PROLOGO

Se pretende que sea éste un espacio dedicado a entretener y deleitar (... a través de la fotografía fundamentalmente) ... a dar a conocer (...o traer al recuerdo) ciertos monumentos o espacios situados en el término o cercanías de Lahiguera. ...a llamar la atención por el estado de abandono y deterioro de muchos de ellos, ...y si llegara el caso, a remover la conciencia de todos los que somos "herederos" de tales monumentos y espacios, y que con nuestra aportación ayudásemos a la conservación de los mismos.

jueves, 16 de mayo de 2013

VISITA A LOS PATIOS DE CORDOBA.

Un grupo de Higuereños/as visitan los Patios de Córdoba:

Los Patios de Córdoba han sido declarados por la UNESCO "patrimonio inmaterial de la humanidad".
Desde tiempos del Imperio Romano, dada la climatoligía seca y calurosa de esta ciudad, Córdoba, los habitantes de la misma adaptaron sus viviendas a la situación, construyendo éstas entorno a un patio, que habitualmente tenía una fuente y un pozo que acumulaba las aguas recogidas de la lluvia. Los musulmanes adquirieron esta costumbre, además dando entrada a la casa por medio de un zaguán que solían adornar con abundante vegetación para dar la sensación de frescor.

Existía un tipo de patio alojado en el centro de la casa de una sola familia (también muy típico de la vivienda romana), y otro que por el contrario daba acceso a los distintos vecinos que conformaban la comunidad (más cotidiano en la época musulmana). En cualguiera de los casos, el suelo frecuentaba ser enlosado o de mosaico empedrado. También era habitual encontrar el pozo con la fuente, y el lavadero "en común".

Sin más, paso a mostrar estas estupendas imágenes llenas de colorido, frescor y fragancia:


























Lahiguera a 16/05/2013.
Juan José Mercado G.

miércoles, 15 de mayo de 2013

PREGON SEMANA SANTA 2013.

Pregón de Semana Santa:

Manuel Alfonso Pérez Galán

Lahiguera 9 de marzo de 2013
   

Rvdo. Sr. Cura Párroco
Sr. Presidente de la Agrupación de Cofradías
Sras. y Sres. Presidentes de las Cofradías Penitenciales de Lahiguera
Sr. Alcalde
Hermanas y hermanos cofrades
Señoras y señores
Sean mis primeras palabras para agradecer a la Agrupación de Cofradías la fineza y el alto honor para con mi persona al designarme como Pregonero de la Semana Santa de Lahiguera 2013. Personifico este agradecimiento de manera especial en Carmelo, hermano en Cristo y co-frade conmigo de San Juan Evangelista, primo por familia y vecino por domicilio, que algo ha peleado para que hoy esté delante de todos vosotros para pregonar la Semana Mayor, la Semana Grande, la Semana Santa de Lahiguera.
Gracias, en segundo lugar, a mi hermano en el ministerio y vuestro párroco, D. Francisco Manuel por sus palabras de presentación ante Vds. y por ese cariñoso e inteligente perfil que ha trazado sobre mí. Palabras que me abruman de tan cordiales y que le agradezco desde lo más noble de mi corazón. Y quisiera agradecerle también la habilidad y amabilidad con que acaba de disimular mis carencias.
Gracias también a los pregoneros de años pasados,  seguro que sus palabras dejaron en esta tribuna un listón difícil de superar, les hago llegar un saludo afectuoso y cordial.   
Comienzo el ejercicio de pregonar recitando el himno de Filipenses (Flp 2, 6-11) que creo una buena introducción a lo que vamos a hacer en los próximos minutos.

«Cristo, a pesar de su condición divina,

no hizo alarde de su categoría de Dios;

al contrario, se despojó de su rango

y tomó la condición de esclavo,

pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera,

se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,

y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo

y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,

y toda lengua proclame:

Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre».

