PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

lunes, 10 de febrero de 2014

Asentamientos islámicos en La Figueruela:

ASENTAMIENTOS ISLAMICOS EN EL TÉRMINO DE FIGUERUELA EN EL INESTABLE SIGLO XI Y EN LOS SIGLOS XII Y XIII: FERNANDO III Y EL JAÉN MUSULMÁN.

    En lo que hoy es el término de Lahiguera se han localizado asentamientos islámicos, que debieron prosperar en las fértiles tierras de esta zona de nuestros arroyos Saladillo y río Salado de Los Villares. Un ejemplo de lo que decimos es el entorno del cerro de Corbún, tan próximo a la intercesión de los referidos Saladillo y Salado de Los Villares.

 Cortijo de Corbún o Corbul.
 
Esta zona debió ser desde la más remota antigüedad lugar de asentamiento de las diferentes culturas que han poblado nuestras tierras. Recordemos la presencia del hoy descuidado Puente Romano del Arroyo Saladillo de la Higuera, que ya fue objeto de mi atención en un artículo anterior en este blog, por su estado de abandono y que tuvo alguna repercusión en prensa, radio y televisión provincial y regional. Los yacimientos de la época islámica de Las Cuevas y Los Pozos, donde se han localizado silos para almacenar grano y cerámica vidriada, son buena prueba de ello en el mismo casco urbano de la actual población de Lahiguera.

Muestra de una cata de la excavación realizada en 1986  en el yacimiento arqueológico de Los Pozos.

El yacimiento arqueológico de Los Pozos, situado en el casco urbano, que fue objeto de una intervención de urgencia en el año 1986. En este lugar apareció una de las primeras fortificaciones conocidas correspondiente a la fase de asentamiento por sedentarización de la población de la aldea, dotada la fortificación de un sistema defensivo basado en un profundo foso excavado en la roca, con muros de abobe. Junto a él aparecieron las estructuras de habitación, fondos de cabañas, de forma más o menos circular, donde aparecieron gran cantidad de materiales cerámicos, sobre todo fuentes y platos.

    La ocupación más antigua documentada para Lahiguera se remonta al Neolítico final, período en el que se inicia la consolidación de la economía agrícola. Este proceso desembocará con el desarrollo de la Edad del Cobre en la sedentarización definitiva de la población aldeana. A partir de estos momentos, finales del IV milenio antes de Cristo y de los inicios del III milenio antes de Cristo, se aprecia un aumento importante de la presencia humana en la zona, vinculado con la existencia de los mejores suelos para el aprovechamiento agrícola. Esta sedentarización junto con la necesidad de ir aumentando el espacio productivo, llevará a estas poblaciones a una competencia por el uso de esos suelos. Así se explica la elección de los lugares para los emplazamientos de las aldeas, cerros de buenas posibilidades defensivas, que serán jalonados por complejos sistemas de fortificación. A este momento corresponde el asentamiento de Los Pozos, aunque parece ser que por los restos encontrados fue asiento permanente de las diferentes culturas que poblaron nuestra tierra. Este yacimiento y otros serán abordados en un próximo artículo, que tratará de la ocupación de las tierras del término de Lahiguera remontándonos a la época prehistórica.

    En la actual localidad de Lahiguera, se han encontrado restos de época islámica en dos puntos: Las  Cuevas y Los Pozos. Su situación hace pensar que formaban parte de una misma población, antecedente y que quizás tendría mayor extensión que nuestra actual Lahiguera. Esta ocupación, que comenzó en época prehistórica, vino determinada por la relativa elevación del lugar con respecto al entorno, lo que le deba una amplia visibilidad y posibilidades defensivas. Por otro lado, la configuración caliza del terreno permite abrir con facilidad silos, que se emplearían para guardar grano, y que es uno de los rasgos que caracterizan a este lugar desde la época prehistórica hasta la medieval. La cerámica islámica encontrada es abundante, pero desgraciadamente por el momento no parece que estuviera acompañada de restos de edificaciones. Como ya se ha tratado en artículo anterior en este blog, es más que seguro que la localidad pasó a manos de castellanas tras el pacto entre Fernando III y Al-Bayyasi, por el que este último entregó al monarca castellano varias localidades, entre ellas Andújar junto a la que iría la que hoy es nuestra población. Como ya se dijo, el nombre con el que aparece la población en el siglo XIII, “Fuente de la Figuera”, es casi con toda seguridad una traducción directa del nombre árabe Figueruela, que muy pronto quedará reducido a "La Figuera”. Los castellanos no cambiarían la orientación casi exclusiva agrícola del lugar, siendo complementaria esta función productiva de su terreno, con sus funciones de vigilancia asignadas. En 1234 Fernando III entrega la aldea de “La Figuera” a Andújar.

    La zona del Cerro de Corbún situado sobre la terraza última del Arroyo Saladillo, controla desde su altura una amplia vega y ofrece toda una amplia panorámica visual y gran visibilidad, por tanto, del lugar de paso que suponía el antiguo camino que desde tiempos inmemoriales ha comunicado la capital, hoy de la provincia, y la siempre emergente población de Andújar y la vega del Guadalquivir. De esta forma nuestro territorio de esta parte del término, continuaba por su situación estratégica, como lugar de paso, servicio que siempre ofreció Jaén en los caminos que la unían con el levante y el reino nazari de Granada y de la que como capital de la Cora de Jaén llegó a tomar su nombre como Xauén (lugar de paso de caravanas).

    Es muy lamentable que la situación que hoy presentan los alrededores del Cerro de Corbún, con reiteradas roturaciones de sus terrenos y la construcción de una cortijada amplia, llegaran a destruir el asentamiento humano que siempre supusiera este entorno para diferentes culturas. Este lugar desde siempre estuvo ocupado sobre todo por asentamientos desde la época de los romanos hasta la época islámica, aunque en el caso de esta última cultura el asentamiento se redujo considerablemente, quedando reducida la habitabilidad a la parte que corresponde con el extremo sur;  por la inestabilidad que supusieron los años tras la invasión del año 711 y las luchas internas que los nuevos invasores mantuvieron entre ellos tras la ocupación de la Betica romana.

    Posiblemente en el siglo XI con al caída del Califato Cordobés y a causa de la extremada inestabilidad política que se produce con su caída, este asentamiento árabe se abandonó, pero no pasarían muchos años antes de que de nuevo volviera a ocuparse a partir de los siglos XII y XIII, hasta que en el primer cuarto del siglo XIII concretamente en 1225 con la cesión del Baezano al rey Fernando III de las poblaciones y torres de Andújar y Martos, quedase totalmente y definitivamente abandonado.

