PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

domingo, 17 de junio de 2018

EL PRÍNCIPE MULEY XEQUE: UN MUSULMÁN CONVERTIDO AL CRISTIANISMO EN LA ROMERÍA DE LA VIRGEN DE LA CABEZA EN EL AÑO 1593.



FUE BAUTIZADO EL 3 DE NOVIEMBRE DE 1593 EN EL MONASTERIO DEL ESCORIAL CON EL NOMBRE DE FELIPE DE ÁFRICA Y SU PADRINO FUE EL REY FELIPE II.

Cualquiera que visite el Santuario de la Virgen de la Cabeza en Sierra Morena se encontrara en el acceso al camarín de la Virgen con una placa en mármol marrón. Esta placa está colocada en la última estancia antes de acceder al camarín de la Virgen. Es una placa que recuerda el hecho de que Muley Xeque príncipe de Marruecos se convirtió al cristianismo con ocasión de la visita al santuario en romería, allá por el año 1593, hecho que reproduce Félix Lope de la Vega Carpio en su obra:Tragedia del rey don Sebastián y bautismo del Príncipe de Marruecos”.

Placa en marmol marrón en memoria del IV Centenario de la Conversión de Mulay Xeque en el Santuario de la Virgen de las Cabeza en la romería de 1593.

Hay autores que afirman que esta obra de Lope de Vega fue una comedia por encargo, que pudo hacer Muley Xeque al mismo Lope de Vega dada la amistad cercana que tenían ambos personajes. Toda esta historia de la vida del Príncipe Muley Xeque es descrita por el famoso literato Lope de Vega en una comedia, donde Felipe de África es el héroe de la obra referida; en ella se cuenta toda su vida hasta su conversión y su bautismo, una obra bastante espectacular en su formato interpretada por más de cincuenta y seis personajes y en la que Lope de Vega, se presenta a sí mismo como testigo director de los hechos. En el primer acto el poeta evoca la “Batalla de los tres reyes” y la muerte del rey Don Sebastián de Portugal en 1578, los siguientes actos contienen las escenas del peregrinaje a la Virgen de la Cabeza con bellos parajes de poesía popular y rústica. Para Lope de Vega, Muley  el príncipe de Marruecos, más que personaje histórico, es un gran amigo y así lo presenta en su obra. Felipe de África mantuvo unas buenísimas relaciones con López de Vega, con quien intercambio poemas dedicados.
 Lope Felix de Vega Carpio llamado "El Fenix de los Ingenios". Autor de una bastísima obra literaria y autor de la comedia "Bautismo del Príncipe de Marruecos y Tragedia del Rey Don Sebastián".

A continuación daremos una reseña importante de las diferentes partes de la obra de Lope, y así nos adentraremos en la historia de Muley Xeque, que trataremos históricamente con más amplitud a lo largo de este artículo.

La historia se compone de dos momentos distintos, separados por el punto dramático culminante, que es la “transformación” cristiana del príncipe Muley, una acción que modifica por completo al personaje que nos muestra en la primera parte del relato. Después del clímax de la transformación personal del príncipe musulmán, asistimos a una profunda metamorfosis del protagonista: el cambio presupone no solo el acogimiento de una perspectiva teológica nueva, sino también la adopción de una conducta social totalmente inédita, un cambio en el fondo y en la forma. Muley se despoja del hombre viejo y se reviste del hombre nuevo en don Felipe de África: renuncia a su nombre, abandona el Islam y su futurible destino de heredero al trono de Marruecos, para abrazar la ley de Cristo y aceptar ser vasallo devoto del rey Felipe II, y parte del imperio español. Al rehusar todas las dimensiones de su antiguo ser musulmán, Muley deja la esfera de la persona anterior para formar parte de uno más de los creyentes cristianos: la carga simbólica que la renovación cristiana del príncipe implica está perfectamente recalcada por Lope de Vega, al decidir predisponer en su obra un retrato a doble cara del que encargó su nueva comedia.


Texto manuscríto de los personajes de la obra de Lope de Vega Carpio "El Bautismo del Príncipe de Marruecos y la tragedia del Rey Don Sebastián.

La figura de Muley Xeque aparece por primera vez en esta obra de Lope de Vega al terminar el acto primero, en el momento que antecede al episodio de la muerte de su padre y del rey don Sebastián de Portugal (1).

Lope de Vega incorpora la figura del infante marroquí en la última escena de la primera jornada, con el propósito de contextualizar al personaje en la cadena de los hechos históricos, que utiliza como marco para el relato dramático de la primera parte  En la biografía del infante marroquí, Oliver Asín, 1955, páginas 176 y 177, comenta que, en el acto primero de la obra, “Lope situaba y destacaba perfectamente a Muley Xeque dentro de aquel gran episodio de la historia de Marruecos y Portugal, lo cual, repetimos, no tenía Lope más remedio que llevar a las tablas, puesto que era trascendental en la vida de Muley Xeque” (2).
Comienzo del Acto Segundo de la obra de Lope: El Bautismo del Príncipe de Marruecos y tragedia del Rey Don Sebastián.
Página del Acto Segundo de la obra de Lope de Vega: el Bautizo del príncipe de Marruecos y la Tragedia del Rey Don Sebastián.


La acción transcurre en el puerto de Tánger. El joven Muley Xeque, a la espera de la armada del cristiano Sebastián I de Portugal , está razonando sobre el futuro desenlace de la batalla junto a Albacarín. Aunque tenga solamente doce años, el príncipe parece demostrar en sus parlamentos inteligencia y coraje. Es el mismo Sebastián quien enfatiza este aspecto al conocer al infante después de desembarcar en las costas africanas. Durante el encuentro, Muley Xeque, efectivamente, exhibe intrepidez frente a su padre Muhammad al-Mutawkil y el rey portugués. El diálogo entre los tres personajes se configura como el primer recurso del que Lope se sirve para dar viveza, expresividad y fuerza al retrato del joven príncipe islámico. Después de la despedida entre Muley Xeque y su padre, la figura desaparece por completo de la escena al ser enviado a Mazagán por Sebastián I de Portugal. Lope reserva los últimos versos para esbozar rápidamente el enfrentamiento entre las tropas portuguesas y marroquíes y dar cuenta de la muerte de Sebastián y del padre de Muley, Muhammad al-Mutawkil.


Página donde comienza el Acto Segundo de la obra de Lope de Vega Carpio: El Bautizo del Príncipe de Marruecos y tragedia del Rey Don Sebastián.

Página segunda del Segundo Acto de la obra. En esta página se da detalle de la composición del ejercito cristiano.

En el acto segundo Lope de Vega cambia en su obra: lugar, acción y tiempo dramáticos. Acelera la narración y utiliza el recurso de la elipsis temporal (corte en el tiempo) para representar el paso de catorce años. Gracias al cuantioso salto cronológico, Lope de Vega puede intercalar al personaje del príncipe en territorio español, precisamente en la ciudad de Andújar, en Andalucía. El autor decide omitir la crónica de la estancia de Muley en Portugal para dedicar más tiempo a la fase adulta de su vida asentada en España, el momento más relevante de la evolución personal del príncipe y, por eso, núcleo central de la teatralización de su historia. Muley Xeque, pieza importante en el ajedrez político de esa época por las relaciones entre ingleses, marroquíes y españoles, está en la Península bajo protección de Felipe II y, aunque viva con todo tipo de privilegios, reside allí como rehén esperando a que se llegue a una solución final de las negociaciones para regresar a Marruecos (3).

Catequesis del fraile del Convento de la Victoria a Muley Xeque.
Cantar que se usa en Andalucía a la Virgen de la Cabeza.

