DESAPARICIÓN DE LOS NÚCLEOS DE POBLACIÓN ÁRABES EN LAHIGUERA COMO CONSECUENCIA
DE LA FITNA O GUERRA CIVIL OMEYA.
En el ámbito geográfico de la
localidad de Lahiguera se han encontrado restos de la época islámica en dos
puntos: Las Cuevas y Los Pozos. La cerámica islámica encontrada en estos y
otros diversos puntos es abundante, pero desgraciadamente no está asociada a
edificaciones. Las construcciones de adobes no resisten el paso de los tiempos.
En su término se han localizado
otros asentamientos islámicos, que debieron prosperar en las fértiles tierras
de lo que hoy es su Campiña. Un
ejemplo de ello es el Cerro de Corbún o Corbul muy próximo a la confluencia de
los arroyos Saladillo y Salado de los Villares, sobre la última terraza del
primero, controlando una amplia vega, y el paso del antiguo camino Jaén-Andújar, con el paso del Puente Romano situado en el vado del Saladillo. En la
actualidad , la rotulación de parte del cerro con las labores de labranza y la
construcción de una cortijada han destruido el asentamiento urbano de continuas
civilizaciones. Este lugar parece que estuvo ocupado desde época romana hasta
la época islámica, aunque en el periodo islámico la extensión del asentamiento se redujo
considerablemente, quedando limitado su poblamiento al extremo situado más al
sur.
Suponemos que en toda la zona de Corbúl, la Atalaya, el Chorrillo, Las
Cuevas y Huerta Caniles con la noria y en la periferia de Santa Clara y La Mina
habría alquerías árabes, como también se darían en Los Morales, y otros lugares
dependiendo de sus necesidades y exigencias de aguas.
Las alquerías de Figueruela no debían de ser muy distintas de otras
enclavadas en la región dentro de un enclave humano totalmente ruralizado. Las
diferencias de los asentamientos vendrían marcadas en cuanto a sus dimensiones por
el entorno físico donde se encontraba enclavada la alquería, a saber presencia
de corrientes de agua para fertilizar la tierra y así abastecer las necesidades
de las personas y los animales, la existencia de bosques cercanos para el
suministro de maderas y prados para caballerías, unas comunicaciones
aceptables, unas tierras circundantes de buena calidad y propicias para los
cultivos y huertas, etc. De entre todas las circunstancia la presencia del agua
es la que cumple un papel predominante.
Por tanto la tierra y el agua eran dos elementos importantes e
imprescindibles para cualquier comunidad como pudieron ser las pequeñas
alquerías árabes en Figueruela en los alrededores de Corbún. Sin agua apenas había vida, no en
vano en numerosos tratados musulmanes dedicados a la agricultura se dedicaron múltiples capítulos a las diferentes clases de aguas y tierras, para llegar a
conseguir unos cultivos capaces de satisfacer las necesidades vitales de los
habitantes que en ellas se asentaban.
Todas estas condiciones se cumplirían en el asentamiento y sitio
escogido por los moradores de la zona del Chorrillo o la zona de Santa Clara o
la de la Mina, estas últimas contaban con agua corriente procedente de la
bocamina romana de debajo de la
Atalaya que tenia su salida justo por el sitio de
asentamiento de las viviendas, buenas tierras propicias para el cultivo, bosque
en la zona de los alrededores, una defensa que le proporcionaba el cerro y
defensa de la Atalaya,
un espacio sólo visible desde lo alto y guardado de la vista por los montículos
de los alrededores, buenas comunicaciones con otros núcleos poblacionales como
serían Villanueva, Cazalilla, Andújar o Arjona.
Por la configuración del espacio de Santa Clara y su paisaje en lo que
pudo ser el poblamiento de la alquería, comprobamos que su configuración como
terreno no era un impedimento, dando lugar a pequeños barrancos que no eran
obstáculo para acequias y caminos en el curso normal del terreno, donde con
facilidad se pudo construir una acequia alta que llevase el agua hasta las
casas del lugar y para regar más abajo las parcelas de las huertas.
En esta supuesta alquería de Santa Clara vivirían aparte de los
moradores agrupados en casas familiares grupos de vecinos que quizá no llegasen
a media centena de habitantes, entre los que también habría algunos asalariados
que en momentos álgidos de labores ayudarían a los residentes. Suponemos
igualmente que esos habitantes de la alquería de Santa Clara tuvieron otras
fincas de secano y sacarían rendimientos importantes del ganado lanar que
pastaría por los montes cercanos y tierras de alrededores no dedicadas a la
agricultura.
