PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

viernes, 1 de julio de 2016

Pregón de las fiestas de San Juan 2016


San Juan-2016



Manuel Agudo Gavilán


Vecinos y vecinas de Lahiguera, autoridades municipales. Buenas noches. Permitid que, en primer lugar, me dirija a la Corporación municipal para dar las gracias por tan alto ofrecimiento y decir al Sr. Alcalde que, pese a las reticencias, es para mí motivo de orgullo y a la vez de agradecimiento que me hayáis ofrecido este atril, desde el que compartir con mis paisanos el inicio de una fiesta tan emblemática y esperada para Lahiguera como es la Fiesta de San Juan

Pero dicho esto, quiero agradecer, sin más demora, la presencia aquí esta noche de todos vosotros, paisanos, amigos, higuereños de adopción, de todos los que os encontráis aquí. Y mandar un saludo afectuoso a todos aquellos higuereños que, por un motivo u otro, no pueden estar con nosotros en estas fechas tan señalada. Especialmente a aquellos que un día tuvieron que dejar su pueblo forzados por la necesidad.


Hechos los saludos pertinentes, quiero deciros que lo primero que hice tras aceptar este encargo, fue cavilar acerca de qué os podría contar yo esta noche para no aburriros o, al menos, para salir medianamente airoso del trance. Y digo trance porque, por un lado, hablar aquí no es para mí hablar al público, ni dar una conferencia sobre cosas de mi trabajo a personas extrañas. No, hablar aquí es hablar a gente que conozco y que me conocen de toda la vida. Hablar aquí es hablarle a la gente de mi pueblo. Y eso me merece mucho respeto.


Por otro lado, he aquí la causa de mis reticencias, porque un pregón puede ser muchas cosas; pero la mayoría de ellas de escasa utilidad en nuestros días. Pues pensad que un pregón es, en esencia, el anuncio de algo que se pregona en voz alta en un sitio público, y que su origen se remonta a los tiempos de Roma; si bien, es cierto que el pregonero ha venido cumpliendo su función comunicadora, a través de los tiempos, hasta ya bien mediado el siglo XX.



El pregonero era un empleado público, municipal o de la Corona, que tenía como misión dar a conocer a los vecinos, en nombre del Alcalde o del Rey, aquellas noticias consideradas de interés para la comunidad (las levas, los días de mercado, Bandos, Ordenanzas). Aunque también podía actuar por encargo de los particulares, mediante precio, para divulgar noticias de carácter privado (celebración de bodas, bautizos, fallecimientos, venta de ganado, etc). Se puede afirmar por ello que el pregonero es el primer medio de comunicación masiva de la historia. Sin embargo, basta que echéis un vistazo a vuestros bolsillos (muchos llevaréis un teléfono móvil) para daros cuenta que la función comunicadora del pregonero ha perdido su razón de ser en nuestros días. Las grandes plataformas de comunicación, visual y de audio, las redes sociales como Facebook, o las plataformas de mensajería electrónica gratuita como Wassapp, así lo certifican.


Pensad en que un pregón puede ser también un discurso sobre el santo patrón, elogioso de sus virtudes y de su obra, por el que se anuncia a los vecinos la celebración de unos días de fiesta en su honor y se les invita a participar en ella. Otra función del pregonero con escasa razón de ser, porque ¿a caso alguien de vosotros, vecinos de Lahiguera, considera necesario que un pregonero os anuncie -¡no vaya a ser que se os pase¡- que ha llegado San Juan?. Contestaros vosotros mismos.


Y es que, en realidad, el pregonero de hoy no es más que una manifestación del regustillo que tenemos por algunas figuras tradicionales, a la que mantenemos con carácter ornamental en el pórtico de nuestras fiestas patronales. Por este motivo, porque el pregón no exige un contenido especial para ser pregón, he decidido que el de esta noche no sea un pregón al uso. No os voy a dar aquí noticia de nada transcendente, ni voy a loar a ilustres paisanos, tan lejanos en el tiempo que ya se ocupan de ellos los libros de historia, o algún inquieto cronista local de nuestros días, que me consta que los tenemos, y muy buenos. Tampoco es mi intención, aunque algo hay que contar de él, soltaros aquí un discurso solemne y trascendente, sobre la vida y milagros de San Juan, porque considero que eso no sería un pregón, sería un sermón; y eso no me corresponde echarlo a mi.


