PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

viernes, 18 de octubre de 2013

LAS "CENCERRÁS"

LA VIEJA COSTUMBRE DE LAS “CENCERRAS” A LOS CASADEROS MAYORES  VIUDOS EN HIGUERA DE ARJONA.

Las personas que en estado de viudo o viuda se disponían a cambiar de esta situación a casados, lo hacían con la mayor reserva posible para evitar ser molestados. Había una primera situación que podía ser hombre viudo con mujer soltera joven, o mujer viuda con hombre soltero más joven o no. La segunda situación era la de hombre viudo con mujer viuda.

Estas relaciones como se ha dicho se hacían en el mayor secreto, pero eso era muy difícil, porque había otras muchas personas por medio… (familiares, vecinos,  y amigos) que estaban enterados del nuevo acontecimiento en el pueblo, por lo que era posible que entre tantos, no hubiera quien guardara el secreto, debido a inconfesables propósitos que por lo general eran los de molestar a los nuevos contrayentes.


El nombre “cencerra” procede del instrumento empleado y más característico, o al menos el más sonoro de todos: el cencerro es como una campana tosca en general, pequeña y cilíndrica, hecha con chapa metálica generalmente de hierro o de bronce enrollada en forma de tronco de cono irregular con base elíptica y dentro de la cual cuelga un badajo o macillo a modo de colgajo, que golpea los laterales al cambiarlo de posición con el movimiento y produce el sonido con el que se oía el movimiento de las reses en el campo.

Llegados a este punto conviene saber qué se entiende por “cencerrada”. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (2012) define este término de la siguiente manera:
1. Ruido desapacible que se hace con cencerros, cuernos y otras cosas para burlarse de los viudos la primera noche de sus nuevas bodas. Dar la Cencerrada.
2. Ruido similar que se hacía cuando un forastero se casaba con una joven de un pueblo y no pagaba lo estipulado por los mozos de dicho pueblo.
3. Ruido similar que se hace con cencerros o con otros utensilios metálicos para realizar una protesta cualquiera o como burla.

En un sondeo histórico y lingüístico preliminar, convendrá que recordemos ahora la caracterización que se hace de la ´”cencerrada” en el Diccionario de Autoridades de 1729:
”El son y ruido desapacible que hacen los cencerros quando andan las caballerías que los llevan. En lugares cortos, suelen los mozos las noches de dias festivos andar haciendo este ruido por las calles y también quando hai bodas de viejos o viudos, lo que llaman Noche de Cencerrada, Dar Cencerrada, Ir a la Cencerrada”. Cosa rústica, en suma, de lugares cortos, sobre todo y en que son los hombres solteros los que participan de modo primordial.

También podemos recoger otro testimonio lexicográfico algo más antiguo, de fines del XVII, en el Diccionario de Ayala (1693) y lo haremos en recuerdo de la labor que desarrolla el Lexicografía nuestro paisano Ignacio Ahumada Lara: “Aunque este vocablo en su sentido es castellano -dice de modo equívoco al artículo cencerrada- no lo es porque nació en otra parte. En el reyno de Valencia, quando un viejo se casa con una niña o un moço con una vieja, o dos sumamente viejos, o alguna, aunque no sea muy anciana, ha tenido muchos maridos y se casa tercera o quarta vez, la gente popular acostumbra darles chasco la noche de boda haziendo ruido con sartenes y hierro viejo o cencerros, de donde tomó el nombre y a esto llaman cencerrada.” 
Desde época medieval perduró la costumbre, con la única variación del aumento de instrumentos y utensilios que provocan el ruido: cencerros, esquilas, turullos, tambores, pitos, matracas, cacerolas, sartenes, calderos, latas con piedras, silbatos, cuernos, esquilones... para que el ruido, cuanto más horrible fuera, ¡mejor! era para sus propósitos.

Todo este estrépito iba acompañado de voces y gritos de la gente, además de unas coplas que se cantaban y recitaban para la ocasión, con la suspensión total del ruido en el momento del cante, para volver a retomarlo en cuanto se terminaba de recitar. Estas composiciones aludían a los “trapos sucios” de los novios (su vida privada, en general) o a acontecimientos de los que se reía la gente del lugar.

La “cencerra”  en nuestro pueblo aparece siempre ligada al matrimonio, uno de los cambios más importantes en la vida de una persona dentro de su grupo social. Se hacía cuando la pareja estaba formada por viudos o alguno de los contrayentes era viudo. La razón era que se consideraban estas uniones como “ilegales” y la cencerrada se convertía en una ridiculización agresiva contra una unión que transgredía alguna norma o valor social. Otro factor importante susceptible de desencadenar una cencerrada se producía cuando entre los novios había una diferencia de edad considerable, especialmente si el novio era un rico viudo entrado en años que se unía a una jovencita. Ante uno de estos casos el pueblo anónimo se reunía delante de la casa de los novios con cencerros, cornetas, cazos, cacerolas... y todo aquello que sirviera para hacer ruido. Comenzaba así durante varias noches lo que se conoce con el nombre de “cencerrá”.

Esto es, a grandes rasgos, lo que se entiende por este acto festivo, que no deja de ser un rito de segundas nupcias bien antiguo, en la antigüedad los íberos no acompañaban a la esposa en la carroza en las segundas nupcias. No debemos olvidar la oposición social a la reincidencia matrimonial de las viudas (sobre todo en lugares pequeños): es como si ella tuviera que pagar la culpa por la muerte de su esposo (con larga clausura y vestidos de luto) que pueden redimirla y purificarla para otro enlace.

Por otro lado, la iglesia nunca vio con buenos ojos las segundas nupcias, pues las denominaba “honestam fornicationem y speciosum adulterium”.

La cencerrada no era una costumbre típica y exclusiva de la península. También encontramos manifestaciones similares en otros países, como Francia, Alemania o Italia, aunque, sin lugar a dudas, estas estrepitosas manifestaciones tuvieron en nuestro país especiales modos de expresión, convirtiendo la costumbre en algo querido y multitudinario.

Normalmente daban las cencerradas los jóvenes del pueblo, pero también participaba algún grupo de personas sin determinar la edad, que les gustaba dar la lata a la gente mayor, o por alguna pandilla de jóvenes (grupo de amigos),  que se reunían siempre después de cenar, no muy tarde, formaban una "banda" de música con instrumentos de hacer solamente mucho ruido. El instrumental utilizado era muy variado, desde algún latón golpeado con palos, silbatos, panderetas, y en particular con cencerros, En Higuera de Arjona siempre hemos oído hablar de la “cencerra”, nos comemos la última sílaba, al igual que en muchos otros pueblos andaluces.


Marchaban los jóvenes por los alrededores de la casa donde vivía el viudo o la viuda, y empezaban a hacer sonar todo lo posible sus “instrumentos” con toda la fuerza que sus brazos o sus pulmones con soplidos podían producir. En este caso no era cuestión de entonar una pieza de música que pudiese agradar al nuevo contrayente, aquí lo importante es que se oyera como lo mas ruidoso, alto y a la mayor distancia posible; luego se hacía un silencio, y entonces alguno de los asistentes, o todos a coro, cantaban canciones que ellos mismos habían compuesto, que por cierto algunas rimaban bastante bien, por lo que luego la vecindad lo comentaba y era motivo de conversación en el pueblo por una temporada.

Lo peor era cuando los que se iban a casar habían tenido cualquier anécdota curiosa o desagradable en el tiempo de sus escondidas relaciones, o si en el trascurso de las mismas se produjo algún incidente con algún miembro de la familia que estuviese disconforme con el proyecto nuevo de vida, entonces se magnificaba el incidente por muy insignificante que fuera, y los cantares eran alusivos a ese hecho de forma un tanto desgarradora.  Eran las composiciones algo así como fueron las canciones de la comparsa de “Tomequiere” pero con la mayor mala intención de herir y avergonzar al que se iba a casar siendo viudo o viuda.

 Como si censores fueran de las decisiones de los demás, ellos se atribuían el respeto al difunto o difunta que provocaron la viudedad de los nuevos contrayentes. ¿Quien vendría hoy, (con el cambio de las costumbres y el ritmo de los tiempos actuales), a sancionar los que hace tal varón o tal dama, con su cuerpo y sus decisiones de emparejamiento temporal o más o menos definitivo?

Se puede considerar que el sistema de valores del pueblo antes era profundamente monógamo y cualquier alteración de sus principios era considerada como un mal social,  el hecho de que después que una persona se hubiera casado, llevados por romanticismo prematrimonial de los jóvenes, las segundas nupcias de alguno de los contrayentes, tanto por parte del hombre como de la mujer, aparecían como un desafío a estos valores.

Si la anécdota había sido de reconocida importancia, lo mejor era taparse los oídos para no escucharlo, pues entonces se cantaban verdaderas barbaridades, que desde luego no sólo avergonzaban y abochornaban a los nuevos contrayentes sino a toda la familia, y vecinos. Esta era la razón por la que estos noviazgos y proyectos de boda se guardaban con tantísimo sigilo, claro que siempre habría alguno de la vecindad o vengativo familiar que diera cuarto al pregonero.

La situación que describo llegaría a ser tan en extremo desagradable, que todos los aspectos de la boda eran tan secretos que muchas veces  se aceleraban los pasos de preparación del nuevo casamiento y hasta los mismos vecinos se enteraban al día siguiente del nuevo casamiento, sin haber llegado a oler nada de lo que debía acontecer.

Por todo ello los casamientos de esta clase se realizaban de madrugada. El asunto era haber puesto el  día y hora para efectuarlo de acuerdo con el Cura, y realizarlo tan pronto como se pudiera para ayudar a mantenerlo más en secreto y que el corto tiempo favoreciese el secretismo del acto. La única manera de evitar la cencerrada que disponían los vicarios y párrocos de los pueblos andaluces era ocultar al máximo la ceremonia de la boda. Los contrayentes se casaban, y así se hacía constar en las partidas matrimoniales, en total secreto y en horas pocos normales, como en las madrugadas.

En otros casos se hacía después de cenar, acudían a la iglesia los familiares más cercanos y tras entrar los contrayentes e invitados se cerraba la puerta de la iglesia, a veces sólo los contrayentes con el acompañamiento de los padrinos.
Lo peor era que en algunos casos al igual que los contrayentes y familiares habían guardado el asunto en máximo secreto, los jóvenes encargados de dar la cencerrá habían guardado las formas en todos los preparativos del mismo, pero habían quedado citados para presentarse en la puerta de la iglesia para dar allí la esperada cencerrá a la entrada de los novios en el templo. Cerrada la puerta la ceremonia se celebraba con la música de fondo de los cencerros y pitos, menudo tostón y menudo e inolvidable sofoco de la novia y los familiares.

Cuando ya salían de la Iglesia los contrayentes convertidos en marido y mujer, los de la cencerrá iban detrás de ellos haciendo ruido y cantando hasta el domicilio de los padres o del nuevo matrimonio y era entonces cuando todo se terminaba de la dar la "tabarra" a los sufridos esposos y familiares. No me extraña que el nuevo marido mediara con algunos litros de vino para mitigar los cantos y acortar el proceso.
En Uruñuela, la Rioja, la cencerrada perdía vigor cuando el novio ofrecía el porrón a los mozos; en cambio, si les recriminaba, el alboroto duraba toda la noche.

En la Higuera también había de todo tipo de respuestas a tan desagradables actos, de forma que había quien para demostrar que no se habían molestado y aceptaban la costumbre como una cosa normal, invitaban a los “cantantes” y “músicos” a entrar en el domicilio y los obsequiaban con algo de bebida, vino, limonada o resol y algún que otro dulce. Tal vez en este caso querían demostrar que no se habían molestado por la prudencia de sus canciones y lo medido de sus cantos y sonidos, y hasta puede que como más benévolos aceptasen lo que era una tradición muy antigua como algo normal y asumido en su nueva vida.

Los que siempre participaban en el ceremonial de la calle que daban los jóvenes eran los vecinos o los que vivían cerca de la iglesia, que desconociendo en muchos casos la novedad del casamiento se despertaban soliviantados por unos cantos y algarabías que desconocían la noche de antes, y terminaban asomándose a las ventanas.

A comienzos de este siglo eran mucho más frecuentes las cencerradas, en cambio hoy han desaparecido y quedan como un relato de costumbres del pasado. El que hoy hayan desaparecido no se debe, tanto a la legislación que hubo en su tiempo, como a un profundo cambio en las ideas y costumbres, hace más de dos siglos que se dieron leyes generales contra ellas, repetidas y modificadas después, que no tuvieron efectos absolutos y que son posteriores a algunas particulares de determinados reinos.

En época de Carlos II las cencerradas estuvieron prohibidas bajo pena de prisión y multa de cien ducados. El punto de vista liberal de Jovellanos, como podemos ver en su “Informe sobre la ley agraria”, no parece que tuviera mucha suerte, pues las prohibiciones siguieron en el siglo XIX, aunque no del modo tan violento como la ley de 1765. El Código Penal de 1870 (artículo 589, núm. 1), consideraba “la cencerrada” como falta contra el orden público, objeto de multa de cinco a veinticinco pesetas y represión, tanto a los que toman parte activa como a los que la promueven con ofensa a alguna persona o con perjuicio y desasosiego público. La sanción no sólo se refiere a cencerradas dadas a viudos y viudas.

 En otros pueblos ante la inminencia de una boda,  lo normal es que los novios celebrasen su inicio de nueva etapa de la vida invitando a la familia, a los amigos y a la gente del pueblo a una comida festiva. Si la pareja de recién casados no hacía partícipes del rito nupcial a sus vecinos, invitándolos o haciendo fiesta y baile con música, éstos organizaban una cencerrada pero este no es el caso que se daba en nuestro pueblo.

Estas leyes generales contra las cencerradas estuvieron precedidas en algunos reinos y provincias por otras de alcance más limitado, como por ejemplo ocurrió en las Cortes de Navarra, donde lo más grave de las cencerradas parece que eran esas coplas que iban contra la honestidad pública y el buen crédito de ciertas personas. En los Cuadernos de Leyes de las Cortes de Navarra de los años 1724 a 1726, hay una, la LlX, “contra los que hacen matracas, cencerradas y dicen pullas y cantares deshonestos”. Lo más grave y en ofensa de Dios dice la Ley que eran “las pullas que iban contra la honestidad pública y buen crédito de muchas personas a las quales o se manifiestan defectos secretos o por lo regular, se les atribuyen muchos que no tienen”. Antes ya se habían tomado medidas para atajar el mal, pero sin efecto. Ahora se prohibía decir o cantar, de día o de noche, palabras sucias y lascivas o cantares sucios y deshonestos bajo pena a los plebeyos de cien azotes y dos años de destierro y de dos años de presidio a los hidalgos.

A estas coplas se les presta poca importancia por su carácter satírico y grosero. M. A. ARIAS comenta lo siguiente, al hablar de las coplas de las cencerradas (1955: 280): “Y no copio más, y dejo en el fichero muchas coplas de cencerradas, pues, la verdad, no merecen la pena y son, además, francamente groseras en su mayoría.

“Para cortar de raíz el abuso introducido en esta Corte de darse cencerradas a los viudos y viudas que contraigan segundos matrimonios y obviar los alborotos, escándalos, quimeras y desgracias que en adelante pudiesen suceder, se manda que ninguna persona, de cualquier calidad y condición que sea, vaya solo ni acompañado por las calles de esta Corte, de día ni de noche, con cencerros, caracolas, campanillas, ni otros instrumentos, alborotando con este motivo…”

El tema de las injurias constituye capítulo considerable de la legislación foral de reinos, villas y ciudades. No es posible dar ahora idea, siquiera parcial, de lo legislado sobre el tema, pero si decir que la injuria con escándalo público ha producido muchos maleficios, muertes, asesinatos, enemistades de familias y que, en innumerables casos, se relacionan  con las  cencerradas. Parece precisamente que el bando cortesano de 1765 tuvo justificación en la muerte de una persona en la Corte a causa de una cencerrada, lo que no quitó para que se siguieran dando y que en 1815, la Sala de Alcaldes de Casa y Corte de Madrid ordenase impedirlas a la Justicia del cercano pueblo de Parla.

El espíritu ordenancista de los golillas de la Ilustración, todo lo que de modo gráfico se llama Despotismo Ilustrado, conecta con el que, medio siglo después, se denominó Despotismo a secas o Absolutismo y al que también podríamos definir de Despotismo sin Ilustrar. Ya en el XVIII, una nube de autoridades civiles desde corregidores, a alcaldes de villas y aun de aldeas abusaron de lo legislado por los políticos de la Ilustración dando una tónica sombría y ordenancista a la vida de las comunidades.

Jovellanos, al final de su Informe sobre la Ley Agraria, impreso en 1795, considera como gran abuso propio de las autoridades de los pueblos, el de cargar sobre ellos, de modo inexorable, las reglamentaciones policíacas: “no hay alcaIde que no establezca su queda, que no vede las músicas y cencerradas, que no ronde y pesquise y que no persiga continuamente no ya a los que hurtan y blasfeman, sino también a los que tocan y cantan”.
El punto de vista liberal de Jovellanos, dirigido siempre a hacer la vida de los núcleos urbanos pequeños más grata o tolerable, no parece haber tenido, en lo que se refiere a este punto, mucho éxito. Las cencerradas se siguen prohibiendo en el siglo XIX aunque no del modo violento de la Ley de 1765, y el Código Penal de 1870 -artículo 589, núm. 1- considera la cencerrada falta contra el orden público objeto de multa de cinco a veinticinco pesetas y represión, tanto a los que toman parte activa como a los que la promueven con ofensa de alguna persona o con perjuicio y menoscabo del sosiego público. La sanción no sólo se refiere a cencerradas a viudos y viudas.
Cuando se dieron los sistemas políticos del XIX, la cencerrada podía aplicarse a la vida pública: si los adeptos o correligionarios, para expresar su afecto a un jefe, le daban una serenata nocturna -como si se tratara de la joven amada por algún mozo-, los enemigos del mismo jefe también podían organizarle una cencerrada o pita, según acreditan testimonios literarios. No estará tampoco de más recordar que uno de los periódicos satíricos y anticlericales del Madrid de principios de este siglo se llamaba El Cencerro y que se anunciaba por las calles con este instrumento.

Respecto a las cencerradas propiamente dichas, aunque sean con motivo de casamiento de viudos o viudas se condenaba a los participantes con un mes de cárcel y cincuenta ducados de multa o dos años de destierro la primera vez si eran pobres, y la segunda con cien azotes y cuatro años de destierro siendo plebeyo y lo correspondiente siendo hidalgo. La Ley fija las mismas penas e incluye en el delito a los que “de día o de noche enraman algunas puertas con cosas o yervas ofensivas, estiércol u otras inmundicias”. Se tocan, pues, tres puntos: el del bullicio y ruido, el de la sátira personal y el de los olores repelentes. Los tres, como se verá, se asocian constantemente.
Tan severísima ley no debió tener mucha aplicación y en las Cortes de 1743, 1744, 1780 y 1781 se volverá sobre el tema.

Las pullas debían desencadenar muertes, robos, riñas, insultos y hasta atropellos de la Justicia y las leyes navarras de 1780-1781 coinciden con otras muchas de entonces en el deseo de reprimir los excesos populares en una época en que abundaban los guapos, majos, chulos y matones en general y en la que el uso de armas blancas diversas y de arcabuces, trabucos, palos, porras y hondas se había generalizado. En cualquier caso, con legislación draconiana o más moderada, siguió habiendo cencerradas por los motivos más comunes o por otros varios, ajustadas, según regiones y casos, a arquetipos o modelos bastante antiguos conectados, al parecer, con ideas morales también muy viejas, de la historia del Cristianismo por lo menos.

 En 1901, la Sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo de Madrid promovió una información en el campo de las costumbres populares sobre los tres hechos más característicos de la vida, nacimiento, matrimonio y muerte. Un grupo de sociólogos jóvenes elaboró un cuestionario del que se imprimieron dos ediciones y en su sección II, parágrafo D (boda), el artículo último (u) se refería a las bodas de viejos y viudos y se pedía información acerca de cencerradas y otras burlas. La encuesta desapareció del Ateneo con la guerra civil, si bien  se pudo consultar antes de 1936. En el antiguo Museo Antropológico quedó un fichero con sus resultados desmenuzados, que todavía se conserva.
La encuesta realizada por el Ateneo de Madrid entre los años 1901 y 1902, describe las cencerradas de la manera siguiente:

“Las cencerradas son verdaderas manifestaciones multitudinarias y provocaciones intolerables. A los casados les acompaña una multitud, con apariencia de ebria, que grita desaforadamente y golpea latas, almireces y toca cornetas y zambombas en todo el camino de casa a la iglesia y viceversa. Por la noche y aún en noches sucesivas se repite la escena en la calle, en el portal y en la escalera, voceando y cantando. Es milagroso que no se registren escenas sangrientas ante ataques y gestos tan provocativos [...]. “

Ilustración de la Cencerrada de aquella época.

En las aldeas la cencerrada era una verdadera fiesta que duraba por lo general hasta nueve días y tomaban parte en ella tanto hombres, como mujeres y niños. El primer día de fiesta después del domingo siguiente a la boda ponen la extremaunción para lo cual uno vestido de blanco va a caballo acompañado de gran número de personas con velas de paja y en un sitio cerca de la casa dos personas que representan a los novios fingen encontrarse moribundos y recibir la unción en medio de un ruido espantoso. Al día siguiente se verifica el entierro (en ocasiones se reúne para ello la gente de cuatro o cinco pueblos). Diez o doce mozos se visten de blanco (camisa, saya y capirote en la cabeza) y uno de ellos a caballo representa al cura; dos muñecos de paja, los novios que son llevados en unas andas, acompañando toda la demás gente con calderos, latas, etc. y sus correspondientes lloronas (dos mujeres que representan a la familia y van dando grandes gritos). Van cantando responsos y recorren la aldea, pasando por delante de la casa de los novios; luego se dirigen a un prado en donde hacen alto. Allí leen el testamento (escrito jocoso y a veces graciosísimo) y por último queman un muñeco en medio de un estrépito infernal” (J. LÓPEZ ÁLVAREZ & C. LOMBARDÍA FERNÁNDEZ (1998: 82-83).
 
Respecto a lo que supusieron las cencerradas en toda España, contamos con el estudio de Don Julio Caro Baroja, sobrino de Pío Baroja, que como estudio antropológico y de costumbres representa un tesoro de datos y documentación.
Veamos la visión de este autor tan estudioso de estos aspectos de la vida de los pueblos:

Se da como común en Galicia la cencerrada a viudos, viejas y novios de edades desproporcionadas, usándose cuernos y latas de petróleo además de cencerros. En las inmediaciones de la casa de los cónyuges se colgaban de los árboles los aperos de labranza y se apoyaba la lanza del carro sobre la puerta para que se produjera un fuerte golpe al abrirla. Esto, la noche de la boda; y las consabidas cencerradas las 9 noches anteriores, como norma general. A veces, se construían unos muñecos de paja para hacer el simulacro de la boda. Se dice en el Diccionario de Don Eladio Rodríguez que la cencerralada o chocallada se aplicaba asimismo en el Ribeiro de Avia y otras comarcas de Orense a los mozos que iban a casarse a otras parroquias o a los que no respetaban costumbres establecidas como la de pagar piso, costear los domingos músicos para el baile o convidar a vino.

Con respecto a Asturias, en un informe general se da como extendida la costumbre, pero no hay mayores noticias de detalle aunque se sabe adoptaba varias modalidades y nombres especiales. Según Cabal, la palabra cencerrada se utilizaba en Oviedo capital, pero en Arriondas se hablaba de lloquerada, de turga en Ribadesella y de pandorga en otras partes. Lloquerada está en relación con Iloca. Turga es voz enigmática que acaso haya que relacionar con turba y otras afines, que expresan tumulto y confusión de gentes. Parece que la turga se desenvolvía con arreglo a una acción fija, dramática, repetida en otras partes con otros nombres. Se la llamaba entierro hacia Pola de Siero y los que se dedicaban a enterrar hacían, cuando les llegaba la ocasión, dos monigotes de paja; sacaban uno de donde vivía el galán y otro de donde la mujer y los juntaban en un prado. Allí levantaban un púlpito, un hombre ingenioso predicaba y terminado el sermón, quemaban los muñecos. Es decir, parece que el matrimonio se consideraba una muerte. Similar parodia de extremaunción se celebraba en Avilés, según informa Don Celestino Graiño: un individuo, vestido de blanco, va a caballo con acompañamiento de gran número de personas con velas de paja en la mano y en un sitio cercano a la casa nupcial dos individuos representando a los novios fingen estar moribundos y reciben la extremaunción en medio de un griterío espantoso. Al día siguiente es el entierro. Diez o doce mozos vestidos de blanco con camisa y saya representaban los curas y dos muñecos de paja los novios e imitan  su entierro llevándoles en andas. Les rezan responsos y en un prado espacioso hacen alto, leen el testamento (escrito jocoso) y por último queman los dos muñecos entre voces, ruido y algazara.
No suministra tantos detalles respecto a la pandorga, palabra no exclusiva de Asturias y con varias acepciones. El Diccionario de Autoridades de 1737 daba, en primer lugar, la de junta de variedad de instrumentos de que resulta consonancia de mucho ruido, y en segundo, en estilo festivo y familiar se llama “la mujer mui gorda, pesada, dexada y floxa en sus acciones”.
Góngora usa panduerga como jaleo, en oposición a penitencia.

Sabemos que al nacer Felipe IV en Valladolid, se organizó una comparsa burlesca o pandorga, acepción ésta que llega hasta Andalucía. En castellano común y relacionada con alboroto ridículo, se usa pandorgada.

De León hay varios informes detallados: en las bodas de viudos de Sahagún (también en relación con Mansilla de las Mulas), las cencerradas fenomenales tenían parte de acción dramática; los que intervenían en ellas se disfrazaban como en Carnaval y llevaban bajo palio unas figuras grotescas ante las que agitaban incensarios ridículos compuestos por pucheros en los que quemaban pimienta picante y sustancias malolientes. Esto del palio, el incensario y los sahumerios parece repetirse en Valderas, la Bañeza, Grajal y también, fuera de la provincia. El informe de Sayago, en Zamora, contiene referencia a una variedad de cencerrada: durante las vísperas de las amonestaciones de viudos, los mozos recorrían el pueblo tocando cencerros y cuernos y a la salida de la misa de boda, esperaban a los cónyuges vestidos de modo grotesco, les montaban en un carro tirado por asnos cubiertos de andrajos y llenos de esquilas y les llevaban a su casa, si bien no les dejaban en paz hasta que no soltaban dos o tres pesetas para vino. A fin de evitar estos trastornos, se dice con relación a Villarmayor de Salamanca y otros pueblos de la zona que los novios procuraban casarse muy de mañana.

Respecto a Castilla la Vieja, suplimos la falta de datos sobre la Montaña o Santander con los aportados por folkloristas. La información sobre cencerradas es, sin embargo, insuficiente, tanto desde el punto de vista etnográfico como del lingüístico. Con tobera se designa en los léxicos montañeses una grotesca máscara de Carnaval y en muchas partes se forman voces sobre la palabra campana y no cencerro. El campano es un cencerro grande con badajo de cuerno y campaneros son en Iguña y Toranzo los que aparecen en la vejenera con cencerros, como los zarramacos o zorromacos de otras partes. Habrá que seguir la pista igualmente a la voz zumba: cencerro alargado y de gran tamaño, en relación evidente con zumbar, chanza o burla, voz castellana conocida.
En Gumiel dél Mercado (Burgos), se paseaba a dos monigotes que representan a los novios bajo un palio constituido por una manta vieja. Se usaba entonces de sahumerios malolientes y a veces se obligaba a los novios a subir a un carro para pasearlos. En Villarramiel (Palencia) se les instaba a caminar bajo un palio sucio y viejo quemándose ante ellos sustancias pestilentes. Algo parecido ocurría en Valdespina, dentro de la misma provincia. En el informe de Frechilla se indica: que se hacían peleles de lienzo, rellenos de paja, a los que denominaban bichos; que representaban con ellos a los viudos o viejos, haciéndose con los monigotes todo lo posible para excitar la risa de los espectadores; que en Boadilla de Rioseco y Fuentes de Nava obligaban a los contrayentes a subir a un carro y dar una vuelta al pueblo y que en Frechilla, Mazuecos y otros pueblos, la cencerrada se hacía extensiva a cualquier boda celebrada de San Antonio a Carnaval, costumbre igualmente seguida en Rioseco (Valladolid). Pero para viudos, etc., se aplicaba lo del palio y los sahumerios, lo mismo que en Medina del Campo y en tierra de Segovia donde los informes de Fuentepelayo y Cabañas y Castroserna lo indican.
Don Gabriel María Vergara, en una memoria escrita antes de 1907, decía que en pueblos de la provincia de Segovia la cencerrada a viudos y viejos se celebraba la misma noche del ajuste de la boda, participando los vecinos con esquilas, cencerros, latas, calderos, etc. Una primera cencerrada nadie la podía evitar; si acaso, interrumpirla y que no se repitiera en noches sucesivas obsequiando con vino a la gente.

En Castilla la Nueva, vemos que en Huete (Cuenca) también se acostumbraba a pasear en carro a los novios o a ir bajo el palio grotesco y que en Almorox (Toledo) existía la misma práctica llevándolos en carro hasta la puerta de la iglesia desde su casa. En cambio, en Cabañas de Yepes, se representaba a los novios por muñecos. Lo del paseo en carro se repite en Miedes de Atienza (Guadalajara).

En Extremadura parece haber continuidad con respecto a Salamanca y Castilla, en general. En Guijo de Caria se daba el recorrido en carro y en Las Hurdes lo de incensar con sustancias malolientes o picantes. Más significativo es un informe de Llerena (Badajoz) que dice que algunos participantes en la cencerrada representaban a los cónyuges y, fingiendo su voz, simulaban  conversaciones ridículas y resaltaban sus pecadillos y defectos. Desde el punto de vista del léxico, anotaremos la aparición de la palabra vaquillada como equivalente a cencerrada.

Los datos sobre Andalucía son pobres pese a haberse dado allí cencerradas en épocas recientes. Informes posteriores a los del Ateneo (1926) mencionan cencerradas a viudos y viudas durante tres noches seguidas en la comarca de los Pedroches, al norte de Córdoba. Otro, también posterior, sobre la Sierra de Segura, dice que hacia 1920 se celebraban cencerradas y que consistían en lo siguiente: arrastrar latas y trastos viejos que hagan bastante ruido por las calles del pueblo y, sobre todo por la de los novios; subirse en esquinas a una reja, tocar una cuerna o caracola y hacer un relato burlesco acerca de los mismos sacando a relucir sus características y haciendo hincapié en el interés que les puede mover a casarse; a veces, el orador hacía unas preguntas que el público contestaba a coro. Por ejemplo:

- ¿Quién se casa?
- Amparico.
- ¿Con quién?
- Con Pamplinas.
- ¿Por qué?
- Porque le cuide las gallinas.

A veces los participantes asistían a la ceremonia religiosa. Pero a veces también los viudos se casaban en secreto para evitar la cencerrada. En otras partes, se les representaba en forma de muñecos. Dicen las fichas del Ateneo refiriéndose a Alcalá de los Gazules (Cádiz) que en algunos casos se presentaron gigantones a la puerta de los novios que, al compás de una música, bailaban y parodiaban sus actitudes y gestos. En Puente Genil (Córdoba) se representaba a los novios mediante maniquís y en Marmolejo (Jaén) con enmascarados y entre sahumerios malolientes o picantes, lo que parece extendido en otros pueblos de la misma zona. De una cencerrada sin ánimo de ofensa nos habla Valera en Juanita la Larga  y Leonard Williams de aquel barbero sevillano que casó por segunda vez después de haber intervenido de joven en muchas cencerradas. Por esto en su boda se organizó tan grande escándalo -por aquellos de los que él se había burlado- que hubo de intervenir la Guardia Civil, motivo que inspiró a Don Felipe Pérez y González la publicación en El Liberal de un poema festivo titulado “El barbero de Sevilla”.
Todavía entre 1949 y 1950, cuando Julian Pitt-Rivers preparaba en el pueblo serrano de Grazalema su tesis, pudo hacer observaciones sobre cencerradas y sobre lo que allí se llama vito y en algún otro pueblo pandorga, acciones similares a las de las tobera-mustrak vascas, provocadas por algún escándalo. Diré que la palabra vito parece ser la misma que da nombre a un baile andaluz muy movido, en compás de tres por ocho, y que posiblemente este nombre se relaciona con el de la enfermedad convulsiva llamada Baile de San Vito.


Al ser parca la información respecto a los antiguos reinos de Valencia y Murcia suplimos una vez más esa falta con datos de distintas publicaciones. Se documenta como generalizada la palabra senserrá (sobre cencerro) y se fija en ocho noches consecutivas la duración. En Villajoyosa (Alicante) se seguía la práctica del paseo bajo un palio hecho con cañas y redes.

