PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

miércoles, 27 de abril de 2016

Visita a Salas de Galiarda.

Baños de la encina: Salas de Galiarda.

Uno de nuestros pueblos vecinos, muy digno de visitar, es Baños de la encina. Su entorno, sus gentes, su historia y naturaleza hacen de él un lugar peculiar.

Hoy ha tocado visitar Salas de Galiarda, otro de sus innumerables yacimientos arqueológicos. Siempre oí hablar de este lugar...con muchas leyendas que lo sustentaban; era un niño aún cuando un señor vecino de Andújar me contaba ciertas vivencias ocurridas durante su visita en el lugar...sin duda enigmático.

Considero no debo escribir una palabra más sin aludir al artículo que mi buen amigo José María (El cotanillo) publicó en su Blog; como siempre tan interesante de leer para todos los que admiran estas facetas. Paso enlace para su lectura...sin desperdicio:




 

Lo que ese guía les contaba no distaba mucho de lo que escuché hablar hace ya unas décadas. Aquellas entradas a la mina, aquellas galerías que llegaban hasta el pantano y que eran inundadas por el mismo, fue lo mismo que me contaron. Se funden la realidad y la ficción, siendo ambas muy difícil de discernir. Al fin y al cabo, ayudan a echar a volar nuestra imaginación y a tratar de volver a aquellos tiempos de los habitantes del lugar hace ya unos dos mil años.
 ........

 Nada más apearnos del coche (todoterreno), tras un camino bastante intransitable, comenzamos nuestra andadura hacia lo más alto de esta zona de Sierra Morena. Divisamos un grupo de buitres sobrevolando la zona por la que tenemos que discurrir para llegar a nuestro destino.
 

 La orografía es bastante abrupta, pero el camino se afrontará por un lugar más llevadero.


 Aunque ello no quita que tuviéramos que salvar desniveles bastante acusados.

 

 Las vistas comienzan a ser cada vez más interesantes a medida que vamos tomando altura.

 
Avistamos Baños de la encina.

Durante el trayecto aprovechábamos cada instante para hacer fotografías del entorno: el compañero Antonio, fotógrafo de naturaleza.

Ascendiendo, nos llamó la atención lo que parecía una antigua edificación abandonada. Estaba a unos 400 metros. Me dispuse a realizar una fotografía con el teleobjetivo:



La sorpresa viene cuando veo la fotografía en el ordenador y amplío la imagen:



¿Hay alguien que no vea la figura del toro?. 

La próxima vez habrá que visitar el lugar en cuestión. Entiendo que tan sólo sea una casualidad, por la combinación de luces y sombras, pero la figura se manifiesta con singular claridad, al menos para mí.

La naturaleza está radiante en estas fechas. Las lluvias no han sido muy abundantes en este año, pero suficientes para que la flora muestre su gratitud.



Ya estamos en la cúspide, el caminar se hace más sereno.




Al fin pisamos suelo de Salas de Galiarda. Las vistas ...impresionantes.



Comienzan a verse las primeras muestras de la majestuosidad de las edificaciones. Grandes sillares conforman los muros que en sus días serían fortificación y viviendas.












































Situados en la cara que mira al Sur, las vistas nos ofrecen otro paisaje: pantano del Rumblar, pueblo de Baños de la encina, poblado argárico de Peñalosa; al fondo las Sierras de Mágina, Cazorla y Las Villas.



Sin duda, un lugar que invita a la fotografía. Mari, fotografiando este paisaje.


En el interior del poblado nos encontramos con este pozo o sumidero, donde se pueden apreciar las dos entradas de sendas grutas. Un estudio arqueológico nos podría aclarar muchas dudas que surgen respecto a lo que esto pudiera haber sido; así, a golpe de vista, parece que sea el inicio de esas minas de extracción de cobre que nuestros antecesores pobladores romanos explotaron.

 

 

Se nos hace tarde, y comenzaremos nuestro descenso por otro itinerario, pasando por el llamado Cerro de las águilas.



Con este descenso también bastante acusado, llegamos de nuevo hasta nuestro lugar de partida.



Mi agradecimiento personal a estos compañeros y amigos que hoy nos han llevado a este histórico lugar de nuestra provincia de Jaén.

Nuestra tierra y sus pueblos tienen un gran potencial histórico y cultural. Nos compete cuidarlo y darlo a conocer.



Juan José Mercado Gavilán.
Lahiguera a 27 de abril del 2016.


viernes, 22 de abril de 2016

PREGÓN VIRGEN DE LA CABEZA 2016






PREGÓN A LA ROMERÍA DE LA VIRGEN DE LA CABEZA

COFRADÍA DE LAHIGUERA

2016














Manuel Jiménez Barragán

SALUTACIÓN


Ante ti, María de la Cabeza, me postro, vengo a pregonarte, mensajero inmerecido de tu fiesta.
Yo ya soy, tú bien lo sabes, esa hoja ajada, caída en lejanos otoños y que los aires de un lado a otro
han llevado.
Pero que, en las mañanas azules y grandes como océanos de incontables olas, de arenas infinitas; en ti, cada gota, cada grano,
he pensado.
En los bulliciosos atardeceres de gualdas flores abriéndose en los surcos del oeste, cada pétalo rojo, pensado que tu pie era,
he besado.
En noches oscuras de insomnios, de amargos dolores; cuando a deshora llama la mano terrible a la puerta de los párpados,
te he rezado.
Siempre te he visto donde
he mirado.
En cada cosa, en cada instante, en cada poro del día te he sentido. Siempre recordando, la hoja,
mi Árbol.

