PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

domingo, 14 de octubre de 2018

LA ÚLTIMA GRAN PLAGA DE LANGOSTA ENTRE LOS AÑOS 1.900 Y 1.903 EN LA PROVINCIA DE JAÉN


DE LAHIGUERA NO TENEMOS DATOS PERO NECESARIAMENTE TUVO QUE SUFRIRLA AL ESTAR PRESUPUESTADOS GASTOS PARA SU EXTINCIÓN EN ANDÚJAR Y ARJONA.

Las plagas de langosta africana han venido secularmente asolando los campos de Andalucía a lo largo de la historia. Aunque a lo largo de nuestra ya larga existencia hemos sido testigos de plagas de langosta en los años de nuestra juventud, las dimensiones de las plagas que pudimos contemplar eran muy reducidas comparadas con esta plaga de entre 1900 y 1903, que podríamos decir que cerraba el ciclo histórico de las grandes plagas en la España peninsular, en las que la langosta ejerció un predominio claro entre las plagas agrícolas que tenían que soportar los agricultores, y eran causa directa de hambres por la pérdida de las cosechas.

Los agricultores pecheros de Lahiguera en la Edad Media, además de las cargas que tenían que soportar por lo numerosos impuestos, sufrían de otros avatares llenos de dificultades y problemas…, era su pelea diaria con el cultivo de la tierra y la inestabilidad caprichosa de la atmósfera que daba irregularidad a las lluvias, a veces muy copiosas, junto a periodos de sequías; y, por si esto fuera poco, a esta lucha diaria habría que añadir la presencia de las plagas de langosta africana en nuestras tierras, sobre cuya existencia conocemos de la lucha encarnizada con esas nubes de insectos que dejaban los campos sin vegetación alguna, lo cual ocasionaba no solamente la pérdida de las cosechas, sino la pérdida del ganado, que moría de hambre en los campos devastados. 
Campesino envuelto en un enjambre de langostas.

La absoluta dependencia del campesino de los fenómenos de la naturaleza para la producción agrícola hacía que la falta o el exceso de lluvia diesen al traste con la cosecha y malograsen los trabajos y esfuerzos continuados del labrador, a lo largo de todo un año. Las inclemencias de la meteorología, la inoportunidad de la lluvia, la acción destructora del pedrisco y la devastadora actividad de los insectos sobre las plantas contribuían a que el trabajo de los agricultores se convirtiera en un afán de vida un tanto estresante, arriesgado y mal gratificado.
Los efectos que producía la langosta en nuestros campos eran terroríficos, pues se pasaba de poseer un trigal con un desarrollo excelente por una climatología benigna en lluvias y temperaturas, a pasar a tener un campo desolado por el paso de la langosta por los sembrados, que debido a su gran magnitud dejaban tras su alimentación lo que era un pequeño vergel verde, convertido en un erial. Con estas consecuencias era fácil pensar los efectos que producía la langosta en la economía de los trabajadores del campo, en su dinámica de vida con todas sus esperanzas de recogida de los frutos de la siembra frustrados por las plagas. Era un mundo frágil en sus economías, donde cualquier mala cosecha podía alterar seriamente el equilibrio demográfico de las familias, y alterar sus vidas y sus mentes ante la llegada de la langosta, que aun desequilibraba más su esperanza de vida ante tanto infortunio.
Hembra de langosta migratoria.
Cría de langosta en la fase de ninfa de la locusta migratoria.
La historia de los hombres de los pueblos mediterráneos está llena de referencias a las grandes plagas que asolaban los campos, el clima y la vecindad de África influían en ello. Los desastres que provocaban las plagas de langosta fueron constantes e intermitentes a lo largo de la antigüedad en toda la cuenca del mar Mediterráneo, de hecho tenemos referencias en la Biblia, en la Historia Natural de Plinio, San Jerónimo, Gregorio de Tours, etc. Las plagas están asociadas a la humanidad desde sus orígenes, recordemos del Éxodo la plaga de langosta de Egipto refiriéndonos a la plaga que Yahvé envió a los egipcios para castigarlos, o como en el Apocalipsis se describe el tétrico protagonismo que, llegado el juicio final, adquirirán las langostas transmutadas en escorpiones tras escucharse la trompeta del quinto ángel, pasajes bíblicos que  contribuyeron, junto con otros testimonios, a alimentar ese terror aludido al asociar las gentes su irrupción sobre los campos al deseo divino de corregir con extrema dureza las conductas de los hombres (1). 
Adulto de la langosta en la fase solitaria.
En época medieval aparece la figura de San Gregorio Ostiense, que llegará a convertirse en el gran intercesor ante Dios para los cristianos de su tiempo, ante el peligro de la invasiones de las plagas de langosta, desplazando en la fe popular a otros santos como San Agustín y San Marcos, que con anterioridad habían aglutinado fama de mediadores ante Dios en las desgracias de las plagas de insectos. En estos siglos las reliquias de los santos eran la fuerza sobrenatural que podía ayudar a solucionar sus males, a través de la veneración de las reliquias de estos santos, que como un talismán se practicó durante la edad moderna y contemporánea contra la invasión de insectos en los campos; insectos que acababan con sus cosechas y naturalmente traían como consecuencia hambres en la población. Se tenía la creencia de atribuirle concesiones milagrosas al agua que era pasada por las reliquias del santo Gregorio de Tours. El hombre en general se agarraba a su fe para solucionar el problema acuciante de ver sus campos repletos de langostas, que dejaban los sembrados de cereales y legumbres improductivos que con tantas esperanzas se habían sembrado en su ciclo anual.
Adulto en la fase gregaria.
Esta gran plaga de langosta de entre los años 1900 y 1903 por su importancia dio lugar a una seria preocupación por parte de los poderes políticos y religiosos para combatirla a través de diversas legislaciones y rogativas cristianas, así como también dando lugar a exorcismos y conjuros, para lo menos creyentes.
El tipo de langosta que producía nuestras plagas era la “Dociostaurus maroccanus” o langosta marroquí que prácticamente se había convertido en especie autóctona por su desarrollo durante siglos en nuestro territorio peninsular e islas Canarias.

Plaga de langostas, imágenes de las plagas de langostas más grandes del mundo



Invasión de Langostas - África Occidental
Ante tan gran problemática para nuestros campos proliferaron multitud de publicaciones, para ilustrar a la gente sobre la solución de un problema tan trascendental para la economía y la vida de la gente. Asso publicó tratados sobre la langosta, y fueron populares también los de Jiménez Patón, Iván de Quiñones y la titulada La vida de la langosta de Isidro Benito Aguado y el Proyecto de Medidas de Extinción de la Langosta de la Sociedad Económica Matritense, al igual que La Langosta de Antonio Salido.
Haciendo un poco de historia podemos decir que los métodos de extinción de la langosta fueron muy rudimentarios hasta el final del siglo XIX, utilizándose sobre todo el arado de las tierras en la época de aovación del insecto, el simple aplastamiento de los insectos en su periodo de crecimiento mediante rulos, ganados o pisones y el posterior barrido del insecto y su enterramiento en zanjas. También se utilizaron piaras de cerdos y de otros animales en las zonas de fincas infectadas por la langosta para que les sirviesen de alimento; así como el uso de zurriagos, buitrones, garapitas y otros instrumentos ideados para tal fin. 
A partir del año 1886 comenzó a utilizarse el combustible de la gasolina como líquido inflamable para los trabajos de extinción de la langosta, pero su uso era muy reducido, y no se llegó a utilizar su uso de forma generalizada hasta años después, en que se convirtió en una eficaz herramienta en la lucha contra las plagas.
Fases de desarrollo de la langosta según Jacobus C. Faure, 1932.
Tristes fueron los años finales de la década de 1890 en nuestra villa, con una serie de años de sequía y malas cosechas, que también continuaron en los primeros años del siglo XX. En la provincia de Jaén y en otras muchas provincias españolas empieza el siglo con una nueva plaga de langosta, que unida a las circunstancias de sequía ponen en mayor brete a los propietarios de nuestros campos, y a los trabajadores que vivían del trabajo que el cultivo y las labores de mantenimiento de los campos ajenos les proporcionaban.
En España, durante todo el siglo XIX y buena parte del pasado siglo XX, el marco de las relaciones laborales en el campo estuvo definido por pervivencia de una agricultura tradicional ligada a los dos polos de la estructura de la propiedad de la tierra; esta propiedad estaba caracterizada por la existencia de una minoría de grandes propietarios y una gran masa de pequeños propietarios proletarizados. Los campesinos sin tierras veían frenado su acceso a la propiedad de la tierra por la rigidez del mercado y la falta  de medios económicos, que le posibilitaran la adquisición de algún terreno propio que trabajar. Si no podían acceder a la propiedad, la otra posibilidad o camino para trabajar en tierras bajo su posesión era la del arrendamiento de tierras de otros propietarios a cambio de una cantidad de dinero estipulada o pago en especie. De esta forma se convertían los arrendadores en un plazo de tiempo más o menos largo, en unos propietarios de sus producciones agrícolas durante el plazo del arrendamiento.
Mapa de la Tierra con las zonas amenazadas por la langosta.
Las prácticas de las labores agrícolas eran arcaicas y ligadas al monocultivo de los cereales y algunas leguminosas, reservando el olivo para sólo algunas explotaciones en lugares de difícil cultivo hasta el siglo XIX, en que tras la desamortizaciones y la perdida de los terrenos comunales y de propios de los ayuntamientos, se inició una plantación masiva del olivar en nuestra villa, provincia y por toda Andalucía. La desaparición de las tierras comunales significó un duro golpe para la economía familiar de los más desfavorecidos y originó un elevado número de conflictos en el campo. El político Joaquín Costa, radical defensor del comunalismo campesino, afirmó que “Esos bienes comunales eran “el pan del pobre”, su mina, su fondo de reserva, diríamos el Banco de España de las clases desvalidas y trabajadoras; y la desamortización, por la forma en que se dispuso, ha sido el asalto de las clases gobernantes a ese banco sin que los padres (se refiere a los políticos como padres de la patria) hubiesen dado ejemplo ni motivo” (2).
Una buena explicación de lo dicho por Costa la facilita el texto que a continuación reproducimos donde se expresa de forma bastante explícita la raíz del problema. El texto dice así: Cuando yo tenía dieciséis años, aún había “dehesas boyales” (tierras de labor), tierras comunales. El pobre podía sembrarlas, sacaba de allí la leña y las retamas, recogía esparto o incluso a veces carbón y cisco. Podía también cazar perdices o liebres y cualquier otro animal. De tal suerte que aunque conociese la pobreza no sabía que era pasar hambre. Hoy en día todas estas tierras se han convertido en dominios privados, y el pobre, si no tiene trabajo, se muere de hambre, y si se apropia de algo que no es suyo va a la cárcel…” (3).
Zonas de procedencia de la langosta africana.
En relación con la distribución del suelo entre los campesinos y el régimen de propiedad, aclarar, que eran consecuencia lógica de la baja remuneración del trabajo agrícola y del paro estacional a que se avocaba este trabajo, por la propia estacionalidad del ciclo productivo de los sembrados y cultivos, y sobre todo porque la gran mayoría de la población campesina, tanto de jornaleros como de los pequeños propietarios y los mismos arrendatarios, se veían obligados a contratarse como asalariados en los momentos en que las tierras propias que cultivaban, no exigían perentoriamente su presencia en sus cultivos (4).
El trabajo de la mayoría de los obreros agrícolas dependía en esos ciclos estacionales de las faenas, que los mayores propietarios de tierras necesitaban realizar, y del volumen de la oferta de mano de obra para realizar esos jornales, no olvidemos que en Andalucía siempre ha existido un fuerte paro estructural, endémico, por razones económicas y demográficas (5).
La población campesina alternaba las dos formas de trabajo que se daban en nuestra campiña, con la utilización de braceros tanto para las faenas de siega en los meses de julio y agosto de los hombres (incluso venían a nuestra villa segadores de otras partes de la provincia y de otras provincias de Andalucía y de Castilla) y el espigar y rebusca de garbanzos para las mujeres y niños de mayor edad, como el otro trabajo anual de la recolección de la aceituna, que casi siempre se iniciaba a primeros de diciembre, tradicionalmente a partir del día ocho, fiesta de la Inmaculada Concepción de María y se prolongaba hasta finales de febrero y principios del mes de marzo, dependiendo como suele ocurrir siempre de las condiciones meteorológicas a lo largo de la recolección y de la mayor o menor amplitud de la cosecha. A este trabajo de recolección asistía toda la familia, hombres, mujeres y algunos niños para la limpia de la aceituna con remuneraciones muy desiguales. La rebusca posterior a la recogida de la aceituna que había quedado en el campo empleaba a la familia uno o dos meses más. Era una labor que los propietarios aceptaban de mala gana, pero que los jornaleros y familia consideraban como un derecho adquirido, impuesto por la fuerza de las costumbres, aunque en muchas ocasiones los hombres se dedicaban a otras faenas y la rebusca quedaba en manos de las mujeres y los niños mayores. Con alguna frecuencia los rebuscadores eran motivo de conflictos, porque penetraban en las fincas antes que terminase las faenas de recolección, o porque alguno tenía la idea de dejar aceituna sin coger en su totalidad o escondida para recogerla cuando se diera la autorización de la rebusca.
Langostas Dociostaurus maroccanus (Thumberg).
Volviendo al tema que nos ocupa ahora, añadir que una vez más en nuestra historia comenzó a extenderse por la provincia tan terrible insecto de la langosta, que por su magnitud traería consecuencias funestas para los sembrados de los campos, que subsistían en esa fase de años de sequias.
Desde principios de este siglo que comenzaba, la legislación sobre la protección contra la plaga de la langosta fue abundante, ordenándose la disposición de la constitución de una Junta Provincial de Extinción de la plaga y la relación estadística de los terrenos incluidos dentro de la lucha contra la plaga en cada uno de los municipios, a través de la información requerida a cada una de las Juntas Locales de extinción de plaga en cada localidad. El Coordinador de la Junta Provincial de la lucha contra la langosta era el Ingeniero Agrónomo Jefe provincial, que debería elevar con los datos recogidos en la provincia  un informe memoria cada año al Ministerio de Fomento.