La Semana Santa es la semana en la que celebramos precisamente el himno que acabamos de escuchar. Celebramos de una manera más profunda los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Es verdad que para muchos es una costumbre y tradición, una fiesta, una manifestación artística paseando por las calles; para otros, sentimientos, sensaciones, intenso olor a incienso, amistad fraterna, oración… No podemos quedarnos solamente con esta enumeración de, a veces, realidades que envuelven nuestra Semana Santa, sino que por el contrario, hemos de sentir, de palpar, de impregnarnos de algo o, más bien, de Alguien que está en el centro aglutinando y dando sentido a todo: ese alguien es Cristo, el Nombre sobre todo nombre.

El misterio pascual no es objeto de libre devoción en la vida cristiana, como tampoco es una celebración excepcional en nuestra liturgia. Representa exactamente la ley misma de nuestra existencia cristiana: muerte y al mismo tiempo vida a través de la muerte y por la muerte. Es, en realidad, el centro de nuestra vida litúrgica, de nuestra fe que, partiendo de él, va desarrollándose a través de todo el año.
Vengo a pregonaros al Jesús que se hace uno entre tantos, para sentir Él mismo las alegrías y debilidades de los hombres. Que nace humildemente en un pesebre, vive en el seno de una familia en Nazaret, comienza a realizar su labor, para la que ha sido enviado, en Judea y Galilea; sufre indescriptiblemente en el huerto de Getsemaní; torturado hasta la extenuación, flagelado, coronado de espinas, ultrajado; muere sólo en la cruz, abandonado por todos, menos por su madre, su apóstol predilecto y algunas mujeres; pero la muerte no vence, ya que RESUCITA de entre los muertos para darnos garantía de nuestra propia resurrección, para finalmente subir victorioso al cielo y prepararnos allí una morada, abriéndonos las puertas del Reino de los cielos, el Reino del Padre.
Cuando pensamos que estos hechos se produjeron en el pasado, no alcanzamos a comprender que en estos días en que vivimos, la Pasión de Jesucristo se nos hace bastante actual en muchas circunstancias y situaciones de nuestra vida:
-   cuando la vida de un no nacido es cercenada porque me importuna,
-  un niño es explotado y usado como objeto para que yo tenga esto o aquello,
- un inmigrante es rechazado simplemente porque no es de los míos,
- un pobre no es atendido porque yo he de tener más de lo que necesito,
- una mujer sufre agresiones, maltrato, violación porque la considero un objeto del deseo, sin dignidad…

Entonces Jesucristo vuelve a revivir su Pasión porque Él mismo nos lo dice: «Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis»  (Mt 25 40).
La vida de Jesús fue un ejemplo de Amor hacia el prójimo: cura tullidos, cojos… devuelve la vista, el oído, el habla… perdona pecados…; tanto nos amó, que dio su vida por nosotros. Él es el que se identifica con los humildes, los pobres, los excluidos, los marginados que arrojamos a la cuneta del camino. Por eso, en la Semana Santa recordamos y vivimos los hechos más importantes de nuestra historia de Salvación; para ello, no tenemos más que contemplar nuestras imágenes en procesión y acercarnos a Él humildemente para ponernos en sus brazos, orar en silencio y decirle a «No se haga mi voluntad sino la tuya».

MEMORIA
Permitidme, al inicio, hacer memoria de mi infancia y de mis recuerdos donde se asoma un niño contemplando ensimismado las filas de velas encendidas por las aceras procesionando por las calles entonces empedradas de Lahiguera.
Recuerdo aun con añoranza aquellas Semanas Santas de mi niñez, cuando era monaguillo y participaba en todas las procesiones, San Juan, la Virgen de los Dolores, el Nazareno, Santo Entierro, Soledad, Resuciado acompañando a D. José María Martín, al padre Martín, que rosario tras rosario, obligación de todo párroco es orar por sus feligreses, rezaba por los que le acompañaban procesionando y por los impedidos que quedaban en sus casas en la cama o sentados en la mesa camilla y que alguna ventana entreabierta les permitía ejercer su seguimiento procesional aunque solo fuese con la mirada.
Con los años entré a formar parte de la Cofradía de San Juan y fui Hermano Mayor de la misma, esta Cofradía creo que ha sido un instrumento más de los que se ha servido Dios para que mi Fe fuera aumentando cada día más en Él. Porque, no debemos olvidar, que la Fe es un don de Dios, un regalo, pura gracia. Fe es la alegría de ser cristiano y también la tarea de transmitirlo a todos. Es lo que alentó el esfuerzo de grandes cofrades que nos enseñaron que el espíritu de servicio es la razón primera por la que estar en las Cofradías y en la Iglesia. Inolvidables personas a las que debemos agradecimiento perpetuo. En la Fe está el amor a Dios a través de nuestras Sagradas Imágenes, que llevan en sus manos y en sus pies el beso de tantos higuereños que están ya en el cielo y que llevo no sólo en la memoria sino en un lugar preferente en mi corazón y en mi oración. Desde el cielo nos miran y sonríen, nos esperan e interceden por nosotros.