La conquista islámica de al-Andalus se dio
especialmente por razones económicas. Los musulmanes introdujeron cambios
importantes en la sociedad de la Península Ibérica, entonces principalmente
poblada por hispano-romanos, visigodos y un grupo judío y empezaron una nueva
organización social, política y cultural en al-Andalus. Los musulmanes también trajeron a la Península las tradiciones e instituciones del Medio Oriente, y
con ellas las divisiones sociales, étnicas, tribales y religiosas. La presencia
musulmana agregó los grupos árabes, bereberes y posteriormente los saqaliba y
los negros a las etnias ya existentes en la Península Ibérica. De acuerdo con
al-Razi, que sigue a al-Waqidi, citado por Ibn ‘Idhari en su Al-Bayan
al-Mughrib fi Akhbar al-Andalus wa al-Maghrib; el califa al-Walid b. ‘Abd
al-Malik nombró a Musa Ibn Nusayr como wali (gobernador) de Ifriqiyya. Musa
quería continuar la expansión musulmana en Europa (1).
Una corta distancia lo separaba del reino visigodo de
España; de nuevos lugares, ricas tierras, de supuestos tesoros indescriptibles,
nuevos retos y probablemente otros lugares en Europa. Musa estudió
cuidadosamente la situación política del reino visigodo de España, el
descontento judío con los gobernantes que los discriminaban, perseguían y
mantenían en una posición marginada por sus fuertes leyes. Asimismo, observó la
oposición y las conspiraciones de los numerosos enemigos políticos de Rodrigo,
el último rey visigodo, especialmente el partido de Witiza y sus sucesores (2).
En el siglo IX, gran parte de la Península Ibérica
está en poder musulmán. Pero desde mediados de siglo, el emirato cordobés
asiste a un período de debilidad e inestabilidad extremas. Las sublevaciones de
muladíes y bereberes son constantes por todo el territorio, en el Ebro y la
Rioja, en Toledo, en Mérida y Badajoz. Pero el movimiento más peligroso y de
mayor calado fue el del muladí ´Umar Ibn Ḥafṣūn en Málaga, porque
llegó a cuestionar el
propio orden establecido en al-Andalus, llegando a controlar una amplia región cuyo centro
fue el bastión de Bobastro, un lugar inexpugnable en la sierra malagueña del alto
Guadalhorce, auténtico nido de águilas, según las crónicas árabes, cerca del
desfiladero de los Gaitanes y del actual “Caminito del Rey”.
Desde mediados del siglo IX
las fronteras de al-Andalus (nombre con el que se conoce a la España musulmana)
estaban protegidas desde las ciudades de Mérida, Toledo y Zaragoza, y su
defensa confiada a los muladíes. Las desigualdades entre viejos y nuevos
musulmanes aumentaron con motivo de la política filoárabe a ultranza practicada
por los emires omeyas, y el descontento muladí se transformó en las ciudades de
frontera en movimientos de independencia alentados por las autoridades locales
frente al poder central. Estas rebeliones alcanzaron el punto más grave en la
misma Andalucía con la sublevación de ´Omar Ben Hafsūn.
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´Omar ben Hafsūn. |
´Omar ben Hafsūn era un
noble muladí (descendientes de cristianos convertidos al Islam) que dirigió una
guerra de guerrillas contra el emirato de Córdoba.
Nieto de cristiano, aunque
musulmán de nacimiento, encabezó una rebelión a finales del siglo IX hasta su
muerte en 917, que mantuvo en jaque a los distintos emires de Córdoba. El
conflicto fue expresión del malestar social, donde los judíos son perseguidos, el
fundamentalismo de Eulogio de Córdoba incitando al martirio de los mozárabes
(cristianos en tierras musulmanas) y el desprecio de los árabes hacia los
muladíes (a los que tratan como musulmanes de segunda), dan lugar a que los
muladíes y algunos mozárabes se unan a Ben Hafsūn en su lucha contra los
omeyas.
Los
Mártires de Córdoba son como se conoce a un grupo de cristianos mozárabes
condenados a muerte por su fe bajo los reinados de Abderramán II y Mohamed I en
el Emirato de Córdoba.
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San Eulogio de
Córdoba. |
Estos
martirios se conocen gracias a una única fuente, la hagiografía de Eulogio de
Córdoba, el cual registró la ejecución de cuarenta y ocho cristianos que
desafiaron la ley islámica. En su mayoría hicieron declaraciones públicas de
rechazo del islam y proclamación de su cristianismo.
Las
ejecuciones están recogidas en una única fuente escrita por San Eulogio, que
fue uno de los dos últimos ejecutados en morir. En Oviedo se conservó un
manuscrito de su Documentum martyriale tres libros del Memoriale sanctorum y el
Liber apologeticus martyrum, que son los únicos escritos conservados de este
santo, cuyos restos fueron trasladados a la capital asturiana en 884.
Paradigma
obligado en estos tiempos de crisis identitaria en que el modelo multicultural
es cada vez más contestado por la simple realidad de las cosas, la
representación de un Al-Ándalus soñado en el cual habrían convivido
armoniosamente musulmanes, judíos y cristianos es una pura invención que sirve
para justificar hoy la islamización actual de España.
