PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

sábado, 23 de enero de 2016

EN EL AÑO 1838 EN LA VILLA DE LA HIGUERA CERCA DE ARJONA SE PLANTEÓ REALIZAR UN PROYECTO Y PRESUPUESTO DE COSTES PARA COLOCAR PUERTAS DE ACCESO A LA VILLA COMO CERCO SANITARIO, A PETICIÓN DE LA DIPUTACIÓN PROVINCIAL.


LA EPIDEMIA DE CÓLERA QUE ASOLABA ANDALUCÍA LLEVÓ AL CONSISTORIO MUNICIPAL A PROYECTAR UN CERRAMIENTO DE LOS ACCESOS A LA VILLA COMO MEDIDA DE PROTECCIÓN, TAMBIÉN POR  LA GUERRA CARLISTA Y LOS BANDOLEROS.

La carpeta de Actas, correspondiente al año 1838, sólo contiene un acta. Cuyas características de formato y contenido nos disponemos a describir:


En la parte superior del folio timbrado aparece el llamado SELLO DE OFICIO con un formato diferente a los anteriores, este tiene forma rectangular con sus ángulos matados  y en el centro sobresale el Escudo Real con el texto en su perímetro que dice: ISABEL 2ª P. L. G. D- DIOS Y LA CONST. REYNA DE LAS ESPAÑAS.1838.

En la parte izquierda del espacio rectangular aparece escrito: SELLO DE OFICIO y en la parte izquierda 4 MRS. AÑO 1838. 
Nota a tener en cuenta en la trascripción de todas las actas.

En todos los casos la trascripción es literal, si bien se ha procedido a interpretar en algunos casos los textos confusos o ilegibles, a no utilizar las mismas abreviaturas de palabras, en orden a dar claridad al texto redactado y la imposibilidad de transcribir fielmente en la abreviatura la colocación de algunas grafías, a  acentuar las palabras que en muchos casos no figuraban acentuadas; pero siempre se ha respetado la ortografía original, las uniones indebidas de palabras y la redacción del texto en general.
Haciendo una revisión histórica de los hechos comprobamos los siguientes como más destacados del Reino de España en este año de 1838:
Carlos, hermano de Fernando VII y aspirante al trono se casó con su prima y cuñada María Teresa de Braganza el día 4 de enero, y el general carlista Ramón Cabrera tomó la ciudad de Morella y la convirtió en su cuartel general ese mismo día.

El 3 de marzo se recibían noticias de que Zaragoza estaba casi sin protección, así que se envió a unos 3.000 hombres bajo el mando de Juan Cabañero con la misión de saquearla. La noche del 5 de marzo los carlistas entraron en la ciudad, pero tuvieron que abandonarla porque sus habitantes les hicieron frente armados con cuchillos y otros utensilios agrícolas o de cocina, además de tirarles aceite y agua hirviendo desde las ventanas.

El 6 de septiembre la regente María Cristina de Borbón aceptó la dimisión de Narciso Heredia y nombró primer ministro a Bernardino Fernández de Velasco, que trató sin éxito de negociar un acuerdo con Austria, Prusia y Rusia para que retiraran su apoyo a los carlistas. El 8 de diciembre, incapaz de controlar al parlamento, dimitió el primer ministro español Bernardino Fernández de Velasco, que fue sucedido por Evaristo Pérez de Castro.


De este año aparece solamente la siguiente acta:


“Acuerdo…

En la villa de la Higuera cerca de Arjona en veinte y siete días del mes de Enero de mil ochocientos treinta y ocho, reunidos los SS. del Ayuntamiento Constitucional de esta villa con asistencia de mí el Srio.  vieron la Orden de la Exma. Diputación Provincial  de diez y siete del corriente sobre el modo de proceder a la cerca del pueblo la que fue leída por mí el Srio.  y enterados dichos SS. de su contenido acordaron; que se forme espediente a continuación en que se ponga de manifiesto el costo de la obra por cálculo o tasación, el importe de los materiales importe de los jornales y se abra una suscripción en que se imbite al vecindario  para que contribuya, con dinero, jornales, trabajo de piedras digo vestias para deducirlo del total de costos, para lo cual el Maestro Alarife Francisco Ramírez hará las medidas del terreno en que deven taparse las portillos  siguientes.
1º… El de la Posada dejando a esta dentro de muros.
2º… Callejuelas de arriba camino de Jaén en línea recta a la Calle.
3º…Callejuela Camino de Jaén en línea recta al Egido.
4º… Callejuela de la Calle Nueva en línea Recta con la Calle.
5º…Callejuela del Molino de avajo dejando dentro la puerta de este.
Pta. 6º…Callejuela del Cortijo del Caño que tendrá una puerta de dos varas de ancho y será entrada de Jaén y Villanueva.
Pta.7º… Callejuela de las Zaúrdas que tendrá una puerta de dos varas de ancho y será entrada de Andújar.
8º…Callejuela del Santo.
9º…Portillo del Pósito asta el cortijo de Fuentes.
10º… Portillo del Cortijo dicho asta las Casas de Viedma.
11º… Portillo desde la Casa de Viedma a la de Covo.
12º… yd. de las Casa de Covo a la Calle Berdejos.
Pta. 13º…yd. de esta Calle a la Casa de Ramírez que avrá una puerta.
14º… yd. de la Casa de Ramírez a la Yglesia.
15º…yd. desde la torre de yd. a las casas de enfrente.
16º…yd. de las casas de enfrente de yd. a la Casa de la Escuela..
17º… yd. desde la casa de la Escuela al Molino del Vizconde.
18º… yd. desde dicho Molino a la casa de las Monjas
19º…yd.  portillo de los Álamos.
20º…yd. de Morales.
21º…yd. la Calle del Aire.
22º…yd. Callejuela del Orno.
23º… yd. a los arrenales o cuesta del Orno.
Para ello Pérez el Maestro Alarife pondrá una relación del costo de piedra, del de las Aguas, del de las vestias, jornales y el de tres oficiales que llevan la dirección de los tapiales para que pueda ser más rápida la operación y el Maestro Carpintero el Costo de tres pares de puertas de dos varas de ancho y tres de alto y todo echo se de cuenta al Ayuntamiento para acordar lo demás que sea necesario y lo firman de que yo el Srio. de Ayuntamiento doy fe: =
Aparece la rúbrica de Sebastián Pérez.
A primera vista, de la lectura de esta acta se pueden sacar algunas conclusiones sobre el nombre de las calles de aquel año 1838, recordando muchas al posterior callejero de finales del siglo XIX en el año 1889, del que existe un original en el Ayuntamiento. En este plano comprobamos que siendo el núcleo inicial de la población El Castillo y la Tercia y posteriormente el Templo calatravo, no fue el pueblo creciendo hacia el oeste, con buenas posibilidades de expansión, una vez que el cementerio en el norte eliminaba la posibilidad de crecimiento en ese sentido. Desde la época de la Ilustración se consideraban poblaciones saludables las que tenían su cementerio situado al norte, por lo que se puso como norma obligatoria tal orientación con el gobierno de los ilustrados, como medida sanitaria. No era lo mismo que llegara, desde el cementerio, el aire frío del norte, que el aire caluroso del sur con sus rastros de olores, al estar tan cerca de la población. A unos pasos del cementerio había una fábrica de aceite y algo más cerca de la iglesia-templo calatravo, la escuela en la casa del Prior (la primera escuela de la villa) y un convento en la calle Álamos, a espaldas de la Tercia, Castillo y templo, calle que junto a la actual calle Ancha constituía el centro de la población inicial. La calle “Los Álamos” (hoy Doctor Fleming), se considera la calle más antigua, junto con la calle Ancha, al punto que posiblemente en una época inicial fue la más importante de la nueva población. Tenemos referencias de que en una de las casas de esta calle hay un aljibe romano.
Con el tiempo la opción de crecimiento elegida a pesar de las cuestas, y la de mayor expansión se produce en dirección sudeste, de forma muy alargada, hasta el punto de que se configura un perímetro cuadrado alrededor del centro, y después, se produce un alargamiento de la villa hacia la parte más llana en esta dirección este desde la parte sur de este núcleo. Si observamos el plano de la villa comprobamos que trazando una línea desde el principio de la “Cuesta de los Caballos” hasta la cooperativa Sta Clara, encontramos que al norte de la misma, en dirección a Andujar, no había nada edificado. Con lo que podemos deducir la parte nueva de lo construido en el pueblo a partir del año 1889 comparando con la actualidad.
Callejero Decimonónico de La Higuera cerca de Arjona, año 1889.
Se puede comenzar con el primer portillo enumerado, que debió situarse al final de la calle Mesones, hoy Avenida de Andalucía. Una calle donde se situaban los mesones o posadas, a la que llegarían los viajantes de compra y venta de aceite de oliva y cereales o ganados para alojarse, cenar y pasar la noche, o una prolongada estancia según necesidades, a lo largo de su recorrido con bestias, o los arrieros o en algún coche de caballos o esporádica diligencia, que prolongara el paso desde Madrid hacia Córdoba o Sevilla, a su paso por Andújar. Las comunicaciones de aquel tiempo y mucho tiempo anterior generaron la expansión de la villa en la intersección del camino de Jaén y de Villanueva de la Reina, hoy también de Andujar. Desconocemos a la altura de la calle donde pudo estar ubicada la Posada, en este callejero de 1889 se ve una construcción de buenas dimensiones a continuación de la manzana que va desde el Callejón del Marqués del Puente (Jacinto Benavente) hasta el final de la calle Mesones (o sea desde la esquina del actual Ayuntamiento hasta la esquina La Ollera). Resulta curioso que en el proyecto se planteara que se dejen dentro los muros de la Posada. La posada debió estar ubicada al final de la calle Mesones, de forma que cerrara su esquina suroeste con la esquina nordeste de la manzana que iba desde el Callejón de Modesto, después Camino de Jaén, hoy calle Jaén, hasta el final. (El trozo rectangular que se ve en el Callejero.
El siguiente portillo (2º) se colocaría en la Callejuela de arriba de la calle Camino de Jaén en línea recta perpendicular al sentido de la calle en dirección Jaén.
El Portillo 3º cerraría el paso de la Calle Nueva con el Egido.
El Portillo 4º cerraba la Callejuela de la calle Nueva. Entre la esquina de Andrés “El conejillo”  y Mariana la de “Ramitos”.
El portillo 5º se colocaría en la llamada Callejuela del “Molino de abajo” dejando dentro la puerta de este. El molino de abajo debió estar situado a continuación del reducido número de viviendas que había desde la Callejuela de la calle Nueva, hasta la zona de donde hoy esta la fábrica de muebles de Requero y los corralones siguientes. Si observamos la manzana de casas no llega ni hasta lo que hoy conocemos como postigo de Ignacio y Clotilde. Hay que tener en cuenta que a pesar de haber pasado 51 años entre la referencia de este acta de 1838 a 1889 del callejero que reproducimos, el núcleo de casas que debió haber delante del molino que se cita como molino de abajo era muy escaso.
Dejando el recorrido de portillos este-sur que llevaban las autoridades municipales en el acta hasta el 5º portillo, pasamos con ellos a tomar en la primera puerta de dos varas de ancha la Puerta de la “Callejuela del cortijo del Caño” la sexta enumerada en la relación. Si observamos el plano de 1889 comprobamos que la hoy acera de números impares de la actual calle Gran Vía no existía en el año 1838, ya que en el que nos sirve de referencia de 1889 no figura tampoco.
Con el tiempo esa calle evolucionó a espaldas del llamado Cortijo del Caño, que posiblemente tendría molino propio, y que sería propiedad de los Martínez antecesores de “Barba”, y debería estar situado donde, desde hace tiempo, está la entrada de aceituna a la Fabrica de Aceite de Dª Teresa Martínez Lara y D. Antonio Parras, justo al lado del postigo del antiguo cuartel, que también es hoy propiedad de sus herederos.


Cuentan los mayores de nuestra villa, que en ese lugar había un caño muy grande, por lo que de esta circunstancia se generaría el nombre de la casa o cortijo. Parece ser que en los primeros años de la posguerra se tapó todo lo relacionado con el Caño, y se levantó la calle actual, hoy parte final de la calle Gran Vía. Según refieren los antepasados nuestros, D. Antonio Parras levantó la calle para favorecer la facilidad de acceso a sus edificios, con la instalación de la Molina de aceite, levantando un nuevo nivel de calle tal como hoy la conocemos, y parece ser que esto se realizó sin contar con el perjuicio que se ocasionaba, ya en años de posguerra, a los que vivían en la otra acera, cuyas señales de desnivel en la calle son todavía perceptibles por todos los vecinos de la acera de enfrente, la que pertenece a los números impares, que permanecen en el nivel de calle antiguo desde el número 37 de la citada calle hasta el final de la misma en dirección este, y que para subsanar dicho desnivel hubo que realizar en posteriores remodelaciones del escalón en que quedaron las casas por debajo del nivel de la calle. Muchas veces nos habremos preguntado la causa de tal desnivel, que ha perdurado a través de los años; pero  esta debió ser la razón de su existencia, realidad que hoy se puede constatar, y para ello no hay nada más que ver el enorme escalón que existe en la acera de los números impares, donde ha quedado ese escalón como reliquia del pasado. Se deduce que es aquí donde se proyecta una puerta para la salida a Jaén y Villanueva, entre la Callejuela del cortijo del Caño y la parte posterior de aproximadamente la mitad primera de la anterior Calle Mesones, hoy Avda. de Andalucía, en dirección al este.

La segunda Puerta de dos varas de ancha se planificó colocarla en el primer trayecto a la derecha de lo que era la esquina del postigo de la casa de Antonio Gavilán “el panaero” y la parte trasera de la casa de Domingo Pérez, mi bisabuelo materno por parte de mi abuela Francisca Pérez Calero, justo en la esquina de enfrente de la entrada principal al templo actual, titular de la Parroquia. Todo lo demás en dirección norte o dirección a Andujar, no existía en este tiempo. La configuración del perfil trasero, bastante irregular de esa manzana de la calle Llana, desde la esquina de comienzo de la Blas Infante hasta Jacinto Benavente, hace pensar que el nombre de Callejuela de las Zahúrdas se debiera a que en esa zona estarían ubicados esos espacios para la cría del cerdo, aunque cada vecino tuviera el suyo en su casa. Desde esta parte posterior de la calle Llana, el principio de la “Cuesta de los Caballos” en la esquina de Domingo Pérez hasta la cooperativa Sta. Clara, no había nada construido en este año de 1889, al igual que debió estar 51 años antes en el año 1838 que estamos tratando aquí. 
También andamos en la suposición de que la referencia a la Callejuela de las Zahúrdas, se debe referir al llamado después Callejón de Mateico, que daba paso al camino de Andújar. Aquí con ese propósito de facilitar la salida hacia Andujar se colocaría la segunda puerta de dos varas de ancho, que al igual que las otras puertas u portillos se cerrarían a una hora determinada de la tarde-noche, en otros lugares se cerraba a las ocho de la tarde, una vez retornados los agricultores de sus campos, para que no entrasen foráneos que contagiaran el cólera. Paralela a Mateíco y al final de la Llana está el Callejón del Marqués del Puente (Jacinto Benavente), este marqués tenía muchas posesiones de tierras de labor en nuestro término, era uno de los más altos contribuyentes de la villa, quizá por esta razón, a pesar de no inmiscuirse en la política municipal, fuese merecedor en la nominación de la calle a juicio de los regidores municipales, debió ser un reconocimiento a sus aportaciones al Ayuntamiento como uno de los mayores contribuyentes de las arcas municipales. Como una prolongación de la calle del Marqués del Puente esta el Paseo (Pío XII) que va a dar a la Calle Nueva (Calle de la Constitución).
Siguiendo por la calle a la izquierda en dirección contraria a la Calle Nueva, en donde ahora es Manuel de Falla llegamos a la Calle del Huertezuelo.  Por aquí, contaban los antiguos, se llegaba al “albercón”, de los moros, como decían ellos. Sería el paso a la zona que hay al otro lado de la carretera de Arjona la que hay hoy por debajo del campo de fútbol y donde estaba el estercolero de Chamorro, conocido hasta hace poco con el nombre del “Huerto de remolino”, una zona de abundante agua y una tierra buena para criar hortalizas y verduras… que seguramente pudo ser una alquería o rawd “huerto” en siglos anteriores.
Antigua Callejuela del Santo.
Por lo que respecta al 8º portillo se plantea realizarse en la Callejuela del Santo; entendemos que se debe referir a la Callejuela del Posito, que todos conocimos con ese nombre sólo que recortado, llamándola La Callejuela (del Ayuntamiento) porque en la segunda mitad del siglo XIX, el Ayuntamiento se ubicó al lado del Posito, como todos conocimos. La Callejuela del Santo es la que todavía persiste entre el antiguo Posito y el antiguo Ayuntamiento, con una parte cubierta que pertenecía al Posito, casa que todos conocimos después como la casa de Juan Manuel García, padre de Pepe García “Motoroto” (mi tío). En este espacio se creo en unos años el nuevo espacio de poder de la población, estaba la Ermita de Jesús, el Posito y Ayuntamiento y las dos escuelas, una de niños y otra de niñas. Por un lado estaba en principio el poder eclesiástico con la Ermita de Jesús (El Santo); por otro se fue asentando el civil, representado por el Ayuntamiento, que en un principio había tenido su sede en domicilio particulares con una o dos habitaciones alquiladas a Dª Angustias en la casa que fue de Enriquillo, justo donde hoy está la llamada por el pueblo”La plaza del huevo” y que como iniciativa municipal y popular, podría llamarse “Plaza del Beato Blas Palomino”. 

Estamos en la idea de que el poder eclesiástico atrajo a esta zona el resto de las instituciones oficiales, ya que en 1768 se menciona que la población tiene dos ermitas, una de Jesús, la otra de Santa Clara en el camino de Villanueva.



En la fecha de 1826 es la primera vez que se cita la existencia del Posito de “La Higuera cerca de Arjona” por parte de Sebastián de Miñano. Haremos una breve parada en nuestra narración para hablar del mismo, consciente de que, de momento, su estudio no precisa de un nuevo artículo en este blog, a falta de más datos; aunque es posible que algún día sea tratado de nuevo en estas páginas de forma monográfica.
Los positos eran instituciones municipales destinadas a almacenar cereales para su préstamo a los agricultores en épocas de escasez. El pequeño propietario, el arrendatario o el jornalero estaban en mala situación en estos años de la primera mitad del siglo XIX y desde siglos anteriores. Pechaban con las cargas tributarias, las rentas, los diezmos y los derechos señoriales, y tan apenas obtenían beneficio tras el duro y abnegado trabajo del campo. El préstamo que se hacía a los agricultores tenía carácter social y no especulativo. Si se prestaba grano, había que devolverlo “con creces”; y si el préstamo era de dinero, el interés medio que se cobraba oscilaba entre el 3 y el 4 %, que era sensiblemente inferior al del mercado abierto. Y no podía ser de otra forma, ya que quien acudía al posito a pedir prestado lo hacía para paliar el hambre, o para poder sembrar. Así lo establecía la Real Cédula de 2 de Julio de 1792.
En el año 1751 se crea la Superintendencia de Positos, dependiente de la Secretaría de Estado de Gracia y Justicia, que regulará y centralizará toda su administración.