Con relación a las provincias vascongadas, dice Azkue que en Alto y Bajo Navarro, Labortano y Suletino, las cencerradas cuando se casa un viudo se llaman astolasterrak, carreras de burros, denominación que puede relacionarse con el paseo sobre asnos de los recién casados. Mas también se llamaba así a otra clase de acción de la que el mismo Azkue recoge informes.
El primero de ellos es alto-navarro, del Baztán. Cuando una mujer -dice- había pegado a su marido, a la tarde del siguiente domingo se llevaba a la plaza del pueblo el arado, el yugo de las vacas y algunos instrumentos de labranza. Dos jóvenes -uno, vestido de mujer- representaban a los cónyuges y mientras el que hacía de mujer golpeaba al que hacía de hombre, éste trabajaba con el arado u otro apero. Esta misma costumbre se denominaba asto-yokua o juego de burros en Valcarlos. En Murelaga (Vizcaya) el altercado daba lugar a cencerradas simples. Y ya en zona vasco-francesa, en Saint Jean le Vieux (Basse Navarre), se hacía un tablado -trapa- donde aparecían dos disfrazados de marido y mujer y también se les paseaba en burros con otra gente antes de subir al tablado. En Soule, Barcous, se organizaba esta carrera cuando un hombre tenía excesiva amistad con mujer casada.
Los informes de Azkue son exactos, pero fragmentarios y difícil será recoger otros más completos porque las cencerradas han quedado en desuso dentro de grandes áreas del País Vasco desde comienzos de siglo, de suerte que en la zona que es más familiar no se conserva memoria de que se haya celebrado alguna desde 1920. En otras localidades, sin embargo, han durado hasta fechas más recientes y así José María Iribarren recogió informes en Valcarlos, a mediados de este siglo, sobre las galarrosak que se celebraban cuando había escándalos tales como el de que un viejo tuviera relaciones irregulares con una moza. Entonces, dos cuadrillas de jóvenes, cerca de la casa del galán, dialogaban sobre el suceso y aunque la palabra gave o gale equivale a cencerro, lo que al final del diálogo se tocaba eran cuernas o bocinas. En fin, respecto al país vasco francés, simplemente diré que Francisque Michel recogió, hace mucho, interesantes informaciones sobre los charivaris, que luego amplió Georges Hérelle, y que en una novela de Pío Baroja se describe una tobera mustra o asto-Iasterra labortana, de las que se hacían cuando la mujer pegaba al marido. Añadiré para terminar que en la Navarra media y meridional se documenta el uso de la palabra matraca. La dan las leyes, Iribarren la trae y recuerda que las ordenanzas municipales de Puente la Reina de 1828, vigentes hasta este siglo, prohibían las matracas, decir pullas y echar chizgos en las casas. Chizgos deben ser basuras o cosas malolientes.

Pasemos ahora a Cataluña. A Els esquellots y en la Cataluña francesa parece en su enorme Folklore de Catalunva; según sus informaciones, había pueblos en los que la facultad de organizar la cencerrada era propia de una cofradía. Así, las de San Sebastián, en Monistrol de Montserrat o San Esteban, en Santa Coloma de Queralt. En Aiguafreda había un General deIs Esquellors y en la Cataluña francesa parece que se habla de un Aba del Mal Govern. Pero en el dominio catalán hay memoria también de muchas representaciones cómicas que Amades transcribe.

Habrá, pues, que relacionar los datos acerca de los generales y abades referidos, con los de zonas de Francia limítrofes y de los que hay información ya en el famoso libro de Jean Baptiste Thiers sobre las supersticiones que tocan a los sacramentos, en que se recogen muchas condenas eclesiásticas y civiles de los charivaris. No habrá de extrañar que en el Valle de Aran, en el extremo septentrional de la Cataluña peninsular se hayan registrado voces relacionadas con ésta. En efecto, en un estudio fechado en 1925 de doña Marina Bonet y Collado sobre el traje regional y las costumbres de la provincia de Lérida, se indica que allí se usaba que cuando el novio era forastero, después de las amonestaciones los del pueblo le hacían pagar la entrada, dinero que se gastaba en comida y bebida y que si se negaba al pago, se le montaba el callcarri o carribarri, es decir, la cencerrada.
Según otras informaciones, la acción burlesca, teatral, revestía importancia; en Prat de Llobregat se alzaba un cadalso frente a la casa de los novios representándose una comedia con cuatro personajes: los novios, el padre del uno y la madre del otro, todos ellos, hombres disfrazados. La acción era una burla de la vida de los cónyuges con una riña final de suegra y nuera. Pero la forma más regular de la celebración y la transacción, parece ser la descrita por el gran filólogo Mosen A. Griera y en la cual, como en otras partes, llegando a un ajuste, la cencerrada cesa.

 La cencerrada como costumbre generalizada se mantuvo no sólo porque las autoridades civiles hacían, en casos, la vista gorda y, en casos como el mencionado por Don Juan Valera, por efectuarse con el beneplácito de los novios, sino también -y pese a lo establecido en el Concilio de Trento-, por tolerancia de las autoridades católicas, ya fuera scampanata italiana, kazenmusik germana o charivari francés.

Ahora bien, ¿por qué esta tolerancia? Que la cencerrada, en sus múltiples formas, está fundada en sistemas morales viejos parece indudable y tampoco admite duda que, de ellos, el más tenido en cuenta en su desarrollo ha sido un sistema ético cristiano rigorista. Porque allá donde se practica o se ha practicado la poligamia, bien sea ésta simultánea o sucesiva, el escándalo público no ha podido ir unido a la celebración de segundas o terceras nupcias y matrimonios de viejos con muchachas.

En la Antigüedad, podemos encontrar elementos de juicio para ver que, si no como acciones un poco pecaminosas y reveladoras de sensualidad, las segundas nupcias o los matrimonios desiguales eran considerados como prueba de insensatez por parte del hombre que los realizaba, prejuicio que hasta hoy llega. En la comedia griega, hay muestras de lo poco inteligente que se estimaba al hombre que casaba por segunda vez. Ateneo recoge, casi seguidos, dos textos sobre el particular muy semejantes entre sí, uno de Eubulo en Chrysilla y otro de Aristofón en Callonides. i Bien está un matrimonio, pero dos …! Asimismo hay textos acerca de la inconveniencia de que un hombre mayor se case con una mujer joven; uno, conocido, de Theognis de Megara y otro de Teófilo en Neoptolemo.

Los cencerros y campanillas de los collares de las vacas eran también instrumentales de los niños y jóvenes en los prolegómenos de la Navidad.

Entre los cristianos, el tema no se ha discutido, tanto en términos de inteligencia como de sensualidad, y así se explica la prevención que dentro del Cristianismo y entre personas muy rigoristas ha merecido el matrimonio en segundas nupcias. El teólogo español del XVI, Fray Alfonso de Castro, autor de una especie de diccionario de herejías, en el artículo “nuptiae” señalaba como primera la de los que llegaron a considerarlas ilícitas en su totalidad y como segunda, la de los que admitiendo las primeras no aceptaban las segundas, como los cataphygianos, montanistas, Tertuliano, novacianos, cátaros y algunos griegos. En el siglo XVII, Jean Baptiste Thiers le siguió fielmente y en tiempos más modernos canonistas e historiadores han examinado escrupulosamente el asunto de las segundas nupcias, de lo que deducen: una gran parte de los Padres de la Iglesia las consideraron legales aunque no recomendables; luego hubo una tendencia más rigorista; los terceros y cuartos matrimonios se vieron aún peor ; O digamos oú stefanutai era dicho familiar entre los fieles cristianos griegos y muchos en Occidente aceptaron la misma doctrina como verdadera. Equívoco duradero y reflejado en hechos como que el XI Decreto del Concilio de Salamanca de 1335 declara reprobables en absoluto a las segundas nupcias. Iglesias determinadas, por tanto, erigidas en autoridad canónica, han podido dar una norma, que no es la general, a sus feligreses.
La cencerrada o el charivari entran en el ciclo de las costumbres no aprobadas por  la Iglesia ni por la autoridad civil, pero celebradas por el pueblo en la creencia de que corresponden a un sistema de defensa de la moral pública, que no está en contradicción con la moral cristiana, sino que la apoya en su forma rigurosa y, si se quiere también, con la moral filosófica antigua. Porque el pueblo, como los satíricos griegos, hace burla del que se casa varias veces o de viejo y subraya lo reprobable de los matrimonios desiguales por edad o dinero.

La boda, cuadro número 799 del Museo del Prado pintado de 1791 a 1792 por Goya para el despacho del Rey en El Escorial, es un fiel reflejo del enlace entre el novio mayor y la joven doncella.

Sería fácil reunir testimonios literarios sobre lo ridículos que parecen los viudos y las viudas en trance de matrimoniar. Más abundantes creo que son los relativos al viejo casado con joven, que produce la desgracia de ésta o se ve engañado. El tópico llega a la gran literatura, como es sabido, y así Cervantes lo emplea en El Celoso Extremeño y en el entremés de El viejo celoso, y también se usa en la ópera cómica.

“Aquí llegaba don Quijote de su canto, a quien estaban escuchando el duque y la duquesa, Altisidora y casi toda la gente del castillo, cuando de improviso, desde encima de un corredor que sobre la reja de don Quijote a plomo caía, descolgaron un cordel donde venían más de cien cencerros asidos, y luego tras ellos derramaron un gran saco de gatos, que asimismo traían cencerros menores atados a las colas. Fue tan grande el ruido de los cencerros y el mayar de los gatos, que aunque los duques habían sido inventores de la burla, todavía les sobresaltó, y, temeroso don Quijote, quedó pasmado. Y quiso la suerte que dos o tres gatos se entraron por la reja de su estancia, y dando de una parte a otra parecía que una región de diablos andaba en ella: apagaron las velas que en el aposento ardían y andaban buscando por do escaparse. El descolgar y subir del cordel de los grandes cencerros no cesaba; la mayor parte de la gente del castillo, que no sabía la verdad del caso, estaba suspensa y admirada”. Cervantes, Miguel de. “Don Quijote de la Mancha”. Capítulo 46, segundo libro. Ediciones Anaya, S. A. Madrid, 1988. Páginas 539-40.

Con relación a los matrimonios desiguales por dinero, recordemos el cuadro número 799 del Museo del Prado pintado de 1791 a 1792 por Goya para el despacho del Rey en El Escorial y titulado La boda, y bailes antiguos en la misma línea de pensamiento, como el Baile de la Boda de Fuencarral, donde los músicos empiezan cantando:

«Casaron en Fuencarral
con un viejo de setenta,
mal sano de todas partes,
a una niña de perlas».


Si en el siglo XIX, como veremos, nos encontramos con pequeñas alusiones antropológicas a la cencerrada, en el siglo XVIII tenemos una obra, en concreto un sainete, que convierte dicha costumbre en tema literario. Probablemente se trata del testimonio literario más antiguo, y tal vez único, que hace de nuestro rito nupcial un tema literario.

Sin embargo, el texto más importante sobre el tema pertenece a un escritor de sainetes del siglo XVIII: Tomás de Feijoo.” La cencerrada más justa” se encuentra inédita en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid, bajo la referencia Mss-14.094 y con título Obras poéticas. Entre los folios 66-77 se encuentra este sainete, que aparece catalogado con el número 651 en el Catálogo de las piezas de teatro que se conservan en el departamento de manuscritos de la Biblioteca Nacional, tomo I (Madrid).

La obra “La cencerrada más justa” cuenta la boda entre Pancilla y Perinola, además de la cencerrada que les dan sus vecinos con motivo del enlace. La diferencia de edad entre los esponsales es el desencadenante de la cencerrada que, ante el desagrado y el enfado del novio, tendrá que intervenir el alcalde, que amenaza con la cárcel y con castigos para quien participe del jolgorio, dando así fin a la cencerrada.
Tomás de Feijoo ofrece un documento antropológico de gran valor, pues nos describe cómo se organizaba una cencerrada en el siglo XVIII, además de diversas notas culturales y lingüísticas de la época, sirva de ejemplo el lenguaje de las payas, como también lo perseguidas y castigadas que estaban estas manifestaciones, al menos en el Madrid de la época.

El paso del tiempo ha cambiado también algunas costumbres y esto se refleja también en la literatura. La novela realista de fines del siglo XIX muestra pequeños ejemplos de las costumbres populares de la época. Como es lógico, entre éstas se encuentra la cencerrada.

En la obra, novela Tipos y Paisajes del cántabro José María de Pereda publicada en 1871, se ofrece la descripción de una boda con cencerrada. En el capítulo quinto, que recibe el nombre de “Blasones y talegas”, la gente del pueblo se organiza para celebrar la boda del rico don Robustiano y la jovencita Verónica. Encontramos mucha fiesta, algarabía y coplas de boda. Incluso los jóvenes del pueblo, en comitiva, “echaron una relinchada” muy sonora. El pasaje, en concreto, es el siguiente:

“Dos horas más tarde una alegre y pintoresca comparsa salió del corral de Toribio y se dirigió a la portalada vecina. Componíase aquélla de un numeroso grupo de danzantes, bajo cuyos arcos cruzados iban Mazorcas, su hijo y la alcaldesa (luego sabremos qué pito tocaba allí esta señora); detrás de la danza formaban doce cantadoras con panderetas adornadas de dobles cascabeleras, y siguiendo a las cantadoras, un sinnúmero de mozas y mozos de lo más florido del lugar. Las inmediaciones de ambas casas estaban ocupadas por una multitud de curiosos. Los cuatro gaiteros abrían la marcha tocando una especie de tarantela muy popular en la Montaña, y a su compás piafaban, graves como estatuas, los danzantes. Cuando las gaitas cesaron, dieron comienzo las cantadoras en esta forma. Seis de ellas, en un tono pausado y lánguido, marcando el compás con las panderetas, cantaron:
 

De los novios de estas tierras
aquí va la flor y nata.
Las otras seis, con igual aire y acompañamiento, respondieron:
Válgame el Señor San Roque,
Nuestra Señora le valga.
 

Luego las doce:
De los novios de estas tierras
aquí va la flor y nata.
Válgame el Señor San Roque,
Nuestra Señora le valga.


Alternando así otras dos veces las cantadoras y los gaiteros, llegó la comparsa a la portalada de don Robustiano, ante la cual se detuvieron y callaron todos por un instante. Enseguida los mozos de la comitiva echaron una relinchada; pero tan firme, que llegó a los montes vecinos y aún quedó una gran parte para volver de rechazo hasta el punto de partida en ecos muy perceptibles. Acto continuo, las de las panderetas, mientras Zancajos daba tres manotadas en los herrados portones, cantaron esta nueva estrofa.

“Sol de vino de estos valles,
deja el escuro retiro,
que a tu puerta está el lucero
que va a casarse contigo. “

Momentos después se abrió la portalada y aparecieron don Robustiano y Verónica: el primero, pálido y con un gesto de hiel y vinagre; la segunda, trémula y ruborosa; aquél con su raído traje de etiqueta; ésta con las ricas flamantes galas de novia. [...]
Las mozas se relamían al contemplar el lujo de Verónica, y más de cuatro de ellas, considerando que se había llevado el gran acomodo del pueblo, la miraban de bien mala voluntad.
Colocados así los solariegos, y a su lado, aunque fuera de los arcos, Toribio, su hijo y la alcaldesa, se puso en marcha la comitiva entre los relinchos y las aclamaciones de los curiosos, la música de las gaitas, las coplas de las cantadoras, el estallido de los cohetes y el toque de las campanas, porque es de advertir que el sacristán estaba encaramado en lo más alto de la torre toda la mañana, con objeto de solemnizar a volteo limpio cualquier movimiento que notase entre la gente de la boda”.
Parece que la historia, y en concreto la cencerrada, continuaba. Pero el autor, con ecos cervantinos, omite lo que parece ser la parte desagradable del festejo.

Juanita la Larga es una de las novelas más conocidas de Juan Varela. En ella se habla de la cencerrada que le dieron a la protagonista la gente del pueblo. Valera nos narra una cencerrada suave, dulce, de costumbre sana, sin ánimo de ofensa, de satisfacción por parte de los novios… El fragmento que vamos a leer a continuación es un buen ejemplo, pues nos permite afirmar que también se producían cencerradas consentidas por los novios (evidentemente, esto depende del talante y respeto que les tengan sus amigos y vecinos).

“Veinte días después de lo que acabamos de contar, se celebraron las bodas de Juanita y Don Paco. Los mozos del lugar no prescindieron de la cencerrada que debía darse a Don Paco como viudo. El y Juanita la oyeron cómoda y alegremente desde la casa y alcoba de Don Pacho, donde Juanita estaba ya, sin que hasta la una de la noche les molestase el desvelo que podía causar aquel ruido. Cesó éste al fin, convirtiéndose en vivas y aclamaciones merced a la simpatía que inspiraban los novios y a una arroba de vino generoso y a bastantes hornazos y bollos que el alguacil y su mujer repartieron entre los tocadores de los cencerros”.

Juan Ramón Jiménez, en su obra más conocida “Platero y yo”
hace referencia a la cencerrada. En este caso la versión de Juan Ramón, sin dejar de ser amable, si toma un matiz más sarcástico y burlesco, en las que los personajes principales son peor tratados: ella, tres veces viuda y él, bebedor, viudo, avaro… Aunque el final es de un romanticismo llamativo. Nos dice:

“Verdaderamente, Platero, que estaba bien. Doña Camila iba vestida de blanco y rosa, dando lección, con el cartel y el puntero, a un cochinito. Él, Satanás, tenía un pellejo vacío de mosto en una mano y con la otra le sacaba a ella de la faltriquera una bolsa de dinero. Creo que hicieron las figuras Pepe el Pollo y Concha la Mandadera, que se llevó no sé qué ropas viejas de mi casa. Delante iba Pepito, el Retratado, vestido de cura, en un burro negro, con un pendón. Detrás, todos los chiquillos de la calle de Enmedio, de la calle de la Fuente, de la Carretería, de la plazoleta de los Escribanos, del callejón del río Pedro Tello, tocando latas, cencerros, peroles, almireces, gangarros, calderos, en rítmica armonía, en la luna llena de las calles. Ya sabes que Doña Camila es tres veces viuda y que tiene sesenta años, y que Satanás, viudo también, aunque una sola vez, ha tenido tiempo de consumir el mosto de setenta vendimias. ¡Habrá que oírlo esta noche detrás de los cristales de la casa cerrada, viendo y oyendo su historia y la de su nueva esposa, en efigie y en romance! Tres días, Platero, durará la cencerrada. Luego, cada vecina se irá llevando del altar de la plazoleta, ante el que, alumbradas las imágenes, bailan los borrachos, lo que es suyo. Luego seguirá unas noches más el ruido de los chiquillos. Al fin, sólo quedarán la luna llena y el romance…”.

Los textos literarios, especialmente la novela realista del siglo XIX, tienen un valor antropológico indudable, además de mostrar costumbres y tradiciones populares muy enraizadas en el pueblo. La literatura, reflejo de la sociedad de la época, no sólo nos permite confirmar datos, elementos o características procedentes de la tradición oral, sino que también aporta nuevas informaciones que, con el paso del tiempo, han permanecido olvidadas.

Pero la realidad, como ahora veremos, era más terrenal y, a veces, la tenacidad de los jóvenes y vecinos por llevar a cabo la cencerrada era demasiado perseverante en el tono ofensivo y burlesco. Así, por ejemplo, pasó en Bollullos de la Mitación cuando una señorita de las familias más distinguidas de la población se casó con un viudo. Según la costumbre la gente del pueblo convinieron:

“en dar a los desposados la cencerrada, que debía empezar al amanecer el día de la boda. Pero el público impaciente, adelantose, y a las cinco de la mañana, hora en que los novios se hallaban en la iglesia, entraron en ésta algunos vecinos tocando cencerros y latones. La juerga duró todo el día. Los alborotadores se habían situado en las inmediaciones de la casa de la novia, y los esposos no se atrevían a salir para dirigirse a la casa en que se proponían vivir. Llegada la noche, uniéronse a los de la cencerrada los trabajadores que regresaban del campo, y el escándalo fue en aumento. Trató la autoridad de hacer que cesará la cencerrada, siendo desobedecida. El concejal del ayuntamiento, don Antonio Monrove Chirino, hermano del desposado, viendo que nada conseguía con la vara de mando hizo uso de una navaja. Con ella arremetió a los revoltosos, tropezando por casualidad con Manuel Martínez, estudiante de medicina y novio que había sido de la desposada. El médico futuro debe de haber resultado ileso de la agresión a la agilidad de sus pies, que puso en polvorosa. Al ver la actitud del citado concejal el mitin tomó más serio aspecto, extendiéndose por todo el pueblo. A las doce de la noche se hallaban los esposados en casa de la novia, sin atreverse a salir, por lo que fue necesario recurrir al auxilio de la benemérita. Dos parejas de ésta recorrieron las calles, ordenando el cierre de establecimientos y aplacando a los alborotadores. Los novios marcharon a su casa a la una de la noche, pero recibieron más tarde una serenata de cencerros, latones, pitos, etc. hasta las cuatro de la madrugada”.


Ya hemos dicho que uno de los motivos para que se produjera una cencerrada era el matrimonio de un hombre mayor con una jovencita o el más raro, de una señora mayor con un jovencito, aún cuando para ninguno represente sus segundas nupcias. Un ejemplo de este tipo de cencerrada aparece aludida por el novelista Armando Palacio Valdés en su obra El Maestrante, publicada en el año 1893. En el capítulo VII, titulado “El aumento del contingente”, vemos la “cantaleta” que acaeció en un lugar del Principado:

“Las terribles dificultades que debían de surgir para el matrimonio de Emilita a causa de las opiniones antibélicas de su padre, se orillaron con más facilidad de lo que podía esperarse. La historia no hablará (aunque mejor razón tendrá que para otros muchos sucesos) de aquel día solemne en que Núñez fue de uniforme a pedir a D. Cristóbal la mano de su hija, de aquel abrazo memorable con que éste le recibió, estrechándole calurosamente contra su pecho civil, de aquella fusión increíble de dos elementos heterogéneos creados para repelerse, y que gracias al amor de un ángel dulce y revoltoso se compenetraban y entendían. Si por casualidad esta página privada fuese objeto de atención para algún historiador, no tendría más remedio que afirmar la grandísima importancia de semejante concordia, que hasta entonces se había juzgado inverosímil, y al mismo tiempo presentar con imparcialidad el reverso, descubriendo a las futuras generaciones en qué modo el benemérito patricio D. Cristóbal Mateo fue víctima de una injusticia social y de la persecución de sus conciudadanos.
Es saber, que todo el mundo en Lancia se creía autorizado para dar cantaleta a este respetable y antiguo funcionario acerca del matrimonio de su hija. Unas veces directa, otras indirectamente, siempre que tocaban tal punto aludían a las opiniones contrarias al desenvolvimiento de las fuerzas de tierra sustentadas por él hasta entonces. Al matrimonio dio en llamársele "el aumento del contingente", y algunos llevaron su procacidad hasta darle tal nombre delante de su futuro yerno. Fácil es de concebir cuánta saliva habría tenido que tragar antes de perder, como lo hizo, una molesta y mal entendida vergüenza.
Pero a despecho de todas las diatribas y murmuraciones de los vecinos, que reflejaban, en el sentir de Mateo, más que su naturaleza jocosa, la envidia que ardía en la mayor parte de los corazones, "el aumento del contingente" se abría paso. El plazo fijado para realizarlo fue el mes de agosto. Cuando llegó el momento había adquirido tal importancia que, como sucede generalmente en los pueblos pequeños, apenas se hablaba de otra cosa...”


Nos encontramos ante el matrimonio de un viejo con una joven. Aunque no se describe mucho el ritual, se alude a la celebración de la cencerrada. Lo que sí queda de manifiesto en este pasaje son las sátiras que se planteaban ante este tipo de situaciones: el tópico del viejo verde, la muchacha que se casa por dinero, el beneplácito de los padres de la joven, que puede dar lugar a diversas habladurías, etc.
En el folklore popular encontramos a muchachas avispadas que, ante la mínima insinuación de hombres reincidentes en el matrimonio, cantaban coplas como la que sigue:

 “Más quisiera ser gallina
y que el raposo me comiera
que casarme con un viudo
siendo yo moza soltera”.


Por otro lado, el texto de Palacio Valdés ofrece un dato curioso: la cencerrada comenzaba antes de que los novios se casaran. Tal vez este hecho provocó alguna vez la suspensión de alguna boda, pero es evidente que anticipa la fiesta y el jolgorio a sabiendas de la unión que se va a cometer. Encontramos en un artículo de El Progreso de Asturias, periódico publicado en La Habana (Cuba), información de cencerradas acaecidas en el municipio asturiano de Belmonte que también documentan este hecho:
“Entre ellas había una cuyos protagonistas, ya fenecidos casi todos, se vieron obligados a suspender la boda varias veces, hasta que el novio, que era figura principal en Belmonte, hizo intervenir a la Guardia Civil”.

G. PELÁEZ (1957) aprovecha la muerte de Antón de Urbana para pasar revista a las cencerradas que este personaje presenció y tomó parte activa en ellas, pues hacían “morir de risa a los belmontinos de todas las edades, de todos los barrios y de todas las mentalidades”. También alude el autor al peligro de extinción que corre esta antigua costumbre: “Ahora ya no hay cencerradas. Otras nuevas costumbres van desterrando aquellas otras (...). No añoramos aquellas cencerradas más que para recordar tiempos más felices, pues hoy sería imposible realizar lo que entonces se hacía y las costumbres son tan distintas que no se tolerarían aquellas bromas”.

Finalmente en la composición poética titulada “El barbero de Sevilla” de F. Pérez y González y publicada en su día en el periódico “El Liberal”. Trata el poema de la historia de un barbero del barrio sevillano de San Bernardo, que se hizo famoso por la cantidad de cencerradas que él preparó para sus vecinos. Pero el destino quiso que el barbero enviudara y, entonces, con motivo de su segunda boda con una agraciada joven sevillana a los seis meses de viudo, sus antiguas víctimas organizaron la “más descomunal y monstruosa cencerrada que aquí se recuerda”. Se llevó a cabo una recaudación popular para garantizar los fondos para la algazara que se preparaba. Intervinieron más de 300 individuos, que portando teas, hachones, bengalas y farolillos recorrieron la calle Ancha del barrio, haciendo sonar con estrépito y mal gusto toda clase de objetos metálicos: latas, almireces, cencerros... Se adornaron algunos balcones con monigotes burlescos, relativos al barbero y a la moza. Se sacó un carro alegórico al oficio de la víctima, que según decían “era un paso casi improvisado, que tenía la gracia por arroba”. Los vecinos convocaron a la prensa, y desde las ocho hasta las once de la noche de la boda estuvieron en la calle. La Guardia Civil tuvo que intervenir para calmar los ánimos, pero con este motivo se produjo mayor excitación con tanta algarabía y borracheras. Se repartieron algunos palos y pedradas, pero por fin sobre las doce quedó restablecida la tranquilidad.

Como hemos comprobado el episodio anterior muestra que en la vida íntima de nuestros pueblos y ciudades se había consolidado por entonces, principios del siglo XIX, una ancestral costumbre: la cencerrada. El origen de esta manifestación era muy antiguo y tenía lugar cuando un viudo o viuda se volvía a casar por segunda o tercera vez, normalmente con alguien mucho más joven, o se hacía una boda entre personas desiguales en edad. Hoy está prácticamente en desuso, seguramente debido a los actuales signos de los nuevos tiempos: la globalización, la masificación poblacional y, al mismo tiempo, la pérdida de la entidad localista propia. Circunstancia esta última que ha sustraído a nuestra sociedad moderna el carácter cercano y familiar que antes la envolvía, pues las relaciones y los lazos sociales que se establecían entre los distintos estamentos sociales y familiares eran más fuertes, originados por unas vivencias más compartidas entre todos, que incluso definían cada ámbito poblacional con características propias y peculiares distintas a otras realidades sociales más próximas o lejanas. En el status social anterior la hipotética agresión que recibían los novios se diluía, al poco tiempo, en aras de una buena armonía familiar y social en el seno del pueblo donde se producía la trasgresión. De esta vieja costumbre de la cencerrada se encuentran bastantes testimonios en los autores clásicos, como hemos visto, tales como Cervantes, pero, sin duda vivió su época dorada durante los siglos XVIII y XIX a tenor de las referencias literarias que hemos podido encontrar, y pervivió hasta bien entrado el siglo XX, como hemos visto en los textos recopilados.

Esta costumbre, tan arraigada en Andalucía y España, como decimos, también fue recogida por los folkloristas europeos, sobre todo en Francia y en las zonas rurales de Inglaterra. Incluso fue llevada a las colonias americanas, así tenemos referencias que en la Louisiana española también se hacían en el siglo XVIII o en la parte francesa de Canadá, concretamente en Québec, donde en 1891 tuvo lugar la cencerrada más monstruosa que se recordaba, cuando una viuda, de 66 años, se casó con un joven de 43, que antes había sido su criado.
La evolución social y el crecimiento de la población fueron enterrando esta costumbre, y se fue sacando del contexto social de la vida cotidiana de nuestros pueblos y ciudades. También, influye el cambio de mentalidad, pues se fue considerando con el paso de los años que las cencerradas eran agresivas y muy dolorosas para las víctimas, a las que se ofendían y se despreciaban en sus derechos personales. Además, la nueva mentalidad fue considerando que la cencerrada mostraba, agriamente, el aspecto menos culto y violento de la sociedad, y se le fue tachando de costumbre “añeja y estúpida”.

Así pasó, por ejemplo, cuando de nuevo en Sevilla:
“se unió una hija de un tabernero de la plaza de San Leandro, con un sujeto de más edad que ella; este enlace, según se dice en el barrio, no fue visto con buenos ojos por el hermano de la desposada, el cual organizó en contra de los nuevos cónyuges la cencerrada que desde hace dos noches le vienen dando, de modo tan estúpido y bárbaro, que las autoridades han tomado carta en el asunto, deteniendo en la noche anterior a tres de las personas que figuraban como cabecillas del escándalo. También la policía intervino a los alborotadores, doce grandes cencerros, una porción de latones y campanillas, todo lo cual, ha sido puesto a disposición del juzgado municipal correspondiente”.

Y, por supuesto, también iría menoscabando el arraigo de la costumbre la nota violenta con la que acababan muchas de ellas, pues no faltaron pedradas e inclusos tiros, con los que pretendían terminar con la broma algunas de las víctimas. De forma que la Guardia Civil se veía obligada a intervenir y, frecuentemente, a detener a los bromistas. Como pasó, de nuevo en Sevilla, y ya en el 1908, cuando tras “un fenomenal alboroto en la plaza de San Agustín, con motivo de la cencerrada que más de ocho mil personas dieron a un comerciante que había contraído segundas nupcias. Intervino la policía practicando varias detenciones”. Incluso, en ocasiones, como sucedió en Osuna, el cencerro se usó como arma de agresión ante la autoridad. Por tanto, el agresor fue procesado por valerse del “mismo cencerro que sirve para espantar el sueño del vecindario y revolver la bilis del dichoso contrayente” para golpear y mancillar la autoridad de un municipal, que acudió al lugar para “acallar el escándalo”.

A veces, la reincidencia era tan notoria y los vecinos insistían tanto en alterar la tranquilidad de la noche que el asunto se violentaba hasta el extremo de provocar una alteración del orden sobredimensionada. Esto fue lo que vivió en Villanueva de San Juan, también en la provincia de Sevilla, cuando:
“con motivo del casamiento de dos ancianos del pueblo, el vecindario proyectó darle una cencerrada. El alcalde se opuso a que llevaran a cabo este propósito y pasó una nota a la Guardia civil de aquel puesto para que lo impidiese. El día de la boda comenzaron a reunirse en grupo los vecinos para dar la cencerrada; pero los dos únicos guardias que allí están destinados los disolvieron. A la noche siguiente echose a la calle el pueblo en masa en actitud tumultuaria. Fuéronse los vecinos al cuartel de la Guardia civil y lo apedrearon e insultaron a los guardias armando un escándalo espantoso. Como la benemérita estaba en tan escaso número no tuvo otro recurso que aguantar todo aquello hasta que los vecinos quisieron. Al día siguiente, se reconcentraron allí más fuerzas, se hicieron prisiones y actualmente se instruye sumaria militar a varios vecinos de Villanueva por insultos a la Guardia civil”.