Está
el mito y están los hechos históricos. La ocupación musulmana de España fue
jalonada en toda su extensión de cargas y discriminaciones contra los no
musulmanes, debido al estatus de dhimmis de los conquistados, de saqueos y
persecuciones, de violencias sin número, de opresión continua contra los
autóctonos cristianos.
La
represión y las brutalidades cometidas contra los cristianos fueron constantes
durante los casi 8 siglos de dominio islámico de la península. Un botón de
muestra: en el año 796 tiene lugar una terrible represión contra la revuelta de
los cristianos en Córdoba, 20. 000 familias toman el camino del exilio. En el
año 815 Abdel Rahman II promulga en Córdoba un edicto que castiga con la muerte
a los blasfemadores contra el islam y mete en prisión a todos los jefes de la comunidad
cristiana de la ciudad. El año siguiente tiene lugar la depuración de la
administración de sus elementos cristianos, así como la destrucción de todas
las iglesias construidas después de la conquista árabe.
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San Perfecto decapitado el 18 de junio del año 850. |
Es muy conocido el proceso de la crisis martirial. El 18
de junio del año 850 fue decapitado Perfecto en Córdoba. En junio del 851 fue
crucificado el monje Isaac. Semanas después también sufrieron el martirio un
soldado franco de la guardia palatina, seis monjes del monasterio de Tábanos y
otros religiosos. El 24 de noviembre fueron ejecutadas las vírgenes Flora y
María. Y los martirios en número creciente se sucedieron en el curso del año
852. La alarma producida por tales martirios provocó la reunión de un concilio
presidido por el metropolitano de Sevilla. Pero el 16 de septiembre se
produjeron nuevas ejecuciones; días más tarde, el 22 del mismo mes, moría
repentinamente 'Abd A-Rahman' y los mozárabes atribuyeron a castigo divino su
deceso (Claudio Sánchez Albornoz, El Reino de Asturias. Orígenes de la Nación
Española)
Árabes
y bereberes, acérrimos enemigos, encontraron en el levantamiento de los
españoles el motivo de su unión. Juntos volvieron a ejercer de matarifes, no ya
con los soldados españoles en armas, sino con la población pacífica, en
concreto en los centros cristianos más importantes… y acomodaticios: Elvira y
Sevilla, que previendo la persecución, se habían manifestado sumisos al emir y
habían pactado con los árabes maaditas y con los bereberes, acérrimos enemigos
de los yemenitas.
Comenzó
la guerra civil entre los invasores, y naturalmente las consecuencias recayeron
sobre los españoles; ben Gálib, que había ofrecido sus servicios al emir con el
objetivo de defender a los españoles, fue traicionado y asesinado para
satisfacer a sus opositores yemeníes, lo que ocasionó un levantamiento en
Sevilla, donde los sublevados, el 9 de Septiembre de 889, asaltaron el alcázar
del gobernador de Sevilla y acometieron el palacio del príncipe Mohamed, donde
fueron masacrados.
Durante el año 881, la situación en Elvira se hizo de todo
punto insostenible, pues los cristianos y los muladíes, exhaustos por los
abusos cometidos sobre ellos, imposibilitados ya para aguantar los desplantes y
la prepotencia de las tribus beréberes, se habían sublevado contra el
gobernador, que efectuaba una feroz represión sobre la población española,
martirizando a cristianos y muladíes bajo la acusación de traición y rebelión,
y se estaba produciendo una persecución como la que anteriormente se había
producido en Córdoba. Los españoles tomaron el Albaicín, pero finalmente fueron
puestos en fuga. La masacre no se llevó a efecto porque en esos momentos
llegaba Omar, que frenó de manera violenta a los árabes, y dejó pacificada la
ciudad bajo el mando de un subordinado de Mohamed I, Said ben Chudi, que si
por una parte era amigo de Sauar, por otra era comedido en sus actuaciones.
Finalmente, los iliberritanos darían muerte a su carnicero Sauar en una
emboscada.
Jamás
existió “la feliz convivencia de las tres culturas”, tal como repite
el discurso políticamente correcto. El Islam se comportó con las otras dos
culturas, la judía y la cristiana, con dos conductas que iba alternando: la
presión y la represión.
Las
mismas crónicas árabes recogen lo que decían del muladí ´Umar Ibn Ḥafṣūn, pues son los
árabes quienes han dejado los principales testimonios de este héroe hispano,
cuya mayor prueba de su delito descubrieron al desenterrar su cadáver, y
comprobar que había sido inhumado conforme al rito cristiano. Su cadáver fue
crucificado entre un perro y un cerdo en Córdoba y su hija sería mártir años
después a manos de Abderramán.