AÑO DE LA FE
Nuestra Fe en Jesucristo es, ante todo, hontanal inextinguible de solidaridad y debería ser la razón por la que las Cofradías deberían llevar a cabo su ser cofrade, porque la Iglesia tiene como razón primera la Evangelización. El Cofrade actual debe ser consciente de que para llevar a buen fin su misión debe conocer íntima y profundamente a Aquel al que ha de anunciar. De igual manera debe conocer el mundo marginado de hambres y miserias, prójimo de esta sociedad en la que vivimos para convertir el Amor en nuestro principal estandarte. La solidaridad no es un concepto del mundo moderno, Cristo nos la enseñó hace dos mil años. Hemos de considerar, como dice el decreto Apostolicam actuositatem del Concilio Vaticano II, «la noble obligación de trabajar para que el Mensaje Divino de la Salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres de la tierra» [AA 3]. Tenemos que apagar la sed del hombre, porque Cristo también tuvo sed en la cruz. 
Cada hombre y mujer han de serlo de su época. No pueden volver la espalda a la realidad del mundo. En la carta Porta fidei, el Papa Benedicto XVI nos dice que es imprescindible dar testimonio de la Fe cristiana, llevando la esperanza a los que sufren tantos problemas en la humanidad: paro, droga, enfermedad, marginación, incomprensión, hambre... Hay que dar ejemplo de coherencia de vida a los niños, semillas del futuro.
Y con este espíritu evangelizador y de servicio (que debemos tener durante toda nuestra vida), estamos esperando un año más que dentro de pocos días llegue la primera luna llena de la primavera y con ella la Semana Santa y volver a vivir intensamente los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo y recordar así el gran Amor que Jesús nos tiene.

DOMINGO DE RAMOS
«Pueri hebraeorum, portantes ramos olivarum... Los niños hebreos, llevando ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor».
Así canta la antífona litúrgica que acompaña la solemne procesión con ramos de olivo y de palma en este domingo, llamado precisamente de Ramos y de la Pasión del Señor. Revivimos lo que sucedió aquel día: en medio de la multitud llena de alegría en torno a Jesús, que montado en un pollino entraba en Jerusalén, había muchísimos niños, también hoy con sus risas y movimientos nerviosos por la emoción. Algunos fariseos querían que Jesús los hiciera callar, pero él respondió que si ellos callaban, gritarían las piedras (cf. Lc 19, 39-40). Esto nos tendría que hacer meditar, por lo menos a mí me invita a hacerlo, en otras palabras de Jesús: «Quién no se haga como un niño no entrará en el Reino de los cielos» (Mt 18, 3).
La Semana Santa queda inaugurada por el Domingo de Ramos, en el que se celebran las dos caras centrales del misterio pascual: la vida o el triunfo, mediante la procesión de ramos en honor de Cristo Rey, y la muerte o el fracaso, con la lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos, según el ciclo que corresponda, este año leeremos el ciclo C que corresponde a San Lucas. Desde el siglo V se celebraba en Jerusalén con una procesión la entrada de Jesús en la ciudad santa, poco antes de ser crucificado. Debido a las dos caras que tiene este día, se denomina «Domingo de Ramos» (cara victoriosa) o «Domingo de Pasión» (cara dolorosa). Por esta razón, el Domingo de Ramos -pregón del misterio pascual- comprende dos celebraciones: la procesión de ramos y la eucaristía.
Según los evangelios sinópticos, Jesús sube a Jerusalén una sola vez, y entra en ella triunfalmente (Domingo de Ramos), despliega su última actividad durante cinco días y, finalmente, es arrestado (Jueves Santo) y crucificado (Viernes Santo). Jesús no rehúye la muerte, pero tampoco la busca directamente. De hecho, es Judas quien lo delata. La pasión comienza bíblicamente con el prendimiento de Jesús; litúrgicamente, con la entrada en Jerusalén.
La misión de Jesús se comprende en referencia al Dios de la gracia y de la exigencia. Jesús no viene a predicar verdades generales, religiosas o morales, sino a proclamar la inminencia del reino y la buena noticia del Evangelio. El advenimiento del reino de Dios es el tema central del mensaje y de la praxis de Jesús, precisamente en unos momentos de exacerbado nacionalismo judío frente al pagano dominador, con la creencia extendida de que la intervención final y definitiva de Dios, por medio de un Mesías entendido políticamente, está a punto de producirse. El rechazo de Jesús como Mesías es evidente: es escándalo para las clases dirigentes religiosas, necedad y locura para el poder ocupante, decepción para el pueblo y desconcierto para los discípulos. Ahí radican los sufrimientos profundos de Jesús en la cruz, unidos a sus dolores físicos.
En la actual sociedad secularizada, crítica con las tradiciones religiosas, en búsqueda de las mágicas o demasiado identificada con ciertas éticas de poder, la Semana Santa ha perdido ese aura de misterio tremendo e inefable de que le había rodeado la práctica secular de la Iglesia. La lectura e interpretación de los relatos de la Pasión nos revela que la vida es camino de cruz -vía crucis-, a partir de una entrega al servicio de los hermanos que coincide con el servicio a Dios.

