PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

sábado, 29 de marzo de 2014

ERAS, NIÑOS Y PALABRAS.


Eras, niños y palabras


    También se han perdido, las eras; cosas de los tiempos. Entrañables, acogedoras; como viejas amigas eran las eras. Salieras por donde salieras del pueblo siempre te las encontrabas. Para decirte adiós, o darte la bienvenida a tu regreso.
     Se reservaban todo el año, sin producir, hasta los frenéticos días del verano, de sacar el agosto, como se llamaba.
    Con yuntas de mulos, mayormente, se barcinaba. Las narrias sobre las albardas, algunos, pocos, lo hacían con burros y angaripolas. Otros tenían una galera, después un carro; las jáquimas de las mulas iban llenas de campanillas y cascabeles, era una alegría oírlas con el cabeceo de la marcha y el golpe de los cascos en la calle. Y volvían, por otro viaje, a mojariegas que era más cómodo que  a horcajadas. Los niños queríamos ser muleros.
     Los apechusques de las eras se componían de un sin fin de herramientas: biergos, horcas, palas, cribas, escobones de varetas y de manzanillón, biergas, gangas... angarillones —en otra ocasión nos ocuparemos de estos bártulos, y de estas palabras—.
Fotografía del libro "Imágenes y comentarios de Lahiguera"

      El campo, el verano, tenía el olor salitroso de los garbanzos; en la era los blancos lejos de los mulatos. La parva, con su color de oro y redonda despedida, soñaba con palabras de cuna: mancera, besana… zampoña.
     Después, nada, las eras eran nuestras, de los niños; aunque algunas, ocasionalmente, se utilizaban para almiares o amontonar estiércol; para mayor disfrute de juegos.
    Había juegos de invierno, que necesitaban lluvia, como «el che», o «el escurrizo». El escurrizo más alucinante era el de la  era del Sevillano. Ahora nada queda, el terreno lo han dejado plano; pero por algunos tramos tenía mucha altura. En este lugar había un poblado (fácil defensa) de la edad de los metales. La mayor altura estaba donde se situaba  el escurrizo, por la carretera de Andújar, frente al Campanario de la compra de aceituna. Nos deslizábamos agachados sobre un pie, la otra pierna estirada abriendo camino. Cuando se secaba lo regábamos con fluidos corporales. Muchas veces ocurría un accidente, con la consiguiente culera delatora y la pequeña tragedia al llegar a la casa.
Fotografía del libro "Imágenes y comentarios de Lahiguera"

     También se utilizaban las eras para practicar con la bicicleta. Las mejores, las que ocupaban lo que ahora es el polideportivo y el campo de fútbol; también en el eucalipto de Juan Montoro. Aprovechábamos los desniveles para, por los cantones, hacer el suicida. Mejor hacer el veraciega; hasta te podías encontrar algún pillalúas con su calabaza en la mano. Los bichos de la seca, como heraldos del abismo, anunciaban soletones por las asustadas chichibejas. Quizá te acuerdes, te caíste, cojera pasajera; te llevamos en goli hasta tu postigo.
     Pero para lo que más se usaban era para jugar a la pelota, con piedras de portería y una pelota pinchada, vieja, a veces hecha con trapos y bolsas; no necesitábamos más.
     Las eras eran lo primero que encontrabas al volver. Las recuerdo, entre los saltos de dibujos animados de la viajera, cuando llegabas de Jaén o Andújar, como si fuesen ellas las que brincaran; como si el pueblo te abriera los brazos recibiéndote, alborozado.
    Y las eras… bueno, todo lo sabían; hasta los niños que fumaban…  Eras, hasta siempre.


4 comentarios:

Lahiguera dijo...

Bonitos recuerdos me trae este breve artículo de Manuel. Me viene a la memoria cuando, de niño, tras salir de la escuela, y dado el itinerario elegido para ir a casa, uno de los lugares por los que habitualmente pasaba era por esta mencionada “Era del Sevillano". Bajando por la calle “Jacinto Benavente”, a la altura de lo que hoy es un local comercial cerrado, aledaño a una pontanilla de agua (así llamamos aquí en el pueblo a un tragante de agua), existía un muro de unos dos metros de altura en ese lugar. Y no puedo seguir escribiendo este comentario sin dejar de mencionar a aquel paisano nuestro llamado Gregorio, quien día tras día se afanaba en rellenar las yagas de los bordillos de la cera con aquellas tejoletas y restos de piedra que él mismo buscaba por los alrededores, y que a diario nos encontrábamos en ese lugar. Pues bien, …casi todos los días trepábamos por ese muro para tener acceso a la mencionada era, y tras atravesarla, bajar por un pronunciado cantón hasta la carretera que hoy es llamada Avda. Sebastián Fuentes. Había días que se nos iba el santo al cielo jugando a las bolas al lado de la casa que allí existía: luego vendría la penitencia al llegar a casa. El desnivel existente en este lugar era bastante significativo: unos 5 metros, si mal no digo. Recuerdo unas pequeñas veredas realizadas por los que por allí acortaban el camino cotidianamente. Por aquellos años, se comenzaba a echar alquitrán en las vías principales, cosa que ocasionaba que los abundantes lagartos existentes en las madrigueras de ese cantón quedaran atrapados por el pegunte que se desprendía de aquel asfalto en los días de calor: son imágenes que nunca se borran de la memoria.
Otra de las eras que memorizo es la que existía en el camino del actual cementerio, tras la fábrica de ladrillos (así la oí llamar a esta pequeña y vieja edificación donde al parecer, antaño, se fabricaban tejas y ladrillos de barro). Quizás sea ésta unas de las últimas imágenes que puedo retener, dando vueltas montado sobre una trilla tirada por un mulo del abuelo Quico Calero.
Juan José Mercado G.

