PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

martes, 29 de octubre de 2013

CEMENTERIOS:

Los cementerios:


   Cuando, a mediados de los años 50 del pasado siglo, se excavó para hacer los cimientos del campanario –costeado por el matrimonio Fuentes-Galán- de la iglesia de arriba, la morisca; aparecieron multitud de restos humanos. Cosa que sorprendió entonces y que, ahora, todavía se oyen comentarios de asombro, como de algo inexplicable. Pero nada más lógico y normal, lo raro hubiera sido que no hubiese esqueletos. Veamos.

Iglesia "morisca", La Tercia y el "Cementerio viejo" antes de ser remodelado y convertido en un parque.
(Fecha fotografía: 2 de agosto del 2005).

   Una costumbre cristiana, que quedó muy arraigada, fue enterrar a los muertos dentro de las iglesias. Todo comenzó cuando se sepultaron reyes, nobles y, sobre todo, mártires y santos. Se pensaba que el tránsito a la otra vida, al cielo prometido, sería más factible y rápido si el difunto se sepultaba en el mismo lugar que estos personajes. Se realizaba en cualquier parte del templo, en el suelo, en rincones de bóvedas. Esto con el pueblo; con gente destacada de la sociedad, adinerada, se construían criptas en lugares preferentes.

   Saliendo del tema, lo aludido arriba es lo que hace pensar que la Tercia fue, primitivamente, una iglesia; se encontraron en la pared del oeste restos humanos. Teniendo en cuenta que la muralla iba entre la iglesia y la Tercia, lo lógico es pensar que el castillo, defendiendo la muralla, estaría contiguo a la misma (sería la Tercia), pero cabe pensar que hubiera muralla en la parte norte y el castillo estuviera adyacente a ella, en la llamada era del castillo que vimos en el Callejero Decimonónico, y allí estuviera la torre a la que las crónicas hacen referencia. Después, al construir el templo morisco, al estar en mejores condiciones la iglesia vieja, ya sin función religiosa, pasaría a tener otras como la de hospital, pósito o de carácter militar.

Vista desde la cara norte de Lahiguera (24/08/2005).

   Continuando con los enterramientos hay que decir que esta costumbre de inhumaciones en recintos sagrados se mantuvo durante la edad Media. Hubo intentos de erradicarla, porque había ocasiones en que, durante los actos religiosos, el hedor era insoportable; además se pensaba que era origen de enfermedades, de epidemias de peste que ocasionaban gran mortalidad.


   Por todo lo anterior se comenzó a enterrar en los alrededores de las iglesias, en general de los recintos sagrados; mientras más cerca de las paredes mejor. Eso es lo que ocurrió en nuestro pueblo; todos los alrededores de la iglesia están llenos de esqueletos, en la calle, bajo las casas. Normalmente se sepultaban sin féretro, envueltos en un sudario y bocarriba; los niños de lado, como durmiendo. Con mucha probabilidad, y por el mismo motivo, encontraremos restos humanos alrededor del Santo, cerca de la cueva de Santa Clara, donde estaba la ermita.

 Vista del actual cementerio. Fotografía realizada desde el paraje de la mencionada ermita.


   Siempre que se hacen obras en el subsuelo cercano a las iglesias y conventos aparecen restos humanos. La picaresca popular atribuye estos al fruto de las relaciones sexuales de curas y monjas, pero ya vemos la causa; y si hay más esqueletos de niños es porque su mortalidad era mayor. De todas formas también tendría sus escarceos amorosos las personas religiosas, algunos de sus hijos morirían niños y se enterraban cerca del convento, como los demás.

   Carlos III, en sus tiempos se reforma el puente de “El Gato”, promulga una cédula real en 1787, mediante la cual se ordena construir cementerios municipales fuera de las poblaciones. Recordemos que imperan las ideas de la Ilustración. Se piensa, y con razón, que se deben alejar los muertos de los vivos, por razones sanitarias. La orden pretende lanzar la construcción de cementerios municipales. Se realizarán con una pared que impida el paso de animales, con puerta de hierro y candado. La llave la tendrá el sacerdote y se procurará que esté cerca de alguna ermita. La idea no prosperó, era una costumbre muy arraigada, además había poco presupuesto. Por otra parte ¿sería la llegada al Cielo más tardía y penosa lejos del recinto sagrado?.

   Con Carlos IV se construyen los primeros cementerios. En la guerra contra Napoleón se da un impulso, los soldados franceses propagan las ideas ilustradas. Seguramente de esta época es la construcción de nuestro cementerio viejo; el lamentablemente destruido. Mantiene lo estipulado en la ordenanza.

Moneda de plata de 4 reales de José I, hermano de Napoleón y rey de España, encontrada bajo las paredes del cementerio, en la parte Este. (Réplica).

   Unos treinta metros hacia el este del antiguo cementerio han aparecido, además de numerosas monedas de los siglos XVI y XVII, trozos de cerraduras y objetos religiosos como cruces; quizá se asentara en este lugar una ermita como la que recomienda la orden de Carlos III. Además, se construye anexo al cementerio, el llamado “corralillo de los ahorcados”, donde se sepultaban suicidas, apóstatas, o niños sin bautizar. Tenía puerta propia de entrada para no pisar camposanto.

Reciente parque construido en el lugar del "Cementerio viejo".

   En escrituras notariales aparece el nombre de “Camino del Cementerio”, se refiere al camino del Charcón. Testimonios de campesinos nos hablan de esqueletos en el cruce del camino del Charcón con el camino de la Covela. Podría ser un cementerio judío, creo que es más factible que uno árabe, sobre todo por la escasa presencia de esta población en nuestra tierra.


   El rito judío hace enterrar al cadáver con la cabeza al oeste, posición decúbito supino (bocarriba), al creer en la resurrección dicen que lo primero que verán sus ojos, al resucitar, será Jerusalén. Los árabes entierran a sus muertos con la cabeza al sur, de costado y mirando al este.

   También han aparecido enterramientos romanos. En las Losas conocemos tres tumbas, dos de adultos, uno de ellos cojo, y una de niña. Durante muchos años se sepultaban en las mismas casas romanas, en este caso en la villa que allí se asentaba. De igual modo nos encontramos enterramientos de la hez de aquella sociedad, casi siempre de esclavos, eran los llamados puticuli, una fosa común. Otros enterramientos se hacían a la orilla de los caminos; en la “Asomá de Arjona” también aparecieron trozos de una estela romana con partes escritas. En la publicación Inscriptiones Hispaniae Latinae, Volumen 1, publicado en Berlín en 1869, tomado de Rus Puerta. Se afirma la existencia de una estela de unas libertas encontradas en nuestro pueblo.  


   Recientemente se ha cambiado la costumbre de ir al cementerio nuevo por la carretera de Andújar, para hacerlo por el camino de la Huerta Caniles. Es curioso que hace unos dos mil quinientos años, en tiempos de los iberos, también el cortejo fúnebre iba por la Huerta Caniles, con la diferencia que, frente a nuestra tristeza, ellos despedían a sus difuntos cantando, los incineraban. En el tramo de camino entre Huerta Caniles-Charcón hacía carretera de Andújar-cementerio apareció una vasija ibérica de guardar las cenizas del difunto, urna cineraria, con un caballo esquemático pintado en ocre.

   Ya, para terminar en este caminar hacia atrás de la Historia, señalar que también han aparecido sepulturas prehistóricas, del Neolítico, con todo el ajuar funerario, entre el Chorrillo y Granados, por encima del actual tendido eléctrico.


SIT TIBI TERRA LEVI


Que la tierra te sea leve



Nos tarde mucho para el deseo, a todos.




Manuel Jiménez Barragán.
Lahiguera a 29 octubre del 2013.

viernes, 18 de octubre de 2013

LAS "CENCERRÁS"

LA VIEJA COSTUMBRE DE LAS “CENCERRAS” A LOS CASADEROS MAYORES  VIUDOS EN HIGUERA DE ARJONA.

Las personas que en estado de viudo o viuda se disponían a cambiar de esta situación a casados, lo hacían con la mayor reserva posible para evitar ser molestados. Había una primera situación que podía ser hombre viudo con mujer soltera joven, o mujer viuda con hombre soltero más joven o no. La segunda situación era la de hombre viudo con mujer viuda.

Estas relaciones como se ha dicho se hacían en el mayor secreto, pero eso era muy difícil, porque había otras muchas personas por medio… (familiares, vecinos,  y amigos) que estaban enterados del nuevo acontecimiento en el pueblo, por lo que era posible que entre tantos, no hubiera quien guardara el secreto, debido a inconfesables propósitos que por lo general eran los de molestar a los nuevos contrayentes.


El nombre “cencerra” procede del instrumento empleado y más característico, o al menos el más sonoro de todos: el cencerro es como una campana tosca en general, pequeña y cilíndrica, hecha con chapa metálica generalmente de hierro o de bronce enrollada en forma de tronco de cono irregular con base elíptica y dentro de la cual cuelga un badajo o macillo a modo de colgajo, que golpea los laterales al cambiarlo de posición con el movimiento y produce el sonido con el que se oía el movimiento de las reses en el campo.

Llegados a este punto conviene saber qué se entiende por “cencerrada”. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (2012) define este término de la siguiente manera:
1. Ruido desapacible que se hace con cencerros, cuernos y otras cosas para burlarse de los viudos la primera noche de sus nuevas bodas. Dar la Cencerrada.
2. Ruido similar que se hacía cuando un forastero se casaba con una joven de un pueblo y no pagaba lo estipulado por los mozos de dicho pueblo.
3. Ruido similar que se hace con cencerros o con otros utensilios metálicos para realizar una protesta cualquiera o como burla.