El folklorista Fernando Coca nos cuenta que en una cencerrada en Mairena del Alcor el final fue aún más sangriento, pues acabó con la vida de uno de los muchachos que participaban en el jaleo. Nos dice, en una de sus aportaciones sobre los episodios de la Guerra de la Independencia en Mairena, que en el mismo lugar donde fue herido de muerte un soldado francés años antes, por parte de un grupo de mujeres que lo apedreó, sucedió lo siguiente:

“En el trozo de la calle que con el nombre de Trianilla separa la calle Arrabal de la Fuente Gorda, suena indescriptible algazara, voces, cencerros, caracolas, latas viejas, almireces; con este atronador concierto festeja el pueblo, casi en masa, la boda de un barbero vecino de aquella calle conocido por el maestro J. El bueno del barbero, bastante viejo, tuvo el capricho de casarse con una linda joven, lo que en sentir de la muchedumbre merecía redoblado cencerraje. Era algo entrada la noche, oscura y lluviosa, la puerta de la casa de los recién casados hallábase cerrada a piedra y lodo, como protestando de aquella estentórea serenata; algunos vecinos cansados ya de embromar al enamorado Fígaro, comienzan a retirarse. El maestro J., en tanto, amostazado y colérico, coge una escopeta, que cargada se hallaba en un rincón de su alcoba, abre violentamente la puerta, y encarándose el arma dispara. Los circunstantes huyeron despavoridos, desapareciendo como por encanto, pero en la acera opuesta divisábase un bulto en el suelo, que moviéndose lanzaba débiles gemidos. Acudieron las autoridades y levantaron ya cadáver a un hijo de la Águeda, la protagonista de la lapidación del soldado francés algunos años hacía… Y cuentan las viejas timoratas, que aquello había sido castigo de la Providencia, porque la infeliz criatura había caído muerto, casi en el mismo sitio, donde años antes, tuviera la misma suerte el soldado de Napoleón”.

Una de las últimas cencerradas como la nombraba el informante, tuvo lugar en Mairena y fue cuando se casó un zapatero viudo, ya mayor, con una joven. Me decía este colaborador que además de tocar como locos los cencerros por las calles del pueblo, amarraban muchas latas, una detrás de otra, que arrastraban para aún hacer más ruido. En esta ocasión salieron a las calles todos los zapateros y aprendices del oficio, con los pañetes de trabajo colocados y compusieron esta rima, que no pararon de cantar, a la vez que hacían sonar sus cencerros y ristras de latas:

- ¿Quién se casa?
- El Titi Velita.
- ¿Con quién?
- Con una pollita.


 La viuda de don Andrés Almonaster, personaje andaluz, nacido en Mairena del Alcor, que desarrolló una gran labor benefactora en la Nueva Orleáns española, fue objeto de una descomunal cencerrada cuando de nuevo se casó con el joven cónsul francés de la colonia a finales del siglo XVIII.


Granada 16 de Junio de 2013.
Pedro Galán Galán.


BIBLIOGRAFÍA.

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ARIAS, Manuel Antonio. (1955) “Del folklore salense: la leyenda de San Salvador de Cornellana”, BIDEA, XXV, pp. 269-282.

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CASAS GASPAR, Enrique. (1947) Costumbres españolas de nacimiento, noviazgo, casamiento y muerte. Madrid.

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DE PEREDA, JOSÉ MARÍA. Obras completas Tomo III. Tipos y Paisajes, de la editorial Aguilar, Madrid, 1942, pp. 205-206.

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VARELA, JUAN. “Obras escogidas”, I. Madrid, 1925. Página, 82.






143 comentarios:

Manuel Jiménez Barragán dijo...

Pedro, me has hecho recordar mi estancia en Moguer. Te digo que el texto de Juan Ramón es real, un documento histórico. Yo viví enfrente de la acera donde murió la yegua blanca.

La costumbre de la "cencerrá" fue, y es si aun se hace, una crueldad.

Sonada fue la que le dieron a Antonio Machado;nos hubieramos perdido tantos versos dedicados a Leonor...

¿tienen ya ruiseñores las riberas?

Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra…

José María García Sánchez dijo...

Interesante artículo el que ahora nos presenta Pedro. Las cencerrás son ya parte de un pasado no tan próximo y viene bien que las nuevas generaciones conozcan algo de lo que fue, en algún aspecto la vida de nuestros padres y abuelos; con sus circunstancias de mentalidad, estilo de vida y permanencia de antigua forma de sentir y vivir la fe y su amplia repercusión en las costumbres del pueblo. La reseña de la antigüedad de estos episodios de matrimonios de viudos, de cómo se alteraba la fiesta personal y familiar con el nuevo compromiso de matrimonio a lo largo de toda la geografía hispana, de cómo era reflejado también en los países de nuestros entorno, y el estudio de estas costumbres desde la antigüedad, nos enmarcan esta costumbre ya desaparecida en las condiciones de vida, rigurosidad moral reinante y el modo de pensar colectivo de la sociedad.
Después de habernos deleitado Pedro con “Los recuerdos escolares de los años cincuenta” y “Los noviazgos y bodas de mis tiempos”, vuelve este gran colaborador del blog con el empeño de que recordemos el pasado a medias entre un relato de costumbres y folklore y unas aportaciones interesantes en la línea de los estudios antropológicos, que tan en boga han estado y continúan desde hace unas decenas de años.
Las cencerrás fueron una costumbre tradicional que guardó muchas semejanzas con el carnaval y que al igual que este, consistía en celebrar y festejar de forma alegre, ruidosa, y si se quiere hasta estridente, burlona y jocosa el nuevo matrimonio de viudos o digamos el arrejuntamiento de un hombre y una mujer viejos y viudos, que al fin y al cabo trataban de solucionar el problema que la muerte de un cónyuge provocaba en sus vidas. En fin, ¿Qué diferente es todo esto de algo que ahora ocupa las tardes en Canal Sur?, cuando Juan Imedio trata de solventar entre gracieta y gracieta, a veces sin asomo de gracia alguna, el problema de la soledad de los mayores, un programa con éxito, al que acuden tantos mayores viudos o divorciados de nuestra tierra e incluso de otras tierras de nuestro lugar patrio, que intentan buscar en los últimos años de sus ya avanzadas y medio pasadas vidas el postrero intento de vivir una vida en pareja sin soledad, y lo que se pueda, hasta que llegue “la parca”.

Un amistoso saludo para todos y mi agradecimiento a Pedro.
José María García Sánchez.

María Pérez García dijo...

Como bien dice Pedro, la cencerrá es el nombre popular con que todavía se conoce una tradición que formó parte de las costumbres más antiguas y populares del pueblo de Lahiguera. En realidad era una fiesta jocosa e hiriente que se hacía a las personas, que habían celebrado un tipo de matrimonio, repudiado por una sociedad un tanto puritana, aunque no estuviese expresamente prohibido por la iglesia o por el derecho civil que tantos adeptos tiene ahora a la hora de matrimoniar… Tal como señala el autor, esta costumbre a la que los jóvenes daban vida, no dejaba de significar una cruel muestra de celos que afectaba a los jóvenes, que creían tener disminuida así su posibilidad de elección en el caso de que un viudo, si se quiere hasta con una posición de cierta seguridad económica, brindaba matrimonio a una joven de igual o peor condición económica y social; tan importante para una mujer en tiempos tan duros para todos, pero especialmente para las mujeres que se habían quedado “candilonas” porque ni llegaban, ni se pasaban y los años pasaban de forma irreversiblemente en espera del mozo, que ya no se atrevía.
Esta forma de dar la matraca, no fue sólo propia de nuestra tierra tan arrastra de los tiempos en tantas cosas, y de hecho, como hemos visto, se dio en todas las regiones de España.
En toda Europa, tan laica ahora, fue expresamente prohibida por la iglesia para no coartar la libertad de los nuevos contrayentes. En España además fue prohibida por la autoridad civil: Carlos II la prohibió bajo pena de 100 ducados de multa y cuatro años de cárcel, y en los sucesivos códigos penales se siguió prohibiendo aunque actualmente la costumbre haya desaparecido. De todas maneras no hace tanto, en 1983, una señora de Cáceres demandó judicialmente a quienes le dieron una cencerrada. A este respecto cabe subrayar que fue, en general en el pueblo, más fuerte la persistencia de la costumbre que la ley religiosa o el temor al castigo de la autoridad civil, a pesar de ser relativamente cuantioso, y que en algunos lugares de pedanías o municipios pequeños donde la justicia no pormenoriza puede que todavía se mantenga como en algún caso se ha sabido.
De joven escuche con cierto estupor, como cierto sector digamos de la llamada “gente bien” animaba a dar una cencerrada, como bien mandaba la tradición, a pesar de estas muy metidas en la practica diaria religiosa de la misa, para mi joven idealismo, esto fue un escándalo.
Mi sincera enhorabuena a Pedro.
Un saludo.
María Pérez García.

Felipe Fernández Escolano dijo...

En esta costumbre una de las peores cosas eran las expresiones nada decentes que la gente cantaba, entre todo el estrépito que se formaba con todo tipo de voces y ruidos, que en algunos lugares se comenzaban hasta ocho días antes de comenzar la ceremonia del casamiento, en el que quizá como diversión sin miramientos hacia los novios, y familia, solían realizar los mozos y la chiquillería preadolescente, digo sin miramientos a los malos tragos que los novios y familia habían de pasar. Si se casaba un viudo y una moza soltera madura se daba a entender que, si era virgen no podría desvirgarla. Si era un mozo el que casaba con una viuda o moza soltera ya más madura en edad, se cantaba al higo seco o a la dureza de su himen.
Ahora podrían tener renovación en los cantos ante tantos separados que se arrejuntan, o tantos viudos que se van a vivir juntos, sin que haya matrimonio por eso de escapar a la pérdida de las pensiones de viudedad, que son la base económica sobre la que flotan muchos de los nuevos emparejados, hasta que la muerte los separe.
A decir verdad, estas posibilidades de celebrar y castigar a los contrayentes con la cencerrá, no era un hecho mimético pues dependía de las costumbres inmemoriales de cada pueblo, en la que desde luego no existían por suerte las mismas tradiciones.
En muchos casos, entre ellos los últimos no se daba la cencerrá, parecía que lo que más enjundia producía en los jóvenes era que casase viudo con soltera o viuda con soltero.
Tampoco se castigaba con una cencerrá a aquellos que “se llevaban a la novia”, cuando la familia del joven o la joven, no aceptaba por una parte u otra la propuesta del nuevo matrimonio, esto a los ojos de la gente se consideraba un “mal casamiento” pero sin duda se consideraba igualmente un verdadero matrimonio, digamos que hasta con ciertos aires novelescos, por la fuerza del amor de los jóvenes, que lo hicieron así basados en otra costumbre de mayor antigüedad si cabe.
Amistosos saludos.
Felipe Fernández Escolano.

Andrés López Torres dijo...

Si somos críticos ecuánimes tenemos que atribuir las causas de semejantes fiestas a factores muy diferentes incardinados en la sociedad de aquellos tiempos. Estos podíamos concretarlos en tres, que serían de una parte la visión de la vida cristiana de la sexualidad que tenía un esquema general bastante negativo hacia todo lo que supusiese el placer carnal, según el cual, los viudos deberían vivir una vida casta desde después de la muerte de su consorte, hasta mucho más allá de que los hubiese separado la muerte, para así respetar la memoria del difunto o difunta. Era como si la práctica de la relación carnal y el miembro tuvieran que haber ido incluidos en el féretro de la difunta o difunto. Este antiguo concepto de fidelidad, algunos lo interpretan como un fenómeno de purificación más que como un castigo para el superviviente, que se remontaría a ciertas costumbres mágicas de carácter ancestral.
Otro factor a considerar, éste desde un punto de vista social, era el hecho cierto de que el viudo, quizá adinerado, que se proponía casarse con mocita soltera, le quitase a los jóvenes del pueblo en cuestión, la posibilidad de formar pareja a uno de ellos, quizá aspirante con pretensiones pero pocos haberes ante el que el amor naufragaba, por el poder siempre del dinero, que él joven no poseía. Por ello las cencerrás eran respaldadas por todos los más jóvenes y hasta sus familias, y por otros solteros más maduros que aunque pasados los años más briosos de su deseo, guardaban todavía, al igual que los más jóvenes, todas las posibilidades de ser padres, que su fecundidad madurez física les garantizaba.
El tercer factor bien podía ser el económico, que en ciertos casos se producía por la posible creación de una nueva familia con descendencia, si el varón mantenía su fortaleza y buena fecundidad. En este caso los jóvenes hijos e hijas del primer matrimonio, podían ver en peligro su futura parte, por la entrada en la esfera familiar de de nuevos participantes en la herencia paterna, más o menos cuantiosa.
Cada cual, cuando lea esto, pensara en casos concretos cual factor pudiera ser más o menos determinante para cada uno. Lo cierto es que de todo hay, y en el peor de los casos le echaremos la culpa a la unión de los tres factores enumerados; para que esto nos ayude a pensar en dar una explicación satisfactoria del ¿por qué de la pervivencia de esta costumbre a pesar de su no aceptación y condena del derecho civil y la iglesia, al menos oficialmente?
Recuerdo a propósito de esto, que un conocido me dijo un día que a pesar de haber sido ellos 10 hermanos, todos se llevaban muy bien, debido a que sus padres habían invertido todos los frutos de su s trabajos, en la educación de su prole, y que no había tenido nada para heredar, en esto consideraban todos que estaba la clave de tanta armonía. Es que el interés por la herencia y el dinero es muy malo.
Mis felicitaciones por este nuevo artículo.
Andrés López Torres.

Emilio Rubio Sánchez dijo...

La situación de un nuevo matrimonio con un viudo o viuda, por parte del otro contrayente era sentido como especial, algo poco normal, la sentían indirectamente como salido de los cánones habituales, estaba también metido en las cabezas y convicciones los mismos futuros contrayentes; por ello el noviazgo permanecía en secreto, era como si ellos mismos pensaran que el camino emprendido no concordaba con las “Convenciones vigentes en su sociedad” como si no fuese muy licito volver a enamorarse o “colocarse”, en el peor de los casos.
Esta debía ser, entre otras razones más ruidosas, el que la celebración del matrimonio religioso se realizara con el máximo sigilo y a ser posible en secreto, la mayoría de las veces por la noche, donde todos los gatos son pardos, o cuanto más tarde lo permita el cura del pueblo, y con la presencia solamente de dos testigos, en la mayoría de los casos, y siempre a escondidas para que los vecinos más próximos no llegaran a enterarse. ¡Bonicas debían de ser algunas vecinas para este asunto!, sobre todo si a lo largo de la vida no habían mantenido una relación vecinal muy respetuosa o habían litigado por uno u otro motivo.
Aunque como dice Pedro, siempre se producían filtraciones de los mismos amigos o de algún miembro de la familia que tuviese alguna rencilla o envidia al contrayente; el amor propio también es muy malo, y por defender nuestros sentimientos heridos somos capaces de hacer cosas así.
Era muy normal, como ya se dice, que ante un secreto tan bien guardado en apariencia, se preparasen sus instrumentos y con ello una respuesta también por sorpresa, con los que los contrayentes quedaban estupefactos. Entonces pandillas de hombres, mujeres y niños, se situaban en la puerta de la iglesia o en la casa de los desposados y allí comenzaba la cencerrada, con un ruido infernal, producido por latas vacías, bocinas, y cencerros, y de vez en cuando con el silencio guardado el matrimonio pensaba que la pesadilla acabo. Sin embargo era el comienzo de una canción y letra de burla a los casados, para pasar de nuevo a reanudarse el estrépito.

Emilio Rubio Sánchez.

Nani Fernández González dijo...

Era bastante normal que entre cantos y cencerradas, chascarrillos populares sobre el fracasado contacto sexual, y versos creados por algún rapsoda aficionado y mucho ruido, toda la masa de vecinos del pueblo, no dejase en paz y amor si se podía, a los afectados hasta bien entrada la madrugada, e incluso había ocasiones en que la fiesta comenzaba pasada la primera parte de la noche, cuando se suponía que el acaudalado marido trataba de romper el precinto de su preciado nuevo presente. Ello debía poner de nuevo las poderosas razones y el deseo guardado en situación de espera y puede que anulara en muchos casos el morbo de la primera noche, ante tanto desvarío, que desde luego debía afectar mucho más a una psicología femenina (como tremendamente afectada) que al afortunado caballero, a pesar de todo el montaje que tenía en la calle… Aunque con tanto alboroto les sería difícil dormir, y se acurrucaría el uno contra el otro hasta bien avanzada la noche, en espera de mejores momentos, que en muchos casos no llegaban y se levantarían sin haber podido pegar ojo en toda la noche. Otros bien podían decir aquello de “ande yo caliente y ríase la gente”, temperatura que les haría recordar a uno y celebrar a la otra, sus mejores y esperados momentos de todo este episodio cuasi teatral.

Saludos para los lectores del blog.
Nani Fernández González.

Daniel Cruz Nuñez dijo...

Tenemos que contar con que en la demografía antigua, la mortalidad golpeaba las células conyugales mucho más a menudo que en la actualidad, y las segundas nupcias eran numerosas. Las segundas nupcias se celebraban muy rápidamente después de la muerte del esposo: lo exigía la sobrevivencia de la familia.
Así, se observan grupos domésticos, a lo largo de los años, en los cuales un hombre puede, sucesivamente, tener varias esposas, en los que cohabitan los hijos de diferentes madres, en los que los primogénitos huérfanos son desparramados entre otros miembros de la parentela. El grupo doméstico contemporáneo es relativamente menos inestable de lo que lo era el grupo doméstico de antaño.
En los primeros años de matrimonio eran las mujeres sobre todos las que morían, como consecuencia de los accidentes ligados al embarazo y al parto.
Estos hombres jóvenes que se encuentran viudos con niños pequeños a su cargo debían volver a casarse muy pronto. Sin esposa, nada de cuidados a los hijos, nada de cocina, nada de huerto, de ayuda en los campos: así se explica que las segundas nupcias de viudos sean mucho más numerosas que las de las viudas.
Las segundas nupcias numerosas, sobre todo masculinas, venían a crear una situación de poligamia sucesiva: el límite al número de segundas nupcias es la tolerancia de la sociedad frente a uniones que, a menudo, conllevan desorden social.
Estos recasamientos afirmaban la primacía de una organización económica sobre la organización familiar. El grupo doméstico aparecía constantemente amenazado en su existencia por los peligros de la mortalidad, y su inestabilidad afectaba esencialmente a los hijos que eran mantenidos o bien eran confiados a una red de parentesco.

Mis felicitaciones para el articulista.

Daniel Cruz Nuñez

Sebastián Rodríguez Navarro dijo...

Uno de los elementos esenciales de la costumbre de las cencerras, era la serenata que a base de cantos y coplas sobre alguna anécdota de los recién casados, alegraba la velada a altas horas de la noche. Algunos ya podían llevar los cantos medio esbozados y otros eran improvisados por alguno de los asistentes, de modo que eran creados sobre la marcha y se repetían después para incorporarlos en los cantos sucesivos. En estos versos la mayoría de las veces, no sólo se empleaban los nombres del marido y mujer que habían constituido la nueva pareja, sino que, de forma graciosa y con bastante guasa, empleaban los apodos de uno o de otro.Ya se sabe que en los pueblos pequeños casi todas las familias tienen un apodo, que normalmente arrastran de sus antepasados. En este caso, como el apodo es mucho más identificativos que el propio nombre de los vecinos, se solía utilizar el apodo en las letras de los cantos. En los cantos se referían circunstancias de la vida de uno u otro, se manifestaban los defectos físicos si los tuviesen, el oficio, el lugar donde han establecido su nuevo hogar en caso de no permanecer con los demás familiares.
Algunos cantos resultaban bastante atrevidos, como son los reseñados a continuación:

¿Quién se casa?
La Vicenta
¿Con quién?
Con el rey de la chaqueta
Pues que le siga la fiesta

O esta otra:

¿Quién se casa?
El Bernabé
¿Con quién?
Con la Moñete.
Pues que le toque el ojete.

Esta era algo más subida de tono:

¿Quién se casa?
La Tranca
¿Con quién?
Con el Cristino
Pues que le toque el chomino.

En algunos casos las letras eran desvergonzadas:
¿Quién se casa?
El Cojo
¿Con quién?
Con la Roberta
Pues que le meta la muleta,
si le falta la herramienta.

Ante tales cantos, la reacción de los afectados era muy variada. Los había que afrontaban los cantos y alborotos con bastante resignación, y terminaban uniéndose a la cencerra ofreciendo unas copas de coñac o aguardiente o algunos dulces caseros. Otros iban mucho más lejos y llegaban a dar las gracias por las ocurrencias de sus cantos improvisados. También había algunos que mostraban su malestar con voces bastante enojadas, y llegaban en algún caso a asustar a los cantores asomando por la ventana un trabuco lleno de sal o escopeta de caza sin cartuchos, que provocaba la estampida temporal, para volver con más fuerza si cabe...
Era la parte más divertida de las cencerras entre el vecindario, aunque los casados lo pasaban mal.

Sebastián Rodríguez Navarro.

Juan Antonio Jiménez dijo...

Todo este estrépito se montaba, sin llegar nunca a romper la intimidad de los nuevos esposos, con acciones como estar permanentemente golpeando las puertas o intentando penetrar en la casa. Se llegaban a aceptar los cantos con mayor o ninguna complacencia, pero jamás se podía invadir la casa de los recién casados. En este caso el intento hubiese tenido consecuencias fatales, se refería que algún joven intentó acceder por el balcón y tuvo malas consecuencias. En algunos casos se tiraban objetos por las ventanas o balcones cuando se sentían muy ofendidos por los cantos, con el fin de que la gente se marchase y no los molestase más. Había otros que según se cuenta se unían a la fiesta, incorporándose a los cantos que se iban cantando por todas las calles del pueblo. Incluso parece ser que alguna viuda casadera alertaba de su próximo casamiento con la idea de que, llegado el momento le diesen la cencerra, desconocemos si esa forma de manifestarlo, aunque no abiertamente, fuese una forma de dar normalidad a un hecho futuro, para demostrar que tal manifestación popular era aceptada con alegría y la compartían con todo el pueblo.
Juan Antonio Jiménez.

Anónimo dijo...

.."No es entonces descabellado que los egipcios sostengan en su mitología que el alma de Osiris es eterna e incorruptible, mientras su cuerpo es repetidamente desmembrado y ocultado por Tifón , e Isis lo busca por todas partes y logra recomponerlo nuevamente. El ser está por encima de toda corrupción así como de todo cambio..."
Plutarco,
Inside et Osiride, LIV.

José Manuel Molina Moreno dijo...

En un comentario anterior se llegó a referir una costumbre que desde los años cuarenta hasta los sesenta era habitual, aunque no muy frecuente dependiendo de las circunstancias.Era la costumbre un tanto novelesca de "robar a la novia".
Esta forma de realizar la unión matrimonial, en ocasiones estaba propiciada por incluso los familiares allegados, como una forma de acelerar los tramites eclesiásticos para que tras un desliz se intentara que el hijo naciera dentro del matrimonio. La mayoría de las veces la razón para llevarse la novia era un posible embarazo de ésta; era una forma de arreglar la nueva situación de forma rápida, porque la deshonra familiar era algo insoportable, tanto para los propios padres como para la novia que sería señalada, sino repudiada por los demás habitantes del pueblo. La otra opción, que se ha repetido más en nuestros días, ha sido la de una boda rápida con el fin de que ante la situación deshonrosa que significaba el embarazo de la novia, los vecinos llegasen a perder la cuenta de los meses del embarazo y así poder disimular la fecha en que el inoportuno embarazo se produjo.
Un saludo.
José Manuel Molina Moreno.

Jesús Nuevo Doncel dijo...

Pedro: Muchas gracias por tu artículo. Yo recuerdo una cencerrá en los años 50... después creo que no ha habido más en mi pueblo.
Recuerdo especialmente los gritos de
¿Quién se casa?
El Isidro
¿Con quién?
Con la Ivencia
¿Qué le regala?
Un "esportillo"
¿Pa qué?
...... (No lo recuerdo) y añadían
¿Es verdá?

Pues que siga la cencerrá.
Y se iniciaba de nuevo el jolgorio, con lo que los gritos servían más de descanso que de otra cosa, porque era cuando la gente se callaba un poco.
Creo que ahora no habría días libres en ningún pueblo si a los separados y vueltos a juntar les dieran algo semejante. En fin, la vida.
Un abrazo, amigo.
Jesús Nuevo Doncel.

Manuel Martínez del Castillo dijo...

!Curiosidades de la gente antigua!. Un abrazo,Pedro.
Manuel Martínez del Castillo.

Juan Montoro Marín dijo...

En muchos casos la desigualdad económica era también un factor importante a considerar, en el asunto del “Robo de la novia”; sobre todo cuando los padres no estaban de acuerdo con la entrada de alguno de los novios en la familia, podía ser la parte más débil la de novio o la de la novia. En estos últimos casos, los padres se oponían de forma rotunda al noviazgo, y para la mentalidad de entonces, no quedaba otra salida que la de llevarse a la novia. Los padres establecían siempre mecanismos de control sobre las posibles relaciones amorosas de sus hijos, sino que también consideraban la clase social y económica de los contrayentes. Lo mejor para los jóvenes es que fuesen ambos de una clase media normal, con lo cual habían solucionado gran parte del difícil camino al matrimonio. El problema venía cuando había diferencias significativas entre la riqueza de los padres de uno u otro de los novios.
Entre 1940 y 1960 llevarse a la novia era algo casi habitual, en estos tiempos era frecuente porque la escasez de medios facilitaba este tipo de unión. Otras veces era la falta de aceptación del novio por parte de la familia de la novia, en muchos casos los padres daban un sinfín de razones para impedir el noviazgo, como la de ser una hija de una familia demasiado pobre, no tener tierras (este asunto en los pueblos era muy valorado), no tener oficio, ganados, ni posibilidades de hacerse una casa, etc... Lo habitual era que el novio pusiese la casa y la novia los muebles.
En muchos pueblos se llegaban a plantar moreras cuando nacía una hija, con el fin de disponer de madera con la que, en edad casadera hacer los muebles a la hija.
También en muchos casos las razones eran las rencillas que se habían establecido entre la propia familia de los novios por viejas disputas o roces que se habían tenido en el pasado sus familiares.
Juan Montoro Marín.

Ana Belén Sánchez Ratia dijo...

Otra causa que en ocasiones provocaba “el robo de la novia” era el caso en que los novios eran primos. No estaba bien visto que se casasen primos por los problemas derivados para la herencia a causa de la consanguinidad, aunque en muchos casos y en muchas ocasiones se propiciaba en las mismas familias por eso de incrementar capitales con casamientos entre familiares adinerados.
El problema surgía cuando entre los primos hermanos nacía un amor sin esos prejuicios paternos y si los novios verdaderamente se querían y deseaban unirse en matrimonio, los jóvenes decidían hacer un rapto concertado, en desconocimiento de sus parientes más próximos.
El “robo de la novia no era aplicable y encontraba verdaderas dificultades, cuando el grado de consanguinidad era considerado como incestuoso. Se respetaba el temido límite del denominado tabú del incesto.
También se hacia cuando no había problemas, y se llegaba a hacer este robo por imitación de lo que hacía mucha gente en el pueblo. Mucha gente se escudaba en la costumbre reinante de hacerlo y de las referencias de que antes lo hicieron sus padres u otros miembros de su familia o del pueblo que estaban bien vistos y servían entre los jóvenes de modelos a seguir. Como vemos, el robo de la novia se convirtió en una tradición y amparándose en esa tradición la novia no tenía reparos en irse con el novio o este se la llevaba a la primera de cambio.
Como ya se daban en otro tipo de decisiones en pandilla, en ocasiones incluso un grupo de amigos se pusieron de acuerdo para llevarse cada uno a su novia en una misma noche.
También se refiere que en algún caso, la novia que se resistía a ser robada corría el riesgo de ser abandonada por el novio y ante su noviazgo frustrado llegaba a quedarse soltera por no haber querido “salirse” con el novio en su momento.
Ana Belén Sánchez Ratia.

Verónica Bueno Domingo dijo...

Leí en cierta ocasión sobre el tema tratado en estos comentarios, un caso de robo que si mi memoria no me falla se trataba de algo así como engañar al demonio. Intentare explicarlo:
El caso es que en este rito antiguo se trataba de “burlar al demonio”, que se convertía en algo así como un rito de entrada en el matrimonio en tiempos más antiguos. No era el caso, ni tenía nada que ver este sortilegio con las ya tratadas razones de economía familiar por la penuria económica de los nuevos contrayentes o problemas de las familias, que pudieran justificar este suceso.
La poderos razón en este caso era el firme y cristiano propósito de burlar las intrigas del demonio, una creencia que se pierde en el tiempo, y que dejo establecida la sociedad por la imperiosa necesidad de ofrecer los novios su primera y clandestina copula al Enemigo (demonio), como el único medio de evitar que éste, una vez casados, introdujera su maleficio en el matrimonio. Por esta buena razón, se consideraba hasta bien que esta forma de sacar a la novia ni manchase ni ofendiese la honestidad de la mujer; y se llegase a explicar que tras esa primera copula, la pareja se separase con toda pulcritud de comportamiento hasta contraer matrimonio “como Dios manda”.

Verónica Bueno Domingo.

Daniel García Baena dijo...

El efecto, que proponía conseguir el publico asistente a la cencerrada, era el de estropear la supuesta primera unión carnal en el nuevo matrimonio; por eso se comenzaba cuando se apagaba la luz del dormitorio de los nuevos esposos, se suponía que tales entregas y confidencias se debían producir en la oscuridad. Hasta ese momento todo era silencio y tranquilidad en sus nuevas vidas.
Querían de ese modo en lugar de festejar la unión, estropearle su primera noche de casados. Cuando se iban a dormir fuera del pueblo, al iniciar o no el viaje de novios, los vecinos esperaban a que volviesen. Si era irse a pasar la primera noche fuera del pueblo, posiblemente en la capital, donde nadie los conocía, sabían que sólo habían conseguido retrasar uno o varios días la fiesta de grandes y chicos con la sonada cencerrada
A veces se jugaba a despistar o engañar al público proyectando dormir en alguna casa en el campo o cortijo de un familiar en el pueblo o sus alrededores, se les esperaba par otra mejor ocasión. De modo que cuando no se podía dar esa misma noche del casamiento por viaje o por pasar una temporada fuera del pueblo, se esperaba todo el tiempo que hiciera falta hasta que de nuevo volvían al pueblo o algún sitio cercano, sin importarle donde se encontrasen los que debían recibir la cencerra y que de esa forma se hiciese público y notorio que los casados habían vuelto y se enterasen todo el vecindario de la pasada unión de esta personas.
Daniel García Baena.

María Gracia Pérez Cuadros dijo...

Aunque normalmente el tiempo de la cencerra se limitaba tan sólo a la primera noche de casados, dependiendo siempre de las costumbres inmemoriales que hubiera en ese pueblo.
En algunos pueblos la cencerra se celebraba durante tres noches cuando era uno el viudo, ya fuese el o ella la viuda, pero en otros muchos lugares si se casaban viudo y viuda se repetía la sesión doble en otro día o días siguientes con el propósito de que cada cual se llevase lo suyo. Tres días de cencerra para cada uno, así que se preparasen que si en el pueblo se daban tres días de cencerrada por viudo casado, en este último caso se le daba la cencerra seis días seguidos.
Se cuenta que hace años, un hombre de un pueblo próximo, viudo, se unió a una mujer también viuda, con lo que le dieron sus correspondientes seis noches de cencerra con una propina.
¡Vaya con los pobres viudos!
María Gracia Pérez Cuadros.

Darío Sola Navarrete dijo...

Se supo el caso de unos viudos, que como bien conocían la tradición partieron en un autocar hacia otro pueblo de los alrededores mucho más grande para pasar su noche de bodas, y el conductor del autobús en una de las paradas anteriores en un pueblo intermedio, se bajo y aviso al pueblo siguiente sobre la situación de huidos de la cencera de su pueblo y alertados los del pueblo acudieron a las afueras del pueblo a recibirlos. El chofer apeó a todos los pasajeros del autobús, que muy gustosos, se unieron al jolgorio organizado en torno a la nueva pareja, y para colmo de su sorpresa, continuó el viaje con ellos en otro pueblo más situado a tan sólo unos kilómetros del que iban en principio.
Les organizaron a los pobres una buena persecución.
Darío Sola Navarrete.

Adrián Díaz Morillo dijo...

Hoy ya no existen ni los condicionamientos sociales, ni la mentalidad tradicional que obligaba a realizar este tipo de matrimonio. Es a partir de los años 80 cuando se empieza a perder esta costumbre. Ha pasado a ser una página más de la historia del hombre y de la mujer como pareja, podía considerarse así como un rito en desuso, en estos años existen otro concepto del matrimonio y de la sexualidad que han cambiado definitivamente las costumbres.
Todo ha cambiado tanto y a tan buen ritmo que a veces parece que esto de las parejas es todo un desmadre. Ahora cuando nuestros hijos se casan por lo civil o por la iglesia, pensamos en que ¿cuanto tiempo durara esa unión o compromiso personal?, la ruptura de matrimonios supera con mucho a los compromisos nuevos. A este paso se comprende que los jóvenes, tan libres, estén tan remisos en casarse, tienen la puerta abierta para satisfacer sus necesidades y con ello no habrá nuevos nacimientos, no hay despistes, ni quien con el paso de los años entre a compensar las arcas tan vacías de la Seguridad Social. ¡Qué será de los jubilados!
Ahora solo continúan con altos índices de natalidad los extranjeros que han logrado entrar en nuestra sociedad hace unos años y ahora refuerzan su permanencia aquí con numerosos hijos nacidos en España, para ya ser españoles sin ninguna discusión y todos los derechos. Esto no es xenofobia, es la realidad.

Adrián Díaz Morillo.

José Luis Díaz Muñoz dijo...