 

En ti, Madre de la Cabeza, quiero cobijarme, dormirme y soñar en tu regazo. Escuchar tu corazón; pensar que aquí están, que siempre están, los que ya no están. Porque es imposible que exista el no existir. Pararme a oírte en tu silencio, silencio de tantas palabras.
Solo me queda, a esta hoja le queda, agradecer al viento que, a tus pies, me ha traído.


¡Ay, Virgen de la Cabeza!
Que estás arriba en el Cerro
Ayúdame, dale luz
a este pobre higuereño.
De palabra tosca y torpe,
de tosco y torpe verbo.


Ay, pueblo mío, haz que florezcan tus rosas,
tus geranios, tu lirios y tus helechos.
Llena tus patios de flores,
llena tu alma de besos.
Que se acerca el domingo de abril,
el más grande, el que más espero.


Paco pintor toma ese cubo,
tú que sabes hacerlo
y, en el mar de la noche,
moja tu brocha en la luna del cielo;
que así lo quiero de blanco,
que así lo quiero de nuevo.
Lijarcios, Niños, panaderos,
amasad el pan más albo,
coced el pan más tierno;
que así quiero mi pueblo:
rosco de baño blanco,
empanada blanca y almíbar dentro.
Aunque sea solo por un día,
por un domingo, cómo un pan abierto;
hecho de manos sin mancha,
de corazones buenos.


Del Salado al Guadalquivir,
caminos de llanos, de oteros,
sin polvo, sin barro sean;
sean de azúcar senderos.
Y en la torre de la iglesia,
esa que está más cerca del cielo,
las campanas repiquen
a estadales y a besos,
a manos que se juntan,
a apretar de dedos,
a miradas limpias,
a abrazos sinceros.
Y en la otra torre de la otra iglesia,
la que no encuentra el sol en su vuelo,
haya campanas llenas de trinos,
de noches llenas de sueños,
de nanas que a niños duermen,
de gargantas llenas de rezos.
De palabras aflorando en labios,
arrodilladas en versos.



Buenas tardes:
Rvdo. Sr. Cura Párroco, Sr. Alcalde, autoridades civiles, Presidenta de la Cofradía de Lahiguera, Hermanos Mayores, mis queridos paisanos, entrañables amigos, mi querida familia. Quiero, en primer lugar, agradecer vuestra presencia en este acto, al tiempo que os pido comprensión por si bien no lo hiciera, por aquellas cosas que habéis pensado que tendría que haber dicho y no las voy a decir, por no estar a la altura; pero tened presente que toda la ilusión y todo el empeño he puesto en este pregonar.

Agradecer a nuestro párroco, mi querido y admirado Juan Rubio, las palabras con las que me ha presentado. Es la segunda vez que coincidimos en un acto con protagonismo de la Virgen de la Cabeza. También, él no se acordará, una tarde estuvimos compartiendo mesa y charla en el Pedro de Escavias. Estaba recién llegado a Andújar, un profesor del Centro, Andrés Borrego, nos lo presentó diciendo que era como su hermano, creo que en verdad así era y lo sigue siendo; lo siguen demostrando. Desde aquel día he seguido su trayectoria, leído algunos de sus libros. Uno de ellos guardado como oro en paño lo tengo dedicado, deseándome suerte en esta tarea de juntar letras. Por cierto se mencionaba el asalto al cuartel de la guardia civil de nuestro pueblo y el robo de los uniformes, cosa que no creí y que después comprobé su veracidad. 

 
Gracias, Juan; ojalá que nuestro pueblo se porte contigo de manera que nunca tengas ganas de dejarnos, aquí haces mucha falta. Y, a vosotros, os digo que tenemos la suerte de tener entre nosotros una perla, un intelectual de la más alta talla, una joya que con el mayor esmero debemos cuidar. Un excelente sacerdote de incansable labor apostólica y, sobre todo, una buena persona.
Quiero recordar, en estos emocionantes momentos, a los que ya no están con nosotros y que tanto quisimos; para siempre se fueron. Pero tenemos la esperanza, la certeza, que con la Virgen están, la alegría de que nos volveremos a juntar, a abrazar, y quien sabe, a ir, como antes, a una romería de la Virgen de la Cabeza; por esos cielos.
Ahora, desde aquí, pensando en los abrazos que nos os dí, en los besos que no estallaron, os evoco. En especial… recordando a mis padres. Sé que ahora mismo estáis asomados, mirando, desde la ventana de una estrella. Quizá, también a vosotros, los párpados os estén dando portazos en los ojos, para que no se vean, las lágrimas que nos brotan, las que no quieren esconderse.