Cada año mientras persistiera la plaga se hacía especial hincapié en preparar una activa campaña de lucha contra la plaga que a través de las Reales Órdenes que a través de esos tres años consecutivos se fueron promulgando, a saber: las Reales Ordenes de 8 de junio del año 1900, en la Orden del 19 de septiembre de 1901, en la de fecha 3 de febrero  de 1902, y en las Órdenes de 7 de enero, de 15 y 28 de julio y de la de fecha 28 de octubre de 1903. En ellas se hacía presión legal para que en cada municipio se preparase la campaña de lucha contra la langosta, que empezaba a desarrollarse en invierno y se practicaba en la primavera y en el otoño.
Cielo cubierto de langostas cerca de Kaedi en Mauritania.

Las cabras huyen de la invasión de langostas cerca de Kaedi en Mauritania.

Un mauritano observa al sur de Mauritania cerca de Kaedi la nube de langosta que invade su país.
Ante la problemáticas que iban llegando de los concejos de las diferentes poblaciones de Jaén, la Diputación Provincial se reunió el día 3 de abril de 1900 para tratar tan preocupante y alarmante asunto entre toda la población. El Gobernador Civil se dirigió al Ministro de la Gobernación pidiendo auxilio para su extinción de la plaga y la petición de auxilio fue contestada con una negativa por estar agotado el capítulo que dicho ministerio había presupuestado para ayuda en caso de calamidades. Ante esta respuesta y la situación acuciante de los agricultores, que veían como se consumían sus campos, el Gobernador Civil dirigió al Ministro de Agricultura un telegrama con el siguiente texto:

“Gobernador a Ministro de Agricultura = Madrid = Diputación Provincial en su primera sesión provincial acordó rogar por mi conducto al Gobierno la auxilie con recursos para la extinción de la langosta que se presenta numerosísima en esta provincia. Cumplo acuerdo elevado a V.E. suplica Diputación = “.
Se recibió una respuesta semejante a la que dieron desde el Ministerio de Fomento, argumentando que la Dirección de Agricultura también tenía agotados sus fondos para la campaña, por lo que sugerían que los municipios jiennenses y la propia Diputación deberían arbitrar los recursos necesarios para la extinción de la plaga.
Cerrados los cauces de ayuda, el político, que al fin al cabo encarnaba el Gobernador Civil, se quejaba de que varios pueblos invadidos por la plaga de langosta habían  obrado con “incuria”, no avisando a tiempo del comienzo de la plaga, y provocando así que el mal hubiese alcanzado tan grandes proporciones. Por otra parte las labores de extinción de la langosta no podían comenzar a realizarse, hasta que el Gobierno de la nación facilitase el personal técnico y las fuerzas del ejército estuviesen ordenadas para tal fin, con lo que las demoras crecían junto a las grandes inquietudes de los campesinos. Se solicitó que los ingenieros del Catastro, que se encontraban en la provincia, prestasen durante unos días su esfuerzo para luchar contra la langosta, y que una fuerza militar del Ejercito compuesta de unos doscientos hombres se desplazase desde Córdoba para las labores de extinción de la plaga, con el compromiso por anticipado de que los municipios y Diputación pagarían un plus a la tropa desplazada.
El 5 de marzo de 2013 treinta millones de langostas destruyeron los sembrados de Egipto.
La cantidad de dinero necesaria para pagar diariamente a las fuerzas del Ejército desplazado era de 149,70 pesetas. El día 12 de mayo el personal del ejército del Regimiento de Infantería de la Reina número 2, estaba realizando los trabajos de extinción de langosta en La Carolina y la cantidad a pagar a cada uno de los mandos era la siguiente: Al Comandante Carlos González Vidal, Jefe de la unidad militar a 12,50 pesetas por día; a los dos capitanes a razón de 7,50 pesetas cada uno de ellos; a cada uno de los siete oficiales a razón de 5 pesetas; a los 25 sargentos y cabos a razón de 0,70 pesetas  por día, y a los 187 soldados a razón de 0,40 pesetas por día.
Otro problema que se planteó fue la falta de gasolina que debía suministrar el Gobierno para los trabajos de extinción de la langosta, y para paliar la escasez del combustible se adquirió la sustancia llamada “Cazalilla”, que decían sustituía con ventaja a la gasolina (6).
La escasez de gasolina hizo que quedase rápidamente agotada, como también se agotó pronto el dinero librado para calamidades públicas por la Diputación Provincial en la cantidad de 4.000 pesetas. Ante las colosales proporciones que alcanzó la plaga de langosta hizo que de nuevo la Diputación Provincial transfiriera otras 8.000 pesetas del Capítulo de arreglo de Carreteras y Obras Nuevas.
En el otoño de 1900 y de acuerdo con la Ley y Reglamento de fecha 10 de enero de 1879, los pueblos de la provincia infectados tuvieron que presentar a la Junta Provincial un presupuesto de extinción de la plaga, pues se consideraba de necesidad establecer el máximo de recargos sobre las contribuciones y el auxilio de prestación personal, además de la necesidad de apelar a los poderes públicos con los fondos previstos para paliar calamidades y facilitando la gasolina necesaria para la extinción de los insectos.
Langosta africana (Schistocerca gregaria).
La aovación de la langosta revestía caracteres alarmantes en los términos de Vilches, Baños de la Encina y La Carolina. También estaban infectados otros muchos pueblos como: Carboneros, Úbeda, Chiclana, Torreperogil, Bailen, Sabiote, Orcera, Villacarrillo, Santisteban del Puerto, La Puerta, Garcíez, Villargordo, Guarromán, Arquillos, Aldeaquemada, Jaén Capital, Campillo de Arenas, Huelma, Jabalquinto, Cambil, Linares, Torreblascopedro … y un gran número más de pueblos entre los que sin duda estaría La Higuera.
En todos los pueblos las primeras medidas a adoptar fueron la extracción del canuto con las cresas de insectos por medio del arado, y se trabajaba por jornal  o por un tanto por cada litro o kilo de canuto recogido.
En Úbeda fueron necesarias 200 obradas de yunta las empleadas, al precio de seis pesetas cada una, para roturar con arados o escarificadores las 80 hectáreas de tierra infectadas, en las que se pudieron emplear este medio de extinción por medio de la gasolina. Los jornales necesarios para este trabajo de extinción de la langosta fueron 18.469 a razón de 1 peseta con 62,5 céntimos, lo que supusieron una proporción de 27 jornales por cada hectárea. Fueron 803 hectáreas de terreno infectado en las que se tuvieron que emplear necesariamente este método de extinción de los insectos. Se requirieron 4.000 pesetas para la adquisición de gasolina para los trabajos de extinción. En total se utilizó un presupuesto de gastos  que ascendió a 35.22, 12 pesetas, cantidad que no se llegó a cubrir con las medidas legales tomadas en cumplimiento de las leyes, por lo que resultó un déficit de 8.277 pesetas (7).
Joven mauritano contempla la densa nube de langosta cerca de Aleg en Mauritania.
Los gastos de extinción variaban de unos pueblos a otros en función de sus necesidades. En Chiclana, por ejemplo los gastos que ascendieron a 3.100 pesetas fueron los mismos que las cantidades presupuestadas como ingresos para tal fin.
Los gastos en esta localidad fueron los siguientes:
1.- Por cada kilo de canuto recogido 0,20 pesetas.
2.- Por cada kilo de mosquito recogido 0,05 pesetas.
3.- por cada kilo de insecto recogido 0.02 pesetas.
4.- Por cada jornal de extinción 1,00 pesetas.
5.- Por cada obrada de mulos 5,00 pesetas.
6.- Por cada obrada de burros 2,50 pesetas.
En otros pueblos, las cantidades invertidas en la extinción de la plaga de langosta fueron las siguientes:
En Bailén fueron invertidas 14.577 pesetas en las 256 hectáreas infectadas, en buitrones, escobas, garapitas, etc. En Baños de la Encina la cantidad invertida fue de 4.387,98 pesetas. En Orcera fue de 955 pesetas. En Sabiote de 8.090,16 pesetas. En Villacarrillo fueron 37.248 pesetas las invertidas en las 388 hectáreas aradas  y las 388 hectáreas cavadas. En Vilches se gastaron 3.880 pesetas en las 194 hectáreas arables y en las 114 hectáreas no arables. El Linares se invirtió 64.640 pesetas en 2.350 hectáreas, entre ellas 1.763 hectárea no arables. En Torreblascopedro la cantidad gastada fue de 1.206 pesetas. En Garcíez la cantidad invertida fue de 300 pesetas. En La Carolina fueron invertidas 24.990 pesetas en las 300 hectáreas labradas con yunta  y otras 300 hectáreas que fueron escarificadas. En Arquillos se gastaron 3.509 pesetas. En Aldeaquemada fueron 14.865,72 pesetas. En Guarromán fueron 20.872 pesetas. Y en Villargordo fueron 2.867 pesetas (8). 
Campesino de Ain-Beni Mathar en Marruecos contempla los daños de la langosta en los manzanos.
En el año 1901 la plaga de langosta alcanzó su punto más álgido. En una Real Orden de 1 de febrero de ese año, el Ministro de Agricultura, Industria y Comercio dictó una serie de instrucciones para la campaña de extinción de la langosta. En estas instrucciones se otorga toda la organización de la campaña de extinción de la langosta en la responsabilidad de la campaña en el Ingeniero Jefe del Servicio Agronómico en cada una de las provincias, siendo el encargado de distribuir al personal por todos los distritos donde se haya comprobado la existencia de los insectos o se sospeche la existencia de cresas de langosta. Centralizado todo el proceso en su persona se le debían suministrar todos los datos disponibles por parte de la Junta Provincial y en cada una de las provincias se debían instalar unos depósitos, por parte de la Junta Provincial, donde se almacenaran los insecticidas y otros efectos necesarios para la extinción, considerándose la gasolina como un insecticida con el que rápidamente  podían destruirse los focos importantes de insectos.
También se recordaba a los municipios que según la Ley de fecha 10 de enero de 1879, en lo relacionado con los gastos que ocasionasen los planes de extinción de la langosta, que solamente en el caso de que los ingresos municipales resultasen insuficientes los municipios podrían solicitar al Ministerio, como ayuda de costas la cantidad de gasolina considerada necesaria para completar la campaña de extinción.
La langosta es uno de los insectos que más daño causa al agricultor.
La campaña de invierno del año 1901 fue descuidada por algunos alcaldes de la provincia, con lo que los resultados de extinción fueron insuficientes, resultando que de tales descuidos fueran invadidas por la plaga más del doble del número de hectáreas denunciadas como sujetas a tratamientos de desinsectación. Ante la necesidad perentoria de atender las demandas y del tiempo disponible para realizar los trabajos en la primavera del año 1901, el personal agronómico trabajaba diariamente en la extinción y se ponía a disposición de los pueblos la gasolina requerida (9).
Ante tal situación de emergencia las Juntas Locales de Extinción debían desarrollar una actividad acorde con las necesidades planteadas, por lo que el Gobernador Civil  D. Manuel Socias pedía con la máxima urgencia a las Juntas Locales de Extinción la necesidad de adoptar medidas contra el desarrollo de la plaga de langosta en cada municipio, apelando en caso necesario a la prestación personal de la colaboración de los vecinos, amenazando a los alcaldes “bajo su más estricta responsabilidad” que pensaba aplicar sin contemplaciones de ningún género la ley, si cada cuatro días no se enviaban los acuerdos de las Juntas Locales de Extinción y notificación de los trabajos realizados (10). 

