PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

miércoles, 30 de mayo de 2018

VISITA DEL COMISIONADO MIGUEL DE CERVANTES A NUESTRA VILLA DENTRO DEL PERIPLO POR TIERRAS DEL OBISPADO DE JAÉN Y DEL RESTO DE ANDALUCÍA.


LA DURA VIDA DE LOS GALEOTES EN GALERAS ALIMENTADOS CON BIZCOCHO DE CEREALES.
Recuerdo haber escuchado decir a algún conocido la célebre frase del filósofo español Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Parecía que cuando se decía esto, se estaba queriendo decir que no todo lo que ocurre en la vida de las personas depende de él o de ella, que tanto él como ella no son del todo responsables de lo que le ha sucedido en su vida personal, porque también han influido poderosamente las circunstancias. Ortega decía que el “yo” era uno de los ingredientes de la vida y que había otro ingrediente y este era “la circunstancia”.

Por “circunstancia” se entiende literalmente lo que está a mi alrededor, “circumstancia”, lo que me circunda. Somos un organismo vivo. Un organismo vivo tiene su medio donde nace, crece, se desarrolla y muere. Decimos que la vida de un organismo está formada por el propio organismo y su medio, forman una unidad, lo que quiere decir que si cambia el medio cambia al organismo y viceversa (esto es importante), porque aun siendo organismos vivos, en los seres humanos hay algo más. Los humanos tenemos pensamiento, y por tanto buscamos sentido en las cosas. Nos preguntamos el porqué y el cómo de lo que somos.

“Yo soy yo y mi circunstancia” está muy lejos de ser una frase determinista, porque la circunstancia nos ha marcado la vida. La verdad es que las circunstancias son limitadas, determinadas: yo soy como soy, pero dentro de esa circunstancia hay holgura, siempre y cuando yo entienda el medio en el que vivo.

Esta famosa frase tiene una coletilla, una segunda parte que dice así: “si no la salvo a ella, no me salvo yo” (refiriéndose a la circunstancia). Si yo explico mi medio, lo salvo del silencio y del sinsentido. A eso es a lo que nos invitaba Ortega y Gasset.
Con estas reflexiones comenzamos un capítulo interesante de un personaje D. Miguel de Cervantes que visitó nuestra villa allá por los años 1591 (desde octubre de este año) y quizá con mayor seguridad en 1592, según el protocolo notarial de marzo de este año 1592, como comisionado por orden indirecta del Rey Felipe II para conseguir cereales y legumbres con que preparar el bizcocho, alimento básico de los galeotes que remaban en galeras. Esos barcos que tantas alegrías y algunas penas trajeron a la corona española a través de los siglos.
Abordaremos en este artículo una primera parte relacionada con la presencia de Don Miguel de Cervantes Saavedra en nuestra villa y otra segunda que nos muestre la vida de los galeotes en galeras.
En el año 1591, nuestro rey Felipe II necesitaba aprovisionar las galeras de España para sus batallas en el mar, precisaba disponer de las materias primas con que elaborar el bizcocho que servía de alimento a los galeotes hecho de trigo, habas y garbanzos.
Para abastecer los suministros de alimento a los galeotes de las galeras era necesario proveerse de granos con que preparar el llamado bizcocho de galera. Por este motivo Don Miguel de Cervantes Saavedra visita nuestra villa, aunque desconocemos la fecha exacta de la visita. 

Decía Ortega que cada uno de nosotros somos nuestro yo y nuestras circunstancias, nada más cierto, como hemos podido comprobar a lo largo de nuestras vidas.

Las circunstancias de la vida de Cervantes  hicieron que realizase un recorrido por Andalucía por el trabajo que el rey Felipe II le había encomendado de Recaudador  o  Comisario  Real  de  Abastos.

Las últimas voluntades de su padre, le llevaron de forma  inesperada  a  abandonar, o al menos reducir por un tiempo su  dedicación  al  ejercicio  de  su  vocación  literaria,  pues  debió  buscar  un  oficio  con  el  obtener  posibles que le permitieran atender las necesidades de la  familia  de  la  que  debía  hacerse  cargo.  Por esta razón, tras un viaje de  Esquivias  a  Toledo  acompañando  las  reliquias  de  Santa  Leocadia  para  ser  veneradas  por  el  rey  Felipe  II, el  ejercicio  de este deber le llevó a ingresar en 1587 en  la  Administración  Pública,  consiguiendo  el  puesto  de  Recaudador  o  Comisario  Real  de  Abastos  en   la   ciudad   de   Sevilla,   labor   que   comenzó   a   desempeñar   un   año  más tarde  y  que desarrolló durante un periodo de seis años. Durante  este  tiempo  solicitó  ocupar  diversos    puestos  de  administrador de entre los vacantes en las Indias, tales como el de contador, en el Reino  de  Granada,  y  el  de  Gobernador  de  Soconusco  en  Guatemala, propuestas todas que fueron rechazadas por el Rey. 

Conforme  a  los  dictados  reales,  la  misión  de  Cervantes radicaba en recaudar los  aceites y cereales con  los  que  provisionar  los  galeones  que  debían  atracar  en  Inglaterra  para  dar  sustento  a  la  Armada  Invencible.   No fue una tarea sencilla, pues al vencimiento de la   resistencia   de   los   maltrechos   campesinos, muchas veces encolerizados  por  no  recibir  el  pago  de  las  requisas,  se  sumó en cierto modo la  incompetencia de un nutrido grupo de sus colaboradores en tan delicada función, que le llevaron a ser objeto de presentación de numerosas y  continuas reclamaciones, y por tanto la participación en procesos judiciales.
Llevando “vara de alta justicia” recorrió las villas de El Arahal,   Benacazón. Castilblanco de los Arroyos, Benacazón, Carmona, Coria, Estepa, Gerena, Marchena, Morón de la Frontera, La Puebla  de Cazalla, Osuna, Paradas, Utrera  y Écija, localidad esta última  en la que  fijó su residencia temporalmente.  La confiscación  de  cereales  por la fuerza a varios propietarios, uno de ellos un eclesiástico, le  llevó  a  que  fuera  excomulgado  por  el  Vicario General de Sevilla.
Desde allí se desplazó en 1592, como muestra un protocolo notarial de 14 de marzo de este año, a Jaén, donde  requisó  trigo y cebada para la elaboración de bizcocho en las poblaciones de Antequera  y  el  Puerto  de  Santa  María, el bizcocho era el alimento básico en la dieta de los soldados españoles. También se desplazó a  Úbeda para la compra de aceite.
Sobre la misión a cumplir  por Miguel de Cervantes en el Obispado de Jaén, por mandato real tenemos la mejor información desde el año 1979, en que mi ilustre profesor D. Luis Coronas Tejada publicó un trabajo inmejorable sobre la estancia de D. Miguel de Cervantes en la ciudad de Jaén. Con ocasión de la firma del título real de Proveedor general de las galeras de España a favor de Pedro de Isunza, hombre de confianza y conocedor sin duda de tan avezado trabajo. Pedro de Isunza se instala en el Puerto de Santa María y pone a su cargo a varios hombres que anteriormente habían realizado trabajos de aprovisionamiento de las galeras, y entre ellos estaba D. Miguel de Cervantes Saavedra, tras su azarosa vida en Nápoles, Lepanto, Argel, etc...
Fragmento del traslado de la comisión dada por el proveedor de galeras Pedro de Isunza a Diego Ruiz y Miguel de Cervantes para la saca de cereales en el territorio del Obispado de Jaén. Folio CCLIIII. (A.H.P.J.). En la línea décima contada desde el final del folio hacia arriba vemos incluida a nuestra villa La Higuera de Andujar, entre las localidades a visitar por los comisionados para la saca de granos.
El día 1 de Octubre de 1591 El proveedor general de las galeras de España, Pedro de Isunza, dio un traslado de la comisión a los comisarios Diego de Ruy Sáenz y Miguel de Cervantes Saavedra, personas de confianza, habilidad y suficiencia, para sacar y comprar 60.000 fanegas de trigo, garbanzo y habas en el Obispado de Jaén, Antequera, y Oya de Medina (Coronas Tejada, 1979; Sliwa, 2005).
Habitualmente, tanto Diego de Ruy Sáenz como Miguel de Cervantes Saavedra se reunían con el concejo de las localidades o ayuntamiento donde iban a requisar estos cerezales, y rara vez hablaban con vecinos y particulares directamente, a no ser que fuesen necesarias las gestiones de vecinos para conseguir una mayor cantidad de la mercancía que solicitaban.
El 16 de Noviembre de ese mismo año 1591, se hace un traslado de la comisión dada por Pedro de Isunza a Diego de Ruy Sáenz y Miguel de Cervantes Saavedra para sacar y comprar 60.000 fanegas de trigo, garbanzos y habas. En este escrito, que expondremos a continuación se citan algunas localidades que debían visitar los comisionados para la adquisición de la mercancía.
Se expone aquí la trascripción de los legajos sobre este traslado a Diego Ruy Sáenz y Miguel de Cervantes Saavedra (Coronas Tejada, 1979; Sliwa, 2005): Son los que vienen reseñados como Folio CCLIIII, continúa en  Folio CCLIIII v, y sigue en el Folio CCLV, y Folio CCLV v. y continúa en Folio CCLVI r. y Folio CCLVI v. cuya trascripción íntegra trascribimos:
Primera de las dos comisiones escrituradas en Jáen por Miguel de Cervantes Saavedra a favor de Antón Cavallero. Folio LVr. Legajo 859. (Archivo Histórico Provincial de Jaén).