Golondrina higuereña,
que anidas en mi patio,
vuela al radiante sol.
Golondrina higuereña,
que centelleas por el campo,
coge la más hermosa flor,
la llevas a quien quiero tanto.
Golondrina higuereña,
tú que vas y vienes,
del cielo al río,
tú que vas y vuelves,
del pedregal al sembrado,
al pueblo mío,
a los aleros de mi tejado;
mete mi verso en tu nido,
no se te olvide llevártelo.
Golondrina higuereña,
vuela al Santuario.
Lleva todas las palabras
que puedan abrigar mis brazos.
Lleva todas la caricias
que puedan dar mis manos.
Lleva todos los besos,
que puedan dar mis labios.
Golondrina higuereña
que vuelas al cielo más alto,
y de cielo llenas,
como de luces, mi canto.



¿Qué es pregonar? ¿Es anunciar? ¿Exaltar? ¿Encender? ¿Enaltecer? ¿Ensalzar? ¿Alabar? ¿Sentir? ¿Evocar? ¿Hermanar? ¿Compartir? ¿Rezar? ¿Añorar? ¿Cantar? Todo esto y mucho más es un pregón: pregonar es soñar.
Os contaré los sueños que traen las manos de un niño. Así, jugando a caminar los dedos sobre la mesa, adentrándose por los caminos de la noche.
Os hablaré de días blancos y limpios, como las nubes del cielo tendidas al sol, con sus tristezas recien lavadas. Y llenándose de luz.
María de la Cabeza, la Virgen de la Cabeza, la Morenita. La Virgen es la Madre, nuestra Madre; y todos, ahora, celebramos con el mayor fervor y entusiasmo su romería, su fiesta. Pero es ese Niño pequeño que tiene en sus brazos lo que a todo le da valor, lo que a la romería da sentido, lo que da sentido a la vida.
Pregonar es soñar. Permitidme, en este pregón, soñar. Ese Niño yo no quiero que sea hombre, no quiero que daño le hagan. Que no muera, que no crezca; siempre niño. Está con su Madre, esperando. Allí, en el Santuario, hay un niño, esperando a otros niños, para jugar...como hacen los niños. Siempre quieren, a todas horas, jugar los niños. ¿Esperando a quién?, a los niños de Lahiguera, para jugar con ellos.
Tras el día llega la noche; cuántos días y noches componen la vida. Cuántos sueños y despertares, unidos, confundidos. Separados y soldados por los crepúsculos. Cuántos días. Cuántas noches. Cuántos días. Cuántas noches… Cuántos días... Cuántas noches.



Comienza el día, uno de los días:
La Romería a la Virgen de la Cabeza es de las más importantes de España, en los tiempos de nuestro Fray Blas, aún tenía más renombre que ahora. Destacados escritores, los más sobresalientes de su tiempo, escriben sobre ella.
Así, Cervantes, que seguramente estuvo en la romería cuando recaudaba grano por estas tierras, entre otros lugares en nuestro pueblo, en su obra Persiles nos relata:
«En este espacioso y ameno sitio tiene su asiento, siempre verde y apacible, por el humor que le comunican las aguas del río Jándula, que, de paso, como en reverencia, le besa las faldas. El lugar, la peña, la imagen, los milagros, la infinita gente que acude de cerca y lejos el solemne día que he dicho le hacen famoso en el mundo y célebre en España sobre cuantos lugares las más extendidas memorias se acuerdan».
Lope de Vega también tiene obras como La tragedia del rey D. Sebastián y bautizo del Príncipe de Marruecos. Y algunos poemas como este, que recoge muy bien lo que para el pueblo era la Virgen de la Cabeza. Y estas estrofas, a pesar del tiempo pasado, no pierden actualidad:
La Virgen de la Cabeza,
¡Quién como ella!
Hizo gloria aquesta tierra.
¡Quién como ella!
Tiene la frente de perlas.
¡Quién como ella!
Y de oro finos las hebras.
¡Quién como ella!
Parió, quedando doncella.
¡Quién como ella!
Sana cuantos van a vella
¡Quién como ella!
Da salud a los que enferman
¡Quién como ella!
Vista al ciego, al mudo lengua.
¡Quién como ella!
La Virgen de la Cabeza,
¡Quién como ella!