Los positos municipales los administraban los ayuntamientos, y con la creación del posito se pretendía liberar al campesino de sus cargas feudales, dotarlo de instrucción, y repoblar con colonos los espacios despoblados. Se pusieron en cada pueblo bajo el gobierno y administración de una junta compuesta por el corregidor, alcalde mayor u ordinario, un regidor, el diputado más antiguo, el procurador síndico del común y un depositario o mayordomo con asistencia de un escribano elegido por el ayuntamiento. La actividad tradicional de los positos se centraba en la acumulación de granos en tiempo de abundancia, que se prestaban a un tipo de interés bajo a los agricultores en el momento en que los necesitaran, lo que podría paliar las malas cosechas y las crisis de subsistencia.

Casa que fue el Antiguo Posito de La Higuera cerca de Arjona. Ocupaba la casa completa de los dos primeros balcones y la parte superior con ventana del Callejón del Santo, arriba parte de la Casa antigua del Ayuntamiento.

Su administración centralizada data de 1751, pero cambiaron sucesivamente de dependencia y régimen administrativo. En 1792 dependían del Consejo de Castilla. En 1824 pasaron a la Secretaría de Estado de Hacienda. En 1877 pasaron a la administración de los Gobernadores Civiles. Finalmente, desde 1906 se transformaron en bancos de crédito agrícola, aunque dependiendo de organismos oficiales.

En general la gestión se llevaba directamente en cada posito, y de forma bastante satisfactoria. No faltan quejas contra el favoritismo de ciertos mayordomos que repartían los créditos a su antojo, e incluso especulaban con sus fondos; como tampoco falta quien los considera ineficaces: "en la necesidad son inútiles porque faltan, y en la abundancia son gravosos porque sobran".
Desde el año 1751, y mientras dependieron de la Superintendencia, el número de positos aumentó de forma considerable así como sus reservas, fue su mejor momento. Si tomamos como referente el año 1773, los datos totales sobre el número de positos -municipales y píos-, sus fondos en dinero, y sus reservas en grano fueron los que a continuación citamos, estudiados por G. Anes (1).
Datos del año 1773
Número de pósitos: 8.090
Reservas en trigo y harina: 7.261.413 fanegas
Reservas en granos menores: 351.437 fanegas
Fondos en dinero: 43.069.791 reales de vellón
Estos datos suponen un considerable aumento respecto a los existentes en el año 1751, ya que únicamente los pósitos aumentaron en cerca de dos mil instituciones más.

Sin embargo, para conocer realmente la capacidad de crédito habría que establecer una relación entre sus fondos y el número teórico de habitantes beneficiarios. El ya citado G. Anes ha establecido esta proporción para el año 1787, y ha dividido la capacidad de los pósitos de cada provincia por el número de habitantes de éstas; el resultado es un índice que sería el fondo por habitante/año. El índice de Jaén como provincia, es el más alto de toda España en la relación fondo del posito por habitante de la provincia y año, esta es la única manera de calibrar la potencia de sus almacenamientos, resultando que de en esta estadística, la provincia con más fondo por habitante/año era la provincia de Jaén, al tener un índice de 158'57 reales.


Durante su época dorada, los pósitos pudieron satisfacer la demanda de cereales a precios más ventajosos que los del mercado. Pero además dedicaron parte de sus reservas a otros servicios de interés público; pues se contrataron maestros y médicos a sus expensas, y se realizaron obras públicas y de mejoramiento urbano en las villas y ciudades. En este sentido su obra fue muy ilustrada.
Pero al finalizar el siglo XVIII, el intervencionismo militar en el exterior propició la caída y ruina de estas instituciones. Las guerras de finales del XVIII contra Francia primero, y junto a Francia contra Inglaterra después, ocasionaron grandes gastos que el erario público no podía soportar. Hacienda sacó dinero allí donde lo hubiera, y los pósitos enseguida estuvieron en el punto de mira de la maquinaría recaudadora del Estado.
Además de los tributos ordinarios, el Estado les exigió de sus fondos la concesión de unos préstamos extraordinarios. En 1798 fueron 14 millones de reales, y en 1799 fueron 48 millones. Estos y otros préstamos realizados hasta 1808 disminuyeron sensiblemente sus reservas, ya que nunca se devolvieron los préstamos forzados concedidos al Estado.

Años después superado el trauma de la ocupación francesa y la guerra de la Independencia, los pósitos subsistieron, pero nunca fueron lo mismo que en el S. XVIII. Su número se redujo en noventa años en 4.683 de los 8090 del año 1773. Su existencia languidecía poco a poco al tiempo que paralelamente empezaban a surgir otras fórmulas de crédito agrícola.
Los edificios que daban cobijo a los positos, al menos los que han sobrevivido, son en general construcciones muy sólidas. Recuerdo las vigas de hierro, que sostenían el piso de la primera planta de la casa de mis tíos, algo desconocido en el pueblo en mis tiempos de niño.

Quien primero menciona el Pósito de La Higuera cerca de Arjona es Miñano en 1826. Probablemente existiera antes de esta fecha. La fecha como probable de su creación debió de ser en 1751, año en que creció el número de positos en España y su creciente cantidad de los depósitos de cereales en ellos.
Portada del Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal del Doctor Don Sebastián de Miñano.
El 9º Portillo es el que se proyecta desde el Pósito hasta el cortijo de Fuentes. Suponemos que llegaría este portillo hasta lo que es la placeta rellano que hay en la subida, hacia el templo tras la casa de Juan el del agua. En el plano vemos como va disminuyendo de grosor el perímetro de la manzana que va desde la Callejuela del Posito a esta altura que refiero de calle, justo donde hoy termina la calle Ramón y Cajal, hoy por hoy la calle con numeración mas prolongada de la villa. El apellido Fuentes ha sido muy significativo a lo largo de todo en periodo de actas analizado desde el año 1833 a 1875. En numerosa ocasiones Pedro Sebastián Fuentes ha rubricado como Regidos mayor de la villa las actas, cuando no lo ha hecho como regidor de inferior rango en estos años. Por la costumbre hoy perdida de nombrar a los nietos con el nombre del abuelo, supongo que este señor debió ser antecesor de Pedro Fuentes García. Muchos nos preguntaremos hoy ¿Quién era este señor?, por su mantenimiento del nombre y apellido supongo que no lo podrá identificar nada mas que su familia directa, si lo hacen, por lo que acudiremos a la mejor fuente de identificación antigua en el pueblo que es el uso del apodo. Supongo que este señor, que oía de niño muy amigo de mi abuelo Pedro Galán y de D. Antonio Chamorro, era el conocido en el pueblo como “El Pavico”, descendientes que según me informaron familiares suyos, tenían relación familiar retirada con los “Fuentes” de la familia Sebastián Fuentes benefactores de la Torre del templo del Cristo de la Capilla y de la Residencia de Ancianos San Antonio. También hay otros “Fuentes” en el pueblo, y no sabemos si originariamente pertenecían a la misma rama familiar, pero nos inclinamos a pensar que era antecesor de los primeros citados, por la rama de Pedros con primer o segundo apellido Fuentes que se generó. También hay una calle, la Calle de Ildefonso Fuentes. (¿?) En una calle pequeña que nos aparece con nombre y apellido. En el estudio de las actas desde 1833 a 1875 aparece en numerosos casos el nombre de este personaje, un personaje de respeto y considerado como de los altos contribuyentes de la población. En este caso por el nombre se apunta una nueva rama de “Fuentes” también muy conocida en el pueblo, la de Ildefonso.
Llegados a este punto nos encontramos en la encrucijada de que con los nombres de las personas nada se puede localizar…, en ese trayecto estaría ubicado el Cortijo de Fuentes (9º) y desde allí el Portillo 10ª a las Casas de Viedma, el Portillo nº 11 estaría situado entre la Casa de Viedma y la de Covo, para cerrar ese trayecto con el Portillo 12 que iría desde la Casa de Covo a la calle Berdejos.
Si miramos el plano del pueblo de 1889, contemplamos que al llegar a este lugar del Cortijo de Fuentes, el portillo próximo a cerrar, es decir el nº 10, es el que nos haría llegar a lo que hoy es el cruce de Cuatro Caminos, donde estaría la casa de Viedma, ya en la subida desde Cuatro Caminos hacia la hoy redonda que nos lleva hacia arriba hasta la zona del templo calatravo y continua hacia el Charcón como salida de la parte alta del pueblo a Andujar.
Algo más arriba y coincidiendo con el cierre de la calle antes de Las Piedras, por las granes losas que le servían de pavimento, después Canalejas, Capitán Cortés, y hoy de nuevo Canalejas, debió estar la casa de Covo que sería la del portillo nº 11. El Callejón de Covo era un callejón sin salida, estaba situado abajo, junto al lateral de ese pequeño rectángulo que queda a la izquierda de la calle, casi continuación o prolongación de la callejuela sin nombre (porque siempre ha sido testero de casas de un lado y otro sin puertas de domicilios) que viene de arriba, y continúa con una calle cerrada tipo “Salsipuedes” que vemos en otras poblaciones, y que posiblemente fueran el emplazamiento de la muralla medieval, ambos  espacios perpendiculares a calle Las Piedras. Desde esta parte de la calle hacia arriba fueron apareciendo numerosos “silos” que se han encontrado en otras muchas casas de la zona oeste del pueblo hacia la parte norte, la más alta del pueblo. Los silos eran agujeros en la tierra, que parece ser tuvieron distintas funciones, almacenamiento de granos, lugares de ocultamiento en caso de invasión árabe, etc.; oquedades que en muchos casos fueron utilizados finalmente como basureros caseros.
En esa misma dirección hacia arriba y cerrando la siguiente calle en perpendicular estaría la casa de Berdejos en el cerramiento del portillo nº 12. Es la hoy llamada calle Blas Otero, que figura como Calle de Arjona que enlazaba con el Camino de Arjona y la calle de Pelayo. Perpendicular a esta calle la calle Campanario.


Curiosamente la Calle de Pelayo (Blas de Otero), termina en el plano en un altozano. Es curioso que en poblaciones cercanas como Andújar haya numerosos nombres de altozanos, y nosotros sólo tuviéramos éste que no conservamos, que daba también nombre a otra calle, la Calle del Altozano. Es la parte final de la Cuesta o Calle de la Amargura, a un paso del espacio llamado Campillejo que era un espacio abierto donde hoy está la calle Buenavista, el final de la Cuesta de los Caballos y al frente las últimas casas de la Calle los Álamos, hoy Doctor Fleming.


De todo lo anterior no tenemos referencias, aunque sí podemos encontrar en el Callejero Decimonónico que hay una calle que se llama de Cobo, también en esta acta aparece un “Covo” como referencia. En este Callejero de finales del siglo XIX, encontramos el callejón ciego referido, cruzando la calle las Piedras, y después en zig-zag a la izquierda por la hoy Calzada de la Iglesia hacia arriba a la calle Campanario. 
Desde la iglesia hasta la calle Las Piedras aparece con una caligrafía ilegible ¿Calle de la Concordia? Parece un nombre muy actual para los tiempos a que nos estamos refiriendo, es posible que con este nombre se refiera al “Abrazo de Vergara”, que puso término a la Guerra Carlista años antes.
Toda esta parte más alta del pueblo es un espacio con una defensa natural formidable, de forma que en caso de necesidad de protección con pocos medios, una muralla en la parte noroeste y pozos defensivos en el resto bastarían para repeler cualquier ataque o incursión. Es muy posible que desde tiempos prehistóricos, quizá desde el Neolítico este poblamiento fuese de mayor envergadura que el de la Atalaya, y esta supremacía se prolongaría en el tiempo durante muchos años. En este espacio se han encontrado el ya mencionado aljibe romano y abundantes restos ibéricos. No olvidemos que toda la estructura urbana que estamos reflejando en este momento tiene su origen en el siglo XIII, a partir del año 1225 en que de nuevo cayó la aldea en manos cristianas tras la entrega de Al-Bayassi, el rey moro de Baeza, a Fernando III “El Santo” junto a la villa de Andujar con la aldeas de Figueruela y Villanueva. 
Cuando la Orden de Calatrava toma posesión de estas tierras, lo primero que hizo fue construir un castillo y una iglesia.  Las iglesias antiguas tienen todas la dirección este a oeste, por reminiscencias del culto al Sol, colocándose la cabecera del altar orientada al este. Durante gran parte de la Edad Media las iglesias también hacían la función de cementerios. La Tercia presenta esta orientación, existen testimonios que en paredes que tiraron en la parte del oeste, la que daba a la era del castillo, salieron restos humanos y no es de extrañar, la Tercia debió ser la primera iglesia, y los enterrados en la casa de Dios suponían tendrían más cerca la salvación. La puerta del edificio antiguo edificio de esa iglesia es pequeña para poder ser la puerta de un castillo, se requería posibilitar la entrada de caballos y carruajes con facilidad en ella, y por las dimensiones de la misma esto no sería posible, luego eliminemos la idea de que la Tercia son los restos del Castillo que refieren los textos de Eslava Galán. El castillo tenía otro emplazamiento, estaba situado en el espacio que una vez destruido ocupo la llamada “Era del Castillo” (solar del Castillo), en el espacio que hay entre la Tercia y la cabecera del templo calatravo, aunque en la parte próxima al templo debieron estar los restos de los muralla, pues si nos fijamos en la ilustración de esta parte del plano de 1889, en el espacio rodeado de rojo, podemos ver como una parte del muro continúa siguiendo la pared de La Tercia varios metros, ese muro era del castillo. Iglesia (Tercia) y castillo estaban alineados, porque era la misma construcción y de la misma época, construidos por los calatravos.
Detalle de las construciones alrededor del antiguo castillo, del cual en el plano sólo queda el espacio con el círculo rojo.
Por tanto, la Tercia, en su inicio, era la iglesia antigua de nuestro pueblo. No hay que extrañarse que no quede ni una piedra del castillo, se utilizaron las piedras de su estructura para las nuevas construcciones.
La Tercia es un edificio de fachada sólida, muros de mampostería con un vano de arco de medio punto de ladrillo. En el interior, en la parte norte, existían unas arcadas de bóvedas estrechas y arcos apuntados góticos en los que contrastaba la finura de su fábrica con la tosquedad del exterior. Todo derrumbado y al parecer no hay ninguna fotografía que dé testimonio de esta construcción. Desde su origen este edificio ha tenido diversas funciones además de iglesia o cementerio; una sería la de almacenaje del cereal recaudado por aquello del tercio, de ahí el nombre que ha permanecido, la última utilización fue de corral para engorde de cerdos y leñera. Probablemente pasó a manos privadas con la Desamortización de Mendizábal. El Ayuntamiento actual debería hacer un esfuerzo y adquirirlo, que es patrimonio de todos, lo único que hemos heredado de los calatravos, que tanto se llevaron de nuestro pueblo. En realidad nuestro pueblo no despego en el progreso hasta que se libraron de la sisa de los bienes por la Orden de Calatrava.
Cuando surge la necesidad, en el siglo XV, de construir una nueva iglesia, se presenta el problema del lugar. Los edificios religiosos se consideraban que estaban construidos en un “lugar mágico” de ahí que unos se edificaban sobre los cimientos de los anteriores. La nueva iglesia debe construirse los más cerca de La Tercia, en el castillo no podía ser, todavía tenía su función. Ya, en época más tranquila, se hace fuera del pueblo, al otro lado de la muralla. La Higuera de Andujar, estaba fortificada por el Castillo, y rodeada de muralla en una parte en el sector oeste. En 1831 en el Diccionario Geográfico Universal de la Sociedad de Literatos se dice que hay un pozo “extramuros” donde la población se abastece de agua. Y en el Diccionario de Madoz se escribe que la iglesia Sta María de Consolación se encuentra fuera del pueblo. La muralla estaba entre la nueva iglesia calatrava, el Castillo y La Tercia. (Manolo Jiménez, artículo: Callejero Decimonónico).

http://lahiguerajaen.blogspot.com.es/2011/09/callejero-decimononico.html.
Núcleo del poblamiento inicial de La Higuera cerca de Arjona.
Parece claro que este cerramiento que proyecta el expediente propugnado por la Excelentísima Diputación Provincial, plantea hacer cerramientos entre las esquinas de las casas de los señores citados con anterioridad. En algunos de sus posibles cerramientos se tendría en cuenta lo que de aprovechable tendría la antigua muralla en el casco más antiguo de la villa, que suponemos había quedado ya algo dentro de la población y no en el borde, razón que argumento sería la causa de su destrucción.


Para el establecimiento de la Puerta 13ª, suponemos estamos en los alrededores del Templo donde estaría la calle de Berdejos, y en una de las esquinas estaría la casa de Ramírez (citado como Maestro alarife Francisco Ramírez) que debería abrir una puerta. La Puerta 14ª se plantea se realice entre la citada casa de Ramírez y la Iglesia. Aquí se colocaría la tercera puerta de dos varas de ancho, que facilitaría la entrada y salida desde esa latitud para Arjona y Andujar.



Entramos en un capítulo nuevo que es el de la cita de una torre de la Iglesia con las casas de enfrente, para situar la puerta 15ª. Nada conocemos de la existencia de una torre de la Iglesia, que bien podría tener la ubicación que tiene hoy la construida con fecha de terminación el día de la muerte del Papa Pío XII, el 9 de octubre de 1958 (Según me refería recientemente Isidoro Liébana, hijo de su homónimo Isidoro Liébana Arroyo, maestro de obras de la torre, hace poco más de dos meses en Lahiguera.)
La puerta 16ª bien podía estar proyectada a continuación entre las casas enfrente de la torre antigua y la Casa de la Escuela, que sería la primera escuela existente en la villa, con el carácter de escuela parroquial tal como refería en el anterior artículo. Sería una construcción parroquial donde hoy está ubicada la casa del recordado “Cartucho”.


La Puerta 17ª cubriría el espacio existente entre la Casa de la Escuela y el Molino del Vizconde, molino que destruido, sólo conocimos sus ruinas, en el espacio anterior a la entrada al cementerio antiguo, los herederos de los propietarios adjudicaron el terreno a Cartucho, que durante muchos años había pagado la contribución del mismo, perdido en interés de la propiedad por sus legítimos herederos. Era dirección norte la de este cerramiento, el molino del vizconde bien lo podemos situar en la antigua y localizada “Molina”, y entre la iglesia y la Molina, la Escuela de la Villa.