En un sondeo histórico y lingüístico preliminar, convendrá que recordemos ahora la caracterización que se hace de la ´”cencerrada” en el Diccionario de Autoridades de 1729:
”El son y ruido desapacible que hacen los cencerros quando andan las caballerías que los llevan. En lugares cortos, suelen los mozos las noches de dias festivos andar haciendo este ruido por las calles y también quando hai bodas de viejos o viudos, lo que llaman Noche de Cencerrada, Dar Cencerrada, Ir a la Cencerrada”. Cosa rústica, en suma, de lugares cortos, sobre todo y en que son los hombres solteros los que participan de modo primordial.

También podemos recoger otro testimonio lexicográfico algo más antiguo, de fines del XVII, en el Diccionario de Ayala (1693) y lo haremos en recuerdo de la labor que desarrolla el Lexicografía nuestro paisano Ignacio Ahumada Lara: “Aunque este vocablo en su sentido es castellano -dice de modo equívoco al artículo cencerrada- no lo es porque nació en otra parte. En el reyno de Valencia, quando un viejo se casa con una niña o un moço con una vieja, o dos sumamente viejos, o alguna, aunque no sea muy anciana, ha tenido muchos maridos y se casa tercera o quarta vez, la gente popular acostumbra darles chasco la noche de boda haziendo ruido con sartenes y hierro viejo o cencerros, de donde tomó el nombre y a esto llaman cencerrada.” 
Desde época medieval perduró la costumbre, con la única variación del aumento de instrumentos y utensilios que provocan el ruido: cencerros, esquilas, turullos, tambores, pitos, matracas, cacerolas, sartenes, calderos, latas con piedras, silbatos, cuernos, esquilones... para que el ruido, cuanto más horrible fuera, ¡mejor! era para sus propósitos.

Todo este estrépito iba acompañado de voces y gritos de la gente, además de unas coplas que se cantaban y recitaban para la ocasión, con la suspensión total del ruido en el momento del cante, para volver a retomarlo en cuanto se terminaba de recitar. Estas composiciones aludían a los “trapos sucios” de los novios (su vida privada, en general) o a acontecimientos de los que se reía la gente del lugar.

La “cencerra”  en nuestro pueblo aparece siempre ligada al matrimonio, uno de los cambios más importantes en la vida de una persona dentro de su grupo social. Se hacía cuando la pareja estaba formada por viudos o alguno de los contrayentes era viudo. La razón era que se consideraban estas uniones como “ilegales” y la cencerrada se convertía en una ridiculización agresiva contra una unión que transgredía alguna norma o valor social. Otro factor importante susceptible de desencadenar una cencerrada se producía cuando entre los novios había una diferencia de edad considerable, especialmente si el novio era un rico viudo entrado en años que se unía a una jovencita. Ante uno de estos casos el pueblo anónimo se reunía delante de la casa de los novios con cencerros, cornetas, cazos, cacerolas... y todo aquello que sirviera para hacer ruido. Comenzaba así durante varias noches lo que se conoce con el nombre de “cencerrá”.

Esto es, a grandes rasgos, lo que se entiende por este acto festivo, que no deja de ser un rito de segundas nupcias bien antiguo, en la antigüedad los íberos no acompañaban a la esposa en la carroza en las segundas nupcias. No debemos olvidar la oposición social a la reincidencia matrimonial de las viudas (sobre todo en lugares pequeños): es como si ella tuviera que pagar la culpa por la muerte de su esposo (con larga clausura y vestidos de luto) que pueden redimirla y purificarla para otro enlace.

Por otro lado, la iglesia nunca vio con buenos ojos las segundas nupcias, pues las denominaba “honestam fornicationem y speciosum adulterium”.

La cencerrada no era una costumbre típica y exclusiva de la península. También encontramos manifestaciones similares en otros países, como Francia, Alemania o Italia, aunque, sin lugar a dudas, estas estrepitosas manifestaciones tuvieron en nuestro país especiales modos de expresión, convirtiendo la costumbre en algo querido y multitudinario.

Normalmente daban las cencerradas los jóvenes del pueblo, pero también participaba algún grupo de personas sin determinar la edad, que les gustaba dar la lata a la gente mayor, o por alguna pandilla de jóvenes (grupo de amigos),  que se reunían siempre después de cenar, no muy tarde, formaban una "banda" de música con instrumentos de hacer solamente mucho ruido. El instrumental utilizado era muy variado, desde algún latón golpeado con palos, silbatos, panderetas, y en particular con cencerros, En Higuera de Arjona siempre hemos oído hablar de la “cencerra”, nos comemos la última sílaba, al igual que en muchos otros pueblos andaluces.


Marchaban los jóvenes por los alrededores de la casa donde vivía el viudo o la viuda, y empezaban a hacer sonar todo lo posible sus “instrumentos” con toda la fuerza que sus brazos o sus pulmones con soplidos podían producir. En este caso no era cuestión de entonar una pieza de música que pudiese agradar al nuevo contrayente, aquí lo importante es que se oyera como lo mas ruidoso, alto y a la mayor distancia posible; luego se hacía un silencio, y entonces alguno de los asistentes, o todos a coro, cantaban canciones que ellos mismos habían compuesto, que por cierto algunas rimaban bastante bien, por lo que luego la vecindad lo comentaba y era motivo de conversación en el pueblo por una temporada.

Lo peor era cuando los que se iban a casar habían tenido cualquier anécdota curiosa o desagradable en el tiempo de sus escondidas relaciones, o si en el trascurso de las mismas se produjo algún incidente con algún miembro de la familia que estuviese disconforme con el proyecto nuevo de vida, entonces se magnificaba el incidente por muy insignificante que fuera, y los cantares eran alusivos a ese hecho de forma un tanto desgarradora.  Eran las composiciones algo así como fueron las canciones de la comparsa de “Tomequiere” pero con la mayor mala intención de herir y avergonzar al que se iba a casar siendo viudo o viuda.

 Como si censores fueran de las decisiones de los demás, ellos se atribuían el respeto al difunto o difunta que provocaron la viudedad de los nuevos contrayentes. ¿Quien vendría hoy, (con el cambio de las costumbres y el ritmo de los tiempos actuales), a sancionar los que hace tal varón o tal dama, con su cuerpo y sus decisiones de emparejamiento temporal o más o menos definitivo?

Se puede considerar que el sistema de valores del pueblo antes era profundamente monógamo y cualquier alteración de sus principios era considerada como un mal social,  el hecho de que después que una persona se hubiera casado, llevados por romanticismo prematrimonial de los jóvenes, las segundas nupcias de alguno de los contrayentes, tanto por parte del hombre como de la mujer, aparecían como un desafío a estos valores.

Si la anécdota había sido de reconocida importancia, lo mejor era taparse los oídos para no escucharlo, pues entonces se cantaban verdaderas barbaridades, que desde luego no sólo avergonzaban y abochornaban a los nuevos contrayentes sino a toda la familia, y vecinos. Esta era la razón por la que estos noviazgos y proyectos de boda se guardaban con tantísimo sigilo, claro que siempre habría alguno de la vecindad o vengativo familiar que diera cuarto al pregonero.

La situación que describo llegaría a ser tan en extremo desagradable, que todos los aspectos de la boda eran tan secretos que muchas veces  se aceleraban los pasos de preparación del nuevo casamiento y hasta los mismos vecinos se enteraban al día siguiente del nuevo casamiento, sin haber llegado a oler nada de lo que debía acontecer.

Por todo ello los casamientos de esta clase se realizaban de madrugada. El asunto era haber puesto el  día y hora para efectuarlo de acuerdo con el Cura, y realizarlo tan pronto como se pudiera para ayudar a mantenerlo más en secreto y que el corto tiempo favoreciese el secretismo del acto. La única manera de evitar la cencerrada que disponían los vicarios y párrocos de los pueblos andaluces era ocultar al máximo la ceremonia de la boda. Los contrayentes se casaban, y así se hacía constar en las partidas matrimoniales, en total secreto y en horas pocos normales, como en las madrugadas.

En otros casos se hacía después de cenar, acudían a la iglesia los familiares más cercanos y tras entrar los contrayentes e invitados se cerraba la puerta de la iglesia, a veces sólo los contrayentes con el acompañamiento de los padrinos.
Lo peor era que en algunos casos al igual que los contrayentes y familiares habían guardado el asunto en máximo secreto, los jóvenes encargados de dar la cencerrá habían guardado las formas en todos los preparativos del mismo, pero habían quedado citados para presentarse en la puerta de la iglesia para dar allí la esperada cencerrá a la entrada de los novios en el templo. Cerrada la puerta la ceremonia se celebraba con la música de fondo de los cencerros y pitos, menudo tostón y menudo e inolvidable sofoco de la novia y los familiares.

Cuando ya salían de la Iglesia los contrayentes convertidos en marido y mujer, los de la cencerrá iban detrás de ellos haciendo ruido y cantando hasta el domicilio de los padres o del nuevo matrimonio y era entonces cuando todo se terminaba de la dar la "tabarra" a los sufridos esposos y familiares. No me extraña que el nuevo marido mediara con algunos litros de vino para mitigar los cantos y acortar el proceso.
En Uruñuela, la Rioja, la cencerrada perdía vigor cuando el novio ofrecía el porrón a los mozos; en cambio, si les recriminaba, el alboroto duraba toda la noche.