Dada la importancia de las condiciones económicas a la hora de contraer matrimonio, los comportamientos nupciales presentaban marcadas diferencias por clases sociales. En las familias acomodadas el noviazgo duraba algunos años, por regla general, o cuanto menos uno, en las clases sociales medias y bajas se despachaba pronto el tema del casamiento. En las clases sociales más acomodadas el matrimonio era más tardío al menos para los varones, pues se consideraba que el hombre no podía casarse hasta conseguir establecerse por su cuenta, hasta que no obtenía una sólida formación que le permitiera adquirir responsabilidad en la empresa familiar o en su explotación.
La mujer, por el contrario, dado que no necesitaba gastar años en esas adquisiciones, era presentada pronto en sociedad para encontrar cuánto antes un buen partido, el más conveniente a la familia, de ahí que soliese haber notable diferencia en edad entre los conyugues de las clases sociales más altas.
Por el contrario las clases populares tenían una nupcialidad más precoz, especialmente las mujeres, que se casaban bastante jóvenes, entre los 18 y los 24 años; los hombres de su misma condición social se casaban un poco más tarde, entre los 22 y los 26 años, este retraso venía por la obligación que tenían los mozos de hacer antes el servicio militar. Algunos trataban de superar el no tener que realizar la mili, dejando previamente a la novia embarazada, de forma que cuando estaban el ejército muchos eran enviados con una licencia anticipada para que pudiera el nuevo cabeza de familia trabajar para su mantenimiento.
Así pues vemos que las clases sociales más bajas se casan muy jóvenes, mientras que las clases medias y altas por las llamadas “bodas por interés” solían casarse más maduros.
José Luis Díaz Muñoz.

Francisco Cardona Ruano dijo...

En aquellos años 40 o 50, al menos un tercio de la población, al carecer por completo de propiedad, no podía contar con recurso de la herencia paterna ni de su dote a la hora de casarse; por lo que intentaban casarse cuanto antes con objeto de unir dos fuentes de ingresos, si la mujer trabajaba y así poder aumentar sus posibilidades de supervivencia.
Pero el que las clases populares no pudieran recibir bienes materiales de sus familias no significaba que no pudiesen obtener de ellas otro tipo de servicios como la ayuda en caso de enfermedad, préstamo de herramientas, compartir el trabajo… de forma que el formar un hogar autónomo no significaba que no pudiese disfrutar de lo perteneciente a su familia. De esta forma quedaba claro que con estas condiciones de ayuda favorecían el matrimonio temprano entre las clases más populares. Quizá porque no tenían nada que perder, ni que ganar, desde un punto de vista estrictamente material.
Otro factor fundamental en la regulación de la nupcialidad fueron las normas culturales, incluyendo la interiorización de que el matrimonio debía durar de por vida, dependía también de la aceptación o no de enlaces entre clases sociales diferentes y grupos de edades diferentes y la actitud social hacia la soltería. En la España de las épocas pasadas la soltería era considerada como una desgracia, tanto por los propios afectados como por la mayoría de los vecinos.

Francisco Cardona Ruano.

Manuel Del Pozo Almazan dijo...

En estos tiempos que vivimos, queramos o no, se ha abandonado definitivamente la visión tradicional del matrimonio. En la sociedad tradicional la institución del matrimonio era la clave que permitía el control de la procreación, regulaba la sexualidad de los jóvenes esposos y de los mayores y también fijaba el papel de la mujer dentro de la sociedad, es decir, unas relaciones de género en las que tenía prevalencia la figura paterna. En la actualidad se está recogiendo el fruto de la intensa evolución en las relaciones de las conductas conyugales y sexuales. En todos los jóvenes existe ahora un claro rechazo del viejo modelo de familia patriarcal y se otean en el horizonte nuevas visiones de ruptura de matrimonios, y una cierta inestabilidad matrimonial, que nos sobresalta, con frecuentes rupturas en familiares y conocidos. El individualismo, el relativismo y la perdida de valores han puesto la estabilidad matrimonial en un difícil e inestable equilibrio.

Manuel Del Pozo Almazan.

Eduardo Chicharro dijo...

Pedro, estoy francamente agradecido por todos estos trabajos que tan detalladamente elaboras, junto con el esfuerzo de hacerlos llegar a todos los seguidores de este extraordinario post. ¡Muy interesante! ¡Muchas felicidades! Saludos.

Eduardo Chicharro.

Vicente Ortiz Ruiz dijo...

El matrimonio que antes era hasta una institución de control del estado, un mecanismo social y religioso, que vehiculaba hasta el sistema tributario, los intereses corporativos y patrimoniales, e incluso la moral sexual. Ahora ha cambiado y lo ha hecho en tanto que si desapareciera, desde el punto de vista de las funciones familiares, no pasaría nada. Incluso se piensa que la familia no tiene por qué sufrir las vicisitudes de las relaciones de pareja, no puede depender de notas sentimentales y de estados personales de amor y desamor, no tiene que pasar por las tensiones de la separación y el divorcio ni incurrir en el viejo recurso de tener hijos para salvar los matrimonios, extraña solución que más que arreglarlo, lo ponía en más dificultades.
Los cambios que se atisban son tan sustanciales, que habrá que fijar ciertos valores; a pesar de pervivir todavía elementos de la sociedad tradicional, difíciles de cambiar.
Vicente Ortiz Ruiz.

Carmen Pérez Sierra dijo...

Existen problemas en los nuevos modelos de relaciones personales del matrimonio, que habrá que resolver, para así, ir modificando creativamente sin perder por ello aquellos valores que se pueden mantener de la institución matrimonial.
Los aspectos que han cambiado hasta desembocar en la nueva visión de matrimonio han sido:
La necesidad de una nueva visión de la institución matrimonial, que como hemos comprobado con los hechos cotidianos, se encuentra en crisis en nuestro país. Los datos del Instituto Nacional de Estadística son concluyentes: el número de separaciones y divorcios crece en España a un ritmo tres veces superior al de las bodas. El propio Instituto de Política Familiar lo corrobora y recoge en una publicación reciente, que el número de matrimonios rotos al año ha crecido un 72% en la última década. Son muchos los factores que relacionados, como la pescadilla que se muerde la cola (un circulo al fin y al cabo), que de forma permanente inciden en la actual configuración del matrimonio, o si se quiere del modo en que se crean hoy las parejas.
Algunos de los factores más evidentes para los sociólogos y antropólogos, son los que han señalado como los siguientes: la actividad laboral o profesional de uno o de ambos cónyuges, el control de la reproducción a través de medios de control cada vez más seguros y sin contraindicaciones médicas, un ambiente social democrático y plural que se traduce en normas de Derecho más permisivas con el divorcio y en determinados aspectos el aborto, una política estatal que planifica o mejor impone autoritariamente medidas familiares, presiones del sistema económico que a través de la publicidad impone sus dictados, movimientos sociales como el movimiento feminista que ha modificado sustancialmente el papel que la mujer desempeña hoy en la familia, también prolongación de la tapa de formación de los hijos, las redes de parentesco, que todavía siguen teniendo una significación de primer orden, los modelos de las imágenes de la familia que transmiten los medios de comunicación, el fuerte impacto de las nuevas tecnologías reproductivas, etc.

Carmen Pérez Sierra.

Iván Mariscal López dijo...

He entrado por primera vez en este blog y me quedé encantado por la elección y tratamiento de los temas desarrollados. Te felicito por los artículos, que le proporcionan tanta vida al blog.
Pedro, sigue siempre trayéndonos buenos temas al posts, para disfrute de los lectores. Abrazos.

Iván Mariscal López.

Marcos Mora Torronteras dijo...

Parece que hoy lo importante es el sentimiento y no la razón. Los dos miembros de la pareja eligen libremente, fuera de toda presión exterior. Ahora prima la pareja y no el matrimonio, es decir, las dos personas que deciden vivir juntas, y no el vínculo jurídico o institucional que los une; las satisfacciones personales que les esperan y no el hecho de haber fundado una familia. La finalidad de la unión parece haber cambiado: ya no es la procreación, sino la felicidad de las dos personas que han asumido el compromiso de vivir juntas.
Esta unión ahora se inicia porque satisface las necesidades afectivas y sexuales que comporta la relación íntima con otra persona. Precisamente porque tiene un origen tan personal no genera ningún lazo sólido ni obligación duradera, de ahí los frecuentes cambios en las convivencias de los jóvenes, de forma que prueban con una, después con otra y así la lista puede alargarse hasta que como dicen muchos, se quedan con la última porque el paso de los años también ha deteriorado la imagen física del futuro posible emparejamiento. De esta forma al haber tenido tanto donde elegir han probado distintas convivencias y distintas relaciones personales y sexuales y parece que al final no saben si quedarse con la última o no.

Marcos Mora Torronteras.

Pedro Ladrón de Guevara Bermúdez dijo...

Escuche decir de una persona, teóricamente bien formada, que había tenido dos convivencias anteriores, y que estaba conviviendo con la tercera; se le preguntó si pensaba que si se hubiera quedado en la primera relación podía haber sido feliz y dijo que sí, la pregunta se le volvió a plantear con la segunda en los mismos términos y respondió también que sí, entonces alguien pregunto que si eso era así, por qué no intentaba tener una nueva relación y dijo que ya no lo intentaba porque con su edad ya posiblemente no tuviese éxito en una nueva elección para emparejarse. Total que otras circunstancia marcaban irremisiblemente su matrimonio próximo, el de no seguir floreando nuevos contactos.
A este misma persona se le terminó haciendo una pregunta atrevida que podía contestar o no, por la notable carga de intimidad personal que conllevaba, se le planteó que si cuando hacía el amor con una, la última y actual pareja, no se acordaba de algunos aspectos de la relación personal y sexual con las otras dos anteriores, que les resultasen con más morbo o excitación en el recuerdo del pasado anterior. Ni corto de perezoso, dijo que si le había pasado, y que él con el pensamiento seguía como la marcha del contacto le fuese más agradable. En fin, una triste historia de amor, que no se sabe como continuará o si habrá terminado, dado algunos supuestos de uso del cuerpo de una y los momentáneos sentimientos hacia otra, que sólo permanecía en el recuerdo del pasado.
Al final de todo habría que decir aquello de ¿libertad para que?

Pedro Ladrón de Guevara Bermúdez.

Ángel Guevara Olivenza dijo...

En esos años de finales del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX, el celibato era especialmente duro para las mujeres, pues les privaba de las funciones que la sociedad les había asignado, el matrimonio y la maternidad. Esta situación de soltería de las mujeres era aún más cruel para las mujeres de la clase media y alta, para las cuales no había más carrera posible que el matrimonio con un buen partido; para muchas de estas señoritas la única tarea a desarrollar en esos años de vida consistía en buscar, el hombre con quien se pudieran casar, eso sí, cumpliendo las reglas sociales imperantes. En el caso de no conseguirlo, no les quedaba por conseguir en su mundo ninguna otra cosa, se hallaban condenadas a entrar en un limbo tan terrible como el infierno de Dante. En la situación personal de estas mozas en edad casadera pero sin novio, parece que contaba más la frustración social, ante todos los demás del pueblo, que la frustración fisiológica a no acceder a la maternidad.
De ahí que las mujeres que ya maduras recurrieran a practicas supersticiosas, religiosas o profanas, para así encontrar novio, la gama de actuaciones es muy amplia e iban desde ofrecer velas a casamentero San Antonio, o hacerse en la boda de una amiga o familiar con un alfiler del vestido de la novia, una creencia que a pesar de los años aún pervive en nuestros días, hasta en algún caso hacer rituales que en ocasiones parecían más que otra cosa cosas de brujería o magia negra.

Ángel Guevara Olivenza.

Francisco Pérez Arenas dijo...

Cuando era la mujer la que enviudaba, ella quedaba en una situación muy precaria, al no tener el apoyo, ni el sustento de un hombre. En caso del varón viudo, este se veía privado de los cuidados domésticos que necesitaba para él y para sus hijos y en caso de no tener descendencia peligraban la sucesión de la explotación agrícola familiar, la base de su economía y peligraban también los cuidados que habría de recibir en su vejez.
En el caso de las viudas era necesario encontrar sustituto para al fallecido, que cumpliese con todas las necesidades, que demandaba el matrimonio anulado con la muerte del primer marido.
Las segundas nupcias eran un importante mecanismo de flexibilidad de la oferta y demanda para formar nueva pareja, en este caso estaba presentada la oferta y dirigida a las solteronas del pueblo, que perdieron la primera oportunidad de matrimoniarse. Así los viudos se permitían responder a la oferta de las solteras mayores del pueblo y con ello recomponer su familia, rota por la mortalidad de su primera esposa, o de la segunda. Este segundo matrimonio también aumentaba la fecundidad global del pueblo, era otra soltera que no había tenido hijos y ahora con la pérdida del celibato obligado aumentaría el número de niños en la familia.
La frecuencia matrimonial era bastante mayor entre los hombres, debido a que los viudos eran menos numerosos, dado que la tasa de mortalidad masculina era siempre mayor por los duros trabajos del campo. Esa tasa dejaba de ser mayor para los hombres y la superaban las mujeres entre los grupos más jóvenes de casados, porque la mortalidad femenina se disparaba a causa de los numerosos embarazos y partos que tenían a finales del siglo XIX, costumbre que, como sabemos, continuaba en los primeros decenios del pasado siglo XX.
Las viudas tenían menos posibilidades de volver a casarse, no era nada fácil que encontraran pretendiente cuando superaban los cuarenta años, en aquellos tiempos las mujeres parecían más envejecidas, y la pérdida de la fertilidad se cuestionaba, y sobre todo si las pobres solteronas carecían de recursos económicos.

Francisco Pérez Arenas.

Gerardo León Jiménez dijo...

En sintonía con los últimos comentarios aparecidos y con respecto a las viudas, a las que nos estamos refiriendo últimamente, se miraba con cierto recelo el comportamiento de la mujer a esas edades, enseguida se tildaba a la viuda de “viuda alegre” de quien habiendo quedado viuda y se esperaba que guardase un respeto mayor a la memoria del marido difunto. El mismo Código Civil, imperante en aquellos años, prohibía expresamente a la mujer casarse antes de que pasaran trescientos un días desde su viudedad, en el artículo 45.2º.
En muchos lugares, por la dureza del trabajo de las minas, como en Linares y otras zonas mineras, con los frecuentes fallecimientos de varones, y dada la exagerada desproporción entre los sexos y la masculinización del mercado del trabajo de las minas, las segundas nupcias eran más frecuentes en las mujeres, sus dificultades de supervivencia eran grandes, en el caso de no tener a su lado alguien que le ganase el pan.

Gerardo León Jiménez.

Félix Blanco dijo...

Por lo general los hombres viudos o no, siempre preferían casarse con solteras, podemos decir que las bodas de viudos eran mayoritarias con solteras. Se daba el hecho habitual que entre el varón viudo y la soltera del nuevo casamiento hubiese una diferencia de edad de entre 6, 7 u 8 años y a veces algo más, mientras que entre las parejas de los jóvenes célibes cuando se casaban la diferenta entre sus edades era como mucho de hasta 3 o 4 años .
Había cierta competencia entre los nuevos viudos y los mozos de los pueblos por las novias, aunque las solteras que se casaban con los viudos por primera vez, eran de las más mayores solteras del pueblo, con una edad de 27 o 28 años, que ya en aquellos años se consideraban solteronas dada las edades jóvenes de los matrimonios entre la mocedad. Eran ya estas solteras las que tenían menos oportunidades de elegir, a esas edades su valor en el mercado era cada vez menor y en esas circunstancias una boda con un viudo era mucho mejor que acabar convertida en una “solterona sin remedio”.
A pesar de la relativa frecuencia de la celebración de bodas con algún viudo, la actitud popular era un tanto hostil, sobre todo en los pueblos, donde todo el mundo se conocía, en las ciudades la casuística de estos matrimonios era menos rechazada aunque naturalmente se repitiesen este tipo de bodas mucho más.

Félix Blanco.

Fernando Navarrete Molina dijo...

Las razones del inicio de las cencerradas, debían ser que los mozos de los pueblos, considerarían que tenían sobre las jóvenes casaderas del lugar, un derecho natural, que se veía amenazado tanto por los forasteros que llegaban al pueblo a buscar novia, como por los viudos del pueblo, estos últimos generalmente ricos, no olvidemos que además de su riqueza, ya habían tenido su oportunidad, dirían ellos, aunque por la muerte de la esposa era una oportunidad perdida. También era considerado más negativo, si cabe, cuando el viudo rico era entrado en años y por tanto teóricamente no podían cumplir adecuadamente el papel de procreación que era inherente a cualquier matrimonio, por la mayor edad del contrayente viudo, aunque como dice el sentir popular: “para eso, el hombre vale siempre”. Además, había otras reservas por parte de la misma familia, era la posibilidad de tener descendencia en el nuevo matrimonio, ello suponía una amenaza para los derechos hereditarios de los muchachos tenidos en el matrimonio anterior, y para quienes, además la nueva esposa pasaba a ser una madrastra, con todas las connotaciones negativas, que a lo largo de lustros ha tenido socialmente de la palabra “madrastra”.
Estas deberían ser, entre otras, las razones del rechazo de las bodas de viudos, por las que eran castigadas o a las menos ridiculizadas las personas contrayentes, mediante formas de celebraciones con unos rituales, que se repetían más o menos en toda Europa.

Fernando Navarrete Molina.

Natalia de la Hoz Herranz dijo...

En realidad estas manifestaciones públicas de rechazo, se repetían siempre que el matrimonio se consideraba públicamente como inconveniente, en este caso de viudos; pero también en el caso de que los contrayentes fueran viejos aunque solteros, o cuando era un matrimonio se celebraba con alguna mujer de dudosa reputación. Asimismo se utilizaban para sancionar otro tipo de infracciones, como el adulterio o el hecho de que un marido fuera un cornudo consentidor de la situación. La comunidad marcaba así los límites de las conductas que permitía la moral popular y estigmatizaban con ello al transgresor de lo que no era considerado como normal o común en el pueblo, dando publicidad y notoriedad a su matrimonio.
Si embargo parece que en algunas ocasiones las segundas nupcias no provocaban por si mismas la cencerrada, con bastante frecuencia se consideraban enlaces necesarios, hasta el punto que en determinadas ocasiones, la propia moribunda había indicado a su marido en el mismo lecho de muerte y con la presencia de familiares de uno y otro lado, la persona con la que debía contraer segundas nupcias, teniendo en cuenta los hábitos de bondad y laboriosidad de la conocida como designada y candidata a ocupar su lugar, por el beneficio de sus propios hijos.

Natalia de la Hoz Herranz.

Pepe Zurita Guerrero dijo...

Era necesario que para que las cencerradas fuesen celebradas y fuesen más notorias, se dieran otras circunstancias agravantes que hacían especialmente grotesco o reprochable ese matrimonio, como era una importante diferencia de edad, sobre todo si era muy acusada, o que éstos nuevos esposos hubieran mantenido relaciones ya en vida del difunto marido, o por animadversión previa a alguno de los contrayentes o que la nueva viuda hubiera guardado poco luto por el marido finado.
Por todo ello se desencadenaba la cencerrada, que no era un mero sonar de los cencerros, sino que, como ya se ha referido ampliamente en el artículo desarrollado, se organizaban procesiones y pantomimas en las que se representaba la mala vida que uno de los dos esposos iba a dar al otro, como palizas o adulterio, y todo esto se pregonaba por el pueblo, en los que no faltaban los motivos ocultos de la nueva boda, en los que se resaltaban más los intereses económicos que los del corazón, o las faltas físicas que alguno de ellos padeciesen. No faltaba lo que era la imitación burlona de los fingidos llantos y lamentos el viudo contrayente en el entierro de su anterior mujer. Por todo ello, se hacían esas paradas del sonar de los cencerros, y se entonaban colpas alusivas, muchas veces tremendamente insultantes, y de un ruido ensordecedor y algo desentonado producido por el agitar de cencerros, esquilas o batir de cacerolas.
Algo así como las caceroladas que “Las Madres de Mayo” daban en Argentina al gobierno por la búsqueda de sus hijos o familiares desaparecidos en la dictadura.

Pepe Zurita Guerrero.

María Pajares Arraez dijo...

También era frecuente que a la salida de la iglesia obligaran a los recién casados a subir a un carro en el que los paseaban por todo el pueblo. obre este carro habían montado previamente un grotesco palio con escobas y pedazos de telas viejas y sucias, bajo los cuales eran colocados los esposos, dirigiendo hacia ellos el humo y nauseabundo olor que desprendía una especie de incensario en el que quemaban todo tipo de porquerías.
Para evitarse todo esto a veces daban a los mozos previamente algún dinero para la bebida a modo de tributo, sabían que si no trataban de evitarlo así, y temiendo todas estas burlas intentaban buscar atajos a la situación celebrando la boda a horas intempestivas para que no trascendiera la celebración de la boda u ocultándose donde podían.
Los jóvenes, como encargados de velar por la moralidad de su comunidad, encabezaban y organizaban estas manifestaciones populares, que como sabemos en ocasiones duraban varios días, en ellas participaban todos los habitantes del pueblo, y lo hacían con tal saña que legaban en algunos casos a apedrear la casa del nuevo matrimonio y a veces se producían disturbios, consecuencia de los enfrentamientos de los familiares de los novios que desde fuera de la casa de los recién casados con los alborotadores y entonces las autoridades municipales tenían que intervenir, si bien en algunas ocasiones, lo que conseguían era soliviantar más los ánimos de los enfrentados, siendo atacados por unos y por otros. Por todo esto en algunas localidades se prohibieron las cencerradas.
En algunas regiones como las Vascongadas, Navarra y Cataluña, estas costumbres fueron cayendo poco a poco en desuso a comienzos del siglo XX, pero en otras como en Valencia, siguieron en pleno auge y en general estaban muy extendidas por todo el resto del país, si bien sólo se daban en los pueblos y en los arrabales de las ciudades, y nunca a las gentes con cierta posición social.

María Pajares Arraez.

Juan Miguel Montes González dijo...

El sistema matrimonial y el equilibrio entre los aspectos civiles y religiosos del matrimonio fue uno de los principales quebraderos de cabeza de los propios legisladores a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XIX. Tradicionalmente el Derecho matrimonial español sólo admitía el matrimonio canónigo, hasta que en 1870 se promulgó la Ley de Matrimonio Civil, que fue en consonancia con la libertad de cultos que quedó recogida en la Constitución de 1869, que establecía como única fórmula válida de contraer matrimonio el matrimonio civil, pasando entonces el Estado a tener en exclusiva todas las competencias relacionadas a la constitución y efectos del vínculo matrimonial. Aunque esta Ley, sin embargo, no podía ser más respetuosa con la jerarquía y la tradición católica españolas, pues garantizaba la regulación autónoma por parte de la Iglesia de todo lo que de sacramento tuviera el matrimonio, establecía la indisolubilidad de éste y en realidad adoptaba la legislación canónica al respecto, sin apenas más modificaciones que la celebración de la boda ante el Juez municipal, en lugar de ante un sacerdote. De forma que el propio Montero Ríos, artífice de la ley, reconocía que “no es otra osa que la doctrina católica revestida con el traje de seglar”. La verdad que en el trascurso de los últimos años, hemos asistido a numerosas bodas civiles y lo único que las diferencia es la sustitución del sacerdote por un concejal o juez.
Esta regulación del matrimonio civil, recibió duros ataques de la derecha integrista y de la Iglesia, para quienes el matrimonio civil era inmoral, un público concubinato y un escarnio a sus ritos.

Juan Miguel Montes González.

Jorge Luis Caballero Guzmán dijo...

Entre los campesinos andaluces era frecuente que la hija pequeña no se casase, pues debía permanecer en la casa de sus padres para cuidarlos en la vejez. Esto mismo se daba también en las familias aragonesas y catalanas, que de forma tácita favorecían la soltería de sus hijos e hijas con una mejora a esa hija pequeña. De esta forma egoístamente disfrutaban de una trabajadora en la casa, sin salario y esforzada al máximo, pues al fin y al cabo trabajaba en su propia casa, al tiempo que se evitaban un gasto excesivo en su dote y también se propiciaba de paso la disgregación del patrimonio familiar, al no casarse los solteros dejaban sus bienes en herencia a sus sobrinos, los hijos del heredero.
Sin embargo, para las clases sociales altas la soltería de alguno de sus miembros podía significar su ruina, pues se privaban así de un heredero que continuase la saga y el patrimonio familiar, tal como reflejó Juan Valera en su novela Pepita Jiménez. El protagonista, hijo único de un terrateniente andaluz viudo y anciano, quería ser sacerdote, y todos intentaban hacerle desistir de sus deseos, pues “el ser clérigo está bien para los pobretones; pero yo, que soy un rico heredero, debo casarme y consolar la vejez de mi padre, dándole media docena de hermosos y robustos nietos”

Jorge Luis Caballero Guzmán.

Mateo Robles Arquero dijo...

Todo tipo de estrategias familiares se imponían muchas veces en esto de la elección de la futura esposa, haciendo a los hijos abandonar sus deseos personales. Esto les exigía sacrificios; pero a pesar de ello los hijos aceptaban, por lo general, lo que la familia le pedía, con la idea de no alterar la cohesión familiar y la continuidad de los intereses de la familia. En esta aceptación se mezclaba el sentimiento y el interés, pues en la familia aparecían unidos de forma indisoluble el sincero amor conyugal, el amor paterno filial y el amor fraternal, que eran indispensables para mantener el equilibrio emocional de los seres humanos, con la posibilidad de satisfacer así numerosas necesidades y de hacerlo con la máxima confianza y seguridad, garantizadas por las relaciones sentimentales y de proximidad que unían a los parientes.

Mateo Robles Arquero.

Alberto Ramos Huertas dijo...

En este tipo de sociedad, la familia era la síntesis natural de las distintas esferas en que se movían todos sus miembros, que de esta manera podían usar no sólo sus recursos económicos, su bagaje cultural, sus contactos sociales o su poder político, sino también usar el de sus parientes, además de los cuidados y afectos.
Estas familias de las clases altas andaluzas concentraban capitales, competencias y posiciones sociales muy diversas, siendo grandes propietarios o arrendatarios, abogados, prestamistas, negociantes, fabricantes, consejeros municipales etc., de forma que todos quedaban integrados en una única red de parentesco que les permitiría explotar al máximo sus posibilidades, al contar en algún caso, en sus filas con militares, magistrados, terratenientes, ganaderos, comerciantes, destacados políticos, incluyendo a veces ministros y senadores, y algún que otro representante de la nobleza.

Alberto Ramos Huertas.

Carmen Delgado Galindo dijo...

Dentro de las distintas estrategias familiares, las estrategias matrimoniales tenían un papel especialmente destacado. Dado el reparto de funciones según el sexo, se asumían distintos roles en la organización de la sociedad de la España de la época, que se basaba en el tándem hombre- mujer, tanto en las clases altas como entre las clases populares, para la cuales el matrimonio constituía una verdadera estrategia de supervivencia. La elección del futuro cónyuge era, por tanto demasiado importante como para dejarla en manos de la suerte o azar, por más que ambos estuvieran presentes en alguna medida , a la que se llegaba después de un calculo sobre las ventajas y desventajas tanto económicas como afectivas, de los posibles candidatos. Pero debe quedarnos claro que la mayoría de las veces dicha elección no era una decisión totalmente personal, sino que se veía poderosamente mediatizada por la familia. De forma que esta influía no sólo en la elección en sí, sino también en la posición que ocupaba cada persona en lo que podríamos denominar el mercado matrimonial. Esto ocurría en todos los grupos sociales, pero cabe suponer que fuese más acusado entre las familias pudientes, acrecentado en aquellas zonas del país donde predominaban sistemas de herencias indivisibles con el hijo mayor como heredero. En este contexto, el nacimiento, el sexo y la herencia que correspondía a cada miembro del grupo familiar influía en sus posibilidades futuras de contraer matrimonio, primaba el matrimonio del primogénito sobre el de los demás hermanos y el de los varones sobre el de las hembras. Las consecuencias que tenía el matrimonio de un hijo para toda la familia los llevaba a inmiscuirse en la toma de decisiones, una decisión que debía ser aparentemente intima.

Carmen Delgado Galindo.

Juan María Valenzuela Pérez dijo...

El golpe definitivo a esta Ley del Matrimonio Civil se lo dio la Restauración de Canovas, que a comienzos de 1875 derogaba la forma civil obligatoria del matrimonio y se restituía a la Iglesia la administración del matrimonio de forma exclusiva, devolviendo la jurisdicción a la Iglesia, al dar plena eficacia civil al matrimonio católico, a pesar de que se respeto el mantenimiento del matrimonio civil con carácter subsidiario, para aquellos que no profesaban la llamada ” religión de sus padres”. Esta solución transaccional pasó luego al artículo 42 del Código Civil, cuya interpretación cambiaría según el color del partido que se turnaba el poder en aquellos años; de forma que en ocasiones se exigía a los que pretendían contraer matrimonio civil una declaración expresa de no profesar la religión católica y en otros casos se prescindía de ese requisito.

Juan María Valenzuela Pérez.

Ernesto Muñoz Plasencia dijo...

No debemos de pensar, que los matrimonios de conveniencia impuestos por los padres al margen de los sentimientos y opiniones de sus hijos, y concertados en ocasiones desde la cuna, fuesen prácticas decisivas por mucho tiempo, se decía que “los padres aconsejaban pero no forzaban la voluntad de sus hijos”. Desde finales del siglo XIX estas prácticas ya no se consideraban admisibles, pues se consideraba que para que el matrimonio fuera feliz y estable y cumpliera por tanto con sus funciones familiares y sociales, debía haber entre los cónyuges amor, o al menos armonía y compenetración.
Por otro lado el artículo 813 del Código Civil impedía que los padres impusieran a sus hijos alguna condición, entre las que se incluía la de contraer matrimonio con una persona determinada, para poder acceder a la herencia familiar, lo que restaba o eliminaba a los padres la posibilidad de coaccionarlos en este sentido. Pese a ello todavía se encuentra algún caso de matrimonio concertado, sobre todo en zonas de familia troncal donde se practicaba la libertad de testar, aunque esto era mucho menos frecuente que en otros tiempos. Aunque con el paso de los años eran mucho menos frecuentes que en tiempos pasados, aún se daban casos de que algunos padres, sin contar con la voluntad de los hijos, convinieran y arreglaran matrimonios, que muchas veces después de realizados solían desavenirse y ser la causa originaria de disgustos entre la familia.

Ernesto Muñoz Plasencia.

Fátima Quesada Martínez dijo...

Lo habitual, sin embargo, en esto de guiar las bodas era recurrir a estrategias más sutiles para lograr que los hijos eligieran a la pareja más recomendable. De ahí el interés de los padres en la organización de bailes con invitados cuidadosamente seleccionados, y la presión psicológica que en la casa ejercían las madres a favor de sus candidatos preferidos para ser los esposos de sus hijas. En otros casos los padres comenzaban a hablarle con frecuencia a su hijo de alguna moza o del mozo en cuestión, si era hija, de modo que no era raro que al final se realizara el matrimonio o se hiciese a través de hacerlos frecuentar ciertos ámbitos de sociabilidad hasta que se quedaban enganchados con el mozo o la moza que ellos querían.

Fátima Quesada Martínez.

Jesús Ángel Prieto Valencia dijo...

También eran especialmente incentivados los enlaces dentro de la misma familia, generalmente entre primos. Con ello las clases altas buscaban mantener el patrimonio familiar intacto y en un mismo apellido, impidiendo las fugas que representaban las dotes y conjurando la amenaza de desintegración del patrimonio, que podría suponer el ulterior reparto de la herencia a la muerte de los padres.
Po su parte los campesinos favorecían estos matrimonios para así reforzar la unidad familiar y asegurarse la necesaria cooperación en la explotación familiar de sus pequeñas propiedades, por ello en muchos lugares pequeños los enlaces así eran muy frecuentes, produciéndose una endogamia tan generalizada que no admitía excepciones, a pesar de los problemas de la herencia genética, lo hacían para mantener el capital dentro de una misma familia.
Consideremos igualmente, que en las poblaciones pequeñas todos son primos o parientes mas o menos cercanos, por lo que las elecciones de pareja estaban considerablemente limitadas y estos matrimonios que se producían no respondían a una opción consciente de mantener su capital, sino por las condiciones que como núcleo poblacional cerrado imponía el numero de mozas o mozos disponibles, cuando, repetimos, las poblaciones estaban aisladas.
Por otro lado estas bodas entre primos se veían favorecidas por la afinidad de gustos, el afecto natural, la identidad y la confianza que solía surgir entre ellos como consecuencia de un trato frecuente e íntimo desde muy pequeños, por lo que no era descartable que en muchos de estos matrimonios hubiera amor y bastante armonía en un grupo familiar con principios y costumbres muy afines.

Jesús Ángel Prieto Valencia.

Juan Manuel López Peña dijo...