Desde
que el año 711 Táriq, con la colaboración de los hijos de Witiza y la falta de
espíritu del pueblo español conquistase España, el pueblo hispano visigodo
conoció saqueos y violaciones de todo derecho; tantas que ni aun las leyes impuestas
por los invasores eran respetadas; se hacían y deshacían tratados con una
alegría propia de gentes que no tenían la más mínima noción de derecho ni de
justicia.
La
fácil conquista de España, sin apenas lucha, a base de tratados más o menos
ventajosos con las ciudades, dejó a los invasores sin la posibilidad de
apropiarse de todos los bienes con la facilidad que ellos deseaban.
Esta
situación provocó no pocas situaciones comprometidas por una y otra parte, de los invadidos con los invasores y de los invasores
entre sí. Eso se complicaba por el hecho de que los invasores eran una
multiplicidad de razas y de tribus inconexas, sin atisbo de cultura, cuya forma
de vida casi exclusiva era el pillaje, con una doctrina religiosa que no condenaba el robo como lo condena el
cristianismo y con una fe en la fuerza de las armas que los hacía temibles a
los ojos de los pobladores de la península, acostumbrados de antiguo a las
delicias de la civilización romana, occidental y cristiana.
Los
saqueos, las persecuciones, las opresiones de todo tipo y color fueron
conocidas por el pueblo español que por comodidad, por falta de fe, por
complicidad con el enemigo o por anidar una falsa esperanza de sacudirse el
yugo opresor del extranjero, guardó compostura en el momento de la invasión y no
les hizo frente ni se encastilló en los montes del norte, como hicieron muchos
naturales.
Quedaba, pensaban muchos incautos, la otra posibilidad de renegar del cristianismo y
convertirse al islam importado por los invasores, pero también eso resultó
falso. Doblemente falso, primero porque
una doctrina que no cree en la libertad
no puede ser buena, y segundo porque quedó demostrado que la solución en sí
también era una trampa; mahometanos o cristianos, los españoles siguieron
distinguiéndose de los invasores por múltiples aspectos: cultura, afabilidad,
respeto, idiosincrasia, patriotismo...
Ciertamente
muchos españoles cambiaron sus nombres hispanorromanos por nombres árabes, sus vestimentas hispanorromanas por
vestimentas árabes, pero su mente, su pensamiento, no pudo cambiar al compás de
las vestimentas y de los nombres.
Bien
al contrario, los españoles de Al-Andalus, por las puras necesidades del
invasor, debieron ocupar los lugares preponderantes en la cultura, ya latina,
ya árabe; poetas, filósofos, escritores... españoles, con nombres árabes por
necesidades de pura subsistencia y españoles de pensamiento, palabra y obra.
Pruebas
dieron con las horribles matanzas de mártires cristianos habidas en Córdoba;
pruebas que demostraron que el sentimiento nacional en los naturales de
Al-Andalus no era menor que el de los compatriotas del norte; sentimiento que
llevó al martirio no solo a quienes no habían renegado del cristianismo, sino
aun a personas que habiendo abrazado el islam, a la hora de la verdad
prefirieron renunciar a Mahoma y morir abrazando la cruz.
Constante
fue la afluencia de mozárabes a tierras del norte; gentes que en su momento
optaron por la convivencia con el invasor y que apostataron del cristianismo
con el único fin de integrarse en la nueva sociedad impuesta, y gentes que
acabaron huyendo al norte, en busca de la patria, el Dios, la convivencia y la
libertad que en el sur se les negaba.
Los
masivos asesinatos llevados a cabo en Toledo y en Córdoba, o la destrucción,
hasta hacer desaparecer hasta sus cimientos la ciudad mártir de Elvira, son
tres pruebas de la situación real a que se veían sometidos los españoles bajo
el imperio del Islam.
En
ese ambiente, viéndose diezmados por las persecuciones, surgieron varios
caudillos hispánicos que durante los primeros siglos de dominación plantaron
cara a los invasores; Tudmir, Ben Marwan y ´Omar Ben Hafsūn son tres muestras de
heroísmo y sagacidad que gozaron de posibilidades reales; posibilidades que se
vieron truncadas por diversas circunstancias; no fueron iguales las de
Teodomiro que las de Ben Marwān u Omar Ben Hafsūn, como no fue el mismo momento histórico.
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Ben Marwān. |
Cuando
Omar Ben Hafsūn se alzó, el hartazgo entre la población hispana y berberisca
hacía tiempo que estaba colmado. Sólo hacía falta el héroe, porque mártires ya
los había habido por millares.
Descendiente de un conde
visigodo, la islamización de la familia de Omar Ben Hafsūn se remontaba a su
abuelo. La infancia de Omar transcurrió en la sierra de Málaga, donde su padre
era un terrateniente de cierta influencia a nivel local. Después de, al
parecer, haber cometido un asesinato, se refugió con otros forajidos en las
ruinas del castillo de Bobastro, enclavado en la sierra de Málaga; tras ser
apresado por el gobernador de Málaga, se dirigió al Magreb.