Al otro lado en dirección este del Molino del Vizconde debió haber una casa de las Monjas, allí se ubicaría la puerta 18ª del cerramiento de la villa.  Lo que sigue debió estar al norte en dirección este. La casa de las Monjas y el Portillo del Álamo, del cual por el callejero decimonónico sabemos que en este lugar se sitúa la calle de los Álamos. En la calle Los Álamos, a espaldas de la calle Ancha se colocaría el portillo 19º, después el 20º entre la calle Los Álamos y la calle de Morales. Desde este portillo se pasaría a la calle del Aire, portillo 21º, que felizmente hoy conserva su nombre, y desde la calle del Aire se cerraría con la Callejuela del Horno en el portillo nº 22. La calle del Aire es la que va desde la calle Ancha hasta el inicio de la Cuesta de los Caballos, que aquí es llamada la calle del “Orno”.

La configuración del espacio de la calle Ancha y la calle del Aire es muy diferente de lo que después conocimos, a esa zona abierta se le llamaba Calle del Campillejo (Calle Ancha y del Aire) tal vez el nombre se deba al amplio espacio de campo que aparece hacia abajo, donde se comprueba que todo lo que ahora es calle Buenavista y aledañas no existían. Como se aprecia, gran parte de la calle Ancha está sin edificar. Igualmente está sin edificación la zona que hay hasta la calle Pelayo. 
Finalmente en los arenales o cuesta del Horno se concluiría el cerramiento que se proyectaba aquel año para eludir los contagios de una enfermedad como la epidemia de cólera que diezmó la población de la villa por aquellos años desde 1833 en adelante. 
Con esto se ha cerrado el cerco con el tapamiento de los portillos y la colocación de tres puertas de dos varas de anchas, que se suponía mantendría a la población aislada de los visitantes y foráneos de las poblaciones de su circunvalación o circunvalantes que contagiaban el cólera.           
Por la situación de las dos puertas de abajo, la del Cortijo del Caño y la de la Callejuela de las Zahúrdas, y la de la casa de Ramírez arriba, es fácil predecir que las comunicaciones a rueda se realizaban desde estas tres salidas naturales de la villa para llegada y salida de las diligencias, y que los portillos tendrían un tamaño mucho menor y dedicados exclusivamente al paso de personas.  El portillo, palabra del siglo XIX era tan solo una pequeña puerta que permitía el paso de personas.


Reconozco que quedé algo sorprendido cuando al llegar a la lectura de las Actas correspondientes a este año de 1838, comprobé el contenido del acta única que figura en el Archivo Municipal de Lahiguera. El proyecto parece hoy algo al más que sorprendente, pero tenemos que situarlos en las inquietudes de la población asediada por las incursiones de los militares carlistas, por los bandoleros y sobre todo por la epidemia de cólera morbo, que aconsejaba establecer cordones sanitarios y cerramiento de poblaciones con el fin de eliminar los contagios de la enfermedad; por todo ello no es de extrañar que, a petición de un escrito de la Diputación Provincial de Jaén, llegase a convertirse en un asunto digno de ser tratado por los habitantes de la villa, y las autoridades municipales decidieran poner manos en el asunto, y comenzasen a redactar un expediente en el que se recogieran todos las gastos y circunstancias que hicieran viable,  y realizable tan sorprendente proyecto y así se tomasen medidas para que se proyectase el cerco de la población. Entre la inestabilidad política de aquellos tiempos sólo podía deberse la necesidad del cercado de la población a tres causas, por una parte las incursiones carlistas por Andalucía, tales como la que desarrolló el General Carlista Miguel Gómez Damas por el año 1836, al apogeo del bandolerismo, y a la gran epidemia de cólera morbo que asolaba España y especialmente Andalucía desde hacía ya unos años.
Así pues daremos un repaso a las tres circunstancias, aunque mi opción es que la causa más fuerte fue la expansión del cólera morbo.
En el siglo XIX tuvo lugar el apogeo del bandolerismo, una delincuencia surgida de las cuadrillas de guerrilleros o brigantes en la Guerra de la Independencia que, al terminar, se encontraron sin poderse quedar incorporados al ejército regular del Reino. El reinado de Fernando VII fue especialmente proclive a su aparición, cuando el ejército regular fue sustituido por los Cien mil hijos de San Luís, pagados por el monarca, que no se fiaba de su propio ejército y lo sustituyó por la milicia de los Voluntarios Realistas. Los Voluntarios Realistas eran un grupo de hombres de cada pueblo que a modo de cuerpo militar estaba presente en casi todas las poblaciones del reino; era una fuerza constituida por personal voluntario con  asignación económica que realizaban funciones mixtas entre milicia y policía, siendo destacado su papel en la persecución de las partidas de bandoleros pero  también centrados en la persecución de los elementos liberales defensores de las ideas propugnadas en la Constitución de 1812. Aunque militarmente estaban al mando del capitán general de los ejércitos, dependían sin embargo de los ayuntamientos de las ciudades, villas y lugares, siendo su jefe local, el alcalde. Citando textualmente a Rodríguez Martín, “Los voluntarios nacieron del fervor monárquico y antiliberal de 1823 basados en la total adhesión al trono. Engrosaban sus filas individuos de probado amor al Soberano, buena conducta, reconocida honradez y decididos a defender con las armas el orden imperante. Componían, bajo el carácter de entidad cívico-militar la segunda reserva del Ejército; desde su fundación, gozaban, además de la máxima confianza regia, de un excepcional permiso para ejercer la policía en el interior de las ciudades, poseer un reten donde no existieran fuerzas del Ejército, pedir pasaportes a los extranjeros, celar los establecimientos públicos, concurrir armados al toque de incendios o alarma, acudir al requerimiento de las autoridades locales en caso de necesidad, perseguir y aprehender malhechores o desertores y conducir presos”.
 “Los Voluntarios fueron el brazo armado de la ideología conservadora del absolutismo, la del Trono y el altar”, los absolutistas puros o ultras, anclados en una ideología feudal, adoctrinada por los sectores reaccionarios de la nobleza y por los elementos más fanáticos de la Iglesia.  Se identificaban con una escarapela o divisa que llevaban en el sombrero” (2).


Tras su disolución por la reina Regente, en 1833, muchos de los Voluntarios Realistas se integraron en los ejércitos carlistas para defender la causa de Carlos María Isidro. En su lugar los gobiernos liberales impulsaron  la Milicia Urbana recogida en el Estatuto Real, y más tarde la Milicia Nacional, en 1837. La referida Milicia Urbana fue el pilar básico de la seguridad de los pueblos y sus campos desde ese momento, siendo a la vez policía urbana y rural. Los miembros de la Milicia Urbana eran seleccionados entre los vecinos con probada rectitud, que se habían ganado la confianza de las autoridades locales, en quien depositaron la seguridad de la villa y de los campos.
Junto a la Policía local y la Milicia Nacional, los guardas de campo, se distribuían a diario por  los diferentes pagos del término municipal de la villa, para velar también por la seguridad de los campos, advirtiendo con tiempo sobre la aproximación de partidas carlistas o de bandoleros a la población, de uno u otro signo.



Un análisis mínimo del fenómeno del bandolerismo, precisa necesariamente de su vinculación a la realidad social y económica, que vivió Andalucía a lo largo del siglo XIX. Una realidad claramente definida por el predominio, a todos los niveles, de una nueva clase burguesa acaparadora de tierras, que junto a la pervivencia de la antigua nobleza latifundista, favoreció la consolidación de un modelo de propiedad agrícola socialmente injusto, que vino a dar al traste con cualquier posibilidad de progreso de las clases sociales más débiles, a las que irremisiblemente se les relegó a situaciones de gran pobreza o pobreza extrema, cuando no de autentica marginalidad social. Fue de entre estos estratos más pobres, vinculados por necesidad al trabajo en el campo en régimen de jornaleros, de donde surgen las personas, que forzadas por una situación especialmente adversa, deciden marchar al campo para vivir “al margen de la ley”. Agrupados, se organizan  en partidas, más o menos numerosas, bajo el liderazgo de un jefe ciertamente carismático, al que deben fidelidad y obediencia, procurando actuar casi siempre en defensa de los sectores sociales más débiles de la comarca en la que operan, a los que ya conocían y ayudan económicamente, a cambio de silencio y de obtener su complicidad en los momentos que la  necesitasen para ocultarse o eludir la acción de la justicia. Fue la época de bandoleros como Juan Delgado, los siete niños de Écija, especializados en asaltar cortijos; Diego Padilla, más conocido como Juan Palomo, Jaime el Barbudo, José María Hinojosa, más conocido como el Tempranillo, etc.
José María Hinojosa, conocido como José María El Tempranillo.

No fue extraño por ello que, con el tiempo, aflorase también cierta complicidad entre las partidas de bandoleros de Andalucía y los movimientos liberales progresistas del XIX, con cuya meta de libertad y justicia, para los más necesitados, se verían más identificados los sectores populares del campo andaluz, que lo que podían serlo con el poder absolutista. De este modo jefes de importantes partidas como la del célebre José María Hinojosa “El Tempranillo”,  o Juan Caballero o “Botija” de Torre del Campo ayudaron en los años de mayor actividad  bandolera, entre 1827 y 1832, al triunfo de las intentonas liberales, para desbancar del poder a los gobiernos fernandinos, tan proclives a la consolidación de las viejas estructuras sociales y políticas del Antiguo Régimen y bastante remisos a favorecer procesos políticos de signo liberal-democrático, que fuesen dando mayor protagonismo al pueblo.

Carlos María Isidro pretendiente al trono en septiembre de 1833.

Una nueva amenaza se añadió a las ya mencionadas desde la declaración de guerra por el aspirante al trono Carlos María Isidro, en octubre de 1833. Las pretensiones del hermano del fallecido Fernando generaron un ambiente de contienda civil en gran parte del país con esporádicos episodios de guerrilla en Andalucía, Extremadura y La Mancha.  Ello vino  a empeorar, todavía más, el estado  de miseria de las poblaciones andaluzas que se encontraban al paso del camino que unía Andalucía con la Corte. La cercanía de Sierra Morena propició, además, que las acciones guerrilleras de las facciones carlistas lideradas por jefes como Miguel Gómez, Antonio García de la Parra “Orejita”, “Palillos”, Isidoro, Basilio, Muñoz, y Choclán (Arjonilla), encontrasen escondites seguros desde donde lanzar sus operaciones de sabotaje y saqueo contra estas poblaciones, proporcionando un continuo desasosiego a sus habitantes, y un elevado coste económico a las arcas de los municipios, que tuvieron que sufragar, con provisiones y dinero, los costes de la guerra y las exigencias de los guerrilleros, además de las aportaciones continuas de jóvenes para la milicia. Estas operaciones de acoso las detectamos desde 1834, siendo los momentos álgidos entre 1835 y 1838.

Juan Caballero, El Lero salteador de Sierra Morena.

Era una situación de enquistada penuria económica y falta de libertades públicas, que se iba a sufrir a lo largo de todo el siglo XIX, a través de una serie de coyunturas políticas de gran crisis e inestabilidad, aún más profundas que las hasta ahora vividas, y que empeoraron la vida, ya de por sí bastante penosa, de los jornaleros y pequeños artesanos de las zonas rurales de nuestra Andalucía. Será en este tiempo, cuando resurja el ya antiguo movimiento de rebeldía social tipo guerrillero, con mucha mayor virulencia, y se constituya el fenómeno del bandidaje o de los bandoleros, tal como fueron popularizados en la literatura romántica por los viajeros franceses e ingleses, de visita por nuestra región.

Este periodo histórico que tratamos, fue una etapa de graves dificultades económicas, etapa que traía ya su origen desde tiempo anterior, a consecuencia de los efectos de la guerra de la Independencia contra los franceses y  de la deuda contraída con los banqueros franceses que obligó al pago de los empréstitos tomados años atrás. (3)
Conviene recordar que desde la guerra de la Independencia, las poblaciones ribereñas del Guadalquivir habían sufrido gran merma en sus ya de por sí precarias economías, sobre todo por las fuertes imposiciones tributarias a las que constante mente eran sometidos por la Corona, para contribuir a sufragar los gastos que la contienda bélica carlista generó en el Reino, y la merma de la fuerza del trabajo de la juventud agrícola trabajadora, que en su sector masculino de la población se vio sometido a continuos reclutamientos para la guerra, con la consiguiente pérdida de sus efectivos más  jóvenes y  productivos para el campo.
Las peticiones de ayudas para la guerra fueron una constante a lo largo de 1835 por parte de los gobernadores civiles. En noviembre de ese mismo año, el Gobernador Civil de Jaén.

“invitaba a las corporaciones municipales y eclesiásticas a conseguir donativos voluntarios para el sostén de los defensores del trono legítimo de nuestra adorada Isabel II y libertades patrias y así cooperar con sus intereses al exterminio de la guerra fratricida que nos aflige y en su consecuencia ha decretado se oficie al Sr. Prior de esta parroquia y al Sr. Comandante de armas de la Milicia Nacional, para que cada uno por su parte excite a sus subordinados  a tan santo y grandioso objeto, haciéndolo el Ayuntamiento respecto a las personas acomodadas de este pueblo, y además por medio de un edicto al público, nombrando una comisión en su seno que los manifieste al objeto y reciba las ofrendas que se sirvan hacer”.
Asalto de ladrones a la diligencia de Francisco de Goya.
El Gobernador Civil de Jaén alertaba, el 13 de julio de 1836, a las autoridades de las poblaciones cercanas a Sierra Morena, para que se tomasen todas las medidas y disposiciones, que se crean útiles y necesarias para la conservación del orden y tranquilidad pública en todos los pueblos de la sierra, y en todos los vecinos, hasta el término de dos leguas, aproximadamente unos 15 kilómetros si consideramos la medida de legua más usada en la época. Esta claro que nuestra proximidad a Andujar, Villanueva de la Reina y Marmolejo nos condicionaba muy seriamente.
Asalto a una diligencia.
El Eco del Comercio de Madrid en su crónica firmada en Andújar el 29 de julio de 1836. Decía así:
 “Ayer, como a las tres y media de la mañana, fue cercado el pueblo de Marmolejo, distante legua y media de esta ciudad, por unos 70 bandoleros a caballo al mando de los cabecillas Orejitas, Gabino y Matalauvas, quienes al momento se apoderaron de unos 100 labradores que dormían en el campo. El benemérito comandante de armas y decidido patriota, capitán de la Guardia Nacional de ésta, Don Juan Romeu, apenas recibió el aviso de esta ocurrencia, mandó tocar generala y reuniendo inmediatamente unos 70 u 80 nacionales de la Compañía Volante que hay en ésta, 24 de caballería y tercera de línea, y 8 escopeteros de Andalucía, salió en su persecución para el punto atacado, el que afortunadamente aún no había sido presa de los bandidos. Apenas divisaron a nuestros lanceros huyeron cobardemente llevándose prisioneros a los labradores y se internaron en la sierra donde fueron perseguidos al gran galope, logrando rescatar los prisioneros después de cuatro leguas de marcha, cogiéndoles también infinidad de mantas, sombreros, escopetas, y otros enseres que iban abandonando en su fuga; por cuya precipitación y conceptuar imposible que los caballos pudiesen resistir más, mediante que algunos de ellos murieron reventados, se tocó retirada, la que se efectuó al citado pueblo de Marmolejo, desde donde regresaron a éste, en unión de la infantería”.
En ese sentido la preparación del presupuesto para 1836, en muchos pueblos de nuestra provincia, fue todo un complicado encaje de bolillos para poder atender el gasto corriente y satisfacer, al mismo tiempo, los recursos necesarios para el sostenimiento de la Milicia Local, en aras de la seguridad del pueblo frente a las facciones carlistas y bandoleros.

En el Diario La Estampa se da la noticia de la Expedición de Gómez.

Pocas fechas después, de nuevo la comarca del alto Guadalquivir de Andújar se vio alterada por episodios violentos achacables al conflicto carlista, en esta ocasión provocados por la irrupción en estas tierras del general carlista Miguel Gómez durante los días 28 y 29 de septiembre, conocida como la “Expedición de 1836”. Este tipo de incidentes mantuvieron en alerta  a los pueblos asentados entre el Guadalquivir y Sierra Morena desde septiembre de 1836 al verano de 1837, si bien desde julio ya era temidas las acciones  del cabecilla Orejitas que por su cuenta realizaba diversas operaciones de saqueo para proveer a su partida de bandoleros.

D. Miguel Gómez Damas Jefe Carlista conocido com General Gómez.

El general Miguel Gómez Damas había nacido en Torredonjimeno en 1785; estudiante de Derecho en Granada en su juventud, abandonó los estudios tras el alzamiento contra la invasión de las tropas francesas en 1808, ingresando como subteniente en el ejército y tomando parte en la batalla de Bailén. Defensor acérrimo de las ideas absolutistas, durante el trienio liberal,  comenzó a conspirar contra los sucesivos gobiernos liberales. Con la restauración absolutista, propiciada por la intervención militar de los Cien Mil Hijos de San Luís (1823), Miguel Gómez logra frenar un movimiento liberal en Cádiz que le vale la comandancia de Algeciras, cargo del que será depuesto durante la Regencia de María Cristina por sus ideales antiliberales y absolutistas.

Reina Regente Dª María Cristina..