JUEVES SANTO
Días más tarde, sabiendo que estaba próxima su muerte, en la víspera de ésta, quiso celebrar la Pascua con sus Apóstoles. En este primer Jueves Santo de la historia, Jesús instituye la Eucaristía.
La Eucaristía es el «memorial» (1 Co 11, 25) de su sacrificio. El memorial expresa la realidad del acontecimiento, la actualización objetiva y la presencia de lo que se conmemora.
No es que éste se repita, ya que el acontecimiento se realizó históricamente una vez para siempre; pero está presente. El acto de Cristo hace sentir su efecto hoy y aquí, comprometiendo al que hace memoria del mismo. El sacrificio de Cristo se realizó históricamente una sola vez: la eucaristía es su memorial (en el sentido más pleno de la palabra), una presencia viva de gracia. La Iglesia, al celebrar este memorial, participa de la entrega sacrificial de Cristo. Los fieles se insertan en él; y con él y por él ofrecen su sacrificio al Padre. En la Santa Cena, Jesús incluye a los Apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla (cf. Lc. 22, 19), indicándoles cómo han de hacer memoria de su sacrificio, de su pasión, muerte y resurrección. Por eso cada vez que celebramos la Eucaristía anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva vestido de gloria y majestad (cf. 1 Cor. 11, 26).
El Papa Juan Pablo II, en Ecclesia de Eucharistia, nos decía: «...El Señor Jesús, la noche en que fue entregado (1 Co 11, 23), instituyó el Sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre. Las palabras del Apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la Pasión y Muerte del Señor. No sólo lo evoca, sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos. Esta verdad la expresan bien las palabras con las cuales, en el rito latino, el pueblo responde a la proclamación del ‘misterio de la fe’ que hace el sacerdote: ‘Anunciamos tu muerte, Señor…’.
La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Ésta no queda relegada al pasado, pues todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos.
Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la obra de nuestra redención. Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de Él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en Él, obteniendo frutos inagotablemente...»
En el primer Jueves Santo de la historia, junto con la institucción de la Eucaristía y del sacerdocio, Jesús nos deja su Testamento: «Amaos los unos a los otros como Yo os he amado» (Jn 13,34). El amor se expresa en el servicio. No está mal recordar que termina la Santa Cuaresma que tuvo su inicio con la imposición de la ceniza en la cabeza recordándonos la necesidad de la conversión y termina en los pies, haciendo que la conversión alcance a todo nuestro ser. Pero es más aún, ya que los pies no son los propios sino los del prójimo, haciendo real el amor al prójimo y no sólo un mero deseo.
Hoy hay alegría y la Iglesia rompe la austeridad cuaresmal cantando el «gloria»: es la alegría del que se sabe amado por Dios, pero al mismo tiempo es sobria y dolorida, porque conocemos el precio que le costamos a Cristo.
Podríamos decir que la alegría es por nosotros y el dolor por Él. Sin embargo predomina el gozo porque en el amor nunca podemos hablar estrictamente de tristeza, porque el que da y se da con amor y por amor lo hace con alegría y para dar alegría.
Podemos decir que hoy celebramos con la liturgia la Pascua, pero la de la Noche del Éxodo y no la de la llegada a la Tierra Prometida.
Hoy inicia la fiesta del «misterio pascual», es decir de la lucha entre la muerte y la vida, ya que la vida nunca fue absorbida por la muerte pero sí combatida por ella. La noche del sábado de Gloria es el canto a la victoria pero teñida de sangre y hoy es el himno a la lucha pero de quien lleva la victoria porque su arma es el amor.
Y cada Jueves Santo la comunidad cristiana permanece con devoción ante el monumento una hora santa. Esta hora tuvo su origen en la oración que Jesús hizo en Getsemaní, la víspera de su muerte. Oramos con los sentimientos de Jesús. En esta noche Jesús nos pide que oremos con él. Nos necesita. Quiere compartir con nosotros su amor hasta el extremo, pero también quiere hacernos partícipes de su dolor y tristeza. No es noche de muchas palabras, es más bien una noche de silencio y de adoración.