Entre las clases humildes, además del matrimonio entre primos, se daba otro enlace similar, era el de un huérfano con una hija de la familia que lo acogió. Muchas familias pobres sacaban algún niño de la Inclusa y lo criaban en su casa, pues la Inclusa le pagaba por ello. No dejaba de ser habitual que la familia se encariñara con el huérfano pequeño y se lo quedaran, siendo tratado como un hijo más y cuando crecía y se hacia hombre, se casase con uno de sus propias hijas, con la que se había criado como si de hermanos se tratase, sin tener ningún vinculo de sangre.
Con ello se buscaba también asegurarse una fuerza de trabajo, que de otra manera acabaría yéndose fuera de la casa donde se crió, y así de paso como se le había criado, se evitaban los tratos económicos con otra familia, que de una forma u otra, toda boda siempre implica y que a veces llegaban por las exigencias a gastos imposibles de afrontar. Así se quedaba todo en casa, y se garantizaba la felicidad y la unión del nuevo matrimonio y con ellos de toda la familia, dado que el nuevo cónyuge no era un desconocido cuya conducta podía sorprender y perjudicar a nadie en la casa, era bien conocido desde la niñez.

Juan Manuel López Peña.

Paquita López Martínez dijo...

Otra de las estrategias familiares relativamente frecuente era la de casar dos hermanos con otros dos hermanos, pues con él las casas implicadas realizaban un intercambio estrictamente reciproco y afirmaban por partida doble la unión, que todo casamiento establece entre dos familias, alcanzándose el máximo ideal cuando los hijos que se intercambiaban eran hijos de dos casas vecinas, que han mantenido una amistad ancestral de padres a hijos y han mantenido una relación sin cisuras.
Todo este control familiar que las familias ponían en marcha, no hacían otra cosa que evitar el fracaso en la elección del nuevo miembro de la familia, se buscaba evitar errores que pudieran perjudicar a la familia, como sería el caso de una elección inadecuada como novia del hijo o novio de la hija, ante la posible llegada de otro mal, que en aquellos tiempos suponía la soltería. El matrimonio se concebía como el mejor estado natural del hombre y la mujer adultos; y por el contrario, la soltería “los convertía en seres egoístas”, además de suponer una amenaza para la continuidad de la saga familiar, asunto que se consideraba de la máxima importancia, fuese la posible herencia de mayor o menor cuantía de bienes.

Paquita López Martínez.

Borja Salazar Bolívar dijo...

En estos tiempos al que aluden los comentarios, las bodas de algún miembro de clase alta o media alta, con miembros de la clase popular ni siquiera se consideraban posibles, salvo rarísimas excepciones por motivos de embarazos, propiciados por la convivencia en la misma casa del hijo del dueño y la joven y bella chica del servicio doméstico, en circunstancias normales se consideraba esos casamientos un deshonor para el buen nombre de la familia.
Los raros casos que a veces se daban no respondían a un amor socialmente sin prejuicios, sino a la necesidad perentoria de dotarse de un sucesor, como fue a veces el casamiento de un rico burgués entrado en años, con una criada bastante menor que él.
Era frecuente que labradores o industriales enriquecidos emparentaran con mujeres de un estatus social superior al suyo, conscientes de que para pertenecer a las clases altas no bastaba con poseer una gran fortuna personal, para ser considerado era necesario tener también un capital social, simbólico, irreversible y de cierta solera por su antigüedad, todo ello le permitía ser reconocido como integrante de esa élite social, y de paso le facilitaba la ampliación del patrimonio económico.
Esta fue la idea que subyacía en las estrategias matrimoniales practicadas por las que después fueron las grandes familias de la oligarquía granadina de la ciudad de Santa Fe, en la Vega de Granada, en el siglo XIX; algunas de estas familias autóctonas de nuevos ricos faltos del brillo de las clases acomodadas, o gentes de riqueza antigua procedentes de otras latitudes que, tratan de alcanzar y subir el peldaño de otra clase social, añadiendo así el estatus social que les faltaba a su éxito económico, mediante el enlace matrimonial con mujeres de apellidos ilustres. Para esta nueva oligarquía económica el matrimonio no era tanto un vehiculo de ascenso social, que ya poseían, era más bien un reconocimiento o confirmación de su propio estatus; al fin y al cabo sólo se puede contactar con los candidatos idóneos, si previamente se ha entrado en el circulo de influencias en el que los poderosos se mueven.

Borja Salazar Bolívar.

Rafael Hidalgo Barbero dijo...

Las consideradas “buenas familias”, que a veces se dan en nuestros pueblos andaluces, son en muchos casos de hombres del pueblo, que emigraron y se convirtieron por su trabajo, ahorro y esfuerzo de sus fundadores, en una familia con bastante ascensión social con relación a su origen. Cuando estaban en su pueblo eran de origen bastante humilde, emigraron y se habían conocido en otras partes de España con otras jóvenes autóctonas o emigradas y, posteriormente, casado con ellas antes de enriquecerse lejos de Andalucía, pero ya convertidos en acomodados; su éxito económico les permitía a los hijos recibir una educación esmerada en buenos colegios, con compañeros de clase de más alto nivel social, entrando ya a disfrutar de una alta sociabilidad como la de sus compañeros y amigos de colegio, con hábitos de lujo y ambientes muy enriquecedores, con la consiguiente aceptación de las clases altas establecidas en el pueblo desde siempre, de forma que pasan a formar parte del grupo de amigos de lo más selecto del pueblo, son invitados a las fiestas más “elitistas”, adquiriendo así un capital social que, unido al patrimonio que les respalda de sus padres enriquecidos, les permite elegir en un nivel social impensable antes, y casarse con los hijos de otros enriquecidos del pueblo de antaño, casi siempre por la tradicional herencia familiar; estableciendo así una tupida red de alianzas matrimoniales que unía ya los múltiples intereses de todos. En muchos casos venía una generación nueva que olvidando los sacrificios de sus abuelos, y criados en un estatus alto, entregan el capital a otros administradores que lo hacen disminuir en beneficio propio.
Es la llamada “Ley de las tres generaciones” con la representación de las distintas etapas de la adquisición, organización y reproducción del capital y del prestigio social: el abuelo crea el capital, los hijos lo amplían y extienden el negocio familiar y las generaciones posteriores, preocupadas ya más por su bien asentada posición social o carentes de nervio emprendedor de sus meritorios antepasados, dejan morir el negocio o, al menos, ya no intervienen en él directamente, delegando su gestión en otros, y con ello el pequeño gigante construido a base de grandes sacrificios se va desmoronando en manos y beneficio de sus arrendadores o administradores.

Rafael Hidalgo Barbero.

David Serrano Garrido dijo...

El que antes se ha denominado “patrimonio social” era más que un mero “ennoblecimiento” de la familia ascendida socialmente. Los nuevos ricos, agricultores, comerciantes o industriales buscaban unirse a una mujer, que los introdujera en determinados círculos sociales y sobre todo que educase a sus hijos como señores, que les inculcase clase, un saber estar natural, aunque ese matrimonio no les proporcionase ningún título, cosa y situación, que por otra parte no era ni deseada, no aspiraban a él, porque obtenerlo requería mucho gasto y tiempo y, en cualquier caso, lo importante no era para ellos el título en sí, que no dejaba de ser meramente simbólico; lo que les importaba eran las relaciones que su estatus conllevaba, esenciales para adquirir y reproducir el poder.

David Serrano Garrido.

Gabriel Tamayo Delgado dijo...

Los hombres de negocios no solían conseguir el título de nobleza mediante su matrimonio con una aristócrata, puesto que casaban con ellos sólo tras haber sido ennoblecidos previamente, como premio a su riqueza o a su carrera política o militar.
El ennoblecimiento ratifica el ascenso social y los enlaces lo consolidan.

En cuanto al caso digamos tópico de la boda por interés entre la hija de un burgués rico y un noble arruinado, es cierto que también hubo enlaces de este tipo, era ya una realidad que se daba desde muy antiguo y continuó a un ritmo parecido en estos años de finales del XIX y principios del siglo XX. Estos matrimonios fueron una estrategia fundamental para la nobleza en la lucha por la supervivencia, tanto económica como puramente biológica. Pues los considerados señores de la alta nobleza sólo se relacionaban con los de su igual condición y eso suponía a la larga una degradación biológica de las familias por la consanguinidad entre los contrayentes.

Gabriel Tamayo Delgado.

Amalia Vílchez Maldonado dijo...

El papel de la madre en esta alta sociedad era muy importante, tanto para los hijos como para el marido. Ella era la que mejor defendía el apellido del clan familiar, también era la depositaria y la transmisora más activa del simbólico capital social que tenía la familia, maestra en el saber estar y saber relacionarse en los más selectos ambientes sociales de cada población. Los saberes de las jóvenes eran muy distintos del saber sistematizado propio de los varones de la casa, mientras que los saberes de los varones se aprendían en las aulas de los mejores colegios o universidades, el de las damas sólo podía adquirirse formando parte de las clases altas durante varias generaciones. Lo adquirían a través de esa red de contactos sociales en las que participaban las señoras de su entorno social, con visitas, fiestas y reuniones con otras señoras, entre otras cosas, para hacer actos de caridad. Poniendo ellas en práctica esos conocimientos adquiridos y esos conocimientos intuitivos, la mujer, una vez casada, controlaba la información informal de su sociedad, gestionaba los rumores, etc., y eso era tan importante para la familia como la que obtenía el marido en sus relaciones de negocios en la calle o el casino. Gracias a esta información no oficial la mujer canalizaba los intercambios familiares, preparando así el matrimonio de sus hijos, como conocedora de digamos la lista de solteros y solteras de oro, y la mantenía siempre actualizada para aconsejar a su hija o hijo en edad de ennoviarse. Así se conservaba la posición social de la familia, al velar también por el honor de los miembros y controlar su comportamiento, aspecto muy importante, pues el estatus podía perderse si se desconocían las reglas que no se debían romper nunca, donde por ejemplo, un escándalo sexual de su hijo o hija podía ser tan desastroso en este sentido, como una mala gestión de las finanzas familiares, al destruirse el prestigio de la familia ante las demás familias conocidas.
Ante los advenedizos, llegados al escalón de su clase social, se actuaba recordándoles a veces su origen más o menos plebeyo, otras veces eran admitidos como uno más “de la clase” ocultándose entonces su origen plebeyo.
En otras ocasiones se deshacían alianzas económicas si se propalaban rumores comprometedores sobre el futuro aspirante, sobre todo si no se llevaba bien con el padre e iba a ser desheredado.
Con todo ello, no sólo se aseguraban la reproducción de su familia, sino la reproducción de su clase social, conexionándola y manteniendo las diferencias que, necesariamente los separaban de los demás grupos sociales.

Amalia Vílchez Maldonado.

Manolo Aguilar Bustamante dijo...

El noviazgo, institución propia de los países occidentales y muy especialmente de los pueblos mediterráneos, ejerció desde siempre una función reguladora de la conducta de la pareja antes del matrimonio.
Para comprender su dimensión cabe preguntarse por los factores que se tenían en cuenta a la hora de echarse novia o novio en el caso de las chicas. Ante esto nos surgen la pregunta si antes de casaban por amor o por interés.
Se pensaba que en las sociedades agrarias el matrimonio era una relación meramente productiva para el trabajo y reproductiva como parte de una especia animal. El matrimonio era impuesto por las familias en función de sus propios intereses, en las sociedades industrializadas, se suponía que, al haberse liberado los miembros del control de su comunidad y familia, los matrimonios son el resultado del amor de la pareja; pero esa aseveración es errónea. En el medio rural preindustrial si existía el amor y se reconocía como un elemento clave para formar la pareja y alcanzar la felicidad.
Algunas canciones de la época dan buena cuenta de este asunto:

“Cásate, niña, a gusto
y a nadie temas;
yo me casé a disgusto
y paso penas.”

Esta otra copla trata de los matrimonios arreglados sin contar con la voluntad de los hijos, que muchas veces después de realizados suelen desavenirse y ser causa de disgustos en la familia.
Antes se entendía el amor de la relación de novios de manera distinta a como se ve ahora el amor actual, un tanto, exhibicionista y erotizado. La dulzura que hoy se ve en algunos enamorados se veía sustituida, sobre todo en los inicios de la relación amorosa, con manifestaciones un tanto bruscas y aun groseras, que eran como una demostración de afecto, aunque tomaran el aspecto de la indiferencia o burla, quizá precisamente por eso, de modo que se manifestaban de acuerdo con un modelo previamente establecido, en el que todo desde los gestos, regalos y palabras, tenían un significado preciso. Todos los aspectos referentes al noviazgo y a la boda, desde el baile dominguero en que se iniciaban los amores hasta que la nueva esposa lava los manteles del banquete de bodas; todo tiene un aspecto como un ritual, en el que todos se sentían felices y dispuestos a seguir; porque así eran las tradiciones seculares y del que gustosos no se apartaban los novios, así lo hicieron sus padres y abuelos y esperan que lo hagan sus hijos. En estas relaciones todo estaba reglamentado, desde la declaración del novio, los lugares en que se celebraban las entrevistas de los novios, los regalos que habían de intercambiarse, hasta los platos del banquete de bodas.
Los cantos populares son buena muestra de ello, muchas parejas recurrían a los cantos para manifestarse su amor, expresarse sus ternuras o hacerse reproches. Muestra de ello son:

“Por San Juan hizo un año
que te quería
más firme estoy ahora
que el primer día.”

O esta otra copla.

“Yo no sé qué demonios
los dos tenemos
mientras más regañamos,
más nos queremos.”

Otras son:
“Anoche soñaba yo
que con mi amante dormía;
¡qué sueño tan resalado
que mi corazón tenía!”.

“Dije que no te quería,
y otra vez vuelvo a buscarte,
con el corazón partido,
llorando gotas de sangre”.

“Dame, mi bien, pesares;
dame desvelos;
dame lo que tú quieras;
no me des celos”.

“Me quisiste y te quise
y agradecí tu fineza;
me olvidaste y te olvidé;
tú contento y yo contenta”.

Todos estos requiebros no quitaban sinceridad a los sentimientos, y muchos matrimonios se basaban en el afecto que se tenían, aunque la libertad de elección era más frecuente en las comunidades con una estructura social más igualitaria, como se daba también en las clases populares.

Manolo Aguilar Bustamante.

Joaquín Novo Ramírez dijo...

Tal como en algún momento anterior ya se ha dicho, los matrimonios por amor no sólo se celebraban entre los obreros de las zonas industriales, se daban con igual profusión en las comarcas agrarias, entre los campesinos más pobres. No podemos hacer esas distinciones para hablar de los cónyuges enamorados o de amores interesados, la evolución sentimental de los mozos no debe buscarse en una evolución de sus sentimientos, como en la existencia o carencia de un patrimonio de por medio. En caso de patrimonio los mozos pensaban en las mozas, que dentro de su ámbito le pudieran convenir, que casi siempre en los pueblos agrícolas eran las que más tierras tenían; mientras que en la clase jornalera, como no mediaban intereses de patrimonio por medio, se decidían por la muchacha de su predilección.

Joaquín Novo Ramírez.

Antonio Collado Morón dijo...

Las clases altas articulaban sus matrimonios, muchas veces, en función de los intereses, de forma que en estas bodas de los ricos primaban las condiciones económicas de los novios por encima de las virtudes personales o del afecto mutuo que sentían los futuros contrayentes. En esas clases tan acomodadas se daba muchísima importancia a las condiciones económicas, tanto que generalmente no se admitía como aspirante a emparejarse con la hija del rico aquel que no poseyese menos capital que el que tenía la novia. De ahí que siempre se hayan puesto en tela de juicio la sinceridad de los sentimientos amorosos de los cónyuges de las clases altas, por considerar que esas bodas estaban siempre arregladas por los intereses de las familias de los contrayentes.
En esas bodas consideradas del interés de la familia, la intervención de los padres en el casamiento de los hijos, iba desde arreglar la boda, no diremos que sin contar con ellos, pero al menos si eran los padres los que inician y ejercen toda influencia sobre los hijos para que estas se llevaran a cabo, se dice, que hasta se dieron casos en que sin tener los jóvenes la menor noticia sobre el asunto, eran los padres los que concertaban el casamiento, y después se lo comunicaban a los interesados. ¡Vaya plan que les preparaban!

Antonio Collado Morón.

Tere García Aguilera dijo...

Con este asunto de las bodas concertadas entre las familias, no dejaba de ser usual que jóvenes burgueses y nobles fuesen obligados a sacrificar sus sentimientos por el bien de la familia, para quienes el amor-pasión de su hijo o hija era un sueño o un ideal romántico, pero peligroso e inútil, un arrebato juvenil que de darle naturaleza de continuidad podía traer nefastas consecuencias, consideración contra la que la familia luchaba de varias maneras, como amenazar con apartar del negocio familiar al hijo así enamorado de una candidata considerada inadecuada o denegar el consentimiento para la celebración de la boda cuando el o la pretendiente era de distinta posición social y carecía según ellos de fortuna suficiente.

Tere García Aguilera.

José Agustín Salguero Varela dijo...

A la hora de elegir marido se exigían a los jóvenes distintas cualidades, en las comarcas agrícolas se buscaba que el novio fuera robusto, sano y fuerte en su complexión, para que así pudiera acometer las duras faenas del campo que le esperaban.
Si eran familias de comerciantes se tenía en cuenta mucho la facilidad y agrado personal de trato y la idoneidad para la compraventa.
Si era a una moza a quien se había que elegir, e buscaba que fuese buena trabajadora, que fuese rápida y eficaz en los trabajos de la casa, que fuese limpia, que supiese coser, que fuese buena trabajadora del campo, etc., etc. Que fuese buena y con buena salud y fama de hacendosa, lo de la belleza era menos mirado, a no ser que destacase por su fealdad de forma notoria, claro que si encima era guapa y aparente mejor. Se valoraban mucho las mujeres que mostraban fortaleza y salud, era necesario para que la prole engendrada fuese robusta cuando se convirtieran en madres, había que parir hijos fuertes. Este miramiento era tan importante por la que respectaba a la salud y fertilidad que en muchos pueblos, si alguna tuvo un desliz o tropiezo y quedó embarazada y parió un hijo sano y fuerte, tales circunstancias eran valoradas para otro aspirante a emparejarse con ella, como bastante positivas, y era la que más pronto se casaba a veces porque ya sabían todos que sirve para eso de embarazarse, parir y criar.

José Agustín Salguero Varela.

Mauricio del Moral Cañada dijo...

La valoración del aspecto físico de la mujer podía esconder otros significados, sin duda de signo contrario, ser muy blanca de tez podía ser considerado símbolo de ociosidad hogareña. Por otros, casi mayoría, la blancura de la tez, presuponía que era una mujer que estaba bien guardada en casa, con lo cual eran pocos los contactos que habían tenido con otras personas ajenas a su familia, especialmente por lo que al contacto con otros hombres se refiere, con lo que la tez blanca era deseada por los hombres y se convertía en el símbolo de la belleza femenina, del ocio hogareño y de la importante virtud de la castidad.
Todos querían ponerse un traje de estreno. Ahora, no sabemos si son recatadas en sus modales, pero todas están catadas y recatadas (vueltas a catar) por diferentes saboreadores de los manjares femeninos. Ahora, para la mayoría, sólo se estrenan los coches y los electrodomésticos además de la ropa. El premio se lo lleva aquel que ha tomado el oficio de catador.

Mauricio del Moral Cañada.

Francisco Orta Gutiérrez dijo...

En muchos casos los hijos prescindían de la opinión de los padres, muchas veces relacionados con la presencia o ausencia de patrimonio, por pequeño que este fuera, a no ser que en el consentimiento del padre fuese incluida la concesión de algún bien para el hijo o la hija y así se condicionaba la decisión.
En algunas regiones de España, estas decisiones estaban muy ligadas tanto con la estructura económica como con la propiedad de la tierra. En esas regiones, entre ellas, la antes denominada Castilla la Vieja, Cantabria y los Pirineos, se daban numerosos casos de intervención paterna, la razón era que muchos campesinos eran propietarios de pequeñas parcelas, y las familias eran de tipo troncal, y se miraba sobre todo la marcha de la hacienda, vital para la supervivencia económica. Era muy frecuente que las familias concertaran enlaces de conveniencia, sobre todo si se trataba del noviazgo del heredero, en este caso los padres eran los que convenían el matrimonio. Sin embargo en los casamientos de los demás hijos los padres intervenían muy poco. Estaba claro que era la parcela familiar, pendiente de la herencia del mayor de los hijos, la que determinaba la intervención de los padres.

Francisco Orta Gutiérrez.

Rocío Pancorbo Mármol dijo...

En toda la zona de Las Vascongadas era muy frecuente que las dos familias se reunieran y mientras los padres arreglaban todos los términos del casamiento de sus hijos, donde se hablaba de la dote que recibirán cada uno de ellos, la casa donde vivirán, y todos los asuntos relativos a la nueva pareja. Mientras todo esto ocurría, los futuros novios, que quizá fuesen la primera vez que se vieran, permanecían apartados hasta que todos los asuntos se concretaban a gusto de los padres. ¡Quién quita la ocasión, quita el peligro! debían pensar los padres, no fuese a pasar que se comprometiesen sin estar todo bien atado.
Una vez que todo estaba ya organizado, se le comunicaba a los jóvenes el objeto y trama de la reunión y después ya se les dejaba solos, decían que para que hablasen y viesen si se gustaban o no. Transcurrido el tiempo que consideraban oportuno, los llamaban y les preguntaban si estaban conformes en casarse, ellos contestaban generalmente que si estaban dispuestos a casarse y entonces se decidía la fecha en que se escrituraba lo pactado y estipulado por los padres. En el caso de que alguno de los dos o los dos diesen una respuesta negativa, se le pedía explicación a aquel que dio una respuesta negativa y si sus razones eran fundadas se atendían; en caso contrario, si sus razones se consideraban infundadas se acababa haciendo caso omiso de las razones, y siguiendo el proyecto adelante a pesar de todo. La cosa se las traía.

Rocío Pancorbo Mármol.

Ana María Delgado Carrión dijo...

En Andalucía, en Levante, buena parte de Aragón y en Castilla la Nueva, los padres opinaban sobre con quién deberían casarse sus hijos y participaban en la formalización de su matrimonio, esto era muy importante porque ellos tenían que dar el consentimiento para el matrimonio, le daban consejos y hasta negociaban las capitulaciones matrimoniales, pero no solían imponerles la novia a los hijos o el novio a las hijas. Era una imposición que muchos no hubieran admitido, como reflejan algunas coplillas populares de esta tierra tan sembrada de gracejo. Las coplas decían así:

“Mi padre y mi madre son
los dueños de lo que gano,
pero en lo tocante al querer,
yo solito soy el amo.”

Esta otra dice a su mozo:

“Vas alegre porque llevas
la palabra de mi padre;
no llevándote la mía,
no te llevas la de nadie”

La fuerza del amor impetuoso y sincero se muestra en la siguiente:

“Aunque contra mí se opongan,
aunque sufra mil castigos,
aunque mi padre no quiera,
yo, me he de casar contigo”

Muchos saludos para todos los lectores.
Ana María Delgado Carrión.

José Luis Castillo Osuna dijo...

Las bodas por interés que se daban entre las clases populares no siempre respondían a imposiciones de la familia; también los mismos novios buscan la pareja que más les conviniera desde el punto d vista económico y de su seguridad personal para el futuro. Se daban casos que los matrimonios eran por estrictas conveniencias mutuas y rara vez eran efecto del cariño que se profesaban el uno al otro. Los solteros de este país parece que eran tan interesados como lo habían sido sus padres cuando iban a contraer matrimonio. Las cosas eran, si no así, de forma muy parecida, aunque podemos afirmar que la realidad social era mucho más compleja que todo esto.

José Luis Castillo Osuna.

Tomas García Romerosa dijo...

En la provincia de Murcia, en casi todas las clases rurales de la provincia el matrimonio no era para los jóvenes otra cosa que la necesidad de complementarse económicamente y ¡como no! fisiológicamente, eran dos necesidades a cubrir. También era un medio de tener descendencia que les ayudase en las labores, para que las tierras continuasen dando sus frutos y después los cuiden en la vejez. Era lo habitual que el matrimonio fuesen juntos a la huerta o al campo, iban hombre y mujer “en frío”; no se amaban ni se repelían, se respetaban y convivían mansamente, guardándose fidelidad por los preceptos religiosos, que imperativamente se les ordenaban desde la sociedad reinante en sus días. Los jóvenes se declaraban a una mujer y se casaban, buscando los beneficios del auxilio mutuo y de la asociación de ambos, en un proyecto de vida en común y la adecuada satisfacción de sus otras necesidades como hombre y mujer.

Tomas García Romerosa.

Alicia Hernández Gálvez dijo...

Se puede decir, por lo que se ve, que no sólo las clases altas se casaban por interés, todos iban buscando algo en el matrimonio. También las clases más populares buscaban algo que les fuese útil, de una u otra manera en el matrimonio, los pequeños propietarios intentaban aumentar sus tierras, los artesanos elegían una esposa que conociese su técnica de trabajo y les pudiera ayudar en su trabajo, otros buscaban otros intereses y el que no buscaba nada parecía que perdía la oportunidad de poder prosperar.
Estas eran las poderosas razones de los “matrimonios apañaos” de aquellos tiempos. Sólo los que no tenían nada, los jornaleros y los obreros no cualificados, se podían permitir ese lujo de casarse enamorados, ¡vamos de casarse a su gusto! Por eso muchos jóvenes trabajadores del campo de nuestros pueblos, contraían matrimonio en temprana edad, matrimonios tan tempranos eran fruto de la pasión juvenil y estaban dispuestos a no perder nada de lo que la naturaleza tan ávidamente deseaba. Se unían más por pasión que por interés.
Así aparecen mezclados el amor y la conveniencia, ésta entendida de muchas maneras, referida a la salud, fortaleza, capacidad de trabajo, etc., se mezclaban sin que se pudiese decir en cada caso cual primaba sobre la otra.
No debemos olvidar que nos estamos moviendo en el campo amplio de los sentimientos y este campo a veces es difícil pisar con cierta seguridad, pueden surgir minas, por lo que no se pueden hacer afirmaciones muy tajantes.

Alicia Hernández Gálvez.

Cristina Rodríguez López dijo...

El hecho cierto de que muchos campesinos o artesanos se casaran por interés no hacía que el amor no fuera compatible con el interés inicial, era normal que muchos tuvieran una vida conyugal feliz y fuertemente marcada por un afecto mutuo, no olvidemos que en la mayor parte de los casos se conocían y se habían tratado desde niños, por ser los pueblos pequeños, y compartían unos mismos hábitos y costumbres.
También había otros muchos caos que habiéndose elegido libremente y sin intereses económicos, el amor inicial, no garantizaba la felicidad conyugal, que era al fin y al cabo lo importante. Mediaban muchos factores en sus vidas y entre ellos como no, la pobreza.
La sabiduría popular es buena maestra y sus refranes no deban caer en saco roto. Aquello de “contigo pan y cebolla” bien podía ser cierto para muchos, pero a otros se le indigestaba la cebolla y la repetían tanto que decidían no seguir comiendo de este digestivo alimento con su pareja. Entonces se recordaba otro sabio refrán que decía: “Cuando el hambre entra por la puerta, el amor salta por la ventana.” o este oro que aún dice: “Donde no hay harina todo es mohína, y, a veces aunque haya harina no falta tampoco mohína”.

Cristina Rodríguez López.

Carolina Vidal Cabrera dijo...

Hasta bien entrado el siglo XX, España era una sociedad agraria, que se caracterizaba por ser en cada pueblo, una comunidad cerrada, incluso donde había otros pueblos en sus proximidades, no era sólo el punto de vista de la distancia geográfica la que separaba los pueblos.
Como ya se ha referido en un comentario anterior, era normal que en esos núcleos poblacionales tan cerrados primase la endogamia a la hora de elegir el novio o la novia por parte de los jóvenes de ambos sexos.
Los novios, por lo general eran del mismo pueblo y en los raros casos en que cada uno era de una localidad diferente, estas dos localidades debían encontrarse a una distancia que se pudiese recorrer a pie. Tenía un pueblo que ser muy pequeño, para que forzosamente alguno de los novios fuese habitualmente de otro pueblo, la cuestión era buscar fuera o quedarse para vestir santos.
La mayor parte de la gente prefería casarse con gente que conocía desde su juventud y con la que compartía cierta afinidad cultural, mucho más esto se daba en las mujeres, pues había la costumbre de que el nuevo matrimonio se instalara en el pueblo del marido, lo que necesariamente les haría separarse de su familia y sus amigos.
Cuando el novio era forastero, al día siguiente de celebrarse la boda en el pueblo de la novia, los dos se marchaban al pueblo de su marido.

Carolina Vidal Cabrera.

Federico Mesa Garcés dijo...

No dejaba de tener importancia lo de buscar el marido del pueblo, porque así se evitarían en el futuro la situación de que las tierras que heredase la mujer, si el pueblo era distante, presentase el problema añadido de sus dificultades para la labranza; tener parcelas en pueblos lejanos no era en absoluto rentable y el mercado local de las tierras en los pueblos era con frecuencia poco flexible. Era al fin y al cabo otra consideración económica que influía en buscar pareja prioritariamente dentro de su núcleo de población.
Por todo ello los noviazgos con forasteros no eran demasiado frecuentes, aunque la mayoría de las veces eran razones culturales las que predominaban. Había recelo ante todo lo externo, en parte por ser desconocido, al mismo tiempo era incontrolable por la familia y la comunidad. En muchos casos se decía que fuera daban gato por liebre, “muchos brillos aparentes y luego todos eran desorillados”. Ya lo reflejaba el sabio dicho de: “El que fuera va a casar, va engañado o va a engañar”. En otros muchos casos los mismos jóvenes del pueblo, ponían caras destempladas cuando algún forastero iba al pueblo a buscar novia, le quitaban parte de lo suyo, como hacían los viudos que se volvían a casar. Los mozos del pueblo no toleraban semejantes intrusos y se oponían a ello hasta a veces por la fuerza, al considerar amenazado su derecho natural sobre el fondo común de jóvenes casaderas, de las que estaban disponibles por edad en su pueblo. Incluso se defendía la defensa de los bienes de esa familia del pueblo, que en caso de tener marido de fuera, las muchas o pocas propiedades de la mujer pararían sin duda a manos del intruso forastero cuando este se convirtiera en su marido.
Esto explica que en muchos lugares el novio forastero debiera pedir permiso a los jóvenes del pueblo para poder visitar a su novia y aún para después casarse con ella, obteniendo sólo este permiso después de pagar la cantidad de dinero acostumbrada para el vino
En algún pueblo, cuando el novio era forastero, se buscaba la influencia de algún familiar en el pueblo, que visitaba para buscar novia, y en caso de carecer de él, se buscaba un valedor amigo en el pueblo ante la familia de la muchacha que buscaba para comprometerse.

Federico Mesa Garcés.

Alfonso Ruiz Gómez dijo...

Había muchas familias enteras que procuraban a toda costa irse ligando en el pueblo, unas con otras, con el fin de que sus capitales no desapareciesen, por mediación de los nuevos contrayentes, al mismo tiempo que también perdían la fuerza social o política que disfrutaban en el pueblo. Entre las clases altas la endogamia familiar respondía a intereses económicos, conservar los bienes dentro de la familia era un objetivo muy común; mientras que entre los jornaleros y proletarios la endogamia, se debía más bien a una mera escasez de jóvenes disponibles para el matrimonio, sobre todo cuando se trataba de pueblos aislados y de escaso vecindario. En estos pueblos de pocos vecinos resulta que casi todos eran parientes y, por tanto, era bastante frecuente que se casaran entre ellos. En pueblos medianos o grandes los enlaces entre parientes a penas se daban, en las clases populares; mientras eran más frecuentes entre las clases altas.

Alfonso Ruiz Gómez.

Pilar López Santos dijo...

Las ocasiones y los medios para que los jóvenes pudiesen entablar relaciones amorosas, eran escasas, por lo general hay que tener en cuenta, que los jóvenes que no eran de la misma familia apenas se relacionaban entre sí de manera cotidiana, y mucho menos con cierta y relativa privacidad. Las únicas ocasiones que se les presentaban eran las fiestas públicas del pueblo o las celebraciones religiosas, amen de la concurrencia a una misma boda, bautizo u otro acto social, en el que sólo se veían algunos vecinos y familiares.
Esos acontecimientos periódicos de los pueblos eran las que permitían a los jóvenes solteros de ambos sexos tener la oportunidad de tratarse con algo más de libertad, o al menos entrar en un mínimo contacto o dirigirse unas palabras. No hay que olvidar que en estos tiempos cada grupo social tenía sus propios ámbitos de sociabilidad.
Entre las clases altas los muchachos tenían la ocasión de conocerse en paseos, teatros, balnearios, fiestas, bailes, puestas de largo, o acompañar a su made a realizar visitas de cortesía al domicilio de alguna familia amiga o, en el caso de los chicos, siendo invitados a pasar las vacaciones a la casa de verano de la familia de un compañero de estudios, donde quizá podría encontrar y conocer a hermanas o primas de este, de modo que era posible establecer una relación personal mínima.

Pilar López Santos.

Enma Pérez Torres dijo...