Con los intensos calores que nuestra irregular climatología en los meses de la primavera del año 1901, las temperaturas habían favorecido el nacimiento y desarrollo de la langosta en nuevos campos, con lo que el Gobierno facilitó el personal técnico necesario para dirigir la campaña de extinción de la langosta, así como los insecticidas que había podido adquirir y que  en su mayor parte habían sido ya distribuidos entre la poblaciones en la manos de la Juntas Locales de Extinción, facilitándose además aquellos aparatos que contribuían a una eficacia mayor en los trabajos de extinción. A pesar de todos los esfuerzos y medios desplegados el Gobierno consideraba que probablemente no se conseguiría la extinción total de la plaga “difícil de conseguir dadas las grandes extensiones que en España permanecen incultas” (11).
Langosta Dociostaurus maroccanus (Thunberg, 1815).

En muchos pueblos de la provincia por sus características orográficas era difícil realizar las labores de extinción, sobre todo los que en su término compartían tierra de labor con bosques.

En el Acta de la sesión celebrada en el municipio de Carchelejo en fecha 24 de abril de 1901, la Junta Municipal de Extinción manifestaba las dificultades que se presentaban en el municipio, para llevar a cabo los trabajos de extinción por la carencia de recursos pecuniarios con que atender los gastos que la extinción ocasionaba, dado que aquellos vecinos que ofrecieron jornales para la extinción se quejaban de lo poco equitativo que era que unos “hagan sacrificios quizás en muchos superiores a sus fuerzas, mientras que otros tan interesados como ellos en atajar el mal han desatendido las excitaciones hechas por la Alcaldía para hacer inscribir sus nombres en la lista de donantes” . Y por otra parte, la prestación personal para lo trabajos de extinción eran difíciles de utilizar “por las necesidades que pesan sobre el proletariado de este Distrito, a los se les haría mucho más angustiosa su situación, obligándoles a dar trabajos sin remuneración”. Finalmente en esa sesión municipal como era urgente la pronta adquisición de gasolina e instrumentos de extinción y prestar trabajos para la extinción, se acordó proceder a formar un presupuesto de acuerdo en lo establecido por la ley de 10 de enero del año 1879. (12). 
Numerosos enjambres del desierto se suelen mover hacia el Sahel en el oesta de África.

En otros distritos de pueblos de la provincia la plaga de langosta provocó estragos considerables en los campos, como fue en este año el caso de la localidad de Porcuna, donde se presentó una fuerte invasión de insectos en el mes de junio, que llegó a invadir tres cuartas partes de su término destrozando en su totalidad la cosecha de matalahúva, “que suponía una riqueza para la clase obrera que puede decirse son a quienes pertenecían” (13).
En estas fechas los pueblos conocidos como invadidos por la plaga y algunos de sus presupuestos de gastos en el año 1901 fueron los siguientes:
Andújar con un presupuesto de gastos en la primavera de 1901 de 7.894,34 pesetas.
Arjona con un presupuesto de gastos en otoño de 1901 de 36.471 pesetas.
Espeluy  con 1.400 pesetas en otoño.
Villanueva de la Reina no figura con cantidad presupuestada ni en primavera ni otoño de este año 1901. Tampoco figuran con presupuesto otras localidades de nuestro comarca como Arjonilla, Lopera, Porcuna, etc.
Otras poblaciones con cantidades presupuestadas eran Santa Elena con 3.180,75 pesetas en primavera de 1901 y 177,98 en otoño de 1901; Arquillos con una cantidad presupuestada para la campaña de otoño de 400 pesetas; Beas de Segura con 862,50 pesetas en otoño; La Puerta con 1.278,06 en otoño; Orcera con 1.517 pesetas en otoño; Carboneros con 1.180 pesetas en otoño; Bailén con 13.870 pesetas en otoño; La Carolina con un doble presupuesto de 28.506 pesetas en primavera y 12.250 en otoño; Vilches con 6.210, 57 en otoño; Baños de la Encina con 2.632 pesetas en otoño; Bélmez de la Moraleda con 993,62 pesetas en otoño; Guarromán con 3.300 pesetas en otoño; Siles con 2.558,19 pesetas en otoño; Benatae con 448,32 peseta en otoño; Torres de Albanchez con 1.378,80 en otoño; Navas de San Juan con 2.287,95 en otoño; Carchelejo presupuesto para el otoño 865,18 pesetas.
También aparecen otras localidades sin presupuestos para ambas campañas de extinción bien en primavera o en otoño tales como: Quesada, Villarrodrigo, Génave, Linares, Torredonjimeno, Santisteban del Puerto, Jabalquinto, Pegalajar, etc. (14). 
Plaga de langosta en Canarias en 2004.
En La Carolina se acordó arar 120 hectáreas e invertir 5.480 jornales en 137 hectáreas para ser labradas con azada. También se adquirieron 15 escarificadores a 150 pesetas cada uno y 200 cuchillas de renuevo, 150 cajas de gasolina a 4,44 pesetas cada una y pagar 10.000 litros de canuto de langosta a 40 céntimos el litro. En el otoño de este año 1901 eran ya 4.999 las hectáreas invadidas de las 270 hectáreas que podían ser aradas. El Ayuntamiento de La Carolina consideraba que el mejor de todos los métodos para extirpar la plaga de langosta era la gasolina donde se presentase la langosta en su estado de mosquito, por lo que aceptaba la ley y encargaba los trabajos de extinción del insecto en su estado de canutillo (15).
En una Real Orden de fecha 3 de marzo de 1902 se dispuso que las cañadas, cordeles y veredas infectadas se escarificasen, considerándose como propietarios al Estado y a los Ayuntamientos. Por una Real Orden de fecha 15 de septiembre del año 1902 se formaron campos de experimentación de la lucha contra la langosta en las provincias de Albacete, Badajoz, Ciudad Real, Cáceres, Cuenca, Madrid y Toledo, que en ese año eran de las provincias más afectadas por la plaga, para que sobre esos campos de experimentación se realizasen estudios sobre la extinción de este insecto y el ensayo de maquinarias y aparatos diseñados para ser empleados en la extinción, y otros medios de favorecer la extinción de los insectos a través de sencillos medios naturales como los de propagar mayores presencias de aves insectívoras que contribuyesen a limpiar los campos de langosta por medios naturales.
En el año 1903 la langosta asoló de forma menos generalizada la provincia de Jaén. Se elaboraron presupuestos de extinción algunos pueblos como: Quesada, Cambil, Rus, Navas de San Juan, Cabra de Santo  Cristo, La Carolina, Vilches y Úbeda.
En los años siguientes la langosta continuó apareciendo pero de forma más localizada en los municipios de Úbeda en el año 1905; en Sabiote en 1906; en Linares  en 1907… (16).
La langosta africana aterrizó en Canarias en 2004.
En todos estos pueblos y en los limítrofes de estos afectados se elaboraban los prescritos presupuestos de extinción de la langosta, y se les obligaba a adoptar las medidas oportunas para la no propagación  de la plaga, según estaba prescrito en la Ley de fecha 10 de enero de 1879.

También se trató en otra disposición posterior de cambiar la incuria y recelo de los propietarios de las fincas afectadas, sometiéndolos a las normas legales emanadas de la Real Orden de fecha 20 de noviembre del año 1906, que prohibió dar auxilio social al pueblo, que estando afectado por la plaga de langosta, no cumpliese estrictamente las disposiciones ordenadas por la ley.

Finalmente, por un Real Decreto de 13 de diciembre de 1907 se autorizó al Gobierno para presentar en las Cortes el proyecto de defensa contra las plagas del campo y sobre la protección de los animales útiles a la agricultura, que fue hecho ley en fecha 21 de mayo de 1908 con ligeras modificaciones. Esta ley se dividió en cuatro capítulos, de los que sólo el tercero se ocupaba específicamente de las medidas a adoptar para la extinción de la langosta. Entre los artículos de esta ley existen diversas ideas ya preceptuadas en las anteriores leyes y otras nuevas, que podemos resumir del modo siguiente. Según esta ley se considera plaga del campo todo estado patológico o daño provocado por criptógamos, (principalmente hongos) y por animales, (principalmente insectos), que cuando adquieren determinado desarrollo ocasiona perjuicios importantes a la agricultura.

Ordenaba que se creara una Junta Local de Defensa en todos los términos municipales, compuesta de tres Mayores Contribuyentes elegidos de entre los diez que pagasen en el municipio una cuota mayor por la contribución de riqueza rústica y pecuaria, y dos individuos que formasen parte de entidades agrícolas de la localidad, y en el caso de no existir esas entidades en el municipio se hiciese con la presencia del maestro y del médico titular, éstos con la misión de vigilar e inspeccionar los precios agrícolas. Echa la propuesta al Consejo Provincial de Agricultura y Ganadería, era nombrada oficialmente la Junta Local y se determinaban los medios de extinción a seguir, de acuerdo con el consejo y el informe de los ingenieros agrónomos.
Langosta africana en la isla de Fuerteventura. Imagen obtenida en la Caleta de Fuste del municipio de La Antigua. Foto de Juan Medina.