El levantamiento de´Umar Ibn Hafsūn que duró del 880
al año 928, fue un claro ejemplo de la oposición por razones políticas y
socio-económicas de los muwalladun contra las autoridades Omeyas. Los triunfos
del rebelde ‘Umar Ibn Hafsūn ante los ejércitos Omeyas le otorgaron fama y
prestigio, al punto que un cronista lo describe de la siguiente manera: Esta
victoria trajo consigo un aumento en el prestigio y poder de´Umar Ibn Hafsūn.
También le dio (nuevas) alas a sus ambiciones de destruir el gobierno musulmán. ´Umar Ibn Hafsūn (fue entonces capaz de) manifestar abiertamente sus pérfidas
intenciones (3).
En este texto anterior se muestran los
numerosos casos en que el rebelde ´Umar Ibn Hafsūn juraba obediencia al amir y
se sometía a sus mandatos, pero violaba sus promesas tan pronto como se le
presentara la primera oportunidad. Estas son sin duda las razones por las
cuales los cronistas, en especial Ibn Hayyan, se refieren al caudillo de
Bobastro con esas palabras, y lo caracterizan como el más sagaz y el más serio
peligro para la dinastía Omeya (4).
En el Siglo
IX, en Málaga, retaguardia del Islam en España, un caudillo hispano-visigodo se
alza contra el Emirato de Córdoba cuando había transcurrido más de siglo y medio
desde la invasión. Es Omar Ben Hafsūn. Su alzamiento está a punto de precipitar
el final del Islam. Funda un reino cristiano inexpugnable en Bobastro. Tras su
muerte, su tumba es profanada y su cadáver es desenterrado y crucificado en
Córdoba entre un cerdo y un perro, según cuentan las crónicas árabes. Su hija,
martirizada por el Califa Abderramán III, será canonizada por la Iglesia
Católica como Santa Argéntea.
´Omar
ben Hafsūn fue un espíritu rebelde que ha generado opiniones contrarias, pues
su figura choca con la idea de un Al-Andalus mansamente mahometano. Muy lejos
de la falsa pax islámica, Ben Hafsūn protagonizo uno de los capítulos más
interesante en los albores del Al-Andalus, creando un reino embrionario, aunque
no reconocido, que llegó a dominar gran parte de los territorios de las
actuales provincias de Cádiz, Sevilla, Córdoba, Jaén, Granada, Almería, Murcia
y especialmente, la de Málaga, donde tuvo su cuartel general en Bobastro.
Su
esfuerzo acarreó una gran concentración de recursos árabes para contenerlo, lo
cual facilitó a los reinos cristianos del norte la expansión hacia Duero.
He
aquí su famoso discurso cargado de significado a sus seguidores:
“¡Desde
hace demasiado tiempo habéis debido soportar el yugo del sultán, que os quita
vuestros bienes y os cobra impuestos aplastantes, mientras que los árabes os
llenan de humillaciones y os tratan como esclavos!”
Todo
un manifiesto de insurrección manifiestamente patriótico frente al poder
extranjero que abrasa de impuestos a los hispanos, sean cristianos o no.
Si
Abderramán llegó en medio de la guerra, si su dominio lo impuso con la guerra,
los levantamientos contra él le acompañarían durante 20 años; los alzamientos
fueron constantes… y constantemente fueron ahogados en sangre, y en impiedad.
Así, en la sublevación de Al-Ala, en Carmona, decapitó a 7.000 hombres. Y
castigo similar recibió Toledo.
Era
implacable: en Sevilla se rebeló Abu Sabbah por haber sido nombrado y
posteriormente destituido valí de la ciudad. Lo mandó llamar a Córdoba en son
de paz, y cuando lo tuvo presente lo
mató. Y en 773, nuevas sublevaciones en
Sevilla significaron nuevas matanzas.
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Crisis del Emirato de Córdoba a finales del siglo IX y principios del X. |
Intentonas
para derribar a Abderramán se sucedieron, aportando nuevos contingentes de
africanos que se refugiaban en distintos lugares para combatirlo. Sierra
Elvira, la Alpujarra, la Serranía de Ronda, se llenaron de ellos, y las
invasiones de los valíes de África le acosaban. Intentos de desembarco llevaron
a poner en grave situación las costas de Tortosa, donde finalmente el valí de
la misma logró vencer a los atacantes. Entre tanto, Toledo se encontraba
sublevado y sitiado por las tropas de Abderramán.
¿Y
con qué moral se mantenía el poder de Abderramán? Muestra de la moral que
arrastraban los invasores nos la da Marsilio, general de las tropas del emir,
quién, al huir su hijo de un combate, no dudó en atravesarlo con su propia
lanza.