Nos disponemos, por tanto, a celebrar una fiesta que es una tradición centenaria, casi milenaria, en nuestra tierra. Ya, nuestros abuelos, desde Higuera de Arjona, Higuera cabe de Arjona, la Higuera de Anduxar; desde Lafiguera, participaban activa y masivamente en esta romería, en general en la devoción a la Virgen de la Cabeza. Como prueba, y es un deber recordarlo, tengo que mencionar a nuestro fray Blas, Blas Palomino, el fraile santo, nuestro mártir. Creo que ahora un poco más conocido, pero injustamente olvidado, por todos, tanto por las autoridades religiosas como por las civiles; por los maestros que, en las escuelas, tiene que enseñar nuestra historia. Cuando es el mejor fruto que ha dado nuestra tierra. La ciudad de Baler la funda, en Filipinas, fray Blas Palomino en 1609. En esta misma iglesia se refugió un grupo de españoles en 1898, para defender lo último que quedaba del imperio español. Mientras que a Fray Blas, en su pueblo, donde van las cartas que escribe a su hermano Pedro, a sus paisanos, a los que llama “hermanos”, no se le conoce, en Filipinas se le venera como santo. Y municipios de España, treinta y tres en total, están hermanados con Baler, nuestro pueblo...
Francisco de Bilches en su obra Santos y Santuarios en los obispados de Jaén y Baeza, refiriéndose a Blas Palomino, nos dice: “A los cuatro años fue con sus padres a novenas a nuestra Señora de la Cabeza, santuario de los más celebres de España. Y puesto que gastaba el niño casi todo el día en oración, se levantaba en el silencio de la noche, y a escondidas de sus padres, velaba ante el Altar de la Virgen, suplicándole afectuosamente le alcanzase gracia de su Hijo para acertarle a seguir. Estaba enseñado de su madre y sentó en él esta devoción”.
Blas Palomino había nacido en 1570, en la villa de Lahiguera, llamada de Andújar por su vecindad. Muere el 10 de marzo de 1620”.



Y llega la noche, con su ejército de monaguillos portando apagavelas, como lanzas matando luces. El día se desploma, herido y abandonado. Las sombras, poderosas y gigantes, soplan al sol y lo apagan. Comienza el reino de la noche.
Yo, con los deseos hiriéndome en el alma, de tantas veces que quise ir y no fui. De cuantas veces fui, sin ir. Éramos niños. Al Santuario también se va con los ojos cerrados.
Con mi caballo de palo, de caña de escoba vieja. Caballo de niño pobre. Caballo de los niños pobres. Me voy, nos vamos, a jugar, a la Virgen de la Cabeza. Los bolsillos como alforjas, unos mendrugos de pan y una jícara de chocolate de la marca “Virgen de la Cabeza”, exquisitamente duro y peligrosamente derretido.
Y cambié jarales por jaramargales, piedras azules por arcillas pardas, lejanías de esperanzas por zampoñas de música, soleados cantuesos por húmedos juncales, romerales por trebolares. ¡Vamos, caballo, galopa, a la Virgen de la Cabeza! La luna va iluminando los montes, los cascos del caballo de caña sonando a flautas. Yo te cambio olivares por encinares. Trigales por pinares. Niño, que no te engaño. Ven conmigo, ¿No tienes caballo? ¡Vamos! Niño Jesús. ¡Vamos!
Y el día es mágico, dicen que lo han hecho los ruiseñores y las calandrias; lo han hecho cantando, trayendo en sus picos luces y en sus alas soles. Pero me equivoco, no es el día, lo que han hecho es un manto. Con agujas en el pico y arcos iris en las alas,
han hecho un manto,
pero no se lo pongas
al caballo.
Niño, Niño Jesús,
¿nos vamos?
Y la Virgen se piensa
que va a andar por el agua.
¡Qué tiene los pies descalzos!
y nenúfares manda
porque no se haga daño.
¡Qué no son flores, ni es agua!
¡Qué nos vamos a caballo!


Unos nudillos tiernos, como hechos de luz, llaman a la puerta del Este. Se abre y dejan pasar al que llama; es un día:
La primera vez que fui, sin caballo de caña pero muy niño, a la Virgen, fue en el camión de José Ramos, José el “Canillo”; un camión con toldo que solo te permitía ver por atrás. El hermano mayor era Felipe el Borreguero, el abuelo de todos, esta entrañable familia que tanto quiere a la Virgen de la Cabeza. Llevaba un sombrero, el sombrero marrón y de ala recta que portaban los abuelos de antes. También tenía, desprendía, esa paz interior que luce, brilla, en las personas sabias, honradas y buenas. El camión salió de la puerta del médico D. José del Nido. Estaba bajo un gran árbol, un tipo de sauce que creíamos, los niños, que echaba de fruto pan. Íbamos sentados en banquetas, no cabíamos todos; el hermano mayor aseguró: cuando el camión dé unos cuantos “recarcones” sobrarán asientos; milagrosamente así ocurrió. Y yo no sabía el significado de “recarcones”, la primera cosa que aprendí, a costa de mis posaderas, en aquella aventura. Fue un viaje raro, siempre mirando hacia atrás en una eterna despedida. Y diciendo que veías lo que te señalaban, aunque no lo vieras: un ciervo, una cascada, una piedra escrita, un toro negro, un jabalí de piedra…la jara. Y yo solo veía la luz que, como una chiquilla loca, jugaba al escondite, entre los pinos, con la sombra.
Frente a la casa cofradía de Lahiguera había un pozo. Sacábamos agua, estaba casi a nivel del suelo, con una lata y una cuerda. Nunca bebí agua más cristalina. Y allí, alrededor del brocal, acudían gentes de todas partes, de todos los acentos; algunos de personalidades muy pintorescas; pero todos con sed. Igual que después vi en el Santuario: ricos, pobres, alegres, tristes, sanos, enfermos... y todos con sed de María de la Cabeza.
En la calzada había unos hombres ciegos cantando y pidiendo ¡Cuánto me impresionó aquella grandiosa escena de resignación y tristeza! Eran mineros de Linares, ciegos del trabajo en las minas, cantaban tarantas. ¡Y los que subían de rodillas ensangrentado las piedras!... ¿Qué pedirían? ¡Cuán grande era el favor que esperaban! ¿Qué soborno, o a qué espantoso tormento querían escapar? Era como si se hubieran equivocado, de esa manera lo sentí; a la Virgen así no se va. Como un mundo al revés, como un humo que baja y una lluvia que sube. Así no se va a ver a una madre, así no se va a la fiesta de una madre.
Gente subía, a verla. Gente bajaba, dichosa por haberla visto. Unos cantaban; otros, rezaban; otros, callaban. Y en ese silencio se oía el eco de una canción que era una plegaria:
Al cerro subimos
Con grande fervor
A ver a María
La Madre de Dios.
Ave, ave, ave María.
Ave, ave, ave María.