PEDRO GALÁN GALÁN dijo...

De vez en cuando, cuando doy una vuelta por el corralón familiar, veo el trillo histórico de la casa patriarcal de mi abuelo José María, convertido ahora en un viejo trasto de carcomido tablero. Lo observo con tranquilidad, cariño, interés y cierta nostalgia; me "habla" de la familia que siempre estuvo a su lado cuando él era muy importante, de sus años de trabajo, de sus grandes hazañas y también de su pequeña historia. Desdibujado y corroído por la distancia del tiempo, apenas percibe ya su escenario, su sombra real: el campo, la siembra, la siega, la barcina, la era, la paja, el trigo, los sacos y el "atroje" de la cámara...
Recuerdo a aquéllos antepasados nuestros que lo manejaban como expertos en la eras con el tórrido y asfixiante sol de estío, sol y calor que se metían en el “sentío, igual que el sonido rítmico e irritante de las “chicharras” escondidas y ocultas por doquier, y haciendo sonar el ronco laúd de sus alas.
Lingüísticamente el trillo es un instrumento para trillar que proviene del latín “tribulum”: “un tablón trapecial provisto de trozos de pedernal o cuchillas de acero encajadas en su cara inferior y que se ata con un tirante a las caballerías para trillar la mies tendida en la era”. Una herramienta de trabajo y un objeto movedizo que se convertía en centro de atención para el trabajo de nuestros abuelos y bisabuelos durante el periodo estival. Los niños nos paseábamos en el trillo cual si de una noria horizontal se tratase.
Asociado al trillo aparece la “era”, un camino giratorio por el que, como carrusel de feria, los mulos daban vueltas infinitas sobre la mullida “parva” con la única función de remover y desgranar la mies. Y, en torno a todo esto, un sinfín de términos que delimitaban todo un conjunto de faenas e instrumental necesario: segar, barcinar, aventar, beldar (remover la paja con la horca), la bielga (el rastrillo); cribar el grano y envasarlo en el costal con la cuartilla o el celemín, un vocabulario totalmente desconocido ya para muchos higuereños. Una página pasada, un trabajo duro y pesado para sus principales actores; palabras y más palabras que, como a la paja, el viento se las lleva, como se llevó con los años a nuestra familia, sin saber ya cuándo, cómo ni por qué.
Cordiales saludos.
Pedro Galán Galán.

PEDRO GALÁN GALÁN dijo...

Se llamaba PARVA al resultado de amontonar la TRILLA en la era y ponerla en disposición de aventar (Separar el grano de la paja). En otros lugares la parva era también lo que en nuestra zona se entiende por trilla (es decir, la mies extendida en forma de redondel para pasarle el trillo por encima, quebrarla y convertirla en paja menuda).

LA PARVA

Enhiesta sobre la era,
la parva espera.
No hay viento.

El sol aprieta.

Debajo de la carreta
está extendido el almuerzo.

¡Dejad el bieldo!
¡Comamos!
Si sopla el aire, limpiamos,
si no, sacamos
el cuelmo.

Desparramad los manojos
de centeno.
Bajo la meda de trigo
está el manal escondido.
Ayer le puse otro pértigo.

Pasa la bota y... ¡que corra!
Coloca bien la manzorra
y luego acabas el resto.

Del otro lado del monte
viene una brisa gimiendo.

¡Coged el bieldo!

En el montón de la paja
no sólo el hombre trabaja:
también el niño y el viejo.

Si cambia el aire ¿qué hacemos?

Cambiáis la mano.
Lo que no cambia es el grano,
que es más pesado que el viento.

Ya hay tres montones
de paja:
grande, mediano,
pequeño.
De grano hay uno, en el medio.

Grano y... granzones.
El aire ha dicho que nones
y se han quedado en el muelo.

Deja la pala.
Trae la ceranda más rala,
que está arrimada al sobeo.

Entre el garbillo, negruzcos,
asoman dos cornezuelos.
Más que negruzcos son negros.
¿Quién quiere verlos?
Por los entornos del grano
discurren los barrederos.