Continuación de la primera de las escrituras otorgada a Antón Cavallero. en este folio se inicia la relación de determinadas villas y ciudades a visitar por los comisionados con la indicación de las cantidades a aportar. (A.H.P.J.)
Legajo 856. Folios 254r -56v. (A.H.P.J.)
termina con " y en cumplimiento ...
Conclusión de la escritura de comisión dada por Miguel de Cervantes Saavedra a Diego López Delgadillo. Abajo a la izquierda vemos la firma de Cervantes. Folio XXXVIII v. Legajo 859. (A.H.P.J.)


Repetida la imagen inicial de este artículo que reproduce un fragmento del traslado de la comisión dada por el proveedor de galeras Pedro de Isunza a Diego Ruiz y Miguel de Cervantes para la saca de cereales en el territorio del Obispado de Jaén . Folio CCLIIII. (A.H.P.J.)
(Folio CCLIIII) «Este es traslado bien e fielmente sacado de vna comisión original firmada de Isunça, Proueedor General de las galeras Despaña por el rrey nuestro señor y rrefrendada de Juan de la Torre escriuano sigún por ella pareçía, su tenor de la qual es el que sigue: Pedro de Ysunça, proueedor general de las galeras Despaña por el rrey nuestro señor. Por quanto en este Puerto de Santa María y en otras partes desta provinçia del Andaluçía se a de fabricar cantidad de bizcocho para prouisión del (sic) las galeras Despaña por la muncha neçesidad que del ay y conuiene a el seruiçio de su magestad que en las partes más a el propósito como son el Obispado de Jaén en la misma çiudad, Vbeda, e Baeça y Andújar, La Guardia, Pegalaxar, el Marmolejo, Canbil, Guelma, Albanchez, Belmar, Torres, Jódar, Menxíbar, Xabalquinto, Linares, Bilches, Ybros, Santesteban del Puerto, La Moraleda, Solera, Cabra, Baylén, Caçalilla, Villanueva de Andújar, La Higuera de Andújar, Arjona, Porcuna, Arjonilla, Lopera, Torredonximeno, Torrecanpo, Jamilena, Martos, Balencuela, Santiago, La Higuera de Martos, el Billardonpardo, Bexixar, Lopión, El Canpillo, El Mármol, Rrus, Canena, Latorre Peroxil, Ysnatorafe e Billanueba del Arçobispo, Las Nauas, Villacarrillo, La Manchuela, Albanchez, y en sus lugares e contornos y tanbién
Continuación del traslado de la comisión dada por el proveedor de galeras Pedro de Isunza a Diego Ruiz y Miguel de Cervantes. Folio CCLIIII v. Legajo 856 (A.H.P.J.) Folio CCLIIII v.
(Fol. CCLIIII v) particularmente en la çiudad de Antequera, Archidona, Loxa, Alhama, Iznajar, Rrute, Priego, Guetos, Carabuey, Cabra, Luçena, Benamexi, Alcalá la Rreal, el Castillo de Locubién, Martos, Baena, Luque, Sueros, Doña Mençía, Montilla, Castro el Río, La Puente la Rroda, Estepa, Pedrera, Cañete del Marqués de Priego, Bujalançe, Aguilar, Montalbán, La Rrambla, Santaella, Alcaudete, La Higuera, Canpillos, Teua, Hardales, Cañete del Duque de Alcalá y en la Hoya de Málaga, Rríogordo, el Colmenar, Casabermeja, Amujía, Alora, Cartama, Coyn, Alaurín, Pisarra y qualesquier otros lugares de los dichos términos de los quales se an de sacar e conprar sesenta mill hanegas de trigo para el dicho efecto y garbanço y habas que ser pudiere por lo qual me a pareçido bayan a las dichas çiudades e villas e lugares susodichos dos personas de confiança, abilidad y suficiencia que en mi nonbre conpren y enbarguen y tomen en las dichas partes y sus términos hasta en cantidad de las dichas sesenta mil hanegas de trigo e toda la cantidad de la dicha haba e garbanços que hallaren y porque en las de Diego de Rrui Sáenz e Miguel de Çerbantes Saabedra de cada vno dellos concurren las partes calidades que para esto se rrequieren e la satisfaçión que tengo de sus personas los nonbro por la presente para que uayan a el dicho Obispado de Jaén
Folio CCLV r (Archivo Histórico Provincial de Jaén)
 (Folio CCLV r.) y a el partido de Antequera y Oya de Medina, y en las çiudades, villas e lugares arriba espresados enbarguen y tomen por de su magestad toda la dicha cantidad de trigo, habas e garbanços que pudieren y hayaren poder de las personas que lo tengan de qualquier calidad, estado e condiçion que sean syn rreseruar ninguna dejándoles de lo que cada vno tubiere lo que vbiere menester para su sustento, comida de su cassa e familias, no más, y si para conprar y enbargar la dicha cantidad fuere neçesario haçerse conçertándose con los dueños a el preçio que se obiere de pagar ante la Justiçia mayor de las dichas çiudades, villas e lugares ynformándose el que tubiere cada hanega del dicho trigo, haba e garbanço y el que vbiere balido quatro días antes y anbiéndolo uisto e mirado lo procurarán de manera que sea al más benefiçio de la rreal haçienda que se pueda adbirtiendo que en esto no se haga agravio ni ynjustiçia a las personas de quien el dicho trigo, haba e garbanço se tomare e comprare y hecho que se aya el dicho enbargo y el rrepartimiento de lo que cada vno abía de dar lo sacará de las partes y casas donde esté y lo pondrá en almaçenes buenos y bien acondiçionados adonde lo yrán recoxiendo y luego me auisarán la cantidad que vbieren rrepartido que estará rrecoxido para que le ordene a donde le vbieren de conduçir y a las tales personas a quien se tomare  
Folio CCLVI v . (Archivo Histórico Provincial de Jaén).
(Fol. CCLV v.) el dicho trigo, haba e garbanços asegurarán que porque su magestad a mandado proueerme dosçientos mill ducados a este Puerto para las prouisiones de mi cargo que como lleguen yo les mandaré pagar lo que montare y que por no auer de presente ningunos no se les paga y darán les çertificaçión a cada vno de la cantidad que les tomaren e de los preçios a que se les a de pagar cada cossa para que por virtud dellos se haga la dicha paga y en todo an de guardar el tenor de la ystruyçión que se les a dado a parte y procurarán haçerlo con la mayor suauidad y menos rruido y escándalo que se pueda y tan a satisfaçión de los dueños que entiendan que la neçesidad obliga a questo se haga haçiéndoles muy buen tratamiento que para todo lo susodicho y tomare los bagages, carros e carretas que fueren menester para conduçir el dicho trigo y legunbres a las partes que les ordenare y lo que más conuenga a el seruiçio de su magestad tocante a esta comisión: avnque aquí no vaya espresado doy a los dichos Diego de Rruy Sáenz y Miguel de Cervantes Saabedra quan bastante poder a mi me da en virtud de su rreal título e porque no podrán acudir por sus personas a algunos trabajos que se ofreçerán en la conpra y saca del dicho trigo, haba e garbanços
Folio CCLVI r (Archivo Histórico Provincial de Jaén) . este folio termina con las palabras ... personas y bienes y el tiempo que...

(Fol. CCLVI r.) y conduta dello ni otras cossas que conuengan para su buena quenta e rraçón nonbrará cada vno dellos vna e dos personas que les ayuden para que lo puedan haçer con más façilidad y tengan muy buena quenta ocupándolos en tiempo que fuere forçosso y no otro ninguno, e les señalarán vn salario muy moderado, y de parte de su magestad rrequiero, de la mía pido e rruego a las justiçias y otras personas de los dichos lugares y de los demás donde los dichos Rruy Sáenz y Cervantes Sayabedra fueren en cunplimiento de lo en esta mi comisión contenido le den y hagan dar el fauor e ayuda que les pidieren y vbieren menester y no consientan que persona alguna les estorben i ynpida porque ansí conuiene a su rreal seruiçio e de lo contrario lo rreçebirá muy grande y le daré auiso como acuden a las cosas que tanto le ynportan, y ordeno y mando a qualesquier escriuanos de su magestad hagan con el susodicho los autos e diligençias que conuengan de que le harán los testimonios que pidiere en manera que hagan fee so pena de çinquenta mill maravedís para los gastos de las dichas prouisiones a los que lo contrario hiçieren e les doy poder e comisión de nuevo por la que los puedan executar en sus personas e bienes, y el tienpo que
Folio CCLVI v , que comienza con : y en esto se ocuparen  y termina con : ...del proveedor general Rui de la Torre...
(Fol. CCLVI v.) en esto se ocuparen se les a de pagar a rraçón de quatroçientos maravedís cada día y an de goçar dellos desde la data que partan a lo susodicho hasta el que acauaren y a cada vno de los dichos Diego de Ruy Sáenz y Miguel de Cervantes Sayabedra se les da esta comisión aparte para que en birtud della se ayuden el vno a el otro y se haga el seruiçio con más façelidad e lo mismo an de haçer Marcos Delgado e Niculás Benito, sus ayudantes, e tomando la rraçón desta Pedro de Arriola que por orden de su magestad sirbe el ofiçio de contador de las dichas galeras. Dada en el Puerto de Santa María primero de otubre de mill e quinientos e noventa e vn años. Pedro de Ysunça. Tomó la rraçón Pedro de Arriola.------------^^------
Y demás de lo contenido en la comisión de arriba se da poder enteramente quan bastante se rrequiere a los dichos Diego de Rruy Sáenz y Miguel de Cerbantes Saabedra para que ansí mismo puedan sacar toda la cantidad de çeuada que fuere menester para conduçir el trigo, haba e garbanços que se les a ordenado que conpren, enbarguen, conduzgan por esta comisión para su seruiçio y entretenimiento destas dichas galeras. Pedro de Ysunça. Por mandado del proueedor general Juan de la Torre escriuano.