La langosta se consideró en esta ley como calamidad pública , y los meses de junio y julio de cada año, la Junta Local de Defensa de Plagas debía visitar el término municipal de su municipio, a fin de comprobar la ausencia o presencia de existencia de bandadas de langostas, dando conocimiento inmediato el Jefe Provincial de Fomento, que, de acuerdo con el Ingeniero Agrónomo, dispondría reconocer el terreno e informar oficialmente de la existencia de la plaga, comunicándoselo a los propietarios de los terrenos y a la autoridad competente la existencia de la plaga, para que ésta última prohibiese la caza de aves insectívoras.
En el caso de que el propietario no se prestase a extinguir los insectos por su cuenta, a pesar de contar con los medios adecuados para ello, sería castigado con una multa de entre 10 y 50 pesetas por cada hectárea de terreno infectado, y si se prestase a extinguirla, los trabajos serían vigilados por la Junta Local de Extinción. Cuando el insecto fuese detectado en la fase de desarrollo de canuto, la ley aconsejaba el uso de los arados o de escarificadores, del azadón o la introducción en el terreno de ganado de cerda. Cuando el terreno no era de labor y era pedregoso se ordenaba la recogida del canuto, y se daba como plazo para sus trabajos de recogida la fecha del 1 de diciembre al 31 de enero siguiente, pues la metamorfosis de desarrollo del insecto cambiaba.  En el caso de que la recogida del canuto se hiciese a mano, el Consejo Provincial de Agricultura y Ganadería fijaba los precios a pagar por cada kilo o litro recogido en la campaña de ese año de invierno.
En la campaña de primavera, la Junta proponía al Consejo Provincial para cada finca el empleo de trochas de cinc, la apertura de zanjas y la clase de insecticidas que consideraba más adecuados. En la campaña de primavera, cada propietario de las fincas afectadas debía ocuparse de los trabajos aprobados por el Consejo Provincial, con la amenaza de multa en el caso de no hacerlo y, por el contrario, La Junta podría ayudar y premiar con una cantidad de entre 5 y 50 pesetas al propietario que se prestase a extinguirla por su cuenta.
Langosta mediterránea hembra localizada en el Puerto de la Cruz (Tenerife).
En el caso de que los trabajos de extinción no pudiesen realizarse con yuntas, la Junta utilizaría la prestación personal en la forma que la ley estableció para las obras públicas, pero haciéndola extensiva desde los 16 a los 60 años y limitándola a otros jornales, que sólo podían exigirse uno en cada semana.
En el caso de que el dueño de la finca infectada no se prestase a realizar por su cuenta los trabajos de extinción, la Junta elaboraba por cada finca afectada un presupuesto de gastos, en los que quedaban incluidos los trabajos a realizar, el costo de las trochas, de la apertura de zanjas, el uso de insecticidas y otros. Para cubrir esos gastos se gravaría la riqueza imponible de cada vecino, no pudiendo exceder en cualquier caso del 2% de las cuotas de contribución industrial; y en el caso de que la cantidad presupuestada no pudiera cubrirse con la recaudación antes descrita, el Consejo Provincial ordenaría que se gravasen los presupuestos de los pueblos limítrofes con el 1% de las cuotas de contribución industrial y con el 1% de la riqueza imponible territorial de cultivo y ganadería, y si los recursos aún no fueran suficientes acudirían a las Diputaciones Provinciales, para que los auxiliasen con la cantidad que supusiesen , y también acudían al Ministerio de Fomento para ser subvencionados.
Las dehesas de propiedad particular que se arasen a causa de la aovación de langosta no variarían en nada su clasificación. Seguirían contribuyendo como pasto durante tres años si se araban, siempre que se costeasen de su cuenta las labores de extinción de la plaga, como las labores de preparación de la siembra.
Los Consejos Provinciales de Agricultura y Ganadería debían formular una memoria detallada al acabar los trabajos, en esa memoria se recogían las acciones desarrolladas en las campañas de primavera y otoño para reconocimiento del ministerio del ramo.
Plaga de cerca de 100 millones de langosta africana sobre Corralejo en Fuerteventura.
Durante todos estos años enumerados durante los meses de marzo y abril, el Gobierno Civil de la Provincia solía publicar en el Boletín Provincial de la Provincia de Jaén circulares de obligado cumplimiento recordando el inicio de la campaña de primavera contra la plaga de la langosta, y las medidas que debían adoptarse respecto a la vigilancia de los terrenos eriales y adehesados  y la utilización de la gasolina en su caso. También recordaba la Ley de 19 de septiembre de 1896 medidas sobre la protección de pájaros y otras aves que resultaban beneficiosas para la agricultura por ser grandes devoradoras de insectos y prevenía a los alcaldes, Guardia Civil, y maestros de Instrucción Primaria el deber del cumplimiento de estas disposiciones dictadas con ocasión de las plagas y el deber de cumplimiento que debían observarse para el cumplimiento de las citadas disposiciones, con el fin de evitar la propagación de la langosta y los insectos de los olivos. En las puertas de todos los Ayuntamientos de la Provincia se hacía público el siguiente anuncio:
“Los hombres de buen corazón deben proteger la vida de los pájaros y favorecer su propagación.
Protegiéndolos, los labradores observaran cómo disminuyen en sus tierras las malas hierbas y los insectos.
La ley prohíbe la caza de pájaros y señala pena para los infractores.
En las puertas de las escuelas se pondrá un cuadro en el que se lea:
“Niños, no privéis de la libertad a los pájaros; no los martiricéis y no les destruyáis sus nidos.
Dios premia á los niños que protegen á los pájaros, y le ley prohíbe que se les cace, se destruyan sus nidos y se les quiten las cría” (17).
La otra parte de los efectos de las plagas de langosta era los efectos sociales que se producían en las poblaciones afectadas, por su repercusión en la economía de la zona afectada, siempre muy conexionada con los efectos catastróficos sobre resultados de las cosechas. De forma que esta problemática de los pueblos, en general, fue asumida por los sectores políticos emergentes como el líder del andalucismo Blas Infante que en su libro “El Ideal Andaluz”, publicado el 1915, refleja esta situación tan problemática para los que vivían del campo, que eran la gran mayoría de los andaluces, y lo hizo con estas palabras: “Hasta por medio de las plagas del campo, como la langosta, conspira la grande contra la pequeña propiedad, así como contra los colonos, labradores de tierra ajena. El insecto, incubado en dehesas incultas, cae sobre los campos destruyendo las cosechas” (18).
Plaga de langosta africana en Canarias en el año 2004.

Un Real Decreto del 16 de noviembre de 1910 encargó a los Gobernadores Civiles de sus respectivas provincias de la ejecución de la ley, y se volvieron a organizar las brigadas volantes de Peritos Agrícolas, que actuaban como auxiliares del Servicio Agronómico por el Real Decreto de fecha 3 de marzo de 1910.

Anualmente el Ministerio de Fomento recordaba por medio de reales órdenes a las Juntas Provinciales y Locales sus obligaciones y efectuaba remesas de cajas de gasolina como insecticida más eficaz. Las mayores dificultades que se encontraban eran las relacionadas con la recaudación de los impuestos por las morosidades de los propietarios y colonos de las fincas, y por la poca actividad de las Juntas Locales de extinción de las plagas, que en muchos municipios no llegaron a constituirse.

Aún permanecían focos de infección de  plaga de langosta en la provincia de Jaén entre el año 1909 a 1912, en los que la langosta no había sido exterminada, tal como ocurría también en otras muchas provincias de nuestro solar hispano como: Albacete, Ávila, Almería, Badajoz, Cáceres, Cádiz, Canarias, Ciudad Real, Córdoba, Cuenca , Huelva, León, Madrid, Málaga, Salamanca, Sevilla y Toledo, dándose la consideración de en algunas de ellas de una situación de plaga endémica, que no se podía exterminar. A todas estas provincias el estado concedió créditos por un valor total de 500.000 pesetas para su extinción, y la Dirección General de Agricultura del mismo Ministerio publicaba memorias anuales de los trabajos que se realizaban cada año.
En estos años posteriores a los tres de máxima intensidad de la Plaga de langosta, concretamente en el año 1901, se realizaron ensayos de otros medios de extinción de los insectos con algunos insecticidas nuevos, conocidos con los nombres de Daunan, Nickol, y Guermol de inventores españoles, y también de los llamados Esencia de Cok y Extracto de Hulla, que no dieron resultados tan satisfactorios si los comparaban con los efectos más eficaces que proporcionaba el uso de a gasolina. En el año 1912 se aplicó un preparado con ácido cianhídrico compuesto de cianuro potásico, agua y ácido sulfúrico, que fue aplicado en la provincia de Toledo, y del que se consideró que se obtuvieron mejores resultados en la lucha contra la plaga que los obtenidos con los anteriores productos citados (19). 
Una gran plaga de langosta.
Si bien difícilmente se puede luchar contra los elementos meteorológicos; más dura era la lucha con inmensos enjambres de langostas que nublaban el cielo, y dejaban a su paso la cosecha exterminada, en una prometedora primavera que, tan solo unos días antes, anunciaba abundantes frutos para la recolección, y con la plaga convertía tanto esfuerzo en una lucha infructuosa, inútil y desesperante.
Aunque la amenaza de las plagas continúa en otras partes del planeta, en España se presentan más esporádicas, si tenemos en cuenta que tan solo hace unos siglos se luchaba contra las plagas con medios técnicos escasos, ineficaces o nulos, por lo que los perjuicios económicos podían llegar a convertirse en catástrofes irremediables, origen de epidemias y muertes posteriores. En España, la primera plaga de langosta de que se tiene noticia fue alrededor del año 1040, lo cual no deja de suponer que hubiese habido otras con anterioridad a este año. En pocas horas, la langosta era capaz de segar los campos dejando tras sí la ruina y el hambre.
La langosta, cuyas puestas en verano, quedaban enterradas durante el otoño e invierno, eclosionaba en primavera, según las temperaturas, y afectaba sobre todo a las tierras de secano, y de clima seco y cálido, por lo que Andalucía, Extremadura y Castilla, junto al levante español fueron tierras propicias para que la plaga africana se hiciese endémica, con las posibilidades que a nivel de temperaturas le ofrecían estas tierras. Cuando se detectaba una zona infectada, se labraba la tierra para dejar al aire los canutos con las puestas de los cientos de huevos de langosta, para recogerlas posteriormente, amontonarlas y prenderles fuego. Todos los vecinos mayores de doce años tenían la obligación de recoger la langosta, y se les pagaba un tanto por celemín por hacerlo.
Gallinero móvil utilizado para la lucha contra la plaga de la langosta. Tomado de la Gaceta Agrícola de Fomento año 1878. Fuente Eduardo Abela.
También los pájaros y otras aves contribuían a la lucha contra la plaga, aprovechando el momento en que quedaban al descubierto los insectos y sus puestas, para dar buena cuenta de ellos como alimento. Otros animales domésticos contribuían al exterminio: los cerdos y gallinas primero, y años después, los pavos. Esto me trae a la memoria el recuerdo de las crías de pollos, que se hacía en las eras en mis años jóvenes, a lo largo de los meses de la recolección de los granos, en los que los pequeños pollos llegaban a final de temporada crecidos y bien alimentados, dispuestos en el corral para compensar la escasez de consumo de carne que por aquellos años se padecía. Alimentados de saltamontes, hormigas y granos crecían lustrosos y eran vendidos al público en la feria de “los pollos” como la que se celebraba en Arjona al final de la temporada de recolección.
En la lucha contra la plaga, lo que no se conseguía con la colaboración de hombres y animales domésticos transportados a los focos infectados, se intentaba con la quema de rastrojos y matorrales, para que tanto las langostas como sus puestas perecieran con el fuego.
Tenemos referencias históricas de que a finales del siglo XV el sector agrícola se vio afectado por determinadas calamidades de distinto tipo: sequías, heladas, plaga de langosta, lluvias torrenciales, etc., que trajeron como consecuencia hambre, carestías y subida de precios.
Las Relaciones Topográficas de Felipe II, llevadas a cabo entre 1575-1579, aluden a las plagas de langosta sufridas en el reino, unas veces de forma directa y otras de forma indirecta, sobre todo cuando los declarantes citan las fiestas que guardan en sus villas respectivas y el motivo de ellas.
De 1540 a 1550, los campos de Castilla La Nueva (hoy La Mancha) estuvieron reiteradamente amenazados y asolados por las plagas de langostas. A menudo, en años sucesivos.
En años posteriores continuó el ataque de la langosta:
En el año 1578 apenas se cogió lo sembrado.
En el año 1579 se repitió la misma circunstancia.
El año 1583 fue un año de poca cosecha y mucha langosta.
El año 1584 debido a las malas cosechas, los campesinos no tenían para sembrar. Felipe II ordena ayudas, y que no se dejase nada sin sembrar.
En el año 1593 en las Cortes se consigna mala cosecha de trigo en la Mancha.
Aunque eran diversas las causas que favorecían la aparición de plagas de langosta; los peritos ya citaban que a falta de cultivo de los campos escaseaban los mantenimientos y abundaban las langostas. El presbítero Luis Hurtado de Toledo declaraba que habían de ser roturadas las dehesas cercanas a Toledo por la mucha langosta que en tiempos secos en ella se criaban.
La abundante referencia de declaraciones de peticiones a los santos y las fechas de los actos celebrados, con objeto de implorar la misericordia divina, nos dan idea de qué forma y en qué años tuvo lugar la época más virulenta del ataque de la plaga de la langosta africana.
"están muy pobres los vecinos por raçon de la langosta que les a destruido que en dos años no supieron que cosa era hacer verano que la langosta lo destruía y derribaba todo y como en el dicho lugar no ay otros tratos ni granjerías sino es la labranza y les faltaron dos cosechas ni tenían para comer ni para sembrar y unos se murieron y otros se fueron del lugar porque no se podían sustentar y ansi estos como los que quedaron ubieron de bender sus labranzas y açiendas para remediarse, a abido mucha esterilidad del tienpo y abundancia de langosta ... y unos se fueron con deudas y miseria a buscar donde pasar la bida en otras partes ... y no ai mas de veinte yugos de labranzas que por aver estado y estar la gente tan necesitada se han desecho dellas para pagar deudas y comer.... que en dos años no se coxio pan y en otros dos años fue poco lo que se coxio a causa de averse senbrado poco por estar la xente muy neçesitada y alcançada y en tanto grado que muchos bendieron las labranças para comer y otras neçesidades y era tanta la miseria que llebaban a bender la ropa de lana y lino y hasta los vestidos y costales…
Para traer pan que comer y forzados de la neçesidad lo daban por mucho menos de lo que balia y este testigo para pagar la alcabala, que debia dos mill maravedis, bendio un buey y para senbrar y otras cosas le fue nesçesario bender dos bueyes y se quedo sin ninguno".
Pero la religiosidad de los agricultores del siglo XVI no era ni tan fuerte ni tan ingenua, como para dejar la solución a sus males exclusivamente en manos del santoral. Era una fe operativa. Recurrían al cielo, pero sólo cuando constataban que, poniendo de su parte todos los medios, no conseguían paliar los males o evitar la plaga. Así, decía un Obispo: “mandó a los curas que por su orden y antigüedad salgan a los términos adonde anduviere la langosta a conjurarla siempre que el pueblo saliere a cogerla usando como dicho es de los medios y remedios estatuidos en el manual y no consientan que a vueltas de los exorcismos santos y lícitos aprobados por la iglesia mezclen otros supertiziosos y sospechosos…
La lucha contra la invasión de langosta de 1548 no debió ser efectiva y en 1549 se recrudeció la plaga. Esta vez, con más virulencia. Las consecuencias fueron tan graves que D. Francisco Pacheco, Sr. De Minaya se vio obligado a acudir a la Corte en Valladolid a solicitar ayuda de la Monarquía. La situación que presentaba era patética: Las tierras del Marquesado de Villena y señoríos limítrofes estaban perdidas. Se estimaba en quince mil los vasallos que se habían trasladado a Valencia, Murcia y Andalucía, lo que supone un volumen de más de 60.000 personas las que salieron de la zona. Los que permanecieron en sus tierras solicitaban rebaja de impuestos, porque al disminuir el número de contribuyentes no podían hacer frente al coste de servicios ordinarios, extraordinarios y alcabalas.
La langosta “no sólo había comido los frutos de la tierra sino que, habían muerto los ganados porque la hierba estaba emponzoñada; vestidos y ropa de casa acrevillada e roída de langosta; no se podía comer en las ollas porque se introducían en ellas; las aguas de los pozos destruidas y los ganados al beber morían. Suplicaba se les concediese lugar para poblar o remedios para frenar la plaga”.
Ante la desastrosa situación presentada, las Cortes envían, de urgencia, a primeros de Septiembre al Licenciado Antonio Alfaro. El día 13 del mismo mes, 1549, se encuentra en el territorio afectado comprobando que son 105 las villas alangostadas.
Plaga de langosta pertinaz devoradora de cosechas a lo largo de la Historia.
La langosta estaba aovada en una extensa comarca que desde Baeza iba por Sierra Morena y por Campo de Calatrava y Montiel, llegando a cuatro leguas de Toledo, hasta Yepes. De Yepes, por las faldas de Huete y Cuenca, llegaba hasta Chinchilla y tierra de Alcaraz.
Para todas las villas afectadas se decide que cada villa saque el canutillo que se encuentre en su término estimado en cincuenta mil fanegas para todas ellas. Los alcaldes de cada pueblo afectado, con la presencia del escribano, que daría fe de ello, recibirían la cantidad de canutillo recogida por cada vecino que se pagaría a diez maravedíes por celemín colmado. 
Cuando todas las técnicas fallaban, en la desesperación, se recurría a los conjuros. En 1454, la ciudad de Murcia envió a un jurado a la de Cartagena para contratar a una mujer de Almagro que era “saludadora” y que estaba allí para conjurar la langosta, a pesar de que eran los sacerdotes los encargados de realizar los conjuros.
Durante el tiempo que duró la plaga de langosta, en Elda, Requena y Utiel fueron plantadas cruces de madera a la entrada de los núcleos urbanos y no es raro encontrar en muchos pueblos el topónimo de “Cruz de la langosta”.
En Hellín, cuando la plaga de langosta arrasaba las cosechas, los vecinos acudieron a Sor María, quien les dio una cruz de madera que tenía en su celda para que la llevasen por los campos infectados por dicha plaga mientras ella estaba en oración. La plaga desapareció. Los hellineros levantaron una ermita en el lugar y el paraje pasó a conocerse con el nombre del Cerro de la Cruz de la Langosta, en memoria de aquel milagro.
Y así, alternando con la ayuda celestial y la propia, los agricultores de los siglos XV-XVI, algunas veces en situaciones insalvables, lograban sacar adelante la producción agrícola necesaria para la supervivencia de pobres y ricos, base en todo momento, de la riqueza nacional.
También durante la Edad Moderna en el siglo XVIII, el campo español sufrió el ataque de numerosas plagas de langosta. La beligerante convivencia del campesino, con diferentes riesgos que podían dar al traste con su trabajo, y provocar la ruina en sus débiles economías familiares, era pues una realidad milenaria. La meteorología, caprichosa e inclemente en demasiadas ocasiones, constituía uno de los más serios condicionantes de las cosechas. Una sequía persistente, una helada fuera de temporada, las tormentas veraniegas acompañadas de granizo, o las temidas precipitaciones de alta intensidad horaria, tan características del otoño y la primavera españolas constituyen riesgos de carácter físico, con origen climático o meteorológico, de consecuencias las mayor parte de las veces desastrosas. Pero a ellos se añadía  otro problema para el campo de crucial importancia, como eran las plagas de las langostas, con efectos devastadores sobre campos y sembrados y, por ello, causantes de honda preocupación entre los campesinos (20).