El muelo se hace merienda,
como una ofrenda
del cielo:
jamón, chorizo, pizpierno...

Después la tarde se inclina
y el hombre, a golpe de hemina,
enfarda cuentas y sueños:

Para seis cargas colmadas,
dos celemines y medio.
Si no se pria el que queda
por acarrear, o en la meda,
se nos revienta el granero.

Buen año nos ha salido
en paja, grano y... diviesos.

Del libro “Trozos de cazuela compartida” (Autor Mariano Estrada).

Cordiales saludos.
Pedro Galán Galán.

PEDRO GALÁN GALÁN dijo...

La “era” era, casi siempre, un espacio lúdico para los más pequeños en el que, acompañando a los mayores, nos divertíamos jugando con la paja, pisando la horca, a pesar de los riesgos que tenía su golpe seco en el cogote o espalda y las risotadas de todos los presentes que hacían sentirte al borde del ridículo al convertirte en otra “víctima” más del juego, y colaborábamos con los mayores paseándonos en el trillo; en otras ocasiones, era un lugar de cita y encuentro para mozuelos y mozuelas románticos e inexpertos amantes de los comienzos más fogosos de la vida. Y en todo momento, para todos aquellos que permanecían en la era al terminar la jornada, era en un oasis nocturno de tranquilidad donde dormir, soñar y observar el cielo con su millones de estrellas, algunas atravesando todo el firmamento, descaradamente, ante el asombro y el éxtasis de los presentes, las explicaciones de los mayores o la espera del amanecer del día siguiente segundo a segundo, una experiencia excitante, un auténtico lujo.
Estas experiencias ya son historia del pasado pero las recuerdo, con mucho cariño, cuando sólo tenía, no más de nueve o diez años.
Aun recuerdo los nombres de las “eras“de los legíos de mi calle: la era de Marianica, la de Juan Montoro, la de Juanaco, la de Parras, la del Chacho Salvador “el bizco” donde siempre llegaba antes el aire, como un anuncio para los de más abajo. Todas plenas de mieses y de trillos; el molestísimo e insoportable polvo fino de las parvas que se colaba en los hogares con las bocanadas de aire calentón, cubría los pámpanos de las parras y se metía en el cuerpo por todos los resquicios de la ropa. Recuerdo a aquellas “gentes buenas” que nos sembraron sus vidas de futuro, hoy abuelos y bisabuelos nuestros, casi en la totalidad ya desaparecidos y que cuando nos veían a los críos desde lejos con la sonrisa dibujada en la cara nos hacían señales con la mano para que subiéramos a sus trillos, recuerdo al “Pincho” tan fiel a mi abuelo materno y a “Diego” que tan bien comprendía, en una relación personal cuanto menos curiosa, a mi otro abuelo paterno.
¡Qué tiempos aquéllos! A veces miro a mí alrededor buscando, inútilmente sus viejos y arrugados rostros bruñidos por el cansancio y teñidos por el sol de la canícula de agosto. Solo logro darles actualidad a algunos anualmente, cuando recorro las tumbas del cementerio en los días de los “Santos y Difuntos”.
Ya ha pasado el tiempo y casi el recuerdo, y la vida continua en otras manos, los de mi edad vamos entregándolas a los jóvenes, ella sigue su curso por caminos tan distintos a los nuestros. Surgen nuevas necesidades, el progreso y la industria se impone y, con el progreso, se acelera el ritmo del cambio y se transforman los signos externos de nuestra cultura. Ya se nos esfumó el trillo, la era y sólo perviven como palabras añejas y extrañas, casi como material de desecho.
Hay veces que me "lleno, no sé, si de rabia o nostalgia", cuando pienso: ¿Tan difícil sería reunir esas pocas herramientas y enseres que aún nos quedan de aquellas generaciones y exponerlas en un “Museo”, en nuestro pueblo, para así recuperar una parte de nuestro pasado y trasmitirlo a los jóvenes al menos como curiosidad, o para fortalecer nuestra memoria a los que todavía recordamos?
¿Quién les explicará a nuestros hijos, nietos y biznietos todo nuestro pasado? ¿O acaso eso ya no nos interesa? También me doy cuenta de que soy un iluso cuando pienso así o recuerdo todo esto, cuando lucho contra la nada y el olvido y mis palabras se las lleva el viento.
Como si fuese un cuento o una metáfora, las dificultades, como la mies, se han de recoger, remover y analizar; pero no basta con la “trilla”; se ha de estar atento a los vientos que soplan para aventar, cribar y separar el grano de la paja, que no nos engañen los mensajes; pues como se suele decir vulgarmente, no todo es “trigo limpio” en nuestra vida ciudadana.
A todos nuestros antepasados, con todo mi cariño y gratitud, y sobre todo mi recuerdo para siempre.
Cordiales saludos.
Pedro Galán Galán.