Continúa en principio de la página siguiente con el texto: 
Fecho e sacado, corregido e conçertado fue este dicho traslado con su original de donde fue sacado que concoreda con él en la çiudad de Jaén a diez e seys días del mes de nouienbre de mill e quinientos y noventa y vn años, siendo testigos a lo uer, sacar, corregir y conçertar Bartolomé de Santiago e Luis de Ayala, veçinos de Jaén. Yo Pedro Núñez de Ayala, escriuano del rrey nuestro señor e su escriuano público, vno de los de el número de la çiudad de Jaén y su tierra... presente escriuano doy fee dello e fize mi signo. En testimonio, Pedro Núñez de Ayala». 
Página LVII, que comienza con el texto:Fecho e sacado, corregido e conçertado fue este dicho traslado con su original de donde fue sacado que concoreda con él en la çiudad de Jaén a diez e seys días del mes de nouienbre de mill e quinientos y noventa y vn años, siendo testigos a lo uer, sacar, corregir y conçertar Bartolomé de Santiago e Luis de Ayala, veçinos de Jaén. Yo Pedro Núñez de Ayala, escriuano del rrey nuestro señor e su escriuano público, vno de los de el número de la çiudad de Jaén y su tierra... presente escriuano doy fee dello e fize mi signo. En testimonio, Pedro Núñez de Ayala».
Por los textos trascritos y por los diarios escritos del propio Cervantes se sabe que visitó Jaén junto a un grupo de personas que también se dedicaban como comisionados a conseguir la provisión de cereales y legumbres para alimentar a los galeotes. En su diario, Cervantes cuenta que no salió de la habitación de la posada donde se alojó cuando estuvo en Jaén, ubicada justo en la zona amurallada de la capital. Dice en su diario que Jaén es una ciudad fría, donde se comía muy mal, en definitiva, que Jaén no sale bien parada, parece que no le gustó la ciudad. En cambio en los diarios de las personas que lo acompañaban hablan muy bien de Jaén, donde dicen que era una ciudad barata, la gente era muy campechana, se comía muy bien y valoraban el entorno monumental de la ciudad. Los historiadores han valorado más los diarios de los comisionados que acompañaban a Cervantes que al propio escritor ya que Cervantes no salió por la ciudad y parece ser que solo estuvo metido en su habitación.
D. Miguel de Cervantes Saavedra.
Los desplazamientos a la provincia jiennense  se alternaron  con los desarrollados por la provincia de Cádiz, en  concreto   por los municipios de Medina Sidonia, Villamartín, El  Puerto  de  Santa  María, y Zahara de los  Atunes,  de  cuyas  numerosas almadrabas se nutrieron las arcas reales.

El ejercicio eficaz de su cometido le hicieron acreedor de    numerosas felicitaciones de sus superiores, que vinieron    acompañadas de la  concesión, como premio, del embargo, la requisa y el almacenamiento  de  30.000  fanegas  de  trigo en las provincias limítrofes a Sevilla. Fundamentalmente  en  la provincia de Huelva,  lo  que  le  llevó a visitar Almonte, Beas, Bollullos del Condado,  Bonares, Escacena, Hinojos, Niebla, La Palma del    Condado, Lucenilla, Manzanilla, Paterrna, Rociana,  Villagarcia   de   la Torre, Villalba del Alcor y Villarasa. En la provincia de Córdoba estuvo negociando la compra de aceite, donde la existencia de  irregularidades  contables  le  llevó a ser encarcelado en Castro del Río el 19 de  septiembre   del año 1593, obteniendo la libertad bajo fianza días  más tarde, tras ser sometido a  investigación y presentar apelaciones ante Consejo de Guerra. Posteriormente,  se  desplazó  a  Madrid,  para  presentar  las  cuentas  de  1594,  realizando  una  breve  estancia.
Carta autógrafa de Miguel de Cervantes de fecha 17 de febrero de 1582 dirigida a Antonio de Eraso, secretario del Consejo de Índias. (Archivo General de Simancas, Legajo 123,1.)

A instancias de un amigo influyente  en la Corte, es nombrado por   la Corona Recaudador  de  la  provincia  de Granada,  otorgándole  el  encargo  de  recaudar  las  cuantiosas  tasas  atrasadas  (10.557.029  maravedíes) en la capital y en los municipios de Alhama de Granada, Almuñécar, Baza, Guadix, Loja, Motril y  Salobreña. Una vez aceptado, se compromete a llevar a buen puerto el proyecto  encomendado, en un plazo de 50 días, debiendo depositar un aval o fianza por la totalidad de sus bienes.

Tras no poder recaudar en Granada lo adeudado en la Casa de la Moneda, el siguiente conflicto lo encontró en Motril, donde los supuestos deudores  a  la Hacienda le exhibieron  unos  justificantes  de  pago  de  los  tributos que  resultaron  ser  falsos.  Dentro de la jurisdicción de Baza alcanzó a los  municipios  almerienses  de  Benamaurel,  Cúllar,  Fines,   Freila,  Laroya, Macael, Somortín y Zújar, donde se negaban a pagar  las  tercias  y  alcabalas,  atendiendo  a  que  debían  contar con su exención al tratarse de señoríos de repoblación reciente. 

Desde Granada extendió su gestión a la provincia de   Málaga   (al   barrio   del   Perchel   en   la   capital,   Alhaurín  el  Grande,  Álora, Cartama,  Coín y Ronda), viéndose  continuamente  salpicada su gestión por episodios de  corrupción  de  los  recaudadores  que  se  encontraban bajo su mando, lo  que  le  llevó  a  redactar  numerosos  informes   justificativos de sus acciones, llegando  incluso  a  reponer  su  amigo  Tomás  Gutiérrez  ante  el  Tribunal de Cuentas un desfalco  de  2.700 maravedíes para evitar su entrada en la cárcel. No corrió la misma suerte unos meses  más tarde, donde  el  incumplimiento de ingreso en  la Hacienda, de algo más de  140.000  maravedíes, de  deudas  pendientes en Vélez-Málaga, le  supusieron  la  privación  de  libertad  durante  un  periodo de seis meses.

A  luz  de  lo  anterior,  no  se  puede  decir  que  Cervantes   destacara  en  el  campo  de  la  gestión  tributaria, pues     aquel empleo  “autoimpuesto” reservado a un selecto grupo  de  privilegiados,  se  convirtió  en  una  fuente  permanente  de  desventuras,  desarrolladas, en gran parte, por el sur de España. Lo anterior obviamente  no  enturbia sus dotes   e    inmensurable aportación como escritor, e incluso hay quien  se  atreve  a  opinar  que  más  bien  lo  contrario,  pues  en  su  ejercicio  conoció  a  gran  parte  de  los  personajes  que  preñan  su  producción  y  en  una  cárcel  se   engendró   su   magna  obra.  Como   señala,   el   refranero español, “Hasta el mejor escribano echa un borrón”.
Cuadro genealógico de D. Miguel de Cervantes Saavedra donde se indica la ascendencia cordobesa del insigne escritor del Quijote.
La vida de don Miguel de Cervantes fue ciertamente azarosa… El retrato más fidedigno que conocemos de Miguel de Cervantes no se debe a los pinceles, sino a su propia pluma, con la que trazó su “rostro y talle” en el prólogo a las Novelas ejemplares:

“Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos estremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso, a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria”.

Miguel de Cervantes Saavedra fue el cuarto de siete hermanos: Andrés (1543), Andrea (1544), Luisa (1546), (Miguel), Rodrigo (1550), Magdalena (1553) y Juan (1555). Una familia con tantos miembros como secretos. “Se sabe muy poco de los hermanos de Cervantes porque sólo han quedado de ellos los datos de los registros oficiales (como menciones en testamentos y en los pleitos en los que estuvieron su padre y Miguel), que tampoco son muy numerosos a causa de la vida itinerante de todos ellos, ya desde los años en que su padre anduvo errante tras su prisión en Valladolid”, señala el historiador Antonio Terrasa.
Carta Dotal de Cervantes y Catalina con firmas de ambos.

Las estrecheces económicas, en las que sin duda se crió nuestro insigne autor, forzaron a su padre Rodrigo a emprender un vagabundeo por Valladolid, Córdoba y Sevilla en busca de mejor suerte, nunca conseguida, sin que sepamos a ciencia cierta si su prole lo acompañó en sus viajes o no. Si lo hizo, Cervantes podría haber aprendido sus primeras letras en un colegio de la Compañía de Jesús de esas localidades, e incluso haberse aficionado al teatro, una vocación que no abandonaría jamás, bajo la tutela del padre Acevedo.
Carta de dote de Miguel de Cervantes  de fecha 9 de agosto de 1586, a favor de su esposa Catalina de Salazar y Palacios incluyendo relación de bienes muebles y raices. (Archivo Histórico Provincial de Toledo. Legajo 24191. Folios 52rº-54rº.)

Busto de Catalina de Salazar y Palacios, esposa de Miguel de Cervantes.
Desposorio de Cervantes y Catalina.

Miguel de Cervantes se casó en Esquivias con una moza del pueblo, que no había llegado a los veinte años. Se casaron el 12 de diciembre de 1584. En abril de 1587 Cervantes abandona Esquivias. Se fue porque las necesidades económicas apremiaban y había que ganarse la vida en el lugar más rico, Andalucía, donde obtiene un oficio de comisario de abastos, aceite y cereal, para la Armada real. Lástima que, como siempre el gafe se interpusiera en su camino con la muerte de sus protectores y él siguiera, erre que erre, recorriendo los polvorientos caminos de Andalucía durante… ¡diez años!     

