mediante el indicador coyuntural de
primonupcialidad (ICN), se mantiene relativamente constante hasta 1930, con
fluctuaciones locales bastante pronunciadas. A partir de ese año, desciende bruscamente durante los primeros
años de la república y, a mediados de los años 30, Andalucía registra los
valores más bajos del siglo, en torno a 0,6 tanto para hombres, como para
mujeres. Después de la guerra civil, aumenta la nupcialidad hasta alcanzar un
máximo a principios de los años setenta, próximo a 1,2 en los hombres y a 1,1
en las mujeres. Desde mediados de los años cincuenta aparecen valores del ICN
superiores a 1, situación que se prolonga prácticamente durante 20 años. Dado
que no es factible que un soltero se pueda casar más de una vez, sólo podemos
considerar este largo periodo en el que el indicador coyuntural de
primonupcialidad se mantiene por encima de 1, como un periodo demográficamente
excepcional, en el que confluyeron dos fenómenos de signo contrario: por un
lado la recuperación del retraso de la nupcialidad de las generaciones mayores,
que no pudieron casarse en los años 40,y por otro lado el adelanto
de los matrimonios de las generaciones más jóvenes, que aprovecharon una
coyuntura socioeconómica excepcionalmente favorable a la temprana formación de
nuevos hogares. Prueba de lo anterior es la evolución de la edad media al
primer matrimonio durante estos años de fuerte nupcialidad. Los ICN superiores
a 1, que ya existían a mediados de los cincuenta, van asociados a edades medias
al matrimonio muy altas: más de 29 años para los hombres y cerca de 27 para las
mujeres, superiores a las que existían antes de la guerra civil (28 y 25 años
respectivamente).
Si
bien desde 1960 la edad media está claramente descendiendo, sólo a finales de
los sesenta se llega a edades medias al matrimonio similares a las de antes de
la guerra. La alta nupcialidad anterior agota la reserva de casaderos,
acentuando la reducción de la nupcialidad que comienza ya a detectarse en los
primeros años setenta, comienzo de la crisis de modelo económico de los años
del desarrollismo. No se aprecian, a lo largo del periodo, diferencias
importantes en la evolución de la intensidad de la nupcialidad en Andalucía en
relación al conjunto de España. Tal y como se aprecia la evolución de la intensidad
sigue tanto en España como en Andalucía las grandes tendencias que hemos
marcado.
Hasta
principios de la década de los cincuenta los niveles de nupcialidad de
Andalucía son claramente inferiores a los del conjunto de España, mientras que
el periodo posterior, que se prolonga hasta los tiempos actuales, la
nupcialidad es en Andalucía claramente superior a la de España. Hay que señalar
que el comienzo de la fuerte emigración andaluza a principios de los cincuenta
coincide con la inversión de las diferencias en la intensidad de la
nupcialidad. La emigración provoca una escasez relativa de personas jóvenes, en
edad de casarse, altera el equilibrio del mercado matrimonial y afecto por esa
vía a los indicadores coyunturales.
La
edad al matrimonio de las parejas no está estrictamente relacionada con la
intensidad de la nupcialidad, ya que es posible, al menos en teoría, una gran
cantidad de combinaciones de regímenes nupciales. Pero lo cierto es que
históricamente ha existido una clara asociación entre edad media tardía al
matrimonio y alto porcentaje de celibato definitivo y a la inversa, edad media
temprana al matrimonio y soltería definitiva casi inexistente. Esto se debe,
razonablemente, a que la regulación social de la edad para el matrimonio ha
desempeñado, al menos en la sociedad occidental, un papel clave en los mecanismos
de regulación de la población en el pasado. Al fin y al cabo este método de “contención
moral” era la alternativa propuesta por Malthus de control de la población para
evitar el “freno preventivo” ejercido por la propia naturaleza, por medio de
epidemias, guerras u otras catástrofes.