VIERNES SANTO
Llega el Viernes Santo. La celebración del primer día del Triduo pascual se centra en la inmolación del Cordero que quita el pecado y en la señal de su muerte gloriosa: la cruz. En este día se cumplen las palabras que una noche le dijo Jesús a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna» (Jn 3, 16).
El viernes, que en nuestro pueblo se abre con los pregones, es bueno recordar lo que nos dice el Catecismo: «La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: ‘fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios’ (Hch. 2, 23)» (CIC 599).
Cuando contemplo a Jesús Nazareno cargando su cruz, se me vienen a la memoria otras palabras que también le dijo Jesús a Nicodemo en esa conversación mantenida con él aquella noche: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna» (Jn 3,14-15).  Pero antes de ser elevado es cargado con los pecados del mundo.
El encuentro del Nazareno con su Madre y el discípulo amado, encuentro que llamamos «la carrera» aunque por la subasta nos distrae del dolor de Jesús, golpeado, coronado de espinas y cargado con la cruz, y del dolor de María, bien llamada Virgen de los Dolores, como ya profetizara el anciano Simeón cuando Jesús fue presentado en el templo, nos ha de recordar no sólo de año en año sino cada día, que Jesús sale a nuestro encuentro también en los momentos bajos, de pecado, de dolor, de sacrificio, de muerte… y carga con nuestras bajezas y sufrimientos para clavarlos en la cruz y permitirnos seguirle.
La tarde del Viernes Santo, próximos a la hora de nona, nos reunidos para celebrar la muerte victoriosa de Cristo en la cruz. Contemplamos y meditamos en Jesús: el Cordero sacrificado por nuestra liberación. La muerte de Cristo fue la causa de nuestra liberación del pecado y de que nuestra muerte fuera vencida.
En la muerte en Cruz de Cristo, se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.
Jesús, el Señor, muere en la cruz. ¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza. Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja en flor y en fruto. Dulces clavos. Dulce árbol, donde la Vida empieza con un peso tan dulce en su corteza!
Hoy nos encontramos aquí movidos por la fe, por la admiración, por el agradecimiento, por el amor. Porque su Sangre, su Cruz, son la fuente de nuestra vida, la luz de nuestro camino, la fuerza que nos transforma.
El egoísmo destruye el mundo; él es la verdadera puerta de entrada de la muerte, su poderoso estímulo. En cambio, el Crucificado es la puerta de la vida. Él es el más fuerte que ata al fuerte. La muerte, el poder más fuerte del mundo, es, sin embargo, el penúltimo poder, porque en el Hijo de Dios el amor se ha mostrado como más fuerte. La victoria radica en el Hijo y cuanto más vivamos como él, tanto más penetrará en este mundo la imagen de aquel poder que cura y salva y que, a través de la muerte, desemboca en la victoria final: el amor crucificado de Jesucristo.
La celebración de Viernes no es la Eucaristía, la Iglesia no celebra la misa en este día, tampoco lo hace el sábado santo. Son días de ayuno; pero no de un ayuno penitencial, como el de los viernes de Cuaresma, sino pascual (cf. SC 110), porque nos hace vivir el tránsito de la pasión a la resurrección, de la muerte a la vida.
Y junto a Jesús, María, la Virgen de los Dolores, la Virgen de la Soledad, Madre nunca marchita porque el dolor nunca la envejece y ante la que meditamos en la tristeza mortal de su Hijo en Getsemaní, lo sabe todo de la soledad. Esa soledad que lleva dentro y fuera como una íntima e inaccesible «torre de ciegas ventanas» en palabras del poeta Manuel Altolaguirre.