Sin embargo, nuevamente en los años de la transición del siglo XVI al XVII, perdemos su pista. Tal vez ya entrado en edad, pudo volver a Esquivias. Desde luego, en 1603 el matrimonio Cervantes se instala en Valladolid con la Corte, y con una legión de féminas, que son hermanas, e hija del pater familias: Andrea, Constanza, Magdalena, Isabel y, por añadidura, una criada, María de Ceballos.

Es complejo conocer cómo se estructuran y evolucionan las distintas generaciones de la saga de la familia Cervantes. Faltan datos sobre la vida de Juan, de quien se sabe de su existencia por el testamento de su padre, o Magdalena, que según unos nace en Valladolid y según otros en Madrid.

De las mujeres de la casa (Andrea, Luisa y Magdalena), la única que tuvo descendencia directa fue Andrea de Cervantes, madre de Constanza de Ovando, apellido que adquiere Constanza de su padre biológico, Nicolás de Ovando, con quien se promete pero con el que no casa por la fuerte oposición que muestran los padres del joven Nicolás a tal unión.
Las otras dos hermanas, Luisa de Cervantes y Magdalena de Cervantes, se dedican a la vida religiosa y mueren sin descendencia. La primera ingresa a los 18 años en la orden carmelitana y permanece hasta el día de su muerte, en 1623, en el convento de Las Carmelitas Descalzas de Alcalá de Henares. Magdalena de Cervantes, entra el 8 de junio de 1609 en la Orden Tercera de San Francisco de Madrid y allí fallece el 28 de enero de 1611.
Partida de Bautismo de Miguel de Cervantes.

Miguel de Cervantes Saavedra fue bautizado, el 9 de octubre de 1547, en la iglesia parroquial de Santa María la Mayor, de Alcalá de Henares, lo que nos aclara su “patria chica” y, unido a su nombre, permite aventurar que fue el 29 de septiembre, día de San Miguel, la posible fecha de su nacimiento. Era el cuarto hijo de los seis que tuvo el matrimonio Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas. Su padre sin más posibles que el oficio de “médico cirujano”, no en su más alto grado, sino practicante o barbero, un oficio del cabeza de familia a todas luces insuficiente para sustentar con holgura tan pesada carga de hijos, máxime cuando el abuelo paterno, el licenciado Juan de Cervantes, se había marchado a Córdoba, con amante y esclavo negro, dejando abandonada a su familia.

El hecho cierto es que desde 1566 el cirujano Rodrigo de Cervantes estaba definitivamente establecido con su familia en Madrid y que por esos años debió de iniciar el joven autor su carrera literaria: primero, en 1567, con un soneto dedicado a la reina («Serenísima reina, en quien se halla»), con motivo del nacimiento de la infanta Catalina, la segunda hija de Felipe II, que bien pudo estamparse en un medallón gracias a Getino de Guzmán, el organizador de la celebración y compadre de su hermano Rodrigo; después, en 1569, con cuatro poemas de corte garcilacista dedicados a la muerte de Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, que le pidió Juan López de Hoyos, rector del Estudio de la Villa, para incluirlos en la Historia y relación de las exequias reales. Cabe suponer, entonces, que Cervantes se inició en la literatura bajo los auspicios del humanista y gramático, pero desconocemos las circunstancias y el alcance de tal magisterio. Tan sólo puede asegurarse que la primera vocación cervantina fue la poesía, nunca abandonada aunque las musas no le fueran propicias: 
“Yo, que siempre trabajo y me desvelo /
por parecer que tengo de poeta / 
la gracia que no quiso darme el cielo”, reconocería muchos años después, en 1614, en el Viaje del Parnaso. Esos tempranos inicios poéticos se vieron truncados casi en sus comienzos.
Cardenal Giulio Acquaviva.

El cardenal Acquaviva estuvo en Castilla en 1568 unos días en una delegación diplomática. Algunos autores sugieren que fue entonces cuando se conocieron y entablaron amistad el cardenal Acquaviva y Cervantes. 

Miguel de Cervantes salió desde Madrid huyendo de la Justicia para Andalucía, tras una corta temporada en Sevilla viaja al Levante y Barcelona donde llegará a Italia en septiembre del año de Gracia de 1569, lugar donde no tenía jurisdicción el rey Felipe II. ¿Una expatriación voluntaria o forzosa o un ausentarse de Madrid?

Tampoco existe constancia documental de cómo realizó este viaje a Italia.
Hasta finales del siglo XIX no se dio como bueno la «Real Provisión» que ordena su prisión  firmada por el alguacil Juan de Medina en Madrid, acusado de «haber dado ciertas heridas a Antonio Sigura, andante en corte», documento que se encontró en el Archivo de Salamanca en 1840, y no es hasta 1863  cuando Jerónimo Morán lo inserta en el tercer tomo su Vida de Cervantes en la Imprenta Nacional y se produce el «escándalo» en tiempo difíciles de identidad del reinado de Isabel II y los cervantófilos de aquella época no le dan importancia y creen que pudo ser otro joven «un Miguel de Cervantes».  Aunque tenemos la sentencia, hemos perdido el procedimiento de la causa que, sin duda alguna, nos hubiera aclarado el origen verdadero de la pendencia de honor, aunque otros dicen que fue  causa de amores juveniles.
Rey Felipe II pintado por Sofonisba Anguissola.
Como no se presenta ante la justicia y es declarado en rebeldía se dicta otra «Real Provisión», donde la justicia de Felipe II se muestra severísima, tiempos en los que se practicaban las penas de ablación y tortura o galera por la necesidad que tenía Felipe II de galeotes. Procesos ya estudiados por Francisco Tomás y Valiente en El Derecho Penal de la Monarquía Absoluta /siglos XVI-XVII-XVIII).Edi. Tecnos, Madrid, 1969.
La «Real Provisión»  (orden de prisión) dice:
      …en Rebeldía contra un myguel de Çerbantes, absente, sobre Razon de haber dado çiertas heridas en esta corte A Antonio de Sigura, andante en esta corte, sobre lo cual El dicho miguel de Çerbantes, por los dichos nuestros alcaldes fue condenado A que con berguença publica le fuese cortada la mano derecha y en destierro de nuestros Reynos por tiempo de diez años y en otras penas contenidas en la dicha sentencia.

Cervantes tuvo que huir "con lo puesto" de Castilla por motivos que sus ilustres biógrafos suponen fueron de honor. Llegado a Italia, en poco tiempo pasó a ser el "camarero y paje predilecto” de un joven, poderoso y juerguista cardenal de 24 años, que falleció a los 28 años, posiblemente víctima de sus excesos. Algunos autores franceses e italianos señalaron la posibilidad de una relación de naturaleza sexual entre el purpurado y el joven escritor, para Mira, A.,  la homosexualidad del cardenal era evidente.
En la Italia de mediados del siglo XVI las relaciones homosexuales entre jóvenes se vivían con cierta normalidad, para muchos de ellos poderse acercar a los poderosos cardenales era una forma de ascender y lograr posición en la sociedad romana.
Lope de Vega, su acérrimo enemigo, en más de una ocasión señaló la supuesta homosexualidad de Cervantes e incluso el Quijote: 
“Yo no sé de los, de li, ni lo/ 
yo no sé si eres, Cervantes, co ni cu/
 orden fue del cielo que mancases en Corfú/
 hablaste buey pero dijiste mu/
… Y ese tu don Quijote baladí/ 
de culo en culo por el mundo va/
vendiendo especies y azafrán romí”. (1). 
Miguel de Cervantes Saavedra. Litografía.

A finales de 1569, sin saber cómo ni por qué, hallamos al joven poeta instalado en Roma como camarero del cardenal Giulio Acquaviva, al que serviría durante un tiempo para iniciar pronto su carrera militar. En Roma al servicio del cardenal vive una situación "plácida" hasta que de repente solicitan al cardenal información sobre su favorito y este se ve obligado a pedirle información sobre él y su familia. Llegada esta información sus biógrafos señalan que fue plenamente satisfactoria. Lo curioso es que poco después de tener la información en regla, Cervantes le entra un enorme fervor patriótico y deja la buena vida romana para enrolarse como soldado raso en los Tercios Viejos. Un apátrida, perseguido por la justicia castellana, lo deja todo. Para autores como Manuel Fernández Álvarez (2), no hay dudas:  era patrioterismo puro.

A falta de mejor explicación, el traslado a Italia se ha supuesto provocado por un mandamiento judicial de ese año en el que se ordenaba la prisión y destierro de un estudiante llamado Miguel de Cervantes, acusado de haber herido al maestro de obras Antonio de Sigura, además de la pérdida de la mano derecha del afectado. Mal que nos pese, la conjetura no es ni mucho menos descartable, a no ser que nos quedemos a la espera, como sugiere Canavaggio, de descubrir la existencia de “dos Miguel de Cervantes”. Entre tanto, lo cierto es que nuestro autor tuvo ocasión de familiarizarse con la literatura italiana del momento, tan influyente en su propia obra.

El ambiente pontificio no debió de agradarle demasiado, pues hacia 1570 lo abandona para abrazar, durante unos cinco años, la carrera militar, en la que tampoco le sonreiría la fortuna. Supuestamente, se alistó primero en Nápoles a las órdenes de Álvaro de Sande, para sentar plaza después, con toda seguridad, en la compañía de Diego de Urbina, del tercio de don Miguel de Moncada, bajo cuyas órdenes se embarcaría en la galera Marquesa, junto con su hermano Rodrigo, para combatir, el 7 de octubre de 1571, en la batalla naval de Lepanto. Del tiempo de su permanencia en Nápoles es su hijo Prometeo.
Batalla de Lepanto, 1571. Pintura de Ángel García Pino.
Cervantes en la batalla de Lepanto según el pintor Ferrer Dalmau.