En
una sociedad donde no se practique ninguna forma de anticoncepción y donde los
nacimientos fuera del matrimonio no existan, la edad al matrimonio de la mujer
es el principal predictor de los niveles de fecundidad de la población, dado
que determina directamente el periodo efectivo de fertilidad de las mujeres.
Aun en el caso de sociedades que no cumplan estrictamente estos dos criterios,
la edad media al matrimonio sigue teniendo un gran interés para comprender los
niveles y los modelos de fecundidad. Una manera de resumir la compleja serie de
información que está relacionada con el calendario es la utilización del
indicador transversal “edad media al primer matrimonio”. Este indicador, que
resume en gran medida la información de las tasas por edad de la
primonupcialidad en un año dado, se ha representado junto al indicador
coyuntural de primonupcialidad (ICN) .
La característica más llamativa de su evolución es su gran estabilidad, sobre
todo si lo comparamos con la evolución de ICN, sometido a continuas y
frecuentes inflexiones relacionadas con crisis o fluctuaciones económicas
coyunturales. Este hecho refleja la estabilidad estructural de los
comportamientos nupciales. A pesar de su estabilidad la evolución a largo plazo
de la edad media sigue una lenta pero constante trayectoria, fruto sin duda de
los cambios estructurales de los comportamientos nupciales.
Hasta
los primeros años treinta, la edad media al matrimonio es estable y alta,
incluso para un patrón europeo (28 años en los hombres y 25 años en las
mujeres). La Guerra Civil supuso sin duda una profunda alteración de los planes
nupciales de los andaluces, afectados por la movilización y el largo conflicto,
sin contar con que las pérdidas de vidas y el exilio impidieron para siempre la
realización de muchos de ellos. El fuerte pico de matrimonios de 1940 fue sin
duda producido por la desmovilización tras tres años de guerra, que permitió
que se realizaran muchos de los matrimonios aplazados por el conflicto. Sin
embargo, los cambios en los comportamientos nupciales fueron más importantes
que un simple reajuste para compensar el tiempo perdido. La edad media al
matrimonio creció bruscamente cerca del año y medio en los varones y un poco
más de un año en el caso de las mujeres.
En
los años cuarenta, la nupcialidad se ve muy afectada por las alteraciones del
mercado matrimonial, provocadas por los desequilibrios entre los efectivos de
hombres y mujeres en edad de casarse. A mediados de los años cincuenta comienza
el paulatino descenso de la edad media al matrimonio, por una parte como
consecuencia de la disminución de la nupcialidad de los varones mayores de 30
años y de las mujeres mayores de 25, resultado sin duda del agotamiento de la
reserva de solteros que han producido los años anteriores de alta nupcialidad,
y por otra parte, coincidiendo con el fenómeno anterior, la nupcialidad de los
grupos más jóvenes comienza a aumentar. La edad media sigue disminuyendo a lo
largo de los años sesenta.
En
la modificación de los patrones de nupcialidad de los años cincuenta y sesenta
confluyeron sin duda dos circunstancias: una demográfica relacionada con las
variaciones de los efectivos respectivos de hombres y mujeres en edad de
matrimonio, que propiciaba un aumento de la nupcialidad y otra socioeconómica
muy favorable, tras la salida del largo túnel de la autarquía, con una etapa de
pleno empleo y fuerte desarrollo industrial en los años sesenta. El cambio
producido a mediados de los setenta, con disminución de la nupcialidad primero
y retraso de la edad media al matrimonio, un poco después, es el resultado de
la confluencia de un doble agotamiento, el demográfico y el económico (la
crisis económica de los 70).