Cuando estalla la primera guerra carlista en 1834, Gómez se encamina a Navarra para ponerse a las órdenes del general carlista Tomás de Zumalacárregui. Enseguida es nombrado jefe de su Estado Mayor participando en distintos episodios bélicos de la contienda junto al pretendiente al trono don Carlos María Isidro. En junio de 1836 iniciaba una peculiar expedición compuesta por 2700 infantes y 180 jinetes. Partió en dirección a Asturias y Galicia y más tarde a Andalucía,  donde  penetró en la provincia de Jaén por Villanueva del Arzobispo ocupando sin resistencia alguna Úbeda y Baeza, y poniendo en jaque a las poblaciones del alto Guadalquivir como Andújar, Marmolejo y Montoro. Desde Úbeda y Baeza, Gómez se acercó a Bailen, y de Bailen bajó a Andújar, a Pedro Abad y al Carpió y llegó al puente de Alcolea, camino de Córdoba. La fuerza de la Milicia Nacional de Caballería organizada en la provincia para detenerle, nada pudo hacer por conseguirlo por las escasas fuerzas disponibles.
Itinerario de la Expedición del General Gómez por toda España en el año 1836.
En el largo recorrido por España se le habían ido  uniendo gentes de simpatías con la causa absolutista hasta llegar a juntar, en algunos momentos, hasta seis mil hombres. Cuando llegó a Andújar, a final de Septiembre, se presentó con una columna de  más de 1000 hombres. El alcalde Juan Nepomuceno, la Milicia Local y otras personas contrarias al carlismo hubieron de huir hacia Córdoba al no poder poner resistencia con sus escasas fuerzas a los facciosos. Mientras tanto, se hizo cargo del Ayuntamiento una Junta con la misión de conservar el orden público durante la estancia de los carlistas en la ciudad. Gómez “señor y dueño de la situación exigió que se le entregaran doscientos mil reales y raciones de alimentos para su tropa a costa de imponer contribuciones extraordinarias sobre los vecinos. Las cantidades adelantadas a tal fin por los mayores hacendados locales serían devueltas entre 1838 y 1843, mediante un repartimiento o impuesto general conocido como la “exacción de Gómez” que gozó de pocas simpatías entre el vecindario y que a veces fue difícil de recaudar “(4).
Relación de sacrificados por la Partida de Los Palillos en la villa de Orgaz el día 26 de febrero de 1839.
Las exigencias de la expedición de Miguel Gómez  y  del cabecilla Antonio García de la Parra “Orejita”  a las autoridades marmolejeñas, representadas en la persona del alcalde Vicente Orti Criado no fueron de menor calado. En un oficio enviado a la Diputación Provincial un año después de aquellos acontecimientos, julio de 1837, se cuantificaban los daños ocasionados entre julio y septiembre de 1836 por las facciones de Orejitas, y Gómez, y de otras partidas (presumiblemente la de Palillos), en más de 30.000 reales, cantidad a la que ascendieron todas las raciones en alimentos, y las cuantías en metálico exigidas por los rebeldes. Las calamidades que sufrió esta población, dice el alcalde, “van a pesar sobre el corto número de propietarios, exceptuando el labrador de tierras y olivos, comercio, el empleado, el que vive de las rentas,  el ganadero menestral…que por tener la mayor parte de sus intereses dentro de la población, se liberaron de la agresión facciosa que hicieron unos y otros”. Muchas de las aportaciones en metálico o especie, que hubieron de hacer los propietarios marmolejeños más solventes, les fueron luego resarcidas a través de un repartimiento vecinal impuesto a la población en los meses siguientes a verse la localidad cercada  por el cabecilla Orejita, en julio, y  por la facción de Miguel Gómez en septiembre.
La Partida del Palillos junto a otras partidas de La Diosa y Peco , tres escuadrones con 250 caballos que se denominaban los Cosacos el Tajo en Castilla La Mancha.
Otro tanto ocurrió en Andújar durante la presencia de las tropas de Miguel Gómez  con el saqueo de sus tiendas y casas de labor. La casería de Villalba, que el marqués de Falces poseía en el término municipal de Marmolejo, fue saqueada, robándole caballos, grano y dinero por un valor de 66.418 reales (5).
Bandolero andaluz según cuadro de Bellver. 
Las acciones de la guerrilla carlista se iban a intensificar a partir  del verano de 1836. El carlismo obtuvo, no obstante,  algunos adeptos en la provincia de Jaén en sectores vinculados a la iglesia como el obispo Diego Martínez Carlón desterrado por los liberales en 1836 al ser considerado carlista. Este tipo de conflictos  entre Iglesia y Estado, tal como comprobaremos en el texto de Pirala algo más adelante, fueron frecuentes en tanto que la Iglesia se consideraba especialmente perjudicada con la pérdida del patrimonio, que le habían supuesto las desamortizaciones de bienes impulsadas por los gobiernos liberales de mediados del XIX, si bien también hubo otros sectores  del clero secular al frente de las parroquias de pueblos pequeños y ciudades medianas que adoptaron una práctica de apoyo incondicional a la reina Isabel II y su causa liberal.
La confluencia de todos estos factores, asociados a los males endémicos de nuestra pertrecha economía, acabó debilitando, aún más si cabe, los recursos del país. Por todo ello se considera esta etapa de comienzos del segundo tercio del siglo XIX, como la de mayor intensidad del bandolerismo con partidas bien organizadas en nuestras comarca y otras comarcas andaluzas, como fueron las de Juan Caballero, José María el Tempranillo, Botija, o Los siete niños de Écija.
Partida de Bandoleros llegan a una población para su extorsión.
Estos momentos, tan penosos y generadores de situaciones calamitosas entre las poblaciones campesinas, los vamos a encontrar en el periodo de  regencia de María Cristina de Borbón (1833-1840) marcada  por la sublevación de los carlistas, o partidarios del aspirante a la corona Don Carlos (hermano de Fernando VII) que no reconocían como sucesora a la Infanta Isabel. Don Carlos pretendía la continuidad del régimen monárquico absolutista mientras que la opción de la Regente y de su hija, la futura reina Isabel II, (también apoyados por los sectores liberales del país), perseguía  la instauración del régimen democrático liberal, que había nacido en las Cortes de Cádiz en 1812. Se entraba así, en un periodo convulso de guerra civil (1ª Guerra Carlista), entre emergentes partidarios del liberalismo y los deseosos de mantener en el Reino las esencias de la monarquía absolutista, cuyas acciones bélicas de Carlistas, y de saqueo en muchos pueblos de  España y de Andalucía, añadieron miseria y desolación a los sectores sociales anacrónicamente más débiles, siendo especialmente temidas en nuestra comarca las acciones  llevadas a cabo por partidas de  carlistas rebeldes de “Palillos” (los hermanos Vicente y Francisco Rugero); Miguel Gómez, Mariscal de Campo de  Don Carlos; Antonio García de la Parra, el tristemente famoso “Orejita” (otras veces conocido por “Orejitas”), y José Peñuelas. Curiosamente gran número de estos cabecillas carlistas procedían de Ciudad Real y desde allí extendieron sus actividades hacia la provincia de Jaén y Córdoba amparándose en los intrincados laberintos  montañosos de Sierra Morena.
Grupo de viajeros cruzando el paso de Despeñaperros.

El historiador y político liberal del XIX, Antonio Pirala decía así:
“Dentro de la región manchega, la provincia de Ciudad Real sería uno de los escenarios más agitados, donde muchos de los guerrilleros, que habían combatido contra la invasión francesa, volvieron a las armas en apoyo de don Carlos, fuertemente respaldados y aun alentados por el clero, en defensa de un modelo de sociedad que parecía amenazada en sus fundamentos por los principios del régimen liberal tras la muerte de Fernando VII. A este factor religioso y, sobre todo, clerical del carlismo manchego,  hay  que  añadirle,  para  su  comprensión,  la  defensa   de  las tradicionales formas de propiedad, tanto de la eclesiástica como de la comunal de los municipios, objetivo ambas de las medidas desamortizadoras del Estado liberal. Sus militantes son partidas de campesinos, de artesanos y de jornaleros, enardecidos por los párrocos de los pueblos, que actuaban como expertos conocedores del terreno y de la táctica de la guerrilla. En nombre de Carlos V (Don Carlos) levantaban partidas de 100  ó 200 hombres y su primera operación era apresar a los más pudientes de un pueblo, exigirles grandes cantidades y repetir tales hazañas a su paso”.

De ahí que el propio Pirala concluyese que:

“La guerra de La Mancha lo era de vandalismo y surgían diariamente nuevos partidarios que, obrando por su cuenta cada uno, se oponían a toda unión que llevara consigo la subordinación a un jefe. Era el suyo el típico talante guerrillero. Muchos de los hombres de aquella lucha habían sido héroes populares de la Independencia: “El Locho”, Isidoro Mir, “Chaleco”, “Chambergo”, Peco, Doroteo, “La Diosa”, Revenga, Paulino, Zamarra, “El Rubio”, “El Presentado”, “Palillos”, “Orejita”,… Este crecido número de guerrilleros, con su individualismo, su personal sentido de la lucha, su improvisación y su indisciplina, explica los continuos tropiezos de la causa carlista en La Mancha y, en último término, su fracaso y su carácter de lucha marginal…Por eso todo quedaba en acciones muy puntuales, seguidas de retirada a los seguros refugios de las sierras, ese laberinto impenetrable con mansiones subterráneas, con despejadas y naturales atalayas, donde puede acampar un batallón en el mismo terreno en  que otro esté oculto con toda seguridad”.


En general podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que la mayoría de los voluntarios carlistas, al margen de la disciplina de sus jefes, camparon de forma autónoma por amplias zonas del Andalucía y de todo el país dedicados al bandidaje y contrabando, infundiendo miedo e inseguridad entre los vecinos de aldeas, villas, y ciudades, que celosos de la pérdida de sus cosechas y bienes, se guardaban de las ofensivas carlistas, que llegaban a los núcleos de población con el afán de proveerse de medios de subsistencia para toda su numerosa partida.

José María El Tempranillo asalta una diligencia con su partida.
A diferencia de los bandoleros románticos, al estilo de José María el Tempranillo, cuyas tácticas de socorrer al pobre a costa de  los ricos, fueron bien entendidas por la gente del pueblo llano; los guerrilleros carlistas, por el contrario, representaron ser un grupo de hombres con unos fines políticos claramente contrarios a la evolución histórica, que era demandada como una necesidad urgente por las clases populares menos favorecidas del país. Esta debió ser la razón por la que, salvo  en algunos núcleos de población, raramente despertasen las simpatías de los pueblos del valle del Guadalquivir, que captaron que la aspiración de los carlistas y por tanto su causa política, quedaba muy lejana de las preocupaciones del común de la gente, y sus incursiones por los pueblos eran acciones de puro saqueo sin distinción de clases sociales a las que se saqueaba, siendo por ello , especialmente crueles con los desfavorecidos cuyas escasos bienes eran igualmente saqueados. Aunque siempre sabían que los llamados “mayores contribuyentes” eran el objetivo claro de su saqueo y extorsión.
Bandolero de Sierra Morena en puesto de vigilancia.

También hay que resaltar que en toda Andalucía, de gran tradición liberal, esos planteamientos políticos absolutistas, no llegaron a tener el eco deseado por los carlistas, y el pueblo entendió que su paso por los pueblos acabó dando lugar siempre al robo y saqueo de las poblaciones cercanas a Sierra Morena, desde donde actuaron y en donde encontraron seguro refugio tras sus incursiones y rapiñas. Era un planteamiento contrario al que se daba en otras zonas del país de ideología fuertemente carlista, en regiones de fuertes sentimientos forales o nacionalistas como el País Vasco, Cataluña, Navarra o Galicia, donde la causa carlista recaudaría grandes adhesiones porque de hecho suponía la defensa del mantenimiento de sus privilegios. Unos privilegios que se mantienen y desigualan al resto de los españoles ante la ley, situación que en estos tiempos debe desaparecer.
El complicado contexto social y económico existente a la llegada de la Reina regente, María Cristina de Borbón, no podía ser más calamitoso. Una pertinaz sequía arrastrada desde el año anterior, derivó en una situación catastrófica en el campo en el verano de 1834. Las cosechas de cereales apenas pudieron recolectarse y los olivares mermaron considerablemente las expectativas de cosecha. Sin apenas cosechas de cereales que recoger, los jornaleros quedaron sin trabajo avocados a la miseria más absoluta. La falta de pan y demás productos básicos alcanzaron entonces precios elevadísimos y pronto el fantasma del hambre asoló a las familias más humildes de nuestra villa, a pesar de movilizarse el depósito de cereales del Posito y regularse por el Ayuntamiento el precio del pan. Por si fuera poco entre mediados de junio y el finales de julio, se desató una cruel epidemia de cólera morbo llevando a la población a la penuria más extrema. La epidemia se extendió como la pólvora por todos los pueblos de la comarca en donde las víctimas mortales  se contaban por cientos, y los afectados por miles. 
Familia asaltada por cinco bandoleros.
A pesar de considerar la importancia que tuvieron para nuestra villa las incursiones carlistas que hicieron desaparecer en el Ayuntamiento los fondos de impuestos municipales, y del asalto que suponía en campos y población la llegada de los bandoleros, nos inclinamos a pensar que la causa de que la Diputación Provincial de Jaén hiciese la petición de un estudio y proyecto de expediente para el cerramiento de nuestra villa, debió ser la epidemia del cólera morbo que se extendió por Europa, España y Andalucía a partir de 1833, que mantuvo incomunicada Andalucía en largos periodos de tiempo durante estos años. Por considerar que este es el motivo que dio lugar al acta de 1838, nos dedicaremos a su exponer tal problemática como eje central de este artículo.


La epidemia de cólera morbo asoló igualmente a la ciudad de Andújar produciendo estragos entre todos los estratos sociales, inclusive algunas de sus autoridades municipales, como nos apunta Luís Pedro Pérez en “Andújar y el largo siglo XIX”. (6).


El estado de penuria llegó a ser peor en agosto de ese mismo año de 1834,  sobre todo porque junto al fantasma del cólera, se presentaban los fantasmas del paro y del hambre en la población de extremada necesidad, llamada de pobres de solemnidad: pobres, mendigos, jornaleros y pequeños propietarios, todos avocados a perecer por falta de recursos para cubrir sus necesidades básicas. La cosecha de granos había sido nula, encontrándose las eras de los ejidos donde se verifica la saca del cereal con los trillos y aventado, tan limpios como solían estar a fines de septiembre, cuando ya se recogían los pollos de las eras, en años de abundantes cosechas. Las cosechas se habían perdido como se había perdido las simientes enterradas en la tierra en la sementera. El panorama era que casi todos los jornaleros se vieron parados desde los últimos días de la primavera. La cosecha de aceituna pendiente en unos meses también era muy escasa o nula. Por todos estos hechos y circunstancias desgraciados, el hambre estaba ya a la vista y causando sus efectos entre la población de nuestra villa. En unos cuerpos maltratados por una escasa y poco nutritiva alimentación, muchos alimentados de plantas del campo, el hambre también era la causa de que aumentasen los funestos progresos del cólera, entre una población con medidas sanitarias escasas, donde la propagación de la enfermedad encontraba su caldo de cultivo en la escasa higiene y el desconocimiento del origen y etiología de la enfermedad como después veremos.
Cuadro del Bandolero Eulogio Rosas.

Debemos considerar a modo de  primera conclusión, que el fenómeno social del bandolerismo clásico andaluz, que tanto nos afectó en determinados momentos de nuestra historia, fue la respuesta a unas consecuencias  sociales  duras de  las sucesivas leyes  desamortizadoras sobre los bienes  llamados de manos muertas como: capellanías, hospitales y cofradías,  desarrolladas  desde finales del XVIII (1798) por el gobierno de Manuel Godoy, y las promulgadas a lo largo del XIX por gobiernos liberales de signo moderado, sobre los bienes del clero regular impulsada por Mendizábal (1836), y después de los municipios con los bienes comunales y de propios de los cabildos municipales, del ministro Pascual Madoz (1855). En la mayoría de los casos las desamortizaciones supusieron la venta al mejor postor de muchos de estos bienes,  en su mayoría arrendados a los pequeños agricultores, que después casi siempre cayeron en manos de una nueva clase burguesa acaparadora de las tierras desamortizadas. De modo que como después se dijo: “Los pobres siguieron siendo más pobres y los ricos más ricos”.
Dichos procesos dejaron configurada definitivamente una estructura de propiedad latifundista en el campo andaluz con nuevas relaciones laborales, que acabaron arrojando al paro y desolación a una ingente masa de campesinos, antaño ocupados en el cultivo de terrenos arrendados a bajos precios a  órdenes religiosas, así como la pérdida del disfrute de los pastos, leñas,  frutos y cereales de las dehesas de propios y comunes de los municipios de este tiempo, que también eran fuente de alimentación de estos sectores sociales desfavorecidos.


Las leyes desamortizadoras impulsadas básicamente para sanear la hacienda pública en estado calamitoso, favorecieron la formación de la numerosa clase jornalera y campesina andaluza, que desposeída del acceso a los bienes de producción, se vería obligada a mercadear su jornal en la plaza del pueblo al mejor postor, planteando por ello continuas luchas reivindicativas  para poder subsistir dignamente. Otras propuestas lanzadas desde sectores del liberalismo progresista y defendidas por el diputado Flórez Estrada frente al decreto desamortizador de Mendizábal, de febrero de 1836, intentaron evitar la venta de los bienes eclesiásticos a nobles y burguesía adinerada, proponiendo que las tierras se entregasen en arrendamiento, por cincuenta años,  a los mismos colonos que las estaban trabajando para la Iglesia, con posibilidad de renovación del contrato al expirar dicho plazo, pero dichas iniciativas no tuvieron en el Gobierno el éxito demandado por sus patrocinadores, que querían dinero rápido. Esta podía haber sido la esperada reforma agraria, que generaciones de andaluces han esperado a través de los siglos, sin la menor atención de los gobiernos de izquierdas y derechas.

El asalto a la diligencia comenzaba por controlar la carrera de los caballos de la misma.

En nuestra comarca cabe reseñar, a lo largo del XIX, varios acontecimientos relacionados con el bandidaje aunque de naturaleza bien distinta. Por un lado los constituidos por acciones de militares y voluntarios carlistas, entre ellas las comandadas por los jefes carlistas ya mencionados, acciones que se mezclan en el tiempo y espacio geográfico a otras asociadas a un bandolerismo local o regional, de corte más clásico, asociado al contrabando de productos de importación (dicho sea de paso, muy demandados por las clases pudientes de los pueblos  como tabaco, café, y otros productos de lujo), al robo,  y a la extorsión sobre propietarios agrícolas adinerados o viajeros de alta alcurnia (nobles, comerciantes, etc.) que transitaban  las vías de comunicación más importantes en diligencias o a caballo.