En la Higuera también había de todo tipo de respuestas a tan desagradables actos, de forma que había quien para demostrar que no se habían molestado y aceptaban la costumbre como una cosa normal, invitaban a los “cantantes” y “músicos” a entrar en el domicilio y los obsequiaban con algo de bebida, vino, limonada o resol y algún que otro dulce. Tal vez en este caso querían demostrar que no se habían molestado por la prudencia de sus canciones y lo medido de sus cantos y sonidos, y hasta puede que como más benévolos aceptasen lo que era una tradición muy antigua como algo normal y asumido en su nueva vida.

Los que siempre participaban en el ceremonial de la calle que daban los jóvenes eran los vecinos o los que vivían cerca de la iglesia, que desconociendo en muchos casos la novedad del casamiento se despertaban soliviantados por unos cantos y algarabías que desconocían la noche de antes, y terminaban asomándose a las ventanas.

A comienzos de este siglo eran mucho más frecuentes las cencerradas, en cambio hoy han desaparecido y quedan como un relato de costumbres del pasado. El que hoy hayan desaparecido no se debe, tanto a la legislación que hubo en su tiempo, como a un profundo cambio en las ideas y costumbres, hace más de dos siglos que se dieron leyes generales contra ellas, repetidas y modificadas después, que no tuvieron efectos absolutos y que son posteriores a algunas particulares de determinados reinos.

En época de Carlos II las cencerradas estuvieron prohibidas bajo pena de prisión y multa de cien ducados. El punto de vista liberal de Jovellanos, como podemos ver en su “Informe sobre la ley agraria”, no parece que tuviera mucha suerte, pues las prohibiciones siguieron en el siglo XIX, aunque no del modo tan violento como la ley de 1765. El Código Penal de 1870 (artículo 589, núm. 1), consideraba “la cencerrada” como falta contra el orden público, objeto de multa de cinco a veinticinco pesetas y represión, tanto a los que toman parte activa como a los que la promueven con ofensa a alguna persona o con perjuicio y desasosiego público. La sanción no sólo se refiere a cencerradas dadas a viudos y viudas.

 En otros pueblos ante la inminencia de una boda,  lo normal es que los novios celebrasen su inicio de nueva etapa de la vida invitando a la familia, a los amigos y a la gente del pueblo a una comida festiva. Si la pareja de recién casados no hacía partícipes del rito nupcial a sus vecinos, invitándolos o haciendo fiesta y baile con música, éstos organizaban una cencerrada pero este no es el caso que se daba en nuestro pueblo.

Estas leyes generales contra las cencerradas estuvieron precedidas en algunos reinos y provincias por otras de alcance más limitado, como por ejemplo ocurrió en las Cortes de Navarra, donde lo más grave de las cencerradas parece que eran esas coplas que iban contra la honestidad pública y el buen crédito de ciertas personas. En los Cuadernos de Leyes de las Cortes de Navarra de los años 1724 a 1726, hay una, la LlX, “contra los que hacen matracas, cencerradas y dicen pullas y cantares deshonestos”. Lo más grave y en ofensa de Dios dice la Ley que eran “las pullas que iban contra la honestidad pública y buen crédito de muchas personas a las quales o se manifiestan defectos secretos o por lo regular, se les atribuyen muchos que no tienen”. Antes ya se habían tomado medidas para atajar el mal, pero sin efecto. Ahora se prohibía decir o cantar, de día o de noche, palabras sucias y lascivas o cantares sucios y deshonestos bajo pena a los plebeyos de cien azotes y dos años de destierro y de dos años de presidio a los hidalgos.

A estas coplas se les presta poca importancia por su carácter satírico y grosero. M. A. ARIAS comenta lo siguiente, al hablar de las coplas de las cencerradas (1955: 280): “Y no copio más, y dejo en el fichero muchas coplas de cencerradas, pues, la verdad, no merecen la pena y son, además, francamente groseras en su mayoría.

“Para cortar de raíz el abuso introducido en esta Corte de darse cencerradas a los viudos y viudas que contraigan segundos matrimonios y obviar los alborotos, escándalos, quimeras y desgracias que en adelante pudiesen suceder, se manda que ninguna persona, de cualquier calidad y condición que sea, vaya solo ni acompañado por las calles de esta Corte, de día ni de noche, con cencerros, caracolas, campanillas, ni otros instrumentos, alborotando con este motivo…”

El tema de las injurias constituye capítulo considerable de la legislación foral de reinos, villas y ciudades. No es posible dar ahora idea, siquiera parcial, de lo legislado sobre el tema, pero si decir que la injuria con escándalo público ha producido muchos maleficios, muertes, asesinatos, enemistades de familias y que, en innumerables casos, se relacionan  con las  cencerradas. Parece precisamente que el bando cortesano de 1765 tuvo justificación en la muerte de una persona en la Corte a causa de una cencerrada, lo que no quitó para que se siguieran dando y que en 1815, la Sala de Alcaldes de Casa y Corte de Madrid ordenase impedirlas a la Justicia del cercano pueblo de Parla.

El espíritu ordenancista de los golillas de la Ilustración, todo lo que de modo gráfico se llama Despotismo Ilustrado, conecta con el que, medio siglo después, se denominó Despotismo a secas o Absolutismo y al que también podríamos definir de Despotismo sin Ilustrar. Ya en el XVIII, una nube de autoridades civiles desde corregidores, a alcaldes de villas y aun de aldeas abusaron de lo legislado por los políticos de la Ilustración dando una tónica sombría y ordenancista a la vida de las comunidades.

Jovellanos, al final de su Informe sobre la Ley Agraria, impreso en 1795, considera como gran abuso propio de las autoridades de los pueblos, el de cargar sobre ellos, de modo inexorable, las reglamentaciones policíacas: “no hay alcaIde que no establezca su queda, que no vede las músicas y cencerradas, que no ronde y pesquise y que no persiga continuamente no ya a los que hurtan y blasfeman, sino también a los que tocan y cantan”.
El punto de vista liberal de Jovellanos, dirigido siempre a hacer la vida de los núcleos urbanos pequeños más grata o tolerable, no parece haber tenido, en lo que se refiere a este punto, mucho éxito. Las cencerradas se siguen prohibiendo en el siglo XIX aunque no del modo violento de la Ley de 1765, y el Código Penal de 1870 -artículo 589, núm. 1- considera la cencerrada falta contra el orden público objeto de multa de cinco a veinticinco pesetas y represión, tanto a los que toman parte activa como a los que la promueven con ofensa de alguna persona o con perjuicio y menoscabo del sosiego público. La sanción no sólo se refiere a cencerradas a viudos y viudas.
Cuando se dieron los sistemas políticos del XIX, la cencerrada podía aplicarse a la vida pública: si los adeptos o correligionarios, para expresar su afecto a un jefe, le daban una serenata nocturna -como si se tratara de la joven amada por algún mozo-, los enemigos del mismo jefe también podían organizarle una cencerrada o pita, según acreditan testimonios literarios. No estará tampoco de más recordar que uno de los periódicos satíricos y anticlericales del Madrid de principios de este siglo se llamaba El Cencerro y que se anunciaba por las calles con este instrumento.

Respecto a las cencerradas propiamente dichas, aunque sean con motivo de casamiento de viudos o viudas se condenaba a los participantes con un mes de cárcel y cincuenta ducados de multa o dos años de destierro la primera vez si eran pobres, y la segunda con cien azotes y cuatro años de destierro siendo plebeyo y lo correspondiente siendo hidalgo. La Ley fija las mismas penas e incluye en el delito a los que “de día o de noche enraman algunas puertas con cosas o yervas ofensivas, estiércol u otras inmundicias”. Se tocan, pues, tres puntos: el del bullicio y ruido, el de la sátira personal y el de los olores repelentes. Los tres, como se verá, se asocian constantemente.
Tan severísima ley no debió tener mucha aplicación y en las Cortes de 1743, 1744, 1780 y 1781 se volverá sobre el tema.

Las pullas debían desencadenar muertes, robos, riñas, insultos y hasta atropellos de la Justicia y las leyes navarras de 1780-1781 coinciden con otras muchas de entonces en el deseo de reprimir los excesos populares en una época en que abundaban los guapos, majos, chulos y matones en general y en la que el uso de armas blancas diversas y de arcabuces, trabucos, palos, porras y hondas se había generalizado. En cualquier caso, con legislación draconiana o más moderada, siguió habiendo cencerradas por los motivos más comunes o por otros varios, ajustadas, según regiones y casos, a arquetipos o modelos bastante antiguos conectados, al parecer, con ideas morales también muy viejas, de la historia del Cristianismo por lo menos.

 En 1901, la Sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo de Madrid promovió una información en el campo de las costumbres populares sobre los tres hechos más característicos de la vida, nacimiento, matrimonio y muerte. Un grupo de sociólogos jóvenes elaboró un cuestionario del que se imprimieron dos ediciones y en su sección II, parágrafo D (boda), el artículo último (u) se refería a las bodas de viejos y viudos y se pedía información acerca de cencerradas y otras burlas. La encuesta desapareció del Ateneo con la guerra civil, si bien  se pudo consultar antes de 1936. En el antiguo Museo Antropológico quedó un fichero con sus resultados desmenuzados, que todavía se conserva.
La encuesta realizada por el Ateneo de Madrid entre los años 1901 y 1902, describe las cencerradas de la manera siguiente:

“Las cencerradas son verdaderas manifestaciones multitudinarias y provocaciones intolerables. A los casados les acompaña una multitud, con apariencia de ebria, que grita desaforadamente y golpea latas, almireces y toca cornetas y zambombas en todo el camino de casa a la iglesia y viceversa. Por la noche y aún en noches sucesivas se repite la escena en la calle, en el portal y en la escalera, voceando y cantando. Es milagroso que no se registren escenas sangrientas ante ataques y gestos tan provocativos [...]. “

Ilustración de la Cencerrada de aquella época.