Los padres de los jóvenes solían alentar las amistades que deseaban para sus hijos, dado que tenían lugar los encuentros en un espacio previa y cuidadosamente delimitado, y ejercían una estrecha vigilancia sobre las jóvenes, desde el momento en que se convertían en algo más.
Las clases populares también contaban con sus propios espacios de reunión. En los pueblos los jóvenes mozos y mozas acudían a bailes, funciones religiosas en las iglesias, ceremonias de boda, ferias, fiestas patronales, y sobre todo las romerías, celebradas generalmente en primavera y verano, con un tiempo que se brindaba a permanecer en la sierra o montaña mañanas o tardes enteras y a las que normalmente asistían jóvenes de otros pueblos de los alrededores, donde con seguridad encontrarían nuevas oportunidades de conocer otras niñas.
Las romerías eran el lugar ideal, los jóvenes estaban relajados del control y vigilancia familiar y de los del pueblo, y los jóvenes tenían la oportunidad de relacionarse más libremente, hablar y tratarse con cierta intimidad personal. Era tan así, que en muchos lugares estas romerías eran llamadas “romerías de los enamorados” o incluso “la feria de las novias”, este nombre no venía en balde, dado que en esas romerías se iniciaban muchas relaciones amorosas, que después podían continuar o no.

Enma Pérez Torres.

Jesús Ballesteros Prados dijo...

Los obreros y artesanos aprovechaban los días libres o las fiestas de su patrón u oficio, para divertirse y conocer muchachas y otros no trabajaban los lunes para ir “de parranda” a las afueras de las ciudades. Como los obreros tenían en sus fábricas también compañeras de trabajo, tanto en las fábricas como, en las faenas el campo, donde igualmente trabajaban hombres y mujeres juntos, se solían gestar relaciones amorosas entre los trabajadores.
En todas las clases sociales las estaciones de primavera y verano eran muy importantes para el establecimiento de relaciones amorosas entre los jóvenes. Las clases altas organizaban temporadas de bailes con un calendario fijo y preciso, tanto como lo que antes se ha referido del veraneo de estos jóvenes de esta clase social. De hecho, el nacimiento de nuevas relaciones era más frecuente en verano, si se pasaba una temporada en el campo.
No había pueblo, por pequeño que fuera, al que no acudieran veraneantes, o emigrantes retornados para las fiestas patronales, la mayoría venidos de tierras de emigración como Cataluña, Vascongadas o Madrid. Estas fiestas patronales eran también cuna de nuevas relaciones entre los jóvenes de esas familias.
Los jóvenes de las clases medias y altas se juntaban mucho más en los bailes, en los paseos por “el paseo” del pueblo, la carretera, la visita a una fuente. etc.
Entre todos los jóvenes las fiestas como los carnavales y los bailes eran muy propicios para el nacimiento de noviazgos.

Jesús Ballesteros Prados.

Enrique Sánchez Valenzuela dijo...

En toda la zona del Norte de España, los noviazgos eran muy numerosos terminadas las faenas de recolección del verano, porque entonces había más dinero y tiempo de dedicarse a las novias, después de un verano agotador por el duro trabajo de siega, barcina, trillado y aventado de las mieses. En este tiempo el trabajo era tan intenso que los varones no tenían disponibilidad para otra cosa que no fuera el trabajo y el descanso. En aquellos tiempos había muchos segadores que recorrían los pueblos, más o menos cercanos para realizar la siega fuera de sus pueblos y estas fueron ocasiones para que se establecieran noviazgos entre los forasteros y las chicas del pueblo.

Enrique Sánchez Valenzuela.

Fernando Fernández García dijo...

En invierno las tareas agrícolas se paralizaban y además eran frecuentes reuniones nocturnas, muchas veces de jóvenes y adultos, reunidos en torno al fuego de las chimeneas y la lumbre, donde se deshojaban las mazorcas de maíz, se cardaba la lana o se hilaba el lino. Estas reuniones en grupos como trabajo cooperativo femenino, era supervisado por mujeres mayores y amenizados por conversaciones y cantos de los mozos, que encontraban así una ocasión de conocer muchachas y pasar con vino un buen rato.
Las matanzas eran igualmente motivos de encuentro de mozos y mozas, también era muy común participar con fines altruistas en ayudar a alguien, que por una desgracia puntual, necesitaba ayuda del grupo de vecinos jóvenes, esto les permitía a los jóvenes charlar mientras se realizaban las tareas.

Fernando Fernández García.

María José Rojas Agudo dijo...

En nuestra Andalucía, en Levante y la Mancha, las relaciones se entablaban sobre todo en verano, no sólo porque en invierno están todos encerrados en sus casa por el frío y lo corto de los días, sino porque tanto en las épocas de siega y vendimia comparten los dos sexos las penalidades del campo, y disfrutan de las mismas alegrías, lo que generaba afinidad de sentimientos y mayor solidaridad entre ellos, con lo que se estrechaban las relaciones y nacían muchas nuevas. Las ferias de los pueblos de septiembre eran ocasiones muy buenas para los nuevos noviazgos.

María José Rojas Agudo.

María Antonia Izquierdo Moreno dijo...

En el acto de fijar la boda, era determinante en las clases trabajadoras del ámbito rural, hacerlo dependiendo de los ciclos agrícolas de terminación de las faenas del campo. Respecto al día de la boda, se rechazaba hacer la boda en martes, sería por eso lo de”en martes ni te cases ni te embarques” Casarse en mares se descartaba siempre por considerarse un día aciago. El día elegido con más frecuencia era el sábado, pues permitía tener dos días de fiesta y solamente obligaba a perder un día de trabajo, el mismo sábado. No creemos que el refrán de “sábado sabadete, camisa nueva y polvete” pueda tener ninguna relación con ello. El refrán debe de venir por ser el sábado el día víspera del domingo, con lo que el aseo era más esmerado y se hacía igualmente el cambio de ropa interior y de estar o de vestir según circunstancias.
Conviene recordar que de todas formas las bodas campesinas solían durar varios días cuando había posibles en la familia, por esta razón las bodas se celebraban también con frecuencia la víspera de las grandes festividades.

María Antonia Izquierdo Moreno.

Bernabé Luque Peregrina dijo...

Los jornaleros del campo y los artesanos más pobres, elegían los domingos y los días festivos para casarse, pues sólo podían tener un día de gasto y además era la única manera de que todos los familiares invitados pudieran ir a la iglesia. Estos solían celebrar sus bodas en otoño o invierno, el verano era la época del año o la temporada de más trabajo, así que una vez terminada la recolección de cereales o la vendimia, se casaban entre Septiembre, por San Miguel o cuando se habían recogido todos los frutos del campo a finales de septiembre o primeros de octubre, después se paraban los casamientos y s reanudaban entre febrero y marzo.
Los jornaleros preferían casarse en primavera, sobre todo si eran segadores, pues de esta manera podían faenar juntos marido y mujer y ganar para pasar el invierno, además de hacérseles más llevadero su rudo trabajo, pues muchos pasaban todo el verano segando fuera de sus casas en otros pueblos de la provincia, yendo en muchos casos de una provincia a otra a segar.

Bernabé Luque Peregrina.

Cari Ríos Quesada dijo...

En algunos pueblos, el novio desde el momento en que era aceptado como tal, daba a la novia una cantidad de dinero según su posición social, esta entrega que se hacía a la novia era considerada como una garantía de la formalidad del noviazgo, y sin mediar esta entrega la novia no hablaba al novio, pues consideraba que esas relaciones sólo eran para pasar el tiempo. Después de un primer regalo, el novio entregaba a su prometida, en todas las festividades una cierta cantidad, que después serviría para amueblar la casa, si el noviazgo llegaba a feliz término. En caso de ruptura del noviazgo, esa cantidad acumulada permanecía en manos de la novia, y era considerada una indemnización, al cortarse las relaciones.
Una vez se hacía oficial la relación los novios de todas las clases sociales se intercambiaban objetos y eran más valiosos o menos y con un significado preciso. Así, la muda que normalmente la novia tenía que regalar al novio para que la llevara el día de la boda, debía ser confeccionada por la misma novia, en caso contrario se manifestaba la falta de capacidad de la mujer que en adelante había de regir la nueva casa.
Una idea muy parecida subyacía en el hecho de que en muchas localidades, nada más iniciarse el noviazgo, la novia fuese la encargada inmediatamente de lavar los pañuelos al novio.
En los pueblos los jóvenes mozos también obsequiaban a sus novias o a la moza que pretendían conquistar llevando la ronda a su casa y dándoles una serenata nocturna:
Se cantaba:

“A la puerta de mi novia
mi compañero cantó;
a la puerta de la suya
es razón que cante yo”.

Esta era otra canción habitual:

“Aquí me manda cantar
un enamorado tuyo;
si no lo quieres creer,
un pie tengo sobre el suyo”

La siguiente es otra muestra:

“Asómate a esa ventana,
hermosísima diadema;
que aunque está la noche oscura,
tú de claridad la llenas”.

También los mozos tenían la costumbre de poner ramas de plantas con flores, arbustos o árboles y dulces en sus ventanas en la noche de San Juan, para adornarla. Con estas prácticas se quería dar a conocer a la gente del pueblo que los jóvenes mantenían una relación amorosa. Era una cuestión fundamental, el hecho de hacer saber que eran novios, pues esa relación les daba un estatus nuevo, a ellos como conjunto y también a cada uno de ellos, que todos los demás debían conocer para saber actuar en consecuencia, estatus que a ellos mismos, les obligaba a tener un comportamiento determinado, acorde con su nueva situación, como que el novio asistiera a bailes o espectáculos si ella no podía hacerlo y viceversa, ni que la novia hablase con persona que no fuese amigo del novio ausente. Todo eso no estaba bien visto.

Cari Ríos Quesada.

Lina Lafuente Nievas dijo...

Cuando se formalizaba un noviazgo, la novia exigía al novio que hablase con sus padres. Si el novio llevaba buena intención, se presentaba a los padres de la novia, manifestándoles sus intenciones y propósitos, haciéndoles una especie de petición o permiso para mantener relaciones con su hija. La nueva situación de la pareja era confirmada y reconocida de manera oficial cuando, habiendo pasado un tiempo largo de relaciones y habiéndose asegurado de antemano de que no iban a ser rechazados, los padres del novio iban a pedir la mano de la novia, formalizándose el noviazgo. Los padres del novio se presentaban en casa de los de la novia a pedir la mano de ésta para su hijo, el acto se celebraba con dulces y licores. Este acto tenía todo el ceremonial de un rito en algunos lugares.
Un ejemplo lo tenemos en Alicante, donde era obligado comenzar el acto de petición de mano con estas palabras: “Aquí no venimos a contar las vigas, ni a justipreciar la casa, sino a arreglar el matrimonio de mi hijo, con tu hija fulana, pues ellos se quieren”. A esto los padres de la novia como representantes, respondían: “pues si quieren casarse, que se casen”.

Lina Lafuente Nievas.

Miguel Aranda Moya dijo...

También se cantaban canciones de otro tono cuando los novios reñían o rompían la relación, o cuando la joven pretendida no accedía a los deseos del joven mozo para comenzar un noviazgo. En estos casos las canciones de amor se volvían sátiras despreciativas a la joven y sus letras eran hasta crueles en muchas ocasiones:

“¿De qué te sirve tener
esa cara tan hermosa,
si tiene tu corazón
espinas como la rosa”

Esta muestra el despecho del amado:

“Si te quise, te olvidé,
si te olvidé no me apena,
que para zorras corridas,
a manta hay en La Ventera.”

En estos casos por San Juan, la enramada de la ventana no se hacía con flores y dulces, sino de espinos y objeto grotescos y desagradables como huesos de animales muertos.

Miguel Aranda Moya.

Rosi Burgos Hidalgo dijo...

Pedro, me ha resultado muy curioso tu artículo sobre las cencerradas. Lo que más me ha gustado han sido las citas literarias en las que se recoge esta costumbre de los pueblos.
Un abrazo,Rosi.

Bartolomé Lechuga dijo...

Pedro, he leído tu artículo sobre las cencerradas, me ha gustado y me ha recordado bastante a algunas cencerradas que viví en mi pueblo, Cambíl. ¡Gracias!, y un abrazo. Bartolomé Lechuga.

Andrés Salvatierra Vílchez dijo...

En nuestra tierra, los padres de ambos habiéndose concertado la noche de pedida, después de saludarse y hablar un rato de cosas intrascendentes en un diálogo casi forzado, pronunciaban palabras parecidas, que también podían considerarse como un ritual. Decía el padre del novio: “Ya sabrán ustedes a lo que hemos venido, dicen los muchachos que se quieren y que quieren casarse…”. A lo que contestaba el padre de la novia: “Pues ahí esta ella…”. La pobre novia nerviosa, ruborizada y confusa decía con los ojos fijos en el suelo: “Si no lo quisiera, no habría hecho venir a sus padres,…
A continuación todos celebraban una pequeña fiesta previamente preparada, muchas veces tan preparada como esa fingida turbación de la muchacha que realizaba un papel teatral de primera mano.
Hasta poco antes de la petición de mano, algunas veces las entrevistas nocturnas de los novios tenían que hacerse en el portal, o en tiempos anteriores, a través de una reja en la calle, se llamaba “pelar la pava”. Escuche que antes se comunicaban los novios para hablar a través de la gatera o por debajo de la puerta. Los novios ponían fuera de la calle una tabla tendida en el suelo y en vertical a la puerta de la novia, la puerta estaba cerrada, y la novia desde dentro se comunicaba con el novio o a través de la gatera (ya sabéis ese hueco de pequeñas dimensiones que había en las casas para que los gatos entraran y salieran libremente a la calle). En el pueblo se decía como con tantas dificultades aparentes, salían novias embarazadas. ¡Imagínense ustedes, como se las arreglarían!

Andrés Salvatierra Vílchez.

Francisco Javier Hurtado Ayala dijo...

Llegado el día de la petición de mano, al novio se le permitía entrar en la casa como uno más y hablar así con la novia, poco a poco se iba acercando el trato familiar con los de la casa. Cuando el novio era forastero, en algunos pueblos, podía pernoctar en casa de la novia, ya se consideraba uno más de la familia. El acto de reconocimiento del vínculo de la petición era tan firme y trascendente para la nueva pareja, que apenas se distinguía del propiamente matrimonial a efectos jurídicos. Las familias de los novios pasaban a ser aliadas y esto se manifestaba de muchas maneras, tales como la invitación a la novia en las festividades celebradas en la casa de los padres del novio, invitaciones a bodas de los parientes, bautizos, matanzas etc. Era relativamente frecuente que uno y otro comiese en la casa de sus futuros suegros. Incluso en algunos casos los prometidos se ayudaban en los trabajos agrícolas.

Francisco Javier Hurtado Ayala.

José Andrés Hernández Marín dijo...

Las parejas de novios durante el noviazgo no disfrutaban en sus encuentros de intimidad, por lo que había poco conocimiento íntimo mutuo. Estaban siempre sometidos al estricto control de los padres y familiares de la novia; cuando al novio se le permitían entradas a la casa, sus visitas tenían que verificarse a una hora determinada y estar siempre presente algún pariente próximo a la novia. Al estar siempre presentes los padres, hermanas o hermanos, había una conversación general y se hablaba de todo, los novios poco podían expresarse de sus sentimientos y amoríos.
Esta intimidad era aún menor entre los novios de las clases más altas, no se les dejaba un momento solos, había que velar por la moralidad, y además carecían de los pocos o muchos momentos y oportunidades de encontrarse, al contrario de lo que ocurría en las clases populares, que en los trabajos compartidos se le presentaban siempre ocasiones para sus demostraciones amorosas a escondidas, aprovechando cualquier situación que se presentaba o que ellos buscaban de forma premeditada. El asunto se lo merecía.

José Andrés Hernández Marín.

Cosme Valverde Gámiz dijo...

A principios del siglo XX en algunas comarcas, las barreras que se ponían a la relación de los novios de las clases medias, eran casi insuperables, en realidad el control sobre los jóvenes se acentuaba más aún antes de que el noviazgo se reconociera socialmente. Hasta que el noviazgo y las relaciones se reconocían oficialmente los novios pasaban muchas fatigas; las jóvenes vivían en perpetua clausura doméstica, la familia hacía de policía, interceptando cartas, sonsacando a la hija, censurando sus lecturas, vetando sus compañías, acortando sus salidas fuera del hogar, metiéndoles por los ojos y oídos un candidato de su conveniencia, etc., etc.
Para entender ahora tan estrecha y sofocante vigilancia hay que tener en cuenta, que la tan valorada reputación de las muchachas solteras, tan importante para sus vidas y la de su familia, era extremadamente frágil podía caer por el suelo al menor de los actos considerados socialmente como reprobables.
Llegaba a ser en algunos lugares un gran obstáculo para casarse, el que se considerase muy noviera o algo liberal en sus pensamientos, de forma que en boca de los maledicientes vecinos cualquier acto se convertía en fuente de calumnias mayores, que perjudicaban en extremo a la joven.
El colmo era si era sorprendida a solas con su novio en un lugar apartado.

Cosme Valverde Gámiz.

Gracita Lozano Vargas dijo...

En uno de los relatos de Wenceslao Fernández Flores, escrito en 1928, el autor se hace eco de una pareja que se amaba pese a la oposición del padre de la chica, porque el novio era un estudiante pobre. La pareja se había citado en el Retiro en vísperas de que el muchacho se ausentase de Madrid para hacer el servicio militar. Cuando se dieron el beso de despedida, el primero de su vida, fueron sorprendidos por un guarda que les recriminó la conducta y los entregó a la policía. Se decía en este tiempo que cuando una pareja salía de un parque público escoltada por un guarda, no se necesitaba preguntar cuál había sido su culpa.
En el trayecto hasta la Comisaría, los dos jóvenes soportaron la curiosidad maliciosa de los transeúntes y las pullas intencionadas que cruelmente les dirigían: ¡Mirad la mosquita muerta! ¡Parecía tan inocente y mira lo que sabe! Gruñían las señoras: ¡Hay que ver lo pervertidas que están las muchachas hoy! Los más desvergonzados incluso exponían en alta voz lo que ellos harían de encontrarse a solas con la joven, la sociedad tan puritana para ellas permitía tales propuestas sin rubor ni castigo para ellos.
Después de haber pasado la muchacha varias horas sufriendo el escarnio público y los comentarios más procaces, cuando la muchacha fue llevada a su casa por su familia, se encerró y se mató. No pudo soportar el peso de toda aquella vergüenza, que por la falsa moral de la época había sufrido.

Gracita Lozano Vargas.

María José Avilés Bueno dijo...

La postura que adoptaba la familia ante la intimidad de los novios era muy variada de unas zonas a otras. La actitud de la familia, por ejemplo en las Alpujarras, era bastante comprensiva con los jóvenes. Según refiere el Doctor Olóriz, costumbrista muy acreditado, se organizaba una estrategia bastante bien diseñada para que los jóvenes intimaran, al mismo tiempo que se mantenía a salvo el honor de la muchacha. Las mismas madres de las jóvenes consideraban como poco amor, el que el novio sentía por su hija si este no acompañaba su amor y trato cariñoso de solicitaciones carnales y pequeñas libertades de manos. Y para que el novio pudiera desempeñar su papel de ardoroso enamorado, la madre optaba por dormirse. Así durmiéndose o haciéndose la dormida, daba ocasión al muchacho de intentar mostrar su pasión a la muchacha. De esta forma la madre, con su presencia física ante los novios, salva socialmente el honor de la familia y la honra de su hija, y permite en su dormición que los jóvenes se den algunos achuchones y caricias.

María José Avilés Bueno.

Carlos García Rodríguez dijo...

Como en la viña del señor, había de todo, se refería que en otros pueblos los jóvenes gozaban de bastante libertad. Los jóvenes iban solos al baile y después de este se iban al campo. Recordemos lo aficionados que eran los grupos de novios a dar sus paseos por las eras del pueblo, donde se permitían encendidas licencias.
Otros jóvenes iban a visitar a sus novias a altas horas de la noche y los padres, mira que bien, se iban a dormir y los dejaban solos.
Un amigo de Villablino en León me contaba que a la salida del baile, el novio acompañaba a la novia a casa, y ambos iban envueltos de pies a cabeza de una manta… sería para no enfriarse…

Carlos García Rodríguez.

Marcial Velasco García dijo...

En esta sociedad tan puritana, se producían, como no, abortos cuando había habido relación sexual a escondidas y la joven había quedado embarazada. Cuando estos delitos eran descubiertos ambos eran duramente castigados, eso si, si la mujer que abortaba o mataba a su hijo recién nacido lo hacía “para ocultar su deshonra”, se reducía su pena, incluso esa reducción de pena también se aplicaba si los infanticidas eran los abuelos maternos, y lo hacían con la misma intención de proteger la honra de la familia. Así lo recogía el artículo 424 del Código Penal de 1870 y el artículo 524 del Código Penal de 1928. La sociedad de finales del siglo XIX, al igual que la de tres siglos antes, seguía considerando que el honor estaba por encima de cualquier otra consideración, aunque fuese el homicidio de un nieto recién nacido.

Marcial Velasco García.

Laura Cobo Montoro dijo...

En las clases altas, tanto de las grandes poblaciones como de los pueblos, la virginidad de la joven, el honor de las muchachas y la pérdida de la virginidad rayaba en los más altos escrúpulos de las personas; si por excepción acontecía la referida pérdida y se hacía pública, constituía una falta social gravísima, una mancha poco menos que imborrable para la familia, que conllevaría grandísimas dificultades para el posible matrimonio de la joven, hasta tal punto que el matrimonio no se conseguía ni descendiendo algún peldaño de la escala social y patrimonial de la familia de la joven.
Para evitar todo ello, cuando había algún desliz, éste era convenientemente tapado por la familia y resuelto con un aborto en clínicas especiales, con la escusa oficial de haber pasado varios meses en el campo, reponiéndose de una enfermedad o visitando a un pariente lejano en otras regiones de España. Lo cierto es, que esto de los embarazos, eran más raros o excepcionales, en las clases acomodadas porque eran más difíciles de reparar. De ahí que a la moza adinerada se mantuviera muy vigilada. Para evitarlos se recurría a la presencia constante de las carabinas, siempre vigilantes.

Laura Cobo Montoro.

María Antonia Gálvez Galindo dijo...

Ramón J. Sender, en su “Crónica del Alba” (1988), describe con detalle el encuentro de los jóvenes novios de la clase media española. En realidad esta obra es una autobiografía novelada de la infancia y juventud el escritor.
Para él, así trascurrían los encuentros de un adolescente de clase media con su novia a finales de los años diez del siglo pasado: “Doña Julia, la madre de la chica, tardaba discretamente en aparecer, quizá para dar tiempo a nuestras efusiones, y abracé a Valentina y la besé en los labios suave y dulcemente (…) Al oír los pasos de doña Julia me separé, muy pálido. Valentina estaba, en cambio, roja como una manzanita. Doña Julia, a pesar de su ánimo cordial y tutelar, no pudo evitar sin embargo una sombra de inquietud”

María Antonia Gálvez Galindo.

Pablo Domínguez Perales dijo...

Se había interiorizado una moral que imponía un amor sin sexo, tanto por parte de las mujeres como de los propios hombres, estos al menos con su novia. Otra cosa era cuando “se echaba el ganso a espigar”. A las mujeres se les mantenía alejadas de todo lo referente al sexo, era un tema escabroso, llegando a extremos tan ridículos y en otras ocasiones tan dramáticos, tal como hemos oído comentar en el caso de algunas noches de bodas, que resultaron casi traumáticas para muchas damas, tan ajenas a lo que se libraba en la cama esa noche.
Los hombres, al menos en lo que a las mujeres destinadas a ser las madres de sus hijos, no variaban demasiado, se llegó a dar el caso que algún joven abandonó a su novia, cuando esta cedió a sus propios requerimientos sexuales, no sabemos si por una moral rígida o por recelo.
Wenceslao Fernández Flores registra en su “Relato Inmoral”, la siguiente conversación de un novio: “Me ha hecho usted conocer un inmenso dolor: el de la pérdida de la fe que en usted tenía. De mi amor, me he curado ahora mismo. De mi desencanto, no creo poder curarme jamás. Adiós. (…)El mismo joven se aviene aún a declarar. No hará de una mujer liviana su esposa. La que lleve su nombre, la que nutra en sus entrañas los hijos que él tenga la bondad de inyectarle, ha de ser tan fuertemente casta como las vírgenes de la Escritura, sin un resquicio para la tentación ni un desmayo de la pureza…No fue un seductor. Hizo apenas un experimento necesario. Era preciso saber con una prueba decisiva… Y supo.
Un pobre esclavo de sus convicciones más obtusas, que hoy consideraríamos que es de esos que se la cogen con papel de fumar.

Pablo Domínguez Perales.

Marcos Fuentes García dijo...

La ceremonia de la boda era la culminación de todo noviazgo, se celebraba en presencia de la familia directa, parientes más lejanos y amigos. La boda era festejada con alegría y abundante gasto, mayor o menor según posibilidades económicas de los novios y las familias, y bendecida por todos, era un gran día en principio.
Pero en otras ocasiones las relaciones no seguían este desarrollo lógico y la manera de celebrarlo era otra.
No me refiero a una ruptura del noviazgo, ni a un embarazo prenupcial, sino “al rapto de la novia”, o si la muchacha era consentidora de ello a la llamada “fuga” de la novia.
Un buen ejemplo del rapto es el que dio lugar al llamado “Crimen de Nijar”, en Almería, ocurrido en 1928 y que en su momento inspiró a Federico García Lorca su celebérrima “Bodas de sangre”.
Muchos en los pueblos consideraron el rapto como una estrategia matrimonial, pues lo normal era que los novios decidieran fugarse de mutuo acuerdo, para superar la oposición de los padres de la novia a aceptar la unión de su hija al novio, esta oposición paterna solía estar motivada porque el pretendiente era social y económicamente inferior a la clase social de ellos. En este caso las fugas rompían la separación jerárquica y patrimonial que había entre las distintas familias, introduciendo un elemento inesperado en el juego de dotes y herencias diseñado por las familias.
En otras ocasiones el rapto era, por el contrario, una estrategia matrimonial familiar: los padres de la novia acababan forzando el rapto por parte del novio, al retrasar su consentimiento para la celebración del matrimonio o al menos lo permitían cuando estos se encontraban sin recursos pecuniarios para poder hacer frente a los gastos de la boda, la razón era que el rapto presuponía que la unión tenía lugar a despecho de los padres, así quedaban eximidos de los regalos y los gastos del convite que como progenitores debían dar.

Marcos Fuentes García.

José Luis Navarrete Castellanos dijo...

La práctica el rapto de la novia era frecuente en muchos pueblos. Hacemos una mención especial al pueblo jiennense de Villargordo. En este pueblo parece ser que el novio raptor tenía que correr con todos los gastos de la boda. Un buen negocio para los padres de la raptada y malo para los padres del raptor.
También era una costumbre establecida, que el joven raptor fuese acompañado por parientes o amigos, que en cierto sentido actuaban como garantes de sus intenciones matrimoniales, a la vez que ayudaban a que la novia fuese raptada sin daño.
En Córdoba se celebra con rapto la boda de los gitanos canasteros, entre los cuales se celebraba la boda como entre los demás cristianos, pero a ella precedía el rapto. El día convenido, iban a la casa de la novia los que habían de ser los padrinos; ella que estaba preparada, salía y se iba con ellos. Esto se hacía de noche, e iban dando vueltas de taberna en taberna hasta llegar a la casa de los padrinos en la que quedaba la novia depositada.
Los padres de la novia y su familia, sabiendo el camino de los raptores, salían al encuentro dando gritos pero por el camino opuesto al que tomaron los raptores, e iban igualmente recorriendo otras cuantas tabernas, volviendo a su casa tras un recorrido amplio y alegre, sin haber podido encontrar a su hija raptada. Toda una trama teatral.
El novio con los amigos se pasa el resto de la noche del rapto bebiendo vino. La novia había quedado en la casa de los padrinos. Unos ocho días después se celebra la ceremonia religiosa de la nueva pareja.

José Luis Navarrete Castellanos.

Cecilia García Salmerón dijo...

El rapto o fuga era un comportamiento muy extendido en el sudeste de España, era habitual llevarse a la novia y tenía el carácter de un matrimonio legal, era una relación contractual idéntica a la del matrimonio, el novio raptor tenía que cumplir y pagar según establecía la norma de las costumbres. El novio raptor tenía que cumplir con la novia en todos los sentidos como si entre ellos se hubiese celebrado el sacramento del matrimonio. El que se la llevaba debía asumir no el compromiso de casarse con ella oficialmente, o al menos como una prioridad, sino que tenía que actuar ya como esposo. Se trataba de un casamiento de hecho, no por Derecho, pues el Código Civil anulaba el matrimonio por rapto en el artículo 101.3º. Aunque legalmente el rapto no generara la unión conyugal, a los padres de la novia no les que daba otro remedio que admitirlo, dada la importancia del concepto del honor en la sociedad española de este tiempo. Cuando se sospechaba que una mujer había tenido relaciones sexuales con un hombre perdía su valor en las demandas de los demás jóvenes, ya había sido poseída por otro hombre y les resultaba bastante difícil casarse. En esto basaba el captor su fuerza, en el hecho de que se convertía en indispensable, ya que solamente él podía casarse con la muchacha raptada, sin deshonrarla ni deshonrarse a sí mismo. En el caso de que el raptor no siguiera la estrategia de rapto con vistas a ser aceptado como yerno y abandonara a la muchacha, la familia completa quedaba deshonrada. Para prevenir esta situación o la posibilidad de que en alguna ocasión el rapto se hiciese por la fuerza, contra la voluntad de ella y sin perseguir el raptor otro objeto que la violación de la joven, el rapto aparecía tipificado de 1870 como un delito en el Código Penal, en su artículo 461.

Cecilia García Salmerón.

Juan Ignacio Carrasco dijo...

En algunos lugares el rapto o su simulación formaban parte de la ceremonia nupcial, lo que puede explicarse como una pervivencia de costumbres de épocas pasadas, pero también como un ritual en sí mismo, que simbolizaba los cambios más o menos radicales que producía el matrimonio en la mujer, que se veía de pronto arrancada y transportada a otro tipo de vida que la que tuvo hasta el momento.
En algunos pueblos había la costumbre de que los mozos de ambos sexos, aprovechando un descuido del novio o de la novia los llevaban a una taberna, donde ella convidaba a sus antiguas compañeras o amigas a dulces y el mozo convidaba a sus amigos a vino.
En algunas poblaciones de León tenían variantes del rapto, era que momentos después de salir los nuevos cónyuges de la iglesia, acompañados por el cura y los padrinos, uno de los mozos más arrogantes del pueblo se aproxima a la novia, le rodea con el brazo la cintura, y simulando una especie de retención justificada, la levantaba del suelo, y dándole una vuelta, la separaba de su marido a una distancia pequeña. Desde allí el joven dicen voz alta: ¿Quién la fía? Entonces el padrino con una voz y serenidad imperturbable, contestaba: ¡Yo la fío!. Mediante tal fianza restituía la novia a su reciente marido, y el padrino quedaba obligado a pagar a los mozos, los derechos tradicionales, que consistían en dinero o vino para celebrar una fiesta.

Juan Ignacio Carrasco.

Ricardo Lara Aguilar dijo...

En algún pueblo de Cataluña la novia llevaba un cortejo de criados y guardias de honor, para defenderla de las numerosas tentativas de rapto, de las que podía ser objeto a lo largo del día de su boda, por parte de los distintos invitados que acudían a la boda.
En Zamora era la madrina la que tenía que evitar, que la novia fuese raptada por el novio, es decir, que después de banquete nupcial los recién casados se fuesen juntos y a escondidas celebrasen la noche de bodas en la intimidad, cuando esto ocurría, me imagino que la madrina sería consentidora, la madrina era penalizada por los mozos del pueblo, que salían a buscar a la pareja y no cesaban de buscarla hasta dar con ella. Lo que entonces ocurría era que se organizaba una fiesta entre los jóvenes con abundantes licores, dulces y golosinas; pero hay quien dice que en un pasado remoto la búsqueda terminaba en un autentico enfrentamiento entre los mozos y el novio, disputándose quizá a la muchacha y ávido de poseer lo suyo.

Ricardo Lara Aguilar.

Rubén Del Amo Sánchez dijo...

Buen repaso se están dando en estos comentarios a las costumbres de tiempos pasados. El matrimonio, como el nacimiento, la pubertad y la muerte, eran…, son…, y serán momentos fundamentales en la vida y existencia de un individuo, es normal entonces que estos acontecimientos personales se celebren con bautizo, primera comunión, boda y entierro. Si nos damos cuenta cada una de estas celebraciones son el recuerdo de “los ritos de paso” celebrados antropológicamente por todas las culturas del mundo. Era una forma de marcar el paso a una nueva etapa en la vida de ese individuo.
La celebración colectiva de cada uno de estos actos, viene a mostrar que tanto el nacimiento, la pubertad, el matrimonio y la muerte son momentos fundamentales, no sólo en la vida de un individuo en concreto, sino que son momentos fundamentales del grupo social que los rodea. En individuo que nace, alcanza la madurez, se casa o muere, no es el único involucrado en estos cambios trascendentales. Hay también otras personas que se ven afectadas por estos actos. Los padres del recién nacido se encuentran con el deseado heredero o con una boca más que alimentar en la numerosa familia de entonces, incluso sin poder hacerlo; la niña que jugaba con su hermana ahora adolescente pierde una compañera de juegos al ingresar esta última en el mundo de los adultos; la mujer que queda viuda puede verse en la más absoluta miseria y desamparo o liberarse al fin de un violencia doméstica. La antropología es así de interesante, muestra las realidades del hombre en el tiempo. La antropología se nos presenta como fundamental en el estudio de las sociedades, como la ciencia social básica donde convergen diversos conocimientos que facilitan la comprensión del hombre aquí y ahora.