SÁBADO SANTO
Durante el sábado santo, la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte. Tampoco hay misa el sábado, ni siquiera se comulga como el Viernes, sólo el Viático si hay algún moribundo para que le acompañe en su pascua personal de tránsito de este mundo a la vida eterna.
Día de silencio y meditación. Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad.  Un gran silencio, porque el Rey duerme.  La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo.  Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo.
Va a buscar a nuestro primer padre como si éste fuera la oveja perdida.  Quiere visitar «a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte».  Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y a Eva.
El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos.  Al verlo, nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos:  «Mi Señor esté con todos.»  Y Cristo, respondiendo, dice a Adán:  «Y con tu espíritu.»  Y, tomándolo por la mano, lo levanta, diciéndole:  «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»
En palabras de una antigua homilía sobre el Sábado Santo: «Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados:  Salid, y a los que se encuentran en las tinieblas:  «iluminaos», y a los que duermen: ¡Levantaos!.
A ti te mando:  Despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos.  Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza.  Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.
Por ti, yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti, yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti, yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al abismo; por ti, me he hecho hombre, semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado.
Contempla los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para reformar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen deformada; contempla los azotes en mis espaldas, que he aceptado para aliviarte el peso de los pecados, que habían sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente extendiste una mano al árbol prohibido.
Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormiste, y de tu costado diste origen a Eva.  Mi costado ha curado el dolor del tuyo.  Mi sueño te saca del sueño del abismo.  Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso.
Levántate, salgamos de aquí.  El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste.  Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la vida y que estoy unido a ti.  Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva.
El trono de los querubines está a punto, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos; se han embellecido los eternos tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad».
«Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Nueva...» (1Pe 4, 6). 

DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Y ya por fin llega el Domingo de Resurrección que comienza en la noche del sábado al domingo con la magna celebración de la Vigilia pascual. Hay un refrán que dice: «Con una misa y un marrano hay para todo el año, sobra misa y falta marrano». Sin duda, el refranero se está refiriendo a la Vigilia Pascual que es la celebración más importante para la vida del cristiano. El año litúrgico tiene en esta celebración su cumbre. Es la madre de todas las vigilias. Cada domingo hace referencia constante a esta celebración, pues la Eucaristía es memorial de la muerte y resurrección de Cristo (Misterio Pascual): «Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva» (1Co 11,26). En la celebración del domingo se concentra, cada ocho días, la celebración y la comunión sacramental con el Señor Resucitado, que se nos hace presente y nos comunica su Pascua.
La comunidad eclesial vela en la noche esperando a su Esposo, que vendrá, sobre todo, en la eucaristía de esta noche. En el Pregón Pascual escuchamos: «Esta es la noche de la que estaba escrito: será la noche clara como el día… y ¡Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino!».
La comprensión y la participación de la Vigilia Pascual es todavía el reto que queda al mundo cofrade. Poco a poco se va teniendo conciencia de que el culmen del Santo Triduo Pascual está en la Vigilia y que la experiencia de fe no termina en la pasión, ni en la cruz sino en la resurrección del Señor.
La preparación del cirio pascual, que se enciende con el fuego nuevo y es llevado en procesión hacia el interior del templo, constituye la evocación simbólica de la resurrección de Cristo: «La luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu». El cirio  pascual preside, desde la vigilia las celebraciones pascuales hasta el día de Pentecostés.
Una larga liturgia de la Palabra que nos conduce por toda la historia de la salvación desde la creación hasta la resurrección.
Es la noche bautismal por excelencia. Los catecúmenos que se han ido preparando más intensamente durante la Santa Cuaresma ahora son lavados en las aguas nuevas. La Iglesia, madre fecunda gracias a la resurrección de Cristo engendra en este día nuevos hijos en virtud del Espíritu Santo y los nutre con el cuerpo del Señor.
La eucaristía de la noche santa de la Pascua tiene un encanto especial como anuncio eficaz de la muerte del Señor y proclamación gozosa de su resurrección en la espera de su venida.
Inaugurada la celebración festiva de la Iglesia en la solemne vigilia, la liturgia no dejará de decir durante todo el día, durante la octava pascual y durante la cincuentena: «Este es el día en que actuó el Señor».
El misterio de la Pascua del Señor, por la acción del Espíritu, barre de todos nosotros la vieja levadura del pecado y nos transforma en panes ázimos de la sinceridad y la verdad (cf. 1Co 5,6b-8). La Iglesia se siente renovada por los sacramentos pascuales, el bautismo y la eucaristía que brotaron del costado abierto de Cristo en la cruz. Por eso celebra esos mismos sacramentos, en los que tan maravillosamente ha renacido y se alimenta rebosante de gozo pascual.
En la eucaristía del Domingo de Resurrección se comenta la experiencia del triduo. El acontecimiento pascual, sacramentalmente celebrado en la eucaristía, no se reduce sólo a Cristo y a la Iglesia, sino que tiene relación con el mundo y con la historia. La Eucaristía Pascual es promesa de la Pascua del universo, una vez cumplida la totalidad de la justicia que exige el reino. Toda la creación está llamada a compartir la Pascua del Señor, que, celebrada en comunidad, anticipa la reconciliación con Dios y la fraternidad universal. El día pascual de la resurrección, Jesús comió con los discípulos de Emaús y con los Once en el cenáculo. Son comidas transitorias entre la resurrección y la venida del Espíritu. Estas comidas expresan el perdón a los discípulos y la fe en la resurrección. Enlazan las comidas prepascuales de Jesús con la eucaristía. Denominada «fracción del pan» por Lucas y «cena del Señor» por Pablo, se celebraba al atardecer, a la hora de la comida principal. Había desde el principio un servicio eucarístico (mesa del Señor) y un servicio caritativo (mesa de los pobres). Se festejaba el «primer día de la semana», con un ritmo celosamente guardado. Surge así la celebración del día del Señor (pascua semanal), y poco después la celebración anual de la Pascua.
La carrera del domingo se viste de fiesta cuando el negro manto de María se transforma en azul cielo al correr, de nuevo, al encuentro con su divino Hijo, pero ahora no cargado con la cruz sino resucitado y victorioso brillando sereno. El mismo que nos sale al encuentro en nuestros malos momentos ahora, tras su victoria sobre la muerte, nos marca el camino. Así nos lo indica el evangelista San Juan: «Para que donde estoy yo estéis también vosotros» (Jn 14,3). Porque donde está la cabeza, estará también el cuerpo. Y como Iglesia del Señor, somos el cuerpo de Cristo.