Dociostaurus maroccanus.
El profesor Alberola Romá realizó una primera aproximación a los efectos que dejó en los campos valencianos la terrible plaga de langosta que, entre 1754 y 1758, una plaga que también azotó buena parte del territorio español (21).

La langosta, es un insecto ortóptero de la familia Locustidae que, aunque en estado natural es solitario, es capaz de convertirse en gregario a poco que medien las condiciones medioambientales adecuadas, razón por la que siempre ha despertado un miedo irrefrenable en las sociedades agrícolas, que sabían de sus cualidades polífagas y de su capacidad para acabar con todo tipo de vegetal que se pusiera a su alcance.      

Pese a que desde la Antigüedad son conocidos los embates de este voraz insecto, sus características entomológicas y su ciclo biológico no fueron científicamente determinados con exactitud hasta finales del primer cuarto del siglo xx, debidos a los estudios de Uvarov en 1932 (22), por ello, y aunque durante la centuria del siglo de las Luces la pujanza de las Ciencias Naturales, y la difusión del sistema clasificatorio de Linneo, provocaron una mejora sustancial de las descripciones respecto de siglos pasados, no resultaba fácil discernir la especie responsable de las plagas.
En España, tal como hemos visto, hay constancia, desde épocas remotas, de los ataques perpetrados por la langosta, así como de sus consecuencias.
El término langosta (locusta) era conocido en España desde el siglo XIII y, a partir del siglo XVI, su definición encuentra acomodo en obras de referencia tales como el Tesoro de la Lengua Castellana o Española de Sebastián de Covarrubias o, más tardíamente, el Diccionario de Autoridades. Son definiciones descriptivas en las que se pone de manifiesto, sobre todo, el carácter dañino del insecto, “animalejo infecto y por mal nuestro conocido según el daño que hace en los frutos de la tierra”, así como el temor que su aparición causaba al ser tenido como “plaga y açote de Dios por los pecados de los hombres” (23).
Los comentarios dejados por diferentes tratadistas españoles durante los siglos XVI y XVII no permiten la plena identificación de la especie de la que hablan cuando se refieren genéricamente a la langosta (24);de ahí las dudas que se plantearon acerca de si las plagas se gestaban en el propio territorio peninsular o procedían del norte de África. Hasta hoy, y tras los estudios de José del Cañizo, está demostrado el carácter endémico de la langosta Dociostarus maroccanus Thunberg (langosta mediterránea o marroquí) en algunas zonas de España. Este autor establece la existencia de cinco áreas de reserva o focos gregarígenos, perfectamente localizados geográficamente y caracterizados por unas condiciones medioambientales concretas que permitían a la langosta el paso de la fase solitaria a la gregaria bajo determinadas circunstancias climatológicas (25). 
La Dociostaurus maroccanus es endémica en algunas comarcas extremeñas como la Serena, o los Llanos de Cáceres y Trujillo...
Esas áreas de reserva endémica de la langosta africana en España se encontraban en las comarcas extremeñas de La Serena (Badajoz) y Trujillo (Cáceres), el Valle de Alcudia (Ciudad Real), el norte de la provincia de Córdoba (Los Pedroches) y, mucho más al noreste, Los Monegros (Huesca y Zaragoza). Todas ellas se encuentran en la porción árida de la península, todas tienen unas características similares desde el punto de vista orográfico, climático y edafológico: un relieve suavemente ondulado y con pendientes de no más de 12 por ciento; un régimen pluviométrico muy irregular, con una notable oscilación interanual, pero siempre con precipitaciones inferiores a los 600 mm/año; unas altas temperaturas en verano y suaves en invierno que no descienden de los -5º C; una humedad relativa media anual no más allá de 60 por ciento, y un paisaje árido dominado por las gramíneas, el encinar degradado o los suelos abandonados y no cultivables.
Distribución de la langosta del desierto Schistocerca gregaria.
Durante la Edad Moderna la península Ibérica padeció abundantes incursiones de langosta que, combinadas con circunstancias meteorológicas especialmente adversas, redujeron sobremanera los rendimientos agrícolas provocando no pocas crisis de subsistencia con sus periodos de hambre, enfermedad y muerte (26).
En la centuria ilustrada, la experiencia derivada de la aplicación de disposiciones legales, dictadas a lo largo de los siglos para hacer frente a la desigual lucha contra el insecto invasor, junto a los avances experimentados por las ciencias naturales, permitió identificar cada vez mejor a los causantes del tremendo desasosiego que embargaba a los campesinos tan pronto irrumpían entre sus sembrados las nubes de langostas. En este sentido, las aportaciones realizadas desde mediados de siglo por el naturalista Guillermo Bowles, irlandés al servicio de la monarquía borbónica, y por el jurista y botánico ilustrado aragonés Ignacio de Asso contribuyeron al mejor conocimiento del problema; sobre todo las de Bowles, que dedicó en su conocida Introducción a la Historia Natural y a la geografía física de España un amplio capítulo a la “langosta que desoló varias provincias de España” a mediados de la centuria (27).
Tanto Bowles como Asso vinculan la aparición de la plaga a las condiciones medioambientales, pero mientras que el primero da por sentado el “indigenismo” de la langosta y la sitúa permanentemente en zonas muy similares a las establecidas por los científicos contemporáneos, el segundo se inclina por el carácter foráneo e invasor de ésta al igual que postulaba Bartolomé Ximénez Patón un siglo atrás. Hay que aclarar que hasta la edición de la obra de Guillermo Bowles, el saber acumulado en España sobre la langosta descansaba en los diferentes tratados aparecidos durante el siglo XVII.
Algunos provenían de meras traducciones de lo que Plinio dejó anotado en su Historia Natural, como el publicado por Jerónimo de la Huerta en 1627. Otros, como el de Juan de Quiñones, ofrecían una notable erudición aunque escasa aportación personal pues este autor sólo utilizó textos y no llevó a cabo ningún trabajo de campo. En esta obra, por tanto, no se encuentran novedades, aunque Quiñones manifiesta un evidente interés porque su Tratado alcanzara la máxima difusión al considerar importante que el común conociera toda una serie de métodos de combate que se aplicarían contra la langosta en estado gregario, a la vez que elucubraba acerca de las causas coadyuvantes a su génesis.

Las ideas contenidas en estos tratados mantuvieron su vigencia, sin evolucionar lo más mínimo, hasta el último tercio del siglo XVIII en que apareció la Introducción a la Historia Natural de Guillermo Bowles. Éste no abrigaba dudas respecto del carácter endémico de la langosta, afirmando textualmente que ésta: “Es indígena de España, porque la que aquí se ve es de diferente especie de la que hay en el Norte y en Levante como se puede ver comparándola con la que se conserva de aquellos países en los Gabinetes de Historia Natural”.
Introducción a la Historia Natural de Guillermo Bowles.

Asimismo reconocía la influencia del clima para la “avivación”, y por ello atribuía al insecto la cualidad de comportarse como un “termómetro viviente, que indica el calor respectivo de cada parage donde se halla”, a la vez que establecía las áreas geográficas del país en las que encontraba acomodo apelando para ello a la experiencia de siglos de padecimiento: “por las historias y por la tradición consta que la aparición de la langosta es una peste que aflige las Provincias meridionales de España desde tiempo inmemorial [...]; que existe siempre en las dehesas incultas de Extremadura de donde sale, de tiempo en tiempo, a devorar otros países” (28).

La gran aportación de Bowles consistió en establecer los diferentes estados por los que pasaba la langosta desde el momento en que la hembra era fecundada por el macho y procedía a depositar sus huevos. Esta operación la efectuaba, habitualmente en el mes de agosto, en terrenos incultos, ásperos y cálidos empleando para ello una especie de aguijón hueco muy agudo y duro que posee en su parte posterior y que le permite horadar la tierra y construir un nido cilíndrico en el que introduce entre treinta y cincuenta huevecillos que, en la siguiente primavera, propiciarán el nacimiento de una generación de langostas. A comienzos de mayo comenzaban a aparecer en los eriales de La Mancha, aunque según los lugares podían haber nacido ya en abril, los que Bowles denominaba langostillos, de color oscuro y del tamaño de mosquitos, que se agrupaban formando una especie de “torta negra de tres o quatro pies” que se desplazaba a saltos a ras de suelo devorando cuanto vegetal encontraba sin alejarse en demasía del lugar de nacimiento (29).
Canuto de puesta de la langosta al descubierto donde se pueden contemplar los huevos.