Es precisamente en este punto cronológico cuando el segundo acto de la obra puede dar comienzo: estamos en mayo del año 1593 y, sin saberlo, el príncipe está a punto de cambiar su vida. Antes de que aparezca en escena, el diálogo entre los dos moros Almanzor y Albacarín es el medio dramático elegido y aprovechado por Lope de Vega para dibujar el retrato del príncipe musulmán adulto. Lope de Vega Carpio trabaja con cuidado la tridimensionalidad del personaje principal: Muley es un príncipe generoso, se deja amar por todos, tiene un talle extremado, bien proporcionado, y muestra majestad en su compostura. Toca la música con mucho arte, danza y baila a la cristiana, monta a caballo con elegancia, es muy rico, tiene un séquito de cien moros y veinte moras, y posee también una escolta de alabarderos. Se deleita con la caza y en asistir a los espectáculos de toros tan habituales en el reino. Las cualidades físicas y morales están, entonces, perfectamente mencionadas: el único aspecto del que no se habla es el religioso y no es detalle insignificante al saber que será el eje temático principal de los siguientes actos de la comedia que va a desarrollar. En la segunda jornada, por tanto, Lope de Vega se acerca al clímax de la historia paulatinamente, construyendo las escenas una detrás de la otra con mucha atención para conseguir desembocar, al final del acto, en el momento nuclear y poder aprovecharse de la eficacia de las secuencias narrativas utilizadas anteriormente. En la primera escena que lleva hacia la conversión, vemos a Muley Xeque fascinado por el entusiasmo que reina entre la gente de Andújar. El criado Zaide le explica que la ciudad está en bullicio por acoger una de las romerías más antiguas de toda España:

De la Cabeza llaman aquesta María,

que es Virgen de gran belleza;
y en toda el Andalucía,
adornada de riqueza.
Preséntanle varios dones,
traen tiendas y pabellones
a aquel campo los cristianos
y en las tiendas y en las manos
levantan ricos pendones
(versos. 1368 a 1377) (4).
Imagen de la Virgen de la Cabeza en el Camarín del Santuario.
Interior de la Basílica Santuario de Ntra. Sra. la Virgen de la Cabeza de Andújar.

Sagrario del Santuario de la Virgen de la Cabeza.
La celebración de la fiesta de la Virgen de la Cabeza está retratada como un pintoresco espectáculo de religiosidad popular: está claro que Lope de Vega sitúa al príncipe musulmán en medio de la grandiosa manifestación colectiva de devoción mariana para que sea testigo, y participante a la vez, de la fuerza y excepcionalidad de la religión católica. Desde el zaguán de su casa, Muley asiste al desfile de los romeros que en Andújar se encaminan hacia la ermita: se detiene hablando primero con un carretero y, luego, con tres damas que interrumpen su camino por la gran curiosidad que tienen de conocer y ver de cerca al famoso príncipe de Marruecos Muley Xeque. La circunstancia dramática que está a punto de desarrollarse muestra detalles importantes que contribuyen a perfeccionar el retrato de Muley que Lope había empezado a dibujar en los versos anteriores: de la “entrevista” que las tres damas realizan al Xeque en la que se sacan elementos nuevos sobre él y, esta vez nos remarca su filiación religiosa. El encuentro entre las mujeres y el Xeque es un momento dramático fundamental, puesto que representa un espacio privilegiado, a través del cual las españolas empiezan a llevar a cabo un evidente proceso de aprendizaje intercultural: las damas se aproximan al príncipe con fuerte curiosidad, como si se acercaran a un salvaje de tierras lejanas y quizá exoticas, y muestran sorpresa al ver que el príncipe marroquí Muley no se comunica únicamente a través de un “extraño idioma africano”, sino que puede hablar un perfecto castellano. El acercamiento de las mujeres hacia Muley es, entonces, simbólicamente relevante, al representar en sí un proceso de conocimiento del personaje exótico que viene de África, en el que Lope enseña emociones contrastantes. Después de un contacto inicial, las tres damas siguen investigando la diversidad: la dama primera, en particular, necesita aproximarse a él a través de una percepción táctil, modalidad que contribuye a construir una visión más real del príncipe. Los prejuicios y los estereotipos, salidos a la luz al principio, van alejándose poco a poco, al descubrir lo que suponía diferente como una parte de lo nuestro, como un español más. Sin embargo, la intensa cordialidad que hasta aquel momento había caracterizado la conversación, pronto dejaría paso al recelo y a la desaprobación. De hecho, al desplazar la charla hacia asuntos de corte religioso, entre el príncipe y las damas, se levanta un muro de incomprensión, que tiene su raíz, por supuesto, en los diferentes valores culturales de unos y otros. Afirma Oliver Asín que, en el fragmento siguiente de la conversación, en el que se comentan las diferencias sobre la concepción del matrimonio, “Lope se deleita en destacar el contraste entre las costumbres islámicas y las cristianas, con intención, desde luego, de un catequista” (5).
Foto antigua de la bajada de la procesión de la Virgen de la Cabeza por la calzada.

El camino hacia el conocimiento y la comprensión de lo diferente se quiebra, por lo tanto, al cruzar las peligrosas arenas movedizas del debate religioso: a partir de allí, se muestra una clara imposibilidad de construcción de cualquier diálogo real entre ellos. Y, al final, afloran de nuevo los conflictos culturales: la oposición se convierte, otra vez, en el rechazo de lo extranjero. En la escena dramática siguiente, Muley Xeque, al remarcar con fuerza su pertenencia a la ley mahometana, representa patentemente al forastero incrustado o engastado en un ambiente ajeno: la tensión de las relaciones islamocristianas en contraste, que el príncipe acaba de experimentar en la conversación con las tres damas, lo empuja hacia una conducta de desafío y burla del evento religioso de la romería. Decide, entonces, presenciar disfrazado los festejos con la evidente intención de burlarse de la religión de los creyentes españoles:

“quiero hacer burla y reír

de esta ley de los cristianos”

(versos: 1662-1663).

Primitiva Casa de Cofradia de la Virgen de la Cabeza de Lahiguera a la izquierda del Arco de entrada. Foto del siglo XIX.
Subida al Santuario de la Virgen de la Cabeza por la Calzada de las Hermandades. Foto del siglo XIX.
Procesión de la Virgen de la Cabeza en el siglo XIX.
El Santuario en Domingo de romería con el Cerro Cabezo abarrotado de peregrinos. Foto del siglo XIX.
Toma desde la parte posterior de la primitiva Casa de Cofradia de Lahiguera con vista general del Cerro del Cabezo.
Casa de la Cofradía de Lahiguera reformada con dos balcones a la izquierda junto al Arco de entrada. Imagen de otros tiempos con los burros esparcidos por todos lados. 











Foto antigua del Altar Mayor del Santuario. En la foto de arriba se puede ver en detalla la reja que daba entrada al prebisterio.
Edificio del Santuario de la Virgen de la Cabeza antes del asedio.
Lugar de llegada de los peregrinos a caballo, con mulos o burros donde podían abrevar las bestias. Estaba situado delante del Santuario a la izquierda.

En esta primera fase de la evolución del príncipe, Lope de Vega pinta entonces a un personaje que, aunque pueda acreditar un buen grado de integración en el contexto español, todavía se exhibe como una parte evidente de lo que es ajeno a nuestras creencia y costumbres, al expresar su preferencia sobre todo por las costumbres islámicas, que siguen en él todavía muy arraigadas.
Protección en forma de jaula para la salida en procesión de la Virgen de la Cabeza tal como la pudo ver Muley Xeque.
Descenso en procesión de la Virgen de la Cabeza a hombros de sus peregrinos.

Después de decidir presenciar, a escondidas, la manifestación colectiva donde el pueblo cristiano rinde culto a la Virgen de la Cabeza, el príncipe se encuentra en compañía de un fraile que le explica la consolidación del culto mariano en la Península, y la fuerza que la devoción a la Santísima María ejerce en el mismo ambiente religioso español. En este preciso momento de la escena dramática, el fraile del convento de la Victoria parece empezar una clara tarea de evangelización del creyente musulmán. Enseñándole al príncipe Muley el valor de la práctica del culto mariano, el fraile perfecciona los instrumentos del pastor ahora más evangelizador para intentar lograr la cristianización del musulmán: le cuenta cuáles son los santuarios más importantes de España y le explica cómo las apariciones milagrosas de la Virgen han dado lugar a los mismos templos. Muley Xeque está atrapado por los cuentos del religioso y se declara admirado frente a la vivencia de la romería que está experimentando. Además, el fraile le comenta a Muley algunos principios de la doctrina del culto a María, madre de nuestro Salvador, y, para concluir, le aclara los pasajes de la procesión que acompaña a la efigie de la Virgen por las calles de Andújar. Al final de la escena, magistralmente construida por Lope de Vega para ensalzar la grandeza de la potencia divina y subrayar el vigor de la religión cristiana, el personaje de Muley se deja seducir por la belleza celestial de la imagen de María:

“Con justa causa la llamas

sol, luna, rosa y estrella.
A burlarme aquí venía
y hele cobrado afición”
(versos: 2052-2055).
Página en la que aparece al final la poesia: Con justa causa la llamas sol, luna, rosa y estrella. A burlarme aquí venía y hele cobrado afición.
La conversión milagrosa del príncipe marroquí está a punto de ocurrir. Al cabo de unos momentos, después de contemplar el paso de la procesión, Muley, muy turbado, experimenta un hondo cambio de su ser. Todavía el príncipe no entiende lo que le está pasando, en cambio, el fraile sí que se da cuenta del milagro que la Virgen de la Cabeza acaba de realizar. Es este el momento de máxima tensión de la obra de Lope de Vega: a partir de ahora, el personaje de Muley irá mudándose de piel hasta convertirse, en la tercera jornada, en una figura totalmente distinta. Con la construcción de la última escena del acto segundo, está claro que Lope quiere poner el acento, primero, sobre el fenómeno milagroso (nunca debemos olvidar el relevante fondo ideológico de la obra), y luego también sobre el significado de la conversión que implica un camino de cambio, de renovación y de reconstrucción de la identidad de un individuo convertido. Muley Xeque, aceptando el donativo divino, entra en un nuevo orden social y forma parte ahora de una nueva congregación religiosa. El acto segundo termina, entonces, con la representación del acto prodigioso de la transformación cristiana del príncipe musulmán, acción dramática que, suponemos, dejaría a la audiencia absolutamente impresionada y, al mismo tiempo, enganchada a la historia. La expectación del público acerca de la resolución del caso está justificada por dejar, el autor, a la audiencia en medio de la acción dramática principal, cuyo desenlace se configurará solamente en el acto tercero.
Descripción del final de la procesión y comienzo del Acto Tercero.

Descripción del Bautizo del Príncipe Muley Xeque.
El abrazo del cristianismo por parte de Muley Xeque no es un proceso que se lleve a cabo sin molestias e incomodidad: efectivamente, la decisión de su transformación religiosa sacude con violencia al círculo de la corte musulmana asentada con él en Andújar y se constituye como fuente directa de unos criminales intentos acometidos contra el mismo príncipe que renuncia a su fe. Entonces, antes de que el Xeque vuelva a aparecer de nuevo sobre las tablas, Lope de Vega describe perfectamente los sentimientos de sus compañeros islámicos al darse cuenta de la noticia de la conversión: la escena inicial de la tercera jornada es significativa porque en ella se define el choque entre un pasado abandonado y perdido (Islam) y un presente y futuro prometedor y atractivo (Cristianismo). Sentimientos de engaño y rabia agitan a los compañeros del séquito de Muley Xeque: en particular, es Almanzor quien, al considerar la decisión del príncipe como enorme agravio contra toda la umma (comunidad) islámica, medita en secreto asesinarle. Subrayamos, entonces, que la conversión del príncipe empuja a sus hermanos musulmanes a valorar a Muley de forma diferente: el Xeque ya no es su líder carismático y futura esperanza como nuevo sultán para el reino de Marruecos, sino un enemigo que hay necesariamente que eliminar. Paralelamente al planteamiento de los proyectos de homicidio contra Muley, el poeta presenta, en la escena siguiente, el procedimiento de construcción de la nueva identidad del príncipe: cabe destacar la maestría con la que Lope de Vega muestra la dinámica de la adaptación gradual del nuevo creyente a su nueva vida religiosa y credo cristiano. El proceso de evangelización que va perfilando Lope de Vega se apoya en la exposición de algunos contenidos catequéticos que el fraile victoriano (por ser del convento de la Victoria) explica a Muley Xeque a la hora de instruirle y encaminarle hacia su nueva fe. Después de terminar el catecumenado y sobrevivir al intento de asesinato a manos de los musulmanes, el príncipe está a punto de concluir definitivamente su evolución como nuevo individuo cristiano: la última parte de la obra se dedica, de hecho, a la dramatización de la fastuosa ceremonia del bautizo, último escalón del proceso de incorporación del príncipe al ambiente cristiano y español.

La ceremonia es una escena que sella oficialmente la transformación cristiana del protagonista y que, a nivel ideológico, marca la victoria de la ley católica sobre la islámica. Finalmente, Muley Xeque, príncipe de Fez y Marruecos, al recibir el bautismo en el monasterio del Escorial por padrino Felipe II frente a la corte entera, se convierte en nuevo devoto católico con el apelativo de don Felipe de África, nombrado incluso por el rey caballero de la Orden de Santiago.

Es muy fiel a la historia la descripción de la fastuosa ceremonia del bautizo del príncipe Muley Xeque, la razón es que Lope de Vega asistió personalmente al acto religioso, por ser secretario del duque de Alba en esa concreta etapa de su vida. Por lo que atañe a los detalles de la segunda parte de la “vida cristiana” de don Felipe (el exilio) en territorio italiano y a los posibles enlaces mantenidos con España y con el dramaturgo madrileño hasta su muerte en Vigévano en 1621, aún queda mucho que investigar.

El soberano le otorgó el título aunque el príncipe no pudiese claramente cumplir con una de las cuatro normas de inclusión establecidas por los estatutos de las Órdenes Militares. Las cuatro normas de inclusión eran: legitimidad, hidalguía, limpieza de sangre, limpieza de oficios (6), la regla de la “limpieza de sangre”, que, según Postigo Castellanos, era “de todas las calidades quizás la que con más rigor se averiguaba” (7).

Curiosa también la elección de la Orden de Santiago que, como es bien sabido, fue fundada en el siglo XII para proteger de los ataques islámicos a los peregrinos en camino hacia Santiago. Don Felipe de África vivió entonces, con todos los honores de su estatus, en Madrid en un palacio en la calle de las Huertas, hasta 1609, año en el que los moriscos españoles empezaron a ser expulsados de la Península. En la misma temporada, como señala Lope de Vega en la novela “La desdicha por la honra”, ya está “el príncipe de Fez en Milán, sirviendo a su Majestad con un hábito de Santiago en los pechos” (8).
En fin, por causa de los decretos de expulsión promulgados por el soberano, don Felipe de África tuvo que recuperar forzosamente la antigua posición que conservaba en el orden social de la época, o sea, el de moro converso, condición que le obligó, al igual que cualquier otro cristiano nuevo de moro, a alejarse definitivamente del territorio español.

A continuación dejando lo expresado en la obra de Lope de Vega, buen amigo de Muley Xeque, vamos a mostrar el hecho histórico tal como aparece en los tratados de historia de los tres paises.

El príncipe al que nos referimos se llamaba Muley Xeque y, con ese nombre, nos resultará fácil suponer que hablamos de un personaje musulmán y marroquí. Sin embargo, no siendo del todo desacertada la deducción, hay que matizarla porque aunque empezó con tales condiciones, al final de su vida éstas habían cambiado radicalmente, dado que paso de ser un aspirante al sultanato de Marruecos, hijo del sultán titular derrocado, a ser un personaje que abrazó el cristianismo en su exilio español donde vivió feliz en el reino de España, hasta que los difíciles avatares del período a caballo entre los siglos XVI y XVII y con la referencia a la Orden Real de expulsión de los moriscos, le obligaron a marcharse también de esa tierra de acogida, para fallecer en otra lejana tierra, ajena a su vida y mundo hasta entonces, la bella Italia.

Jaime Oliver Asín, en su obra: Vida de don Felipe de África, principe de Fez y Marruecos (1566-1621) Editorial CSIC. Patronato Menéndez  Pelayo,  Instituto  Miguel  Asín,  Madrid,  Granada  1955.) hace la siguiente descripción del personaje:  “Nuestro protagonista, el príncipe Muley Xeque, posteriormente bautizado como don Felipe de África, nació en Marruecos en 1566. Era hijo del rey de Fez y Marruecos y último descendiente de la dinastía Saadí, la anterior a la actual que es la dinastía Alauita. Lope de Vega lo describió como una persona de talle extremado, fornido, de perfectas proporciones y de rostro modesto, cabello rizado, alegre de ojos y falto de barba. Su padre, Muhammad fue destronado y huyó con su hijo, refugiándose en el Peñón de Vélez de la Gomera. Corría el año de 1577. Allí abrigó la esperanza de que el  joven e impetuoso  rey Sebastián I de Portugal lo ayudase a recuperar el trono. Sin embargo, al año siguiente, en la batalla de Alcazarquivir, no solo fueron derrotados sino que le costó la vida a ambos monarcas, al luso y al Saadí. El protagonista de nuestra historia, que apenas tenía doce años, escapó con vida, ayudado por los portugueses que consiguieron trasladarlo a Lisboa.