En la puerta, al lado de un timbre, los frailes trinitarios tenían un letrero colgado:
Peregrino, si nos necesitas, nos llamas. (Como firma) Los padres del Santuario”
Dentro, la Virgen de la Cabeza… Todos la necesitan, todos la llaman.


La Virgen de la Cabeza tiene
un solecillo en sus brazos,
un lucero en sus ojos,
una flor en sus manos.
La Virgen de la Cabeza tiene
una corona de estrellas,
un manto de nube,
un vestido de perlas.
La Virgen de la Cabeza tiene
el perfume de la hierbabuena.


¡María de la Cabeza, míranos!
¡Venimos desde Lahiguera!
Llenos de respeto y devoción,
con tu imagen por bandera.
La Virgen de la Cabeza tiene
de un pueblo el corazón,
el fervor de una tierra.
La Virgen de la Cabeza tiene.


Por la noche, la noche del sábado, llovió mucho, a mares, parecía que la lluvia quería entrar por cualquier rendija, por miedo a la propia lluvia. Nuestra casa se llenó de forasteros que se refugiaban asustados por la cólera de los azotes del agua. Alguien dijo: somos los más tontos, nadie deja que entren en sus casas, solo nosotros, los de Lahiguera. Pregunté que dónde se meterían los animales de la sierra, … la Virgen tiene una casa para ellos, allí se van, me dijeron. Entonces en la sierra había un arca de Noé, navegando por olas de pinares y crestas de azules espumas; por pestañas de niños.
A la vuelta, con el camión envuelto en retama y romero, en la puerta de D. José del Nido, del árbol del pan; los niños esperaban, mirando ansiosos las caras más conocidas, insaciables pedigüeños de medallas, pitos, turrones y estadales; de cañadú. De una caña larga de cañadú, eso sí que era un buen caballo, un dulce caballo de azúcar, venía de la Virgen, a la Virgen volvería.
Ya no está el pozo, ni hay mineros que canten, ni está el cartel de la puerta esperando al peregrino. La Virgen de la Cabeza sí está...siempre estará. Muchas cosas irán cambiado, Ella siempre estará. Quizá, alguna vez, también, el arca de los animales. Y si un día voy, otra vez, en el camión de José el Canillo, con un niño chico, le diré: ¡Mira esa barca! Ahí se meten, cuando llueve o tienen frío, los animales. Y él dirá que la ve, aunque no la vea. Y seguirán jugando, a perseguirse, por los pinos, la luz y la sombra, la sombra y la luz, como dos niñas.