El
análisis de la nupcialidad en las provincias lleva a plantearnos si existe
realmente un modelo de nupcialidad andaluz, ya que las diferencias entre
provincias son muy marcadas, superiores a las que separan a Andalucía del resto
de España. En realidad, la nupcialidad en Andalucía es un promedio de dos modelos
muy diferenciados. Donde más claramente se vislumbran estas diferencias es en la
evolución de la edad media a la nupcialidad. La evolución global de la edad media sigue en todas las
provincias andaluzas la trayectoria general que hemos descrito en el apartado
anterior: estabilidad antes de la guerra, bruscos crecimientos en la posguerra,
inflexión del crecimiento a finales de los cincuenta seguido de un rápido
descenso hasta 1980.
Sin
embargo, y sobre todo en el caso de las mujeres, Huelva, Sevilla y Cádiz forman
un grupo de provincias en las que la edad media al matrimonio es tardía y
Almería, Granada y Jaén, forman otro grupo caracterizado por edades medias al
matrimonio muy jóvenes. En Málaga y Córdoba existe un patrón intermedio que al
final del siglo se escora más claramente al modelo occidental. Almería es la provincia con un modelo
nupcial más claramente diferenciado.
En Andalucía a principios
de siglo el indicador coyuntural de fecundidad (ICF) alcanzaba valores claramente superiores a 4 hijos por mujer y en el año 1975 aún
mantenía valores muy altos de 3,2 hijos por mujer. Sin embargo, como veremos a
continuación, la evolución de la fecundidad en Andalucía ofrecía ya en estas
fechas gran parte de las claves de lo que sería uno de los fenómenos más
llamativos de la evolución demográfica andaluza en este siglo: el rápido
hundimiento de la fecundidad en la segunda parte de los años setenta. Desde una
perspectiva del largo plazo, el descenso de la fecundidad está fuertemente
conectado con la disminución de la mortalidad que le ha precedido en épocas
anteriores.
En Andalucía, aun en 1910, la
probabilidad de que un recién nacido llegara a celebrar su décimo cumpleaños,
no llegaba al 60%, es decir, dos de cada cinco nacidos morían antes de cumplir
dicha edad. Una familia andaluza de principios de siglo que quisiera asegurar
con un 99% de confianza que al menos uno de sus hijos llegara a cumplir los 10
años, precisaba engendrar unos 5 hijos,
mientras que con los niveles de mortalidad de la actualidad tal nivel de
confianza se obtiene con solo 1,02 nacidos.
La estrategia reproductiva
de tipo extensivo, producir muchos niños para asegurar que al menos unos pocos
lleguen a adultos, era racional, aunque esta estrategia limitara las posibilidades
de inversión en atención y educación en cada uno de los hijos. La fuerte bajada
en la mortalidad que ha ocurrido en este siglo en Andalucía ha jugado un papel
clave en la aparición de un nuevo modelo reproductivo, además, paralelamente y
en mutua interrelación se han producido substanciales cambios culturales y
socioeconómicos. En un apartado anterior se ha mostrado con detalle la evolución secular de la
natalidad, la cual es función tanto de los cambios en los comportamientos
reproductivos (intensidad y calendario) como del tamaño y la estructura de la
población. En el análisis de los cambios en los comportamientos reproductivos
usaremos dos indicadores transversales que eliminan los efectos de tamaño y
estructura: el ICF y la edad media a la maternidad.
En la evolución secular hasta 1975 de estos dos
indicadores para Andalucía y España se aprecian claramente las diferentes e irregulares
fases del descenso de la fecundidad en este periodo. La evolución del ICF
muestra que prácticamente durante todo este periodo ha existido una tendencia
estructural descendente, aunque con periodos de grandes y dramáticas
oscilaciones reactivas. Sólo el decenio que va de 1954 a 1964 constituye un
periodo de crecimiento continuado de la fecundidad en Andalucía. Si bien
existen otros periodos cortos de crecimiento del ICF, como en los años
cuarenta, éstos son irregulares, de corta duración y reactivos a un hundimiento
de la fecundidad en los años anteriores, como consecuencia de las alteraciones
del calendario reproductivo de las familias. Un periodo de crecimiento de la
fecundidad, corto pero no tan irregular como el de los años 40 se produjo en
Andalucía, durante los primeros años de la década de 1920. Si bien
originalmente el crecimiento del ICF, en este periodo, parece reactivo a la
crisis ocasionada por la guerra europea y por la gripe de 1918, los altos
niveles de fecundidad se prolongan desde los primeros años veinte hasta 1926.