    Durante la larga dominación árabe se produjeron luchas entre moros y cristianos y prolongadas etapas de paz. Alfonso el Batallador cercaría Jaén entre 1.125 y 1.151, conquistándola finalmente Fernando III el Santo, en 1.246. Los moros la atacaron en 1.300, pero no consiguieron hacerse con la plaza debido a la ayuda prestada a Jaén por los Caballeros de Baeza. A lo largo de aquella etapa árabe el castillo de Jaén, que era modificado continuamente, fue escenario de grandes acontecimientos.

    Jaén (Hadira, Jayyán, Gaiyán, Jeen o Xauén) en el 712, un año después de los comienzos de la islamización de la Bética, se integra en al-Ándalus, con un primer nombre de Hadira y después de Jayyán, Jeen o Xauén (lugar de paso de caravanas, referido a ese punto crucial de caminos que siempre ha sido), como se denominaba el amplio espacio del que era capital. Entonces Jaén era una extensa provincia del Califato, o cora, precedente territorial de la provincia actual, pero con los Montes (Alcalá y Huelma) incluidos en Granada y, en cambio, con una parte de la cuenca del Guadiana Menor y del Almanzora (Baza y Purchena). Contaba con otros distritos y ciudades importantes, como Andújar, Martos, Baeza, Segura, Arjona, Porcuna, Bédmar, Úbeda y Quesada. Conquistada Jaén por Abdelazib, en el 713. En el siglo X sería la capital del reino moro llamado Dijaryan. Los almorávides la incorporarían a su imperio en 1.091 y los almohades la ganarían en 1.148.


Mapa de Al-Andalus el año 756 después de Cristo.

Al califato sucedieron reinos de Taifas con límites cambiantes. A principios del XI presenta un territorio similar a la cora, pero hacia 1031 forma parte del amplio Estado granadino y hacia finales de siglo se integra en el de Sevilla, que abarca buena parte de Andalucía.

En este mapa podemos comprobar como en este tiempo de finales del siglo XI la Cora de Jaén queda incorporada al reino de Taifas de Sevilla. Esta claro que dada la extensión de la franja representada en verde seco que comprende desde el Algarbe portugués hasta Murcia la Taifa de Sevilla en 1076 ocupó la mayor parte de Andalucía.

Del siglo XII poseemos un testimonio del geógrafo al-Idrisí, que dice: "Es una linda ciudad cuyo territorio es fértil y donde se compra muy barato, en especial la carne y la miel. Hay en su jurisdicción más de 3.000 alquerías donde se crían gusanos de seda. La ciudad posee un gran número de manantiales, que corren por debajo de sus muros,  y un castillo de los más fuertes" Está rodeada de jardines y vergeles donde se cultiva trigo, cebada, habas y toda clases de cereales y legumbres. A una milla de la ciudad corre el río Bollón (Guad al  Bollón), que es considerable y sobre el cual se han construido gran número de molinos. Jaén tiene también una mezquita aljama, y residen en esta población personajes importantes y hombres de ciencia". En el siglo XIII el reino almohade de Jaén comprende aproximadamente la misma dimensión de la antigua cora o provincia del Califato.
    Con los árabes, Jaén, la Cora de Yayyan, es una excelente tierra regada por abundante agua que fluye en forma de ríos y fuentes, poseedora de gran cantidad de cultivos, así como de una famosa industria de tapices y utensilios domésticos de madera que se exportaban por todo Al-Andalus y el Magreb. Así la describe Al-Sagundi: “Yayyan es la ciudad del Al-Andalus con la que ninguna otra ciudad puede ser comparada en abundancia de cereal, número de valientes soldados y fortaleza y solidez de sus murallas”. Se señala la magnífica situación geográfica de Jaén (Kiurin, Gien o Geen, para otros) como paso obligado entre Córdoba y Toledo, y entre Córdoba y Tudmir, pues se podría afirmar que algunas de las más importantes vías del sur de Al-Andalus cruzaban la Cora de Jaén o de Yayyan. Aquella Giyen o Geen, «camino de caravanas», tuvo épocas de enorme esplendor. La Cora de Jaén dependía del califato cordobés, al frente de la que se encontraba un Camil. Dentro de la Cora, al-Razi cita como medinas de interés a Mentesa, Úbeda y Baeza.
    Esta época deja una enorme marca en la configuración urbana de la ciudad. Aquella ciudad árabe seguiría el modelo islámico de oriente, que se ha quedado descrita como: “secreta, indiferenciada, sin rostro, misteriosa y recóndita, hondamente religiosa, símbolo de igualdad de los creyentes antes el Dios Supremo”. Medina Yayyan aparece plenamente configurada en el primer cuarto del siglo XI como núcleo urbano compuesto por la medina amurallada y la alcazaba. El abundante potencial de agua en la propia ciudad y en sus inmediaciones hizo que surgieran fértiles huertos y vegas circundantes para cuyo riego se construyeron albercas. La ciudad estaba formada por un nicho central o madina, en que se hallaba la mezquita mayor, en torno a la cual se agrupaba la vida comercial y religiosa, en el mercado cerrado de productos valiosos, las alhóndigas o almacenes de mercancías, y al mismo tiempo, posadas, baños y zocos. 
    La mezquita aljama, construida por Abd al-Ramãn II, se alzaba en una zona desde la que se dominaba toda la ciudad, en una plaza de la que partían las calles principales, angostas y tortuosas, que se tornaban a cada paso, formadas por manzanas de casas grandes e irregulares. Al-Himyari la describiría así en el siglo XII: “la mezquita aljama de Jaén domina la villa y se sube a ella por escalones en sus cuatro frentes. Tiene cinco naves sostenidas por columnas de mármol y un gran patio rodeado de galerías y cubiertas”. Las calles más estrechas no tenían salida generalmente, pero sí una puerta para ingreso que se cerraba por la noche al objeto de ofrecer seguridad a sus vecinos. A éstas se le denominaban adarves y aún se conservan algunos. Otras calles aparecen atravesadas por cobertizos y pasos que unían las plazas elevadas de las casas, a uno y otro lado de la calle. Las gentes se agrupaban en los arrabales y barrios por sus creencias religiosas, así como por su medio de vida u ocupación, de donde se tomaba el nombre del barrio. Este conjunto de calles se ha clasificado en cuatro tipos, distinguiéndose las vías maestras; las calles públicas, que parten de las anteriores, en las que se afincaban los artesanos y que funcionaban como maestras de los barrios; las calles de paso, conectadas con las públicas; y por fin, los callejones sin salida.
    Las dos vías maestras discurrían paralelas siguiendo las curvas de nivel, cruzando la falda del monte, y que confluían en la Puerta de Martos: La primera enlazaba la parte noroeste con el sector suroeste, la Puerta de Martos con la Puerta de Granada, y por tanto, unía los caminos que conducían a ambas poblaciones. Se conoce como calle Maestra Alta y se correspondería con las actuales plazas de la Magdalena y calles de Almendros Aguilar, Merced Alta y Puerta Granada. La calle Maestra Baja uniría los sectores noroeste y oeste, la Puerta de Martos con la de Santa María, y con el tiempo sería la que mayor entidad adquiriría y en la que aparecerían los edificios más destacados. Se correspondería con la plaza de la Magdalena, Santo Domingo, Martínez Molina, Maestra, Alcaicería, Mezquita Aljama y Campanas.  Esta estructura urbana se mantendría en época medieval y moderna.
    Se desarrolla una tipología de vivienda unifamiliar con casas sin arreglo ni igualdad y por común oscuras, de mala distribución interior; con gradas para pasar de unas piezas a otras y los pisos desiguales. Las ventanas pequeñas con muchas rejas y celosías, aun las que miran a los patios interiores y a los corrales. La mayor parte tenían sus galerías y corredores sobre postes o columnas pequeñas, a su tradicional usanza. Las puertas de la calle tienen todavía dinteles de madera, aunque sea la fachada de piedra.   
    Como se ve se trataba de una ciudad próspera, con rica agricultura regada y bien defendida. Se sabe que estaba amurallada (se cita a Abú Yafar como el principal fortificador) y se unía al alcázar o castillo, hoy de Santa Catalina, con ocho puertas en la parte baja, de la que se conserva la del Ángel, y varios torreones. El barrio más populoso era el actual de la Magdalena, donde estaba la mezquita más antigua (de la que queda el alminar y el patio de las abluciones), pero la mayor o aljama, de Abderramán II, se situaba en el espacio que hoy ocupa la catedral. Contaba con mercados, alhóndigas y unos baños, de los mejores de al-Ándalus, rehabilitados hoy. En 1232 se erige rey Mohamed Abu Yusuf, más conocido como Alhamar el Magnífico, fundador del reino nazarita de Granada. Pero pronto Jaén se convierte en objetivo castellano, como antes lo fue de Aragón (ya fue asediada sin éxito por Alfonso I el Batallador en 1125).
    La conquista de la ciudad morisca y el declive, se produce en 1246, siendo walí  o gobernador nazarí Alí Ben Muza, fue conquistada por Fernando III, tras una dura oposición, como escribe Abulfeda a finales del XIII: "Es ciudad de las más grandes del Andalus y la que con más fortalezas cuenta, no pudiéndose los cristianos apoderarse de ella, sino  después de un largo asedio".
    La ciudad de Jaén (Gaiyán) había sido capital de un importante reino musulmán aunque de corta duración. El Jaén árabe había sido una de las más grandes ciudades de al-Andalus y acaso el reino más fuerte al menos eso era lo que decía Abulfeda (Ismael Imad-ab-Din-al-Ayubi (Abulfeda), principe árabe natural de Damasco, guerrero, historiador y geógrafo de la ciudad de Jaén tal como recoge Alfredo Cazabán (1917, 90), (1). Su territorio era excelente: las heredades de Jaén generalmente tenían a su puerta un molino de harina y jardines las viviendas. En el distrito había muchos mercados con ferias semanales. El terreno se parecía al de Granada, pero era mucho más fértil; contaba con muchas alquerías y explotaciones agrícolas (El Himyari, Pág. 88-89), (2).