Y
Abderramán no dudó en exterminar a los yemeníes, siendo que eran quienes le
habían puesto en el trono… Y quienes siempre pagaban por uno u otro motivo eran
los mozárabes, que o bien tomaban las armas por alguno de los partidos
contendientes, o sin tomarlas eran masacrados por la ferocidad y codicia de los
invasores. Tan es así que según consta en una crónica de la época, el emir
Yusuf al-Fihri, el mismo que fue derrocado por Abderrahman, había mandado hacer
un nuevo censo de la cristiandad tributaria, haciendo borrar de la misma a un
número importante de españoles que habían sido asesinados o habían huido al
norte, siendo que la confección del censo fue requerida por el resto de
mozárabes, que veían cómo acrecentaban sobre sí las obligaciones que no podían
ser cumplidas por sus hermanos ausentes.
¿El
trato a los españoles? … en 758, a los habitantes de Castella, capital del
cantón de Elvira (en Granada), se les impuso que pagasen anualmente 10.000
onzas de oro, diez mil libras de plata, 10.000 cabezas de los mejores caballos
y otros tantos mulos, con más de 1.000 armaduras, mil cascos de hierro y otras
tantas lanzas (dado en Córdoba a tres de Safar del año 142). Era un impuesto
por ser español del que no se libraban los renegados, los muladíes, lo que
acabó provocando levantamientos que indefectiblemente eran ahogados en sangre.
Pero
la guinda de la tiranía se llevaba a efecto en la catedral de Córdoba, que
obligatoriamente debía ser compartida con el culto musulmán, a pesar de existir
en Córdoba 430 mezquitas. Pero en 784 cesó de existir esa obligación porque fue
convertida en mezquita y los cristianos fueron expulsados.
No
paró ahí la acción anticristiana y antiespañola de Abderramán, que recorrió
todo el reino destruyendo centros de culto y persiguiendo a los cristianos,
entre los cuales, quienes más libres de opresión se encontraban, huían al
norte, donde aportaron, además de nuevas gentes y nuevo espíritu de
reconquista, tesoros y reliquias religiosas; aquellas que podían transportar.
Dice
Claudio Sánchez Albornoz que suele imaginarse una España musulmana habitada por
árabes y moros que cambiaron la faz cultural y económica de la Península, y
cuyo vencimiento y expulsión costó a los españoles una caída vertical a simas
profundas de incultura y de pobreza. Pero el caso es que la aportación
sanguínea oriental o africana fue mínima y no alteró las facies étnica de
España. Los miles de hombres que vinieron desde oriente o desde África se
disolvieron pronto entre los millones de habitantes de la península. Los más de
los califas fueron rubios y de tez clara, como sus madres, la mayoría esclavas
españolas. Además, entre los primeros aportes llegados con las primeras oleadas
de la invasión, es presumible que se encontrasen personas procedentes de la
Hispania Tingitana, invadida con anterioridad al 711.
Del
análisis de los invasores podemos deducir que eran muy prolíficos, destacando
entre todos ellos Abderramán II, que tuvo 87 hijos; el segundo en esta escala
fue Muhammad, que tuvo 54 hijos; el tercero Al Hakam I, que tuvo 40 hijos, y el
cuarto Abd Allāh, que tuvo 24 hijos; Abderramán I, veinte.
Por lo que respecta a la forma de administración árabe, cada Cora tenía
atribuido un territorio con una capital, en la que residía un walí o gobernador,
que habitaba en la parte fortificada de la ciudad, o alcazaba. En
cada Cora había
también un cadí o juez.
Las Coras o provincias, a su vez, estaban divididas en demarcaciones menores,
llamadas iqlim, eran
unidades con un pueblo o castillo como cabecera de carácter económico-administrativo, cada una de ellas.
En los primeros tiempos de la colonización musulmana, dentro de cada Cora se establecieron los poblados en torno a castillos, denominados hisn (husûn,
en plural), que actuaban como centros organizativos y defensores de un cierto
ámbito territorial, denominado Yûz (Ayzâ, en plural). Esta estructura
administrativa se mantiene invariable hasta el siglo X, en que los distritos se modifican, aumentando mucho su tamaño,
denominándose aqâlîm (iqlim, en singular).
El nombre de Fuente de la Figuera
dado por los cristianos en el siglo XIII, es casi con toda seguridad una
traducción directa del nombre árabe, tal vez Figueruela.
Posiblemente en el siglo XI y seguramente a causa de la
inestabilidad política que se produce con la caída del califato se abandonó,
dado que esta parte de nuestro territorio estuvo en el ámbito de las continuas
rebeliones y revueltas de Umar Ibn Hafsūn también conocido por su origen muladí por Omar Ibn Hafsūn.
El levantamiento se extendió entre la población en la
provincia de Rayya (Málaga), generando la posibilidad de una revuelta general.