En junio, alcanzado el tamaño de adulta, además de repetir el ciclo reproductivo, las langostas se agrupaban ya en colonias conformando “una nube que intercepta los rayos del sol”, prestas a iniciar sus terribles vuelos sobre los campos. Éstos son, ni más ni menos, los tres estados de canuto, saltón y voladora o adulta que, junto con una descripción muy detallada de su morfología, constituían una novedosa línea de trabajo que sería continuada y de la que conviene destacar el esbozo de las hoy denominadas fases solitaria y gregaria. Respecto del modo de hacerles frente, Bowles apostaba por la prevención y, en ese sentido, recomendaba la localización de los lugares de ovación con el fin de poder destruir el mal antes de su nacimiento, instando a intendentes y corregidores a que pusieran en marcha las acciones necesarias que permitieran “aniquilar esta horrible plaga en las dehesas de donde se origina [...], con lo que se conseguirá exterminarlas de raíz”. No alude Bowles en ningún momento al contenido de la Instrucción del Consejo de Castilla relativa a la cuestión, vigente desde mediados de la década de los cincuenta del siglo, aunque ésta sí recoge lo que en esos momentos se sabía acerca de las fases y comportamiento de la langosta. Y es que cuando el Consejo de Castilla publicó en 1755 su Instrucción para conocer y extinguir la langosta en sus tres estados, Bowles apenas llevaba tres años en España. Había sido captado en 1752 en París por Antonio de Ulloa para que se trasladara a España y pusiera al servicio de la monarquía borbónica de Fernando VI sus conocimientos de Historia Natural, Química, Metalurgia y Anatomía adquiridos en la capital francesa a partir de 1740. Faltaban por tanto, todavía, veinte años para que apareciera su conocida Introducción a la Historia Natural. De ahí que la Instrucción, prolija en su articulado, contenga junto con las imprescindibles referencias a las costumbres y comportamiento del insecto causante de tantas desgracias, las reglas para combatir las plagas de langosta, el modo de hacer frente económicamente a los gastos que ello comportaba y el papel que desempeñarían las autoridades. 
Rey Fernando VI de España.
Los comentarios de Bowles fueron utilizados profusamente en España durante el último tercio del siglo XVIII, reproduciéndolos de manera textual. Ello es observable, por ejemplo, en las páginas del Semanario de Agricultura y Artes dedicado a los Párrocos que, a comienzos del siglo XIX ya cuenta de un escrito del duque del Infantado referido a los sufrimientos que deparó una plaga de langosta en sus señoríos en 1799, reproducía en dos entregas sucesivas fragmentos del capítulo que el naturalista irlandés dedicó a la cuestión en su obra así como los remedios recomendados por la Instrucción del Consejo de Castilla (30).
Ignacio de Asso también utiliza a Bowles en su Discurso, del mismo modo que, por ejemplo, Juan Antonio Zepeda, cura de Malpartida de Plasencia, en su Agricultura Metódica. El primero lo cita adecuadamente mientras que el segundo, pese a que parece conocer su obra, evita hacerlo recurriendo a la expresión eufemística “dicen algunos Escritores” (31).
 La convocatoria de certámenes animando a investigar sobre la langosta y los problemas que ocasionaba por parte de algunas de las Sociedades Económicas de Amigos del País da una idea de la relevancia que se concedía al asunto.
A finales de la centuria del siglo XVIII ya se tenían claras algunas cosas, resultado de una observación atenta y sistemática de la realidad. Entre ellas que la abundancia de tierras yermas en las regiones meridionales y sur occidentales de la Península, unida a “la aridez del terreno, el temperamento cálido y la sequedad continuada” eran causas que podían “promover y aumentar la fecundidad de la langosta en la España meridional”. Y en esto coincidían Bowles y Asso, así como otros autores de menor enjundia pero que habían dedicado su tiempo a la observación y la reflexión sobre el tema. Precisamente una de las Memorias llegadas a la Sociedad Matritense en 1785 especulaba acerca de cómo podía favorecer o no la meteorología al desarrollo de la langosta, indicando textualmente que la plaga se adivina “Quando aviendo precedido años secos y muchos vientos cálidos se deja ver enorme cantidad de orugas, pulgón o rosquillas y langostas [...] Si se confirmara por otras experiencias y observaciones se podría adivinar la plaga de langosta dos años antes y estar preparados”. 
Ilustración de la puesta de la langosta.
En abierta sintonía con otros escritos circulantes, Juan Antonio Zepeda, cura de Malpartida de Plasencia (Cáceres) anotaba que la experiencia y el estrecho contacto con el medio le había enseñado que la langosta se multiplicaba “naturalmente, más o menos, según los terrenos o climas, según las alteraciones de los tiempos”, aunque añadía que también tenían que ver “los influxos de los astros”. Observando el comportamiento de la meteorología durante los años 1780-1782, en la comarca donde profesaba su ministerio, dedujo la estrecha relación existente entre la mutación de solitaria a gregaria de la langosta y los periodos de sequedad o lluvia durante las primaveras y veranos, junto con el alargamiento de los fríos invernales, nevadas incluidas, más allá del mes de abril. Climáticamente hablando, el continente europeo conoció en el siglo XVIII, sobre todo en su segunda mitad, el inicio del tránsito hacia una fase algo más cálida tras haber sufrido los peores momentos de la denominada Pequeña Edad del Hielo (PEH). Durante este periodo, que se extendió desde mediados del siglo XV hasta bien entrado el siglo XIX, los climatólogos históricos indican que se padecieron fríos tan severos como los de la última glaciación. La España moderna, obviamente, conoció los efectos generales de la Pequeña Edad del Hielo y durante el siglo XVIII se dejó notar también esa recuperación térmica aludida, aunque la amplia variabilidad climática de las centurias anteriores se mantuvo y, en ocasiones, se acentuó.
A comienzos de la centuria ilustrada del 1.700, coincidiendo con los duros combates de la Guerra de Sucesión a la corona española y con unos años especialmente severos en lo climático, la península Ibérica padeció una plaga general de langosta que motivó la publicación de una Real Provisión por parte de Felipe V a primeros de octubre de 1708 para hacer frente al problema (32).
Fecundación de la langosta.
Hay pruebas fehacientes del daño causado en tierras cordobesas y jiennenses (33) y, en general, en toda Andalucía, así como en La Mancha y en el Levante peninsular donde, además, los ejércitos borbónicos proseguían la conquista del territorio a sangre y fuego.
Díaz-Pintado hace ver que en tierras manchegas siempre había langosta, poca o mucha, y aunque entre 1706 y 1710 no llegara a sobrepasar los estrechos límites territoriales en donde solía desarrollarse, en la primavera y comienzos del verano de esos años los voraces insectos acabaron con todos los frutos de La Solana y Daimiel (34).

A escala general, el bienio 1708-1709 resultó dramático, al coincidir los desastres de la guerra con los meteorológicos y biológicos, dando lugar a una terrible crisis de subsistencia de la población. La sequía comenzaría a dejarse sentir a lo largo y ancho de la geografía peninsular a partir de 1711. Durante este año y el siguiente la sequedad fue extrema en la Meseta norte y, entre 1718 y 1724, la comarca de los Monegros, una de las zonas gregarígenas de langosta por excelencia, donde no se conoció cosecha alguna. Un factor determinante para la irrupción de las plagas resulta ser una previa y persistente sequía de al menos cinco años combinada, eso sí, con lluvias primaverales abundantes. Quizá por ello, y durante la década de los veinte del 1.700, la langosta volvió a aparecer en los lugares habituales. Así, la comarca septentrional cordobesa de Los Pedroches la padeció desde 1721 y hay constancia de su presencia, dos años más tarde, en algunas poblaciones manchegas, así como en Jaén y Ciudad Real (35). 
Zonas permanentes de langosta en España.

A la Puebla de Montalbán (Toledo) llegarían las nubes de insectos en 1727, causando notable sobresalto y preocupación. En tierras meridionales valencianas, donde se soportaba una prolongada sequía a tenor de la información que proporciona la correspondencia de diferentes personalidades del mundo de la cultura y de la política, hay constancia, en abril de 1727, de la alarma causada en las gobernaciones de Alicante y Alcoy tras contemplar la irrupción de langosta así como del envío de comisionados a Jumilla, Orihuela y Murcia para conocer los métodos que se empleaban para extinguirla. (36).

Del 11 de septiembre de 1723 data precisamente la orden del Consejo de Castilla que, signada por Felipe v, proporcionaba instrucciones a las autoridades locales para organizar la extinción de la langosta cargando los gastos a los fondos de Propios de cada localidad (37).
Sin duda fue también la plaga de mediados del siglo XVIII la que mereció una especial atención por su dimensión y por las notables secuelas que dejó a su paso. Ya se ha comentado que Guillermo Bowles la aprovechó para dedicar un amplio apartado a la descripción morfológica y costumbres de este ortóptero en su Introducción a la Historia natural y que desde el punto de vista político-legal el Consejo de Castilla aprobó la famosa Instrucción de 1755 con el objetivo de regular el combate contra los “nocivos animales”.
Los expertos convienen en que el paso de la fase solitaria a la gregaria en la langosta obedece a la conjunción de una serie de circunstancias, entre las que el clima desempeña un papel importante. Varios años de sequía continuada salpicados por precipitaciones primaverales de cierta entidad y con una última anualidad extremadamente seca garantizan la conformación de una plaga. También las lluvias invernales tardías, coincidiendo con temperaturas no excesivamente bajas, pueden influir en el avivamiento y desarrollo de la langosta, cuyos huevos se depositan a comienzos del verano anterior. El largo periodo de diapausia dura, por tanto, hasta la siguiente primavera ya que el frío del invierno no beneficia el desarrollo del embrión.
Lluvias copiosas en enero o febrero acompañadas de temperaturas agradables pueden provocar, sin embargo, un avivamiento prematuro y la aparición de langostas, aunque sin muchas probabilidades de sobrevivir. Las circunstancias previas a la gran plaga de mediados  de siglo que hemos enumerado, vienen a coincidir, a grandes rasgos, con este esquema de desarrollo de una gran plaga.
Fase gregaria de la langosta Dociostaurus maroccanus. Foto de Adán Martínez Garbayo.
En 1748, la sequía “era general en todo el reino”, según escribía desde Madrid el magistrado Blas Jover al ilustrado valenciano Gregorio Mayans, mientras le hacía patente su preocupación por los graves inconvenientes que podía provocar la conjunción de una adversa meteorología con la feroz langosta azotando los campos manchegos, castellanos y extremeños. La sequedad proseguiría implacable hasta bien entrada la quinta década del siglo, destruyendo cosechas, encareciendo el precio de los cereales, abocando al hambre y la pobreza a las clases populares y casi obligando a dejar en suspenso el suministro de agua potable, como estuvo a punto de suceder en la Corte.
La “gran esterilidad en los quatro reynos de Andalucía” se amplió a la totalidad del país al comenzar los años cincuenta, apenas interrumpida por tormentas ocasionales y pedriscos que refrescaban momentáneamente el ambiente. El invierno de 1750-1751 resultó frío y lluvioso en el interior y desconcertante en la costa, con anómalas y breves bonanzas térmicas. El verano de 1751 fue muy caluroso y sin gota de agua, y los pocos chaparrones del otoño apenas contribuyeron a “templar los calores” pero no salvaron las cosechas.  Sequía constante, frío invernal, calor agobiante en verano y esporádicas, aunque las más de las veces impresionantes precipitaciones otoñales marcaron los años previos a la invasión por la langosta de la práctica totalidad de la geografía española. El literato Luis José Velázquez de Velasco, marqués de Valdeflores, en tránsito por tierras extremeñas en dirección a Andalucía recopilando materiales para escribir una Historia de España, se lamentaba durante la primavera y el verano de 1753 de la extrema sequía que se padecía en un “país que por su naturaleza es seco i cálido, [pero] lo es mucho más a causa de no haver llovido en el invierno”; rematando que “si en alguna tierra no se puede trabajar por el verano es en Extremadura”.
Puesta de la langosta.
El invierno de 1753-1754 fue riguroso y con muchas lluvias, tanto en la costa mediterránea como en el interior de España. Llegado el mes de abril, las precipitaciones descargaron con profusión a lo largo y ancho del país, con excepción de “Aragón que no ha sido cosa, i especialmente en tierra de Huesca”, según anotaba el bibliotecario real Manuel Martínez Pingarrón a Gregorio Mayans. Sequía continuada y lluvias primaverales dieron como resultado que, en las zonas permanentes, la langosta iniciara su transformación. A partir de este verano, y hasta el de 1758, la plaga se extendió inmisericorde.
Iniciada en Extremadura en 1754, se desplazó con rapidez hacia Portugal y La Mancha, alcanzando posteriormente Andalucía, Murcia y el antiguo reino de Valencia “causando todos los horrores del hambre y la miseria y llevando consigo el terror y la desolación” (38).
En tierras albaceteñas y valencianas la langosta irrumpió en el verano de 1756 y, moviéndose en todas direcciones, provocó el miedo y la inmediata alerta en las poblaciones, persuadidas de que se estaba fraguando una catástrofe agrícola (39).
Díaz-Pintado destaca el castigo sufrido por los campesinos de los Campos de Montiel y de Calatrava, mientras que de su paso por Andalucía conocemos con detalle las secuelas dejadas en Córdoba gracias a la monografía de Vázques Lesmes y Santiago Álvarez.
La magnitud del desastre ocasionado por la langosta en los campos españoles, la relativa eficacia mostrada por las recomendaciones de la Instrucción y la ciega convicción de que la solución vendría de la mano de remedios de carácter espiritual, determinó que el rey Fernando VI decidiera, mediante Real Provisión fechada el 14 de octubre de 1756, que las reliquias del venerado San Gregorio Ostiense salieran de su santuario en tierras de Navarra y recorrieran buena parte de la geografía española.
Ello no impidió, sin embargo, que la plaga causara grandes estragos hasta que se extinguió por sí sola. Procesiones, rogativas y cuantiosas cantidades de dinero invertidas, tanto en ceremonias piadosas como en jornales, dieron cumplido testimonio de este episodio, que no sería el último hasta que la centuria terminara. La correspondencia recoge abundantes noticias al respecto que reflejan la impotencia de pueblos, gobernantes y, evidentemente santos y similares, para liquidar de manera definitiva el problema de la gran plaga de langosta.
Canuto de la puesta de la langosta.
Las dos décadas últimas del XVIII conocieron nuevos ataques de la langosta. Agustín Salido anota una plaga para Andalucía durante el año 1779 que Díaz-Pintado recoge igualmente para el Campo de Montiel, apunta Julián Montemayor que las operaciones contra la plaga supusieron a la ciudad de Toledo un desembolso superior a los 830,300 reales de vellón. (40). 
El verano de 1781 trajo “ardientes calores”, tras estar “sin lluvias durante muchos meses”, y le siguieron “un otoño frío y húmedo” y “un invierno nebuloso”, según escribió Joaquín de Villalba en su Epidemiología española (41).
Esta característica del clima fue generalizable a toda esta década, pues a la implacable sequía presente a lo largo y ancho del territorio peninsular se añadió un incremento muy notable de una pluviosidad extraordinaria de consecuencias más que catastróficas. Esta seria perturbación atmosférica, claramente perceptible en la fachada mediterránea, dejaría sentir sus efectos hasta los albores del siglo XIX.