Rubén Del Amo Sánchez.

Berta García Arriaza dijo...

Las celebraciones de las bodas tenían un amplio ritual popular, bastante variado de unos lugares a otros. Había pueblos donde los novios iban a la iglesia, separados y acompañados de los solteros de su mismo sexo, mientras que de regreso del templo, ya casados también, iban separados y acompañados ahora de casados. Se formaban grupos o cuadrillas de jóvenes de ambos sexos y cada uno de los géneros por su lado celebraban el enlace matrimonial con cantares, bromas, bebiendo vino, comiendo dulces…etc. La comitiva de la boda estaba formada por los padrinos y por los llamados mozos del novio por un lado, y por las mozas de la novia por el otro. Eran amigos íntimos y solteros de él y de ella, que estaban encargados de acompañar el día entero a los novios y de ayudarles en todo lo que pudieran relacionado con la celebración de la boda.
En otras localidades era costumbre que a los novios los siguiera prácticamente todo el pueblo, y junto a los invitados oficiales, iban a un lado y a otro, los niños del pueblo, y casi todas las mujeres del pueblo, que aunque no habían sido invitadas acudían a la boda, siguiendo en parte el refrán que decía que “a la misa y al baile todos están invitados”.
Los novios o los padrinos solían echar al aire dulces, peladillas y monedas, o repartir pan y vino, con lo que prácticamente todo el pueblo se hacía partícipe de la fiesta. Como había esta costumbre en muchos pueblos de hacer estos usos de donaciones de roscas de pan y vino, se decía el refrán de “Este pan y este vino hacen al nuevo vecino”.

Berta García Arriaza.

Josefina Delgado García dijo...

Se celebraba el desposorio en el interior del templo en las ciudades y poblaciones importantes, pero en los pueblos pequeños se celebraba en la entrada del mismo, quizá como pervivencia de ritos religiosos tradicionales. Tras la ceremonia era costumbre en muchos lugares la de uncir a los novios con un pañuelo o cinta, costumbre que se fue perdiendo a partir de comienzos del siglo XX. El uncir a los novios simbolizaba el emparejamiento de los recién casados en todo lo que hicieran y para siempre, deseos que el tiempo pondría en cuarentena. A. Limón lo pone así de manifiesto en su obra” Costumbres populares andaluzas…, Pág. 188 referido a la población de Marmolejo.
También solía celebrarse, en ese mismo día o al día siguiente, una misa por los parientes difuntos, a los que se tenía siempre presentes, y mucho más en estos momentos claves para toda la vida de la familia. En realidad, con la muerte más prematura de los mayores, era normal que faltase alguno en la boda por fallecimiento. Hoy todavía se suele pedir por ellos en las bodas, cuando falleció el padre o la madre de los contrayentes.
Cuando se volvía del templo los vecinos lanzaban al aire trigo, confites o flores al paso de la comitiva nupcial, de esta forma se celebraba comunalmente el acontecimiento de la familia, y los vecinos iban manifestando deseos de que los novios disfrutasen de la abundancia de bienes y nunca les faltase el pan.
Las felicitaciones y buenos augurios de armonía y salud también se expresaban en público a viva voz, eran las llamadas frases de rúbrica, muy propias y obligadas por los conocidos para la ocasión. Era normal oír: “Que sea para bien”, “Que seáis muy felices”, “Que sea para servir a Dios”, “Que se disfruten muchos años”, entre otras.

Josefina Delgado García.

Silvia Carretero dijo...

En Salamanca las llamadas frases de rúbrica tenían mucha más originalidad y un sentido nada figurado, se le decía al novio: “Salud pa gozarla”; en los bautizos en cambio se felicitaba a los padres y padrinos diciéndoles: “Salud pa hacer tan buenas obras como esta”. Los amigos del novio se divertían diciéndoles frases relacionadas con los placeres carnales, y no estaba mal visto, se consideraba que era una muestra de la contención guardada en el tiempo de noviazgo.
En Huesca, en las tierras empobrecidas, los pobres solían decir: “Sea para muchos años, con mucha salud y pocos hijos”. Normalmente no era así en otros lugares, se buscaban descendientes desde el primer día, y los jóvenes privados y fogosos daban buenas muestras de ello en las próximas menstruaciones de la esposa. Se decía: ”A ver si pronto nos presentáis un bonito hijo”.
Sobre cada matrimonio se acostumbraba a dar presagios, no faltaba un espíritu observador que pusiese la guinda al pastel, por alguna circunstancia del tiempo meteorológico o sobre la mayor o menor felicidad de los recién casados: Si llovía el día de la ceremonia, era que la novia tenía que llorar y se medía el lloro con la abundancia de lo llovido, si diluviaba lloraría mucho; si sólo lloviznaba la nueva esposa lloraría poco. Otros consideraban la presencia de la lluvia como augurio de riqueza por la abundancia de los frutos.
Cuando el día era soleado, se consideraba por los mismos “partidarios del parte del tiempo” de que la novia así sería muy dichosa.

Silvia Carretero.

Aurelio Linares Ramírez dijo...

Por buscarle razones a lo poco razonable, se estaba pendiente en la ceremonia de si alguna vela se apagaba, si la que se apagaba era del lado de la novia, se auguraba un viudo más o menos próximo y viceversa se era en el lado del novio.
Cualquier pequeño incidente tenía su augurio, se tenía muy en cuenta si la novia había tropezado en alguna piedra del empedrado de la calle, o si se le había caído algún anillo o arra en la ceremonia, se suponía que así el matrimonio sería desgraciado.
Los parabienes eran comunes en toda la concurrencia a la boda, pero los novios eran objeto de todo tipo de sugerencias en unos cantares que trataban de adoctrinarlos para su nuevo estado, muchos insistían en el lado más amargo, quizá eran labios de alguna despechada la que cantaba al novio:

“Tenle sujeto al pesebre,
no le sueltes ni un momento
que son los hombres más falsos
que un borriquillo negro.”

Otros cantaban a la novia:

“¡Quiera Dios que nunca digas:
por qué no quedé soltera!”

O esta otra canción:

“Te casaste, te enterraste
bien te lo decía yo;
que el que se casa se entierra
como me he enterrado yo”.

Se cantaba:

“Llora niña desposada,
que tu mocedad se acaba”.

Otros en tono más jocoso cantaban:

“Se piensan los que se casan
que dura el pan de la boda;
No hace un mes que me casé
y ando comiendo algarrobas”.

Algunos advertían:
“Cásate, mozo el domingo;
y el lunes tendrás mujer;
y el martes pregonaras:
¿Quién la pudiera vender?

Esta le anticipaba los dolores de la vida:

“Dices que no tienes cruz
para rezar el rosario;
cásate, mi pobre niña,
y tendrás cruz y calvario”.

Aurelio Linares Ramírez.

Ángela Bustos dijo...

No faltaban los buenos deseos para el nuevo matrimonio, también se cantaban estas otras con un deseo y estética más clara:

“A la gala de la buena moza,
a la gala del galán que la goza
a la gala de la moza bella
a la gala del galán que la lleva”.

Se quería congratular a los progenitores con cantos como:

“De la buena parra
sale el buen racimo;
de buena familia
llevas el marido”.

Este otro era referido a los de la novia:

“De la buena parra
sale el moscatel;
de buena familia
llevas la mujer”.

Estas canciones desean la concordia entre la pareja, dicen así:

“A la señora novia
por Dios le pido
que no tenga cuestiones
con su marido”.

“Entre los dos que bailan
caiga una nube
de confites y almendras;
cosa que dure”.

Ángela Bustos.

Juan Pérez Escolano dijo...

Era en Sevilla muy frecuente oír entre las clases populares la siguiente canción:

“A la señora novia
sacadla a bailar
para que se despida
de su mocedad”.

A este cante el recién casado solía sacar a la agraciada esposa a bailar, ante la feliz advertencia del cantaor.
Era normal que durante el baile se empezase a bromear con los novios y a celebrar con chistes anticipadores, un poco libres, sobre lo que debían de hacer. Algunos chistes estaban algo subidos de tono por el morbo que contenían.
Recuerdo a un amigo que decía que el siempre que iba a una boda, por la noche, también celebraba su “noche de bodas”.
En la noche de bodas, la pareja era objeto de todo tipo de burlas: darles cencerrada, echarles sal en la cama o colgar bajo la cama cencerros que sonaban al menor movimiento en la cama de la pareja. En otros lugares se les exigía dinero antes e dejarlos ir a acostarse, porque sobre todo lo que intentaban los amigos jóvenes era conseguir por todos los medios, que no pasaran juntos esa noche.
Con el fin de facilitarles esa primera noche de casados, en muchos pueblos era costumbre que tuviesen una cama preparada como alternativa, en casa de alguno de los invitados y si era en alguna finca o cortijo, en un lugar insospechado y escondido de la casa.
Un saludo afectuoso.
Juan Pérez Escolano.

Susana Díaz dijo...

Los padrinos protegían con frecuencia la escapada de los novios, que aprovechaban un momento de distracción de los amigos para huir de sus bromas, algunas pesadas de verdad. Cuando los jóvenes amigos se veían burlados buscaban el posible escondite de los novios, y si daban con ellos comenzaban de nuevo con las bromas pesadas, de las que procuraban defenderlos los familiares más próximos e invitados. Para finiquitar la situación los jóvenes imponían multas a los novios, que pretendían fuesen como un tributo que tenían que hacer para dejarlos descansar. De nuevo se regaba con aguardiente y dulces a unos y otras. Otras veces el tributo, no sólo se pedía a los novios, sino a la madrina, ésta por no haber estado vigilante con ellos, e incluso al invitado en cuya casa se había escondido la pareja.
A pesar de tantas bromas pesadas era un día de alegría para todos, y todo esto se celebraba con gozo, armonía y satisfacción de unos y otros, sin que nadie se ofendiera por las molestias que sufrían, siendo esto para los mismos novios en adelante un recuerdo que manifestaba el buen humor y bullicio de su boda. Todos se mostraban contentos, los convidados ensalzaban las pesquisas y la habilidad de los pasos seguidos para llegar al hallazgo de los novios, exagerando los medios empleados para conseguirlo, como si se disputaran el papel de protagonista en la búsqueda.

Susana Díaz.

Alejandro Barrionuevo dijo...

Como ya se ha dicho, algunas de las bromas eran realmente pesadas y otras no estaban ajenas a un simbolismo relacionado con la noche de bodas. En la mañana del día siguiente a la noche de bodas, uno descubría la pantorrilla de la novia y algo más arriba si la sorprendían, y hacían como que la sangran con un cuerno, a esto se le llamaba “la sangría”. La sangría, como todos podemos suponer, representaba el sangrado vaginal que sufría la novia virgen en la noche de bodas, producto de la penetración por el marido.
Otra broma pesada era la de unir o uncir a los novios con un yugo de un arado, con amplio aparataje de cencerros y coyundas y, ayudados por los que dirigían la pesada broma para que no se dañasen, se les hacía marcar un surco con un arado bien en el ejido más próximo o en la plaza pública. Esto del yugo significaba la unión indisoluble de la pareja en el trabajo y los sufrimientos que les deparaba la vida.
Otras bromas, extendidas por toda España, son más explicativas y referentes de los múltiples actos sexuales mantenidos por la pareja a lo largo de toda la noche, se preguntaba el número de polvos, si se habían repetido sin bajarse, u otras supuestas heroicidades del héroe de la noche, cuya faena se quería conocer, era una cierta empatía de los amigos para dar salida a lo que ellos deseaban y no habían podido realizar.
También se hacían observaciones referidas al aspecto demacrado que tenían los novios, o que tenían cara de haber dormido poco o si deseaban un vigorizante como un caldo de gallina nada más acostarse en el lecho nupcial o ofrecerles un chocolate reparador al levantarse. En realidad todos los ofrecimientos eran alusivos al desgaste físico que había implicado tan repetido acto sexual a lo largo de toda la noche.

Alejandro Barrionuevo.

Benjamin Herranz dijo...

En los cortijos y en general en el campo, las fiestas de la boda se prolongaban tradicionalmente durante dos, tres o cuatro días, eran las llamadas anteboda, boda, postboda o tornaboda y bodilla. Leí que en Fuentes de Bejar en Salamanca y en los pueblos vecinos las bodas eran siempre en domingo, el jueves anterior ya empezaba la boda, solían durar varios días, dependiendo de la voracidad de los invitados, duraban hasta que se consumía la vaca o cabras y el vino comprados para la ocasión.
Esto de la vaca, me trae el recuerdo de la madre de Juan Lanzas, el jiennense imputado de “los eres”, del que decía su madre, que su hijo tenía bajo el colchón dinero “pa asá una vaca”, esto quizá sea una reminiscencia de lo que ella escuchaba en su juventud sobre las bodas de los serreños de la provincia de Jaén.

Benjamin Herranz.

Esperanza Onieva Peláez dijo...

En las bodas de entonces la diversión continuaba durante tres días consecutivos, en los cuales había una diversión del mismo tono que el día de la boda. Lo habitual era que durasen dos días, el de la boda y el de la llamada tornaboda. La tornaboda podía celebrase el día después de la boda o el domingo siguiente y era en todos los aspectos una fiesta igual a la de la boda, pues incluía la comida y el baile, y solían ir los mismos invitados que a la boda.
Las bodas tenían así un cierto carácter de fiesta en todo el pueblo. En algunos pueblos eran los invitados los que corrían con los gastos de la tornaboda.
A comienzos del siglo XX, la tornaboda comenzó a entrar en declive y en algunos sitios la fiesta había desaparecido ya por este tiempo. En la mayoría de los casos en que se suprimió la tornaboda se había transformado en una celebración restringida a la familia más intima, limitándose a una comida del nuevo matrimonio con sus padres y los padrinos. Otras veces las comidas con los familiares y amigos más próximos se celebraban en la semana posterior a la boda; además de para reconocer como tal a la nueva pareja, estas comidas familiares servían también para ahorrarles gasto y trabajo a los nuevos esposos en los primeros días de matrimonio.
Saludos.
Esperanza Onieva Peláez.

Lucas Casares Garrido dijo...

En otros pueblos la fiesta de la tornaboda se celebraba cuando el novio era forastero y se llevaba a la novia a su casa, de este modo se celebraba la boda el primer día en el pueblo de la novia, y la tornaboda se hacía al día siguiente en el pueblo del novio.
En otras localidades las fiestas de la boda sólo duraban un día, pues comenzaba a extenderse la costumbre, que hoy es la nuestra, de hacer el “viaje de novios” pasando ya la primera noche o la segunda según distancias y medios de transporte en algún hostal u hotel de Sevilla o Córdoba.
En los sitios más apartados y depauperados, los recién casados no disfrutaban de luna de miel, ni se iban de viaje a ningún sitio. Los primeros días se quedaban con la familia, y la primera salida que hacían juntos era a la casa de los padres de él, en muchos casos para muchas casadas, sería la primera vez que la joven esposa pasaba los umbrales de la casa de sus suegros. Antes no era normal que una novia, si no residía en la misma localidad que el novio visitara la casa de él antes de la boda.
No quiero dejar de hacer mención a que en los lugares más serranos del municipio de Santiago-Pontones, se añadía en la tornaboda al menú del desayuno gran cantidad de garbanzos tostados. Las familias más pudientes y con muchos invitados a sus bodas tostaban hasta una fanega de garbanzos, mucho más de los que se podían comer y, cuando ya estaban saciados, acostumbraban los jóvenes a tirarse garbanzos unos a otros, hasta terminar con los trajes y vestidos salpicados de circulillos cenicientos, porque con ceniza tostaban los garbanzos, y a las mocitas con pelo rizado les quedaba la cabeza adornada con garbanzos entre sus rizos.
Pasado el mediodía de la tornaboda, se consumía la última comida y, tras despedirse unos de otros, como se dice en Jaén: "cada mochuelo a su olivo".
Un saludo agradecido.
Lucas Casares Garrido.

Manuel Castillo Espinosa dijo...

En los años en que yo fui mozo, cuando una pareja de jóvenes formalizaba sus relaciones amorosas, manifestando la muchacha la aceptación al propósito del joven pretendiente, no comenzaban una relación que desde el principio pudiese facilitar el conocimiento mutuo como personas. Después de la declaración y posterior aceptación de ella en unos días, los jóvenes estaban deseando verse; pero esto lo lograban el cabo de los días y semanas o meses, una vez que el padre de la novia había aceptado la relación y concedía al muchacho el deseo de tratar a la joven con el propósito de casarse en su día. En principio después de declarársele el mozo, los jóvenes se veían como a escondidas. No existía la costumbre de salir de paseo en el pueblo, ni sitio apropiado para verse, sobre todo en aldeas y pueblos, y la muchacha aprovechaba los recados o compras del atardecer para verse con el pretendiente; pasado el tiempo, el muchacho se veía obligado a pedir a los padres de ella la conformidad de la relación y el permiso para entrar en su casa y hablar con su prometida, hablar íntimamente, que es lo que oficialmente sólo podían hacer las parejas de novios.
Si los padres daban su consentimiento, que era lo normal, entonces con el beneplácito de la familia, el flamante novio iba a ver a su amada periódicamente, con tanta frecuencia como la que le permitía la distancia y su trabajo u ocupaciones. Si los novios residían en la misma localidad, el novio la visitaba casi todas las noches después de cenar, y si vivían en distintos lugares no alejados, lo normal era que el novio visitara a la novia semanalmente, iban los domingos por la tarde y noche, quedándose generalmente a cenar en casa de los padres de la novia. En el caso poco frecuente de que los prometidos vivieran muy alejados, de forma que se tardaban varias horas o una jornada en el camino, o en cortijos a bastantes leguas del pueblo, las visitas, necesariamente, habían de ser más espaciadas, de hasta un mes o más entre viaje y viaje, aprovechando los principales días de fiesta. En estos casos, los hijos de labradores que disponían de buenas caballerías viajaban en cabalgadura bien enjaezada, y se estaba dos o tres días en casa de la novia, según el tiempo y los quehaceres. En verano había más faena en el campo y no podían permanecer tanto tiempo como en invierno, en la casa de la novia.

Manuel Castillo Espinosa.

Carmen Fuentes García dijo...

El tiempo que una pareja de novios podía estar junta, estaba bajo la perenne vigilancia de la madre de ella o de alguna hermana, también eran acompañados si salían a dar un paseo o a la fuente a por un cántaro de agua.
No siempre eran conformes los padres con los noviazgos de los hijos. En aquellos tiempos se consideraba mucho la posición social del pretendiente, y mucho más la posición económica de los que se comprometían para unir sus vidas. Los padres y demás familiares calculaban los bienes materiales de cada uno y exigían cierta igualdad entre las personas con quienes iban a emparentar, y si eran de condición más humilde no los aceptaban, aunque fueran buenas personas. Se daban casos de que una familia tenía sirvientes, una criada para el servicio doméstico, un mulero u otro trabajador a su servicio, y si un hijo o hija de los amos se enamoraba del sirviente, la familia lo rechazaba rotundamente, les parecía una bajeza y la primera determinación era despedir al mozo o moza sólo por ese motivo, oponiéndose enérgicamente a los sentimientos de los hijos, por muy poderosos que fueran.
Cuando era la familia del varón la que no aceptaba a la futura nuera, no eran tan graves los obstáculos; si el joven se negaba a complacer a los padres y vencía el amor, los progenitores no tenían más remedio que ceder y dejar que se casaran, aunque no los acompañaran en la ceremonia, ni celebrasen la boda con la alegría propia del acontecimiento familiar.
Muy diferente era cuando no aceptaban al pretendiente de la hija y no le permitían la entrada en su casa. Entonces se les ponía dificilísimo a los jóvenes enamorados el mantener sus relaciones, y más si ella residía en un cortijo o aldea pequeñita; tenían que verse a escondidas en alguna escapada de la chica burlando la vigilancia paterna, o en casa de alguna vecina que admitiera la entrada a ambos enamorados, sirviendo ella de tapadera. En estas ocasiones, un tanto aisladas, podía darse el caso excepcional de quedar embarazada la joven en algún encuentro clandestino, para así forzar a los padres a que dieran el consentimiento para la boda, y entonces, hasta reclamaban la presencia del mozo para acelerar los trámites del casamiento, con la máxima urgencia posible y evitar la mayor de las vergüenzas, por el deshonor que suponía para una familia el tener en casa a una madre soltera.

Carmen Fuentes García.

Pepe Jiménez Morales dijo...

Como se dice con frecuencia, siempre hubo excepciones, y quizás ahora también las haya; pero ahora en sentido contrario, es decir, que en los tiempos que nos ocupan, las mujeres habían de llegar vírgenes al matrimonio; y no consistía la castidad sólo en las relaciones sexuales completas, aunque muchas iban mucho más que estrenadas con relaciones a escondidas, por la fuerza de la pasión.
A las mocitas comprometidas las vigilaban las madres hasta la víspera de la boda y, por la educación que recibían, la mayoría no se dejaba siquiera besar ni acariciar; era como pisar un terreno vedado. Y es que la joven que, por debilidad incurría en tocamientos íntimos con el novio, en el caso de que se rompiera la relación y no llegaran a casarse, si tal conducta era conocida porque los jóvenes lo hubieran visto o si el novio insensato lo decía, ya tenía la joven ciertas dificultades para que le salieran otros pretendientes, pues muchos hombres indignos de tal nombre, eran jactanciosos y alardeaban exagerando de haber hecho una u otra acción voluptuosa con su ex-novia; a veces presumiendo de muy macho, o por envidia y hacerle daño, si ella lo había dejado o despedido, sin reparar en el daño que moralmente le inflingía, haciéndole perder la fama y el honor ante la opinión pública del pueblo. Esto ocurría sólo por besos y tocamientos, sin haber llegado a consumar nada, lo demás se consideraba rigurosamente vedado antes del matrimonio, Las mocitas guardaban su virginidad como el tesoro más valioso, era su honor y su honra. En el caso excepcional de que una chica la “perdieran” siendo soltera por cualquier circunstancia, después arrepentida lloraba amargamente. Si a alguna le ocurría por desgracia se la consideraba una perdida. Lo decían con esa misma palabra: a esa muchacha la perdió su novio o tal o cual, lo que suponía haber perdido la honradez.
Hasta entrar y alternar en los bares se veía muy mal, como algo tremendamente poco adecuado y hasta pecaminoso para las damas, no lo hacía ninguna que se preciara de ser una mujer decente. Otra cosa era cuando los jóvenes iban al baile del Casino o de La Sociedad.

Pepe Jiménez Morales.

Juanillo Pérez Rubio dijo...

En ambientes mucho más cerrados, en aldeas o lugares de población diseminada de las sierras de Jaén, normalmente las bodas se celebraban en el domicilio de las novias, donde se reunían todos los invitados el día de la boda por la mañana. Tanto para los novios y padrinos como para todos los del acompañamiento, se preparaban caballerías, enjaezándolas lo mejor y más elegantemente posible, la mejor enjaezada era la destinada a que se montase la novia en el desplazamiento desde la aldea o cortijo residencia de ésta hasta el pueblo, en cuya iglesia iba a tener lugar la celebración nupcial. En las bodas de familias con más posibilidades, se preparaban cabalgaduras individuales, la que más primorosamente se preparaba era la de la novia, colocando sobre la albarda unas jamugas, eran una especie de silla para montar las damas en las cabalgaduras, con palos torneados de madera en forma de tijera o X, que se quedaba ajustada por su base a la albarda y donde las damas podían agarrarse en los extremos superiores, para ir más seguras y evitar una posible caída, ante los vaivenes de la cabalgadura o la bajada y subida de cuestas del trayecto.
Si no disponían de bastantes bestias para que pudieran ir los novios y padrinos cada uno sobre su animal, se elegían las bestias más fuertes y de más confianza por su mansedumbre para las parejas que se organizaban. Cuando iban hacia la iglesia se montaba la novia con el padrino encabezando la comitiva, seguidos del novio con la madrina. Al regreso, ya desposados, viajaban los novios en la misma cabalgadura, previamente adornada, engalanada con todo el esmero posible, cubriendo el aparejo con una manta nueva de las que se tejían en los viejos telares serranos y encima se colocaba una colcha de ganchillo o bordada primorosamente a mano por las sabias mujeres serranas que sabían hacer trabajos artesanales con admirable exquisitez.

Juanillo Pérez Rubio.

Luisa López Cortijos dijo...

Es muy interesante recordar como eran las bodas en los cortijos o en las viñas de las sierra jiennenses. El día de la boda, según era la distancia que separaba el lugar de los contrayentes de la iglesia, habría que madrugar más o menos para regresar a buena hora para la comida del medio día, en honor de los invitados. Las bodas duraban dos días, boda y tornaboda, que así se denominaba al día siguiente de la boda.
Si la vivienda de los padres de la novia no era suficientemente amplia para la entrañable fiesta, a veces se celebraba en la casa de un familiar o vecino, o entre ambas. Las comidas eran preparadas por alguna mujer experta en el arte culinario y servidas por jóvenes miembros de familias cercanas a los contrayentes.
Previamente se juntaban sillas, mesas y menaje de cocina para poder atender y acomodar a los invitados. Si se trataba de un cortijo solariego donde no hubiese vecindad, había que llevar el mobiliario y la vajilla que faltase cargado en bestias desde otros cortijos o aldea cercanos.
El menú más normal era a base de carne de cabrito, cordero o pollo guisada magníficamente por la cocinera especializada con interés y el saber culinario del paso de los años, una persona madura que se había acreditado por sus exquisitos guisos. El desayuno del día de la tornaboda consistía en exquisito chocolate a la taza con buñuelos caseros y la sabrosa mistela hecha en las propias casas, la misma que todavía se sigue haciendo con aguardiente, café y azúcar, y se llama resoli o resol. A este desayuno le llamaban el refresco, y concluía saboreando los no menos apetitosos bizcochos y roscos igualmente elaborados por las hacendosas manos de las abnegadas y hábiles mujeres campesinas.

Luisa López Cortijos.

Felipe Muñoz Valencia dijo...

Como era lógico y necesario para los jóvenes en edades de comprometerse, en las bodas no podía faltar el típico baile familiar, a excepción de que en alguna de las familias hubiera luto, por el fallecimiento reciente de algún familiar próximo, aunque entonces se guardaban mucho los lutos y podía ser que el fallecimiento del familiar hubiese ocurrido al menos hace más de un año o dos, el luto entonces se guardaba con rigor. Lo que se hacía, salvo situaciones de urgente necesidad, era aplazar tales celebraciones hasta que pasara el período de luto más riguroso, para así celebrar el casamiento con más alegría, aunque nunca faltase en el acontecimiento familiar la sombra del familiar perdido.

Para las bodas se procuraba que la música fuera la mejor posible; nunca una guitarra o acordeón en solitario, sino acompañada de bandurria, violín, acordeón y trompeta, estos últimos instrumentos, pocas veces se podía contar con ellos. El baile comenzaba al terminar la primera comida y continuaba hasta la cena, se interrumpía para ella, volviendo a continuar después durante toda la noche, porque, como es fácil pensar o entender, casi nunca podía haber alojamiento para todos los concurrentes. Para los más mayores sí que se procuraba buscar dónde pudieran descansar; en algunos casos se recurría hasta a los pajares, porque las viviendas rurales tenían sólo las habitaciones precisas para la familia, y cuando se juntaba más gente tendían colchones y cabeceras en el suelo mientras hubiera ropas y espacio.

Felipe Muñoz Valencia.

Enrique González Marín dijo...

Cuando llegaba la media noche los recién casados se iban a la habitación preparada con tanto esmero e ilusión, destacando entre todo la cama que iban a estrenar, testigo de tantas satisfacciones en el futuro próximo y lejano hasta la madurez y vejez. La madrina, que solía ser una mujer casada, acompañaba a la novia al dormitorio nupcial, donde la dejaba con el que ya era su marido, era como una entrega en un espacio ahora íntimo, que sería testigo de las primeras experiencias sexuales de la pareja.

A la mañana del día siguiente continuaba la música sonando, y se acostumbraba a dar la serenata a los recién casados en la puerta de su habitación, para que se levantaran. Se les marcaba así la entrada y la salida. El novio sería el primero en salir de su nuevo aposento y agradecía la música y cantos que les dirigían, ofreciendo a los presentes alguna botella de alguna bebida típica del lugar por ser de elaboración propia. Después se tomaba el refresco, con lógico alborozo, y seguía la música desgranando sus melodías bailables, a cuyo compás danzaban todos alegremente, en una nueva reanudación de la fiesta.

Algunos jóvenes iniciaban con frecuencia en las bodas sus relaciones con chicas asistentes a la boda, eran unas relaciones amorosas, que normalmente cuajaban, muchos eran conocidos por ser núcleos familiares cerrados pero distantes entre sí; no en vano se decía que de cada boda salían siete. No siempre sucedería así, y nunca serían tantas como que de cada una saliesen siete, pero si se establecían bastantes noviazgos, al menos eso era lo que se escuchaba de unos y otros refiriendo que se pusieron novios en la boda de tal o de cual, por ello sabemos que muchos noviazgos sí que tenían su principio en una boda. Era una estupenda ocasión para los jóvenes enamorados, que solían aprovechar, porque se les presentaban pocas ocasiones para ello y no había que perder bocao, cuando la ocasión se presentaba.

Enrique González Marín.

Ana García dijo...

El ajuar con que dotaban los campesinos a sus hijos para contraer matrimonio, era muy diferente y variado de unas personas a otras, dependía de la posición social de los padres de los contrayentes, de sus posibilidades económicas y circunstancias personales. Los pequeños labradores, gente medianamente acomodada, cuya economía con más relajo o estrecheces, según el año agrícola, les permitía hacer frente a los diversos gastos que ocasionaba siempre una boda, dotaban a sus hijos según sus posibilidades. Los labradores con algunas tierras propias, una yunta o dos de mulos o vacas, su rebaño de ovejas o de cabras y poco más; dotaban a sus hijas casaderas de lo más necesario en un hogar: menaje de casa consistente en media docena de sillas, una mesa, la artesa para amasar el pan, el cedazo o zaranda y los precisos cacharros de cocina necesarios para preparar la comida. También les daban los padres la cama que había de servir de descanso y unión carnal a la nueva pareja, y las ropas imprescindibles para la misma, consistente en muchos casos en media a una docena de sábanas, la mayoría de lienzo curado, una manta o dos y una colcha. Normalmente les daban dos colchones, uno de farfollas de las mazorcas de maíz, y el otro con lana de sus propias ovejas, que ponían sobre el de las farfollas. Las familias pobres que carecían de ganado ovino y de otros recursos, no podían dar tanto a sus hijas como ajuar, aunque tuvieran voluntad de darles lo máximo. Los más favorecidos utilizaban sólo un buen colchón de lana, pero muchos otros jóvenes habrían de conformarse sólo con el colchón de farfollas y las sábanas imprescindibles para cambiar de limpio la ropa a la cama.
Muchos saludos para todos.
Ana García.

Paco Martínez Lara dijo...

Hasta los primeros años del pasado siglo XX, las camas más usuales eran de madera en basto, sin cabezales, y como somier para sostener el colchón, les ponían un cruzado de cuerda de esparto, una soguilla delgada que los novios se encargaban de hacer antes de la boda.
Las novias, a lo largo del noviazgo bordaban a mano la sábana fina que habían de estrenar la noche de bodas, y se confeccionaban algunas prendas de ropa interior: camisas (que en aquel tiempo usaban todas las mujeres), sujetadores y bragas de tela fina blanca o en colores claros. El tipo de tela empleado era el opal, un tejido de algodón, ligero, liso y algo sedoso, que normalmente era de color blanco o de un color claro, muy apreciado para confeccionar prendas más intimas. En los cortijos y sitios de campo, lo llevaban los recoveros y lo vendían cuando iban a recoger los huevos y otros productos con los que comerciaban.
A los varones les daban las madres como dote de ajuar tela de lienzo, dril o sarga fina, para que la joven esposa le hiciera varios camisones, que así se denominaban las camisas de hombre, también hacían con estos tejidos los calzoncillos. La cantidad de tela en pieza donada a la pareja dependía de la situación económica de la familia. El dril era una tela fuerte de hilo o de algodón con tejido cruzado. La sarga era una tela de ligamento simple, cuyo tejido formaba unas líneas diagonales constituidas por puntos de ligadura que se juntaban por ángulo de forma escalonada pero sin interrupción. Había sargas de tres, de cuatro, de cinco,..etc. dependía del número de pasadas.
También los dotaban de una cabecera (jergón individual) para tender en el suelo, una almohada pequeña y una manta de lana del terruño, de las que se tejían en los telares de la comarca. Esta era la cama que se acostumbraba a poner a cualquier visitante.
Los labradores más pudientes solían dar a sus hijos, a medida que se iban haciendo mayores, algún animal, generalmente, reses menores hembras, las que iban criando y eran el comienzo de su pequeño rebaño con el paso del tiempo, de forma que cuando formaban un nuevo hogar, ya reunían varias cabezas de la especie regalada. En algún caso poco frecuente les daban una becerra para que, cuando se independizaran, formaran su yunta bovina que les era imprescindible para laborear las tierras..
Un saludo.
Paco Martínez Lara.