En las aldeas la cencerrada era una verdadera fiesta que duraba por lo general hasta nueve días y tomaban parte en ella tanto hombres, como mujeres y niños. El primer día de fiesta después del domingo siguiente a la boda ponen la extremaunción para lo cual uno vestido de blanco va a caballo acompañado de gran número de personas con velas de paja y en un sitio cerca de la casa dos personas que representan a los novios fingen encontrarse moribundos y recibir la unción en medio de un ruido espantoso. Al día siguiente se verifica el entierro (en ocasiones se reúne para ello la gente de cuatro o cinco pueblos). Diez o doce mozos se visten de blanco (camisa, saya y capirote en la cabeza) y uno de ellos a caballo representa al cura; dos muñecos de paja, los novios que son llevados en unas andas, acompañando toda la demás gente con calderos, latas, etc. y sus correspondientes lloronas (dos mujeres que representan a la familia y van dando grandes gritos). Van cantando responsos y recorren la aldea, pasando por delante de la casa de los novios; luego se dirigen a un prado en donde hacen alto. Allí leen el testamento (escrito jocoso y a veces graciosísimo) y por último queman un muñeco en medio de un estrépito infernal” (J. LÓPEZ ÁLVAREZ & C. LOMBARDÍA FERNÁNDEZ (1998: 82-83).
 
Respecto a lo que supusieron las cencerradas en toda España, contamos con el estudio de Don Julio Caro Baroja, sobrino de Pío Baroja, que como estudio antropológico y de costumbres representa un tesoro de datos y documentación.
Veamos la visión de este autor tan estudioso de estos aspectos de la vida de los pueblos:

Se da como común en Galicia la cencerrada a viudos, viejas y novios de edades desproporcionadas, usándose cuernos y latas de petróleo además de cencerros. En las inmediaciones de la casa de los cónyuges se colgaban de los árboles los aperos de labranza y se apoyaba la lanza del carro sobre la puerta para que se produjera un fuerte golpe al abrirla. Esto, la noche de la boda; y las consabidas cencerradas las 9 noches anteriores, como norma general. A veces, se construían unos muñecos de paja para hacer el simulacro de la boda. Se dice en el Diccionario de Don Eladio Rodríguez que la cencerralada o chocallada se aplicaba asimismo en el Ribeiro de Avia y otras comarcas de Orense a los mozos que iban a casarse a otras parroquias o a los que no respetaban costumbres establecidas como la de pagar piso, costear los domingos músicos para el baile o convidar a vino.

Con respecto a Asturias, en un informe general se da como extendida la costumbre, pero no hay mayores noticias de detalle aunque se sabe adoptaba varias modalidades y nombres especiales. Según Cabal, la palabra cencerrada se utilizaba en Oviedo capital, pero en Arriondas se hablaba de lloquerada, de turga en Ribadesella y de pandorga en otras partes. Lloquerada está en relación con Iloca. Turga es voz enigmática que acaso haya que relacionar con turba y otras afines, que expresan tumulto y confusión de gentes. Parece que la turga se desenvolvía con arreglo a una acción fija, dramática, repetida en otras partes con otros nombres. Se la llamaba entierro hacia Pola de Siero y los que se dedicaban a enterrar hacían, cuando les llegaba la ocasión, dos monigotes de paja; sacaban uno de donde vivía el galán y otro de donde la mujer y los juntaban en un prado. Allí levantaban un púlpito, un hombre ingenioso predicaba y terminado el sermón, quemaban los muñecos. Es decir, parece que el matrimonio se consideraba una muerte. Similar parodia de extremaunción se celebraba en Avilés, según informa Don Celestino Graiño: un individuo, vestido de blanco, va a caballo con acompañamiento de gran número de personas con velas de paja en la mano y en un sitio cercano a la casa nupcial dos individuos representando a los novios fingen estar moribundos y reciben la extremaunción en medio de un griterío espantoso. Al día siguiente es el entierro. Diez o doce mozos vestidos de blanco con camisa y saya representaban los curas y dos muñecos de paja los novios e imitan  su entierro llevándoles en andas. Les rezan responsos y en un prado espacioso hacen alto, leen el testamento (escrito jocoso) y por último queman los dos muñecos entre voces, ruido y algazara.
No suministra tantos detalles respecto a la pandorga, palabra no exclusiva de Asturias y con varias acepciones. El Diccionario de Autoridades de 1737 daba, en primer lugar, la de junta de variedad de instrumentos de que resulta consonancia de mucho ruido, y en segundo, en estilo festivo y familiar se llama “la mujer mui gorda, pesada, dexada y floxa en sus acciones”.
Góngora usa panduerga como jaleo, en oposición a penitencia.

Sabemos que al nacer Felipe IV en Valladolid, se organizó una comparsa burlesca o pandorga, acepción ésta que llega hasta Andalucía. En castellano común y relacionada con alboroto ridículo, se usa pandorgada.

De León hay varios informes detallados: en las bodas de viudos de Sahagún (también en relación con Mansilla de las Mulas), las cencerradas fenomenales tenían parte de acción dramática; los que intervenían en ellas se disfrazaban como en Carnaval y llevaban bajo palio unas figuras grotescas ante las que agitaban incensarios ridículos compuestos por pucheros en los que quemaban pimienta picante y sustancias malolientes. Esto del palio, el incensario y los sahumerios parece repetirse en Valderas, la Bañeza, Grajal y también, fuera de la provincia. El informe de Sayago, en Zamora, contiene referencia a una variedad de cencerrada: durante las vísperas de las amonestaciones de viudos, los mozos recorrían el pueblo tocando cencerros y cuernos y a la salida de la misa de boda, esperaban a los cónyuges vestidos de modo grotesco, les montaban en un carro tirado por asnos cubiertos de andrajos y llenos de esquilas y les llevaban a su casa, si bien no les dejaban en paz hasta que no soltaban dos o tres pesetas para vino. A fin de evitar estos trastornos, se dice con relación a Villarmayor de Salamanca y otros pueblos de la zona que los novios procuraban casarse muy de mañana.

Respecto a Castilla la Vieja, suplimos la falta de datos sobre la Montaña o Santander con los aportados por folkloristas. La información sobre cencerradas es, sin embargo, insuficiente, tanto desde el punto de vista etnográfico como del lingüístico. Con tobera se designa en los léxicos montañeses una grotesca máscara de Carnaval y en muchas partes se forman voces sobre la palabra campana y no cencerro. El campano es un cencerro grande con badajo de cuerno y campaneros son en Iguña y Toranzo los que aparecen en la vejenera con cencerros, como los zarramacos o zorromacos de otras partes. Habrá que seguir la pista igualmente a la voz zumba: cencerro alargado y de gran tamaño, en relación evidente con zumbar, chanza o burla, voz castellana conocida.
En Gumiel dél Mercado (Burgos), se paseaba a dos monigotes que representan a los novios bajo un palio constituido por una manta vieja. Se usaba entonces de sahumerios malolientes y a veces se obligaba a los novios a subir a un carro para pasearlos. En Villarramiel (Palencia) se les instaba a caminar bajo un palio sucio y viejo quemándose ante ellos sustancias pestilentes. Algo parecido ocurría en Valdespina, dentro de la misma provincia. En el informe de Frechilla se indica: que se hacían peleles de lienzo, rellenos de paja, a los que denominaban bichos; que representaban con ellos a los viudos o viejos, haciéndose con los monigotes todo lo posible para excitar la risa de los espectadores; que en Boadilla de Rioseco y Fuentes de Nava obligaban a los contrayentes a subir a un carro y dar una vuelta al pueblo y que en Frechilla, Mazuecos y otros pueblos, la cencerrada se hacía extensiva a cualquier boda celebrada de San Antonio a Carnaval, costumbre igualmente seguida en Rioseco (Valladolid). Pero para viudos, etc., se aplicaba lo del palio y los sahumerios, lo mismo que en Medina del Campo y en tierra de Segovia donde los informes de Fuentepelayo y Cabañas y Castroserna lo indican.
Don Gabriel María Vergara, en una memoria escrita antes de 1907, decía que en pueblos de la provincia de Segovia la cencerrada a viudos y viejos se celebraba la misma noche del ajuste de la boda, participando los vecinos con esquilas, cencerros, latas, calderos, etc. Una primera cencerrada nadie la podía evitar; si acaso, interrumpirla y que no se repitiera en noches sucesivas obsequiando con vino a la gente.

En Castilla la Nueva, vemos que en Huete (Cuenca) también se acostumbraba a pasear en carro a los novios o a ir bajo el palio grotesco y que en Almorox (Toledo) existía la misma práctica llevándolos en carro hasta la puerta de la iglesia desde su casa. En cambio, en Cabañas de Yepes, se representaba a los novios por muñecos. Lo del paseo en carro se repite en Miedes de Atienza (Guadalajara).

En Extremadura parece haber continuidad con respecto a Salamanca y Castilla, en general. En Guijo de Caria se daba el recorrido en carro y en Las Hurdes lo de incensar con sustancias malolientes o picantes. Más significativo es un informe de Llerena (Badajoz) que dice que algunos participantes en la cencerrada representaban a los cónyuges y, fingiendo su voz, simulaban  conversaciones ridículas y resaltaban sus pecadillos y defectos. Desde el punto de vista del léxico, anotaremos la aparición de la palabra vaquillada como equivalente a cencerrada.