La situación era aún más delicada debido a los odios, descontento y
desconfianzas mutuos entre árabes, muwalladun y cristianos. Los temores
aumentaron en gran medida y exacerbaron los otros problemas causados por las
diferencias étnicas y religiosas. Cada grupo defendía sus doctrinas, intereses
y religión de forma aún más radical (5).
Como lo afirma el cronista Ibn Hayyan, las luchas eran tan
intensas que se asemejaban a aquellas del tiempo de la Jahiliyya, cuando hubo
constantes guerras internas y gran derramamiento de sangre. La violencia
alcanzó entonces dimensiones extremas en las kuwar meridionales de al-Andalus
durante esos años (6).
Las cosas se complicaron aún más cuando, tal como
explica el cronista Ibn Hayyan, algunos sectores pacíficos de la población se aliaron con
los muwalladun. Desgraciadamente este cronista no provee ningún detalle sobre
estos sectores de la población, lo que hace difícil conocer su origen étnico y
social. A estos dos grupos ya aliados se sumaron los cristianos, de modo que
todos se volvieron contra los árabes siguiendo las órdenes del caudillo
muwallad ‘Umar Ibn Hafsūn (7).
Estos acontecimientos reflejan la enorme magnitud de
las tensiones sociales y étnicas en al-Andalus. Los habitantes de otras áreas
rehusaron sumarse a la insubordinación de los muladíes y permanecieron leales
al gobierno central (8).
´Umar Ibn Ḥafṣūn, era muladí (nombre que recibían los
descendientes de los cristianos convertidos al islam, convertidos más por
interés que por convicción). El origen de la familia de ´Umar se remonta a
un comes (conde,
gobernante) de época visigoda, asentado en la zona de la Serranía de Ronda.
Posteriormente un bisabuelo se islamizó, lo cual transmitirá a sus
descendientes. ‘Umar Ibn Hafsūn nace en alrededor del año 850, y muere
en Bobastro a los 67 años en 917.
Es
un personaje muy complejo de analizar por los investigadores debido a las diferentes
visiones y fuentes contrapuestas. Los cronistas árabes próximos al poder
cordobés ofrecen una visión negativa del personaje, considerado como un
rebelde, incluso un bandido. Los historiadores decimonónicos cambian
radicalmente esta visión, para ellos será un héroe hispano, un símbolo de los
valores nacionales y religiosos frente al islam, esta imagen permaneció hasta
gran parte del siglo XX. También ha sido considerado como un ejemplo de la
crisis que sufren los herederos del protofeudalismo visigodo frente a la
instauración del Estado islámico. Investigadores recientes dan un nuevo enfoque,
estableciendo una dimensión política que va más allá de la revuelta social y
religiosa, otorgando a la fitna (guerra
civil) hafsuní, además,
un proyecto político alternativo al poder cordobés al que aspiraba a sustituir.
El siglo IX en la Península fue muy
complejo. Frente al inicio de la Reconquista en Asturias, la
creación de los incipientes reinos de León y Pamplona y la presión de los
francos en el valle del Ebro, en las regiones conquistadas por los invasores
islámicos dependientes del Califato
Omeya de Damasco hay
que sumarle una serie de pugnas entre diferentes esferas de poder.
De entrada Al Ándalus era,
en ese momento, un Estado cristiano dominado por una élite islámica minoritaria
compuesta por árabes y bereberes que a través del impuesto de la jizia oprimía a los cristianos y
judíos del Estado. En este contexto existían conflictos palaciegos entre
miembros de la corte bereber y los árabes.
Tanto unos como otros representaban
el poder nuevo, que estaba configurando un modelo urbano que atraía a las
ciudades a amplias capas de población rural, lo que hacía
daño a los intereses de la nobleza rural de origen hispano godo e
hispanorromano que unos años atrás se habían convertido al Islam para mantener
sus posesiones y privilegios. En el tercer cuarto del siglo IX
las condiciones políticas se trastornaron a causa de la fitna que afectó al
emirato de Córdoba.
Considero que las alquerías o
pequeños núcleos de población que se habían creado tras la invasión árabe en el
término de lo que hoy es la villa de Lahiguera, fueron castigadas en este
periodo de tiempo, dado que hasta esta parte del mapa llegó el intento de
rebelión de Umar Ibn Hafsūn a finales del siglo IX.
´Umar
Ibn Ḥafṣūn (عمر بن حَفْصُون), fue el más importante de los rebeldes andalusíes
sublevados contra el emirato de Córdoba. Se enfrentó a los cuatro últimos
emires cordobeses, trayendo en jaque al emirato omeya durante 40 años, entre
878 y 917, finalmente fue derrotado por el último emir ‘Abd al-Raḥmān III, el que llegaría a ser poderoso
califa.