Santiago Cortes Diez dijo...

Con el dinero que recogían los recién casados en la boda, de los regalos de invitados asistentes o no, según el compromiso, lo más normal era comprarse su bestia y aperos de labranza, o bien para ayuda en la adquisición de una humilde vivienda, porque, como dicen viejos refranes: "El que se casa, a su casa", o, "Quién se casa, casa quiere". Pero no siempre se podía tener lo que se quería; algunas parejas de recién casados se veían obligados a convivir en un principio con los padres de uno de ellos, sin poder disfrutar de independencia e intimidad necesarias para la nueva pareja.

Los labriegos pobres y jornaleros acostumbraban a dar a sus hijos varones al independizarse una azada, un hacha y una hoz, herramientas absolutamente necesarias para trabajar en la agricultura, eran años de precio de jornales bajos. Los precios de los cereales y otros productos del campo eran muy bajos, pero el precio del jornal de los trabajadores asalariados era de auténtica miseria, pero tenían que ir provistos de la herramienta que iban a utilizar en el trabajo, cuando trabajaban con cualquier patrón.

Santiago Cortes Diez.

Josefa Pérez Torres dijo...

En mi pueblo de la Sierra de Segura, los viudos que volvían a contraer matrimonio o iban simplemente unirse en pareja, pasaban por un trance verdaderamente espinoso; pienso que el trance de la boda supondría para los recién casados un motivo de franca preocupación, por las molestias que tendrían que sufrir, podemos decir que debía ser para la novia y el novio un horrible y odioso tormento.

La primera noche que pasaban juntos los recién casados, les daban una cencerrada brutal. A pesar de que procuraban unirse de la manera más secreta posible y sin celebrar boda, salvo en algún caso excepcional, en que uno de los dos fuese soltero, y el otro también joven y sin hijos, y mantuvieran los dos viva la ilusión del lucimiento.

Por mucho que cuidaran de que nadie se enterara cuando se iban a casar, de una manera u otra, casi siempre se filtraba la noticia, unos se lo comunicaban a otros, y en poco tiempo se convocaba la cencerrada, a la que acudían todos los más brutos e insensatos de los alrededores, provistos de cencerros y otros cacharros ruidosos, y les armaban la sonada algarabía, acompañaban los alborotadores ruidos de los objetos, con las voces escandalosas del gentío, con groseras coplillas que improvisaban los asistentes más ingeniosos. Entre una cosa y otra, el estruendo era de tal magnitud que se oía a más de una legua en contorno, una descomunal salvajada.

Algunas parejas concertaban con el cura la fecha del sacramento para celebrarlo de noche, cuando todo el mundo estuviera recogido en sus casas, silenciando la noticia del acontecimiento todo lo posible. Algunos hasta reclamaban la protección de la Guardia Civil para evitar la odiosa cencerrada, pero a pesar de todo, rara era la pareja que se libraba del escandaloso espectáculo. Otros se juntaban en un principio sin casarse, para no dar publicidad al casamiento; pero de todas formas tampoco se libraban del alboroto, si no caía la cencerrada la primera noche, a la segunda les tocaban los cencerros, aunque ya con menos intensidad, pues por costumbre la cencerrada debía ser la primera noche que pasaran juntos.
Eran costumbres de los serreños.

Josefa Pérez Torres.

José López García dijo...

Eran estos unos años en que los hombres y toda la sociedad exigían la virginidad a las muchachas solteras antes del matrimonio; no era así a los varones, el varón podía tener sus contactos sexuales y se consideraba como cosa normal, se decía que “se lavaba y se estrenaba”. Muchos se estrenaban en la única salida, que hasta el momento se le había presentado, cuando estaban destinados después del campamento y la jura de bandera, en el cuartel de alguna ciudad más o menos importante, donde era más habitual que hubiera prostíbulos. En muchos casos eran las ocasiones en que se contagiaban con alguna enfermedad venérea, y entonces el pobre joven arrastraba durante toda su vida el recuerdo de su primera experiencia sexual, con secuelas importantes. La mili era para muchos jóvenes españoles la primera y quizá la única ocasión que se les brindaba a los mozos de pueblos pequeños, cortijadas y aldeas para salir del limitado horizonte que le había deparado la vida familiar y laboral del campo. Los que antes de servicio militar habían tenido su primera relación sexual, muchas veces eran con ocasión de la celebración de las ferias de otras ciudades pequeñas o más importantes donde se reunía mucha gente, a las que también se desplazaban grupos de rameras buscando su negocio, en días donde los jóvenes escatimaban menos los gastos y “echaban una cana al aire” o “el ganso a espigar”.
José López García.

Paloma Escobar del Toro dijo...

Entre los cambios, digamos que transgresores de las costumbres reinantes, que se producen paulatinamente en la España de los siglos XVIII y XIX destaca el protagonismo que la mujer va adquiriendo poco a poco. Los aires de libertad y el afán de lujo provenientes de Francia e Italia se incorporan a las clases altas españolas y de ahí se extienden a las demás capas sociales. y en este cambio de mentalidades y de adaptación de aires extranjeros a la encorsetada España, las relaciones entre hombres y mujeres experimentan un proceso de apertura y la rigidez moral de siglos pasados queda tamizada por la presencia de nuevos lenguajes y de nuevos códigos simbólicos que hacen más cercana y directa la comunicación amorosa entre ambos sexos. La mayor libertad de la mujer se traduce en el mayor cultivo de las relaciones sociales y aquellas jóvenes que no habían sido libres para elegir un marido a su gusto, se desquitaban después de casadas eligiendo a sus cortejos.
En estas nuevas formas de relación entre los sexos se incorporan una serie de objetos simbólicos que implican unos nuevos códigos de conducta. Se crean así nuevos lenguajes, nuevas formas de expresión y comunicación en las que el cuerpo, quizá antaño cercenado y ocultado, se liberaliza: los escotes se abren, las faldas se aligeran y, hasta se acortan; los pies se enseñan en calzados brocados y tacones de carrete y las caras se pintan y se llenan de maquillajes, mientras los brazos se lucen y el cuello femenino gallardea en los salones de moda.
Paloma Escobar del Toro.

Adela Romero Tejón dijo...

Todo el mundo de lujos y apariencias del siglo XIX, conlleva un nuevo lenguaje de signos codificados y entendidos perfectamente por hombres y mujeres, en estas nuevas formas de relación se utilizan objetos simbólicos que son exhibidos por ellas para conseguir la atención de ellos. Objetos y cosificación de un proceso donde el hombre mantiene el papel activo frente a la mujer, que permanecerá relativamente pasiva, acorde con los planteamientos morales y sociales de la época. El hombre actuará siempre como el cazador que persigue, ronda y cerca a su presa, la mujer. Y en este juego depredador, la utilización de elementos simbólicos toma relevancia. Objetos que van desde el lunar, al abanico, el misal, hasta los helados, sándwiches, garbanzos y limones. Toda una gradación de armas y juegos seductores que variarán acorde con las variables de espacio y clase. Esto es, en el cortejo amoroso entran en acción las coordenadas campo o ciudad según cada caso, así como el estatus social. No se corteja, ni se regala lo mismo a una dama dieciochesca en un salón de moda, que a una inglesa del XIX y a una campesina de los Montes de Málaga.
En este proceso de juegos amorosos, y como preámbulo de un rito de paso, la mujer se transforma en la reina de la sociedad, la reina de la moda y el galanteo y así creará modas y costumbres, impondrá gustos y dirigirá el cortejo. La glorificación de la apariencia y del lujo tendrá su correlato en la vida amorosa. Toda dama que se preciara de serlo debía tener un galán que le sirviera de cortejo, una figura parecida a los galanes del amor cortés.
Una dama a quien, rendido le sacrifique su afecto y esto, con tal servidumbre que en la casa, en el paseo, en la cama, en la tertulia, y en fin, en todos los puestos siempre le asista a su lado a su voluntad sujeto.

Adela Romero Tejón.

Nuria Galindo de la Blanca dijo...

Desde hace unas décadas a estos días, se habla mucho de las discriminaciones que sufren las mujeres respecto a los hombres. A pesar de los adelantos conseguidos en estos pocos años, que han sido muchos, la igualdad efectiva entre los hombres y las mujeres continúa siendo más un objetivo que una realidad en todo el mundo. Vivimos en un mundo desigual e injusto, en el que hay que hacer frente a relaciones asimétricas del poder, generadoras de las más variadas formas de desigualdad y la misma vulneración de derechos económicos, sociales y políticos de muchas personas y especialmente de las mujeres.
Habrá quién diga que es ahora cuando han estado las mujeres más igualadas a los hombres que lo han estado nunca. Hace cincuenta años no se oía la palabra discriminación, ni las sufridas mujeres reivindicaban nada; y entonces sí que existía una marcada diferencia, tanto en la manera en que habían de comportarse como en el trabajo y su remuneración. No se trata sólo de que las mujeres participen y entren en los ámbitos y roles de los que históricamente se han visto excluidas, sino que se trata de construir un nuevo modelo de relaciones sociales entre las mujeres y hombres, que aporte mayor calidad de vida y desarrollo a través de la redistribución social equitativa, compartiendo los espacios público y privado, las decisiones, las oportunidades, las responsabilidades familiares, profesionales, políticas, económicas y los recursos, incluido el tiempo.

Nuria Galindo de la Blanca.

Francisco Jiménez Pérez dijo...

Antes todas las mujeres casadas en el medio rural eran amas de casa, corriendo a cargo de ellas todas las faenas del hogar, y ayudaban a sus maridos a muchas de sus duras tareas del campo, principalmente en las recolecciones. El puesto del hombre no lo ocuparían nunca, no arreaban la yunta, ni cavaban olivos, no era normal que fueran a la siega de cereales, salvo en muy excepcionales casos.

En la cogida de la aceituna, ellas recogían la que caía al suelo, y la echaban en una esportilla pequeña, no vareaban los olivos ni tiraban de los mantones, y cobraban poco más de la mitad de lo que valía el jornal de hombre.

Francisco Jiménez Pérez.

Elvira Delgado Paniagua dijo...

Las costumbres amorosas del siglo XIX, que quedan plasmadas en el Manual del cortejo e instrucción de cortejantes (Madrid, Imp. Yenes, 1839. ), donde un anónimo autor desarrolla el origen, el porqué y el cómo del cortejo. Opone el amor discreto —secreto y fino— a la apertura del cortejo, que si no se exhibe no sirve para nada: «si es ignorado ya pierde el mejor de sus atributos». Otra diferenciación es que el amor verdadero suele acabar en suicidios y duelos si es un amor romántico burgués, y en palizas y con puñales si sucede entre los populares majos. Mientras que en el cortejo, cuando se ve otro cortejo o peligro en el horizonte, «busca otra pareja para pasearse de nuevo por el campo de los placeres... un clavo saca otro clavo». De ahí esta cancioncilla de un zapatero de viejo del barrio del barquillo de Madrid: Si tu cortejo se marcha, niñita, ponte un letrero, esta tienda se traspasa con permiso del casero.
El joven del cortejo es el primer amigo, el privilegiado, el favorito y el que toma a su cargo satisfacer todos los caprichos de la dama, porque el cortejo es todo práctica y sus actos son positivos y visibles.

Elvira Delgado Paniagua.

Amparo Díaz Quiles dijo...

En el cortejo un hombre es apasionado bracero de la dama en el paseo, en sus bailes pareja sempiterna, en su tertulia, carga de un asiento, en todos sus caprichos un criado: acecha sus menores movimientos, llora si llora, ríe si se ríe, no tiene voluntad ni entendimiento, sino que con su dama quiere y piensa.
Dócil cual cera es, leal cual perro, mudo con todas, hablador con ella: un capricho fundó tal cautiverio, y dura, y martiriza hasta que cesa a la presencia de un capricho nuevo. En cuanto a las leyes del cortejo, el galán debe indagar las inclinaciones de la dama, penetrar hasta los más íntimos pensamientos suyos, y en todos darle gusto, sin contradecirla en nada:
Mandar quiere como diosa pues que la llaman deidad, y dice: obedece y calla, o no te vuelvo a mirar.
El cortejo ha de imaginar que ha perdido sus ojos y su lengua, «pues no le es lícito mirar a otra, ni hablar a otra ni de otras». Al tiempo, el cortejo debe desaparecer de todas las concurrencias donde no vaya su dama, pues era el compañero inseparable en bailes y paseos, aceptado por el marido e institucionalizado en sus relaciones de buen tono. Frente a la imagen tosca de la dueña del XVII, el cortejo era el agradable acompañante de las idas y venidas de las damas por la ciudad. Era quien le ofrecía el brazo, le daba la mano, acercaba los guantes, pañuelo o sombrilla, y el que en la iglesia se apresuraba para mojarle con sus dedos el agua bendita. Él la protegía por las calles, le daba conversación en bailes y saraos y le aconsejaba frente a amigas y moscones.

Amparo Díaz Quiles.

José Fernández Pérez dijo...

Hasta prácticamente hace poco tiempo la mujer no iba nunca sola ala calle, siempre iba acompañada por otra persona. Si era joven iba acompañaba de una persona mayor casi siempre mujer, era la guardiana y custodia de la joven en todas las salidas a la calle. Cuando por ejemplo surgía un viaje, jamás iba la mujer sola, y menos si era jovencita; el marido, siempre fiel protector de la mujer, la acompañaba con su caballería cogida del ronzal para evitar que corriera o saltase y pudiera derribarla. Si la bestia era fuerte y el viaje largo, montaría con ella algún rato en la misma cabalgadura; lo que jamás ocurría era montarse él y dejarla a ella a pie ni un momento.

Era también habitual que los hombres no hicieran nada de las faenas del hogar, los roles de trabajo de cada genero estaban repartidos según el pensamiento de la época, pasar a hacer lo que no entraba dentro de su rol se consideraba de una mujer poco femenina o de un hombre poco masculino. Se decía de los hombres que hacían tareas de mujeres que se les iba a caer su miembro viril, tan valorados por unos y otras. Algunas profesiones como la de sastre, pintor o peluquero de señoras eran consideradas sólo para hombres que tenían ciertas tendencias sospechosas u homosexuales. Tan sólo se libraba de esa etiqueta el cocinero que era de afamado prestigio, si no era afamado era “un cocinica”.

José Fernández Pérez.

Antonio Guerrero García dijo...

En los ambientes rurales los límites de los trabajos de hombres y mujeres se fortalecían y por supuesto aunque a los hombres nunca les sobraba tiempo de sus quehaceres agrícolas, ganaderos o de limpieza de corrales, cuadras etc. Si les sobraba tiempo porque la lluvia u otro impedimento le impidiese salir al campo, se juntaban en los lejios de los pueblos y hablaban como si de una casino se tratase de los temas del campo, del ganado o de las faenas que ocupaban sus días. En las veladas invernales nocturnas, únicas ocasiones en que los hombres estaban en casa sin hacer nada suyo; aunque hubieran podido ayudar a algo de la casa no lo hacían. En parte muchos eran considerados por las mujeres como torpes e incapaces de hacer alguna tarea femenina y eran considerados como inapropiados para realizar dichas tareas, les decían ¡Quítate, quítate, yo lo hare! En realidad hubieran podido ayudar en alguna tarea casera y no lo hacían, no sabemos si por costumbre en unos casos o por falta de aceptación de su tarea entre las mujeres de la casa; entonces los hombres no sabíamos hacer nada de las tareas domésticas, ni teníamos los jóvenes interés en aprender a hacer faenas de la casa, parecían cosas totalmente ajenas a nuestra condición de varones. Los hombres mayores pasaban las veladas haciendo pleita o esparto, a lo que también nos obligaban los varones mayores a aprender desde que éramos niños, así aprendíamos para el futuro a hacer “nuestras cosas” y ayudábamos en lo que era considerado un trabajo de hombres hechos y derechos.
Saludos.
Antonio Guerrero García.

María García Pérez dijo...

Como las mujeres podían hacer poco en las fuertes y rudas tareas del campo, el pobre labriego que tenía varias hijas y ningún varón, estaba obligado a seguir arreando su yunta y hacer los demás trabajos fuertes sin ningún relevo generacional de su hijos varones inexistentes, por esa razón el deseo de todo labriego era tener un varón como primogénito que pronto le ayudase en las duras tareas del campo, dejando la posibilidad de tener hembra para la casa en embarazos posteriores. Los hijos entonces se consideraban un bien por si mismos, por la ayuda e ingresos que con su trabajo producían en la economía familiar, por ello el número de hijos era muy abundante, siendo normal tener siete u ocho hijos, aparte del gran número de no nacidos por abortos involuntarios que se producían y el gran número de niños que morían de recién nacidos. Cuando no había hijos varones en la familia el pobre cabeza de familia se veía obligado a mantener todas las faenas del campo productivo en solitario y su prosperidad económica era mas bien escasa por esta razón, en espera de que alguna hija se casara y entrara al relevo el yerno casada con su hija. En cambio, el matrimonio que sólo tenía varones, al estar tan separadas las labores de cada sexo, era la esposa y madre la obligada a trabajar sin descanso día y noche para atender a toda la familia, con las abundantes comidas diarias para trabajadores tan duros y abnegados y el frecuente lavado de ropas, con la suciedad de los trabajos del campo en ropas tan sudadas.
María García Pérez.

José Gómez dijo...

Donde había varios vecinos, los jóvenes de la vecindad solíamos reunirnos en las largas noches de invierno en una u otra casa para jugar a la brisca u otros juegos de la baraja, y las chicas se quedaban haciendo labores en la casa de los padres o de una amiga o vecina próxima. En muchos casos reuniones en casa de un amigo vecino joven se trataba indirectamente a la hermana del vecino y del trato y la vista y presencia continuada de noche tras noche, se acababa propiciando el encuentro del joven y la joven vecina camino de un futuro matrimonio.
Las costumbres marcaban nuestras vidas en cuanto a la relación personal entre los jóvenes mozos, resultaba bastante difícil para los varones y para las hembras dar cauce a los sentimientos de relación mutua con vistas al futuro más o menos lejano del matrimonio. Los noviazgos solían ser bastante largos, era hasta cierto punto normal tener una relación de unos entre ocho y diez años de noviazgo.

José Gómez.

Benito Sánchez Bermúdez dijo...

Por aquellos tiempos, se cuidaba de no dar que hablar en los pueblos, a pesar de haber matrimonio poco consolidados por razones variadas, se oía poco hablar de infidelidades entre los miembros de los matrimonios, aunque algún caso se daría o habría de darse, siempre se oía decir que aquel tal o cual casado se veía con aquella otra casada, y el pueblo era conocedor de los devaneos amorosos de unos y otros casados; pero eran bastante escasos. No dejaban de ser hechos y circunstancias que en caso de darse tildaban socialmente a la mujer o al hombre infiel aunque a este mucho menos, que quedaban marcados en la conciencia colectiva de sus vecinos, guardando un relativo desconocimiento del hecho o un silencio impuesto por las mismas costumbres; aunque para decir verdad las infidelidades eran bastante escasas, entre gentes que estaban atosigadas por el duro trabajo diario.

Benito Sánchez Bermúdez.

Pepe González dijo...

Las mujeres no fumaban en general, era una costumbre que no se daba ni entre las mujeres mayores, ni las jovencitas; aunque ciertas mujeres de la más alta sociedad ya empezaban a hacerlo, quizá influenciadas por las primeras películas americanas que eran el gran espectáculo de aquellos tiempos, en aquellas décadas sólo fumaban las artistas, también llevadas al uso del tabaco americano por la renovadas modernidad de los tiempos. También aparecían como habituales fumadoras las llamadas mujeres de vida alegre o prostitutas de más alto nivel, supongo que igualmente llevadas por la novedad y modernidad a la que se acogían para librarse de su hasta cierto punto destino fatal. Las mujeres en esos tiempos tampoco iban a los bares solas, tenían que ir con algún joven amigo o pretendiente que así le daba licencia de entrada en un lugar casi exclusivo de los varones; no alternaban en bares ni mucho menos en las tabernas, lugares de expansión de los obreros; ni pasaban en ninguno de estos locales un rato bebiendo, charlando o jugando, como siempre hicieron los varones. Este terreno también les estaba vedado por la moral y costumbres de entonces.
Pepe González.

Miguel Garrido Cortés dijo...

De todas las personas maduras de estos días es sabido lo que ha cambiado la mentalidad de la sociedad en los últimos 50 o 60 años en cuanto a la manera de comportarse los jóvenes enamorados, de vivir su inicio en la pubertad y de todo lo que representa su iniciación en el amor juvenil y disfrutar del sexo. El cambio se produjo también en lo referente al trato personal entre los jóvenes, y el trato de personas de diferente sexo en general, aunque no fueran novios. Las mujeres se mostraban inmensamente más recatadas y pudorosas, llegando en algunos casos a presentar ciertos aspectos de conductas un tanto puritanas. Siempre usaban mangas largas en sus vestidos, en sus trajes de calle usaban escotes muy cercanos al cuello, nada de utilizar escotes pronunciados ni faldas cortas o minifaldas, tampoco salían a la calle sin sus medias del color de la piel más o menos finas, era como una medida de decoro en el vestir. Estaban tan guardadas sus carnes que los jóvenes celebrábamos con cierto placer “la caída de la rebeca” en primavera y sobre todo la llegada del verano. Cuando las jóvenes llegaban a la pubertad o dejaban de ser niñas jamás se las veía con las piernas desnudas, y no se ponían pantalón a excepción de que en los carnavales, se vistieran de hombres vestidas de máscaras.
Miguel Garrido Cortés.

Rafael García Bellido dijo...

En el aspecto sexual, a las mujeres todo contacto con los varones les estaba vedado; ni para saludarse se besaban con los hombres, por muy conocidos que fuesen si no eran de grado muy cercano de familia. Muchos novios mantenían un trato personal con respecto al sexo, como si de personas extrañas se tratase, se decía que las respetaban mucho así; escuché decir de muchos novios que sólo besaron a su novia cuando marchaban a filas para realizar el servicio militar. Eso era lo normal en muchos casos, pero como en todas las cosas suele ocurrir, siempre había algunas excepciones y en otras ocasiones más que excepciones se convertían en la más completa realidad, indudablemente esas relaciones amorosas algunas veces tenían sus incidencias en los embarazos no deseados, que suponían un escándalo si se hacían públicos. De ahí que se produjesen abortos para guardar la supuesta buena fama de la embarazada. En realidad otros muchos novios aprovechaban momentos de estar solos o buscaban la ocasión para disfrutar de su sexo, con mayor o menos profusión de recorrido en sus prácticas amorosas. Pelando la pava, y detrás de las cortinas de la puerta o cortinones que se usaban tras las puertas de entrada a la casa, las relaciones eran tan completas que de esas relaciones en muchas ocasiones salían los embarazos. Después cuando pasaban los meses venía un matrimonio forzado en el tiempo o mejor anticipado por los acontecimientos, para volver a recuperar la situación personal de la fama y buenas costumbres, cuando los hechos estaban consumados tras el parto. Entonces si la novia se había casado sin notarse la barriga de embarazada, empezaban las mujeres a hacer con el parto el recorrido por los dedos de la mano hasta averiguar si el niño era de embarazo normal, o sietemesino según los meses que se habían anticipado en el embarazo a la celebración de la boda, etc., provocando un sinfín de comentarios en el pueblo.

Rafael García Bellido.

Federico Alguacil Moreno dijo...

Frascuelo era un mozuelo arrogante y lanzado de mi pueblo, que no se resignaba a la incontinencia de sus impulsos viriles, debía tener buen suministro de testosterona y todas sus hormonas sexuales en ebullición, así era capaz de enamorar con sus encantos y hacer rendirse a sus deseos a la chica que se propusiera. Para eso también jugaba con ventaja y siempre iba a fijarse en la que consideraba más fácil presa para sus reflexionados propósitos.

Se cuenta que en una ocasión, el siguiente anecdotario de cuando sostenía relaciones amorosas con Currita, una mocita alegre, poco inhibida y de las más coquetas y modernas de su época en el pueblo. ¡Vamos una propuesta buscada a tiro de piedra y con muchas posibilidades de éxito! Y como en aquellos tiempos las jovencitas estaban siempre muy vigiladas por las madres y no se las dejaba estar a solas con los novios, a Frascuelo y Currita no les satisfacían así las relaciones que mantenían, eran unas relaciones como las que se establecían para todas las jóvenes del pueblo en aquella época. Ellos querían gozar más a fondo de su apasionado amor. Por lo que, por las noches, cuando ya estaban acostados todos los miembros de la familia, Frascuelo se iba a la ventana del dormitorio de Currita, que caía a una angosta callejuela del pueblo, donde ella le esperaba para seguir pelando la pava. Y una noche se le ocurrió al joven meter la cabeza por entre los barrotes de la reja de la ventana, restregándose las orejas para poder meter la cabeza, porque el espacio de entre los barrotes le venía muy justo al ancho de su cabeza. Se supone que lo haría para besarse más a placer y poder morrearse con la novia. Lo que sucedió es que el placer se convirtió en una tormentosa pesadilla; pues cuando quiso retirarse, no pudo sacar la cabeza del cepo en que había caído, hasta el punto de verse Currita obligada a salir y buscar ayuda para poder separar un poco los hierros de la reja con herramientas, y avergonzado Frascuelo, al fin se vio libre de su odiosa retención entre los barrotes de la ventana.
Esta graciosa historia continuará…
Federico Alguacil Moreno.

Federico Alguacil Moreno dijo...

Continuación:
Se enteraron del caso de los barrotes de la ventana, los padres de Currita la chica de Frascuelo, que dormían al lado y por tanto quedaron sin excusa apercibidos del alboroto que se había ocasionado, y para evitar que se repitieran las entrevistas nocturnas de la pareja, obligaron a la hija a subir su cama a la cámara de la casa, en la planta más alta de la casa, donde con frecuencia se guardaban trastes y cereales. La cámara tenía un ventanuco sin reja a varios metros de altura. Pero Frascuelo, muy sagaz y con ingenio para vencer todas las dificultades, se buscó un palo de pino con garranchones y nudos de las ramas, que le permitían ascender al ventanuco al modo de escalera; él traía el palo al hombro cuando la noche estaba ya avanzada, y comenzaba sus preparativos de subida al tejado y al ventanuco de acceso, cuando ya todos dormían en la casa o al menos eso suponía él, y subía por el palo cogiéndose a los garranchos, entrando así al aposento de Currita que, sin duda, lo estaría esperando con ansias renovadas y guardadas o reprimidas en el intento de sus padres.
Continuará…
Federico Alguacil Moreno.

Federico Alguacil Moreno dijo...

Continuación:
Una noche, después de terminarse un baile en el pueblo, al que asistieron Frascuelo y Currita, el intrépido mozuelo trajo su peculiar escalera y subió a aquella cámara donde tenían sus encuentros, pero esta vez, alguien que sospecharía lo espió y lo vieron subir al nuevo aposento de su amada Currita. Avisaron a los demás mozalbetes, y una vez que Frascuelo había subido y comenzado su faena, los mozos envidiosos y quizá vengadores quitaron sigilosamente el palo y esperaron a ver lo que hacía Frascuelo, cuando terminase su desahogada relación amorosa y saciado fuese a bajar como si nada hubiese pasado. Entre tanto, Frascuelo que, por lo visto, no tenía prisa en dejar aquel nido de amor, se dormiría con el sopor que da la satisfactoria conclusión de la relación carnal, y cuando fue se despertó y fue a bajar estaba ya amaneciendo. Mientras tanto los otros chavales permanecerían expectantes para ver cómo se las arreglaba al no contar con su portátil escalera.
Cuando Frascuelo quiso abandonar aquel lecho y a su Currita y se encontró sin el palo, salió por la buhardilla al tejado, y anduvo buscando otro tejado más bajito para dejarse caer con menos peligro al arrojarse al suelo de un salto; y cuando lo vieron los demás mozuelos, le armaron una gran algarabía de la que los vecinos quedaron bien informados; unos le decían gato y otros palomo y pavo, y cuantas frases burlonas se les venían a las mentes y a sus lenguas. La verdad es que Frascuelo no gozaba del afecto y amistad sincera de los otros chicos por jactancioso, que alardeaba de conseguir triunfos amorosos, que los demás no podían alcanzar, no sabemos si por envidia. La verdad fue que de nuevo toda la juventud masculina allí reunida, formó un insólito y divertido espectáculo para ellos, mientras Frascuelo pasaba por otro vergonzoso trance en sus escarceos amorosos.
Continuará…
Federico Alguacil Moreno.

Federico Alguacil Moreno dijo...

Continuación:
Con las referidas aventuras amorosas o desventuras en sus salidas de tales encuentros, el célebre Frascuelo se hizo protagonista de una serie de sucesos que eran el centro de atención entre los habitantes del lugar. Con estas historietas de sus aventuras juveniles se hizo famoso en el pueblo y aldeas de alrededor y en cierto modo en toda la comarca. Era referido por los mayores con cierto escándalo en las mujeres, con cierta gracia en los hombres y con cierta envidia entre los jóvenes, unos por no tener el arrojo para dar cuerpo a sus impulsos y tratar de desahogarlos, otras porque aunque muy recatadas pensaban en el intrépido aventurero y se colocaban imaginariamente en el papel de Currita. Los comentarios entre jóvenes y maduros se multiplicaron y se extendieron por los alrededores, y le adjudicaron el mote de “gato-garduño”, por eso de aprovechar las avanzadas horas de la noche, para iniciar sus salidas, como los gatos en enero, en busca de aventuras de apareamiento y trepar por los tejados buscando su ansiado celo en el placer. Así que en el pueblo, tan aficionado a los motes, como en todos los lugares pequeños, el apodo de “Gato garduño” se extendió por toda la geografía de la sierra, los vecinos de los demás pueblos no habían llegado a conocerlo físicamente, cosa que le daba cierto aire novelesco, pero el hecho de conocer sus divertidas aventuras era más que suficiente para que adquiriera fama, debido ,como no, a sus divertidas anécdotas y los resultados de sus aventuras amorosas por estos pagos, donde casi nunca había nada nuevo que contar.
Continuará…

Federico Alguacil Moreno.

Federico Alguacil Moreno dijo...

Continuación:
Un día caminaba el popular Frascuelo cerca de donde había un grupo de mujeres jornaleras rozando las hierbas de los garbanzos o cavando las malas hierbas en la primavera, y al verlo con su típico aspecto altivo y engallado, empezaron a piropearlo jocosamente, y él, mostrándose más valiente de lo que en realidad era, les contestaba con frases no menos provocativas. Fueron aumentando de tono las palabras cruzadas, y ellas lo incitaron con voluptuosos desafíos. Frascuelo se desabrochó el pantalón pensando ruborizarlas o amedrentarlas y, ¡qué equivocación! Aquellas mujeres en vez de acobardarse (por lo visto eran atrevidas, fuertes en coraje, y decididas, de esas que se dicen “de armas tomar”), corrieron hasta él, lo derribaron y le ataron las manos juntas por detrás de la espalda. Entonces, unas lo sujetaban con coraje, y otras le vaciaron un botijo de agua en los órganos genitales, en los que le colgaron una cencerrilla pequeñita que llevaba la cabra de una de las mujeres, y con las manos bien atadas, de manera que no podía desatarse, lo dejaron escapar al son de la cencerrilla y, con el pantalón bajado que al andar le servía de traba, así se fue el infortunado Frascuelo en busca de alguien que le desatara las manos y pudiera recomponer su figura con sus atributos masculinos a cubierto.
Aquel grupo de campesinas sí llevaron a cabo lo que los ratones en su congreso dijeron que sería bueno hacer con el gato: “colgarle un cascabel” para librarse mejor de sus garras; en aquel caso del cuento al final ninguno de los roedores se atrevió a “ponerle el cascabel al gato”; aquellas mozas serranas y atrevidas sí que se lo pusieron y pasaron un rato de vergonzosa diversión, quizá no exento de morbo para ellas y vergonzosa de nuevo para el arrogante y presumido Frascuelo.
Un afectuoso saludo para todos los lectores del blog.
Federico Alguacil Moreno.

José Prenda dijo...

He leído con enorme interés la entrada en el blog Lahiguera sobre las "cencerrás". En ella se hace referencia a las cencerradas en Mairena del Alcor, recogidas por el folclorista Fernando Coca. Les quedaría muy agradecido si me pudiesen facilitar la fuente donde está publicada esta información.
Muchas gracias de antemano y enhorabuena por su magnífico blog.

Saludos cordiales

José Prenda.