La mayoría de las acciones llevadas a cabo por partidas carlistas o bandoleros propiamente  dichos, tuvieron su momento más álgido  en este  corto periodo de tiempo, coincidente con la etapa en que se produce la minoría de Isabel II, tras la muerte de Fernando VII en  septiembre de 1833. Casi siete años de gobiernos liberales de signo moderado tutelados por la reina Regente María Cristina de Borbón (1833-1840), en los que van a tener lugar, como hechos políticos dominantes, la vuelta a la senda política liberal diseñada en Cádiz, con la aprobación  del Estatuto Real en 1834 y la Constitución liberal en 1837, y por otro lado, el levantamiento militar que diera lugar a la primera guerra carlista (1833-1840). Tal como hemos tratado en anteriores artículos en este blog.
Grupo de bandoleros. Litografía de Gustavo Doré.
No sería una hipótesis descabellada imputar el desasosiego e intranquilidad de las autoridades provinciales y locales a  las acciones repetidas de partidas de bandidos como la de los Botija de Torre del Campo (Jaén), capitaneada por Gaspar López “Botija”,  que  encontramos operando  muy activamente entre 1830 y 1831, en el reino de Jaén, sobre todo en su parte sur occidental, y en otras ocasiones, como apunta el historiador José Antonio Martín (7),  en zonas limítrofes con la de Córdoba. Menos probable sería la presencia de la partida del  “Tempranillo” a pesar de textos con resabios de leyenda como el que nos dejó Prosper Merimé en “Carmen. Cartas de España” describiéndonos la presencia del célebre bandolero en una boda campestre en los alrededores de la vecina Andújar. Se tratase de unos u otros no debemos descartar la presencia de grupos de bandidos de procedencia cercana con residencia en los pueblos de nuestra  comarca.
En estos momentos de inestabilidad política y social no parece desechable la opción “de río revuelto y ganancia de pescadores”, para que así pudiera surgir el bandido o bandolero común, sin más ideales que apropiarse de lo ajeno, bandidos sin ideales carlistas, que  como bandidos comunes aprovechasen la ocasión de tal coyuntura, y encontrase también el ambiente apropiado para ejercer sus acciones de robo y extorsión de los propietarios de la comarca, pues en algunos pueblos vagaban por su sierra algunas partidas de ladrones maltratando a los colonos y cometiendo toda clase de robos en las propiedades ajenas, sin que hubiese una propiedad segura en muchas de estas poblaciones.
Bandoleros carlistas preparando su plan de ataque y extorsión en la población.
Hacia mediados de febrero de 1838 se habían concentrado unos dos mil carlistas en Linares, mandados por Vicente Tallada y los hermanos Vicente y Francisco Rugero “Palillos”.  La cercanía de los acontecimientos volvió a despertar la impaciencia y el desasosiego tanto de Andújar como de Marmolejo. En Andújar, por ejemplo, el Alcalde, el 23 de febrero, afirmaba:

“que dichas fuerzas no vienen con otra idea que con la del pillaje o robo de todas clases y a todas las personas sin distinción de colores”.
Se optó por convocar a los miembros de la Milicia Nacional y se decidió estar preparados para una posible invasión.


Una situación similar se repitió durante el mes de marzo cuando los carlistas Basilio García y Vicente Tallada concentraron sus tropas entre Úbeda y Baeza. Allí fueron derrotados en el lugar conocido por el Encinarejo, cerca de Úbeda y Baeza, por las tropas del gobierno liberal constituidas por el Ejército de Reserva, en lo que parece ser fue la mayor batalla contra el carlismo en la provincia de Jaén. Hubo más de 100 muertos y casi 1000 entre heridos y prisioneros (8).


En el país se abría una nueva etapa de gobierno de signo liberal progresista, con la regencia del General Espartero (firmante de la paz), tras la dimisión de la reina regente, que va a perdurar hasta la declaración de la mayoría de edad de Isabel II, el 10 de noviembre de 1843.

De algunos de los jefes carlistas sabemos que acabaron detenidos y ajusticiados, como ocurrió con Francisco Rugero, fusilado el 27 de agosto de 1837 en Almagro, su pueblo natal, a la edad de 50 años. Sobre el final de Orejita circulan dos versiones: una  lo da por asesinado por su propio criado o ayudante siendo su cadáver  expuesto públicamente en Ciudad Real; en otra fuente se dice que murió en octubre de 1838, en el curso de una acción cerca de Mestanza (Ciudad Real).
El cabecilla Choclán (oriundo de Arjonilla) encontró la muerte en Andújar el 31 de julio de 1839, junto al río Guadalquivir, cuando increpaba a un grupo de bañistas, a manos del lancero Pedro Colmenero perteneciente a la compañía de lanceros de Granada. Esta compañía junto a la de lanceros de Sevilla estaba empeñada en la persecución  de las partidas carlistas que quedaban por la comarca. Junto a Choclán murió un miembro de su partida y consiguió huir su comandante Pedro Navarro que buscó refugio en Sierra Morena.

Tarjeta de identidad de Juan Rejano Porras.

Otros muchos cabecillas  tras sufrir prisión fueron indultados si bien su integración en la sociedad isabelina resultó lenta y traumática, volviendo, algunos de ellos, a defender nuevamente con las armas  la causa de Don Carlos en la segunda y tercera guerra carlista.
Después de lo leído, supongo que lo que debería propiciar que desde la Diputación de Jaén se tomara tal iniciativa de cercar la población en 1838, estableciendo puertas que pudiesen ser control de los viajeros y transeúntes, que llegaban a la villa, sería la epidemia de cólera de desde hacia años surgía con episodios más graves en los meses de verano desde los años 1833  y 1834 y siguientes. En realidad entre los años 1833 a 1885 en muchas zonas y comarcas de Andalucía hubo que hacer frente a frecuentes epidemias de cólera morbo. En muchas comarcas el año más fuerte de expansión del cólera fue en 1855, en los que la estadística de fallecidos llegó en un 82% de fallecidos a causa de la enfermedad. Cualquiera que investigue Europa en el siglo XIX, habrá conocido no pocos casos de muertes por cólera. La epidemia diezmó pueblos y regiones enteras por periódicas oleadas de infecciones.
Alertas en la prensa inglesa sobre la enfermedad del Cólera en 1832.

El cólera, enfermedad aguda, diarreica, provocada por la bacteria “Vibrio cholerae”, se manifestaba como una infección intestinal, y la podemos considerar que es básicamente una enfermedad del siglo XIX. Su origen remonta al final de la Edad Media y se ubica en el delta de Ganges, y probablemente es debido a la contaminación del río, ya que el contagio se hace de manera oral, por ingestión de agua o alimentos contaminados por restos fecales.
El desarrollo de la enfermedad es extremadamente rápido y la muerte se puede producir en pocas horas. Se conocen casos de cólera desde la edad Media en la India; la primera descripción nos ha llegado de la mano de Vasco de Gama, quien en sus diarios de a bordo, relata que, en 1503, una epidemia de diarreas cataclísmicas, rápidamente mortales, hizo 20.000 muertos en la ciudad de Calicut, (Calcuta).
En el siglo XIX, las epidemias de cólera traspasan las fronteras de los países asiáticos y llegan, por las rutas comerciales a través de Rusia, a Oriente Medio, para extenderse a toda Europa y a América. Desde 1817, siete pandemias de cólera han asolado el mundo y la última de ellas, iniciada en 1961, todavía permanecía activa: en octubre de 2010, a consecuencia del terrible terremoto que asoló Haití, 1500 personas murieron de cólera y 23000 fueron contaminadas.
Militar enfermo de cólera visitado por un compañero en el hospital.
En esta epidemia surgida a partir de 1833, las medidas tomadas por los alcaldes y los médicos de las poblaciones fueron las siguientes:
Lavar con agua hervida la ropa y las verduras, para evitar contagio.

No salir a tomar el fresco a las puertas de noche como era costumbre en aquella época, sobre todo en verano.

No beber agua, que no hubiera sido hervida previamente.

Usar mucho la cal para encalar las fachadas y los interiores de las casas, las cuadras de los animales y los corrales.

No dejar entrar en el pueblo persona alguna forastera sin control médico.

Se facilitaron dineros a los párrocos, para auxiliar a los enfermos y convalecientes, dándoles las medicinas que había entonces.

Evitar el contacto personal entre vecinos, no abrazarse, ni darse las manos en el saludo

Los tenderos tenían en el mostrador de la tienda un plato con vinagre y el público introducía la moneda en el vinagre y el tendero lo recogía del mismo plato, para no tener contacto con el cliente de la tienda.

Al personal encargado de enterrar a los fallecidos, se le estimulaba con doble sueldo y un litro de aguardiente por cabeza, usando unas parihuelas para el transporte de los muertos desde su casa hasta el cementerio de la Iglesia.
 
Portada del periodico francés L'ILLUSTRATIÓN que muestra el reconocimiento a un enfermo de cólera en España.
La enfermedad del cólera se manifestaba, en un primer momento, de forma brusca e inesperada, con fuertes diarreas acuosas (que recibían el nombre, por su forma, de agua de arroz) con olor fétido y gran dolor abdominal. Aparecían también vómitos y entumecimiento de piernas, produciéndose la muerte no por la enfermedad en sí, sino por la deshidratación que el enfermo padecía al cabo de pocos días, después de tener los primeros síntomas de la enfermedad, que si no era tratada convenientemente, tenía un final fatal y próximo. 
Familia con un afectado por el cólera.
No se transmitía, tal cual, de una persona a otra. La bacteria que la causa, Vibrio cholerae, entra en el cuerpo por la ingestión de agua o alimentos contaminados, y también por el contacto con las heces infectadas del  enfermo de cólera. Es fácil entender, así, que la elevada insalubridad existente en el siglo XIX ayudase a propagar el cólera.  También ayudó a su propagación el hambre, siendo la epidemia más mortífera, en 1854, la que coincidió con la hambruna generalizada que se había producido a partir de las malas cosechas de 1853. Las intensas lluvias que tuvieron lugar aquel verano impidieron la recogida de cereales, principal sustento de la población; y el alza de precios de los alimentos básicos en los meses siguientes llevó al hambre y a la miseria a las clases más bajas.
La primera epidemia de cólera, presente en el subcontinente indio desde hacía siglos,  comenzó a ser una amenaza para Europa en 1817 cuando, a través de las rutas comerciales, penetró en Rusia. A partir de entonces se temió la aparición de la enfermedad en Europa, algo que ocurriría en los años 30. La segunda epidemia de cólera partió de la India hacia 1826 y, dejando su huella en Moscú, Berlín (dónde dejó en 1831 una víctima famosa, el filósofo Hegel) y las Islas Británicas, llegó a Francia en 1831 donde hizo muchos estragos, matando a alrededor de 100.000 personas, entre las que figuraba el que fue rey de Francia Charles X, entre 1824 y 1836.
El cólera morbo en París.
De 1830 a 1834 España estuvo preparándose intensivamente para la llegada de la epidemia, elaborando ordenanzas higiénicas no siempre cumplidas a la perfección, a pesar del terror que producía la inminencia de la epidemia. Toda precaución fue poca cuando la enfermedad penetró en Asturias en 1834. Noreña fue el primer territorio afectado, habiéndose registrado el cólera el día 19 de agosto.  A pesar de las medidas de precaución y el relativo cerco impuesto a los noreñenses para evitar la transmisión de la enfermedad, ésta llegó el 17 de septiembre a Oviedo. En definitiva, el cólera de 1834 produjo miles de muertos de agosto a noviembre, mes en el que parece empezar a remitir.
En 1768 D. Juan Antonio de Estrada en su “Población General de España”, dice que “La Higuera de Andujar” tenía doscientos vecinos, tenemos que considerar no confundir vecinos con habitantes, que aproximadamente rondarían la cifra de los novecientos. El cálculo de habitantes se hacía multiplicando el número de vecinos censados por 4 o 5 como media, que se consideraba componían la unidad familiar media. Tenía en ese año de 1768 una parroquia, dos ermitas y un hospital. La Parroquia era el Templo calatravo, las dos ermitas las suponemos eran la de Santa Clara, en el espacio que hoy conocemos como tal, en la carretera a Villanueva y otra ermita que suponemos era la de Jesús y hoy conocemos como “Ermita del Santo”. El hospital desconocemos donde estaría ubicado, si se puede confirmar su existencia porque en posteriores referencias se cita.

Portada de la publicación de la Academia de Medicina, Cirugía y Farmacia de Jaén en 1855. Titulado  Observaciones sobre EL CÓLERA-MORBO. 

En 1826 D. Sebastián de Miñano en su Diccionario Geográfico Estadístico de España y Portugal dice que La Higuera cerca de Arjona tenía 704 habitantes, una parroquia, dos ermitas, un hospital y un posito. Desconocemos la mella de población que nuestra villa pudo sufrir con esta primera epidemia de  cólera en 1834.
Tan sólo podemos afirmar que 16 años más tarde en 1850 en el Diccionario de Pascual Madoz publicado en 1850 se afirma que la población de “La Higuera cerca de Arjona”, se componía de 685 almas, y que la villa tenía 170 casas y la del Ayuntamiento con local para cárcel, y 170 vecinos. Si dividimos  las 685 almas por los 170 vecinos nos sale una media de cuatro miembros de la unidad familiar por vecino, por lo que suponemos que esa merma en relación con los datos de 1826 se debió producir a causa de la epidemia, y los años malos pasados por la población en años de carestía de alimentación, como consecuencia de las malas cosechas de cereales que produjeron tantas hambres. Desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del XIX la población permanece estable con una ligera disminución.
La pandemia del cólera en 1854.

La epidemia de 1854 fue la tercera epidemia. En noviembre de 1854 el cólera volvió a penetrar por varios focos. La enfermedad pareció remitir en enero de 1855.  En estos dos primeros envites fallecieron miles de personas, convirtiéndose este azote de cólera en el peor que jamás se conoció, ayudado muy probablemente por una crisis agraria generalizada que había extendido la pobreza y el hambre a todos sus habitantes. Aún volvió a aparecer el cólera en 1856, si bien de forma tímida y casi anecdótica. Fue el último coletazo de esta epidemia.

Mapa de distribución del cólera en Valencia.

La cuarta epidemia fue en 1865. El aviso de haber llegado el cólera a Madrid y al puerto de Valencia puso en situación de alerta a las autoridades, que prohibieron el comercio de trapos por medio de los cuales se creía viajaba el cólera, ordenaron inspecciones en todas las casas y una mayor limpieza de las calles. La desesperación ante la inminencia de la epidemia debió ser tremenda. Finalmente, esta apareció en el mes de septiembre y perduraría hasta diciembre, si bien con una intensidad mucho menor que las veces anteriores. 
Brote de cólera en Valencia recogido en el Diario Las Provincias en 1885.
La quinta epidemia fue 1885. Tuvo lugar en los últimos meses del año y su duración fue escasísima.

A la hora de aproximarnos al estudio de las epidemias de cólera en los libros de defunciones de los archivos parroquiales, habremos de tener en cuenta que los registros parroquiales no siempre son fiables. Aún cuando ya nos movemos en una época en la que la causa de la muerte consta en las partidas de defunción, es probable que una muerte por cólera no sea inscrita como tal, bien por desconocimiento del párroco y las autoridades sanitarias de la población, también porque el elevado número de muertes que se estaban sucediendo en aquellos días impidiesen una gran concreción sobre este punto. Así mismo, la presencia de la epidemia en una parroquia puede hacer que bailasen las fechas de defunción, que no se supiera exactamente el día en el que se había producido el óbito o que incluso se llegase a no inscribirse el mismo.

No podrían extenderse con exactitud y orden de fechas las partidas de defunción que ocasionase este azote, porque la confusión que causaba en las familias no permitía a éstas considerar la causa y con ello a dar las noticias debidas. Otras muchas veces, y especialmente en la primera epidemia, una muerte por cólera no era en muchas ocasiones catalogada como tal, sino por alguna causa que por ser coincidente con alguno de los síntomas que presentaba la enfermedad en sus inicios, por ejemplo, diarrea o vómitos, y que ahora por repetirse muchas veces en las mismas fechas en las que sabemos ocurrió alguno de los brotes, podremos interpretar como una epidemia de cólera. Podemos refutar este dato consultando los libros de difuntos de las poblaciones cercanas y comprobando si en esos mismos días estaban inscribiéndose defunciones por estos mismos síntomas tan concretos o por cólera. Pero todos estos puntos quedamos pendientes de abordarlos en otro momento, en los que necesariamente hay que hacer una laga investigación en los Archivos Parroquiales de Lahiguera.
El Cólera en España. Ilustración publicada en LA ILUSTRACIÓN NACIONAL. El médico está sangrando al enfermo.
La epidemia de cólera,  que ahora nos atañe, hizo su aparición  en Vigo el 10 de enero de 1833, a consecuencia de la utilización conjunta, que hicieron de su puerto las escuadras contendientes en la guerra de Sucesión de Portugal (9), sin embargo, donde se desarrollo con  más virulencia fue en Andalucía durante el verano  de este mismo año de 1833. Con la llegada del invierno se marcó una tregua en el avance epidémico del cólera a través de todo el territorio nacional; pero con la vuelta del buen tiempo en la primavera de 1834, y sobre todo con la llegada del verano, se recrudeció la temida enfermedad llegando a afectar igualmente a la capital del Reino. La primera señal de que la invasión estaba a las puertas de Madrid supuso el aislamiento de Vallecas, aislamiento que fue propuesto en el informe emitido por don Mateo Seoane en fecha 20 de junio de 1834 (10), y durante los meses de julio y agosto se desarrolló en la Villa y Corte, mostrándose especialmente cruel y virulenta en el mes de julio. Durante los meses de julio y agosto se desarrolló en la Villa de Madrid una gran epidemia de cólera, que se mostró especialmente virulenta durante el mes de julio. Según el informe manuscrito de la Junta de Sanidad la epidemia dio comienzo el 17 de junio de 1834, teniendo sus progresos mayores desde el 15 de julio hasta el 27 del mismo mes, y perduró hasta el 27 de octubre. (11). 
 
Representación de la época del "Fantasma del Cólera".

En fecha 3 de julio de 1834 según consta en el Archivo de la Villa de Madrid, se daba a conocer el siguiente informe de la Junta de Sanidad, ante la situación de epidemia que había comenzado el diecisiete de junio, tan solo dieciséis días antes:

Instrucción de Sanidad popular.

Amenazada la salud de los habitantes de esta heroica Capital, la solícita previsión de S. M. ha tenido a bien disponer en Real Orden de 30 de Junio último, que esta Junta de Sanidad forme una instrucción sencilla, que esté al alcance de todos, comprensiva del método que se debe adoptar para precaverse del Cólera morbo, y de los primeros medios de su tratamiento: en su consecuencia, la propia Junta manifiesta que el medio más poderoso conocido para precaverse de todo género de enfermedades, por malignas que sean, es la esmerada limpieza de las personas, de las casas, y de todo lo demás que sirva a los usos ordinarios; evitar en lo posible el esponerse a un aire frío y húmedo, y sobre todo, al que por su olor manifieste tener cualidades poco saludables; no esponerse a un calor escesivo, tener un arreglo juicioso en la comida y bebida, no cometer género alguno de abusos, y esforzarse en olvidar todo lo que, no estando a nuestro alcance su remedio, entristezca, y abatiendo el ánimo predisponga muy particularmente a contraer varias enfermedades.