El ICF retoma su descenso a partir de la pequeña crisis demográfica de 1927.
Durante la república, en
1934, comienza un periodo de muy fuerte descenso de la fecundidad, asociado con
la fuerte bajada de la nupcialidad que se produjo a partir de 1931. Tras el esperable desplome de la
fecundidad en los años de guerra, tanto por la separación física de las parejas
como por la incertidumbre y malas condiciones de vida, los años 40 fueron años
de extraño comportamiento de la fecundidad.
La extraordinaria recuperación
del año 1940 ha dejado una imborrable huella sobre todas las pirámides
posteriores de la población andaluza. Durante prácticamente toda la década de
los 40 la fecundidad tuvo un comportamiento fuertemente oscilante con años de
crisis y otros de fuertes recuperación en coincidencia con las inestables
condiciones socioeconómicas que se vivieron en estos años en Andalucía. Otra
importante caída de la fecundidad se produjo en 1946 asociada a otro mal año
agrícola en 1945 y al régimen autárquico, internacionalmente aún más aislado.
Las fuertes oscilaciones de la fecundidad de estos años reflejan un potencial
de fecundidad alto, producido por las abundantes generaciones de mujeres en
edad de tener hijos, pero con planes familiares retrasados por la inestable
situación socioeconómica de la época. La recuperación de la fecundidad que
potencialmente estaba presente en los años cuarenta comienza claramente a
expresarse en los primeros años cincuenta, coincidiendo con la desaparición del
aislamiento internacional y con unas tímidas reformas en el régimen económico
anterior. En el año 1950 el ICF de Andalucía es de 2,73, el valor más bajo de
este periodo, si exceptuamos los años excepcionales de la guerra. En 1964, el
ICF había subido hasta un valor de 3,55.
Este prolongado periodo de
crecimiento de la fecundidad se produce en Andalucía con la misma cronología
que en el conjunto de España, con un comienzo ligeramente retrasado con
relación a la mayoría de los países de nuestro entorno europeo, cuya fecundidad
crece ya a finales de los cuarenta, muy rápidamente tras la salida de la
segunda guerra mundial. Al contrario que en el anterior caso, su punto más alto
del ciclo se alcanza en 1964 y lo hace en sincronía con todos los países
europeos de nuestro entorno.
A partir de 1964, en
Andalucía comienza un periodo de lento descenso de la fecundidad de manera que
en 1975 el ICF se encontraba aún alto, 3,19. Este descenso en Andalucía se
produce en sincronía con la mayoría de los países Europeos, sin embargo en la
mayoría de éstos, el descenso es mucho más rápido e intenso. Las razones de la
existencia de este largo periodo de alta fecundidad, que se prolongará durante
más de 20 años, hay que buscarlas en la coincidencia de varios procesos. Por un
lado la existencia de un potencial de fecundidad no realizado compuesto por las
cohortes que debido a las circunstancias excepcionales de la guerra civil y la
posguerra, en algunos casos más dura, tuvieron que retrasar sus planes
nupciales y familiares a la espera de una coyuntura más favorable. Tal
coyuntura más favorable se inicia en los años cincuenta, cuando tímidamente se
abandona la política económica autárquica y muchos de los presupuestos
ideológicos que la sustentaban.