Pintura reproducción de la Batalla de Ksar el Kebir en 1578.

Diez años permaneció en Portugal el joven príncipe Saadí, entre diciembre de 1578 y enero de 1587. Luego, Felipe II decidió trasladarlo con toda una corte de 57 personas a España, viviendo en distintas localidades. La primera que lo albergó fue Carmona, hospedándose en el alcázar  de arriba, por espacio de tres años. Y ¿a qué se dedicó el príncipe en la villa sevillana? No sabemos gran cosa a ese respecto, pero hay determinados indicios para pensar que las relaciones con los vecinos no debieron ser muy buenas, pues algunos miembros de su séquito provocaron peleas, hasta el punto de que por acuchillar a un alguacil, algunos miembros de su corte fueron  encarcelados. Según Jaime Oliver, al alcázar carmonense acudían moriscos del entorno a rendirle pleitesía, hasta el punto que Felipe II llegó a pensar en devolverlo de nuevo a Portugal.

Finalmente, fue encaminado a la población de Andújar (Jaén) convirtiéndose al cristianismo, lo que provocó un  gran  escándalo  entre  los  suyos  que  incluso  trataron  de  envenenarlo.  Descubierta  la  trama, salió de Andújar con destino al monasterio del Escorial, donde recibió las aguas del bautismo, con el rey Felipe II como padrino. Su nombre cristiano Felipe, en honor a su padrino y protector, el llamado rey Prudente. Entre 1594 y 1608 vivió habitualmente en Madrid, concretamente  en una casa ubicada en la calle de las Huertas, esquina con la del Príncipe, frecuentando la iglesia de Atocha, cercana a su morada. Recibió un hábito de Santiago, pues según los testigos tenía sangre real y ninguna ascendencia judía. El palacio, donde vivió Felipe de África, se encuentra en Madrid en la calle Huertas esquina con la calle Príncipe, antiguo palacio de portadas barrocas que fue a fines del siglo XVI de Ruy López de Vega, y según fuentes, justo frente de la casa viviría el propio Cervantes en el número 18 de la calle Huertas.
En 1609 abandonó definitivamente la Península Ibérica, para marchar a Italia. Pero debió ser en realidad en 1610 pues en enero de 1610 está documentada de nuevo su presencia en Carmona, en el alcázar  de Pedro I. Por cierto, que se dedicó a comprar la libertad de algunos conversos. Obviamente, no es casualidad que saliese de España en ese año, coincidiendo con la gran expulsión de los moriscos en 1609-1610. Por cierto que en Italia coincidió con otros muchos moriscos de alcurnia que habían escapado a la Península Itálica, recibiendo la protección de las autoridades civiles y eclesiásticas. Ese mismo año de 1610 se  trasladó  a  una  pequeña  localidad  cercana, Vigevano,  en  la  misma provincia de Pavía, donde vivió por espacio de una década hasta su muerte el 4 de noviembre de 1621. Unos días antes dictó su testamento, reconociendo como heredera a su hija natural Josefa de África, monja profesa en el convento de San Pablo de Zamora. Dicho sea de paso, otra morisca que  se  había  quedado  sin  problema,  en  este  caso,  asegurando su vida como religiosa en un convento.
También hemos encontrado datos sobre este personaje en el libro “Los Trabajos de Persiles y Segismunda” de Miguel  de Cervantes,  Tomo I,  publicado  en  Nueva York por Casa Lanuza, Mendía y C. en 1827, precedido de una biografía de Miguel de Cervantes cuyo autor es Juan  Antonio  Pellicer.  En  la  página  92  de  este  libro  y remitiéndose el autor al libro “Los Anales de Madrid” de Antonio de León Pinelo, hay un texto que copio a continuación respetando su ortografía original: “En 1616 parece que Cervántes vivía en la calle de las Huertas, porque remitiéndole por mano del señor Pancracio de Roncesválles una carta, firmada en el Parnaso, a 22 de Julio del referido año, mandó poner en el sobrescrito las señas siguientes:  “ A Miguel de Cervántes: calle de las Huertas: frontero de donde solía vivir el Príncipe de Marruecos”. De las circunstancias de este Príncipe africano nos informa Antonio Leon Pinelo por estas palabras : “Muley Xeque,  príncipe  de  Marruecos,  hijo  de  Muley  Mahomet,  rey  de  Fez  y Marruecos, habiendo sido echado del reino por Muley Moluc, su primo, se vino á España, y desengañado de su falsa secta, recibió el agua del bautismo. Estuvo algún tiempo en el convento de la Victoria, donde le catequizaron. De allí fue llevado con mucho acompañamiento á las Descalzas  Reales a recibir el bautismo. Fueron sus padrinos el príncipe D. Felipe, y la infanta Doña Isabel, (la hija preferida de Felipe II que tenía la misma edad que Mulay Ech-Cheij, los dos nacieron en el mismo año de 1566). Llamose D. Felipe de África, y comúnmente el Príncipe Negro, porque lo era mucho. El Rey le dio hábito de Santiago y encomienda, con que vivió honrado y estimado en la Corte. Murió en la fe católica, sirviendo  en  Flandes. Asistió  este  Príncipe  entre  los  grandes  de  España  de  primera  clase,  al juramento de Felipe IV, celebrado en la iglesia de S. Gerónimo de Madrid en 13 de enero de  1608, y Lope de Vega añade de él : “ Está el Príncipe de Fez en Milán sirviendo á su Magestad con un hábito de Santiago en los pechos, y tan honrado del rey y de la señora Infanta que gobierna á Flándes, que él le quitaba el sombrero, y ella le hacia reverencia. De la habitacion ó casa de este caballero tomaría acaso el nombre la calle llamada del Príncipe en Madrid”.
Situémonos geográfica y cronológicamente en la historia, en la ciudad de Marrakech en el año 1566. Año en que Muhammad al-Mutawkil, sultán de Fez, acabó de tener un hijo al que dió el nombre de Muley Xeque (en árabe, مولاي الشيخ Mawlay al-Shayj). Descendiente que nunca heredaría el trono porque una década después su tío Abd al-Malik al-Mutasim da un golpe de estado y se hace con el poder ayudado por los otomanos dueños de medio oriente desde Turquía.
Este territorio del norte de África era bastante inestable políticamente, no tenemos más que dar una rápida mirada a los antecesores de Muhammad al-Mutawkil, sultán de Fez. Abu Marwan Abd al-Malik I (Árabe: أبو مروان عبد الملك الغازي‎‎), conocido también como Abd al-Malik o Mulay Abdelmalek (fallecido el 4 de agosto de 1578) fue un sultán de Marruecos de la dinastía saadí, entre 1576 y su muerte en 1578 en la batalla de Alcazarquivir, contra las tropas portuguesas.
Muhammad al-Mutawkil era hijo de Mohammed ash-Sheikh, que fue el primer sultán de la dinastía saadí de Marruecos. Su madre era la conocida Lal-la Masuda. Tras el asesinato de su padre en 1557 y la siguiente lucha por el poder, los dos hermanos Ahmad al-Mansur y Abd al-Malik tuvieron que huir de su hermano mayor, Abdal-lah al-Ghalib (1557-1574), dejando Marruecos y permaneciendo en el extranjero hasta 1576. Los dos hermanos pasaron diecisiete años entre los otomanos turcos, entre la denominada regencia de Argel y Constantinopla, y se beneficiaron de la formación otomana y los contactos con la cultura otomana.
En 1571, durante su estancia en el Imperio Otomano los dos hermanos Ahmad al-Mansur y Abd al-Malik participaron en la batalla de Lepanto, en la que Abd al-Malik fue capturado y llevado como prisionero ante el rey Felipe II, que lo encerró en Orán, de donde escapó en 1573.
En 1574, Abd al-Malik participó en la conquista de Túnez por los otomanos. Después de este éxito, volvió a visitar Constantinopla, y consiguió del sultán Murad III, que acababa de suceder a su padre, un acuerdo para ayudarle militarmente a obtener el trono del sultanato marroquí.
Abd al-Malik invadió Marruecos con la ayuda de una fuerza otomana de 10.000 soldados enviados desde Argelia en 1576. Este ejército capturó Fez durante ese año, derrotando a su sobrino Abu Abdallah Mohammed II Saadi, nombrado sultán de Marruecos después de la muerte de su padre. Abd al-Malik reconoció al sultán otomano Murad III como su califa, estructuró su ejército de acuerdo con la organización otomana y adoptó muchas costumbres otomanas, pero también negoció la salida de las tropas otomanas de Marruecos a cambio de un gran pago en oro.
Nuestro personaje Mulay Ech-Cheij o Felipe de África es además, el nieto del sultan Mulay Mohammed Ech-Cheij (1554-1557) fundador de la dinastía Saadí y héroe nacional por haber unificado a Marruecos en 1554, cuando anexionó al reino de Marrakech el de Fez, estableciendo en la primera ciudad la capital del nuevo estado.
Nuestro personaje Mulay Ech-Cheij era hijo del sultán Mulay Mohammed Mutawaquil, el llamado El-Mesloj que reinó de 1574 a 1576, siendo destronado por su tío Abdelmalek El Moatassem Billah (1576-1578) soberano éste, abierto a la modernidad, que había viajado mucho y aprendió con el contacto turco ciertas innovaciones necesarias para desarrollar el progreso en su páis.
Después de su fracaso al trono, Mutawaquil se refugia en España, pidiendo asilo y ayuda a Felipe II Rey de España (1527-1598) quien rechaza aliarse con él para tal fin, aconsejándole establecer tal alianza con Portugal, ya que nuestro rey Felipe no tenía ningún interés en perder la buena amistad que tenía, en aquel entonces, con su tío el sultán reinante Abdelmalek. La postura del rey español es muy razonable, Felipe II necesitaba asegurarse el dominio de enclaves estratégicos en el litoral atlántico marroquí, para así garantizar la seguridad de la ruta hacia las Indias orientales, por lo que necesariamente latía un conflicto de intereses entre las monarquías española y marroquí. Nuestro rey Felipe II consciente del valor de controlar el norte de áfrica, no estuvo ajeno a la problemática que el golpe de estado del hermano del sultan Abd al-Malik al-Mutasim había establecido en tal sultanato, de forma que le prestó ayuda económica y material a Muhammad al-Mutawkil, antes sultán de Fez para recuperar su sultanato, aunque los generales enviados por España aconsejaron cancelar una aventura tan incierta en la consecución de la victoria; algo que no pensó el rey luso Sebastián I, que entusiasmado con hacer su ganancia para su país, decidió seguir adelante en la recuperación del sultanato a manos de su anterior sultán.
Al-Mutawkil no se resignó a la perdida de su sultanato, y entabló una alianza con el rey de Portugal, para con esta alianza recuperar su reino. El monarca portugués o luso era el rey Sebastián I, un fervoroso cristiano algo deseoso de protagonizar una cruzada en el norte de África, en lugar de en los Santos Lugares como era al uso; quizá lo hizo así en parte para acallar los comentarios sobre el aspecto enfermizo que presentaba su físico a simple vista, y para ello la situación de las circunstancias de la pérdida de su aliado en Marruecos le venía como anillo al dedo para recomponer su figura. 


