PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

sábado, 24 de febrero de 2018

Isidoro Liébana (Orovivo)


Isidoro Liébana Arroyo (Orovivo)

 


El personaje del que hoy nos ocupamos es un hombre muy querido y muy recordado de nuestro pueblo. Desgraciadamente, ya fallecido.
Isidoro se casa con la también higuereña, Pilar García Zafra. Fruto de este matrimonio son sus hijos: Isidoro, Sebastián, Daniel y Pilar.
Parece que el apodo de Orovivo le venía de niño, cuando ya, en la remota infancia, mostraba su mucha valía y agudeza de pensamiento. Igualmente, para situarnos con los apodos, también pertenecía a la familia de los Chorreones.
Isidoro sobresalió en muchos campos, era de esas personas que se les da bien todo lo que hacen. Pero, principalmente destacó y fue su principal medio para ganarse la vida, en la construcción.
Realiza, en los años cincuenta, el campanario de la iglesia antigua (costeado por el matrimonio formado por Sebastián Fuentes Martínez y su esposa María Antonia Galán Pérez). Después siguen trabajando para este matrimonio y les hace una viña en Sierra Morena.
Fuentes (con corbata), a su derecha Isidoro



Seguidamente se hace contratista y trabaja en Albanchez de Úbeda. Isidoro era muy dado a la exageración, siempre impregnada de gracia. Muchas recordaremos en este texto ya que es aleccionador como una persona tan inteligente hacía de la risa y el buen trato con la gente, conocida o no, su modo de vida. En una de las estancias en Lahiguera, viniendo de Albanchez, un familiar que allí tenía a sus hijos trabajando le preguntó, preocupada, por si tenían trabajo para mucho tiempo, la respuesta de Isidoro fue:
Ahora están liados en una piedra de cemento, con ella sola tienen para quinientos años.
Otra obra conocida de nuestro pueblo que hace Isidoro es la ampliación de la iglesia nueva. La obra se levanta en el solar de la carpintería de Solano.
Como anécdota referir que los albañiles hicieron un agujero en la pared para ver el interior del templo. Su interés no era oír misa; era por poder ver el reloj que había y saber la hora. Entonces poca gente tenía reloj, el pueblo se guiaba por las campanadas del reloj del ayuntamiento. Para levantar los altísimos arcos Isidoro idea una solución muy simple: construye un tabique, sobre él apoya el arco y una vez construido quita el tabique. Con esta técnica construye todos los arcos, que sólidos y estables aún permanecen.

En la iglesia trabajaron, entre otros, sus familiares Sebastián, Isidoro y Felipe; Periquete, Felipe el Marqués, Miguel de la Quina, Paco de Caracoles, el hijo mayor de Puelma.

             Se hace agrimensor y, se cuenta que, en una ocasión iba a medir unas tierras cuando se encontró con Tomequiere, que lo invita a probar unas migas recién hechas. Eran las diez de la noche y todavía estaban charlando, sin acordarse de la medición.

            En otra ocasión fue con Ramón de Muria (Hitler) a marcar para plantar un olivar. El diálogo entre los dos era:
Ramón, 3 milímetros a la izquierda Ramón movía la señal… ¡Te he dicho 3 milímetros, no 3 kilómetros. Ramón, medio milímetro a la derecha. Hasta que Ramón, ya sin paciencia, lo mandaba a…

               A Isidoro le gustaba leer el periódico en la barbería que había en la casa de los Cariocos, en la calle que se llamaba Queipo de Llano y hoy Blas de Otero; pocos, entonces, dominaban la lectura. Lo que no sabían los oyentes era que las noticias eran inventadas:
             «Un gran oleaje sacude el Océano Atlántico, olas de más de treinta metros hunden los barcos».
                Uno de los presentes miraba el periódico con cara de asombro, de estupor.
Yo no he visto cosa igual –comentaba –He servido en la Marina, ¡y nunca he visto un barco boca abajo! (Isidoro tenía el periódico al revés).

              «En la Unión Soviética siembran trescientos tractores en la misma besana; con treinta avionetas tirando trigo. ¡A ver quién puede con esa gente».