Ya se acerca, con su torpe baile, la noche; pisoteando las brasas del horizonte. Comienza una noche.
Quizá un milagro fue. Ocurrió, pronto hará sesenta años. Una madre va andando desde Lahiguera a ver a la Virgen, a que cure a su hijo. Así me lo contaron:
¡Qué tu niño se muere! ¡qué no llegas!
Levantaba el aire al pasar y el aire, despertando a las hojas, a las florecillas sin color de la noche, ya, en su sueño descabezado, en su duermevela, con ella se querían ir. El aire también, con las flores y las hojas, a pedirle a la Virgen por ese niño que moría. Por caminos blanqueados con el polvo que ponía la luna llena, polvareda suplicante de la alegría mojada de la lluvia, que no de las lágrimas. Ahí canta un ruiseñor, te está diciendo que corras, que amanece y no llegas, que te sigue la muerte. ¡Corre!
El tomillo y el romero la envuelven con su olor, para que los guardias de lo oscuro la dejen pasar, sin nada pedirle. El matorral se abre y la víbora se va. ¡Corre!
Entre paredes de pinos, como un fogonazo negro de prematuro luto, pasa. Guardianes tenebrosos son los espinosos rosales, allí los escaramujos, como gotas de sangre colgando, piden con mil garras despedazar al niño. ¡Corre!
El alba va pintando los horizontes, los pájaros de la sierra se hacen valientes y cantan llamando al día. ¡No mires al niño, que el niño está muerto! Ya no le podrás dar madroños, le dice el madroñal.
¿Está muerto? Asalta la duda. Temblorosos dedos apartan los pliegues que cubren la cara. Nada, nada; no se mueve. Lo besa, lo pellizca, enloquece palpando, caricias sin respuesta. ¡Mueerto! ¡Muerto! Grita al amanecer que nace... y callan los pájaros, se para el aire.
El cielo, como una bóveda de celeste cristal, se rompe en millones de pedazos de todos los colores, una grandiosa algarabía de aves que vuelan y cantan, un levantar de la brisa que va tocando, para despertar, la frente de los árboles y de las flores, de la gota de escarcha que no caía.
Amanece. Amanece y tendrás que volver lo andado. Mirar dónde se te ha caído la vida de tu hijo, dónde la has perdido. Bajo qué piedra está; y tendrás que levantar todas las piedras. Qué pisada lo ha matado; y tendrás que levantar todos lo caminos. En qué agua se te ha ahogado; y tendrás que beberte todos los ríos.
¿Qué te pasa? Una mujer la ha tocado, en el hombro, también como un aire que despierta.
¿No ve usted? Se me ha muerto el niño. Venía para que lo curara la Virgen de la Cabeza. Se ha muerto, no he llegado, no me ha dado tiempo. No se mueve, no abre los ojillos, no llora...está muerto.
La mujer aparta la toquilla que tapa la cara del niño, lo mira, con la inmensidad de un firmamento, de una madre que, acaso, también haya sufrido la muerte de un hijo.
¡Pero si está durmiendo! —le dice. —Ve ahí abajo, que hay un arroyo, y le lavas la cara para que despierte.
Baja como el rayo a mojar la mano en el agua, en la cara. El niño abre los ojos.
¡Buena mujer! ¡Buena mujer! Es verdad, estaba durmiendo. ¡Está vivo! ¡Buena mujer!... llama agradecida y la busca. Pero no hay nadie. No hay nadie. Solo ha quedado como un olor a flores; será el tomillar.
Ocurrió, pronto hará sesenta años. Y como me lo contó, un viento anónimo, os lo he contado.


Como cuando un niño rompe la risa, llega el alba. Es de día, otro día:
Había unos hombres buenos. Había unos hombres que, cuando la Virgen de la Cabeza estaba casi olvidada, arrinconada en el abandono; porque parece mentira pero también se imponen modas como la de querer hasta la locura, u olvidar hasta lo indecible; parece increíble que alguien nos diga cuándo tenemos que querer, o no hacer caso de nuestra madre.
Hubo unos hombres buenos que siempre quisieron a su Madre, a la Virgen de la Cabeza. Sin pensar si iban a contracorriente, simplemente obedecían lo que su noble corazón les pedía. Había unos hombres buenos: Salvador Carmona, Salvador García, Nicanor Hermosilla. José Hermosilla.
Especialmente los dos primeros, los dos salvadores, no podían tener otro nombre. Ellos mantuvieron la cofradía, a sus espaldas se echaron su peso, y sus gastos; y con su devoción y amor llenaron el vacío que el desinterés, o el desprecio, o la dejadez, de otros había dejado.
Un año un Salvador era el hermano mayor, al otro año, el otro Salvador. Gracias a ellos la cofradía no perdió los privilegios que conlleva la antigüedad y, sobre todo, siempre continuó sin pausa, el amor a la Virgen de la Cabeza. Justo es recordarlos. Seguro que la Virgen los tiene ahora de ángeles; para que lleven en brazos a los niños que hacen la primera comunión en el Santuario, para que no se manchen el traje, ni los zapatos se les ensucien; para darles un beso de ángel. Ellos ya, antes, lo habían ensayado con sus hijos.


Sabemos que siempre has sido rosa,
que vales más que el oro;
pero no gusta decirte
Rosa de Oro.
Déjanos decírtelo.
¡María, Rosa de Oro!
Tienes una corona de plata,
cuando es racimos de luceros;
pero nos gusta ponértela.
Dejanos ponértela.
¡María, Coronada Reina!
Con un sencillo manto te vestirías,
te vestimos con uno de seda.
Déjanos vestirte.
¡María de la Cabeza!
¡Déjanos mirarte!
¡La vida entera!


Al atardecer el sol pinta de arrebol los palos de abandonados charnaques en las eras. Allí, en el verdor condenado a muerte, pacen caballos de caña. Como un humo negro, sale la oscuridad, de fuegos mal apagados. Llega, con su carga, las mulas de la noche; los sacos llenos de estrellas, los serones llenos de sueños. ¡Nos vamos!


Llegando al “Techaillo”
empezamos a mirar la sierra;
deseando llegar y verte,
María de la Cabeza.
Olivarillos de plata verde,
que estáis vigilando veredas,
soñando con aceitunas,
dadnos unas hojarascas nuevas.
Para cuando lleguemos a los pinos,
unas hojarasquillas tiernas,
para la sed del camino.
Olivarillos del Cortijo Oliva,
os traeremos, a la vuelta,
una risa del Jándula
y el beso de una romera.
Guadalquivir, bajo tu puente,
deja que los caballos beban.
Que los lave tu corriente,
con espumas y estrellas.
En la sierra hay un Niño,
para jugar, nos espera.