Los datos sobre Andalucía son pobres pese a haberse dado allí cencerradas en épocas recientes. Informes posteriores a los del Ateneo (1926) mencionan cencerradas a viudos y viudas durante tres noches seguidas en la comarca de los Pedroches, al norte de Córdoba. Otro, también posterior, sobre la Sierra de Segura, dice que hacia 1920 se celebraban cencerradas y que consistían en lo siguiente: arrastrar latas y trastos viejos que hagan bastante ruido por las calles del pueblo y, sobre todo por la de los novios; subirse en esquinas a una reja, tocar una cuerna o caracola y hacer un relato burlesco acerca de los mismos sacando a relucir sus características y haciendo hincapié en el interés que les puede mover a casarse; a veces, el orador hacía unas preguntas que el público contestaba a coro. Por ejemplo:

- ¿Quién se casa?
- Amparico.
- ¿Con quién?
- Con Pamplinas.
- ¿Por qué?
- Porque le cuide las gallinas.

A veces los participantes asistían a la ceremonia religiosa. Pero a veces también los viudos se casaban en secreto para evitar la cencerrada. En otras partes, se les representaba en forma de muñecos. Dicen las fichas del Ateneo refiriéndose a Alcalá de los Gazules (Cádiz) que en algunos casos se presentaron gigantones a la puerta de los novios que, al compás de una música, bailaban y parodiaban sus actitudes y gestos. En Puente Genil (Córdoba) se representaba a los novios mediante maniquís y en Marmolejo (Jaén) con enmascarados y entre sahumerios malolientes o picantes, lo que parece extendido en otros pueblos de la misma zona. De una cencerrada sin ánimo de ofensa nos habla Valera en Juanita la Larga  y Leonard Williams de aquel barbero sevillano que casó por segunda vez después de haber intervenido de joven en muchas cencerradas. Por esto en su boda se organizó tan grande escándalo -por aquellos de los que él se había burlado- que hubo de intervenir la Guardia Civil, motivo que inspiró a Don Felipe Pérez y González la publicación en El Liberal de un poema festivo titulado “El barbero de Sevilla”.
Todavía entre 1949 y 1950, cuando Julian Pitt-Rivers preparaba en el pueblo serrano de Grazalema su tesis, pudo hacer observaciones sobre cencerradas y sobre lo que allí se llama vito y en algún otro pueblo pandorga, acciones similares a las de las tobera-mustrak vascas, provocadas por algún escándalo. Diré que la palabra vito parece ser la misma que da nombre a un baile andaluz muy movido, en compás de tres por ocho, y que posiblemente este nombre se relaciona con el de la enfermedad convulsiva llamada Baile de San Vito.


Al ser parca la información respecto a los antiguos reinos de Valencia y Murcia suplimos una vez más esa falta con datos de distintas publicaciones. Se documenta como generalizada la palabra senserrá (sobre cencerro) y se fija en ocho noches consecutivas la duración. En Villajoyosa (Alicante) se seguía la práctica del paseo bajo un palio hecho con cañas y redes.

Con relación a las provincias vascongadas, dice Azkue que en Alto y Bajo Navarro, Labortano y Suletino, las cencerradas cuando se casa un viudo se llaman astolasterrak, carreras de burros, denominación que puede relacionarse con el paseo sobre asnos de los recién casados. Mas también se llamaba así a otra clase de acción de la que el mismo Azkue recoge informes.
El primero de ellos es alto-navarro, del Baztán. Cuando una mujer -dice- había pegado a su marido, a la tarde del siguiente domingo se llevaba a la plaza del pueblo el arado, el yugo de las vacas y algunos instrumentos de labranza. Dos jóvenes -uno, vestido de mujer- representaban a los cónyuges y mientras el que hacía de mujer golpeaba al que hacía de hombre, éste trabajaba con el arado u otro apero. Esta misma costumbre se denominaba asto-yokua o juego de burros en Valcarlos. En Murelaga (Vizcaya) el altercado daba lugar a cencerradas simples. Y ya en zona vasco-francesa, en Saint Jean le Vieux (Basse Navarre), se hacía un tablado -trapa- donde aparecían dos disfrazados de marido y mujer y también se les paseaba en burros con otra gente antes de subir al tablado. En Soule, Barcous, se organizaba esta carrera cuando un hombre tenía excesiva amistad con mujer casada.
Los informes de Azkue son exactos, pero fragmentarios y difícil será recoger otros más completos porque las cencerradas han quedado en desuso dentro de grandes áreas del País Vasco desde comienzos de siglo, de suerte que en la zona que es más familiar no se conserva memoria de que se haya celebrado alguna desde 1920. En otras localidades, sin embargo, han durado hasta fechas más recientes y así José María Iribarren recogió informes en Valcarlos, a mediados de este siglo, sobre las galarrosak que se celebraban cuando había escándalos tales como el de que un viejo tuviera relaciones irregulares con una moza. Entonces, dos cuadrillas de jóvenes, cerca de la casa del galán, dialogaban sobre el suceso y aunque la palabra gave o gale equivale a cencerro, lo que al final del diálogo se tocaba eran cuernas o bocinas. En fin, respecto al país vasco francés, simplemente diré que Francisque Michel recogió, hace mucho, interesantes informaciones sobre los charivaris, que luego amplió Georges Hérelle, y que en una novela de Pío Baroja se describe una tobera mustra o asto-Iasterra labortana, de las que se hacían cuando la mujer pegaba al marido. Añadiré para terminar que en la Navarra media y meridional se documenta el uso de la palabra matraca. La dan las leyes, Iribarren la trae y recuerda que las ordenanzas municipales de Puente la Reina de 1828, vigentes hasta este siglo, prohibían las matracas, decir pullas y echar chizgos en las casas. Chizgos deben ser basuras o cosas malolientes.

Pasemos ahora a Cataluña. A Els esquellots y en la Cataluña francesa parece en su enorme Folklore de Catalunva; según sus informaciones, había pueblos en los que la facultad de organizar la cencerrada era propia de una cofradía. Así, las de San Sebastián, en Monistrol de Montserrat o San Esteban, en Santa Coloma de Queralt. En Aiguafreda había un General deIs Esquellors y en la Cataluña francesa parece que se habla de un Aba del Mal Govern. Pero en el dominio catalán hay memoria también de muchas representaciones cómicas que Amades transcribe.

Habrá, pues, que relacionar los datos acerca de los generales y abades referidos, con los de zonas de Francia limítrofes y de los que hay información ya en el famoso libro de Jean Baptiste Thiers sobre las supersticiones que tocan a los sacramentos, en que se recogen muchas condenas eclesiásticas y civiles de los charivaris. No habrá de extrañar que en el Valle de Aran, en el extremo septentrional de la Cataluña peninsular se hayan registrado voces relacionadas con ésta. En efecto, en un estudio fechado en 1925 de doña Marina Bonet y Collado sobre el traje regional y las costumbres de la provincia de Lérida, se indica que allí se usaba que cuando el novio era forastero, después de las amonestaciones los del pueblo le hacían pagar la entrada, dinero que se gastaba en comida y bebida y que si se negaba al pago, se le montaba el callcarri o carribarri, es decir, la cencerrada.
Según otras informaciones, la acción burlesca, teatral, revestía importancia; en Prat de Llobregat se alzaba un cadalso frente a la casa de los novios representándose una comedia con cuatro personajes: los novios, el padre del uno y la madre del otro, todos ellos, hombres disfrazados. La acción era una burla de la vida de los cónyuges con una riña final de suegra y nuera. Pero la forma más regular de la celebración y la transacción, parece ser la descrita por el gran filólogo Mosen A. Griera y en la cual, como en otras partes, llegando a un ajuste, la cencerrada cesa.

 La cencerrada como costumbre generalizada se mantuvo no sólo porque las autoridades civiles hacían, en casos, la vista gorda y, en casos como el mencionado por Don Juan Valera, por efectuarse con el beneplácito de los novios, sino también -y pese a lo establecido en el Concilio de Trento-, por tolerancia de las autoridades católicas, ya fuera scampanata italiana, kazenmusik germana o charivari francés.

Ahora bien, ¿por qué esta tolerancia? Que la cencerrada, en sus múltiples formas, está fundada en sistemas morales viejos parece indudable y tampoco admite duda que, de ellos, el más tenido en cuenta en su desarrollo ha sido un sistema ético cristiano rigorista. Porque allá donde se practica o se ha practicado la poligamia, bien sea ésta simultánea o sucesiva, el escándalo público no ha podido ir unido a la celebración de segundas o terceras nupcias y matrimonios de viejos con muchachas.

En la Antigüedad, podemos encontrar elementos de juicio para ver que, si no como acciones un poco pecaminosas y reveladoras de sensualidad, las segundas nupcias o los matrimonios desiguales eran considerados como prueba de insensatez por parte del hombre que los realizaba, prejuicio que hasta hoy llega. En la comedia griega, hay muestras de lo poco inteligente que se estimaba al hombre que casaba por segunda vez. Ateneo recoge, casi seguidos, dos textos sobre el particular muy semejantes entre sí, uno de Eubulo en Chrysilla y otro de Aristofón en Callonides. i Bien está un matrimonio, pero dos …! Asimismo hay textos acerca de la inconveniencia de que un hombre mayor se case con una mujer joven; uno, conocido, de Theognis de Megara y otro de Teófilo en Neoptolemo.

Los cencerros y campanillas de los collares de las vacas eran también instrumentales de los niños y jóvenes en los prolegómenos de la Navidad.