Para conseguir tan importante objeto, será muy conducente tomar algún baño general de agua templada, a fin de limpiarse toda la piel, teniendo cuidado de no exponerse al aire frío al salir, porque esto podría ocasionar todos los males que sobrevienen, cuando las personas dejan de sudar o se enfría la piel repentinamente; además es necesario lavarse con frecuencia cara, manos, brazos y pies, y esto podrá suplir hasta cierto punto por el baño general en los sujetos que sus circunstancias no les permitan bañarse. Las casas deben barrerse todas una vez al día y dos las habitaciones más frecuentadas; han de ventilarse cuanto se pueda por la mañana al salir el sol y por las tardes media hora después de traspuesto, se entiende en el verano, porque en el invierno convendrá que sea antes da trasponerse: también se ventilará el aposento en el que se hayan reunido y permanecido bastante tiempo muchas personas, inmediatamente que se concluya la reunión, cualquiera que sea la época del día. Es preciso siempre que se ventilen las casas cuiden las personas de no ponerse a la corriente del aire. Cuando por cualquier causa se perciba mal olor en las habitaciones, será bueno rociarlas con el agua clorurada, y sería muy oportuno que en los comunes que dan habitualmente mal olor, después de bien tapados, se pusiese encima una taza de dicha agua, renovándole de veinte y cuatro en veinte y cuatro horas, o bien suplir esto echando dentro del mismo común un cubo de lechada de cal.

Con cuanta más frecuencia pueda mudarse la ropa de uso diario, tanto más se contribuirá a conservar la salud, siempre que se haga con las debidas precauciones: además es necesario vestirse con arreglo al frío o calor que se observe, en términos que ni se sienta frío ni tampoco se tenga calor excesivo; y en razón de que se nota con frecuencia en un mismo día, que ya hace calor, ya hace frío, será bueno que se use una faja de lienzo en el verano, y de franela en el invierno, que ciña el vientre y lomos. Los alimentos, por lo general deben ser los mismos que se tiene costumbre usar, a no ser que fuesen notoriamente perjudiciales; téngase entendido que los de mejor calidad son vaca, ternera, carnero, aves, huevos, leche, pescados blancos y frescos, arroz, patatas, fideos y garbanzos; las demás legumbres, las verduras, así como las frutas, a no estar bien sazonadas, son por lo común malas, en particular las acuosas; igualmente son perjudiciales los pescados salados y los escabechados; de los salados se esceptua el bacalao, que siendo de buena calidad no es dañoso. Los alimentos, aunque sean de buena calidad, son dañosos cuando se come más de lo necesario. El vino debe beberse con mucha moderación, sin perder de vista que la embriaguez ha sido causa que el cólera haya hecho horrorosos estragos en la mayor parte de los pueblos que lo han tenido: en las actuales circunstancias el uso de los condimentos picantes en estremo, el del aguardiente y el de los helados, aunque sea moderado, es muy posible que haga daño: el agua natural, fría en el verano y un poco templada en el invierno, es la bebida que, usándola según dicte la necesidad, y no estando sudado o muy acalorado el sujeto, por lo común jamás dañará. Téngase presente que todo género de abuso, cualquiera que sea su especie y por alicientes que tenga, es sumamente dañoso. Son igualmente dañosas las pasiones de ánimo, como la ira, el terror, y aun la tristeza y melancolía, porque las unas ocasionan inmediatamente enfermedades, a veces muy terribles, y las otras disponen en términos que el más mínimo motivo sea suficiente para que el sujeto se ponga malo: el medio de evitarlo es procurarse distracciones inocentes, que sin agitar estraordinariamente el ánimo, le entretengan de un modo agradable, y conduce mucho a esto el pasear con frecuencia en horas que no haga frío ni calor escesivo, por parage bien ventilado y nada húmedo; los paseos que en esta Capital podrán frecuentarse son: el del Real Sitio del Retiro, y aun el del Prado, hasta muy poco después de traspuesto el sol; también son buenos los paseos de la carretera que sale de la puerta de Alcalá, el de Recoletos, campo de los Guardias, y el de San Bernardino.
El que observe todas estas precauciones tiene motivo para esperar con fundamento que no se alterará su salud, o que si se pone malo, su enfermedad no será tan grave como sería si no las observase. También es necesario, en el caso de sentirse malo, no perder tiempo en procurar el remedio, esto es muy útil en toda enfermedad, pero se hace del todo indispensable si Madrid empezase a padecer el mal que ya sufre algún pueblo de su provincia: y aunque se presenta de un modo muy benigno, es importantísimo no perder los primeros momentos, porque de esto depende en gran parte el que no ocasione extraordinaria mortandad el Cólera asiático: así es que luego que alguna persona enferma se debe llamar al médico, que es el único que puede tratar con acierto, y si ya existiese el Cólera en el pueblo, con el solo objeto de no perder tiempo, interviene el profesor, podrá, según las circunstancias que se espresarán, valerse de los remedios siguientes.
Si se presentan tres o cuatro evacuaciones de vientre líquidas, se enfrían algo las piernas, hay además algún escalofrío en las varias partes del cuerpo, con sensación de peso o ligero dolor de cabeza, ardor en el estómago, sed y algún calambre, se pondrá en cama, se le aplicarán botellas de agua caliente, o ladrillos, o bayetas calientes en los pies; en seguida sinapismos hechos sólo con mostaza y agua caliente en las piernas, muslos o brazos, mudándolos de sitio de cuarto en cuarto de hora, o antes si incomodasen mucho, teniendo cuidado de volverlos a calentar cuando estén fríos, y también de no enfriar al paciente. Las friegas secas o con algún líquido estimulante apropiado serían oportunas, si se pudiesen dar sin que el enfermo se airease. De hora en hora se echará una lavativa compuesta de una jícara de agua de arroz, o bien de agua común por ser más pronto, en la que se disolverán dos pedazos de almidón algo mayores que el tamaño de una avellana, una yema de huevo, y veinte y cuatro gotas de láudano líquido. Si hubiese algún dolor de tripas se pondrá en el vientre una cataplasma caliente hecha con la harina de linaza y agua, añadiendo encima un poco de manteca sin sal. Hasta que el médico se presente no tomará el enfermo otro alimento que alguna jícara de agua de arroz, poniendo a cada cuartillo de ésta media onza de goma arábiga y otra media de azúcar, todo pulverizado, para que se disuelva con facilidad a un fuego lento. Si ya desde el principio con los sintomas referidos se presentasen vómitos, o éstos se declarasen luego, a más de todo lo dicho, se pondrá un sinapismo a lo largo del espinazo desde la nuca a los lomos, se dará de cinco en cinco minutos un pedacito de hielo del tamaño de una avellana, y de dos horas en dos horas una jícara del agua de arroz espresada, añadiéndole doce gotas de láudano líquido, y si este promoviese más el vómito, tomará el enfermo un grano de estracto acuoso de opio. También cada dos horas. Los dolores cólicos en este caso son fuertes, y para mitigarlos se ponen en el vientre desde una o dos docenas de sanguijuelas, según la edad y naturaleza del sujeto, es decir, una en los de corta edad o débiles, y dos en los adultos y robustos; desprendidas las sanguijuelas se pone la cataplasma de linaza. También se suele observar que los cursos, o sea diarrea, en muy poco tiempo estenúan por su frecuencia y abundancia a los enfermos, y entonces, si todavía no hubiese llegado el profesor, podrán ponerse las lavativas aconsejadas arriba, con la diferencia de que en vez de láudano se deberá poner un escrúpulo de alumbre de roca. Si el ataque desde luego se presentase con frialdad estremada en la mayor parte del cuerpo, con color azulado, cara desfigurada, y absolutamente sin pulso o casi imperceptible, o bien se manifestasen estos síntomas sin haber comparecido aún el médico, es necesario envolver las piernas, muslos y brazos del enfermo con sinapismos muy calientes, poner en el espinazo reiteradas veces el largo sinapismo arriba espresado y mantener el calor a todo trance con botellas de agua, ladrillos, o saquitos de arena muy calientes. De lo demás se practicará lo que pueda, pero no se le dará el láudano ni el opio.
No son estos los solos recursos que tiene la medicina para los casos que se acaban de describir, pero son complicados, y para decidir de su utilidad y conveniencia son necesarios conocimientos propios únicamente de los médicos, a quienes esta Junta creería agraviar si no los considerase con toda la instrucción necesaria para tratar con acierto el Cólera asiático lo mismo que otras enfermedades más crueles y la misma Junta espera que el público, a quien únicamente se dirige la precedente Instrución la recibirá como un nuevo testimonio de las miras filantrópicas y maternales de augusta Reina Gobernadora, y como una prueba de la vigilancia con que incesantemente se procura y se procurará siempre la conservación de la salud, o el alivio de los males que pueden afligir a este heroico vecindario.
Lo que se anuncia al público en cumplimiento de lo resuelto por S. M. en la Real Orden citada de 30 de junio último de acuerdo de la Junta de Sanidad de esta Villa.
Madrid. 3 de julio de 1834. Faustino Domínguez, Secretario.
Enferma de cólera con abundantes vómitos.
Por tanto las medidas cautelares que se tomaron para evitar el embate epidémico en nuestro suelo y su transmisión a la Capital del Reino, hicieron especial hincapié en las dos modalidades de acordonamientos que se propiciaron, tales como la incomunicación de los lugares afectados  por la enfermedad, e incomunicación de los sanos, y en los múltiples filtros aisladores que se situaron en torno a Madrid, lo que suponía los acordonamientos, y vigilancia férrea de los pueblos de la circunvalación y guardias vecinales, que se establecieron para tal efecto.
La primera invasión colérica en nuestro país evolucionó al tiempo que se desarrollaba una guerra civil, la Guerra Carlista que comenzada al final del decenio absolutista, y en vísperas de que surgiera el primer brote de industrialización en la península, es decir, cuando se estaban gestando las alianzas entre la burguesía y la aristocracia terrateniente para consolidar el bloque social dominante.
El primer médico de Cámara, don Pedro Castelló, consiguió de Fernando VII la autorización para enviar en febrero de 1832 una comisión compuesta por los médicos: Pedro María Rubio, Lorenzo Sánchez Núñez y Francisco Paula y Folch, a estudiar el cólera en París, Viena y Munich, siendo el resultado de su viaje el informe remitido desde Berlín el 31 de mayo de 1833, no publicado hasta 1834 (12).
Por otra parte, en el año 1831 se recibía desde Londres y se hacía público el informe solicitado al médico español, liberal y exiliado don Mateo Seoane (13).
Rodríguez Ocaña (14), mantiene en la comunicación citada que Mateo Seoane envió hasta 16 informes, de los que sólo se hizo público el primero, porque en los demás se mostraba menos partidario de las teorías contagionistas. El segundo, que también vio la luz en nuestro país, afirma que seguramente fue editado a expensas del autor. Este segundo informe a que hace referencia es: Mateo Seoane: Informe acerca de los principales fenómenos observados en la propagación del cólera indiano en Inglaterra y Escocia, y sobre el modo de propagarse aquella enfermedad. Londres, 1832.
Enferma de cólera con gran deterioro físico.
Al mismo tiempo, una auténtica avalancha de monografías sobre el desarrollo de la enfermedad en distintos países se traducían y editaban en el nuestro, pudiéndose citar, entre otras, las de Broussais, La Mare-Picquot, Moreau de Jonnés, Robert, etc. (15).
Es de reseñar que, según Rodríguez Ocaña (14), este sistema utilizado por la Junta Superior Gubernativa de Medicina para recabar información científica no fue original, sino que se inspiro en la actividad temprana de las Academias periféricas, más concretamente en la de la Real Academia Medicoquirúrgica de Cádiz (16). Gracias al precoz interés oficial, los médicos no recibieron la primera invasión colérica, sin referencias de las teorías científicas con las que poder explicar e intentar hacer frente al exótico mal.
Como medida prifilactica se recomienda en la prensa el uso del cloro para que se hagan fumigaciones para eliminar el virus.

Con respecto a la naturaleza de la enfermedad florecieron una serie de teorías que pueden ser agrupadas en tres:

1. ° La nerviosa: que atribuía los trastornos a dolencias infecto-primitivas de tipo cerebroespinal.

2. ° La humoral: por la que la enfermedad se debería a alteraciones primordiales en la sangre debidas a causas miasmáticas.

3.° La gastroentérica: según la cual el mal sería una gastroenteritis con epifenómenos, siendo desconocidas las causas esenciales (17).
La principal circunstancia de discusión científica se centró, sin embargo, en el carácter contagioso o no de la enfermedad o morbo. El Gobierno, en un principio, prefirió aceptar la primera de las teorías mencionadas, que le permitía de una parte, ofrecer a sus administrados la esperanza de detener la invasión mediante los tradicionales mecanismos antiepidémicos, y de otra plantear una serie de medidas preventivas de carácter represivo basadas en los acordonamientos y las cuarentenas.
El admitir la no contagiosidad del mal, implicaba la aceptación de la inutilidad de los acordonamientos y de las cuarentenas que deberían ser sustituidos por otras medidas tendentes a la supresión de los focos de insalubridad, el aumento del nivel de vida y la mejora de los saneamientos, medidas evidentemente más costosas que las tradicionales y más difíciles de llevar a la práctica, lo que unido a la aceptación de que la Ciencia en su estado de desarrollo, era incapaz de proporcionar expectativas certeras de curación, podría parecer peligroso al poder oficial de cara a mantener la tranquilidad pública.
Enfermos de cólera en una calle de Barcelona, reproducción de Mazet.
Aparte de las concepciones científicas que de la enfermedad se sostuvieron, se aconsejó la utilización de una serie de medicamentos para combatirla, reflejados en la correspondencia mantenida entre la Junta Superior Gubernativa de Farmacia y la Junta de Sanidad de Madrid, con motivo de que la segunda hiciera gestiones ante la de Farmacia para conocer si las boticas madrileñas estaban suficientemente surtidas de medicamentos para hacer frente a la invasión (18).


Para exponer el método curativo dividían la enfermedad en cinco períodos:

Primer período o principio.

Segundo período o álgido incipiente.

Tercer período o álgido.
Cuarto período o de reacción.
Quinto período o convalecencia.
Describían los síntomas de cada uno de ellos y recomendaban la medicación a su parecer adecuada. Para «generalizar el conocimiento de los métodos curativos del cólera», se encargó la Junta Superior Gubernativa de Medicina y Cirugía de redactar un oficio, que recogiendo las experiencias de otros pueblos, sirviera «para gobierno de los facultativos y asistentes de los enfermos» (19).
También se publicaron, como oficio dirigido a la población, las medidas sanitarias que debían adoptarse en la Gaceta de Madrid y el Boletín Oficial de Madrid:

Diario de Avisos de Madrid.

Miércoles 2 de mayo de 1832.

«Medidas Sanitarias propuestas por el Ayuntamiento».

El Presidente y Junta de Sanidad de Madrid, establecida por real orden de 19 de abril próximo pasado, en consecuencia de la de 27 del mismo para que se inserte en el diario de Avisos, lo que se ejecuta en cumplimiento de su instituto.

Por real orden de 10 de este mes se ha servido el Rey nuestro Señor aprobar las medidas sanitarias propuestas por el Ayuntamiento de esta villa, y nombrar para que se disponga su más exacto cumplimiento, bajo ciertas reglas en que está consignada su sabia y magnánima previsión una junta presidida por el Excmo. Sr. Decano Gobernador interino del Consejo, compuesta del Excmo. Sr. Comisario general de Cruzada, señor Colector de Espoliso Vacantes, señor Gobernador de la plaza, al señor Corregidor de Madrid, el señor Vicario eclesiástico y tres señores Regidores del Ayuntamiento, que lo son el Excmo. Sr. conde de Altamira, Alferez mayor, Don Rafael Pérez de Guzmán el Bueno y Don Juan Antonio Méndez, habiéndose nombrado también por vocales de la misma a virtud de real orden de 25 del actual en calidad de facultativos a D. Juan Castelló, médico y cirujano de cámara; D. Bonifacio Gutiérrez, director del real colegio de san Carlos, y D. Juan Luque, protomédico de los hospitales Generales y de Pasión.
En justa observancia de esta soberana determinación es del deber de la junta hacer una rápida pero exacta reseña de todo lo ocurrido, sin omitir ninguna de las circunstancias que interesan a su ilustración, si bien excusando pormenores que, aunque por curiosos ocuparan un lugar preferente en el seguro de los archivos, pudieran hacer difusa la sencilla narración de dichos antecedentes.

Apenas se traslució en esta corte la noticia de haberse manifestado en Inglaterra la terrible enfermedad conocida con el nombre de cólera morbo, se apresuraron las autoridades a excogitar los medios oportunos de prevenir la introducción en nuestro suelo del azote devastador, que después de haber recorrido los inmensos países del Asia invadiera por fin la Europa, dejando en todas partes horrorosos vestigios de su pestífera influencia. Así es que a virtud de la excitación que, con fecha 7 de marzo último, hizo el ayuntamiento de esta muy heroica villa dicho Excmo. Sr. decano gobernador del Consejo en concepto de presidente de la junta suprema de Sanidad del reino, y, a la que con igual objeto dirigió posteriormente a dicha corporación la real academia de Medicina y Cirugía de esta Corte, empeñó su celo en el mejor éxito de esta empresa, elevando al Rey nuestro Señor un proyecto de Policía sanitario, dividido en disposiciones puramente higiénicas o preventivas, y en actuales o positivas, para el triste caso de que la divina Providencia quisiera hacernos probar el rigor de su justicia.

Nuestro escelso Soberano, a cuya paternal solicitud ninguna facultad es más lisonjera que la de prodigar beneficios y derramar consuelos, aguardaba con impaciencia el producto de estos trabajos, que no sólo se complació en aprobar, sino que con el fin de hacerlos efectivos nombró en el acto mismo la junta de que ya se ha hecho mérito. Instalada ésta emprendió sus tareas con aquella seguridad que de siempre la buena intención, y el convencimiento de un apoyo efectivo; más como antes de hacer notorios sus trabajos conviene; dar a conocer las disposiciones, a cuya pronta ejecución se dirigen, ha creído la junta oportuno ponerlas en este lugar por el orden con que han sido aprobadas.
Para el primer período aconsejaban una buena observancia de las reglas higiénicas, dietas y guardar cama, infusiones, fricciones y calor, hacer vomitar al paciente por medio de la ingestión de agua caliente, y en el caso de que fuera joven aconsejaban sangrarle, siendo otros remedios los sinapismos, lavativas emolientes o mucilaginosas, etc., estas medidas a adoptar fueron dadas a conocer al pueblo, según oficio, que muy probablemente rigió la terapéutica empleada por gran parte de los médicos del país, ya que fue publicado en la Gaceta de Madrid y en todos Boletines Oficiales de las restantes provincias del Reino.


En el período álgido incipiente se recomendaban sorbos de agua fría o nieve tomados con frecuencia, sangría, si era preciso abriendo la vena yugular o la arteria temporal, friegas secas o con linimentos y calor proporcionado por ladrillos de sal muy calientes.

La sangría era considerada un remedio terapeútico en la lucha contra el cólera.
Para el período álgido se volvían a aconsejar los sorbos de agua o nieve y las lavativas de agua y vinagre, y para los dos últimos períodos, terapéutica sintomática en el caso de reacción y normas higiénicas tendentes a fortalecer el organismo durante la convalecencia. 