A veces pasan cosas; nos pasan a nosotros mismos, las vemos en otros. Parecen como castigos divinos; incomprensibles, inmerecidos. ¿Por qué? Nos preguntamos. ¡¡Y en un lugar hay una niña chica que mira el reflejo de la luna en el agua!!
Entre cien bandas de música, tocando “Morenita y Pequeñita”, bien se distingue a la de Lahiguera. Por supuesto que estos músicos son nuestros preferidos, pero quizá también sea la banda de música favorita de la Virgen de la Cabeza.
La banda de música de Lahiguera ha tocado su inconfundible pasodoble en el templo, los músicos han saludado a la Virgen, le han pedido. Y se han ofrecido a Ella en cuerpo y alma; así, de esa forma que solo nosotros entendemos: Virgen de la Cabeza, cuida de los míos. Y yo, aquí me tienes, para lo que quieras, todo te lo doy; entra por la puerta de mi casa como si pasaras por el túnel de la plaza.
Los músicos de la banda están en la lonja, frente a la entrada del Santuario. El maestro, su director de música, les ha regalado a cada uno un estadal, que al cuello llevan.
¡Mira, tu estadal! ¡Ha cambiado de color! —Alguien dice, señalando el pecho de un compañero.
Todos miran, se estremecen. ¡Es verdad! La cinta se ha vuelto morada. Se miran los suyos, rojos, estadales rojos llevan todos.
¡Se habrán equivocado al dármelos! —Comenta el maestro.
¡No!¡Antes era rojo! Como los vuestros —dice con lágrimas, emocionado. Todos sospechan que la Virgen de la Cabeza algo quiere decirle, algo pasará. Quizá lo necesite. Lo esté llamando. ¡¡Y en un lugar hay una niña que mira como, con el soplo de la brisa, se estremece la luna en el agua!!
A los pocos días de aquel suceso, nuestro músico se fue, nos dejó repentinamente. Sus compañeros lo recordaban en su despedida, hablaban del estadal morado.


Pronto llegaremos, Niño.
Sé que tienes un caballo
de luceros en la frente
y música en los cascos.

Suben las carretas, con sus flores de papel de seda hechas por hábiles y amorosas manos. Y las flores de papel, al pasar, miran a las silvestres de la sierra, envidiosas: si yo así luciera, si así perfumara. Y las del campo miran con envidia a las de papel: si yo ahí viajara, si yo pudiera, ir a la romería, ser una rosa romera. Y se cambian, las de papel se quedan en tallos de aire prendidas, como en una mecedora, soñando; las de verdad, fijas, apretadas en los arcos de la carreta, no se vayan a caer, a perderse. Y nadie se da cuenta, pero se han cambiado. Y nadie se da cuenta; solo un viento vagabundo que por allí pasaba, pero no dice nada, nunca dirá nada; lo tomarían por loco.
Una de las flores de papel, de las que se han quedado, está enferma; pide a la Virgen que la cure. ¡Ay, qué uno de sus pétalos le duele, está mal plegado! Y reza para que la ponga buena. Solo unas manos, las de un músico, las del mejor músico, manos acotumbradas a acariciar acordes y aires, pueden tocar la seda sin que a la flor le duela.
Igual que las abejas van susurrando, una a una, a las flores: qué despierten, qué se abran, qué florezcan, qué perfumen, qué ya es primavera, qué es abril, qué llega la romería de la Virgen de la Cabeza. Igual que una abeja, un rayo de luna llena, cual mariposa blanca, ha ido musitando, como en secreto, a las estrellas: qué luzcan, qué tiemblen, qué salgan a ver un músico con estadal morado, tocando… “Morenita y pequeñita”. Está frente a la casa cofradía de Lahiguera, sentado en el brocal de un pozo ciego. El músico, al acabar, se vuelve al cielo y dice a sus luces: ¡Qué nadie por mi llore, estrellas, decídlo cuando os miren! Sigue tocando, sobre el pozo, endulzando el agua oculta.
La historia del músico es real; solo he cambiado el cordón del pecho que adornaba el antiguo uniforme por un estadal. Con el cordón me lo contaron, con estadales os lo he contado. Pero, nunca digáis nada, es un secreto, el secreto de un viento anónimo.
¡Y una niña chica mira, como tiembla, la luna en el agua!; la niña se pone triste. ¡Sigue mirando los pedazos de luz más quebrarse, romperse en el agua!; llora. ¡¡Y no levanta los ojos al cielo; allí sigue la luna, entera y luminosa!!

Pronto llegaremos, Niño Jesús.
Sé que tienes un caballo
de besos en la frente
y caricias en los cascos.