Entre los cristianos, el tema no se ha discutido, tanto en términos de inteligencia como de sensualidad, y así se explica la prevención que dentro del Cristianismo y entre personas muy rigoristas ha merecido el matrimonio en segundas nupcias. El teólogo español del XVI, Fray Alfonso de Castro, autor de una especie de diccionario de herejías, en el artículo “nuptiae” señalaba como primera la de los que llegaron a considerarlas ilícitas en su totalidad y como segunda, la de los que admitiendo las primeras no aceptaban las segundas, como los cataphygianos, montanistas, Tertuliano, novacianos, cátaros y algunos griegos. En el siglo XVII, Jean Baptiste Thiers le siguió fielmente y en tiempos más modernos canonistas e historiadores han examinado escrupulosamente el asunto de las segundas nupcias, de lo que deducen: una gran parte de los Padres de la Iglesia las consideraron legales aunque no recomendables; luego hubo una tendencia más rigorista; los terceros y cuartos matrimonios se vieron aún peor ; O digamos oú stefanutai era dicho familiar entre los fieles cristianos griegos y muchos en Occidente aceptaron la misma doctrina como verdadera. Equívoco duradero y reflejado en hechos como que el XI Decreto del Concilio de Salamanca de 1335 declara reprobables en absoluto a las segundas nupcias. Iglesias determinadas, por tanto, erigidas en autoridad canónica, han podido dar una norma, que no es la general, a sus feligreses.
La cencerrada o el charivari entran en el ciclo de las costumbres no aprobadas por  la Iglesia ni por la autoridad civil, pero celebradas por el pueblo en la creencia de que corresponden a un sistema de defensa de la moral pública, que no está en contradicción con la moral cristiana, sino que la apoya en su forma rigurosa y, si se quiere también, con la moral filosófica antigua. Porque el pueblo, como los satíricos griegos, hace burla del que se casa varias veces o de viejo y subraya lo reprobable de los matrimonios desiguales por edad o dinero.

La boda, cuadro número 799 del Museo del Prado pintado de 1791 a 1792 por Goya para el despacho del Rey en El Escorial, es un fiel reflejo del enlace entre el novio mayor y la joven doncella.

Sería fácil reunir testimonios literarios sobre lo ridículos que parecen los viudos y las viudas en trance de matrimoniar. Más abundantes creo que son los relativos al viejo casado con joven, que produce la desgracia de ésta o se ve engañado. El tópico llega a la gran literatura, como es sabido, y así Cervantes lo emplea en El Celoso Extremeño y en el entremés de El viejo celoso, y también se usa en la ópera cómica.

“Aquí llegaba don Quijote de su canto, a quien estaban escuchando el duque y la duquesa, Altisidora y casi toda la gente del castillo, cuando de improviso, desde encima de un corredor que sobre la reja de don Quijote a plomo caía, descolgaron un cordel donde venían más de cien cencerros asidos, y luego tras ellos derramaron un gran saco de gatos, que asimismo traían cencerros menores atados a las colas. Fue tan grande el ruido de los cencerros y el mayar de los gatos, que aunque los duques habían sido inventores de la burla, todavía les sobresaltó, y, temeroso don Quijote, quedó pasmado. Y quiso la suerte que dos o tres gatos se entraron por la reja de su estancia, y dando de una parte a otra parecía que una región de diablos andaba en ella: apagaron las velas que en el aposento ardían y andaban buscando por do escaparse. El descolgar y subir del cordel de los grandes cencerros no cesaba; la mayor parte de la gente del castillo, que no sabía la verdad del caso, estaba suspensa y admirada”. Cervantes, Miguel de. “Don Quijote de la Mancha”. Capítulo 46, segundo libro. Ediciones Anaya, S. A. Madrid, 1988. Páginas 539-40.

Con relación a los matrimonios desiguales por dinero, recordemos el cuadro número 799 del Museo del Prado pintado de 1791 a 1792 por Goya para el despacho del Rey en El Escorial y titulado La boda, y bailes antiguos en la misma línea de pensamiento, como el Baile de la Boda de Fuencarral, donde los músicos empiezan cantando:

«Casaron en Fuencarral
con un viejo de setenta,
mal sano de todas partes,
a una niña de perlas».


Si en el siglo XIX, como veremos, nos encontramos con pequeñas alusiones antropológicas a la cencerrada, en el siglo XVIII tenemos una obra, en concreto un sainete, que convierte dicha costumbre en tema literario. Probablemente se trata del testimonio literario más antiguo, y tal vez único, que hace de nuestro rito nupcial un tema literario.

Sin embargo, el texto más importante sobre el tema pertenece a un escritor de sainetes del siglo XVIII: Tomás de Feijoo.” La cencerrada más justa” se encuentra inédita en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid, bajo la referencia Mss-14.094 y con título Obras poéticas. Entre los folios 66-77 se encuentra este sainete, que aparece catalogado con el número 651 en el Catálogo de las piezas de teatro que se conservan en el departamento de manuscritos de la Biblioteca Nacional, tomo I (Madrid).

La obra “La cencerrada más justa” cuenta la boda entre Pancilla y Perinola, además de la cencerrada que les dan sus vecinos con motivo del enlace. La diferencia de edad entre los esponsales es el desencadenante de la cencerrada que, ante el desagrado y el enfado del novio, tendrá que intervenir el alcalde, que amenaza con la cárcel y con castigos para quien participe del jolgorio, dando así fin a la cencerrada.
Tomás de Feijoo ofrece un documento antropológico de gran valor, pues nos describe cómo se organizaba una cencerrada en el siglo XVIII, además de diversas notas culturales y lingüísticas de la época, sirva de ejemplo el lenguaje de las payas, como también lo perseguidas y castigadas que estaban estas manifestaciones, al menos en el Madrid de la época.

El paso del tiempo ha cambiado también algunas costumbres y esto se refleja también en la literatura. La novela realista de fines del siglo XIX muestra pequeños ejemplos de las costumbres populares de la época. Como es lógico, entre éstas se encuentra la cencerrada.

En la obra, novela Tipos y Paisajes del cántabro José María de Pereda publicada en 1871, se ofrece la descripción de una boda con cencerrada. En el capítulo quinto, que recibe el nombre de “Blasones y talegas”, la gente del pueblo se organiza para celebrar la boda del rico don Robustiano y la jovencita Verónica. Encontramos mucha fiesta, algarabía y coplas de boda. Incluso los jóvenes del pueblo, en comitiva, “echaron una relinchada” muy sonora. El pasaje, en concreto, es el siguiente:

“Dos horas más tarde una alegre y pintoresca comparsa salió del corral de Toribio y se dirigió a la portalada vecina. Componíase aquélla de un numeroso grupo de danzantes, bajo cuyos arcos cruzados iban Mazorcas, su hijo y la alcaldesa (luego sabremos qué pito tocaba allí esta señora); detrás de la danza formaban doce cantadoras con panderetas adornadas de dobles cascabeleras, y siguiendo a las cantadoras, un sinnúmero de mozas y mozos de lo más florido del lugar. Las inmediaciones de ambas casas estaban ocupadas por una multitud de curiosos. Los cuatro gaiteros abrían la marcha tocando una especie de tarantela muy popular en la Montaña, y a su compás piafaban, graves como estatuas, los danzantes. Cuando las gaitas cesaron, dieron comienzo las cantadoras en esta forma. Seis de ellas, en un tono pausado y lánguido, marcando el compás con las panderetas, cantaron:
 

De los novios de estas tierras
aquí va la flor y nata.
Las otras seis, con igual aire y acompañamiento, respondieron:
Válgame el Señor San Roque,
Nuestra Señora le valga.
 

Luego las doce:
De los novios de estas tierras
aquí va la flor y nata.
Válgame el Señor San Roque,
Nuestra Señora le valga.


Alternando así otras dos veces las cantadoras y los gaiteros, llegó la comparsa a la portalada de don Robustiano, ante la cual se detuvieron y callaron todos por un instante. Enseguida los mozos de la comitiva echaron una relinchada; pero tan firme, que llegó a los montes vecinos y aún quedó una gran parte para volver de rechazo hasta el punto de partida en ecos muy perceptibles. Acto continuo, las de las panderetas, mientras Zancajos daba tres manotadas en los herrados portones, cantaron esta nueva estrofa.

“Sol de vino de estos valles,
deja el escuro retiro,
que a tu puerta está el lucero
que va a casarse contigo. “

Momentos después se abrió la portalada y aparecieron don Robustiano y Verónica: el primero, pálido y con un gesto de hiel y vinagre; la segunda, trémula y ruborosa; aquél con su raído traje de etiqueta; ésta con las ricas flamantes galas de novia. [...]
Las mozas se relamían al contemplar el lujo de Verónica, y más de cuatro de ellas, considerando que se había llevado el gran acomodo del pueblo, la miraban de bien mala voluntad.
Colocados así los solariegos, y a su lado, aunque fuera de los arcos, Toribio, su hijo y la alcaldesa, se puso en marcha la comitiva entre los relinchos y las aclamaciones de los curiosos, la música de las gaitas, las coplas de las cantadoras, el estallido de los cohetes y el toque de las campanas, porque es de advertir que el sacristán estaba encaramado en lo más alto de la torre toda la mañana, con objeto de solemnizar a volteo limpio cualquier movimiento que notase entre la gente de la boda”.
Parece que la historia, y en concreto la cencerrada, continuaba. Pero el autor, con ecos cervantinos, omite lo que parece ser la parte desagradable del festejo.

Juanita la Larga es una de las novelas más conocidas de Juan Varela. En ella se habla de la cencerrada que le dieron a la protagonista la gente del pueblo. Valera nos narra una cencerrada suave, dulce, de costumbre sana, sin ánimo de ofensa, de satisfacción por parte de los novios… El fragmento que vamos a leer a continuación es un buen ejemplo, pues nos permite afirmar que también se producían cencerradas consentidas por los novios (evidentemente, esto depende del talante y respeto que les tengan sus amigos y vecinos).