Por estos motivos, paisanos y amigos, he preferido que mi pregón consista en compartir con vosotros esta noche unos cuantos recuerdos que estoy seguro van a ser también los recuerdos de muchos de vosotros.


Son recuerdos de San Juan pero sobre todo son recuerdos del pueblo donde se celebraba aquel San Juan, porque un santo fuera de su pueblo es un santo fuera de contexto. Son recuerdos rurales, muy pegados al campo porque Lahiguera de aquellos tiempos era eso, campo Y sobre todo, son recuerdos que quedan ya muy lejos en el tiempo, porque yo vine a este mundo en La Higuera de Arjona cuando corría el año 1958.



Pero antes de iniciar el relato os voy a pedir que cuando ahora me escuchéis utilizar algunos motes no veáis en ello irreverencia ni falta de respeto a los aludidos. Se trata solo de un recurso para nombrar algunos de nuestros paisanos que ya no están entre nosotros y que, probablemente, ni siquiera los más mayores de este ilustre auditorio conseguirían identificarlos si me refiérese a ellos por su nombre de pila. O acaso, alguno de vosotros podría decirme a quien me refiero si os hablo de Sebastian Martinez Galán o de José Martinez Cortijos. Estoy casi seguro de que no.


Sin embargo, si hablo del “Niño Pica” o del “Rojillo” eso es ya otra cosa. ¿verdad?


Vaya pues por delante mi respeto, y un cariñoso recuerdo hacia todas aquellas personas que, no estando ya entre nosotros, las voy a referir aquí por el sobre nombre que un día le asignaron sus propio paisanos, por su mote. Un mote que, como sabéis, en Lahiguera desplaza y sustituye al nombre hasta el punto de que, como si formase parte de la legítima, lo acaban heredando los hijos, bastante antes que las olivas.


Lo primero que recuerdo de Lahiguera de aquellos tiempos es un pueblo que siempre se estaba yendo a alguna parte. En la tienda de “Molinilla”, para la familia “El tito de las telas”; regentada después por García, mi tito Sebastian, escuchaba yo a las mujeres decir frases como las de que “ese se ha ido a Alemania”, que no se quien “se iba a Barcelona”, o que no sé cuantos “se iban a ir a la vía”. Expresiones que yo no comprendía pero que con el paso del tiempo supe que era el modo con que en Lahiguera se describía, sin nombrarlo, el drama de la emigración. Una emigración, por razones económicas, que, como sabéis, actuó sobre este pueblo a modo de epidemia y que redujo sus vecinos a casi la mitad.


Recuerdo, haber visto en alguna ocasión, al camión del “Canillo”, cargando enseres de alguna familia que salía del pueblo hacia otros lugares en busca de una vida mejor, o simplemente en busca de algún lugar donde poder comer. Un camión que, por cierto, también tenía protagonismo singular en un acontecimiento tan festivo y esperado para Lahiguera como era y es la romería de la Virgen de la Cabeza; pues llegando esta fecha ese camión era pertrechado con los bancos de la iglesia, reatados en su caja, y a él subían los peregrinos para salir camino del “Cerro”.



Pasada la Virgen, y andando por el almanaque en dirección a San Juan, nos encontrábamos por el camino con San Isidro. Una fiesta de la que yo era el primer chiquillo en tener noticia de que venía. Y no precisamente porque este fuera santo de mi devoción; al contrario, San Isidro fue un santo del que siempre recelé, hasta que, ya bien entrado en uso de razón, comprendí que porque lo acompañaran en su procesión los guardas y lo asomaran a las afueras del pueblo, no era culpable de que “El Rojillo” nos quitara la pelota si nos pillaba jugando en la era del ayuntamiento, o en cualquier otra; porque decía que nos metíamos en los “verdes”.


