Adyacente a La tercia: La casa del Zapatero.
Pues bien…, ya dije en su momento que no sólo quería llamar la atención sobre nuestro patrimonio cultural, sino también, y entre otras cosas, mencionar todo aquello que pudiera dar a conocer algo más de nuestro pueblo, incluidas las anécdotas o vivencias de cualquiera de nuestros paisanos, …o incluso no paisanos.
En este caso se trata de la narración de algunas vivencias de Andrés Teruel, “el hijo del Crisanto” …como todos lo conocen. Este documento me lo hizo llegar a través de un comentario de Facebook. Tiene su raíz en la publicación del Blog de Lahiguera: “Callejero Decimonónico”, documento realizado y proporcionado por nuestro también paisano Manuel Jiménez Barragán. Nos cuenta, Andrés, sus recuerdos de la mencionada casa del zapatero, y arroja algo más de información sobre la misma y el señor que la habitaba, todo explicado según lo vivido por él. Me llama la atención, la percepción tan humana con la que un niño de aquellos tiempos ve aquello que sucedía, y cómo al cabo de los años, nos puede relatar todo ello con tanta precisión de detalles.
También, ya de paso, nos proporciona otra información que era desconocida por mí, y supongo que por “los más jóvenes” de nuestro pueblo: es esa casa que existió entre El templo y La tercia, y donde hoy sólo existe un vano sin sentido alguno.
Esta casa que podemos ver a la izquierda, justo detrás de Alfonso (el hijo de Sanpedro),
es la mencionada en esta publicación.
Expongo textualmente lo que me envió Andrés Teruel:
"Interesantísimo documento sobre la formación urbanística de Lahiguera en el pasado. Ya conocía este callejero, pero me costaba por su pequeño tamaño, entender la grafía, aunque al haber un par de calles o tres que conservaron el nombre, como la calle La Piedras, Nueva y Campanario, cuesta poco situarse y observar el crecimiento que ha experimentado el pueblo desde entonces. A parte de lo bien detallado y documentado que está todo, me ha llamado la atención la referencia que hace el autor, Manuel Jiménez, a la zapatería de Miguel, apodado "salmorejo" en la cual había una estrella de mar que despertaba en él ciertas fantasías infantiles sobre tesoros ocultos, entre lo que él suponía casas centenarias, posiblemente milenarias y que como demuestra este callejero y la documentación, no es así.
No fue él la única persona que encontró en esa zapatería motivos para adentrarse en mundos de ilusión y fantasía, sino que, aunque por razones diferentes, servidor, vivió una experiencia semejante . La casa donde vivía (hoy desparecida) y la zapatería, estaban separadas por la Tercia cuyo uso por entonces, era almacenar leña para alimentar el horno de la panadería de José Ortega (maestro de música) que era el propietario. Yo no sé si ya existía esa estrella de mar colgada en una de las blancas paredes de la zapatería, pero sí esa mirada por encima de las gafas del bueno de Miguel, rodeado siempre de leznas, cerote, cáñamo, botas, zapatos y un tinajón en el cual mojaba el cuero. Sobre la mesa una horma negra de hierro, un martillo y una hoja de acero cuya utilidad era cortar el cuero, entre otros útiles del oficio. Ataviado siempre con un delantar oscuro, cosía, martilleaba, cortaba, abrillantaba y daba lustre a zapatos y botas. Pero no era la decoración, el olor a cuero mojado y a cerote, ni la habilidad de Miguel en el manejo de cualquiera de sus herramientas, lo que me atraía de esa zapatería, sino un aparato de radio que tenía permanentemente funcionando. Fue el primer aparato de radio que vi y oí y desde el primer momento, me vi atraído y alucinado por su funcionamiento. No comprendía como de aquella caja de madera podía salir música, palabras y todo lo demás con aquella claridad. Hubiera dado cualquier cosa, de las pocas que tenía, por tener un aparato de aquellos en mi casa, pero eran tan escasas las posibilidades de que ello sucediera, que durante mucho tiempo, no dejó de ser para mí un sueño inalcanzable; casi tanto, como la de encontrar un tesoro en el corral de mi casa. Así que acabé resignándome a a mi suerte y a conformarme con disfrutar de la posibilidad que me ofrecía acercarme a la ventana del bueno de Miguel, sentado al sol (cuando lo hacía) y escuchar aquella radio. Muchas veces me acercaba con sigilo para que no me viera y pensara que era un pesado; me agachaba al llegar a la ventana y me sentaba, pero Miguel sabía de mi obsesión e intuía cuando estaba presente y desde su bondad y generosidad infinita, aumentaba el volumen del aparato para que no tuviera dificultad en escuchar el aparato. Algunos años después, ya retirado, vino a Gerona en compañía de su mujer a visitar a una hermana de ésta que vivía muy cerca de nosotros. Nos visitó y entre muchas otras cosas, sacó a colación esta historia y me confesó, que cuando llegaba la hora que solía acercarme a escuchar aquella radio, se levantaba de su asiento y miraba si me encontraba debajo de la ventana para aumentar el volumen. Me dijo también que se había habituado tanto a mi silenciosa y discreta presencia, que cuando no estaba me echaba en falta. Nunca, o casi nunca, intercambiamos palabras. Mi timidez extrema y la enorme diferencia de edad que nos separaba, me impedía mantener cualquier tipo de conversación con él, pero entre ambos existía una conexión tan invisible pero tan real, como las ondas hertzianas que llegaba hasta aquel aparato de radio."