Retrato del Rey Sebastián de Portugal por Cristovao de Morais.

Sebastián I de Portugal, apodado “el Deseado” fue hijo póstumo del infante Juan Manuel de Portugal (hijo de Juan III el Piadoso) y de su esposa, la archiduquesa Juana de Austria, infanta de España, hermana de Felipe II. Era, por tanto, nieto de Carlos I de España por vía materna y bisnieto por el lado paterno de Manuel I de Portugal. Sebastián llegó al trono tras la muerte de su padre en 1554, dos semanas antes de su nacimiento, quedando bajo la potestad de su abuelo cuyo fallecimiento se produjo tres años más tarde de nacer Sebastián. Al ser todavía un niño, la regencia recayó primero en su abuela paterna, Catalina de Habsburgo, y después en su tío-abuelo, el cardenal Enrique de Portugal. Durante este periodo continuó la expansión colonial en Angola, Mozambique y Malaca; también se produjo la anexión de Macao (1557). Cuando era sólo un bebé, su madre, Juana de Austria, que había quedado viuda unos meses antes, abandonó la corte de Lisboa para retornar a Castilla, siendo rey su abuelo Carlos V. Dejó el bebé a cargo de su suegra, la reina regente, no volviendo a verlo nunca más, aunque bien es cierto que a lo largo de su vida se escribirían de forma continuada hasta el fallecimiento de la princesa Juana. Por ello, el príncipe creció sin referentes paternos, criado en una corte cargada de conflictos entre la reina regente, su abuela, y su tío, el cardenal Enrique. Sebastián era un niño frágil, resultado de generaciones de matrimonios entre miembros de una misma familia. Por poner un ejemplo, tenía sólo cuatro bisabuelos (cuando lo normal es tener ocho cuando no hay consanguinidades) y tres de ellos eran descendientes del rey Juan I de Portugal. Ante tan alto grado de consanguinidad y las contrariedades de su crianza se vió afectado tanto físicamente como psiquicamente. Como consecuencia de una serie de uniones consanguíneas entre la Corona portuguesa y la castellana, don Sebastián, bisnieto de la reina Juana la Loca, heredó la enfermedad mental de ésta, manifestándose en un místico afán de gloria al que supeditó todas sus acciones. Su nacimiento fue esperado con ansia en la Corte lisboeta, ya que, de no realizarse o frustrarse el parto de la infanta Juana de Austria, el trono corría peligro de ser anexionado al rey castellano precisamente por los pactos dinásticos entre ambas coronas.

El joven rey creció bajo la guía e influencia de los jesuitas. Fue un místico que dedicaba largos periodos a la caza. Se convenció a sí mismo de que era un gran capitán de Jesús en una gloriosa cruzada contra la expansión del poder turco en el norte de África. De hecho durante el último año de vida de Juan III, las tropas portuguesas se retiraron de sus fortalezas en Marruecos, lo que permitió la expansión del Imperio turco. Esto abrió un segundo frente en el inacabable conflicto entre turcos y cristianos. Durante su juventud, jamás se interesó por las mujeres ni dio síntomas de desear contraer matrimonio. Algunos biógrafos aluden a una enfermedad en su órgano sexual, que le provocaba impotencia y esterilidad, y que se acentuaba con la práctica de ejercicio físico y se relativizaba con el reposo, de lo que nunca llegaría a curarse. Según Henry Kamen “Parece que el rey estaba lejos de ser frígido, pues tuvo un buen número de aventuras homosexuales, y algunos acompañantes de su corte eran al parecer también homosexuales”. La reina Catalina de Austria intentó sin éxito concertar su enlace matrimonial con la princesa española Isabel Clara Eugenia, pero el rey Sebastián nunca aceptó ningún tipo de compromiso.
Poco después de alcanzar Sebastián I de Portugal la mayoría de edad, y a pesar de no tener hijos ni heredero, inició los planes para organizar una gran cruzada contra Fez. Su tío Felipe II de España intentó convencerle de no hacerlo. En una famosa entrevista que mantuvieron los dos reyes, en el monasterio de Guadalupe, durante la Navidad de 1576, con el duque de Alba presente, Felipe II intentó razonar con Sebastián de Portugal. Éste, sin embargo, solo parecía interesado en solicitar ayudas concretas para sus planes de invadir África. En un momento en el que Felipe II estaba trabajando para llegar a una tregua con los turcos en el Mediterráneo, parecía poco juicioso abrir un nuevo frente bélico en el sur. Felipe II al final cedió y le ofreció algún apoyo. “Me resolví de offrescerle cinquenta galeras y cinco mil españoles”, pero tendría que pagarlos. El rey de España también insistió en que, dados los riesgos evidentes de la operación, Sebastián no debía participar personalmente en la invasión. Los soldados españoles serían de los que salieran de Flandes para ir a Italia. A su regreso a Madrid, Felipe II le dijo al embajador imperial Khevenhüller que Sebastián “tiene buena y santa intención, pero poca madurez”. “Le he persuadido  de palabra y por escrito”, dijo, “pero no ha aprovechado nada”. En 1578 el rey de España envió a Juan de Silva como embajador a Portugal para intentar detener a Sebastián. El humanista Benito Arias Montano también fue enviado a Lisboa con una misión parecida. A pesar de los esfuerzos españoles, la famosa expedición a Marruecos tuvo lugar.
“La política española en el Norte de África se basó en gran medida en intervenir en las constantes disputas dinásticas de sus monarcas, favoreciendo  la  discordia. A tal fin, la Corona  hispana fomentó la conversión de su pretendiente, bautizado con el nombre del rey español que  lo  amparaba” (9). Como entonces el norte de África era un territorio de especial importancia geoestratégica para el control del Mediterráneo, (tal como sigue siendo ahora, a pesar del paso del tiempo y todos los adelantos en los sistemas de vigilancia actuales del estrecho), y una muestra de su importancia estratégica, ya en ese tiempo, lo fueron las continuas disputas entre los regentes del imperio otomano, españoles y portugueses. Por todo ello el rey luso Sebastián I no sólo decidió intervenir a favor del derrocado sultán Muhammad al-Mutawkil, sultán de Fez, a través de un pacto a alianza, sino que decidió hacerlo personalmente participando en la batalla de Alcazarquivir en 1578.   
Muley Xeque, Sultán de Marruecos saliendo de Meknés pintado por Delacroix.