No, mi antelación en saber de la llegada de San Isidro era por vivir en frente del ayuntamiento viejo, la actual casa de Juanito, el de “Perrene”, en cuya fachada, a modo de estático y silencioso pregonero, colgaba la celebre “Pizarra del Sindicato”. Una pizarra en la que se anunciaban noticias agrarias para el general conocimiento de los vecinos; pero que acercándonos a la mitad de mayo, y escrito por Julián, el del estanco, lucía con el siguiente rótulo:


“Día 15 de mayo. Festividad de San Isidro Labrador. Fiesta abonable y no recuperable”.


Lo de labrador me quedaba claro; pues que un santo fuera del campo en Lahiguera era lo normal; pero eso de “abonable” me tenía totalmente desconcertado. En mis cavilas llegue incluso a pensar que, al ser San Isidro un santo labriego, el día de su fiesta habría que ir a tirarle abono a los 6trigos. Solo muchos años después, cuando ya en la carrera estudie la asignatura de Derecho del trabajo, supe que el significado de aquella palabreja,”abonable”, no tenía nada que ver con la fertilización de los campos.


Dejado atrás San Isidro y todavía antes de llegar a San Juan nos encontrábamos por el camino con el Corpus Cristi. Una fiesta de la que el recuerdo más vivo que guardo no es en imágenes. Mi recuerdo de aquella procesión es acústico, pero no es la música. Ese recuerdo es, y nunca me he explicado el por qué, las voces de Justa, la de Ildefonso, y de María San Pedro, “La estanquera”, entonando, a grito “pelao”, el “cantemos al amor de los amores, cantemos al Señor”. Recuerdo que, cuando estábamos jugando al “Tope con los cartones” en la puerta de la poleria de mi abuelo Antonio, “El panadero”, y las oíamos cantar, sabíamos que había que dejar el juego porque la procesión había pasado por “EL cerrillo” y venía ya a recogerse por la puerta del cine. El cine Palomares que, como los más mayores recordaréis, de noche era sala de cine pero de día hacía las veces de un austero salón de bodas.


Recuerdo que allí, Ana, la de “Pan blanco” y Juan José, “el Niño de las medias” organizaban y servían un menú a base de “chispillas”; compuesto invariablemente por fiambres, jamón, queso, salchichón, mortadela, “patatillas”, avellanas, aceitunas etc. Por mucho que hurgo en la memoria no consigo recordar la presencia de las gambas en los menús de aquellas bodas. Resol, manta y roscos de baño blanco para los postres y algunos dulces de confitería, traídos de Andujar. Por la tarde, los chiquillos arremolinados en la puerta a ver si alguien nos daba algún dulce.


En fin, pasado el Corpus, recuerdo que se rozaban las eras y que “sacadas” la “cebá” y la habas, ya llegaba San Juan. Una fecha esperada y deseada por todos los higuereños, pero más por unos que por otros. Entre esos unos me encontraba yo, y os voy a decir porqué.
 

Estaba yo porque en aquellos entonces, en la víspera de San Juan, al acabar el desfile de los cabezudos, tenía lugar en la plaza un acto público de reconocimiento al esfuerzo escolar. Recuerdo como Don Isidro, subido en la tarima que servía de escenario a los músicos, iba llamando, por su nombre, a cada uno de los tres escolares que a lo largo del curso habían destacado en la escuela por su conducta, por su asistencia o por su aplicación; en definitiva, por su esfuerzo, y les imponía la correspondiente banda acreditativa. Una banda que estaba dotada con un premio consistente en un par de libros, una caja de colores “Alpino” y otra de rotuladores, de la marca “Carioca. Ni decir tiene que mi impaciencia por San Juan era la llegada de la fiesta pero también porque casi todos los años un servidor pillaba alguna de aquellas bandas. No os podéis imaginar, los más jóvenes, lo que significaba para un chiquillo de entonces tener una caja de rotuladores en su cartera.


Comenzado San Juan mi recuerdo más lejano de la fiesta, no sé si porque realmente es el primero o porque, a fuerza de ver la fotografía en la mesita de noche de mis padres, así lo he creído, es el caballo del retratista.


El caballo del retratista en los arcos de la plaza. Ahí estoy yo, en blanco y negro, con cuatro o cinco años, a lomos de un caballo de cartón y con un cigarro en la mano.