No fue él la única persona que encontró en esa zapatería motivos para adentrarse en mundos de ilusión y fantasía, sino que, aunque por razones diferentes, servidor, vivió una experiencia semejante . La casa donde vivía (hoy desparecida) y la zapatería, estaban separadas por la Tercia cuyo uso por entonces, era almacenar leña para alimentar el horno de la panadería de José Ortega (maestro de música) que era el propietario. Yo no sé si ya existía esa estrella de mar colgada en una de las blancas paredes de la zapatería, pero sí esa mirada por encima de las gafas del bueno de Miguel, rodeado siempre de leznas, cerote, cáñamo, botas, zapatos y un tinajón en el cual mojaba el cuero. Sobre la mesa una horma negra de hierro, un martillo y una hoja de acero cuya utilidad era cortar el cuero, entre otros útiles del oficio. Ataviado siempre con un delantar oscuro, cosía, martilleaba, cortaba, abrillantaba y daba lustre a zapatos y botas. Pero no era la decoración, el olor a cuero mojado y a cerote, ni la habilidad de Miguel en el manejo de cualquiera de sus herramientas, lo que me atraía de esa zapatería, sino un aparato de radio que tenía permanentemente funcionando. Fue el primer aparato de radio que vi y oí y desde el primer momento, me vi atraído y alucinado por su funcionamiento. No comprendía como de aquella caja de madera podía salir música, palabras y todo lo demás con aquella claridad. Hubiera dado cualquier cosa, de las pocas que tenía, por tener un aparato de aquellos en mi casa, pero eran tan escasas las posibilidades de que ello sucediera, que durante mucho tiempo, no dejó de ser para mí un sueño inalcanzable; casi tanto, como la de encontrar un tesoro en el corral de mi casa. Así que acabé resignándome a a mi suerte y a conformarme con disfrutar de la posibilidad que me ofrecía acercarme a la ventana del bueno de Miguel, sentado al sol (cuando lo hacía) y escuchar aquella radio. Muchas veces me acercaba con sigilo para que no me viera y pensara que era un pesado; me agachaba al llegar a la ventana y me sentaba, pero Miguel sabía de mi obsesión e intuía cuando estaba presente y desde su bondad y generosidad infinita, aumentaba el volumen del aparato para que no tuviera dificultad en escuchar el aparato. Algunos años después, ya retirado, vino a Gerona en compañía de su mujer a visitar a una hermana de ésta que vivía muy cerca de nosotros. Nos visitó y entre muchas otras cosas, sacó a colación esta historia y me confesó, que cuando llegaba la hora que solía acercarme a escuchar aquella radio, se levantaba de su asiento y miraba si me encontraba debajo de la ventana para aumentar el volumen. Me dijo también que se había habituado tanto a mi silenciosa y discreta presencia, que cuando no estaba me echaba en falta. Nunca, o casi nunca, intercambiamos palabras. Mi timidez extrema y la enorme diferencia de edad que nos separaba, me impedía mantener cualquier tipo de conversación con él, pero entre ambos existía una conexión tan invisible pero tan real, como las ondas hertzianas que llegaba hasta aquel aparato de radio."
...hasta aquí este breve relato de Andrés.
=========================================
Hoy en día, donde la tecnología tiene avances “casi” desmesurados, a lo mejor nos puede causar gracia lo que Andrés nos cuenta cuando menciona lo de aquella “caja” que produce sonidos con una claridad ejemplar, y de donde también “sale” música (…la radio), pero la realidad es que hace unos “pocos de años”, aquello era un evento sin parangón: Nos debe ayudar a meditar en la rapidez con la que hoy se avanza tecnológicamente, y que en cierto modo deberíamos saber mensurar. Pienso en mi interior…”lo poquito que se necesitaba antes para ser feliz…y cuánto tenemos ahora para ser infelices”.