Conocida por nosotros en la actualidad la auténtica etiología del cólera parece evidente que la terapéutica utilizada era inútil y en ocasiones contraproducente, pues al aconsejar la ingestión de agua facilitaba la resiembra en el enfermo de vibriones coléricos; hay que admitir, sin embargo, el gran esfuerzo realizado por la Junta Superior Gubernativa de Medicina para dotar a los médicos de un instrumento adecuado a los conocimientos científicos de la época con el que poder enfrentarse, hipotéticamente al menos, a la enfermedad. Como era de esperar, el específico anticolérico no se encontraba, el mal avanzaba, las personas enfermaban y ni médicos ni boticarios podían hacer nada para aliviarlas.


Parece ser que al Gobierno le resultaba difícil admitir la impotencia científica ante el mal, acaso porque el añadir un nuevo elemento de desesperanza a la inestable situación española del año 1834, cuando ya se había producido en Madrid el estallido popular, que culminó con la matanza de frailes acusados de envenenar las aguas, y mientras en el Norte se desarrollaba la Guerra Civil, con lo que una noticia así podía ser peligrosa para su estabilidad.
Muerto de cólera enterrado precipitadamente.

Como es bien sabido, el 17 de julio de 1834 parte del pueblo madrileño, soliviantado por el rumor de que los frailes envenenaban las aguas, realizaron una matanza entre ellos. Con este sangriento suceso se seguía una tradición europea que en otros países se había cebado en los médicos, y se habría el ciclo de altercados populares más o menos directamente relacionados con el comienzo de las epidemias que concluyeron durante la cuarta, la de 1885, con la manifestación de la calle Preciados instigada por los comerciantes de la Corte que se saldó con varios obreros muertos o heridos.
La Abeja, 20 de julio.

«Bando municipal a raíz de la matanza de frailes».

Habitantes de Madrid: las tristes escenas de que habéis sido testigos en el día de ayer prueban la perversidad de los enemigos de nuestra Patria, que tomando diversas máscaras, y aprovechando cualquier pretexto, sólo quieren la ruina y la destrucción, inicuos medios de conseguir sus fines solapados. La consternación que generalmente ha producido el aumento de las enfermedades reinantes les ha ofrecido la ocasión de exaltar los ánimos haciendo creer que las fuentes públicas se habían envenenado, y que los alimentos que se venden son nocivos; ideas que no admitiría quien piense a sangre fría la dificultad de la ejecución de tal trayecto, y la imposibilidad de realizarlo, excluyendo a tales personas. Pero las pasiones, una vez conmovidas, no permiten la reflexión, y se ha abusado de algunos pocos para cometer excesos y atentados, indignos de un pueblo civilizado, y que se gloria de haber recobrado sus fueros. Sé que se han cometido por pocos individuos: pero la curiosidad e indiferencia de otros anima a que se efectúen los crímenes con cierta apariencia de popularidad, y expone a los que así se presentan a ser objeto del rigor de las disposiciones militares. En su consecuencia, para evitar estos peligros, renuevo la prohibición que contiene el bando publicado ayer por el Excelentísimo Señor Gobernador Civil de la Provincia de no reunirse grupos de más de diez personas: en inteligencia de que serán disueltos a la fuerza, y los que los compongan serán arrestados y juzgados por el tribunal competente como sediciosos.

Madrid, 18 de julio de 1834. El Marqués de Falces.

Hay varias circunstancias que ayudarían a mejor comprender la matanza de frailes.
En primer lugar hay que tener en cuenta que coincidió prácticamente con el despegue inicial de la enfermedad, y que los ánimos públicos fueron excitados seguramente con el fin de intentar crear problemas al Gobierno de la Regencia empeñado ya en la guerra carlista. Además existía ya un espíritu anticlerical saludado con alegría en El Observador, que sin atreverse a justificar los sangrientos sucesos estimaba como positivo que el pueblo se hubiese dejado llevar por un «ímpetu irresistible, cansado de arrastrar durante diez años la cadena del sufrimiento y de sufrir vejaciones y duros tormentos», artículo en el que se manifiesta el espíritu de los liberales anticlericales de la época fatigados de los diez años de gobierno absoluto de Fernando VII que acababan de sufrir y sumidos ya en una guerra contra los partidarios del mismo, apoyados por el clero tanto el rey Fernando como el pretendiente Carlos. (20)
Muy distinta opinión le merecieron al periódico La Abeja los sucesos ocurridos, por lo que publicó un bando del Marqués de Falces, alcalde de la ciudad, en el que después de calificarlos de «indignos de un pueblo que se gloria de haber recobrado sus fueros» renovaba la prohibición contenida en el bando emitido el mismo día 17 por el gobernador civil de que se formaran grupos de más de 10 personas (21) También este periódico publicó la Real Orden de 18 de julio en la que se disponía que a los causantes de tales hechos se les aplicase con todo rigor la ley.
A la vista de tales sucesos, es fácil comprender porque se recomendaba tranquilidad en la instrucción pública, porque se intentaba no sobresaltar al pueblo con el sonido de las campanas y porque le resultaba tan difícil de admitir al Gobierno la impotencia científica en el campo terapéutico. Evidentemente, las razones serían de varios tipos, pero el miedo a que el pánico y el descontento popular estallaran de forma incontrolable sería muy probablemente una de ellas.
Tal vez por esta razón en el periódico La Abeja apareció un suelto en el que se anunciaba como «el Gobierno de Su Majestad siempre solícito en acudir al remedio de las calamidades públicas, ha recibido una cierta porción de Guaco, remitido de La Habana como remedio poderoso contra el cólera morbo» (22) , mediante el cual pretenderían posiblemente hacer prender en el pueblo una vana esperanza de que existía otra solución que no fuera la de mejorar las condiciones higiénicas, fundamentándose para ello en el prestigio científico de Ramón de la Sagra (23).
El Periódico El Observador de Madrid, de fecha 28 de Agosto de 1834 daba a conocer lo siguiente, por parte del Estamento de Procuradores del Reino:
 El Observador, 28 de agosto de 1 834.
«Petición leída en el Estamento de Sres. Procuradores del Reino en la sesión del 25 da agosto».
«Los infrascritos procuradores creerían faltar al deber sagrado que les impone la confianza que han debido a sus comitentes, si, no llamasen enérgicamente la atención del Estamento hacia un punto, el más importante, en el día al bienestar de la nación.
«Nadie, por desgracia, puede ignorar los males horribles que está causando la plaga asoladora que, habiendo salido del Asia y atravesando casi toda Europa, se ha extendido a España, donde muestra todo el carácter de violencia que la ha hecho en todas partes tan temible.
«Desde el mismo momento de su aparición en Rusia, el primer cuidado de todos los gobiernos se dirigió a hallar los remedios más oportunos de contener sus estragos; y para conseguir tan importante objeto, nada se ha perdonado, y aún se puede añadir, nada se ha dejado de hacer.
«Aún no había traspasado los límites de Rusia, y ya había enviado a aquel imperio los gobiernos de Europa comisiones de médicos, no sólo que investigasen los medios de curar el mal, sino también para que hiciesen observaciones sobre las medidas sanitarias más oportunas para contener su propagación.
«El Gobierno español no se quedó atrás en la adopción de esta medida importante; no sólo nombró una comisión médica para observar el cólera en países extranjeros, sino que dio la mayor prueba de interés con que miraba este objeto, olvidando sus enconos políticos y comisionando también a un facultativo que estaba fuera de España bajo la prescripción más absoluta.
« ¿Han correspondido los resultados a la sabiduría de estas medidas? Los que suscriben no se atreverán a negar que en otras naciones han correspondido perfectamente; pero por lo tocante a la nuestra no necesitarían más que presentar un cuadro conciso de lo que diariamente estamos todos observando con dolor para hacer ver, que sea por la causa que quiera, no ha sido de utilidad alguna para España la experiencia tan caramente adquirida por las naciones donde ha reinado el cólera, con respecto a medidas sanitarias; que no tenemos en la actualidad ninguna regla fija por la que se puedan guiar las autoridades en la adopción de los medios que han de poner en ejecución contra el cólera; que se ven adoptar en unas partes las disposiciones más horrendas, mientras que en otras se hace todo lo contrario; que hay una especie de anarquía en las provincias, obrando cada junta de sanidad según las opiniones, intereses, y mayor o menor miedo de sus individuos; que las medidas tomadas hasta ahora de nada han servido para contener el mal, causando, al propio tiempo, perjuicios de tal tamaño, que si no se toman disposiciones enérgicas para remediarlos, se arruinará enteramente a muy pronto el comercio interior de la nación, y se aumentará un grado espantoso la miseria pública, y como una consecuencia de este aumento se estenderá cada vez más y más el mal, viniendo por último a parar en que ni los pueblos podrán pagar los impuestos, ni el gobierno podrá cumplir sus obligaciones, no se podría prestar el menor socorro a las poblaciones infestadas, siendo imposible de preveer la consecuencia final de un estado de cosas tan horroroso.
«Los infrascritos creen que esta pintura, que de ningún modo se puede mirar como recargada, exige imperiosamente que se tome en consideración por el Estamento un asunto tan extraordinariamente importante. Los que suscriben no intentan que el Estamento decida ahora la cuestión delicada de cuáles son las medidas más propias o eficaces para contener la propagación del cólera; no tratan tampoco de inculpar al gobierno de S. M. por no haber tomado estas o aquellas disposiciones; los infrascritos suponén cuan imperioso y superior a todas las consideraciones de subordinación y orden es el terror que en muchas almas tímidas produce el ansia de liberarse de los estragos de la epidemia, y no pueden por consiguiente ignorar las dificultades con que hay que luchar en tales circunstancias y los sacrificas que hay que hacer a preocupaciones inveteradas; pero al mismo tiempo creen que el bien de los pueblos que representan exige pronto, pronto, que se fije lo más que sea posible la clase de medidas sanitarias que se deben tomar uniformemente en toda la nación para que cese la anarquía terrible que reina sobre esta materia en la mayor parte de sus provincias; que se ilustre a la opinión pública acerca de lo que es más útil observar en tales casos, y sobre todo que sea una ley la que gobierne la conducta de las autoridades en este asunto y no el capricho, el miedo, o la ignorancia.
Por fortuna, la opinión de los primeros facultativos de Europa, tanto contagionista como anticontagionista, es ya casi uniforme el punto a las medidas contra el cólera; pero aunque no lo fuese es mucho mejor que sí se adoptasen medidas de rigor, sean no sólo uniformemente adoptadas, sino que, se las lleve también hasta el punto que exigen el sentido común, la necesidad, y sobre todos los sentimientos más comunes de humanidad para con nuestros prójimos, que parecerán olvidándose rápidamente en muchos casos. Nosotros no sabemos oficialmente cuales son las opiniones que han expresado en sus informes los facultativos a quienes el gobierno envió a países extranjeros o consultó en ellos, pues por un descuido incalculable aun no se han publicado; pero si como se cree general ente son contrarias a las medidas de rigor, será una mera prueba de la necesidad que hay de que se pesen sus razones y de que se vea en fin si estamos nosotros en estado de seguir el ejemplo de las dos naciones más ilustradas de Europa, y sino sería mejor dar asenso desde luego a los manifiestos oficiales de los gobiernos prusiano y austríaco, quienes declararon solamente, que una experiencia muy caramente adquirida les había probado no sólo lo inútil, sino los perjudiciales que eran las mismas clases de medidas que nosotros estamos tomando.
De todos modos los infrascritos procuradores creen que no cumplirían con su deber, sino diesen algún paso para salir de la situación horrible a que se va reduciendo la nación; la proposición que presentan no compromete de modo alguno al Estamento, pues se dirige sólo a pedir que se examine este punto por los que sean más a propósito para hacerlo con toda la urgencia que exige su gravísima importancia; y que visto su parecer se digne S. M. mandar que el Gobierno presente a consideración del Estamento una ley sobre la materia. En la adopción de esta propuesta verán nuestros comitentes que no olvidamos sus más caros intereses; llamaremos la atención de todos los hombres ilustrados hacia el asunto más importante en las circunstancias actuales, y ofreceremos al Gobierno de S. M. el auxilio más eficaz que pueda hacer desvanecer las inmensas dificultades que encontrará ahora a cada paso, para poner en ejecución las medidas más acertadas.
Fundadas en estas razones proponemos que se eleve a S. M. la Reina Gobernadora, una reverente petición concebida, si el Estamento lo tiene a bien, en los términos siguientes:
Señora: el Estamento de procuradores a Cortes no creería cumplir con sus deberes, si no elevase al conocimiento de V. M. la alarma que les inspira el estado de la Nación por efecto de las medidas sanitarias adoptadas para contener la propagación del Cólera. La completa paralización del comercio interior, el aniquilamiento de la riqueza y prosperidad públicas, la situación horrorosa de los pueblos infestados, la especie de anarquía producida por las contradicciones que ofrecen los reglamentos sanitarios existentes, contradicciones que dan lugar frecuentemente a que cada autoridad se crea con facultades para adoptar posiciones tan poco propias para contener el mal, como perniciosas a los intereses más caros de la nación; en fin, el olvido de los sentimientos más comunes de la humanidad y de caridad cristiana, de que por desgracia se ven tantos ejemplos, presentan un cuadro demasiado horroroso para desentenderse de emplear los mayores esfuerzos a fin de aminorar en lo posible males de tanta consecuencia. Con este objeto el Estamento de procuradores:
A V. M. respetuosamente pide que se digne mandar no sólo que se nombre inmediatamente una comisión científica, que en vista de los resultados que han producido tanto en España como en los países extranjeros donde ha reinado el Cólera, las medidas sanitarias respectivamente adoptadas contra este mal, proponga con toda urgencia que exige el estado lastimoso de la nación, los medios adecuados para contener o al menos moderar sus astragos, sino también que el Gobierno presente lo más pronto que sea posible un reglamento general a ley de Sanidad que pueda servir uniformemente de guía en casos de epidemia.
Madrid, 16 de agosto de 1834. Francisco Velda Asensio, Joaquín Avargues, Conde de Adanero, Marqués de Someruelos, José Rodríguez Paterna, Bernardino Vitoria, José Ciscar, José Miguel Polo, Manuel María Acevedo, Joaquín Ortiz Velasco, Miguel Chacón, Conde de las Navas, Rufino García Carrasco, Telesforo de Trueba Cosía, Angel Polo y Mánguez.
Nos encontramos pues, ante un Gobierno y unas instituciones oficiales que en una primera instancia, se mostraron partidarios en el aspecto científico de considerar al cólera como un mal atajable por las medidas antiepidémicas clásicas, y contra el cual era factible utilizar algún remedio conocido, que pudiera servir como específico para su curación y acaso como preservativo. En esta misma epidemia las posturas oficiales con respecto a las medidas anticontagio variaron, entre otras razones, por la presión de la opinión contraria a las incomunicaciones y por la experiencia adquirida que demostraba que el cólera aparecía tras los cordones militares; sin embargo, el reconocimiento oficial de que contra el mal asiático no era probable que existiera ningún medicamento específico no se produjo hasta la siguiente epidemia colérica en el año 1855 cuando la Junta de Sanidad de Madrid se negó a reconocer ninguno, porque «en cada epidemia se pondera la virtud prodigiosa de uno o más medicamentos, que ensayados después están muy lejos de corresponder a las esperanzas que se habían hecho concebir» (24).
Doctor Jaime Ferrán y Clua.
Con la medida de los Acordonamientos la política de incomunicaciones seguida por el Gobierno puede parecer, y de hecho lo fue en parte, titubeante y confusa. Se observan, sin embargo, dos épocas bien marcadas; la primera corresponde a los últimos tiempos de la década absolutista y comienzos de la Regencia y se caracterizó por el establecimiento de cordones de tropas, generalmente dobles, sobre las ciudades o pueblos epidemiados, medidas que fueron tomadas fundamentalmente para con los andaluces.
Luego un breve período de restablecimiento de la circulación de toda España, propulsado por la mejoría que el invierno de 1833-34, hizo experimentar en la salud pública; pero se volvió en el verano de 1834 a las medidas antimorbosas tradicionales, efectuadas en esta ocasión a gran escala a separar completamente la región andaluza del resto de la nación. Los inconvenientes y protestas que el sistema planteado acarreó, impulsaron un cambio en la táctica del Gobierno, que propició en esta segunda época del embate epidémico, un nuevo esquema de acordonamientos, fundamentado en mantener la libre comunicación entre las poblaciones atacadas o sospechosas y permitir el aislamiento de las sanas.
Libro de Medicina del Dr. Jaime Ferrán y colaboradores Drs. Gimeno y Paulí.
Exponemos de manera cronológica el desarrollo que el problema de los acordonamientos tuvo en el país durante esta primera invasión colérica, estudio que tiene interés por la posterior influencia que ejerció en los esquemas preventivos de las invasiones siguientes y por las repercusiones de tipo económico y social que tuvo en el país, aunque la zona en que sin lugar a dudas más influyó fue en Andalucía.
La primera disposición por la que se estableció un acordonamiento corresponde al 28 de agosto de 1833 (25), fecha en que habiéndose declarado el cólera en Huelva se dispuso por la autoridad militar su incomunicación, y la vigilancia a cargo de un segundo cordón militar de los pueblos situados a diez millas de la capital, prohibiéndose además la salida al mar de las embarcaciones onubenses o que hubieran de pasar por la desembocadura del río Odiel o Tinto, so pena de ser enviados sus tripulantes al lazareto de Mahón; se prevenía también la posibilidad de establecer cordones en otras poblaciones, echando mano para ello, caso de ser necesario, de los voluntarios realistas e incluso de ciudadanos honrados. Establecía además algunas medidas preventivas, entre las que destaca la invitación efectuada a todas las personas pudientes para que acudieran en socorro de los afligidos por la enfermedad, no sólo para auxiliar a sus semejantes, «sino también para evitar los funestos efectos de la propagación y el contagio».
Señora caritativa visitando enfermos de cólera en el hospital.
El 23 de septiembre del mismo año (26), una nueva Real Orden dispuso que los capitanes generales de Andalucía y Extremadura mandaran establecer cordones de tropas y voluntarios realistas en todos los pueblos en los que apareciese la epidemia para evitar que sus habitantes los abandonasen, y a seis millas de los mismos, líneas de observación, considerando a todos los habitantes de los pueblos comprendidos entre los cordones y las líneas de observación como de procedencia sospechosa, por lo que se veían obligados en caso de desplazamiento a realizar una cuarentena obligatoria de nueve días, que debería ser incrementada en cinco más caso de pretender el paso a Castilla, cuarentena esta última que había de realizarse en los lazaretos establecidos a tal efecto en Santa Elena y Almaraz; además, todos los viajeros procedentes de Andalucía debían proveerse de una boleta o pasaporte de sanidad, gratuitamente en el caso de ser jornaleros y pagando un real de vellón los demás, en los que las autoridades sanitarias de los puntos de origen y de tránsito (Juntas de Sanidad locales) y la policía de los mismos lugares debían hacer constar el estado de salud de los mismos. Al propio tiempo, en su artículo 15 prohibía, mientras durase el contagio, la celebración de todas las ferias de Extremadura y Andalucía, con el grave quebranto económico que tal medida supondría para estas regiones sin otro fin, como explícitamente se reconoce en el artículo 13 de la mencionada Real orden, que evitar el contagio en la Capital y provincias interiores.
Posteriormente, el 23 de octubre del mismo año se acordonó Málaga, y el 28, Cádiz, a raíz del dictamen de un médico enviado a reconocer su estado de salud por la Junta Suprema de Sanidad coincidente con el emitido por la Real Academia de Medicina de Málaga y pese a la oposición de la Junta de Sanidad malagueña. Por Real Orden del día 31 del mismo mes todos los barcos procedentes de ambos puertos habían de pasar cuarentena en el lazareto de Mahón (27).
Religioso que atiende a un enfermo de cólera.