Una fotografía que con el paso de los años me ha hecho caer en la cuenta de un par de cosas. Una, que aquel retratista, con ese caballo de cartón, además de una atracción de feria, era el notario, que por vez primera, para la mayor parte de mi generación, dejaba constancia de nuestra imagen. Porque la fotografía en aquellos tiempos, como casi todo, era un bien escaso. De hecho, esta en el “caballo del retratista” y otra en la escuela, con el globo terráqueo sobre la mesa y el mapamundi a la espalda era, para la mayoría de nosotros, todo el patrimonio fotográfico con que llegábamos a la primera comunión.


Pero sobre todo, esa fotografía me ha hecho caer en la cuenta de la excepcionalidad que representaba San Juan en la vida cotidiana de este pueblo. Aquel San Juan que yo recuerdo era algo excepcional, algo que rompía la rutina del pueblo, pero que no lo paralizaba; porque seguro que muchos de vosotros recordaréis como al recogernos, ya de madrugada, nos cruzábamos en la calle con quienes, montados en sus mulos o en sus borricos, salían a realizar las tareas del campo, porque el campo de Lahiguera, que siempre era duro, llegando esas fechas se volvía además exigente. Porque así lo imponía el ciclo de la cosecha.



Recuerdo que en las inmediaciones de San Juan se empezaba a cosechar el trigo; y aunque ya había alguna máquina segadora, el trigo era segado mayormente a brazo, y hecho gavillas se ataba en haces que después, con ayuda del horcate, eran cargados en las narrias, y barcinados en mulas hasta la era. Empezaba el tiempo de la barcina que, en menor medida, también se hacía con galeras, aunque tiradas igualmente por mulos.



Ya en la era los haces se iban poniendo en círculo y se desataban, se les quitaban los ramales, o “las guitas de máquina” (si es que el trigo se había segado con este ingenio), se “extendía” la parva. Y allí en la era, el trabajo de los mayores se convertía en diversión y ocio para los chiquillos.


Recuerdo las peleas por pillar un sitio en la máquina de trillar que, tirada por una yunta, daba vueltas, casi infinitas, sobre la parva hasta convertirla en paja. Después, los equilibrios sobre el filo de la ganga, para no caer revueltos con la paja cuando se recogía la parva.


Y recuerdo sobre todo, que aquel trabajo de unos y diversión de otros, transcurría en plena siesta. Lo que ha hecho que más de una vez me pregunte, cuando ahora escucho que con 38º nos anuncian una alerta amarilla, que si por aquellos entonces no habría olas ni golpes de calor, porque, aunque te sermoneaban con aquello de “niño no te salgas al sol que te va a dar un jamacuco negro”, que yo recuerde nunca nos pasó nada a ninguno. Y eso que en aquellos entonces, toda la tecnología defensiva que teníamos frente a los rigores de la canícula eran un sombrero de paja y el porrón con agua de los grifos; que estaría fresca o no, dependiendo del porrón, porque las neveras en aquellos tiempos todavía escaseaban en Lahiguera.


Pero como os decía, la fiesta de San Juan que yo recuerdo era algo excepcional, algo que evocaba holganza relativa y diversión extraordinaria. Llegar San Juan era disfrutar de cosas que el resto del año no tenías. La víspera cabezudos, por la mañana diana a cargo de la banda municipal y, algunos, madrugón para ver la rueda de Santa Catalina. A medio día


cucañas y actividades acuáticas en el pilar. Por la tarde tiro al plato, algunos años toros y siempre solemne procesión, en la que el “Jefe”, vestido con su uniforme de gala, pero con su varilla de todos los días, organizaba y mantenía a raya a los paisanos al paso del santo patrón en procesión.


Puestos callejeros, discretísimas atracciones que nos parecían las mejores del mundo: las barcas y las “cunicas” de Manolo, las voladoras, el carrusel, los juguetes de “Cañones”, los coches locos, la caseta de los “tiricos” de Alejandro, (que a mí era la que más me gustaba) un par de turroneros, un vendedor de camarones salados con su canasta bajo el brazo, y la tómbola parroquial.


Por las noches, veladas de baile en la plaza, amenizadas por el grupo musical “los Ases”. Un baile donde recuerdo que las parejas eran sometidas al atento escrutinio de muchas mujeres mayores que, con sus catrecillos plegables sus sillas de aneas rodeaban, desde bien temprano, el recinto de baile para convertirse en cronistas de lo que veían y supongo que también, de lo que creían ver.