Amanece, otro día, el mundo es una mujer que alumbra; ya hay un niño con llanto de pájaros:
Nosotros, a veces sin darnos cuenta, siempre tenemos presente a la Virgen de la Cabeza. Es algo que nos sale, sin querer, de la boca, del alma. Porque la tenemos latente en las profundidades de la garganta, de los tuétanos.
Alguien que quisiera vender su cuerda de tierra dice: ¡Ten por cuenta, la tierra no puede ser mejor! Mira a la Virgen de la Cabeza. Y estas olivas, no ves que miran a la Virgen de la Cabeza. Y aquí los trigos, no veas qué trigos se crían aquí, miran a la Virgen de la Cabeza. No se dice que la finca es mejor por la orientación, porque mira al norte, porque así está más reguardada de los rigores del sol y guarda mejor la humedad; es porque mira a la Virgen de la Cabeza. La tierra es mejor porque la Virgen de la Cabeza la mira. Sus ojos hacen que los sembrados fructifiquen, que los olivares se carguen.
Igualmente, en nuestros paisanos, la Virgen de la Cabeza está tan omnipresente que se llega a argumentos jocosos. Si tienes a alguien que todo lo puede, que todo lo sabe; para qué te quieres molestar. Como ejemplo el siguiente diálogo:
Niño, ¿qué eres estudiante?
Sí….
¿No estudiarás “pa” médico? Porque estudiar pa médico no sirve “pa-ná”. Mira la Virgen de la Cabeza lo que cura y no ha “estudiao”.
Sabréis quien es el protagonista de estas afirmaciones si os digo que, muchos años después, en una romería, estudiante y sabio devoto coincidieron: uno vendía palabras; el otro, “arrezú”.


¡Qué alegría!
¡Qué alegría tiene la golondrina
cuando vuela
por la espiga!
¡Qué alegría!
Haciendo olas
con el trigo,
con las amapolas.
¡Qué alegría!
¡Que alegría, en su pico,
en su cola!
¡Qué alegría!
Qué alegría, que van a verte,
Volando, María, María!
¡Qué alegría!
¡Qué alegría tienen las manos
cuando levantan las pulseras,
cuando se tocan
y en la muñeca suenan!
¡Qué alegría!
¡Qué alegría, en los dedos,
que al aire vuelan!
¡Qué alegría en los brazos,
en el baile de las piernas!
¡Qué alegría tiene el viento
por la falda de la romera!
¡Qué alegría!
¡Qué alegría en el campo,
qué alegría en la sierra!
¡Qué alegría!
Trae la primavera.
¡Qué alegría por venir a verte,
Virgen de la Cabeza!
¡Qué alegría!
¡Qué alegría lleva el agua,
qué alegría,
la tristeza!
¡Qué escondidas
son las lágrimas
del pañuelo que te reza!
¡Qué alegría!
¡Qué alegría vestida de sol!
María, madre buena.
¡Qué alegría, tu amor!
¡Qué alegría, tu pureza!
¡Qué alegría!
¡Qué alegría en los caminos
que a ti llevan!
¡Qué alegría!
De la sierra, Reina.
¡Qué alegría en tu corona,
en la doce estrellas!
¡Qué alegría!
¡Qué alegría al ver
tu piel morena;
que de azahares
está hecha,
de tomillo y romero!
¡Qué tú eres de canela!
¡Qué alegría!
¡Qué alegría en la alegría!
Virgen mía,
en tu cofradía
de Lahiguera.
¡Qué alegría!
¡Qué alegría!
¡¡Qué alegría!!


El viejo sol del atardecer, allá a lo lejos, en los horizontes del poniente, como un anciano, ha tropezado en una montaña y se ha caído, se ha roto, está sangrando. Llega la noche, otra noche; y otros sueños.


En ilusiones que se juntan,
los niños ya han llegado,
en las piedras de la lonja
piafan cañas y cantos.
Belfos sonrientes
a Jesús están esperando


Al oírlos, el Niño,
se acerca a la Virgen
y, al oído,
algo le dice.


El Niño le coge a su Madre
el cetro de sus manos,
en él se sube,
ya tiene caballo.
Va a jugar con los niños,
con los niños va galopando
por lo montes de la noche,
de la madrugada, los llanos.


A la grupa de su montura
una niñita lleva,
como tiene miedo de la luna
se dan la mano,
sin que nadie los vea.


Que estás muy tranquilo, José,
Ve a preguntar, esa niña,
¿de qué familia es?
No te preocupes, mujer.
Que son de Lahiguera,
malos no pueden ser.


El Niño dice a sus padres
que después de Navidad, en enero,
quiere ir a ver una chiquilla,
que quiere ser aceitunero
y ya tiene cuadrilla.
Y su madre, para el frío,
le ha dado un manto;
el niño, como es tan bueno,
se lo pone al caballo.
María le dice al manijero:
llévalo a los Morales,
no se ensucie de barro,
que allí hay arenales.


Desde el olivar del cielo
Que en ramón de astros se encierra,
Cayó una aceituna al suelo,
rodó y se paró en la tierra.
Morenilla y pequeñita.
¡Una aceituna bendita!”


El Niño, la coge, la besa.
Una aceituna bendita,
rodó y se paró en Lahiguera.
¡Una aceituna bendita!
¡María de la Cabeza!




Madre, pedirte, mirarte y apagar este sueño y mi palabra en tu silencio.



Comienza el día, o la noche. Es la hora del crepúsculo.
Muchas gracias.


¡¡¡VIVA LA VIRGEN DE LA CABEZA!!!




Manuel Jiménez Barragán