Una climatología que se caracterizaba por la coincidencia de episodios hidrometeorológicos extremos de carácter extraordinario; es decir, que la dura e intermitente sequía que se arrastraba desde mediados de siglo convivió con violentas y reiteradas precipitaciones que provocaron riadas e inundaciones, siendo asimismo habituales los inviernos rigurosos, los pedriscos y heladas y los veranos cortos y húmedos. (42).

De estos años datan las Memorias que se remitieron a la Sociedad Matritense de Amigos del País para participar en el certamen que, sobre la langosta y el modo de hacerle frente, convocó la institución. Ninguna resultó premiada, pero de la lectura de los fragmentos que de algunas de ellas se publicaron se desprende el conocimiento que, a esas alturas del siglo, se tenía de la especie y de la relación existente entre condiciones ambientales y los cambios que experimentaba. Así, se comienza a dar por sentado que las altas temperaturas y las sequías prolongadas eran causas que, combinadas entre sí, podían promover y aumentar la langosta hasta conducirla a la fase gregaria y provocar la consiguiente calamidad; por el contrario, lluvias abundantes en otoño y primavera contribuían a reducir la puesta impidiendo que el insecto superara la fase solitaria y minimizando, en consecuencia, el peligro (43). 
Ciclo biológico de la langosta Dociostaurus maroccanus . Imagen de Enrique Murria Beltrán.

En esta línea, el anteriormente aludido cura de Malpartida de Plasencia deja constancia del resultado de sus observaciones durante los años 1781 y 1783 en los que, pese a haber langosta en el término, los daños no fueron graves gracias a la acción previsora del corregidor que “procuró que se matase en la cuna y estrechó a las justicias de todo el partido para que lo hiciesen” (44).
El cura de Malpartida de Plasencia respecto a la relación entre meteorología y desarrollo de la langosta indicaba textualmente:
“El año 1780 fue seco y correspondería igual en el tiempo de la seminación; la Primavera de 81, aunque no fue húmeda, llovió a principios de abril lo bastante para que con el calor se vivificasen las semillas [...] Lo cierto es que un frío extraordinario en cualesquiera de los dos tiempos hubiera destruido casi toda la cría [...], y qué se yo si las lluvias de agosto, antes de que se sequen bien las paredes de las casitas, pudieran destruir muchas o atrasar la seminación [...] El Agosto de 81 fue sereno, y aunque hubo gran matanza la compensó la seminación [...] Mas en abril de 82 hubo tal contratiempo de frío y nieve que podemos presumir heló la mayor parte de las crías; porque a la verdad no parecieron, y las pocas que se notaron fueron tardías, que se llegó la cosecha antes de que pudieran dañarnos. No tiene duda que en todo tiempo el calor del sol con mediana humedad las vivifica, como tengo experimentado [...]; en este tiempo cualesquier frío la dañará, porque no tiene aquella defensa que le previno la madre, y presumo que en todo tiempo el frío las destruye”
Reflexiones todas ellas procedentes de la observación y que, como decía su autor, aspiraban a servir de ayuda a la hora de librar el desigual combate contra las plagas de langosta. A comienzos de la última década del siglo, los campos de buena parte del país volvieron a ser presa de las feroces langostas. Abundan las informaciones y providencias que, durante los años 1790 y 1791, circularon procedentes de poblaciones manchegas, extremeñas o cordobesas dando cuenta de la situación extrema de las plagas.  
Las plagas de langosta constituyeron uno más de los problemas que la agricultura española hubo de resolver durante el siglo XVIII.
La langosta sobre el olivo.
Cómo afrontar con garantías la lucha contra el insecto en su fase gregaria fue motivo de sucesivas disposiciones legales promulgadas durante la centuria de las Luces. La tantas veces mencionada Instrucción del Consejo de Castilla de 1755,  junto con sus adiciones y modificaciones de 1783 y 1785, desgranaba una serie de recomendaciones y obligaciones que debían de tener en cuenta los responsables políticos de las localidades afectadas. De capital importancia, dado su carácter preventivo, eran las acciones a emprender para localizar los parajes de puesta durante el otoño e invierno con el fin de destruir los canutos. Asimismo, el empleo de variado utillaje: arados, azadas, rastrillos, palas o barras de madera y hierro, combinados con la presencia de cerdos, gallinas o pollos para liquidarlos. El pisoteo por parte del ganado, la acción de los vecinos organizados en cuadrillas que golpean las nubes de mosquitos con toda suerte de artefactos a mano, el uso de bueytrones o grandes cazamariposas para capturar a la langosta adulta al vuelo, su incineración y enterramiento para evitar problemas sanitarios, las gratificaciones de compensación en maravedíes a quienes prestaban sus servicios, etcétera, son aspectos establecidos para hacer frente a los elevados gastos que todo ello comportaba. Porque, en ocasiones demasiado frecuentes, aunque las plagas no llegaran a afectar en demasía las cosechas, sí lo hacían con las arcas municipales que debían desembolsar fuertes sumas de dinero en aplicación de lo establecido en la Instrucción como, por ejemplo, sucedió en Jerez de la Frontera en diferentes ocasiones. (45).
Junto con estas medidas de carácter técnico y legal consideradas poco efectivas, la sociedad ponía en marcha de manera paralela otros mecanismos en los que miedo, superstición o religiosidad popular estaban bien presentes. Asumido que el combate que se libraría contra el nocivo animal resultaba desigual y condenado al fracaso, y que la plaga no era ni más ni menos que un Castigo del Altísimo por los hipotéticos pecados cometidos, el sentimiento popular cifraba sus esperanzas en la piedad divina, recurriendo para ello a la intermediación de santos y vírgenes y desarrollando las consabidas ceremonias específicas. De ahí que, en los peores momentos, se sucedieran misas, procesiones, rogativas, exposición del santísimo y de las imágenes de los más venerados patronos, se plantaran cruces “de langosta” a la entrada de los pueblos, florecieran los rituales de conjuro y exorcismo para preservar los campos y, en fin, se recurriera a determinadas reliquias como solución última para conjurar el mal. Entre ellas, y al margen de las devociones particulares existentes en cada localidad, lo cierto es que una sociedad tan sacralizada como lo era la española del siglo XVIII tenía confianza ciega en los efectos benéficos del agua pasada por las cuencas de la calavera de San Gregorio Ostiense y, en tierras del Levante español, en los poderes taumatúrgicos de la Cruz de Caravaca (46).
Cabeza de San Gregorio Ostiense.
La devoción a San Gregorio Ostiense, santo apócrifo por cierto, tiene su origen en una terrible plaga de langosta que asoló a comienzos del siglo XI las tierras de Navarra y La Rioja y que éste, según la leyenda, logró aniquilar a fuerza de ayuno y oración. (47). 
Interior de la Basílica de San Gregorio Ostiense en Sorlada (Navarra).
Erigido, tras notable peripecia, un santuario en Sorlada para custodiar sus reliquias se adoptó la costumbre de hacer pasar agua a través de ellas para ahuyentar a los voraces insectos. Con el paso del tiempo muchas poblaciones españolas optaron, en momentos en los que la langosta devoraba todo lo que encontraba a su paso, por enviar delegados para conseguir odres del preciado líquido con el que, una vez retornados a sus lugares de origen, se desarrollaba un ritual, próximo al exorcismo, consistente en bendecir e hisopar los campos para preservarlos del flagelo de la plaga de la langosta. A partir de año 1522, y en situaciones límite, se adquirió la práctica de transportar el relicario-cabeza de San Gregorio a los lugares amenazados. Durante el siglo XVII se produjeron dos salidas de alcance peninsular, una en 1634 y la otra en 1687-1689; pero, sin duda, la que mayor resonancia alcanzó fue la acaecida a mediados del siglo XVIII, fechas en las que el rey Fernando VI, ante las enormes proporciones que alcanzó la plaga iniciada en 1754, determinó dos años más tarde que la cabeza del Ostiense recorriera el país para conjurar el grave peligro que se cernía sobre la agricultura.
Itinerario seguido por las reliquiaas de San Gregorio Ostiense durante el año 1756.

En carruaje, y conducida por tres cofrades eclesiásticos y uno secular, el viaje de la reliquia siguió un itinerario cuidadosamente establecido próximo a los 2,500 kilómetros que duró cuatro meses y que, salvo la expectación que levantó y los problemas de carácter institucional que pudieron plantearse, resultó poco efectivo. La plaga acabó cuando las condiciones medioambientales se tornaron desfavorables para que la langosta mantuviera la fase gregaria.

Los recursos invertidos en la iniciativa, con cargo a la Hacienda real, resultaron importantes; como también lo fueron los derivados del desarrollo de las diferentes procesiones, rogativas, conjuros y exorcismos llevados a cabo por ciudades y villas afectadas contribuyendo, con ello, a su creciente endeudamiento. La realidad se mostraba, pues, en toda su crudeza al resultar ineficaces tanto los remedios terrenales como los espirituales, con el agravante de que los gastos, cada vez mayores, corrían siempre por cuenta de los mismos. La langosta, por tanto, siempre devoraba con fruición algo más que campos y sembrados.
Tratamientos fitosanitarios contra la langosta.