La última noche fin de fiestas, con fuegos artificiales y aquel impresionante toro negro de latón, que corría por la plaza echando fuego por los cuernos. En fin, cosas que solo se podían disfrutar en San Juan.


La excepcionalidad que representaba aquel San Juan se comprende mejor si nos paramos a pensar en cómo era el pueblo donde se celebraba, en Lahiguera de entonces. Un pueblo donde se practicaba una agricultura de secano, sin a penas mecanización, con escasa defensa frente a las inclemencias del tiempo. Barro, escarcha y el aire solano en la aceituna, a la que, por cierto se iba y se volvía andando y no “se paraba al cigarro”.


Salitre y pinchazos en el tiempo de los garbanzos, arrancados con la única protección de un calcetín viejo en la mano y de “madrugá,”, antes de que se echara encima la calor. Calor, polvo y mosquitos en la era, donde si el aire ábrego se echaba no se podía encerrar la parva y había que quedarse a dormir para guardar “el pez”.


En fin, una agricultura en la que se daba a los chiquillos participación obligada a edad muy temprana. Si mal no recuerdo el debut infantil en las tareas del campo era por lo general en tiempo de la aceituna, en la “limpia”, quitando terrones y hojarascas en el esportón.


Y todo esto en un pueblo, donde además casi todo escaseaba, pero no porque fuera Lahiguera sino porque en aquel entonces el mundo rural era así todavía.


Por Faltar, faltaba hasta el agua “corriente” en las casas. Recuerdo al Niño Pica con la cuba, tirada por una mula blanca, y su trompeta anunciadora, vendiendo el agua por las calles a peseta el cántaro. O al Chico de la Rita y a Isidoro, el de “acitunilla”, ocupados en el mismo menester pero con agua del Chorrillo, que había quien decía que era la mejor. Aunque, según otros, para los garbanzos como el agua de la Pozuela ninguna. Mi padre, sin embargo, no sé con qué criterio, porque jamás lo ví acercarse a una olla, apostaba, para el cocido, por el agua del Pozo nuevo”.


Pero, en fin, este era mi pueblo, en el que me tocó vivir y donde os puedo asegurar que no solo nunca me aburrí sino que, con lo que había y con lo que faltaba, allí viví una infancia y adolescencia inolvidables.


Llegado a este punto no quiero dejar de resaltar aquí mi pasión, en aquellos entonces, por la arqueología, inoculada a los chiquillos de Lahiguera por D. José Cruz, maestro de escuela que fue en este pueblo. Nunca olvidaré las siestas con aquellos grandes amigos de la adolescencia, Manolín, “La chivirita”, Ildefonso y Mateo Carlos, escarbando en cualquier agujero o madriguera que encontrásemos en la zona de la Mina, o del Pozo Nuevo, en la creencia siempre de que íbamos a descubrir alguna de esas galerías subterráneas por las que se decía que en tiempos, cuando se veían apurados, escapaban los moros de la Atalaya. O aquella vez, amigo Manolín, que nos dijiste que habías localizado, en el cañón del “Cañalizo”, la oliva de cuatro patas en la que estaba enterrado el tesoro del Chorrillo.


Recuerdo que allí nos llevaste una tarde- noche del mes de marzo, mientras el pueblo estaba en las novenas, y con la luz de una mobilette, accionada a pedales para no hacer ruido, estuvimos escarbando hasta más de la media noche. La prueba de que no tenías razón, de que no era esa la oliva es evidente; pues de esto hace más de cuarenta años y ninguno hemos podido dejar de trabajar todavía.


Sin embargo, personalmente, nunca estaré lo suficientemente agradecido a ese pueblo de entonces, tan exigente y poco generoso con sus gentes, pero didáctico y aleccionador como ninguno. Fue el duro presente de aquel pueblo de mi adolescencia el que me señaló la dirección por la que se iba al futuro. Y en esa dirección eché a andar. Fue por el camino del estudio. Pero ese viaje no os lo voy a contar porque no cabe aquí. Deciros sólo que salí de Lahiguera con una pequeña beca en septiembre de 1972, hacia el internado de la Sagrada Familia en Andujar. De ahí, animado por el Padre Martín, cura párroco que fue de este pueblo, pasé a los PP. Paules y luego a Madrid. Allí acabé el bachiller, y con el esfuerzo de mis padres y el mío, me quedé en Madríd a estudiar leyes.