En efecto, el Rey Portugués Don Sebastián I, siempre anheló tener pie en el Norte de África y cuando Mutawaquil fue destronado vino a ofrecerle casi un protectorado sobre Marruecos, con lo que el rey portugués acompaño al ejército portugués desde Portugal, desembarcando en Arcila el 12 de julio del año 1578. Esta campaña portuguesa, nacida de la voluntad mística y exaltada del rey lusitano, iba a tener una profunda trascendencia en la historia en los años siguientes.

Portugal había tenido muchos intereses en África, desde la conquista de Tánger en 1471, y Sebastián I estaba muy interesado en conservar la posición de su país en esa zona, contra los emires enemigos pertenecientes a la dinastía Saadí. La gran flota que partió de Belem el 24 de junio de 1578, con más de ochocientas naves entre las grandes y pequeñas, abarcando desde galeones, carabelas y galeras, llevaban un total de 20.000 hombres. Portugal sola, con su diminuta población, no era capaz de reunir tal cantidad de hombres. Alrededor de una cuarta parte del ejército eran voluntarios de todos los países cercanos del occidente europeo, incluido un contingente de España, que embarcó en Cádiz. Entre ellos había un destacamento de tropas enviadas por el papa, bajo el mando del inglés Sir Thomas Stukeley. Los barcos tomaron tierra en lo que hoy es el puerto de Arzila, a pocas millas de Tánger, donde el ejército debía reunirse con los aliados musulmanes bajo el mando del saadí Mohamed al Masluk, que estaba enfrentado a otros emires. Los emires enemigos proclamaron una yihad contra las fuerzas invasoras.
Deseoso de entrar en acción, el joven rey Sebastián de 24 años condujo a sus tropas desierto adentro para enfrentarse a unos ejércitos que eran el doble del suyo, los bereberes bajo el liderazgo de Muley Abd al-Malik, el sultán saadí de Marruecos. Desde el principio hubo presagios desfavorables. El ejército iba acompañado por miles de criados, esclavos y prostitutas, cuyo trabajo era favorecer que los nobles se sintieran a gusto y cómodos. Para facilitar el transporte, el rey también llevaba más de mil carros.

El 4 de agosto de 1578 se enfrentó a las tropas de Al-Malik en Alcázarquivir, en lo que se conoce como la Batalla de los Tres Reyes, que terminó en el desastre que predijeron los españoles con anterioridad. Tuvo lugar a orillas del río Majazen la famosa “Batalla del Ued El Majazin” o la “Batalla de Alcazarquibir” (actual Ksar el-Kébir), o la “Batalla de los Tres Reyes” que ha pasado a la historia con estos nombres, y que terminó en el desastre que predijeron los españoles, donde los portugueses fueron derrotados. La derrota de los aliados fue total y encima doblemente trágica, pues tanto Sebastián como Al-Mutawkil fallecieron en combate. De hecho, también murió Abd al-Malik al-Mutasim o Al-Malik y así, los dos principales países implicados Portugal y el Sultanato de Fez se quedaron sin rey. Don Sebastián de Portugal pereció en el campo de batalla a los 24 años de edad, el Sultán reinante Mulay Abd al-Malik falleció en su tienda de campaña durante la lucha y el propio Mohammed Mutawaquil, padre de nuestro Felipe de África muere ahogado al cruzar el río en su huida. Por ello se conoce este combate con el nombre de “Batalla de los tres reyes”.

Batalla de Alcázarquivir y muerte del Rey Sebastián de Portugal.

Cuando en el año 1555 su hermano Muley Abdallah subió al trono marroquí, tras derribar a la efímera dinastía wattasí, Abd al-Malik y sus hermanos huyeron del país temiendo la crueldad del nuevo emir. Abd al-Malik, conocido por las crónicas cristianas con el nombre de El Maluco, entró al servicio del sultán turco y se estableció en Argel, donde esperó hasta la muerte de aquél. En el año 1574, Muley Abdallah falleció y fue sucedido por su hijo primogénito Muley Muhammad al-Mutawakkil, el futuro Muhammad II, llamado El Negro por ser hijo de una esclava negra. Abd al-Malik, que había servido bien al sultán turco Selim II en la batalla de Lepanto, pidió ayuda al nuevo sultán Murat III, quien se la concedió mandándole 6.000 jenízaros perfectamente adiestrados en la guerra, con los que pudo derrotar a su sobrino Muley Muhammad en el año 1575, tras lo cual se apoderó del trono y entró triunfalmente en Marrakech.

El defenestrado monarca marchó a la península Ibérica con ánimo de concretar una alianza militar contra su tío. Felipe II de España se desinteresó de este asunto, no así don Sebastián de Portugal, imbuido de un fuerte y patológico ideal de gloria aprovechado por Muley Muhammad. El monarca español trabó contactos con Abd al-Malik con el fin de que éste a su vez tratase de convencer al monarca portugués para que no se embarcase en una empresa militar en la que no estaba seguro de sacar gran provecho. Don Sebastián, desoyendo todos los comentarios contrarios a la expedición, desembarcó en Arcila (Asilah), en el mes de julio del año 1578, al frente de lo más granado de su ejército y nobleza, contando con la colaboración de Muley Muhammad. El resultado de la campaña no pudo ser más desastroso para todos. En la batalla de Alcazarquivir, del 4 de agosto de ese mismo año, murieron los tres monarcas en litigio. Abd al-Malik dirigió en un comienzo la lucha desde su litera, pues se encontraba bastante enfermo, quizá como consecuencia de un veneno que se le dio en el camino. Abd al-Malik murió en medio del fragor de la batalla, pero sus criados se cuidaron de cerrar las cortinas de la litera y ocultaron su muerte al ejército.

Batalla de Alcázarquivir, el ejercito bereber envuelve a las tropas cristianas.


La batalla de Alcazarquivir tuvo enormes consecuencias, no sólo en Marruecos, sino también en la política y las posteriores relaciones de las potencias europeas. Muley Abd al-Malek fue sucedido por su hermano Muley Ahmed al-Mansur al-Dahabi (El Dorado), sin duda alguna el emir más brillante de toda la dinastía saadí. La muerte de don Sebastián permitió a Felipe II de España, como tío suyo que era y único pariente próximo en vida, heredar la corona de Portugal y todos sus inmensos territorios en ultramar, con lo que amplió todavía más su imperio territorial, con el consiguiente recelo por parte de las demás potencias europeas.

Muley Ahmed al-Mansur al-Dahabi (El Dorado).


La descripción de la batalla podría ser la siguiente: El ejército se desplazaba con mucha lentitud, y cuando llegaron a la zona que buscaban, las fuerzas del enemigo ya estaban allí, esperándolos. El ejército de al-Malik era una fuerza profesional que probablemente contaba con setenta mil hombres, incluyendo unos veinticinco mil de caballería. Su artillería, con treinta y cuatro cañones, ya estaba posicionada. El 4 de agosto de 1578, el día más caluroso de la estación más calurosa del año, el ejército cristiano, en el que servía la flor y nata de la nobleza portuguesa, con el joven rey de veinticuatro años a la cabeza, fue aniquilado por las fuerzas bereberes. A lo largo de las seis horas de batalla, murieron tal vez ocho mil cristianos (entre ellos, Thomas Stukeley) y alrededor de seis mil marroquíes. La masacre fue indudablemente una victoria musulmana. Algunos grupos de cristianos se las arreglaron para escapar, pero más de diez mil de ellos fueron cogidos prisioneros. Los tres jefes militares de la batalla, los llamados “tres reyes”, corrieron el peor de los destinos. Abd al-Malik, un hombre joven de treinta y cinco años, que ya estaba seriamente enfermo, murió durante la batalla; Mohammed Mutawaquil  o Al-Masluk pereció ahogado cuando intentaba escapar; y el rey Sebastián se dio por desaparecido, pues su cuerpo no pudo ser identificado en el campo de batalla (4). Sin embargo, en la misma noche de la batalla, un grupo de soldados portugueses supervivientes llegó a Arcila buscando refugio, y para conseguir que la guardia les franquease la entrada en la ciudad fingieron que Sebastián venía con ellos, lo que provocó que entre el pueblo se propagase el rumor de que el rey seguía vivo (8), con ello se dio paso a que Sebastián I entrara en la leyenda como un gran patriota, el “rey durmiente” que retornaría para ayudar a Portugal en sus horas más difíciles, dando lugar al movimiento místico-secular llamado Sebastianismo.