    La misma ciudad de Gaiyán como la llamaban los musulmanes, reunía buenas cualidades. Su ciudadela o fortaleza era inexpugnable. En el interior de la ciudad gozaban de antiquísima y gran fama sus buenas fuentes, una de obra antigua estaba cubierta con bóveda de sillería, y vertía sus aguas en un depósito que alimentaba varias termas o baños árabes.

    Lo que hemos referido de Yayyan (Jaén), está tomado del libro titulado: “El libro del jardín perfumado sobre las noticias de los países”, obra del geógrafo e historiador musulmán Abu Abd Allah Muhammad Ibn Abd al-Mun`im al-Himyari, que siguiendo la costumbre de numerosos geógrafos árabes medievales recopiló textos de al-Bakri y de al-Idrisi que recogieron estas informaciones sobre el terreno. En 1840 se publicó en Paris en texto árabe “La Geografía de Abulfeda” por los autores MM. Reinaud y D’Slan.

Mapa que aparece en el "Livre de Roger". Sicilia, 1154. Copia del siglo XIII, Maghreb. Según datos del autor árabe Al-Idrîsî. España aparece mencionada como la "Península de Al-Andalus". Se mencionan islas habitadas y desaparecidas frente a la Península de Al-Andalus o España.

El nombre de Yayyan (Jaén) aparece ya en las fuentes hispanoárabes del siglo VIII  y si bien desconocemos su etimología, es posible suponer que designarse una región que pudiera corresponderse con la Ossigitana de Plinio.

    Los árabes al considerar a las ciudades como centros administrativos, les conferían un nuevo carácter, al tener cada ciudad dependencias territoriales, la ciudad pasaba a ser un centro administrativo al mando de un gobernador y una pequeña fuerza militar, de forma que estas ciudades se transformaron en ciudades provincia a equivalencia de las coras, Kuwar, de la terminología administrativa empleada por los autores orientales.

    Las fuentes árabes de la época omeya nos dicen que la Cora de Jaén era una región muy extensa, limitada por las coras de Córdoba, Cabra, Ilbira (Granada), Tudmir (Murcia) y Toledo. Por las campañas militares omeyas del emir Abd Allah y del califa Abd al-Rahman III, podemos situar la capital de la Cora en Jodar hasta la caída del califato en el siglo XI, donde se estableció al-Sumayl, jefe del yund sirio de Qinnasrin; pero en el siglo XI la capitalidad debió trasladarse a la actual ciudad de Jaén (Vallvé, J. 1969, 58), (3).