“Veinte días después de lo que acabamos de contar, se celebraron las bodas de Juanita y Don Paco. Los mozos del lugar no prescindieron de la cencerrada que debía darse a Don Paco como viudo. El y Juanita la oyeron cómoda y alegremente desde la casa y alcoba de Don Pacho, donde Juanita estaba ya, sin que hasta la una de la noche les molestase el desvelo que podía causar aquel ruido. Cesó éste al fin, convirtiéndose en vivas y aclamaciones merced a la simpatía que inspiraban los novios y a una arroba de vino generoso y a bastantes hornazos y bollos que el alguacil y su mujer repartieron entre los tocadores de los cencerros”.

Juan Ramón Jiménez, en su obra más conocida “Platero y yo”
hace referencia a la cencerrada. En este caso la versión de Juan Ramón, sin dejar de ser amable, si toma un matiz más sarcástico y burlesco, en las que los personajes principales son peor tratados: ella, tres veces viuda y él, bebedor, viudo, avaro… Aunque el final es de un romanticismo llamativo. Nos dice:

“Verdaderamente, Platero, que estaba bien. Doña Camila iba vestida de blanco y rosa, dando lección, con el cartel y el puntero, a un cochinito. Él, Satanás, tenía un pellejo vacío de mosto en una mano y con la otra le sacaba a ella de la faltriquera una bolsa de dinero. Creo que hicieron las figuras Pepe el Pollo y Concha la Mandadera, que se llevó no sé qué ropas viejas de mi casa. Delante iba Pepito, el Retratado, vestido de cura, en un burro negro, con un pendón. Detrás, todos los chiquillos de la calle de Enmedio, de la calle de la Fuente, de la Carretería, de la plazoleta de los Escribanos, del callejón del río Pedro Tello, tocando latas, cencerros, peroles, almireces, gangarros, calderos, en rítmica armonía, en la luna llena de las calles. Ya sabes que Doña Camila es tres veces viuda y que tiene sesenta años, y que Satanás, viudo también, aunque una sola vez, ha tenido tiempo de consumir el mosto de setenta vendimias. ¡Habrá que oírlo esta noche detrás de los cristales de la casa cerrada, viendo y oyendo su historia y la de su nueva esposa, en efigie y en romance! Tres días, Platero, durará la cencerrada. Luego, cada vecina se irá llevando del altar de la plazoleta, ante el que, alumbradas las imágenes, bailan los borrachos, lo que es suyo. Luego seguirá unas noches más el ruido de los chiquillos. Al fin, sólo quedarán la luna llena y el romance…”.

Los textos literarios, especialmente la novela realista del siglo XIX, tienen un valor antropológico indudable, además de mostrar costumbres y tradiciones populares muy enraizadas en el pueblo. La literatura, reflejo de la sociedad de la época, no sólo nos permite confirmar datos, elementos o características procedentes de la tradición oral, sino que también aporta nuevas informaciones que, con el paso del tiempo, han permanecido olvidadas.

Pero la realidad, como ahora veremos, era más terrenal y, a veces, la tenacidad de los jóvenes y vecinos por llevar a cabo la cencerrada era demasiado perseverante en el tono ofensivo y burlesco. Así, por ejemplo, pasó en Bollullos de la Mitación cuando una señorita de las familias más distinguidas de la población se casó con un viudo. Según la costumbre la gente del pueblo convinieron:

“en dar a los desposados la cencerrada, que debía empezar al amanecer el día de la boda. Pero el público impaciente, adelantose, y a las cinco de la mañana, hora en que los novios se hallaban en la iglesia, entraron en ésta algunos vecinos tocando cencerros y latones. La juerga duró todo el día. Los alborotadores se habían situado en las inmediaciones de la casa de la novia, y los esposos no se atrevían a salir para dirigirse a la casa en que se proponían vivir. Llegada la noche, uniéronse a los de la cencerrada los trabajadores que regresaban del campo, y el escándalo fue en aumento. Trató la autoridad de hacer que cesará la cencerrada, siendo desobedecida. El concejal del ayuntamiento, don Antonio Monrove Chirino, hermano del desposado, viendo que nada conseguía con la vara de mando hizo uso de una navaja. Con ella arremetió a los revoltosos, tropezando por casualidad con Manuel Martínez, estudiante de medicina y novio que había sido de la desposada. El médico futuro debe de haber resultado ileso de la agresión a la agilidad de sus pies, que puso en polvorosa. Al ver la actitud del citado concejal el mitin tomó más serio aspecto, extendiéndose por todo el pueblo. A las doce de la noche se hallaban los esposados en casa de la novia, sin atreverse a salir, por lo que fue necesario recurrir al auxilio de la benemérita. Dos parejas de ésta recorrieron las calles, ordenando el cierre de establecimientos y aplacando a los alborotadores. Los novios marcharon a su casa a la una de la noche, pero recibieron más tarde una serenata de cencerros, latones, pitos, etc. hasta las cuatro de la madrugada”.


Ya hemos dicho que uno de los motivos para que se produjera una cencerrada era el matrimonio de un hombre mayor con una jovencita o el más raro, de una señora mayor con un jovencito, aún cuando para ninguno represente sus segundas nupcias. Un ejemplo de este tipo de cencerrada aparece aludida por el novelista Armando Palacio Valdés en su obra El Maestrante, publicada en el año 1893. En el capítulo VII, titulado “El aumento del contingente”, vemos la “cantaleta” que acaeció en un lugar del Principado:

“Las terribles dificultades que debían de surgir para el matrimonio de Emilita a causa de las opiniones antibélicas de su padre, se orillaron con más facilidad de lo que podía esperarse. La historia no hablará (aunque mejor razón tendrá que para otros muchos sucesos) de aquel día solemne en que Núñez fue de uniforme a pedir a D. Cristóbal la mano de su hija, de aquel abrazo memorable con que éste le recibió, estrechándole calurosamente contra su pecho civil, de aquella fusión increíble de dos elementos heterogéneos creados para repelerse, y que gracias al amor de un ángel dulce y revoltoso se compenetraban y entendían. Si por casualidad esta página privada fuese objeto de atención para algún historiador, no tendría más remedio que afirmar la grandísima importancia de semejante concordia, que hasta entonces se había juzgado inverosímil, y al mismo tiempo presentar con imparcialidad el reverso, descubriendo a las futuras generaciones en qué modo el benemérito patricio D. Cristóbal Mateo fue víctima de una injusticia social y de la persecución de sus conciudadanos.
Es saber, que todo el mundo en Lancia se creía autorizado para dar cantaleta a este respetable y antiguo funcionario acerca del matrimonio de su hija. Unas veces directa, otras indirectamente, siempre que tocaban tal punto aludían a las opiniones contrarias al desenvolvimiento de las fuerzas de tierra sustentadas por él hasta entonces. Al matrimonio dio en llamársele "el aumento del contingente", y algunos llevaron su procacidad hasta darle tal nombre delante de su futuro yerno. Fácil es de concebir cuánta saliva habría tenido que tragar antes de perder, como lo hizo, una molesta y mal entendida vergüenza.
Pero a despecho de todas las diatribas y murmuraciones de los vecinos, que reflejaban, en el sentir de Mateo, más que su naturaleza jocosa, la envidia que ardía en la mayor parte de los corazones, "el aumento del contingente" se abría paso. El plazo fijado para realizarlo fue el mes de agosto. Cuando llegó el momento había adquirido tal importancia que, como sucede generalmente en los pueblos pequeños, apenas se hablaba de otra cosa...”


Nos encontramos ante el matrimonio de un viejo con una joven. Aunque no se describe mucho el ritual, se alude a la celebración de la cencerrada. Lo que sí queda de manifiesto en este pasaje son las sátiras que se planteaban ante este tipo de situaciones: el tópico del viejo verde, la muchacha que se casa por dinero, el beneplácito de los padres de la joven, que puede dar lugar a diversas habladurías, etc.
En el folklore popular encontramos a muchachas avispadas que, ante la mínima insinuación de hombres reincidentes en el matrimonio, cantaban coplas como la que sigue:

 “Más quisiera ser gallina
y que el raposo me comiera
que casarme con un viudo
siendo yo moza soltera”.


Por otro lado, el texto de Palacio Valdés ofrece un dato curioso: la cencerrada comenzaba antes de que los novios se casaran. Tal vez este hecho provocó alguna vez la suspensión de alguna boda, pero es evidente que anticipa la fiesta y el jolgorio a sabiendas de la unión que se va a cometer. Encontramos en un artículo de El Progreso de Asturias, periódico publicado en La Habana (Cuba), información de cencerradas acaecidas en el municipio asturiano de Belmonte que también documentan este hecho:
“Entre ellas había una cuyos protagonistas, ya fenecidos casi todos, se vieron obligados a suspender la boda varias veces, hasta que el novio, que era figura principal en Belmonte, hizo intervenir a la Guardia Civil”.

G. PELÁEZ (1957) aprovecha la muerte de Antón de Urbana para pasar revista a las cencerradas que este personaje presenció y tomó parte activa en ellas, pues hacían “morir de risa a los belmontinos de todas las edades, de todos los barrios y de todas las mentalidades”. También alude el autor al peligro de extinción que corre esta antigua costumbre: “Ahora ya no hay cencerradas. Otras nuevas costumbres van desterrando aquellas otras (...). No añoramos aquellas cencerradas más que para recordar tiempos más felices, pues hoy sería imposible realizar lo que entonces se hacía y las costumbres son tan distintas que no se tolerarían aquellas bromas”.