El largo periodo de crecimiento y relativa
estabilidad que durante esta época se producen posibilitarán que por un lado
las cohortes más antiguas completen en esta época sus planes familiares y por
otro que las cohortes más jóvenes, dada las mayores oportunidades de obtener
empleo y conseguir vivienda, comiencen antes su ciclo familiar con un
matrimonio y una maternidad más precoces. En 1975 a pesar de que la fecundidad
lleva más de 10 años de lento descenso, sus valores son aún muy altos, los más
altos de España y también entre los más elevados de Europa. Sin embargo, en
estas fechas hay señales que presagiaban el hundimiento de la fecundidad que
ocurriría en la segunda mitad de los años setenta.
Gráfico con la tasa de mortalidad infantil y la tasa bruta de mortalidad en España entre 1975 y el año 2017.
Desde el comienzo del ciclo
de crecimiento de la fecundidad a principios de los cincuenta, la edad media a
la maternidad está descendiendo de manera muy importante, incluso se acelera en
el decenio 1965-75. Si en 1955 la edad media a la maternidad era de 30,6 años,
diez años más tarde ha descendido en 0,3 años, pero cuando más intensamente
descenderá será en los siguientes diez años, alcanzando los 29,3 años, casi un
año menos que diez años atrás. Este fuerte descenso se produce tanto por el
descenso de la fecundidad de las mujeres mayores y por una reducción de los
nacimientos de orden superior, como por el adelanto del nacimiento del primer
hijo. Aunque no tengamos información sobre el orden de los nacimientos para el
periodo anterior a 1975, podemos inferir que durante esta época la edad media
al nacimiento del primer hijo estaba descendiendo considerablemente dada la rápida
disminución de la edad media al matrimonio de las mujeres. Así pues la alta fecundidad de los
años cincuenta y sesenta se debe a la vez al retraso anterior, que ahora se
recupera, de los planes familiares de las cohortes más antiguas y al adelanto
de las más jóvenes, propiciado por una situación económica de crecimiento
excepcional que favorecía la rápida realización de estos planes. Esta fuerte
concentración temporal de los planes familiares lleva en sí la semilla de un
próximo descenso de los indicadores coyunturales de fecundidad: dado que el
adelanto de estos planes, principal responsable del mantenimiento de los altos
niveles de fecundidad en la primera parte de los setenta, no puede continuar
durante mucho tiempo.
Igual que no se puede
hablar de un único modelo andaluz de nupcialidad, tampoco existe un modelo
único de fecundidad, hay diferencias intrarregionales según evolución por provincias. No es posible identificar un modelo único de
evolución, que las provincias hubieran seguido con desfases temporales. Sí
existen, sin embargo, algunas similitudes en las evoluciones y bastantes
características históricas muy particulares. Sevilla y Málaga son las
provincias que registran una evolución más parecida, con valores del ICF
sistemáticamente por debajo de la media regional y con cierta sincronía en los
ritmos y tiempo de cambio de tendencias de este indicador. La baja fecundidad
de estas provincias podría estar en relación con un mayor grado de urbanización
y desarrollo económico. Sin embargo, Huelva es la que mantiene durante toda la
época los niveles de ICF más bajos de Andalucía. Por el contrario, en el otro extremo
de Andalucía, Almería, una provincia que se está despoblando por una fuerte
emigración durante casi todo el siglo, mantiene niveles muy altos de fecundidad
y tiene, con diferencia, las edades medias a la maternidad más bajas, cerca de
un año menos que la media andaluza. Córdoba es la provincia en la que se
observan las edades medias más altas y diferenciadas del resto de las
provincias, sin embargo el ICF evoluciona con cronología y niveles similares a
los de Granada y Jaén. Por último Cádiz tiene una alta fecundidad pero con
frecuentes y extrañas oscilaciones a lo largo del siglo. Un hecho notable en la evolución de las provincias
es que el suave descenso de la fecundidad que se produjo en el conjunto de
Andalucía después de 1964, no se produjo ni en Málaga ni en Sevilla, las dos
provincias que han tenido históricamente fecundidad más baja que el resto de
las provincias, esta evolución dispar de estas dos provincias hace que tengan
los ICF más altos en torno a 1975.