Madrid se convirtió entonces en mi pueblo. Una ciudad que desbordó todas las expectativas y deseos de mi adolescencia. Allí estudié, allí me divertí, aprendí mi oficio, trabajé y en Madrid conocí a Mariló, mi mujer, con la que juntos empezamos a pelear la vida y a rodar por distintos lugares de la geografía.
  


Pero ¡paisanos y amigos¡, yo siempre he sido y me he sentido de aquí, de Lahiguera. Un sentimiento de pertenencia a mi pueblo que fue arreciando con el paso del tiempo y con la distancia, porque con la edad te vas dando cuenta de que allí donde te crías echas unas raíces que nunca te van a dejar escapar. Son raíces invisibles, pero que cuanto más lejos te vas más sientes que te agarran.


Y, paradojas del destino aquel camino del estudio por el que me fui de Lahiguera, fue el mismo por el que muchos años después volví a mi pueblo. A un pueblo totalmente cambiado. Lahiguera a la que yo volví era ya otra. Y era otra gracias al esfuerzo de todos aquellos que os quedasteis y trabajasteis aquí. A todos vosotros os tenemos que dar las gracias los que nos fuimos un día y al volver encontramos un pueblo mejor.


Un pueblo socialmente más cohesionado e igualado, donde expresiones como los de “allí arriba” y los de “de allí abajo”, o los “de las cuevas”, que en tiempos fueron expresiones clasistas y de división social, casi se habían difuminado.


Un pueblo con comodidades, con infraestructuras y con servicios, incluso por encima de los básicos; aunque, como siempre, a los más jóvenes se les quede chico, porque Lahiguera sigue siendo campo. Pero eso sí, un campo, diferente, con más agua, mecanizado, más cómodo, más amable. Un campo, donde ahora, si me permitís la metáfora, el arado es compatible con la pluma.


Contaros a este respecto, como anécdota, no exenta de orgullo y cierta vanidad, que no pocas notas de mi tesis doctoral las escribí en Velillos, en el tiempo de las varetas, y en el cerro de los “Arrecíos”, a donde muchos fines de semana subo para asomarme a la vega del “Salao”, que, los que me conocéis, de sobra sabéis lo que significa para mí ese río.


Pero bueno, voy a dejarlo aquí porque a estas alturas San Juan debe andar preguntándose que qué pasa con él, con su noche. Así que, como cierre de esta mi comparecencia, voy a esbozar unas breves notas sobre nuestro santo patrón y su fiesta. Y digo breves porque quien tenga inquietud por tan insigne figura va a encontrar más y mejor explicación de él en el Libro de los Libros. Eso si, teniendo cuidado de no confundirse porque en la Biblia hay dos Juanes. El de esta noche, San Juan el Bautista, nuestro patrón. Y el otro Juan, el Evangelista que aunque también sea santo de nuestra devoción, en Lahiguera lo reservamos para tiempos de más recogimiento. Es el San Juan de nuestra Semana Santa.


Hecha esta advertencia, deciros ya que la figura de San Juan Bautista ocupa un lugar importante en el Nuevo Testamento. Según San Lucas, nació a finales del siglo I antes de C. en la región de Judea, fue hijo de Zacarías, un sacerdote del templo, y de Isabel, una pariente de la virgen María. Pasó los primeros años de su vida en el desierto, donde llevó una vida austera y llena de privaciones, e inició su ministerio público en tiempos del emperador Tiberio. Se considera que fue jefe de la secta judía de los esenios, dentro de la cual había un grupo conocido como los bautistas; así llamados porque practicaban el bautismo ritual mediante la inmersión del cuerpo en el agua. De aquí el sobre nombre del Bautista que acompaña a nuestro santo patrón. Predicó de manera itinerante en la región de Judea y en los pueblos de la ribera del río Jordán, murió decapitado por orden de Herodes Antipas en el año 28 de nuestra era.