Quiero terminar con un deseo que elevo a súplica y una acción de gracias.
Que nuestras Cofradías no sean timbre de vanagloria, sino llamada a la perfección evangélica. En este año de la fe, vivamos nuestra Fe con alegría, ayudando a que actúe el Espíritu Santo. Que todo cuanto hagamos sea en alabanza de Cristo y «ad maiorem Dei gloriam», para mayor gloria de Dios.
«Hermanos, estad alerta. Que los misterios de este tiempo no sean estériles en vosotros –nos dice San Bernardo-. Tenemos una bendición copiosa: traed vasijas limpias. Presentaos con espíritus fervientes, con sentidos despiertos, con afectos sobrios y con una conciencia limpia para recibir estas gracias tan extraordinarias. Os urge a ello no sólo el sentido particular de vida que habéis profesado, sino la práctica de toda la Iglesia, de la que sois hijos. Todos los cristianos, en esta semana, actúan en contra o por encima de lo acostumbrado: practican la piedad, se presentan con modestia, dan señales de humildad y están llenos de gravedad. De ese modo quieren unirse a Cristo paciente. (...) Vivimos la Pasión del Señor, que hoy también hace temblar la tierra, quiebra las rocas y abre las tumbas. (...) Todo lo hizo por nosotros, y de ahí nos vienen los frutos de salvación y la vida del espíritu» (S. Bernardo, Sermón el Miércoles Santo)
Quiero deciros a todos los cofrades lo importante y necesaria que se hace vuestra labor, en este ahora en el que somos agredidos por comentarios, legislaciones y tendencias que pretenden secularizar la vida de los ciudadanos, atenazando a nuestra sociedad, intentando eliminar de la vida pública y social los valores éticos y morales que el Cristianismo defiende.
El mundo que nos circunda espera de nosotros un anuncio fuerte y claro del Evangelio de salvación. Las familias parecen haber olvidado a Dios; el domingo, ha pasado a ser un día mas en el fin de semana, donde un templo nuevo ha sido erigido, el centro comercial que unido al deporte, el ocio y las compras ha tomado el lugar de la celebración eucarística dominical.
«Sine dominico non possumus». Sin el domingo no podemos vivir gritaron los mártires de Abitene ante sus perseguidores que les pedían renunciar a la celebración de la eucaristía. El domingo no es sólo un día de la semana, sino que es la presencia salvífica de Cristo resucitado en el tiempo. El día del Señor es la celebración de esta presencia viva y eficaz en la historia y expresa de manera irrenunciable la identidad de nuestra fe pascual. De ahí que sin el domingo no nos podamos llamar cristianos: si no vivimos de la presencia gloriosa del Resucitado, no podremos testimoniar la verdad y el amor de Cristo.
El Señor nos llama a s testigos de todo esto  con convicción, a sentirnos corresponsables en, por y de su Iglesia, a vivir nuestra identidad cristiana con alegría y entusiasmo.
El Santo Padre Benedicto XVI nos lo ha recordado incesantemente, somos llamados a ser «Testigos de la Esperanza y apóstoles de la nueva Evangelización corresponsables con la misma Misión encomendada por el Padre a su Hijo Jesús, Dios y Señor nuestro». El mundo en que vivimos necesita quizás más que en otros tiempos este testimonio de esperanza. Ojala no le defraudemos y, Dios quiera que esta Semana Santa nos sirva a todos para acrecentar y fortalecer nuestra fe, llenarnos de esperanza y  empaparnos de mucha caridad, sabiendo ser fieles seguidores y ejemplos vivos de Cristo en la tierra.
Cada uno de nosotros puede ser como la Higuera del evangelio de san Lucas, que facilita a Zaqueo el conocimiento del Señor, o como la multitud que le impedía el encuentro con Él (Lc 19,1ss).
Gracias, al Señor, por haber dispuesto que yo naciera en Lahiguera, por haber puesto a mi lado a tantos paisanos que con fe y testimonio me han ofrecido ejemplo de vida, por haberme regalado tantas cosas, y entre ellas las Cofradías y a la Iglesia de la que forman parte desde la Fe, esa Fe cristiana que ha de ser el único fundamento de la Semana Santa. Viendo en ella los acontecimientos que van ocurriendo es imposible hablar sin emocionarse, sería como querer que un verdadero amante hablara fría y asépticamente de la persona amada. Enamorémonos de Cristo, sigámosle, os aseguro, no porque sea cura que también, que merece la pena, más aun, merece la vida entera.
Y ya concluyo, no sin antes recordaros que en un Pregón no se dice todo. Por eso éste no es un Pregón cerrado. No sé si quiero terminarlo. Lo dejo abierto, muy abierto, para que Jesús, Muerto y Resucitado le ponga punto y final cuando Él quiera…



Muchas gracias.