    Los límites de la Cora de Jaén en la época musulmana, hasta su conquista por Fernando III, podemos situarlos según los indicios antedichos, de lo siguiente manera: Los distritos de Anduyar (Andujar) entre los que figuraban las pequeñas aldeas situadas cerca de Corbún  y otras nacidas en los alrededores de las fuentes del pueblo: Los Grifos tan cerca de las Cuevas de origen árabe, el Chorrillo tan cerca de la noria árabe que se cita en el Catastro de la Ensenada como perteneciente al convento de Santa Clara, La Mina cerca de la salida de agua de la bocamina romana, y el poblado de la zona que hoy llamamos Santa Clara en la salida de otra bocamina de agua en las afueras del pueblo en la carretera de Villanueva.
Otro de los límites de la Cora de Jaén era el distrito de Martos, ambos limitaban al Oeste con las coras de Cabra y Córdoba. Por el Sur y el Este, los límites diferían notablemente de los actuales, pues los partidos judiciales de Alcalá la Real y Huelma, formaban parte de la Cora de Ilbira y los de Baza, Huescar y Purchena, quedaban incluidos en la gran Cora de Jaén (Vallvé, J. 1969, 58), (3).

    Puede quedar fundamentada la pertenencia de estos límites, entre los que desde luego figuraba Anduyar y sus aldeas o distritos aledaños, basándonos también para afirmarlo en la Bula concedida por el Papa Honorio III al Arzobispo de Toledo en 1217, al menos queda así considerado en el estudio de Hernández Jiménez, F. (1940, 417) (4).


    La bula del Papa Honorio III que data de 1217, es la concedida al Arzobispo de Toledo para poder fundar iglesias, en la citada Bula del Papa Honorio III adjudica a la Iglesia y al Arzobispo de Toledo todas las iglesias que se construyesen entre Toledo y una línea que desde Andújar pasaba por la Puebla de Chillón, Migneza, Magacela, Medellín, Trujillo y Jaraíz.

Honorio III, (Roma, (ha. 1148) – 18 de marzo de 1227). Papa n. º 177 de la Iglesia católica de 1216 a 1227

El Papa Honorio III, mereció la gratitud del mundo como pacificador, fue el gran pacificador de su tiempo. Sabiendo que la cruzada era imposible mientras los príncipes cristianos estuvieran en guerra unos con otros, empezó su pontificado intentando establecer la paz en toda Europa, esta fue la razón por la que la cruzada general planeada por Honorio nunca se llegara a realizar. En España medió para la paz entre Fernando III y Alfonso IX de León, animó a una cruzada contra los moros (1218-1219), y protegió al rey Jaime de Aragón, en minoría, de los condes Sancho y Fernando. Don Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo visitó Roma y presentó al papa Honorio III (1216 a 1227) una “rememoración”, con el ánimo de defender hipotéticos derechos adquiridos por sus predecesores y otros derechos posiblemente introducidos por él. En la “rememoración” incluía dentro de la diócesis de Toledo todas aquellas iglesias que consideraba de su jurisdicción. El papa Honorio III, en su primer año de pontificado, dicta la bula “Cum a nobis petitur” sobre la jurisdicción del arzobispo de Toledo, relativa a la “rememoración” de D. Rodrigo Jiménez de Rada, en la que señala sus derechos sobre los territorios arriba indicados y otros…

    Como ya hemos referido en otro artículo anterior, antes en la primavera de 1224, Fernando III el Santo, acompañado del Arzobispo de Toledo Don Rodrigo Jiménez de Rada, emprendió su campaña en Andalucía y Sierra Morena, y en cuatro años Fernando se apoderó de Andújar, Martos, Priego, Loja, Alhama, Capilla, Alcaudete y otras plazas menores donde figuraba igualmente la Fuente de la Figuera.

    La importancia de la feraz zona creada en las riberas del Salado de Arjona, en toda la zona del hoy cortijo de Corbún, debió ser ampliamente ocupada por las diferentes tribus africanas invasoras  por la importancia estratégica, como lo atestiguan las denominados hasta hace poco “castillos moros” unas torres para vigilancia y refugio, como lo refieren los mayores del pueblo y lo atestiguan los restos arqueológicos encontrados. Una suposición también confirmada por ser lugar de paso en toda una amplia zona de la gran llanura que se extendía entre los reinos de Toledo, Murcia y Jaén, que de hecho constituyó durante todo el periodo musulmán, al que nos estamos refiriendo, un cruce de itinerarios comerciales entre los territorios de Levante, Castilla y Andalucía (Pacheco Paniagua, J. A. (5). Todo un reducto agrícola y ganadero relevante como viene a confirmarse con el paso posterior del Camino Real de la Mesta y los privilegios aduaneros de los posteriores reinos cristianos para toda esta zona.

    Una vez que Fernando III dio por concluidas sus conquistas en el territorio de Jaén, encomendó a la Orden de Calatrava un amplio territorio cuyo centro de operaciones fue Martos. La principal función de la Orden era repoblar y defender la zona contra posibles ataques musulmanes. Lo que los historiadores llamaron “La Marca Calatrava”.

    Por otra parte la razón de la creación de la Orden de Calatrava fue la defensa del territorio conquistado por Castilla. Entre 1154 y 1157 los almohades aniquilaron la presencia cristiana en Úbeda, Baeza y Almería.

Mapa de España entre 1157 y 1212.

Ante la inminente amenaza, el rey Sancho reunió a sus notables, ofreciendo la plaza fuerte de Calatrava a quien se hiciera cargo de su defensa y posterior colonización. Alentado por el monje y veterano soldado burgalés Diego Velazquez, don Raimundo, abad del monasterio cisterciense de Santa María de Fitero se ofreció como garante de tal empresa, obteniendo la plaza de Calatrava por donación real el 1 de enero de 1158 en Almazán. En poco tiempo, los monjes de Fitero reunieron un contingente de varios miles de guerreros, buena parte de ellos procedentes del reino de Aragón que, repartidos por la frontera con los moros en destacamentos, frenaron en buena medida el empuje musulmán en la zona. En los primeros tiempos la Orden de Calatrava estaba formada por monjes y freires, siendo estos últimos hermanos conversos especializados en las armas y el combate. Tras unos años primeros de incertidumbres en sus operaciones bélicas, dado el novedoso sistema de la incipiente orden, el recelo entre los miembros laicos creció hasta el punto de elegir para la dirección de la congregación a uno del sector militante, don García, bajo el título de Maestre en el año 1164. Obtenida de la orden de Cister la primera reglamentación de conducta y ratificada por el papado, quedo impuesto a los caballeros los votos de pobreza, castidad y obediencia, así como el silencio en el dormitorio, refectorio y oratorio y el ayuno de hasta cuatro días a la semana, acortándose el hábito para adecuarse a las acciones militares.