Finalmente en la composición poética titulada “El barbero de Sevilla” de F. Pérez y González y publicada en su día en el periódico “El Liberal”. Trata el poema de la historia de un barbero del barrio sevillano de San Bernardo, que se hizo famoso por la cantidad de cencerradas que él preparó para sus vecinos. Pero el destino quiso que el barbero enviudara y, entonces, con motivo de su segunda boda con una agraciada joven sevillana a los seis meses de viudo, sus antiguas víctimas organizaron la “más descomunal y monstruosa cencerrada que aquí se recuerda”. Se llevó a cabo una recaudación popular para garantizar los fondos para la algazara que se preparaba. Intervinieron más de 300 individuos, que portando teas, hachones, bengalas y farolillos recorrieron la calle Ancha del barrio, haciendo sonar con estrépito y mal gusto toda clase de objetos metálicos: latas, almireces, cencerros... Se adornaron algunos balcones con monigotes burlescos, relativos al barbero y a la moza. Se sacó un carro alegórico al oficio de la víctima, que según decían “era un paso casi improvisado, que tenía la gracia por arroba”. Los vecinos convocaron a la prensa, y desde las ocho hasta las once de la noche de la boda estuvieron en la calle. La Guardia Civil tuvo que intervenir para calmar los ánimos, pero con este motivo se produjo mayor excitación con tanta algarabía y borracheras. Se repartieron algunos palos y pedradas, pero por fin sobre las doce quedó restablecida la tranquilidad.

Como hemos comprobado el episodio anterior muestra que en la vida íntima de nuestros pueblos y ciudades se había consolidado por entonces, principios del siglo XIX, una ancestral costumbre: la cencerrada. El origen de esta manifestación era muy antiguo y tenía lugar cuando un viudo o viuda se volvía a casar por segunda o tercera vez, normalmente con alguien mucho más joven, o se hacía una boda entre personas desiguales en edad. Hoy está prácticamente en desuso, seguramente debido a los actuales signos de los nuevos tiempos: la globalización, la masificación poblacional y, al mismo tiempo, la pérdida de la entidad localista propia. Circunstancia esta última que ha sustraído a nuestra sociedad moderna el carácter cercano y familiar que antes la envolvía, pues las relaciones y los lazos sociales que se establecían entre los distintos estamentos sociales y familiares eran más fuertes, originados por unas vivencias más compartidas entre todos, que incluso definían cada ámbito poblacional con características propias y peculiares distintas a otras realidades sociales más próximas o lejanas. En el status social anterior la hipotética agresión que recibían los novios se diluía, al poco tiempo, en aras de una buena armonía familiar y social en el seno del pueblo donde se producía la trasgresión. De esta vieja costumbre de la cencerrada se encuentran bastantes testimonios en los autores clásicos, como hemos visto, tales como Cervantes, pero, sin duda vivió su época dorada durante los siglos XVIII y XIX a tenor de las referencias literarias que hemos podido encontrar, y pervivió hasta bien entrado el siglo XX, como hemos visto en los textos recopilados.

Esta costumbre, tan arraigada en Andalucía y España, como decimos, también fue recogida por los folkloristas europeos, sobre todo en Francia y en las zonas rurales de Inglaterra. Incluso fue llevada a las colonias americanas, así tenemos referencias que en la Louisiana española también se hacían en el siglo XVIII o en la parte francesa de Canadá, concretamente en Québec, donde en 1891 tuvo lugar la cencerrada más monstruosa que se recordaba, cuando una viuda, de 66 años, se casó con un joven de 43, que antes había sido su criado.
La evolución social y el crecimiento de la población fueron enterrando esta costumbre, y se fue sacando del contexto social de la vida cotidiana de nuestros pueblos y ciudades. También, influye el cambio de mentalidad, pues se fue considerando con el paso de los años que las cencerradas eran agresivas y muy dolorosas para las víctimas, a las que se ofendían y se despreciaban en sus derechos personales. Además, la nueva mentalidad fue considerando que la cencerrada mostraba, agriamente, el aspecto menos culto y violento de la sociedad, y se le fue tachando de costumbre “añeja y estúpida”.

Así pasó, por ejemplo, cuando de nuevo en Sevilla:
“se unió una hija de un tabernero de la plaza de San Leandro, con un sujeto de más edad que ella; este enlace, según se dice en el barrio, no fue visto con buenos ojos por el hermano de la desposada, el cual organizó en contra de los nuevos cónyuges la cencerrada que desde hace dos noches le vienen dando, de modo tan estúpido y bárbaro, que las autoridades han tomado carta en el asunto, deteniendo en la noche anterior a tres de las personas que figuraban como cabecillas del escándalo. También la policía intervino a los alborotadores, doce grandes cencerros, una porción de latones y campanillas, todo lo cual, ha sido puesto a disposición del juzgado municipal correspondiente”.

Y, por supuesto, también iría menoscabando el arraigo de la costumbre la nota violenta con la que acababan muchas de ellas, pues no faltaron pedradas e inclusos tiros, con los que pretendían terminar con la broma algunas de las víctimas. De forma que la Guardia Civil se veía obligada a intervenir y, frecuentemente, a detener a los bromistas. Como pasó, de nuevo en Sevilla, y ya en el 1908, cuando tras “un fenomenal alboroto en la plaza de San Agustín, con motivo de la cencerrada que más de ocho mil personas dieron a un comerciante que había contraído segundas nupcias. Intervino la policía practicando varias detenciones”. Incluso, en ocasiones, como sucedió en Osuna, el cencerro se usó como arma de agresión ante la autoridad. Por tanto, el agresor fue procesado por valerse del “mismo cencerro que sirve para espantar el sueño del vecindario y revolver la bilis del dichoso contrayente” para golpear y mancillar la autoridad de un municipal, que acudió al lugar para “acallar el escándalo”.

A veces, la reincidencia era tan notoria y los vecinos insistían tanto en alterar la tranquilidad de la noche que el asunto se violentaba hasta el extremo de provocar una alteración del orden sobredimensionada. Esto fue lo que vivió en Villanueva de San Juan, también en la provincia de Sevilla, cuando:
“con motivo del casamiento de dos ancianos del pueblo, el vecindario proyectó darle una cencerrada. El alcalde se opuso a que llevaran a cabo este propósito y pasó una nota a la Guardia civil de aquel puesto para que lo impidiese. El día de la boda comenzaron a reunirse en grupo los vecinos para dar la cencerrada; pero los dos únicos guardias que allí están destinados los disolvieron. A la noche siguiente echose a la calle el pueblo en masa en actitud tumultuaria. Fuéronse los vecinos al cuartel de la Guardia civil y lo apedrearon e insultaron a los guardias armando un escándalo espantoso. Como la benemérita estaba en tan escaso número no tuvo otro recurso que aguantar todo aquello hasta que los vecinos quisieron. Al día siguiente, se reconcentraron allí más fuerzas, se hicieron prisiones y actualmente se instruye sumaria militar a varios vecinos de Villanueva por insultos a la Guardia civil”.

El folklorista Fernando Coca nos cuenta que en una cencerrada en Mairena del Alcor el final fue aún más sangriento, pues acabó con la vida de uno de los muchachos que participaban en el jaleo. Nos dice, en una de sus aportaciones sobre los episodios de la Guerra de la Independencia en Mairena, que en el mismo lugar donde fue herido de muerte un soldado francés años antes, por parte de un grupo de mujeres que lo apedreó, sucedió lo siguiente:

“En el trozo de la calle que con el nombre de Trianilla separa la calle Arrabal de la Fuente Gorda, suena indescriptible algazara, voces, cencerros, caracolas, latas viejas, almireces; con este atronador concierto festeja el pueblo, casi en masa, la boda de un barbero vecino de aquella calle conocido por el maestro J. El bueno del barbero, bastante viejo, tuvo el capricho de casarse con una linda joven, lo que en sentir de la muchedumbre merecía redoblado cencerraje. Era algo entrada la noche, oscura y lluviosa, la puerta de la casa de los recién casados hallábase cerrada a piedra y lodo, como protestando de aquella estentórea serenata; algunos vecinos cansados ya de embromar al enamorado Fígaro, comienzan a retirarse. El maestro J., en tanto, amostazado y colérico, coge una escopeta, que cargada se hallaba en un rincón de su alcoba, abre violentamente la puerta, y encarándose el arma dispara. Los circunstantes huyeron despavoridos, desapareciendo como por encanto, pero en la acera opuesta divisábase un bulto en el suelo, que moviéndose lanzaba débiles gemidos. Acudieron las autoridades y levantaron ya cadáver a un hijo de la Águeda, la protagonista de la lapidación del soldado francés algunos años hacía… Y cuentan las viejas timoratas, que aquello había sido castigo de la Providencia, porque la infeliz criatura había caído muerto, casi en el mismo sitio, donde años antes, tuviera la misma suerte el soldado de Napoleón”.

Una de las últimas cencerradas como la nombraba el informante, tuvo lugar en Mairena y fue cuando se casó un zapatero viudo, ya mayor, con una joven. Me decía este colaborador que además de tocar como locos los cencerros por las calles del pueblo, amarraban muchas latas, una detrás de otra, que arrastraban para aún hacer más ruido. En esta ocasión salieron a las calles todos los zapateros y aprendices del oficio, con los pañetes de trabajo colocados y compusieron esta rima, que no pararon de cantar, a la vez que hacían sonar sus cencerros y ristras de latas:

- ¿Quién se casa?
- El Titi Velita.
- ¿Con quién?
- Con una pollita.


 La viuda de don Andrés Almonaster, personaje andaluz, nacido en Mairena del Alcor, que desarrolló una gran labor benefactora en la Nueva Orleáns española, fue objeto de una descomunal cencerrada cuando de nuevo se casó con el joven cónsul francés de la colonia a finales del siglo XVIII.


Granada 16 de Junio de 2013.
Pedro Galán Galán.


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