Con respecto a la confusión burocrática podríamos consignar las preguntas efectuadas a la Junta de Sanidad sobre si los viajeros procedentes de Córdoba y Sevilla que había sufrido cuarentena en Almaraz podían continuar viaje, o las acusaciones de que la Mensajería de Extremadura burlaba las normas sanitarias al hacer entrar en la ciudad como si fueran paseantes a personas procedentes de zonas sospechosas (28).
El mejor ejemplo de la confusión reinante nos lo proporciona la correspondencia entre la Junta de Sanidad de Madrid y la Junta Suprema de Sanidad, en la cual, la primera, al presentarle una queja del capitán general de Madrid porque había sido detenida una cadena de presos rematados en La Mancha por órdenes procedentes de Andújar, aprovechó para preguntar si estaban establecidos los lazaretos de Santa Elena y de Almaraz y para solicitar una relación de los pueblos epidemiados sobre los que se habían establecido cordones. La Junta Suprema de Sanidad contestó indicando los días exactos en que se habían establecido los lazaretos, pero en relación a los cordones manifestó que la ubicación de los mismos era variable a medida que evolucionaba la epidemia, por lo que era imposible hacer una relación de los pueblos sometidos a la incomunicación (29).
Los problemas con respecto al desarrollo económico o más concretamente a la actividad mercantil, quedarían reflejados en la disposición antes mencionada que suprimía las ferias de Andalucía y Extremadura, y en las quejas de los dueños de la Mensajería de Extremadura, que, al solicitar el restablecimiento del servicio de diligencias, argumentaban ante la Junta de Sanidad que sin él no podían trasladar medicamentos a los pueblos invadidos y ante la Regente que de no renovarse el servicio de mensajería con las diligencias se arruinarían indefectiblemente (30).
Los problemas que la incomunicación podía plantear a la buena marcha de los asuntos políticos se reflejan en una comunicación del superintendente general de la Policía a la Junta de Sanidad de Madrid para hacerles saber la detención de un Correo procedente de la legación de España en Portugal, advirtiendo que «la crítica situación de las cosas (la guerra carlista) hace probable que el paso de correos sea más frecuente que en tiempos ordinarios y este giro de los acontecimientos exige nuevas reglas que aúnen los intereses sanitarios y el servicio del Estado»; en contestación a lo cual la Junta, después de acordar nueve días de cuarentena para el correo, aconsejaba que se comunicaba a la Junta la detención del coche diligencia procedente de Granada, y ésta acordaba que los viajeros realizasen cinco días de observación. Según el Archivo de la Villa de Madrid: 3-373-76, el día 20 de noviembre de 1833 un grupo de viajeros granadinos manifestaba llegar directamente de su ciudad, teniendo cerradas las comunicaciones con Málaga y la Junta de Sanidad ordenaba se les dejase en libertad, previa fumigación de los equipajes por haber cumplido la cuarentena durante el tiempo que había durado el viaje.
A medida que avanzaba el invierno, la epidemia iba perdiendo virulencia y las medidas de incomunicación suavizándose. El 10 de enero de 1834 se dio orden de no detener a las personas procedentes de Málaga, haciéndose extensivo el 15 a las de Cádiz (31) y el 13 de febrero por Real Orden (32), se restableció la libre circulación terrestre y marítima, declarando ilícito todo corte de comunicaciones realizado por noticias ajenas o sin la orden correspondiente del Gobierno. Con esta medida se reanudaba el comercio tanto interior como exterior, ya que se permitía la admisión de embarcaciones procedentes de La Habana, México y Estados Unidos de América sin más restricciones que las establecidas para evitar la propagación de la fiebre amarilla (se mantenía interrumpido el tráfico con Madera y Azores, afectadas por el cólera).


A pesar de algunos amagos de invasión que obligaron a volver a establecer la cuarentena para las personas procedentes de un radio de 20 leguas de Granada (33), la mejoría general continuó, llegándose a suprimir el 27 de marzo, por una Real Orden de las Juntas de Sanidad interior, aunque dejando en funcionamiento las dos localidades marítimas (34).


Sin embargo, el verano de 1834 volvió a traer el cólera, y el 9 de junio de 1834 se prohibía la entrada de viajeros procedentes de Andalucía en la Corte al tiempo que se mandaba establecer un cordón militar en Sierra Morena (35).

El 19 de julio, no satisfechos con la medida anterior, acaso por juzgarla insuficiente, se decretó el aislamiento total de Andalucía por una línea militar que desde Cartagena-Lorca-Caravaca llegaba bordeando los sistemas montañosos hasta Fregenal, con lo que Andalucía quedaba completamente incomunicada a excepción de los puntos previstos para el paso de viajeros, previstos todos ellos de los correspondientes lazaretos. 
Retirada de cadáveres de afectados por el cólera.
Las medidas de aislamiento de Andalucía en esta segunda época, al igual que durante el primer período, produjeron problemas y protestas idénticas a las anteriormente reseñadas: entorpecimiento en las comunicaciones y el consiguiente deterioro en las relaciones comerciales. La fecha del 1 de julio de 1834 señala el punto de inflexión en el que el esquema de incomunicación mantenido por el Gobierno cambia totalmente, pues con esta fecha, a la vista de «los funestos resultados que causa a los pueblos» la incomunicación con la Capital y de acuerdo con la Junta Suprema de Sanidad se ordenó que se abrieran y mantuvieran expeditas las relaciones entre los pueblos infectos o sospechosos, y que sólo pudieran cortarlas los que permanecieran sanos (36).

A los viajantes en los pueblos se les expulsaba hasta con armas de fuego y no se les socorría, concluyendo que tal estado de cosas debía acabarse con la aceptación por parte del Gobierno de la teoría de la no contagiosidad del cólera.
Creemos que este estado de opinión se vería reforzado por un hecho verdaderamente insólito: Estando Andalucía cercada desde el 19 de junio por un doble cordón militar, el día 15 de julio penetró en la Corte el general Rodil al mando de una división del ejército procedente de la frontera con Portugal y camino del Norte, donde se dirigía para intervenir en la Guerra Carlista. Su trayecto desde la frontera fue el siguiente: atravesó Andalucía, pasó por Despeñaperros a La Mancha, Toledo y Madrid a donde llegó precisamente el día en el que según la memoria redactada por la Junta de Sanidad (37), se declaró el principio de la epidemia con auténtica virulencia. Luego continuó su camino por Guadalajara, Segovia, Soria, Valladolid, Burgos, Logroño y las Vascongadas (38).
La postura del Gobierno en este punto resulta difícil de sostener. Por un lado la Familia Real se mantenía acorazada tras un cordón militar, intentando protegerse del contagio y distrayendo un número apreciable de tropas, mientras que por otro una división del ejército vulneraba las normas sanitarias implantadas por el propio Gobierno para acudir a terciar en una Guerra que, aunque no sólo dinástica, era también un pleito sucesorio. No es de extrañar, pues el malestar generalizado contra unas medidas que sólo parecían ir encaminadas a entorpecer los movimientos de los ciudadanos.
No poseemos constancia documental de que se siguiera procediendo de esta manera cuando en el verano de 1834 el cólera volvió a recrudecerse, pero teniendo en cuenta que las medidas de incomunicación en un primer momento se endurecieron no parece descabellado sospechar que así fuera. Para el caso de que los dos anteriores filtros no dieran el resultado apetecido, se emplearon las guardias vecinales como último baluarte de la defensa sanitaria, establecidas en todas las puertas y portillos de las ciudades. Comenzaron a realizarse en su primera época en septiembre de 1833 ante las amenazadoras noticias procedentes de Andalucía y coincidentes con las primeras medidas de aislamiento de las mismas.
Cronológicamente la expansión del cólera por el país tuvo influencia en todos los esquemas preventivos de las invasiones siguientes, no sólo por lo que representaban las pérdidas de ciudadanos, como por las repercusiones económicas y sociales que tuvo en todo el país, sobre todo en la zona más afectada que fue Andalucía. La mayor influencia se produjo durante esta primera invasión del cólera en este periodo. Fue precisamente en junio de 1834 cuando se produjo el aislamiento de Andalucía por los cordones sanitarios y que en julio del mismo año se publicó la Ley proteccionista de trigos y harinas, que supuso la consolidación y reforzamiento del aparato jurídico surgido en 1820 para cerrar el mercado interior a los granos extranjeros.
Esto induce a pensar que las medidas aislacionistas probablemente dificultaron, mientras estuvieron en vigor, el comercio interior de granos. Cobran así todos su sentido las razones que el Ministerio del Interior dio para levantar los cordones a finales de agosto de 1834, pues, esta medida «paralizando el tráfico, e imposibilitando el abastecimiento de comestibles condena a los pueblos, por evitar un mal dudoso, a sufrir los seguros e inevitables que nacen de la escasez y la miseria». Los efectos de los «trascendentales perjuicios bajo el aspecto económico» debieron ser tan importantes que la misma orden señaló en su artículo 33 que «las mismas autoridades (...) cuidarán del abundante abasto de alimentos sanos en los pueblos» (39).

Vemos que las medidas anticontagio si tuvieron importantes implicaciones económicas, también las tuvieron políticas, pues suponían el poder controlar mediante un ejército desplegado en los pasos de unas regiones a otras, los movimientos de las personas en el territorio nacional, haciéndose preciso el uso de pasaporte para viajar.


Las medidas para mejorar el servicio de limpiezas supusieron sin duda una importante mejora de la higiene pública en las poblaciones, pero cuando desapareció la epidemia, parece ser que también dejaron de practicarse estas medidas. Las medidas de saneamiento (construcción de alcantarillado, traslado de muladares y matadero, limpieza de pozos negros, etc.) fueron seguramente las que mayor permanencia tuvieron y significaron el afianzamiento de la preocupación de las autoridades por las mejoras urbanísticas relacionadas con aspectos de salubridad pública. Destacan en este sentido las apreciaciones de los médicos que realizaron las inspecciones de las casas haciendo constar, como aspectos nocivos, la falta de ventilación, la poca luz y el número excesivo de personas que convivían en una misma habitación. También son frecuentes las referencias a la mejora de la higiene de los patios interiores y a la limpieza de los pozos negros. Respecto a los medicamentos hay que señalar que hemos incluido en ellos las sanguijuelas y la nieve. (40)



Deseo terminar este artículo con una cita esplendida y muy estimuladora de la curiosidad por el pasado, la cita dice así:
"Podemos desinteresarnos de la eternidad que nos seguirá, pero no podemos librarnos de la angustiosa pregunta sobre qué eternidad nos ha precedido." (Humberto Eco. La isla del día de antes)

Granada  22 de Enero de 2016.
Pedro Galán Galán.

Bibliografía y consultas:
(1) Gonzalo Anes "Economía e Ilustración en la España del siglo XVIII" Editorial Ariel. 1969.
(2) José Antonio Rodríguez Martín: “José María el Tempranillo”, páginas 200 y 201. Este autor cita a su vez la obra de Alfonso Braojos Garrido “D. José Manuel de Arjona. Asistente de Sevilla (1825-1833) editada en Sevilla en 1976.
(3) Perales Solís, M.: Partidas carlistas y bandidos en el Marmolejo  del siglo XIX. Artículo publicado en el programa Oficial de la feria de Marmolejo. Año 1987.
(4) Luís Pedro Pérez García: “Andújar y el largo siglo XIX”. Edita: Consejería de Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía. Año 2000. Páginas 80 y 81.)
(5) Luís Pedro Pérez García: “Andújar y el largo siglo XIX”. Edita: Consejería de Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía. Año 2000. pág. 87.
(6) Luís Pedro Pérez García: “Andújar y el largo siglo XIX”. Edita: Consejería de Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía. Año 2000.)
(7)  José Antonio Rodríguez Martín: “José María el Tempranillo”, pág. 152. Ed. Castillo Anzur. Lucena (Córdoba). Año 2002.)
(8) Julio Artillo González: “Jaén en la época Contemporánea (1808-1987)”. Capítulo de la obra “Jaén” (tomo II), colección “Nuestra Andalucía”, página 625. Granada, año 1989.

(9) Ph. Hauser: Estudios epidemiológicos relativos a la etiología y profilaxis del cólera, hechos y observaciones recogidas durante la epidemia colérica de 1884. Madrid. 1887.
(10) Archivo de la Villa de Madrid.  3-374-59, en adelante A. V. M.
(11) A. V. M. 3-358-46.

(12) Pedro M. Rubio; Lorenzo Sánchez Núñez; Francisco Paula y Folch: Informe General de la comisión facultativa enviada por el Gobierno español a observar el cólera morbo en países extranjeros, remitido desde Berlín en 31 de mayo de 1 833 por los profesores comisionados por Su Majestad, Madrid. 1834.

(13) Mateo Seoane: Documentos relativos a la enfermedad llamada cólera espasmódico de la India que ahora reina en el Norte de Europa, impreso por Orden de los Lores del Consejo privado de Su Majestad británica, traducidos al castellano y aumentados con notas y un apéndice por don Mateo Seoane. Madrid, 1831.

(14) Esteban Rodríguez Ocaña: «Ciencia e ideología en torno a la primera epidemia de cólera en España (1833-1835). I Congreso de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias. Madrid, 1978.
(15) F. J. V. Broussai.: Memoria sobre el cólera morbo epidémico observado y tratado en París por F. J. V. Broussais protocolo: Médico del hospital militar de Val de Gracia de Paris, traducido de la segunda edición francesa que ha aumentado el autor con notas y un suplemento por el doctor don Ramón Trujillo, catedrático del Real Colegio de Medicina y Cirugía de San Carlos de esta Corte. Madrid, 1833.)

Otras monografías que fueron traducidas para poner algo de luz ante tal problemática fueron la de los tres autores siguientes:

La Mare- Picquot: Observaciones sobre el cólera morbo de la India hechas en Bengala y en la Isla de Francia. Publicadas en París en 1 831 por La Mare-Picquot, profesor en Farmacia de la Isla de Francia. Traducidas por don Antonio Ortiz Transpena. Madrid, 1832.

Alex Moreau de Jonnés: Monografía o tratado completo del cólera morbo pestilencial. Traducida por don Juan Gualberto Avilés. Madrid, 1832.

Y la de L. J. M. Robert: Carta histórico-médica sobre el cólera morbo de la India importado a Moscú. Traducida por S. E. la Junta Superior de Sanidad de Cataluña. Por el vocal Juan Francisco de Bohl. Barcelona, 1831.
(16) Esteban Rodríguez Ocaña: «Ciencia e ideología en torno a la primera epidemia de cólera en España (1833-1835)). I Congreso de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias. Madrid, 1978.

(17) Luís Comenge y Ferrer: La Medicina en el siglo XIX. p. 202. Barcelona.

(18) A. J. M. 3-372-13. Cartas de 3,11, 19 y 31 de mayo de 1832 y 7 de octubre de 1833. La lista de medicamentos que debían poseer en las boticas se debe a los vocales facultativos Juan Castelló y Bonifacio Gutiérrez.
(19) A. V. M.3-373-91.

(20) julio. El Observador de 19 de julio.

(21) julio. El Observador de 19 de julio.

(22) Ramón de la Sagra: «La historia del Guaco por el profesor de Botánica de La Habana». La Abeja, 3 de agosto de 1 834.

(23) Ramón de la Sagra: «La historia del Guaco por el profesor de Botánica de La Habana». La Abeja, 3 de agosto de 1 834.

(24) Memoria de la Junta de Sanidad y Beneficencia acerca de la epidemia de cólera morbo padecida en esta Capital. Madrid, 1855, p. 25.

(25) P. H. Guser: Estudios epidemiológicos relativos a la etiología y profilasis del cólera, hechos y observaciones recogidas durante la epidemia colérica de 1884. Madrid. 1887, p. 280.
(26) A. V. M. 3-374-1.

(27) A. V. M. 3-373-40.

(28) A. V. M. 3-373-70: Comunicación del corregidor subdelegado de Navalcarnero de 10 de octubre de 1833.

(29) A. V. M. 3-378-48: Según comunicación del duque de Bailén, presidente de la Junta Suprema de Sanidad, los puntos epidemiados el 1 de octubre de 1833 eran: Huelva, Ayamonte, Sevilla, Coria, La Puebla, Dos Hermanas y los sospechosos: Alcalá de Guadaira, Alcalá del Río, La Rinconada, Badajoz, Olivenza y Valverde de Leganés.
(30) A. V. M. 3-373-70: Comunicaciones de los propietarios de la Mensajería de Extremadura con fecha de 22 de octubre de 1833 a la Junta y de 13 de noviembre a la Regente.
(31) Archivo de la Villa de Madrid.3-374-29.
(32) A. V. M. 3-373-78.
(33) Archivo de la Villa de Madrid.3-374-29.
(34) A. V. M. 1-236-5: Real "Orden de 27 de marzo de 1834 suspendiendo las Juntas Provinciales del interior, pero dejando en funcionamiento las del litoral. - Gaceta de Madrid, de 4 de abril de 1834.
(35) A. V. M. 1 -236-5.
(36) P. H. Hauser: Estudios epidemiológicos relativos a la etiología y profilasis del cólera, hechos y observaciones recogidas durante la epidemia colérica de 1884. Madrid. 1887, p. 283.
(37) A. V. M. 3-358-46.
(38) Ph. Hauser: Op. cit., pp. 190 y siguientes.- A la cabalgada de Rodil hacen también referencia Mariano y José Luís Peset en su obra citada.
(39) A. V. M. 3-374-1: Real Orden de 24 de agosto de 1834.
(40) Puerto, J. y San Juan, C.: La epidemia de cólera de 1834 en Madrid.