Mientras en Portugal brotaba la leyenda del sebastianismo (el bulo de que el rey habría sobrevivido en la batalla y volvería a Portugal), Felipe II se encontró con una oportunidad de oro para unir ese reino a España bajo su corona, lo que hizo en septiembre de 1580. Su muerte sin descendientes provocó que su trono fuese ocupado por su tío-abuelo Enrique I, cuya muerte también sin herederos en enero de 1580 abrió la crisis sucesoria que desembocaría en la cesión de la corona portuguesa a Felipe II de España.


Rey Felipe II pintado por Sofonisba Anguissola.


Durante el periodo de unión con España, entre 1580 y 1640, cuatro pretendientes afirmaban ser el rey Sebastián; el último de ellos, que en realidad era un italiano, fue ahorcado en 1619, sin referir la historia del Pastelero del Madrigal. En el Archivo Nacional de Simancas se conserva el proceso del “Pastelero de Madrigal”, o Proceso de Madrigal. Este proceso fue declarado materia reservada y secreto de Estado por el duque de Lerma el 23 de septiembre de 1615, con lo que no pudo ser investigado hasta que, a mediados del siglo XIX, se levantó el secreto procesal.

Gabriel de Espinosa "el Pastelero del Madrigal" que años después intento suplantar al Rey Sebastián de Portugal dentro de la línea del "sebastianismo"



En Marruecos la muerte del usurpador con el golpe de estado a su hermano, no supuso la devolución de sus derechos de sucesión al joven Muley Xeque, nuestro personaje convertido al cristianismo, que vio cómo otro tío suyo ocupaba el hueco, era Mulay Ahmed alias al-Mansur (el Victorioso) o Ad Dahb (el Áureo). Ante la nueva situación y para ponerle a salvo de una previsible represalia, Portugal acogió a Muley, instalándolo en Lisboa con una pensión de dos mil maravedíes diarios. El rey Sebastián murió en la batalla y gran parte de la nobleza portuguesa cayó prisionera, por cuyas vidas se exigió un gran rescate, lo que acabó prácticamente con el tesoro de Portugal. El cadáver del rey fue recuperado del campo de batalla y sepultado inicialmente en Alcazarquivir; en diciembre de ese mismo año fue entregado a las autoridades portuguesas en Ceuta, donde permanecería hasta 1580, fecha en que sería trasladado al monasterio de los Jerónimos de Belém para su entierro definitivo en Lisboa.

Mulay Ahmed después llamado Al-Manssur el Victorioso, conocido también como Ad-Dahabi, el Áureo o el Dorado que reino 25 años con paz, estabilidad y prosperidad para Marruecos.

El vencedor político de esta batalla en Alcazarquibir será Mulay Ahmed, hermano del sultán difunto que adoptara el nombre de Al-Manssur, el Victorioso, conocido igualmente como el Áureo o el Dorado (Ad-Dahbi), fue quien consolido la dinastía Saadí y logro la independencia real de Marruecos respecto a las injerencias europeas y turcas. Los veinte y cinco años de su reinado constituyen un paréntesis de paz, de estabilidad y de prosperidad en la historia de la dinastía Saadita.

Muley tenía entonces doce años y residiría en otras localidades más antes de convertirse en un hombre, a decir de las crónicas bastante fuerte y de tez oscura, lo que le valió el apelativo de el “Príncipe Negro”. Muley Xeque en el año 1587 pasó a España para intentar convencer a Felipe II de que le cediera un pequeño ejército con el que recuperar su reino, pues estaba convencido de que el pueblo se rebelaría a su favor; algo difícil teniendo en cuenta que su nuevo tío usurpador al-Mansur (llamado el Victorioso) había logrado establecer un período de paz y prosperidad en el sultanato. Y como el todopoderoso soberano Felipe II, no estaba dispuesto a repetir el error de Sebastián, Muley se tuvo que quedar en España y establecerse en el Alcázar Real de Carmona.
Su llegada a la villa sevillana de Carmona, elegida por residir allí una importante comunidad morisca (más de un millar de vecinos, digamos que la mitad de la población total de la villa), causó un serio problema económico porque mantener aquella corte de más de medio centenar de personas no era precisamente barato y el lugar había sufrido escaseces, tras la epidemia de peste de 1583 y una serie de malas cosechas; por otra parte encima, el dinero de las arcas reales destinado a atender las necesiades de manutención de la pequeña corte de Muley Xeque no terminaba de llegar (de hecho, no lo haría hasta años después).
Muley Xeque vivió en Carmona hasta 1593, afrontando la incomodidad de su residencia (una antigua fortaleza almohade reformada por Pedro I el Cruel pero que había quedado en mal estado tras sufrir un terremoto en 1504), y vivió tratando de integrarse lo más posible en el ambiente de Carmona. Se sabe que participaba en las fiestas y eventos locales, como juegos de cañas, toros y cacerías; sin duda, la corta edad con la que había llegado a la península le ayudaba a considerar como suya la nueva tierra de adopción tan diferente a la de su nacimiento. Es más, en 1590 conoció a un recaudador de impuestos llamado Miguel de Cervantes, al que impresionó lo suficiente como para que luego le hiciera aparecer en su obra Viaje al Parnaso.
Otra cosa era el millar de gente que lo acompañaba, personal mucho mayor en edad que lejos de adaptarse a la nueva situación en nuestro país, provocaron algunos roces cada vez más frecuentes con la población de la villa y con los alguaciles, por lo que se les acusó de acudir al mercado de esclavos para comprar reos berberiscos y liberarlos después. Como además Muley estaba incómodo, siempre vigilado por hombres del duque de Medina-Sidonia, decidió trasladarse a Sevilla, seguramente con la intención de fletar algún barco que le llevara a su tierra.
El rey Felipe II se lo prohibió y, temiendo que terminara subvertiendo a los moriscos, le instaló en Andújar, a donde se enviaron trece mil doscientos reales para prevenir nuevos problemas. Fue en esta ciudad donde renunció a su fe y se convirtió al cristianismo. Lope de Vega, que fue amigo suyo y le compuso un soneto, además de hacerle coprotagonista de una de sus piezas teatrales (Tragedia del rey don Sebastián y bautismo del Príncipe de Marruecos), lo atribuyó a una iluminación al contemplar la romería de la Virgen de la Cabeza, aunque parece más probable que fuera asumiendo la imposibilidad real de ser sultán y buscase llevar una vida normal en su nuevo país de adopción.
Como cabía esperar, la decisión entusiasmó tanto a unos como ofendió a sus compañeros musulmanes; su tío Abd al-Karim, por ejemplo, intentó envenenarle, aunque su otro tío, Muley Nazar, no lo vio con tan malos ojos porque él era el siguiente en la línea sucesoria y esto le hizo concebir algunas esperanzas de un futuro como nuevo sultan de Fez; pero Felipe II (hábil político como vemos por segunda vez) se lo quitó de encima a Muley Nazar autorizándole a regresar a Marruecos, donde en 1595 terminó derrotado y asesinado.
El caso es que, tras la correspondiente catequesis, Muley Xeque fue bautizado en El Escorial el 3 de noviembre de 1593.


Monasterio del Escorial.

Se le puso el nombre de Felipe en honor de Felipe II, quien le apadrinó (Felipe de África se le solía decir), nombrándosele Grande de España y comendador de la Orden de Santiago, esto último con la curiosa acreditación previa de no poseer sangre judía. También le concedieron la encomienda de Bédmar y Albáñez, que le proporcionaría unas rentas más bien escasas y por eso siempre tuvo problemas económicos, pese a que en Madrid, a donde se trasladó cuando la ciudad fue nombrada capital del reino, habitaba en un palacete con servidumbre.