Sin duda, luchó más que valerosamente, pese a las fiebres que sufría a la sazón, desde el esquife de la nave, pues recibió dos arcabuzazos en el pecho y uno en la mano izquierda, que se la dejaría inutilizada para siempre. A cambio, quedaría inmortalizado como “El manco de Lepanto” y conservaría hasta su muerte el orgullo de haber participado en “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros” (prólogo al Quijote de 1615).
Registro de Cédula Real de Felipe II ordenando a Lope Giner, pagador de las Armadas en Cartagena para que entregue a cuenta a Miguel de Cerfvantes la cantidad de 50 ducados como ayuda de costa para hacer ciertas cosas al servicio del rey.

Recuperado de sus heridas en Mesina, en 1572 se incorpora a la compañía de don Manuel Ponce de León, del tercio de don Lope de Figueroa, dispuesto a seguir como soldado, pese a tener una mano lisiada. Pero, sin duda alguna, su carrera militar había tocado techo con el reciente nombramiento de “soldado aventajado” y, aunque participa, sin pena ni gloria, en varias campañas militares durante los años siguientes (Navarino, Túnez, Corfú y La Goleta), pasa gran parte del tiempo en los cuarteles de invierno de Mesina, Sicilia, Palermo y Nápoles. Consciente de ello y hastiado de tal modo de vida, unos tres años después, Cervantes decide regresar a España, no sin obtener antes cartas de recomendación del duque de Sessa y del mismo don Juan de Austria, reconociéndole sus méritos militares, con intención de utilizarlas en la Corte para obtener algún cargo oficial. Mal podía imaginar que, muy al contrario, sólo le acarrearían disgustos tales reconocimientos.
Así, en 1575 embarca en Nápoles, junto con su hermano Rodrigo, en una flotilla de cuatro galeras que parten rumbo a Barcelona, con tan mala fortuna que una tempestad las dispersa y precisamente El Sol, en la que viajaban Miguel de Cervantes y su hermano Rodrigo, es apresada, ya frente a las costas catalanas, por unos corsarios berberiscos al mando del renegado albanés Arnaut Mamí. 
Dalí Mamí, apodado "El Cojo".
Los cautivos son conducidos a Argel y Miguel de Cervantes cae en manos de Dalí Mamí, apodado “El Cojo”, quien, a la vista de las cartas de recomendación del prisionero, fija su rescate en 500 escudos de oro, cantidad prácticamente inalcanzable para la familia del cirujano.

Se inicia, así, el período más calamitoso de su vida: cinco años largos de cautiverio en las mazmorras o baños argelinos, que dejarían una huella indeleble en la mente del escritor, a la vez que alimentarían numerosas páginas de sus obras, desde La Galatea al Persiles, pasando por El capitán cautivo del primer Quijote, y sin olvidar El trato de Argel ni Los baños de Argel.

Decía en el Quijote: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres” (Quijote, II, 58).

Sin embargo, Cervantes aprendió pronto a tener “paciencia en las adversidades”, y el “soldado aventajado” no se dejaría doblegar ni abatir fácilmente, como nos consta por la información hecha sobre el cautiverio y por los testimonios recogidos en la Topografía e historia general de Argel, de Diego de Haedo. Muy al contrario, llevó a cabo hasta cuatro intentos de fuga, aunque todos fallidos, pero que prueban sobradamente su temple valiente y su nobleza de ánimo:
“Ya en 1576 huye con otros cristianos rumbo a Orán, pero el moro que los guiaba los abandonó y hubieron de regresar a Argel.
Argel, cueva del jardín del gobernador Hasán Bajá donde permanecieron ocultos cinco meses.
Al año siguiente, se encierra con catorce cautivos en una gruta del jardín del alcaide Hasán, donde permanecen cinco meses en espera de que su hermano Rodrigo, rescatado poco antes, acuda a su liberación. Un renegado apodado “El Dorador” los traiciona y son sorprendidos en la gruta: Cervantes se declara el único responsable, lo que le vale ser cargado de grillos y conducido a las mazmorras del rey.
En 1578 dirige unas cartas a don Martín de Córdoba, general de Orán, para que les envíe algún espía que los saque de Argel, pero el moro que las llevaba es detenido y empalado, en tanto que Cervantes, el responsable, es condenado a recibir 2000 palos, que, sin duda, nunca le dieron.
Sin cejar en el empeño, dos años después procura armar una fragata en Argel para alcanzar España con unos sesenta pasajeros. De nuevo una delación, realizada por el renegado Blanco de Paz, hace fracasar el proyecto de fuga y Cervantes, otra vez, se declara el máximo responsable y se entrega a Hasán, quien le perdona la vida y lo encarcela en sus propios baños”.
Cautiverio de Miguel de Cervantes en Argel.

Desde luego, tan “ejemplar y heroica” conducta merece toda nuestra admiración y elogios, pero ello no es óbice para ocultar lo sorprendente que resulta el trato de favor dispensado por los turcos a nuestro preso, máxime cuando andaba de por medio Hasán Bajá, de cuya crueldad tenemos sobradas pruebas, dispuesto siempre a indultarlo y capaz de pagarle a Dalí Mamí los 500 escudos de oro que pedía por él. Razones hay evidentes para sospechar una relación personal muy especial entre el cautivo y el gobernador de Argel, sin que conozcamos exactamente de qué tipo, ni siquiera recurriendo a las maledicencias de Juan Blanco de Paz. En modo alguno podemos dar por sentada la hipótesis, tan aireada recientemente por la búsqueda de ciertos rasgos de sensacionalismo que impera en nuestros tiempos, de que Cervantes mantuviese relaciones homosexuales con Hasán, basándonos en su oscura relación con las mujeres y en la condición sodomítica de Hasán Bajá. De cualquier modo, sea de ello lo que fuere, lo cierto es que, pese a las calamidades, encontró tiempo para redactar algunos poemas laudatorios, dedicados a dos compañeros de esclavitud (Bartolomeo Ruffino y Antonio Veneziano) y, la "Epístola a Mateo Vázquez". Por fin, el 19 de septiembre de 1580, cuando Cervantes estaba a punto de partir en la flota de Hasán Bajá hacia Constantinopla, los trinitarios fray Juan Gil y fray Antón de la Bella pagan el monto del rescate y nuestro autor queda en libertad. El 27 de octubre llega a las costas españolas y desembarca en Denia (Valencia). Su cautiverio había durado cinco años y un mes.
Creyéndolo noble, sus captores piudieron un elevadísimo rescate y eso prolongó el cautiverio de Cervantes por cinco años y un mes, desde 1575 a 1580.
A través de pequeñas pinceladas se pudo dibujar, de forma difusa y algo empastada, las ramas de un árbol genealógico, incompleto, cargado de datos inexistentes, huidas, deudas y algún adulterio. Unos paisajes que se reflejan, de manera indirecta y metafórica, en los escritos de Cervantes. Como ocurre en El Viaje del Parnaso (1614), un extenso poema que toma como referencia Il Viaggio di Parnaso de Cesare Caporali. En él se describe el viaje que hacen los mejores poetas al Monte Parnaso para visitar a Apolo. Un recorrido que mezcla fantasía con autobiografía y donde el autor deja entrever a través de personajes imaginarios episodios de su propia vida.

En el capítulo octavo describe a Promontorio, su supuesto hijo. Lo único que se sabe de él es que vive y que ejerce de soldado. A su madre, que adopta en el texto el nombre poético de Silena, se le ubica en Nápoles. Así lo describe su pluma:

"Llegáse, en esto, a mí, disimulado/

un mi amigo, llamado Promontorio, /
mancebo en días, pero gran soldado/.
Creció la admiración, viendo notorio/
y palpable que en Nápoles estaba/
espanto a los pasados acesorio/
Mi amigo tiernamente me abrazaba, /
y con tenerme entre sus brazos, dijo/
que del estar yo allí mucho dudaba. /
Llamóme padre, y yo llaméle hijo/
: quedó con esto la verdad en punto/
que aquí puede llamarse punto fijo/
Díjome Promontorio: Yo barrunto, /
padre, que algún caso a vuestras canas/
las trae tan lejos, ya semidifunto. /


Más documentación y fechas existen sobre Isabel de Cervantes y Saavedra (1584-1652), la hija “bastarda” del escritor, consecuencia de la relación extramatrimonial de Cervantes con Ana de Villafranca de Rojas.

La relación amorosa entre Ana de Villafranca de Rojas y Miguel de Cervantes Saavedra, se inicia en febrero de 1584. Él no llevaba ni un año casado, pues contrajo nupcias con Catalina de Palacios el 12 de diciembre de ese año en Esquivias. Ana de Villafranca, en cambio, ya llevaba casada cuatro años con Alonso Rodríguez, con quien se unió en matrimonio el 11 de agosto de 1580. De esa relación clandestina surge la única hija natural del escritor, ya que con Catalina de Palacios no tiene ningún hijo. Tras la muerte de su madre, Ana de Villafranca de Rojas, en 1598, Isabel es adoptada por la familia Cervantes a través de su hermana Magdalena. “En 1599 se puso al servicio de Magdalena, la hermana de Cervantes, por dos años y por 20 ducados; su tía, además, se comprometía a alimentarla, darle techo y enseñarle a hacer labor y coser”, analiza Terrasa.