    Los caballeros de la orden manchega acudieron en numerosas ocasiones en la ayuda de los reyes de Castilla, participando en campañas de asedio y toma de ciudades como Cuenca en 1177, con lo cual Alfonso VIII donó propiedades a la Orden. Sin embargo la pujanza inicial de la Orden sufrió un severo revés cuando un poderoso ejército almohade tomó Calatrava la Vieja, pasando a cuchillo a buena parte de sus defensores.

    Reemprendida por los monarcas castellanos la recuperación de al-Andalus, sus combatientes detentaron una participación muy activa en esta empresa, dilatando su poderío y notoriedad gracias a las conquistas y donaciones de fortalezas y enclaves fronterizos. Participaron en la conquista de Baeza y cercaron Córdoba. Tras dos décadas convertidos en pujante ejército de freires militares, varios millares de ellos tomaron parte en la Batalla de las Navas de Tolosa.

    Concluida la Reconquista se diluyó su espíritu militar, espiritual y religioso, y en poco tiempo convirtieron la rentabilidad económica en la única razón de ser de la congregación, conservando reliquias y, a la manera feudal, generaban insostenibles impuestos en sus vastos dominios. De ahí se deduce la queja del prior de La Fuente de la Figuera, Alonso Cambara como ya hemos acreditado en otro momento.   

    El territorio calatravo incluía los siguientes pueblos y castillos: Martos, Porcuna, Torre Alcazar (entre el Pilar de Moya y Porcuna), Torre Benzalá, Torre Fuencubierta (por la carretera de Santiago de Calatrava, la que va por Consolación), Torredonjimeno, Jamilena, Castillo de Víboras, Castillo de Susana (cerca de Valdepeñas), Santiago de Calatrava, Higuera de Calatrava y más tarde Arjona, Higuera de Arjona y Arjonilla.

Deducimos que en este año de 1246 La Higuera estaría unida a Arjona, dada la escasa distancia que marca la línea de frontera entre Arjona y Andújar.
(Adaptación del mapa de Eslava Galán, J.)
Esta zona estaba mal defendida, exceptuando el castillo de la peña de Martos, en cambio los pueblos de la frontera musulmana como Alcaudete y Alcalá la Real disponían de mejores fortalezas para su defensa.

    Los núcleos urbanos cercanos a Jaén no dependían de esta Orden de Calatrava, sino que formaban el Concejo de Jaén, el Concejo castellano era semejante al Alfoz árabe. El Concejo de Jaén incluía los castillos y núcleos de población dependientes directamente de la ciudad. Ocupaba los actuales términos municipales de Jaén, Torredelcampo, Fuerte del Rey, Cazalilla, Mengíbar, Villargordo, La Guardia, Pegalajar y Villardompardo. Desde 1225 hasta 1236 La Fuente de Lahiguera y Villanueva formaron también parte del Concejo de Jaén (tal como ha quedado documentado en el artículo anterior referido a la adquisición o conquista de La Fuente de la Figuera por Fernando III el Santo). A principios del siglo XIV el Concejo de Jaén se ampliaría con los pueblos de Cambil y Garcíez. Desde la conquista de Arjona en 1246, esta villa pasó también a formar parte del Concejo de Jaén.

    En 1275 el rey granadino Mohammed II, con su ejército de milicias africanas, estaba devastando las poblaciones existentes entre Martos y Arjona  hasta que el infante de Aragón D. Sancho (hijo de Jaime I el Conquistador) salió a su encuentro y lo derrotó en Torredelcampo, el infante Sancho murió en un lugar hoy conocido como “Fuente de D. Sancho” a un kilómetro de Torredonjimeno.

    Téngase en cuenta la trascendencia de este hecho; la Conquista de Jaén proporcionaba a los cristianos vía libre para internarse en el territorio sin dificultad. Así, en 1248 fue tomada Sevilla, para lo que contaron, además, con ayuda de los nazaríes granadinos. Jaén constituía una base importante para conquistar Sevilla, la capital emblemática de los almohades. Era el siguiente paso obligado para el rey castellano y sus ejércitos. Ello les abría, por otra parte, el camino hacia el valle del Guadalquivir. Asimismo, parece ser que los nazaríes colaboraron en el asedio a Niebla, ejerciendo un poder sin escrúpulos que les permitió sobrevivir aún dos siglos más. El reino de Granada se extendía ahora desde la serranía de Ronda hasta Almería. Tras el Pacto de Jaén en 1246 entre Fernando III y Alhamar de Granada, la frontera entre cristianos y musulmanes quedó establecida entre los términos municipales actuales de Martos y Alcaudete, Sierra de la Pandera.

    Fernando III residió en la ciudad de Jaén durante unos seis meses después de su conquista, organizando el repartimiento, la instalación de los pobladores y la articulación de la institución del gobierno concejil de la ciudad. Respecto a los mudéjares o población musulmana vencida, se supone que como en otras ciudades como en Arjona, Sevilla, Úbeda o Córdoba en las que había mediado capitulación, los musulmanes saldrían libres de la ciudad de Jaén, llevando consigo sus propiedades muebles y animales o ganado, perdiendo sus bienes inmuebles (casas y tierras) , que serían objeto de donaciones y reparto entre los conquistadores y nuevos pobladores, y abandonarían de inmediato la localidad, protegidos por salvoconductos firmados por el rey Fernando, con destino al territorio musulmán que persistía en la península, que no era otro que el Reino Nazarí de Granada gobernado por el Rey Alhamar nacido en Arjona. La capital granadina se convirtió en refugio de los musulmanes huidos de otros reinos; buscaban la paz que proporcionó la tregua firmada por Muhammad I con Fernando III. Granada crecía en población y, por tanto, en infraestructura urbanística, como ejemplo los musulmanes huidos del reino del Baezano crearon en Granada un nuevo barrio, el hoy pintoresco y popular barrio del Albayzin; mientras tanto Ibn al-Ahmar (Muhammad I)    mantenía relaciones diplomáticas con Castilla y con las dinastías establecidas al otro lado del Estrecho. Esta fue a partir de ahora la pauta política mantenida mediante un equilibrio inestable por los nazaríes.