No sé lo que les ocurrirá a los lectores de esta publicación, pero en lo que a mí respecta, la narración de Andrés me transporta a tiempos que, aunque no muy lejanos, quedaron olvidados en el presente: Evoca la melancolía de aquellas casas blancas o pintadas con azulete, algunas con “esconchones” que dejaban aflorar las piedras de mampostería o simples adobes (…barro pisado y mezclado con paja que servía de traba…), sus tejados de teja árabe, de aquellas calles empedradas, de aquellas puertas bajitas (… tratadas con aceite de linaza…) empotradas en gruesos muros que a su vez mantenían la casa sin altibajos en las temperaturas, sus suelos de ladrillo “viejo”, aquellas rejas de ventanas realizadas en forja y enmarcadas por madera, …de aquellas gentes que cada día luchaban por lo esencial para la vida…. Esas mismas gentes que por las tardes de verano frecuentaban las puertas de las casas para conversar y “tomar el fresco”: era el momento de repasar los chascos y chismes del día…lo que había ocurrido de bueno y de malo (…la tertulia). Era entonces cuando los niños/as jugaban a la multitud de juegos que existían y que se llevaban a cabo en grupos (el marro, el pilla pilla, el escondite, la pita, la comba, la cruceta, a las bolas o canicas…entonces realizadas de barro, etc)…juegos en los que las personas se relacionaban estrechamente (…algo muy perdido hoy en día…por desgracia).
Quiero recordar también la existencia, hoy poco habitual, de los mulos y otras “bestias” que eran la mano derecha de buena parte de todas las familias. Eran el medio de trabajo, de transporte, etc. Y tenían cabida en alguna parte de la casa que era destinada para tales animales: las cuadras. Era por las tardes cuando los arrieros y agricultores se acercaban al pilar, o las distintas fuentes existentes en el pueblo, para darles de beber; por las calles rezumaba ese olor característico desprendido por tales animales a su paso por las mismas. Era un “taconeo” peculiar el que se podía escuchar cuando pasaban hasta llegar a su encierro. También recuerdo los rebaños de cabras y ovejas, que antaño estaban también en convivencia con las personas que habitaban el pueblo: no tenían por qué estar en las periferias del pueblo …por obligación, sino que se guardaban en los mismos corrales de las casas. Sin ningún reparo, expreso que la labor de pastor ofrece para mí una gran admiración: no hay día en el año que se pueda dejar de atender a esos animales, ya que no entienden de fiestas.
Familia Lomas Gavilán en compañía de los animales (...año 1940).
Yunta de mulos trillando en la era.
Pilares y lavadero de "Los grifos" (...año 1970 aprox.)
Cuanto más escribo … más me surge en el recuerdo, y así, me viene a la cabeza aquellas mujeres (…nuestras madres, nuestras abuelas, etc) que cada día se acercaban a las “pilas” a lavar aquella ropa que, como hoy…aunque con menos abundancia, se tenía al uso. No existían esas “lavadoras” que en el presente tenemos cada uno en nuestra casa, y así pues…”mochila” a las espaldas, a la cadera o a la cabeza (…otras veces en cestas de mimbre), y en busca del lavadero más cercano (…una labor, entre otras, intachable). Que yo conociese, existían el de “Los grifos”, el de “Los morales” y el de “El chorrillo”…hoy desparecidos por completo.
Mujeres lavando en las pilas de "Los grifos".
Mujeres transportando las cestas con la ropa.
Respecto al agua “potable” en aquellos tiempos…ni hablar. No existían esos grifos que hoy abrimos sin remordimiento alguno por el agua que muchas veces despilfarramos. Una vez más el abastecimiento se realizaba en esas fuentes que tanta importancia tuvieron a lo largo de la historia (…y que muchas de ellas hemos dejado olvidadas o destruidas), así como de los pozos artesanos que hubieran en las casas (…las que lo tuvieran). El medio de locomoción: esos animales de cuadra mencionados antes. El almacenamiento habitual: en los cántaros de barro.
Vemos cómo porteaban los cántaros con los mulos para el servicio de las casas.
Aludiendo de nuevo al personaje del zapatero de Lahiguera (Higuera de Arjona), parece ser que también tenía “dotes de Mago”. Los niños cuentan (…en este caso me lo ha transmitido Manuel Jiménez) “que tenía la capacidad de atraer las puntas/clavos que utilizaba para su oficio”: “escondía” un imán en su mano (...cosa que aquellos niños no apreciaban con detalle), ¡…pasaba ésta por la cercanía de las puntas, y las mismas se le venían a ella!. ¡No veas…!...Los niños quedaban asombrados por este “brujo” que era capaz de atraer esos clavos sin más. No cabe duda de que era un personaje que tenía una gran capacidad de atracción, no sólo para las puntas, sino también para el interés de los niños que estuvieran en su presencia.
No quiero alargarme más con esta publicación. Estas y otras meditaciones y recuerdos se me han pasado por la mente tras leer tal relato de Andrés, a la vez inspirado en lo narrado por Manuel Jiménez en la anterior publicación. Espero también, que estas palabras hayan transportado a todos los lectores de esta publicación a otros momentos de la historia de nuestro pueblo.