En la historia de nuestros siglos XV y XVI surge a cada instante la palabra galera. La galera era el barco de guerra, movido por los remos de unos esforzados galeotes, porque sabido es que el viento en el mar es siempre el azar en la navegación, y el azar es un mal aliado del que se mueve en lucha en una batalla.

Galera suena en nuestros oídos hoy a majestad y gloria, pero la gloria ha sido muchas veces, como una máscara que disimulaba un sobrehumano padecer de muchos hombres a lo largo de la historia. La galera en la época tuvo su mayor esplendor cuando reinaba el prudente monarca Felipe II; cuando en Lepanto se escribía una página decisiva en la historia del mundo, quizá la página más cumbrera de nuestra gesta naval y posiblemente una de las más insignes que se produjo en  la  historia de  todos  los  pueblos. Gesta  seguramente debida al  fervor  y  el  interés  de  los  jefes que la dirigían,  pero mayormente propiciada y motivada por el  heroísmo de sus soldados, mantenidos por la tensión prodigiosa de una fe que era guía y sostén para aquellos soldados españoles, los mejores de la etapa más eficaz que tuvo nación alguna jamás; pero esta exaltación milagrosa de fe, valentía y resignación se amansó con lágrimas de muchos hombres; a pesar de que eran hombres duros y difíciles para el llanto.

Cuando la mirada se hace más profunda y reposada, veremos que la galera gloriosa avanzaba sobre el mar  porque la impulsaban unos seres humanos, que remaban ensartados en unas cadenas, amarrados, por las sólidas brancas de hierro, sobre unos bancos a los costados de cada nave; doblados, cuando flaqueaban, por el castigo del látigo que como una anguila que el cómitre bárbaro manejaba y movía con rapidez para sacudirla sobre sus espaldas; y si nuestro mente se empatiza se escurría entre ellos con los gritos de mando y el estruendo ensordecedor de las  chirimías, así se podría oír en lo más bajo de la galera el doloroso gemido,  la  maldición  y  la  blasfemia  de  los esforzados galeotes, que allí tanto sufrían en el fragor de movimiento y de la batalla, sin conseguir la piedad de nadie y sin el consuelo de comprar con su martirio, siquiera las migajas de la fama y gloria, que en caso de victoria, se repartían los demás al mando de la nave.

En libros, que son ya clásicos, se ha explicado lo que era la vida en las galeras. Pero es necesario recordar  ahora como era la vida del galeote, para así explicar  después,  cómo  y  de  qué padecían estos hombres castigados por la justicia con el envío a galeras, y llegar a aquellos infiernos flotantes de los castigados de por vida a una vida inhumana. Algo hablamos de ello en el artículo del gitano Juan de Vargas de Lahiguera, que por no haber obedecido la orden real de que los gitanos se mantuvieran en su lugar de nacimiento, fue castigado con el envío a galeras, donde posiblemente muriera. (http://lahiguerajaen.blogspot.com.es/2016/05/juan-de-vargas-un-higuereno-sellado.html)
No nos confundamos al entender que la comparación con un infierno es exagerada en exceso, si recalcamos en aquellos siglos el inhumano padecer, casi dantesco, de aquellos remeros infelices condenados por la justicia por causas tan diversas. No en vano escribía el doctor Alcalá: “La vida del galeote es vida propia del infierno; no hay diferencia de una a otra, sino que la una es temporal y la otra es eterna”.
Es sabido que las condiciones de vida de los galeotes eran absolutamente dramáticas. Una vez que eran encadenados a los bancos desde los que remaban, en ningún momento a lo largo de la travesía podían moverse de allí. Es decir, en el mismo sitio donde remaban debían también dormir, comer y hacer sus necesidades. Por lo que, como cabe de esperar, sin demasiadas figuraciones, las condiciones higiénicas eran lamentables en extremo. En el mismo banco se compartían inmundicias, fatigas, desalientos, chinches y pestilencia.
Su alimentación consistía en una ración diaria de 26 onzas de bizcocho de galera, una especie de galleta de harina integral dos veces cocida (para evitar que durante la larga travesía criase hongos ni gusanos, cosa que rara vez se lograba). El bizcocho de galera era duro como una piedra, por lo que debían masticarlo remojándolo en una cazuela de habas que llamaban menestra. La cena consistía en una paupérrima sopa hecha con despojos de bizcocho que se denominaba “mazamorra” o “mazmorra”.
Los galeotes eran hombres de una edad comprendida entre los 17 y 50 años, la edad media de los galeotes solía estar entre los 25 y 28 años.

Los  galeotes,  fuesen españoles  o  no,  cumplían  su  sentencia (que habían cambiado por la de muerte) ensartados  en  la  cadena  que  los ataba, en ristras, sobre cada banco, a la nave. Sólo excepcionalmente se les desuncía, sin quitarles  jamás  el  grillete  del  pie.  Tan  excepcionalmente  que aun estando enfermos se les solía curar “en cadena”, y muchas veces el alguacil cortaba los hierros para sacar de la férrea sarta un cadáver, cuya agonía habían presenciado, casi codo con codo, como poco, los dos inmediatos y vivientes galeotes de sus vecinos eslabones. Debajo del mismo banco se echaban a dormir, en plena intemperie, sin otro abrigo que el que les proporcionaba el escasísimo abrigo de su ropa y el capote de sayal.
En el informe del médico de dos galeras refugiadas en Barcelona, en 1719, se refiere que 156 remeros estaban muy enfermos y ocho habían muerto ya, de soportar el temporal de aguas. “La chusma, dice el informe, está muy abatida cayéndoles encima toda el agua, noche y día, por el poco abrigo de este muelle”.
Imaginemos el peligro que tenía que suponer para  la  mísera  y dura vida  de  los  galeotes  el  salir  de  la habitual  inanición  húmeda  de  los  puertos,  ateridos, encadenados y hambrientos para impulsar días y días a la pesada galera, con relativa calma en las navegaciones de ronda y vigilancia entre los puertos; pero con increíble esfuerzo cuando  había  que  huir  del  mal  tiempo en tempestad,  o escapar  del  enemigo  o  acometerle en otros casos.  Entonces  al  grito del  cómitre  de “ropa afuera”, el galeote, desnudo, agarrotado sobre el remo,  y castigado con furia por el látigo del  cómitre,  remaba  con  tanta  desesperación  que  la  argolla  de  los  pies  se  le  clavaba  en  la carne, escupía sangre a cada aliento y no pocas veces alguno quedaba muerto sobre el banco. Un famoso Galeote de Sevilla que escribió su vida en verso, con rasgo sentencioso y popular, decía:
“Varias veces por huir
nos hacen que reventemos;
y en tan crueles extremos,
por alcanzar y seguir,
morimos junto a los remos”.
Muchos morían,  y en muchos casos los galeotes vecinos sentirían envidia de los difuntos, pues ellos tenían que seguir amarrados al duro banco sufriendo con los remos, mientras les quedase un resto del mísero impulso vital hasta llegar a la extenuación.
Eran pocos los galeotes capaces de tomar con filosofía su infortunio y desgracia, pero en algún caso se adopta una filosofía de vida, que parece justificar tal infortunio. Fue el caso de Cosme Pariente, condenado a remar por los sucesos de Aragón, cuando caso de Antonio Pérez. Cosme lleno de ánimo, exclamaba:
“Haré campo ancho
la cárcel angosta,
espuelas los grillos
riendas las esposas,
y, triste o alegre,
viviré sin nota,
para que me sea
la pena sabrosa”.
Bastaría la inacción forzada en el puerto, combinada casi diabólicamente, con el sobrehumano esfuerzo de la navegación en alta mar, para aniquilar de por si la vida de los remeros. Pero a ello se unía la miseria increíble de la alimentación que recibían. La base de ésta, para los que de modo tan atroz tenían que sufrir y trabajar, era el famoso  bizcocho  o  galleta, un  pan  medio  fermentado,  amasado  en  forma  de  torta pequeña, cocido dos veces para secarlo y para evitar la fermentación en las largas travesías.
Réplica del bizcocho o galleta náutica.
No era este bizcocho peculiar de la galera, aunque fue usual en toda la navegación antigua; y, probablemente por su poder calórico,  era  muy superior  como  alimento  al  pan  blanco,  que  algunas  veces,  como  premio  o caridad,  se  intentó  dar  a  los  remeros,  reconociéndose  que,  aunque  “era  de  más  contento  y satisfacción para ellos”, era menos a propósito porque “el bizcocho enjuga más las humedades” que el pan. La razón de esta superioridad estaba, no en lo de las humedades, sino que en la ración de pan blanco era sólo de once onzas, y la de bizcocho, era de veintiséis; en que el bizcocho, por su dureza, obligaba a remojarlo, y a veces, como decía el Galeote de Sevilla, “en la propia agua del mar”; y hoy sabemos la enorme importancia que para el ejercicio muscular tiene la sal común; pero, además, el bizcocho se hacía no con la harina fina, sino con la harina grosera, completa, con el salvado; era, pues, una especie de pan integral que tanto mejora el tránsito intestinal y por ello nos recomiendan hoy los nutricionistas, cuya superioridad higiénica y alimenticia, en contra de lo que se creía entonces, está hoy fuera de toda duda.
De suerte que es posible que, con todo lo que se declamó entre bromas y veras contra el bizcocho, fuera éste un milagroso sustituto de otros alimentos que avaramente se ahorraban de dar al remero para su nutrición.
Al bizcocho se añadía, una vez al día, una calderada de habas, puras y peladas, que estaban mandadas cocer con un poco de aceite en época de abundancia, pero que casi siempre que había restricciones se suprimía tal ingrediente, y entonces se condimentaban las habas tan solo con  agua.  Se  tenía  la  idea  de  que  las legumbres secas eran alimento excepcional, aparte de su baratura, y se preferían las habas por su menor precio. En aquel tiempo las legumbres se dividían en legumbres ordinarias que eran las habas, judías, lentejas y guisantes, y legumbres finas que eran consideradas  el arroz y los garbanzos. Estos últimos fueron  siempre  preferidos  por  los  españoles,  y  así  leemos  en  el  doctor  González  que  “nuestra marinería está acostumbrada al uso de los garbanzos y los prefiere a las demás menestras”; pero el pobre galeote los cataba rara vez. Sólo en grandes solemnidades o en tiempo de faena excesiva se cambiaba el haba por el garbanzo, como ocurrió en la penosa campaña de las Islas Terceras, a instigación del marqués de Santa Cruz, que fue, sin duda, uno de los más humanitarios capitanes de aquel siglo. Lo mismo ocurrió cuando la epopeya de Lepanto. Pero los informes de los técnicos de entonces, que, como los de ahora, encubrían muchas veces, tras de la técnica, la  codicia,  eran  contrarios  al  garbanzo,  como  consta  en  varios de los documentos  publicados.  El mismo mal éxito tuvo el intento de sustituir las habas por el arroz. Tal se deduce de una “carta dando noticia de los inconvenientes que seguían de dar siempre arroz a los remeros”, publicada por Vargas Ponce, en 1680; probablemente, fundada esta vez en hechos positivos y comprobados, pues el arroz a secas y por largo tiempo sabemos hoy que es fuente de enfermedades graves, sobre todo del beriberi, que hasta hace poco ha diezmado a los pueblos de Oriente, alimentados exclusivamente con arroz en su dieta cotidiana.
Galera "La Real " del Puerto de Santa María. Pintura de Ferre Clauzel.
Era el referido bizcocho nada esponjoso, tal como hoy lo concebimos, era una especie de galleta muy dura, por lo que los galeotes viejos esperaban con alborozo ver a los novatos tirarle los primeros bocados, en cuya experiencia de la primera mordida solían dejarse las muelas. Había que remojarlo en el agua o en la menestra de habas para ablandarlo. Aun remojado, muchas veces  llegaba a hacerse imposible de masticar cuando los dientes eran movibles o flojos en una boca descuidada; cosa que en aquellos  tiempos le ocurría invariablemente a todo mortal, en cuanto pasaba de la juventud cualquier vecino de cualquier villa o ciudad; un mal estado de la dentadura que se incrementaba ineludiblemente en los marinos, que sufrían la plaga del escorbuto por la falta de alimentos frescos, el cual, aun en sus grados iniciales de la enfermedad atacaba a la boca, inflamando las encías y desalojándola de toda clase de huesos marfilados tan necesarios para masticar como principio de una buena digestión. Pocos índices más ciertos tendrá el progreso humano que el de la mayor longevidad de la dentadura acompañando los años del que envejece, conforme va avanzando  la civilización. Es la era dorada de los implantes dentales.