San Fernando. 1673-1674. Juan Valdés Leal. Lienzo. 340 x 210 cm. Catedral. Jaén.

Cuando se conquistó la ciudad de Jaén y se estructuró un concejo realengo en torno a ella, ya existía cubriendo más de la mitad de su flanco oeste, el Señorío de la Orden Militar de Calatrava, que con su centro neurálgico situado en la encomienda de Martos, dominaba las localidades de Porcuna, Lopera, Jamilena, La Higuera (siempre se dice que se refiere a Higuera de Calatrava) y Alcaudete, incluyendo los castillos de Locubín, Susana y Víboras, sirviendo de barrera fortificada frente a las incursiones de los nazaríes por Alcalá de Benzayde (Alcalá La Real). Aunque no se incluye el nombre de La Fuente de la Figuera  ni Arjona entre esta relación de lugares pertenecientes a la Orden de Calatrava, se debe considerar su inclusión posterior, como consecuencia de la venta del llamado Conde de Luna, Don Fadrique de Aragón, Duque de Arjona, que pasa a su vez, también por venta a don Álvaro de Luna Condestable del Reino de Castilla estos y otros territorios y su posterior venta del Condestable de la Orden de Calatrava, tal como después demostraremos documentalmente en un próximo artículo pendiente de publicación.
    Así, una tras otra, fueron cayendo en manos cristianas ciudades musulmanas tan significativas como Córdoba (1236) o Jaén (1246). Sobre la toma de Córdoba dice la Crónica: "El soberano llegó a Córdoba y examinó el arrabal que ya habían fortificado los cristianos, pero era necesario cercar el resto, para lo cual el rey fue por la margen izquierda del río, tomando la fortaleza de la Calahorra e impidiendo con ello que se recibieran en la ciudad alimentos y ayuda militar”.

    El emir árabe de Córdoba, Aben Hud, que andaba por Ecija, intentó socorrer a sus vasallos, pero viendo que la situación era muy difícil, abandonó la población con intenciones de volver con un ejército más poderoso y reconquistarla, huyendo hasta Almería, donde fue asesinado por el emir de aquella población, al-Rumami, después de recriminarle su cobardía y el abandono de la ciudad y de los suyos.

    Cuando los cordobeses conocieron que su rey los había dejado solos, con la ciudad cercada y sin medios de obtener alimentos ni armas, no tuvieron otro remedio que capitular. Pero don Fernando no lo consintió; les pidió que se marcharan sin condiciones y les dio permiso para salir en libertad, llevándose sólo lo que pudieran transportar sobre sus espaldas. Las condiciones fueron aceptadas, y el día 29 de junio de 1236, festividad de San Pedro y San Pablo, salieron de la ciudad, al mismo tiempo que un heraldo del rey castellano-leonés, por mandato real, subió al alminar de la gran mezquita y colocó sobre él el estandarte real y la cruz de Cristo.





Reconquista de Córdoba año 1.236.Cuadro que se conserva en el Salón Liceo del Círculo de la Amistad (Córdoba)

El día 6 de julio de 1236, Fernando III y su ejército entraron en Córdoba, dirigiéndose a la Mezquita, donde el obispo de Osma, don Juan, hizo la consagración del templo musulmán como catedral cristiana bajo la advocación de la Asunción de la Virgen y dándole el nombre de Santa María la Mayor. Con el rey Fernando llegaron un grupo de castellanos, procedentes de León, Toledo, Talavera, Burgos y algunos navarros, que se repartieron las propiedades, los latifundios y minifundios procedentes de la época romana; y se intensificó la creación de los señoríos oligárquicos.
    Sevilla, último bastión importante de los almohades, constituía una empresa de conquista muy difícil a causa de las poderosas defensas de la ciudad, sus riquezas y la numerosa población (se le atribuyen hasta trescientos mil habitantes). Esto, aparte del cinturón de plazas fuertes que la rodeaban, como Cantillana, Carmona y Alcalá de Guadaira, y del río Guadalquivir que la unía con la poblada comarca de Jerez y con el Norte de África, desde donde le podían llegar víveres para aguantar el asedio, único sistema que para tomarla tenía Fernando III. Al final del verano cayó el castillo y Sevilla se vio obligada a rendirse a las tropas de Fernando III, tras más de catorce meses de asedio -desde agosto del año 1247 hasta el 23 de noviembre de 1248- y sus habitantes se enfrentaron con un largo proceso de capitulaciones. Este se cerró con la firme decisión de Fernando III de expulsar de Sevilla a todos los musulmanes, como lo había hecho antes en Córdoba y Jaén. La continuación de la campaña por la Andalucía Bética fue tarea más fácil. Fernando III, a pesar de su precaria salud, continuó la acción militar hacia el Bajo Guadalquivir, la zona de las Marismas del Guadalquivir y la comarca próxima al estrecho de Gibraltar e, incluso, preparaba una expedición contra el Norte de África, que no pudo realizar porque le sorprendió la muerte el 30 de mayo de 1252.

    La ausencia de su empuje guerrero, unida a las dificultades surgidas en Castilla durante los reinados de Alfonso X y sus herederos, y la insuficiencia demográfica de Castilla, aminoraron la velocidad de las conquistas castellanas y fueron las causas esenciales de que el reino nazarí de Granada sobreviviera dos siglos y medio más.