Dada la fecundidad de sus tierras
y la abundancia de aguas fluviales estas tierras de nuestro término volvieron a ser ocupadas con
alquerías por los árabes entre los siglos XII y XIII, llegando a abandonarse
definitivamente como núcleo poblacional tras la conquista o entrega de Andújar
por Al-Bayyasi (El Baezano) a Fernando III junto con las aldeas de Figueruela y
Villanueva en 1225.
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Rebelión de Omar Ibn Hafsūn con sus dominios territoriales directos y los dominios de sus aliados más cercanos. |
Por esta razón nos centraremos
en este caso en este personaje más adelante y en las rebeliones y revueltas
internas, que se prolongaron a través de las fitnas o guerra civil árabe en
España en este tiempo. Dar una visión de las continuas
revueltas y explicar cuál era la situación política de las tierras de nuestro
término municipal en estos siglos es el motivo de este artículo que veremos a
continuación.
Se habla mucho de los hispanorromanos Banu Qassim (Familia de Casio,
nombres hispanorromanos del orden senatorial) de las regiones del Valle del
Ebro pero poco de los Banu Hafsūn,
una rica y poderosa familia noble de origen hispanogodo que tenía sus tierras
en las regiones de Málaga cerca de la zona de Parauta, Ronda,
Antequera y el este de Cádiz.
Omar Ibn Hafsūn nació en torno al 850 en Parauta (Málaga) y siendo joven mató a un
pastor bereber que robaba ganado a su abuelo, el noble Yafar Ibn Hafsūn razón por la
cual escapó y huyo por los montes uniéndose a una partida de ladrones y
salteadores de caminos hasta que fue capturado y azotado en Málaga.
Tras este episodio decidió esconderse en el norte de África temiendo que su
asesinato fuera descubierto. En 878
se produjo la rebelión en el sur de Al Ándalus, en las tierras de su familia y
decidió volver en el 880 para formar parte de la rebelión.
Junto con otros muladíes (cristianos conversos), mozárabes (cristianos de
Al Ándalus) y mesnadas de bereberes, que eran considerados ciudadanos de segunda, en
relación al orientalizante poder que los omeyas comenzaron a ejercer con
Abderrahman II y Mohamed I, las luchas palaciegas y el creciente
protofeudalismo (no olvidado por los nobles preislámicos) creó el caldo de cultivo para la campaña que
lideraría Hafsūn y que hizo tambalearse al emirato de Córdoba.
En 883 será perdonado por Mohamed I e integrado en su guardia personal, pero
tanto él como sus tropas eran menospreciadas y maltratadas por los propios
gobernantes árabes, que no permitían que los muladíes tuvieran acceso a las
prebendas de los emires al nivel de árabes, y maulas en lo que era una sociedad
de castas donde los muladíes eran
considerados como el último escalón antes de los infieles.
La segunda rebelión de Ibn
Hafsūn sería la más peligrosa ya que si en la primera se destacó
como líder de una revuelta campesina y caótica, en esta era un reconocido caudillo militar, con carisma y con el apoyo de
sus tropas y población, de ahí que con sus tropas conquistara una gran parte
del sur de Andalucía y creara un centro de poder paralelo
concentrado en Bobastro.
Ese centro de poder hizo que la revuelta fuera más fuerte aún y que
las tropas andalusíes pudiesen
recuperar Iznájar, Archidona y Priego, sitiando Bobastro. Hafsūn
firmó una rendición a cambio de la amnistía, la cual el emir aceptó, por lo que
el rebelde andalusí se retiró. Pero en el camino de vuelta Hafsūn volvió a
atacar a los musulmanes en el momento en que Al Mundir, que lideraba las
tropas, fallecía y era sucedido por su hermano ‘Abd Allāh quien heredó un reino
en caos.
Ibn
Hayyan escribe que el emir ‘Abd Allāh derramó la sangre de su propia familia.
Siguiendo a Ibn Hazm, Ibn Hayyan dice que el emir ‘Abd Allāh mató a su hermano Al-Mundhir
durante el sitio de Bobastro. Para esto lo planeó cuidadosamente, sobornó al
hajam de Al-Mundhir y envenenó el bisturí médico justo antes de la cirugía a la que
el emir Al-Mundhir estaba a punto de enfrentarse. Según este relato el emir
Al-Mundhir murió a causa de un veneno.
También
existen pruebas de que varios parientes, hermanos e hijos también fueron
muertos. Su excusa para estas acciones fue sofocar cualquier posible discordia
y eliminar todo peligro de un golpe de estado contra su gobierno. Sus
decisiones políticas inmediatas y más importantes fueron tomadas para mantener
el poder una vez que lo asumió. En todo caso ‘Abd Allāh tomó el liderazgo del
ejército que sitiaba a Bobastro, así como el control de toda la situación, el
mismo día que murió su hermano, el emir Al-Mundhir.
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Vista panorámica de la Córdoba Califal. |