Con el paso de los años y la experiencia que se fue adquiriendo en el uso de una amplia gama de los insecticidas, que ahora se podían emplear en la lucha contra la langosta; todos los medios se fueron perfeccionando hasta llegar a haber dominado la presencia masiva de insectos en nuestros campos, porque ante cualquier conato de plaga se ponían los medios ya modernos del uso de avionetas de fumigación, que dicho sea de paso constituían un espectáculo para los niños de aquellos tiempos, que acudían presurosos a presenciar a distancia las pasadas de las avionetas de fumigación por nuestros campos.
Avioneta de fumigación contra la plaga de langosta.
Así esporádicamente surge algún conato de plaga como la que se detectó en 1990 en la provincia de Almería, concretamente entre Tabernas y la cuenca del río Nacimiento, que junto con los otros focos detectados en Nijar ocuparon alrededor de 1.000 hectáreas de saltones en su mayoría en terrenos baldíos. Para lo que se distribuyeron productos fitosanitarios entre los agricultores de las zonas afectadas, dejando la utilización de avionetas de fumigación cuando la plaga se detectaba en mayores extensiones de tierra afectadas de estos insectos. El producto fitosanitario empleado para esta plaga fue el “Fenitotrión 50%”, que fue fabricado especialmente por el Ministerio de Agricultura (48).
Otros productos y forma de atacar la invasión de las langostas era el uso de tiras de papel  impregnadas de “Gamexano” que se colocaban sobre el terreno donde se suponía que iban a caer las langostas. También se utilizó el “Dinitrortecresol” con este mismo fin.
El tipo de langosta que producía nuestras plagas era la “Dociostaurus maroccanus” o langosta marroquí, que se consideraba ya langosta autóctona, era la que había provocado durante siglos atrás la mayor parte de las plagas que afectaron a la Península Ibérica.
Dociostaurus maroccanus (Thunberg, 1815).
Nada tiene que ver este tipo de langosta con la que en años posteriores y procedente igualmente del Norte de África, amenazó con invadir todo el Sur de Europa. Esta es la “Locusta migratoria” un tipo de langosta peregrina que en cantidades ingentes y con gran movilidad se desplazaban por los campos hasta exterminar su vegetación. 
Otra especie de langosta migratoria era la “Nomadacris septemfasciata” que asolaba Italia. Ambas especies animales con áreas de expansión muy definidas en África.
Por las características de migración de estas especies de langostas se comprendió que solamente estas invasiones podían ser combatidas a escala internacional; por lo que se constituyeron organizaciones internacionales con el fin de estudiar los movimientos de estas langosta en migración, su desarrollo y así prevenirla aproximación de los voluminosos enjambres de langostas que nublaban el cielo a su paso y dejaban los campos yermos de vegetación. De esta forma se vigilaba las formaciones de estas langostas en sus sitios originarios, para actuar ante los primeros signos de aumento de la población de langostas migrantes antes de llegar a la fase gregaria que las hacía desplazarse en largos vuelos intercontinentales desde África a Europa.
Plaga de Shistocerca gregaria.
Otra langosta de efectos incontrolables era la langosta del desierto llamada “Shistocerca gregaria” que se distribuía por una amplísima zona que comprendía desde el Norte de la India hasta Marruecos, por lo que resultaba muy difícil su contención (49).
Granada 14 de octubre de 2018.
Pedro Galán Galán.
Bibliografía:

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Roldán Jimeno Aranguren: “San Gregorio Ostiense de Navarra. Abogado contra plagas agrícolas y males del oído”, en Religiosidad popular en España. Actas del Simposium (I), 1/4-IX-1997, cieiha, Ediciones Escurialenses, San Lorenzo del Escorial, 1997, 309-356.)

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Referencias de citas:

(1) Pasajes bíblicos: Éxodo, 10, 1-20; Apocalipsis, 9, 3-10.

(2) Costa, Joaquín: El Colectivismo agrario en España, 1915. Biblioteca Costa. Tomo V de las Obras Completas, página 606.
(3) Carta de Pérez del Álamo a J.J. Morato publicada en el periódico “El Heraldo de Madrid” el día 26 de julio de 1908, en Marvaud, Ángel: La cuestión social en España. Madrid. Ediciones de la Revista de Trabajo, 1975, página 77.
(4) Sánchez Jiménez, José: La población, el campo y las ciudades, en los comienzos del siglo XX. La población, la economía, la sociedad (1898-1931) Tomo XXXVII de la Historia de España de Ramón Menéndez Pidal. Dirigida por José María Jover Zamora. Madrid. Editorial Espasa Calpe, 1984, páginas 338 y 339.
(5) Tuñón de Lara, Manuel: Luchas obreras y campesinas en la Andalucía del siglo XX. Jaén (1917-1920). Sevilla (1930-1932). Madrid. Editorial Siglo XXI, 1978, página 52.
(6) Archivo de la Diputación Provincial de Jaén (A.D.P.J.) Legajo L 2354/20. Expediente de la langosta ,1900.
(7) Archivo de la Diputación Provincial de Jaén (A.D.P.J.). Legajo 2354/20. Presupuesto de extinción de la langosta de Úbeda, 6 de octubre  de 1900.
(8) Archivo de la Diputación Provincial de Jaén. Legajo 3254/20. Presupuesto de extinción de la langosta de Chiclana y otros pueblos 1900 20 de octubre de 1900.
(9) Boletín Oficial de la Provincia de Jaén (B.O.P.J.) de fecha 9 de febrero de 1901.  
(10) Boletín Oficial de la Provincia de Jaén (B.O.P.J.) de fecha 18 de abril de 1901.
(11) Boletín Oficial de la Provincia de Jaén (B.O.P.J.)  de 20 de abril de 1901.
(12) Archivo de la Diputación de la Provincia de Jaén. Legajo 2278/57. Acta de la sesión celebrada por la Junta Local de Extinción de Carchelejo el día 24 de abril de 1901.
(13) Archivo de la Diputación Provincial de Jaén. (A.D.P.J.) Legajo 2278/57. Expediente de langosta en diversos pueblos, 1901.
(14) Archivo Diputación Provincial de Jaén. Legajo 2278/57. Expediente langosta en diversos pueblos, 1901
(15) Archivo de la Diputación Provincial de Jaén (A.D.P.J.) Legajo 2278/57. Expediente langosta en diversos pueblos, La Carolina, 1901.
(16) Archivo de la Diputación Provincial de Jaén (A.D.P.J.) Legajo 2353/5. Expediente langosta en diversos pueblos, 1903.
(17) Boletines Oficiales de la Provincia de Jaén de fechas 15 de marzo de 1904 y 10 de abril de 1906.
(18) Infante, Blas: El Ideal Andaluz. Madrid, 1976, 2ª edición (1ª edición de 1915), páginas 143 y 144.
(19) López Cordero, Juan Antonio: La última gran plaga de langosta en Jaén 1900-1903. Actas del II Congreso de Historia de Jaén (1900-1950) Cámara oficial de Comercio e Industria de Jaén. 1993. Tomo III. Páginas 61 a 76.
(20) Francisco Calvo García-Tornel, El riesgo. Un intento de valoración geográfica, Murcia, Academia Alfonso X “el Sabio”, 1982).
(21) Armando Alberola Romá, Catástrofe, economía y acción política en la Valencia del siglo XVIII, Valencia, ediciones Alfonso el Magnánimo, 1999, 207-235; “Procesiones, rogativas, conjuros y exorcismos. El campo valenciano ante la plaga de langosta de 1756”, Revista de Historia Moderna, núm. 21, Universidad de Alicante, 2003, páginas 383 a 410.
(22) Boris P. Uvarov, Locusts and grasshoppers, Londres, The Imperial Bureau of Entomology, 1928; asimismo “Ecological studies of the Moroccan locust in Western Anatolia”, Bulletin of Entomological Research, XXIII, 2, 1932, 273-287; “Ecology of the Moroccan locust in Iraq and Syria and the prevention of its outbreaks”, Bulletin of Entomological Research, XXIV, 1, 1934, páginas 407 a 418.
(23) Alfredo Alvar Ezquerra, “Castilla 1590: tres historias ejemplares”, Studia Historica. Historia Moderna, núm. 17, Salamanca, 1997, páginas 121 a 143.
(24) Agustín Salido y Estrada, La langosta. Compendio de todo cuanto más notable se ha escrito sobre la plaga, naturaleza, vida e instintos de este insecto..., Madrid, Imprenta, Fundición y Estereotipia de don Juan Aguada, 1874, 289-316 y 319-334.
(25) José del Cañizo Gómez, “La langosta y el clima”, Boletín de Patología Vegetal y Entomología Agrícola, XI, Madrid, 1942, páginas 179 a 200.
(26) Aponte Marín, Ángel: Conjuros y rogativas contra las plagas de langosta en Jaén (1670-1672)”, en Carlos Álvarez Santaló y otros, coords., La religiosidad popular. II: Vida y muerte: la imaginación religiosa, Barcelona, 1989, páginas 554 a 562.
(27) Historia natural de la langosta en España y modo de destruirla, por don Guillermo Bowles [...], Madrid, Imprenta de D. M. de Burgos, 1825, 40 páginas.
(28) Bowles, Guillermo: Introducción a la Historia Natural..., 2ª edición, páginas 277 y 278.
(29) Bowles, Guillermo: Introducción a la Historia Natural..., 2ª edición, páginas 269 y 270.
(30) Semanario de Agricultura y Artes dedicado a los párrocos, tomo VII, núm. 157, del jueves 2 de enero de 1800, 11-16; y núm. 158, del jueves 9 de enero de 1800, páginas 25 a 32.
(31) Zepeda y Vivero, Juan Antonio: Agricultura metódica, acomodada a la práctica del país, con varias noticias acerca de la naturaleza, propagación y extinción de la langosta. Escrita por don –. Cura rector del lugar de Malpartida de Plasencia, Madrid, en la Oficina de don Benito Cano, año de MDCCXCI, especialmente pp. 158-170.
(32) Pérez Moreda, Vicente: Las crisis de mortalidad en la España interior (siglos XVI-XIX), Madrid, Siglo XXI editores, 1980, página 361, nota 308.
(33) Vázquez Lesmes, Rafael y Cándido Santiago Vázquez, Las plagas de langosta en Córdoba, Córdoba, Cajasur, 1993 página 70.
(34) Díaz-Pintado, Juan: Climatología de La Mancha durante el siglo XVIII, en Cuadernos de Historia Moderna, núm. 12, Madrid, 1991, páginas 144 y 145.
(35) Juan Antonio López Cordero y Ángel Aponte Marín, Un terror sobre Jaén: las plagas de langosta (siglos XVI-XIX), Jaén, 1993, páginas 109 y 110.
(36) Alberola Romá, Armando: Catástrofe, economía y acción política en la Valencia del siglo XVIII, Valencia, ediciones Alfonso el Magnánimo, 1999, páginas 209 y 210.
(37) Novísima Recopilación, Libro VII, Título XXXI, Ley VI).
(38) Bowles, Guillermo, Historia natural de la langosta en España y modo de destruirla, por don Guillermo Bowles..., Madrid, Imprenta de D. M. de Burgos, 1825, página 258.
(39)  Piqueras García, María Belén: Una amenaza para la agricultura de Almansa: las plagas de langosta (1756-1759), en Al-Basit, núm. 23, Albacete, 1988, páginas 189 a 201.
(40)  Salido y Estrada, Agustín, La langosta. Compendio de todo cuanto más notable se ha escrito sobre la plaga, naturaleza, vida e instintos de este insecto..., Madrid, Imprenta, Fundición y Estereotipia de don Juan Aguada, 1874, página 176.
(41) de Villalba, Joaquín: Epidemiología española o historia cronológica de las pestes, contagios, epidemias y epizootias que han acaecido en España..., vol. II, Madrid, 1803, página 248.
(42) Alberola Romá Armando: Quan la pluja no sap ploure. Sequeres i riuades al País Valencià en l’edat moderna, Publicaciones de la Universidad de Valencia, Valencia, 2010, 180 y siguientes.
(43) Vázquez Lesmes, Rafael y Cándido Santiago Vázquez, Las plagas de langosta en Córdoba, Córdoba, Cajasur, 1993. Páginas 30 y 31.
(44) Zepeda y Vivero, Juan Antonio: Agricultura metódica, acomodada a la práctica del país, con varias noticias acerca de la naturaleza, propagación y extinción de la langosta. Escrita por el Cura rector del lugar de Malpartida de Plasencia. En Madrid, en la Oficina de don Benito Cano, año de MDCCXCI, página 167.
(45) Jesús Manuel González Beltrán: Respuesta política frente a las adversidades naturales en el sector agrícola durante el siglo XVIII, en Revista de Historia Moderna, núm. 23, Alicante, 2005, páginas 359-390.
(46) Pedro Ballester Roca: La cruz de Caravaca. Historia, rito y tradición, Murcia, 2001.
(47) Juan José Barragán Landa, “Las plagas del campo español y la devoción a San Gregorio Ostiense”, en Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, núm. 29, 1978, 273-298.
(48) Periódico “Ideal” de fecha 9 de julio de 1990.
(49) Wigglesworth, V.B.: La vida de los insectos. Historia natural. Editorial: Destino. Tomo II. Barcelona, 1974, Páginas 285 y 286.
 


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