Sobre las encomiendas de Bédmar y Albánchez recogemos brevemente lo que incluyen dos publicaciones del Instituto de Estudios Giennenses, son la siguientes:

Ginés de la Jara Torres Navarrete y José Manuel Troyano Viedma: Comendadores , Señores y Marqueses de la villa de Bedmar (1227-1927). Página 55 refieren la inclusión de Muley Xeque como encomendado de Bedmar en la relación histórica de encomendados de la villa, y dicen:”

“Pese a la enajenación de Bedmar y sus tierras a la Orden de Santiago, la encomienda subsistió” y detallan los beneficios económicos que generaba “la encomienda a los comendadores tras la creación del Señorío de Bedmar, comendadores que obtenían de la Encomienda los siguientes beneficios:

— El diezmo entero de los granos desde Cerroluengo hasta el río Guadalquivir y desde el arroyo de Galapagar hasta dicho río.

— El diezmo de los predios de Morena y Santa Inés y la Dehesa Vieja hasta la acequia que sale del molino de Cuadros y camino que baja del Collado de Campanil a la puente de Bedmar.

— Los diezmos del vino y del aceite sobre los predios de Morena y Santa Inés, salvo el del llamado Olivar Viejo.

— Dos juros en la renta de la Seda de Granada.

Un molino de aceite, exceptuado de la venta y que maquilaba de ocho arrobas, una.”

A continuación viene una reseña del encomendado Muley Xeque  en los siguientes términos:

“Don Felipe de África. Infante de Marruecos; Grande de Castilla, gracia que le otorgó Felipe II en Madrid el 14 de febrero de 1596, cuyo nombramiento dirigió al Licenciado Juan de Cuenca, fraile de la Orden, y capellán de su magestad, para que fuese aceptado en dicha Encomienda. Dice así el Rey: «Acatando los muchos y buenos servicios que don Felipe de África, hijo del Rey de Marruecos, Caballero Profeso de la dicha Orden, a hecho a MÍ y a ELLA, y espero que hará de aquí adelante».
Don Felipe de África era hijo de Muley Mohamed Ben Abdala y estuvo al frente de la Encomienda hasta el 4 de noviembre de 1621 año en que falleció. Entonces el rey nombró por título dado en Madrid a 24 de octubre de 1621 por administrador de estas encomiendas a don Luis de Venegas de Figueroa, Comendador de Paracuellos y su aposentador mayor.”

Otra publicación del Instituto de Estudios Giennenses nos de información de Muley Xeque, es una publicación de Narciso Mesa Fernández, en “Encomienda de Bedmar y Albanchez en la Orden de Santiago. Página 91. Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, dice textualmente:

“…dejando vacante la de Bedmar y Albanchez que vino a ocupar un curioso personaje Don Felipe de Africa, Infante de Marruecos y Grande de Castilla, hijo de Muley Mohamed Ben Abdala, Rey de Marruecos, muerto en 1578 en la batalla de Alcazaquivir, luchando al lado del Rey D. Sebastián contra su hermano Muley Akbd el Melik, que lo había destronado. Por ello el Príncipe vino a España siendo bautizado con el nombre de Felipe en honor al Príncipe heredero, que fué su padrino y la madrina la Infanta Isabel Clara Eugenia. De él queda aún recuerdo en Madrid en la llamada calle del Príncipe, donde vivió. Tuvo la Encomienda desde el 14 de febrero de 1596 hasta el 18 de septiembre de 1621 en que murió en Flandes.”

Felipe III, Rey de España.

Nada cambió en la vida de Muley con la subida al trono de Felipe III, tras la muerte de Felipe II; Muley llevaba una vida similar a la de cualquier noble español, asistiendo a misa periódica en la basílica de Atocha, mostrando una especial afición a los toros (al igual que muchos moriscos) y con espacio reservado en un corral de comedias. Pero no se conformaba con esa relajada vida y solicitó ingresar como capitán en los Tercios para ir a combatir a con los Tercios de Flandes; pero lamentablemente, aunque el rey Felipe III se mostró dispuesto e incluso le subvencionó los gastos, el duque de Lerma no lo consideró apropiado.

La negativa debió dejarle frustrado a Muley, ahora Felipe de África , al igual que descubrir que la integración que intentaba no podía pasar de ciertos límites, pues sus hijos no fueron admitidos en colegios, ni se les permitió el acceso a cargos públicos, y probablemente comprendió que apenas había sido nada más que un peón de Felipe II para mantener a raya al sultán marroquí e impedir que se aliara con los ingleses y los seguidores de Antonio, prior de Crato, candidato al trono portugués.

En ese sentido, la puntilla a su situación fue el proyecto del valido Lerma de expulsar a los moriscos, aún cuando él se había integrado perfectamente, al igual que otros de clase alta. Y así Muley Xeque, o Felipe de África, decidió irse de España en 1609 para recalar en Italia, a donde habían marchado muchos moriscos, algunos tan ilustres como Carlos de Austria (hijo del rey de Túnez) o Gaspar de Benimerín.
Una vez en tierra trasalpina pudo conocer al papa Pío V y se instaló en Milán, poniéndose a las órdenes del gobernador Pedro Enríquez de Acevedo como capitán; su amistad llegaría a ser tan estrecha que Enríquez le legó parte de sus bienes en herencia. Con el sucesor del gobernador Pedro Enríquez de Acevedo, ya no se llevó tan bien y se trasladó al vecino pueblo de Vigevano, donde también se hizo buen amigo del obispo alojándose en su palacio.

La muerte le sorprendió el 4 de noviembre de 1621, a los cincuenta y cinco años de edad, dejando como albacea de sus limitados recursos a una hija natural llamada Josefa de África, que era monja en Zamora. No se sabe con exactitud dónde está enterrado, hay quien apunta a que puede estar enterrado en la catedral de Vigevano cerca de Milano y esta enterrado en la Catedral, desgraciadamente, el lugar de su sepultura, con el tiempo se ha perdido...

Muley Xeque, retrato funerario de Felipe de áfrica.

Lope de Vega, también dedicó el Soneto 169 a su amigo Felipe de África que dice asi:

A don Felipe de África, príncipe de Fez y Marruecos:

Alta sangre real, claro Felipe,

a cuyo heroico y generoso pecho

el límite africano vino estrecho,

aunque en grandeza a Europa se anticipe,

porque el cielo ordenó que participe

de otro imperio mayor vuestro derecho

y que se ocupen en tan alto hecho

los cisnes de las fuentes de Aganipe;

tanto os estima a vos, Príncipe, solo,

que un día aventuró para ganaros

con cuatro reyes veinte mil personas,

trocando el bajo por el alto polo,

a Fez en Fe, y a vuestros montes claros

por claros cielos y por mil coronas..

Granada 15 de junio de 2018.

Pedro Galán Galán.
Bibliografía:

Alonso Acero, Beatriz: “Sultanes de Berbería en tierras de la Cristiandad, exilio musulmán, conversión y asimilación en la monarquía hispánica (siglos XVI y XVII)”. Madrid 2006. Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Belloni, Benedetta: Un retrato a doble cara pintado por Lope: Muley Jeque (Don Felipe de África) en la obra El bautismo del Príncipe de Marruecos, en Carlos, Mata Induráin; Adrián J. Sáez; Ana Zuñiga Lacruz, «Sapere aude». Actas del III Congreso Internacional Jóvenes Investigadores Siglo de Oro (JISO 2013), (Pamplona,), Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra / Publicaciones Digitales del GRISO - Colección BIADIG (Biblioteca Áurea Digital) n. 24, Pamplona 2014: 25-36 .

Cervantes, Miguel de: Comedia Famosa El Gran Príncipe de Fez y Don Balthasar de Loiola. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. www.cervantesvirtual.com.

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Referencias de citas:

Bunes Ibarra y García Hernán, 1994, páginas 447 a 465. (1)

Oliver Asín, 1955, páginas 176 y 177. (2)

Oliver Asín, 1955, páginas 63 a 68 y 85 a 93. (3)

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Oliver Asín, 1955, página 104. (5)

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Postigo Castellanos, 1988, página 140, n. 77. (7)

Lope de Vega, Novelas a Marcia Leonarda, página 86. (8)
Sánchez  Ramos, Un saadi converso durante el reinado de Felipe IV: Don Felipe de áfrica, príncipe de Fez y de Marruecos. Página (9)  

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