La tradición cristiana lo considera el precursor de Jesús, a quien anunció y bautizó. Pero a San Juan Bautista no solo lo venera el cristianismo sino que es también objeto de culto para otros credos como, por ejemplo, en el Islam, donde es venerado como el profeta que reveló la palabra de Dios.


Pero San Juan Bautista hoy es ante todo el patrón de las fiestas de multitud de lugares, no solo de España sino del mundo. Por eso hablar de San Juan es estas fechas es hablar de fiesta. De fiesta religiosa, pero también de fiesta pagana, porque San Juan es la dos cosas.


Aseguran los historiadores que en el solsticio de verano, que es la puerta astronómica de entrada a esta estación que acabamos de estrenar, el día 21 de junio, tenía lugar en la prehistoria, la celebración de las llamadas fiestas solares. Y señalan como origen de este culto al sol el hecho de que las sociedades primitivas, muy en contacto con la naturaleza, pronto se dieron cuenta de que el sol, a partir de un determinado momento, lucia menos rato cada día, que los días se hacían cada vez más cortos y la noche más larga. Asustados ante esta constatación empezaron a temer que algún día el sol pudiera dejar de salir y que la oscuridad de la noche se apoderara del día. Se les ocurrió entonces, y con esto nació el rito, encender grandes hogueras, en la creencia de que con ellas fortalecían al sol frente a la oscuridad de la noche. Fue en torno a este ritual de las hogueras donde nacieron la magia, las supersticiones, los conjuros y otros tantos rituales propios de la noche pagana de San Juan.


Pero la noche de San Juan es también de tradición cristiana y el fuego está presente en ella, aunque por un motivo diferente. La tradición cristiana adopta el culto pagano e incorpora el fuego a su ritual pero en ella, las hogueras no se encienden para dar culto al sol sino para rememorar el pasaje bíblico de la gran hoguera que, según la tradición, encendió Zacarías, el padre de San Juan Bautista, en alabanza y gratitud a Dios por el nacimiento de su hijo.


La Iglesia católica escogió el 24 de junio, una fecha muy próxima al solsticio de verano, para celebrar en ese día el nacimiento de San Juan Bautista. Y tal vez esta proximidad sea la causa de que en las celebraciones de San Juan aparezcan entremezclados elementos rituales de aquellas fiestas solares, de naturaleza pagana, con elementos propios de la liturgia cristiana. De que en San Juan haya hogueras y haya procesiones, de que haya curas y haya brujas.


En San Juan coinciden pues dos manifestaciones festivas que, pese a su vecindad en el almanaque, son diferentes; tanto en el motivo de culto como en la liturgia de su celebración. La festividad pagana rinde culto al sol y enciende hogueras. La festividad cristiana celebra el nacimiento de San Juan Bautista y lo hace con misas y procesiones. La fiesta pagana tiene como elemento purificador el fuego y la cristiana tiene como elemento purificador el agua. Sin embargo, frente a esas diferencias de símbolos y de liturgia, entre ambas festividades existe un elemento común que las acerca y confunde. Es el hecho de que ambas fiestas, cristiana y pagana, son celebradas por mujeres y por hombres, por seres humanos libres que, en uso de su libertad, eligen vivir la fiesta de San Juan de una manera o de otra, o de las dos, que también se puede. Por hombres y mujeres que comparten un deseo común. El deseo de vivir la fiesta, de comer, de beber de bailar, de vivir los ritos. En definitiva, de pasarlo bien.


Por eso, higuereñas e higuereños esta noche os animo a que, desde el agua o desde el fuego, desde donde cada uno lo sienta, a que viváis y disfrutéis las fiestas de nuestro santo patrón; a que la hagáis excepcional, porque San Juan ha sido, es y será siempre para este pueblo una fiesta excepcional. ¡Viva San Juan! ¡Viva Lahiguera! Vitoreado el Santo Patrón y el pueblo, a este pregonero solo le queda haceros saber que, de orden del Sr. Alcalde, quedan oficialmente inaugurada la Feria y Fiestas de Lahiguera del año 2016 en honor de su santo patrón San Juan Bautista.




En Lahiguera a 23 de Junio de 2016 
 



Manuel Agudo Gavilán.