    La acción militar castellana en todos los frentes estuvo acompañada por otra de índole social tan importante como la primera. Por un lado, amortiguar el impacto de la densidad de la población musulmana en las ciudades andaluzas, vaciándolas de sus habitantes, en el caso de haber resistido militarmente ante las tropas cristianas y, en los casos en los que no hubo tal resistencia, permitirles trasladarse a las zonas rurales dejando libres las ciudades. Es de suponer que en el termino de la Fuente de la Figuera ya en 1225 y por este motivo permaneciesen algunas agrupaciones familiares de moriscos, casi siempre cerca de las fuentes de agua. Por otro lado, y simultáneamente, se procedió a la repoblación paulatina de estos territorios a través del sistema de repartimientos en donadíos y heredades.     Los donadíos eran grandes extensiones de terreno concedidas a altos mandos militares, a caballeros o a miembros de la nobleza, en recompensa por la ayuda prestada durante las acciones militares contra los musulmanes. Las zonas de la frontera meridional que limitaban con Granada fueron concedidas en donadío a las órdenes militares para que se encargaran de su defensa y, a la vez, para que fomentaran su repoblación. De esta forma, se impulsó la formación de los concejos, organizados sobre la base de las antiguas ciudades islámicas. Las conquistas cristianas del siglo XIII permitieron la incorporación de feraces tierras a la corona castellano-leonesa, se ampliaron también las especies cultivadas, como el olivo y la higuera, hechos todos que facilitaron el despegue agrícola del reino. La relativa buena calidad de las tierras de nuestro término y la introducción del árbol de la higuera por los árabes, bien pudo dar nombre por la abundancia de esta especie entre nosotros y su presencia en todas las zonas de agua abundante, a Figueruela o Higueruela y tras la conquista, intuimos que por la proximidad de los Morales (de claro significado árabe por su importancia para la fabricación de seda y del Chorrillo a la cortijada creada alrededor del Castillo-fortaleza de la Tercia, se terminaría llamando por los castellanos La Fuente de la Figuera. El pozo hoy llamado del Chorrillo con la Cruz de la Orden de Calatrava esculpida en la piedra de su brocal, da buena señal de la importancia de esa fuente de agua para nuestra población.

    El contacto con las ciudades hispano-musulmanas contribuyó a la transmisión de un rico legado urbano que jugó un papel importante en el desarrollo de los centros de fabricación de los diversos productos manufacturados y en el fomento de las rutas del comercio. Reflejo de ello es el progreso que se experimentó en Castilla y León en la industria textil debido, por un lado, a la expansión de la ganadería lanar y, por otro, al legado recibido de la tradición artesanal musulmana. El florecimiento del comercio castellano-leonés a escala interna, que se basaba en la institución del mercado, se debió, en gran parte, a la estructuración de este sistema en la tradición de las ciudades islámicas y sirvió de patrón para los mercados castellanos. Hay que destacar, también, el modelo musulmán en las primeras acuñaciones monetarias de los reinos occidentales de la Península, con fuerte significación en el desarrollo comercial y económico de Castilla y León.

    El avance cristiano contra los musulmanes durante el siglo XIII fue el reflejo de dos fenómenos simultáneos: primero, el debilitamiento de los gobernantes almohades que ocupaban su puesto en nombre de un movimiento religioso en retroceso, minado por las intrigas internas, carente de la cohesión necesaria para mantener activo el empuje inicial, falto de apoyo popular y continuamente amenazado y presionado desde el exterior; segundo, el reforzamiento económico y militar de los reinos cristianos de la Corona de Castilla y León, y de Aragón, apoyados por la Europa cristiana de las Cruzadas y por el ambiente interno de alianzas y de unificación relativamente duradero.

    El crecimiento demográfico, en auge en toda Europa, permitió mantener los territorios conquistados por la fuerza de las armas gracias al asentamiento de nuevos pobladores, a quienes se les entregaban parcelas de pequeño tamaño (heredad) a cambio de la obligación de residir en ellas y pagar los correspondientes pechos. Como medida de atracción adicional, se concedían fueros a las diversas localidades. Por otro, el avance técnico que experimentaron las artes de la guerra puso en manos de los cristianos los medios adecuados para enfrentarse con las densas poblaciones andalusíes, protegidas por ciudades amuralladas que podían resistir largos asedios. Los ejércitos comenzaron a usar la caballería pesada en lugar de la ligera; se introdujeron los estribos, las espuelas y las herraduras; se modificó el sistema de tiro de los animales y se perfeccionaron las saetas, las ballestas y los castillos de madera para atacar las ciudades cercadas. Aparte de estos factores sociales, militares e ideológicos, las conquistas del siglo XIII tuvieron otro móvil fundamental a escala económica. El cobro de las parias de los pequeños reinos musulmanes, que minaba cada vez más a los musulmanes, reforzaba la economía cristiana y constituía un elemento básico en la financiación y movilización de toda la maquinaria bélica que se puso a disposición de los monarcas cristianos para desarrollar las campañas de conquista. Hay que señalar, además, que el nacimiento de las órdenes militares en la segunda mitad del siglo XII favoreció la acción bélica, el mantenimiento del espíritu de cruzada y la posterior repoblación de las tierras andalusíes.   

    Fernando III fue tolerante con los judíos y riguroso con los apóstatas y falsos conversos. Impulsó la ciencia y consolidó las nacientes universidades. Creó la marina de guerra de Castilla. Protegió a las nacientes Órdenes mendicantes de franciscanos y dominicos y se cuidó de la honestidad y piedad de sus soldados. Preparó la codificación de nuestro derecho e instauró el idioma castellano como lengua oficial de las leyes y documentos públicos, en sustitución del latín. Parece cada vez más claro históricamente que el florecimiento jurídico, literario y hasta musical de la corte de Alfonso X el Sabio es fruto de la de su padre. Pobló y colonizó concienzudamente los territorios conquistados. Instituyó en germen los futuros Consejos del reino al designar un colegio de doce varones doctos y prudentes que le asesoraran; mas prescindió de validos. Guardó rigurosamente los pactos y palabras convenidos con sus adversarios los caudillos moros. Fue un  hábil diplomático a la vez que incansable impulsor de la Reconquista. Sólo amó la guerra bajo razón de cruzada cristiana y de legítima reconquista nacional, y cumplió su firme resolución de jamás cruzar las armas con otros príncipes cristianos, agotando en ello la paciencia, la negociación y el compromiso. En la cumbre de la autoridad y del prestigio atendió de manera constante, con ternura filial, reiteradamente expresada en los diplomas oficiales, los sabios consejos de su madre excepcional, doña Berenguela. Dominó a los señores levantiscos; perdonó benignamente a los nobles que vencidos se le sometieron y honró con largueza a los fieles caudillos de sus campañas. Engrandeció el culto y la vida monástica, pero exigió la debida cooperación económica de las manos muertas eclesiásticas y feudales. Robusteció la vida municipal y redujo al límite las contribuciones económicas que necesitaban sus empresas de guerra. En tiempos de costumbres licenciosas y de desafueros dio altísimo ejemplo de pureza de vida y sacrificio personal, ganando ante sus hijos, prelados, nobles y pueblo fama unánime de santo.