              Pero perdió toda credibilidad una noche en que se fue la luz y siguió leyendo. También se suspendió la lectura de una novela que leía en una reunión donde deleitaba a un grupo de mujeres con una novela lacrimosa, con las desgracias que leía las hacía llorar y moquear; luego vieron que nada de lo que decía estaba escrito en la novela.

El 13 de diciembre de 1967 se traslada a Cercedilla. Les lleva los bártulos el camión Barreiros de Sebastián el Canillo. Allí es el encargado general de la empresa «Ingenieros Constructores». Realizan una urbanización de apartamentos en el Tomillar. Trabaja para unos sobrinos del que fuera presidente del gobierno Arias Navarro.
De Lahiguera fueron con él los hermanos Timoteo y Manuel Galán, Manuel Serrano (el casero de Manuel García), Luis (Tío la Luz), Manuel y Felipe Martínez Liébana, Cazalilla, Diego Mármol, Juan Sabalete (Juaico), Juan Antonio (Casiano), Julián Zafra (maestro Almazara), Juanillo (el Sordo), Venancio, Manuel Pozo, Isidoro y Felipe Martínez Ruano. También se llevó a obreros de Albanchez. Ganaban once pesetas la hora.

De Cercedilla se va a Móstoles y funda una empresa: «Construcciones Liébana». La mayoría de los obreros que tenía son paisanos y van con él. Tiene jugosas anécdotas como empresario:

En las ocasiones que se enfada porque los albañiles no hacen las cosas a su gusto, se pone a gritar por las calles: «¡El que quiera torpes que vaya a Lahiguera! ¡El que quiera torpes que vaya a Lahiguera… allí apaña un camión de momento!


En otra ocasión su manera de exagerar le salió cara, dijo a uno de sus empleados que metiera ladrillos en una habitación.
¿Cuántos? le preguntó y él, como le vino:
Cuatro mil ladrillos.
Así se hizo y cuando volvió vio la habitación llena de ladrillos.
¡Pero qué has hecho, si no se puede entrar de tanto ladrillo!
Los que me has dicho le respondió. Entonces, Isidoro, salió corriendo y le preguntaban: ¿Dónde vas que tanto corres? Y él respondía: a por todos los albañiles que por ahí vea.

                     Otra vez presumía de su buena organización:
«He construido tres bloques de pisos. Cómo habré hecho de bien los cálculos que me ha sobrado un rasillón».

                    Otras anécdotas que nos muestran sus carácter fueron:

En una ocasión ayudó a arrancar un coche. El dueño le dio las gracias: 
 
                   ¡Qué gracias! Me tienes que dar veinte mil duros.
El pobre hombre se puso con la cara de todos los colores: blanca, roja… Isidoro insistía en los veinte mil duros hasta que le dijo que era una broma, que nada le debía; pero maldita la gracia que le hizo.

                  En circunstancia idénticas, ahora con un camión que no arrancaba, el dueño del mismo dudaba que Isidoro, se había ofrecido a arrancarlo, lo pudiera hacer; ya que el vehículo era muy grande. A lo que Isidoro le dice:

                Vamos a ver, ¿a quién crees tú que llaman cuando un cacharro de esos no arranca? (señalaba los reactores del aeropuerto de Barajas).

              Una vez, y para verlo temblar de miedo, lo subieron en un coche. El coche alcanzó cerca de los 200 km/h. Cuando bajaron le preguntan.

¿Qué te parece mi coche nuevo! ¿Corre?
¿Qué si corre? ¡Pero si esto es una galera vieja?


Se cuenta, no sé si esto es verdad, que en una ocasión se sentó con otros paisanos a tomarse un vaso de vino, no le pusieron tapa y, sacando una navaja, se quitaron los calcetines y se los comieron.

Isidoro era el hombre que ya no tenía frío (estaba en Navaerrada) porque, según él, había aprendido a tiritar.

Y se puso a fumar un cigarro porque «le daba igual durar cuatrocientos años más, que menos».

Isidoro murió en Madrid, sus restos reposan en el cementerio de Lahiguera, su pueblo; donde sus paisanos tanto lo quisieron, todavía admiran su obra, se enorgullecen de él, y lo recuerdan.


Agradeciendo la colaboración de Felipe Martínez Ruano.