En la  pena  de  galeras, todas  las miserias imaginables de enfermedades hacían presa predilecta en el cuerpo de los remeros. Probablemente, unos morían en gran número por tuberculosos, si eran jóvenes, y  de  pura  fatiga,  si  eran  viejos; la  edad  no  eximía  para  ir  al  duro  banco,  como  aquel alcahuete venerable de las barbas blancas que Cervantes inmortalizó. Sin embargo, dada la alimentación  insuficiente  y  las  malas  condiciones  higiénicas  en  que  malvivían,  las  enfermedades  más  frecuentes  eran  las  enfermedades producidas por avitaminosis, donde la  más  conocida  entonces  era  el  escorbuto.  Es  cierto  que  esta  terrible enfermedad, que costó a la navegación muchas más vidas que los huracanes y las guerras, se presentaba sobre todo en los viajes largos, como el de Vasco de Gama, las grandes travesías atlánticas y las expediciones en torno del mundo. Pero, sin duda, la enfermedad se presentaba en sus primeros grados muy frecuentemente en las galeras. La alimentación de los forzados y esclavos privada de vegetales frescos y de frutas, pues así lo confirman muchas de las descripciones de quebrantamiento  de  huesos,  con  granos  y  hemorragias,  que  padecían  estos  infelices;  y,  sobre todo, las llagas y lesiones de boca que, ciertamente, se pueden identificar con las que caracterizan a la estomatitis escorbútica.

La  causa  de  la  espantosa  dolencia,  que  en  unos  días  aniquilaba  a varios centenares  de  hombres robustos,  era,  entonces,  totalmente  desconocida.  Se  suponía  que  era  una  infección  que  se transmitía por la suciedad; y, para evitarla, se desinfectaban los bajeles, raspando su madera con vinagre, o bien se culpaba al aire, que se creía por aquellos siglos el principal conductor de casi todas las epidemias. Nadie había pensado que su causa fuera la falta de la hoy conocida vitamina C o vitamina antiescorbútica, que reside en los vegetales frescos y, sobre todo, en ciertas frutas. Por eso, las grandes epidemias de escorbuto, sobre todo en ejércitos y poblaciones sitiadas, como la famosa que sufrieron las tropas de Carlos V, en Metz, en 1552, se  trataban  por  los  medios  más  extravagantes,  incluso  con el mercurio, que algunos  médicos llegaron a emplear sistemáticamente, acrecentando en número y gravedad las lesiones de la enfermedad con las que producía el pretendido remedio, y acelerando, sin duda, la muerte de los atacados. Como otras muchas veces en la  historia  de  la  Medicina,  la  verdad  no  estaba  en  las  disquisiciones  y  en  las  teorías  de  los pedantes médicos, sino en la sencilla observación de la naturaleza; y fueron simples observadores no médicos los que averiguaron que, casi en unas horas, aquellos marineros moribundos, que no podían tragar, con el cuerpo hecho un puro cardenal, hasta el punto de que aun el transportarlos era difícil, porque al cogerlos en vilo les producía insufribles dolores, se ponían teatralmente buenos, sin más que tomar frutas frescas, o, como dice González, unas simples verdolagas. 
Planta de verdolaga (Portulaca oleracea).

Ni fruta ni verdolagas comían los galeotes; y cuando, asidos a su remo, se quejaban de dolores espantosos en los huesos, que el cómitre interpretaba como tretas para no remar y pretendía curar sacudiéndoles el rebenque sobre la espalda, eran sin duda, muchas veces, pobres enfermos de escorbuto, que acababan, a poco, sus desventuras en el fondo del mar.
Marineros enfermos de escorbuto por falta de vitamina C al no tomar alimentos frescos: verduras y frutas.
Además  del  escorbuto,  los  galeotes  padecían  de  beriberi  y de pelagra, enfermedades íntimamente derivadas de su alimentación monótona y misérrima, sin vitaminas, sin grasa apenas y con ausencia absoluta de toda proteína animal. Sólo el bendito y calumniado “bizcocho”, con su salvado indigerible, les defendía, a duras penas, de la tragedia.

Hay  que  añadir  también la presencia abundante entre los embarcados de  las  enteritis  originadas  por  los  alimentos  corrompidos, y las infecciones que se producían en  aquellos  organismos  como  en  caldos  de  cultivo. Los médicos de entonces describen también en la marinería una enfermedad llamada “pasmo”, que no es otra cosa que el terrible tétanos, adquirido por la infección de las heridas mal curadas, que era, en aquellos siglos, mortal de necesidad.
La alimentación de los galeotes era tanto cualitativamente como cuantitativamente insuficiente para la alimentación de un hombre, que estaba sometido a un gran esfuerzo físico. Además para conseguir su mejor conservación, estas legumbres se tostaban al horno, con lo que se acababa de privarlas de sus escasas e indispensables vitaminas que tenían antes de su tueste. Con los restos del bizcocho se hacía una sopa tristísima, llamada mazmorra, que, por lo menos, calentaba por la noche el estómago de los famélicos galeotes.
La parquedad habitual en cantidad y calidad de esta lamentable comida disminuía  la  ración del galeote  a causa de múltiples y variados pretextos, como  eran los castigos,  individuales  o  colectivos,  que muchas veces se inventaban, por faltas pequeñas, para así poder justificar los apuros económicos que disfrutaba la administración naval  o en otros casos para justificar  la  codicia  irrefrenable  de  unos  administradores sin escrúpulos de conciencia, que se enriquecían con lo que sisaban en la alimentación de los embarcados.
Esta ración era la de los tiempos de descanso en los puertos o de remar en calma. Cuando el trabajo era excesivo, porque había que huir del enemigo o alcanzarle, o cuando estaban los galeotes ateridos por el temporal, la ración aumentaba, en el bizcocho, en las habas del caldero y en el aceite; y excepcionalmente, como en la campaña de las Islas Terceras, al mando del  marqués  de  Santa  Cruz,  se  añadía  vinagre,  cuya  virtud  excitante  era  muy  ponderada  y hasta medio azumbre de vino, que hacía las delicias de los galeotes, que empapaban en él el pétreo bizcocho, corriendo con gusto los riesgos y penalidades de la guerra a cambio del consuelo por el vino recibido.
Cuando no se hacían travesías largas, los galeotes gozaban del privilegio de que su ración estaba relativamente fresca, fondeaban casi todas las noches y era, por lo tanto, fácil el reavituallarlas con alimentos frescos. Era, pues, excepcional el que el pan se “hinchase de gusanos” y el que las legumbres contuviesen “más insectos que harina”, como acontecía en las naos que atravesaban el Atlántico; hasta el punto de que, como nos cuenta Herrera, en el cuarto viaje de Colón, las comidas se hacían sólo de noche para no ver los gusanos e insectos, cocidos o vivos, que venían con el pan o con la menestra; o de que, como en el viaje de Don Álvaro de Mendaña, el agua estaba viscosa por el gran número de cadáveres de cucarachas podridas. No obstante, muchas veces, los galeotes hubieron de protestar por la corrupción de sus alimentos, y  el  citado   Galeote  de  Sevilla nos  habla  de  que  el  pan  de  la  galera  estaba  invariablemente podrido.
También se pudría el agua, aun en cortas travesías, por las malas condiciones de su envasado. Se creía no sólo entonces, sino hasta comienzos del siglo XIX, que esta alteración del agua era un fenómeno natural de la navegación;  “un  mareo”  que  sufría el agua,  como ocurría también con  los  seres  vivos.  El  hecho  es  que  se  volvía  turbia  y hedionda y sólo antes que morir de sed consentían, abrasadas ya las fauces, en beberla los tripulantes. Al cabo de unos días solía aclararse debido a que el progreso de fermentación de las impurezas había finalizado.
Además  de  estas  reducciones injustificables,  se ahorraba en el alimento de los galeotes para otros fines como para fiestas reales, para subvenir apuros de la hacienda pública e incluso para obras de caridad. Los hospitales de Cartagena y de San Juan de Letrán, en el puerto de Santa  María,  con  sus  iglesias  y  con  las  rentas  perpetuas  para  cofradías  y  sufragios,  se construyeron con mermas en los haberes de la gente de mar; y como los remeros no tenían más que su bizcocho y sus habas, les redujeron la cantidad de bizcocho y habas hasta los límites más extremos.
Lorenzo Roa, “mandó estropear” a un galeote, no sabemos por qué falta, ni su gravedad; pero como ahora veremos, cualquier falta por grande que fuese nos parecería pequeña para la magnitud de un castigo tan perverso, castigo que consistió en colgarle de cierta parte muy sensible de su cuerpo una talega con dos balas de cañón, y así lo izaron a la antena, de la que estuvo suspendido durante un cuarto de hora, tiempo de castigo que le bastó para que se desmayase de tan horrible sufrimiento y para que los órganos que servían de atadero a la balas se le pusiesen al pobre castigado “negros como la pez” y se desprendiesen de su cuerpo.