    De su reinado queda la fama de las conquistas, que le acreditan de caudillo intrépido, constante y sagaz en el arte de la guerra. Los asedios de las grandes plazas iban preparados por incursiones o «cabalgadas» de castigo, con fuerzas ágiles y escogidas que vivían sobre el país. Dominó el arte de sorprender y desconcertar. Aprovechaba todas las coyunturas políticas de disensión en el adversario. Organizaba con estudio las grandes campañas. Procuraba arrastrar más a los suyos por la persuasión, el ejemplo personal y los beneficios futuros que por la fuerza. Como gobernante fue a la vez severo y benigno, enérgico y humilde, audaz y paciente, gentil en gracias cortesanas y puro de corazón.   

    Su muerte, según testimonios coetáneos, hizo que hombres y mujeres rompieran a llorar en las calles, comenzando por los guerreros. Más aún. Sabemos que arrebató el corazón de sus mismos enemigos, hasta el extremo inconcebible de lograr que algunos príncipes y reyes moros abrazaran por su ejemplo la fe cristiana. «Nada parecido hemos leído de reyes anteriores», dice la crónica contemporánea del Tudense hablando de la honestidad de sus costumbres. «Era un hombre dulce, con sentido político», confiesa Al Himyari, historiador musulmán adversario suyo, a quien citamos al principio. A sus exequias asistió el rey moro de Granada con cien nobles que portaban antorchas encendidas. Su nieto don Juan Manuel le designaba ya en el Enxemplo XLI «el santo et bienauenturado rey Don Fernando».

    Vemos, pues, alcanzar la santidad a un hombre que se casó dos veces, que tuvo trece hijos, que, además de férreo conquistador y justiciero gobernante, era deportista, cortesano gentil, trovador y músico. San Fernando era lo que hoy llamaríamos un deportista: jinete elegante, diestro en los juegos de a caballo y buen cazador. Buen jugador a las damas y al ajedrez, y de los juegos de salón.

    A un género superior de elegancia pertenece la menuda noticia que incidentalmente, como detalle psicológico inestimable, debemos a su hijo: al tropezarse en los caminos, yendo a caballo, con gente de a pie torcía Fernando III por el campo, para que el polvo no molestara a los caminantes ni cegara a las acémilas. Esta escena del séquito real trotando por los polvorientos caminos castellanos, y saliéndose a los barbechos detrás de su rey cuando tropezaba con campesinos, la podemos imaginar con gozoso deleite del alma. Es una de las más exquisitas gentilezas imaginables en un rey elegante y caritativo.
   
    San Fernando quiso que no se le hiciera estatua yacente; pero en su sepulcro grabaron en latín, castellano, árabe y hebreo este epitafio impresionante:
«Aquí yace el Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castiella é de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, é el más verdadero, é el más franco, é el más esforzado, é el más apuesto, é el más granado, é el más sofrido, é el más omildoso, é el que más temie a Dios, é el que más le facía servicio, é el que quebrantó é destruyó á todos sus enemigos, é el que alzó y ondró á todos sus amigos, é conquistó la Cibdad de Sevilla, que es cabeza de toda España, é passos hi en el postrimero día de Mayo, en la era de mil et CC et noventa años.»


Tumba de Fernando III el Santo. Sobre su tumba con inscripciones en hebreo y árabe en la catedral de Sevilla. Se hacía nombrar «rey de las tres religiones», una denominación muy significativa de la voluntad de gobernar sobre una sociedad caracterizada por la diversidad.

Para la canonización es preciso, además del milagro, la fama de santidad. Tras la muerte de Fernando III y de su entierro en la Catedral se genera una energía espiritual que atrae a los fieles sevillanos. El papa Sixto V confirmaría en 1590 que Fernando III poseía el halo de santidad y que merecía el tratamiento de santo, en base al «resplandor alrededor de la cabeza que se da en Roma a los beatificados y la diadema de los canonizados.» Las restricciones del papa Urbano VIII obligaron a demostrar que esta representación realmente era tal y, una vez acreditada, fue posible impulsar el procedimiento a partir de 1649. El 7 de febrero de 1671, fue canonizado por el Papa Clemente X.



                            Granada 15 de Enero de 2014.
                            Pedro Galán Galán.

BIBLIOGRAFIA:

(1) Cazabán, A. “Don Lope de Sosa”, 1917, Pág. 90.

(2) Abu Abd Allah Muhammad Ibn Abd al-Mun`im al-Himyari, “El libro del jardín perfumado sobre las noticias de los países”. Pág. 88-89).

(3) Vallvé, J.: La Cora de Jaén. Al-Andalus, XXXIV, 1969. Página 58
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(4) Hernández Jiménez, F.: Burch al- Hamma = Brugalimar =Baños de la Encina. Al-Andalus, V, 1940, Página 417.

(5) Pacheco Paniagua, J. A. El castillo de Alcaraz en la obra del geógrafo musulmán Al-Himyari, (S. XV).

Otros textos de referencia:
Anson Oliart, Francisco (1998). Fernando III, rey de Castilla y León. Madrid: Ediciones Palabra S. A.
Castillo Armenteros, Juan Carlos; Eva María Alcázar Hernández (2006). «La Campiña del alto Guadalquivir en la Baja Edad Media: La dinámica de un espacio fronterizo». Studia histórica. Historia medieval (Salamanca: Departamento de Historia Medieval, Moderna y Contemporánea de la Universidad de Salamanca. Ediciones Universidad de Salamanca) 24: pp. 15-196.


Costas Rodríguez, Jenaro (2002). Fernando III a través de las crónicas medievales. Ayuntamiento de Zamora, Universidad Nacional de Educación a Distancia. Centro Asociado de Zamora.


Eslava Galán, J. (1990). «El castillo de la Peña de Martos y la Orden de Calatrava». Boletín del Instituto de Estudios Giennenses (Jaén: Instituto de Estudios Giennenses) (142): pp. 149-160.


García Fitz, F., Relaciones políticas y guerra. La experiencia castellano-leonesa frente al Islam. Siglos XI-XIII editorial=Grafitrés S. L. (2002). Universidad de Sevilla. Servicio de Publicaciones. ed. (1ª edición). Sevilla. 


Rodríguez López, Ana (1994). La consolidación territorial de la monarquía feudal castellana: expansión y fronteras durante el reinado de Fernando III. Consejo Superior de Investigaciones Científicas.


Vázquez Campos, Braulio (2000). «Sobre los orígenes del Adelantamiento de Andalucía». Historia, instituciones, documentos (Sevilla: Universidad de Sevilla: Departamento de Historia Medieval y Ciencias y Técnicas Historiográficas) 27: pp. 333-373.