La supresión de la vida, después de lo que referimos, se comprende que fuese para ellos una liberación. Pero, aun la propia muerte, la rodeaban de todo el aparato siniestro de la imaginación más macabra. Como es el caso de la muerte por descuartización del reo por cuatro galeras, que era el procedimiento de los más elegidos por su frecuencia, y así nos los describe, en páginas magníficas, el escritor Mateo Alemán: “Cada nave se alejaba arrastrando un fragmento ensangrentado del mártir”. Por eso, el ahorcarle sencillamente era trato tan de favor, del reo moría lleno de agradecimiento; como  ocurrió  con  el  famoso  Miguel  de  Molina,  el  gran  estafador  y  embustero,  galeote  en tiempos de Felipe IV, que, condenado a ser descuartizado por cuatro potros, el rey, benignamente, conmutó la pena por la horca, y el agraciado, cuya barba le llegaba hasta el suelo, pronunció en la Plaza Mayor de Madrid, mientras le ponían la cuerda al cuello, un largo y elocuente discurso de gracias al piadosísimo rey.

No exageraba. Del castigo del descuartizamiento no se libraron otros muchos, en esta época gloriosa y feroz; entre ellos el demente que asesinó a Enrique IV de Francia, cuyo suplicio fue presenciado alborozadamente por toda la Corte de París, disputándose los más nobles señores el honor de montar los caballos que, a fuerza de látigo y espuela de sus jinetes, consumaron la sentencia, tras dos horas de espantoso martirio. No quedemos sorprendidos por la crudeza del relato del pasado casi reciente, pero así eran nuestros abuelos.

Los galeotes estaban condenados a una inmovilidad casi absoluta, porque la longitud de su cadena les daba sólo libertad para desplazarse por un espacio menor de dos metros. Y la única compensación era el ejercicio marítimo de remar, que puede ser excelente cuando se hace con moderación y con el organismo entrenado en una acción libremente deseada; pero funesto cuando se ejercita en exceso, de un modo exclusivo y con la falta absoluta de compensaciones  higiénicas y alimenticias, las que los sufridos remeros de galera tenían que soportar, en unas condiciones tan duras.

Las galeras llevaban una especie de tienda de lona para proteger a los tripulantes del sol y de la lluvia; pero esa tienda de lona no siempre existían en las galeras, en unos tiempos de pobreza y desorganización bastante frecuentes, eran un amparo del sol y la lluvia muy relativo, aún en el caso de existencia de la lona. Todavía navegando, el ejercicio permitía a los forzados reaccionar mejor contra el tiempo inclemente al quemar sus calorías. Pero en las casi habituales largas estancias en los puertos, si llovía o hacía frío o calor extremos, los infelices encadenados habían de sufrir, días y días, al temporal, medio desnudos en estío, soportando el calor de los hierros, que llegaba a abrasar en los mediodías; o tiritando bajo los bancos, si llovía y helaba.
Por cuanto llevamos dicho, no nos sorprenderá que el estado sanitario  de  las  galeras  fuese  pésimo.  La  mayoría  de  los  desdichados  que  las  tripulaban  no podían soportar aquella vida infernal, y es sabido que, por ello, llegaron a estar tan faltas de voluntarios  que  hubo  de  reclutarse  su  gente  por  la  fuerza,  instituyéndose  por  Carlos  V,  en 1530, la pena de galera para los criminales. Ya en tiempo de los Reyes Católicos eran tan escasos los que, por su propio interés quisieran navegar, que el conocido grupo de hombres que acompañaron a Colón hubo de hacerse, en parte, entre criminales, a los que, a cambio de enrolarse en las carabelas, se les conmutaron las penas que sufrían por sus crímenes. Pero, al crecer, prodigiosamente, el Imperio español bajo los primeros Austrias, la flota requería mucha gente. Los esclavos no eran bastantes y los voluntarios o “bonas boyas” fueron rápidamente menguando, por lo que hubieron de llenarse los huecos con los “forzados del rey”. Al principio, la galera, pena dura, se reservaba  para  graves  delitos;  pero  pronto  las  necesidades  de  la  guerra  fueron  dilatando  la opción de su incorporación, y se enviaba a remar a gentes inofensivas, a simples vagos, como nos lo demuestra el inmortal  capítulo  del  Quijote :  uno  de  los  forzados  que  libertó  Don  Alonso,  iba  a  remar  por cinco años por haber sustraído diez ducados a su dueño; y más detalles nos da el libro de los pobres del gran médico madrileño Pérez Herrera. Ya en tiempo de los últimos Austrias se cazaba por los pueblos y en los caminos a los que no cometían otro delito que no tener trabajo o a los pobres gitanos, objeto tantas veces de las injusticias del Estado español.
La vida de los galeotes era tan cruel, que en los comienzos sólo se aplicaba por corto tiempo. Un año o dos de galeras bastaban para quebrantar la vida de quien no fuera tan fuerte como un roble. A los diez años de vida en galeras no llegaba nadie, y por eso, hipócritamente, se conmutó la pena de galeras a perpetuidad por la máxima de diez años, que equivalía a la muerte; y así lo declaraban los guardias que conducían encadenado a Ginés de Pasamonte, al responder a las preguntas de Don Quijote: “Va por diez años, que es como muerte civil”. Pero llegó a más el rigor de los poderes públicos, pues al final del siglo  XVI mandaron que los galeotes que hubiesen cumplido su condena fueran retenidos en el remo hasta tanto que se encontraban sustitutos, lo cual, a veces, ocurría después de muerto el desdichado detenido.
Para combatir tanto infortunio, la ayuda médica fue tardía y escasa. Los datos inducen a pensar que las galeras llevaron durante mucho tiempo sólo barberos y “cirujanos de heridos”, es decir, profesionales de ínfima categoría, gente sin estudios, dotados de alguna habilidad empírica para bizmar, emplastar y hacer la cirugía menor; que podían ejercer, según la pragmática de 1588, sin más que adquirir un título mediante el pago de cuatro escudos  de  oro.  Y  aun  estos  modestísimos  prácticos  debían  faltar  muchas  veces,  porque  cualquier destino en tierra era preferible al de la galera, en la que sin ninguna dignidad profesional se les obligaba a compartir la vida de privaciones de la chusma, cobrando un sueldo inferior al de los trompetas  y  chirimías.  Entonces,  el  cuidado  de  los  enfermos  se  encomendaba  al  capellán  o  a cualquiera que tuviese afición a curar, que nunca falta, reduciéndose ese cuidado a darles algún alimento y abrigo más; y a vendarles y bizmarles las heridas del modo más elemental.
La presencia del médico a bordo, con su equipo de cirujano mayor y cirujanos menores, no aparece hasta el final del siglo  XVI, y no para las galeras, sino para las flotas de las Indias. La chusma de galeotes y esclavos no merecían tantos cuidados.
No es preciso advertir que las galeras existían en toda Europa; que su vida era igual en todas partes del mundo conocido, y, en modo alguno fue una práctica específica de España, en la que sin duda, se dulcificó el trato a los galeotes, antes que se hiciera en los demás países, con leyes y pragmáticas de cristiana y noble humanidad mucho más benévolas.
Granada 30 de mayo de 2018.
Pedro Galán Galán.
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